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CAPÍTULO II
LOS CONVIDADOS DE AGOSTO Y ÁLBUM DE FAMILIA: MARGINACIÓN Y SOLEDAD
COMO FIN ÚLTIMO EN SUS PERSONAJES FEMENINOS
En este capítulo se analizan las actitudes de algunos personajes femeninos que son plasmados en
dos obras narrativas de Rosario Castellanos: Los convidados de agosto y Álbum de familia. Por
una parte, se encuentran las mujeres que se rebelan o apartan de las normas sociales, ya sea
consciente o inconscientemente. Por otra, se presentan las que pasivamente se dejan manipular
por factores externos a ellas.
Las mujeres rebeldes, transgresoras, desdeñan los prejuicios, las limitaciones y se insertan
en una aventura donde pueden ser ellas mismas, provisionalmente, las protagonistas de su vida.
En contraste, la docilidad forma parte de las mujeres pasivas que desean vivir conforme se lo
inculcaron sus antepasados: respetando y obedeciendo la autoridad del varón y lo que la sociedad
les tiene ya dispuesto.
Cada una de las mujeres de estas narraciones que se atreven a ser diferentes de la gran
mayoría, tienen diversos motivos para intentar salir de ese ámbito hostil, donde su felicidad
siempre está en juego e intentan a través de los medios que tienen a su alcance, gozar de una
anhelada libertad que muy difícilmente podrán conseguir.
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A. La búsqueda de la identidad: transgresiones a las normas sociales en personajes que aspiran a
la aceptación social.
En Los convidados de agosto y Álbum de familia Rosario Castellanos retrata varios tipos de
mujeres de la época que son marginadas y actúan siempre ajenas a ellas mismas apartando sus
propios intereses.
La mayoría de esas mujeres prefieren permanecer en un silencio sepulcral porque carecen
de identidad, y son consideradas sólo como un objeto que puede perpetuar la especie únicamente
dentro del matrimonio. Ellas no logran observar la vida desde una perspectiva propia, su enfoque
es distorsionado por elementos extrínsecos que diluyen también su pensamiento y su forma de
asumir la realidad: “La mujer, desvalorizada y desexualizada en la estructura familiar de México,
carece de desarrollo subjetivo, así como de una individualidad vigorosa.” (Fiscal 67)
La mujer tiene que adaptarse a los cánones impuestos por la sociedad y a las condiciones
que exige la pertenencia al género femenino. Indistintamente de su estado civil —soltera, casada
u otro— los personajes femeninos de estas obras narrativas deben adaptarse a las medidas y
necesidades del otro llámese sociedad, varón, familia, etc. dejando de lado sus propias
aspiraciones.
Pero toda norma, regla o patrón social, que muchas siguen estrictamente, puede ser
quebrantada y traspasar los límites —al fin y al cabo las reglas se hicieron para romperlas—.
Rosario Castellanos nos muestra aquí diversos prototipos de mujeres que intentan deslindarse de
esas ataduras desafiando a la sociedad en que se encuentran inmersas y buscan alternativas para
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lograr lo que ellas desean ser, imaginan ser, o simplemente para salir de ese entorno aprehensivo
del que temen quedarse por siempre:
…los personajes femeninos de Los convidados de agosto tienen delimitado un
espacio y una función genérica impuesta por su núcleo social y aceptada en la
mayoría de las veces por ellas mismas (sometimiento y autosometimiento). Las
mujeres transgresoras a la moral falocéntrica y conservadora son castigadas desde
el interior de su círculo, no importa su linaje ni la posición económica de su
familia. (Bustamante Bermúdez 14)
No obstante las objeciones que se presentan, los personajes femeninos actúan conforme a
su propio instinto a pesar de que, la mayoría de las veces, su esfuerzo queda totalmente anulado y
con expectativas muy lejanas de las que ellas tenían en el momento de iniciar su liberación. La
sociedad no es condescendiente ni tiene piedad por las mujeres que no desempeñen dignamente
el rol femenino que les ha sido asignado, así nos lo hace ver un, personaje de “Álbum de
familia”:
En México las alternativas y las circunstancias de las mujeres son muy limitadas y
muy precisas. La que quiere ser algo más o algo menos que hija, esposa o madre
puede escoger entre convertirse en una oveja negra o en un chivo expiatorio; en
una piedra de escándalo o de tropiezo; en un objeto de envidia o de irrisión. (149)
La cita ilustra cómo la sociedad anula todo intento de autodeterminación. La mujer
mexicana que desdeña los roles existentes, es duramente humillada.
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Uno de los personajes que cabe perfectamente en esta definición es Emelina de Los
convidados de agosto, una mujer consciente de que los años estaban pasando en su persona y
ante este hecho “apartaba de inmediato la vista y se cubría con la primera prenda que hallaba a
su alcance” (Los convidados… 67); cada novedad en su físico le producía sobresalto, angustia
porque podía ser otro indicador de que envejecía y de que su tiempo para lograr una aceptación
social como esposa, madre —o simplemente tener a alguien a su lado— se estaba pasando pero, a
pesar de todo esto, Emelina se mantenía optimista: no perdía las esperanzas y seguía sintiéndose
joven.
