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LOS CARAQUEÑOS VISTOS POR LOS COSTUMBRISTAS DEL SIGLO XIX

J - :JULIO BARROETA LARA

LOS CARAQUEÑOS VISTOS POR LOS COSTUMBRISTAS

DEL SIGLO XIX

Cagigal - Fermín Toro - Bar alt Delgado Correa - Daniel Mendoza Bolet Peraza - Sales Pérez - Jabino

FUNDARTE ALCALDIA DE CARACAS

Caracas, 1991

BIBLIOTECA NACIONAL CARACAS-VENEZUELA

1o - Edición, FUNDARTE, 1983 2 o - Edición, FUNDARTE, 1991

LOS CARAQUEÑOS VISTOS POR LOS COSTUM­BRISTAS DEL SIGLO XIX Julio Barroeta Lara

Colección: Cuadernos de Difusión N° 188 Realización de Portada: Carolina Pantin Ilustración de Portada: Bellermann, Iglesia de la

Pastora, 1845

Impresión: Imprenta Municipal ISBN: Ij 83-0884

Fondo Editorial Fundarte, 1991

FUNDARTE/ Alcaldía de Caracas Dirección de Publicaciones Edificio Tajamar, Pent House Av. Lecuna, Parque Central Caracas, Venezuela Apartado Postal 17559 Caracas, 1015-A

Cuando explota la lucha por la Independencia nuestro país cuenta con un grupo de intelectuales de alto grado, y de allí esas proclamas rotundas y esos incendiarios discur­sos que van añadiéndole fuego continuo a la revolución. Sin embargo, con todo y ese desarrollo de ideas, nuestra literatura sólo ha producido apenas unos versos de Andrés Bello y no precisamente sus más afortunados. La guerra no permitirá, luego, momentos propicios para las bellas letras. Sqn tiempos recios. Hambre, muerte, desolación. Al regresar las armas a la inactividad, pasados esos veinte años terribles, las ciudades en tran ' en un relativo reposo que ampara cierta estabilidad hogareña y, con ello, el de­senvolvimiento de actividades propias de las sociedades permanentes. Los arados de nuevo, aunque sin mucho afán, roturan la tierra, el ganado se reproduce y hacia el exterior salen otra vez barcos cargados de café, cacao, cue­ros, añil.

Estamos en la Caracas de 1839. Es una ciudad fresca, tranquila, un tanto pueblerina, muy vegetal con sus ex- plendorosas ceibas, bucares, castaños, araguaneyes, cha­guaramos. De pronto un burro silencioso atraviesa las ca­lles o las campanas de alguna iglesia perforan la calma. Hay, sin embargo, algo de intranquilidad sobre la paz bucólica. Es que los caudillos de la Independencia no se resignan convertir sus espadas en arados y los demagogos no descansan en su siembra de espinas. Los Páez, Guzmán, Carujo, Soublette, Monagas se enfrentan, se unen y se enfrentan otra vez para unirse de nuevo. Revoltillo per­manente. Las instituciones coloniales han dado paso a las republicanas. Gobiernan, como antes gobernaban, los mantuanos. El pueblo, ahora, va atado a la cola del caballo del caudillo. El café y el cacao que se consumen ha sido sembrado y recogido por mano esclava y también manó esclava siembra la caña, mueve los trapiches y llevan las alfombrillas de sus amas cuando éstas van a misa. Hay

libertad de expresión, pero en su estructura económica Venezuela es una democracia contradictoria porque sus habitantes están divididos entre ciudadanos propiamente dichos y esclavos. Mala imitación del republicanismo he­lénico.

Es en 1839 cuando la narrativa venezolana da sus pri­meros pasos. Al igual que en todas las naciones tendrá formas primarias. En otras fue la literatura oral o el verso épico en evolución hacia el teatro y la picaresca, tal ocu­rrió en España. Entre nosotros el costumbrismo puso las bases al relato. "La narrativa venezolana se forma en la» acuarelas de los costumbristas”, dice Uslar P ietri*. Se ne­cesitarán cincuenta y tantos años más, a partir de los pri­meros cuadros costumbristas, para que surja la primera obra venezolana (Peonía, 1833) que decorosamente pu­diera llamarse novela. El ingenio sobra y está volcado hacia el alma de la tierra. Cagigal, Baralt, Toro han des­cubierto, sin proponérselo, el campo literario venezolano y lo cultivan con esa flor primitiva que es el costumbris­mo. Encuentran que la manera de jugar el carnaval o ir a misa en Caracas, o la facha y los modales de los jóvenes pobladores constituyen material de escritura y con ello de­muestran que somos, en cierto modo, distintos a los de otros países. Después Luis Delgado Correa y Daniel Men­doza irán a la calle, al pueblo, y es aquí donde se harán más evidentes las diferencias.

No sólo por los modelos estructurales (nos referimos a cuadros, crónicas, comentarios) el costumbrismo vene­zolano, como el difundido en esa misma época en toda Hispanoamérica, viene de los costumbristas españoles; tam­bién el recurso de la sátira, la sal de la ironía y cierto afán moralista, especialmente en sus comienzos, tienen igual origen. Y los españoles vienen a su vez directamente de los ingleses y franceses. Larra, Mesonero Romanos, Estébanez Calderón expresaron su admiración por el fran­cés Víctor Joseph' Etienne, que utilizaba el seudónimo De Sovy. Aunque si nos vamos a doscientos años atrás, a Cervantes con su Rinconete y Cortadillo, veremos que el costumbrismo, perfil de las costumbres comunes y

1. Arturo Uslar Pietri. Letras y hombres de Venezuela. Edime Caracas. 1958, p. 252.

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corrientes, brota como por generación espontánea del ger­minar de la vida misma, para satisfacer ese deseo de cri­ticar y chismorrear que anida en el alma humana, especie de cotilleo continuo narrado por los escritores y solicitado en forma desesperada, rasquiña del ego, por quienes lo leemos. De otra manera no habría periodismo ni literatura.

El ensayo que presentamos no es una historia de los costumbristas venezolanos. Es una muestra, digamos am­plia, de los más representativos del siglo XIX. Pretende apenas contribuir al conocimiento de esos magníficos in­genios que formaron — y es esto su mayor mérito— un público para la literatura propiamente dicha, sin olvidar igualmente que mucho nos ayudan a entender los hechos históricos, pues, por caso, ¿dónde podríamos calar mejor la socarronería de la política venezolana de todos los tiem­pos que en el Hipólito de Francisco de Sales Pérez o la frivolidad de nuestras revoluciones que en Revolucionarios urbanos, de Jabino? La manía imitativa del caraqueño por las modas y mañas de los extranjeros viene ya en lo que, ciento cincuenta años atrás, descubrieron Fermín Toro en Barullópolis y Daniel Mendoza en El gran sarao. N o hemos cambiado mucho. ¿Y eso es lamentable? Gracias a Dios, y valga la paradoja, que hemos conservado algunos defectos.

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CAGIGAL

Es Juan Manuel Cagigal quien primero dibuja litera­riamente al caraqueño, y lo hace de tal modo que dicha imagen, con escasas variantes, la podríamos aplicar al in­dividuo que en iguales circunstancias veríamos hoy ppr las calles de la ciudad. Es el privilegio del arte realista, en este caso el costumbrismo, espejo burlón, caricaturesco, que de manera diagonal refracta la verdad respecto a los seres y las cosas. Aparece así, en tales páginas, el caraqueño dedicado a vivir sin muchos arreglos ni preocupaciones en un ambiente donde el dejar hacer y el dejar pasar le han dado una tipología. Williamson, representante diplomá­tico de Estados Unidos en Venezuela, pondría en su diario de 1839: "Hoy es el primer día de carnestolendas. Todo el mundo, inclusive los sirvientes, se consideran autoriza­dos para bañar al que se les antoja con agua y. cáscaras de huevo llenas de agua”1. Cagigal, quien había regresado ese año de Europa y se integraba de nuevo, y definitivamente al país, capta ese mismo desorden festivo, ese mismo afán de guachafita y de irreverencia, y escribe, por supuesto que sin referirse propiamente a Williamson: "No se im­paciente, amigo, que en carnaval todo es permitido; y si algo echa de menos en su cara, consuélese con saber que se encuentra en un país en que todo va poco más de tuerto, si no miente su Reverendísima. Por lo tanto, con mucho gusto conduciré a usted ante quien le ponga el ojo izquierdo en el mismo estado en que tiene el derecho: ¡qué lástima de verlos tan disparejos!” 2.

1. Jane Lucas de Groamond. Las comadres de Caracas. Histo­ria de John G. A . Williamson, primer diplomático norte­americano en Venezuela.

2 . Juan Manuel Cagigal. Escritos literarios y científicos. Im­prenta Nacional. Caracas, 1956. Seg. Edic. Compilación y prólogo de Luis Correa, p. 206 (Contratiempos de un via­jero).

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Este de Cagigal es el relato de un costumbrista, y es, dentro de esos parámetros, y no en otros, donde tene­mos que circunscribirlo. Tal vez vivió o no vivió esos momentos, pero ya vimos cómo nos corrobora lo dicho por el diplomático WiUiamson. Su crónica es, así, una visión periodística de la realidad. Su narración se dife­rencia de la que haría el cronista de un diario en que utiliza la vía oblicua de la ironía, con lo que viene a realizar una vivida sátira, es decir, una caricatura, y bien sabemos que la caricatura debe tener por base rasgos o circunstancias auténticas. Las costumbres, pues­tas en salsa de humor, le servirán para rechazar los ma­los hábitos de la sociedad, en razón de lo cual se vale de recursos ya tradicionales en la literatura universal, y muy especialmente acentuados en la española, donde personajes como el médico son muy socorridos para car­garles algún chiste sarcástico: "he sabido que este país es el país romándco de la clemencia en que sólo los médicos tienen licencia de matar" 8. Luego, párrafo ade­lante, lo ve venir "armado de los instrumentos de su fatídica profesión”.

En Cagigal hay una constante muy propia, generada por el contraste habitual de su espíritu: el ojo del humo­rista y el alma del científico. Nacido en Barcelona cuan­do afloraba el siglo, 1803, tendrá en consecuencia siete años al ser declarada la Independencia. Es hijo del capi­tán'español Don Gaspar de Cagigal y de la criolla Ma­tilde Odoardo. Lo envían a España, en plena guerra, cuando cuenta sólo catorce años de edad. Regresará en 1829, y al año siguiente, agosto de 1830, firmará “con los más notables de sus coterráneos, una congratula­ción al Soberano Congreso por el desconocimiento de la autoridad del Libertador"4. Protegido por parientes de su difunto padre, quien ha fallecido en 1810, ha pasado su adolescencia y buena parte de su juventud en España y en Francia. Con tales antecedentes no po­dría extrañarnos el espíritu pugnaz, crítico hasta los más dilatados extremos de la disconformidad, manifestado en sus escritos y en su vida misma. El remolino de aquellos

3. Ibid., p. 204.4 . Ibid-, p. X VIII (en Prólogo de Luis Correa).

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tiempos lo arrastra y por ello es político hasta verse re­vuelto entre sonados acontecimientos como la Cosiata y en el periodismo de protesta que insurgió contra el de­rrocamiento de José María Vargas. Igualmente se pre­senta en unos comicios como aspirante a diputado y hasta es víctima de una agresión personal. También es militar, y con el grado de Comandante guerrea en el sitio de Puerto Cabello, en 1835. Las vías de comuni­cación le preocupan de manera primordial. Fueron va­rios los proyectos que recomendó, entre ellos la vía de San Casimiro para ir a los Llanos en lugar de la muy larga vuelta por la Victoria y San Juan de Los Morros, un ferrocarril hacia Valencia y otro entre La Guayra y Caracas. Respecto a este tema de las vías de comuni­cación, una constante obsesiva en sus prédicas, dejó tes­timonio en sus sátiras, especialmente para destacar las explicaciones irracionales que posiblemente había reci­bido en ese su real o supuesto viaje a Caracas:

— ( . . . ) hay Jefe Político tan exigente que nos obliga, mediante una buena multa, a ensartar nues­tros asnos por los rabos como si fueran cuentas de rosario, que no parecen sino que son dueños del ca­mino y de los pobrecitos animales.

— ¡Haya bribón! ¿ Y dónde habrá visto el tal po­lítico rosarios asnales? ¿Pero no es fuerte cosa, por otra parte, verse uno expuesto a despeñarse por esos derrum-baderos por falta de un regular camino, o de mejor arreglo en la conducción de las cargas?

— Ya se ve, repuso el otro; pero de usted no es la culpa, ¿no sabe usted que hoy es martes?

— ¡Martes! ¡Martes! ¿ Y qué tienen que ver los martes con los transeúntes?

— Sí tienen que ver, sí señor; por eso los transeún­tes excusan transitar por este camino los martes.

— Valientes explicaderas. (. .

Es pesimista la visión que Cagigal tiene del caraqueño, al que presenta como inconstante: "En punto a disturbios

5. Ibid., p. 203.

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y revueltas ¿qué ciudad hay, antigua ni moderna, que pueda comparársele?” 6. Páginas atrás había expresado que aquí Bolívar recibió el hermoso título de Libertador y aquí le fue desconocida esa autoridad en 1826; que aquí lo elevaron a Jefe Supremo de la Nación y aquí fue pros­crito en 1829. Parece olvidar Cagigal, con tan elocuente argumentación, que él está igualmente comprendido en­tre tales revoltosos, toda vez que, en 1830, fue uno de los que congratularon pública y ostentosamente al Congreso por esa expulsión de Bolívar.'

Esto respecto a la volubilidad y espíritu bochinchero dél pueblo caraqueño. Ya hemos visto cómo nos narró el carnaval de huevos, pinturas y aguas puercas. Asimismo destaca la desidia encontrada en la población este párrafo sarcástico: "¡Salve pueblo ameno, pueblo industrioso, que has logrado reparar en parte los estragos del terremoto de 1812, sin tomarte para ello más de veintisiete años de tiempo!” 7.

