LLobet Valeria (2010). Fabricas de Ninoso Las Instituciones en La Era de Los Derechos (2)

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    Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico (Buenos Aires).

    ¿Fábricas de niños? Las

    instituciones en la era de los

    derechos.

    LLobet Valeria.

    Cita: LLobet Valeria (2010). ¿Fábricas de niños? Las instituciones en la era

    de los derechos. Buenos Aires: Centro de Publicaciones Educativas y

    Material Didáctico.

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    1. INTRODUCCIîN

    El prop—sito de esta tesis es el an‡lisis del proceso de institucionalizaci—n y de

    interpretaci—n del discurso de los derechos de la infancia1 y de los ni–os como

    sujetos de derechos en el campo2 de los problemas de la ni–ez,

    espec’ficamente en las instituciones de la minoridad.

    Se trata de un problema inscripto en el ‡rea de las pol’ticas de infancia

    desarrolladas en nuestro pa’s desde la incorporaci—n a la Constituci—n Nacional

    de la Convenci—n Internacional de Derechos del Ni–o (CDN). Por ello, se

    rastrean aqu’ tres dimensiones: a) lo que hay que hacer (las pr‡cticas); b) las

    definiciones de los problemas que se intenta solucionar y los objetivos que se

    intenta alcanzar; y c) las construcciones alrededor de los ni–os y adolescentes,

    de los que se supone que tienen el problema (Casas, 1998). Se trabaja con

    testimonios y documentos producidos en tres instituciones pœblicas en la

    ciudad de Buenos Aires.

    Se considera aqu’ que de las lecturas interpretativas del discurso institucional

    surgir‡n: a) las caracter’sticas particulares del proceso de interpretaci—n de la

    CDN; b) las tensiones y conflictos que atraviesan las instituciones y c) la matriz

    general de los procesos de subjetivaci—n y las relaciones intersubjetivas que

    son posibles en el espacio de tales instituciones.

    Desde fines de la dŽcada del 70, y con m‡s fuerza desde la del 90, se asiste al

    surgimiento del Paradigma de la Protecci—n Integral y su correlato, en un

    discurso de los derechos de ni–os y ni–as y en pr‡cticas institucionales por Žl

    amparadas. Ambos proveyeron de un marco Žtico-cr’tico para reflexionar sobrelas relaciones entre el mundo adulto y el mundo infantil, expresadas en praxis

    pœblicas y pr‡cticas privadas. En este marco se crearon o transformaron

    distintas instituciones, en un proceso de cr’tica a las instituciones totales y a la

    categor’a de ÒmenorÓ. El discurso de derechos de la infancia es entonces el eje

    estructurador de un campo que hoy se muestra transformado.

    En el centro de tales transformaciones, aparece la figura de ni–o como sujeto

    de derechos, representaci—n propuesta por el Paradigma de Protecci—nIntegral. Producto de una serie de fuerzas y debates pol’ticos alrededor de la

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    ampliaci—n de derechos de ciudadan’a a la poblaci—n infantil, este paradigma

    expresa un proceso de especificaci—n, concretizaci—n, interseccionalidad y

    particularizaci—n de derechos humanos (Scott, 1999). Consignados en un

    instrumento internacional (la CDN) e incorporados a la legislaci—n nacional

    mediante la Constituci—n nacional, los principios relativos a la ciudadan’a de

    ni–as, ni–os y adolescentes as’ consagrados son el marco legal y filos—fico

    para las pol’ticas pœblicas de infancia y sus arreglos institucionales. Este marco

    promueve la ampliaci—n de ciudadan’a sobre la base de dos grandes

    estrategias: por un lado, la separaci—n de las problem‡ticas de ’ndole penal de

    las de origen social; por otro, el cuestionamiento a las instituciones totales, los

    Institutos de Menores, y el consecuente desarrollo de estrategias alternativas

    de tratamiento, basadas en la pedagog’a social y en la desmanicomializaci—n y

    la antipsiquiatr’a (conocidas tambiŽn como el Paradigma de la Normalizaci—n).

    La necesidad de concretar y especificar un conjunto de derechos humanos y de

    ciudadan’a a una poblaci—n particular requiere de una concepci—n de tales

    derechos que reconozca la no universalidad concreta de Žstos: la ciudadan’a

    no es meramente un derecho individual adjudicado por un Estado a todos sus

    miembros. Ello hace necesaria la revisi—n cr’tica de los procesos de

    institucionalizaci—n de principios te—ricos y jur’dicos, analizando los distintos

    planos involucrados en su concreci—n. Es decir, al entender la ciudadan’a como

    resultado de pr‡cticas ciudadanizantes, resulta necesario reflexionar sobre

    estas pr‡cticas, sobre los modos que adopta el discurso de derechos en la

    trama de las instituciones, sobre el espacio de ciudadanizaci—n que aporta a

    ni–as, ni–os y adolescentes.

    Las preguntas que construyeron este recorrido comienzan por el espacio de

    encuentro entre adultos ejecutores de las pol’ticas pœblicas, y ni–as y ni–os

    supuestos ciudadanos, para ir desarroll‡ndose en procesos de subjetivaci—n y

    relaciones de fuerza y de poder desplegadas en el campo.

    El supuesto central que sostiene este trabajo3  es que, en tanto sujetos

    hist—ricos, las identidades de la infancia como sujeto social y las existencias de

    ni–os como sujetos concretos dependen de las instituciones para la infancia.

    Considerar las instituciones como el territorio en el que son producidas lassubjetividades infantiles Ðhist—ricas, cambiantes, mutantes- articula las

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    determinaciones provistas por la inclusi—n en un espacio pœblico y pol’tico (es

    decir, de negociaci—n y confrontaci—n de sentidos) con los discursos en los que

    tales sentidos se reinterpretan y se transforman en pr‡cticas cotidianas. Es un

    escenario conflictivo, hist—rico, cuya productividad no es uniforme, en tanto est‡

    tensionado por distintas l’neas de fuerza: el debate en el Estado y la

    constituci—n de pol’ticas pœblicas y de modalidades de inclusi—n, la

    configuraci—n de actores que disputan en el espacio pœblico por proponer otros

    sentidos y escenarios (los medios de comunicaci—n, por ejemplo), los actores

    institucionales y sus propias historias y posicionamientos te—rico-ideol—gicos,

    las ni–as y los ni–os, las situaciones espec’ficas en las que todas estas l’neas

    se conjugan como resoluciones a conflictos en la vida cotidiana.

    Los procesos y relaciones mediante los cuales las instituciones para la infancia

    producen ni–os se relacionan con la transmisi—n de la herencia cultural y la

    distribuci—n de posibilidades materiales de reproducci—n y continuaci—n de la

    vida. La transmisi—n tiene tanto una potencialidad reproductora del orden social

    (y sus relaciones de dominaci—n y hegemon’a) como una potencialidad

    creadora, transformadora de tales relaciones. En estas funciones, las

    instituciones son un espacio que es social, pero tambiŽn singular; actœan como

    los puentes mediante los cuales las sociedades producen los individuos

    singulares que las mantendr‡n vivas como tales. O no. Parte de la oferta

    cultural de las instituciones para la infancia es una propuesta de modos de ser,

    es decir, es un espacio en el que se transmite lo esperable, lo normal, lo bueno,

    y sus contrapartidas, como estrategias morales de construcci—n del s’-mismo.

    La transmisi—n cultural adquiere perfil de filiaci—n, en el cual la integraci—n a la

    cultura y al socius, la inclusi—n y la internalizaci—n, se realizan en un proceso

    complejo que involucra a las instituciones y a los sujetos a lo largo de su vida,

    aportando tanto enunciados identificantes (Aulagnier, 1997) como escenarios y

    materiales reales en los que la vida se despliega, posibilitando el placer, la

    autonom’a, o aportando a la mortificaci—n, limitando el porvenir.

    Las figuras de infancia imaginadas, creadas en las instituciones, se relacionan

    con el porvenir de los ni–os concretos, en tanto anticipan los tipos de recorridos

    posibles para un colectivo de sujetos a partir de las pol’ticas que regulan ydisponen de su cotidianidad. En segundo lugar, indican cu‡l es el lugar de

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    acogida que se construye (met‡fora para recuperar la relaci—n entre distintos

    sujetos sociales, en la que a uno de ellos le compete el cuidado del otro), y

    cu‡les las cl‡usulas para que Žsta se efectivice. Finalmente, c—mo se

    constituye al adulto en este mismo movimiento.

    El segundo supuesto que sostenemos es que la ciudadan’a, adem‡s de un

    estatuto jur’dico y una modalidad de integraci—n social, es un atributo de los

    sujetos construido en interacciones sociales dotadas de sentido. La otredad o

    la heterogeneidad del sujeto en las pr‡cticas significantes de los actores

    institucionales ser‡n la pista de la construcci—n del otro como ciudadano o no.

    La CDN enuncia para ni–os, ni–as y adolescentes la titularidad de los mismos

    derechos sociales que acompa–an la ciudadan’a adulta, agregando conespecial cuidado la caracterizaci—n del momento formativo en los ni–os, por lo

    cual estos derechos son cruciales. Sin embargo, se cuida de establecer

    obligatoriedad al Estado por su provisi—n universal: son derechos que se har‡n

    efectivos de acuerdo con sus posibilidades. Esta relativizaci—n de la

    obligatoriedad pone tales derechos en un estatuto de concreci—n discrecional:

    ser‡n efectivos para aquellos ni–os cuyas familias puedan solventar en el

    mercado satisfactores para las necesidades asociadas a tales derechos. En

    este contexto, ÀquŽ posibilidades de impacto reales tienen las instituciones

    que, desde el mismo Estado, intentan garantizar la ciudadan’a para la

    poblaci—n de ni–os, ni–as y adolescentes en situaci—n de calle?

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    2. LOS ESTUDIOS SOBRE POLêTICAS PòBLICAS EN EL CAMPO DE

    PROBLEMAS DE LA NI„EZ

    Lo que puede denominarse como campo de problemas de la ni–ez es un

    espacio, complejo e interdisciplinario, que pretende articular mœltiples recortes,

    perspectivas te—rico-epistemol—gicas de dif’cil reuni—n, tradiciones

    investigativas diversas. Incluso, el lugar que ocupa Òla ni–ezÓ como sujeto

    central es tambiŽn mult’voco.

