Locura quijotesca y moría erasmiana

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LOCURA QUIJOTESCA Y MORÍA ERASMIANA David Estrada Herrero Barcelona, Uno de los temas que ha cautivado con asiduidad a los estudiosos del Quijote, y sobre el cual centraremos también nuestra atención, es el del papel y significado de la locura en la célebre obra cervantina. El tema de la moría no es únicamente propio del Quijote; lo encon- tramos también en otras obras literarias y religiosas del tiempo. Es cen- tral en los escritos de Erasmo, una de cuyas obras lleva el sugestivo tí- tulo de Elogio de la locura, y es también notoria en los comentarios protestantes de algunos pasajes bíblicos -muy particularmente de las epístolas paulinas. Tanto en las referencias erasmianas como en las bí- blicas, el tema de la locura encierra un tipo de sabiduría que rompe con los moldes corrientes de conocimiento y de razonamiento. Evidentemente Cervantes conocía ambos tipos de locura -la eras- miana y la bíblica- y esto explicaría la incidencia de las mismas en la estulticia quijotesca. El trasfondo político, social y religioso del Quijote guarda una es- trecha relación de contemporaneidad con la España de Cervantes, que es también la de Felipe Il, bajo cuyo reinado transcurre la mayor par- te de la vida de nuestro autor). Como más tarde sucederá con don ) Felipe JI muere en 1598, de modo que la mayor parte de la vida de Cervantes corresponde a su reinado. Cervantes muere en 1616, cinco años antes que Felipe lB.

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LOCURA QUIJOTESCA Y MORÍA ERASMIANA

David Estrada Herrero Barcelona, E~paña

Uno de los temas que ha cautivado con asiduidad a los estudiosos del Quijote, y sobre el cual centraremos también nuestra atención, es el del papel y significado de la locura en la célebre obra cervantina. El tema de la moría no es únicamente propio del Quijote; lo encon­tramos también en otras obras literarias y religiosas del tiempo. Es cen­tral en los escritos de Erasmo, una de cuyas obras lleva el sugestivo tí­tulo de Elogio de la locura, y es también notoria en los comentarios protestantes de algunos pasajes bíblicos -muy particularmente de las epístolas paulinas. Tanto en las referencias erasmianas como en las bí­blicas, el tema de la locura encierra un tipo de sabiduría que rompe con los moldes corrientes de conocimiento y de razonamiento. Evidentemente Cervantes conocía ambos tipos de locura -la eras­miana y la bíblica- y esto explicaría la incidencia de las mismas en la estulticia quijotesca.

El trasfondo político, social y religioso del Quijote guarda una es­trecha relación de contemporaneidad con la España de Cervantes, que es también la de Felipe Il, bajo cuyo reinado transcurre la mayor par­te de la vida de nuestro autor). Como más tarde sucederá con don

) Felipe JI muere en 1598, de modo que la mayor parte de la vida de Cervantes corresponde a su reinado. Cervantes muere en 1616, cinco años antes que Felipe lB.

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Miguel de Unamuno, a Cervantes le dolía España, la España de su tiempo. Ocurren varias veces en el QuUote frases como «en estos tan calamitosos tiempos nuestros», «la depravada edad nuestra»; y en el «Coloquio de los perros», «¡Mísera edad y depravado siglo nuestro!» España era por aquel entonces un país de injustas divisiones sociales y étnicas, y de una radical falta de libertad. Los prejuicios de limpie­za de sangre asfixiaban las libertades más esenciales de los nuevos cris­tianos. El converso, por eminente que fuera, se sentía acorralado por todas partes, e incapaz de romper los moldes de una inflexible into­lerancia social y religiosa. La sospecha de que el converso era en el fondo un falso creyente era imposible de desvanecer. El cristiano nue­vo vivía indefenso bajo la constante amenaza de falsas acusaciones. Con fina ironía nos dice Cervantes que con un trozo magro de ja­món, a modo de salvoconducto, se podía viajar por la Península con ciertas garantías de seguridad personal. Nuestro autor fustiga con de­nuedo la discriminación que sufren los «cristianos nuevos,» y como fiel seguidor de San Pablo sabe bien que en la genuina realidad cris­tiana «las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas». En esta nue­va realidad, añade el Apóstol, «no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos» (Colosenses, 3, 11)2.

La doctrina de la limpieza de sangre es radicalmente anticristiana. El tema aflora en varias ocasiones en el Qu!jote. En un conocido pa­saje Sancho dice: «Yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me bas­ta. -y aun te sobra -dijo don Quijote-, y cuando no lo fueras, no haría nada al caso» (1, 21, pp. 197-98)3. El que Sancho se jactara de su cristiandad vieja y de sus cuatro dedos de enjundia de cristia­nos viejos, no impide que Don Quijote lo escoja como escudero y le ofrezca el gobierno de una ínsula; y es que para el Hidalgo de la Mancha las cuestiones de linaje carecen de importancia: la cuestión

Es durante los años 1609-1611 del reinado de Felipe III cuando tiene lugar la ex­pulsión de los moriscos de España -hecho de profundo eco en la obra de Cervantes.

2 Las citas bíblicas corresponden a la edición Reina-Valera (antigua versión de Casiodoro de Reina, Basilea, 1569, revisada por Cipriano de Valera, Amsterdam, 16(2), revisión de 1960 publicada por las Sociedades Bíblicas en América Latina.