A lo largo de su obra Cagigal va difundiendo en dis­cursos, en trabajos académicos, o en reformas educativas o sociales, proyectos para la Venezuela que traía en su mente formada por el ejemplo visto en Europa, con lo oial de hecho, estaba criticando las costumbres de nuestro pueblo en cuanto, por lo menos, al atraso que le agobiaba. Su amor al país es lo que insufla esa permanente pasión re­formista. Su costumbrismo es al estilo de Larra, quien deseaba que España estuviese a la par de las otras nacio­nes europeas. Cagigal había vivido la influencia francesa. Como Larra, estuvo en cierto modo exilado en Francia. Ocurrió que sus respectivos padres fueron, el de Larra, español bonapartista, y el suyo español realista8. En con­secuencia hay un cierto paralelismo de vida y obra entre Cagigal y Larra. Es Larra uno de sus principales inspira­

6 . Ib id., p. 199.7 . lbid., p. 201.8 . Don Gaspar de Cagigal muere el 5 de julio de 1810. Cum­

plía funciones de Presidente de la Junta que en Cumaná preservaba los derechos de Fernando VII. Ubicamos la fecha conforme a la partida de defunción que M.A. Falcón Bri- ceño suministró a don Luis Correa (V er pág. X II. Prólogo de Luis Correa en Juan Manuel Cagigal, Escritos Literarios y Científicos, en Bibliografía).

dores, como lo sería para los costumbristas que vendrían después. En España la influencia del gran escritor madri­leño sería grande — lo reconoce Azorín— muy particu­larmente en la generación del 98.

Hombre de formación científica, difícilmente Cagigal podía quedarse en medias tintas. Su ironía es, a pesar de ello, ingenua, fresca, sin amarguras, lo mismo en Contra­tiempos de un viajero que en Fósiles de Caracas y en Quiero ser representante. Pero esa crítica respecto a las costumbres y las gentes caraqueñas que la protagonizan, cambia y contrasta por sus dulces alabanzas al hablar de la ciudad y de su paisaje: "Felizmente al trasponer de una loma mis ojos descubrieron la Capital de Venezuela, asen­tada en un angosto valle, limitado al frente por desnudas y pardas montañas que a manera de anfiteatro van a per­derse en el puro y azulado horizonte"9. Y cambiando el ritmo sinfónico, exclamará, en una de las más bellas vi­siones que tiene de Caracas: “Allí el erguido bucare, sím­bolo de la hospitalidad americana".

9. lbid., p. 204.

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TORO

¿Quién, al ver su retrato de rostro avinagrado, creería que don Fermín puede hacernos reír con sus escritos? Pues hay un Fermín Toro, el que dice al general José Antonio Páez: "Recuerde que tenemos ambos una penosa tarea: yo el decir duras verdades, Ud. el sufrir oyéndolas”1, y otro Fermín Toro, el escritor que hace saltar la sonrisa en el papel: "Algunas viejas pecadoras con tardo paso in­vadían lentamente las puertas de los templos, arrepentidas, envidiosas de ver a las jóvenes gozar del tiempo en que se peca” 2.

Fermín Toro, como su antecesor, amigo, coopartidario conservador y hombre de letras y de ciencias Juan Manuel Cagigal, tiene dos expresiones públicas: la política, en ocasiones de faz trágica, y el humorismo, su contrapartida. Cuando no está conforme con la política, la enfrenta sin importarle los extremos. El "dígale a Monagas que llevarán mi cadáver pero Fermín Toro no se prostituye”, viene a ser el resumen de toda una filosofía personal, estoica, pues­ta sobre la mesa como las cartas limpias de un jugador honesto. Fue esta su conducta cada vez que se vio en el trance de afrontar cualquier turbia circunstancia. Cuando está en desacuerdo con las costumbres, despeja el ceño frun­cido y ofrece en cambio una sonrisa que expresará en moldes de escritor festivo. Si Cagigal nos ha dejado la visión caraqueña de actividades callejeras como el carnaval, Fermín T o ro . nos meterá en el ambiente de sociedad, el que fluye bajo techo, y lo hará con tal riqueza de obser­vaciones directas, que van desde lo evidente, como la ma­nera de vestir o de hablar, a lo sicológico, es decir el

1. Fermín Toro. Ver Carta a José Antonio Páez, en Fermín Toro, con estudio y notas de V irgilio Tosta y prólogo de Samuel Benaim Núñez. Edic. Liceo Fermín Toro. Caracas, 1954, p.12.

2 . Toro. Ob. cit., p. 117 (Costumbres de Barullópolii).

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marco de las relaciones subjetivas. En lo primero, uno de los personajes habla: "El mundo está perdido, decía, no hay en el día rapazuela, ni aprendiz de oficio que no salga vestido de paño fino, cuando en mi tiempo los hijos de mi señor amo, con todo un título de Castilla, andaban zagalejos con un calzón y chupeta pellejo de diablo y su sombrero de panza de burro. Y las mujeres, ¡qué escándalo!, no hay niña que no salga como una condesa entonada! ” 3; de lo segundo, de lo intuible, lo sicológico: “ ¡Pobre mozo! Esa noche no duerme ( . . . ) la picardilla, haciéndose la desentendida, se dirige a la mamá que muy a tiempo entra en escena como que la ha conducido, y le dice: si Ud. viera a fulanita qué ricamente puesta ha pasado por aquí. ¡Ay! y qué buenas prendas le ha regalado el novio: sobre que tomé la cadena de oro en la mano y no podía con ella. — Esto es un pistoletazo para el amartelado galán, que haciéndose el desimpresionado, dice: ¡Cadena! pero si ya no se usan— . Cómo que no —dice la madre acercán­dose más— , ¿y el broche de diamantes que le ha rega­lado?”

Estamos a mitad del siglo. 1854. Quince años atrás ha publicado su sátira Un romántico, donde aparece un su­puesto poeta en trance de lanzarse por un puente y cuyos versos reflejan la destrucción moral en que se encuentra sumido:

Mas ¡ay! que una duda horrenda sobre m i padre me vino:¡madre mía!, es m i destino . . . yo dudé de tu virtud.'. .

Este personaje, a quien sitúa descolgado casi por el puente de Catuche, carga sobre sus hombros el rechazo que Toro tiene respecto al romanticismo practicado por estos mundos de América y al cual denominaban! la escuela nueva en manera un tanto irónica tanto él como Cagigal, Baralt, Larra, Mesonero Romanos. La consideran portadora de mensajes desmoralizantes y a sus propul­

3. lbid., p. 118.4. lbid., p. 119.

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sores se les tenía por poco menos que delincuentes co­munes. Cagigal escribió: "Ni se contentan los románticos con infringir los preceptos recomendados por los maes­tros del arte, que también del decoro atropellan, olvi­dando que los dramas, como dice Cervantes, deben ser ejemplos de las costumbres y no imágenes de lascivia” B.

En 1854 estamos entrando en la incipiente sociedad de consumo. Toro va contra esa bisutería con que sus pai­sanos caraqueños están creándose una personalidad falsa, enmascarada tras los lucientes muebles o las esplendoro­sas joyas, elementos materiales que atrapan como lianas a los espíritus, pues están "el militar y el cura, el truhán y el magistrado, las prostitutas y las vírgenes, los tahúres y los fulleros, en familiar confusión” 6. Es una miseria social que él contempla desde una posición distante de crítico. La presenta en esos dos personajes: la joven frívola e interesada y el novio que ai no serle posible re­montar tantos obstáculos interpuestos por la majadería, "toma su sombrero, huce un desesperado esfuerzo para sonreír al hacer la cortesía, y saliendo por la puerta de la calle, dice Con un suspiro arrancado de los más hondo de su corazón: ¡yo no puedo casarme!” 7.

Toro es un hombre de sociedad y, dentro de ese nivel, hace sus mejores observaciones. El baile será, entonces, un buen campo para dirigir su microscopio. No es, a lo Cagigal, un siempre sonreído relator de las costumbres. A veces aparece su rostro seco: "¿Quién vio nunca lo que vemos?, traiciones honoríficas, injusticias de sublimado mérito, castísimos adulterios, pujante y fogosa vejez, docta y sentenciosa juventud"8. Estamos un tanto lejos de la sociedad colonial que tan recatada encontró Hum- boldt, donde aún aterraba la sombra apocalíptica del obispo Diez Madroñedo. Nos dirá Consejero Lisboa, viajero por Caracas en 1852, que se bailaba el vals y la polka entre la gente de sociedad, mientras la rumba sólo

5. Juan Manuel Cagigal. Escritos literarios y científicos. Im­prenta Nacional. Caracas, 1956. (Ob. cit.) p. 190.

6 . Toro. Ob. cit., p. 121 (Costumbres, etc.).7 . Ibid., p. 119.8 . Ibid., p. 121.

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la baila — dice— la clase baja9. Pues don Fermín no pa­rece hacer tan gruesas distinciones de estilo. N o era pre­cisamente lo que Bolívar llamó la poesía del movimiento lo que hacía el joven observado por la pluma de nuestro distinguido costumbrista: "unas veces tiraba coces hacia atrás, fijo en un punto, se zarandeaba a uno y otro lado: ahora en línea recta avanzaba llevando la dama a reculo­nes” 10. A éstos individuos los encuentra disparatados y de actitudes ordinarias al compararlos con los de otros tiempos, cuando el más fino con las damas era el que se llevaba la palma.

Don Fermín concluirá en que todos esos modos de ser y de actuar son una confusión, un barullo y por ello con­sidera que Caracas es Barullópolis, precisamente el nom­bre que ha colocado a sus dos cuadros de costumbres, el del ambiente deformado por la visión lujosa llegada de otras tierras y el del baile, donde ve desatarse furias in­ternas contenidas, cuyas expresiones encuentra, cuando me(ios, ordinarias. Es evidente que nuestro autor no desea simplemente hacer humorismo, pues el humorismo pro­piamente dicho se queda en sí, no lleva segundas inten­ciones moralistas, es por lo regular sonreído y sin ácido, y no hace comparaciones melancólicas con otros tiempos. En Toro hallamos una nostalgia por el tiempo ido, lo cual venía muy con acuerdo a su espíritu siempre lleno de evocaciones, especialmente en su prosa novelística y en su poesía, donde dominan un romanticismo con sabor a retorno, cuando no a desesperación, ante el más allá ("Carmen, ¡adiós! El piélago in c lem en te ...” ) y en sus actitudes políticas, donde si no fue conservador, ideológi­camente y no políticamente hablando, fue un liberal fre­nado. Dicho esto con acuerdo a la concepción que hoy tenemos de tales términos.

El costumbrismo de Fermín Toro es un espejo de su inconformidad con el medio ambiente de su Caracas del medio siglo, donde surge la civilización que pocos años atrás había comenzado, según José María de Rojas, con

9. Consejero Lisboa. Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Edic. de la Presidencia de la República de Venezuela. Caracas, 1954, p. 90.

10. Toro. Ob. cit., p. 123. [Costumbres, etc.)

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la llegada de los fósforos, las sardinas y los petates, inicio éste de una sociedad consumista donde habrían de arbo­recer mozas frívolas, jóvenes lechuguinos y viejos verdes. Ya está por entrar en escena, plenamente, Antonio Guz- mán Blanco, quien fecundará más el ambiente con los barroquísimos oropeles de más allá de los mares.

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BARALT

"Salve tierra de mis padres, tierra mía, tierra de mis hijos! ( . . . ) Si más pobre fueras, lo mismo te amaría; si no tuvieras glorias, con orgullo me llamaría hijo tu­yo!"1, exclama Baralt en Madrid cuando, ya nacionaliza­do en España, evoca con dolorosa melancolía su lejano lugar de nacimiento. ¿Fue inadaptado? Desde sus prime­ros años, creciendo entre latines y lecturas clásicas, vive una existencia contrastada por los cambios de ambiente, algunos de ellos tan lejanos como Santo Domingo, a donde se había trasladado la familia durante la guerra de Independencia; como Bogotá, donde un tío vanamente intenta controlarle su juvenil espíritu disoluto; como en Maracaibo, del cual sólo arrastra las brumas de la pri­mera infancia; de Caracas, donde ya cuaja en estudios universitarios una personalidad que habrá de ser defini­tiva. Su costumbrismo, es decir, su visión del caraqueño es el contraste con esa individualidad academizante que ya tenía puesta encima como una coraza:

Cuando un hombre nace condenado por el cielo a padecer la sensibilidad del corazón y de la inteli­gencia, en medio de los tormentos y desengaños del mundo que la irritan, lejos de calmarla, es difícil que no dicte sus escritos con el hondo sarcasmo y la ironía que quisiera hacer sentir, como él siente dis­gustos, a los que tantos le ofrecen 2.

1. Rafael María Baralt. Ob. Completas. Tomo V. Estudios literarios y correspondencia. Universidad del Zulia. Mara­caibo, 1965. p. 101. (Un recuerdo de la patria).

2 . Baralt. Antología de costumbristas venezolanos del siglo XI X. Biblioteca Popular Venezolana. Ministerio de Educa­ción. Caracas, 1964. Prólogo de Mariano Picón Salas y Apéndice de Pedro Díaz Seijas, p. 61 (Los escritores y el vulgo).

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En Los escritores y el vulgo, donde figura el trozo cita­do, muestra toda su acritud, su desdén por la gente inculta, lo cual ya viene indicado en un epígrafe tomado de Larra:

Entre los pies me nacen, como medraentre cepas la grama: que pareceque aquí produce un necio cada piedra.

En forma de carta Baralt dirige estos escritos costum­bristas a X.Y.Z., es decir, aclaremos, a su entonces amigo y copartidario, y quien había sido su profesor en la Uni­versidad, Juan Manuel Cagigal. En ellos la inconformidad, en raya de neurosis, va expresada desde el comienzo al fi­nal, sin que se deslice una nota de humor. Es, antes bien, una requisitoria contra la ignorancia de las gentes. N o an­daría tan descaminado Baralt porque la Venezuela de en­tonces era en su totalidad, o casi, analfabeta. Estamos en 1839. La sociedad venezolana todavía no ha restañado las heridas de la guerra, hecatombe que había destruido los escasísimos estratos culturales logrados en doscientos años de régimen colonial. Nuestro autor se disgusta porque cada cual se ve retratado en las críticas que globalmente se hacen. Su prosa es violenta, sin el asomo de una sonrisa: "Y a ti, ¿qué te diré que al alma llegue, vulgo, que juzgas, acaso con razón, que nadie puede hablar de ti sin zaherirte?’’3.