    Algunas de las l’neas centrales en la construcci—n del campo te—rico se

    vinculan con el debate epistemol—gico sobre el objeto de la disciplina hist—rica

    dado en el campo acadŽmico francŽs (en las dŽcadas del cuarenta y

    cincuenta), uno de cuyos resultados iniciales e inici‡ticos fue el trabajo de

    Phillippe AriŽs, enmarcado en la historia de las mentalidades. Iniciador de una

    productiva l’nea de debates con respecto al estatuto hist—rico de concepciones

    y sentimientos sobre la infancia, es se–alado un’vocamente como una de las

    v’as de surgimiento de una novedosa reflexi—n acadŽmica sobre estos Òsujetos

    inusualesÓ, constituyŽndose as’ en fuente de algunas preguntas centrales al

    campo: Àes la ni–ez un momento necesario del desarrollo o un artefacto

    cultural? ÀSe trata de un momento comœn a travŽs del tiempo y el espacio, o

    de mœltiples Ôni–ecesÕ?

    En particular, el problema de lo que aparece como un sub-conjunto, un grupo

    diferencial dentro de la infancia, la minoridad, va a requerir una serie de

    dispositivos te—ricos espec’ficos.

    As’, la perspectiva te—rica y los objetos que pone en escena el trabajo deMichel Foucault no s—lo obligan a considerar la funci—n de control social de los

    dispositivos de saber-poder, sino que permiten ver tales procesos en espacios

    impensados. En esta l’nea, las investigaciones de Anthony Platt sobre el

    movimiento de salvadores del ni–o y el surgimiento de la jurisdicci—n penal

    especial para los menores, y la de Jacques Donzelot sobre los cuerpos de

    pr‡cticas judiciales sobre las familias y los menores, inauguran en la dŽcada

    del setenta las miradas cr’ticas al Dispositivo Tutelar.

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    Finalmente, las reflexiones cr’ticas en el interior de la escuela comienzan a

    sopesar el papel de la psicolog’a y la pedagog’a en la capilarizaci—n de los

    modos de control simb—lico sobre la infancia y la producci—n de categor’as

    espec’ficas de ni–os. En esta l’nea, las investigaciones de Julia Varela, Jorge

    Larrosa, Francine Muel, el mismo Donzelot (y eventualmente Robert Castel

    desde el ‡mbito de la salud mental) recuperan problemas tales como el

    despliegue del psicopoder, la gesti—n de los riesgos, la construcci—n de la

    infancia anormal, en fin, la psicologizaci—n y psicopatologizaci—n de la infancia.

    En el espacio espec’fico de las pol’ticas pœblicas, la construcci—n de la ni–ez

    como objeto de intervenci—n es tambiŽn mœltiple, pudiendo plantearse que la

    relaci—n pol’ticas pœblicas Ð ni–ez es todas las veces una superficie en la quese disputan proyectos de hegemon’a (Carli, 2002). De modo tal que la relaci—n

    representa simult‡neamente proyectos de reproducci—n de la sociedad, modos

    de concebir las relaciones intergeneracionales, decisiones respecto de la

    distribuci—n de capitales sociales (simb—lico, econ—mico, cultural),

    construcciones sobre lo que se considera como problemas sociales leg’timos,

    modalidades discursivas que plasman las disputas sobre las interpretaciones

    de necesidades y derechos, formas de resolver lo que aparece como

    problemas concretos en la continuidad de la vida.

    En lo relativo al objeto central del campo, la ni–ez, podemos describir un

    cambio. Desde los planteos inaugurales a hoy, los posicionamientos te—ricos

    han sido tensionados hasta proposiciones que afirman el fin, la desaparici—n, la

    destituci—n de la ni–ez, o la presencia de procesos de desubjetivaci—n. Distintos

    autores parecen coincidir en que una particularidad que marcar’a una ruptura

    con las modalidades de subjetividad que podemos denominar ÒmodernaÓ

    (asociada a un contexto social de Estados-naci—n, cuya integraci—n se

    vehiculizaba mediante la ciudadan’a) es una nueva relaci—n con las

    instituciones que produc’an la integraci—n en la cultura y la sociedad: escuela,

    familia, trabajo, medios de comunicaci—n. Estas relaciones estar’an marcadas

    por procesos de desubjetivaci—n (Duschavsky y Corea, 2002), de deseo

    n—made (Volnovich, 1999), de borramiento de fronteras entre valores (Kessler,

    2002), de desaparici—n de la ni–ez debida a la articulaci—n de la cultura a travŽs

    de los medios masivos de comunicaci—n (Postman, 1994);13 de destituci—n de

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    la infancia (Corea y Lewkowicz, 1999).14 Interesa, sin embargo, realizar algunos

    se–alamientos al respecto.

    Las posiciones te—ricas sobre el estado actual de la ni–ez var’an alrededor de

    dos grandes tesis: una de ’ndole materialista, que afirma la dependencia de laexperiencia infantil de las formas sociales; la otra de ’ndole cultural, que

    plantea el cambio en la percepci—n de los adultos sobre la ni–ez, cambio

    determinado por patrones culturales, sistemas de creencias y modos de

    pensar. En ambos casos, la reflexi—n reœne ni–os e instituciones sociales:

    culturales, econ—micas, familiares, escolares, pol’ticas pœblicas.15 

    Las pol’ticas de infancia pueden ser consideradas, en œltima instancia, como

    relaciones entre adultos y ni–os (Casas, ob. cit.) en instituciones. Nuestraposici—n se separa, sin embargo, de la tradicional mirada que subsume los

    ni–os debajo de las instituciones para la infancia, en una teorizaci—n que hace

    equivaler ni–ez y procesos de socializaci—n, o que traduce asimetr’a en

    determinaci—n unilateral. Sin asumir todas las consecuencias filos—ficas del

    planteo, a t’tulo provisional quisiera sostener, ampliando la propuesta hecha en

    la introducci—n, que la ni–ez se constituye en relaci—n con un conjunto de

    instituciones sociales que incluyen a tal sujeto colectivo como usuario /destinatario, y que esta relaci—n se concreta en acciones cuya particularidad es

    incluir una dimensi—n simb—lica y relacional; utilizada esta dimensi—n en un

    sentido genŽrico para referir al conjunto de s’mbolos y significados que se

    encuentran articulados a las instituciones sociales y que permiten a un grupo

    social compartir y construir el sentido de la vida cotidiana, los valores, las

    identidades sociales. As’, no es posible suponer sujetos que no sean agentes,

    es decir, que estŽn no-relacionados o posicionados con instituciones. De este

    modo, es necesario reconocer que, para entender la situaci—n actual de la

    ni–ez, se requiere construir un discurso de al menos dos voces: las

    instituciones que, dirigidas a la ni–ez forman parte del mundo adulto;16 y la voz

    de los propios ni–os. Siguiendo el se–alamiento de los editores de Childhood ,

    es precisamente esta œltima voz la que se echa de menos en la mayor’a de los

    planteos actuales. Desde nuestra perspectiva, es fundamentalmente una voz

    ausente en las pol’ticas pœblicas.

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    En este aspecto del debate se pretende inscribir este trabajo. Es necesario

    interrogar las pr‡cticas institucionales, abriendo preguntas sobre los modos de

    interpretaci—n de problemas, sujetos y tŽcnicas y recuperando la multiplicidad

    de voces que constituyen el fen—meno de la concreci—n de las pol’ticas para la

    infancia. La interrogaci—n es necesaria toda vez que es posible abrir un serio

    cuestionamiento sobre la eficacia de las pol’ticas para la infancia en general,

    como de las pol’ticas para lo que hist—ricamente ha sido construido como

    minoridad.

    El campo de problemas de la ni–ez y la psicolog’a

    Nos interesa se–alar la relaci—n de tensi—n entre los desarrollos de este campo

    de problemas de la ni–ez marcado por una fuerte impronta de los estudios

    culturales y los hist—ricos, y la psicolog’a. Esta necesidad te—rica tiene una

    determinaci—n mœltiple. En primer lugar, si bien Žste no ha sido un objetivo de

    la indagaci—n, m‡s de la mitad de los trabajadores entrevistados eran

    psic—logos y la otra parte enmarcaba sus interpretaciones, como veremos m‡s

    adelante, en conjuntos de creencias y nociones  psi . En segundo lugar, las

    decisiones respecto de las posibilidades de participaci—n, responsabilidad,decisi—n sobre su futuro, derivaciones, etc., en las instituciones estudiadas, es

    decir, el conglomerado de acciones tŽcnico-pol’ticas sobre la poblaci—n infantil,

    encuentra su fundamento y legitimaci—n en afirmaciones derivadas del campo

     psi   (el psicoan‡lisis, la psicolog’a del desarrollo o evolutiva, la psicolog’a

    forense). En tanto nos inscribimos dentro del propio campo, no se pretende

    realizar una cr’tica externa, sino formular se–alamientos respecto de una praxis

    tal como ha sido reconstruida en la indagaci—n.

    Desde la perspectiva de las disciplinas involucradas, este campo de problemas

    de la ni–ez aglutina Ðsi no sintetiza- las denominadas Ôciencias socialesÕ

    (sociolog’a, historia, geograf’a, comunicaci—n, antropolog’a) y propone un

    objeto de estudio que aparece como relativamente extranjero. Sin embargo,

    desde la perspectiva de la psicolog’a, esta Ôextranjer’aÕ no parece tal. En efecto,

    el establecimiento de la psicolog’a como disciplina cient’fica y el surgimiento

    hist—rico del psicoan‡lisis estuvieron de alguna(s) manera(s) relacionados conla ni–ez: objeto privilegiado de estudio, de medida y de clasificaci—n para la

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    primera; descubrimiento inquietante y modelo fundacional para el segundo.

