Lolitas - esos pequeños objetos de deseo

9
Lolitas - esos pequeños objetos de deseo Arquetipos hiper-erotizados Ángel Román Desde la aparición de la mujer en el escenario social, se le ha representado de muchas maneras para postergar su estatus sexual en el imaginario masculino. La culminación de un paisaje hipersexualidado, que enlaza la belleza con la juventud, tiene como cruce de caminos la figura de la lolita. Imagen que representa por sí misma la construcción de una idealización sexual truncada sobre los parámetros de la emergencia de la liberación femenina. Desde la configuración de una inocencia etérea, la sexualidad femenina ha evocado paisajes en el imaginario visual que van desde la represión más misógina, hasta la liberación más absoluta. Así, la cosmovisión de una mujer se forja sobre la identidad sexual masculina que pretende emular una perdición erótica y eyaculadora. Las lolitas proceden del mundo clásico, más en concreto de las ninfas, seres mitológicos femeninos que mantienen un libre albedrío sexual más allá de la voluntad masculina. En otras palabras, son representaciones de mujeres que mantienen relaciones sexuales más allá de los límites prefijados culturalmente. Empoderan su libertad en favor de la conquista de su propio deseo. La complejidad de las lolitas entronca con la delicada frontera que personalizan. Por una parte, encarnan la inocencia; por otra, recuerdan la sexualidad inherente en la infancia. Occidente ha especulado con la niñez como un hecho inconsciente de lo humano, espacio metafórico de la esencia que nos define. Contenedor puro, pero abstracto. En tan solo un siglo hemos pasado del “hombre es un lobo para el hombre” de Hobbes, en pleno siglo XVII, a decir que “el hombre es bueno por naturaleza” de Rousseau, a finales del XVIII. Diferencias en el trato de lo humano que marcan el compás de un mundo que se torna cada vez más civilizado (entiéndase esto como urbano). Sistemáticamente se ha acorralado a la infancia como ese refugio donde el adulto gira hacia atrás su mirada

description

Lolitas, esos pequeños objetos de deseo Arquetipos hiper-erotizados

Transcript of Lolitas - esos pequeños objetos de deseo

Page 1: Lolitas - esos pequeños objetos de deseo

Lolitas - esos pequeños objetos de deseoArquetipos hiper-erotizados

Ángel Román

Desde la aparición de la mujer en el escenario social, se le ha representado de muchas maneras para postergar su estatus sexual en el imaginario masculino. La culminación de un paisaje hipersexualidado, que enlaza la belleza con la juventud, tiene como cruce de caminos la figura de la lolita. Imagen que representa por sí misma la construcción de una idealización sexual truncada sobre los parámetros de la emergencia de la liberación femenina. Desde la configuración de una inocencia etérea, la sexualidad femenina ha evocado paisajes en el imaginario visual que van desde la represión más misógina, hasta la liberación más absoluta. Así, la cosmovisión de una mujer se forja sobre la identidad sexual masculina que pretende emular una perdición erótica y eyaculadora. Las lolitas proceden del mundo clásico, más en concreto de las ninfas, seres mitológicos femeninos que mantienen un libre albedrío sexual más allá de la voluntad masculina. En otras palabras, son representaciones de mujeres que mantienen relaciones sexuales más allá de los límites prefijados culturalmente. Empoderan su libertad en favor de la conquista de su propio deseo. La complejidad de las lolitas entronca con la delicada frontera que personalizan. Por una parte, encarnan la inocencia; por otra, recuerdan la sexualidad inherente en la infancia. Occidente ha especulado con la niñez como un hecho inconsciente de lo humano, espacio metafórico de la esencia que nos define. Contenedor puro, pero abstracto. En tan solo un siglo hemos pasado del “hombre es un lobo para el hombre” de Hobbes, en pleno siglo XVII, a decir que “el hombre es bueno por naturaleza” de Rousseau, a finales del XVIII. Diferencias en el trato de lo humano que marcan el compás de un mundo que se torna cada vez más civilizado (entiéndase esto como urbano). Sistemáticamente se ha acorralado a la infancia como ese refugio donde el adulto gira hacia atrás su mirada para aplazar el acceso al mundo adulto. Desde finales del siglo XIX, ya no se mira igual a la infancia, Freud diseñó y alteró radicalmente la sexualidad humana, calificándola de permanente. El sexo es congénito desde el nacimiento. Una brecha que ha cimentado un tabú en la civilización occidental incuestionable sobre la sexualidad infantil, y su lado más perverso, la pedofilia y/o pornografía infantil. Pero no se miró de igual manera la sexualidad de la niña que la del niño. La sexualidad de las mujeres en el siglo XX ha vivido bajo múltiples capas, todas ellas supervisadas atentamente por la mirada del varón. Pero el lolitismo que vive la cultura occidental me obliga a reflexionar sobre la figura de la mujer-niña en los contextos visuales modernos. Una infancia edulcorada bordea mi mente actualmente con el sabor de que los tiempos pasados fueron mejores, encerrando un misterio, por considerar que los sueños se instalan en los primeros años de nuestra vida, para después convertirse en pesadillas. Es como imaginar un futuro retorcido por los recuerdos de una niñez devorada por el placer de una nostalgia melancólica. Es la infancia el sitio de mi recreo –palabra de Antonio Vega- donde el mundo adulto en pleno siglo XXI posiciona su madurez. Existe un intento sexual-político-social-cultural normativo que apesta a negación temporal,¿será que Occidente se siente viejo y necesita retratarse joven? Desde las pasarelas de moda, la cosmética, la publicidad, pasando por los medios de comunicación, el cine o el trabajo, hasta incluso por las propias industrias funerarias, se

