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Los Cuadernos de Leratura RAMON PEREZ DE AVALA Y EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA Matica Goulard de Westberg E n la correspondencia de Ramón Pérez de Ayala, publicada en 1980 por Andrés Amorós (Cincuenta años de cartas ti- mas, 1904-1956, a su amigo guel Ro- dríguez Acosta, Castia 1980) se alude varias ve- ces a la candidatura del escritor asturiano al Pre- mio Nobel de Literatura. Me parece interesante aportar gunos datos que conozco para evitar que prevalezca en el turo la idea, que el propio autor insinúa en su correspondencia, de que no obtuvo el premio a causa de rivalidades y desacuerdos dentro de la Academia Española (1). Mi experiencia de haber seguido durante mu- chos años la vida literaria desde el país del Nobel y de haber intervenido indirecta o directamente en algunas candidaturas (2) me autoriza a rmar que el Nobel no se cuece, como gunos creen, en las academias extranjeras o en las embajadas en Es- tocolmo sino en el seno mismo de la Academia Sueca, entre sus 18 miembros (o entre los más influyentes) y en las cabezas de los críticos y traductores que asesoran a la Academia Sueca. En las opiniones de estos señores y en las posibles rividades internas hay que buscar el éxito o el acaso de una candidara. Muchas de las sorpre- sas del Nobel hay que atribuirlas a verdaderas «carambolas»: a veces, para evitar que el premio recaiga en A o en B se elige candidato inespe- rado C para que todos puedan ponerse de acuerdo, condición necesia para la elección de un candidato. El asunto de la candidatura de Ramón Pérez de Ayala Premio Nobel aparece por primera vez en la correspondencia citada en las cartas 86, 87 y 88, chadas entre agosto de 1930 y noviembre de 1931. Para comprender bien el desrollo del asunto hꜽ que acudir también a la carta 91, - chada en la Embajada de España en Londres en julio de 1934, así como a cartas posteriores cha- das en 1948 y 1949, que llevan los números 124, 125 y 128. Del conjunto de estas cartas se desprende que en 1930 apareció por primera vez la candidatura de Pérez de Ayala para el Premio Nobel. La co- rrespondencia no explica de dónde procedía la iniciativa («se me propuso» dice la carta 124). La mer de Miguel Rodríguez Acosta, Margarita Carlstrom, una sueca nacida en Gotemburgo, se interesó vivamente por la candidatura del íntimo amigo de su marido («Margarita trabó mucho y muy eficmente a través de un señor Visning (sic) y de un rabino, Ehrenpreis ...», carta 124). so Parece haber sido el propio Vising (y no Visning como se lee en todas las cartas) el qe surió a Menéndez Pidal que ese la Academia Española la que presentase la candidatura de Pérez de Ayala («¿Dónde vive el buen Vising? ¿Para qué habló a Menéndez Pid de hacer mi propuesta?», carta 87). La sugestión tuvo un resultado inespe- rado: los señores académicos de la Española, im- pulsos por Julio Casares, acordaron proponer propio Menéndez Pid en vez de a Pérez de Aya. Hubo una complicada danza de explicacio- nes, disculpas, cartas y telegramas, en la que tam- bién intervino don Américo Castro, que se hallaba en Suecia dando coerencias. No creo que tu- viera ninguna importancia para la concesión o no concesión del Nobel, ya que la Academia Sueca recibe anumente multitud de propuestas y, por lo gener, existen varias procedentes de un mismo país. En todo caso el premio de 1930 e pa el novelista americano Sinclair Lewis y el de 1931 para el poeta sueco Karlfeldt. No es indiferente saber quién era «ese buen señor Vising». Johan Vising (1855-1942) era per- sona conocida y respetada en el mundo intelec- tu. Catedrático de Lenguas Románicas en la Universidad de Gotemburgo, era autor de un co- nocido diccionario de ancés y pasaba, desgra- ciadamente, por ser un especialista de la cultura española. Me permito decir «desgraciadamente» porque el libro que le había conferido esta fama (Spanien och Portugal, Stockholm 1911) contiene una de las visiones más negativas y más saturadas de incomprensión que yo conozco de la vida y la cultura españolas. Al hablar de la situación del país y del carácter de sus habitantes abundan ex- presiones como «decadencia moral e intelectual», «desidia», «pereza», «fta de voluntad», etc., etc. (p. ej. p. 29). Sus juicios sobre el te español no son muy brillantes. Después de haber visitado el Museo de Arte Moderno y el Prado, dice: «Si uno se atreve a emitir un juicio tot sobre el te español que hemos visto representado en estos dos museos citados no puede uno dejar de rmu- larlo aproximadamente así: los artistas españoles son fieles representantes de su pueblo, con un erte individuismo y realismo pero con poc sentimiento estético» (p. 111). Sus opiniones literas sobre escritores como Pereda, Blasco Ibáñez y Pérez Galdós pueden dar una.idea sobre su orientación en este respecto. De Pereda dice que «es un magnífico descriptor de costumbres y caracteres y un vigoroso estilista pero es posible que no siempre sepa limitse. En mi opinión es el mejor novelista de España» (p. 168). Encuentra bastantes dectos en la obra de Gdós, del que no parece haber leído más que Doña Pecta y Marianela, y la compara con la de Blasco Ibáñez. Aunque el escritor valenciano tampoco está exento de dectos, Vising con- cluye: «Sin embargo, mi juicio fin es que Blasco Ibáñez es más interesante y más digno de leer que ningún otro de los actues novelistas españoles y que tiene un grnn porvenir ante sí» (p. 171).

