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José Díaz Fernández (derecha) en 1940, en ulouse. Le acompaña el rabino sefardí Coria. Los Cuadernos de Asturias .56 JOSE DIAZ FERNANDEZ:LA SUPERACION DEL VANGUARDISMO José Manuel Lóפz de Abiada Para Gustav Siebenmann, maestro y amigo E laborar una lista de manuales e his- torias de la literatura que ignoran la validez de la obra de José Díaz Fer- nández, sería tarea más ardua que enu- merar aquéllos que le dedican algunas ases, aun- que sea solamente de pasada. Pocos han sido los críticos que, sin elogiarle gratuitamente, han sos- pechado en su obra cierta transcendencia literaria. Díaz Fernández coincide exactamente, tanto por el año de su nacimiento (1898) como por la publicación de su primer libro importante (1928), con los representantes de la generación del 27 y con la aparición de varias de las obras capitales del momento generacional (1). Es, además, uno de los pocos de esa promoción que, al margen de la literatura oficial, luchará desde un principio contra el distanciamiento ente a las generaciones inme- diatas y contra la evidente ruptura con la tradición literaria («Clarín», Galdós, Blasco Ibáñez, Cigues Aparicio y otros). Tratará a su vez (aceptando y sirviéndose al mismo tiempo de las coordenadas estéticas de la época: la depurada técnica van- guardista y su estilo palpitante y agmentario) de acercaa más aún a un objetivo concreto: la crí-

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José Díaz Fernández (derecha) en 1940, en Toulouse. Le acompaña el rabino sefardí Coria.

Los Cuadernos de Asturias

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JOSE DIAZ FERNANDEZ:LA SUPERACION DEL VANGUARDISMO

José Manuel López de Abiada

Para Gustav Siebenmann,

maestro y amigo

Elaborar una lista de manuales e his­torias de la literatura que ignoran la validez de la obra de José Díaz Fer­nández, sería tarea más ardua que enu­

merar aquéllos que le dedican algunas frases, aun­que sea solamente de pasada. Pocos han sido los críticos que, sin elogiarle gratuitamente, han sos­pechado en su obra cierta transcendencia literaria.

Díaz Fernández coincide exactamente, tanto por el año de su nacimiento ( 1898) como por la publicación de su primer libro importante (1928), con los representantes de la generación del 27 y con la aparición de varias de las obras capitales del momento generacional (1). Es, además, uno de los pocos de esa promoción que, al margen de la literatura oficial, luchará desde un principio contra el distanciamiento frente a las generaciones inme­diatas y contra la evidente ruptura con la tradición literaria («Clarín», Galdós, Blasco Ibáñez, Cigues Aparicio y otros). Tratará a su vez (aceptando y sirviéndose al mismo tiempo de las coordenadas estéticas de la época: la depurada técnica van­guardista y su estilo palpitante y fragmentario) de acercarla más aún a un objetivo concreto: la crí-

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tica constructiva de la sociedad y de las institu­ciones políticas de su tiempo.

Al contrario de la gran mayoría de sus coetá­neos, que no veía en los acontecimientos italianos y españoles de los primeros años de la década de los 20 ningún signo alarmante, Díaz Fernández se percata claramente de la insensatez e ingenuidad del optimismo casi general en los círculos de la juventud intelectual (2) e intenta documentar en su obra la inmediata realidad social. No por ello re­nuncia a las válidas aportaciones que la vanguar­dia, la «nueva literatura», había empezado a des­cubrir (grosso modo en torno a la fecha del tricen­tenario de Góngora), pero que, a pesar de todo, desdeña la realidad social y se refugia en una problemática de menudencias altamente intelec­tualizada.

Asiduo de la tertulia de Ortega, lector atento de las numerosas traducciones de autores rusos y soviéticos, fue uno de los pocos que supieron per­catarse del valor de la aportación orteguiana (de lo positivo y de lo contraproducente). En una época extremadamente rica en revistas (3), supo advertir sus «limitaciones» y, por dos veces, con un redu­cido grupo de colaboradores y con grandes dificul­tades económicas, promover dos revistas para lle­nar la laguna cultural existente: Post-Guerra(1927-28) y Nueva España (1930-31). Cooperó di­recta y decisivamente en la superación de la litera­tura vanguardista con su libro teórico El nuevoromanticismo (1930), obra clave que, además de presentar claramente las convicciones estéticas, poéticas e ideológicas del autor, aboga explícita­mente por la politización del escritor, y hace un análisis agudo y detallado de la literatura de van­guardia española. No es de extrañar que este en­sayo generase vasta e impetuosa polémica y que varios escritores, siguiendo su llamada, abandona­sen definitivamente las filas estéticas en las que militaban para integrarse en el movimiento social­realista. No se piense, sin embargo, que para Díaz Fernández la politización del escritor implicaba forzosamente que las obras desembocasen en el mero panfleto político carente de valor literario; sus dos novelas, El blocao ( 1928) y La Venusmecánica (1929), son ejemplos evidentes.

Pero pronto la literatura que él preconizaba en su ensayo -la literatura de «avanzada»-, que en­salzaba lo humano como elemento constitutivo in­dispensable del arte y declaraba el compromiso como suma obligación del escritor, se saldría de la senda señalada por su promotor teórico y se con­vertiría en objetiva, colectivista, impregnada de un crudo realismo exento ·de adornos verbales: en sólo dos años se pasa de la estética de El blocao a la de Imán de Ramón J. Sénder.

