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Cuadernos de campoo 7 - 1997 El asentamiento de Celada Marlantes y la futura arqueología de los cántabros Miguel Ángel García Guinea En la década de los años cincuenta excavaba en Julióbriga, dirigiendo los trabajos durante varios años, una figura de reconocido prestigio en los estudios clásicos, el Dr. don Antonio García Bellido, con quien tuve la suerte de colaborar y convivir y, como consecuencia, llegar a valorarle no sólo como uno de los arqueólogos de mayor talla internacional en aquellos momentos , sino (y esto para mí es aún más importante) como excepcional persona, siempre próximo humanamente, siempre bueno en la más amplia acepción del adjetivo, y cargado de una vitalidad arrebatadora y una vocación por sus investigaciones que pienso fue el gran motor de todos sus éxitos. Llegaba él desde Madrid, con toda su familia y el mes largo de excavaciones lo pasaban, si mal no recuerdo, en el Hotel Universal de Reinosa. Entre sus hijos, estaba entre ellos un niño de no más de ocho años, su homónimo Antonio García-Bellido, hoy destacado científico. Recuerdo bien las parrafadas de don Antonio y su mujer, doña Carmen, junto a las catas abiertas de la excavación y como de ellas nació una amistad que nunca he olvidado. La mayor parte de los temas tratados versaban sobre los problemas que la excavación provocaba: estado de los cimientos hallados, apertura de nuevas áreas, elucubraciones sobre por dónde podría llegar a Julióbriga la calzada romana o sobre la interrogante siempre activa de cuál sería el asiento de la necrópolis de la ciudad. Pero bien es verdad que también tratábamos de otras cosas más personales y más de la vida diaria que aún permitían mejor reconocer el carácter de cada uno. A García Bellido, como buen científico a lo Sócrates, nunca le vi presumir de sus conocimientos, manifestando siempre una docta humildad que es la que realmente nos ganó a los que fuimos sus discípulos. Y jamás, sobre todo, se manifestó intransigente ni agresivo contra aquellos colegas que no pensaban como él. Finura democrática, me digo yo. Participaba en las excavaciones, a más de los obreros, un campamento del Frente de Juventudes de Santander, organización que a la sazón dirigía con total acierto Enrique

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  • Cuadernos de campoo 7 - 1997

    El asentamiento de Celada Marlantes y la futura arqueologa de los cntabros

    Miguel ngel Garca Guinea

    En la dcada de los aos cincuenta excavaba en Julibriga, dirigiendo los trabajos durante varios aos, una figura de reconocido prestigio en los estudios clsicos, el Dr. don Antonio Garca Bellido, con quien tuve la suerte de colaborar y convivir y, como consecuencia, llegar a valorarle no slo como uno de los arquelogos de mayor talla internacional en aquellos momentos , sino (y esto para m es an ms importante) como excepcional persona, siempre prximo humanamente, siempre bueno en la ms amplia acepcin del adjetivo, y cargado de una vitalidad arrebatadora y una vocacin por sus investigaciones que pienso fue el gran motor de todos sus xitos.

    Llegaba l desde Madrid, con toda su familia y el mes largo de excavaciones lo pasaban, si mal no recuerdo, en el Hotel Universal de Reinosa. Entre sus hijos, estaba entre ellos un nio de no ms de ocho aos, su homnimo Antonio Garca-Bellido, hoy destacado cientfico. Recuerdo bien las parrafadas de don Antonio y su mujer, doa Carmen, junto a las catas abiertas de la excavacin y como de ellas naci una amistad que nunca he olvidado. La mayor parte de los temas tratados versaban sobre los problemas que la excavacin provocaba: estado de los cimientos hallados, apertura de nuevas reas, elucubraciones sobre por dnde podra llegar a Julibriga la calzada romana o sobre la interrogante siempre activa de cul sera el asiento de la necrpolis de la ciudad. Pero bien es verdad que tambin tratbamos de otras cosas ms personales y ms de la vida diaria que an permitan mejor reconocer el carcter de cada uno. A Garca Bellido, como buen cientfico a lo Scrates, nunca le vi presumir de sus conocimientos, manifestando siempre una docta humildad que es la que realmente nos gan a los que fuimos sus discpulos. Y jams, sobre todo, se manifest intransigente ni agresivo contra aquellos colegas que no pensaban como l. Finura democrtica, me digo yo.

