Los Andamios Interiores de Manuel Maples Arce
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Los Andamios interiores de Manuel Maples Arce
Arqueles Vela
Hay muchas maneras de elogiar. Se elogia cuando se quiere enterrar la be-
lleza de una cosa. Se elogia cuando se quiere revelar la belleza de una cosa.
Yo sé que el fuego de las rebeldías nuevas se puede apagar con un elogio.
Sin embargo…
He deshebrado todas las fibras de mi sensibilidad para explicarme a
mí mismo la belleza que los ojos enfermos de sombras de la élite no ven.
Mi espíritu no tiene bisagras pero tampoco impasibilidad académica.
Es semejante a los pararrayos, vibra a cualquier contacto eléctrico.
Cuando la sensibilidad de las multitudes intelectuales se acostumbra enviar
al fondo de la tierra los mensajes celestes que no pueden interpretar por
falta de percepción inalámbrica suprasensible, que quiere conmover su
cubiestabilidad y separa evocarlos para que no se pierdan en las
concavidades de su espíritu. Cuando sepan ver en las sombras o en los
espasmo lumíneos. Cuando oigan en las comisuras de las palabras.
Entonces ya no habrá nada nuevo. Mientras tanto tendremos que escribir
para los que horadarán los pozos artesanos de la locura.
Y es que son primitivos. Se asustan en las obturaciones primitivas.
Tienen, como Don Quijote, únicamente la armadura.
Para comprender las tendencias nuevas hay que disgregarse.
Para comprender a Maples Arce hay que disgregarse. Hay que dis-
tender todas las ligaduras sensitivas. Hay que arrancarse el cerebro y lan-
zarlo al espacio. Hay que arrancarse el corazón y echarlo a rodar bajo los
túneles interazules. Hay que desplegar al viento los buceadores aleteos de
las naves auditivas… Sólo así se podrá vislumbrar el bólido errante de su
pensamiento. Su gemialarido que canta detrás del horizonte. Para transitar
los Andamios interiores de Maples Arce hay que encender la linterna sorda
del sonambulismo. No hay que abrir las miradas para el exterior. Hay que
escrutar más allá de uno mismo.
Si uno se aferra a la ley de gravitación puede caerse desde los as-
tros… Maples Arce es un piloto de un cometa fantástico. Sus evoluciones
se estabilizan fuera de las órbitas del sistema solar. Navega en un cielo fan-
tástico. Real.
Sus versos son comparables al espectáculo de los polos. No conoce
la línea curva. Los esquemas de sus poemas los hace a través de la
subconsciencia. Muy bien podrá imitarlos el sendero luminoso de un
rayo…
Su libro parece un jardín a la medianoche, todo encendido de fotos
incandescentes y policromadas. Solitario. Sonoro. Múltiple. Las siluetas de
los paseantes se han estabilizado como árboles. Las voces de las paseantes
se han congelado en las fuentes. Un jardín donde las sombras de las cosas
no se sabe si proyectaron. Si se van a proyectar.
Su operador va tomando las escenas de esta absurda cinta cinemática
sin haber ideado un argumento. Las toma tal como las podría tomar a ojo
de pájaro, el viento de una nube…
Algunas veces al leer un verso se enreda una tristeza en los ojos o se
destrenza una añoranza. Después, al acercarse a la visión uno desempaña el
espejo y sonríe… o al contrario…
Hay cosas que los presbíteros no ven porque se alejan demasiado de
la sugerencia. Hay cosas que los miopes no ven porque se acercan demasia-
do a lo presentido.
Como el cielo ideológico de Maples Arce está “empapelado” de mis-
teriosas ventanas de felonías que recortan paisajes pictóricos incognosci-
bles de colores diseminados. Pocos pueden contemplar sus mañanas y sus
atardeceres. No se dan cuenta de cuando se hace noche. Cuando clarea.
Como está construido con nubes de gasolina y sus pensamientos y
sensaciones bogan vertiginosamente, entre los efectos imaginarios de las
hélices. Pocos pueden seguirlo.
No están acostumbrados a los nuevos sahumerios. A las nuevas on-
das líricas.
Vela, Arqueles, “Los Andamios interiores de Manuel Maples Arce”, en El
Universal, México, agosto 31 de 1922, p. 8.