Los 9 poderes

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Julia Brook NIÑOS FUERA DE LA CAVERNA NUEVE PODERES PARA CRIAR NIÑOS PODEROSOS www.ediciones-ende.com

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A continuación puedes leer hasta el final del primer capítulo de Niños fuera de la caverna y descubrir cuáles son los 9 poderes para criar niños poderosos.

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Julia Brook

NIÑOS FUERA DE LA CAVERNA

NUEVE PODERESPARA CRIAR

NIÑOS PODEROSOS

www.ediciones-ende.com

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Primera edición, julio de 2015

© Derechos de la primera edición reservados© ediciones endewww.ediciones-ende.com / [email protected]ón: Ensayo

© Julia Brook

Edición, maquetación, cubierta y diseño: © ediciones endeDiseño de cubierta © ediciones endeCubierta: © Dibujos en lápices de colores, acrílico y acuarela sobre papel de la ilustradora Anna Gelats Llobet

Impresión: CimapressImpreso en España / Printed in SpainEste libro está impreso en papel reciclado

ISBN: 978-84-944145-3-4Depósito Legal: C 1171-2015

Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright».

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NIÑOS FUERA DE LA CAVERNA

NUEVE PODERESPARA CRIAR

NIÑOS PODEROSOS

ediciones ende

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A mi hija,fuente continua de alegría

A mis alumnas y alumnos,de los que tanto he aprendido durante todos estos años

A Alejandro Ferrín,mano tendida en la niebla

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Quiero expresar mi agradecimiento a todas las personas que me inspiraron para escribir este libro, la mayoría de las cuales no lo sabrán nunca. Y quiero darles las gracias desde el corazón a mi hija y a mis amigos, que me ayudaron y me animaron. Especialmente gracias a Francisca, que dedicó muchas horas a la corrección del original, y gracias a Susana, a Miguelina y a la tropa toda. Gracias a Consuelo, a Elisa, a Vicente y a todos los miembros de la tribu. Por último, gracias a ti que lees estas líneas, porque eres tú quien hace posible que este libro exista. A unos y a otros, a todos, os quiero.

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ÍNDICEPrefacio de la autora ..............................................................................13Introducción: Las personas poderosas ..........................................151. El poder de la imitación .................................................................212. El poder de la naturaleza ...............................................................413. El poder del cuerpo ..........................................................................594. El poder del movimiento ...............................................................795. El poder de la impecabilidad ........................................................996. El poder de la simplicidad .......................................................... 1177. El poder del distanciamiento .................................................... 1358. El poder de la mente ..................................................................... 1539. El poder del presente ................................................................... 173Epílogo ...................................................................................................... 191Bibliografía ............................................................................................. 195

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Prefacio de la autora

He sido profesora durante más de veinte años. Sobre todo de adolescentes de doce a dieciocho años, gente encan-tadora. También he impartido clase a adultos en numerosas ocasiones. Hace ya tiempo que amigos, padres de estudian-tes o incluso colegas se me acercan para pedirme consejo sobre problemas concretos con sus hijos o alumnos. Al prin-cipio me sorprendía, luego me di cuenta del valor de la expe-riencia acumulada.

Hace años mi vida dio un cambio radical y comencé lo que podríamos llamar el camino espiritual o hacia mi interior. En las actividades y talleres en los que participo es frecuente oír comentarios como: “Esto deberían enseñárnoslo de niños”, o como: “¿Por qué no se enseñan en la escuela estas cosas tan útiles e importantes?”. Oyéndolos me surgió la idea de unir mi experiencia docente y mi experiencia en la búsqueda interior para escribir este libro, para que las cosas importantes se en-señen desde la más tierna infancia.

Cuando empecé a vislumbrar lo rico y hermoso que es mi interior, cuando comencé a salir de la caverna, usando el símil platónico, la primera sensación que me abrumó fue la de sentirme poderosa. He organizado el libro tomando este sentimiento como referencia, y es por este motivo que hablo de poderes. Con ellos intento transmitir estrategias que me parecen imprescindibles para que nuestras niñas, nuestros niños, sean personas poderosas.

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Es mi deseo que este libro sea provechoso para muchas personas y, a través de ellas, se convierta en un punto de apo-yo para un nuevo paradigma. Los cambios en el exterior se producen cuando los efectuamos en nosotros mismos y en nuestro entorno; y dentro de este entorno se producen, es-pecialmente, por el modo en que le mostramos el mundo a las siguientes generaciones. Al escribirlo, he intentado incluir toda la información esencial que habría agradecido conocer cuando nació mi hija. Con esta idea en la mente, he escrito el libro que me hubiera gustado leer en aquel momento.

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Introducción: Las personas poderosas

Resulta llamativo el número de acepciones que puede tener una palabra, en ocasiones incluso opuestas, como la ex-presión ¡bárbaro! que usamos tanto para indicar que algo es muy bueno o que es cruel y sanguinario. Probablemente al hablar de personas poderosas la primera imagen que viene a nuestra mente es la de personas ricas y con una gran in-fluencia en la economía y política de un país o del mundo. Y si hablamos de niños poderosos, quizás los imaginemos capaces de realizar hazañas extraordinarias. Nada más lejos del sig-nificado que le damos en este libro a la palabra poderoso. Así pues, para evitar equívocos, empecemos por aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de niños y personas poderosos.

Es poderoso quien se siente capaz de llevar a cabo pa-cíficamente aquello que desea y considera conveniente o de afrontar sin temor y sin sensación de límite cualquier cir-cunstancia que se le presente, y vive además en estado per-manente de equilibrio y aceptación ocurra lo que ocurra en cada momento.

En cuanto a la primera parte de la definición, podemos imaginar cualquier acción que nos produzca algún tipo de te-mor, nervios o ansiedad. Por ejemplo, parir un bebé, recorrer sin compañía un país lejano, dar una conferencia, caminar en solitario por el monte, cumplir cuarenta años, bailar en públi-co, reconocer un error, emprender un negocio nuevo, salir del armario, volar en helicóptero... La persona poderosa asume

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estas acciones sin miedos y con tranquilidad, precisamente porque se siente poderosa.

