ANÁLISIS, CONCEPTUALIZACIÒN Y REVITALIZACIÓN DEL SISTEMA ...
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Los debates en torno a la noción de ‘revitalización sindical’
en Argentina:
entre la recuperación y la renovación de prácticas y estrategias
Agustina Miguel (IIGG-CONICET)
Mesa N° 8: Mundos del trabajo: debates teóricos y aportes empíricos sobre el trabajo y
los trabajadores en la Argentina actual.
Disciplinas: Relaciones Laborales
Palabras clave: REVITALIZACIÓN SINDICAL - ARGENTINA - AFILIACIÓN
SINDICAL - NEGOCIACIÓN COLECTIVA - CONFLICTIVIDAD LABORAL -
SINDICALISMO POLÍTICO RADICAL
Resumen: Desde el año 2003 la organización sindical de los trabajadores estuvo a la
cabeza de la conflictividad en Argentina. El aumento de la afiliación sindical, la
negociación colectiva y el conflicto laboral dio lugar a una línea de estudios que instaló
la noción de “revitalización sindical” para caracterizar las relaciones colectivas del
trabajo durante la última década. No obstante, hay otras posturas que ponen en cuestión
este concepto al destacar la vigencia de prácticas sindicales tradicionales y una cierta
continuidad de las relaciones laborales con respecto a la década del ‘90. En este sentido,
los aportes del “sindicalismo político radical” son presentados como propicios para
renovar el debate sobre revitalización sindical. En el presente trabajo nos proponemos
recuperar los principales debates nacionales e internacionales en torno al concepto e
identificar el alcance político de las diferentes perspectivas teóricas.
1. Introducción
Dentro del campo de las relaciones laborales, numerosos autores coinciden en
señalar que a partir del año 2003 la organización colectiva de los trabajadores a través
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de los sindicatos fue la protagonista de conflicto social en Argentina. Este fenómeno,
que usualmente se conoce como “revitalización sindical”, consiste en el resurgimiento
del conflicto de clase a manos de los trabajadores del sector formal, a diferencia de lo
ocurrido durante la década del ‘90 y la posterior crisis del 2001, cuando el creciente
sector informal y los desempleados eran el motor de la conflictividad. En general, la
observación que sostiene esta afirmación se basa en indicadores clásicos de poder
sindical, como la afiliación sindical, la conflictividad laboral y la negociación colectiva
desde un abordaje cuantitativo. Ahora bien, más allá del acuerdo sobre el aumento de
estos indicadores, la variedad de perspectivas teóricas en la materia hace que el
concepto de revitalización sea problematizado y estudiado desde puntos de vista que
implican alcances políticos disímiles.
Siguiendo esta línea, nos preguntamos si la revitalización sindical como proceso
característico de las relaciones laborales durante el período 2003-2015 se limitó a la 1
recuperación del protagonismo de los sindicatos perdido en la década precedente o si
también implicó una renovación de sus prácticas y estrategias. Para responder este
interrogante, en el presente trabajo nos proponemos estudiar la noción de “revitalización
sindical” a partir de: (1) recuperar los principales debates nacionales e internacionales, e
(2) identificar el alcance político de las diferentes perspectivas teóricas. La estrategia
metodológica es de tipo cualitativa.
En los siguientes apartados abordaremos, en primer lugar, el debate clásico sobre
revitalización sindical, tanto en el plano internacional con los aportes del “sindicalismo
de movimiento social”, como en el nacional desde una concepción institucionalista.
Luego, para el caso de Argentina, presentaremos algunas de las críticas más importantes
1 El recorte del período de estudio se enmarca dentro de la concepción predominante en el campo de las relaciones laborales de que a partir del año 2003 se dio un proceso de recuperación económica e institucional que resultó propicio para la revitalización de las organizaciones sindicales. A la vez, tomamos el 2015 como año de cierre por el cambio de gobierno a manos de Mauricio Macri. No obstante, más allá de este trabajo, creemos que el período “kirchnerista” abarca también el breve gobierno de Eduardo Duhalde (enero 2002 - mayo 2003) y, en este sentido, el término refiere a un período de la historia argentina reciente con un dinámica en la que subyace cierta unidad que no remite a unos mandatos presidenciales, sino a una determinada configuración de fuerzas entre clases y fracciones de clases. Además, la recomposición de la acumulación y la dominación capitalista posterior al ascenso de las luchas sociales y el estallido de la crisis de fines de 2001 inició y avanzó considerablemente durante el gobierno provisional de Duhalde (Bonnet, 2015: 15-16).
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que diversos autores realizan a estos enfoques y nos aproximaremos a los aportes del
“sindicalismo político radical” que intentan renovar el debate. Por último, esbozaremos
algunas reflexiones que recuperan las distintas perspectivas, sus alcances y límites.
