LLobet Valeria (2010). Fabricas de Ninoso Las Instituciones en La Era de Los Derechos (2)
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8/19/2019 LLobet Valeria (2010). Fabricas de Ninoso Las Instituciones en La Era de Los Derechos (2)
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Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico (Buenos Aires).
¿Fábricas de niños? Las
instituciones en la era de los
derechos.
LLobet Valeria.
Cita: LLobet Valeria (2010). ¿Fábricas de niños? Las instituciones en la era
de los derechos. Buenos Aires: Centro de Publicaciones Educativas y
Material Didáctico.
Dirección estable: http://www.aacademica.org/valeria.llobet/47
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1. INTRODUCCIîN
El prop—sito de esta tesis es el an‡lisis del proceso de institucionalizaci—n y de
interpretaci—n del discurso de los derechos de la infancia1 y de los ni–os como
sujetos de derechos en el campo2 de los problemas de la ni–ez,
espec’ficamente en las instituciones de la minoridad.
Se trata de un problema inscripto en el ‡rea de las pol’ticas de infancia
desarrolladas en nuestro pa’s desde la incorporaci—n a la Constituci—n Nacional
de la Convenci—n Internacional de Derechos del Ni–o (CDN). Por ello, se
rastrean aqu’ tres dimensiones: a) lo que hay que hacer (las pr‡cticas); b) las
definiciones de los problemas que se intenta solucionar y los objetivos que se
intenta alcanzar; y c) las construcciones alrededor de los ni–os y adolescentes,
de los que se supone que tienen el problema (Casas, 1998). Se trabaja con
testimonios y documentos producidos en tres instituciones pœblicas en la
ciudad de Buenos Aires.
Se considera aqu’ que de las lecturas interpretativas del discurso institucional
surgir‡n: a) las caracter’sticas particulares del proceso de interpretaci—n de la
CDN; b) las tensiones y conflictos que atraviesan las instituciones y c) la matriz
general de los procesos de subjetivaci—n y las relaciones intersubjetivas que
son posibles en el espacio de tales instituciones.
Desde fines de la dŽcada del 70, y con m‡s fuerza desde la del 90, se asiste al
surgimiento del Paradigma de la Protecci—n Integral y su correlato, en un
discurso de los derechos de ni–os y ni–as y en pr‡cticas institucionales por Žl
amparadas. Ambos proveyeron de un marco Žtico-cr’tico para reflexionar sobrelas relaciones entre el mundo adulto y el mundo infantil, expresadas en praxis
pœblicas y pr‡cticas privadas. En este marco se crearon o transformaron
distintas instituciones, en un proceso de cr’tica a las instituciones totales y a la
categor’a de ÒmenorÓ. El discurso de derechos de la infancia es entonces el eje
estructurador de un campo que hoy se muestra transformado.
En el centro de tales transformaciones, aparece la figura de ni–o como sujeto
de derechos, representaci—n propuesta por el Paradigma de Protecci—nIntegral. Producto de una serie de fuerzas y debates pol’ticos alrededor de la
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ampliaci—n de derechos de ciudadan’a a la poblaci—n infantil, este paradigma
expresa un proceso de especificaci—n, concretizaci—n, interseccionalidad y
particularizaci—n de derechos humanos (Scott, 1999). Consignados en un
instrumento internacional (la CDN) e incorporados a la legislaci—n nacional
mediante la Constituci—n nacional, los principios relativos a la ciudadan’a de
ni–as, ni–os y adolescentes as’ consagrados son el marco legal y filos—fico
para las pol’ticas pœblicas de infancia y sus arreglos institucionales. Este marco
promueve la ampliaci—n de ciudadan’a sobre la base de dos grandes
estrategias: por un lado, la separaci—n de las problem‡ticas de ’ndole penal de
las de origen social; por otro, el cuestionamiento a las instituciones totales, los
Institutos de Menores, y el consecuente desarrollo de estrategias alternativas
de tratamiento, basadas en la pedagog’a social y en la desmanicomializaci—n y
la antipsiquiatr’a (conocidas tambiŽn como el Paradigma de la Normalizaci—n).
La necesidad de concretar y especificar un conjunto de derechos humanos y de
ciudadan’a a una poblaci—n particular requiere de una concepci—n de tales
derechos que reconozca la no universalidad concreta de Žstos: la ciudadan’a
no es meramente un derecho individual adjudicado por un Estado a todos sus
miembros. Ello hace necesaria la revisi—n cr’tica de los procesos de
institucionalizaci—n de principios te—ricos y jur’dicos, analizando los distintos
planos involucrados en su concreci—n. Es decir, al entender la ciudadan’a como
resultado de pr‡cticas ciudadanizantes, resulta necesario reflexionar sobre
estas pr‡cticas, sobre los modos que adopta el discurso de derechos en la
trama de las instituciones, sobre el espacio de ciudadanizaci—n que aporta a
ni–as, ni–os y adolescentes.
Las preguntas que construyeron este recorrido comienzan por el espacio de
encuentro entre adultos ejecutores de las pol’ticas pœblicas, y ni–as y ni–os
supuestos ciudadanos, para ir desarroll‡ndose en procesos de subjetivaci—n y
relaciones de fuerza y de poder desplegadas en el campo.
El supuesto central que sostiene este trabajo3 es que, en tanto sujetos
hist—ricos, las identidades de la infancia como sujeto social y las existencias de
ni–os como sujetos concretos dependen de las instituciones para la infancia.
Considerar las instituciones como el territorio en el que son producidas lassubjetividades infantiles Ðhist—ricas, cambiantes, mutantes- articula las
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determinaciones provistas por la inclusi—n en un espacio pœblico y pol’tico (es
decir, de negociaci—n y confrontaci—n de sentidos) con los discursos en los que
tales sentidos se reinterpretan y se transforman en pr‡cticas cotidianas. Es un
escenario conflictivo, hist—rico, cuya productividad no es uniforme, en tanto est‡
tensionado por distintas l’neas de fuerza: el debate en el Estado y la
constituci—n de pol’ticas pœblicas y de modalidades de inclusi—n, la
configuraci—n de actores que disputan en el espacio pœblico por proponer otros
sentidos y escenarios (los medios de comunicaci—n, por ejemplo), los actores
institucionales y sus propias historias y posicionamientos te—rico-ideol—gicos,
las ni–as y los ni–os, las situaciones espec’ficas en las que todas estas l’neas
se conjugan como resoluciones a conflictos en la vida cotidiana.
Los procesos y relaciones mediante los cuales las instituciones para la infancia
producen ni–os se relacionan con la transmisi—n de la herencia cultural y la
distribuci—n de posibilidades materiales de reproducci—n y continuaci—n de la
vida. La transmisi—n tiene tanto una potencialidad reproductora del orden social
(y sus relaciones de dominaci—n y hegemon’a) como una potencialidad
creadora, transformadora de tales relaciones. En estas funciones, las
instituciones son un espacio que es social, pero tambiŽn singular; actœan como
los puentes mediante los cuales las sociedades producen los individuos
singulares que las mantendr‡n vivas como tales. O no. Parte de la oferta
cultural de las instituciones para la infancia es una propuesta de modos de ser,
es decir, es un espacio en el que se transmite lo esperable, lo normal, lo bueno,
y sus contrapartidas, como estrategias morales de construcci—n del s’-mismo.
La transmisi—n cultural adquiere perfil de filiaci—n, en el cual la integraci—n a la
cultura y al socius, la inclusi—n y la internalizaci—n, se realizan en un proceso
complejo que involucra a las instituciones y a los sujetos a lo largo de su vida,
aportando tanto enunciados identificantes (Aulagnier, 1997) como escenarios y
materiales reales en los que la vida se despliega, posibilitando el placer, la
autonom’a, o aportando a la mortificaci—n, limitando el porvenir.
Las figuras de infancia imaginadas, creadas en las instituciones, se relacionan
con el porvenir de los ni–os concretos, en tanto anticipan los tipos de recorridos
posibles para un colectivo de sujetos a partir de las pol’ticas que regulan ydisponen de su cotidianidad. En segundo lugar, indican cu‡l es el lugar de
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acogida que se construye (met‡fora para recuperar la relaci—n entre distintos
sujetos sociales, en la que a uno de ellos le compete el cuidado del otro), y
cu‡les las cl‡usulas para que Žsta se efectivice. Finalmente, c—mo se
constituye al adulto en este mismo movimiento.
El segundo supuesto que sostenemos es que la ciudadan’a, adem‡s de un
estatuto jur’dico y una modalidad de integraci—n social, es un atributo de los
sujetos construido en interacciones sociales dotadas de sentido. La otredad o
la heterogeneidad del sujeto en las pr‡cticas significantes de los actores
institucionales ser‡n la pista de la construcci—n del otro como ciudadano o no.
La CDN enuncia para ni–os, ni–as y adolescentes la titularidad de los mismos
derechos sociales que acompa–an la ciudadan’a adulta, agregando conespecial cuidado la caracterizaci—n del momento formativo en los ni–os, por lo
cual estos derechos son cruciales. Sin embargo, se cuida de establecer
obligatoriedad al Estado por su provisi—n universal: son derechos que se har‡n
efectivos de acuerdo con sus posibilidades. Esta relativizaci—n de la
obligatoriedad pone tales derechos en un estatuto de concreci—n discrecional:
ser‡n efectivos para aquellos ni–os cuyas familias puedan solventar en el
mercado satisfactores para las necesidades asociadas a tales derechos. En
este contexto, ÀquŽ posibilidades de impacto reales tienen las instituciones
que, desde el mismo Estado, intentan garantizar la ciudadan’a para la
poblaci—n de ni–os, ni–as y adolescentes en situaci—n de calle?
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2. LOS ESTUDIOS SOBRE POLêTICAS PòBLICAS EN EL CAMPO DE
PROBLEMAS DE LA NI„EZ
Lo que puede denominarse como campo de problemas de la ni–ez es un
espacio, complejo e interdisciplinario, que pretende articular mœltiples recortes,
perspectivas te—rico-epistemol—gicas de dif’cil reuni—n, tradiciones
investigativas diversas. Incluso, el lugar que ocupa Òla ni–ezÓ como sujeto
central es tambiŽn mult’voco.