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Los Cuadernos de Literatura

RAMON PEREZ DE

AVALA Y EL PREMIO

NOBEL DE

LITERATURA

Matica Goulard de Westberg

En la correspondencia de Ramón Pérez de Ayala, publicada en 1980 por Andrés Amorós (Cincuenta años de cartas ínti­mas, 1904-1956, a su amigo Miguel Ro­

dríguez Acosta, Castalia 1980) se alude varias ve-ces a la candidatura del escritor asturiano al Pre­mio Nobel de Literatura. Me parece interesante aportar algunos datos que conozco para evitar que prevalezca en el futuro la idea, que el propio autor insinúa en su correspondencia, de que no obtuvo el premio a causa de rivalidades y desacuerdos dentro de la Academia Española (1).

Mi experiencia de haber seguido durante mu­chos años la vida literaria desde el país del Nobel y de haber intervenido indirecta o directamente en algunas candidaturas (2) me autoriza a afirmar que el Nobel no se cuece, como algunos creen, en las academias extranjeras o en las embajadas en Es­tocolmo sino en el seno mismo de la Academia Sueca, entre sus 18 miembros (o entre los más influyentes) y en las cabezas de los críticos y traductores que asesoran a la Academia Sueca. En las opiniones de estos señores y en las posibles rivalidades internas hay que buscar el éxito o el fracaso de una candidatura. Muchas de las sorpre­sas del No bel hay que atribuirlas a verdaderas «carambolas»: a veces, para evitar que el premio recaiga en A o en B se elige al candidato inespe­rado C para que todos puedan ponerse de acuerdo, condición necesaria para la elección de un candidato.

El asunto de la candidatura de Ramón Pérez de Ayala al Premio Nobel aparece por primera vez en la correspondencia citada en las cartas 86, 87 y 88, fechadas entre agosto de 1930 y noviembre de 1931. Para comprender bien el desarrollo del asunto hay que acudir también a la carta 91, fe­chada en la Embajada de España en Londres en julio de 1934, así como a cartas posteriores fecha­das en 1948 y 1949, que llevan los números 124, 125 y 128.

Del conjunto de estas cartas se desprende que en 1930 apareció por primera vez la candidatura de Pérez de Ayala para el Premio Nobel. La co­rrespondencia no explica de dónde procedía la iniciativa («se me propuso» dice la carta 124). La mujer de Miguel Rodríguez Acosta, Margarita Carlstrom, una sueca nacida en Gotemburgo, se interesó vivamente por la candidatura del íntimo amigo de su marido ( «Margarita trabajó mucho y muy eficazmente a través de un señor Visning (sic) y de un rabino, Ehrenpreis ... », carta 124).