El anhelo de Emelina era encontrar a esa persona a la cual le pudiera brindar su amor y
entregarle parte de su vida. No importaban los desafíos que tuviera que enfrentar y el primero era
ir a la feria de agosto “y que esa feria era el vértice en que confluían sus ilusiones sus
esperanzas…” (61) allí asistían mujeres que, al igual que ella, deseaban encontrar una pareja;
pero eran “Muchachas de los barrios, claro, que no tenían mucha honra que perder y ningún
apellido que salvaguardar. ¡Y qué descaradas eran, Dios mío! Andaban a los cuatro vientos
pregonando (con sus ademanes con sus risas altas, con sus escotes) que se les quemaba la
miel.”(65) Llevaba ya varios años asistiendo a esa feria y no le importaban los comentarios de la
gente y mucho menos de su hermana Ester, quien la criticaba con cierto dejo de envidia. Así,
lejos de encerrarse en casa esperando a que el tiempo siguiera transcurriendo, salía en busca de lo
que —quizá— todavía podía ser.
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Y es allí, en la feria de agosto, donde ella se deja llevar por el deseo de tener un hombre
quien le brinde la seguridad y respaldo social, no obstante que la identidad de este hombre sea
desconocida y de que su honra quede mancillada. Al respecto Gerardo Bustamante nos comenta:
La ruptura con la moral comiteca se presenta cuando la protagonista decide
conversar y planear la huida con un “fuereño”; esta transgresión responde al deseo
de libertad y realización femenina. Emelina no piensa en un matrimonio ideal, sus
impulsos sólo responden al deseo de no ser el estereotipo de una solterona de
provincia. (Bustamante Bermúdez 15)
No piensa en el “qué dirán” y no le importa qué clase de vida pudiera llevar con ese
desconocido; está enterada de las normas sociales, sabe que las otras mujeres que se han atrevido
a desafiarlas han sido cruelmente rechazadas o etiquetadas por la sociedad, aparte de ser
utilizadas y abandonadas a su destino por los hombres con quienes estuvieron.
El deseo de Emelina no tiene límites, está dispuesta a pagar el precio de su osadía; sólo
que su atrevimiento únicamente la lleva a acrecentar aún más el desprecio, la burla de la gente
cuando es sorprendida y humillada por su hermano Mateo y Enrique Alfaro —amigo de éste—
quienes no permiten que Emelina se aparte de esa obstinada vida que llevaba, e impiden de una
manera abrupta la huida. No obstante el esfuerzo sobrehumano que ella realizó para continuar
con su cometido, todo resultó infructuoso, lo sabía, todo estaba perdido “… y el llanto comenzó a
fluir, abundante, fácil, incontenible, hasta su cauce natural.” (95) La oportunidad de vivir se le
había escapado totalmente, ahora sólo le esperaba una vida solitaria al lado de su madre enferma,
su hermana Ester y un hermano borracho y represor. Aparte de ser señalada como Soltera tendrá
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que soportar los desprecios de la sociedad; debido a su atrevimiento ya ningún hombre la tomará
en cuenta y no tendrá más consuelo que el de sus recuerdos y fantasías. Éste es el precio que toda
mujer paga por querer ser algo más que una simple mujer.
Algo similar le sucede a Gertrudis, protagonista de “Las amistades efímeras” quien
también transgrede las normas sociales, pero en un ámbito rural. Al inicio el narrador
omnisciente nos la presenta como una joven con las costumbres y los requerimientos de la época:
“era juiciosa y su temprana orfandad le puso entre las manos las riendas de su casa y el cuidado
de sus hermanos menores, con lo que se adiestró en los menesteres femeninos. Por lo demás
nunca alarmó a nadie con la más mínima disposición al estudio.” (11) Destaca además su
moderación al hacer uso de la palabra hablada, característica ideal para toda señorita decente.
Para la época era sumamente importante que una mujer fuera conocedora y experta en las labores
domésticas: “Para las muchachas se trata esencialmente de prepararlas a afrontar las tareas del
hogar. Ya se conciba el hogar de manera tradicional, como el único centro de actividad de la
mujer, (…) la necesidad de un conocimiento práctico de las labores domésticas se percibe en
todas partes.”(Chabaud 78)
Con éstas características muy propias de una señorita decente instalada en provincia,
Gertrudis pasa a formar parte de la rudeza de tierra caliente. Ahí todo era sumamente diferente:
“(…) no encontraba estabilidad alguna ni fijeza. (…) Las personas estaban dispuestas a irse. Las
relaciones eran frágiles. A nadie le importaba, en este bochorno, lo que los demás hicieran. Las
consecuencias de los actos se asumían a voluntad (…)” (15) Así, en este caos de personas y cosas
va transcurriendo el tiempo lentamente en la tienda donde su padre la tenía trabajando. Una que
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otra novedad, de vez en cuando, la sacaba de su hastío. Pero cuando ya no hubo más novedades,
cuando todo era ya monótono, el fastidio de verse presa en el “tendajón” de su padre, sometida a
las exigencias de éste, a los pleitos entre sus hermanos y los gritos de su madrasta, las ganas de
salir de todo esto la empujan a tomar una decisión que aparentemente era algo sin importancia:
irse de allí con el primero que se lo propuso, Juan Bautista, un forastero desconocido.
Para Gertrudis dar este paso no fue dificil, si bien es cierto, no fue premeditado y al
presentársele la oportunidad la toma sin medir las consecuencias, quizá pensando en que el
ámbito rural en el que se encontraba no requería de comportamientos decentes y por lo tanto
podía olvidarse de todos las normas sociales que exige la vida en provincia.
Ante la condición provinciana de Gertrudis, la gente de ninguna manera es
condescendiente y le otorga a ella el pago oportuno por sus actos: “es encontrada y castigada por
su padre de una manera humillante. La huida la desvaloriza ante la gente (jueces),
imponiéndosele un matrimonio apresurado para resarcir una conducta anómala sin que medie el
amor.”(15) Y es aquí donde nuestra protagonista, después de su transgresión a las normas
sociales y de su intento de liberación, vuelve a la subordinación de su padre aceptando, sumisa y
sin oponer resistencia sus designios: sigue a Juan Bautista y cumple con sus funciones de esposa
aún cuando él se encontraba privado de su libertad.