Algunas de las l’neas centrales en la construcci—n del campo te—rico se
vinculan con el debate epistemol—gico sobre el objeto de la disciplina hist—rica
dado en el campo acadŽmico francŽs (en las dŽcadas del cuarenta y
cincuenta), uno de cuyos resultados iniciales e inici‡ticos fue el trabajo de
Phillippe AriŽs, enmarcado en la historia de las mentalidades. Iniciador de una
productiva l’nea de debates con respecto al estatuto hist—rico de concepciones
y sentimientos sobre la infancia, es se–alado un’vocamente como una de las
v’as de surgimiento de una novedosa reflexi—n acadŽmica sobre estos Òsujetos
inusualesÓ, constituyŽndose as’ en fuente de algunas preguntas centrales al
campo: Àes la ni–ez un momento necesario del desarrollo o un artefacto
cultural? ÀSe trata de un momento comœn a travŽs del tiempo y el espacio, o
de mœltiples Ôni–ecesÕ?
En particular, el problema de lo que aparece como un sub-conjunto, un grupo
diferencial dentro de la infancia, la minoridad, va a requerir una serie de
dispositivos te—ricos espec’ficos.
As’, la perspectiva te—rica y los objetos que pone en escena el trabajo deMichel Foucault no s—lo obligan a considerar la funci—n de control social de los
dispositivos de saber-poder, sino que permiten ver tales procesos en espacios
impensados. En esta l’nea, las investigaciones de Anthony Platt sobre el
movimiento de salvadores del ni–o y el surgimiento de la jurisdicci—n penal
especial para los menores, y la de Jacques Donzelot sobre los cuerpos de
pr‡cticas judiciales sobre las familias y los menores, inauguran en la dŽcada
del setenta las miradas cr’ticas al Dispositivo Tutelar.
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Finalmente, las reflexiones cr’ticas en el interior de la escuela comienzan a
sopesar el papel de la psicolog’a y la pedagog’a en la capilarizaci—n de los
modos de control simb—lico sobre la infancia y la producci—n de categor’as
espec’ficas de ni–os. En esta l’nea, las investigaciones de Julia Varela, Jorge
Larrosa, Francine Muel, el mismo Donzelot (y eventualmente Robert Castel
desde el ‡mbito de la salud mental) recuperan problemas tales como el
despliegue del psicopoder, la gesti—n de los riesgos, la construcci—n de la
infancia anormal, en fin, la psicologizaci—n y psicopatologizaci—n de la infancia.
En el espacio espec’fico de las pol’ticas pœblicas, la construcci—n de la ni–ez
como objeto de intervenci—n es tambiŽn mœltiple, pudiendo plantearse que la
relaci—n pol’ticas pœblicas Ð ni–ez es todas las veces una superficie en la quese disputan proyectos de hegemon’a (Carli, 2002). De modo tal que la relaci—n
representa simult‡neamente proyectos de reproducci—n de la sociedad, modos
de concebir las relaciones intergeneracionales, decisiones respecto de la
distribuci—n de capitales sociales (simb—lico, econ—mico, cultural),
construcciones sobre lo que se considera como problemas sociales leg’timos,
modalidades discursivas que plasman las disputas sobre las interpretaciones
de necesidades y derechos, formas de resolver lo que aparece como
problemas concretos en la continuidad de la vida.
En lo relativo al objeto central del campo, la ni–ez, podemos describir un
cambio. Desde los planteos inaugurales a hoy, los posicionamientos te—ricos
han sido tensionados hasta proposiciones que afirman el fin, la desaparici—n, la
destituci—n de la ni–ez, o la presencia de procesos de desubjetivaci—n. Distintos
autores parecen coincidir en que una particularidad que marcar’a una ruptura
con las modalidades de subjetividad que podemos denominar ÒmodernaÓ
(asociada a un contexto social de Estados-naci—n, cuya integraci—n se
vehiculizaba mediante la ciudadan’a) es una nueva relaci—n con las
instituciones que produc’an la integraci—n en la cultura y la sociedad: escuela,
familia, trabajo, medios de comunicaci—n. Estas relaciones estar’an marcadas
por procesos de desubjetivaci—n (Duschavsky y Corea, 2002), de deseo
n—made (Volnovich, 1999), de borramiento de fronteras entre valores (Kessler,
2002), de desaparici—n de la ni–ez debida a la articulaci—n de la cultura a travŽs
de los medios masivos de comunicaci—n (Postman, 1994);13 de destituci—n de
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la infancia (Corea y Lewkowicz, 1999).14 Interesa, sin embargo, realizar algunos
se–alamientos al respecto.
Las posiciones te—ricas sobre el estado actual de la ni–ez var’an alrededor de
dos grandes tesis: una de ’ndole materialista, que afirma la dependencia de laexperiencia infantil de las formas sociales; la otra de ’ndole cultural, que
plantea el cambio en la percepci—n de los adultos sobre la ni–ez, cambio
determinado por patrones culturales, sistemas de creencias y modos de
pensar. En ambos casos, la reflexi—n reœne ni–os e instituciones sociales:
culturales, econ—micas, familiares, escolares, pol’ticas pœblicas.15
Las pol’ticas de infancia pueden ser consideradas, en œltima instancia, como
relaciones entre adultos y ni–os (Casas, ob. cit.) en instituciones. Nuestraposici—n se separa, sin embargo, de la tradicional mirada que subsume los
ni–os debajo de las instituciones para la infancia, en una teorizaci—n que hace
equivaler ni–ez y procesos de socializaci—n, o que traduce asimetr’a en
determinaci—n unilateral. Sin asumir todas las consecuencias filos—ficas del
planteo, a t’tulo provisional quisiera sostener, ampliando la propuesta hecha en
la introducci—n, que la ni–ez se constituye en relaci—n con un conjunto de
instituciones sociales que incluyen a tal sujeto colectivo como usuario /destinatario, y que esta relaci—n se concreta en acciones cuya particularidad es
incluir una dimensi—n simb—lica y relacional; utilizada esta dimensi—n en un
sentido genŽrico para referir al conjunto de s’mbolos y significados que se
encuentran articulados a las instituciones sociales y que permiten a un grupo
social compartir y construir el sentido de la vida cotidiana, los valores, las
identidades sociales. As’, no es posible suponer sujetos que no sean agentes,
es decir, que estŽn no-relacionados o posicionados con instituciones. De este
modo, es necesario reconocer que, para entender la situaci—n actual de la
ni–ez, se requiere construir un discurso de al menos dos voces: las
instituciones que, dirigidas a la ni–ez forman parte del mundo adulto;16 y la voz
de los propios ni–os. Siguiendo el se–alamiento de los editores de Childhood ,
es precisamente esta œltima voz la que se echa de menos en la mayor’a de los
planteos actuales. Desde nuestra perspectiva, es fundamentalmente una voz
ausente en las pol’ticas pœblicas.
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En este aspecto del debate se pretende inscribir este trabajo. Es necesario
interrogar las pr‡cticas institucionales, abriendo preguntas sobre los modos de
interpretaci—n de problemas, sujetos y tŽcnicas y recuperando la multiplicidad
de voces que constituyen el fen—meno de la concreci—n de las pol’ticas para la
infancia. La interrogaci—n es necesaria toda vez que es posible abrir un serio
cuestionamiento sobre la eficacia de las pol’ticas para la infancia en general,
como de las pol’ticas para lo que hist—ricamente ha sido construido como
minoridad.
El campo de problemas de la ni–ez y la psicolog’a
Nos interesa se–alar la relaci—n de tensi—n entre los desarrollos de este campo
de problemas de la ni–ez marcado por una fuerte impronta de los estudios
culturales y los hist—ricos, y la psicolog’a. Esta necesidad te—rica tiene una
determinaci—n mœltiple. En primer lugar, si bien Žste no ha sido un objetivo de
la indagaci—n, m‡s de la mitad de los trabajadores entrevistados eran
psic—logos y la otra parte enmarcaba sus interpretaciones, como veremos m‡s
adelante, en conjuntos de creencias y nociones psi . En segundo lugar, las
decisiones respecto de las posibilidades de participaci—n, responsabilidad,decisi—n sobre su futuro, derivaciones, etc., en las instituciones estudiadas, es
decir, el conglomerado de acciones tŽcnico-pol’ticas sobre la poblaci—n infantil,
encuentra su fundamento y legitimaci—n en afirmaciones derivadas del campo
psi (el psicoan‡lisis, la psicolog’a del desarrollo o evolutiva, la psicolog’a
forense). En tanto nos inscribimos dentro del propio campo, no se pretende
realizar una cr’tica externa, sino formular se–alamientos respecto de una praxis
tal como ha sido reconstruida en la indagaci—n.
Desde la perspectiva de las disciplinas involucradas, este campo de problemas
de la ni–ez aglutina Ðsi no sintetiza- las denominadas Ôciencias socialesÕ
(sociolog’a, historia, geograf’a, comunicaci—n, antropolog’a) y propone un
objeto de estudio que aparece como relativamente extranjero. Sin embargo,
desde la perspectiva de la psicolog’a, esta Ôextranjer’aÕ no parece tal. En efecto,
el establecimiento de la psicolog’a como disciplina cient’fica y el surgimiento
hist—rico del psicoan‡lisis estuvieron de alguna(s) manera(s) relacionados conla ni–ez: objeto privilegiado de estudio, de medida y de clasificaci—n para la
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primera; descubrimiento inquietante y modelo fundacional para el segundo.