    Como perspectiva general, parece posible plantear que el cuestionamiento

    relativo a las transformaciones de la representaci—n de la ni–ez y de las

    experiencias infantiles se ubica en los bordes disciplinares de la disciplina.17 

    Esta ubicaci—n acarrea dos consecuencias: la primera, que las tesis actuales

    sobre la infancia suelen ser asociadas por los practicantes con los sujetos

    infantiles en situaci—n de vulnerabilidad social. Es decir, cuando se habla de

    transformaciones en la subjetividad de la ni–ez, de la caducidad de las

    categor’as de adolescencia y ni–ez, de la radical variaci—n de la experiencia de

    infancia, de la transformaci—n de las representaciones sobre la ni–ez, se est‡

    hablando de los ÔotrosÕ ni–os. En el centro de la categor’a, parece posible

    encontrar invariantes estructurales, una suerte de ÔesenciaÕ de la ni–ez en tanto

    momento del desarrollo, que no se ve afectada por las transformaciones

    hist—rico-sociales. La segunda consecuencia, derivada de la primera, es que

    las transformaciones subjetivas determinadas socialmente son traducidas en

    problemas psicopatol—gicos (internos al campo psicol—gico como variedades

    anormales del objeto) o problemas sociales (externos al campo de

    conocimiento y, por lo tanto, ajenos).

    Este planteamiento no pretende en lo absoluto referirse a las perspectivas

    te—ricas de la psicolog’a del desarrollo, ni formularse como una constataci—n

    cr’tica y exhaustiva. Viene a plantear que, en la medida en que no hay un

    sacudimiento te—rico e ideol—gico en la consideraci—n de la ni–ez ÔnormalÕ, la

    psicolog’a no toma posici—n decidida en el debate actual sobre el tema, y sigue

    teniendo, por defecto, una posici—n institucional heredera de la higiene y el

    control social (como podemos ver en los desarrollos que siguen), que trata a

    los ni–os por lo que ser‡n en el proceso de desarrollo (o por lo que no ser‡n).

    Sin embargo, las perspectivas constructivistas en psicolog’a y el aporte del

    psicoan‡lisis (en particular postestructuralista) han sido largamente

    aprovechadas en y por las ciencias sociales. Quisiera entonces suscribir la

    tesis planteada por Michael Honig en su  Actualizaci—n de la teor’a sobre la

    ni–ez :18 si no se incluye una reflexi—n sobre la conexi—n entre los procesos de

    desarrollo psicosocial y la ni–ez como construcci—n social, no estamos

    avanzando en la comprensi—n de sus transformaciones. Las afirmaciones sobre

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    el fin de la infancia se relacionan entonces con las im‡genes de infancia que es

    posible crear en las actuales condiciones sociales, pero no abordan las

    relaciones entre Žstas y los procesos de subjetivaci—n, en tanto los sujetos

    infantiles son tratados en esos desarrollos como puramente lo que es

    construido al interior del discurso analizado.19 

    La peculiaridad relativa a los problemas del poder y del desarrollo que marcan

    la relaci—n adultos-ni–os y condicionan tal agenciamiento resulta un problema

    interesante para la psicolog’a y el psicoan‡lisis embarcado en la cr’tica social.

    La tensi—n entre autonom’a y dependencia es uno de los problemas cruciales

    del campo  psi , y recorridos te—ricos singulares, tal el caso de la teor’a

    winnicottiana, abordan de lleno la cuesti—n. Sin embargo, y a pesar de lainclusi—n de criterios cl’nicos y psicopatol—gicos como marco conceptual de

    pol’ticas sociales para la ni–ez,8 es de se–alar la ausencia de reflexiones  psi  

    que consideren los procesos y no las entidades, que enriquezcan las

    reflexiones sobre el campo de las pol’ticas pœblicas desde una perspectiva

    diferente de la psicopatol—gica.

    En ese borde dif’cilmente definible intentamos enmarcar este estudio como propio

    del campo psicol—gico, sin ahondar en los procesos de desarrollo, sino incluyendoun di‡logo entre el discurso sobre una subcategor’a de infancia, las pr‡cticas que

    en su interior son construidas, y las experiencias infantiles.22 

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    3. CONTEXTO HISTîRICO-SOCIAL 

    El siglo que acaba de cerrarse, denominado en sus inicios Òel siglo del ni–oÓ, ha

    sido el tiempo de la construcci—n de la infancia como sujeto social. Este

    proceso se dio mediante la expulsi—n de los ni–os del espacio pœblico,

    incluyendo el espacio del trabajo asalariado, y su inclusi—n natural en el

    espacio de la domesticidad, el juego y la escolaridad (Zelizer, 1994; Roche,

    1999).

    A inicios del siglo XXI, tanto el lugar de la infancia en las pol’ticas pœblicas

    como en el imaginario parece haber cambiado radicalmente.

    Este proceso de valoraci—n de un sujeto colectivo infantil estuvo sostenido por

    un proyecto pol’tico que, en tanto anticipaci—n de un futuro posible, tomaba a

    los ni–os del presente como Òactores del ma–anaÓ. La construcci—n de

    continuidades sociales, culturales y pol’ticas entre generaciones era necesaria

    para un proyecto de pa’s, el de la generaci—n del 80. Algunos analistas

    (Romero, 2003; Isuani, 1999; Beccaria, 1999) plantean que fue precisamente eldel 80 el œnico proyecto de hegemon’a, como hip—tesis con respecto a la

    renuncia de ideales universalistas.

    Otros analistas enfatizan la ruptura hist—rica que representa la dictadura

    (Mancebo, 1999), expresada en el fin del Estado de Bienestar y el surgimiento

    de un Estado post-social, asociado a otro modelo de desarrollo y de

    acumulaci—n, que acarrea la pŽrdida del contenido igualitario que se asociaba a

    la democracia y a la ciudadan’a. Es decir, la igualdad no es un fin necesario ala democracia del siglo XXI.

    Durante la œltima dictadura militar y hasta la primera mitad de los 90, los

    œltimos restos del proyecto de la generaci—n del ochenta (tanto en su

    formulaci—n original como en sus reformulaciones durante la primera mitad del

    siglo XX) vieron su fin. Una cierta concepci—n de los bienes pœblicos centrales -

    educaci—n, salud, espacio urbano, civilidad, solidaridad intergeneracional,

    inclusi—n universal en el mercado de trabajo- fue sepultada bajo el peso de un

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    nuevo rŽgimen de verdad, dominado por la l—gica neoconservadora, cuyo

    escenario parece dejar de ser el ‡gora para ser el mercado.

    A su vez, segœn Carli (2001), en estas dŽcadas se desarrollan tres procesos

    sociales que han afectado la relaci—n entre la poblaci—n infantil y el Estado: larecuperaci—n de la democracia, el empobrecimiento econ—mico de la poblaci—n y

    la crisis del sistema educativo.En este nuevo espacio de intercambios sociales, la

    infancia desaparece como sujeto un’voco, fragmentada en los distintos sujetos

    infantiles.

    ÀC—mo es posible desarrollar pol’ticas de ampliaci—n de ciudadan’a en un

    contexto como el actual? ÀQuŽ tipo de ciudadan’a es pasible de ser promovida

    en tal contexto? Veamos el problema en perspectiva hist—rica.

    La infancia como problema del Estado

    En el planteo de Cowen (2000), en el pa’s virreinal y revolucionario se puede

    percibir el inicio de un conflicto por el poder sobre los ni–os. El Estado, como

    incipiente y precario gestor de la higiene y salubridad pœblicas, abre las puertas

    del hogar para comenzar a regular las pr‡cticas de crianza. En este escenario, la

    medicina (los mŽdicos) opera un primer movimiento extractivo: si bien la madre

    aparece como el sujeto que posee el poder sobre sus v‡stagos, es interpelada

    por el mŽdico -erigido en representante del ni–o- como aquella que carece de

    saber: inmunizaci—n, lactancia y bautismo ser‡n los actos en disputa. Erigiendo la

    figura de la maternidad como deber sacro, se subordina a la madre a los

    intereses del ni–o, representados por el mŽdico e incipientemente garantizados

    por el Estado.

    Existe entonces una infancia, en el Buenos Aires de los siglos XVIII y XIX, que

    sale del ‡mbito familiar para entrar en el ‡mbito de las regulaciones pœblicas de la

    mano de la higiene y de la salubridad.

    As’, la instituci—n de formas familiares subordinadas a la reproducci—n, con el

    objetivo de controlar la natalidad y la mortalidad, se efectiviza al sacralizar los

    deberes maternales, instituyendo un ideal maternal. A ello se suma la

    concentraci—n del poder y el deber de educar para la moral y el deber pœblicosque dominan la figura del padre.

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    Consolidada esta posibilidad de ingresar la gesti—n poblacional al espacio

    privado, el inicio del siglo XX coincide con los debates sobre la educaci—n

    universal y pœblica y el avance del Estado en sus pol’ticas de higiene y control del

    riesgo -entendido Žste en su ambigŸedad: riesgo representado por poblaciones

    en riesgo y poblaciones de riesgo-.

    El ni–o como objeto de saber es patrimonio de otras disciplinas, adem‡s de la

    medicina, cuyo fin es la integraci—n exitosa a las instituciones del Estado, lograda

    por medio de operaciones de clasificaci—n, diagn—stico y reparaci—n: pedagogos,

    psiquiatras, damas de caridad, religiosos, mŽdicos, abogados. En tanto el ni–o

    debe funcionar en otros escenarios, la familia es un escenario reemplazable si los

    especialistas comprueban que funciona mal, que no puede garantizar que un ni–ose transforme en un ciudadano de bien, que lo expone, en un Òcaldo de cultivoÓ

    de la delincuencia, a todo tipo de Òpeligros y abandonos morales y materialesÓ. El

    Estado-Patronato, instancia superior de poder sobre el ni–o, puede relevar a los

    padres incompetentes o carentes, reemplaz‡ndolos por quienes saben y

    reserv‡ndose el poder.

    Este movimiento permite que el Estado ingrese al ‡mbito familiar, pone a la ni–ez

    en el espacio pœblico como problema social, pero extrae a los ni–os del escenariopœblico como sujetos concretos: los problemas de la categor’a poblacional son

    problemas a ser resueltos en el Estado, los problemas de los ni–os tienen que ser

    resueltos en su escenario natural, la familia, de modo que la deambulaci—n en la

    calle y la inclusi—n en el mercado de trabajo ser‡n dos aberraciones a ser

    rectificadas.

