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    LO QUE DEBE HACERSE

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    CONDE LEN TOLSTOY

    LO QUE DEBE HACERSE

    Traduccin de CAMILO MILLN

    BARCELONA

    Casa Editorial Maucci, Mallorca, 226 y 228

    BUENOS AIRES Maucci Herms. Cuyo 1070 || MXICO Maucci Herms. L. Relox l

    1902

    Barcelona.Imp. de la Casa Editorial Maucci

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    PRIMERA PARTE

    Qu Hacer?...................................................................................................4

    SEGUNDA PARTE.

    La Solucin

    La vida en la ciudad.....................................................................................80

    La vida del campo........................................................................................90

    Acerca del destino de la ciencia y del arte...................................................96

    Sobre el trabajo y el lujo................................................................................................145

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    PRIMERA PARTE

    QU HACER?

    I

    He pasado toda mi vida en el campo.

    En 1881 vine vivir en Moscou, y la miseria que reinaba en esta ciudad me llen deadmiracin. Conoca lo que era la indigencia en los pueblos; pero la de las ciudades meera absolutamente desconocida, y no poda explicrmela.

    Es imposible salir la calle en Moscou sin encontrar cada paso mendigos, peromendigos de un tipo particular, que no se parecen en modo alguno los de los pueblos.

    stos van cargados con las alforjas y tienen constantemente en los labios el nombre deCristo: aqullos, por el contrario, ni llevan alforjas ni piden limosna. Los ms, cuandoos ven, cruzan su mirada con la vuestra y, segn el efecto que les producs, os pidenlimosna pasan de largo.

    Conozco un mendigo de este gnero, y que es de origen noble. Es anciano: andadespacio, cojeando intencionalmente, bien del pie derecho, bien del izquierdo. Cuandoos ve, se apoya en uno de ellos de modo que parece que os saluda: si os detenis, llevala mano la gorra, se inclina, y os pide una limosna; pero, si pasis de largo, trata dehaceros creer que la inclinacin obedeci su defecto fsico y sigue su caminoinclinndose de igual modo sobre el otro pie.

    Es un verdadero mendigo de Moscou que conoce su oficio.

    Me pregunt, desde luego: Por qu esas gentes obran as? Ms tarde me di la raznde ello; pero me ha sido difcil siempre comprender su posicin.

    Not un da, al atravesar la calle de Afanassiev-sky, que uno de la polica haca entraren un fiacre un hombre del pueblo, hidrpico y andrajoso.

    Le pregunt al agente qu delito haba cometido aquel sujeto y me contest que lo

    haba detenido por mendigo.

    Est prohibido mendigar?pregunt.

    Es probable, me respondi el agente.

    El fiacre se llev al hidrpico.

    Mont en mi coche y los segu.

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    Quise saber si era verdad que estaba prohibido mendigar y cules eran los trminosde la prohibicin.

    A pesar de todos mis esfuerzos, no poda comprender que estuviese prohibido que unser humano les pidiese algo sus semejantes, y menos poda persuadirse de ello al ver

    los mendigos pulular por Moscou.

    Entr en el cuartelillo adonde hablan conducido al hidrpico.

    Un hombre, con el sable al costado y el revlver la cintura, estaba sentado all frente una mesa.

    Le pregunt por qu haban detenido al mujik.

    El del sable y la pistola me mir con severidad y me dijo:

    Qu tenis que ver con eso?

    Sin embargo, juzgando necesario darme algunas explicaciones, aadi:

    Nuestros jefes mandan que se detenga esa clase de personas, y es probable quetengan sus razones para ello.

    Me retir.

    Vi en la antecmara al agente que haba detenido al hidrpico: estaba apoyado en elmarco de una ventana y examinaba con seriedad las pginas de un cuaderno.

    Me acerqu l y le pregunt:

    Es verdad que se les prohbe los mendigos implorar la caridad en nombre deCristo?

    El agente sali de su abstraccin; se fij en m: volvi abstraerse, mejor dicho, amodorrarse, y murmur:

    Cuando los jefes lo ordenan, es porque conviene.

    Se apoy de nuevo en la ventana y volvi examinar su libreta.

    Sal del cuartelillo y me dirig mi carruaje: el cochero me pregunt:

    Le han echado el guante?

    Era evidente que se interesaba en el asunto.

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    S, repuse, lo han cogido.

    El cochero mene la cabeza.

    Es cierto, pues, que en Moscou se les prohbe los mendigos pedir limosna por el

    amor de Dios? Es posible saber por qu? Cmo se comprende que siendo un mendigode Cristo se le lleve preso?

    Hoy est prohibido mendigar.

    En ms de una ocasin me ha sucedido ver los agentes de polica detener losmendigos, conducirlos la prevencin y de all la casa de Iussupoff.

    Un da encontr en la calle de Miasnitskaia un grupo de treinta mendigos, conducidospor agentes de polica.

    Me dirig uno de stos y le pregunt:

    Qu delito ha motivado esas detenciones?

    El de la mendicidad, me contest.

    Deducase de ello que en Moscou, en nuestra segunda capital, la ley prohibamendigar todas esas gentes que pululaban por las calles y que se formabanordinariamente en largas filas ante las iglesias durante los oficios religiosos, y, sobretodo, con ocasin de entierros.

    Pero por qu eran detenidos unos y se dejaba en libertad otros? Esto era lo que nome explicaba.

    Entre aquellos mendigos, los haba legales ilegales? Eran en tanto nmero que nose les pudiera coger todos, es que medida que se arrestaba unos iban llegandootros?

    Existe en Moscou un nmero de mendigos de todo gnero: los hay que hacen unoficio de la mendicidad, y hay otros que son realmente indigentes; que habiendo ido Moscou por un motivo cualquiera, no pueden dejar la ciudad por falta de recursos, y que

    se encuentran sumidos en la miseria ms espantosa.

    Entre los mendigos de esta categora se ven aldeanos y aldeanas con sus trajes depueblo, y frecuentemente he tropezado con ellos.

    Algunos, al salir del hospital en donde hablan estado enfermos, carecan de recursospara su subsistencia y para regresar su pas: otros haban quedado arruinados en unincendio; los haba tambin propensos dados la bebida, y ste era probablemente elcaso del hidrpico de que he hablado antes.

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    Tambin vi mujeres cargadas de nios de corta edad, y hombres vigorosos que podantrabajar.

    Estos mendigos, que gozaban de buena salud, me interesaban singularmente, y heaqu la razn.

    Desde mi llegada Moscou, y como medida higinica, tom la costumbre de irmetodos los das trabajar con dos mujiks que aserraban madera en las Vorobiovy Gory(Montes de los gorriones).

    Aquellos aldeanos se parecan en un todo los mendigos que pululaban por las calles.

    Uno de ellos, llamado Piotre, natural del gobierno de Kaluga, haba sido soldado: elotro, nombrado Simion, era un aldeano del gobierno de Vladimir.

    No posean ms que los vestidos que llevaban puestos, y los brazos para trabajar.

    Ganaban, con su ruda labor, de cuarenta cincuenta kopeks al da y aun hallaban mediode economizar algo de aquel salario. Piotre acababa de comprarse una pelliza, y Simiondeseaba reunir el dinero suficiente para regresar su pueblo.

    Por eso, cuando encontraba en la calle dos hombres en iguales circunstancias, meinteresaba por ellos y me deca: Por qu trabajan los unosy mendigan los otros?

    Cuando tropezaba con uno de estos ltimos, le preguntaba por las causas que lohaban reducido aquella situacin.

    Un da vi un mujik de barba gris y en buen estado de salud, que me pidi unalimosna, y le pregunt:

    Cmo te llamas y de dnde vienes?

    Me contest que vena de Kaluga en busca de trabajo: haba salido de su pas con uncamarada: hallaron desde luego ocupacin y hacan lea en el bosque; pero su patrndej un da de necesitarlos, y los despidi: buscaron nuevo trabajo intilmente: sucamarada regres al pueblo, y l, despus de quince das en que se comi loeconomizado, careca de medios para comprar un hacha una sierra.

    Le di lo suficiente para que comprase una sierra y le indiqu un sitio en donde ledaran trabajo.

    Yo me haba puesto de acuerdo con Piotre y con Simion, quienes me habanprometido acoger un camarada y encontrarle un compaero para el trabajo.

    Cuento contigo, le dije al pordiosero, y no te faltar qu hacer.

    Descuidad, ir: no mendigo por gusto: tengo fuerzas para trabajar.

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    Aquel mujik me dio palabra de concurrir al trabajo: me pareci franco y voluntarioso.

    A la maana siguiente fui ver mis dos amigos y les pregunt por su nuevocompaero; pero no haban visto nadie.

    Y como por ste, fui engaadopor otros muchos aldeanos.

    Algunos me dijeron que nicamente deseaban reunir el dinero necesario para regresar sus pueblos: se lo di, y ocho das despus los volv ver en Moscou: la mayor parteme reconocan y me esquivaban, pero algunos hasta se olvidaban de mi fisonoma yvolvan pedirme limosna.

    As fu como me convenc de que aquella categora de mendigos encerraba muchosde mala fe; pero hasta los ms embusteros inspiraban lstima, porque todos estabanflacos, miserables y enfermos.

    A aquella clase de mendigos pertenecan, al decir de los peridicos, los que se morande hambre se suicidaban.

    II

    Cuando hablaba yo de esta miseria los de la ciudad, me contestaban:

    |Oh! lo que habis visto no es nada an. Id al mercado de Khitrovo y entrad en unade sus casas de dormir: all encontraris la compaa dorada1.

    Un humorista me dijo que la compaa se haba convertido ya en regimientocompleto; tan numerosos eran los miserables, y aquel humorista tena razn, perohubiera sido ms justo decir que la compaa dorada formaba en Moscou un ejrcitoentero, cuyo contingente se elevaba, por mi cuenta, cincuenta mil personas.

    Los habitantes de la ciudad me hablaban con cierta fruicin de aquella miseria ypareca que se vanagloriaban al demostrarme que conocan aquel estado de cosas.

    Recuerdo haber observado, durante mi estancia en Londres, que los habitantes de laciudad parecan vanagloriarse tambin de la miseria londinense.

    Vedparecan decircmo van las cosas por ah fuera.

    Quise ver la miseria de que me hablaron.

    Intent ir algunas veces al mercado de Khitrovo; pero me detuvo cierto malestar ycierto escrpulo.

    1Como si dijramos, .los descamisados. (en ruso Zolotoia rota).

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    A qu conduce ir observar los sufrimientos de gentes quienes no puedessocorrer?me deca una voz interior.

    No, me deca otra voz. Toda vez que habitas en esta ciudad y ves susesplendores, contempla tambin sus miserias.

    Un da no festivo del mes de Diciembre de 1882, en que helaba atrozmente y corraun viento glacial, me dirig al mercado de Khitrovo.

    Eran las cuatro de la tarde.