Muy desacomodado se sentía Baralt en Caracas. Su lar­go escrito costumbrista Los escritores y el vulgo, creaba, con ese solo título, una valla entre la inteligencia selecta y el menso inculto, cuyo tipo ha debido abundar dado el atraso, generado en mayor grado aún por esos treinta años de guèrra y -postguerra. Eran tiempos en que valían los guerreros por sobre cualquier otro tipo de ciudadano, de­bido a que constituían el poder político. Los intelectuales estaban en segundo plano, como secretarios, escritores de proclamas, de periódicos incendiarios. De todos modos es­taba naciendo una cierta inquietud intelectual, como lo prueba el hecho de que en Caracas hubiese sido impresa la primera edición universal de las obras completas de Mariano José de Larra y de que la población hubiese vota­

3. ibid., p. 63.

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do por José María Vargas, hombre de ciencia, para derro­tar a los militaristas que aspiraban dominar en esa oportu­nidad la presidencia de la república. Baralt sabe cómo los venezolanos se preocupan por mejorar sus costumbres, mientras el origen cerril, sabanero, constituye un impedi­mento, por lo cual encuentra propicio hacer ocho recomen­daciones en tono sardónico. Le dice a los periodistas, en tono serio, que el "ingenio no se luce en el camino fácil y trillado de la injuria, ni la ciencia se prueba con la de­tracción, ni un insulto es un chiste”; al deslenguado An­drés, tomando en cuenta lo irresponsable de sus expresiones, le sugiere conocer quiénes son sus amigos y quiénes sus enemigos; a Miguelito, un exhibicionista, le pregunta que ¿por qué al visitar a su amada, "ya que te gustase cabalgar no entrases a la casa tu persona y tu caballería?”; a la bella Adelina, quien con sus malos modales arrastra las sillas en el teatro estando ya los actores en escena, la justifica por su hermosura: "No puedo negártelo, Adelina, tus juegos me divierten y a ocasiones, cuando es mala la comedia, veo con gusto la que tú nos representas”; a Fransquito, ingenio vestido con plumas ajenas, le reco­mienda un diccionario de chistes que acaba de llegar: "De aquí en adelante, armado con ese precioso libro co­mo un talismán, vas a ser el terror de padres, amantes y maridos; nada se opondrá a tus deseos; serás irresisti­ble, inaguantable, insufrible. ¿Qué parecerán a tu lado los famosos seductores de que hablan las novelas? Pig­meos, insectos, nada"; a Basilio, quien indistintamente atropella lo bueno como lo malo, cuyo criterio es que "si la producción tiene por base un argumento nacional, es mala también si el plan es extranjero, por la sencilla razón de que no es nacional”; a Pablito le aconseja no arrojar basuras en la acequia de la calle, porque si "no te moviere tu propio interés, muévate siquiera el lasti­mado y suplicante olfato de tus vecinos”4.

Personajes representativos de nuestra sociedad, como el médico y el sacerdote, no parecen inspirarle a Baralt propiamente un respeto reverencial, pues en diversas ocasiones los hace objeto de sátira, con lo cual, observe-

4. Ibid., p. 97.

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mos, está dentro de la tradición más antigua de la lite­ratura española:

— ¡Disparate! ¡Crasa equivocación, don Serapio! A V. le parece que duerme y no duerme ( . . .) Dice V. que no siente nada y sí siente, attnque no lo haya reparado, y por más que se crea ágil, no hay tal, pues se halla más pesado que un plomo’’5.

Don Serapio había dicho en tono que, por su parsimo­nia, contrasta con la vehemencia del galeno:

— Duermo como un canónigo 6.En sus primeros escritos costumbristas Baralt está engo­

lado, como un cantante de voz falsamente impostada. Es academizante, así, en Lo que es un periódico y en Los escri­tores y el vulgo. En el primero tenemos este párrafo

"El capítulo de la legislación está completo, y tanto, que el tal capítulo forma ya cuatro volúmenes; eso sí, enteramente venezolanos, que seguirá aumen­tando, Dios y las dietas, cada año del Señor” 7.

En el segundo, Los escritores:"N o hablará usted de política, porque es inútil ha­

blar de lo que todos saben. El Gobierno sabe sobre ella cuanto hay que saber, y el pueblo cuanto debe ignorar; con que así no hay que turbar con pape­lillos que a la mar deben echarse, la dulce inteli­gencia que entrambos re ind '8.

Con el tiempo Baralt irá expresándose cada vez más en estilo llano. Y se hará más comprensivo, por lo cual ten­drá expresiones menos duras respecto a nuestra inculta cuanto pobre sociedad post-colonial. Su crítica sigue sien­

5. Ibid., p. 98.6. Ibid., p. 97.7. Ibid., p. 58 (Lo que es un periódico).8. Ibid., p. 57.

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do recia, pero emplea la íronía más que la violencia del sarcasmo. En Las indirectas, aunque apenas han transcurrido meses desde sus anteriores publicaciones, se nota en don Rafael María un cambio sustancial. Vendrá su prematura madurez. Ya no será más el jovencito a quien svx tío Luis Baralt encaramó en una muía y remitió hacia Venezuela porque se le hacía imposible controlarlo la conducta, ni al que había escrito regocijadamente al desaparecer lo que llamó “el poder arbitrario del general Bolívar”, ni el que al referirse a los necios dice:

¡Oh necios terribles, necios respetables, que uno sien­te, ve, oye, sufre y respira! ( . . . ) Permita Dios que feas os amen, que no encontréis cristiano ra­cional que os oiga, ni libro que entender al revés, ni noticia que dar, ni sastre que os corte bien una casaca 9.

Este Baralt es ya el que escribirá la historia de Vene­zuela en estilo memorable y donde sus compatriotas tie­nen, sin reticencias, la mayor dimensión heroica.

9. Ibid., p. 66.

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LUIS DELGADO CORREA

Es Luis Delgado Correa quien va directamente a la calle caraqueña para escribir su costumbrismo, y, aunque lo hace con acrimonia, no causa bochorno en quienes caen bajo su crítica sardónica porque no particulariza sus ata­ques, tal aconsejaban Larra y-Baralt. Son lecturas gratas, refrescantes, donde por primera vez el folklore entra en la letra de imprenta y nos dice cuáles eran las diversiones colectivas. No había deportes, y las masas, por ello, dis­frutaban de espectáculos donde los atractivos no eran el competir, como serían hoy el béisbol o el boxeo, sino los toros coleados o las fiestas religiosas con proyecciones carnavalescas: gigantes y diablitos que danzaban por las calles de Santa Rosalía, tradiciones que ya se fueron con los pavimentos empedrados, los farolillos de aceite en las esquinas y los coches tirados por caballos. Los gigantes representaban papeles invertidos respecto a lo habitual, pues la negra bailaba la polka, la blanca el juambimba y el militar, con enaguas a la vista bajo el uniforme, la muy aparatosa bamba. Dirá el cronista: "Unos gigantones, unos demonios por las calles de la capital a tambor batiente, ¿no es cosa, señores, que envidiarían Baruta y El Hati­llo? . . . ”1. Y sabemos que estas dos poblaciones aledañas a Caracas eran en aquellos tiempos unas pequeñas aldeas. Hasta hace pocos años atrás el caraqueño, ante alguien que pretendía tomarlo por ingenuo, preguntaba: "¿Tú crees que yo soy de Baruta?”.

Al tiempo Luis Delgado Correa (se firma Luis D. Co­rrea) fustiga siempre que puede a los políticos, lo cual hace con más frecuencia que los otros costumbristas. Del­gado Correa, como Cagigal, Toro y Baralt, era conservador, es decir de los calificados como godo por sus oponentes.

1. Luis Delgado Correa. Antología de costumbristas venezola­nos del siglo XI X. Biblioteca Popular Venezolana. Minis-\ terio de Educación. Caracas, 1964, p. 68 (Escenas de barrio).

Cuando Julián Castro designó a José Laufencio Silva Mi­nistro de Guerra y el glorioso procer no aceptó, el coronel Delgado Correa pasó a sustituirlo. Dos o tres días antes ese cargo le había sido ofrecido a José Antonio Páez Ello da una idea de lo que significó Delgado Correa en la política nacional y la correspondiente autoridad que tuvo para referirse a ella. Vale recordar que al ser sancionado el presidente Julián Castro y algunos de sus ministros por la Cámara de Diputados, en 1860 ("el pueblo de Caracas sorprendió al general Julián Castro, Presidente provisorio de la República, en flagrante delito de traición" — expresó el diputado Lorenzo A. Mendoza— ) el Ministro Delgado Correa fue exonerado de cargos. No le faltó autoridad, pues, al escribir:

Pura que todo guarde armonía, para que todo sea progreso y civilidad, para que todo vaya a uña, las octavas y la política y la política con las octavas, aconsejamos a quienes corresponda, que no olviden el año que viene la tarasca-y el dragón. Son entes más emblemáticos, por cierto, en estas circunstan­cias, que los diablos y los gigantes. ¿Por qué?, dirán los lectores. La respuesta es obvia. Porque tienen más dientes y sobre todo más uñas 2.

Delgado Correa es caraqueño de nacimiento, contempo­ráneo (nació en 1808) de Cagigal, Toro, Baralt. En la calle pesca sus acuarelas. Lo vemos deslumbrado por el espectáculo de Caracas, en donde disfruta de las mañanas hermosas, el olor que el viento trae desde las campiñas, el metálico sonido de las campanas llamando a misa. Sitúa otras de sus crónicas en San Francisco y evoca momen­tos en que:

Un guerrero ilustre convocó al pueblo para ofre-' cerle la palma y los laureles que había alcanzado en cien combates; tampoco habíamos concurrido a re­cordar la instalación de asambleas políticas en que la verdadera democracia obtuvo espléndidas victorias3.

2. Ibid., págs. 69-70.3 . Ibid., p. 71 (Un día festivo en Caracas).

¿Contra quién va este último elogio respecto a la ver­dadera democracia? Delgado Correa tuvo igualmente fi­guración guerrera en alto grado, hasta el punto de haber sido Jefe del Estado Mayor constitucionalista en la bata­lla de Copié, la que, si no acabó con el liberalismo, al menos le dejó un plomo en el ala. Gil Fortoul considera que para el gobierno Copié significó lo que la batalla de Santa Inés para los federalistas. Como Cagigal, Baralt, Bolet Peraza, Tosta García, Delgado Correa combinó la ague­rrida espada militar y la sonreída pluma costumbrista. Igual que ellos fue hombre de extensa cultura y aguda capacidad de observación. Escribió sátiras dialogadas, co­mo La Mamola, con estructura de obra de teatro, y cuyo humorismo es de discutible buen gusto. Su periódico "El Mosaico” editó trabajos de Toro y de Baralt y fue tribuna de la literatura europea.

N o se comportaban los jóvenes caraqueños del siglo pasado con la cordura que habitualmente les atribuían nuestros bisabuelos para echarnos en cara el disoluto ca­rácter de las costumbres de nuestro tiempo, a juzgar por estos apuntes de Delgado Correa referidos al templo de San Francisco en Un día de fiesta en Caracas:

¿Por qué da aquel pisaverde la espalda al santua­rio, fijando en Luisa su mirada insolente en el ins­tante mismo de la solemne ceremonia? ¿Por qué convierten Pablo y Dorotea el alcázar de Dios en un escenario de mímica? ¿Por qué se agita ese corrillo de burlones en torno de Eugenio, cuyos ojos trafican de lechuguino en lechuguino? 4

Encuentra el cronista que a la Plaza Bolívar, entonces todavía parte del mercado público, concurre una muche­dumbre sucia y desaliñada. Y ( . . . ) .

En torno de un albañal inmundo que ocupa el sitio central en que debiera ostentarse la efigie del guerrero, ranchos que se trasladan a la desempedra­da plazuela de San Jacinto cuando se aproxima un

4 . Ibid., p. 72.

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día nacional ( . . . ) ¿Qué son ahora en Caracas esas conmemoraciones sino burlas? ¿Qué son esas fiestas cívicas stno malas necrologías acompañadas de unos cuantos tiros de cañón? B.

El humor de Delgado Correa va en el trasfondo. Utiliza la ironía. Tiene una visión amplia que cubre un abanico de cuadros en su crítica social. Caen bajo su pluma persona­jes ya caricaturizados en el nombre. Tal así don Serapio Riobomba, quien dice a su esposa, doña Sinforosa Crino­lina, con el mayor desparpajo:

A l mirar el oro, esposa mía, no hay que detener­nos en los medios; sea el oro nuestra meta, y si para llegar a ella fuese necesario abatirnos hasta el polvo, imitaremos a aquel vil, que en su delirio por alcanzar medros se postró en cuatro pies de­lante de un poderoso para que pasase sobre su fi­gura 6.

En su crónica costumbrista Un día festivo en Caracas Delgado Correa va encontrando a su paso jóvenes empa­vesados y olorosos, participa en una sesión de espiritistas, donde los espíritus de Roscio, Madariaga, Yanes no se presentan y en cambio'concurren los Antoñanzas, los Ro­sette, los Puig. Espectáculo entonces normal en las calles caraqueñas, y hoy relegado a los pueblos de provincia, los toros coleados le merecen este comentario: "En otros tiem­pos las damas tejían orlas de laurel para los vencedores en las batallas contra la tiranía; ahora hacen lazos para adornar a los que echan por tierra un novillo en las calles de la capital esclavizada. . ., por el lujo y las más rudas costumbres” 7.

Delgado Correa luce muy politizado en sus escritos. Apenas había secuencia suya donde no se condene a tráns­fugas, venales o funcionarios adulantes, o indirectamente al jefe del gobierno. Especialmente se refiere a los políti­cos en su excelente cuadro La capa de Florencio, un repar­

5. Ibid., p. 74.6 . Ibid., p. 76.7 . Ibid., p. 80.

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tidor de papeles públicos ( hoy lo denominaríamos pre­gonero).