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Parece haber sido el propio Vising (y no Visning como se lee en todas las cartas) el qtie sugirió a Menéndez Pidal que fuese la Academia Española la que presentase la candidatura de Pérez de Ayala ( «¿Dónde vive el buen Vising? ¿Para qué habló a Menéndez Pidal de hacer mi propuesta?», carta 87). La sugestión tuvo un resultado inespe­rado: los señores académicos de la Española, im­pulsados por Julio Casares, acordaron proponer al propio Menéndez Pidal en vez de a Pérez de Ayala. Hubo una complicada danza de explicacio­nes, disculpas, cartas y telegramas, en la que tam­bién intervino don Américo Castro, que se hallaba en Suecia dando conferencias. No creo que tu­viera ninguna importancia para la concesión o no concesión del Nobel, ya que la Academia Sueca recibe anualmente multitud de propuestas y, por lo general, existen varias procedentes de un mismo país. En todo caso el premio de 1930 fue para el novelista americano Sinclair Lewis y el de 1931 para el poeta sueco Karlfeldt.

No es indiferente saber quién era «ese buen señor Vising». Johan Vising (1855-1942) era per­sona conocida y respetada en el mundo intelec­tual. Catedrático de Lenguas Románicas en la Universidad de Gotemburgo, era autor de un co­nocido diccionario de francés y pasaba, desgra­ciadamente, por ser un especialista de la cultura española. Me permito decir «desgraciadamente» porque el libro que le había conferido esta fama (Spanien och Portugal, Stockholm 1911) contiene una de las visiones más negativas y más saturadas de incomprensión que yo conozco de la vida y la cultura españolas. Al hablar de la situación del país y del carácter de sus habitantes abundan ex­presiones como «decadencia moral e intelectual», «desidia», «pereza», «falta de voluntad», etc., etc. (p. ej. p. 29). Sus juicios sobre el arte español no son muy brillantes. Después de haber visitado el Museo de Arte Moderno y el Prado, dice: «Si uno se atreve a emitir un juicio total sobre el arte español que hemos visto representado en estos dos museos citados no puede uno dejar de formu­larlo aproximadamente así: los artistas españoles son fieles representantes de su pueblo, con un fuerte individualismo y realismo pero con poc0; sentimiento estético» (p. 111).

Sus opiniones literarias sobre escritores como Pereda, Blasco Ibáñez y Pérez Galdós pueden dar una.idea sobre su orientación en este respecto. De Pereda dice que «es un magnífico descriptor de costumbres y caracteres y un vigoroso estilista pero es posible que no siempre sepa limitarse. En mi opinión es el mejor novelista de España» (p. 168). Encuentra bastantes defectos en la obra de Galdós, del que no parece haber leído más que Doña Perfecta y Marianela, y la compara con la de Blasco Ibáñez. Aunque el escritor valenciano tampoco está exento de defectos, Vising con­cluye: «Sin embargo, mi juicio final es que Blasco Ibáñez es más interesante y más digno de leer que ningún otro de los actuales novelistas españoles y que tiene un grnn porvenir ante sí» (p. 171).

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Ramón Pérez de Ayala.

Aun teniendo en cuenta que Vising era un hom­bre de su generación (había nacido en 1855) no creo que entre 1930 y 1935, cuando rozaba los 80 años, tuviese más comprensión para la literatura moderna española y, por tanto, para la obra de Pérez de Ayala que la que tenía en 1911 cuando publicó su libro sobre España y Portugal.

Es difícil saber cuál fue exactamente la inter­vención de Vising en la candidatura de Pérez de Ayala. Del comité asesor de la Academia Sueca para el Premio Nobel formaba parte, en esta época, Karl August Hagberg (1863-1944), autor de varias traducciones del español, entre ellas de obras de Echegaray y Benavente, ambos premios Nobel. Lo más probable es que fuera Hagberg el que informara sobre la candidatura de Pérez de Ayala (me consta que informó sobre Unamuno) pero no se puede descartar la posibilidad de que la Academia encargara el informe a otro supuesto especialista de la cultura española, como el propio Vising que, con seguridad, había tenido contactos con la Academia Sueca y se había interesado por la candidatura de Pérez de Ayala. En todo caso, escribió el artículo sobre el escritor que se incluye en la enciclopedia sueca Svensk Uppslagsbok. Debió escribirlo antes de 193�. porque en él no se cita la traducción de Tigre Juan, aparecida en esta fecha. Merece citarse porque es uno de los pocos

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datos que tenemos sobre la opinión de Vising y sus contemporáneos sobre la obra de Pérez de Ayala:

P[ érez de Ayalaj aprendió en Inglaterra, de joven, a valorar el humor inglés, que él sal­pica de rasgos picarescos y lo lleva a un ex­tremo dificil de comprender para un extran­jero... La novela Tinieblas en las cumbres (1907), un cuadro de aberraciones eróticas casi psicopáticas, ha sido caracterizado como «la más importante novela picaresca de Es­paña» (Pérez Galdós). Humor picaresco y perfección estilística caracterizan también las novelas siguientes ...