Con la llegada de la República,· en parte por hallarse absorbido por sus actividades políticas y periodísticas, pero sobre todo decepcionado esté­ticamente y sorprendido por el cariz que tomaba la literatura que él directamente había promovido, descuida definitivamente sus labores literarias: su

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obra se cierra sin haber llegado hasta dónde su capacidad le hubiese permitido. Pero no sin antes adelantarse e indicar claramente -sus dos novelas son verdaderos enlaces entre la novela vanguar­dista y la social- cuál había de ser el camino a seguir. Es, precisamente, esta situación de pre­cursor la que también le condiciona fuertemente y casi le condena a ser un escritor de transición que sabe señr,Iar airosamente la salida del laberinto vanguardista, pero que a la vez se muestra inca­paz de superar los límites del escritor pequeño­burgués-prerrevolucionario.

PERFIL BIOBIBLIOGRAFICO DE

JOSE DIAZ FERNANDEZ

Como hasta la fecha se desconocen muchos de­talles de su biografía y esos son esenciales para la comprensión de su obra, nos parece oportuno reunirlos, aunque sólo sea de forma muy concisa.

Díaz Fernández nació en Aldea del Obispo (Sa-1 lamanca) el 20 de mayo de 1898, pueblo en el que entonces su padre era carabinero. Niño aún, sus padres se trasladaron a Castropol (Asturias), vi­lla muy cercana a la aldea de origen de su madre, Viavélez. En Castropol, que él siempre considera­ría como pueblo natal, cursó la primera enseñanza y, guiado por amigos mayores y por su madre, mujer de gran valía e inteligencia que fomentó las ambiciones literarias de su hijo, se preparó para la segunda. Su vocación literaria fue muy precoz y, todavík1 muchacho adolescente, fundó un perió­dico manuscrito de efímera vida, La Tinaja, y publicp sus primeros trabajos en Río Navia y Ecode Navia, periódicos de la villa que les da el nombre. A partir de 1917 comienza a colaborar regularmente con poesías y comentarios políticos y literarios en el periódico trimensual Castropol,al que es fiel hasta 1924. Funda con otros jóvenes de la villa el periódico Juventud y escribe la pri-

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mera novela corta El abrazo eterno y la comedia La pesca del novio. Se gana la vida como escri­biente en una notaria.

Movido por su vocación literaria y con el deseo de estudiar se traslada en 1918 a Oviedo, donde trabaja como contable en un hotel y sigue leccio­nes de Derecho. Este mismo año funda con otros jóvenes la revista de cultura Alma Astur y publica cuentos y ;poesías en revistas de reputación, por lo que nace en él la idea de dedicarse exclusivamente al periodismo.

En 1920 entra en la redacción del diario gijonés de matiz republicano El Noroeste, donde se hace un nombre como cronista y como poeta. Su ca­rrera en la redacción de El Noroeste es brusca­mente interrumpida en septiembre de 1921, al te­ner l�ue incorporarse al batallón expedicionario del Regimiento de Infantería de Tarragona, com­puest� exclusivamente por soldados asturianos. Su b*allón será destinado a las posiciones del Gorges (Marruecos). Con otros 16 soldados, un

• cabo y un sargento, es designado para oéuparblocaos en la zona de Tetuán y Beni Arós, dondepermanece hasta su licenciamiento definitivo, enagosto de 1922.

La experiencia africana, en la que vio clara­mente la realidad brutal del colonialismo y de laguerra, la corrupción de la administr.ación y losintereses bélicos defendidos por la clase domi0

nante española, dejó profundas huellas en su espí­ritu. Como muchos soldados españoles, regresóde Marruecos con la plena convicción de hacertodo lo posible para cambiar el Estado español.Durante su servicio militar, Díaz Fernándezmandó crónicas casi diarias a El Noroeste, quetuvieron gran eco entre los lectores y le hicieronmuy conocido en Asturias. Estas crónicas, varia­dísimas, sabrosas y prietas, abarcaban desde ladescripción del paisaje al arte arquitectónico deTetuán, de la cultura o la psicología del pueblomarrbquí a divagaciones líricas y filosóficas, de lapolítica militar en Africa a la vida en campaña yen el blocao, de anécdotas de soldados al sentidodel servicio militar y de la muerte de los soldados.En el fondo de cada crónica, que tenían comopretexto informar a los asturianos sobre sus sol­dados, late, muy bien mimetizado en su estilofluyente y ameno, un espíritu de preocupaciónsocial, antibélico y antimilitarista. Ello no obs­tante, fue acusado de vulnerar la disciplina military se le instruyó un proceso que pudo ser sobre�seído sólo después de largos y difíciles trámites ydiligencias.

De regreso en Gijón vuelve a ocupar su puestoen la redacción de El Noroeste e inicia la seccióndiaria «Reflejos», con la que adquiere gran presti­gio. En el concurso celebrado por el diario madri­leño La Libertad para premiar las mejores cróni-.cas de guerra, Díaz Fernández obtiene el segundopremio. Esto le proporciona la correspondencialiteraria de Asturias para el periódico madrileño,por lo que su crédito de critico sobrepasa los,

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límites provinciales de El Noroeste. También El:Sol le ofrece poco después el cargo de correspon-' sal literario. Para entonces ya había publicado, en la colección «La novela asturiana», El ídolo roto·(1923). A la par de estos trabajos de periodismo, desemp�ña otros culturales y políticos, sobre todo'. en el Ateneo Obrero de Gijón, cuya secretaría tuvo a su cargo. Desde un principio se declara contrario a la dictadura de Primo de Rivera y se convierte en uno de los principales organizadores de los movimientos de protesta y rebeldía en Gi­jón. Estas actividades políticas le acarrean contra­tiempos profesionales y una breve estancia en la cárcel, acusado de reunión clandestina.