Page 2: Lolitas - esos pequeños objetos de deseo

insta a representar una juventud idealizada y recauchutada. La era de la imagen en el nuevo milenio es sinónimo de lolita. La retroinfantilidad del imaginario femenino que recorre todos los ámbitos del arte desde mediados del siglo XX, tuvo como erupción primigenia la novela de Vladimir Nabokov, Lolita (1955). Obra fundamental de la conciencia de la sexualidad en la infancia de una joven de 15 años. Paglia (2001:249), respecto a la novela menciona que, fue como una granada de mano arrojada en mitad de los cincuenta, que hizo pedazos la relación tranquila, establecida y despreocupada entre padres e hijos. En Lolita, prosigue, Nabokov creó un personaje que llegaría a simbolizar la eliminación, en las décadas finales de este siglo, de la línea que la historia había trazado entre la infancia y la sexualidad adulta. Medio mundo se quedó boquiabierto al contemplar como sus hijas dejaron de ser niñas para convertirse de golpe y porrazo en mujeres con unos fuertes deseos de gustar (sexualmente). Nabokov creó al personaje de Lolita, pero bien es cierto, y esto no es citado por Paglia, que el arquetipo no vino precedido de la nada. Antecedentes del mundo de la moda y del cine confirman que las mujeres han conquistado su libertad a través de la transgresión de su propio cuerpo (por visibilizarlo u ocultarlo), de los límites impuestos por los dictámenes de la cultura masculina. Establezco el cambio en la frontera del siglo XIX al XX, donde el espacio histórico y cultural de la mujer alcanza verdaderamente su madurez estética, para posicionarse como objeto consciente de deseo sublimado. Uso el término “consciente” pensando en el psicoanálisis y en las vivencias propias del sujeto. Sus teorías, sumadas a los cambios sociales tan profundos, derivados de las transformaciones tecnológicas, han ocasionado que la mujer reivindique sus derechos, no solo político-culturales, sino también sexuales y/o corporales. Flappers, las prelolitas Uno de las primeras imágenes del nuevo despertar de la mujer “libre” es la denominada flapper. Un tipo de mujer, que a través de su forma de comportarse y vestirse, se atreve a conquistar el espacio social predominantemente masculino con una asombrosa osadía de libertad sexual. La flapper, una palabra de origen inglés, que significa adolescente impúber, manifiesta con su comportamiento y vestimenta una emancipación del varón. La primera característica de ellas es la supresión del uso del corsé (elemento de la moda que forma la típica cintura de avispa), dotando de una gracia y una movilidad inusual en la mujer a principios del siglo XX. Siempre con pelo corto, vestidos que dejan entrever el cuerpo, fumando y muy maquilladas, son algunos rasgos que les acompañan. Louise Brooks, Theda Bera o Clara Bow lideran un escenario perfecto para emerger una imagen de mujer moderna y liberal. Es como si se tratara de una reactualización de las ninfas, pero detrás de ellas siempre queda impregnada la huella de su juventud, inocencia e inexperiencia. Una resistencia visual y estética que les niega el acceso al mundo adulto. Una imagen ingenua, quizás, pero caprichosa de conquistar el espacio público. En definitiva, ninfas, flappers y lolitas comparten el mismo estigma castrador, y es el de inconsciencia, de que son mujeres que no saben al 100% lo que hacen, son imágenes-conceptos de chiquillas que cometen locuras, pero no suponen un peligro al orden social establecido dentro del pensamiento masculino. No son totalmente mujeres, imitan serlo, pero no lo son (no les dejan serlo, por el peligro que supone vivir con tal libertad).Del cine al cartoon. Fantasías sexuales dibujadas. Betty Boop es una de las primeras flappers de la historia del cine animado, surgida a principios de los años 30. No es casualidad que sea precisamente el dibujo animado donde aflore la estimulación visual de hombres adultos que observan las fantasías con cierta distancia. Son ficciones que no tienen un convergencia con lo real, por eso no infringen las leyes. Betty Boop, a diferencia de Minnie Mouse, reveló su sexualidad sin pudor, aspecto que puso en alerta a más de un hombre. Pero también otras bellezas infantiles pusieron cierto acento sexual a su diseño como: Blanca Nieves y los siete enanitos (Snow White and the Seven Dwarfs, David