Cualquiera que fuese la primera intervención de Vising en la candidatura de Pérez de Ayala en el otoño de 1930, ya en enero de 1931 el profesor sueco parece haber enviado a Margarita Carlstróm un informe negativo. En la carta 88 dice Pérez de Ayala: «En cuanto a la carta de Vising (que me traduce Margarita) no entiendo jota. ¿ Quiénes son esos numerosos candidatos españoles? No hay sino Pidal y quizás doña Concha (3). Estaría bueno que le dieran el premio a esa señora ... » A estas líneas habría que añadir el final de la carta 91, escrita en 1934, donde se dice claramente que

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Vising era contrario a la candidaturp. de Pérez de Ayala: «Quizás Margarita podría escribir a Vising por si él sabe algo. Dudo que sea conveniente que él se interese por mi candidatura, aparte de que recuerdo haber oído a Margarita que no se mos­traba (Vising) muy afecto a ella.»

En 1934, Pérez de Ayala, Embajador de España en Londres, vuelve a sentirse próximo al Nobel y realmente ésta debió ser la época en que su candi­datura tuvo más posibilidades de prosperar. Su nombre debió sonar tanto en Estocolmo como para que el escritor sueco Axel Munthe diese por supuesta su elección y como para que el Embaja­dor de Suecia en Londres, el Barón Erik Palms­tiema, se atreviese a presentar a Pérez de Ayala al Príncipe heredero de Suecia con la frase «el Pre­mio Nobel de este año» (carta 91). A juzgar por la carta 124, escrita en 1948, la candidatura de Pérez de Ayala se había formalizado gracias a la pro­puesta del Duque de Alba en calidad de Presidente de la Academia de la Historia. Es probable que algunos hispanistas ingleses apoyaran ya en esta época la candidatura de Pérez de Ayala por medio de artículos o enviando directamente la propuesta a la Academia Sueca. En estos momentos se pre­paraba la traducción al sueco de la novela Tigre Juan. Conociendo las relaciones entre las editoria­les y la Academia Sueca se puede suponer que hubo alguna indicación por parte de los académi­cos para que se llevase a cabo esta traducción. El libro apareció en 1935 seguido por un artículo firmado por el hispanista ing1és Walter Starkie quien, a su vez, cita una opinión de J. B. Trend (4). Lo curioso es que Pérez de Ayala parece haber olvidado completamente la existencia de esta traducción cuando, años más tarde, vuelve a hablar del Premio Nobel.

Los auspicios favorables no se cumplieron. El premio de 1934 fue para Luigi Pirandello y el de 1935 quedó desierto. En esta fecha no se puede pensar en una rivalidad entre la candidatura de Menéndez Pidal y la de Pérez de Ayala. El nom­bre de Menéndez Pidal no volvió a sonar en rela­ción con el Premio Nobel hasta bastantes años más tarde, concretamente en 1952. Hay que bus­car, pues, en las opiniones de los críticos y aseso­res en Suecia la razón del fracaso de la candida­tura de Pérez de Ayala.

La traducción de Tigre Juan no aumentó la po­pularidad de Pérez de Ayala en Suecia. La única crítica que yo he logrado descubrir se encuentra en el número de septiembre de 1935 de la revista literaria B.L.M. (Bonniers Litteriira Magasin) y la firma J ohannes Edfeldt, un conocido poeta y crí­tico que.¡ años más tarde, en 1969, entró a formar parte de la Academia Sueca:

R. P. de A. tiene fama de ser uno de los grandes novelistas modernos de España. Na­cido en Oviedo, capital de la provincia de Asturias, tiene origen castellano por parte de su padre y sangre celta por parte de madre. En general, y muy especialmente en los tiem-

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pos que corremos, es necesario subrayar lo disparatadas que son tales teorías de sangre y especulaciones etnológicas (5).