En 1925 El Sol le ofrece un puesto en la redac­ción. Su amigo Fernando G. Vela, íntimo colabo­rador de Ortega y secretario de la Revista de Oc­cidente, le introduce en el círculo intelectual del filósofo. Poco después acepta el cargo de critico literario en el diario nocturno de la misma em­presa, La Voz. Nuestro autor se integra en la vida política madrileña, participando activamente en los movimientos estudiantiles y en la conspiración del 24 de junio, con motivo de la cual es detenido. Con otros correligionarios (Joaquín Arderíus, José Antonio Balbotín, Rafael Giménez Siles, Juan Andrade y otros), crea la empresa editorial Edi­ciones Oriente (4), cuyo programa era la traduc­ción de obras avanzadas.

La reputación literaria de que gozaba en los círculos intelectuales madrileños se ve confirmada al concederle el jurado calificador del concurso de cuentos organizado por el Imparcial ( 1927) por su relato «El blocao». En julio del año siguiente pu­blica bajo este mismo título, además del premiado, otros seis relatos cuya unidad común es la atmós­fera de la guerra marroquí; de ahí el subtítulo Novela de Marruecos (5). Este libro es calurosa­mente acogido por la crítica y considerado unáni­mente como acontecimiento literario; a los tres

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meses se había publicado la segunda edición y, antes de que apareciese la tercera, ya había sido traducido al francés, inglés y alemán. En esta misma época colabora activamente en la revista de vanguardia política y literaria Post-Guerra, fundada por un grupo de jóvenes intelectuales de ideología afín (Balbotín, Girnénez Siles, Díaz Fer­nández, Venegas y otros), y cuyos objetivos prin­cipales eran: la transformación de la sociedad bur­guesa; la unidad sindical contra el imperialismo y la solidaridad con los pueblos colonizados; una literatura -y un arte- en función de esta lucha. Post-Guerra representa en su época la única tenta­tiva de los intelectuales españoles para superar la neta división entre la vanguardia política y la van­guardia literaria.

Sigue combatiendo a la dictadura y colabora en la Acción Republicana, lo que le acarrea tres me­ses de cárcel en la Modelo de Madrid y otros tantos en el exilio en Lisboa (febrero-septiembre de 1929). En este período de cárcel y exilio es­cribe La Venus mecánica, que refleja el Madrid de entonces y las luchas e inquietudes políticas del momento. Para proseguir su combate contra la dictadura y la monarquía funda y dirige -con An­tonio Espina y Adolfo Salazar (que se retira des­pués del segundo número, cuyo puesto ocupa Ar­deríus)- Nueva España. La revista alcanza 40.000 ejemplares en su segundo número y aparece «con la aspiración de ser el órgano de enlace de la generación de 1930 y el más avanzado de la iz­quierda española»; la envergadura de este propó­sito muestra claramente su intención política.

A finales de 1930 aparece El nuevo romanti­cismo; su subtítulo ( «polémica de arte, política y literatura») indica con suficiente claridad su orien­tación.

Al cambiar de dueño El Sol veinte días antes de proclamarse la República y caer en manos de una empresa de carácter monárquico, Díaz Fernández se une a los redactores y colaboradores que aban­donan el periódico ( entre ellos Fernando Vela y Ramón J. Sénder) y pasa a la redacción de Crisol y de Luz, fundados y mantenidos por quienes ha­bían dejado El Sol.

En las elecciones constitucionales para las Cor­tes Constituyentes del 31, Díaz Fernández, candi­dato del partido radical-socialista, es elegido dipu­tado a Cortes por Asturias. En este mismo año publica dos novelas cortas, La Largueza (6) y Cruce de caminos (7), y, en colaboración con Ar­deríus, La vida de Fermín Galán (8), una biografía del héroe y mártir del fracasado pronunciamiento de Jaca. En esta época, además de diputado a Cortes y de la actividad periodística, desempeña el cargo de secretario político del ministro de Ins­trucción Pública, Francisco Barnés.

Con el triunfo de las derechas en 1933, Díaz Fernández se aparta de la política activa. Al cam­biar de orientación el diario Luz, deja su redacción y colabora en El Liberal con ensayos políticos y literarios y en otros órganos de información (La

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Estampa, La Vanguardia, La Nación, Buenos Ai­res, y La Dépeche, Toulouse). En 1935, bajo el seudónimo de «José Canel», publica Octubre rojo en Asturias, libro encendido y objetivo sobre la revolución asturiana del 34. Algunos de sus traba­jos aparecen en revistas extranjeras. Con las elec­ciones del 16 de febrero del 36 vuelve a la política activa y ofrece su candidatura de diputado a Cor­tes por Murcia, en el Frente Popular, obteniendo el acta.

Durante la guerra es secretario político de Ins­trucción Pública, y, en 1938, jefe de Prensa en Barcelona. El 26 de enero de 1939 pasa con su mujer e hija a Francia, pero es internado inmedia­tamente en un campo de concentración, del que sale sólo después de largos trámites. En espera de un pasaje para Cuba elige Toulouse corno residen­cia provisional, por haber colaborado en La Dé­peche. En Toulouse -corno su hija me comunica­le sorprende la muerte el 18 de febrero de 1941, «en la miseria de una chambre meublée ( ... ). Los amigos tuvieron que hacer una colecta para su entierro. Llevaba encima del ataúd una cinta con los colores republicanos, que mi madre había co­sido durante la noche» (9).

«EL BLOCAO» Y «LA VENUS MECANICA»

Hemos aludido al éxito de El blocao, novela que, además de colocar a su autor en un primer plano de actualidad literaria, constituye un logro sin precedentes dentro de las corrientes de la nueva narrativa. Hemos también vislumbrado su contenido: El blocao pretende la representación literaria de algunos aspectos de guerra. Ofrece, además, dentro del marco de la historia de la literatura española, otro aspecto importante: se trata del primer libro crítico de la guerra marroquí (10), presenta una áspera crítica social y reúne todas las peculiaridades principales que Gil Ca-

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sado especifica en la novela social (11): puede afirmarse que con El blocao se inicia la novela social de «el nuevo romanticismo», enlazando así con la tradición literaria interrumpida por la de­nominada novela deshumanizada (12).