3 Las citas de! Quijote corresponden a la edición de Francisco Rico (Madrid, Real Academia Española, 2004) y sólo se indicará el libro, e! capítulo y el número de pá­gina.

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esencial tiene que ver con la espiritualidad interior y la moralidad ex­terior de vida. El mismo Sancho llegará a comprender que, por enci­ma de los convencionalismos sociales, prima la conducta del indivi­duo: «Bien predica quien bien vive, y yo no sé otras tologías». «Ni las has menester, dice don Quijote». (Ir, 20, p. 707). Y es que, en defini­tiva: «Cada uno es hijo de sus obras». (1, 4, p. 50). No se olvide, por otro lado, que tan por encima está nuestro caballero de las discrimi­naciones sociales y de raza, que la heroína de sus sueños, la sin par Dulcinea, es nada menos que una morisca llamada Aldonza, vecina del Toboso, una aldea llena de moriscos.

Conjuntamente con la pureza de sangre, en la España cervantina, se daba también una excluyente pureza doctrinal: nacionalidad y re­ligión constituían una identidad indisoluble. Los omnipresentes tentá­culos de la Inquisición se ceñían con especial celo en la esfera de la página impresa. El temor a la censura condicionaba mucho al escri­tor del tiempo que no comulgaba con aquella política de intoleran­cia y de falta de libertades, y que le obligaba al recurso de unos mo­dos expresivos de doble verdad, simulación e intencionada hipocresía. Estos recursos expresivos tenían su contraparte en la discerniente com­plicidad del lector inteligente que sabía leer entre líneas. En todo esto Cervantes es un consumado maestro, y explota con gran habilidad y finura el tema de la locura para los fines expresivos de la doble ver­dad. Para el lector que leía entre líneas las críticas cervantinas no pa­saban desapercibidas, y ante las sospechas del inquisidor cabía siempre la salvaguardia de que quien hablaba o hacía lo censurable no era un personaje cuerdo. De no haber jugado la carta de la locura, pronto habría dado don Quijote con sus huesos en la cárcel. Cuando los ofi­ciales de la Santa Hermandad vinieron en su busca por la suelta de los galeotes, el cura, apelando a la locura que aquejaba al caballero de la Triste Figura, consigue librarle de la justicia. A los locos, nos dice Erasmo, «se les permite decir las cosas más fuertes, sin que nadie se escandalice, dándose el caso de que afirmaciones que, dichas por un sabio, llevarán a éste a la horca, pronunciadas por uno de mis prote­gidos hacen reír y son celebradas como una gracia»4. Pero si de los príncipes y los magistrados la locura puede burlarse impunemente, de los teólogos los estultos ya no pueden sentirse tan seguros:

4 Erasmo, Elogio de la locura, p. 70.

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Quizá será mejor pasar en silencio por los teólogos y no remover esta ciénaga ni tocar esta hierba pestilente, no sea que, como gente tan su­mamente severa e iracunda, caigan en turba sobre mí con mil conclusio­nes forzándome a una retractación y, caso de que no accediese, me de­claren en seguida herejeS

Erasmo aprovecha esta alusión a la herejía para preguntar: «¿En qué lugar de la Escritura se ordena castigar a los herejes por el fuego en vez de convencerles por la persuasión?»6.

Cervantes es un entusiasta de la libertad. La defensa de las liberta­des distingue una y otra vez al autor del Quijote. Recuérdese, por ejem­plo, el elocuente episodio de la pastora Marcela, reivindicado el dere­cho a una vida libremente elegida y sin las opresoras ataduras de las artificiales conveniencias sociales. Repárese, también, que en el polé­mico encuentro con los galeotes don Quijote no tuvo reparo alguno en librarles de sus cadenas y darles suelta, con el comentario de que

parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y la Naturaleza hizo li­bres [ ... ] Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles nada en ello (1, 22, p. 207).

El morisco Ricote ensalza la libertad de otros europeos, especial­mente de los alemanes, «que viven con libertad de conciencia». Hasta de los ingleses, a pesar de los conflictos bélicos del momento, gozan de la simpatía de Cervantes, como vemos, por ejemplo, en La españo -la inglesa. Fray Felipe de Meneses, un autor conocido por Cervantes, en algunos de sus escritos ensalza la libertad de la Alemania luterana y condena la intolerancia que se registra en España. Es precisamente en su visita a una imprenta de Barcelona que don Quijote ve galera­das de la obra Luz del alma de dicho autor, e insta elogiosamente a que se publiquen escritos de este tipo (Il, 62). En eso de «leer entre líneas», en Las dos doncellas encontramos una interesante loa a la li­bertad en la referencia al Transilvano, a quien se desea «que nuestro

5 Erasmo, Elogio de la locura, p. 100. 6 Erasmo, Elogio de la locura, p. 100.

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Señor guarde»7. Según Frances Luttikhuizen8 , el Transilvano al que menciona Cervantes hace referencia a Janos Sigismundo (muerto en 1571), que en 1568 decretó una Acta de Tolerancia Religiosa en Transilvania por la que se otorgaba libertad de culto a católicos, pro­testantes y unitarios. No debe, pues, extrañar que a este defensor de

la libertad le deseara Cervantes una larga vida. En muchas de las visiones de don Quijote la realidad se ve trans­

formada por sus deseos personales. En palabras de Cervantes: «Todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído» (1,2, p. 36). Ve castillos en las ventas, damas en las criadas, gigantes en los molinos de viento, ejércitos en los rebaños