Page 3: Lolitas - esos pequeños objetos de deseo

Hall, William Cottrell, Larry Morey, 1937) Deseos animados que configuran una idea “inocente” de la sexualidad en el occidente contemporáneo sin presuponer que te gustan los/as niños/as. Si la homosexualidad no fue solamente un tabú en las sociedades industriales, sino también fue tratado como un estigma y una enfermedad, con la llegada de las sociedades tecnológicas el problema se sitúa desde esferas de la pedofilia. La sexualización de los dibujos animados no es algo nuevo, los japoneses con el Hentai ya lo llevan haciendo desde hace bastante tiempo. Lo que sí es transgresor es el hecho de empapar todo los procesos de lo real al terreno de la juventud, un lolitismo preocupante, y no solo por ensalzar la sexualidad en la adolescencia, sino conformarla como norma. La erotización de la juventud me parece un tema preocupante en la cultura del exceso en la que vivimos inmersos. Además de inyectarla sexualidad, se le une con un consumismo materialista, que junto con la ciencia biológica, hace posible una inmersión total en los valores que atacan los propiamente lo humano; la mortalidad. Juegos publicitarios y comerciales que asumen el reto de consumir la juventud como un estado prolongado. Peligrosa es la sociedad que hace del tiempo un experimento vital estancado. Verdaderamente son tiempos del Kit-Kat, del paréntesis prolongado y que solo habita por y para el presente, olvidando el pasado y el futuro. El ahora ya no es el típico carpe diem moderno, en la actualidad adquiere tintes destreaming posmoderno. No es nada casual que las lolitas nacieran con los procesos industriales altamente reproducibles; con el fordismo a mediados del siglo XX. Inevitablemente estamos en una época de trata de blancas de la juventud, pero enversión lolitas.

