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Los Cuadernos de Arte VIAJE A LA PINTURA Y OTROS ENTRETENIMIENTOS DE MANOLO CALVO ACOMPAÑADOS POR LA PROSA DE ROBERTO ARLT Manolo Revuelta e ierto astrólogo me dijo una vez que el signo zodiacal que presidía la casa de mi nacimiento indicaba, entre otros ac- cidentes, temerarios peligros en viajes de mar, y yo sonreí con dulzura porque no creía en la influencia de los astros; de manera que al iniciar mi viaje hacia Panamá ni por un momento se me ocurrió que me aguardaban aventuras tan tremendas como las que me permitirían compagi- nar la presente crónica, que, sumada a los ir- mes telegráficos del corresponsal del «mes» en Honolulú, constituye una de las más sorprenden- tísimas historias que la Geología haya podido de- sear para completar sus estudios sobre las dislo- caciones que se producen en el fondo del océano Pacco.» * * * Conocí a Manolo Calvo a principios de los se- senta, esperando el paso de una triste cabalgata de la Semana Santa madrileña. Pensé entonces, por su color cetrino, su perilla y un vestuio poco convencional, que era un latinoamericano de raza híbrida. Aquel asturiano, metido y vivido a madrileño, pintaba cosas geométricas, círculos, rayas, colo- res netos. Lo concreto. Iniciábamos entonces un largo diálogo, aún ina- cabado. Tópicos obsesivos, siempre presentes: Mondrian, Malevich, los constructivistas y, reba- jando contenidos, los japoneses y su predisposi- ción técnica; reflejar y apropiarse de las rmas; del color a la obsesión del «blanco sobre blanco»; y también la perenne castración del pintor, las paralelas que se encuentran en el infinito, el mo- vimiento. Eran tiempos en que pintar, escribir o intentar hacer cine, tenían mucho de búsqueda de soporte teórico, de salto en un vacío terminológico, que se intentaba rellen de ideología y de materialismo. El arte como ente de representación de la razón y de la voluntad, sin posibilidades de plasmación en lo cotidiano. Manolo llevaba consigo una rmación autodi- dacta, un intento ustrado de ser piloto y una estancia en París, llena de mitos tísticos acom- 77 Manolo Calvo. pañando la aventura miserable de la recogida de papeles, el batiment y la experiencia, corta pero traumática, del trabajo en la cadena industrial. Siempre sorprendía, lo consigue aún hoy, su aire popular, comunicante, en tascas, en la calle, ante el caminar de meres, con las gentes del barrio madrileño de Ventas cercano a la plaza de toros, «hace tiempo que vengo al taller y no sé a qué vengo», con su delicadeza y precisión en la mesa de dibujo o ante el lienzo. Pintar era, más que vocación, mecanismo de comunicación con el en- torno, cargado incluso de erte dosis de mor. Eran tiempos entonces de reaparición y redes- cubrimiento del movimiento obrero y popul en España, sin la mitificación rastrada de los stos de la guerra civil, y del auge descolonizador, uera. Se hablaba de mineros en Asturias, de argelinos en la metrópoli ancesa o en las calles de Orán o de Argel, de cubanos barbudos. Lo inmediato como realidad comunicable, lo popul como comunicación inmediata, a un presunto re- ceptor de existencia más que dudosa, aunque ne- cesaria y voluntariamente creído por real, que es- peraba de la aportación de los artistas. * * * «Humeaban las chimeneas de la ciudad al borde del desierto, y amarilleaban lentamente las fachadas de las fábricas. El arco del puerto, con sus casas escalonadas en la falda de los cerros, encajonaba calles en pendiente que parecían fun-

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VIAJE A LA PINTURA Y OTROS ENTRETENIMIENTOS DE MANOLO CALVO ACOMPAÑADOS POR LA PROSA DE ROBERTO ARLT

Manolo Revuelta

e ierto astrólogo me dijo una vez que el signo zodiacal que presidía la casa de mi nacimiento indicaba, entre otros ac­cidentes, temerarios peligros en viajes

de mar, y yo sonreí con dulzura porque no creía en la influencia de los astros; de manera que al iniciar mi viaje hacia Panamá ni por un momento se me ocurrió que me aguardaban aventuras tan tremendas como las que me permitirían compagi­nar la presente crónica, que, sumada a los infor­mes telegráficos del corresponsal del «Times» en Honolulú, constituye una de las más sorprenden­tísimas historias que la Geología haya podido de­sear para completar sus estudios sobre las dislo­caciones que se producen en el fondo del océano Pacífico.»