La novela úe Ayala, Tigre Juan, que en su país ha merecido el Premio Nacional de Lite­ratura, tiene colorido característicamente es­pañol y es, sin duda, una obra madura, llena de carácter, aunque su traza y su psicología sean un poco anticuadas. Cuando se sostiene que este autor representa ideas modernas, se puede objetar que, en todo caso para un lec­tor sueco, tanto Unamuno como Ortega y Gasset parecen estar en un contacto bastante más íntimo con los problemas actuales que lo está Ayala. Al menos tal y como aparece en la novela Tigre Juan.

La novela introduce al lector en una atmós­fera típicamente española. La acción se sitúa en una ciudad pequeña, Pilares. Los caracte­res y conflictos que Ayala describe tienen que parecer extraños y exóticos para un habitante del Norte. La existencia que la novela nos ofrece es, en el fondo, idéntica al mundo que viven los héroes de Cervantes; lo hemos en­contrado repetidas veces en los dramas de Lope de Vega y Calderón. No falta tampoco en esta novela la tradicional figura de don Juan en el pintoresco corredor de comercio Vespasiano.

Sería una exageración caracterizar esta no­vela como una obra maestra aunque no es un libro indiferente o insignificante. Tiene color y sabor. Tiene un ritmo movido y es una obra conmovedora en medio de su comicidad bur­lesca. Continúa, con éxito, una tradición es­pañola que nos transporta al período clásico del teatro español.

No me parece arriesgado suponer que este artí­culo, en sus valoraciones negativas y positivas, refleja la opinión literaria de la Academia Sueca y aporta cierta luz sobre las razones que, en aquella época, pesaron para no concederle el premio a Ramón Pérez de Ayala.

Todavía hubo otra ocasión en que Pérez de Ayala creyó que podría recibir el Premio Nobel. Se refleja en las cartas 124, 125 y 128 fechadas entre mediados de 1948 y principios de 1949. En la carta 124 se hace una recapitulación de lo suce­dido en las dos ocasiones anteriores, 1930-31 y 1934. La carta 125 da a conocer que el hispanista inglés Allison Peers ha propuesto varias veces la candidatura de Pérez de Ayala y que en Inglaterra se habla insistentemente· sobre la concesión del Premio Nobel al escritor español. La fiel Marga­rita Carlstróm se encarga nuevamente de pedir informaciones a su ciudad natal y sobre el resul­tado de estas informaciones habla Pérez de Ayala en la carta 128 de enero de 1949:

«En cuanto a lo que esa señora amiga tuya dice acerca de la conveniencia de que algunos de mis libros estuvieran traducidos a tu her-

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Ramón Pérez de Aya/a, en su casa de Madrid.

mosa lengua ( digo hermosa por presunción o adivinación, desde el fondo de mi ignorancia de ella), no dudo de que hubiese sido conve­niente pero es menos dudoso que ello sea necesario, ni, desde luego, imprescindible. A muchos autores no traducidos al sueco se les ha concedido el Premio Nobel, según tengo entendido y si no me equivoco. Las traduc­ciones vienen después (6). Otro punto es el de si yo he escrito últimamente obras nuevas. Con todos los respetos para tu amiga, tam­poco creo que eso sea de ninguna monta (7) puesto que ese premio se concede a los auto­res cuya labor, como un todo, está completa y puede ser juzgada como una unidad reali­zada... Premios recientes son los de Martin du Gard y la Mistral que han cerrado su obra hace bastante tiempo ... (8).

En este caso yo puedo aportar un dato concreto por haber intervenido indirectamente en el in­forme destinado a la Academia Sueca. Para estas fechas, el profesor Vising había muerto y también Karl August Hagberg, asesor para el español en el Comité No bel. La Academia pidió un informe so­bre la candidatura renovada de Pérez de Ayala al profesor de Lenguas Románicas de la Universidad de Gotemburgo, uno de los sucesores de Vising en esta cátedra. Y o estaba ya a sus órdenes como

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lectora de español y tenía a mi cargo el Instituto Ibero-americano con su magní

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ica biblioteca por hallarse ausente su director. Discutimos varias veces la obra de Pérez de Ayala y me pareció que, en un principio, se inclinaba hacia un informe favorable, hasta que, pasadas algunas semanas, vino a reclamarme informaciones sobre la produc­ción de Pérez de Ayala después de la publicación de Tigre Juan. Le informé que sabía que el escri­tor publicaba artículos en periódicos y revistas de América y me rogó que le buscase alguno. Des­pués de pasar dos días revolviendo entre el polvo en el desván del Instituto logré hallar dos números de La Prensa de Buenos Aires con dos artículos, creo recordar que el uno sobre Horacio y el otro sobre Shelley. Se los llevó complacido pero la­mentando, de todas formas, que Pérez de Ayala no hubiera publicado ninguna otra obra de crea­ción en los últimos tiempos.