    Participaba en las excavaciones, a ms de los obreros, un campamento del Frente de Juventudes de Santander, organizacin que a la sazn diriga con total acierto Enrique

  • Alonso Pedraja, y que me acogi para evitarme tener que bajar y subir todos los das a Naveda, donde yo siempre he veraneado.

    Entre las conversaciones que tenamos -y dado el conocimiento que sobre ello tena el guarda de Julibriga y capataz de las excavaciones, el siempre recordado Adolfo de la Pea, tan vocacional casi como el propio don Antonio- era bastante recurrente una sobre los materiales de variada clase que aparecan en Celada Marlantes, pueblo del otro lado de Pea Cutral.

    Acabadas las campaas de Garca Bellido, ocurre en 1962 mi llegada a la direccin del Museo de Prehistoria de la Diputacin santanderina como consecuencia de la muerte de su fundador y primer director el P. Jess Carballo, al que vine a sustituir.

    Saba yo, por lo tanto, y por lnea directa el posible foco arqueolgico de Celada Marlantes, pero, por si se me hubiese olvidado, no pasaba mucho tiempo sin recibir en el museo la visita de Pea que, junto a trozos de sigillata o alguna moneda que l encontraba en las tierras de Retortillo, me traa tambin algunos otros fragmentos de vasijas que se hallaban en el lugar conocido por las Rabas, muy prximo al viaducto de Celada Marlantes. Que tiene que venir Ud. a verlo, que es un sitio que promete mucho, me deca una y otra vez. Pero esos primeros aos tena yo bastante con intentar dar al museo una proyeccin cultural que haba perdido (cuando yo llegu, su biblioteca contaba con tan slo 28 libros ... ) y con implicar en ella a la juventud de la capital a base de cursos pblicos, conferencias, participacin directa en los trabajos del museo, asistencia a excavaciones en cuevas ( El Otero, La Chora, etc), exploraciones en busca de yacimientos o pinturas rupestres (creacin de los Cuadernos de espeleologa, expediciones en busca de pinturas levantinas en Albacete o excavaciones en esa provincia o en la palentina que tena iniciadas antes de tomar posesin del museo de Santander, etc.

    La creacin por don Pedro Escalante de la "Institucin Cultural de Cantabria" abri ciertamente la esperanza de una verdadera vitalizacin de los estudios arqueolgicos en Cantabria, y as le lleg en los aos 1968-69 el turno a Celada Marlantes. El nombre de Cantabria, adems, implicaba ya un primer sntoma de sensibilidad regionalista y los cntabros empezaban a ponerse de moda, en una visin entonces muy lejana a la que despus le proporcion la poltica. Siempre, por otra parte, estaba en espera nuestra arqueologa pre-romana de poner al descubierto alguno de esos castros cntabros que diesen autnticos materiales de la segunda Edad del Hierro, pues todava se confundan stos con cermicas medievales.

    As se organiz en 1968 la primera campaa de excavacin en el trmino de Las Rabas", pequeo castro a menos de kilmetro y medio al este de Celada Marlantes, y cuyas vertientes descienden hacia el ro Marlantes. El sitio es abierto y domina, hacia Fombellida, el paso natural que por el puerto de Pozazal lleva a la cuenca del Besaya, va de penetracin directa hacia la costa, y por la cual hubo de pasar la posterior calzada romana, que siguiendo este ro una a Pisoraca (Herrera de Pisuerga, y asiento de la Legio IV Macednica) con Portus Blendius (Suances) y que sin duda se acercara, ella misma o un ramal, al alto de la ciudad de Julibriga.

  • Esta posicin estratgica del castro de Las Rabas puede hacer pensar que vigilaba la entrada de posibles enemigos procedentes de la meseta y de la cuenca del Pisuerga, tal vez vacceos o incluso grupos cntabros, como los del Bernorio, en posible enemistad o guerra con los campurrianos, pues el sistema tribal no dejara de ocasionar distanciamientos y luchas entre los afines, que slo lograran unirse ante un ms fuerte enemigo comn.