Como perspectiva general, parece posible plantear que el cuestionamiento
relativo a las transformaciones de la representaci—n de la ni–ez y de las
experiencias infantiles se ubica en los bordes disciplinares de la disciplina.17
Esta ubicaci—n acarrea dos consecuencias: la primera, que las tesis actuales
sobre la infancia suelen ser asociadas por los practicantes con los sujetos
infantiles en situaci—n de vulnerabilidad social. Es decir, cuando se habla de
transformaciones en la subjetividad de la ni–ez, de la caducidad de las
categor’as de adolescencia y ni–ez, de la radical variaci—n de la experiencia de
infancia, de la transformaci—n de las representaciones sobre la ni–ez, se est‡
hablando de los ÔotrosÕ ni–os. En el centro de la categor’a, parece posible
encontrar invariantes estructurales, una suerte de ÔesenciaÕ de la ni–ez en tanto
momento del desarrollo, que no se ve afectada por las transformaciones
hist—rico-sociales. La segunda consecuencia, derivada de la primera, es que
las transformaciones subjetivas determinadas socialmente son traducidas en
problemas psicopatol—gicos (internos al campo psicol—gico como variedades
anormales del objeto) o problemas sociales (externos al campo de
conocimiento y, por lo tanto, ajenos).
Este planteamiento no pretende en lo absoluto referirse a las perspectivas
te—ricas de la psicolog’a del desarrollo, ni formularse como una constataci—n
cr’tica y exhaustiva. Viene a plantear que, en la medida en que no hay un
sacudimiento te—rico e ideol—gico en la consideraci—n de la ni–ez ÔnormalÕ, la
psicolog’a no toma posici—n decidida en el debate actual sobre el tema, y sigue
teniendo, por defecto, una posici—n institucional heredera de la higiene y el
control social (como podemos ver en los desarrollos que siguen), que trata a
los ni–os por lo que ser‡n en el proceso de desarrollo (o por lo que no ser‡n).
Sin embargo, las perspectivas constructivistas en psicolog’a y el aporte del
psicoan‡lisis (en particular postestructuralista) han sido largamente
aprovechadas en y por las ciencias sociales. Quisiera entonces suscribir la
tesis planteada por Michael Honig en su Actualizaci—n de la teor’a sobre la
ni–ez :18 si no se incluye una reflexi—n sobre la conexi—n entre los procesos de
desarrollo psicosocial y la ni–ez como construcci—n social, no estamos
avanzando en la comprensi—n de sus transformaciones. Las afirmaciones sobre
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el fin de la infancia se relacionan entonces con las im‡genes de infancia que es
posible crear en las actuales condiciones sociales, pero no abordan las
relaciones entre Žstas y los procesos de subjetivaci—n, en tanto los sujetos
infantiles son tratados en esos desarrollos como puramente lo que es
construido al interior del discurso analizado.19
La peculiaridad relativa a los problemas del poder y del desarrollo que marcan
la relaci—n adultos-ni–os y condicionan tal agenciamiento resulta un problema
interesante para la psicolog’a y el psicoan‡lisis embarcado en la cr’tica social.
La tensi—n entre autonom’a y dependencia es uno de los problemas cruciales
del campo psi , y recorridos te—ricos singulares, tal el caso de la teor’a
winnicottiana, abordan de lleno la cuesti—n. Sin embargo, y a pesar de lainclusi—n de criterios cl’nicos y psicopatol—gicos como marco conceptual de
pol’ticas sociales para la ni–ez,8 es de se–alar la ausencia de reflexiones psi
que consideren los procesos y no las entidades, que enriquezcan las
reflexiones sobre el campo de las pol’ticas pœblicas desde una perspectiva
diferente de la psicopatol—gica.
En ese borde dif’cilmente definible intentamos enmarcar este estudio como propio
del campo psicol—gico, sin ahondar en los procesos de desarrollo, sino incluyendoun di‡logo entre el discurso sobre una subcategor’a de infancia, las pr‡cticas que
en su interior son construidas, y las experiencias infantiles.22
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3. CONTEXTO HISTîRICO-SOCIAL
El siglo que acaba de cerrarse, denominado en sus inicios Òel siglo del ni–oÓ, ha
sido el tiempo de la construcci—n de la infancia como sujeto social. Este
proceso se dio mediante la expulsi—n de los ni–os del espacio pœblico,
incluyendo el espacio del trabajo asalariado, y su inclusi—n natural en el
espacio de la domesticidad, el juego y la escolaridad (Zelizer, 1994; Roche,
1999).
A inicios del siglo XXI, tanto el lugar de la infancia en las pol’ticas pœblicas
como en el imaginario parece haber cambiado radicalmente.
Este proceso de valoraci—n de un sujeto colectivo infantil estuvo sostenido por
un proyecto pol’tico que, en tanto anticipaci—n de un futuro posible, tomaba a
los ni–os del presente como Òactores del ma–anaÓ. La construcci—n de
continuidades sociales, culturales y pol’ticas entre generaciones era necesaria
para un proyecto de pa’s, el de la generaci—n del 80. Algunos analistas
(Romero, 2003; Isuani, 1999; Beccaria, 1999) plantean que fue precisamente eldel 80 el œnico proyecto de hegemon’a, como hip—tesis con respecto a la
renuncia de ideales universalistas.
Otros analistas enfatizan la ruptura hist—rica que representa la dictadura
(Mancebo, 1999), expresada en el fin del Estado de Bienestar y el surgimiento
de un Estado post-social, asociado a otro modelo de desarrollo y de
acumulaci—n, que acarrea la pŽrdida del contenido igualitario que se asociaba a
la democracia y a la ciudadan’a. Es decir, la igualdad no es un fin necesario ala democracia del siglo XXI.
Durante la œltima dictadura militar y hasta la primera mitad de los 90, los
œltimos restos del proyecto de la generaci—n del ochenta (tanto en su
formulaci—n original como en sus reformulaciones durante la primera mitad del
siglo XX) vieron su fin. Una cierta concepci—n de los bienes pœblicos centrales -
educaci—n, salud, espacio urbano, civilidad, solidaridad intergeneracional,
inclusi—n universal en el mercado de trabajo- fue sepultada bajo el peso de un
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nuevo rŽgimen de verdad, dominado por la l—gica neoconservadora, cuyo
escenario parece dejar de ser el ‡gora para ser el mercado.
A su vez, segœn Carli (2001), en estas dŽcadas se desarrollan tres procesos
sociales que han afectado la relaci—n entre la poblaci—n infantil y el Estado: larecuperaci—n de la democracia, el empobrecimiento econ—mico de la poblaci—n y
la crisis del sistema educativo.En este nuevo espacio de intercambios sociales, la
infancia desaparece como sujeto un’voco, fragmentada en los distintos sujetos
infantiles.
ÀC—mo es posible desarrollar pol’ticas de ampliaci—n de ciudadan’a en un
contexto como el actual? ÀQuŽ tipo de ciudadan’a es pasible de ser promovida
en tal contexto? Veamos el problema en perspectiva hist—rica.
La infancia como problema del Estado
En el planteo de Cowen (2000), en el pa’s virreinal y revolucionario se puede
percibir el inicio de un conflicto por el poder sobre los ni–os. El Estado, como
incipiente y precario gestor de la higiene y salubridad pœblicas, abre las puertas
del hogar para comenzar a regular las pr‡cticas de crianza. En este escenario, la
medicina (los mŽdicos) opera un primer movimiento extractivo: si bien la madre
aparece como el sujeto que posee el poder sobre sus v‡stagos, es interpelada
por el mŽdico -erigido en representante del ni–o- como aquella que carece de
saber: inmunizaci—n, lactancia y bautismo ser‡n los actos en disputa. Erigiendo la
figura de la maternidad como deber sacro, se subordina a la madre a los
intereses del ni–o, representados por el mŽdico e incipientemente garantizados
por el Estado.
Existe entonces una infancia, en el Buenos Aires de los siglos XVIII y XIX, que
sale del ‡mbito familiar para entrar en el ‡mbito de las regulaciones pœblicas de la
mano de la higiene y de la salubridad.
As’, la instituci—n de formas familiares subordinadas a la reproducci—n, con el
objetivo de controlar la natalidad y la mortalidad, se efectiviza al sacralizar los
deberes maternales, instituyendo un ideal maternal. A ello se suma la
concentraci—n del poder y el deber de educar para la moral y el deber pœblicosque dominan la figura del padre.
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Consolidada esta posibilidad de ingresar la gesti—n poblacional al espacio
privado, el inicio del siglo XX coincide con los debates sobre la educaci—n
universal y pœblica y el avance del Estado en sus pol’ticas de higiene y control del
riesgo -entendido Žste en su ambigŸedad: riesgo representado por poblaciones
en riesgo y poblaciones de riesgo-.
El ni–o como objeto de saber es patrimonio de otras disciplinas, adem‡s de la
medicina, cuyo fin es la integraci—n exitosa a las instituciones del Estado, lograda
por medio de operaciones de clasificaci—n, diagn—stico y reparaci—n: pedagogos,
psiquiatras, damas de caridad, religiosos, mŽdicos, abogados. En tanto el ni–o
debe funcionar en otros escenarios, la familia es un escenario reemplazable si los
especialistas comprueban que funciona mal, que no puede garantizar que un ni–ose transforme en un ciudadano de bien, que lo expone, en un Òcaldo de cultivoÓ
de la delincuencia, a todo tipo de Òpeligros y abandonos morales y materialesÓ. El
Estado-Patronato, instancia superior de poder sobre el ni–o, puede relevar a los
padres incompetentes o carentes, reemplaz‡ndolos por quienes saben y
reserv‡ndose el poder.
Este movimiento permite que el Estado ingrese al ‡mbito familiar, pone a la ni–ez
en el espacio pœblico como problema social, pero extrae a los ni–os del escenariopœblico como sujetos concretos: los problemas de la categor’a poblacional son
problemas a ser resueltos en el Estado, los problemas de los ni–os tienen que ser
resueltos en su escenario natural, la familia, de modo que la deambulaci—n en la
calle y la inclusi—n en el mercado de trabajo ser‡n dos aberraciones a ser
rectificadas.