de ovejas, ve a los frailes con un coche y concluye que es una seño­ra a quien llevan secuestrada; lo mismo le ocurre con la comitiva que va a enterrar, con hachones, aquel cuerpo n1uerto; y así sucesivamen­te con otros encuentros y visiones. En todos estos sucesos el factor a destacar es el del cambio: don Quijote quiere cambiar realidades. Esta

idea de cambio de hechos y circunstancias, ¿no podría interpretarse metafóricamente en el sentido de que son hechos y circunstancias sim­bólicas que apuntan a un cambio mucho más importante como es el de la realidad española a la que hemos aludido? Don Quijote «se hace el loco» -haciendo nuestro el feliz diagnóstico de don Miguel de Unamuno- frente a la realidad de la España de su tiempo: él no la quiere ver como era, sino como él quería que fuese. En esta empre­sa de «desfacer entuertos» el cambio de la realidad española constitui­ría el logro más importante y decisivo que cabría aspirar. Bajo esta perspectiva, la locura quijotesca escondería una sutil sapiencia, una for­ma de conocimiento, un modo de sabiduría. ¿Qué son, por ejemplo, los molinos a los que nuestro caballero arremete con tanta fuerza? ¿Son simples molinos de los campos de la Mancha? En estos molinos don Quijote ve otros molinos. Y otros molinos veía también Unamuno: «Hoy no se nos aparecen ya como molinos, sino como 10-con10toras, dinamos, turbinas, buques de vapor, automóviles, an1etra­lladoras, etc.»9. En este punto la locura de don Quijote entroncaría de

7 Cervantes, NOlJelas ejemplares, p. 482. Las citas de las NOlJelas ejemplares corres­ponden a la edición de Frances Luttikhuizen (Barcelona, Planeta, 1994).

8 Luttikhuizen, 2004. 9 Unamuno, 1942, p. 36.

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lleno con la moría erasmiana y encerraría también un doble signifi­cado. Según Erasmo:

Todas las cosas humanas, como los silenos de Alcibíades, tienen dos ca­ras que difieren sobremanera entre sí, de modo que lo que exteriormen­te es la muerte, viene a ser la vida l ... [ y, por el contrario, lo que pare­ce vida es muerte; lo que hermoso, feo; lo opulento, paupérrimo; lo infame glorioso; lo docto, indocto; lo robusto, flaco; lo gallardo, innoble; lo ale­gre, triste; lo próspero, adverso; lo amigable, enemigo; lo saludable, noci­vo; y, en suma, veréis invertidas de súbito todas las cosas si abrís el isle­no 1ü

La influencia de Erasmo sobre Cervantes se ha juzgado decisiva en

el tema de la locura. Sin Erasmo, escribe América Castro 11, Cervantes no habría sido como fue l2 . Cervantes conocía bien a Erasmo y el sig­

nificado doble de su concepto de moría. La lectura del Elogio de la locura dejó impronta indeleble en el autor del Quijote. La moría eras­miana se asocia indisolublemente con la risa o la nota cómica. Dice de sí la estulticia: «Soy la única que tiene poder para divertir a los dio­

ses y a los hombres». Y añade: «la locura digna de ser deseada se ma­nifiesta por cierto alegre extravío de la razón»13. ¿No es también en

10 Erasmo, Elogio de la locura, pp. 56-57. La misma afirmación encontramos en Silenos de Alcibíades (1555, fol. lOr): «Todas las cosas humanas tienen dos aspectos a modos de los Silenos de Alcibíades, los cuales tenían dos caras del todo opuestas; por lo cual, muchas veces, aquello que a primera vista parece muerte [ ... ] observado aten­tamente es vida». La idea se repite también en su Enquiridion, o Manual del caballero

cristiano. Véase la edición de Dámaso Alonso en Revista de filología española, anejo XVI,

Madrid, 1971. 11 Castro, 1980, p. 300.

12 Al hablar de esta obra, comenta Américo Castro, «surge la pregunta de si

Cervantes pudo leerla; desde luego, yo pienso que pudo verla en latín, y enterarse su­ficientemente de su contenido; pero hay que observar que existió traducción espa­ñola,lo que facilita la suposición de que Cervantes la conociera [ ... ] Que no exista

ejemplar, no quiere decir nada, por lo mucho que se persiguieron las traducciones de Erasmo» (1980, pp. 88,114). El celo prohibitivo de la Inquisición borró dellTlapa li­terario muchas de las obras que se condenaban en el Índice de libros prohibidos. Ejemplo

elocuente de esto es la obra de Juan de Valdés Diálogo de doctrina aistiana, publicado en 1528 por la Universidad de Alcalá, y que perlTlaneció ignorado durante cuatro si­glos, hasta que en 1925 Marcel Bataillon redescubrió un ejemplar en Coimbra.

13 Erasmo, Elogio de la locura, pp. 23,73 Y 96.

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esto Cervantes fiel discípulo de Erasmo? El alegre extravío de la ra­zón en don Quijote, ¿no hace de la comicidad una de las notas más seductoras y saludables de la gran novela cervantina? Hemos dicho sa­ludables porque en la risa se encierra una maravillosa afirmación de vida. Entre otras cosas, en el Quijote se vive porque se ríe. En Erasmo la moría se vincula también con el saber implícito en el refrán. La co­lección de refranes que contiene el Elogio y la Adagia es realmente nu­merosa; pero también lo es en el Quijote. (,Paréceme, Sancho, dice nuestro caballero, que no hay refrán que no sea verdadero» (1, 21, p. 188).