O podemos imaginar cualquier circunstancia de nues-tra vida o de la vida de otras personas que nos parezca des-agradable, como discriminación laboral, convivir con des-conocidos, el despido de un trabajo, padecer de artritis, ser víctima de una estafa, el abandono de tu pareja, sufrir de vértigo o de claustrofobia... La persona poderosa encara es-tas circunstancias sin temor y con recursos, precisamente porque se siente poderosa.

En cuanto a la segunda parte de la definición, vivir en estado permanente de equilibrio y aceptación significa que se tiene la capacidad de ser feliz todos los días. Muchas son las definiciones que se han dado para el concepto de felicidad, pero, por lo general, recogen la idea de que la felicidad se al-canza en momentos concretos de nuestra vida mientras que otros se caracterizan por la desgracia, y precisamente esta di-cotomía es necesaria para que se dé la felicidad y así poder apreciarla. Consideramos felices a quienes pasan por momen-tos felices o a quienes gozan de momentos felices en la mayor parte de su vida, pues la felicidad se nos antoja una cuestión de vaivén reñida con la permanencia. Sófocles, poeta trágico griego, termina su Edipo rey con estas palabras: “De modo que ningún mortal encare el porvenir considerándose feliz hasta que alcance el final de su vida sin haber sufrido nada dolo-roso”, transmitiendo la idea de que solo es feliz quien muere sin haber conocido la desgracia. Frente a este concepto de la felicidad como ausencia de desdicha, en este libro considera-mos que la felicidad es un estado de permanencia basada en el equilibrio y la aceptación.

Así pues, las personas que se sienten poderosas viven sin miedos y permanentemente felices. Podemos distinguir-

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las además por la energía y paz que transmiten y su facilidad para empatizar con los demás. Son constantemente optimis-tas, su sonrisa es su carta de presentación y ríen con facili-dad. No discuten, no se enfadan, le dan importancia solo a las cosas que realmente la tienen. Necesitan apartarse del mundo tanto como volcarse con los demás. Se saben pres-cindibles, son humildes y tremendamente intuitivas. Consi-derando estas características, creo que todas las madres y padres están dispuestos a favorecer que sus hijos se sientan poderosos y sean personas felices. En principio, es esta una labor sencilla, pero en el día a día son muchos los condicio-nantes que tenemos que atender, tanto de la sociedad como de nuestra propia educación.

Este libro pretende ser una guía en la que los padres en-cuentren los factores esenciales que hay que tener en cuenta para criar niños y niñas poderosos. He llamado poderes a es-tos factores. Es probable que haya algún poder más de los que aquí expongo, es seguro que se puedan organizar de otra for-ma y recibir otros nombres. El orden en que están expuestos no es aleatorio. Comienzo por el poder de la imitación porque, como veremos, su naturaleza es muy diferente a los demás poderes. El resto van desde lo que puede parecer más próxi-mo a lo más abstracto, de lo más asequible a lo más elevado. Aunque ciertamente todos son cercanos y tangibles por igual.

No es mi intención dogmatizar o exponer un sistema de creencias, no defiendo ninguna verdad. Todo lo que explico son sencillamente sugerencias acerca de cuestiones que la experiencia me ha mostrado como muy útiles para vivir feliz con una misma y con el mundo, y que sería magnífico tener en cuenta cuando ejercemos el papel de adultos acompañan-tes de niños, ya seamos padres, tíos, abuelos o docentes. Para ilustrar estas ideas, las acompaño de ejemplos de familias que llevan a cabo actuaciones deseables, pues emplear ejemplos

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de la vida cotidiana nos acerca a aquello de lo que estamos hablando e impide que se quede en una teoría abstracta sin fi-nalidad práctica. Y llevar a la práctica las ideas de este libro es la única forma en que pueden resultar provechosas. Cuando estos ejemplos, marcados con una estrella, sean escenas no-vedosas para quienes leéis estas páginas, os podrán servir de inspiración. Si ya realizáis acciones semejantes a las propues-tas, sin duda sentiréis reforzada vuestra forma de educar, que posiblemente se haya encontrado hasta ahora con opiniones contrarias entre familia y amigos.

Generalmente, las personas que pasan más tiempo con nuestros niños después de sus padres son los profesores. Es la ocupación que he ejercido durante la mayor parte de mi vida y difícilmente se me ocurre una profesión más hermosa, uni-versal y privilegiada. Porque me parece un privilegio que las familias confíen en mí durante varias horas al día lo más pre-ciado de sus casas, sus hijas e hijos, y porque es un privilegio tener la ocasión de dejar una impronta en la vida de estos ni-ños y adolescentes. ¿Quién no recuerda sus días de escuela, el profesorado que tuvo y lo que aprendieron con ellos? ¿Quién no guarda un recuerdo especial, para bien o para mal, de algu-no de ellos? Considero tan importante la labor de los docen-tes, que no podían quedar al margen de las ideas expuestas en este libro, por lo que al final de cada capítulo he añadido algu-nas líneas con sugerencias para permitir que los estudiantes expresen sus poderes en escuelas e institutos. Ojalá llegue el día en que todos tengamos solo buenos recuerdos de nuestra escuela y sus profesores.

En cuanto leamos el nombre de los poderes de los que trata este libro, es muy probable que nos parezca que falta uno fundamental, el más importante de todos: el poder del amor. Entendemos el hecho de traer un hijo al mundo como un gran acto de amor. Consideramos que una niña, un niño,

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cuyo nacimiento se ha deseado va a ser muy querido y, por lo tanto, muy feliz. Esto es cierto en parte, pues es algo implícito que los padres aman a sus hijos y desean lo mejor para ellos. Pero las desavenencias comienzan cuando nos convencemos de estar haciendo por amor cosas que nada tienen que ver con la incondicionalidad de este sentimiento. Son muy frecuentes las actuaciones nefastas de padres amorosos: padres que pro-tegen en exceso a sus hijos, padres que les compran todo lo que piden, padres que riñen y sermonean, padres que presio-nan para transmitirles sus aficiones... Dicho de otro modo, el amor por sí solo no es garantía de que criemos niños felices porque, bajo el epígrafe de amor, asociamos muchas actitu-des que no siempre son beneficiosas. El poder del amor radica en amarse a uno mismo sin juicios ni condiciones, ya que es entonces cuando la energía del amor se irradia hacia fuera y amamos a los demás, también sin juicios ni condiciones. No está tratado de forma específica el poder del amor en este li-bro porque impregna todos los poderes de los que hablamos y todos confluyen en él.