Los menores como cuesti—n social y el sistema tutelar
Desde distintas perspectivas te—ricas y pol’ticas, se asocia entonces el
nacimiento de la minoridad, en tanto problema socio-tŽcnico, con la
institucionalizaci—n y burocratizaci—n del Estado-naci—n, proceso que puede
ubicarse inici‡ndose en el œltimo cuarto del siglo XIX. En la œltima dŽcada de tal
centuria comienzan a aparecer en todo el mundo las instituciones del Estado
para la minoridad, articuladas con disposiciones legales y cient’ficas sobre la
mejor administraci—n de la poblaci—n. El complejo tutelar se encuentra
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terminado hacia la dŽcada del 30 en todo el mundo occidental, con
caracter’sticas similares en cuanto a su matriz ideol—gica.
El ingreso de una parte de la poblaci—n infantil de diversos pa’ses del mundo
occidental a circuitos institucionales que le son espec’ficos, adoptando lacategorizaci—n socio-psicol—gica e institucional de menores, es la forma en que
adopta Ðpara este sector- la definici—n de la cuesti—n social y las pol’ticas
pœblicas que el Estado desarrollar‡ para resolverla.
La infancia fuera de norma es nombrada, a partir de ese momento hist—rico,
como minoridad en riesgo. Integra as’ la cuesti—n social y permite el despliegue
de dispositivos estatales para su regulaci—n y administraci—n. Se genera una
categor’a (junto con pr‡cticas, gestiones y administraciones sobre ella) queposibilita la filiaci—n de tales ni–os al Estado. Al situarlos como grupo en peligro,
a partir de las nociones de ÒcarenciadosÓ, ÒincapacesÓ, son definidos por lo que
se supone que no tienen, negativamente. Estas nociones, junto con
operaciones de omisi—n perceptiva (Riquelme, 1997), posibilitan intervenciones
normativas tendientes a eliminar la deambulaci—n de los ni–os junto con la
gesti—n de futuro para ellos: evitar su destino delincuencial a partir de la
intervenci—n preventiva.Si bien no parece posible establecer consenso alrededor del surgimiento de la
infancia como actor diferenciado,23 podemos metaforizar que los menores -tal
como son definidos aun hoy- ÒnacenÓ en los Estados Unidos en 1899 (Platt,
1997). Aunque exist’an previamente reglamentaciones espec’ficas en algunos
estados respecto de la situaci—n de la infancia y juventud delincuente, se toma
como par‡metro el Tribunal de Menores de Illinois, que otorga su matriz a toda
la jurisprudencia tutelar, la Doctrina de la Situaci—n Irregular. Producto delmovimiento de los ÒSalvadores del Ni–oÓ, convergente con las ideas positivistas
dominantes sobre criminolog’a,24 se plantean intervenciones preventivas que
eviten el ÒcontagioÓ de los ni–os cuyo destino manifiesto, a causa de su origen y
situaci—n, es el delito o la inmoralidad.
El positivismo, de la mano de la medicina y la higiene, aporta la cientificidad
clasificatoria que es el objetivo profil‡ctico de la Žpoca. La medicina mental y la
psiquiatr’a infantil proveer‡n, posteriormente, elementos tŽcnicos para la
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Ògesti—n racional de las poblacionesÓ (Castel, 1984), cuyo centro de
administraci—n es el tribunal de menores.
ÒEl sistema de tribunales para menores fue parte de un movimiento
general encaminado a sustraer a los adolescentes de los procesos dederecho penal y a crear programas especiales para ni–os delincuentes,
dependientes y abandonados. El Tribunal para Menores, Ôuno de los
mayores avances a favor del ni–o jam‡s habidosÕ, fue considerado Ôparte
integrante de toda la planificaci—n asistencialÕÓ (Platt, ob. cit., 37).
De este modo se extendieron los mecanismos de control social a aquellos
ni–os que no fueran disciplinados por los mecanismos informales de control
desarrollados en instituciones como la escuela y la familia (o la f‡brica para losni–os mayores).
En nuestro pa’s, la Ley Agote (ley 10.903) introduce, en 1919, la categor’a
peligro moral y material en la jurisprudencia, luego de un largo proceso de
debate parlamentario. Coet‡nea de la Semana Tr‡gica, regula de hecho la vida
de los hijos de los inmigrantes y de los criollos pobres. El ideario ochentista de
mejoramiento social y racial a partir de la promoci—n de la inmigraci—n europea
no preve’a que la corriente inmigratoria quedara mayoritariamente detenida junto al puerto, dejando los campos despoblados y marcando el nacimiento de
los conventillos y, en general, de los asentamientos Òpromiscuos e indecentesÓ.
Por su parte, las discusiones sobre la obligatoriedad de la escolaridad, dadas
alrededor de la promulgaci—n de la ley 1.420, marcaron diferentes posiciones
sobre la educabilidad de los ni–os. Las posturas liberales democr‡ticas
planteaban una educabilidad universal, m‡s all‡ de las diferencias sociales.
Dentro del espectro cat—lico y conservador se afirmaba que los ni–os pobres,
por su Òadultizaci—nÓ no eran educables ni deb’an ser mezclados con los
ÒalumnosÓ (postura que termin— siendo tambiŽn la de Sarmiento): ten’an que
ser destinados a instituciones cuyo objeto fuese la reforma y correcci—n de los
desviados (Carli, 2002). Ir—nicamente, desde ambas posiciones se colabor— en
la configuraci—n de la minoridad : la educabilidad universal gestionada con
pr‡cticas de homogeneizaci—n cultural y patologizaci—n de la diferencia,25
articulada con saberes cient’ficos sobre la normalidad de la infancia(psicopatolog’a, psiquiatr’a infantil, psicolog’a cient’fica, pediatr’a), instal— en el
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interior de la instituci—n capital para la infancia, la escuela, una funci—n
clasificatoria, secundaria a la propuesta universal, pero eficaz en separar la
paja del trigoÉ26
Como tercera l’nea de determinaci—n, los propios movimientos obreros, enparticular los socialistas,27 abogaron por la higienizaci—n y moralizaci—n de las
clases populares, abogando por la intervenci—n racional del Estado. El sindicato
de canillitas, por ejemplo, fue uno de los m‡s fuertes impulsores de la
regulaci—n y limitaci—n del trabajo infantil.
Con estas condiciones de producci—n, la doctrina del abandono moral y
material se transform— en la modalidad dominante de relaci—n entre la ley y
esta subcategor’a de la infancia nominada como minoridad. Planteada estarelaci—n como universal, la categor’a peligro moral y material , centro del
sistema tutelar, garantizaba con su indeterminaci—n la discrecionalidad del
juezÐpadre, sostenida extra jur’dicamente por los diagn—sticos tŽcnicos con
respecto a la persona, su familia y su ‡mbito social.
Por su parte, la ley 10.903 introdujo nuevos criterios sobre la patria potestad,
que permit’a la intervenci—n del Estado en el espacio de la vida familiar,
avanzando en la definici—n y conceptualizaci—n del paradigma del abandonomaterial o moral, o peligro moral. Ello permit’a la creaci—n de un problema
social: la minoridad en riesgo moral y material; constru’a una poblaci—n
afectada: los menores en riesgo; y afianzaba las estrategias para la
intervenci—n sobre problema y poblaci—n.
La necesidad de evitar el ingreso de ni–os y j—venes al sistema penal de
adultos, combinada con una suposici—n de incapacidad respecto de la infancia
y la consecuente transparencia de la representaci—n adulta de los intereses de
los ni–os, configur— un complejo espacio en el que no estaban en juego
derechos sino necesidades: necesidades sociales vinculadas con el orden, la
seguridad, la importancia econ—mica de los miembros del Estado, la necesidad
de los ni–os de ser protegidos del abandono y el vicio. De este modo, la
protecci—n era naturalmente realizada sobre las personas y no sobre los
derechos.
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Sus efectos resultaron en la ausencia de garant’as de derechos de la persona
menor de edad. No hab’a prisi—n preventiva: se trataba de un internamiento
con fines de protecci—n y estudio; este procedimiento era un juicio (sobre la
persona del menor de edad), pero no era un juicio (porque era una medida de
protecci—n que se tomaba por igual con respecto a ni–os y adolescentes
v’ctimas de delitos e infractores, pudiendo darse el caso de que un ni–o
amparado -por abandono moral o material, por ejemplo- estuviera m‡s tiempo
internado que un ni–o infractor, ya que no se sancionaban conductas).
Si bien desde la perspectiva de la Doctrina de la Protecci—n Integral estas
afirmaciones -construidas por y en el Patronato- acarreaban significaciones y
pr‡cticas ligadas al control y a sojuzgar a las personas menores de edad,equiparando menor con incapaz y protecci—n con control, nos interesa resaltar
que, al mismo tiempo, construyeron el problema como pœblico y de leg’tima
intervenci—n del Estado, asumiendo que la autoridad paterna puede no ser
leg’tima, saludable o apropiada -como m’nimo-, ser excesiva o estar ausente.
Est‡ claro tambiŽn que tal afirmaci—n lleva una marca de clase: las familias a
ser juzgadas son aquellas que no pod’an escapar de tal juicio, aquellas cuyos
conflictos exced’an sus posibilidades de resoluci—n privada, cuyos miembros
fallaban en la adaptaci—n funcional a las instituciones para la infancia y
resultaban visibles en un espacio ÒinapropiadoÓ (la calle).
Es necesario repetir, sin embargo, que los debates que condujeron a consolidar
estas posiciones articularon actores y posiciones diversos. No se trat— (como
en la mitolog’a de las instituciones actuales parece cristalizarse) de un
homogŽneo actor olig‡rquico. Como ya mencionamos, el sindicato de canillitas,
el Partido Socialista, la Sociedad de Pediatr’a, las y los maestras/os liberales,
el propio Estado democr‡tico, el gobierno radical, conformaban el ala
progresista de un debate contra la Iglesia Cat—lica y las Sociedades de
Beneficencia, que, instaladas en formular los problemas sociales en tŽrminos
de caridad, exclu’an al Estado de la gesti—n social e imposibilitaban el debate
en tŽrminos pol’ticos y de derechos.