¿Qué hacía la Capa de Florencio en los tiempos de la Cosiata? ¿No arropaba con sus jaldas las pro­clamas de Páez, las de Bermúdez, las de Marino, las de Arismendi, y los escritos de los federalistas, cen­tristas y bolivianos? .. . 8.

N o encontró nuestro costumbrista cualidades gratas en sus paisanos caraqueños. Pesimista luce su visión; sin em­bargo no lo hace con desdén, y hasta se siente, brotando del fondo de sus reconvenciones, el ansia de hacer cam­biar, en regreso hacia tiempos mejores, las costumbres di­solutas e irreverentes.

8 . Ibid., p. 84.

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MENDOZA

Daniel Mendoza da un vistazo crítico a Caracas con ac­titud más cómica que humorística, propiamente hablando, para lo cual se vale de ese personaje de sainete, Palmarote, que va descubriendo con aparente ingenuidad, y con el recurso del habla criollista, diversos aspectos de las costum­bres de la urbe:

— Oh, m i Dotor, Dios me lo guar. . . ¡Candela!, ¿tuavía está usted durmiendo cuando ya es hora de sestiar? ¡Arriba, arriba! *.

Caracas es una ciudad de serranía, si la vemos con la perspectiva del Llano. Aquí, además, están los grandes nú­cleos institucionales de la República. El centro represen­tativo de los poderes divinos: la religión; de los poderes humanos: el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial. El Llano son sabanas tendidas, ríos lentos y claros, caballos en con­tinuo movimiento. Contrastes como éste-no requieren ra­ciocinio. Se sienten al rompe. Palmarote va enhebrando un diálogo picaresco en el que Mendoza filtra sus apren­siones, entre las cuales van muchas referencias a la reli­gión, a su doctrina y a sus ministros. Así, al pasar frente al convento de las Reverendas Madres Concepciones:

—¡Hum, malo, nido! ¿Tan cerca de los frailes esas madres? ¿ Y no es pe cao que las monjas sean madres, Doctor?— No, Palmarote; es un título que se da a las re­ligiosas, quienes renunciado al mundo y abrazan­do una religión de las aprobadas, se dice que son

1. Daniel Mendoza. Antología de costumbristas venezolanos del siglo XI X . Biblioteca Popular Venezolana. Ministerio de Educación. Caracas, 1964, p. 92 (Un llanero en la ca­pital).

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esposas de Jesucristo, nuestro Padre, así como a los clérigos se le s Harria padres, considerados esposos fieles de la Iglesia, nuestra madre 2.

Es un contrapunteo entre la visión traviesa, cerrera, del llanero Palmarote y la sensatamente razonada y culta del doctor, que es la ciudad. Mendoza — y eso explica las continuas referencias a clérigos, monjas, el culto reli­gioso, y los latinazos contenidos en sus otros trabajos— se había formado en el Seminario írid en tin o de Cara­cas, primero, y después en la Universidad, donde cursa­ría Leyes. Era, evidentemente, lector de los costumbris­tas españoles, como queda demostrado en este mismo cuadro Un llanero en la capital, donde hace un juego de palabras equívoco al referirse a los letreros, recurso hu­morístico ya utilizado por Mesonero Romanos en La calle de Toledo:

Aquí se venden hábitos para difuntos completos. Zapatos para hombres rusos hechos en Madrid. Aquí se venden sombreros para niños dé paja3.

También Palmarote hace leer al doctor su acompañante, unos avisos:

Pavos y pichones para los parroquianos vivos y asados ( . . . ) Códigos nacionales para instrucción de los empleados que se venden a plazos cómodos.

Y asimismo es evidente la siínilitud con el habla tra­bucada del andaluz de Mesonero:

"Caballero, una calesa". "Vaya usté con Dios, pren­da?’■ "Chas. . . a un lado, la diligencia de Caraban- chel”. ( . . . ) " R í a . . . , toma só. . .o . . .o . . .o, Ge­nerala’’ 4.

Este tipo de habla popular, más cerca de la onomato- peya que de lo popular, está en Palmarote:2 . Ibid., p. 104.3 . Ibid., p. 98.4 . Ramón de Mesonero Romanos. Escenas matritenses. Edit.

Iiruguera. Barcelona. España, 1967, p. 45 (La calle de Toledo).

¡Pum, pum, puní; jiá, jiá, jiá! ( . . . ) ¡Arre bu­rro, juto, juto, juto! r'

Las instituciones predominantes, tal ya vimos con miem­bros del clero, son aludidas por el autor de manera ma­liciosa, cuando no chacoteadas: ¡Biba la emocracia!, grita en una ocasión Palmarote. Otra orientación tendrán sus Muchachos a la moda y Gran Sarao o las niñas a la moda, donde se surmergirá en el ambiente de salón para mos­trar, luego de una introducción extensa llena de reflexio­nes históricas moralistas, el comportamiento de la facción más frívola de los caraqueños: los jovencitos aquellos a quienes por esos tiempos eran denominados lechuguinos. Al respecto trasladamos completo, porque es necesario, este fragmento descriptivo que demuestra las excelentes dotes que Mendoza tenía para la caricatura:

Pepito es un invividuo de la especie: no tiene más que catorce años. Escasamente se percibe en su rostro infantil un vello débil y suave que sirve como sombra a sus rosadas mejillas. Está siempre a la última moda. El guante, garrote de grandes dimensiones (porque ya las varillas cayeron en de­suso), melena estudiosamente peinada, cadenas, re­loj que sale y entra en su faltriquera más veces al día que medio de pobre, en fin, no le falta nada, si se exceptúan los bigotes, y eso ya sabemos que no es por virtud, sino por este maldito orden de cosas que acordó para tan tarde el debut de los bi­gotes en el teatro de la vida6.

Pepito es un sabihondo con visos intelectuales. Tiene una carta para el general José Antonio Páez:

Permitid, señor, que desde los remotos átomos que piso en el globo terrestre, te dirija mi oblicua voz por entre el intermedio diáfano del aire atmos­férico para deciros que eres un tirano. . . 7.

5 . Mendoza (Antolog. cit.) p. 92 (Un llanero en la capital).6 . Ibid., p. 111 (Los muchachos a U moda).1 . Ibid., p. 114.

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Pepito es literato con escuela propia, por lo cual se ofende cuando su padre alude a una supuesta imitación. ¿A quién? A Zorrilla, muy en boga en esos tiempos. Dirá Pepito: Zorrilla y yo hemos coincidido en algunas cosas 8.

El mocito ya descubrió el mundo y las trampas que ese mundo tiene para los bobos. El nada tiene ya que aprender. Daniel Mendoza pondría en él, posiblemente, un conjunto de particularidades observadas en la mucha­chada de entonces. Veamos sus relaciones con las perso­nas mayores y con las instituciones acatadas:

. . .¿Cómo está su mamá?— Mamá está un poco indispuesta. Ayer fue a la

iglesia a confesarse, porque mamá es mujer que se confiesa — añadió en tono de burla nuestro hé­roe—> y la confesión la indispuso 9.

Pepito es parte de esa sociedad que va despertando en­tre confusiones después de la Independencia. N o será ya el joven vestido de negro en la sociedad colonial, donde dominan los condes y marqueses del cacao, los goberna­dores a nombre del rey, los clérigos enlutados, los padres y las madres formados bajo el temor de Dios; él será un avanzador, y Mendoza parece interpretarlo con esta frase: “ ¡Miserable humanidad — dijo un escritor moderno— destinada siempre a quedarse más acá o más allá!’’10.

Pepito es, así, un igualado, un liso:—¿Cómo lo tratan las bellas, doctor? — le pre­

guntó . . . u .En otro campo Pepita (Las niñas a la moda), es la ver­

sión femenina de Pepito. Se le pregunta si aceptaría con­ceder un baile:

8 . Ibid.,. P- 115.9 . Ibid., P- 117.10. Ibid., P- 119.

11. Ibid., P- 117.

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— ¡Es imposible! — me contestó con satisfacción— . Imagine usted que tengo cedido hasta el quincua­gésimo turno12.

Por supuesto que este tipo de jóvenes habría de reci­bir el consiguiente rechazo de las personas maduras, que tenían en mucho al recato, y Mendoza Ip captó así:

( . . . ) Cuánto me ha gustado su "Pepito".— ¡Señora!. . . contesté yo algo turbado.— ¡Guá! Si ya nos traen cansadas esas criaturas.

Nos sofocan, nos invaden, nos asedian... Venga ahora una Pepita! Sí, ¡duro con las mujeres. . . / ia.

En toda la obra costumbrista venezolana se encuentran pocos cuadros de tanta calidad como estos dos, Mucha­chos. . . y Niñas a la moda. Daniel Mendoza es aquí re­flexivo, de agudísima penetración en las observaciones y especial conocimiento de las relaciones entre lo femenino y lo masculino propiamente dicho, donde las formalida­des no son más que la relación visible de motivaciones biológicas. Al cuadro le daña un tanto la parte artística el marcado afán moralista de Mendoza, quien lo mani­fiesta en continuas prédicas. ¿Hay algo en él de sacerdote frustrado y de educador en potencia? Al final de su vida se fue a Calabozo, su tierra natal, e instaló un colegio.

Encontramos noticia en Mendoza cuando nos revela que ya existía lo que llama "los bailes por fuera" y que en tiempo reciente denominábamos "la barra”, donde una conjunción de mirones desarrollaban una interacción de picardías iguales a las de ahora. Son gentes que aparen­temente van a ver el baile, pero en cuyos cálculos están otras actividades. Así, está la joven que se aprestará para, en un descuido de su madre, apretar la mano del escon­dido enamorado, y está el ebrio que al aire echa sus obscenidades, en tanto la policía, en lugar de reprender­lo, se divierte y lo celebra. ¿Y además de borrachos es­candalosos y policías irresponsables no había delincuentes

12. Ibid., p. 127.13. Ibid., p. 125.

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en la Caracas de 1 8 5 0 ...? Pues no se ha cambiado mu­cho: un ladrón bolsillero, aparentando estar pensando en personas o cosas ausentes, alivia del pañuelo a su vecino:

—¿ Y m i pañuelo? —grita el despojado—> ¡Ale han robado!

— ¿Está usted seguro de haber traído pañuelo?— contesta sorprendido el ingenioso ladrón14.

La frivolidad parece ser lo que a un hombre como Mendoza le salta frente a la vista. Pedro Pablo Barnola se refiere a los cuadros costumbristas del escritor cala- boceño "como interpretación — por contraste— que hace un hombre de tierra adentro ante la conducta amanerada y fingida que advierte en los habitantes de la Capital” 16. Por ello su Pepito y su Pepita son dos acusaciones contra las vanidades. Especialmente a ella sus padres no le han sabido cultivar las bellas dotes, y, al contrario, le han llenado la cabeza de arias y cavatinas:

y ahora se preparan a enseñarle la polca. ¿ Y en qué se ocupa Pepita? Duerme toda la mañana, lee por la tarde alguna novela de Dumas y por la noche ensaya al piano algunas armonías de Donizetti. ¿No lee otra cosa Pepita? Alguna vez busca en el re­pertorio las noticias sobre modas16.

La secuencia del baile, a punta de violín, da ocasión a nuestro autor para pescar detalles: que las fiestas, por influencia de las noticias llegadas en los periódicos de Londres, se hacen casi a puerta cerrada, con lo cual el aire no se renueva; que la danza entre los caraqueños ha degenerado en desorden anárquico' que corría la cerveza y la champaña. Y sabemos por su relato que el cabello de las damas (recordemos entre esa sociedad muy domi­nada por la ética religiosa lo que respecto al cabello dijo San Pablo) tenían en Caracas un peluquero: Montaldo; y que la educación musical de las jóvenes comprendía

14. Ibid., p. 123.15. Pedro Pablo Barnola. Estudios Crítico-Literarios. Monte

Avila Editores. Caracas, 1970, p. 64.16. Mendoza. Ob. cit., p. 143 (Gran sarao o las niñas a la moda)

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el piano y estaban generalizadas las arias de Donizetti y de Bellini. En cuanto al cotilleo, pues las honras ro­daban por el suelo.

Daniel Mendoza tiene una hermosa historia personal. Viene a Caracas desde Calabozo, ingresa en el Seminario, donde se inicia en la cultura humanística, bien demos­trada en la claridad de su estilo, y pasa a la Universidad para recibir su grado en leyes. Refleja en sus escritos, especialmente en Los críticos de Caracas, una cultura li­teraria basada en constantes lecturas y buena orientación artística. Gonzalo Picón Febres considera que antes de Mendoza nada, en el costumbrismo venézolano, vale la pena, y lo sitúa como iniciador del realismo literario. Mariano Picón Salas le tiene por el nacionalizador, en Venezuela, del costumbrismo. Pedro Díaz Seijas halla en Palmarote un anticipo de los personajes de Gallegos, es­pecialmente de Pajaróte. Añadiremos por nuestra parte que es Mendoza quien por primera vez trae a nuestra literatura, con su llanero Palmarote y su Dot or, la anti­nomia campo-ciudad, y lo hace — constituirá su diferen­cia— a la inversa de Romero García en “Peonía” y Ga­llegos en “Doña Bárbara”, porque en Mendoza es el cam­po el que viene a la ciudad.

Daniel Mendoza es agudo, sólido. En una de sus defi­niciones afirma, tal vez decepcionado de aquel mundo convulso, inestable, que "el hombre es un animal que muerde” 11. Vio con rechazo la vida caraqueña de en­tonces. Fue quien dio al hombre del pueblo, por pri­mera vez, con su Palmarote, categoría literaria. Los cos­tumbristas anteriores no crearon personajes completos. El sí. Tiene a Palmarote, Pepito y Pepita. Deja eso. Y bellamente referido y descrito. Cuando no soporta más la ciudad, prefiere el apostolado y, en consecuencia, re­torna a Calabozo, su tierra natal, donde funda un colegio para dedicarse a la educación de sus coterráneos. En Caracas Daniel Mendoza dejó sembrada su voz en este fragmento de diálogo: —Sí, Palmarote: detrás de 'ese cerro está el horizonte. ¡Adiós! 1S.17. Mendoza. Biblioteca de escritores venezolanos contempo­

ráneos. 29 Edic. Concejo Municipal del Dto. Federal. Ca­racas, 1975, p. 310.