Por último, hay una idea fundamental que como padres y educadores debemos tener siempre presente. Esta es que, al nacer, los niños tienen una percepción del mundo mucho más amplia que la de los adultos, aunque la idea generalizada es considerar que su mente está sin formar o vacía y que debe-mos llenarla de ideas y conocimiento. Creyendo que nuestra visión del mundo es la única válida, les explicamos cómo son las cosas y cómo deben comportarse, y de esta forma limita-mos el universo con el que nacen. Es así como los adultos lle-vamos a cabo un trabajo de domesticación de nuestros niños para que encajen en nuestras creencias y en las ideas domi-nantes. Lo hacemos conscientemente, en la idea de que esa es nuestra labor, y lo hacemos, en una medida aún mayor, in-conscientemente. De este modo, el magnífico mundo interior con que nacen nuestros bebés se va acotando en los primeros

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años de vida, quedando reducido a aquello que mamá, o papá, o los demás adultos han decidido que es lo único importante que debe ser considerado.

Para criar niños y niñas poderosos, pues, la primera consideración que conviene asumir es que esta crianza no consiste en inculcar sino en no coartar, ya que los niños na-cen siendo poderosos en aspectos que los adultos no estamos acostumbrados a percibir. Nacen al menos con un germen de todos los poderes y de algunos de ellos, como el poder del mo-vimiento y el del presente, vienen al mundo completamente dotados. En estos casos son ellos nuestros maestros. Si hay alguna idea que debamos transmitirles, únicamente es Ámate y ama, respétate y respeta. Veamos entonces, a través de los si-guientes capítulos, cómo alentarles a ser quienes son cuando nacen y a amarse incondicionalmente.

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1. El poder de la imitación

Donde fueres, haz como vieres

Dicho popular

Aprendemos por imitación. Los adultos incorporamos todos los días conductas a nuestro acervo personal por imita-ción de lo que vemos y oímos. Lo hacemos constantemente y es un mecanismo que trabaja de forma tan sutil que la mayor parte de las veces no nos damos cuenta. Nos gusta una fra-se ingeniosa que escuchamos y la acuñamos como habitual nuestra. Se nos pega una canción y la cantamos una y otra vez interiorizando la letra. Observamos la forma de proceder de una compañera y la imitamos cuando nos vemos en una cir-cunstancia parecida. Adquirimos nuevos gestos que vemos en otras personas o en los actores de una película. Nos vesti-mos según lo que se lleve o según la estética del grupo con el que nos identificamos. Las modas y la publicidad se apoyan precisamente en la prevalencia que tiene el hecho de imitar-nos unos a otros. Los publicistas usan patrones que resulten atractivos para que nos sintamos bien imitándolos y compre-mos el producto anunciado. La teoría de las ventanas rotas ideada por James Q. Wilson y George L. Kelling se basa en la imitación: si no arreglamos el cristal roto de una ventana en cuanto se rompe, la sensación de abandono que transmite el cristal roto incita a que las personas no sean cuidadosas con ese entorno y rompan con mayor facilidad otros elementos.

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Si la estación de tren está sucia y con papeles por el suelo, los usuarios tiran más papeles al suelo. Al fin y al cabo, donde fueres, haz como vieres.

A pesar de la fuerza que la imitación tiene, tendemos a denostarla. Si alguien nos imita, lo entendemos como una burla y, si imitan nuestras creaciones, hablamos de copia. La copia está muy mal vista aunque muchas veces es difícil se-parar lo genuino de lo tomado de otras fuentes, normalmen-te de forma no premeditada. Cuando Catulo escribe su bello poema “Aquel me parece semejante a un dios”, lo que hace es una traducción literal del igualmente hermoso poema de Safo “Parece un dios ese hombre”, y lo que se consideraba enton-ces una prueba de admiración por la poetisa, hoy en día sería denunciado por plagio. Sin embargo, en la música actual las versiones son habituales e indican la popularidad alcanzada por una canción, como es el caso de Yesterday de Los Beatles, versionada decenas y decenas de veces.

Sea como fuere, la imitación es una conducta cotidiana en nuestras vidas y denota algún tipo de admiración, aunque no seamos conscientes ni de que imitamos ni de que admiramos lo que imitamos. Si es así en el mundo de los adultos, personas ya formadas, podemos imaginar el inmenso poder de la imitación en el universo de los más pequeños, entregados como están a la tarea de conocer su entorno y crear su personalidad. Y es proverbial entre los adolescentes, que repiten las modas y las conductas que triunfan entre sus iguales, inmersos en las señas de identidad del grupo en el que quieren sentirse integrados.

Desde el vientre materno

Una gran parte de lo que aprenden los niños lo hacen por imitación. Asimilan lo que ven y lo reproducen, y lo ha-cen desde que son bebés e incluso antes de nacer. Poco antes

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de quedarme embarazada, dos de mis amigas tenían bebés de menos de un año y me llamaba la atención la gran diferencia que había entre las dos niñas. La mayor era inquieta, lloraba con facilidad y cualquier entretenimiento la aburría en poco tiempo. La más pequeña dormía plácidamente, sonreía a me-nudo y se entretenía mucho tiempo con un juguete, y ambas madres afirmaban que habían sido así desde que nacieron. Fijándome en cómo cuidaba cada mamá su bebé, descubrí que reflejaban fielmente el comportamiento de sus madres. La mamá de la bebé inquieta era nerviosa e imprimía prisa a todo lo que hacía, incluyendo la dedicación y la forma de hablarle a su hija. La mamá de la niña más pequeña era una mujer pausada que se movía y hablaba con suavidad. Tomé nota de la influencia de las madres en la forma de ser de sus bebés y decidí ser una madre tranquila para tener un bebé tranquilo. Comencé a practicar relajación asiduamente antes y durante el embarazo, me convertí en una persona serena en la medida de mis posibilidades y puedo asegurar que el califi-cativo que mejor le encajaba a mi hija durante su infancia fue el de niña apacible. El doctor Thomas Verny estudió hace años la influencia que los padres ejercen sobre el niño en su etapa intrauterina y escribió un libro, La vida secreta del niño antes de nacer, que se ha convertido en un clásico sobre el tema.

