Los ciclistas cotidianos

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Los ciclistas cotidianos

No se trata de ciclistas esforzados que suben montañas, alcanzan altas velocidades y

utilizan ropa de colores chillantes mientras pedalean bicicletas de aleaciones

extravagantes, abundantes precios y escaso peso. No son ciclistas de alto desempeño

que entrenan decenas de horas al hilo, a lo largo de cientos o miles de kilómetros a la

semana y contratos con equipos y otros patrocinadores de marcas globales.

Los ciclistas cotidianos suelen ser personas añosas de ocupaciones modestas que

les dan para vivir en el día a día: jardineros, albañiles, vendedores de canastas,

algodones de azúcar, globos, nieve de garrafa, dulces. Algunos de ellos son jóvenes que

se trasladan a la escuela en alguna colonia urbana, o a su trabajo en el centro de la

ciudad, o a visitar a sus amigos o a practicar deporte por las tardes.

No reciben contratos a cambio de pedalear cientos y miles de kilómetros a lo

largo de los días de sus vidas. A cambio, no malgastan su dinero en veloces automóviles

de lujo, ni en comprar combustible y pagar impuestos, accesorios, refacciones y

estacionamientos. Combinan el pedaleo con la caminata y con el transporte público.

Para algunos es cuestión de economía: sin bicicleta o triciclo, no tendrían en qué

y transportarse ellos o sus mercancías o sus instrumentos de trabajo. Algunos, lo

confiesan, quisieran �algún día� poder comprarse un automóvil, aunque sea usado,

pensando en la comodidad que podría significar no tener que pedalear durante algunos

trayectos ni tener que esperar en largas y asoleadas o frías y mojadas filas durante largos

ratos para transportarse en atestados, malolientes, bruscos e incómodos autobuses

urbanos. Algunos se dan cuenta, haciendo cuentas, de que la bicicleta les resulta más

fiel que muchas de sus amistades y más barata que muchos de sus sueños, incluido el de

�algún día� ser propietarios �aunque sea de un vochito destartalado�.

Los ciclistas cotidianos suelen recorrer silenciosos las calles de la ciudad,

aunque algunos hacen algún ruido que anuncia sus servicios o sus mercancías, pero sin

que los acompañe el rugido humeante de algún motor glotón de dos tiempos, o de tres,

cuatro, cinco, seis, ocho o diez cilindros. Sus vehículos ocupan poco espacio y no

emiten más gases que los vapores que les ayudan a mantener calientes algunas de las

mercancías como tamales, camotes, elotes.

Los ciclistas cotidianos no compiten contra otros ciclistas por llegar antes a la

meta, como hacen los ciclistas de alto rendimiento que entrenan para llegar en menos

segundos y décimas de segundo a las metas de una ruta previamente acordada por las

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grandes marcas globales. Pero no por ello son menos competentes: algunos cargan

enormes canastas de pan sobre sus cabezas, otros equilibran instrumentos de trabajo

como tijeras, escobas, podadoras; otros más transportan papel, cartón, metal, vidrio,

plástico, hasta enormes bodegas encargadas de recibir material que a veces es

desechado displicentemente desde los autobuses, desde los automóviles o desde los

hogares y otros lugares.

Los ciclistas cotidianos pasan silenciosos, ocupando poco espacio de calles y

callejones, casi invisibles, y por ello poco se les reconoce un derecho al espacio público.

Mientras en las ciudades se dedican amplias avenidas y holgados presupuestos al paso y

almacenaje de los automóviles particulares, en las políticas y en las acciones urbanas se

reducen o se ignoran los metros cuadrados para áreas verdes, para el paso de peatones y

ciclistas. En su invisibilidad para quien va metido entre paredes de metal y cristales, en

el aislamiento que genera el aire acondicionado o el abotagamiento del barullo de la

ciudad, algunos ciclistas cotidianos acaban sus días aplastados por algún vehículo más

veloz, más pesado, más potente, más protegido.

A algunos se les ve con admiración: �¡Qué valentía la tuya por andar en bicicleta

en esta ciudad!�. No es la admiración que reciben los ciclistas que ganan etapas de giros

o tours, sino la admiración del temerario que no quiere arriesgar la vida, sino

simplemente conservar la cordura y el contacto con el aire fresco, un poco de actividad

que no implique quemar combustibles fósiles y calentar más el ambiente. Algunos

ciclistas cotidianos, aparte de no promover que se talen los árboles en las ciudades, son

incluso capaces de transportar y distribuir algunas plantas o, al menos, la �¡tierra para

las macetas!�

Luis Rodolfo Morán Quiroz, mayo de 2013

Departamento de sociología, Universidad de Guadalajara (México)

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