Lolitas/lolitos posmodernas/os. Violación consumadaA principios de los noventa quedé impresionado por una joven adolescente llamada Laura Palmer. Un ser totalmente consumido por su dolor. Siempre pensé que la madurez iba a producirme un malestar congénito general, pero estaba totalmente equivocado. Ahora es cuando veo con más claridad el presente, si lo proyecto sobre una infancia imaginada. Con solo diez años de separación aparece en el imaginario colectivo, la cara opuesta de Laura Palmer, Amélie Poulain. La verdadera imagen real de la inocencia del siglo XXI. No obstante, es en el cine animado donde reaparece el dulce sabor de la idealización de arquetipos de hombres y mujeres que aspiran a consolidarse como dobles de Peter Pan. Y no en el cine real, Palmer y Amélie son la cara macabra de una misma moneda, una transición al mundo de los adultos expiada por dos caminos distintos y que son; el dolor y la fantasía. Dos opciones que liberan una misma tensión: salir de la intimidad propia para posicionarse en la esfera de lo social. El estudio de animación Pixar es víctima y culpable de una apreciación de las poluciones cinemáticas desde un punto de vista peculiar, cuyo fenómeno social radica en entender la infancia como un lugar mágico de los sueños de los adultos. Y esto es sinónimo de NO QUERER CRECER. Borra y difumina premeditadamente el espacio que media entre uno y otro, y si no existe una transición, la confusión en brutal. Sus películas son sospechosas de perseguir una infancia, entiéndase esto como inocencia, cómplices de un autoengaño formulado con las buenas intenciones de la filosofía del american way of life. Desde la saga de Toy Story hasta Buscando a Nemo, pasando por Up, ponen un acento muy marcado en hallar la huella de una identidad aplazada en la aurora de un pasado idealizado. Películas que marcan el shock de un futuro de una sociedad desquiciada por la búsqueda del sabor del buen recuerdo, reteniendo en una neblina simulada una negociación frustrada entre la infancia y la fantasía. Aspectos, que unidos a las teorías de Jean-Jasques Rousseau, “el hombre es bueno por naturaleza”,reinventan desde una memoria de un dibujo animado