    En la calle de Soliannka empec encontrar individuos de color enfermizo, vestidosde un modo raro con trajes que no hablan sido hechos seguramente para ellos, ycalzados de una manera muy particular. El nmero de aquellos individuos aumentaba medida que yo me iba acercando al punto adonde quera ir: lo que ms me llam laatencin fu su desprecio hacia todo lo que les rodeaba.

    Envuelto cada uno en un traje extrao, que ningn otro se pareca, todos marchabancon aire desdeoso y sin preocuparse del espectculo que ofrecan.

    Todos se encaminaban hacia el mismo sitio. Sin informarme de un camino que noconoca, les segu y llegu al mercado de Khitrovo.

    All vi mujeres que tenan el mismo aspecto; que ofrecan el mismo empaqueandrajoso, las mismas botas los mismos zapatos destalonados, y que, pesar de loharaposo de sus vestiduras, tenan igual desenvoltura. Viejas y jvenes, sentadas lasunas vendiendo diversas mercancas, y andando las otras de aqu para all, discutanvomitando injurias.

    Haba poca gente en la plaza.

    Era evidente que haba terminado la venta, y la mayor parte de los transentes nohacan ms que atravesar el mercado y seguir ms arriba, siempre en la mismadireccin. Los segu, y medida que avanzaba, la concurrencia iba siendo mayor.

    Despus de atravesar el mercado, tom por una calle adyacente y alcanc dosmujeres: la una vieja y la otra joven.

    Ambas iban envueltas en andrajos de color gris, y hablaban de un negocio.

    A cada una de las palabras necesarias la conversacin, aadan una dosenteramente intiles y de las ms obscenas. No estaban borrachas, y el negocio de quehablaban las haca ser desconfiadas. Los hombres que se cruzaban con ellas que ibandelante, no prestaban atencin alguna aquella manera de expresarse tan extraa param.

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    Era evidente que en aquel sitio se expresaban todos de aquel modo. Quedaban nuestra izquierda muchas casas para dormir, pertenecientes particulares, y algunosdesgraciados iban entrando en ellas: los demsseguan su camino.

    Llegados al final de la calle, nos acercamos una casa grande que formaba esquina:

    el mayor nmero de los viandantes se detuvo all. En todo lo largo de la acera, en lasbaldosas y hasta en la nieve de la calle, se mantenan, de pie sentadas, muchaspersonas que tenan el mismo aspecto que mis compaeros de camino.

    Las mujeres estaban la derecha y los hombres la izquierda: pas por delante detodos: eran algunos centenares, y yo me detuve all donde terminaba la fila.

    La casa ante cuya puerta aguardaban todos era el asilo de noche gratuito, fundado porLiapine: la multitud la componan gentes sin domicilio que esperaban que se abriese lapuerta; sta se abri las cinco y por ella se dej entrar cuantos quisieron.

    Hacia aquella casa era donde se dirigan casi todos aquellos quienes yo me habaadelantado.

    Yo me haba detenido al extremo de la fila de hombres. Los que tena ms cerca memiraron, y su mirada ejerci atraccin sobre m. Los jirones que envolvan sus cuerposofrecan notable variedad: pero la expresin de las miradas que me dirigieron aquellasgentes fu la misma.

    En todas le esta pregunta:

    Por qu razn t, que perteneces otra esfera, te paras nuestro lado? Quineres? Un ricachn lleno de arrogancia que quiere gozarse en nuestra miseria y disipar sufastidio atormentndonos. O bien: Sers acaso, lo que no es ni puede ser, un hombreque tenga lstima de nosotros?

    Todos me inspeccionaban: cuando sus ojos se encontraban con los mos, los volvan otro lado.

    Tena deseos de trabar conversacin con uno de ellos y, sin embargo, me costmucho el decidirme.

    Pero nos haban aproximado ya nuestras miradas, siquiera no nos hubisemoshablado an.

    No obstante la distancia que la vida haba puesto entre nosotros, amboscomprendimos que ramos hombres, y ya no tuvimos miedo el uno del otro.

    El que tena yo ms cerca era un hombre de rostro mofletudo y barba rojiza. Llevabaen los hombros un caftn agujereado, y metidos sus pies mondos en zapatosdestalonados, y eso que haca un ocho grados bajo cero.

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    Nuestra mirada se encontr por tercera cuarta vez, y tan dispuesto me sent hablarle, que lo que me avergonzaba no era el dirigirle la palabra, sino el no haberlohecho ya.

    Le pregunt de qu pas era; me contest y seguimos la conversacin: los dems se

    acercaron a nosotros.

    Era del gobierno de Smolensko y haba venido Moscou en busca de trabajo paraganarse el pan y poder pagar los impuestos.

    En los tiempos que corren falta el trabajo, me dijo. Los soldados lo acaparantodo. No hago ms que ir tirando. Hace dos das que no he comido.

    Esto lo dijo tmidamente y tratando de sonrer.

    Cerca de nosotros estaba un soldado viejo, comerciante de sbitiene2: le hice sea de

    que se acercase. Llen un vaso que el hombre se tom muy caliente, y luego se frot lasmanos.

    Ejecutado esto, me hizo el relato de sus aventuras. Su historia se pareca la de losdems: haba estado ocupado algn tiempo; haba faltado luego el trabajo, y para colmode desgracias, le haban robado en el asilo de noche el saco en que guardaba el dinero yel pasaporte, de suerte que no poda salir de Moscou.

    Me dijo que, durante el da, entraba en las tabernas en donde se calentaba y semantena con los mendrugos de pan que dejaban los parroquianos.

    Unas veces lo dejaban entrar y otras no: las noches las pasaba en el asilo.

    Lo nico que deseaba era que la ronda de polica diese con l y lo enviase por etapasa su pas, en vista de no tener pasaporte.

    Segn dicen, aada modo de conclusin, el prximo jueves vendr por aqula ronda y me detendr seguramente. Con tal de que pueda yo esperar hasta entonces!

    La prisin y las etapas le parecan la tierra prometida. Mientras que contaba suhistoria, tres cuatro hombres de los que all estaban haban confirmado sus palabras, y

    aadido que tambin se encontraban ellos en igual situacin.

    Un joven, plido, de largos cabellos, vestido nicamente con una camisa desgarradapor los hombros y con la cabeza cubierta con una gorra sin visera, se abri paso porentre la multitud y lleg hasta m. El fro le haca temblar horriblemente, sin embargo delo cual trataba de sonrer desdeosamente mientras que los mujiks hablaban.

    2 Agua endulzada con miel y aromatizada con especias. Se toma caliente.

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    Le ofrec sbitiene; tom un vaso; se calent tambin las manos, y empez hablar,pero le apart en seguida un individuo de alta estatura, moreno, con la nariz de pico deguila, sin nada la cabeza, y llevando por todo abrigo una camisa de indiana y unchaleco.

    El hombre de la nariz de pico de guila me pidi que le diese de beber.

    Luego lleg un viejo alto, de barba terminada en punta, vestido con un paleto ceido la cintura con una cuerda y calzado con laps3.

    Estaba borracho.

    Vi en seguida un hombrecillo de rostro abultado y ojos lagrimosos que llevaba puestoun chaquetn de cut blanco, y que iba enseando las rodillas por los agujeros delpantaln (de riguroso verano); rodillas que temblaban de fro y daban la una contra laotra.

    El pobre diablo temblaba tanto, que derram sobre s el contenido del vaso. Lollenaron de injurias.

    Se content con sonrer de un modo triste y sigui temblando.

    Despus vi pasar sucesivamente ante mis ojos un ser deforme y torcido, cubierto deharapos y con los pies desnudos metidos en unas botas sin suelas; otro, que seasemejaba un antiguo oficial; otro, que tena traza de sacerdote, y un cuarto, quien lefaltaba la nariz; y todos ellos, suplicantes, humildes, torturados por el hambre y por elfri, se estrechaban mi alrededor codiciando la sbitiene.

    Acabaron con lo que quedaba, y uno de ellos me pidi dinero: se lo di; pero prontome vi asediado por tal nmero de solicitantes, que aquello se convirti en un caos.

    El portero do la casa vecina grit la multitud para que despojase la acera en el frentede su casa, orden que fu obedecida al momento.

    Do la muchedumbre misma salieron algunos que restablecieron el orden y metomaron bajo su proteccin: quisieron abrirme paso para que saliese de entre lamultitud; pero sta, que se extenda lo largo de la acera, rompi sus filas y se api en

    torno mo.

    Todos me miraban y me suplicaban, y la expresin de los sufrimientos, de la ansiedady del respeto, pintada en sus semblantes, causaba pena.

    Les di todo lo que llevaba sobre m, que no era mucho; unos veinte rublos, y entrcon la multitud en el asilo.

    3 Especie de alpargatas.

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    Este era inmenso y estaba dividido en cuatro secciones: las de los hombres ocupabanel piso alto y la de las mujeres el bajo.

    Entr en esta ltima, que era un vasto saln, todo l lleno de literas dispuestas en doslneas, la una sobre la otra.

    Mujeres de extrao aspecto, con los vestidos hechos jirones, unas jvenes y otrasviejas, entraban y ocupaban los puestos que encontraban libres.

    Algunas, de entre las viejas, se santiguaban y rezaban por el fundador del asilo; lasdems rean y se injuriaban.

    Sub al piso alto en el que los hombres estaban alojados de igual manera, y vi unode aquellos quienes haba dado dinero. Al verle, me sent avergonzado y me apresur marcharme. Sal de aquella casa y entr despus en la ma, con la conciencia de habercometido un crimen.

    Sub la escalera cubierta de tapices, y entr en la antecmara; me quit la pelliza y mesent la mida en la que dos mozos de comedor, vestidos de negro, me sirvieron loscinco platos que constituan mi comida.

    Hace treinta aos vi guillotinar a un hombre en Pars, ante millares de espectadores.Saba que el reo era un temido malhechor, y no ignoraba las razones que desde hacesiglos han venido aducindose para disculpar explicar semejantes actos. Saba queaquello se haca con intencin, conscientemente; pero en el momento en que el cuerpo yla cabeza quedaron separados, exhal un grito.

    Comprend, no por discernimiento, no por sensibilidad, sino con todo mi ser quecuantos sofismas habla odo, relativos la pena de muerte, no eran ms que infamessimplezas. Cualquiera que fuese el nmero de los espectadores y el nombre que sediesen, comprend en aquel momento que acababan de cometer un asesinato, el crimenms grande que se puede cometer en el mundo, y que yo, por mi presencia y por mi nointervencin, acababa de tomar parte en l y de aprobarlo tcitamente.

    De igual modo all, en presencia del hambre, del fro y de la humillacin de aquellosseres humanos, me convenc de que la existencia de tales gentes en Moscou era tambinun crimen. Y en tanto nosotros nos regalbamos con filetes de ternera y con pescados

    exquisitos, y cubramos nuestras habitaciones y nuestros caballos con ricos tapices yhermosos paramentos.

    Digan cuanto quieran los sabios del mundo acerca de la necesidad de tal orden decosas, aquello era un pecado que se cometa incesantemente y en el que yo incurra conmi lujo, pecado del que no solamente era yo culpable por complacencia, sino porcomplicidad.