Carolina está en el séptimo mes de embarazo y quiere a su bebé por encima de cualquier otra cosa. Habla todos los días con la criatura en alto o, con mayor frecuencia, mentalmente. Le cuenta lo hermoso que es el mundo adonde va a venir. Le habla de los árboles y del frescor de su sombra, del rumor de sus hojas al ser movidas por el viento y del trino de los pájaros que allí hacen sus ni-dos. Le cuenta que habrá otros niños con los que jugar y que hay un juguete que le gustará más que ningún otro. Se llama pelota, es redondo y se puede jugar de muchas formas con él. En su habitación ya hay una pelota blan-da de colores esperando. También se relaja escuchando

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música suave y cantándole canciones. Carolina no duda de que su bebé ya está asimilando una forma de ser que implica seguridad, tranquilidad y optimismo.

Es fácil observar la importancia de la imitación en el de-sarrollo psicosocial de niños y niñas fijándonos en sus juegos. Cuando hay niños de diferente edad, el más pequeño se desvi-ve por imitar los gestos, palabras y juegos del mayor. Uno de los juegos más populares es el del tren o ‘lo que hace la madre hace la hija’, en el que niños y niñas se colocan unos detrás de otros como si fuesen los vagones de un tren y todos imitan los movimientos del primero de la fila, que es la locomoto-ra o la madre. Muchos otros juegos tienen como componente principal imitar las acciones de los adultos, y así se juega a las tiendas, a la escuela, a cocinar, a poner inyecciones, etc. En un grupo familiar que vivía en un lugar en el monte, al que solo se accedía tras cruzar un río en barca y caminar luego hasta la casa con ayuda de un caballo para llevar enseres y viandas, era curioso escuchar a los niños de la familia jugando a cruzar el río en barca y subir las cosas a un caballo de juguete: habían trastocado los juegos de las profesiones habituales por aque-llo que vivían en su casa. Los casos históricos de niños que se criaron entre animales sin el contacto con personas ponen de manifiesto las carencias que desarrollaron por la falta de modelos a los que imitar. En España fue célebre Marcos Rodrí-guez Pantoja, que vivió doce años entre lobos y otros anima-les en Sierra Morena sin utilizar el lenguaje humano.

Cualquier adulto puede ser un modelo de imitación para los niños, pero lo son especialmente los más próximos a ellos, como los miembros de la familia y los profesores. Y de entre estos, los que juegan un papel primordial por su vinculación con el niño son la madre y el padre. Podemos estar seguros de que nuestros hijos asimilan todo lo que nos ven hacer y decir y lo incorporan a su modo de ver el mundo y de actuar en las situaciones que se les presentan. Van creando su mapa

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de referencias y hablan a los demás como oyen que les hablan a ellos; y actúan como ven que actúan sus padres en circuns-tancias semejantes. Esta capacidad de aprender lo necesario para desenvolvernos en el día a día a través de la imitación de nuestros padres y la huella indeleble con la que nos marca, la expresamos con un dicho muy castizo: mamarlo desde la cuna. En general, nuestra forma de comportarnos está regida por el inconsciente, aunque no nos demos cuenta o le atribu-yamos motivos racionales. Y es este inconsciente que decide por nosotros el que forjamos desde la cuna e incluso desde el útero materno a base de las influencias que recibimos.

Educar en libertad

Según la tradición tolteca, de la que hablaremos más ade-lante, los niños, desde que nacen, viven en un mundo propio que no se corresponde con el mundo lógico que nosotros les presentamos. Al crecer van acotando su mundo para hacer-lo compatible con el que les describen los adultos a través de sus actos y sus palabras, de ahí la importancia de nuestra in-fluencia: los niños se amoldan a la realidad que les mostramos. Cuanto más abiertos y tolerantes somos, cuanto más libres los criemos, más rica y polivalente es la realidad que los niños se forjan. Por tanto, ante las ideas que expresen los niños, por muy fantasiosas o extravagantes que nos parezcan, debemos evitar frases como: “Eso no puede ser así” o como: “¡Vaya tontería!”, propias de la rigidez de quien cree que las cosas solo pueden ser del modo en que él las ve. Al parecer, mientras el cerebro de los adultos emite ondas beta durante todo el tiempo de vigilia, el cerebro infantil funciona sobre todo en el nivel de las ondas alfa, que son las asociadas con la fantasía y la creatividad; de ahí que digamos que están en la luna o en su mundo. A través del poder de la imitación tus hijos asimilan la realidad propia del nivel beta, pero es absolutamente deseable que permitamos y

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estimulemos su mundo fantasioso y que se sientan libres de manifestar lo irracional de este mundo. Probablemente, se tra-te de un mundo más real que el nuestro.

Por eso el aprendizaje es especialmente decisivo en los primeros años de vida. Todo lo que mostremos a nuestros hi-jitos e hijitas desde que nacen va modelando su forma de ser y su comportamiento. Y en esta cuestión los actos y los gestos ocupan un lugar preeminente frente a las palabras. Cuando estas tres cosas -acto, gesto y palabra- no concuerdan, lo que hagamos es lo que va a tener más valor. Si lo que decimos se contradice con lo que hacemos o con nuestro lenguaje corporal, las palabras influirán poco. No es infrecuente ver que un adulto le explica a su niño de dos o tres años que no se pega a los otros niños al tiempo que le da unos golpes en la mano. Al contrade-cirse el acto (pegar al niño en la mano) con las palabras (“no se pega”) y tener más fuerza los hechos que las palabras, lo que el niño está aprendiendo es que se puede pegar dependiendo de quién seas, de a quién pegues y de las circunstancias.