La instituci—n del Patronato fue redefinida y modernizada por la Ley Agote,
comenzando el camino que limitar‡ la autoridad parental y constituir‡ elproblema de la infancia como leg’timamente un problema del campo pœblico
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(R’os, Julio y Talak, Ana, 1999; Suriano, Juan, 2000; Lobato, Mirta, 2000;
Cowen, Pablo, ob. cit.).
Menores abandonados, œnicos privilegiados, ni–os psicologizados...
La dŽcada del 30 marc— el inicio de cambios tendientes a centralizar en el
Estado la gesti—n social, surgiendo la burocracia tŽcnica configurada por los
profesionales del ‡rea social. Durante las dŽcadas 40 y 50 se avanz— en la
legislaci—n Òque defini— la funci—n tutelar del Estado sobre los menoresÓ
(Barbeito y Lo Vuolo, ob. cit., 123). Se comienza la separaci—n de la asistencia
social de la educaci—n, restringiŽndose la Comisi—n Nacional de Ayuda Escolar,
para ser reemplazada en sus acciones por la Direcci—n Nacional de Asistencia
Social en 1948 y luego por la Fundaci—n de Ayuda Social en 1950 (Fundaci—nEva Per—n). El aparato institucional y edilicio heredado de la burgues’a28 es
completado con la suma de las ciudades y hogares del pintoresquismo
californiano preferido por el peronismo.
En la historia m’tica del campo de la minoridad, se produce un vac’o que
abarca las dŽcadas del 40 hasta el 70. Este espacio temporal es cubierto con el
relato de Òlos a–os doradosÓ: un Estado que funcionaba, en un pa’s rico y
caminando sin distracciones hacia su pleno desarrollo, que no produc’amenores: no hab’a restos de infancia... De alguna manera, parece concretarse
la figura del œnico privilegiado como una leg’tima y veraz representaci—n del
ni–o.
Sin embargo, en el an‡lisis que Carli realiza de la obra de Berni, la
heterogeneidad de los sujetos infantiles aparece expresada en las dŽcadas del
40 y 50 hasta la fragmentaci—n que comienza a hacerse presente claramente
desde los sesenta. Entre ambos per’odos, lo que parece cambiar radicalmente
es la modalidad de presencia de los adultos y los escenarios leg’timos para la
filiaci—n de los ni–os a un orden cultural que les sea propio. Sobre esos a–os, el
an‡lisis de la obra de Berni muestra una ciudad que es espacio pœblico de
encuentro intergeneracional (Carli, 2001a).
La heterogeneidad social hallaba en la calle y la escuela el espacio de inclusi—n
que trabajaba por la homogeneizaci—n. La escuela era un espacio habitado por
maestras y maestros que configuraban Òel segundo hogarÓ, espacio donde las
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lecturas eran marcadas por libros tales como La raz—n de mi vida primero, y
Af‡n y fe m‡s tarde. Libros que promet’an al ni–o un futuro construido con
valores un’vocos de los que los adultos pretend’an ser ejemplo. Los adultos
parec’an acoger a un ni–o en formaci—n, eran as’ responsables por su presente
y su futuro.
En los 60, los cambios demogr‡ficos, familiares y de clima cultural y pol’tico
comienzan una renovaci—n de las relaciones de los adultos con los ni–os (Carli,
ib’d.).
Desde nuestra perspectiva, Žstas dejaron de estar marcadas por la moral para
ser estructuradas desde el psicoan‡lisis o de la pedagog’a influida por la
psicolog’a. Estos adultos encontraban un ni–o cifrado, enigm‡tico, al que nocab’a m‡s enfrentar con rigideces disciplinarias, al que hab’a que comprender en
sus motivaciones y conflictos. El ni–o ser’a una superficie opaca que, si antes era
tabula rasa, en esta dŽcada comenz— a ser una inc—gnita, con motivaciones e
intenciones propias. A su vez, el adulto era entonces un sujeto en transici—n. Ya
porque apostara a un futuro revolucionado, ya porque la convulsi—n social le
pareciera un escenario perturbador, nuevos saberes y nuevos poderes
comenzaron a discurrir respecto de la paternidad y la maternidad. El giro intimistalogrado por el psicoan‡lisis retornaba sobre la familia desacraliz‡ndola, pero
otorgando un nuevo lugar a los padres respecto de la salud de sus hijos. No se
trataba ya del mismo tipo de intervenci—n que realizara la higiene del centenario,
que proteg’a un bien colectivo y pœblico, sino un susurro privado que era
enunciado para proteger a un sujeto con interioridad y espesura. La incertidumbre
sobre la nueva familiaridad que intranquilizaba las formas de ser hombres y
mujeres y, en particular, de ser padres, llev— a estrategias reformadoras de las
pedagog’as privadas (familiares, la ÒEscuela para padresÓ, por ejemplo) y
pœblicas (escolares).
En los gobiernos dictatoriales de esta dŽcada fueron reemplazadas las
denominaciones institucionales y program‡ticas Òde menoresÓ para pasar a ser
Òde menores y familiaÓ. Este deslizamiento se acompa–— de debates relativos a
la institucionalizaci—n y sus consecuencias, a la educabilidad durante la
institucionalizaci—n, y a la necesidad de reintegraci—n familiar de los menores.El Estudio del ni–o y el adolescente institucionalizado, de 1967, y el Congreso
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del Menor Abandonado, de 1969, fueron ejemplos del giro intimista promovido
por la psicolog’a, la medicina y la pedagog’a, al indagar por las formas
familiares del abandono y del maltrato. As’ surgi— el RŽgimen de Familia
Sustituta para diferenciar a ni–os Òcon graves problemasÓ de aquellos que no
los tuvieran (Dubaniewicz, 1997).
En 1973 se public— la Pol’tica Nacional del Menor y la Familia, y en 1974 se
realiz— el Primer Encuentro Nacional de la Familia, cuyas conclusiones se
centraron en la utilizaci—n de tratamientos que no implicaran internaci—n y en el
desarrollo de estrategias de prevenci—n (Dubaniewicz, ob. cit.). Durante la
œltima dictadura, se desarrollaron estrategias innovadoras de tratamiento:
Registro General de Menores, Orientaci—n Familiar, becas para internamientoen instituciones privadas, Hogares de pre-egreso con subsidios, Peque–os
Hogares, becas de estudio e ingreso a los institutos militares (Dubaniewicz, ob.
cit.).
La dictadura inaugur— tambiŽn una modalidad perversa, en la que el fuerte
reingreso del modelo polic’aco con la ley 22.278 (sumada a las leyes 14.394 y
10.903) se combinaba con las instituciones totales no ya para estigmatizar, sino
para renegar identidades, articulando la Doctrina de la Situaci—n Irregular, en laque se produce un deslizamiento, que agrega a la idea de menor abandonado
propia del paradigma anterior, la concepci—n de poblaci—n de riesgo. Ni–os
villeros y ni–os de opositores pol’ticos (recordemos que, hace pocos a–os,
Abuelas recuperaron la identidad de un adolescente que hab’a pasado su
infancia en tales institutos).29 Ni–os que habitan una calle que deja de ser espacio
de encuentro y socializaci—n para comenzar un tr‡nsito que va desde el terror (la
Polic’a de la Minoridad, el Cuerpo de Vigilancia Juvenil, las razzias callejeras) y la
prohibici—n del encuentro y la cultura pœblica (prohibici—n de las murgas y
derogaci—n del feriado de carnaval) hasta la privatizaci—n que marca la
fragmentaci—n social de los 90.
El Estado dictatorial transform— en resto, en exceso sintom‡tico Ðes decir,
’ndice y sustituci—n del conflicto- a aquellos ni–os que por su mera existencia
plantean la no-universalidad del proyecto totalitario, jaquean su hegemon’a.30
Con este movimiento de renegaci—n el Estado expulsaba, a la manera deresiduo, a todo un sector de la infancia de las posibilidades de filiaci—n cultural.
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A partir de la recuperaci—n democr‡tica, la problem‡tica de ni–os y ni–as en
situaci—n de calle ingres— como tal al ‡mbito de actividades de la Secretar’a de
Desarrollo Humano y Familia. Se comenz— a asociar la problem‡tica del
abandono con el incumplimiento de derechos (Dubaniewicz, ob. cit.; APDH,
1986), en consonancia con la incipiente repercusi—n, sobre todo en la sociedad
civil, de los debates alrededor de la redacci—n de la CDN desde 1979 y del
papel que en Žl ten’a el movimiento de Derechos Humanos argentino.
Durante los ochenta y noventa proliferaron los encuentros tŽcnico-pol’ticos para
debatir pol’ticas para la infancia (escolares, asistenciales, penales) y las
posiciones acordes con la Doctrina de Protecci—n Integral plasmada en la CDN
propiciaban, como formulaci—n pol’tica, un cambio de concepci—n que se pens—radical con respecto a los paradigmas anteriores. La juridicidad de este
instrumento regula las relaciones entre ‡mbitos y realiza prescripciones sobre
las instituciones sociales no judiciales. Es decir, las instituciones que asisten a
poblaci—n infantiles-juvenil est‡n regidas por tal instrumento jur’dico, con
car‡cter constitucional. En lo jur’dico, se afirm— la necesidad de garant’as
procesales contra la discrecionalidad del rŽgimen anterior, de internamiento
coercitivo.32 Se hizo eje en la titularidad de derechos de ciudadan’a para ni–os,
ni–as y adolescentes, los que dejaron de ser considerados ÒmenoresÓ en el
mismo sentido en que esta denominaci—n adoptaba para el sistema tutelar, y se
instal— el superior interŽs del ni–o como objetivo y l’mite de toda intervenci—n.
Asimismo, desde las posiciones defensoras de los derechos de los ni–os se
comenz— a afirmar que las instituciones que trabajan de forma alternativa eran
m‡s eficaces que las tradicionales (APDH, ob. cit.).33 La dŽcada del 80 parece
marcada, en los debates respecto de los derechos de la infancia, por el
problema de la criminalizaci—n de la pobreza mediante el reinado de las
acciones policiales. As’, aparecen, como actores en oposici—n: en primer lugar
la polic’a, en segundo la justicia penal, en tercero el sistema institucional-total.