Posteriormente Gertrudis vuelve a ser presa del desprecio, ahora por parte de su cónyuge,
cuando después de haberla tenido algún tiempo como su esposa sirviéndolo y complaciéndolo, la
despide amablemente con el siguiente argumento:
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—Yo tenía una novia, Gertrudis. Desde que los dos éramos asinita. No me ha
faltado. Me espera.
Gertrudis retiró las manos y bajó los ojos.
— demás nuestro matrimonio no es válido. No hay acta, no hay papeles…
—Pero mi papá se va a enojar. Él puso los testigos.
—Para no ofenderlo vamos a divorciarnos. Por fortuna no te has cargado con
hijos.”(26)
Gertrudis comprende inocentemente las palabras de su hombre y emprende la retirada sin
siquiera mediar por su honra mancillada. A partir de ese suceso ningún hombre la mirará con
buenos ojos, pues fue desacreditada por su padre ante todos los habitantes del pueblo; además ni
siquiera hubo un papel que respaldara ese matrimonio. La vida de Gertrudis no volverá a ser la
misma de antes: ya no está llena de aburrimiento ni sometida a los designios de ningún varón, por
lo pronto, y mientras ella tomaba estos aspectos con tranquilidad, el futuro no augura nada
prometedor.
En el cuento “Vals capricho” encontramos un personaje que da muchos giros en la
historia en busca de su aceptación por parte de la sociedad, ayudada de sus dos tías solteras
Natalia y Julia Trujillo: ella es Reinerie, joven criada en las montonerías que se encontraba en
estado salvaje, quien era producto de los amoríos de Germán y una india. Toda norma moral y
educación no tienen cabida en ella:
Lo que se enfatiza en la historia son las intenciones de las tías para convertir a su
sobrina en un ser social aceptado por los otros (los que determinan quien es digno
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de respeto o rechazo); sin embargo, llevar la sangre de una india la convierte en
objeto, no sujeto, marginal: la personalidad grotesca y la barbarie de Reinerie se
contraponen a la compostura moral y correcta de toda joven provinciana
“decente”. (Bustamante Bermúdez 15)
Así, desde que ella llega a provincia era una chica libre, feliz, natural, “¡Ostentaba un
aspecto de juventud tan floreciente, una sonrisa tan tímida, un rubor tan espontáneo! (35) Todo en
ella era un reflejo de la vida salvaje. Para ella esta condición en la que se encontraba era de lo
más normal y así lo mostraba en cualquier lugar y circunstancia.
Estas características de la joven son las que provocan el rechazo por parte de la sociedad
provinciana: jovencitas, adultos, jóvenes, todos por igual se alejaban de ella, incluso les producía
repugnancia: “Reinerie tardó en darse cuenta de que a su alrededor se había hecho el vacío.
Vagaba distraídamente por los corredores; se quedaba parada, de pronto, en el centro de las
habitaciones; se golpeaba la frente contra las habitaciones del traspatio. Y no comprendía. Hasta
que una vez cayó presa de una dolorosa convulsión.” (44)
La situación era difícil tanto para las tías como para ella misma que no entendía el porqué
del rechazo. Su ignorancia y falta de educación no le permitían percatarse de que el ámbito en el
que hoy se encontraba (provincia) era totalmente diferente al rural donde se desarrolló. La
sociedad urbana exige normas que deben cumplirse y al estar en ella, éstas no puede pasar
desapercibidas. Sus tías lo sabían, pero era tarea difícil educar a Reinerie.
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Después de muchos trabajos arduos y gracias al empeño de la joven —que al fin
empezaba a comprender su situación— logran convertirla en toda una señorita de sociedad:
“Hacendosa, ensayó las recetas culinarias más exquisitas; deshiló manteles; marcó sabanas.
Distinguida, pirograbó maderas y pintó acuarelas. Desenvuelta, aplicaba con oportunidad las
fórmulas de la conversación.” (45)
Pero el hecho de aprender todo estos requerimientos no le valió la oportunidad que ella
tanto anhelaba: formar parte de una sociedad en la que no encajaba y por la cual fue cruelmente
rechazada y marginada. Reinerie, cansada de luchar para enfrentar los desprecios, se da por
vencida y emprende la retirada, sola, desquiciada.
De esta manera se puede observar cómo la sociedad es implacable con la protagonista,
quien totalmente inocente de su futuro empieza una vida en un lugar donde no tenía cabida. Su
ruptura con las normas impuestas, al llegar a provincia, no se le perdonó nunca, aún siendo del
conocimiento de todos las circunstancias que la llevaron ahí. Ni el propio esfuerzo de esta
jovencita le valió para merecer el mérito de ser aceptada por una sociedad que, lejos de valorarla
y acogerla, únicamente la llevó a la locura y la amarga soledad.
A diferencia de las otras narraciones, que son desarrolladas en un espacio provinciano
(Comitán, Chiapas), el cuento “Domingo” nos presenta el ambiente moderno y un poco más
liberal de la ciudad de México, donde la transgresión de las normas sociales no implica tan
abiertamente el rechazo y la marginación de la mujer, pero ésta todavía sigue siendo víctima de
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la infelicidad y la soledad, por someterse, por distintas razones, a las exigencias del “otro”,
llámese individuo o sociedad.