    Los menores como cuesti—n social y el sistema tutelar

    Desde distintas perspectivas te—ricas y pol’ticas, se asocia entonces el

    nacimiento de la minoridad, en tanto problema socio-tŽcnico, con la

    institucionalizaci—n y burocratizaci—n del Estado-naci—n, proceso que puede

    ubicarse inici‡ndose en el œltimo cuarto del siglo XIX. En la œltima dŽcada de tal

    centuria comienzan a aparecer en todo el mundo las instituciones del Estado

    para la minoridad, articuladas con disposiciones legales y cient’ficas sobre la

    mejor administraci—n de la poblaci—n. El complejo tutelar se encuentra

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    terminado hacia la dŽcada del 30 en todo el mundo occidental, con

    caracter’sticas similares en cuanto a su matriz ideol—gica.

    El ingreso de una parte de la poblaci—n infantil de diversos pa’ses del mundo

    occidental a circuitos institucionales que le son espec’ficos, adoptando lacategorizaci—n socio-psicol—gica e institucional de menores, es la forma en que

    adopta Ðpara este sector- la definici—n de la cuesti—n social y las pol’ticas

    pœblicas que el Estado desarrollar‡ para resolverla.

    La infancia fuera de norma es nombrada, a partir de ese momento hist—rico,

    como minoridad en riesgo. Integra as’ la cuesti—n social y permite el despliegue

    de dispositivos estatales para su regulaci—n y administraci—n. Se genera una

    categor’a (junto con pr‡cticas, gestiones y administraciones sobre ella) queposibilita la filiaci—n de tales ni–os al Estado. Al situarlos como grupo en peligro,

    a partir de las nociones de ÒcarenciadosÓ, ÒincapacesÓ, son definidos por lo que

    se supone que no tienen, negativamente. Estas nociones, junto con

    operaciones de omisi—n perceptiva (Riquelme, 1997), posibilitan intervenciones

    normativas tendientes a eliminar la deambulaci—n de los ni–os junto con la

    gesti—n de futuro para ellos: evitar su destino delincuencial a partir de la

    intervenci—n preventiva.Si bien no parece posible establecer consenso alrededor del surgimiento de la

    infancia como actor diferenciado,23 podemos metaforizar que los menores -tal

    como son definidos aun hoy- ÒnacenÓ en los Estados Unidos en 1899 (Platt,

    1997). Aunque exist’an previamente reglamentaciones espec’ficas en algunos

    estados respecto de la situaci—n de la infancia y juventud delincuente, se toma

    como par‡metro el Tribunal de Menores de Illinois, que otorga su matriz a toda

    la jurisprudencia tutelar, la Doctrina de la Situaci—n Irregular. Producto delmovimiento de los ÒSalvadores del Ni–oÓ, convergente con las ideas positivistas

    dominantes sobre criminolog’a,24  se plantean intervenciones preventivas que

    eviten el ÒcontagioÓ de los ni–os cuyo destino manifiesto, a causa de su origen y

    situaci—n, es el delito o la inmoralidad.

    El positivismo, de la mano de la medicina y la higiene, aporta la cientificidad

    clasificatoria que es el objetivo profil‡ctico de la Žpoca. La medicina mental y la

    psiquiatr’a infantil proveer‡n, posteriormente, elementos tŽcnicos para la

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    Ògesti—n racional de las poblacionesÓ (Castel, 1984), cuyo centro de

    administraci—n es el tribunal de menores.

    ÒEl sistema de tribunales para menores fue parte de un movimiento

    general encaminado a sustraer a los adolescentes de los procesos dederecho penal y a crear programas especiales para ni–os delincuentes,

    dependientes y abandonados. El Tribunal para Menores, Ôuno de los

    mayores avances a favor del ni–o jam‡s habidosÕ, fue considerado Ôparte

    integrante de toda la planificaci—n asistencialÕÓ (Platt, ob. cit., 37).

    De este modo se extendieron los mecanismos de control social a aquellos

    ni–os que no fueran disciplinados por los mecanismos informales de control

    desarrollados en instituciones como la escuela y la familia (o la f‡brica para losni–os mayores).

    En nuestro pa’s, la Ley Agote  (ley 10.903) introduce, en 1919, la categor’a

    peligro moral y material en la jurisprudencia, luego de un largo proceso de

    debate parlamentario. Coet‡nea de la Semana Tr‡gica, regula de hecho la vida

    de los hijos de los inmigrantes y de los criollos pobres. El ideario ochentista de

    mejoramiento social y racial a partir de la promoci—n de la inmigraci—n europea

    no preve’a que la corriente inmigratoria quedara mayoritariamente detenida junto al puerto, dejando los campos despoblados y marcando el nacimiento de

    los conventillos y, en general, de los asentamientos Òpromiscuos e indecentesÓ.

    Por su parte, las discusiones sobre la obligatoriedad de la escolaridad, dadas

    alrededor de la promulgaci—n de la ley 1.420, marcaron diferentes posiciones

    sobre la educabilidad de los ni–os. Las posturas liberales democr‡ticas

    planteaban una educabilidad universal, m‡s all‡ de las diferencias sociales.

    Dentro del espectro cat—lico y conservador se afirmaba que los ni–os pobres,

    por su Òadultizaci—nÓ no eran educables ni deb’an ser mezclados con los

    ÒalumnosÓ (postura que termin— siendo tambiŽn la de Sarmiento): ten’an que

    ser destinados a instituciones cuyo objeto fuese la reforma y correcci—n de los

    desviados (Carli, 2002). Ir—nicamente, desde ambas posiciones se colabor— en

    la configuraci—n de la minoridad : la educabilidad universal gestionada con

    pr‡cticas de homogeneizaci—n cultural y patologizaci—n de la diferencia,25 

    articulada con saberes cient’ficos sobre la normalidad de la infancia(psicopatolog’a, psiquiatr’a infantil, psicolog’a cient’fica, pediatr’a), instal— en el

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    interior de la instituci—n capital para la infancia, la escuela, una funci—n

    clasificatoria, secundaria a la propuesta universal, pero eficaz en separar la

    paja del trigoÉ26 

    Como tercera l’nea de determinaci—n, los propios movimientos obreros, enparticular los socialistas,27 abogaron por la higienizaci—n y moralizaci—n de las

    clases populares, abogando por la intervenci—n racional del Estado. El sindicato

    de canillitas, por ejemplo, fue uno de los m‡s fuertes impulsores de la

    regulaci—n y limitaci—n del trabajo infantil.

    Con estas condiciones de producci—n, la doctrina del abandono moral y

    material se transform— en la modalidad dominante de relaci—n entre la ley y

    esta subcategor’a de la infancia nominada como minoridad. Planteada estarelaci—n como universal, la categor’a  peligro moral y material , centro del

    sistema tutelar, garantizaba con su indeterminaci—n la discrecionalidad del

     juezÐpadre, sostenida extra jur’dicamente por los diagn—sticos tŽcnicos con

    respecto a la persona, su familia y su ‡mbito social.

    Por su parte, la ley 10.903 introdujo nuevos criterios sobre la patria potestad,

    que permit’a la intervenci—n del Estado en el espacio de la vida familiar,

    avanzando en la definici—n y conceptualizaci—n del paradigma del abandonomaterial o moral, o peligro moral. Ello permit’a la creaci—n de un problema

    social: la minoridad en riesgo moral y material; constru’a una poblaci—n

    afectada: los menores en riesgo; y afianzaba las estrategias para la

    intervenci—n sobre problema y poblaci—n.

    La necesidad de evitar el ingreso de ni–os y j—venes al sistema penal de

    adultos, combinada con una suposici—n de incapacidad respecto de la infancia

    y la consecuente transparencia de la representaci—n adulta de los intereses de

    los ni–os, configur— un complejo espacio en el que no estaban en juego

    derechos sino necesidades: necesidades sociales vinculadas con el orden, la

    seguridad, la importancia econ—mica de los miembros del Estado, la necesidad

    de los ni–os de ser protegidos del abandono y el vicio. De este modo, la

    protecci—n era naturalmente realizada sobre las personas y no sobre los

    derechos.

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    Sus efectos resultaron en la ausencia de garant’as de derechos de la persona

    menor de edad. No hab’a prisi—n preventiva: se trataba de un internamiento

    con fines de protecci—n y estudio; este procedimiento era un juicio (sobre la

    persona del menor de edad), pero no era un juicio (porque era una medida de

    protecci—n que se tomaba por igual con respecto a ni–os y adolescentes

    v’ctimas de delitos e infractores, pudiendo darse el caso de que un ni–o

    amparado -por abandono moral o material, por ejemplo- estuviera m‡s tiempo

    internado que un ni–o infractor, ya que no se sancionaban conductas).

    Si bien desde la perspectiva de la Doctrina de la Protecci—n Integral estas

    afirmaciones -construidas por y en el Patronato- acarreaban significaciones y

    pr‡cticas ligadas al control y a sojuzgar a las personas menores de edad,equiparando menor con incapaz y protecci—n con control, nos interesa resaltar

    que, al mismo tiempo, construyeron el problema como pœblico y de leg’tima

    intervenci—n del Estado, asumiendo que la autoridad paterna puede no ser

    leg’tima, saludable o apropiada -como m’nimo-, ser excesiva o estar ausente.

    Est‡ claro tambiŽn que tal afirmaci—n lleva una marca de clase: las familias a

    ser juzgadas son aquellas que no pod’an escapar de tal juicio, aquellas cuyos

    conflictos exced’an sus posibilidades de resoluci—n privada, cuyos miembros

    fallaban en la adaptaci—n funcional a las instituciones para la infancia y

    resultaban visibles en un espacio ÒinapropiadoÓ (la calle).

    Es necesario repetir, sin embargo, que los debates que condujeron a consolidar

    estas posiciones articularon actores y posiciones diversos. No se trat— (como

    en la mitolog’a de las instituciones actuales parece cristalizarse) de un

    homogŽneo actor olig‡rquico. Como ya mencionamos, el sindicato de canillitas,

    el Partido Socialista, la Sociedad de Pediatr’a, las y los maestras/os liberales,

    el propio Estado democr‡tico, el gobierno radical, conformaban el ala

    progresista de un debate contra la Iglesia Cat—lica y las Sociedades de

    Beneficencia, que, instaladas en formular los problemas sociales en tŽrminos

    de caridad, exclu’an al Estado de la gesti—n social e imposibilitaban el debate

    en tŽrminos pol’ticos y de derechos.