2. El debate clásico sobre revitalización sindical
2.1. El “sindicalismo de movimiento social” en el centro del debate internacional
Senén González y Haidar (2009) recuperan los principales debates nacionales e
internacionales en torno al concepto de revitalización sindical, que cobraron relevancia
a partir de la década pasada. En líneas generales, y en cualquiera de los dos ámbitos, el
término “revitalización” refiere a las nuevas estrategias de los sindicatos para salir de la
crisis de representación sindical del último cuarto del siglo XX. Desde la literatura
anglosajona , las iniciativas de revitalización de los sindicatos se identifican con las 2
estrategias del denominado “sindicalismo de movimiento social” (SMS). Constituida
como la teoría predominante durante la década del ‘90, el SMS vincula la aparición de
nuevos movimientos sociales con las estrategias que emprenden los sindicatos para
frenar y revertir los efectos del neoliberalismo y de la globalización sobre sus
principales fuentes de poder (Senén González y Del Bono, 2011). Además, en tiempos
donde el sector empresario mantiene una relación estrecha con los sindicatos, el SMS
surge en oposición a las prácticas sindicales corporativas, propias del sindicalismo de
negocios. En Gran Bretaña y Estados Unidos el concepto de SMS se emplea para
2 Por otra parte, Senén González y Haidar distinguen una literatura anglosajona de estudios comparados referida al “conjunto de estrategias orientadas a recuperar la fortaleza de las organizaciones sindicales en distintos contextos nacionales” (Senén González y Haidar, 2009: 8). Desde el enfoque del “strategic choice”, Locke, Kochan y Piore señalan para los casos de Alemania, España e Italia la adopción de estrategias condicionados por el contexto, el marco institucional y la estructura histórica preexistente. Otros autores, como Baccaro, Hamann y Turner, proponen una línea interpretativa intermedia entre el enfoque estratégico y el institucionalismo “para pensar la revitalización desde la dinámica del actor sindical, como un aumento del activismo político de las organizaciones sindicales, que seguirían diferentes estrategias de acuerdo a la disponibilidad de recursos institucionales” (Senén González y Haidar, 2009: 9). En ese sentido, Alemania, España e Italia serían casos centrados en la inserción institucional, dada la fuerte vinculación entre las organizaciones sindicales y el sistema político que canaliza los esfuerzos en acrecentar su influencia en el mercado de trabajo, en detrimento del impulso a la movilización de sus miembros, la organización de nuevos afiliados y la construcción de coaliciones sociales; mientras que Estados Unidos y Gran Bretaña, con una débil posición institucional, tienen al sindicalismo de movimiento social como estrategia de revitalización.
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identificar el impulso a la afiliación de nuevos miembros, las estructuras organizativas
horizontales, las manifestaciones populares y la construcción con otras organizaciones
de la sociedad civil (Senén González y Haidar, 2009). Autores como Fairbrother y
Moody, quienes enfatizan en la democracia interna y en la participación y coaliciones
extra-sindicales, y Frege y Kelly pueden ser vinculados a esta perspectiva.
Moody (1997) toma el alza de los niveles de acción sindical durante los años ‘90
(en Estados Unidos, España, Italia, Francia, Alemania y Gran Bretaña) como indicio de
una rebelión contra la globalización capitalista, sus estructuras y sus efectos de cara al
siglo XXI. En el centro de la escena destaca a la clase trabajadora y sus organizaciones,
una clase trabajadora con una composición diversificada, al conformar las mujeres y los
inmigrantes una importante proporción de la fuerza de trabajo. Por esta característica
emergente es que considera necesario generar unidad de acción a través de líneas que
impliquen a los diferentes grupos. Si bien reconoce que hay especificidades de cada
nación que explican el paso de la parálisis a la resistencia, hay algo subyacente que
impulsa al trabajo hacia la confrontación. Este es el caso de Europa y Estados Unidos,
donde las huelgas continúan a pesar de que el perfil de los líderes se mantiene en la
cooperación con el sector empresario para no obstaculizar la competitividad y lograr la
estabilización del empleo. Es en este punto que el autor pone de relieve la naturaleza
ambigua de las organizaciones sindicales: por un lado, están preparadas para luchar
contra el capital en defensa del trabajo; por el otro, en el nivel superior, intentan
mantener las líneas de defensa a través de negociaciones estables a largo plazo,
obstaculizando la lucha para enfrentar las nuevas exigencias del capital: “Sus acciones a
veces empujan hacia adelante, aunque sus ojos estén enfocados claramente en el pasado.
Es obvio que esta contradicción es probable que limite la eficacia de los sindicatos, pero
no impide esta acción” (Moody, 1997: 54; la traducción es nuestra). En definitiva, para
los sindicatos empujados a la lucha, la falta de democracia y los liderazgos tradicionales
(en ideología y composición étnica o de género) constituyen una debilidad seria a
resolver mediante la incorporación en la agenda de la democracia sindical y la
necesidad de impulsar nuevas formas de activismo. A su vez, Moody resalta la
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importancia de la acción internacional de la clase obrera para montar la oposición a toda
la agenda del capital transnacional, una lucha que también se lleva a cabo a nivel
nacional.