    A pesar de las excavaciones y de los materiales hallados en Celada Marlantes, poco llegamos a saber de la vida diaria de estas gentes -a quienes los romanos llamaron cntabros- en esos momentos precedentes a su sumisin a las legiones del imperio. Pocas y no de larga explicacin son las fuentes que a estos pueblos hacen referencia, de manera que es a veces pretencioso dar como realidades lo que slo puede aceptarse como meras hiptesis dubitables y, por tanto, dentro slo de creencias o suposiciones personales que no pueden demostrarse, y que llevan casi siempre a soluciones contradictorias entre los historiadores. Valga simplemente -y como ejemplo de las movedizas bases sobre las que se asientan tanto el escenario como las tcticas y desarrollo de las guerras cntabras -el intentar conocer los planteamientos- y las interpretaciones de sus campaas, que unos hacen extensivas hasta tierras gallegas y portuguesas (Schulten y Rodrguez Colmenero), otros a slo ncleos leoneses y propiamente cntabros (Magie). y otros las minimizan a slo el valle de Campoo (Solana) o prcticamente al protagonismo de Libana (Martino). Optando algunos, segn el aire que sople, por componer un eclecticismo que an hace ms perceptible la dificultad para llegar a conocer cul fue el verdadero itinerario de las legiones y dnde se dieron los enfrentamientos con los indgenas que sealan las fuentes que, slo por eso, resultan extremadamente confusas (1). Si con los mismos datos, las interpretaciones pueden ser tan diversas, lo mismo podemos decir de otras aseveraciones que a veces se hacen aprovechando la misma indeterminacin e incluso desconocimiento que los propios cronistas muestran.

    Quiero decir que los cntabros histricos son todava unos desconocidos, a pesar de lo que de ellos se ha escrito marcando la perdiz de las no muy abundantes y a veces contradictorias citas -las hay de dos simples lneas- para montar con ellas un panorama clarificador de gentes que -aun naciendo el engao de las mismas fuentes- se nos aparece, ms como composicin moderna que como verdadera realidad histrica. Ni de su origen, ni siquiera del territorio que ocupaban estos pueblos llamadas cntabros (Estrabn deca que, segn Plinio, el Mio proceda del pas de los cntabros!) ni de su estructura social, ni de su lenguaje, ni de su escritura, ni de la unin que pudiera existir entre las diversas tribus, ni siquiera de su organizacin militar, tenemos suficientes datos como para crear un cuerpo cientfico de posibles verdades que puedan sostenerse sin el apoyo de las conjeturas; es decir, la composicin de su historia ha de tener siempre mucho ms de imaginativo que de real. No nos hemos asimilado la heroicidad de un jefe llamado Corocotta que ni siquiera podemos asegurar que fuese cntabro?.

    Por ello, la arqueologa es la nica ciencia y el nico mtodo que puede ampliarnos el conocimiento de quines fueron estos pueblos, estos grupos humanos que nos precedieron, y es con sus datos con los que, con carcter indubitable, se ha compuesto lo

  • ms seguro que tenemos de su vida y creencias, de sus tiles y cermicas, de sus posibles chozas, e incluso de sus relaciones comerciales que, de todas formas, es bien poco.

    Celada Marlantes vino a aportar una serie de elementos objetivos en un yacimiento que, aos antes de iniciarse las excavaciones, ya estaba sometido al maltrato de los furtivos, nefastos elementos que siguen an actuando yo creo que incluso con ms tcnica y ms libertad que antes. Todos los objetos y materiales, y lo que de ellos se deduzca, que aparecen en Celada han de adjudicarse a un poblado indgena viviendo en Las Rabas en uno o dos siglos antes de la llegada de los romanos y que dada la situacin, a poca distancia de las primerizas aguas del Ebro, viene a ser el paradigma ms seguro de que eran gentes cntabras, pues parece que las fuentes insisten en localizarles no lejos del nacimiento del Ebro (Marcus Cato, Estrabn, Plinio, San Isidoro). Y no debe de estar su propio nombre lejos de esa etimologa hipottica -Cant-lber- que hara referencia a "pobladores de las montaas del Ebro". Claro que montaas con vertientes hacia el cauce del Ebro en su primer curso las hallamos ya en tierras riojanas en una sierra, adems, que lleva el significativo nombre de Cantabria, que deja un poco confusa cul fue la extensin que pudo significar en otro tiempo el nombre de Cantabria, y que nos viene obligando a buscar explicaciones siempre imaginarias (movimientos de cntabros hacia el este, etc), cuando bien pudiera ser (entre el cmulo de opiniones personales a que estamos acostumbrados) que "cntabro" sea un locativo extenso utilizado por los pueblos de la meseta, y an mejor por los del valle del Ebro, para indicar los que viven en las montaas que estn entre el mar y las aguas nacientes del Ebro" y que ms tarde aplicaron y redujeron los romanos al primer grupo de tribus que en este espacio les opuso resistencia (2).