18. Mendoza. Antolog. cit., p. 107 (Un llanero en la capital).

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BOLET PERAZA

El teatro da oportunidad a Nicanor Bolet Peraza para mostrar cómo se desenvolvía el caraqueño en este tipo de espectáculos donde la interacción desata sentimientos y pasiones extravagantes que bestializan al individuo cuan­do se montan en escena obras grotescas y el público es igualmente grueso. Maderero sigue siendo, porque aún en sus alrededores subsisten viejas paredes descalabradas por donde asoma el calicanto, un lugar de colorido tí­pico. Le quitaron sus casas de tejas y su empedrado; se llevaron sus pulperías y sus arrieros; ya no están los pa­tios con guayabos, mangos, chaguaramos, pero le quedan, telón de fondo, la estribación jibosa del Avila, el cer­cano Caroata mencionado por Bolet, y su siempre mara­villoso encuadre en esta parcela del cielo. Está a cien metros de la hoy plaza Miranda, revoloteo de vendedo­res y malentretenidos, y forma parte de una de las más tumultuosas vías populares de la ciudad. Por ello es fácil, aun en estos tiempos, imaginar cerca de allí al teatro descrito por la pluma traviesa de Bolet, a quien más que el espectáculo interesaban sus resultados:

Las flautas juraban en falso; las trompetas hur­taban sus bramidos a las fieras; los clarinetes codi­ciaban y embestían las orejas del público; despe­dían los fagotes desafinamientos homicidas, y el vio­lón y la viola conjugaban su maldad sobre el pa­sivo au ditorio .. . '.

Aunque su estilo es caricaturesco en extremo, Bolet Peraza permanece dentro del realismo, como lo están los

1. Nicanor Bolet Peraza. Antología de costumbristas venero- nos del siglo XIX. Biblioteca Popular Venezolana. Minis­terio de Educación. Caracas, 1964, p. 167 (El teatro de Maderero).

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caprichos de Goya o los afiches de Toulouse Lautrec, digamos para dar dos ejemplos universales. Key Ayala considera que el mayor encanto de Bolet se halla en la justeza de la observación, juicio explicable si conside­ramos que Bolet ejercía tres oficios en los cuales es necesario, siempre, pisar terreno firme: la milicia, la po­lítica y el periodismo. Fue general (m e hicieron docto en la ciencia de derrocar gobiernos m alos2, dice en ar­tículo autobiográfico) y con ese grado guerreó a fondo por el liberalismo hasta 1863; fue político y, como tal, continuó al servicio de la misma causa, esta vez con la pluma en la mano y cantando las virtudes de Guzmán Blanco (las glorias de Guzmán deben ser consideradas glorias de la patria, exige al Congreso en 1877) 3, y en­tonces persuadido de m i ineptitud para la egregia profe­sión de covachuelista pensé en el misericordioso perio­dismo literario, en el cual había visto refugiarse a otros desahuciados como y o 4, puntualizará para cerrar el ciclo de milicia, política y pluma revoltosa, y dedicarse a es­cribir desde Nueva York, siempre con el corazón puesto en su país, al que jocosamente llamará "El Gredal”. Y lo recordará en sus cartas para el supuesto Don Frutos del Campo, en mayo de 1894:

Y , nada; que eso se cumple al pie de la letra, como cuando allá en el Gredal recibe el Prefecto una ordencita del Presidente por este tenor: — "Com­padre Ovejón; pegúemele un cabestro a fulanejo de tal, y mándemelo, pues no me conviene que viva en ese pueblo" 5.

Pero regresemos a nuestro teatro del Maderero, cuya organización podemos deducirla:

2 . Bolet Peraza. Artículos de costumbres y literarios. Edit. Araluce. Barcelona. España, 1931, p. 17 (Mi primer ar­tículo).

3 . Consultar a Manuel Alfredo Rodríguez en El Capitolio de Caracas, un siglo de historia de Venezuela. Edic. del Con­greso de la República. Caracas, 1974, p. 1967.

4 . lbid., p. 17.5. lbid., p. 242 (Cuarta misiva).

Sonaba entonces el pitio sacramental, y a su es­tridente gorjeo escupitábase las manos el telonero, y colgándose de la cuerda a modo de un mono acróbata, iba arrollando la cortina6.

Por los alrededores del local pasa el Caroata, conduc­tor ya, por esos tiempos, de "todo lo que Caracas de­secha” y están las azafateras dedicadas a vender dulces y frutas; adentro hay un freidera de chicharrones y tam­bién ruidosos vendedores, a todo grito, de maní tostado, horchata, chicha. La obra, por supuesto, va con acuerdo a la clase de público. En grotesco bamboleo de figuras bíblicas están Herodes, el Diablo, el emperador Augus­to. Un chico, a quien bajan del supuesto cielo prendido de una cuerda, se aterroriza cuando ve a Lucifer en el escenario. Bolet lo cuenta con gracia:

El infeliz arrapiezo, más muerto que vivo, no sabe qué responder, y el Diablo repite entonces con mayor rabia: "¿Quién eres, rayo de Siria? ¡Con­testa muchacho!, ¿quién eres?’’. A lo que el chico, buscando salvación en la verdad, exclama soltando el moco a todo llorar: — Yo soy Vicentico, ¿no me conoces? El hijo de Marcelina, la buñuolera. . . 7.

Vemos así que Bolet prefería los temas populares, aun cuando también observó al caraqueño de salón. Precisa­mente en su primer trabajo costumbrista, publicado en la revista "El Museo Venezolano”, que editaba en com­pañía de su hermano Ramón, se referirá a una visita que él ha hecho para relacionarse con la alta sociedad.

■ En la tertulia, inesperadamanete aparece el nietecito de la dueña, le trepa por el pantalón, blanco por cierto, le tuerce los bigotes, intenta voltearle hacia arriba los pár­pados con sus maleducados deditos y finalmente golpea con el puño en una escudilla llena de agua, con lo que le hace ver a un tiempo la luna y las estrellas.

Los costumbristas eran en verdad traviesos. Vimos cómo Cagigal, Baralt, Daniel Mendoza no tienen mira-

6 . Bolet. Antolog. cit., p. 166 (El teatro etc.).7 . Ibid., p. 175.

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miemos.con las instituciones consagradas. Bolet nos mues­tra la otra, cara del acontecer. Se nos habla de aquellos virtuosos maestros que inspiraron el libro de Mantilla; pues Bolet presentará, con toda crudeza, a un preceptor de sus tiempos infantiles, cuando en la capital era doc­trina eso de que la letra, con sangre, entra:

. . .y sobre la pulpa viva y crispada le descargó el señor Maestro media docena, a golpe cantado, de rechinantes azotes, que en la maciza carne m o­rena de la víctim a dejaron por rastro seis ramala­zos cenicientos8.

Fundamentalmente Bolet fue un guasón, más que un ironista. La guasa es una especie de resbaladero para toda actitud pretendidamente adusta. Eso va en el tras- fondo de su obra, como en la de cualquier otro costum­brista; sólo que en él es más marcado. Es una especie de humorismo primario frecuente en Cagigal y escaso en Toro y en Baralt. Es algo consustanciado con Bolet. A propósito, nos podríamos remitir a cuando él, en Bar­celona, siendo muy joven, sentía placer en molestar a cierto extranjero, al cual remedaba en el vestir y en el hablar. El extranjero lo demandó ante el juez; y, al ha­cerlo, expuso su queja con ademanes, aspecto general y habla similar a la remedada por Bolet. Santiago Key Ayala, de quien tomamos la historia, refiere que Bolet pidió unos momentos al juez para preparar su defensa. Cuando reapareció no

era ya Bolet. Era el propio demandante, con su misma extravagante vestidura, hablando a la perfec­ción su propio patois y ostentando en la mano de­recha, posado en el índice extendido, un verda­dero papagayo. Rodó con ruidoso fracaso la difícil gravedad. Juez, testigos, público, el acusador mis­mo, se acordaron en una sola risotada, que se reno­vaba a cada palabra de Bolet. Se impuso el sobre­seimiento inm ediato9-

8 . Bolet. Artículos de. . . (Ob. cit.) p. 213 (El señor maestro).9 . Santiago Key Ayala. Obras completas. Edime. Caracas-Ma­

drid, 1977.

En los comienzos Bolet tiene diferencias de estilo que van desde la palabra de uso práctico hasta el barroco más retorcido. En El teatro del Maderero se refiere así a las lámparas alimentadas con aceite de coco:

En la frontera parte del escenario reverberaban unas cuantas candilejas de hojalata con gruesos tor­cidos que tenían por ■misión la de chupa»- el aceite y devolverlo convertido en horquillas de humo de luz y en tirabuzón de humo, esparciendo por todo el recinto su volátil rancidez. 10.

Era la manera de escribir utilizada frecuentemente por Serafín Estébanez Calderón, aunque Bolet negaba las influencias de los costumbristas españoles. Estébanez Calderón, El Solitario, igualmente había hecho circun­loquios con frases garapiñadas:

Sus calzas de entray, atacadas al rico jubón calo­rado, capa palmilla revuelta al brazo e gorro acei- tuni con sendas plumas blancas e negras, bien de­mostraban que aquel gentilhombre presumía de ca­ballero. . . u ,

Con el tiempo habría un cambio radical en el estilo de Bolet. Sus Cartas gredalenses escritas en Nueva York y dirigidas a un supuesto Don Frutos del Campo que vivía en El Gredal (Caracas) van limpias de torcedu­ras y floripondios. Son obra de un escritor serenado por los años.

¿Y las costumbres políticas? Eran, y Bolet mismo cons­tituía una expresión, muy diferentes a las nuestras, aun­que los fines eran los mismos: tomar el gobierno para que no lo hicieran los demás adversarios. Tocó a él un período aclamacionista, el de Guzmán Blanco, muy característico. Fue una modalidad que habría de exten­derse a todo el siglo y que proseguiría, modificada,

10 . Bolet. Antolog. cit., p. 165.11. Serafín Estébanez Calderón. Cristianos y moriscos. Ver cita

en Costumbrismo y novela. José F. Montesinos. Castalia. Madrid, 1965, p. 30.

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con sus necesarias variantes, hasta Juan Vicente Góme2. Estar con una causa era servirla, y quien no lo hiciere con la espada tendría que hacerlo con la pluma. Bolet lo hizo con los dos instrumentos. Y con manifiesto en­tusiasmo. Ese mercado al cual denunciaba Luis Delgado Correa como un baldón para el centro de Caracas e ignominioso para el nombre del Libertador, fue tratado en su oportunidad por Bolet, muy comprometido, en su oportunidad, con la causa de Guzmán Blanco:

¿Pensaban, por ventura, que de aquellas ruinas había de surgir la nueva Plaza Bolívar, hermosa y espléndida como un peda cito de París? 12.

Bolet comenta la forma cómo los jóvenes reciben sa­crilegamente regocijados el cambio en las estructuras de la ciudad, a diferencia de los viejos, quienes guardan un celo respetuoso por las cosas que han vivido mucho. Esta contraposición de actitudes entre jóvenes y viejos caraqueños, irreverentes unos y añorantes otros, le re­sultan contrastadas de manera elocuente:

A cada lienzo de arcada que caía, los granujas, que son comparsa obligada de toda urbana catas- troje, aplaudían y chillaban con delirante entusias­mo; los jóvenes sonreían complacidos del espectáculo, pero detrás de ellos, como en jila de respetuosos doloridos, ponían cara de funeral los espectadores de pelo cano, y les miraban con airados ojos, como diciéndoles: ¡sacrilegos! 13.

En Antaño y hogaño Bolet, refiriéndose al pasado, sin pretenderlo nos coloca frente a esa evocación melancó­lica que todos hacemos creyendo que nuestra época fue indiscutiblemente la mejor y que las costumbres van degenerando día por día. ¿Es cierto? Pues las

costumbres eran sanas, los amores casi pastoriles; bastaba un pelo de la barba para afianzar la pala­

12. Bolet. Antología cit., p. 176 (El teatro de etc.).13. Ibid., p. 177 (El mercado).

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bra empeñada; sosteníase la amistad por el respeto mutuo y por la llaneza de las aspiraciones, que nunca se sobreponían a los efectos; y la vida se dejaba sentir como el sueño de una reposada di- gestió?i14.

Y dirá que Caracas amanecía bajo una capa de nie­bla, con lo que hasta la naturaleza era bellamente plá­cida y distinta; en ocasiones eran los padres de los ena­morados quienes concertaban las bodas, lo que demues­tra el acatamiento de los hijos ante las decisiones de sus progenitores; las parejas de baile apenas ponían en contacto las puntas de los dedos; en las reuniones socia­les no se hablaba de política y sólo se bebía el inocente chocolate; no

se conocían las luminosas propiedades del fósforo ni sus combinaciones con el azufre, que era tenido por el vulgo como pestilencia de espíritus infer­nales;

eran raros los coches y berlinas y las señoras iban en silla de mano cargadas por esclavos; en contraste el pepe de hoy no conserva la menor traza del lechuguino de ayer. Aquél rebosaba inocencia, éste se desparrama en audacia, aquél se vestía con estudiado recato, éste ostenta un descompuesto negligé; y se tira el sombrero sobre la oreja; aquel se perfumaba para hablar a su dama, éste echa a la suya el humo del cigarrillo a la cara. . . 15.

Es Bolet Peraza un gran cronista festivo.

Dejé —dice— el plomo de los tipos por el plo­mo de las balas16.

Y cuando retorna es el hombre sereno de pelo blanco que se avecinda en Nueva York y desde allí, ante la

14. Bolet. Artículos de costumbres etc. (Ob. cit.) p. 128 (Anta­ño y hogaño).

15. lbid., p. 133.16. lbid., p. 10.

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confusión que seguía siendo Venezuela, concluye por calificarla El Gredal; pero lo hace con afecto, sin acritud. Sus cartas de ese tiempo, donde contrasta costumbres de allá con las nuestras, tienen la serenidad ganada cpn los años y el cariño estimulado por la distancia.