La familia de Juan es muy alegre y en casa acostumbran a cantar en alto y a ser algo escandalosos. Pero desde que Juan tenía un mes, cuando van con él a lugares públicos, le hablan siempre acercándose a su rostro y en un tono de voz muy bajo, para no molestar a las demás personas que se hallen en el autobús, la cafetería, etc. Bien es cierto que hasta pasados los dos años Juan, que es vivaracho e inquieto, no fue capaz de controlar el volumen de su voz, pero después comenzó a hacerlo sin mayor dificultad. Juan tiene ahora seis años y, fuera de casa, habla siempre en un tono de voz bajo sin necesidad de recordárselo.

Los valores que queremos transmitir a nuestros hijos los aprenden porque nosotros los ponemos en práctica; el respeto, la paciencia, la sinceridad, la generosidad, la responsabilidad y cualquier otro valor solo podemos enseñarlos con el ejemplo.

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Elijamos un asunto relativamente trivial, la puntualidad. Si en casa salimos siempre con el tiempo justo y no solemos ser pun-tuales, culpando de ello al tráfico o a otras personas, estamos enseñando a nuestros hijos que la puntualidad no es impor-tante. Aunque digamos frases como: “Hay que ser puntual para no hacer esperar a los demás”, mientras no tomemos medidas concretas como ajustar horarios y prepararnos con tiempo, el resultado será que nuestros hijos aprenderán a ir siempre con el tiempo justo y no les será fácil ser puntuales. Traslademos este ejemplo de la puntualidad a cuestiones mucho más rele-vantes y los resultados serán similares: unos padres alegres y optimistas infundirán alegría y optimismo a sus hijos; de unos padres pesimistas y quejumbrosos las posibilidades de tener hijos optimistas son menores, por mucho que les digan que hay que ver el vaso medio lleno.

La memoria graba escenas aparentemente anodinas pero que, en el momento de vivirlas, nos llamaron la atención por algún detalle significativo. A Jorge no deja de resultarle curioso que se acuerde de una comida de domingo de su infancia y de la conversación que en ella tuvo lugar, incluso con frases textuales, ya que estas co-midas en casa de los abuelos con los tíos y los primos eran muy frecuentes en su niñez. Su madre y uno de sus tíos poseían una empresa junto con otros socios; su tío intentaba convencer a su madre de llevar a cabo una ac-tuación, al parecer de ética dudosa, y le decía: “Si no se va a enterar nadie, y nosotros salimos ganando”. A lo que su madre respondió: “Me voy a enterar yo, y eso es su-ficiente”. Jorge es una persona muy apreciada y es con-siderado extremadamente honesto. Desde hace algún tiempo trabaja en el sector mercantil y alguna vez se ha visto repitiendo la frase pronunciada por su madre que le quedó grabada aquella tarde de domingo: “Yo sí me entero, y eso ya es suficiente”.

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Cuentos, videojuegos y películas

Una gran fuente de imitación para los niños es todo el imaginario de los cuentos, dibujos animados, videojuegos y películas. El momento de leer un cuento a nuestros hijos está siempre lleno de magia: la magia del cuento y la magia de la comunicación afectiva que se crea al saber la niña que se le está prestando atención con todos los sentidos, que en ese momen-to solo existen ella, papá o mamá, y el cuento. Es un mensaje tan directo al corazón el que transmite el relato que bien vale la pena que dediquemos tiempo a seleccionar los cuentos que entran en casa. Por principio, descartaría todas las narraciones tradicionales que, aunque creemos que son infantiles, proce-den en realidad del mundo de los adultos y están cargadas de elementos cruentos y escabrosos más apropiados para crear ambientes de pavor que para transmitir momentos de sosiego y felicidad a nuestros hijos. No siempre somos conscientes del mensaje que transmiten los cuentos clásicos de Perrault, los hermanos Grimm o Andersen, pero están cargados del mode-lo de enfrentamiento entre bueno vencedor y malo perdedor y del modelo de varón viril y fuerte frente a mujer dulce y sumisa. La crueldad se pasea por sus páginas, lo que hizo que desde sus primeras publicaciones hayan sido censurados y, debido a ello, revisados y modificados una y otra vez suavizando los peores detalles. Son cuentos procedentes de las desigualdades e in-justicias presentes en las narraciones medievales y están muy alejados de nuestra forma de ver el mundo en el siglo XXI. En cambio, en la actualidad hay excelentes colecciones de cuentos infantiles llenos de fantasía, donde la cooperación es un rasgo de los héroes y donde niñas y niños son tratados con la misma delicadeza y representan roles perfectamente intercambiables. Iremos viendo a lo largo de este libro la importancia de no ma-nipular el mundo que nuestros niños están creándose, de no reducirlo a la oposición maniquea del bien y el mal, de no enca-sillar a las personas en triunfadores y perdedores, de mostrar-les el valor de la colaboración solidaria.

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Aunque a Francisco no le pasa desapercibido el mensa-je aterrador y discriminatorio de los cuentos infantiles clásicos, le parece interesante que sus hijos conozcan la tradición literaria europea. En casa nunca han leído a los hermanos Grimm o a Perrault, pero ahora que los niños tienen ocho y nueve años, Francisco ha buscado edicio-nes dulcificadas de sus relatos y les explica que perte-necen a otros tiempos antiguos en que el mundo era de otra manera a como lo conocemos ahora. Han empezado por una versión de Los tres cerditos en la que los cerditos más jóvenes se refugian en casa del hermano mayor en vez de ser devorados por el lobo, que es en realidad un lobezno que acaba siendo amigo de los cerditos.