    La instituci—n del Patronato fue redefinida y modernizada por la Ley Agote,

    comenzando el camino que limitar‡ la autoridad parental y constituir‡ elproblema de la infancia como leg’timamente un problema del campo pœblico

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    (R’os, Julio y Talak, Ana, 1999; Suriano, Juan, 2000; Lobato, Mirta, 2000;

    Cowen, Pablo, ob. cit.). 

    Menores abandonados, œnicos privilegiados, ni–os psicologizados...

    La dŽcada del 30 marc— el inicio de cambios tendientes a centralizar en el

    Estado la gesti—n social, surgiendo la burocracia tŽcnica configurada por los

    profesionales del ‡rea social. Durante las dŽcadas 40 y 50 se avanz— en la

    legislaci—n Òque defini— la funci—n tutelar del Estado sobre los menoresÓ

    (Barbeito y Lo Vuolo, ob. cit., 123). Se comienza la separaci—n de la asistencia

    social de la educaci—n, restringiŽndose la Comisi—n Nacional de Ayuda Escolar,

    para ser reemplazada en sus acciones por la Direcci—n Nacional de Asistencia

    Social en 1948 y luego por la Fundaci—n de Ayuda Social en 1950 (Fundaci—nEva Per—n). El aparato institucional y edilicio heredado de la burgues’a28  es

    completado con la suma de las ciudades y hogares del pintoresquismo

    californiano preferido por el peronismo.

    En la historia m’tica del campo de la minoridad, se produce un vac’o que

    abarca las dŽcadas del 40 hasta el 70. Este espacio temporal es cubierto con el

    relato de Òlos a–os doradosÓ: un Estado que funcionaba, en un pa’s rico y

    caminando sin distracciones hacia su pleno desarrollo, que no produc’amenores: no hab’a restos de infancia... De alguna manera, parece concretarse

    la figura del œnico privilegiado  como una leg’tima y veraz representaci—n del

    ni–o.

    Sin embargo, en el an‡lisis que Carli realiza de la obra de Berni, la

    heterogeneidad de los sujetos infantiles aparece expresada en las dŽcadas del

    40 y 50 hasta la fragmentaci—n que comienza a hacerse presente claramente

    desde los sesenta. Entre ambos per’odos, lo que parece cambiar radicalmente

    es la modalidad de presencia de los adultos y los escenarios leg’timos para la

    filiaci—n de los ni–os a un orden cultural que les sea propio. Sobre esos a–os, el

    an‡lisis de la obra de Berni muestra una ciudad que es espacio pœblico de

    encuentro intergeneracional (Carli, 2001a).

    La heterogeneidad social hallaba en la calle y la escuela el espacio de inclusi—n

    que trabajaba por la homogeneizaci—n. La escuela era un espacio habitado por

    maestras y maestros que configuraban Òel segundo hogarÓ, espacio donde las

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    lecturas eran marcadas por libros tales como La raz—n de mi vida  primero, y

     Af‡n y fe  m‡s tarde. Libros que promet’an al ni–o un futuro construido con

    valores un’vocos de los que los adultos pretend’an ser ejemplo. Los adultos

    parec’an acoger a un ni–o en formaci—n, eran as’ responsables por su presente

    y su futuro.

    En los 60, los cambios demogr‡ficos, familiares y de clima cultural y pol’tico

    comienzan una renovaci—n de las relaciones de los adultos con los ni–os (Carli,

    ib’d.).

    Desde nuestra perspectiva, Žstas dejaron de estar marcadas por la moral para

    ser estructuradas desde el psicoan‡lisis o de la pedagog’a influida por la

    psicolog’a. Estos adultos encontraban un ni–o cifrado, enigm‡tico, al que nocab’a m‡s enfrentar con rigideces disciplinarias, al que hab’a que comprender en

    sus motivaciones y conflictos. El ni–o ser’a una superficie opaca que, si antes era

    tabula rasa, en esta dŽcada comenz— a ser una inc—gnita, con motivaciones e

    intenciones propias. A su vez, el adulto era entonces un sujeto en transici—n. Ya

    porque apostara a un futuro revolucionado, ya porque la convulsi—n social le

    pareciera un escenario perturbador, nuevos saberes y nuevos poderes

    comenzaron a discurrir respecto de la paternidad y la maternidad. El giro intimistalogrado por el psicoan‡lisis retornaba sobre la familia desacraliz‡ndola, pero

    otorgando un nuevo lugar a los padres respecto de la salud de sus hijos. No se

    trataba ya del mismo tipo de intervenci—n que realizara la higiene del centenario,

    que proteg’a un bien colectivo y pœblico, sino un susurro privado que era

    enunciado para proteger a un sujeto con interioridad y espesura. La incertidumbre

    sobre la nueva familiaridad que intranquilizaba las formas de ser hombres y

    mujeres y, en particular, de ser padres, llev— a estrategias reformadoras de las

    pedagog’as privadas (familiares, la ÒEscuela para padresÓ, por ejemplo) y

    pœblicas (escolares).

    En los gobiernos dictatoriales de esta dŽcada fueron reemplazadas las

    denominaciones institucionales y program‡ticas Òde menoresÓ para pasar a ser

    Òde menores y familiaÓ. Este deslizamiento se acompa–— de debates relativos a

    la institucionalizaci—n y sus consecuencias, a la educabilidad durante la

    institucionalizaci—n, y a la necesidad de reintegraci—n familiar de los menores.El Estudio del ni–o y el adolescente institucionalizado, de 1967, y el Congreso

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    del Menor Abandonado, de 1969, fueron ejemplos del giro intimista promovido

    por la psicolog’a, la medicina y la pedagog’a, al indagar por las formas

    familiares del abandono y del maltrato. As’ surgi— el RŽgimen de Familia

    Sustituta para diferenciar a ni–os Òcon graves problemasÓ de aquellos que no

    los tuvieran (Dubaniewicz, 1997).

    En 1973 se public— la Pol’tica Nacional del Menor y la Familia, y en 1974 se

    realiz— el Primer Encuentro Nacional de la Familia, cuyas conclusiones se

    centraron en la utilizaci—n de tratamientos que no implicaran internaci—n y en el

    desarrollo de estrategias de prevenci—n (Dubaniewicz, ob. cit.). Durante la

    œltima dictadura, se desarrollaron estrategias innovadoras de tratamiento:

    Registro General de Menores, Orientaci—n Familiar, becas para internamientoen instituciones privadas, Hogares de pre-egreso con subsidios, Peque–os

    Hogares, becas de estudio e ingreso a los institutos militares (Dubaniewicz, ob.

    cit.).

    La dictadura inaugur— tambiŽn una modalidad perversa, en la que el fuerte

    reingreso del modelo polic’aco con la ley 22.278 (sumada a las leyes 14.394 y

    10.903) se combinaba con las instituciones totales no ya para estigmatizar, sino

    para renegar identidades, articulando la Doctrina de la Situaci—n Irregular, en laque se produce un deslizamiento, que agrega a la idea de menor abandonado

    propia del paradigma anterior, la concepci—n de  poblaci—n de riesgo. Ni–os

    villeros y ni–os de opositores pol’ticos (recordemos que, hace pocos a–os,

    Abuelas recuperaron la identidad de un adolescente que hab’a pasado su

    infancia en tales institutos).29 Ni–os que habitan una calle que deja de ser espacio

    de encuentro y socializaci—n para comenzar un tr‡nsito que va desde el terror (la

    Polic’a de la Minoridad, el Cuerpo de Vigilancia Juvenil, las razzias callejeras) y la

    prohibici—n del encuentro y la cultura pœblica (prohibici—n de las murgas y

    derogaci—n del feriado de carnaval) hasta la privatizaci—n que marca la

    fragmentaci—n social de los 90.

    El Estado dictatorial transform— en resto, en exceso sintom‡tico Ðes decir,

    ’ndice y sustituci—n del conflicto- a aquellos ni–os que por su mera existencia

    plantean la no-universalidad del proyecto totalitario, jaquean su hegemon’a.30 

    Con este movimiento de renegaci—n el Estado expulsaba, a la manera deresiduo, a todo un sector de la infancia de las posibilidades de filiaci—n cultural.

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    A partir de la recuperaci—n democr‡tica, la problem‡tica de ni–os y ni–as en

    situaci—n de calle ingres— como tal al ‡mbito de actividades de la Secretar’a de

    Desarrollo Humano y Familia. Se comenz— a asociar la problem‡tica del

    abandono con el incumplimiento de derechos (Dubaniewicz, ob. cit.; APDH,

    1986), en consonancia con la incipiente repercusi—n, sobre todo en la sociedad

    civil, de los debates alrededor de la redacci—n de la CDN desde 1979 y del

    papel que en Žl ten’a el movimiento de Derechos Humanos argentino.

    Durante los ochenta y noventa proliferaron los encuentros tŽcnico-pol’ticos para

    debatir pol’ticas para la infancia (escolares, asistenciales, penales) y las

    posiciones acordes con la Doctrina de Protecci—n Integral plasmada en la CDN

    propiciaban, como formulaci—n pol’tica, un cambio de concepci—n que se pens—radical con respecto a los paradigmas anteriores. La juridicidad de este

    instrumento regula las relaciones entre ‡mbitos y realiza prescripciones sobre

    las instituciones sociales no judiciales. Es decir, las instituciones que asisten a

    poblaci—n infantiles-juvenil est‡n regidas por tal instrumento jur’dico, con

    car‡cter constitucional. En lo jur’dico, se afirm— la necesidad de garant’as

    procesales contra la discrecionalidad del rŽgimen anterior, de internamiento

    coercitivo.32 Se hizo eje en la titularidad de derechos de ciudadan’a para ni–os,

    ni–as y adolescentes, los que dejaron de ser considerados ÒmenoresÓ en el

    mismo sentido en que esta denominaci—n adoptaba para el sistema tutelar, y se

    instal— el superior interŽs del ni–o como objetivo y l’mite de toda intervenci—n.

    Asimismo, desde las posiciones defensoras de los derechos de los ni–os se

    comenz— a afirmar que las instituciones que trabajan de forma alternativa eran

    m‡s eficaces que las tradicionales (APDH, ob. cit.).33 La dŽcada del 80 parece

    marcada, en los debates respecto de los derechos de la infancia, por el

    problema de la criminalizaci—n de la pobreza mediante el reinado de las

    acciones policiales. As’, aparecen, como actores en oposici—n: en primer lugar

    la polic’a, en segundo la justicia penal, en tercero el sistema institucional-total.