La vena de inspiración que en la moría erasmiana encuentra Cervantes se transparenta en muchos temas del Quijote. Según Erasmo, las formas paganas de religiosidad popular marginan la centralidad de Cristo en la vida de fe. «Muchos son, escribe, los que tienen en más las ceremonias que la verdadera religión, las leyes de los hombres que no las de Cristo, la máscara que no la persona, la sombra que no lo fume, lo temporal que lo eterno» (1555, fol. 10r). La religiosidad po­pular encuentra especial deleite en la predicación asnal:

Si alguien solicita una prueba manifiesta y obvia de tal cosa, acuda a la hora del sermón en una iglesia y verá que si se está hablando de algo se­rio, todos dormitan, bostezan y se asquean: en cambio, si el vociferador (me he equivocado, quise decir el orador), comienza, según hacen con frecuencia a explicar alguna historieta asnal, se despabilan todos, prestan atención y escuchan con la boca abierta 14 .

Ningún aspecto moral y doctrinal de la Iglesia se libró de los dar­dos críticos de su afilada ironía -ni tan siquiera la escolástica doctri­na de la transubstanciación.

Con el clero, la jerarquía y los teólogos la crítica de Erasmo es in­misericorde. Sobre los monjes la estulticia afirma: «Tan aborrecido de todos es este gremio, que el encontrárselos casualmente por la calle se tiene por cosa de mal agüero»15. Recuérdese, sobre este particular, que en las dos veces que don Quijote halla en su camino cortejos reli­giosos arremete contra ellos, sin que Cervantes se detenga en reparos

14 Erasmo. Elogio de la locura, p. 85. 15 Erasmo, Elogio de la {o{Ura, p. 109.

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piadosos. Sobre el papado las críticas de Erasmo sobrepasan incluso a las de Lutero; y de nada sirvieron las insinuaciones de oferta de un capelo cardenalicio para suavizar las duras diatribas del sabio de Rótterdam contra los supremos dignatarios de la Iglesial6 .

Los pontífices, dice la estulticia, «imitan la conducta de los prínci­pes y casi les llevan ventaja [ ... ] Estos pontífices han exterminado sin piedad a los que llaman sus enemigos. ¿Cómo si hubiese peores ene­migos de la Iglesia que esos pontífices impíos que con su silencio co­adyuvan a abolir a Cristo, en tanto que alcahuetean con su ley, la adul­teran con sus caprichosas interp retaciones y le crucifican con su conducta infame!» « ... Los pontífices, diligentísimos para amontonar dinero, delegan en los obispos los menesteres demasiado apostólicos; los obispos, en los párrocos; los párrocos, en los vicarios; los vicarios, en los monjes mendicantes y, por fin, éstos lo confian a quienes se ocupan de trasquilar la lana de las ovejas» 17.

En contra de los teólogos la moría erasmiana se desborda en agu­das y devastadoras diatribas, siempre en el marco de una sutil ironía. «Los teólogos, dice, después de haber extraído de sus tinteros la divi­nidad entera, han de comer altramuces y librar constante guerra con­tra los chinches y los piojos». «Estos teólogos se figuran que la Iglesia universal se vendría abajo si no le proporcionasen ellos los puntales de sus silogismos, de la misma manera que, según los poetas, Atlas sostie­ne el cielo sobre los hombros». Es más Iacil salir del Laberinto «que de la confusión de realistas, nominalistas, tomistas, albertistas, occamis­tas, escotistas y otras sectas». «Se llenan los oídos repitiendo los nom­bres magníficos de doctores solemnes, doctores sutiles, doctores sutilí­simos, doctore; seráficos, doctores querubíneos, doctores santos y doctores irrefragables». «Ocupados de día y de noche con estos lison­jeros romances, no les queda el menor ocio para hojear siquiera una vez los Evangelios o las Epístolas de San Pablo [ ... ] De todos ellos Aristóteles es su maestro» IR. La piedad por la que aboga Erasmo en el

16 Erasmo gozó de la amistad y respeto de Julio II y Clemente VII, pero siem­pre se mantuvo distante con la jerarquía católica. Bajo el papado de Paulo IV; sus es­

critos fueron relegados al Índice de libros prohibidos. Erasmo era veinte años mayor que Lutero; murió en 1536 y fue enterrado en la catedral protestante de Basilea.

17 Erasmo, Elogio de la locura, pp. 119,123 Y 125. 18 Erasmo, Elogio de la locura, pp. 66, 114, 102. 131, 106, 114.

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Elogio es la piedad de la Iglesia primitiva: sencilla en sus formas y pro­funda en su vivencia.