La incipiente lucha ideol—gica de quienes instalaban el problema de los
derechos humanos de los ni–os se centraba en Òcambiar el lenguaje
epistemol—gicoÓ (Conclusiones del I Seminario Latinoamericano de DDHH del
ni–o y del menor , 1987), para extraer el problema de la minoridad del campo jur’dico.
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A inicios de los ochenta, la matriz que moldeaba las acciones respecto de las
ni–as y ni–os en situaci—n de calle se encontraba en la educaci—n popular y la
pedagog’a de la liberaci—n, herencia del trabajo de base de los setenta. El
trabajo se realizaba en el espacio callejero, intentando b‡sicamente suplir a la
escuela. Estas pr‡cticas, desarrolladas desde la sociedad civil, fueron
inicialmente incorporadas por las instituciones del Estado,34 y luego
abandonadas y cuestionadas como ineficaces. Si bien no hemos profundizado
en la indagaci—n de estos cambios (los que son relatados por los pocos actores
institucionales que los conocen como parte de una suerte de Žpica
institucional), quisiŽramos hacer algunos se–alamientos y formular algunas
hip—tesis al respecto. Estas pr‡cticas estaban ligadas a una posici—n pol’tica
transformadora que part’a de cuestionar la posici—n del Estado y de criticar los
dispositivos de poder-saber. Su incorporaci—n a instituciones estatales en el
marco de la despolitizaci—n de la sociedad civil y de una serie de procesos
disciplinares (psicologizaci—n, judicializaci—n y patologizaci—n de los problemas
sociales) inclu’a con tensiones un conflicto en la propia definici—n de los
objetivos institucionales y los problemas para los que eran formuladas.
Los noventa: sujetos de derechos y desujetaci—n estatal
En 1990, la Secretar’a de Desarrollo Humano y Familia fue reemplazada por el
Consejo Nacional del Menor y la Familia, dependiente del Ministerio de Salud y
Acci—n Social, cuyo objetivo era Òdesburocratizar la asistencia a Menores,
Discapacitados y Ancianidad Ó garantizando su promoci—n integral. Se cre—
como programa espec’fico el ÒPrograma Chicos de la CalleÓ, que integr— a
operadores de calle que trabajaban de forma espont‡nea, voluntaria o comoparte de organizaciones de la sociedad civil desde la recuperaci—n
democr‡tica. Si bien el objetivo de la instituci—n era formalmente m‡s amplio,
en 1993 se constataba la concentraci—n de los recursos institucionales en la
asistencia a la poblaci—n infantil, restringida a su vez a la poblaci—n
institucionalizada (Pronatas, 1993, 9).
A fines de la dŽcada, esta instituci—n, que en sus declaraciones fundacionales
se enmarca en la protecci—n de los derechos de la infancia y deriva sunecesidad de la CDN, era vista como transfiguraci—n del Patronato de la
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Infancia por los trabajadores propios y de instituciones creadas con
posterioridad en la jurisdicci—n de la ciudad de Buenos Aires.
Durante los 90 se intensifica el debate con respecto a las pol’ticas para la
infancia, en particular las educativas y las de minoridad. El agravamiento y elaumento del problema de ni–os, ni–as y adolescentes en situaci—n de calle son
los temas que concentran el dramatismo y la urgencia de las proposiciones.
Son tambiŽn el espacio prioritario Ðjunto con el de los conflictos penales- de
inclusi—n activa de la CDN. ƒsta es entendida como el eje vertebrador de
discursos y pr‡cticas de ampliaci—n de ciudadan’a, respetuosos de los
derechos de los ni–os, que eran vulnerados o violados por el sistema tutelar.
Las agencias internacionales promotoras de la transformaci—n sosten’an dosejes discursivos para priorizar a la infancia: el rŽdito en tŽrminos de desarrollo
nacional que es posibilitado por la inversi—n temprana en capital humano
(CEPAL, 1996), y la necesidad de construir ciudadanos desde la infancia,
restringiendo as’ la arbitrariedad a la que los sujetos m‡s desprotegidos
estaban expuestos (UNICEF, 1997). Si bien el primer argumento ha sido usado
para justificar al segundo (y a todos los argumentos en favor de la inversi—n en
la infancia), ambos ser’an incompatibles, en la medida en que el primero secentra en la objetivaci—n de sujetos individuales y colectivos. Supone una
aceptaci—n impl’cita de los tŽrminos del mercado para valorar lo que se
pretende que sean pol’ticas de regulaci—n de los intercambios en tal mercado.
Sin embargo, si se entendiera a la ciudadan’a como un atributo de sujetos
individuales (sujetos constituidos en un espacio neutral y cuyas relaciones son
tambiŽn individuales), sin una consideraci—n por las desigualdades y la
aspiraci—n a la universalidad, podr’a tratarse de afirmaciones compatibles...
Este escenario plante—, a primera vista, dos posiciones antag—nicas y
claramente polarizadas: quienes se posicionaban defendiendo la continuidad
del modelo punitivo, en funci—n de la peligrosidad social, la necesidad de tutela,
la inadecuaci—n de las familias, etc., y quienes, por el contrario, defend’an la
condici—n del Òni–o sujeto de derechosÓ propiciada por la CDN y, por lo mismo,
planteaban una reformulaci—n o abolici—n de las pol’ticas tutelares en la nueva
direcci—n.
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Heterogeneidad, fragmentaci—n y destino
Tanto en tŽrminos de bienes culturales como de bienes materiales, la relaci—n
del Estado y del mundo adulto con la poblaci—n infantil parece dibujarse como
una relaci—n de des-acogida, de no bienvenida.
La mera posibilidad de formular esta hip—tesis permite abrir un serio
cuestionamiento a las pol’ticas pœblicas, a las instituciones para la infancia, al
lugar que nuestra sociedad les otorga a los nuevos, parafraseando a Arendt.
Ese lugar parece estar marcado por una anticipaci—n de destino, una negativa
al acogimiento, a la ampliaci—n de ciudadan’a, a la mirada hacia los ni–os como
semejantes.
Es este drama social y subjetivo al que las instituciones y los trabajadores
responden, requiriendo de un contexto de sostŽn para no ser objeto de una
paralizante angustia o de estrategias defensivas omnipotentes o negadoras,
frente a su posibilidad.
Segœn Castoriadis, Òel nivel de lo enunciable que una teor’a despliega ser‡ la
transacci—n, el compromiso discursivo, pero tambiŽn institucional Ð hist—rico de
sus visibilidades y sus invisibilidades, de aquello que es posible pensar y de
sus impensables, de sus objetos afirmados y sus objetos denegadosÓ (1997,
272/3). En este sentido, ÀquŽ deniegan las instituciones respecto de ni–os,
ni–as y adolescentes? ÀQuŽ funci—n tiene lo enunciable sobre la poblaci—n?
ÀEs posible que, al construir a los ni–os como objeto de sus pr‡cticas, las
instituciones eludan aquello de los ni–os que cuestiona radicalmente a la
misma instituci—n?
ÀC—mo es posible, en situaciones de dramatismo social como las enfrentadas,
generar posibilidades de ciudadan’a para sectores tan vulnerables como ni–os
y adolescentes? Desaf’o al que se enfrentan las instituciones, sumado al de
producir un cambio en las formas de relaci—n del Estado con los ni–os y
adolescentes pobres, en la encrucijada entre protecci—n y tutela.
Creemos interesante se–alar que la relaci—n del Estado con la infancia parece
ser, cada vez, la relaci—n con un actor que representa otra cosa: un peligro para
la salubridad, el futuro de la naci—n, la modernidad, el delincuente adulto o el
revolucionario adulto, el futuro devastado... Las operaciones de representaci—n
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del supuesto interŽs del ni–o adoptan el lenguaje del amor, la indefensi—n, la
leg’tima necesidad de cuidados y conmiseraci—n, para hablar, incluso con voz
pretendida de ni–o, de intereses que marcan una tensi—n, un cambio del papel del
Estado en su relaci—n con la sociedad. Es probable que la homogeneizaci—n bajo
la categor’a infancia de existencias heterogŽneas tensione un campo de
problemas. TambiŽn es probable que ÒinfanciaÓ sea una superficie en la que se
reflejen ideales y proyectos en lucha.
Una s’ntesis del proceso de redacci—n y suscripci—n de la CDN
Es interesante plantear someramente la cronolog’a de debates que cuajan,
hacia la dŽcada del 80, en un discurso sobre los derechos de ni–os, ni–as yadolescentes institucionalizado internacionalmente y con eficacia regulatoria en
las pol’ticas nacionales.
La alianza ÒSave the ChildrenÓ, creada en 1920 con sede en Ginebra, fue
responsable de la iniciativa que culmin— con la Declaraci—n de Ginebra sobre
los derechos del ni–o, adoptada por la Liga de las Naciones en 1924. Otra
organizaci—n no gubernamental, la Oficina Internacional Cat—lica de la Infancia,
cuyas actividades se iniciaron en 1948, jug— un papel central en la propuestapara celebrar el A–o Internacional del Ni–o en 1979, evento precursor de la
iniciativa para formular la Convenci—n sobre los Derechos del Ni–o.
La reorientaci—n de las actividades de UNICEF, que hacia 1953 concluye sus
labores de apoyo a la reconstrucci—n europea, desplaza la mayor parte de sus
programas a los pa’ses en desarrollo, en especial las ex-colonias de çfrica y
Asia. La Declaraci—n de los Derechos del Ni–o de 1959, por ejemplo, enfatiza la
protecci—n especial y la atenci—n prioritaria que los adultos deben prestar a los
ni–os en las ‡reas de supervivencia y desarrollo. Durante los a–os ochenta se
realiza una variedad de conferencias, seminarios, reuniones de expertos y
consultas con autoridades que culminan en diversas recomendaciones, entre
las que se encuentran algunos de los gŽrmenes normativos que la CDN
recoge, organiza e incorpora en su articulado.