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    A mi modo de ver, no haba ms que una diferencia entre aquellas dos impresiones:en el primer caso, todo lo que yo hubiera podido hacer era apostrofar los asesinos queestaban cerca de la guillotina y haban ordenado el asesinato, dicindoles lo mal quehacan, en la seguridad de que mi intervencin no hubiera evitado la comisin delcrimen: en el segundo caso, no solamente poda dar sbitiene y el dinero que llevaba en

    el bolsillo, sino tambin mi pelliza y todo cuanto tena en mi casa.

    Y sin embargo, no obr as, y entonces me cre, y me creo ahora, y me creer siemprecmplice del crimen que se comete constantemente, y esa responsabilidad recaer en men tanto disfrute de una alimentacin superflua mientras otros se mueren de hambre, yen tanto que yo tenga dos vestidos y haya quien no tenga ninguno.

    III

    Confes mis impresiones un amigo, vecino de Moscou, y se ech rer y me dijoque aquello era consecuencia natural de la vida de las grandes capitales y que slo misprejuicios de provinciano deba atribuirse aquella manera de considerar las cosas. Measegur que aquello haba ocurrido, ocurra y seguira ocurriendo siempre, por serconsecuencia inevitable de la civilizacin.

    En Londres aun era peor la situacin... Por lo tanto, ni haba all nada malo, ni motivopara quejarse de ello.

    Empec rebatir mi amigo, y lo hice con tanto calor y tan nerviosamente, queacudi mi mujer para enterarse de lo que ocurra.

    Parece ser que, sin darme cuenta de ello, me animaba bruscamente y exclamaba convoz conmovida:

    No se puede vivir as. Es imposible: no se puede vivir as!

    Fui reprendido por mi intil arrebato, por no saber discurrir con calma, y por irritarmede una manera inconveniente. Se me demostr, adems, que la existencia de aquellosdesgraciados no poda ser una razn para envenenar la vida de los dems, que tambineran mis prjimos.

    Comprend que aquello era muy justo, y no repliqu; pero interiormente senta que yo

    tena razn tambin, y no lograba calmarme.

    La vida de la ciudad, que hasta entonces me era extraa y me pareca rara, se me hizodesde aquel instante tan odiosa, que los goces de la vida lujosa y regalada, tenidos comotales hasta aquella fecha, se convirtieron para m en tormentos.

    Por ms que buscaba en mi alma una razn cualquiera que disculpase nuestra vida, nopoda ver sin irritarme mi saln y los salones de los dems, ni poda ver una mesasuntuosamente servida, ni un carruaje, ni los almacenes, ni los teatros, ni los crculos,

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    porque no poda dejar de ver, junto todo aquello, los habitantes del asilo Liapine,torturados por el hambre, por el fro y por la humillacin.

    Me era imposible desechar la idea de que aquellas dos cosas tenan perfecto enlace yde que la una era consecuencia de la otra. .

    Recuerdo que este sentimiento subsisti en mi sin modificacin alguna, tal como semanifest en el primer instante, pero que vino otro mezclarse con l y relegarlo segundo trmino.

    Cuando les hablaba mis amigos ntimos y mis conocidos, de la impresin que mehabla causado la visita hecha al asilo Liapine, todos me contestaban en el mismo sentidoque el amigo con quien tan violentamente discut; pero, despus, todos aprobaban mibondad y mi sensibilidad, dndome entender que aquel espectculo no habaproducido sobre m tal impresin, sino porque yo era un ser buensimo y una personaexcelente. Y yo los cre de buena voluntad. E instantneamente surgi en mi alma un

    sentimiento de satisfaccin por creerme virtuoso y por mi afn de demostrarlo,sentimiento que sustituy al de reproche y los remordimientos que me hablan asaltadopor mi conducta.

    Verdaderamente, me deca, no es en mi ni en el lujo con que vivo, en los querecae la responsabilidad de lo que acontece, sino ms bien en las condiciones inevitablesde la vida.

    En efecto, la variacin de mi manera de vivir no poda remediar el mal que hablavisto. Si hubiese obrado como pensaba, no hubiese conseguido ms que hacerdesgraciados mis parientes, sin mejorar por eso la situacin de los dems.

    De ah que mi deber no consistiera en cambiar yo de vida, sino en concurrir desdeluego, y en la medida posible, mejorar la situacin de los desgraciados que habanexcitado mi compasin.

    Lo nico cierto es que yo era un excelente hombre que deseaba labrar el bien de miprjimo; y me puse a meditar en un plan de beneficencia mediante el cual pudieraacreditar mi virtud.

    Por entonces se verific el empadronamiento.

    Era una ocasin propicia para realizar mis proyectos.

    Conoca muchas instituciones y sociedades benficas en Moscou; pero me parecinula su actividad y mal dirigida para lo que yo quera hacer.

    Me decid inspirar los ricos simpata hacia los pobres de la ciudad y luego colectar dinero, afiliando para esto personas de buena voluntad.

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    Era preciso, tambin, aprovecharse del empadronamiento para visitar todas lasmadrigueras de la pobretera; entrar en relaciones con los desgraciados; conocer susnecesidades, y llevarles socorros en dinero en trabajo. Era preciso, tambin, llevarlosfuera de Moscou; colocar sus hijos en las escuelas y los ancianos, lo mismo hombresque mujeres, en los hospicios y los asilos.

    Cre que sera fcil constituir una sociedad permanente cuyos asociados se repartiesenlos barrios de la ciudad de Moscou y velasen por qu no se engendraran de nuevo enellos la pobreza ni la miseria, en cuyo caso atenderan desde un principio su remedio,tanto por medio de cuidados como haciendo observar la higiene en la miseria urbana.Me imaginaba que no habra ya en lo sucesivo ni pobres ni necesitados en la ciudad yque todo ello sera debido mis esfuerzos.

    As podramos los ricos sentarnos tranquilamente en nuestros salones, comer nuestroscinco platos ir los teatros y las reuniones en coche, sin que turbaran nuestratranquilidad espectculos semejantes al que yo haba presenciado cerca del asilo

    Liapine.

    Desde que trac mi plan y redact un artculo sobre el asunto, me dediqu, antes dehacer imprimir ste, visitar todos aquellos amigos mos cuyo concurso esperabaobtener. A todos cuantos vi aquel da (me dirig especialmente los ricos) les repet lomismo, que era, sobre poco ms menos, el contenido del artculo que publiqu mstarde. Yo propona utilizar el empadronamiento para conocer la miseria moscovita yhacer de suerte que no hubiese pobres en Moscou, con lo cual podramos gozar losricos, con la conciencia tranquila, del bienestar que estbamos acostumbrados.

    Todos me escuchaban con atencin, pero, cuando comprendan de qu se trataba, seruborizaban, por m, de las tonteras que yo deca; pero aquellas tonteras eran de talnaturaleza, que no se atrevan darles ese nombre.

    Hubirase dicho que alguna razn esttica obligaba los que me escuchaban mostrar hacia m una indulgencia excesiva.

    Ah, s! Seguramente... Eso estara muy bien, me decan.

    Es imposible no interesarse en ello.

    S: vuestra idea es hermosa. Tambin he pensado yo en este estado de cosas, pero...somos, por lo general, tan indiferentes, que no conviene contar con un xito grande. Porlo dems, me hallo dispuesto prestaros mi concurso en lo que intentis.

    Todos me contestaban de un modo anlogo, pero me imagin que consentan, noporque yo les hubiera persuadido ni porque olios participasen del mismo deseo, sino porun motivo exterior que no les permita negarse.

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    Tambin observ que ninguno de los que me haban ofrecido su concurso meindicaba la cantidad con que se propona contribuir. Deba yo determinarla y pedirla. Yyo la fijaba en 300, 200 25 rublos. Nadie me dio dinero, y lo consigno as, porquetales personas se apresuran generalmente dar el importe de aquello que desean.

    Para tener un palco en una representacin de Karah Bernhardt, se paga en el acto conel objeto de no perder la funcin.

    Aqu, al contrario: de todos los que consintieron en abrir la bolsa y me expresaron susimpata, ni uno solo me dio el dinero en el acto. Se limitaron aceptar silenciosamentela cifra que les fij.

    En la ltima casa que visit aquel da haba mucha concurrencia. La seora seocupaba en actos benficos desde haca muchos aos. Veanse coches estacionados antela escalinata y criados en traje de gala en la antecmara. En el gran saln seoras yseoritas, vestidas con pretensiones, estaban sentadas y vistiendo muequitas. Algunos

    jvenes las acompaaban. Las muecas deban ser puestas en venta en beneficio de lospobres.

    El aspecto del saln y do las personas que estaban en l, me produjo una impresinbastante penosa. Sin tener en cuenta la fortuna do aquellas gentes, que podra valorarseen muchos millones; sin hablar de los intereses de su capital, gastado en trajes, bronces,alhajas, carruajes, caballos y libreas, los gastos hechos para aquella velada en guantes,bujas, t, azcar y pasteles, suban cien veces el valor de lo hecho por aquellas damas.

    Al ver todo aquello, sospech que no encontrara all simpatas para mi causa, pero yohaba ido para proponer mi asunto y por penoso que me fu lo expuse, sobre poco ms menos como lo explicaba en mi artculo.

    Entre todas aquellas personas, slo una me ofreci su concurso metlico dicindomeque su sensibilidad no le permita visitar por si mismo los pobres; pero ni me dijocunto dara ni en qu momento.

    Otras dos personas, una de ellas joven, me ofrecieron sus servicios, que no acept.

    Una seora, la cual me dirig ms especialmente, me dijo que no poda hacer grancosa porque dispona de pocos recursos, y que suceda esto porque todos los ricos de

    Moscou estaban aburridos, en atencin haber dado ya cuanto podan para los pobres.

    Por otra parte, se haban distribuido ya los bienhechores grados, medallas y otraclase de honores, y para lograr algn resultado tocante la cuestin pecuniaria serapreciso obtener de las autoridades nuevas distinciones. Aunque difcil, aqul era elnico medio de obtener recursos.

    Al regresar mi casa aquella noche, volv con el presentimiento de no poder realizarmi idea. Adems me encontraba confuso, por estar convencido interiormente de que

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    durante todo el da haba estado haciendo algo malo y vergonzoso. Sin embargo, no porello desist.

    El negocio se haba puesto en marcha, y el amor propio me impidi abandonarlo:adems, el xito, y aun cuando esto no fuera, el hecho solo de perseguirlo, me permita

    vivir en las condiciones actuales de mi existencia, que era lo que yo temainconscientemente.

    No daba crdito aquella voz interior, y segua adelante con mi empresa.

    Despus de haber dado mi artculo la imprenta, le una prueba de l al consejomunicipal.

    Me hallaba tan confuso, que me puse colorado y tartamude al leerlo.

    Mis oyentes estaban, igualmente, llenos de confusin.

    Cuando termin la lectura, y propuse los directores del empadronamiento queutilizasen sus funciones para ser los intermediarios entre la sociedad y losnecesitados,se hizo en la sala un silencio embarazoso.