    La incipiente lucha ideol—gica de quienes instalaban el problema de los

    derechos humanos de los ni–os se centraba en Òcambiar el lenguaje

    epistemol—gicoÓ (Conclusiones del I Seminario Latinoamericano de DDHH del

    ni–o y del menor , 1987), para extraer el problema de la minoridad del campo jur’dico.

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    A inicios de los ochenta, la matriz que moldeaba las acciones respecto de las

    ni–as y ni–os en situaci—n de calle se encontraba en la educaci—n popular y la

    pedagog’a de la liberaci—n, herencia del trabajo de base de los setenta. El

    trabajo se realizaba en el espacio callejero, intentando b‡sicamente suplir a la

    escuela. Estas pr‡cticas, desarrolladas desde la sociedad civil, fueron

    inicialmente incorporadas por las instituciones del Estado,34  y luego

    abandonadas y cuestionadas como ineficaces. Si bien no hemos profundizado

    en la indagaci—n de estos cambios (los que son relatados por los pocos actores

    institucionales que los conocen como parte de una suerte de Žpica

    institucional), quisiŽramos hacer algunos se–alamientos y formular algunas

    hip—tesis al respecto. Estas pr‡cticas estaban ligadas a una posici—n pol’tica

    transformadora que part’a de cuestionar la posici—n del Estado y de criticar los

    dispositivos de poder-saber. Su incorporaci—n a instituciones estatales en el

    marco de la despolitizaci—n de la sociedad civil y de una serie de procesos

    disciplinares (psicologizaci—n, judicializaci—n y patologizaci—n de los problemas

    sociales) inclu’a con tensiones un conflicto en la propia definici—n de los

    objetivos institucionales y los problemas para los que eran formuladas.

    Los noventa: sujetos de derechos y desujetaci—n estatal

    En 1990, la Secretar’a de Desarrollo Humano y Familia fue reemplazada por el

    Consejo Nacional del Menor y la Familia, dependiente del Ministerio de Salud y

    Acci—n Social, cuyo objetivo era Òdesburocratizar la asistencia a Menores,

    Discapacitados y Ancianidad Ó garantizando su promoci—n integral. Se cre—

    como programa espec’fico el ÒPrograma Chicos de la CalleÓ, que integr— a

    operadores de calle que trabajaban de forma espont‡nea, voluntaria o comoparte de organizaciones de la sociedad civil desde la recuperaci—n

    democr‡tica. Si bien el objetivo de la instituci—n era formalmente m‡s amplio,

    en 1993 se constataba la concentraci—n de los recursos institucionales en la

    asistencia a la poblaci—n infantil, restringida a su vez a la poblaci—n

    institucionalizada (Pronatas, 1993, 9). 

    A fines de la dŽcada, esta instituci—n, que en sus declaraciones fundacionales

    se enmarca en la protecci—n de los derechos de la infancia y deriva sunecesidad de la CDN, era vista como transfiguraci—n del Patronato de la

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    Infancia por los trabajadores propios y de instituciones creadas con

    posterioridad en la jurisdicci—n de la ciudad de Buenos Aires.

    Durante los 90 se intensifica el debate con respecto a las pol’ticas para la

    infancia, en particular las educativas y las de minoridad. El agravamiento y elaumento del problema de ni–os, ni–as y adolescentes en situaci—n de calle son

    los temas que concentran el dramatismo y la urgencia de las proposiciones.

    Son tambiŽn el espacio prioritario Ðjunto con el de los conflictos penales- de

    inclusi—n activa de la CDN. ƒsta es entendida como el eje vertebrador de

    discursos y pr‡cticas de ampliaci—n de ciudadan’a, respetuosos de los

    derechos de los ni–os, que eran vulnerados o violados por el sistema tutelar.

    Las agencias internacionales promotoras de la transformaci—n sosten’an dosejes discursivos para priorizar a la infancia: el rŽdito en tŽrminos de desarrollo

    nacional que es posibilitado por la inversi—n temprana en capital humano

    (CEPAL, 1996), y la necesidad de construir ciudadanos desde la infancia,

    restringiendo as’ la arbitrariedad a la que los sujetos m‡s desprotegidos

    estaban expuestos (UNICEF, 1997). Si bien el primer argumento ha sido usado

    para justificar al segundo (y a todos los argumentos en favor de la inversi—n en

    la infancia), ambos ser’an incompatibles, en la medida en que el primero secentra en la objetivaci—n de sujetos individuales y colectivos. Supone una

    aceptaci—n impl’cita de los tŽrminos del mercado para valorar lo que se

    pretende que sean pol’ticas de regulaci—n de los intercambios en tal mercado.

    Sin embargo, si se entendiera a la ciudadan’a como un atributo de sujetos

    individuales (sujetos constituidos en un espacio neutral y cuyas relaciones son

    tambiŽn individuales), sin una consideraci—n por las desigualdades y la

    aspiraci—n a la universalidad, podr’a tratarse de afirmaciones compatibles...

    Este escenario plante—, a primera vista, dos posiciones antag—nicas y

    claramente polarizadas: quienes se posicionaban defendiendo la continuidad

    del modelo punitivo, en funci—n de la peligrosidad social, la necesidad de tutela,

    la inadecuaci—n de las familias, etc., y quienes, por el contrario, defend’an la

    condici—n del Òni–o sujeto de derechosÓ propiciada por la CDN y, por lo mismo,

    planteaban una reformulaci—n o abolici—n de las pol’ticas tutelares en la nueva

    direcci—n.

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    Heterogeneidad, fragmentaci—n y destino

    Tanto en tŽrminos de bienes culturales como de bienes materiales, la relaci—n

    del Estado y del mundo adulto con la poblaci—n infantil parece dibujarse como

    una relaci—n de des-acogida, de no bienvenida.

    La mera posibilidad de formular esta hip—tesis permite abrir un serio

    cuestionamiento a las pol’ticas pœblicas, a las instituciones para la infancia, al

    lugar que nuestra sociedad les otorga a los nuevos, parafraseando a Arendt.

    Ese lugar parece estar marcado por una anticipaci—n de destino, una negativa

    al acogimiento, a la ampliaci—n de ciudadan’a, a la mirada hacia los ni–os como

    semejantes.

    Es este drama social y subjetivo al que las instituciones y los trabajadores

    responden, requiriendo de un contexto de sostŽn para no ser objeto de una

    paralizante angustia o de estrategias defensivas omnipotentes o negadoras,

    frente a su posibilidad.

    Segœn Castoriadis, Òel nivel de lo enunciable que una teor’a despliega ser‡ la

    transacci—n, el compromiso discursivo, pero tambiŽn institucional Ð hist—rico de

    sus visibilidades y sus invisibilidades, de aquello que es posible pensar y de

    sus impensables, de sus objetos afirmados y sus objetos denegadosÓ (1997,

    272/3). En este sentido, ÀquŽ deniegan las instituciones respecto de ni–os,

    ni–as y adolescentes? ÀQuŽ funci—n tiene lo enunciable sobre la poblaci—n?

    ÀEs posible que, al construir a los ni–os como objeto de sus pr‡cticas, las

    instituciones eludan aquello de los ni–os que cuestiona radicalmente a la

    misma instituci—n?

    ÀC—mo es posible, en situaciones de dramatismo social como las enfrentadas,

    generar posibilidades de ciudadan’a para sectores tan vulnerables como ni–os

    y adolescentes? Desaf’o al que se enfrentan las instituciones, sumado al de

    producir un cambio en las formas de relaci—n del Estado con los ni–os y

    adolescentes pobres, en la encrucijada entre protecci—n y tutela.

    Creemos interesante se–alar que la relaci—n del Estado con la infancia parece

    ser, cada vez, la relaci—n con un actor que representa otra cosa: un peligro para

    la salubridad, el futuro de la naci—n, la modernidad, el delincuente adulto o el

    revolucionario adulto, el futuro devastado... Las operaciones de representaci—n

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    del supuesto interŽs del ni–o adoptan el lenguaje del amor, la indefensi—n, la

    leg’tima necesidad de cuidados y conmiseraci—n, para hablar, incluso con voz

    pretendida de ni–o, de intereses que marcan una tensi—n, un cambio del papel del

    Estado en su relaci—n con la sociedad. Es probable que la homogeneizaci—n bajo

    la categor’a infancia de existencias heterogŽneas tensione un campo de

    problemas. TambiŽn es probable que ÒinfanciaÓ sea una superficie en la que se

    reflejen ideales y proyectos en lucha.

    Una s’ntesis del proceso de redacci—n y suscripci—n de la CDN

    Es interesante plantear someramente la cronolog’a de debates que cuajan,

    hacia la dŽcada del 80, en un discurso sobre los derechos de ni–os, ni–as yadolescentes institucionalizado internacionalmente y con eficacia regulatoria en

    las pol’ticas nacionales.

    La alianza ÒSave the ChildrenÓ, creada en 1920 con sede en Ginebra, fue

    responsable de la iniciativa que culmin— con la Declaraci—n de Ginebra sobre

    los derechos del ni–o, adoptada por la Liga de las Naciones en 1924. Otra

    organizaci—n no gubernamental, la Oficina Internacional Cat—lica de la Infancia,

    cuyas actividades se iniciaron en 1948, jug— un papel central en la propuestapara celebrar el A–o Internacional del Ni–o en 1979, evento precursor de la

    iniciativa para formular la Convenci—n sobre los Derechos del Ni–o.

    La reorientaci—n de las actividades de UNICEF, que hacia 1953 concluye sus

    labores de apoyo a la reconstrucci—n europea, desplaza la mayor parte de sus

    programas a los pa’ses en desarrollo, en especial las ex-colonias de çfrica y

    Asia. La Declaraci—n de los Derechos del Ni–o de 1959, por ejemplo, enfatiza la

    protecci—n especial y la atenci—n prioritaria que los adultos deben prestar a los

    ni–os en las ‡reas de supervivencia y desarrollo. Durante los a–os ochenta se

    realiza una variedad de conferencias, seminarios, reuniones de expertos y

    consultas con autoridades que culminan en diversas recomendaciones, entre

    las que se encuentran algunos de los gŽrmenes normativos que la CDN

    recoge, organiza e incorpora en su articulado.