Aunque la literatura sobre la guerra no fuese nada nuevo (Barbusse, Latzko y otros habían sido muy pronto traducidos al español) (13), la forma de presentarla sí lo es: en Díaz Fernández no encontramos, como por ejemplo en Barbusse, una continua y encendida protesta contra la carnicería de la guerra; pero sus imágenes no son por ello menos convincentes: exento de toda clase de enumeraciones monótonas de los hechos, no ha­llamos en todo el libro pasaje alguno de excesivo realismo en el que se dé un sobrevalor a los mo­mentos externos. De ahí el sincero humanismo y la acusación a la guerra a través de una selección estricta de los hechos y de una severa composi­ción.

Destruye despiadadamente todo tipo de ilusio­nes románticas y dibuja la realidad brutal de la guerra y sus funestas consecuencias para los sol­dados, por lo que no hay ni héroes, ni entusiasmo, ni momentos enaltecedores, demoliendo también el mito de la hombría del soldado español y del talento de sus caudillos: son presentados en toda su desgracia e infelicidad. La muerte acecha, pero el lector atento se percata en seguida de que el verdadero adversario del soldado no es tanto ni la muerte ni el enemigo invisible que el narrador de vez en cuando insinúa, sino -y he aquí las caracte­rísticas bélicas nuevas- la monotonía, la inmovili­dad, el aburrimiento, la futilidad de los sufrimien­tos, la conciencia de una juventud estéril, la absti­nencia sexual forzosa y un largo etcétera, que rondan de continuo. Además, cuando Díaz Fer­nández presenta cuadros crudos sobre la guerra, no cae en el naturalismo, ya que huye sistemática y consecuentemente de la fotografía externa, y no se regocija en presentar al lector imágenes o es­tampas macabras y minuciosamente detalladas sobre los heridos o los muertos en el combate.

Si a lo largo de la narración acechan la muerte, la monotonía, la que, a medida que se avanza en la lectura, va aumentando en intensidad, hasta convertirse en martilleo obsesivo: la injusticia de la guerra y su falta de sentido. El narrador persi­gue un objetivo concreto: incitar al lector a la meditación y acrecentar su conciencia política.

El blocao está además caracterizado por una lengua clara y sencilla -y precisa al mismo tiempo-, exenta de todo ringorrango u ornamento estilístico superfluo que impida o dificulte la cap­tación del mensaje (14). Su «estilo recto y des­nudo» no sólo proviene de una posición ideológica concreta ante la función de la literatura, sino tam­bién del hecho de haber elegido como tema de narración algo profunda y dramáticamente vivido.

La falta de un diálogo diferenciado y extenso caracteriza también a El blocao. El diálogo es insólitamente corto: se establece sólo si es im-

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prescindible para el desarrollo y la fluidez de la acción, o para que los personajes expresen sus pensamientos y sensaciones. De ahí que sean los personajes quienes individualmente caracterizan el diálogo (el significado) y no los elementos cons­titutivos lingüísticos (el significante): la narración se lleva la parte del león, por lo que la historia, o sea, el contenido narrativo, aparece excepcional­mente dinámica.

Como no disponemos del espacio necesario para llevar a cabo un análisis detallado de la es­tructura novelesca, de su originalidad dentro del panorama literario de la época y de los principales aspectos del libro ( 15), haremos algunas conside­raciones acerca de su mensaje capital, limitándo­nos a Magdalena roja, su relato central. Central no por su posición privilegiada -el cuarto de siete, es decir, el del centro- o por exceder claramente a los otros en extensión (76 páginas de las 199 de la primera edición), sino por la problemática que en él se aborda: el intelectual ambivalente que se acerca a los grupos obreros movido PQr una mez­cla de romanticismo y conocimientos teóricos, pero que al fin no se inserta en el movimiento proletario revolucionario; la coherencia que ha de demostrar todo intelectual comprometido entre su teoría filosófico-política y su comportamiento práctico; la necesidad de crear un nuevo tipo de intelectual; la importancia de L1 lucha política y social para llegar a una sociedad más justa, o sea, socialista; el combate contra el imperialismo; la agitación política; el terrorismo revolucionario; la vocación universalista; la necesidad de la unidad sindical; el marxismo como concepción integral de la vida; la acusación al reaccionarismo -político y social- de la literatura de vanguardia.

Magdalena roja, con Barcelona y Marruecos como lugares de acción, presenta tres personajes del movimiento proletario revolucionario, fácil­mente identificables como representantes prototí-

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picos de tres grupos políticos que difieren entre sí y que -en la opinión del narrador, que les toma el pulso política, social, cívica y humanamente- en modo alguno tienen un valor equiparable.

Pascual Domínguez, líder de los sindicatos, es­pecie de reencarnación de Marx (16), es para el narrador el único personaje positivo del relato. En él constatamos en seguida una lucha desinteresada y honesta por una sociedad justa y socialista, una vocación universitaria (había hecho «viajes de agi­tador» a América), una actitud de comprensión generosa, afabilidad y cordialidad en el trato: es el representante por excelencia del hombre verdade­ramente humano. Inteligente y responsable, trata con todas sus fuerzas de sanar los resquebrajos abiertos en la clase obrera por causa de la desu­nión sindical; personifica al intelectual que ha lo­grado insertarse plenamente en el movimiento pro­letario revolucionario; por su comportamiento rea­lista y sus dotes de estratega debe ser tomado como ejemplo por los demás intelectuales, cuya meta ha de ser rendirse útiles, insertándose en la clase progresista para realizar la alta misión histó­rica que le espera: sacar la producción y la civili­zación de los parámetros de la sociedad burguesa. He aquí, pues, la moral del relato.