La crítica erasmiana al cristianismo de formas superficiales y hue­ras se encuentra en el trasfondo de relevantes escenas del Quijote, así como en algunos comentarios acerados de sus personajes. Repárese, por ejemplo, en la escena en la que Sancho cambia el mal aparejo de su burro por el bueno quitado al barbero; y en el expresivo comen­tario de don Quijote: «Hizo mutatio cappamm, y puso su jumento a las mil lindezas» (1, 21, p. 192). La mutatio capparum era lo que hacían los cardenales en Roma al acercarse el tienlpo caluroso; se compara, pues, a un asno con un cardenal. En el episodio del bálsamo de Fierabrás se encierra una severa burla contra la repetición mecánica de los pa­drenuestros y avemarías, y en el número de estos rezos, más que en el significado de sus palabras. Sobre la «contabilidad» de rezos y plega­rias, Erasmo dice: «son tan doctos estos teólogos, dice la estulticia en el Elogio, que pueden incluso contabilizar intrincadas cuestiones es­pirituales, y medir como con una clepsidra, los tiempos del Purgatorio, los siglos, los años, los meses, los días y las horas, a modo de una ta­bla matemática»19. Recuérdese al respecto el relato de la penitencia que hizo don Quijote en Sierra Morena, donde se nos dice que fa­bricó un rosario de las faldas de su camisa, con once nudos, el uno más gordo que los demás y rezó un millón de avemarías20 . Si el pa­ñal astroso de don Quijote sirve para rezar en él un millón de Avemarías, poca importancia tiene para Cervantes el rosario, las ave­marías y los credos de carretilla. En consonancia con el erasmismo de nuestro autor, la piedad por la que se aboga es la de una sobria espi­ritualidad interior, tal y como se ejemplariza en la vida y conducta de don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán:

19 Erasmo, Elogio de la locura, p. 78.

20 La primera edición (Cuesta. 1605a) dice así: «Mas ya sé que lo más que él [Amadís] hizo fue rezar y encomendarse a Dios; pero ¿qué haré de rosario, que no le tengo? En esto le vino al pensamiento cómo lo haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y dióle once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de Avemarías». En la segunda edición del mismo año (Cuesta, 1605b), el pasaje apareció en estos términos: «Mas ya sé que lo más que él hizo fue rezar, y así lo haré yo: y sirviéronle de rosario unas agallas grandes de un alcornoque, que en­sartó. de que hizo un diez» (Américo Castro, 1980. p. 262).

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... ni gusto de rnurrnurar ni consiento que delante de 111í se rnurrnure;

no escudriño las vidas ajenas ni soy lince de los hechos de los otros; oigo

misa cada día, reparto de mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de

las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y va­

nagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más reca­

tado; procuro poner en paz los que sé que están desavenidos; soy devoto

de Nuestra Señora y confío siempre en la misericordia infinita de Dios

Nuestro Seíi.or (l!, 16, p. 664).

Recuérdese también al respecto la piadosa sencillez del entierro de

Grisóstomo, sin pompa funeral ni sufragios por su alma21 .

El autor bíblico más citado por Erasmo es San Pablo. También en

Cervantes la admiración por el gran «apóstol de los gentiles» es bien

notoria. Recuérdese la seductora comparación que se establece entre

San Jorge, San Martín, Santiago y San Pablo; cada uno de ellos va

acompañado de una breve caracterización, no exenta de jocosa iro­

nÍa22 Pero al llegar a San Pablo cambia el tono; Cervantes se torna

grave y elocuente:

Este fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios nuestro Sei'íor

en su tiempo, y el mayor defensor suyo que tendrá jamás; caballero an­

dante por la vida, y santo a pie quedó por la muerte (es decir, que no si­

gue dando mandobles desde el cielo como Santiago), trabajador incansa­

ble en la viíi.a del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de escuelas

los cielos, y de catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo

(l!, 58, p. 987; el énfasis es mÍo)23

21 Recordaría aquí Cervantes la crítica de Erasmo a los «que en vida establecen tan celosamente las pompas que desean en los funerales, que llegan a prescribir me­nor cuántas hachas, cuántos mantos de luto, cuántos cantores, cuántas plañideras» (Eras-1ll0, EloJlio de la locura, p. 81).

22 San Jorge fue «uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina; llama­se don San Jorge y fue además defendedor de doncellas» [ ... ] San Martín «también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente» [ ... ] Santiago fue «uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene ahora el cielo» (11, 58, p. 986). Después ironiza el autor sobre la veracidad de sus portentos.

23 En unos capítulos anteriores, y en tono solemne, se refiere a San Pablo con este comentario: «Ha de tener mucho de Dios el que se viniere a contentar con ser

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En este contexto paulino repárese en una curiosa relación de se­mejanza entre lo que se dice de don Quijote en la obra cervantina y lo que se dice sobre San Pablo en los Hechos de los Apóstoles, en el Nuevo Testamento. En la obra cervantina la locura quijotesca se atri­buía a la lectura de libros de caballerías, mientas que la religiosa de San Pablo, según Porcio Festo, procurador romano de Palestina, se ori­ginaba «en las muchas letras». En la cita literal se lee: «Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo: las muchas letras te vuelven loco.» (Hechos, 26, 24). Tanto en la misión quijotesca como en la cristiana, representada por Saulo de Tarso, descubrimos otra semejanza: arnbas locuras persi­guen una finalidad soteriológica y el cumplimiento de una misión di­vina. Don Quij ote, <duz y espej o de la caballería manchega [ ... ] se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas, y al de desfacer agra­vios, socorrer viudas y amparar doncellas» (1, 9, 85)24. Por su parte, la locura evangelizadora de San Pablo se encamina a la «salvación de los que creen» (1 Corintios, 1, 18-23).

Los estudiosos de Cervantes suelen acentuar la influencia erasmia­na en su obra, pero pasan de puntillas sobre una posible relación del autor del Quijote con el movimiento reformado del siglo XVI. Se re­conoce la impronta paulina sobre Cervantes, pero se pasa por alto la estrecha relación que existe entre San Pablo y la Reforma protestan­te del siglo XVI. En palabras del gran historiador de la Iglesia Philip

pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno de sus mayores santos: "Tened todas las cosas como si no las tuviésedes."» (1 Corintios, 7,31). Cervantes toma más en serio a San Pablo que a estos otros santos, y se inclina con más reverencia ante un «doctor» de Cristo, que actuó con el espíritu lnás que con la espada, y cuya vida no andaba envuelta en fábulas (11, 44).