    Luego pidieron la palabra dos oradores. Sus discursos disiparon el disgusto que causmi proposicin, pues, dndome en ellos testimonio de gran simpata, declararonimpracticable mi idea, idea que en principio haban aprobado todos. Sintironsealiviados de un gran peso. Deseando esclarecer la cuestin, pregunt los directores siconsentan en examinar, durante el empadronamiento, las necesidades de losdesgraciados y permanecer en funciones para servir de intermediarios entre los pobres ylos ricos.

    Sintironse disgustados de nuevo y sus miradas parecan decirme:

    Por consideracin ti, hemos reparado hace poco la tontera que has cometido; yaun sigues fastidindonos?

    Tal era la expresin de sus semblantes. Sin embargo, me dijeron de viva voz queaceptaban mi proposicin, y dos tres, como si se hubiesen puesto de acuerdo, medijeron separadamente:

    Por nuestra parte, nos creemos moralmente obligados hacer eso.

    Habl tambin del asunto a los estudiantes que Fe haban encargado de los trabajosdel censo, y mi palabras produjeron en ellos la misma impresin, cuando les dije queaquellos trabajos tendran un doble objeto: el de la estadstica y el de la beneficencia. Altocarles este punto, observ que me miraban como se suele mirar un hombre que dicetonteras.

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    Mi artculo produjo en el redactor del peridico quien se lo entregu, el mismoefecto que en mi hijo, en mi mujer y en otras personas. Aunque todos les disgustara,se creyeron en el caso de aprobar la idea en s misma, pero aadiendo que era de muydudoso resultado, y quejndose, no s por qu, de la indiferencia y frialdad de nuestrasociedad y del mundo, exceptundose ellos, por supuesto.

    Continu sintiendo en mi alma que no era aquello lo que deba hacerse, y presintiendoque los resultados seran nulos, pesar de lo cual el artculo vio la luz y yo me inscribpara tomar parte en los trabajos del censo. Haba elaborado el proyecto del asunto, yste me arrastraba.

    IV

    A peticin ma, se me nombr para verificar el empadronamiento en un barrio deldistrito de Khamovniki, cerca del mercado de Smolensko, en la calle de Prototchny,entre el pasaje Beregovoi y el callejn Nikolsky.

    En dicho barrio se hallaban situadas las casas fortaleza de Bjanoff. Aquellas casas,que en otro tiempo pertenecieron al comerciante Rjanoff, eran ahora de la propiedad deZimine.

    Haba odo decir yo, haca tiempo, que aquel era el boulevard de la mayor miseria ydel mayor libertinaje, y por eso solicit el cargo que me confiaron.

    Habiendo recibido rdenes del consejo municipal, me fui solo dar una vuelta por micuartel, antes de verificar el censo.

    Empec por el callejn Nikolsky.

    En su extremo izquierdo se alza una casa sombra, sin puerta la calle. Adivin, porel aspecto exterior, que era una de las que yo buscaba.

    En la calle encontr pilluelos de diez catorce aos, vestidos con camisola y paleto,deslizndose sobre ambos pies sobre un solo patn por la pendiente y siguiendo elcurso del agua helada lo largo de la acera de la casa. Aquellos chicos estaban llenos deandrajos y eran, como los pilluelos de todas las ciudades, giles y resueltos.

    Me detuve mirarlos.

    Una vieja, con los carrillos cados y la tez amarilla, doblaba la esquina y se dirigahacia el mercado de Smolensko resoplando cada paso que daba, como un caballocansado. Se detuvo cerca de m. En otro lugar, me hubiese pedido dinero; pero all selimit decirme:

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    Ved, y me seal los chicos; llegarn ser rjanovtsi4 como sus hermanos.

    Uno de los pilletes oy aquellas palabras y se detuvo.

    Por qu insultas las gentes?grit la vieja. T, t s que eres la vbora de

    Rjanoff. Yo le pregunt al chico: Vives aqu?

    S, y ella tambin, la ladrona, que ha robado la caa de una bota, dijo gritando elchicuelo y lanzndose, con un pie hacia adelante, se fu ms lejos.

    La vieja prorrumpi en injurias que interrumpan sus golpes de tos.

    En esto bajaba un viejo de cabellos blancos como la pluma del cisne, todo cubierto deharapos: descenda por el arroyo balanceando los brazos y traa en la mano panes dediversas formas, algunos de ellos ensartados en una cuerda.

    El viejo traa el aspecto del hombre que ha tomado una copa y ha entrado en calor. Alescuchar la vieja vomitar injurias, se puso de su parte.

    Galopines, dijo, tened mucho cuidado; y haciendo como que se dirigacontra ellos, pas por delante de m y tom la acera.

    Si yo me hubiese tropezado con aquel viejo en la callede Arbate, me hubiera llamadola atencin por su vejez, su debilidad y su pobreza, pero all no era ms que un obreroalegre que se retiraba su casa terminados sus quehaceres.

    Tom por la izquierda de la calle de Prototchny, y despus de rebasar la casa y lapuerta, se meti en una cantina.

    A la calle daban dos puertas cocheras y las de un restaurant, una taberna y una lonja.Aquella era lafortaleza de Rjanoff.

    Todo en ella era de color gris, sucio y hediondo: las casas, las habitaciones y laspersonas.

    La mayor parte de los que all encontr iban andrajosos y medio vestir; los unospasaban, los otros corran de una puerta otra, y dos de entre ellos ajustaban prendas.

    Di vuelta al edificio partir del callejn Prototchny y del pasaje Beregovoi, y cuandola hube dado, me detuve junto la puerta de una de las casas. Deseaba entrar en ellapara ver lo que pasaba en el interior, pero me daba pena.

    Qu contestara si me preguntaban qu era lo que iba yo hacer all?

    4 Habitantes de la casa de Rjanoff.

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    Sin embargo, despus de un momento de vacilacin, me decid entrar. Tan prontocomo llegu al patio, percib un olor nauseabundo. Torc un lado y o sobre miizquierda, en una galera de tabla, el ruido de pasos precipitados.

    Pronto se dej or aquel ruido en la escalera.

    A poco sali una mujer corriendo con las mangas arremangadas, vistiendo una almillade color de rosa desteido y calzados los desnudos pies en unas botas deterioradas.

    Tras ella corra un hombre con los cabellos en desorden y los zapatos en chancleta:una camisa colorada y unos calzones muy anchos constituan su indumentaria. Aquelindividuo alcanz la mujer apenas sta hubo bajado la escalera.

    No te me escapars, le dijo riendo.

    Diablo de bizco! exclam ella, quien, al parecer, agradaba la persecucin;

    pero en esto me vio y me grit colrica:

    Qu queris?

    Como yo nada quera, me turb y me march.

    Aquello no tena nada de particular; pero como yo acababa de ver fuera la vieja malhablada, al alegre anciano y los pilluelos patinando, aquella escena me hizo ver bajoun nuevo aspecto el asunto que me haba propuesto.

    Entonces comprend por primera vez que todos aquellos infelices quienes querahacer bien, adems de los momentos que pasaban esperando, acosados por el hambre ypor el fro, el permiso para entrar en la casa, tenan an tiempo de sobra que empleabanen algo. Cada da tena veinticuatro horas. Era toda una vida en la que yo no habapensado.

    Comprend que aquellas gentes, adems de su deseo de ponerse al abrigo del fro y decalmar el hambre, deban pasar de algn modo las veinticuatro horas del da.

    Comprend que aquellos seres deban enfadarse, aburrirse, bravuconear, tener pesaresy momentos de regocijo; y por extrao que parezca, vi entonces por primera vez que mi

    empresa no deba limitarse vestir y alimentar un millar de personas como si setratase de un millar de carneros los que hay que alimentar y meter en redil, sino quehaba que hacerles ms bien an.

    Y cuando comprend que cada uno, entre aquellos millares de personas, era unhombre con el mismo pensamiento, las mismas pasiones, los mismos errores, lasmismas ideas, en una palabra, el mismo hombre que yo, me pareci tan difcil larealizacin de mi proyecto, que conoc mi impotencia para llevarlo la prctica; perohabla dado ya principio ello y en ello persever.

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    V

    El da en que empezaron las operaciones del censo, vinieron verme los estudiantespor la maana. Yo, el bienhechor, no estuve dispuesto hasta medioda. Me levant lasdiez, torn el caf y me fum un tabaco para hacer la digestin.

    Llegu la puerta de la casa de Rjanoff, y un agente de polica me indic una cantinaen el pasaje Beregovoi, la que los empleados del censo haban dicho que fueran losque preguntaran por ellos.

    Entr en aquel establecimiento, que hall sucio, mal oliente y sombro. El mostradorestaba enfrente: la izquierda una habitacin, y en ella varias mesas cubiertas conservilletas y manteles de una pulcritud dudosa; la derecha otro cuarto, con columnas ycon mesas, de igual modo puestas, cerca de las ventanas y lo largo de las paredes.

    Veanse all algunos hombres sentados las mesas: los unos, andrajosos; los otrosconvenientemente vestidos como obreros como pequeos industriales: tambin habaalgunas mujeres entre ellos.

    La cantina estaba desaseada, pero se conoca en seguida que el dueo deba de hacerbuen negocio, juzgar por lo atareado que estaba el que despachaba en el mostrador, ypor la actividad de los mozos. No bien hube llegado, uno de stos se dispuso quitarmeel paleto y servirme en lo que pidiera.

    Era evidente que tenan el hbito de un trabajo activo y regular. Pregunt por los delcenso.

    Vania!grit un hombrecillo vestido la alemana, que pona en orden algunacosa en el armario situado al otro lado del mostrador.

    Era el dueo de la cantina, un mujik de Kaluga, llamado Ivn Fedtitch, que tenatomadas en arrendamiento la mitad de las habitaciones de las casas Zimine y que lassubarrendaba luego.

    Acudi un mozo de unos diez y ocho aos, de nariz aguilea y de tez amarillenta.

    Conduce este caballero donde estn los seores del censo: piso principal,

    encima del pozo.

    El mozo solt la servilleta: vesta camisa y pantaln blancos: se ech encima unpaleto, se puso una gorra con visera, y marchando paso corto, me condujo por unapuerta trasera, llena de garruchas, a la cocina, que no ola nada bien.

    Desde all pasamos por el vestbulo en donde encontramos una vieja que llevabacon precaucin unas entraas infectas envueltas en trapos viejos.

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    Al salir del vestbulo, bajamos un patio en pendiente, lleno de edificios de maderasobre plantas bajas de piedra.

    Percibase en aquel patio un olor repugnante; los comunes, los que se agolpabacontinuamente la gente, era el centro de aquellas mefticas emanaciones: hasta los

    retretes parecan indicar nicamente el sitio cerca del cual se iba hacer del cuerpo.

    Era imposible no reconocer la existencia de aquellos lugares al pasar por el patio ypercibir aquellos vapores infectos.

    El mozo, recogindose el pantaln blanco, me hizo pasar por entre excrementos, ensu mayor parte helados, y se dirigi uno de aquellos edificios de madera.