* * *

Conocí a Manolo Calvo a principios de los se­senta, esperando el paso de una triste cabalgata de la Semana Santa madrileña. Pensé entonces, por su color cetrino, su perilla y un vestuario poco convencional, que era un latinoamericano de raza híbrida.

Aquel asturiano, metido y vivido a madrileño, pintaba cosas geométricas, círculos, rayas, colo­res netos. Lo concreto.

Iniciábamos entonces un largo diálogo, aún ina­cabado. Tópicos obsesivos, siempre presentes: Mondrian, Malevich, los constructivistas y, reba­jando contenidos, los japoneses y su predisposi­ción técnica; reflejar y apropiarse de las formas; del color a la obsesión del «blanco sobre blanco»; y también la perenne castración del pintor, las paralelas que se encuentran en el infinito, el mo­vimiento.

Eran tiempos en que pintar, escribir o intentar hacer cine, tenían mucho de búsqueda de soporte teórico, de salto en un vacío terminológico, que se intentaba rellenar de ideología y de materialismo. El arte como ente de representación de la razón y de la voluntad, sin posibilidades de plasmación en lo cotidiano.

Manolo llevaba consigo una formación autodi­dacta, un intento frustrado de ser piloto y una estancia en París, llena de mitos artísticos acom-

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Manolo Calvo.

pañando la aventura miserable de la recogida de papeles, el batiment y la experiencia, corta pero traumática, del trabajo en la cadena industrial. Siempre sorprendía, lo consigue aún hoy, su aire popular, comunicante, en tascas, en la calle, ante el caminar de mujeres, con las gentes del barrio madrileño de V en tas cercano a la plaza de toros, «hace tiempo que vengo al taller y no sé a qué vengo», con su delicadeza y precisión en la mesa de dibujo o ante el lienzo. Pintar era, más que vocación, mecanismo de comunicación con el en­torno, cargado incluso de fuerte dosis de moral.

Eran tiempos entonces de reaparición y redes­cubrimiento del movimiento obrero y popular en España, sin la mitificación arrastrada de los fastos de la guerra civil, y del auge descolonizador, afuera. Se hablaba de mineros en Asturias, de argelinos en la metrópoli francesa o en las calles de Orán o de Argel, de cubanos barbudos. Lo inmediato como realidad comunicable, lo popular como comunicación inmediata, a un presunto re­ceptor de existencia más que dudosa, aunque ne­cesaria y voluntariamente creído por real, que es­peraba de la aportación de los artistas.

* * *

«Humeaban las chimeneas de la ciudad al borde del desierto, y amarilleaban lentamente las fachadas de las fábricas. El arco del puerto, con sus casas escalonadas en la falda de los cerros, encajonaba calles en pendiente que parecían fun-

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dirse en la neblina azul que flotaba en los socavo­nes de la cordillera.

Durante el día había soplado un viento fuerte y el aire estaba cargado del rojizo polvo del de­sierto. A un costado del puerto, sobre la superfi­cie montuosa de un cerro trepaba la vía de un ferrocarril; de pronto, un convoy de· pasajeros, chapadas las ventanillas por el oro del sol, se perdió entre un abultamiento de montañas y no sé por qué el corazón se me encogió dolorosamente. Si en aquel momento hubiera escuchado la voz de mis instintos habría abandonado el «Blue Star», pero poderosas razones me impedían bajar a tie­rra.

Esto hizo que, apartando el pensamiento del fugitivo presagio, fijara la atención en los hom­bres que vagabundeaban por el puerto».

* * *

Como ilusión y como exigencia de aquella reali­dad política y social, bajo el signo aún de lo azul marino, color entero, neto y proletario, de lo kaki, de lo morado, Manolo, además de sus geometrías, deambulaba al tiempo por el movimiento de «Es­tampa Popular», que se escoraba ingenua y peli­grosamente hacia un estilizado realismo socialista. Aportaba algunos grabados al grupo que rompía con la tristeza generacional y formal dominante. De entonces recuerdo un reyecito de cabeza trian­gular enorme; y un bebé grandote, con condeco­raciones, grabados ambos cargados de un amargo y delicado sentido del humor.