De la misma forma que seleccionamos los cuentos infanti-les, es muy valioso que dediquemos tiempo a decidir qué dibu-jos animados son apropiados para estimular la fantasía de los niños y menos tendentes a coartar su libertad de pensamiento y de movimiento en el más amplio sentido de la palabra. Una cuestión que debemos tener siempre en cuenta es que estén exentos de agresividad; la violencia, incluso en grado mínimo, es siempre gratuita y un elemento del que conviene postergar la entrada en la mente de nuestros niños. Lo mismo hacemos con los videojuegos cuando llega la edad de usarlos. Tanto en cuentos como en dibujos animados y videojuegos, vamos a en-contrar una oferta amplia que nos permita hacer buenas elec-ciones. Más difícil es encontrar películas apropiadas para ni-ños según los criterios que aquí estoy exponiendo. En este caso quizá lo mejor sea posponer el visionado de películas lo más posible y hacerlo mayormente en familia para aportar nuestra opinión sobre el mensaje que la película transmite. No pode-mos mantener a nuestros hijos apartados del mundo, deben conocerlo y saber manejarse en él. Pero es prudente retrasar el que conozcan los aspectos menos defendibles de la humanidad

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y es esencial darles instrumentos para que desarrollen su capa-cidad crítica y sus propias ideas.

A los hijos de Valle, de doce y trece años, les encantan las películas de acción. Cuando van al cine en familia y aunque a ella le disgustan, Valle transige en ver una pe-lícula de acción siempre que no sea especialmente vio-lenta. Entiende que sus hijos tienen una edad en la que los límites deben ir ampliándose, pero que, a la vez, aún están formando su espíritu crítico. Por ello, al salir del cine, comentan entre todos la película y Valle, sin criti-car la elección de sus hijos y apreciando la calidad que la película pueda tener por la interpretación de los actores, por los efectos especiales o por cualquier otro motivo, no deja de mostrar su opinión acerca de los estereotipos de buenos y malos, de roles masculinos y femeninos y de recreo en la agresividad y la violencia.

Educamos según nos educaron

La imitación trabaja de una forma muy sutil, de manera que con frecuencia los efectos de lo que asimilamos de niños no se manifiestan hasta muchos años después. Cuando nace un bebé, comentamos que no viene con el libro de instruccio-nes debajo del brazo, que no nos enseñaron a criar niños, pero lo cierto es que a la hora de ser padres todos tenemos grabada la forma en que actuaron nuestros padres en nuestra niñez y, a no ser que de manera muy consciente queramos evitarlo, reproducimos el trato y la educación que nos dieron. Si nos trataron con cariño y recibimos muchos besos, trataremos con cariño al bebé y le daremos muchos besos. Si nos mos-traban indiferencia o displicencia, también lo haremos con el niño, justificándonos en que no nos gustan mucho los bebés, que nos gustan los niños de más años. Incluso queriendo edu-

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car de una forma diferente a como nos educaron, puede pasar que en alguna ocasión nos traicionemos y, pongamos el caso, mandemos a la niña castigada a su cuarto como nos manda-ban a nosotros, a pesar de que estemos convencidos de que los castigos no son pedagógicos.

Merece mucho la pena, pues, que atendamos a la edu-cación que recibimos de niños para no reproducir actitudes alienantes que impidan a nuestro hijo mostrarse tal como es porque, por lo general, más que una educación fue un proce-so de domesticación. Tanto en casa como en la escuela se nos modeló para que aceptásemos las normas de la sociedad sin rebelarnos contra ellas, aniquilando de paso la creatividad y la iniciativa de hacer las cosas a nuestro aire. No perpe-tuemos este modelo, basémonos en la tolerancia para trans-mitirles a nuestros niños una educación en libertad que no genere traumas que comprometan su felicidad durante la infancia y la vida adulta.

Y no menospreciemos la capacidad de observación de los niños. Desde que son bebés todo lo que entra por sus sentidos está siendo grabado en algún lugar de su mente, en especial todo lo referente con sus mamás y papás. Son grandes observa-dores porque es su ocupación primordial a la que van a dedicar todo su tiempo, observar para imitar y así aprender. Los actos, el lenguaje corporal y el tono de voz son captados desde el na-cimiento, mientras que el sentido de las palabras tarda más en ser aprehendido y va a quedar en un segundo plano. ¿Quiere esto decir que debemos comportarnos con el amor incondi-cional que nos gustaría ver reflejado en nuestros hijos? Sí, sin duda. ¿Que debemos convertir en nuestros hábitos los que con-sideramos apropiados para ellos? Mayormente, pues somos el espejo donde nuestros hijos se miran. Si valoramos el ejercicio físico y lo practicamos con asiduidad, será mucho más probable que sientan interés por practicarlo. Si agradecemos que sepan

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comportarse en la mesa y que valoren la conversación, hare-mos las comidas juntos sentados a la mesa, evitando el hábito de que cada miembro de la familia tome la cena en una bandeja delante del televisor, de un ordenador o en su cuarto. ¿Y si al-guna vez hacemos algo inadecuado delante de nuestra hija? No tendrá importancia si es ocasional. Bastará con reconocer que a papá se le escapó una tontería o, si es algo grave como una re-acción desproporcionada o colérica, disculparse y asegurarse de que no vuelva a pasar.

Los padres de Marta y Miguel valoran especialmente las cenas, ya que es la única comida del día en que pueden estar todos juntos. Cenan temprano sentados a la mesa desde que los niños, en la trona al principio, empezaban a manipular comida y cuchara por sí mismos. Los fines de semana la escena se amplía también a las comidas. Los padres siempre entablan conversación comentando las cosas que les han pasado durante el día a cada uno y, según empezaron a hablar, los peques se han sumado a la conversación contando también ellos sus experien-cias. De esta forma, el diálogo entre los miembros de la familia ha quedado establecido y Marta y Miguel cuen-tan siempre con naturalidad lo que sucede en la escuela o con sus amigos. Solo por un tiempo en la preadoles-cencia Marta pareció más reservada, pero después de un tiempo pasó esa etapa.