    Todos los que pasaban por el patio por la galera se detenan para mirarme: seconoce que un hombre pulcramente vestido era all cosa nunca vista.

    Mi gua le pregunt una mujer si saba dnde estaban los que hacan el censo. Treshombres le respondieron al punto. Uno dijo: Estn encima del pozo. Otro aadi quehaban estado all, pero que haban salido y que se les encontrara en casa de NikitaIvnovitch.

    Un viejo, que por todo traje llevaba una camisa que estaba remendando junto loslugares excusados, dijo que se encontraban en el nmero 30. El mozo dedujo que esteltimo dato era el ms verosmil, y me condujo al nmero 30, que se encontraba bajo elcobertizo del piso bajo: aquello estaba muy obscuro y se perciba all un olor muydistinto al que se notaba en el patio.

    Bajamos y seguimos lo largo de un corredor obscuro, de suelo terroso.

    Cuando pasbamos por el corredor se abri una puerta bruscamente y vi un viejo,beodo y en camisa, que no tena traza de ser un mujik. Una lavandera, con los brazosremangados y llenos de espuma de jabn, arrojaba del cuarto aquel hombre lanzandopenetrantes gritos.

    Vania, mi gua, apart al borracho y le reprendi speramente.

    Cmo os atrevis causar tal escndalole dijosiendo un oficial!

    En seguida fuimos al nmero 30.

    Vania tir hacia s de la puerta, cuyos goznes rechinaron al abrirse. Nos vimosenvueltos en densos vapores y percibimos el olor corrosivo de los malos alimentos y deltabaco. Estbamos sumidos en lbrega obscuridad. Las ventanas estaban al ladoopuesto.

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    Pequeas puertas colocadas en diversos puntos daban entrada varias habitacioneshechas con tabiques de tablas delgadas y pintadas de blanco.

    Vease la izquierda, en la habitacin obscura, una mujer que lavaba en un dornajo.A la derecha, una vieja atisbaba por un postigo. En otro lado descubr un mujik barbudo

    con la faz rubicunda y con calzado de camo, sentado sobre una de esas camas detijera llamadas nary, con las manos puestas en las rodillas, agitando los pies y fija lavista en ellos con aire sombro.

    En el extremo del corredor se vea una pequea puerta que daba entrada al cuarto enque estaban los del censo. La patrona de todo el nmero 30 posea tambin aquellahabitacin. El citado nmero le estaba subarrendado por Ivn Fedtitch y ella la volva asubarrendar por meses por una sola noche.

    En aquella pequea habitacin hallbase sentado, debajo de una imagen de dubl, unestudiante que tena en sus manos las hojas para el empadronamiento, interrogaba,

    como pudiera haberlo hecho un juez de instruccin, un hombre en mangas de camisa ychaleco. Era el amante de la patrona, que contestaba las preguntas, en vez de hacerloella. Hallbanse all tambin la anciana inquilina del nmero 30 y otros dos vecinosatrados por la curiosidad.

    Entr y me deslic hasta la mesa: salud al estudiante y ste continu suinterrogatorio. Para conseguir mi objeto, empec por preguntar y examinar loshabitantes de aquella primera habitacin. No encontr en ella hombre alguno en quienpoder ejercer la caridad.

    Aunque me conmoviesen la miseria, la pequeez y la suciedad del local, comparadocon el palacio que yo habitaba, la patrona viva cmodamente en comparacin con lospobres de las ciudades. Su existencia hubiera parecido abundancia y lujo al lado de la delos pobres de las aldeas que tanto haba yo estudiado.

    Posea en la cama un colchn de plumas, un cobertor de dos caras, una cocinaporttil, y vajilla encerrada en el armario.

    El querido de la patrona tena el mismo aspecto de bienestar y posea un reloj con sucadena.

    Los inquilinos eran pobres; pero ni uno solo de entre ellos necesitaba auxilioinmediato.

    Algunos reclamaban recursos, y eran: la mujer que estaba lavando en el dornajo; otraque haba sido abandonada por su marido y por sus hijos; en tercer lugar, una viuda deedad que deca no tener medio alguno de subsistencia, y por ltimo, el mujik conzapatos de camo que me dijo no haber comido nada en todo el da.

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    La investigacin me hizo conocer que aquellas gentes no carecan en absoluto de lonecesario, y que para ayudarles era preciso conocerlos mejor. Cuando le ofrec lamujer abandonada colocar sus hijos en un asilo, se constern, se puso pensativa, y medio las gracias; pero es positivo que no le agrad mi ofrecimiento: hubiera preferido quele diese dinero. Su hija mayor la ayudaba lavar y la pequea tena cuidado del nio.

    La vieja deseaba entrar en un hospital: despus de examinar su cuarto, vi que no sehallaba en la miseria: era propietaria de un cofre y de cuanto ste encerraba, de unatetera y de una caja de bombones Montpensier, conteniendo dos paquetes, uno de t yotro de azcar; haca medias y guantes y reciba de una bienhechora un socorromensual.

    En cuanto al mujik, tena ms necesidad de aguardiente que de alimento, y hubieragastado en la taberna cuanto se le hubiese dado.

    No haba, por lo tanto, en aquel local, nadie quien pudiese socorrer con dinero.

    Aquellos pobres me parecieron sospechosos.

    Tom nota del nombre de la vieja, de la otra mujer con hijos y del mujik, y resolv nohacer nada por ellos sino en segundo trmino, sea despus de atender losverdaderamente necesitados que yo crea encontrar en aqulla casa. Yo quera procedercon mtodo: distribuir los socorros los desgraciados, y atender en segundo trmino los otros.

    Pero en las dems habitaciones me sucedi lo mismo que en aquella: encontrpersonas que deba conocer ms fondo antes de socorrerlas: no haba all ni un solomiserable quien poder hacer feliz con dinero.

    Tengo vergenza de decir que me desagrad no encontrar en aquellas casas nadaparecido lo que yo esperaba.

    Esperaba encontrar all seres poco comunes y tropezaba con que los que all veaeran, sobre poco ms menos, como aquellos con quienes yo alternaba.

    As como entre nosotros, haba all gentes ms menos buenas, ms menos malas,ms menos felices ms menos desgraciadas. Eran individuos cuya desgracia no

    dependa de circunstancias exteriores, sino que estaba en ellos mismos, de tal suerte,que no se les poda socorrer con dinero.

    VI

    Los habitantes de aquellas casas pertenecan la hez del pueblo, que cuenta enMoscou ms de cien mil almas. Haba pequeos patronos, cordoneros, cepilleros,carpinteros, torneros, sastres, forjadores y cocheros que trabajaban por su cuenta, ascomo revendedores, usureros, jornaleros sin profesin determinada, pobres y prostitutas.

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    Haba all muchos de aquellos quienes haba yo visto en la puerta de la casaLiapine; pero stos estaban desparramados entre los obreros.

    Por otra parte, yo los haba visto en el momento crtico en que todos haban comido ybebido. Arrojados de los restaurants, tenan hambre y fro y esperaban, como un man

    del cielo, el permiso para entrar en el asilo de noche, luego la entrada en la prisin, ypor ltimo el envo al pas natal.

    All, al contrario, los vi entre obreros, teniendo, por un medio por otro, de tres cinco kopeks ganados para el pago de la cama y con frecuencia rublos para comer ybeber.

    Aun cuando parezca extrao que yo lo diga, no experiment all nada parecido alsentimiento de que he hablado propsito de la casa Liapine. Por el contrario, durantela primera exploracin, los estudiantes y yo experimentamos una sensacin casiagradable.

    Y por qu he decir casi agradable, no siendo as? El sentimiento provocado pornuestras relaciones con aquellas gentes, fu francamente agradable.

    Mi primera impresin fu que la mayor parte de los habitantes eran obreros y buenasgentes. A casi todos les sorprendimos trabajando, a las lavanderas junto sus dornajos; los carpinteros en el banco, los zapateros en su silla.

    Las reducidas habitaciones estaban llenas de gente, y en ellas se trabajaba consatisfaccin y energa. En las de los zapateros se aspiraba olor sudor y cuero, y elaroma de virutas en las de los carpinteros. Con frecuencia se oa el eco de una cancin,y se vean brazos musculosos, con las mangas de la camisa arremangadas, haciendo conprontitud y agilidad los movimientos propios del oficio de cada uno.

    Por todas partes se nos reciba de un modo alegre y afable; nuestra incursin en lavida ordinaria de aquellas gentes no excitaba su ambicin ni el deseo de dar conocersu importancia y de admirar, como suceda la aparicin de los empleados del censo enlas casas de las personas acomodadas; por el contrario, contestaban naturalmente nuestras preguntas sin concederles demasiada importancia.

    Nuestras preguntas les servan slo de pretexto para regocijarse y bromear, diciendo

    que los gruesos deban ser contados como dos y que dos flacos no deban ser contadossino como uno solo.

    Sorprendimos varios comiendo tomando el t y, al saludarles, nos contestaban:Sed bien venidos, y hasta nos hacan sitio en la mesa.

    En vez de las guaridas y de la poblacin flotante que cremos encontrar, hallamos enaquella casa habitaciones ocupadas por los mismos inquilinos haca mucho tiempo. Uncarpintero y un zapatero con sus operarios habitaban las suyas diez aos.

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    El local del zapatero era muy sucio y muy estrecho, pero se trabajaba en lalegremente.

    Procur trabar conversacin con un obrero fin de conocer por l sus desgracias y loque le deba a su patrn; pero no me comprendi y me habl en muy buenos trminos

    de su vida y de su maestro.

    Haba una habitacin ocupada por un viejo y una mujer madura, que vendanmanzanas; la tenan limpia y templada. Tenan los tabiques cubiertos con esteras de pajaque se procuraban en el depsito de las manzanas. Tenan cofres, armarios, cocinaporttil y vajilla.

    En un ngulo de la habitacin tenan imgenes y ante ellas colgadas dos lmparas.Colgadas de la pared y cubiertas con un retazo de tela para preservarlas del polvo, sevean algunas pellizas.

    La mujer tena la frente surcada de arrugas como los rayos de un astro: era afable,locuaz y pareca satisfecha de su hermosa y pacfica existencia.

    Ivn Fedtitch, primer inquilino de aquellas habitaciones, se reuni con nosotros paraacompaarnos.

    Brome afablemente con muchos vecinos, llamndoles por sus nombres ydescribindonos sumariamente sus caracteres.

    Eran todos personas ordinarias: Martin Semonovitch, Piotre Petrvitch, MaraIvanovna... No se crean desgraciados y se estimaban: efectivamente, eran semejantes los dems.

    No esperbamos encontrar all ms que cosas horrorosas y, por el contrario, veamosalgo bueno que excitaba involuntariamente nuestra estimacin.

    Haba all tanta gente buena, que los andrajosos, los perdidos y los ociosos con quetropezbamos de vez en cuando, no modificaban la impresin general.