24 La andante caballería permitirá decir a don Quijote lo no dicho en los libros caballerescos. A Vivaldo se le concede la palabra para que opine: «-Paréceme, señor

caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profe­siones que hay en la tierra, y tengo para mí que aun la de los trailes cartujos no es tan estrecha. -Tan estrecha bien podía ser -respondió nuestro don Quijote-, pero

tan necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de pon ello en duda. [ ... ] No quie­

ro yo decir. ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante

como el del encerrado religioso: sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que sin duda es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto

y piojoso» (l, 13, pp. 112-113). La vida monacal queda despachada con un adjetivo: estrecha. La de quienes viven en el siglo como «andantes caballeros» provoca el des­borde de siete adjetivos (1, 5; véase también l, 13).

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SchafF5: <da Reforma signifIcó un redescubrimiento de la teología de San Pablo))26. La tesis de una influencia luterana sobre Cervantes no carece de justificada verosimilitud. Existe una estrecha relación de de­pendencia entre Erasmo y la Reforma. Por sus ideas de reforma reli­giosa y de retorno al cristianismo primitivo, y por su edición del Nuevo Testamento en griego, Erasmo fue precursor de la reforma pro­testante. Importantes líderes del protestantismo, como Bucero, Melanchton, Bullinger, Beza y el mismo Calvino, pasaron previamen­te por el erasmismo. En España, el país más erasmista de Europa (se­gún Marcel Bataillon27), importantes líderes protestantes formados en la Universidad de Alcalá, como Constantino Ponce de la Fuente y Juan de Valdés, antes de abrazar la fe Reformada fueron erasmistas. En la valoración del historiador francés, Juan de Valdés llegó a ser «el más típico representante del erasmismo españoh28 . Los focos protestantes de Sevilla, Valladolid, Toro, Zamora, Palencia y otras ciudades españo­las, directa o indirectamente, se desarrollaron en el marco de una cul­tura erasmiana. Las obras luteranas alcanzaron España en fecha muy temprana. En el año 1520 ya circulaban por nuestro país una traduc­ción del comentario de Lutero a la Epfstola a los Gálatas, su tratado sobre la Libertad Cristiana y el De servo arbitrio. No se olvide, tampo­co, que la vinculación del erasmismo con el luteranismo fue lo que

25 Schaff, 1953, VII, p. 736. 26 Como broche final a su monumenral volumen sobre la Reforma, Schaff es­

cribe: «Después de los Apóstoles, los hombres que han ejercido y ejercen una mayor influencia en la Iglesia son Agustín, Lutero y Calvino: todos ellos discípulos de San Pablo, inspirados por su doctrina del pecado y la gracia, imbuidos de la idea de que sólo Dios es grande, e igualmente eminentes por su pureza de carácrer, laboriosidad copiosa y con e! alma totalmente consagrada al servicio de Cristo, su común Señor y Salvador» (1953,VII, pp. 736-738).

27 Bataillon, 1979, p. 361. 28 La primera gran obra de Juan de Valdés, Diálogo de doctrina cristiana, fue im­

preso por la Universidad de Alcalá en enero de 1529. Los teólogos de Alcalá apoya­ron la publicación de la obra, así como también el Arzobispo de Toledo. Más tarde, ésra y otras obras de Valdés, serían incluidas en el índice de libros prohibidos y teni­das por luteranas. El Diálaga ha sido considerado corno la primera obra evangélica impresa en España, y demuestra cuán favorable era la atmósfera espiritual de nuestro país a los planteamientos bíblicos de la Reforma. Como ya hemos indicado, el Diálogo de doctrina cristiana permaneció perdido durante cuatro siglos, hasta que en 1925 Maree! Bataillon descubrió un ejemplar en Coimbra que publicó en edición facsímile.

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llevó al Consejo de la Inquisición, en 1559, a prohibir los escritos de Erasmo. Alarmado por el volumen de distribución de los escritos re­formados en España, en 1521 el Papa León X emitió dos breves a las autoridades españolas requiriendo la prohibición de los libros evangé­licos. El Inquisidor General Fernando de Valdés (1483-1568), consi­derado como «el más inflexible de los inquisidores», con plenos po­deres del Papa Pablo IV, puso en marcha en Sevilla la siniestra máquina de la muerte y el suplicio, lo que Bataillon llama «el nuevo método represivo fundado en el terror del ejemplo))29. El primer auto de fe en Sevilla contra un grupo de reformados españoles tuvo lugar el 24 de septiembre de 1559 en la plaza de San Francisco.

En este contexto, pues, la pregunta es obligada: ¿desconocía Cervantes la estrecha relación entre Erasmo y la Reforma? Un per­sonaje tan observador como era el autor del Quijote, dificilmente po­día ignorar esta relación, y permanecer al margen de la candente cues­tión religiosa. Es más que probable que en España, en Italia y en Argel Cervantes hubiera tenido contactos muy directos con cristianos adep­tos a la Reforma. Como en otros temas, tampoco en éste Cervantes pudo ser explícito: el ojo vigilante de la Inquisición imponía mucha prudencia y tacto a la hora de hablar de la polémica religiosa entre católicos y protestantes. De todos modos, como han remarcado algu­nos estudiosos del Quijote, no debe ser un azar que Cervantes usara 24 veces la palabra católico y 178 el término cristiano.