No iba a ser hombre fácilmente adaptable a un mercado artístico, cada vez más agotado y repeti­tivo, de las variantes de entreguerras. A contra­pelo de la tendencia a la especialización, tan pró­xima a la cadena de la fábrica, tan cómoda para la promoción por críticos y marchands, Manolo in­tentaba la aventura de la variación permanente, de la indefinición constante, de la no fijación en un modelo específico y reiterativo. Aventura y movi­lidad, tanto en lo geográfico como en el estilo y la anécdota pictórica.

El hombre como medida, torsos encajonados entre líneas transparentes, el trazo abstracto y libre emergiendo de las figuras. Papeles arrugados entre trazos finos negros y grises; colores libera­dos para ser reconducidos por un rodillo a una reiteración geométrica. La tortura, la represión. Generales brasileños en una extensa galería de «águilas podridas» que buscan comunicarse desde su expresionismo irónico en tímidos intentos de aproximación al tebeo; irrupción plena de las v-iñe­tas para contar las historias del pez grande que se come al chico y los chicos reventando al grande, o el perro-ameba y la mosca. Eran los tiempos de la guerra del Vietnam y la geometría retornaba en clave de humor a los cuadros de Manolo como técnicas y trampas para matar a un presidente yanky, Do you speak english? ... No!

Después, rellenar láminas, lienzos, y paredes de cientos y cientos de hombrecitos en un inmóvil

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caminar, con colores netos unas veces, siluetas ópticas otras, omnipresente la geometría, compo­niendo una larga e inacabada manifestación.

Búsqueda escultórica del monstruo cibernético, luces, sonido, movimiento, artilugio. Va y viene. No se detiene, art - i - lugio ¿el artilugio es un juego? el artijuego es un lugio ...

Retorno al blanco sobre blanco: dejar de pintar.

«Como sobrevivientes de una catástrofe, pasa­ban cabalgando en mulos indígenas achocolata­dos. Más haraposos que limosneros, de cerca pa­recían leprosos; los ojos despestañados, los pár­pados encendidos, requemados por el salitre de las calicheras. Un manco, con un loro montado en una pértiga, canturreaba mostrando el muñón ennegrecido. A veces entre esta multitud de mise­rables descalzos, resonaba la bocina de un auto­móvil y se veía a los haraposos saltar precipita­damente a un costado para evitar que los aplas­tara la máquina.»

El cine siempre ha tenido algo de tentación vir­tuosa en la vida de Manolo: imagen en movi­miento, ese más allá inmediato del arte «en su época de reproducción mecánica». Benjaminiano «avant la letre», las relaciones con el mundo fíl­mico jugaron un papel importante en nuestra amis­tad a lo largo de las décadas de los sesenta y setenta.

Le han pedido cuadros, pintados a fines de los cincuenta, para decorar casas de un presunto fu­turo, en un incipiente y hasta ahora frustrado cine español de ciencia-ficción. Se paseó, además, por las pantallas de la Escuela de Cine: como guerri­llero preso y torturado en película del chileno Pa­tricio Guzmán; de enanito violador de una Blan­canieves-Julia Peña, al alimón con Agustín García Calvo, Antonio Gamero, Mario Paulo, Alfredo Mañas, y otros enanos atosigados por la bruja Basilio Patino; de un Valle Inclán empachado de españolismo en café de principios de siglo, harto del «yo en todas partes fanaticé por España. ¡Es­paña sobre todas las naciones!», Cabeza del Bau­tista, melodrama para marionetas; de pintor ante un mundo enjaulado en parque de fieras; de él mismo, saliendo y saliendo, entrando y entrando, saliendo y entrando, en cinta sin fin, del portal número diecisiete de la calle Elvira.

Una historia cinematográfica cargada de ego­centrismo, de autofascinación, de repetición de su imagen de brujo hindú ante los sorprendidos es­pectadores de un Festival en Bilbao; o relatando, años más tarde, una aventura pictórica propia en la zona madrileña de Palomeras. Ceremonia ritual de pintores progresistas embadurnando paredes con figuras tristes de trabajadores, palomas de la paz y fragmentos del Gernika para ilustración y mejora artística de barrio obrero. Todo se tamba­leaba ante el intento de Manolo de exhumar una vieja pintada, tachada, del pasado inmediato, «yanquis y fascistas asesinos».