    Los estudiantes no quedaron menos sorprendidos que yo. Realizaban sencillamenteuna obra til en inters de la ciencia y hacan sus observaciones por casualidad; pero yo

    era un bienhechor llevado all para asistir los desgraciados, los perdidos y losdepravados que pensaba encontrar en aquella casa.

    Y en vez de depravados, desgraciados y perdidos, hall, en su mayora, trabajadores,personas tranquilas, contentas, alegres y afables. Y sent ms vivamente aquellaimpresin, cuando encontr en algunas de aquellas habitaciones la necesidad temida queme haba propuesto remediar.

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    Y ech de ver en aquellas casas que la necesidad haba sido ya ms menosremediada. Quin habla llevado recursos aquellas pobres gentes? Aquellos mismosque supona yo desgraciados y quienes quera salvar lo haban hecho, mejor que yo lohubiera podido hacer.

    En un stano estaba acostado un viejo, enfermo del tifus. No tena pariente alguno.

    Una mujer viuda y con hijos, para l extraa, pero que era vecina suya, lo cuidaba, leasista, le daba t y le compraba medicamentos de su propio peculio.

    En otra habitacin habla una mujer enferma de fiebre puerperal, y una prostituta leencunaba el nio, le daba el bibern y haba abandonado para ello su oficio haca ya dosdas.

    La familia del sastre, que tena tres hijas, haba recogido una huerfanita.

    Haba, pesar de todo, muchos desgraciados: los ociosos, los cesantes, los copistas,los lacayos sin ocupacin, los mendigos, los borrachos y las prostitutas, quienes no seles poda socorrer con dinero, puesto que era preciso conocerles bien antes de ayudarles.

    Yo buscaba simplemente desgraciados; buscaba pobres quienes socorrer dndoleslo que nosotros nos sobraba, y me iba convenciendo de que all no existan aquellosdesgraciados. Los que haba reclamaban mucho tiempo y muchos cuidados.

    VII

    Divid en tres grupos los nombres de los que inscrib en mi cuaderno, saber: los quehaban perdido posiciones ventajosas y esperaban recuperarlas (stos pertenecan lomismo la clase baja que a la clase ilustrada); en segundo lugar, las prostitutas, queeran numerosas en tales casas, y en tercer lugar, los nios.

    El mayor nmero de los que iba inscribiendo pertenecan al primer grupo: eran gentesque haban perdido su empleo; los ms haban sido funcionarios y vecinos de unaciudad, y de ellos haba bastantes en las casas de Rjanoff.

    Ivn Fedtitch nos deca en casi todas las habitaciones que visitbamos:

    Os podis dispensar de escribir las hojas: el que vive aqu puede hacerlo por smismo, y aun no ha bebido hoy.

    Ivn Fedtitch llamaba en voz alta al inquilino por sunombre y apellido. Era, porlo general, uno de aquellos que haban descendido de su alta clase.

    A la llamada del patrn, vease salir de algn rincn sombro algn caballero rico funcionario, la mayor parte del tiempo ebrio y siempre haraposo.

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    Si no estaba beodo, se ocupaba de buen grado en el asunto que se le ofreca; meneabala cabeza con expresin, frunca las cejas, haca observaciones en trminos eruditos, ydaba vueltas, entre sus manos sucias y trmulas y con aire de caricia retenida, laprimorosa tarjeta impresa en cartulina color de rosa, mirando con orgullo y desprecio los que habitaban con l.

    Pareca triunfar de los que le haban humillado tantas veces, por medio de lasuperioridad de su instruccin. Se regocijaba ojos vistas de sus relaciones con elmundo en donde se hacen imprimir tarjetas en papel color de rosa, con aquel mundo enque se haba encontrado en otro tiempo.

    Casi siempre que les preguntbamos, nos contaban con fuego la novela aprendida dememoria de los infortunios que les haban agobiado y hablaban de la posicin queocuparan y debieran ocupar por el solo hecho de su educacin.

    Aquellas gentes estaban esparcidas por todos los rincones de la casa de Rjanoff.

    Haba una habitacin ocupada exclusivamente por ellos, hombres y mujeres.

    Cuando llegamos ella, nos dijo Ivn Fedtitch:

    Este es el departamento de los nobles.

    Haba en l unos cuarenta individuos.

    No era posible encontrar en toda la casa personas ms decadas, ms desgraciadas,ms viejas, ms pobres ni ms perdidas.

    Dirig la palabra algunos.

    Contaban siempre la misma historia, desarrollada en diferentes grados. Todos habansido ricos: sus padres, sus hermanos sus tos, ocupaban an brillantes posiciones, bien haban tenido ellos altos empleos.

    Luego haban sufrido una desgracia por causa de los envidiosos y de su propiabondad, haba ocurrido un suceso imprevisto que les haba hecho perder cuantotenan, hasta el punto de verse obligados vivir en una situacin que les era odiosa,indigna de ellos, comidos de piojos, llenos de harapos, en una sociedad de borrachos y

    de libertinos, alimentndose con hgado y con pan y... tendiendo la mano.

    Todos los recuerdos, todas las ideas y todos los deseos de aquellas gentes se diriganhacia el pasado: el presente les pareca poco natural, dispuesto hacer decaer el nimo,y eso mereca la pena de que se les prestara atencin.

    Ninguno de ellos tena presente; slo conservaban el recuerdo del pasado, y en cuantoal porvenir, nicamente conceban deseos, aspiraciones que podan realizarse cadamomento, y cuya realizacin dependa de muy poca cosa; pero faltaba aquella cosa

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    insignificante y la vida se les iba corriendo en vano tras ella, los unos al primer ao, los otros al quinto, y algunos los treinta.

    El uno no tena otra necesidad que la de vestirse comme faut, para presentarse encasa de una persona que le era muy afecta. El otro deseaba nicamente poderse vestir

    bien, pagar sus deudas y trasladarse Orel. Un tercero careca de recursos para seguirun pleito que se deba fallar en su favor y restituirlo su vida de otro tiempo.

    Todos decan que slo les faltaba el aspecto exterior para reintegrarse en la posicinafortunada que llegaron alcanzar y que les era debida.

    Si no me hubiese guiado el orgullo de hacer el bien, me hubiera bastado examinar unpoco sus fisonomas, jvenes viejas, dbiles y sensuales por lo general, pero buenas,para comprender que no haba manera de remediar su infortunio por medios exteriores,y que no podan ser dichosos, cualquiera que fuese su posicin, no variar su modo deconsiderar la vida. No eran seres extraordinarios en condiciones singularmente

    desgraciadas, sino hombres, lo mismo que nosotros y que los que nos rodean por todaspartes.

    Recuerdo que me senta disgustado cuando trataba con aquellos desgraciados.

    Ahora conozco el porqu: me vea en ellos como en un espejo; si hubiese comparadomi vida con la de las personas que me rodeaban, hubiera visto que entre una y otras nohaba diferencia alguna.

    Si los que ahora viven cerca de m en grandes departamentos en sus propias casasen Sivtzoff Vrajek y en la calle Dimitrievka, y no en la casa Rjanoff, comen y bebenbien, y no se limitan hgado, arenques y pan, no les impedir eso el seguir siendodesgraciados.

    Tambin estn ellos descontentos en su posicin; tambin echan de menos el pasadoy desean lo que no tienen. Aquella mejor posicin que tienden es la misma por la cualsuspiran los habitantes de la caca Rjanoff, es decir, una posicin en la que podrantrabajar menos y aprovecharse ms del trabajo de otros.

    Toda la diferencia reside en el grado y en el momento.

    Hubiera debido comprenderlo as; pero no haba reflexionado an y preguntaba aquellas gentes inscriba sus nombres, proponindome socorrerlas despus de conoceral pormenor su posicin y sus necesidades. No comprenda entonces que no hay msque un medio de socorrer tales hombres, y es el de cambiarles su manera de ver.

    Y para cambiar la manera de ver del prjimo, hay que conocer el mejor modo deconsiderar las cosas y vivir segn sus principios, mientras que yo viva y lasconsideraba bajo el mismo aspecto que era preciso cambiar, fin de que aquellas gentesdejasen de ser desgraciadas.

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    No vea que la miseria de aquellos individuos no provena de la falta de alimentosubstancial, sino de que sus estmagos estaban estragados y necesitaban aperitivos: paraaliviarlos era preciso curarles, ante todo, el estomago.

    Me anticipar consignar que no socorr ninguno da aquellos cuyos nombres

    inscrib. Hice, sin embargo, en obsequio de algunos, lo que deseaban y yo poda hacer,esto es: ponerlos en condiciones de regenerarse, y hasta pudiera citar particularmente tres que, despus de varias rehabilitaciones y de otras tantas cadas, se hallan hoy en lamisma situacin que hace tres aos.

    VIII

    La segunda categora de desgraciados quienes quera socorrer, eran las prostitutas,muy numerosas en la casa de Rjanoff.

    Entre ellas las haba de todas las edades, desde las muy jovencitas hasta las viejas derasgos marchitos, feas y horribles.

    El deseo de socorrer aquellas mujeres, que en un principio no haba entrado en misclculos, se hizo sentir en m despus del hecho siguiente: Estbamos hacia la mitad denuestro cometido. Habamos adquirido ya la rutina del oficio. Cuando llegbamos unnuevo local, le preguntbamos inmediatamente al que haca de cabeza de familia: unode nosotros tomaba asiento y se preparaba hacer las inscripciones; el otro iba de unlado para otro, preguntaba individualmente cada uno y transmita los datos al primero.Entramos en la habitacin y un estudiante fu buscar al inquilino de ella; yo empec preguntar los que all se encontraban. La habitacin estaba dispuesta de este modo: en

    medio de una pieza cuadrada se hallaba el hogar; de all partan cuatro tabiquesformando cuatro pequeas habitaciones.

    En la primera, que era preciso atravesar para ir las dems y en la que haba cuatrocamas, vimos un viejo y una mujer; entramos en seguida en otra habitacioncita largaen la cual estaba un joven J muy plido que llevaba puesta una almilla de tela gris,llamada paddiovka. El tercer compartimiento estaba situado la izquierda y en l se ha-liaban: un hombre dormido y borracho probablemente y una mujer en bata rusa, sueltapor delante y ceida por detrs. Por la habitacin del dueo se entraba en la cuartapieza.

    El estudiante se fu al cuarto del dueo y yo me qued en la antecmara hacindolespreguntas al viejo y la mujer. l era obrero impresor, sin trabajo por el momento, y lamujer esposa de un cocinero.

    Pas la tercera pieza y le pregunt la mujer de la blusa acerca del hombredormido. Ella me dijo que era un husped.

    A mi pregunta: Y vos quin sois? me contest que era una aldeana del gobiernode Moscou.

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    Cul es vuestra profesin?

    Se ech rer y me contest:

    Me paso el tiempo en la cama.

    No comprend el sentido de aquella respuesta y le pregunt de nuevo:

    Cules son vuestros recursos?

    Pero se content con rer sin responderme.

    En la cuarta pieza, en la que aun no habamos estado, rean varias mujeres. Elaldeano, que hacia all de jefe, sali de su cuartito y se acerc nosotros: haba odoprobablemente mis preguntas y las respuestas de la mujer. La mir con serenidad y medijo: Es una prostituta, y me lo dijo como encantado de haber usado correctamente

    de aquella frase en el lenguaje de los funcionarios.