En conmemoraci—n del vigŽsimo aniversario de la Declaraci—n de los Derechos
del Ni–o de 1959, las Naciones Unidas design— 1979 como el A–o Internacional
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del Ni–o, para cuya celebraci—n program— numerosas actividades preparatorias
en colaboraci—n con los Estados miembros y diversas organizaciones no-
gubernamentales. En este contexto, en 1978, el gobierno de Polonia present—,
ante la Comisi—n de Derechos Humanos de la ONU, la iniciativa de incorporar a
los instrumentos internacionales de derechos humanos una Convenci—n sobre
los Derechos del Ni–o, la cual representar’a, por su car‡cter vinculante, un
claro avance con relaci—n a la Declaraci—n de 1959. El proyecto presentado por
Polonia b‡sicamente repet’a el contenido sustantivo del documento de 1959, al
que agregaba un mecanismo de implementaci—n. Dado que el texto propuesto
por Polonia no encontr— el respaldo requerido, se decidi— establecer un Grupo
de Trabajo abierto en el marco de la Comisi—n de Derechos Humanos, al que
se le encomend— la tarea de redactar una Convenci—n a partir de un segundo
borrador preparado por Polonia sobre la base de las respuestas de los
gobiernos a una consulta realizada por la Secretar’a General de la ONU. El
Grupo sesion— anualmente a partir de 1979, finalizando su labor en marzo de
1988. Durante esos a–os, etapa conocida como la Òprimera lecturaÓ, los pa’ses
miembros y observadores del Grupo de Trabajo negociaron el contenido de los
art’culos de la futura Convenci—n, cuya redacci—n era aprobada por consenso.
Entre noviembre y diciembre de 1988 se procedi— a la Òsegunda lecturaÓ del
texto completo del proyecto de Convenci—n. El texto final adoptado por el
Grupo de Trabajo fue presentado a la Comisi—n de Derechos Humanos para su
aprobaci—n, la que posteriormente lo someti— a la consideraci—n del Consejo
Econ—mico y Social (ECOSOC) y Žste a la Asamblea General de la ONU. El
tr‡mite finaliz— el 20 de noviembre de 1989, fecha en la que la Asamblea
General aprob— por unanimidad la Convenci—n sobre los Derechos del Ni–o, la
cual entr— en vigencia el 2 de septiembre de 1990 (CRIN, 2004).
El inicio de los debates en el marco de la Guerra Fr’a hace parte a la disputa
ideol—gica entre Este y Oeste, de la cual los derechos humanos eran un
instrumento y la ONU el escenario privilegiado. En esencia, los pa’ses
pertenecientes al bloque soviŽtico defend’an la primac’a de los derechos
econ—micos y sociales, mientras que ciertos pa’ses occidentales,
particularmente los Estados Unidos, s—lo reconoc’an como derechos humanos
leg’timos a los de car‡cter civil y pol’tico. Las negociaciones en torno a la futura
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Convenci—n sobre los Derechos del Ni–o avanzaron lentamente debido a esto.
Durante los procesos de ratificaci—n e implementaci—n, a fin de evitar las
connotaciones pol’ticas que adquiri— la divisi—n de los derechos humanos
durante la Guerra Fr’a, se opt— por obviar la distinci—n cl‡sica en favor de una
nomenclatura que agrupara los derechos consagrados en la Convenci—n en
derechos de participaci—n, provisi—n y protecci—n.
En respuesta al predominio de los derechos sociales en el borrador original
presentado por Polonia, los Estados Unidos propusieron la incorporaci—n de la
mayor’a de los art’culos referidos a los derechos civiles y pol’ticos de los ni–os:
Para Pilotti (2001) el texto de la CDN expresa Òel hito m‡s importante del proceso
de globalizaci—n del ideal occidental referido a la posici—n del ni–o en la sociedad
contempor‡neaÓ. Al mismo tiempo, implica la universalizaci—n Ðal menos
instrumental- de los derechos humanos de ni–os, ni–as y adolescentes. La
situaci—n de la infancia en nuestro pa’s en particular, pero en toda LatinoamŽrica,
abre a cuestionar la eficacia material de tal universalizaci—n de derechos. Se
trata, sin embargo, del instrumento de derechos humanos m‡s y m‡s
r‡pidamente ratificado por los pa’ses del mundo, con la excepci—n de los Estados
Unidos y Somal’a.38
Sin embargo, nos parece posible preguntar: Àes realmente tan clara la escisi—n
de las pol’ticas para la infancia en dos posiciones antag—nicas? ÀConstituyen
realmente dos campos discursivos diferenciados, tal como pretenden o aspiran
los actores institucionales? ÀHay ruptura o continuidad en los sentidos que
construyen ambos Ðsupuestos- polos? ÀQuŽ pr‡cticas son generadas por
estas posiciones?
Es interesante arriesgar, como clave de lectura, que dos de los conflictos
centrales acarreados por la modalidad de inclusi—n de la CDN en el campo de
las pol’ticas pœblicas ser’an: a) la fragmentaci—n del campo en luchas por la
representaci—n del bien del ni–o, marcadas por posiciones antag—nicas
totalizadas que no permiten el conflicto pol’tico, sino m‡s bien la disputa de
poder personal; b) la mitificaci—n del campo, en tanto no se elimina la historia,
pero se la trasmuta en un relato Žpico con hŽroes y villanos.
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Por otra parte, otra dimensi—n de conflicto parece ser inherente a las
transformaciones del campo. Al consignar a un sujeto social como titular de
derechos de ciudadan’a y, m‡s ampliamente, de derechos humanos, se
constituye al Estado como garante de su satisfacci—n: es un problema de su
competencia. La CDN, sin embargo, aporta, junto con esta dimensi—n, una
salvedad presupuestaria: los Estados garantizan hasta donde pueden y las
organizaciones no gubernamentales y la cooperaci—n internacional tienen su
parte. Es posible proponer, en una suerte de hip—tesis contraf‡ctica, que, de
haber sido desarrollados estos conflictos en toda su extensi—n, hubieran
probablemente conducido a una repolitizaci—n de los debates y de las
posiciones de los actores y a un cuestionamiento radical de la existencia misma
de estas instituciones como parte del Estado, tal vez incluso evitando la
dispersi—n y proliferaci—n de propuestas de ’ndole rehabilitatoria que abundan
en la sociedad civil, transformada en tercer sector...39
La CDN ha sido redactada y suscripta en un contexto de privatizaci—n de las
pol’ticas sociales y de desmantelamiento del Estado de bienestar. Se
confeccion— como instrumento para instituir y regular los derechos de
ciudadan’a de un grupo social Ðla infancia y adolescencia- que carec’a hasta
entonces (plenamente) de ellos, en el mismo momento hist—rico en que el
Estado que deb’a garantizarlos y satisfacerlos era desmantelado. De esta
manera se instituy— y legaliz—, por a–adidura, el campo para la gesti—n privada
de estos derechos traducidos en problemas.40
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4. LAS INSTITUCIONES PARA LA INFANCIA
Varias de las instituciones que regula directamente la CDN fueron originadas o
transformadas a principio de siglo, a partir de la implementaci—n de la ley
10.903 (Institutos Rocca, San Mart’n, Agote, etc.).
El cambio y la transformaci—n de las concepciones sobre la infancia, sus
necesidades y problemas, y las mejores formas de abordarlos no
necesariamente entonces acompa–an a los cuestionamientos tŽcnicos ni a las
reformas jur’dicas. El cambio normativo no se sigue forzosamente detransformaciones institucionales. Ni es inevitable que las y los trabajadores
acuerden ’ntegramente con las nuevas concepciones jur’dico-psicol—gicas
sobre los ni–os, ni–as y adolescentes.
Las instituciones existen socialmente como sistemas simb—licos sancionados.
Consisten en ligar unos significados a determinados s’mbolos y hacerlos valer
como tales. La implicaci—n real o l—gica entre las reglas instituidas y las
funcionales no viene dada de una vez y para siempre, y no es autom‡ticamentehomogŽnea a la l—gica simb—lica del sistema.
Por el contrario, las relaciones entre racionalidad institucional y funcionalidad
sistŽmica, entre las organizaciones o los sistemas simb—licos y las funciones
sociales que les son asignadas, pueden ser de ayuda (es decir, la instituci—n
cumple y mantiene la funci—n asignada, por ejemplo el caso de la escuela
argentina hasta no hace demasiado tiempo), de adversi—n (es decir, la
instituci—n es, en sus objetivos y acciones, opuesta a la funci—n social
adscripta, oposici—n tanto directa -que supone el derrumbe institucional- como
acumulativa -en donde el conflicto aparece m‡s tarde-) o, por œltimo, de
indiferencia (Castoriadis, 1993).
De modo que la relaci—n entre el campo institucional y la transformaci—n de su
marco jur’dico devendr‡ en alguna de estas relaciones. Nuestra hip—tesis es
que se han dado relaciones de adversi—n en las que el conflicto ha sido
tramitado parcialmente mediante su distribuci—n entre usuarios externos e
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internos, acumul‡ndose un resto como cuestionamiento en el espacio pœblico
de la funci—n de la totalidad de las instituciones para la infancia. Paralelamente,
la inclusi—n de estas instituciones en el aparato pol’tico ha permitido una
relaci—n de indiferencia que posibilita la ausencia de pedido de cuentas por sus
magros resultados positivos.
En las instituciones se objetivan sentidos que son luego individualizados.
Demarcan lo decible y lo pensable para cada situaci—n social y para los actores
involucrados y constituidos por ellas. En este sentido, las instituciones
estructuran y son determinadas por un campo de discursividad, actualizado
mediante las estrategias discursivas desarrolladas por los actores. El an‡lisis
de los discursos, en su relaci—n con los sentidos que aparecen como dados,permite poner en el centro de la pr‡ctica institucional a los impensados
generados en una din‡mica de diferenciaci—n y de poder.