    Pero mucho ms positivo que lanzarnos, como tantos, a elucubraciones que, desgraciadamente, poco refuerzan la historia, vamos a ver lo que la arqueologa con sus testimonios visibles, tocables y difcilmente engaosos, nos dicen de estas gentes que vivieron en estos valles que hoy llamamos campurrianos.

    Celada Marlantes (Las Rabas) -y en ello coincide con los asentamientos con cermica muy parecida que posteriormente se exploraron con menor xito en los montculos que rodean el pueblo de Argeso- era un poblado que aprovechaba un pequeo cabezo orientado de NO a SE que creemos sirvi sobre todo como acrpolis y posiblemente slo era utilizado como punto de vigilancia y como ltimo reducto defensivo, dado que en su cumbre slo se hallaron materiales revueltos y ningn indicio seguro de vivienda estable. Sin embargo, al pie de su vertiente norte y en una vaguada que se forma entre las vertientes de Las Rabas y la Mayuela, en unos terrenos llanos que van descendiendo muy suavemente del NO al SE, en lo que fueron antiguas tierras de sembradura, se hallaron densos cenizales que permitieron reconocer fondos de cabaas circulares, forma que pudo apreciarse en las ltimas campaas de 1986.

    En una publicacin "El asentamiento cntabro de Celada Marlantes" (3), sealamos en el mapa correspondiente, las diversas catas realizadas durante los trabajos que se llevaron a cabo en 1968 y 1969, y cmo se pudo por ellos deducir que el poblado no

  • debi ser extenso y que la situacin de las cabaas (ms que casas) buscaba el resguardo no solamente de los vientos sino que tambin aspiraba a pasar lo ms desapercibida posible ante posibles invasores que pudieran acabar con su tranquilidad.

    En el alto del teso sera el ltimo refugio de los defensores, que por el norte tendran mejor defensa dada la pendiente natural ms brusca que hara ms difcil el acceso de los enemigos. Sin embargo, por el sur, la vertiente desciende mucho ms suavemente y oblig a los celadinos a levantar una rstica muralla que, por los abundantes restos de cermica que dej extramuros, hemos de suponer fue bastante tiempo utilizada, posiblemente ms como objeto de constante vigilancia que como verdadera defensa. Esta muralla est formada, en lo que ha podido descubrir la excavacin, por un muro que va de Este a Oeste, perfilando la parte baja de la ladera Sur del castro y del que se ha conservado muy bien un lienzo seguido y bajo, de unos cuarenta metros de largo, cuidadosamente construido en sillarejo y sillera, en cinco hiladas, al que se ve torcer repentinamente en su extremo Este. A un metro aproximadamente de su base haba un alineamiento de piedras grandes de caliza, hincadas, en algunos largos trozos, cuya finalidad se nos escapa, y ms abajo restos de nuevos muros ms pobres, de caliza, mal asentados que debieron de seguir la misma direccin del principal, como si se tratase de defensas adelantadas. Nuestra creencia, por las tierras cenicientas que formaban el nivel de sustentacin de la muralla es que sta pudo completarse con empalizadas de troncos que quiz fueron quemadas en el ltimo y definitivo asalto. Ya apuntamos que fue sta la zona de excavacin que dio ms cantidad de fragmentos cermicos del mismo tipo que los hallados en tierras de la vaguada, sin mezcla de otros materiales que pudieran ser tipolgicamente asignables a pocas o momentos histricos distintos.