    En conmemoraci—n del vigŽsimo aniversario de la Declaraci—n de los Derechos

    del Ni–o de 1959, las Naciones Unidas design— 1979 como el A–o Internacional

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    del Ni–o, para cuya celebraci—n program— numerosas actividades preparatorias

    en colaboraci—n con los Estados miembros y diversas organizaciones no-

    gubernamentales. En este contexto, en 1978, el gobierno de Polonia present—,

    ante la Comisi—n de Derechos Humanos de la ONU, la iniciativa de incorporar a

    los instrumentos internacionales de derechos humanos una Convenci—n sobre

    los Derechos del Ni–o, la cual representar’a, por su car‡cter vinculante, un

    claro avance con relaci—n a la Declaraci—n de 1959. El proyecto presentado por

    Polonia b‡sicamente repet’a el contenido sustantivo del documento de 1959, al

    que agregaba un mecanismo de implementaci—n. Dado que el texto propuesto

    por Polonia no encontr— el respaldo requerido, se decidi— establecer un Grupo

    de Trabajo abierto en el marco de la Comisi—n de Derechos Humanos, al que

    se le encomend— la tarea de redactar una Convenci—n a partir de un segundo

    borrador preparado por Polonia sobre la base de las respuestas de los

    gobiernos a una consulta realizada por la Secretar’a General de la ONU. El

    Grupo sesion— anualmente a partir de 1979, finalizando su labor en marzo de

    1988. Durante esos a–os, etapa conocida como la Òprimera lecturaÓ, los pa’ses

    miembros y observadores del Grupo de Trabajo negociaron el contenido de los

    art’culos de la futura Convenci—n, cuya redacci—n era aprobada por consenso.

    Entre noviembre y diciembre de 1988 se procedi— a la Òsegunda lecturaÓ del

    texto completo del proyecto de Convenci—n. El texto final adoptado por el

    Grupo de Trabajo fue presentado a la Comisi—n de Derechos Humanos para su

    aprobaci—n, la que posteriormente lo someti— a la consideraci—n del Consejo

    Econ—mico y Social (ECOSOC) y Žste a la Asamblea General de la ONU. El

    tr‡mite finaliz— el 20 de noviembre de 1989, fecha en la que la Asamblea

    General aprob— por unanimidad la Convenci—n sobre los Derechos del Ni–o, la

    cual entr— en vigencia el 2 de septiembre de 1990 (CRIN, 2004).

    El inicio de los debates en el marco de la Guerra Fr’a hace parte a la disputa

    ideol—gica entre Este y Oeste, de la cual los derechos humanos eran un

    instrumento y la ONU el escenario privilegiado. En esencia, los pa’ses

    pertenecientes al bloque soviŽtico defend’an la primac’a de los derechos

    econ—micos y sociales, mientras que ciertos pa’ses occidentales,

    particularmente los Estados Unidos, s—lo reconoc’an como derechos humanos

    leg’timos a los de car‡cter civil y pol’tico. Las negociaciones en torno a la futura

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    Convenci—n sobre los Derechos del Ni–o avanzaron lentamente debido a esto.

    Durante los procesos de ratificaci—n e implementaci—n, a fin de evitar las

    connotaciones pol’ticas que adquiri— la divisi—n de los derechos humanos

    durante la Guerra Fr’a, se opt— por obviar la distinci—n cl‡sica en favor de una

    nomenclatura que agrupara los derechos consagrados en la Convenci—n en

    derechos de participaci—n, provisi—n y protecci—n.

    En respuesta al predominio de los derechos sociales en el borrador original

    presentado por Polonia, los Estados Unidos propusieron la incorporaci—n de la

    mayor’a de los art’culos referidos a los derechos civiles y pol’ticos de los ni–os:

    Para Pilotti (2001) el texto de la CDN expresa Òel hito m‡s importante del proceso

    de globalizaci—n del ideal occidental referido a la posici—n del ni–o en la sociedad

    contempor‡neaÓ. Al mismo tiempo, implica la universalizaci—n Ðal menos

    instrumental- de los derechos humanos de ni–os, ni–as y adolescentes. La

    situaci—n de la infancia en nuestro pa’s en particular, pero en toda LatinoamŽrica,

    abre a cuestionar la eficacia material de tal universalizaci—n de derechos. Se

    trata, sin embargo, del instrumento de derechos humanos m‡s y m‡s

    r‡pidamente ratificado por los pa’ses del mundo, con la excepci—n de los Estados

    Unidos y Somal’a.38

     Sin embargo, nos parece posible preguntar: Àes realmente tan clara la escisi—n

    de las pol’ticas para la infancia en dos posiciones antag—nicas? ÀConstituyen

    realmente dos campos discursivos diferenciados, tal como pretenden o aspiran

    los actores institucionales? ÀHay ruptura o continuidad en los sentidos que

    construyen ambos Ðsupuestos- polos? ÀQuŽ pr‡cticas son generadas por

    estas posiciones?

    Es interesante arriesgar, como clave de lectura, que dos de los conflictos

    centrales acarreados por la modalidad de inclusi—n de la CDN en el campo de

    las pol’ticas pœblicas ser’an: a) la fragmentaci—n del campo en luchas por la

    representaci—n del bien del ni–o, marcadas por posiciones antag—nicas

    totalizadas que no permiten el conflicto pol’tico, sino m‡s bien la disputa de

    poder personal; b) la mitificaci—n del campo, en tanto no se elimina la historia,

    pero se la trasmuta en un relato Žpico con hŽroes y villanos.

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    Por otra parte, otra dimensi—n de conflicto parece ser inherente a las

    transformaciones del campo. Al consignar a un sujeto social como titular de

    derechos de ciudadan’a y, m‡s ampliamente, de derechos humanos, se

    constituye al Estado como garante de su satisfacci—n: es un problema de su

    competencia. La CDN, sin embargo, aporta, junto con esta dimensi—n, una

    salvedad presupuestaria: los Estados garantizan hasta donde pueden y las

    organizaciones no gubernamentales y la cooperaci—n internacional tienen su

    parte. Es posible proponer, en una suerte de hip—tesis contraf‡ctica, que, de

    haber sido desarrollados estos conflictos en toda su extensi—n, hubieran

    probablemente conducido a una repolitizaci—n de los debates y de las

    posiciones de los actores y a un cuestionamiento radical de la existencia misma

    de estas instituciones como parte del Estado, tal vez incluso evitando la

    dispersi—n y proliferaci—n de propuestas de ’ndole rehabilitatoria que abundan

    en la sociedad civil, transformada en tercer sector...39 

    La CDN ha sido redactada y suscripta en un contexto de privatizaci—n de las

    pol’ticas sociales y de desmantelamiento del Estado de bienestar. Se

    confeccion— como instrumento para instituir y regular los derechos de

    ciudadan’a de un grupo social Ðla infancia y adolescencia- que carec’a hasta

    entonces (plenamente) de ellos, en el mismo momento hist—rico en que el

    Estado que deb’a garantizarlos y satisfacerlos era desmantelado. De esta

    manera se instituy— y legaliz—, por a–adidura, el campo para la gesti—n privada

    de estos derechos traducidos en problemas.40 

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    4. LAS INSTITUCIONES PARA LA INFANCIA

    Varias de las instituciones que regula directamente la CDN fueron originadas o

    transformadas a principio de siglo, a partir de la implementaci—n de la ley

    10.903 (Institutos Rocca, San Mart’n, Agote, etc.).

    El cambio y la transformaci—n de las concepciones sobre la infancia, sus

    necesidades y problemas, y las mejores formas de abordarlos no

    necesariamente entonces acompa–an a los cuestionamientos tŽcnicos ni a las

    reformas jur’dicas. El cambio normativo no se sigue forzosamente detransformaciones institucionales. Ni es inevitable que las y los trabajadores

    acuerden ’ntegramente con las nuevas concepciones jur’dico-psicol—gicas

    sobre los ni–os, ni–as y adolescentes.

    Las instituciones existen socialmente como sistemas simb—licos sancionados.

    Consisten en ligar unos significados a determinados s’mbolos y hacerlos valer

    como tales. La implicaci—n real o l—gica entre las reglas instituidas y las

    funcionales no viene dada de una vez y para siempre, y no es autom‡ticamentehomogŽnea a la l—gica simb—lica del sistema.

    Por el contrario, las relaciones entre racionalidad institucional y funcionalidad

    sistŽmica, entre las organizaciones o los sistemas simb—licos y las funciones

    sociales que les son asignadas, pueden ser de ayuda (es decir, la instituci—n

    cumple y mantiene la funci—n asignada, por ejemplo el caso de la escuela

    argentina hasta no hace demasiado tiempo), de adversi—n  (es decir, la

    instituci—n es, en sus objetivos y acciones, opuesta a la funci—n social

    adscripta, oposici—n tanto directa -que supone el derrumbe institucional- como

    acumulativa -en donde el conflicto aparece m‡s tarde-) o, por œltimo, de

    indiferencia (Castoriadis, 1993).

    De modo que la relaci—n entre el campo institucional y la transformaci—n de su

    marco jur’dico devendr‡ en alguna de estas relaciones. Nuestra hip—tesis es

    que se han dado relaciones de adversi—n en las que el conflicto ha sido

    tramitado parcialmente mediante su distribuci—n entre usuarios externos e

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    internos, acumul‡ndose un resto como cuestionamiento en el espacio pœblico

    de la funci—n de la totalidad de las instituciones para la infancia. Paralelamente,

    la inclusi—n de estas instituciones en el aparato pol’tico ha permitido una

    relaci—n de indiferencia que posibilita la ausencia de pedido de cuentas por sus

    magros resultados positivos.

    En las instituciones se objetivan sentidos que son luego individualizados.

    Demarcan lo decible y lo pensable para cada situaci—n social y para los actores

    involucrados y constituidos por ellas. En este sentido, las instituciones

    estructuran y son determinadas por un campo de discursividad, actualizado

    mediante las estrategias discursivas desarrolladas por los actores. El an‡lisis

    de los discursos, en su relaci—n con los sentidos que aparecen como dados,permite poner en el centro de la pr‡ctica institucional a los impensados

    generados en una din‡mica de diferenciaci—n y de poder.