Por el contrario, Angustias, que también reúne cualidades positivas y es la verdadera protago­nista, no está exenta de rasgos ambivalentes y dudosos que se revelan como factores contrapro­ducentes para alcanzar los objetivos revoluciona­rios. Estos rasgos calificables de negativos, apare­cen cristalizados especialmente en algunos epíte­tos y sintagmas individuales a lo largo del relato. Angustias es «altiva y fanática» (p. 57), «áspera, dominante y voluntariosa» (p. 58), «desdeñosa, impávida y glacial» (p. 84), «anarquista e indivi­dualista; una soñadora que se divierte con el peli­gro» (p. 78). El amor que siente por Pascual no es sincero: proviene más bien de una admiración que raya en el culto a la persona. Su ofrecimiento a la causa no es del todo desinteresado, pues que pro­viene de un resentimiento hacia su pasado, de un ahogado deseo de maternidad frustrada y de la erradicación sufrida al cambiar en su juventud el modesto círculo social de su niñez por el de co­cota.

Pero, como decíamos, el narrador le concede cualidades positivas: su comportamiento rectilíneo y consecuente en la persecución de sus ideales. Angustias, en este aspecto, no admite compro­miso alguno, y no duda en recurrir a cualquier clase de medios para conseguir sus propósitos (p. 77). Es «una obrera de la causa» (p. 61).

De ahí que ella juzgue a cada individuo por su «capacidad revolucionaria» (p. 61) y que la acción política sea, sin miramiento ni compromiso al­guno, el punto central de «la causa», de la «idea»; es, como el narrador observa, «una obrera de la idea» (p. 61). Aunque Angustias, cegada por su rencor y resentimiento (pp. 63, 65 y 66) hacia el mundo burgués de su juventud, no obre en per-

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fecta cuenta de cuál es la vía que los trabajadores manuales han de seguir para cambiar sus condi­ciones vitales: unirse disciplinada y organizada­mente para conseguir la fuerza, o sea, aspirar a la unidad sindical y educarse para poder captar ra­cionalmente su situación y verbalizarla (p. 63). En suma, comprende la importancia política de la cul­tura, la cultura en función del triunfo político.

Al desplazarse de la gran urbe catalana al conti­nente africano para desenvolver «su labor» (p. 77) de contrabando de armas para los moros, Angus­tias demuestra su solidaridad con los pueblos co­loniales en su lucha por la liberación nacional. He aquí, pues, otro de los puntos clave de este relato: Angustias, convertida en Magdalena roja, repre­senta la solidaridad de la población de la metrópoli en la lucha por la desconolonización.

El protagonista masculino del relato, Carlos Ar­nedo, proyección novelesca del propio autor, en­carna al intelectual pequeño burgués que opta por inserirse en el movimiento revolucionario proleta­rio, pero que, por toda una serie de hechos que le condicionan, no lo consigue. En concreto: nuestro intelectual llega a los sindicatos a través de la teoría, empujado más por un romanticismo juve­nil que por el pleno convencimiento de la necesi­dad de cooperación en la lucha del proletariado contra la burguesía (p. 56), se siente incapaz, vaci­lante por falta de disciplina, y la conciencia le remuerde (p. 57). Ambiguo y titubeante ante la falaz tentación de la vida cómoda, esclavo de un erotismo exagerado y acosado al mismo tiempo por escrúpulos humanitario-burgueses, Carlos Ar­nedo se revela incapaz de rendir culto espontáneo a la acción directa. Su deseo erótico (p. 66) puede más que sus directrices marxistas, y le empuja a acompañar a Angustias en una empresa homicida y anárquica. Angustias constata que Carlos tiene «una visión literaria de la vida», e intuye, no sin razón, que en la primera ocasión «pasará al campo

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de enfrente» (p. 58). Carlos es, además, «dilet­tante del obrerismo» (p. 56) por su proveniencia burguesa, e incapaz de «trazar una vida dura, obstinada, rectilínea», y menos aún de seguirla: está perdido para la causa (p. 57). Condicionado, además, por una marcada carga de romanticismo nostálgico y un subjetivismo que borra los límites de la realidad (pp. 56-57), por sus rasgos de «mix­tificador ideológico» (p. 75), Carlos Arnedo apa­rece demasiado ambiguo y contradictorio para po­der servir a su ideal: por una parte, no puede liberarse del presentimiento de traición hacia los ideales de su juventud, en los que reconoce el «mejor heroísmo», la vocación universalista que le hace sentirse «camarada del africano o del mongol»; en parte, porque su solidaridad hacia sus compañeros expuestos al sufrimiento y al peli­gro no es del todo sincera: Carlos se niega a lu­char «contra el imperialismo burgués, al lado de los pueblos que defienden su independencia» (p. 78) porque tiene miedo de las consecuencias quepueda traer esta lucha para él. Por eso, al hacersecargo del contrabandista detenido y descubrir quees Angustias, su mayor preocupación será ocultara toda costa que la conoce. De ahí el drama quevive y sus deseos de suicidio: «Volví al cuerpo deguardia y me desabroché la guerrera porque meardía el pecho. ¡ Tampoco entonces tuve valorpara peg�rI?e un tiro!» (p. 85).