De esta manera tenemos a Edith, la protagonista de la narración. A diferencia de las
protagonistas anteriores, ella era una mujer casada. Desdichada, pero con el respaldo y la garantía
que daba el serlo. En el umbral de su matrimonio con Carlos existía el amor, pero conforme
pasaba el tiempo éste fue convirtiéndose en rutina: ella aceptaba dócilmente los designios de él
para llevar una convivencia sana. La sumisión y docilidad ante Carlos servían como máscaras
que Edith utilizaba en su rol de esposa, pero al estar al lado de Rafael y en los momentos que
dedicaba a la pintura, recobraba su autenticidad y se despojaba de . Así el personaje encuentra la
manera de tomarse un respiro, de ser ella misma, de disfrutar de lo que le gusta sin tener la
obligación de atender a su esposo, los hijos o el hogar. Ahora a Carlos y Edith los unen otros
vínculos que no son necesariamente amor: “Los hijos, las propiedades en común, hasta la manera
especial de tomar una taza de chocolate antes de dormir.”(24) Por todos estos aspectos, para ellos
era imposible terminar con su relación.
Ante esta situación de monotonía, Edith le da un giro a su vida aceptando el amor
prohibido de Rafael. Aquí se resalta cómo el personaje se libera de prejuicios sociales y morales
dándose un tiempo de placer. Al asumir una actitud de independencia la protagonista es ella
misma sólo por breves lapsos.
Pero el placer le dura poco debido a que Rafael fue quien se aleja de ella. Ante este
desplante le queda como paliativo la pintura donde se siente plena y recuerda su pasión pasada:
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“Después de todo a Rafael le debía el descubrimiento de su propio cuerpo, sepultado bajo largos
años de rutina conyugal, y la revelación de esa otra forma de existencia que era la pintura”(27)
La relación con Rafael y la pintura son formas de darle sentido a su vida
momentáneamente, ya que Edith reconoce que, no obstante, existen altas y bajas. La vida vuelve
a ser igual, un caminar sin sentido donde todo vuelve a donde empezó: “la vida es más bien
monótona” (43) Lo importante es que la mujer tome, aunque sólo en breves lapsos, las riendas
de su vida.
Ése es el principio de una nueva vida; en esta narración el personaje propone a la mujer
vivir su esencia, no obstante lo haga mediante el simulacro, y tenga que seguir sufriendo la
soledad e infelicidad: “Aunque el arte de fingir sea una de las vías alternas como escape para la
mujer, no soluciona el problema principal de sus protagonistas, la soledad, aunque las libera de
otras lacras, derivadas del patrón omnipresente Amo/Esclavo.” (Gil Iriarte 102)
Edith rompe con las normas sociales y morales tratando de encontrarle un sentido a su
vida basada en un matrimonio monótono. La sociedad burguesa no la reprime y condena, como
en las narraciones anteriores, pero paradójicamente es el propio destino el que la condena a la
perpetua soledad no por haber faltado a la moral, sino por el simple hecho de ser una mujer.
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B. La aceptación de la condición femenina.
Los personajes de Los convidados de agosto y Álbum de familia pugnan por omitir del
pensamiento femenino las palabras pasividad, sumisión, abnegación, silencio. Buscan hacer
conciencia en la mujer sobre el estado opresivo en que se encuentra y denuncian con sus
actitudes a aquellas “que limitan sus vidas y no luchan por transformar su cotidianidad que, en
algunos casos, resulta opresiva. Muchas se conforman con su situación y la aceptan en forma
pasiva, sin buscar nuevos horizontes.” (Schwartz 63)
El conformismo, la displicencia, llevan a la mujer a un estado de soledad, de
lamentación; a una vida sin sentido donde uno de los pocos paliativos existentes puede ser la
muerte, que aboliría todo sufrimiento terrenal.
Las mujeres que aparecen en estas narraciones desarrollan sus acciones en un ambiente
totalmente hostil, rechazadas y limitadas por la sociedad; algunas son conscientes de ello, sin
embargo prefieren permanecer tranquilamente y no tener algún enfrentamiento con esa sociedad
que las conduce por el camino de la marginación.
En estas condiciones encontramos a Ester de “Los convidados de agosto” quien
permanece en la soledad debido a su soltería, pero lejos de tener esperanzas y luchar contra ese
estigma solamente encuentra resignación. Su lógica y realismo le advierten que, tanto a ella
como a su hermana Emelina, el tiempo se les pasó y deben asumir una postura digna para no dar
pauta a que la gente las señale: “Es un año, más, ¿verdad? Uno más, sobre muchos otros. Treinta
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y cinco, yo llevo bien la cuenta. Es triste ponerse a competir con las jovencitas. La gente se
burla.”(76)
En el estado en que Ester permanece no le interesa buscar su felicidad o una aceptación
social, prefiere permanecer al margen para no dar indicios a murmuraciones de la gente. Su vida
monótona transcurre entre los cuidados a su anciana madre y su trabajo tan desagradable, otro
tormento al cual permanece atada, pero del cual no puede prescindir por ser el único sustento para
su familia.
Atenta y servicial como es, la única recompensa que Ester obtiene es trabajos y más
trabajos, permanecer al pendiente de todo: casa, servidumbre, madre, etc. nunca recibe estímulo o
elogio alguno: sus halagos son los murmullos de su madre. Es por eso envidia “los pequeños
placeres que disfrutaba Emelina: las plantas, el canario, su amistad con Concha, sus paseos” (72)
Ester solamente observa con tristeza cómo la vida sigue su curso sin esperar ya nada de ella.