La discriminación laboral, asociando determinados trabajos a los conversos y no considerándolos como propios de los cristianos vie­jos, era algo que no tenía cabida en la visión evangélica de Cervantes. La superación del viejo concepto de banausÍa -que durante mucho tiempo influyó en el atraso económico y social de España- fue uno de los grandes logros de la Reforma del siglo XVI, y fuente de pro­greso en todos los países protestantes. La expresión: «cada uno en su oficio puede alabar a Dios», se repite constantemente en las proclamas socio-religiosas del calvinismo. Es interesante observar que esta famo­sa frase la cita Cervantes en Rincouete y Cortadillo, donde se dice: "Yo

29 Bataillon, 1979, p. 709.

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no me meto en tologias; lo que sé es que cada uno en su oficio pue­de alabar a Dios»30.

Hay un pasaje del Quijote que revela un profundo conocimiento de San Pablo por parte de Cervantes. Este pasaje surge en el conoci­do contexto del desencantamiento de Dulcinea, y en el que Sancho advierte «que las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada» (1I, 36). Por orden de la Inquisición es­tas palabras habían de borrarse del texto cervantin031 . ¿Por qué había de eliminarse unas palabras que son de pura esencia paulina32? En nuestra opinión la censura de la Inquisición se enmarca de lleno en

30 Cervantes, Novelas ejemplares, p. 193. Para el griego la esfera de la banausía com­prendía todas las actividades mecánicas y utilitarias de los diferentes oficios y tareas manuales propias de los esclavos. Las artes de la banausía implicaban un estigma so­cial y una deshonra, aún por útiles que éstos fueran a la república. La Reforma su­

puso un radical cambio de actitud y mentalidad con respecto a la bal/ausía. A la luz de la Biblia, todas las actividades y tareas del hombre son dignas, honorables e inclu­so medio y vehículo para la gloria del Creador. Según la clara enseñanza paulina, la obra redentora de Cristo, y el propósito divino de la creación, afectan no sólo al ser

del hombre, sino también al mUl/do del hombre. El trabajo y todas las actividades de la banausía se revisten ahora con la dignidad de una profunda significación religiosa. Un ejemplo aislado de incorporación de lo religioso en la esfera laboral lo tenemos en las conocidas y repetidas palabras de Santa Teresa: «también entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones, 5,8).

31 Literalmente se dice en el Indire expurgatorio del cardenal Zapata de 1632: «Miguel de Cervantes Saavedra, Segunda parte de Don Quixote, capítulo 36, al me­dio, bórrese: las obras de raridad que se hazen tibia y floxamente, no tienen mérito ni valen

nada». 32 Con extrañeza Francisco Rodríguez Marín escribe: <<nO acierto a explicarme

en qué pecó Cervantes para que mandaran borrar en su libro un concepto que de

San Pablo acá viene corriendo como verdad palmaria» (Rodríguez Marín, 1928, apén­dice 31, p. 338). Además de Rodríguez Marín, entre las estudiosos cervantistas de este

pasaje cabe destacar los siguientes nombres: Américo Castro, «Cervantes y la Inquisición», en Hacia Cemllltes, Madrid. Taurus, 1967, pp. 213-221: Paul Marcel Des­

couzis, «c. y San Pablo, con la iglesia hemos dado, Sancho (DQ., 2' P, IX)>, Anales

Cervantinos, 11, 1972, pp. 33-57; José López Navío, «Sobre la frase de la duquesa: "las obras de caridad hechas floja y tibiamente"(DQ, n, 36)), Anales Cervantinos, 9,1961-1962, pp. 97-112; A. Márquez, «La Inquisición y Cervantes», AJlthropos, 9H-99, 1989,

pp. 56-58; Y Literatura e Inquisición NI España, Madrid, Taurus; Ludovic Osterc, El

Quijote, la Iglesia y la Inquisición, México, UNAM, 1972; Robert Ricard, "Cervantes et l'Inquisition Portugaise», Les Lettres Romanes, 17 [2], 1963, pp. 167-170; Y «Sur deux phrases de Cervantes (Don QllÍlhotte, 1, 7 et n, 36)>, Les Lettres Romanes, 17, 1963,

pp. 159-167.

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la polémica entre católicos y protestantes en torno a la doctrina de la fe y las buenas obras. Según los reformados las obras no son merito­rias para la salvación, sino que son fruto y evidencia de verdadera con­versión, pero además, añadían con insistencia, las buenas obras acep­tables delante de Dios habían de ser motivadas por el amor. El texto bíblico en el que se centraba la argumentación protestante y de Cer­vantes se encuentra en la Primera carta a los Corintios, y en el que entre otras cosas el apóstol Pablo dice:

Si yo hablase lenguas humanas y y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda cien cía, y si mviese toda la de tal manera que trasladase los momes, y no tengo amor, nada soy. Y si re­partiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregare mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, nada soy. [I Corintios, 13, 1-3J.

En conformidad con los decretos del Concilio de Trento (Sessio VII), los teólogos católicos enfatizaron, sin más, el carácter meritorio de las buenas obras. haciéndose eco, más que de San Pablo, del após­tol Santiago, que afirma que «la fe sin obras es muerta»; cosa que tam­poco negaban los teólogos reformados -tal y como se refleja en to­das las confesiones de fe protestantes, y que Trento pasó por alto. Evidentemente la referencia bíblica del Quij()(e se ciíle al texto de San Pablo y se ajusta también a la interpretación protestante y no a la tri­dentina. ¿Una evidencia significativa de que Cervantes no estaba al margen de las importantes discusiones teológicas del tiempo?