Page 4: Lolitas - esos pequeños objetos de deseo

(cartoon), la capacidad de reelaborar el pasado con una mirada optimista. Porque desde la ciencia de la psicología se mantiene que la memoria es selectiva y los humanos tendemos a seleccionar aquellos que nos transmite satisfacción. Monster, S.A., Los Increíbles o Ratatoille, rondan la infancia desde un aspecto sublimado, pero no realista. Introducen en su narrativa interna el sueño como mecanismo de defensa en la experiencia vital. Hemos pasado en tan solo un siglo, de la no protección de la infancia a la defensa a ultranza como un derecho natural en las sociedades modernas. El cine de animación de la factoría Pixar tiene como objetivo testimoniar el espejismo de un mundo adulto que se precipita al vacío, al considerar lo real desde una perspectiva imaginaria, donde la palanca de apoyo en el recuerdo afianza las relaciones humanas sin ser perversas y malvadas. Toy Story es la historia en tres películas del abandono del objeto de deseo (sus juguetes) de un niño hasta su partida a la universidad, que son sus juguetes. BuzzLightyear y Woody representan el punto de anclaje del recuerdo de un mundo a punto de extinguirse, y que hacen lo imposible para que nada cambie (permanecer al lado del cariño de su dueño). No hay prueba más inolvidable para una persona que el momento de abandonar a sus juguetes, para jugar con “otros”, los propios del mundo adulto. Con Walle se busca la idea de amor idealizado y romántico, poco realista. Un síntoma donde la emoción no ha madurado. E igualmente ocurre con Cars, un protagonista niño-coche, que como buen infante, no tiene empatía social, ni ve más allá de su propia mirada. En las películas de Pixar, ambas realidades se confunden, todas sus historias se centran en la versatilidad de las esferas de los adultos y de la infancia. Se contaminan hasta llegar en una lucha encarnizada donde no se sabe muy bien donde acaba una y comienza la otra. Por esta razón impactan tanto, porque prolongan, mimetizan y proyectan esa idea tan extraña que dice; “busca al niño que habita en ti”, una excusa para declinar responsabilidades, además de formalizar una estructura en el pensamiento moderno de buscar en la inocencia (pureza) todo principio de verdad. En un mundo repleto de gente que tiene terapias psicoanalíticas y sesiones interminables de regresiones a la infancia, es lógico pensar que el yoísmo narcisista contemporáneo y occidental necesite de una buena dosis de imágenes que nos trasladen a los brazos de papá y mamá. Sobre ese flashback visual asistimos al redescubrimiento de un lugar seguro que nos transmite los espacios reconocibles de lo familiar. Olores de una niñez, juegos que emulan confianza, juguetes táctiles y suaves, ambientes cálidos y tranquilos. Un síntoma de una enfermedad de este tiempo, y que todo ser humano poseemos, es la incapacidad de cuestionarnos frente al espejo de la vejez, una y otra vez. Te echo de menos Laura Palmer por representar de manera sublime la violación del padre (símbolo del poder establecido) sobre sus congéneres. La lolita dejó de ser un objeto de deseo para ser un sujeto sexuado, penetrado y sexual, algo que no se atrevió amostrar ni Kubrick ni Nabokov. Ni tan siquiera, el Tadzio (el reverso masculino de Lolita), de Luchino Visconti se atrevió a tanto como lo hizo Lynch. Sexualidades emergentes Lolitas/os conscientes, pero ficticias/os Desde la eliminación del corsé por las flappers han ocurrido muchas cosas, la primera es la vuelta de una nueva imagen de mujer, que gracias a la película de Stanley Kubrick, Lolita, se antoja sospechosamente carnal-sexual (y en movimiento). La segunda es la emergencia de los dibujos animados en el imaginario adulto. La tercera, y la más importante y/o preocupante, la liberación femenina no ha traído la paridad de representación visual de géneros, es más, ha eclosionado un sexismo pornográfico y obsceno. Cuarta, por fin se ha liberado el término lolita para designar a este tipo de mujeres, ahora existen también lolitos. Si a esto, añadimos la cultura de los videojuegos y la animación, se forja un polvorín iconográfico altamente sexual, destinado para el consumo de contenidos para hombres. El mundo lolit@ salpica a todas las áreas multimedia del mercado global. Pero

Page 5: Lolitas - esos pequeños objetos de deseo

realmente ¿qué nos quiere decir está modernización de las ninfas? ¿Es exclusivamente una puesta al día de viejos mitos? O por el contrario, existe una idea subliminal detrás de todo ello. Personalmente me decanto por entronar a la imagen de lolit@ como ese tipo de mujer/hombre que ha conquistado su libertad sexual en los espacios ficticios, pero no los reales. Un lolitismo cultural procedente del imaginario adulto, y que vertebra toda la sociedad, recreándose en el ideal de juventud como forma de vida establecida, justo en un momento en el que Occidente posee la población más envejecida del planeta. Esta negación de la arruga tiene, como primera consecuencia, una regresión por problemas no resueltos; y como última, perpetuar la legitimidad de la imagen superficial de la apariencia, sin que refleje el paso del tiempo, las tensiones o la clase social-económica ala que pertenece, en definitiva, es el paradigma de la Democracia, todos iguales pero sin serlo, aunque se pretende conseguirlo. La cultura lolita produce un impacto sobre el concepto de juventud que envenena la esperanza del paso del tiempo como un hecho tremendamente humano. Enfatiza una especie de falsa eternidad hecha a la medida de la civilización que la construye. Además representa simbólicamente la fe ciega que el género humano deposita en la ciencia mediante la angustiosa batalla contra el envejecimiento. Pero la idea que subyace por debajo es la del PODER que otorga el sexo, el deseo y derivados. Y no al revés como se piensa, el lolitismo no es transgresor porque usa el poder como arma de dominación, en vez de utilizar el sexo como un acto de perversión ética y moral que rompa las normas establecidas.

Bibliografía: PAGLIA, C.: Vamps & Tramps. Más allá del feminismo. Editorial Valdemar. Madrid, España, 2001.

Page 6: Lolitas - esos pequeños objetos de deseo