En contraparte tenemos a un personaje que anhelaba vivir, ser nuevamente feliz, porque lo
había perdido todo: ella es Romelia de “El viudo Román”. Su vida da un cambio trascendental en
esta historia: imprescindible y amada para sus seres queridos durante su infancia, la muerte
trágica e inesperada de su hermano Rafael le produce la total hostilidad e indiferencia de esas
personas que tanto la ensalzaron. Sus propios padres, obsesionados por la pérdida de su hijo
varón, olvidan la existencia de su pequeña hija abandonándola, convirtiéndola en cualquier objeto
más de su casa.
A partir de todo estos sucesos Romelia intenta salir adelante por méritos propios, analiza
el entorno que la rodea, conoce las normas sociales por las que se rigen y busca la manera de
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actuar para encontrar de nuevo lo que había perdido y tanto anhelaba recuperar: el amor. Sabía
que ese amor lo podía encontrar en un hombre que le brindara protección y cubriera esos vacíos
tan dolorosos generados durante su infancia. También para ella era muy importante que esa
persona le otorgara fortuna y un rango que le proporcionara un lugar respetable en la sociedad.
Estos aspectos que Romelia buscaba en un hombre, solamente los podía ver realizados a través
del matrimonio, debido a que este ofrece todo lo que una mujer puede desear: amor, rango,
respeto.
Para Romelia “Un hombre como don arlos reunía, en el grado sumo de excelencia, las
condiciones requeridas y agregaba a ellas un prestigio más: el de habérsele considerado
inconquistable.” (155) De esta manera, el solo hecho que él mandara pedir su mano fue una
sorpresa enormemente agradable. Al concertar las nupcias ambas partes (don Carlos y el padre de
Romelia) llegan a un acuerdo sin tomar en cuenta el parecer de la novia, así ella se somete a los
designios de su padre sin intervención alguna porque “la mujer que quiere casarse por amor, pese
a las consideraciones de su casta, lanza en realidad, y pese a la ley, un desafío a la
sociedad.”(Chabaud 131) No obstante la situación de que el matrimonio fuera impuesto por su
padre, para Romelia era de su conveniencia debido a que suponía que “cuando un hombre no
ama a una mujer no se casa con ella” (163) por lo tanto, ella se regocija al conocer la decisión de
su padre.
Así con un futuro más perfilado, se dispone a ser la mejor de las esposas: cada actitud,
cada movimiento estaba predeterminado para no cometer alguna imprudencia que pudiera
molestar a su futuro marido, don Carlos, y así toda ella resultara agradable.
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Inútiles fueron los planes e ilusiones que Romelia fraguó para su matrimonio: nada
impidió que don Carlos la devolviera con su familia después de la boda. Humillada, avergonzada
y cruelmente acusada de una gran infamia: su falta de virginidad. Y no sólo eso, la acusación se
agrava cuando su hermana Blanca, por deducciones que ella misma hizo de los acontecimientos,
afirma que la falta de virginidad de Romelia se debe a que mantuvo relaciones incestuosas con su
hermano Rafael: “… ¿Ya no te acuerdas de tu propio hermano, de Rafael? ¿Ya olvidaste que
dormían juntos en la misma cama? ¿O crees que estábamos ciegos y sordos para no darnos cuenta
de lo que sucedía? (180) Ante estas acusaciones Romelia profiere únicamente una débil protesta;
después, ni sus lágrimas ni sus argumentos son tomados en cuenta por don Rafael, su padre,
quien prefiere dar crédito a don Carlos.
Romelia, dócil a los designios de su padre, se encierra en su habitación de la que, quizás,
no volverá a salir jamás. Ella, ilusoriamente una gran señora, hoy se encuentra de nuevo en la
soledad tan temida reviviendo los desprecios de su infancia y todo de lo que, ella creía, se había
liberado. Ahora no tiene los privilegios de la mujer casada ni pertenece al “gremio de las mujeres
que nunca dicen „yo quiero‟ o „yo no quiero‟ sino que siempre dan un rodeo, alrededor de un
hombre, para llegar al fin de sus propósitos.” (l66)
Esta joven “quien se queda reducida al ostracismo y la marginación, sin poder rehacer su
vida” (Schwartz 131) no será aceptada por algún hombre, no será agradable ante la sociedad por
el desprestigio de don Carlos quien la utilizó únicamente como instrumento para su venganza. A
partir de este acontecimiento, la vida de Romelia ya no tiene el mismo sentido, ni ella cuenta con
fuerzas para enfrentarla.
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Siguiendo con los personajes de estas narraciones, tenemos a la señora Justina del cuento
“ abecita blanca”, quien tuvo un matrimonio estable gracias a que aprendió a ser sumisa y
prudente; ante todo ella guardaba silencio y cedía a los deseos de su esposo Juan Carlos. Esta
sumisión al esposo se iba transmitiendo de generación en generación, de madres a hijas como nos
dice Jacqueline Chabaud:
El pasado es la enseñanza de los modelos vivos: los hijos aprenden de su padre y
de los demás hombres del grupo familiar las técnicas de pesca, de la caza, del
cultivo, mientras que las hijas aprenden de su madre y de las demás mujeres a
cuidar a los recién nacidos, cocinar, manejar los aperos en el campo y la aguja en
la casa. (Chabaud 79)
De esta manera la Señora Justina también fue advertida por su madre de que el
matrimonio no era del todo agradable “y que la virtud suprema que había de practicar si quería
merecer la palma del martirio (ya que a la virginidad se había renunciado automáticamente al
tomar el estado de casada) era la virtud de la prudencia y la señora Justina entendió por prudencia
el silencio, el asentamiento, la sumisión.”(53)
Aquí se nos muestra como las mujeres en estas narraciones no tienen derecho a expresar
sus sentimientos, deseos ni anhelos. Deben guardar absoluto silencio sin pedir nada a cambio:
La devaluación permanente de lo femenino es asumida por las propias mujeres que
se tornan incapaces de liberarse de las formulaciones del patriarcado, por miedo a
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la exclusión social. La mujer que emprenda la revolución cultural será repudiada,
la mujer que cuestiona queda automáticamente fuera del abrigo social. (Gil 206)
Principalmente debe callar si el esposo proporciona lo necesario para el sustento a la
familia y le dé el lugar de “esposa legítima”, así hasta una infidelidad puede ser ignorada, como
le sucedió a la protagonista.