Recapitulando, el protagonista masculino apa­rece como un personaje contradictorio: el narra­dor subraya el carácter de transición del individuo que todavía no sabe dónde integrarse, pero que opta al final por una de las dos alternativas exis­tentes, que se excluyen por su carácter antitético (la solidaridad con los pueblos coloniales o, por el contrario, con los soldados de su campamento, que son en la práctica los enemigos de los prime­ros); el acercamiento del sargento Arnedo (que personifica al obrero intelectual) a los soldados (el obrero manual) parece ser la consecuencia de vi­viendas, peligros y luchas comunes. De esta cons­tatación resulta que el personaje contradictorio de antes se ha transformado: ha pasado del personaje incoherente, indeciso y egoísta, sumergido en una tónica de individualismo, al personaje colectivo y solidario, aunque, como hemos visto, dado su ca­rácter antitético, queda todavía una duda en cuanto a la sinceridad de su decisión. Ello no obstante -y a pesar de todo-, se puede afirmar que el protagonista masculino de Magdalena roja, al rechazar la propuesta de colaboración que An­gustias le hace, opta conscientemente por su sui­cidio político.

Nos encontramos, pues, ante un personaje con­tradictorio, entre individualista y colectivista. Un personaje intermedio que, por su individualismo, inacción y erotismo parece reunir las cualidades típicas de los protagonistas de las novelas de van­guardia de la época, pero que por su tendencia al colectivismo, su ideología, su deseo de acción y

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de solidaridad, enlaza directamente con los perso­najes de la novela social.

Personaje intermedio -repito- que sin haberse despegado totalmente de lo tradicional, no ha lo­grado todavía integrarse por completo en la nueva novela, aunque haya ganado al final en coherencia ideológica y en personalidad: se trata, sirviéndo­nos del léxico del propio Díaz Fernández, de un personaje a caballo entre la «literatura de van­guardia» y la «literatura de avanzada» (17).

Al contrario de El blocao, La Venus mecánica (18) fue completamente ignorada por la crítica: sequiso ver en ella sólo una tentativa de acerca­miento a las corrientes en boga del «arte nuevo».

Sin embargo, La Venus mecánica es una novela de acción: en ella muestra el autor la transforma­ción ideológica de Obdulia, la protagonista feme­nina; expone minuciosamente la metamorfosis po­lítica del periodista Víctor, que acaba en la cárcel por identificarse y solidarizarse con las luchas e inquietudes del momento; opta, sobre todo, clara y sinceramente, por el contenido social, mos­trando con pelos y señales la realidad político-so­cial del Madrid de la época; defiende, en fin, a la mujer que, víctima del egoísmo del hombre, se ve reducida a «Venus mecánica», a muñeca de amor, y plantea abiertamente el tema de la emancipación de la mujer.

Es cierto -y esto es lo que ha desorientado a los críticos- que la novela está surcada por disgresio­nes líricas que parecen interrumpir a intervalos el flujo del discurso, de la historia y de la acción. Sin embargo, por medio de estas disgresiones líricas, el narrador, además de ofrecer una contribución a la estética de la época, trenza virulentas reverbe­raciones poéticas que recalcan y robustecen el contenido de la acción en general y, sobre todo, de sus elementos cardinales: se trata de alterna­ciones rítmicas en las que la velocidad narrativa se

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reduce con frecuencia a cero y el mensaje se de­sintegra totalmente de la historia.

Si en El blocao Díaz Fernández ensaya una técnica narrativa nueva que, en su opinión, co­rrespondía a las exigencias de la época y de la vida ( 19) (por lo que la crítica le ha acusado de fragmentarismo y ha discutido a El blocao el ró­tulo de novela), La Venus mecánica se acerca más al modelo «tradicional» de la novela: la acción se desenvuelve en sucesiones lógicas y cronológicas hasta llegar a un fin. Y sin embargo, aunque algu­nos aspectos cambien, La Venus mecánica tam­bién acusa esta especie de falso fragmentarismo que proviene, como ya hemos dicho, de las digre­siones líricas, reflejo a su vez de la constante búsqueda de «formas nuevas» que permitieran expresar lo más fielmente posible la problemática y las preocupaciones de la época.

Pero aunque estos pasajes líricos parezcan inte­rrumpir la narración, tienen, por el contrario, su función dentro de la narrativa: los advenimientos que en ellos se relatan no sólo se integran en la historia, sino que forman parte de ella porque pertenecen y se refieren a su mundo espacio-tem­poral (20).

Al contrario de las novelas vanguardistas, aún absorbidas por la búsqueda de la pureza (que desde hacía años se venía preconizando en el grupo de la Revista de Occidente), La Venus me­cánica, siguiendo y ampliando la pauta y el im­pulso creador manifestados en El blocao, se de­senvuelve en un cuadro histórico real: las perse­cuciones políticas, las conspiraciones, las huelgas y las injusticias de los tres últimos años de la dictadura de Primo de Rivera. Incluso el mismí­simo dictador pasa a ser uno de los actores de la narración, representado en la figura del general Villagomil.

El protagonista masculino de La Venus mecá­nica, el intelectual contradictorio y revolucionario Víctor Murias, es también fácilmente identificable con Díaz Fernández: como él es periodista (p. 23), escritor (p. 29) y tiene treinta años (p. 18). Víctor es un hombre antinómico: poseído de una cólera pueril (p. 10), «mezcla de memoria y corazón» (p. 11); perseguidor casi patológico de las mujeres, olvida por largas temporadas su responsabilidad profesional (p. 11). Hombre casi sin historia (p. 29), alberga en sí la tragedia de dos hombres: «el español secular y el europeo civilizado» (p. 21).

Pero en Víctor hay también gérmenes positivos que van creciendo claramente a la par que su relación con Obdulia y su ideología socialista se consolidan. El hombre de antaño, «voluntarioso e inadaptado» (p. 69), desconfiado y fatalista «hasta el punto de juzgar irremediables los males huma­nos» (p. 90), siente ahora y sufre «como nadie las injusticias del mundo» (p. 90). El hombre de an­taño, sometido a sus «caprichos y aprensiones» (p. 152), siente el deseo de dedicarse al «alto mandato humano», la «necesidad de consagrarse a una gran obra»; se hace partidario de la acción, de

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«armar a los obreros, sublevar a los soldados, inyectar rebeldía a los proscritos» (p. 159), de «provocar la gran revolución» (p. 190).