    Otra de las aportaciones, sumamente interesante, para conocer tanto las perduraciones de tcnicas ms primitivas en estas tribus anteriores a la conquista romana como las posibles relaciones que tuvieron con las corrientes civilizadoras mediterrneas, nos la da la cermica de Celada. Es muy abundante la produccin de vasijas fabricadas an a mano -la mayor parte- que son las propias de esta cultura castrea. Unas veces se cuecen al aire y otras en hornos cerrados y llevan muy diversos motivos decorativos, tambin en la gama del primitivismo, realizados con incisiones, impresiones de un sello, cazoletas logradas por la presin de la yema de un dedo y de acanaladuras. Todo sobre pastas variadas. Los dibujos ms repetidos son lneas transversales paralelas, dientes de lobo, espigados y uadas, esto en lo inciso. En lo impreso son frecuentes las ruedecillas radiadas, valos con lneas transversales, sogueados cortados, anillos, "patos", etc. Entre las asas, predominan las que voltean al aire, aunque las hay tambin de pezones

    alargados, y se decoran con acanaladuras verticales, sogueado, impresiones, etc.

    Junto a esta gama de cermicas manufacturadas, las que sin duda nos ofrecen un claro testimonio de la raigambre cultural de estas gentes en las tcnicas del Hierro I y an del mundo de la Edad del Bronce, hay otras, menos numerosas, realizadas a torno, bien distintas, del tipo inconfundible de las vasijas celtibricas, de excelente pasta, finas, de formas elegantes y perfectas y en algn caso pintadas con lneas, swsticas, y figuras, tan propias de la cultura mediterrnea de la segunda

  • edad del Hierro, y que prueban fehacientemente su importacin a travs del comercio o de los intercambios con otras gentes culturalmente ms avanzadas como en estos siglos II y I antes de J.C. lo eran ya las de la meseta y las del Ebro. Un denario de Turiazo (Tarazona) testimonia an con ms fuerza estas relaciones posiblemente slo circunstanciales.

    Puntas y regatones de lanza, hachas, alcotanas, cuchillos afalcatados, fbulas de tradicin hallsttica, mangos decorados de hueso y cuernos de cabras o crvidos trabajados, etc, aparecidos en Celada, nos hacen suponer, por su indudable parentesco, relaciones culturales con los pueblos meseteos y celtibricos que en el siglo III a. J.C. desenvuelven la llamada cultura castrea cuyos yacimientos ms significativos son Las Cogotas, en vila, y Numancia, en Soria. La similitud de sus materiales con los de Celada no puede marginarse, lo que hace pensar que sobre un vicio sustrato del Hierro I, al que perteneceran todos estos pueblos, incluidos tambin los gallegos, se va superponiendo una fuerte penetracin de influencias ibricas o mediterrneas, que a Celada estn llegando en estos siglos II y I a J.C. y que Roma, con su actuacin y su ms elevado nivel cultural viene a cortar definitivamente.

    Celada Marlantes, pues, sera un sorprendente clich de la situacin arcaica - comparada con Roma- en que se encontraban los grupos cntabros en el preciso momento en que van a ser sometidos. Ni parece tan brbara como nos quieren presentar algunas fuentes -viven en agrupaciones suficientemente organizadas para poder levantar una muralla bien tallada, utilizan armas de bronce y de hierro, se sirven de monedas importadas, atan sus trajes con bellas fbulas, montan caballos, cazan animales salvajes, domestican cabras, ovejas, cerdos, etc, construyen chozas con adobes (aparecieron en Celada), tienen cermica humilde pero tambin ms fina, importada quiz para los ms pudientes, etc- ni tampoco tan poderosa como para poderse equilibrar con la organizada potencia romana, (piensa Schulten, no lo creo, que el ejrcito romano llegara a 70.000 soldados ... ) a la que, salvo la guerrilla puramente momentnea, poco podran oponerse gentes como las de Celada al bien organizado ejrcito legionario. Y si despus de Aracillum no se mencionan ms resistencias cntabras, sino una obligada retirada al monte Vindio, la verdad es que cuando Roma intent un ataque serio, la llegada hacia la costa debi de ser un verdadero paseo militar. Siempre he dicho, de todas formas, que los grupos que hubieron de resistir la fuerza romana, con cierta posibilidad de frenarla en sus mpetus, fueron aquellas tribus montaesas de los bordes septentrionales de la meseta (norte de Len, Palencia y Burgos y sur de Santander), porque, salvo quiz los de la lnea costera, poca posibilidad de resistencia hubieron de tener los grupos pastores de aguas al mar.