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Redescubrir algo vivo, en paredes condenadas a museo para pobres, desencadenaba la oposición censora de reconciliadores y recuperadores papa­natas, así como la discusión y apoyo asambleario de gentes del barrio. Se estaba ya en la transición.

* * *

«En la Sirena de Sal (el más importante cabaret de Antofagasta) me han informado que el barco no sólo ha cambiado de dueño, lo cual no tendría importancia, sino que también le han cambiado el nombre. Primitivamente se llamó «Don Pedro II» y no «Blue Star». Y tú sabes, barco que cambia de nombre está condenado a la desgracia.

En aquel mismo momento Luciano se dio cuenta de que Mariana Lacasa escuchaba sus palabras y levantó expresamente la voz para inte­resarla en su «noticia». Mariana Lacasa era una joven que en aquel viaje de circunvalación se ha­bía enredado en cierta manera con Ab-el-Korda, hijo de un remoto emir árabe. Luciano estaba ligeramente enamorado de miss Mariana, de modo que para engancharla en la conversación le preguntó:

-Señorita Mariana, ¿no tenía usted noticia delcambio de nombre del barco?

-No.Ella se sentó a mi lado, y luego:-¿Tiene acaso importancia el cambio?Luciano prosiguió:-Está archirrequeteprobado que barco que

cambia de nombre concita contra sí la cólera de todas las fuerzas plutónicas. En síntesis, que es­tamos fritos.

Hacía unos momentos que a espaldas de miss Mariana se había detenido el señor Gastido. El señor Gastido era un millonario peruano que via­jaba con su esposa y tres hermanas de su mujer, lo cual motivaba la murmuración de todos los maldicientes. Atraído por el perfume de la carne de miss Mariana, trató jactanciosamente de acla­rar la cuestión.

-¿Qué es lo que entiende usted, señor Camblor,por estar fritos?

Luciano detestaba a Gastido. En vez de mante­nerse calmoso, respondió un poco nerviosamente.

-¿Qué entiendo por estar fritos? ¿Qué es lo queentiendo? Pues entiendo, señor Gastido, que us­ted, yo y todos los pasajeros de este buque sere­mos víctimas de terribles sucesos durante este viaje.

El peruano se sintió despectivo frente al des­tino, por dos razones: tenía dinero y sabía boxear. Replicó, entre un poco mordaz y otro poco escép­tico:

-Entonc;es, ¿por qué se ha embarcado en estebuque, caballero?

Luciano, amostazado por el retintín burlón que campanilleaba en ese equívoco término de «caba­llero», replicó hostil:

-No acostumbro a discutir mis presentimien­tos.»

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De un viaJe por Europa, Inglaterra, Bélgica, Holanda, y de una tarjeta postal, «alegoría de la fecundidad», de Jordaens, Manolo va a buscar la fecundidad de la alegoría, la variación sobre el mismo tema, para volver a la simplicidad de las formas geométricas en continuo retorno. Casi al mismo tiempo, iniciaba el camino inverso: geome­trías anteriores, de curvas netas, daban pie a otra serie en que esas formas se expandían como ser­pientes multiformes en busca de entidad figura­tiva, en un caos curvo de sexos masculinos y femeninos.

La variación pictórica, con, de, en, por, sin, sobre, tras, la geometría, ha tenido en Manolo una cierta, aunque no paralela, correlación geográfica. Ha sido hombre de viajes, de estancias alargadas, de semiintegración y semiconflicto, en países vi­vidos, más que visitados, presentes en las varian­tes del pintar. Ha sido también persona conflictiva ante el tartufismo del entorno artístico. Híbrido de quijote y narciso impenitente, choca una vez y otra con molinos-gigantes en el reseco mercado artístico.

Del París de los cincuenta al Portugal de los claveles; otra ilusión marchita. Después Venecia, un viaje corto, agresivo, derecho al pataleo, en 1976, a la Bienal del reparto de los despojos cultu­rales del franquismo y de la nueva democracia, a punto de nacer entre sofocos y autentificaciones de cristianos viejos.

Y América, una y otra vez, el Brasil de los

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generales, de las «águilas podres», pero también de vida libre, del samba, de Hombres, animales, cosas, sin apenas pasado, en continuo hacerse, negro, blanco, verde, rojo, triste, alegre; Colom­bia, entre agresiva y cordial, violenta y dulce; escapadas a Quito, Lima. América como trampa vital y fuga.