El recato y la decencia son las virtudes más valoradas en una mujer. Doña Justina no
podía objetar algo en desacuerdo sin que su marido la reprendiera pretextando cualquier cosa:
La Señora Justina estaba sola la mayor parte del día con las muchachas ya
encarriladas en una oficina muy decente y con el marido sabe Dios dónde. Metido
en problemas, seguro. Pero de eso más valía no hablar porque Juan Carlos se
irritaba cuando su mujer no entendía lo que le estaba diciendo. (56)
En este ámbito de soledad y total hostilidad ella se refugia en su hijo varón: Luisito. Todo
el amor que posee lo inclina hacia él quien, en realidad, es el único que le interesa, argumentando
que sus otras dos hijas, Lupe y Carmela, podían arreglárselas más fácilmente por el hecho de ser
mujeres. Para el pensamiento de la época el hijo varón era sumamente importante, porque de él
dependían las generaciones futuras.
La Señora Justina cumplió dignamente los requerimientos para ser una buena esposa:
siguió normas morales y sociales, fue fiel a los lineamientos del matrimonio, crió con constancia
y dedicación a sus hijos… pero todo esto no bastó para tener una vida plena. Su sometimiento a
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los designios de Juan Carlos no le permitió reflexionar, encontrarse con ella misma y conocer sus
propias inquietudes.
Después, la muerte de su esposo le abre las puertas de su libertad, más no de su felicidad.
La soledad que ella experimenta desde su matrimonio sigue haciendo acto de presencia en su
vida. Con edad avanzada, sus hijos la relegan y la excluyen, a todos les estorba. Hasta el propio
Luisito en quien cifró sus esperanzas se libera de ella independizándose para vivir en la
homosexualidad. Aún cuando vive con su hija Lupe, ella la desdeña absolutamente; Carmela y
sus hijos no la frecuentan, todos se han alejado de ella para someterla a la más cruel de las
torturas y de la cual nunca podrá liberarse: la soledad. A la señora Justina “le habría gustado que
la rodearan los nietos, los hijos, como en las estampas antiguas. Pero eso era como una especie de
sueño y la realidad era que nadie la visitaba (…)” (62)
Claramente podemos observar cómo la mujer, aun siguiendo fielmente los patrones
impuestos, no goza de una vida plena, satisfactoria. Las ataduras que impiden su realización están
presentes en todas las etapas de su vida negándole la dicha de ser realmente una persona íntegra.
Analizando el cuento “Receta de cocina” encontramos a una mujer recién casada
que, mediante un monólogo interno, relata episodios de su vida mientras cocina un pedazo de
carne y eso le permite abrir paso a otros recuerdos más. Esta mujer, cuya diluida vida se
manifiesta hasta en la omisión del propio nombre, empieza por analizar su existencia ¿en realidad
quien es ella?:
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[…] Yo no soy el sueño que sueña, que sueña, que sueña; yo no soy el reflejo de
una imagen de cristal; a mí no me aniquila la cerrazón de una conciencia o de toda
conciencia posible. Yo continúo viviendo con una vida densa, viscosa, turbia,
aunque el que está a mi lado y el remoto me ignoren, me olviden, me pospongan,
me abandonen, me desamen. (10)
La protagonista cuestiona, interiormente, la idea existente acerca de la mujer como un ser
carente de pensamiento, manipulada y sin vida propia. No obstante esa vida sea incompleta,
vacía, la mujer puede optar por ser alguien, y superar todos esos complejos. Así ella desahoga
sus sentimientos reprimidos debido a la insuficiente oportunidad de diálogo con su marido. En
estas condiciones debe guardar las apariencias y ser una esposa sumisa, obediente, como todas
las mujeres respetables de su entorno.
Se reconoce inexperta en algunas tareas del hogar y ya descontenta con el rol de ama de
casa que se le asignó, aprovecha la ocasión para hacer un reproche: su lugar únicamente está en la
cocina, ella no es digna de otro lugar. A pesar de carecer de la mínima idea del arte culinario,
debe atenerse a los deseos y mandatos de su esposo como toda “abnegada mujercita mexicana”.
Con marcada ironía le agradece a él el hecho de que la haya desposado y que la tenga allí
encerrada: “Gracias por haberme abierto la jaula de una rutina estéril para cerrarme la jaula de
otra rutina que, según todos los propósitos y las posibilidades, ha de ser fecunda.”(12)
A pesar de que le desagradan las órdenes y las responsabilidades que se le atribuyen
“tareas de una criada” ella debe permanecer en silencio, con protestas internas. Escudriñando su
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vida de esta manera, aparecen imágenes mentales en forma de película, donde el papel que le
hubiera gustado representar dista bastante de la realidad a la que está circunscrita: mujer sola,
rica, libre, disfrutando los placeres de la vida.