    Es decir, los efectos y resultados producidos en la cotidianidad de las

    instituciones para la infancia dependen tanto de los procesos singulares dados

    en su interioridad como de las relaciones establecidas entre la instituci—n

    concreta, habitada, y la instituci—n simb—lica, y entre ambas y la l—gica del

    sistema. As’, las pol’ticas pœblicas determinan el exterior constitutivo de los

    arreglos institucionales,41  por lo que es necesario reflexionar sobre estas

    relaciones al analizar las pr‡cticas institucionales. La funci—n clasificatoria y

    productora de un resto de las instituciones para la infancia aparece con todo su

    dramatismo (Ào debiŽramos decir tragedia?) en la fuerte asociaci—n entre

    fracaso escolar y pobreza e indigencia.42 La ubicaci—n de Žstas en un contexto

    en el que las pol’ticas de distribuci—n y reconocimiento producen modalidades

    de vulnerabilidad y exclusi—n social, desnudar’a una imbricaci—n entre

    producci—n de ciudadan’a y de Òno-ciudadan’aÓ.

    En la cotidianidad institucional se materializan los procesos que determinar‡n

    destinos sociales, recorridos pre-asignados al Žxito o al fracaso, actualizados

    en cuerpos y praxis provocadas por la instituci—n.

    Son tambiŽn, modalidades de implementaci—n de pol’ticas sociales. Un aspecto

    relevante de las pol’ticas sociales implementadas es su participaci—n en la

    reproducci—n de la estructura social en tanto Òred especial de micropoderes, pormedio de la construcci—n de campos disciplinares, instituciones prestadoras de

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    servicios, un cuerpo de tŽcnicos calificados y un conjunto de pr‡cticas

    normalizadorasÓ (Fleury, 1997).43  El centro de la concepci—n de las pol’ticas

    sociales est‡ configurado por la ciudadan’a, modalidad de relaci—n entre el

    Estado y los miembros. Como parte del ÒrŽgimen de verdadÓ (Foucault, 1979) de

    cada sociedad, la ciudadan’a, a partir de conjugar derechos y deberes, se

    constituye en un dispositivo de verdad sobre el que se fundamenta el poder.

    Al develarse que la universalidad de la ciudadan’a no es un punto de partida en

    sociedades desiguales e inequitativas, heterogŽneas en su interior, sino que

    implica una activa pol’tica de redistribuci—n del poder y del saber, es necesario

    pensar una modalidad de pol’ticas sociales que recuperen una idea de justicia

    asociada a la equidad: el reconocimiento de las singularidades, diversidades,desigualdades presentes en un momento determinado en una sociedad

    particular, para poder construir ciudadan’a desde ese reconocimiento.

    ÀSon las pr‡cticas institucionales adecuadas a esta exigencia de

    reconocimiento?

    Se trabaja la noci—n de ciudadan’a como un concepto de ’ndole psicosocial,

    complejo, que abarca: un estatuto jur’dico que implica la titularidad de derechos

    sociales, civiles y pol’ticos, cuya ampliaci—n a grupos espec’ficos se da encontextos hist—ricos de luchas sociales; una modalidad de integraci—n social

    particular a las sociedades democr‡ticas, con caracter’sticas te—rica y

     jur’dicamente equitativas; y, por œltimo, un posicionamiento subjetivo construido

    en interacciones sociales, que implica tanto una cierta responsabilidad social y

    subjetiva por los propios actos, como un auto-reconocimiento de la titularidad

    de derechos, con la consiguiente posibilidad de demanda o interpelaci—n a y de

    otros actores, es decir, una cierta posibilidad de uso del poder. Si bien laparticipaci—n y la autonom’a son centrales al concepto en casi todos los

    desarrollos te—ricos, nos ubicamos en un registro hist—rico que concibe las

    ampliaciones de derechos como logros colectivos, as’ como la autonom’a no

    relativa a individuos aut—nomos sino interdependientes, alej‡ndonos de la idea

    de individuo aut—nomo y racional como precondici—n para la ciudadan’a (Di

    Marco, 2004; Devine, 2002).

    En los supuestos, argumentos, criterios de clasificaci—n, demarcaci—n yregistro, valoraciones y estrategias, impl’citos en la forma en que las

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    instituciones Ðy los y las trabajadores/as- interpretan y definen los problemas

    para los cuales operan, se concretan las formulaciones pol’ticas y se expresan

    los sentidos sobre la infancia y sobre ni–as y ni–os.

    Se presentan, en este cap’tulo, datos que han sido producidos mediante larevisi—n de documentaci—n institucional, mediante preguntas incluidas en la

    encuesta administrada a los trabajadores y mediante entrevistas y observaci—n

    participante.

    El contexto (y el texto) institucional

    El Hogar de Tr‡nsito (que nombraremos ÒHogarÓ)  fue creado en 1998 a partir

    de diagnosticar que algunos chicos no est‡n ÒlistosÓ para sostener tanto el

    regreso a su hogar como la vida en un peque–o hogar, o bien necesitan algœn

    tratamiento mŽdico prolongado, con cuidados especiales (por ejemplo, guardar

    cama), o necesitan ser protegidos de la calle, si bien no han manifestado

    querer alguna derivaci—n definitiva. La primera variante se sostiene en la

    hip—tesis de que muchos fracasos (ni–os/as o adolescentes que regresan a la

    calle) son explicados por la dificultad que supone para los chicos la apropiaci—n

    de una cotidianidad diversa de la de la calle, as’ como la poca estabilidad del

    deseo de cambio de situaci—n: Òel chico no lo puede sostenerÓ, se suele

    comentar. La oferta, entonces, de esta instituci—n, ser‡ un espacio transitorio

    de reconstrucci—n de una cotidianidad hogare–a que permita al chico

    estabilidad en su regreso al hogar familiar o la derivaci—n a otra instituci—n.

    Ligado al paradigma de la normalizaci—n (Casas, ob. cit.), trabajar‡ en la

    provisi—n de un entorno ambiental y unas din‡micas cotidianas que

    ÒrepresentenÓ un hogar. Los ni–os, ni–as y adolescentes, derivados por otras

    instituciones estatales, algunas Defensor’as de Ni–os y Adolescentes o un

    Programa m—vil, viven durante 30 d’as, aproximadamente, en una casa en

    donde los trabajadores conviven con ellos y tratan de reconstruir una

    cotidianidad normada y reglada, similar a la de un hogar familiar. Desde su

    apertura en noviembre de 1998,44  la oferta se diversific—, incluyendo diversos

    talleres, apoyo escolar, recreaci—n, y algunos aspectos de asistencia jur’dica,

    en combinaci—n con las Defensor’as de Derechos de Ni–as, Ni–os yAdolescentes del GCBA.

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    La instituci—n ÒCentro de D’aÓ   reformula su oferta a partir de los problemas

    encontrados en el trabajo de operador de calle con el que se iniciaron,

    transform‡ndose en 1992 en un centro de d’a al que se concurre

    voluntariamente entre las 9 de la ma–ana y las 5 de la tarde, de lunes a

    viernes. Su oferta incluye talleres, finalizaci—n de la escolaridad primaria en el

    interior de la instituci—n para aquellos ni–os que hayan estado escolarizados

    previamente, aseo y comida, gesti—n de DNI, etcŽtera. El objetivo es dificultar la

    permanencia del ni–o o ni–a en la calle, logrando que Žl mismo solicite su

    derivaci—n (ya sea al hogar familiar como a algœn peque–o hogar, si el retorno

    al primero es evaluado como imposible o no es deseado por el ni–o) y

    garantizar el cumplimiento de derechos (p.e., derecho a la identidad mediante

    la tramitaci—n del DNI), al mismo tiempo que interrumpir el desarrollo de

    conductas tales como consumo de drogas y hurtos (mediante un sistema de

    reglas para el ingreso y permanencia). De este modo, se estructura con rutinas

    y din‡micas relacionadas con las escolares.

    El programa de dependencia nacional (que denominaremos ÒProgramaÓ ) fue

    gestado sobre el supuesto del acto delictivo como s’ntoma de algœn

    padecimiento o patolog’a psicol—gica de quien lo comete. Desde esa

    perspectiva, es una medida curativa que no excluye el posterior internamiento

    punitivo de ni–os, ni–as o adolescentes. Se basa en una propuesta asistencial

    llevada a cabo por psic—logos/as, en forma ambulatoria, bajo la responsabilidad

    œltima del juzgado actuante. Su desarrollo depende de que la familia del ni–o

    sea evaluada como continente por los trabajadores del programa y el personal

    tŽcnico del juzgado. Desde la perspectiva de sus actores, se trata (o al menos

    se trat— en un principio) de un programa revolucionario y disruptivo dentro de la

    configuraci—n general de la instituci—n, centrada en el internamiento en

    instituciones totales o en comunidades terapŽuticas.

    Las acciones desarrolladas por las instituciones son expresi—n y traducci—n de

    las pol’ticas pœblicas. Ni son directa expresi—n de la pol’tica, ni son mera

    interpretaci—n de actores arbitrarios. Sin embargo, algunas acciones pueden

    ser ubicadas como teniendo mayor peso en el sentido de las pol’ticas. La

    importancia de los recursos asignados al seguimiento por parte del Estado de

    ni–os, ni–as y adolescentes puede ser pensada como un analizador de las

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    estrategias a lo largo del tiempo. Permite preguntar por el tipo de

    responsabilidad que asume el Estado sobre los ni–os, ni–as y adolescentes:

    Àse limita a reencontrarlos como adultos en otros programas sociales, sin

    poder reconocerlos como aquellos viejos conocidos?

    El malestar en las instituciones

    ÒTe est‡s exponiendo, Ày vos c—mo qued‡s?Ó

    El clima emocional transmitido en las entrevistas a trabajadores y a informantes

    clave46  puede ser caracterizado como desilusionado. Los trabajadores

    vivencian su trabajo cotidiano con incertidumbre y pesimismo, encontrando o

    recordando pocos momentos de satisfacci—n plena, no balanceada por la

    limitaci—n del logro.

    Es entonces interesante retomar la l’nea de sufrimiento subjetivo47 que supone

    la contradicci—n de trabajar para promover los derechos de ciudadan’a de la

    poblaci—n en un contexto institucional que es vivenciado