El hombre que al principio flirteaba esporádi­camente con las ideas socialistas, se convierte con el pasar del tiempo (al ir dándose cuenta de la urgencia de dar a la vida «un sentido más puro y un gesto más humano», p. 94) en auténtico socia­lista que ofrece desinteresadamente su ayuda a los oprimidos (p. 266); se convierte en socialista per­seguido que escribe «artículos denunciados por el fiscal» (p. 246), en luchador dinámico y optimista (p. 310).

Vemos, pues, cómo Víctor -he aquí la funciona­lidad de su nombre- deja atrás al hombre superfi­cial, descontento y medio soreliano (p. 14) para convertirse en el hombre de acción (pp. 185 y 269) y revolucionario (p. 190). Sí, eso es Víctor: el hombre antitético por excelencia (pp. 90 y 200), el hombre transitorio -he aquí una de las claves principales de la novela- entre el escéptico, ego­céntrico e individualista de la novela de vanguar­dia y el hombre de avanzada que, al contrario de Carlos Arnedo en Magdalena roja, llega a supe­rarse y se compromete directamente en la acción revolucionaria, poniendo a su servicio todos los medios de que dispone.

Su ideología socialista, su amor a la justicia, el profundo de�eo de bienestar para todo el pueblo (pp. 158-59), le sacan definitivamente de los ba­rrancos de las depresiones, del escepticismo y de las incoherencias de comportamiento, haciéndole creer en un futuro mejor. Es aquí precisamente donde nos parece encontrar más claramente aún que en El blocao los síntomas evidentes de una superación neta de la novela vanguardista, el arranque de la verdadera novela social española, de la novela revolucionaria que tanto auge tendría en los años de la República (21).

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CONCLUSIONES

Aunque nuestra exposición peque de concisa, hemos podido constatar que José Díaz Fernández juega un papel importante en la vida literaria y cultural española de los últimos años de la Monar­quía y primeros de la República: sus postulados estético-literarios contribuyen decididamente a desintegrar la literatura de vanguardia y a marcar los caminos que había de seguir la que él deno­minó literatura de avanzada. La literatura de avanzada o nuevo romanticismo se opone a la concepción del arte vanguardista, en el que, en mayor o menor grado, predominaban la evasión, la intranscendencia de la temática, los ejercicios gratuitos de virtuosismo artístico, el apoliticismo y la actitud escapista o excesivamente metafísica. Pero, al mismo tiempo, optando por un arte no condicionado por la disertación política ni adscrito a una ortodoxia ideológica determinada; aunque convencido de que un escritor, «una sensibilidad de artista», nunca podrá «permanecer indiferente a los conflictos de la lucha individual o colectiva, ni a las reacciones de tipo humano dentro de la lucha social» (22). De ahí su reiteración en afirmar que la «vuelta a lo humano» habría de ser una de las características fundamentales del nuevo ro­manticismo, que además agregaría «a su pensa­miento y a su estilo las cualidades específicas del tiempo presente», o sea: «síntesis, dinamismo, re­novación metafórica, agresión a las formas aca­démicas» (23). Convergencia, en su opinión, pues, de tres concepciones fundamentales para la crea­ción artística: esmero en la elaboración formal como primera condición ineludible, sensibilidad y disponibilidad para afrontar «aquellos temas sus­ceptibles de interpretación artística que posean, por propia naturaleza, un contenido moral» (24), intuición artística y habilidad práctica para lograr una confluencia ideal entre arte libre y compro­miso consciente.

Pero José Díaz Fernández no se limita a las aportaciones teóricas: El blocao y La Venus' me­cánica son dos pruebas elocuentes de la estrecha fusión de sus teorías y de su práctica literaria.

El protagonista-narrador de El blocao e� un digno representante del personaje egocéntrico e individualista (pero de un individualismo ya muy en crisis) de la novela de vanguardia, y del narra­dor dotado de conciencia política de la novela de avanzada. El protagonista masculino de La Venusmecánica es un hombre de transición entre el es­céptico e individualista de la novela de vanguardia y el hombre que llega a superarse y se compro­mete directamente en la acción revolucionaria.

En los años de la República, cuando en las novelas del nuevo romanticismo español comienza a reflejarse una politización progresiva, un dogma­tismo intransigente, unas ideologías disparatadas e irreconciliables, Díaz Fernández deja de escribir novelas: la novela de avanzada se ve desbordada por el nuevo idioma del realismo social revolucio-

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nario, acaparado por la revolución proletaria: se convierte en novela de consigna.

Díaz Fernández, quien, al contrario de Ortega, propugnaba un arte popular que respondiera a las preocupaciones colectivas y asumiera la obliga­ción de cambiar toda una serie de situaciones hu­manas injustas, sirviéndose de un lenguaje revolu­cionario, se ve como marginado por los escritores de la novela revolucionaria, frecuentemente iden­tificados con los partidos campesinos y obreros.

Por estas razones principalmente su obra queda truncada. Sin embargo, aunque ésta no ofrezca ningún punto culminante y aunque, como escritor (su prematura muerte se lo impidió), no llegara a plena madurez, encarna e indica un claro cambio de rumbo en la literatura española -de la �vanguardia al realismo, del apoliticismo �aséptico al compromiso aceptado. �

NOTAS

(1) Precisamente en este año aparecen (tanto en poesíacomo en prosa) varias de las obras capitales del momento generacional: el Romancero gitano de Lorca, Cántico de Gui­llén, Ambito de Aleixandre, Narciso de Aub, El blocao de Díaz Fernández, Yo, inspector de alcantarillas de Giménez Caballero. Si a este año se añaden uno más en ambas direccio­nes, mi afirmación resulta aún más obvia: tendriamos en el lapso de tiempo comprendido entre .los años 1927 y 1929 las importantes aportaciones de Alberti, Cernuda, Prados, Espina y otros.