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SALES PEREZ

Periódicamente los caraqueños de fin de siglo se sola­zan con las travesuras publicadas en la prensa por un señor, comerciante de profesión, quien al ingresar, por virtud de esos escritos festivos, en la Academia de la Len­gua, dice: "Quienes me conocen saben que yo vivo de los números; no de las letras"1. Su personalidad está fraccionada en dos: una, la jocosa, se firmaba Justo; la otra, formal, metida en los negocios, Francisco de Sales Pérez. En 1870 es ya suficientemente conocido y publica su primer libro, el cual tendrá un ilustrador de excep­ción: Arturo Michelena, quien apenas cuenta' nueve años de edad.

Nace Sales Pérez para mirar el mundo a través de una sonrisa; y, algo curioso de considerar, sus vínculos con el comercio y las gentes que en torno de tal actividad giran, le habían creado una predisposición a reflejar la excesiva intervención del dinero en la vida diaria:

El dinero es el dios de la tierra. Decid a Laura la desdeñosa: — Mi corazón es tuyo. Y se burlará de la dádiva.

Decidla:— M i hermoso campo, mis numerosos ganados,

cuanto tebgo es para ti.¡Ah! entonces la veréis palidecer: a cada palabra,

irá perdiendo un sentido, hasta que, presa infeliz de un vértigo espantoso, caerá a tus pies, con la mano sobre el corazón exclamando: — ¡Qué crttel eres, Cupido! 2

No es fácil saber hasta dónde Sales Pérez, ya inmerso en una sociedad en la cual se ha desvanecido el espíritu

1. Francisco de Sales Pérez. Costumbres venezolanas. 3® Edic. Edit. Cecilio Acosta. Caracas, 1942, p. 12.

2 . Ibid., pp. 85-87 (El dinero).

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romántico y ha entrado, con furia, el positivismo, va cap­tando la tendencia pragmática de la vida, en todos los estratos, tal vimos hasta en la joven Laura. En cualquier modo, ya Fermín Toro nos mostró a esta clase de joven- cita en su BarullópoUs. Es el tipo femenino de los años 40 del siglo pasado. Daniel Mendoza la tipificó en Pe­pita. Hervía entonces la furia romántica y, sin embargo, aquellas mocitas no eran propiamente unas musas lán­guidas. Si el mundo de Daniel Mendoza era el Llano y la capital, y esas dos vertientes produjeron su famoso cuadro costumbrista; si el de Baraít eran la milicia, las letras académicas, el periodismo, y si de igual manera estaban circunscritas la de otros al respectivo mundo pre­sente, pues la de Sales Pérez, hombre de la política y de los negocios, donde hay tanta confusión entre gente de bien y de maulas, tendría que mirar en ese ámbito con ojos de vendedor de prendas. ¿Estaba por entonces Caracas tan pragmatizada? Su expresión es:

Con el dinero se compra-n todos los bienes de la tierra. Se compran el amor, la fama, la populari­dad. También se compra la salud, y hasta la vida algunas veces. El hombre, en su demencia, ha que­rido también comprar el cielo con dinero ( . . . ) ¡Im pío! 3

Fernando Paz Castillo estima que Sales Pérez es un pesimista: Mariano Picón Salas lo califica como testigo invalorable, junto con Bolet Peraza, de tiempos que van hasta fines del guzmancismo; Pedro Díaz Seijas advierte su desparpajo humorístico; Pedro Pablo Barnola resalta la contribución de Sales Pérez a elevar el costumbrismo a género literario; Gonzalo Picón Febres considera que de haber hecho su obra en Madrid estaría entre los más famosos costumbristas de ambos mundos castellanos.

Uno de los más interesantes cuadros de Sales Pérez es Hipólito. Su finura refleja de manera excelente las costumbres políticas de Caracas en esa retoñante época del guzmancismo, cuando en esta bella ciudad, un tanto campesina, va entrando el refinado perfume parisién.

3 . Ibid., p. 88.

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Hipólito Acosta es uno de esos caballeros nacidos para suavizar la crudeza de los gobiernos:

Jefe de la Policía de Caracas de 1870 y oficial subalterno desde mucho antes. Era tal su tino y su olfato profesional que si hubiera nacido en Francia habría- llegado a la categoría de Mr. Macé; aquí no ha podido ser más <[ue H ipólito4.

Cierto es que Caracas, aparte de algunos tiempos del gomecismo, siempre tuvo funcionarios distinguidos en su gobierno local. Ya entonces, un jefe de policía no es un cualquiera. Por mucho tiempo tuvo a Hipólito. En oportunidades Hipólito tiene que conducir presos a la Rotunda, la más temible de las cárceles. Hipólito no es un sicario: es un caballero. Debe acompañar (porque Hipólito no lleva; él acompaña) a Don Vicente al te­rrible lugar sin que se percate de que va preso. N o desea herirle la sensibilidad:

— Me alegro mucho de verle con sa lu d .. .— Gracias, mi querido Hipólito — contestó don

Vicente sonreído.— Y aprovecho la ocasión — añadió H ipólito—•

para decirle que el Gobernador me encargó que si me encontraba con usted, por casualidad, le d i­jera que le hiciera el favor de pasar por allá.

Don Vicente palideció, y se quedó viendo a H i­pólito para descubrir la significación de aquel re­cado, como quien pretende ver una sardina en el fondo de mar, y luego, tartamudeando, contestó:

— Dígale al Gobernador que pasaré luego p o r su despacho.

— Está muy bien — dijo Hipólito, como si es­tuviese conforme con la respuesta, y después de una pausa, que atormentó a Don Vicente más que un cañonazo, añadió:

4 . Pérez. Antología de costumbristas venezolanos del siglo XIX. Biblioteca Popular Venezolana. Ministerio de Educa­ción. Caracas, 1-964, p. 220 (Hipólito).

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— Pero, m e parece que es para un asunto ur­gente, porque me ordenó también que, si m e en­contraba con usted, lo acom pañara.. . B.

Y así, con guante de seda, Hipólito conduce a Don Vicente, quien va deslizándose cálle abajo hasta encon­trarse, sin percibirlo casi, metido en la Rotunda.

Entre tanto H ipólito iba preparando un lance igual, y espera el próximo día para llevar al Go­bernador por orden de D on V icente6.

Es una excelente visión de las costumbres políticas venezolanas después de la Independencia, cuando los pre­sidentes eran enviados a la cárcel o al destierro, para luego traerlos y sentarlos de nuevo en la silla presiden­cial, como sucedió con Vargas, Páez, Falcón.

Por otra parte, ¿no había costumbres delictivas en Caracas, tal como gustan afirmar los abuelitos por lo que oyeron decir a sus abuelitos? N o querríamos dejarlos desairados, pero Sales Pérez da este testimonio en tono irónico:

Los ladrones nocturnos están muy alegres con la demolición de las estatuas de Guzmán Blanco. Pron­to comenzarán a correr sobre los tejados y a for­zar cerraduras.

Por eso gritan duro: ¡Abajo el tirano!El tirano, para ellos, era H ipólito'1.

De todos nuestros costumbristas .el más sabio es Fran­cisco de Sales Pérez. Filosofa. Muestra una sabiduría llena de malicia combinada con el sentido práctico que le im­primió a su vida, posiblemente, la actividad comercial. A un sobrino suyo interesado en dedicarse a los nego­cios, le aconseja:

5 . lbid., p. 223.6 . lbid., p. 225.7. lbid., p. 226,

54

En cuanto a la clientela con que cuentas, sólo te digo que mejor estarías sin ella. Con la parentela, los amigos políticos y los masones, tienes suficiente para arruinarte 8.

Es muy peculiar el humor de Sales Pérez. No es ácido porque no pretende componer al mundo. Sus personajes vienen perfilados por la gracia. Dice que el petardista nace en Caracas.

Si nace en otro pueblo, por una equivocación de su madre, busca la capital en cuanto tiene alas9.

¿Y cuál es la relación entre el petardista y sus víctimas? Es un juego de ingenio donde los zorros zorrean con los zorros, digamos parafraseando a Maquiavelo. El dueño del establecimiento sabe cuánto le perjudica tener a tal indi­viduo bloqueándole las puertas de su negocio, cual un espantaclientes:

— Pepe — le dice— ¿por qué no entras? ¿Has to­mado café? — No, querido, es muy temprano— le contesta.

— Garcón — grita Meserón afrancesando al m o­zo— sírvele a Pepe un café confortable; apura, pron­to, que tiene que marcharse 10.

Al igual de su prosa, el humor de Sales Pérez es muy seco. Es ático. A diferencia de Bolet Peraza no busca 1,0 cómico ni le interesan, por parquedad, los despliegues re­tóricos. ¿Cómo lo veían sus contemporáneos? El mismo Bolet Peraza lo define como "sin rival en Venezuela” y “cuya primera virtud es la sencillez, esa amable Musa que a todos nos cautiva con su beldad destituida de todo pos­tizo artificio, maga desnuda, sin más compostura que los aliños de la gracia natural” 11.

8 . Pérez. Costumbres... (Ob. cit.) p. 208.9 . - Pérez. Antología cit., p. 227 (Él petardista).

10. Ibid., p. 228.11. Nicanor Bolet Peraza. Colección de clásicos venezolanos d»

la Academia Venezolana de la Lengua. Caracas, 1963, P- 270.

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Sin ser moralista, encontramos una constante en su obra: con éi no quedan bien parados ni los pedigüeños, tal vi­mos, ni los desocupados ni otros parásitos. El almanaque, precisamente por estimular artificialidad, no es objeto de su devoción. Utilizando las exageraciones permitidas al humorismo, clama porque sea eliminado ese, hoy, tan útil catalogador del tiempo. Conforme a las costumbres cara­queñas de entonces, los músicos entraban en los zaguanes echando flautas y pitos, sin ser llamados, en cada cumple­años u onomástico:

Suprimido el almanaque no tendrían los músicos pretexto para felicitamos. N i vendría el santo de las comadres a pedirnos una cuelga, cuando estamos quizás para colgarnos. N i vendría la semana santa a dejarnos adeudados para el resto del año■ N i senti­ríamos la imperiosa necesidad de comernos la bo­dega de la esquina, cada vez que conmemoremos el nacimiento de nuestro Redentor. N i tendríamos que estrenar vestidos el día de año nuevo. N i vendrían los aniversarios de triunfos nacionales a imponer contribución de banderas, luces y fuegos artificiales a nuestro patriotismo. N i llegarían a cada paso los aniversarios dolorosos. N i se levantarían del sepulcro todos los muertos a pedirnos sufragios y lágrimas el dos de noviembre, con la plañidera voz de la cam­pana 12.

El costumbrismo de Sales Pérez tiene escasas alusiones a la política, con todo y que él se vio inmerso en ella. Desempeñó, sí, altos cargos, entre ellos el Ministerio de Fomento, en 1867, y cuarenta años más adelante, con Cipriano Castro, la gobernación del Estado Carabobo. Ante las aclamaciones a favor del liberalismo, sustentadas a partir de 1870 por la edificación de palacios, ferrocarriles, acueductos, templos, paseos, monumentos, comenta que

poseído de un orgullo que considero legítimo, nos dice:

"¡Ahí tenéis la Regeneración! ¡Ahí tenéis la nue­va capital embellecida y civilizada por nosotros! ( . . . )

12. Pérez. Ob. cit., p. 124 (El almanaque).

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Yo digo solamente: contad las ventas de licores que hay en la ciudad; contad el número de jóvenes y viejos que los frecuentan con nariz encarnada y ojos tristes y lacrimosos, y al reunir esas cifras es­pantosas, exclamo lleno de vergüenza y horror: "¡He­mos adelantado mucho! ¡Vivimos en un pequeño Londres”! 1S.

Sales Pérez, así, es la conjunción del positivismo en­terrador de los rezagos del romanticismo, unido al con­cepto del hombre práctico de por sí. Es el primero en recoger en libro sus escritos (Ratos perdidos), ya publica­dos en periódicos y revistas. Mucho aprenderán de él nues­tras nuevas generaciones cuando sus obras alguien las re­coja y edite. Serán, además, una contribución a ciertos cambios de mentalidad que tanto necesitamos los venezo­lanos.

13. Pérez. Costumbres.. . Ob. cit., p. 284.

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JABINO

%

Caracas ya está iluminada con bombillos eléctricos y, debido a ello, van huyendo hacia el pasado los fantasmas. N o traquetea más por las calles el carretón del Diablo ni la Sayona espanta en la noche sin luna. Los habitantes de la ciudad se trasladan a sus casas u ocupaciones en el tran­vía de caballitos, lo más adelantado en transporte colecti­vo. Hay lugares de temperamento en la playa: Macuto y sus famosos baños elogiados por Bolet Peraza. Y está por otro lado Los Teques, a donde los caraqueños van a buscar el aire de montaña en el ferrocarril, que es una maquinita movida por carbón mineral a la cabeza de un rosario de vagones de pasajeros y de carga. Debido a la topografía, este pequeño ciempiés de hierro va cruzando puentes sobre grandes barrancos y también cortos y largos túneles tala­drados en la dura serranía de roca. La estación está en Santa Inés, al final de Caño Amarillo, en el corazón mis­mo de Caracas. Son dos compañías, una alemana y una inglesa. Dos rumbos tiene el trencito en cada caso: por el noreste desciende buscando el mar de Maiquetía y La Guaira; por el sureste remonta desde Antímano hacia Los Teques, para bajar a Las Tejerías, Maracay, Valencia- Estos viajes, cruzando bosques poblados de pájaros y ardillas, a la vera de tupidos montes y de ríos y manantiales de aguas limpias, sirven de distensión espiritual a los caraqueños, quienes así sanamente se divierten, recrean a sus hijos, anudan amores.

De pronto ese mismo ferrocarril, inocente tiovivo, lle­va en su interior una carga de fusiles revolucionarios y su jefe, el venerable her Gustav Knopp, fundador de hermo­sos bosques de pinos, es metido en la cárcel de la Rotun­da.