Al final, el personaje discierne que tiene dos opciones para elegir: ser en su matrimonio
la que impone, valerse por méritos propios y no sucumbir ante su enemigo (marido) o ser
simplemente una mujer tradicional como muchas otras, sumisa, abnegada e inconforme con su
situación:
Yo seré, de hoy en adelante, lo que elija en este momento. Seductoramente
aturdida, profundamente reservada, hipócrita. Yo impondré desde el principio, y
con un poco de impertinencia, las reglas del juego. (…) Si asumo la otra actitud, si
soy el caso típico, la femineidad que solicita indulgencia para sus errores, la
balanza se inclinara a favor de mi antagonista (…) (21)
No obstante, ninguna de las dos opciones cubren sus expectativas: no desea ser sumisa
pero tampoco imponente. Su deseo es, simplemente, ser ella misma, “auténtica”, y no dejarse
llevar por cánones establecidos. Sabe que esto le traería dificultades con su esposo, con el cual
ella tiene un gran compromiso realizado ante el altar y que no puede deshacer.
Como conclusión determina que tiene que aceptar su condición de esposa, seguir
asumiendo una actitud con la que nunca estará de acuerdo, pero de la que depende para llevar una
vida tranquila y apacible.
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Aquí claramente podemos observar cómo este personaje se adentra en un estado de
autoconciencia, analizando su vida y rompiendo ese sopor en el que permanecían las demás
mujeres de este relato. Si bien es cierto las conclusiones a las que llega la protagonista no son
muy alentadoras para el pensamiento femenino, es un buen principio el que la mujer reconozca su
existencia, que se sienta viva y con deseos de ser valorada.
C. Motivos de transgresión a las normas sociales y sus consecuencias.
Como hemos visto en los apartados anteriores, la mujer ha vivido en un mundo hostil donde la
represión, la marginalidad y la soledad son las únicas alternativas en las que puede ser
socialmente aceptada.
Por diferentes circunstancias tiene que adaptarse a las formas de vida que le han sido
impuestas por el otro llámese sociedad, familia, varón, etc. Cada movimiento, pensamiento,
actitudes están determinados por normas exteriores a ellas, creadas por hombres y en beneficio
de ellos mismos: “Estas normas no son neutrales, no se ciernen a igual distancia de los opuestos
sexos, sino que pertenecen íntegras a la masculinidad.”(Simmel 81)
El hombre es quien impone, ordena y manda, por lo tanto, es de rigor que estas normas
sean cumplidas fielmente; de manera opuesta las consecuencias son inmediatas y obvias a los
ojos de todos. La mujer al aceptar y someterse a esas normas impuestas llega a un estado de
inferioridad donde carece de identidad propia, puesto que, como subordinada, debe servir y
honrar tanto a su señor como a las leyes que él ha impuesto. Esto ha dado cabida a la lucha que
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surge en defensa de la mujer y sus derechos porque “lo mismo que el hombre, la mujer es un ser
humano; al igual que éste, tiene el derecho de desarrollar sus facultades, todas sus facultades; de
elegir su vida; de ejercer todas las actividades, todas las responsabilidades propias de la dignidad
humana” (Chabaud 20)
Los personajes de Rosario Castellanos manifiestan en estas narraciones que la vida de la
mujer debe ser satisfactoria, que no pueden dejarse vencer por un mundo androcentrista que lo
único que le produce son la soledad y el dolor. Estos aspectos son retomados en estas dos obras
narrativas Los convidados de agosto y Álbum de familia, donde se nos presenta a una diversidad
de mujeres de clase media insertas en diversas situaciones y circunstancias; algunas luchan
fehacientemente por obtener la aceptación social transgrediendo las normas establecidas, otras
prefieren mantenerse al margen de toda rebeldía respetando y acatando lo impuesto.
En Los convidados de agosto los personajes femeninos intentan salir de ese espacio
limitado en que se encuentran y toman, por breves momentos, el gobierno de su vida. Sin
embargo factores externos a ellas impiden que logren continuar con ese momento de realización
tan anhelado:
Estos personajes viven en las páginas de esta escritora un leve momento de
autenticidad, en cuanto se deciden a protagonizar una pequeña subversión
doméstica, sin embargo la fuerza del consenso social y de los prejuicios de clase
media provinciana, […], abortan todo intento de autodeterminación por parte de
las protagonistas femeninas. (Gil Iriarte 99).
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Algunos personajes desafían las normas sociales, por distintos motivos y de manera
diferente, pero siempre enfrentando a ese monstruo dominante llamado sociedad que tarde o
temprano las lleva a una inmensa soledad que, a su vez, les produce una tristeza infinita.
En Álbum de familia las figuras femeninas presentan una evolución en su forma de
enfrentar la vida: analizan su entorno, su mundo, presentan cuestionamientos internos acerca de
lo que implica el ser mujer; existe una toma de conciencia acerca de sus limitaciones así como de
las posibilidades de llevar una vida diferente; al final se inclinan por tomar parte en ese ámbito
restrictivo fingiendo adaptación, refugiándose en su interioridad la cual les permite ser ellas sin
necesidad de exteriorizarse.