También Marruecos, reencuentro con el ara­besco, con siglos de virtuosismo geométrico, de caligrafía ornamental; y choque con la censura de la monarquía alauita.

El viaje por y a través de la pintura de Manolo bordea siempre la tendencia y el riesgo del vacío, del dejar de pintar, del tirar la toalla, para de nuevo reiniciarse, con apuntes, con pequeños di­bujos, con bocetos. Cada vez más desprovisto de teoría, cada vez más ligado a una necesidad instin­tiva, de reducto, de consumo casi personal. «Así como la tangente -decía alguna vez Benjamín­solo roza ligeramente al círculo en un punto, aun­que sea este contacto y no el punto el que epreside la ley y después la tangente sigue su trayectoria recta hasta el infinito ... »

NOTA

Los textos de Roberto Arlt pertenecen al comienzo de «Viaje Terrible». Editorial Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1974.

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EDITORIAL ANAGRAMA C/. DE LA CREU, 44 BARCELONA (34) Teléfo n o 203 76 52

NARRATIVAS HISPANICAS

Luis Goytisolo ESTELA DEL FUEGO QUE SE ALEJA

Una novela extraordinaria de «un novelista tan dominador como inteligente. Un escritor excepcional, un escritor en gran medida, único» (Luis Suñén).

«Páginas de rigurosa inteligencia, de ambiciosa elaboración de deli­cada nostalgia, de espléndido sarcasmo. En definitiva, una novela des­concertante, deslumbradora, extraordinaria» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia).

«Uno de nuestros más lúcidos y profundos narradores» (Rafael Conte, El País).

Traducciones italiana y francesa en vías de publicación.

Alvaro Pombo EL HEROE DE LAS MANSARDAS DE MANSARD

1 Premio Herralde de Novela, otorgado por unanimidad por un jurado compuesto por Salvador Clotas, Juan Cuelo, Luis Goytisolo, Esther Tusquets y el editor Jorge Herralde. Una crítica excepcional para una novela excepcional: «muy bella» (R. M. Pereda Cambio 16), «fasci­nante ... prosa excepcional (R. Cante, El País), «un placer ... la he leido de una sola bocanada» (R. Saladrigas), La Vanguardia), «Excelente» (V. Melina Foix, Diario 16). «Un gran libro ... una novela espléndida que se lee sin respiro» (L. Azanca!, ABC).

Pere Calders RULETA RUSA Y OTROS CUENTOS

Prólogo de J. M. Castellet. Por primera vez en castellano, una amplia antología del mejor cuen­

tista catalán del siglo. Una experiencia inolvidable.

Alvaro Pombo EL HIJO ADOPTIVO

Finalista, ex-aequo del I Premio Herralde de Novela. A la vez, una novela de fantasmas y una novela de amor. Una historia

sobrecogedora tratada con un especial humor.

Eduardo Alonso EL INSOMNIO DE UNA NOCHE DE INVIERNO

Premio Azorin de Novela. Un espléndido fresco histórico en torno a la figura de Quevedo:

«Sorprendente ejercicio de imaginación y lenguaje ... Una firmísima es­peranza de la narrativa española actual» (M. García Posada, ABC).

Enrique Vila-Matas IMPOSTURA

Finalista ex-aequo del I Premio Herralde de Novela. Un inquietante relato en una Barcelona espectral, convertida en un gigantesco mani­comio.

PANORAMA DE NARRATIVAS

John Fowles EL PAGO

Un libro fascinante e inolvidable por el autor de «La mujer del teniente francés».

Barbara Probst Solomon VUELOS CORTOS

«Una novela ingeniosa, definitiva, detallada, inteligente y maravillo­samente divertida" (Norman Mailler).

Un libro muy esperado, con la transición española como escenario importante.

lvy Compton-Burnett UNA HERENCIA Y SU HISTORIA

«Una de las narradoras más importantes de la literatura contempo­ránea, tanto británica como mundial» (El País). Reedición de «Criados y doncellas».

Tom Wolfe ELEGIDOS PARA LA GLORIA (Lo que hay que tener)

La obra maestra del maestro del «nuevo periodismo»: el libro en que se ha basado la película galardonada con 4 Osear.