(2) «Ciertamente, no todo era perfecto; ciertamente queda­ban por hacer muchas cosas; pero la vía estaba expedita y no había motivo para preocuparse: era cuestión de tiempo y de detalle -aquí un retoque, una reforma allá, y el resultado del happy world estaba al alcance. ( ... ) En cuanto al fascismo italiano ... ¡un fenómeno marginal de pintoresca extravagancia!

En semejante atmósfera de confianza y seguridad que sólo

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después hubo de parecer insensata, y de espontaneidad social muy efectiva, la literatura pudo avanzar, al lado de la pintura y de la música, en la dirección del arte, es decir, de la pura gratuidad estética, que venía marcada desde el siglo anterior y había de culminar en lo que Ortega describió como la deshu­manización del arte.» (Francisco Ayala: «Función social de la literatura», en Revista de Occidente, enero 1964, pp. 97-98).

(3) Consúltese el libro de Juan Manuel Rozas: La genera­ción del 27 desde dentro, Madrid: Ediciones Alcalá, 1974, pp. 32-39.

(4) Para más detalles cf. José Venegas: Andanzas y recuer­dos de España, Montevideo: Feria del libro, 1943, pp. 147-48.

(5) El blocao ha sido reeditado, con prólogo de VíctorFuentes, por Ediciones Turner, Madrid, 1975. Cito siempre por esta edición.

(6) La Largueza apareció en el libro colectivo, prologadopor Benjamín Jarnés, Las siete virtudes, Madrid: Espasa Calpe, 1931.

(7) Publicado en la colección La novela de hoy, año X,Madrid, marzo de 1931.

(8) Madrid: Editorial Zeus, 1931.(9) Quiero expresar aquí a Mercedes Díaz mis más sinceras

gracias por haberme proporcionado estos datos. (10) Sobre la guerra de Marruecos habían escrito ya mu­

chos por entonces. En lo que a la literatura se refiere, cabe mencionar -ello no quiere decir que tengan una posición critica hacia la guerra colonial africana- los libros de Víctor Ruiz Albéniz: ¡Kelb Rumi! (1922) y Ernesto Giménez Caballero: Notas marruecas de un soldado (1923). Desde el punto de vista «ideológico» quiero recordar al lector el libro de F. Franco Bahamonde: Marruecos. Diario de una bandera,Cuenca, 1922.

(11) Pablo Gil Casado: La novela social española, Barce­lona: seix Barral, 1973, p. 66.

(12) No estoy de acuerdo con Pablo Gil Casado cuandoafirma que la novela de Julián Zugazagoitia: Una vida anó­nima, «inaugura la novela social del nuevo romanticismo» (0. c., p. 99), ya que, aunque el tema sea bien proletari� (el obrero con todos sus sufrimientos e ilusiones), faltan todav¡a la mayo­ria de los ingredientes estilísticos típicos del «nuevo romanti­cismo». Como muy bien apunta Gil Casado unas líneas más arriba, la novela de Zugazagoitia es «una obra híbrida de arte social y novela sentimental». Tiene razón en mi opinión Euge­nio G. de Nora: La novela española contemporánea, Madrid: Editorial Gredos, 1973, vol. II, p. 437, al encabezar con El blocao la novela social de preguerra.

(13) Henri Barbusse: El fuego, Madrid, 1917 (en 1922 sehabía editado ya tres veces; en 1930 se volvió a reeditar).

Andreas Latzko: Los hombres en guerra, Madrid, 1926. (14) «El autor ha preferido para los siete relatos un estilo

recto y desnudo donde la economía verbal favorezca la emo­ción» (Prólogo de Díaz Fernández a la primera edición de El blocao).

(15) En mi ensayo; José Díaz Fernández: narrador, crítico,periodista y político, Bellinzona: Casagrande, 1980, se exami­nan minuciosamente cada uno de los siete relatos (cf. pp. 78-150).

(16) «Pascual, el 'líder', con su sonrisa, que era lo mismoque una grieta de sol entre la nube de la barba( ... )» (p. 57).

(17) El nuevo romanticismo, Madrid: Zeus, 1930, p. 13.(18) Madrid: Renacimiento, 1929.(19) Para Díaz Fernández se trataba de una época «sinté­

tica y veloz, maquinista y democrática»; por ello rechaza cate­górica e intencionadamente la «novela tradicional», que «transporta pesadamente descripciones e intrigas», e intenta «un cuerpo diferente para el contenido eterno» (El blocao, pp. 26-27).

(20) En cuanto a la técnica narrativa en La Venus mecá­nica remito al interesado a mi citado ensayo, capítulo II. 5.

(21) No podemos detenernos a examinar el personaje fe­menino de la novela, Obdulia; asimismo excedería los límites que se nos concede analizar los principales aspectos de Elnuevo romanticismo. Sobre este ensayo diazfernandiano va a aparecer próximamente un detallado artículo en CuadernosHispanoamericanos.

(22) El nuevo romanticismo, p. 82.(23) El nuevo romanticismo, p. 47.(24) El nuevo romanticismo, p. 55.

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colección de poesía

14. Blues castellano

Antonio Gamoneda

15. Recuerdo del Bañista, 1950

Xavier Palau

16. Segunda mano

Víctor Botas

17. Antología del Silencio

Manuel Cristóbal

Pedidos y suscripciones:

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