    An est por ver qu nivel cultural haban alcanzado los cntabros de intramontes porque, hasta la fecha, nada nos ha mostrado la arqueologa equiparable al yacimiento de Celada Marlantes. Las prospecciones en Argeso ya hemos dicho que ofrecen materiales similares a los de Celada, lo que prueba que en Campoo, y con seguridad tambin en la montaa palentina y burgalesa, exista un ncleo bastante uniforme culturalmente, lo que no podemos asegurar para los montes y valles del interior de nuestra actual provincia de Cantabria.

    En Celada sabemos de la verdadera existencia de gentes cuya ltima generacin -la que como prueba de su vivir nos dej piezas indiscutibles- tuvo que sufrir la prdida de su independencia para ganar, sin embargo, un nuevo progreso cultural que a cambio la dej

  • Roma, dando as el salto definitivo que la hara salir de un largo periodo prehistrico y entrar en la corriente civilizadora de la Historia europea. Lo que nos ofrece Celada Marlantes nada tiene de conjetura, es pura objetividad, visin y tacto, existencia real. Un fragmento de cermica de Celada es mil veces ms veraz que cien citas de conocidos personajes de la antigedad, muchos de los cuales ni siquiera pisaron nuestra escabrosa geologa y hablan de "odas" o de ese "chupeteo de ruedas" al que todos los narradores, antes como ahora, nos vemos obligados. Y ya sabemos que un supuesto hipottico que establece un historiador es frecuente que a fuerza de ser retransmitido de unos a otros se convierta al fin en una afirmacin que viene as a impurificar la verdad que todos anhelamos.

    Las excavaciones de Celada Marlantes tuvieron un ltimo intento en el ao 1986, tambin dirigidas por el Instituto Sautuola.

    Las escaseces econmicas poco permitieron, pero lo hallado (se excav slo en las tierras al pie de la vertiente norte del castro) apenas aade nada a lo proporcionado en las anteriores campaas. Los materiales estn en estudio, esperando alguna subvencin para poder acabar su clasificacin, dibujo y anlisis. No son muchos, pero siguen siendo interesantes.

    Naturalmente que Celada no nos ha dicho todava la ltima palabra. Creo que tan solo se ha empezado la excavacin del Castro de Las Rabas y que an quedan cientos de metros cuadrados por explorar. El futuro del conocimiento de los grupos prerromanos de nuestra regin est en la arqueologa. Si de verdad queremos sustentar nuestro pasado sobre algo ms slido que una hipottica historia, tan vacilante que sirve para montar las opiniones ms encontradas, y que incluso da pie a algunos para asegurar situaciones de pura conveniencia, ya sabemos donde est la respuesta: un plan serio, no de meras prospecciones circunstanciales, sino de estudiado planteamiento, poniendo en ejecucin excavaciones prcticamente permanentes en puntos muy concretos -muchos ya se conocen y otros habr que buscarlos- que agoten al mximo el suelo antrpico que han dejado estos grupos a los que queremos poner como garantes de nuestras seas de identidad. En Celada habra que seguir la muralla, y mover mucha tierra para que aparezca como islotes lo no excavado y no suceda, como ahora, que los suelos explorados apenas son puntos en la extensin de terreno virgen de toda investigacin.

    Los arquelogos que lleven a cabo esta empresa sabrn ya de antemano que muchos metros cuadrados sern estriles, que no darn acaso ni un solo material aprovechable, pero al finalizar no se irn con la duda de que muchos datos pueden quedar an bajo tierra. Y lo mismo que se vaya a hacer con Celada se deber hacer tambin con los castros de Argeso y sus laderas por ver de hallar, de verdad, una buena muestra de sus poblados. Creo que ya, si queremos despejar la incgnita, o mejor parte de la incgnita, de quienes fueron los tan "utilizados " cantabros: su vida, extensin, costumbres, etc, habr tambin que pedir a nuestra provincias colindantes, Palencia, Len y Burgos, que intenten igualmente, en lo que en ellas pudo ser tierra cntabra, poner al descubierto yacimientos de mucho inters que no dudo han de considerar un testimonio de sus remotos antepasados libres que, en el fondo, sern los mismos que los nuestros. Ah estn El Bernorio y Cild, en Palencia, y la famosa Pea Amaya, en Burgos -a ms de otros castros que ellos y M. A. Fraile saben- que pueden completar, con su estudio directo del terreno, la verdad emprica y no tan slo literaria que es casi la que hoy predomina. Quin sabe si insistiendo en estos y otros puntos tal vez pueda abrirse un

  • panorama inesperado! Quiz alguna inscripcin, algn hallazgo impensado (debajo de la tierra siempre es posible una gran sorpresa) logre un da decirnos, sin posibilidad de duda, mucho ms que veintiocho lneas de Silo Itlico o de Estrabn.