En esos tiempos escribe Miguel Mármol, Jabino, posi­blemente contertulio de recios caudillos y de barbados es­critores, a la sombra de los árboles de la plaza Bolívar. Son aquellos domingos en que los caraqueños planchan

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sus mejores trajes para ir a misa, ver las vitrinas de las tiendas, comer un helado en los bares del centro. Su modo de escribir es, así, sosegado. Con el siglo llega un estilo nuevo de vida. París influye aún, especialmente por la celebración de la Gran Exposición Universal y porque las modas y los refinamientos vienen de allá. Sin embargo, también comienzan a penetrar las formas de hablar y las costumbres de los norteamericanos. En D e visita el diálo­go converge hacia el béisbol, y Jabino satiriza la utilización de las nuevas palabras con pronunciación inglesa:

— ¿No ba ido usted al base-ball? — me preguntó la Gorrín número uno, con quien tengo vara alta, en clase de amigo, se entiende.

— Cómo no; ése es un juego que me entusiasma ta n to . . . Allá en Nueva York era yo concurrente asiduo de los m atchsl.

Aun cuando Jabino alienta subliminalmente las buenas costumbres, su crítica no revela intención de corregir los hábitos en uso. El costumbrismo ha madurado lo suficien­te para dejar atrás el tono predicador, y es especialmen­te en Jabino, una manera regocijada de ver la vida, de po­ner gramos de sal en la lectura de los periódicos. Ya están llegando a Caracas los primeros automóviles. (Hablamos del tiempo que va desde 1895 a 1915). El Cojo Ilustrado está entrando en una -especie de destape publicitario y trae avisos donde un joven y una joven se besan: "Los labios voluptuosos y frescos con las violetas de Quentín”; y el Dr. J.H. Dye, de Buffalo, ofrece el compuesto Mit- chella, para "las mujeres que temen la maternidad”; y está igualmente a la disposición de los lectores de la famosa revista el Jabón Hamamelis Sulfuroso del Dr. Rosa, que no hiende la piel y es el único remedio para la caspa, fa­bricado por E.C. W hite C O. de Michigan, Estados Unidos. ¿Qué de extraño tiene, con esa invasión de productos me­dicinales y la llegada de los automóviles Ford, Panhard, Delage, que las gentes comenzasen a pronunciar las pola-

1. Miguel Mármol (Jabino) Antología de costumbristas ve­nezolanos del siglo XIX. Ministerio de Educación. Caracas, 1964, p. 332 (De visita).

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bras basse-ball y pitching, y que hiciesen alarde de haber estado en París y en Nueva York? Frente al hombrecito de la Emulsión de Scott, con su bacalao al hombro, está, tímida expresión de nuestra precaria industria, la mu­chacha sonreída del Ponche Crema, de Eliodoro González P.

Jabino viene desde 1895. Se forma en "El Cojo Ilustrado", precioso testimonio de esa época. La misma imprenta reco­gerá sus cuadros costumbristas en tres libros- Pólvora y Tacos, Tiros al blanco y Verrugas y lunares. La Gran Ex­posición Universal de París tiene a la gente andando de cabeza, y el haberla visto significa motivo de orgullo para los caraqueños adinerados. El Presidente Cipriano Castro, el último de los caudillos alzados en tomar el poder, go­bierna del 1899 al 1906. Es un hombrecillo nervioso, aco­sado siempre por urgentes apetencias sexuales y un incon­tenible deseo de bailar valses vieneses; pero bajo aquella frivolidad tiene una terrible mano de hierro, con la que destruye sin piedad a todo el que pretenda disentir de su gobierno. Son famosas sus órdenes al respecto, como aque­lla donde se refiere al general Antonio Paredes y sus com­pañeros de rebelión: “no traiga presos: de oficial para arriba, fusílelos”.

Dentro de aquel fondo dramático siempre hubo lugar para la crónica festiva. Jabino ha descrito al revoluciona­rio urbano, tipo fullero, y lo hace con alegría socarrona:

— ¿Qué hay, vecino? — dice al boticario de la es­quina, que es enemigo de los opresores y aboga por-un gobierno que armonice la libertad con el or­den, a la vez que persiga el contrabando de drogas2.

En voz baja, recelosa, el revolucionario urbano teje su comunicación entre los desafectos al régimen. El alzamien­to se iniciará en Carayaca, donde Braulio García, el jefe, dará el g;rito. La voz del revolucionario urbano sigue sa­turando. Hasta su esposa está enterada y participa, con su apoyo moral, en el plan:

Suele suceder que, en efecto, el Braulio antes di­cho, lanza el consabido grito, para caer a poco en

2. Ibid,, p. 352 (Revolucionarios urbanos).

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manos del Comisario del lugar, quien lo participa al Gobierno en estos términos: "Prisionero Braulio Gar­cía, con tres individuos más, una capotera y dos co­bijas. Lo remitiré mañana. ¡Viva el Gobierno Na­cional! ¡Viva la paz de la República! ¡V iva el Gran Partido Liberal! Aniceto Matamoros” 3.

Pero el revolucionario urbano aún no ha perdido la pe­lea. En excelente pasaje lo refiere Jabino:

A l día siguiente entra nuestro García en la capi­tal, sentado sobre un burro, al modo de las vende­doras de legumbres, y escoltado por el esforzado comisario y su comitiva. En uno de los grupos de curiosos formados a su paso está el revolucionario urbano, quien después de observar atentamente al preso, se acerca a uno de los mirones, le lleva aparte y poniéndole la boca en el oído le dice:

— Ese no es Braulio García.— ¡Cómo que no!— Yo lo conocí el 74 y sé que no usa chiva.—Hombre; ¿y si se la ha dejado?— N o se ha dejado nada. Estas son chicanas de los

Gobiernos cuando se ven perdidos. Braulio debe estar a estas horas dominando todo el litoral4.

Jabino redondea magistralmente la anécdota. Pone a fun­cionar el sentido práctico de la esposa frente al soñador, quien, al fin de cuentas, aunque Braulio se haya rendido, él mantiene (veremos al final) sus cañones cargados de pólvora:

— ¿Qué tienes, hijo? — le pregunta la esposa.— ¡No m e hables! . . .¡Qué país! ¡Qué hom­

bres!. . . ¡Un plan tan bonito! Una cosa h ech a .. .— Mira, hijo. Lo mejor es que busques la manera

de acomodarte en el Gobierno. Ahora vendrá la amnistía, te acoges, y entras en el abrazo que se den

3 . lbid., p. 355.4 . lbid., p. 356.

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las facciones del 'partido. Fíjate en que todos los que se han abrazado están empleados 6.

Este delicioso cuadro de costumbres, donde la sátira ge­neral va envuelta en tonalidades irónicas, es una pintura en profundidad, hecha por este finísimo escritor de quien no sabemos por qué no dio el salto hacia la novela, pues tenía sobra de imaginación y manejaba las técnicas narra­tivas: \composición estructural del argumento, creación de personajes, diálogo de calidad. Jabino en ninguna manera se propone dar correctivos a la sociedad, pero la recrimi­na de hecho al colocarle ante la imagen un espejo. El no es político, por lo cual no tiene la visión limitada del em­banderado; no es un reformador social, con lo que no se obliga, ni mucho ni poco, a decirle a las gentes que el mundo va bien o mal. El ve la calle desde un postigo, esboza una sonrisa, y deja que siga la locura. El cotilleo, esa manera de triturar a los prójimos, que en todos los tiempos ha existido, y más en ciudades pequeñas como era esa Caracas enmarcada entre Agua Salud y la plaza de la Misericordia, está tipificada por Jabino en su cuadro Una boda:

Acerquéme a un grupo de damas y caballeros que sostenían animada plática.

— Fea sí es; pero es una muchacha muy buena — decía una señorita del corrillo, aludiendo a la novia, de quien era amiga íntima.

— Y está muy flaca — apuntó un caballero.— Siempre lo ha sido — agregó la preopinante—.

N o la he visto gorda sino cuando los amores con Piñonete. . .

— ¿De manera que ha tenido otros? . . .— ¡Oh, sí! Muchos. . . Pero ¡la pobre!, había sido

muy fatal. . . 6.

Así que con Miguel Mármol, Jabino, para sus lectores, "cuya benéfica ironía —dice Picón Febres— corta.como

5 . lbid., p. 357.6 . lbid., p. 349.

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un cuchillo de dos filos, pero sin causar dolor”,7 criterio éste refrendado en cierta manera por Paz Castillo,8 con­cluirá el costumbrismo del siglo XIX, al cual arrogantes críticos lo encuentran deleznable cuando lo mencionan, o insignificante cuando lo ignoran, y sin cuya base nuestras letras — recordemos a Uslar Pietri— no habrían tenido su principal punto de arranque- Con el costumbrismo co­menzamos a dejar de ser, en las letras, los colonos de Europa referidos con preocupación venezolanista por don Felipe Tejera.

7 . Gonzalo Picón Febres. La literatura venezolana en el siglo XI X. 2? E dic Edit. Ayacucho. Buenos Aires, 1947, p. 204.

8 . Fernando Paz Castillo. Marginales. En torno a Miguel Már­mol. D iario El Nacional. Caracas, p. A-4. 30 junio de 1962.

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INDICE

7 / Introducción

1 1 / Cagigal

17 /T oro

2 3 / Baralc

2 9 / Luis Delgado Correa

3 5 / Mendoza

4 3 /B o le t Peraza

51 / Sales Pérez

5 9 / Jabino

COLECCION CUADERNOS DE DIFUSION

1 Antología.— José Antonio Ramos Sucre2 Manual de extraños.-^ Juan Calzadilla.3 Visión de la pintura en Venezuela.— Roberto

Montero Castro.— Juan Calzadilla.4 La plataform a continental.— Kaldone Nweihed.5 La crisis de la sociedad colonial venezolana.—

Germán Carrera Damas.6 El Tirano Aguirre. La conquista del Dorado.

Suena el teléfono.— Luis Britto García.7 La ciencia amena.— Arístides Bastidas.8 Lao-Tse y Chuang-Tse.— Angel Cappeletti.9 Espacios en disolución.— Hanni Ossott.

10 Ejercicios narrativos.— José Balza.1 1 Cine y política.— Raúl Beceyro.1 2 Libro de intervalos.— María Elena Huizi.1 3 Ecología: La paradoja del siglo XX.— Carlos

Machado Allison.14 La lucha coíporal y otros incendios.— Ferreira

Gullar.15 El arte de narrar.— Juan José Saer.1 6 La educación superior en Venezuela.— Orlando

Albornoz.1 7 Los instrumentos de la orquesta.— René Rojas.1 8 El agresor cotidiano.— Ednodio Quintero1 9 Maquillando el cadáver de la revolución.— Julio

Miranda20 Trébol de la memoria.— Cecilia Ortíz.2 1 Los insectos y las enfermedades.— Carlos M achado.—

Ricardo Guerrero.22 Narración del doble.— Gabriel Jiménez Emán.2 3 Indagación por la palabra.— Gabriel Rodríguez

24 Textos de anatom ía com parada.— Mariela Alvarez.

25 Piezas perversas.— Rodolfo Santana.26 Los pasos por volver.— Luis Masci.27 El día que me quieras.— José Ignacio Cabrujas.2 8 Cadáveres de circunstancias.— Ludovico Silva.29 Brasa.— M árgara Russotto.30 El destierro.— M aría Elena Huizi.3 1 Memoria en ausencia de imagen-memoria del

cuerpo.— Hanni Ossott.3 2 El poeta de vidrio.— Arm ando Romero3 3 33 construcciones de origen japonés.— Andrés

Mellado.3 4 Esto que gira.— Vasco Szinetar.3 5 Ultima luna en la piel.— Orlando Chirinos.3 6 Los espacios del tiem po.— Marilyn Contardi.3 7 Apuntes sobre el texto teatral.— Edilio Peña.3 8 Un Fausto anda por la avenida.— César Rengifo.39 Los caminos borrados.— Earle Herrera.40 Transform aciones.— Rodolfo Privitera.4 1 Ejercicios para el olvido.— Enrique Mujica.42 El dado virgen.— Raúl Henao.4 3 Bitácora del alcatraz.— Freddy Hernández.44 Pasturas.— Gelindo Casasola.4 5 Textos para antes de ser narrados.— Alejandro Salas.46 Mundo alterno.— Gabriel Arm and.47 M etales.— Emilio Briceño Ramos.4 8 Sol quinto .— Miguel Szinetar.49 Distancias de la huella.— Manuel Hernández50 Los Herm anos.— Edilio Peña.5 1 Alfabeto para analfabetos.— Isaac Chocrón.5 2 Vida con m am á.— Elisa Lerner.5 3 La última actuación de Sarah Bem hardt.— Néstor Caballero.54 El sueño de las tortugas.— Pedro Riera.5 5 Babel 73.— Jean Zuné.5 6 Fuego de tierra.— María Luisa Lazzaro.5 7 El poeta invisible.— Julio Miranda.5 8 Libro de Mal hum or.— Roberto Hernández

Montoya.5 9 Alguna luz - Alguna ausencia.— Santos López.

68 t

6 0 Confidencias del cartabón.— Iliana Gómez.Berbesí.

6 1 El monigote y otros relatos.— Juan Antonio Vasco6 2 Antología de la casa sola.— Luis Alberto Angulo.63 El festín de los muertos.— Víctor Guédez García.64 Si muero en la carretera no me pongan flores.— César Chirinos.65 La otra distancia.— Margaret Pigaro.66 El viejo grupo.— Román Chalbaud.6 7 Nueva crítica de teatro venezolano.— Isaac Chocrón.6 8 Los 1001 cuentos de una línea.— Gabriel Jiménez Ernán.69 Difuntos en el espejo.— Chevige Guayke.7 0 La sombra de otros sueños.— Gustavo Guerrero.7 1 Los andantes.— José Quintero Weir.7 2 Cartas de relación.— Antonio López Ortega.7 3 Principio continuo.— Alfredo Chacón.7 4 Muerte en el paraíso.— Luis Britto García.7 5 25 poemas.— Reynaldo Pérez Só.76 El habitante final.— Adelis Marquina.7 7 Poem as.— Francisco Madariaga.7 8 A la orilla de los días.— Eleazar León.7 9 Reverón.— Levy Rossell.80 Hasta que llegue el día y huyan las sombras.— Hanni Ossott.8 1 El otro salchicha.— Armando José Sequera.8 2 La historia que no nos contaron.— Carlos Pérez Ariza8 3 El rum or de los espejos.— David Alizo.84 Del antiguo labrador.— Elizabeth Schón.8 5 Dime si adentro de ti no oyes su corazón partir.— Laura

Antillano.86 Antología.— José Barroeta.8 7 Habitación de olvido.— Ramón Querales.8 8 Cuerpo.— María Auxiliadora Alvarez.89 Las bisagras o Macedonio perdido entre los ángeles.—

Néstor Caballero.9 0 El vendedor.— Mariela Romero.9 1 Oculta memoria del ángel.— Orlando Chirinos.9 2 La andariega.— Alicia Alamo Bartolomé.93 El último regalo.— Edilio Peña.94 Vida en común.— Manuel Cabeza.95 Una cáscara de cierto espesor.— Juan Calzadilla.96 Correo del corazón.— Yolanda Pantin.