En ambos cuentos se presenta la situación de la mujer a través de dos tipos de personajes:
la soltera y la casada. El matrimonio-maternidad era, en esa época, la única alternativa de la
mujer para ser aceptada socialmente, la dotaba de una jerarquía debido a que se encontraba bajo
la protección del varón y era éste quien tenía autoridad necesaria para tomar todo tipo de
decisiones, incluyendo los propios intereses de las mujeres. Por lo tanto: “Si sólo mediante el
matrimonio-maternidad puede la mujer alcanzar una cierta realización, es obvio que la soltería
per se coloca en situación humillante.” (Fiscal 52) Las mujeres que se encontraban en este estado
eran cruelmente marginadas, ignoradas; por esto ellas emprendían una vida de claustro donde la
soledad era su única compañía. La mayoría de ellas resignadas a su condición de soltería
actuaban con pasividad y paciencia recibiendo de la vida únicamente lo que su entorno le
ofrecía. Es en estas narraciones donde podemos escuchar la voz de la mujer a través de los
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personajes y se impugna para que la mujer deje de lado la paciencia y pasividad y luche por ser
partícipe de su entorno social.
Dentro de esta categoría encontramos a Emelina y Gertrudis quienes infringen las leyes
conductuales de la sociedad para ir en busca de un sentido a su vida, algo nuevo que rompa con
la monotonía en que se encuentran. La diferencia entre ambas radica en que Emelina es una
mujer madura, provinciana, de familia muy decente, que actúa contra su destino pensando que
no todo está perdido porque aún existen esperanzas de salir de ese inframundo.
Gertrudis, por su parte, no pertenece a ninguna familia de renombre, es soltera, pero
joven aún; decide aventurarse sin analizar mucho su situación, únicamente quiere salir del tedio
en que se encuentra, debido a que su vida estaba muy limitada por su padre y por la monotonía de
un trabajo poco deseable.
Ambas mujeres desean salir de esa situación, ser libres, por ello deciden dar ese cambio
radical en su vida. Emelina conoce con precedencia las consecuencias que pudiera ocasionar su
conducta, lo percibió en otras chicas que procedieron de manera similar. Gertrudis presupone que
en un ambiente rural desintegrado, su manera de actuar pasaría inadvertida. En ambos casos el
final no es feliz y tanto una como la otra quedarán en la soledad: Emelina marginada y
cruelmente humillada; Gertrudis despreciada y con un futuro incierto, si bien asume una actitud
tranquila y relajada, es debido a que desconoce lo que en adelante será su vida. Tanto el destino
como la sociedad fueron implacables con estas dos mujeres, cuyo único objetivo era vivir de una
forma en que ellas se sintieran mejor.
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La transgresión presentada en Reinerie es muy diferente a la de los dos personajes
anteriores debido a que, siendo ella el fruto de la unión de Germán Trujillo con una india,
desconoce la gran diferencia de entornos y las exigencias que se tenían en las urbes. Las normas
sociales establecidas en la ciudad estaban bien delimitadas, es por esto, al llegar Reinerie y
quebrantarlas inconscientemente, como respuesta se presenta el rechazo por parte de los demás.
Su inocencia, al inicio de la narración, no le permite percatarse del peligro que la amenaza.
No obstante el empeño que puso para ser una mujer nueva, el ámbito social no le perdona
haber quebrantado sus cánones. Totalmente derrotada, abatida y de nuevo inmersa en sus
actitudes primitivas, prefiere emprender la retirada, alejarse por completo de ese mundo
sepulcral.
Estos personajes tienen que enfrentar, por parte de la sociedad en la que viven, el rechazo,
la marginación. No se les concede la oportunidad de una vida mejor, de ser escuchadas y tomadas
en cuenta. Sus errores, si así se le puede nombrar, son cubiertos con la sombra de la soledad, el
abandono y sobretodo la infelicidad que las acompañará el resto de sus vidas.
Un personaje que dentro del matrimonio ha podido ser ella misma, pero sólo por breves
momentos es Edith quien lleva una vida perteneciente a la sociedad burguesa, delimitada por su
condición de esposa y madre.
De una forma monótona su matrimonio va cayendo en la rutina y con ello en la
infelicidad. Es aquí cuando se le presenta la oportunidad de salir de esa monotonía y quebranta su
imagen de mujer sumisa. Atrevida se entrega a la pasión que le ofrece Rafael, deseosa de sentirse
valorada se quita la máscara que la cubría los demás días de la semana.
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Esta transgresión de Edith no se percibe por todas las personas, quienes únicamente
pueden observar en ella una mujer entregada a su matrimonio. Ella necesita valerse de ciertas
artimañas para lograr parte de su realización como mujer y ocultar sus manifestaciones contra lo
impuesto: “Este juego de duplicidades se produce por el deseo de las protagonistas de conquistar
una identidad sin tener que resquebrajar el orden patriarcal que las limita.” (Gil Iriarte 103) Así
al lado de su esposo Carlos es la perfecta casada: complaciente, sumisa, entregada a las tareas
domésticas, etc.; sin embargo, también dedica el tiempo necesario para su felicidad fuera de ese
escenario y, aunque es una felicidad incompleta, la disfruta plenamente.
La sociedad burguesa en que las mujeres permanecen es abierta y liberal, se habla del
divorcio, del aborto, relaciones homosexuales, etc. de esta manera Edith acepta la infidelidad de
Carlos e incluso tiene amistad con su propia rival en amores, pero su propia infidelidad la
mantiene oculta.
Concluyendo, cada mujer presentada intenta ir más allá de los límites; nada las detiene al
iniciar su marcha, pero todo se opone a ellas y a sus decisiones. Independientemente de los
recursos y las técnicas utilizadas, obtienen el mismo resultado que las mujeres sumisas sometidas
a los modelos tradicionales: el rechazo, la soledad y por ende, la infelicidad. De una o de otra
manera las mujeres representadas en estas obras seguían permaneciendo al margen, invisible, sin
voz y sin la manera de expresar sus sentimientos.