Somos modelos constantes

Este imperativo de ser constantemente modelos de nuestros hijos puede parecernos demasiado exigente, sobre todo si implica cambiar hábitos y actitudes para dar un ejem-plo adecuado. Pero la llegada de un bebé es siempre un acon-tecimiento que ocasiona cambios en nuestra vida. Hay que

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adecuar la casa para el nuevo miembro de la familia, revisar y adaptar horarios, seleccionar actividades compatibles con ni-ños, etc. Es una ocasión única y maravillosa para redescubrir el mundo a través de los ojos de nuestro bebé, investigar lo que él investigue, sorprendernos con lo que ella se sorprenda. Y es también un momento especialmente idóneo para poner en marcha aquellos cambios en nuestra vida que llevamos tiempo deseando. Quizás tener una casa menos abarrotada de cosas, quizás preparar comida más saludable, quizás ser menos impulsivos, quizás ser más amables. Todos podemos aprovechar esta gran oportunidad para mejorar nuestra vida y beneficiar a nuestro retoño con ello, pues cuanto más es-tables emocionalmente, cuanto más felices y conscientes son los padres, más fácil y natural es criar niños poderosos.

Posiblemente la parte más complicada de este papel de modelos que, como padres, ejercemos, sea la de reconocer nuestras, digamos, actuaciones menos afortunadas. Sírvenos como ejemplo el de una mujer que le llamaba pesada a su ma-dre con mucha frecuencia, pues le parecía que siempre habla-ba de lo mismo y daba los mismos consejos una y otra vez. No se paraba a pensar si la insistencia de su “¡qué pesada eres!” podía menoscabar la autoestima de su madre, pues daba por supuesto que el amor entre ellas estaba por encima de esas cuestiones cotidianas. Cuando un día escuchó a su hijo decirle a la abuela: “¡Pero qué pesada eres!” con tono de exasperación y malos modales, quedó petrificada. Le pareció que el niño utilizaba unas maneras muy desagradables y además con un miembro de la familia tan entrañable como la abuelita. Pero al mismo tiempo reconoció su propia frase con el mismo ade-mán que ella hacía al decírsela a su madre. Al verse reflejada en su hijo, se dio cuenta de su desafortunada queja y del mal ejemplo que con ella daba, por lo que se disculpó ante su ma-dre y le dio un gran abrazo al que también se sumó el niño. Reconocer nuestros errores tan pronto como los descubrimos

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y corregirlos es una excelente manera de enseñar a nuestros hijos a hacer lo mismo con los suyos.

Guillermo es padre de un niño y una niña y se despierta de mal humor todos los días. Acostumbra a decir que, desde que se levanta, tarda media hora en ser persona. En ese tiempo solo gruñe o da malas respuestas si se le habla. La tolerancia con que su familia y su pareja llevan su mal humor mañanero hacen que Guillermo lo considere un defecto sin importancia inherente a su personalidad. Hasta el día en que está atendiendo el desayuno de sus hijos en la cocina de casa y observa cómo el niño, tres años mayor que su hermana, le da un empujón a la niña, que se aupaba para darle un beso de buenos días, al tiempo que exclama: “¡Quita, ya sabes que a estas horas no soy persona!”. Al verse reflejado en su hijo y ver la cara de estupor de la niña, Guillermo no da crédito a lo desagradable de su comportamiento, pero decide actuar en ese mismo momento y le dice cariñosamente a su hijo: “¡Vaya! Te pasa como a papá por las mañanas. Pero es tan fastidioso para nosotros mismos y para los demás sentirnos así que a partir de ahora, si te parece, tú y yo vamos a hacer un pacto y nos vamos a levantar de la cama contentos y cantando”. Cumplir el pacto supone un gran reto para Guillermo, pero reorganiza su vida, ajusta horarios para descan-sar más y consigue despertar cada mañana a sus hijos cantándoles alegremente una canción.

Ocurre con frecuencia que no todos los integrantes de la familia ofrecen un mismo modelo de comportamiento a los ni-ños. No es raro que los abuelos o los tíos tengan ideas distintas a las nuestras y que su forma de tratar a nuestros hijos sea muy diferente de la que nos gustaría. Esto no debe preocuparnos mientras seamos nosotros los que más tiempo dediquemos a

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nuestros hijos, pues los modelos de los niños son las personas con las que pasan más tiempo. Si el niño nos hace alguna obser-vación sobre lo que no le está permitido pero que sí puede ha-cer en casa de los abuelos, o viceversa, le haremos ver que cada casa o cada persona es un mundo y que es bueno que él pueda conocer distintas formas de actuar porque así va construyendo su espíritu crítico y puede decidir qué le parece más oportuno en cada ocasión.

Ventura tiene ocho años y protesta insistentemente porque quiere hacer como su vecino, que tiene la mis-ma edad y ve la televisión durante horas todos los días cuando vuelve del colegio. Tantas veces como él insiste, su madre o su padre le responden pacientemente, expli-cándole escuetamente las razones por las que en casa solo se enciende el televisor para ver determinados pro-gramas. También le dicen que tiene suerte de ser ami-go de su vecino porque así puede ver la televisión sin límites cuando va a su casa y comparar las diferentes maneras de abordar el tema que tienen en cada familia.

Puede pasar que, a pesar de una actitud favorable por nuestra parte, nuestro hijo no se sube al carro del ejemplo que nos gustaría que siguiese. Cuando esto sucede, se trata sin duda de una buena señal de sabiduría e independencia por su parte. Tenemos que aceptar que nuestros hijos se comporten en una forma que nos sorprenda y admitir su libertad para hacer las cosas a su modo, siempre que su libertad no trans-greda la libertad ajena. Conviene tener en cuenta que nuestra influencia es mucho mayor en los primeros años de vida, que son los más decisivos en la formación de la personalidad. A partir de los once o doce años, con la llegada de la adolescen-cia, nuestros hijos toman nuevos modelos. En esta edad sus iguales pasan a ser las personas que tienen como referencia, al tiempo que sienten la necesidad de desligarse de los padres

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como parte del proceso normal de convertirse en adultos in-dependientes. De todas formas, la educación es una tarea de largo recorrido en la que vamos sembrando semillas y a veces solo germinan pasados los años o simplemente no germinan. Lo esencial es sembrar.