En los países que abrazaron la Reforma la traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas convirtió d texto sagrado en ellíbro más leÍ­do y citado. Sobre este particular llama ciertamente la atención la fa­miliaridad de Cervantes con el texto bíblico y el gran número de re­ferencias de las Escrituras que aparecen en el Quij'ote. Según Trento, para evitar los errores y herejías en las que habían caído los protes­tantes en su libre interpretación del texto sagrado, se prohibía la tra­ducción de las Escrituras a las lenguas vernáculas33 . El pueblo queda-

33 Las traducciones hechas por católicos tampoco quedaron exentas de esta pro­hihicíón, y as), por ejemplo, la versión al valenciano de Bonif.'lcio Ferrer, que apare­ció impresa en 1478, seria también más tarde condenada a las llamas por la Inquisición.

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ba así excluido de la lectura de la Biblia. Según Juan Antonio Mon­roy34, en el Quijote podrían contabilizarse unas trescientas referencias bíblicas. Se ha sugerido incluso la posibilidad de que Cervantes (como haría siglos más tarde Unamuno) utilizara la versión castellana del pro­testante español Casiodoro de Reina, la célebre «Biblia del Oso», im­presa en Basilea en 156935 .

Como ya hemos indicado, además de haber conocido directamen­te el protestantismo en España y en Italia, cabe la posibilidad de que durante sus cinco años de cautiverio en Argel, también hubiera co­nocido y mantenido contactos estrechos con la población evangélica española allí confinada36. Según el testimonio de Cipriano de Valera, «en solo Argel gemían atormentados cincuenta mil cautivos)), muchos de ellos de religión evangélica. Para éstos Valera escribió su Tratado para confirmar en la fe cristiana a los cautivos de Berbería, publicado en Londres en 159437 . Muy lejos estuvo Cervantes de ser «martillo de herejes y luz de Trento)). Quizá esta actitud nada comprometida del autor del Quijote con el catolicismo, y su claras inclinaciones erasmia­nas, paulinas y muy posiblemente también protestantes, puedan expli­car el poco interés que por nuestro novelista mostró don Marcelino Menéndez y Pelay038.

34 Momoy, 2005. 35 Se ha sugerido también, por aquellos que mantienen la tesis de que Cervantes

era un judío converso, que el autor del Quijote estaba familiarizado con la Biblia de Ferrara [1555], hecha por judíos de origen sefardí en dicha ciudad italiana. Sin em­bargo, según Ruth Fine (2000), no hay fundamento sólido para tal suposición.

36 En sus escritos de cautiverio: El trato de Argel, Los baiios de Argel, La gratl sulta­

na y El gallardo español, Cervantes se nos muestra como un gran conocedor de la rea­lidad argelina, con sus razas, sus religiones y sus variopintas costumbres y peculiari­dades. No es, pues, aventurado suponer que llegó a conocer también a los protestantes españoles allí cautivos.

37 Edición facsímile de esta obra en la colección «Reformistas antiguos españo­

les)) de Luis Vsoz y Río, vol. VIII (1847-1865), Barcelona, Librería de Diego Gómez Flores, 1982.

38 En palabras de Américo Castro: «siempre sorprende que Menéndez Pelayo no se ocupara de Cervantes sino ocasionalmente: en un discurso de centenario (1905), en la Historia de ¡as ideas estéticas, con motivo del Quijote de Avellaneda, en contesta­ciones académicas, un poco en los Orígenes de la novela, y nada más. En conjunto, lo que Menéndez Pelayo dice de Cervantes en su Hislon'a de ¡as ideas estéticas es hoy de­masiado elemental e insuficiente» (Américo Castro, 1980, pp. 14, 27).

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En las últimas páginas del Elogio de la locura Erasmo apela a varios pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento para justificar la tesis de que la moría bíblica es exponente de una sabiduría que no se expresa en las formas lógicas y estructuradas del pensamiento racional. De un modo especial analiza las afirmaciones paulinas que ensalzan la locu­ra como un saber divino. Los creyentes son los moroi de Cristo. (1 Corintios, 4, 10). El camino a la verdadera sabiduría pasa por la estul­ticia: "Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sa­bio en este mundo, hágase loco (moros geneszo), para que llegue a ser sabio (genetai sojos)>> (1 Corintios, 3, 18). Erasmo termina el Elogio con esta agudísima consideración: "Pero para no continuar en un tema in­acabable y hablar y hablar concisamente, diré que parece que toda la religión cristiana tenga algún parentesco con cierta especie de estul­ticia, y que, en cambio, no tiene la menor armonía con la sabiduría»39. En línea con la gran tesis de su maestro Erasmo, ¿no podría igual­mente afirmarse que en el Quijote Cervantes nos desvela también los secretos de otra especie escondida de estulticia? Y es que, como tam­bién dice el sabio de Rótterdam: «¿no es, acaso, privilegio de los es­tultos decir la verdad?»40. ¿No estará en lo cierto Unamuno cuando dice que don Quijote -el Caballero de la Fe- «enloquece de pura madurez de espíritu» y «con su locura nos hace cuerdos?»41.

39 Erasmo, Elogio de la locura, p. 141. 40 Erasmo, Elogio de la locura, p. 132. 41 Unamuno, 1942, pp. 3, 7.

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