Es decir, los efectos y resultados producidos en la cotidianidad de las
instituciones para la infancia dependen tanto de los procesos singulares dados
en su interioridad como de las relaciones establecidas entre la instituci—n
concreta, habitada, y la instituci—n simb—lica, y entre ambas y la l—gica del
sistema. As’, las pol’ticas pœblicas determinan el exterior constitutivo de los
arreglos institucionales,41 por lo que es necesario reflexionar sobre estas
relaciones al analizar las pr‡cticas institucionales. La funci—n clasificatoria y
productora de un resto de las instituciones para la infancia aparece con todo su
dramatismo (Ào debiŽramos decir tragedia?) en la fuerte asociaci—n entre
fracaso escolar y pobreza e indigencia.42 La ubicaci—n de Žstas en un contexto
en el que las pol’ticas de distribuci—n y reconocimiento producen modalidades
de vulnerabilidad y exclusi—n social, desnudar’a una imbricaci—n entre
producci—n de ciudadan’a y de Òno-ciudadan’aÓ.
En la cotidianidad institucional se materializan los procesos que determinar‡n
destinos sociales, recorridos pre-asignados al Žxito o al fracaso, actualizados
en cuerpos y praxis provocadas por la instituci—n.
Son tambiŽn, modalidades de implementaci—n de pol’ticas sociales. Un aspecto
relevante de las pol’ticas sociales implementadas es su participaci—n en la
reproducci—n de la estructura social en tanto Òred especial de micropoderes, pormedio de la construcci—n de campos disciplinares, instituciones prestadoras de
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servicios, un cuerpo de tŽcnicos calificados y un conjunto de pr‡cticas
normalizadorasÓ (Fleury, 1997).43 El centro de la concepci—n de las pol’ticas
sociales est‡ configurado por la ciudadan’a, modalidad de relaci—n entre el
Estado y los miembros. Como parte del ÒrŽgimen de verdadÓ (Foucault, 1979) de
cada sociedad, la ciudadan’a, a partir de conjugar derechos y deberes, se
constituye en un dispositivo de verdad sobre el que se fundamenta el poder.
Al develarse que la universalidad de la ciudadan’a no es un punto de partida en
sociedades desiguales e inequitativas, heterogŽneas en su interior, sino que
implica una activa pol’tica de redistribuci—n del poder y del saber, es necesario
pensar una modalidad de pol’ticas sociales que recuperen una idea de justicia
asociada a la equidad: el reconocimiento de las singularidades, diversidades,desigualdades presentes en un momento determinado en una sociedad
particular, para poder construir ciudadan’a desde ese reconocimiento.
ÀSon las pr‡cticas institucionales adecuadas a esta exigencia de
reconocimiento?
Se trabaja la noci—n de ciudadan’a como un concepto de ’ndole psicosocial,
complejo, que abarca: un estatuto jur’dico que implica la titularidad de derechos
sociales, civiles y pol’ticos, cuya ampliaci—n a grupos espec’ficos se da encontextos hist—ricos de luchas sociales; una modalidad de integraci—n social
particular a las sociedades democr‡ticas, con caracter’sticas te—rica y
jur’dicamente equitativas; y, por œltimo, un posicionamiento subjetivo construido
en interacciones sociales, que implica tanto una cierta responsabilidad social y
subjetiva por los propios actos, como un auto-reconocimiento de la titularidad
de derechos, con la consiguiente posibilidad de demanda o interpelaci—n a y de
otros actores, es decir, una cierta posibilidad de uso del poder. Si bien laparticipaci—n y la autonom’a son centrales al concepto en casi todos los
desarrollos te—ricos, nos ubicamos en un registro hist—rico que concibe las
ampliaciones de derechos como logros colectivos, as’ como la autonom’a no
relativa a individuos aut—nomos sino interdependientes, alej‡ndonos de la idea
de individuo aut—nomo y racional como precondici—n para la ciudadan’a (Di
Marco, 2004; Devine, 2002).
En los supuestos, argumentos, criterios de clasificaci—n, demarcaci—n yregistro, valoraciones y estrategias, impl’citos en la forma en que las
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instituciones Ðy los y las trabajadores/as- interpretan y definen los problemas
para los cuales operan, se concretan las formulaciones pol’ticas y se expresan
los sentidos sobre la infancia y sobre ni–as y ni–os.
Se presentan, en este cap’tulo, datos que han sido producidos mediante larevisi—n de documentaci—n institucional, mediante preguntas incluidas en la
encuesta administrada a los trabajadores y mediante entrevistas y observaci—n
participante.
El contexto (y el texto) institucional
El Hogar de Tr‡nsito (que nombraremos ÒHogarÓ) fue creado en 1998 a partir
de diagnosticar que algunos chicos no est‡n ÒlistosÓ para sostener tanto el
regreso a su hogar como la vida en un peque–o hogar, o bien necesitan algœn
tratamiento mŽdico prolongado, con cuidados especiales (por ejemplo, guardar
cama), o necesitan ser protegidos de la calle, si bien no han manifestado
querer alguna derivaci—n definitiva. La primera variante se sostiene en la
hip—tesis de que muchos fracasos (ni–os/as o adolescentes que regresan a la
calle) son explicados por la dificultad que supone para los chicos la apropiaci—n
de una cotidianidad diversa de la de la calle, as’ como la poca estabilidad del
deseo de cambio de situaci—n: Òel chico no lo puede sostenerÓ, se suele
comentar. La oferta, entonces, de esta instituci—n, ser‡ un espacio transitorio
de reconstrucci—n de una cotidianidad hogare–a que permita al chico
estabilidad en su regreso al hogar familiar o la derivaci—n a otra instituci—n.
Ligado al paradigma de la normalizaci—n (Casas, ob. cit.), trabajar‡ en la
provisi—n de un entorno ambiental y unas din‡micas cotidianas que
ÒrepresentenÓ un hogar. Los ni–os, ni–as y adolescentes, derivados por otras
instituciones estatales, algunas Defensor’as de Ni–os y Adolescentes o un
Programa m—vil, viven durante 30 d’as, aproximadamente, en una casa en
donde los trabajadores conviven con ellos y tratan de reconstruir una
cotidianidad normada y reglada, similar a la de un hogar familiar. Desde su
apertura en noviembre de 1998,44 la oferta se diversific—, incluyendo diversos
talleres, apoyo escolar, recreaci—n, y algunos aspectos de asistencia jur’dica,
en combinaci—n con las Defensor’as de Derechos de Ni–as, Ni–os yAdolescentes del GCBA.
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La instituci—n ÒCentro de D’aÓ reformula su oferta a partir de los problemas
encontrados en el trabajo de operador de calle con el que se iniciaron,
transform‡ndose en 1992 en un centro de d’a al que se concurre
voluntariamente entre las 9 de la ma–ana y las 5 de la tarde, de lunes a
viernes. Su oferta incluye talleres, finalizaci—n de la escolaridad primaria en el
interior de la instituci—n para aquellos ni–os que hayan estado escolarizados
previamente, aseo y comida, gesti—n de DNI, etcŽtera. El objetivo es dificultar la
permanencia del ni–o o ni–a en la calle, logrando que Žl mismo solicite su
derivaci—n (ya sea al hogar familiar como a algœn peque–o hogar, si el retorno
al primero es evaluado como imposible o no es deseado por el ni–o) y
garantizar el cumplimiento de derechos (p.e., derecho a la identidad mediante
la tramitaci—n del DNI), al mismo tiempo que interrumpir el desarrollo de
conductas tales como consumo de drogas y hurtos (mediante un sistema de
reglas para el ingreso y permanencia). De este modo, se estructura con rutinas
y din‡micas relacionadas con las escolares.
El programa de dependencia nacional (que denominaremos ÒProgramaÓ ) fue
gestado sobre el supuesto del acto delictivo como s’ntoma de algœn
padecimiento o patolog’a psicol—gica de quien lo comete. Desde esa
perspectiva, es una medida curativa que no excluye el posterior internamiento
punitivo de ni–os, ni–as o adolescentes. Se basa en una propuesta asistencial
llevada a cabo por psic—logos/as, en forma ambulatoria, bajo la responsabilidad
œltima del juzgado actuante. Su desarrollo depende de que la familia del ni–o
sea evaluada como continente por los trabajadores del programa y el personal
tŽcnico del juzgado. Desde la perspectiva de sus actores, se trata (o al menos
se trat— en un principio) de un programa revolucionario y disruptivo dentro de la
configuraci—n general de la instituci—n, centrada en el internamiento en
instituciones totales o en comunidades terapŽuticas.
Las acciones desarrolladas por las instituciones son expresi—n y traducci—n de
las pol’ticas pœblicas. Ni son directa expresi—n de la pol’tica, ni son mera
interpretaci—n de actores arbitrarios. Sin embargo, algunas acciones pueden
ser ubicadas como teniendo mayor peso en el sentido de las pol’ticas. La
importancia de los recursos asignados al seguimiento por parte del Estado de
ni–os, ni–as y adolescentes puede ser pensada como un analizador de las
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estrategias a lo largo del tiempo. Permite preguntar por el tipo de
responsabilidad que asume el Estado sobre los ni–os, ni–as y adolescentes:
Àse limita a reencontrarlos como adultos en otros programas sociales, sin
poder reconocerlos como aquellos viejos conocidos?
El malestar en las instituciones
ÒTe est‡s exponiendo, Ày vos c—mo qued‡s?Ó
El clima emocional transmitido en las entrevistas a trabajadores y a informantes
clave46 puede ser caracterizado como desilusionado. Los trabajadores
vivencian su trabajo cotidiano con incertidumbre y pesimismo, encontrando o
recordando pocos momentos de satisfacci—n plena, no balanceada por la
limitaci—n del logro.
Es entonces interesante retomar la l’nea de sufrimiento subjetivo47 que supone
la contradicci—n de trabajar para promover los derechos de ciudadan’a de la
poblaci—n en un contexto institucional que es vivenciado