    Dicho esto al mismo tiempo que se dibujaba en sus labios una sonrisa respetuosa, sedirigi la mujer.

    El rostro de sta cambi al punto.

    Le habl brusca y apresuradamente, sin mirarla, como se le habla un perro, y ledijo:

    Por qu hablas sin reflexionar? Me paso el tiempo en la cama!... Pues bien: site pasas el tiempo en ella, di lo que debes decir: Soy prostituta. No sabe an lo quees!

    Aquel tono me molest.

    No tenemos derecho para avergonzarla, dije. Si todos vivisemos como Diosmanda, no habra prostitutas.

    S eso es verdad,dijo el dueo con sonrisa forzada.

    No debemos dirigirles censuras, sino compadecerlas. Son, en realidad, culpables?

    Yo no recuerdo bien en qu trminos lo dije: recuerdo nicamente que me sublev eltono despreciativo de aquel hombre, dueo de un local lleno de mujeres de tal clase.Compadec aquella criatura y expres mi indignacin.

    No bien hube dicho aquello, cuando crujieron las tablas de las camas en la habitacinen que yo haba odo las risas y por encima del tabique, que no llegaba al techo ni

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    mucho menos, asom una cabeza con el pelo enmaraado, con los ojos pequeos hinchados y con la tez ajada, y luego apareci otra, y hasta una tercera.

    Era probable que aquellas mujeres se hablan puesto de pie en sus camas: las tresalargaron el cuello y nos miraron silenciosamente, con atencin sostenida y conteniendo

    el aliento.

    El silencio se hizo embarazoso.

    El estudiante, que un momento antes sonrea, se puso serio; el dueo se turb y bajlos ojos; las mujeres seguan sin respirar, se fijaban en m y esperaban.

    Yo estaba ms confuso an que todos ellos: jams hubiera credo que una palabra,dicha fortuitamente, causara tanto efecto.

    As fu como el campo de muerte de Ezequiel, cubierto de osamentas, tembl al

    contacto del Espritu, y como los muertos se estremecieron.

    Pronunci, sin reflexionar, la palabra de amor y lstima, y aquella palabra hizo talimpresin en todos, que pareca ser lo suficiente orla para dejar de ser cadver yreanimarse con nueva vida.

    Todos me miraban esperando que pronunciase laspalabras y realizase los actos, envirtud de los cuales pudieran juntarse aquellos huesos, cubrirse de carne, y reanimarse la vida.

    Pero comprenda yo que me faltaban las palabras y las acciones que deban seguir aqullas con que haba empezado: comprend, en mi interior, que menta; que yo eracomo ellos; que nada tena ya que decir, y empec consignar en las hojas los nombresy las profesiones de todos los que habitaban en aquel departamento.

    Aquel hecho me indujo un nuevo error y me inspir la idea de que se poda socorrer aquellos desgraciados.

    Mi presuncin me presentaba aquello como cosa fcil de realizar. Yo me deca:Inscribamos tambin estas mujeres y despus nos ocuparemos en ellas, y no medaba clara cuenta de lo que significaba aquel nos.

    Imaginaba que los mismos que haban reducido y reducan las mujeres aquelestado durante muchas generaciones, podan reparar algn da el mal causado.

    Y, sin embargo, para comprender toda la locura de semejante suposicin, me hubierabastado recordar la conversacin que sostuve con la prostituta que meca la cuna delnio junto la cama de su madre enferma.

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    Cuando vimos aquella mujer con el nio, cremos que ste fuera hijo suyo. Anuestra pregunta: Quin sois? nos respondi francamente... lo que era. No dijoprostituta: nicamente el dueo del local emple tan dura palabra.

    Como supona que el nio era suyo, se me ocurri la idea de cambiar su posicin, y al

    efecto le pregunt:

    Es vuestro ese nio?

    No: es de la enferma.

    Por qu, pues, lo estis meciendo?

    Porque ella me lo ha rogado... y se muere.

    Aunque mi suposicin haba resultado falsa, segu hablndole en el mismo sentido, y

    empec preguntarle qu era antes, y cmo haba descendido tal estado.

    Me cont sencillamente su historia: Haba nacido en Moscou; era hija de un obrero defbrica; qued hurfana y la recogi una ta: viviendo con sta, empez frecuentar losrestaurants: la ta muri despus.

    Cuando le pregunt si quera cambiar de vida, pareci no interesarle mi pregunta. Aqu interesarse por suposiciones imposibles? Se ech rer y me dijo:

    Y adonde habra de ir yo con un papel amarillo?5

    Podrais encontrar una plaza de cocinera.

    Se me ocurri esto al verla fuerte y rubia, con la cara redonda y el aire bonachn, tipoque haba observado en muchas cocineras.

    Observ que mis indicaciones no le agradaron, y me dijo sonriendo y repitiendo lapalabra cocinera:

    No s ni an cocer el pan.

    Cre conocer, por su semblante, que consideraba aquella profesin como unaprofesin inferior.

    Aquella mujer, como la viuda del Evangelio, lo haba sacrificado todo por la enferma,y, sin embargo, consideraba el estado obrero como bajo y despreciable.

    Habla vivido hasta entonces sin trabajar, y la gente de su estofa encuentran eso muynatural.

    5 Llamase as en Rusia el documento que Be entrega i las prostitutas.

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    Y en ello consiste su desgracia.

    Por eso haba cado en la posicin que tenia y por eso perseveraba en ella. Por esodeba vivir en la manceba.

    Quin entre nosotros, hombres mujeres, modificar su falsa manera de considerarla vida? En dnde estn, entre nosotros, esas personas que creen que una vida detrabajo es preferible una vida ociosa y que, convencidas de ello, otorgan su aprecio las personas que tienen dicha conviccin?

    Si hubiera pensado yo en eso, hubiera podido comprender que ni yo ni nadiepodamos curar aquella enfermedad. Hubiera podido comprender tambin que aquellascabezas admiradas y conmovidas, que asomaban por encima del tabique, nodemostraban otra cosa que admiracin en presencia de la simpata que se lesdemostraba, y en manera alguna deseo ni esperanza de ser arrancadas la inmoralidad.

    Ellas no encontraban nada de inmoral en su gnero de vida: vean que se lasdespreciaba y que se las injuriaba; pero no podan comprender la causa de aqueldesprecio.

    Haban llevado desde su infancia aquella vida, entre las mismas mujeres que, como sesabe muy bien, existen siempre indispensablemente en la sociedad; y tanto es as, tanindispensables se las cree, que hay empleados del gobierno encargados de reglamentarsu existencia.

    Adems, saben que ejercen ascendiente sobre los hombres, y que los sujetan, y confrecuencia les dominan ms que las otras mujeres.

    Ven que ni los hombres, ni las mujeres, ni las autoridades desconocen ni niegan suposicin, aunque hablen mal de ella, y por eso no pueden comprender que se debanarrepentir ni corregirse. Durante aquella excursin, supe por el estudiante que en una delas habitaciones viva una mujer que comerciaba con su hija, que slo contaba treceaos.

    Busqu la mujer con el propsito de salvar la nia.

    Ambas vivan en la mayor miseria. La madre, baja, morena, de unos cuarenta aos,

    era una prostituta, de cara fea, desagradablemente fea, y la nia no era ms hermosa quesu madre.

    A cuantas preguntas indirectas hice la madre, referentes su vida, me respondi condesconfianza y en tono seco y breve, adivinando en m un enemigo llegado all conaviesa intencin.

    La hija se callaba todo, y sin mirar siquiera su madre, se confiaba en un todo ella.

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    En vez de excitar mi piedad, provocaron mi repulsin, no obstante lo cual me decid salvar la hija, utilizando para ello el inters y la simpata que la triste situacin de lasdos mujeres inspirara de seguro las damas, y enviando stas all.

    Pero si hubiese discurrido sobre el largo pasado de la madre, sobre la manera en que

    vino al mundo la nia y cmo haba sido sta educada en la posicin de la primera,probablemente sin recursos imponindose pesados sacrificios; si hubiera pensado yoen la manera que ella tena de considerar la vida, hubiera comprendido que no habansido malas ni inmorales las acciones de la madre, y que haba hecho y hacia por su hijatodo cuanto poda, es decir, todo lo que le pareca preferible para ella misma.

    Podra arrebatrsele por la violencia aquella hija su madre; pero sera imposiblepersuadir la madre de que haca mal traficando con el cuerpo de su hija.

    A la madre era la que se necesitaba salvar desde luego hacindole rectificar sumodo de considerar la vida, modo aprobado por este mundo en donde la mujer puede

    vivir fuera del matrimonio, es decir, sin procrear y sin trabajar, satisfaciendonicamente la sensualidad.

    Si yo hubiera pensado as, hubiera comprendido que la mayor parte de las damas quienes yo quera enviar all para salvar aquella nia, no slo vivan ellas tambin as,sino que educaban conscientemente sus hijas por el mismo camino. Una de las madresllevaba su hija la manceba, y la otra al baile.

    Ambas tenan el mismo modo de ver; las dos pensaban que la mujer deba satisfacerla lujuria del hombre, cambio de ser alimentada, vestida y compadecida.

    Y con tales ideas, cmo hubieran podido corregir aquellas damas la mujer ni suhija?

    IX

    Mis relaciones con los nios fueron an ms extraas.

    En mi papel de bienhechor, prestaba tambin atencin aqullos, y deseando salvar los seres inocentes que perecan en aquel antro de lujuria, tom sus nombres para poderocuparme en ellos acto seguido.

    Me conmovi, sobre todos, un nio de doce aos llamado Serioja: era inteligente yresuelto, y lo compadec con todo mi corazn. Se hallaba en casa de un zapatero,cuando prendieron ste, y se qued sin asilo: decid protegerlo.

    Voy contar como acab mi propsito benfico para con l, porque la historia deaquel chico demuestra cun falso era mi papel de bienhechor.

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    Lo llev mi casa y lo instal en la cocina. Como se comprende, no poda admitir aquella criatura piojosa entre mis hijos. Todava me consideraba bueno y caritativoencargando de su manutencin la cocinera y hacindolo vestir con ropas usadas.

    Serioja permaneci en mi casa ocho das. En ellos le dirig, al pasar, algunas palabras

    en dos ocasiones, y fui ver, durante mi paseo, un zapatero quien yo conoca, pararogarle que admitiese en su casa al muchacho como aprendiz.

    Un mujik, que haba ido a visitarme, le invit ir su casa situada en el campo.Serioja rehus la invitacin, y ocho das despus desapareci de mi casa.

    Fume la casa de Rjanof para tomar informes de l. Se haba marchado durante miausencia y habla vuelto.

    Llevaba dos das yndose Presnenski prudy (barrio de Moscou), en donde ganabatreinta kopeks, afiliado a una cuadrila de salvajes que exhiban un elefante vestido.

    Aquel da daban representacin pblica.