También sería bueno aplicarnos a nosotros mismos el poder de la imitación respecto de nuestros hijos. Ellos na-cen poderosos en muchas facetas y en estos casos son ellos nuestros maestros. Podemos aprender a reír con la espon-taneidad y frescura de un niño, preguntar con la inocencia de quien no tiene reparos por el qué pensarán de mí, jugar con el agua, la tierra y el aire, dejarnos asombrar por lo que ya vimos mil veces como si fuese hoy la primera vez que lo vemos. Conocer el espíritu infantil de nuestra hija, nuestro hijo, y contagiarnos de él es uno de los grandes regalos de la maternidad, la paternidad. Nos hace volver a estar en con-tacto con el niño que todos fuimos y que seguimos llevando en nuestro interior, nos transporta a los mejores momentos de nuestra propia infancia y, en caso de ser necesario, nos reconcilia con nosotros mismos. No desperdiciemos esta gran oportunidad que nos brindan.

Es este poder de la imitación de una naturaleza dife-rente a los demás poderes que exponemos en los siguientes capítulos. Se trata de poderes con los que los niños y niñas nacen en mayor o menor medida y nuestra labor de educa-dores consiste en no cercenarlos, en estimularlos o en mos-trárselos. En cambio, el poder de la imitación es una pauta de comportamiento entre personas que funciona como vía de socialización: Donde fueres, haz como vieres. Su impor-tancia radica en que los padres tenemos que tenerlo presen-te en todo momento porque somos los principales modelos de nuestros hijos. Actúa con tal insistencia que siempre que estamos con ellos está funcionando.

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ADENDA PARA DOCENTES

Hay tres cuestiones fundamentales que los docentes tenemos que tener en mente respecto al inmenso poder de la imitación. La primera es que a nosotros nos ocurre lo mis-mo que a madres y padres, tendemos a reproducir la forma en que nos enseñaron nuestros profesores. No somos muy conscientes de ello y puede pasar que reproduzcamos tanto actuaciones aconsejables como comportamientos poco reco-mendables. Por ello, es prudente meditar sobre las maneras que consideramos apropiadas emplear en el aula y concen-trarnos en utilizar estas y no las que involuntariamente pue-dan surgirnos. Un ejemplo frecuente es el uso de un tono alto e imperativo de voz para mantener orden y silencio porque fue la única forma que, como alumnos, vimos que empleaban nuestros profesores. Pero si cavilamos sobre el asunto, descu-brimos que la necesidad de tanto silencio depende del tipo de actividad que pongamos en marcha y que, cuando el silencio es necesario, hay formas amables y eficaces de conseguirlo, que a su vez servirán de modelo de actuación para nuestros pupilos. Dar voces sirve únicamente para quedarse afónico.

La segunda cuestión es que pasamos muchas horas con nuestros estudiantes. Y durante todo ese tiempo somos un modelo constante. Los niños tienen ansia por aprender, al me-nos mientras el sistema educativo no se la estropea. Si perci-ben en su profesor alegría, entusiasmo y pasión por enseñar y por lo que enseña, tendrán delante un modelo magnífico que imitar. Y a partir de ahí podemos imaginar la gran importancia que adquiere cualquier otra actitud o modos que empleemos ante ellos, a cualquier nivel. Un espacio ordenado y limpio in-vita al orden y la limpieza. Transmitiremos comportamientos ecológicos mostrándolos con el ejemplo. O seremos exquisi-tos en las palabras y el tono de voz que elegimos cada vez que nos dirigimos al grupo o a cada uno de ellos porque están ab-sorbiendo nuestras maneras al cien por cien.

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Y la tercera cuestión es el gran alcance que tiene el poder de imitación entre los propios niños o adolescentes. Es fácil fi-jarse en el arrobo con que los niños más pequeños admiran a los mayores y cómo entre ellos se entienden mejor que con los adultos. Como explica brillantemente el especialista en educa-ción Sir Ken Robinson en su libro El elemento, las escuelas están organizadas en interés de la industrialización y tienen muchos elementos en común con las fábricas: timbres que suenan para marcar los cambios de turnos, división en asignaturas que fun-cionan como compartimentos estancos y niños agrupados por el año de nacimiento, como si fuesen los productos agrupados por su fecha de fabricación. ¿Por qué no hacer otros agrupamientos?

Soy una firme defensora de la escuela libre, donde los niños se agrupan de forma natural según los intereses que tie-nen en cada momento. Pero mientras trabajemos en una es-cuela tradicional podemos poner en marcha algunas medidas que favorezcan los grupos centrados en intereses comunes, o grupos que funcionen determinados días de la semana. Por ejemplo, alumnado de diez y once años que enseña a jugar al ajedrez a los más pequeños, o a manejarse con las tablas de multiplicar a los compañeros de ocho años, donde los más jó-venes aprenden por el ansia de emular a los mayores. A su vez, los mayores trabajan la expresión oral y rearfiman sus cono-cimientos practicando en experiencias de la vida real, ya que como mejor se aprende es haciendo, y enseñar es una manera de hacer, enseñar equivale a aprender dos veces. Alumnado de catorce años que organiza una yincana sobre obras de la literatura universal para alumnado de bachillerato, donde to-dos se divierten y aprenden y, además, los más jóvenes ponen a prueba sus dotes de organización y creatividad y saborean la sensación de no sentirse menos capaces por ser de menor edad. Siempre que hagamos actividades en las que estén im-plicados estudiantes de diferentes edades podremos compro-bar cuán enriquecedoras son, cómo todos se motivan y dejan de ver la diferencia de edad como un elemento distanciador.

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Y dentro de los propios grupos de una misma edad, la fuerza de la imitación es también poderosísima, por lo que los trabajos colaborativos en pequeños o en grandes gru-pos proporcionan unos resultados extraordinarios. El papel del docente es saber gestionarlos observando qué destrezas muestra cada estudiante y qué sinergias son las más efectivas, sin olvidarse de la rotación del alumnado para que todos co-laboren con todos.

En definitiva, cada vez que abandonamos la clase ma-gistral para permitir que niños y adolescentes sean los pro-tagonistas de su aprendizaje y colaboren entre ellos, estamos permitiendo que la creatividad emerja y el poder de la imita-ción entre en acción con la naturalidad que le caracteriza y enriquezca a todos, incluidos los docentes, que nos asombra-mos con el talento que muestran chicos y chicas y aprende-mos también nosotros de ellos.