    Si Celada, El Bernorio y Cild son ya, al menos, una muestra arqueolgica de estos cntabros prximos a las primeras aguas del Ebro, qu sabemos de los cntabros ribereos al mar? se puede asegurar su parentesco cultural y tcnico con los anteriores, basndose, como hacen algunos, en hallazgos sueltos y careciendo de verdadero contexto arqueolgico? dnde estn sus yacimientos con materiales comunes y abundantes, con hebillas, fbulas, mangos de hueso decorados, etc, como en Celada. Y en Libana, hay hallazgos similares? Por lo general, en esta comarca y en las de intramontes hay bastantes indicios pero tampoco sobre ellos puede montarse una ciencia. Es que todos los grupos humanos que habitan en la larga Edad del Hierro, en nuestra regin, podemos asegurar que eran aquellos que los romanos llamaban "cntabros"?

    Todo est por ver, todo por investigar, todo por comparar. Yo animo a stos a quienes se les suele encasillar con el trmino ,la los que corresponda", para que tomen en serio este problema histrico en el que los montaeses hemos puesto (al menos con simbolismos) algo as como la gloria de nuestros orgenes. Las novelas a lo Humberto Eco estn bien como entretenimiento que al tiempo acerca el ambiente de una poca. Pero el conocimiento verdico -y la historia lo pretende ser- precisa de comprobaciones y de datos mucho mejor, a ser posible, sensoriales que literarios. Estos ltimos, ay!, casi nunca podemos asegurarlos.

    Soy de origen -muy viejo- campurriano y, por lo tanto, no renuncio a mis posibles antepasados. He puesto al descubierto, en Celada Marlantes -y con mis alumnos-, el castro cntabro que, en nuestra provincia, ha proporcionado los ms ricos y numerosos materiales de una gentes que vivieron en los aos prximos al definitivo ataque de Roma. La verdad es que me gustara mucho ms ser testigo de un inters cultural por saber de verdad quines hemos sido, quines fueron y cmo vivieron nuestro ascendientes, que ver hurgar en nuestra hipottica historia y utilizarla para sacar consecuencias que apoyen determinados puntos de vista muy particulares. La fantasa y la soberbia (cunto se le aora, profesor Garca Bellido!), adems, en las interpretaciones son peligrossimas y yo suplico -pero al tiempo exijo que no se utilice a la arqueologa, que es la revivencia de los mundos perdidos, como pantalla par proyectar -y vomitar elucubraciones. El prestigio de esta metodologa histrica -la arqueologa es un simple pero imprescindible ayudante de la historia- merece un tratamiento no slo ms prudente sino, por decencia, mucho ms respetuoso, y no admite afirmaciones sensacionalistas que no hayan sido previamente comprobadas con indudables, claras y evidentes -jams sobre hipotticas- aportaciones objetivas que puedan evitar as todo prejuicio (personal, poltico, doctrinal o propagandstico) que, como los "idola" de Bacon, son enemigos irreconciliables de la verdad.

    NOTAS

    (1) E Van den Eynde. Las Guerras cntabras, en "Historias de Cantabria: prehistoria, historia antigua y media" dirigida por M. A. Garca Guinea. Ed. Estudio. Santander, 1985, pg. 213 y ss.

  • (2) Solana "Los cntabros y la ciudad de Julibriga". Edic. Estudio. Santander, 1981. pg 317 y ss.) intuye ya algo parecido al opinar que los cntabros podran, en principio, habitar desde el N.E. de Len hasta la sierra de Cantabria, en la Rioja.

    (3) M.A. Garca Guinea y R. Rincn Vila: "El Asentamiento cntabro de Celada Marlantes (Santander)". Inst. Cultural de Cantabria, 1970.