    Volv de nuevo la casa, pero el chico era tan ingrato, que se esconda y evitabaencontrarse conmigo.

    Si yo hubiese comparado entonces la vida de aquel muchacho con la ma, me hubierasido fcil comprender que su corrupcin provena de haber aprendido la manera de viviralegremente sin hacer nada, y que haba perdido el hbito del trabajo. Y yo lo haballevado mi casa pensando colmarlo de beneficios y corregirlo.

    Pero qu haba visto en mi casa'? A mis hijos, de su edad sobre poco ms menos,que no sola mente no trabajaban por s mismos, sino que utilizaban del trabajo de losdems; que lo ensuciaban y estropeaban todo alrededor de ellos; que se atiborraban decosas dulces y sabrosas; que rompan la vajilla, y que daban los perros manjares quehubieran sido para aquel muchacho una golosina.

    Al sacarlo de la madriguera en que estaba y llevarlo una buena casa, era natural quese asimilase la manera que tenan de considerar la vida en aquella casa y quecomprendiese, por su propia observacin, que era menester comer y beber bien, y viviralegremente y sin trabajar.

    Despus de todo, ignoraba que mis hijos estudiasen penosamente las reglas de lasgramticas griega y latina, y tampoco hubiera podido comprender el objeto de suestudio; pero es evidente que, de haberlo comprendido, el ejemplo de mis hijos hubieseobrado con ms fuerza sobre l.

    Hubiera visto que, si por el momento se educaban sin hacer nada al parecer, en loporvenir se hallaran en condiciones de trabajar lo menos posible, gracias susdiplomas y ttulos acadmicos, y de gozar de los bienes de la vida en la mayor medidaque fuera dable. En vez de irse con el mujik guardar las bestias, comer patatas y beber

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    kvass, prefiri vestirse de salvaje y conducir en el jardn zoolgico al elefante portreinta kopeks.

    Hubiera debido comprender yo lo ilgico de mi pretensin de corregir las personasque languidecan de ociosidad en la casa de Rjanoff, casa que yo calificaba de antro, en

    tanto que yo mismo criaba mis hijos en el lujo y en la misma ociosidad: sin embargo,en la casa de Rjanoff las tres cuartas partes de las personas trabajaban, bien fuera paraellos, bien para sus patronos.

    En las casas Zimine haba muchos nios en el estado ms vergonzoso; eran hijos deprostitutas, hurfanos, criaturas pequeas quienes los mendigos llevaban por lascalles, y todos eran dignos de piedad.

    Pero la experiencia hecha en Serioja me demostr la imposibilidad en que meencontraba de acudir en su ayuda, y que mi vida se opona a ello.

    Mientras aquel chico estuvo en mi casa, ech de ver que me esforzaba en ocultarle mimodo de vivir y, sobre todo, el de mis hijos.

    Comprenda que todos mis esfuerzos para dirigirlo una vida buena y laboriosa, seestrellaban en el ejemplo mo y en el de mi familia.

    Es muy cmodo amparar al hijo de una prostituta de una mendiga: le es fcil al quetiene fortuna cuidarlo, asearlo, vestirlo con decencia, darle de comer, y ensearlediferentes ciencias; pero el ensearle que se gane la vida no es difcil, sino imposible los que vivimos sin hacer nada, porque nuestro ejemplo les ensea lo contrario de lo queles queremos ensear por el precepto.

    Se puede tomar un cachorro, un perro joven; se le puede acariciar, alimentar,ensearle que lleve diferentes objetos y que exprese su alegra; pero todo eso esinsuficiente para el hombre: ste es preciso ensearle vivir; es decir, tomar menosde lo que d; y sin embargo, enseamos lo contrario al nio, lo mismo si lo tenemos ennuestra casa, que si lo colocamos en un asilo.

    X

    Ya no senta aquel impulso de compasin para los dems y de disgusto para m

    mismo que haba sentido en la casa Liapine. Deseaba ardientemente realizar miproyecto; hacer bien los desgraciados. Cosa extraa! Hacer bien, dar dinero losnecesitados constitua, mi parecer, una buena accin que deba producir elreconocimiento de las gentes.

    Y sin embargo, haba producido algo diametral-mente opuesto y aquello despertabaen m un sentimiento de malquerencia y de censura para con los hombres.

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    En mi primera visita, ocurri la misma escena que en la casa Liapine y, sin embargo,provoc en m otro sentimiento distinto.

    En cierto local encontr un desgraciado que necesitaba auxilios inmediatos; despusencontr una mujer que no habla comido hacia dos das.

    Dorman all por la noche.

    Le pregunt una vieja si conoca personas tan pobres que no tuviesen qu comer.

    La vieja reflexion y me nombr dos, y despus, como recapacitando, me sealuna cama ocupada.

    Ah tenis una mujer que me parece que se va morir de hambre. Imposible!...Y quin es ella?

    Una prostituta que ya no encuentra clientes. La duea se quejaba de ellaconstantemente, pero ahora quiere echarla de su casa.

    Agafia! Agafia!grit la vieja.

    Nos acercamos y Agafia se ech fuera de la cama.

    Era una mujer de cabellos grises y puestos en desorden, flaca como un esqueleto,cubierta con una camisa rota y con los ojos muy fijos y muy brillantes. Su mirada seclav en nosotros sin vernos; tom de detrs de ella un jubn para taparse con l supecho huesudo, visible bajo los jirones de su camisa.

    Articul: Qu, qu? como si ladrase. Yo le pregunt acerca de su vida.

    No me comprendi, y me dijo:

    Yo misma no lo s: van a echarme de la casa. .

    Le pregunt (la pluma se resiste consignarlo) si era verdad que no tena nada quecomer, y me contest con precipitacin febril y sin mirarme:

    No he comido ni ayer ni hoy.

    Me conmov al aspecto de aquella mujer, pero de distinta manera que me habaconmovido en la casa Liapine.

    All, en aquel momento, tuve vergenza de mi compasin hacia aquellas gentes: aqu,al contrario, me regocijaba por haber encontrado lo que buscaba, esto es, un serhambriento.

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    Le di un rublo, y recuerdo que me agrad que tuviera testigos aquel acto degenerosidad.

    La vieja, que hubo de notarlo, me pidi dinero, y tanto placer tena en darlo, que lacomplac en el acto, sin reflexionar si lo; necesitaba no.

    La vieja me acompa luego hasta el corredor: los que transitaban por l oyeron queme daba las gracias.

    Probable es que mis preguntas referentes la miseria hubiesen excitado los deseos,porque nos seguan algunos.

    Aun nos encontrbamos en el corredor cuando se me acercaron pidindome algunossueldos. Era evidente que, entre los que pedan, haba algunos borrachos quedespertaban en m un sentimiento repulsivo; pero, habindole dado dinero la vieja, notena derecho negrselo los dems.

    Estando en esto, me acosaron por todas partes y me vi cada vez ms rodeado degente: se produjo un movimiento general: en las escaleras y en las galeras aparecieronpersonas que fueron detrs de m.

    Cuando sal al patio, un chico que haba bajado escape las escaleras se introdujo porentre la gente, gritando, sin haberme visto:

    Le ha dado un rublo Agaschka.

    Luego me vio y me pidi dinero.

    Sal la calle y entr en una tienda, donde rogu que me dieran diez rublos enmoneda pequea: ya haba repartido el dinero que llevaba.

    All se produjo la misma escena que en la casa Liapine.

    Rein la misma confusin: los viejos, los nobles, los mujiks y los nios se agolparonjunto la tienda alargndome sus manos.

    Les di dinero; pregunt algunos acerca de su vida, y tom notas.

    El tendero, con el cuello de pieles de su pelliza levantado, y sentado, como unaestatua, miraba alternativamente la multitud y m.

    Era evidente que encontraba ridcula aquella escena, aunque no lo deca.

    En la casa Liapine me horroriz la miseria y la humillacin de las gentes; me creculpable de ello y me consider con el deseo y los medios de mejorar mi modo de ser:en la puerta de la tienda, la escena produca en m un efecto contrario.

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    Senta algo de repulsivo hacia aquellos que me cercaban y me cosquilleaba la idea delo que pudieran pensar de m el tendero y los porteros.

    Cuando entr en mi casa aquella noche, me sent disgustado: tena la intuicin de quelo que acababa de hacer era estpido inmoral.

    Pero como ocurre siempre que se tiene una preocupacin interior, habl mucho delasunto, como si no dudara de su buen xito.

    El siguiente da me fui solo visitar las personas inscriptas que me parecieron msdignas de lstima y de ms fcil socorro: pero, como ya dije antes, no pude socorrer ninguna: era cosa ms difcil de lo que yo cre en el primer momento.

    Antes de terminar las operaciones del censo, fu varias veces la casa de Rjanoff, yen todas ellas se reprodujo la misma escena: me acosaba una turba de solicitantes y meconsideraba perdido en medio de ellos.

    Me vea imposibilitado de hacer nada en favor suyo en atencin al nmero, y esposible que lo excesivo del nmero me disgustase; pero es lo cierto que ninguno meinspiraba simpatas.

    Observ que no me decan todos la verdad y que no vean en m ms que una bolsa dela que podan sacar dinero.

    Me pareca que la cantidad que cada uno de aquellos individuos se llevaba,empeoraba su situacin en vez de mejorarla.

    Cuanto ms visitaba aquellas casas, cuanto ms entablaba relaciones con sushabitantes, tanto ms evidente se me haca la imposibilidad de intentar nada; pero noabandon mi empresa hasta el ltimo da de las operaciones del censo: aun meavergenzo de recordar aquel da.

    Yo haca solo, siempre, mis visitas particulares, y aquella vez ramos unas veintepersonas.

    A las siete, todos los que haban manifestado deseos de tomar parte en aquellajornada de noche, que era la intima, empezaron llegar mi casa. La mayor parte de

    aquellas personas me era desconocida. Eran estudiantes, un oficial y dos conocidosmos en la sociedad; stos, despus de decir en francs sacramental:

  • 8/3/2019 LoQueDebeHacerse-LeonTolstoi

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    Se hallaban en ese estado particular de excitacin que se tiene en una montera, en unduelo una accin de guerra. Por ellos se comprenda, ms que por nadie, lo falso ypueril de nuestra situacin; pero todos pasaba lo mismo: todos estbamos en igualcaso.

    Antes de marchar deliberamos, la manera que en los consejos de la guerra, sobre elpunto por donde debiramos comenzar, la manera de fraccionarnos, etc. La deliberacintom el mismo carcter que en un consejo, en una asamblea en un comit, es decir,que todos hablaban, no por la necesidad de decir ensear algo, sino porque ningunoquera ser menos que los dems.

    En aquella discusin nadie aludi al carcter benfico que deba tener la excursin ydel que tantas veces haba hablado yo.

    Cmo me avergonzaba al ver que era necesario llevar la conversacin aquel terrenoy hacer comprender que debamos ir tomando nota de todos aquellos que encontrsemos

    en un estado lastimoso y miserable!

    Siempre me ha turbado hacer tales recomendaci