Así desapareció la última posibilidad de que Pé­rez de Ayala fuese galardonado con el Nobel. El premio de 1948 fue para el poeta inglés T. S. Eliot y el de 1949 quedó desierto.

* * *

Creo que los datos que aporto aquí permiten desterrar la idea de que fueron divisiones internas en España las que cerraron el camino a Pérez. de

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Teléfono 2440600. Ext. 396 y 267

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Ayala para su acceso al Premio. Por otra parte, conviene subrayar que no se trata de un fracaso personal del escritor asturiano. Un examen desde el punto de vista sueco de las candidaturas de Pérez Galdós, de Unamuno y hasta de don Ramón Menéndez Pidal llevaría a un resultado bastante semejante. Podría poner en claro, por ejemplo, que no fue solamente la campaña llevada a cabo desde círculos de extrema derecha en España la que impidió la concesión del Nobel a don Benito, como generalmente se cree. Los críticos suecos, con su gran incomprensión del novelista, tuvieron buena parte en esto que se puede llamar un fra­caso de la Academia Sueca. Don Benito y Pérez de Ayala están en buena compañía con el rechazo a otras candidaturas, la de Tolstoi, la de Proust, la de V alery, la de Rubén Darío y la de tantos otros que no obtuvieron el premio. El examen de varios casos nos llevaría a preguntarnos sobre un pro­blema más general en el que está incurso el caso de Pérez de Ayala. Cómo se ha difundido la litera­tura española de este siglo desde España y cómo se ha visto y se ha interpretado en el extranjero.

En el caso del Nobel sólo podemos esperar y desear que la espectacular difusión de la lengua española en Suecia, no siempre apoyada �desde círculos oficiales, evite en el futuro � � errores semejantes a los cometidos. �

NOTAS

(1) «Hemos seleccionado fragmentos de distintas cartas, enlas que se recogen las preocupaciones del escritor por alcanzar el Premio Nobel de Literatura que nunca obtuvo, pero que rozó, estropeándose las oportunidades por el demonio divisor hispánico». (El País, 30 nov. 1980).

(2) Ver mi artículo Juan Ramón Jiménez y el Premio Nobelde Literatura de próxima aparición en el Boletín de la Asocia­ción Europea de Profesores de Español (AEPE), n.0 28 y mi libro Juan Ramón Jiménez y la crítica en Escandinavia, Insti­tuto Ibero-Americano de Gotemburgo 1963.

(3) La candidatura de Concha Espina gozó de bastantepopularidad y estuvo apoyada por algunos conoddos críticos suecos. Pérez de Ayala se equivoca al suponer que no existían más candidaturas españolas. Existía, por lo menos, la de Unamuno.

(4) «J. B. Trend ha llamado a algunas de sus novelas, comoBelarmino y Apolonio y Luna de miel, luna de hiel las Daphnis y Cloe de la España del Norte».

(5) Sin duda se refiere.a lo que escribe Walter Starkie en el · estudio que acompaña a la traducción de Tigre Juan: «Nacidoen la capital de la provincia [de Asturias], Oviedo, el año 1880,su padre era castellano y su madre celta. La unión de locastellano y lo celta explica muchas contradicciones en lapersonalidad de Ayala» (pp. 307-8).

(6) Como se ve Pérez de Ayala había olvidado o, tal vez,ignoraba la existencia de la traducción de Tigre Juan.

(7) Como se puede ver más adelante la amiga de MargaritaCarlstrom estaba bien informada en este caso.

(8) La afirmación es inexacta con respecto a Roger Martindu Gard. Recibió el premio en 1937 «Por el vigor artístico y lafidelidad expresados en su ciclo de novelas Les Thibaults»según reza la formulación de la Academia. En 1936, año ante­rior a la concesión del Nobel, había reanudado el ciclo de LesThibaults con la publicación de L'Eté 1914. En 1940 aparecióEpilogue.