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T eatro .— Ugo Ulive.Viola D’am ore.— M árgara Russotto.El bosque de los elegidos.— José Napoleón Oropeza Mezclaje.— César Chirinos.Amigos para siempre.— Carlos Moros.Antología poética.— Víctor Valera Mora.Soneto al aire libre.— Miguel Márquez.Visión memorable.— Miguel Gomes.C erdeólas.— Angel Gustavo Infante.C ontracuerpo.— W ilfredo Machado.Parálisis andante.— Juan Antonio Calzadilla.Soy el animal que creo.— Santos López.Origami.— Octavio Armand.Guerrero llevado adentro.— M haría Vásquez.Más cercano al día.— José Antonio Yepes Azparren.Mi novia Italia como flores.— Miguel James.Soy el muchacho más hermoso de esta ciudad.— Igor Barreto. Cementerio privado.— Earle Herrera.La Línea de la vida.— Ednodio Quintero.Procesos estacionarios.— José Luis Palacios.Rodríguez.— Gregorio Bonmatí.De marcianos, patriotas y liberadas.— Néstor Caballero.La audiencia del obispo.— Carlos Pérez Ariza.Alm acén.— Rafael Arráiz Lucca.La casa en llam as.— Milagros M ata Gil.Fatal.— Alicia Torres.Linos.— María Clara Salas.Recurso del Huésped.— Enrique H«rnández D’Jesús.El matrimonio de Amelia L uján .— Rafáel Di Prisco.El pozo de las palabras.— Miguel Gomes.Los Desterrados.— Leoner Ramos Dragi-Sol.— Slavko Zupcic.Cantigas.— H arry AlmelaEl dorado vino de tu piel.— Lidia Rebrij.A ntihéroes.— Albrobar.Poemas del escritor.— Yolanda Pantin.Industria Textil.— Alberto Guaura.Seres cotidianos.— Stefanía Mosca.Edición de L ujo .— Alberto Barrera.Rómulo Gallegos: escrituras y destierros.— Mario Milanca.

137 Extraños viandantes.— lliana Gómez.138 Juan de la Noche.— Alicia Alamo Bartolomé13 9 Placebo.— Oscar Rodríguez Ortiz.140 Antología de la Mala Calle.— William Osuna.141 Para escribir desde Alicia.— Luis Barrera Linares.142 Ca(z)a.— María Auxiliadora Alvarez14 3 Albanela, Tuttifrutti, Blanca y las otras.— Miguel James.144 Respiradero.— Sixto Sánchez.14 5 Aquí también hay dioses.— Luis Miguel Isava.1 46 Aposento del amanecer.— Eunice Escalona.147 Tuna de m ar.— Laura Antillano.14 8 Los puentes rotos. Más allá de la vida.— Johnny Gavlovski. 149 Vals lento.— Amado enemigo.— ¡Sálvese quien pueda! —

Oscar Garaycochea15 0 Humboldt & Bonpland, taxidermistas. L.S.D .— Ibsen Martínez.15 1 Novela N ostra.— Antonieta Madrid.15 2 Isaac Chocrón y Elisa Lerner.— Susana Rotker.1 53 Sesión continua.— Silda Cardoliani.1 54 Movimiento Perpetuo.— Andreína Womutt.1 55 Con los besos de su boca.— Lidia Rebrij.1 56 Una hiedra negra para Sashne.— José Jesús Villa Pelayo.1 57 Noches de satén rígido. María Cristina... y otras piezas.— José

Gabriel Núñez.158 A 2,50 la Cuba Libre. La última noche de Fedora.— Ibrahim

Guerra.1 5 9 Ser de viento.— Carmen Isabel Maracara160 Poemas del escritor. El cielo de París.— Yolanda Pantin.161 La pasión errante.— Cecilia Ortíz.162 Previa higuera.— Stephen Mars.163 El retorno y otros cuentos.— Juan Emilio Rodríguez.1 64 Suicida encantado.— Santander Cabrera.1 6 5 Baño de damas. Rock para una abuela virgen.—

Rodolfo Santana 1 6 6 Los amantes del Imperio y otras piezas.— Romano Rodríguez. 16J La Ritualidad del Poder femenino.— Alicia Perdomo.168 Encuentos del Poeta con el Psicoanalista.— Christianc

Dimitriades.1 69 Nadie en la Madera.— Sonia González.1 70 Máscaras de Familia.— Jacqueline Golberg.171 Rojo Circular.— Edda Armas.

71

1 7 2 Adicta al m iedo.— Blanca Baldó.1 7 3 Los Ausentes.— Edilio Peña.1 74 Celos y Tenedores.— Sergio Jablón.17 5 De mis monstruos y otras quim eras.— José Parés.1 76 Juana la Roja y Octavio el Sabrio.— Ricardo Azuaje.1 7 7 Noche con Nieve y Amantes.— Dinapiera Di Donato 1 7 8 Pianola.— Víctor Abreu.1 79 Las crisis psicológicas de Simón Bolívar.—

Moisés Feldman.1 8 0 Geranio / Perlita blanca como sortija de

señorita/M anivela.— Xiomara Moreno.1 8 1 Señoras / Padre e h ijo .— José Simón Escalona.182 En un Desván olvidado.— Thaís Erminy.1 8 3 Corazón de Fuego.— Ana Teresa Sosa.1 8 4 Las risas de nuestras Medusas.— Susana Castillo.18 5 La Literatura y el miedo y otros ensayos.— Juan Carlos

Santaella.1 8 6 Para una crítica del gusto en Venezuela.— Roldán Esteva Grillet. 187 La lucidez poética.— Catalina Gaspar.1 8 8 Los caraqueños vistos por los costumbristas del siglo X IX .f-

Julio Barroera Lara.

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COLLECCION DELTA

1 Los cuadernos del destierro./Falsas m aniobras/. Derrota.— Rafael Cadenas.

2 Contra el espacio hostil.— Alfredo Silva Estrada.3 Entreverado.— Baica Dávalos.4 Discurso salvaje.— J.M . Briceño Guerrero.5 El bazar de la madam a.— Alfredo Armas Alfonzo.6 Sumario de Somaris.— Gustavo Pereira7 Cuatro ensayos sobre el hombre contemporáneo.— Hernando

Track.8 El cuaderno de Blas Coll.— Eugenio Montejo.9 Por cuál causa o nostalgia.— Juan Sánchez Peláez.

1 0 Trópico absoluto.— Eugenio Montejo.1 1 Myesis.— Juan Liscano.1 2 Am ante.— Rafael Cadenas.1 3 Anotaciones.— Rafael Cadenas.14 Holadios.— Jonuel Brigue.1 5 Antología poética.— Luis Beltrán Guerrero.1 6 Salto Angel.— Ida Gramcko.1 7 Antología paralela.— Juan Calzadilla.1 8 Hace mal tiempo afuera.— Salvador Garmendia.1 9 Domicilios.— Juan Liscano.20 Vivir contra m orir.— Gustavo Pereira.2 1 Mar am argo.— Arnaldo Acosta Bello.22 Los encuentros en las tormentas del huésped.—

Hesnor Rivera.2 3 Metástasis del verbo.— Oswaldo Trejo.2 4 Alegres provincias.— Ramón Palomares.2 5 Antología poética.— Víctor Valera Mora.2 6 La vida del m aldito.— José Antonio Ramos Sucre27 Venezuela güele a oro.— Andrés Eloy Blanco /

Miguel Otero Silva.2 8 Influencia de las mujeres en la formación del alma

americana.— Teresa de la Parra.

Poemas mientras abre una flor.— Mercedes Bermúdez de Bel loso.

COLECCION BREVES

1 Breviario Lírico.— Andrés Mata.2 Veinte poemas.— William Carlos Williams.

Trad.: L. Feldman y G. Rodríguez.3 Poem as.— Thomas Dylan.

Trad.: J. Dickinson, G. Rodríguez y D. Branch.4 Poemas.— Drummond de Andrade.

Trad.: G. Rodríguez.5 La sombra del farallón.— Henri Corbin.

Trad.: J. Calzadilla.6 Adagia.— Wallace Stevens.

Trad.: Guillermo Sucre.7 Pensamientos.— D.H. Lawrence.

Trad.: Rafael Cadenas.8 Cuadernos.— Georges Braque.

Trad.: Guillermo Sucre.9 Clepsidra.— John Ashbery.

Trad.: Julieta Fombona.1 0 Pájaros.— Saint-John Perse.

Trad.: Guillermo Sucre1 1 Poem as.— Henri Michaux.

Trad.: Julio Miranda.1 2 Poesía y tem poralidad.— Jacques Garelli.

Trad.: Hugo Gola.1 3 Poem as.— Brian Patten.

Trad.: Gabriel Jiménez Ernán.1 4 Señas particulares y otros poemas.— Vahé Godel.

Trad.: Alfredo Silva Estrada.1 5 Poesía nuestra.— Manuel Bandeira.

Trad.: Juan Manuel Inchauspe.I 6 Con mucho gusto.— E. E. Cummings.

Trad.: Juan Antonio Vasco.1 7 Dos trovadores del siglo XX.— Bob D ylan/John Lennon.

Trad.: Gabriel Jiménez Emán.

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1 8 A ntología poética.— Joao Cabral de Meló Neto.T rad .: M árgara Russotto.

1 9 El gran juego.— Roger Gilbert-Lecomte.T rad.: Julio M iranda.

2 0 Veinte poem as.— Mark Strand.T rad.: Octavio Arm and.

2 1 Treinta y cinco poem as.— Murilo Mendes.T rad.: Rodolfo Alonso

22 Poem as.— John Donne.T rad.: William Shand y Alberto Girri.

2 3 Poem as.— Denise Levertov.Trad. Diana Bellessi.

2 4 Poesías.— René Char.Trad.: Luis A lberto Crespo.

2 5 Poem as.— Antonio Ramos Rosa.Trad.: Rodolfo Alonso.

2 6 Las claridades m edianeras.— Fernand Verhesen.Trad.: Alfredo Silva Estrada.

2 7 Poesía.— Alfonso Gatto.Trad.: M árgara Russotto.

28 Poem as.— Sylvia Platb.T rad.: Julieta Fom bona.

2 9 Tierra de diam ante.— Kenneth White.Trad.: Francisco Rivera.

3 0 Poesías.— Guillevic.Trad.: Luis Alberto Crespo.

3 1 Poem as.— J.R . Wilcok.Trad.: Ana M aría del Re.

3 2 Poemas de la luz.— Lucien Blaga.Trad.: Stefan Baciu y Eugenio Montejo.

3 3 El diario de Nijinsky. (Fragmentos).— Rafael Cadenas.(Traducción)

34 Poemas Inéditos.— Fernando Pessoa.Trad.: Teódulo López Meléndez.

3 5 Blanco en lo blanco.— Eugenio de Andrade.Trad.: Francisco Rivera.

36 Antología poética.— Oswald de Andrade.Trad.: Miguel Gomes.

3 7 Maracaná, adiós.— Edilberto Coutinho.Trad.: Jorge Nunes.

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3 8 Poem as.— Cesare Pavese.3 9 Tres Poetas anglosajones.— Stevens, Wallace;

Thomas, Dylan; Williams, William Carlos.

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COLECCION RESCATE

1 La ciudad y su música.— José Antonio Calcaño.2 Dioses en exilio.— Jacqueline Clarac de Briceño.3 Crónica de Caracas.— Aristides Rojas.4 Un análisis de la conducta musical.— María Luisa Stopello.5 Folklore y curriculum. Tomos I y II.— Isabel Aretz.6 Antología de “ El Techo de la Ballena” . Angel Rama:7 El dibujo en Venezuela.— Roldán Esteva Grillet.

FONDO EDITORIAL FUNDARTE

En los caraqueños vistos por los costumbristas del siglo XIX(FUNDARTE, 1983), su autor Ju­lio Barroeta Lara nos ofrece una

obra suceptible de dos lecturas. La primera sería aquella que nos permite observar la ciudad de Caracas a través de la visión

que esos escritores dejaron con­signadas en sus obras sobre el vivir caraqueño de aquel tiem­po. La otra sería un m odo de re­pasar, gracias a la grata explo­ración que nos ofrece Barroeta Lara, un género que com o el costumbrismo tuvo tanta im por­tancia en nuestras letras. Tal fue su significación que Mariano Pi­cón Salas (1901-1965) expresó: “Género de larga vida que va a

subsistir hasta cuando se impon­ga la novela y el cuento realista,

el costumbrismo es como una primera forma de llegar a la ex­presión de lo venezolano”; de cuyos cultores expresó Arturo Uslar Pietri "Los costumbristas se esforzaron en su tiempo en

construir, fragmentariamente, una imagen veraz del pueblo ve­nezolano”. Del vientre de este género surgió la novela venezo­lana. El autor de este libro obtu­vo los títulos de Licenciado en Comunicación Social y Letras en la Universidad Central de Vene­zuela. Ha ejercido el periodismo por largos años en el diario El Nacional de Caracas y ha sido profesor en la casa de estudios

en la cual se formó. Es autor de Viaje al Interior de un cofre de cuentos (1982) y de Una tribu­na para los godos (1987).

Cl CUADERNOS DE DIFUSION N° 188