Casi una década más tarde, el saldo para Fairbrother (2005) es que la organización
sindical tradicional fracasa al dar respuesta a los problemas que impone el capitalismo
global, como la reestructuración productiva, la flexibilidad y la migración. Esto puede
verse reflejado en la caída de la afiliación y del activismo. Algunas de las respuestas
estratégicas fallidas incluían la fusión con otros sindicatos, para contrarrestar la caída de
la afiliación, y la reconversión en sindicatos de servicios. Por estos motivos, la
revitalización requiere dejar de lado las estructuras verticales, como el sindicato
nacional, a partir de afiliados activos que se involucren en coaliciones y alianzas con
movimientos sociales, sean comunitarios o internacionales. Según el autor, los
movimientos sociales han logrado desafiar las estrategias neoliberales del capital, y esa
experiencia los convierte en ejemplo para el sindicalismo. Para que pueda gestarse una
alianza genuina con los movimientos sociales, la clave es una forma de sindicalismo
democrático en donde los procesos de movilización sean participativos, la afiliación no
sea tradicional y se aborden demandas sociales y políticas, no sólo económicas. No
obstante, con todas su debilidades, la organización sindical sigue siendo potencialmente
la forma de organización popular más poderosa para confrontar al actual capitalismo
global.
Frege y Kelly (2003) estudian la revitalización desde un abordaje más amplio que
el de la mayoría de la literatura anglosajona, al incorporar una mayor cantidad de
problemáticas que los sindicatos tienen que (o al menos intentar) revertir para
recomponer la crisis de representación: la disminución de la cantidad de afiliados, los
problemas de definición y agregación de intereses, la erosión de las estructuras de
representación de intereses (sindicalismo en los lugares de trabajo), la caída en la
capacidad de movilización, el cambio institucional y la disminución de los recursos de
poder. La crítica al análisis de la revitalización sindical centrado en los indicadores
cuantitativos clásicos propios del institucionalismo (la afiliación sindical, la negociación
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colectiva y la conflictividad laboral) señala los límites que esta práctica analítica
presentaría desde una perspectiva comparada, ya que no reconoce los diferentes
significados que pueden adquirir estos indicadores en los diferentes contextos de las
relaciones laborales (por ejemplo, el aumento de la afiliación sindical en dos países no
necesariamente implica la presencia de la revitalización sindical en ambos). En este
sentido, los autores distinguen seis estrategias principales de revitalización sindical que
deben tender a fortalecer: (1) la dimensión organizativa, a través de la atracción de
nuevos afiliados y la creación y fortalecimiento de la representación en los lugares de
trabajo; (2) la reestructuración organizativa; (3) la construcción de coaliciones con
movimientos sociales; (4) la cooperación con los empleadores para proteger o
desarrollar las instituciones de negociación, perseguir nuevos intereses y así reducir la
imagen negativa de los sindicatos); (5) la acción política orientada a acceder a los
recursos de poder para obtener una legislación laboral más favorable o una regulación
corporativa del mercado de trabajo, en definitiva, para influir sobre los marcos
regulatorios; (6) y la articulación con organizaciones sindicales internacionales.
Otro elemento importante que aparece en estos estudios es la consideración del
contexto. Frege y Kelly parten de la problematización de cómo opera o influye el
contexto en el declive de los sindicatos durante las dos últimas décadas. Focalizan en las
respuestas de los actores más que en sus circunstancias externas, porque entienden que
los sindicatos tienen cierta discrecionalidad en cómo reaccionan a los cambios del
contexto. Este posicionamiento guarda relación con el presupuesto teórico de que los
sindicatos son un actor proactivo en el ejercicio de las opciones estratégicas,
oponiéndose a la idea de que reaccionan por reflejo a las iniciativas de los empleadores.
No obstante, la propuesta no deja de reconocer la importancia del entorno, ya que los
cambios en lo económico y social, el contexto institucional (signado por la estructura de
la negociación colectiva, el marco legal y el sistema político) y las estrategias del
Estado y los empleadores son consideradas como variables independientes. De esta
manera, la novedad consiste en la incorporación de los “procesos de enmarcado” o
framing process como variables internas de los sindicatos que explican las estrategias
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de estas organizaciones porque aluden a “las formas en que los sindicalistas perciben y
piensan en los cambios en su contexto externo como amenazas u oportunidades” (Frege
y Kelly, 2003: 14, la traducción es nuestra). Es decir, es una instancia intermedia de
asimilación de los distintos elementos que componen el contexto, que precede las
opciones estratégicas sindicales (variable dependiente). Ahora bien, a pesar del intento
de reconocer la proactividad del accionar sindical, el carácter (independiente o
dependiente) atribuido a las variables identificadas no hace más que volver a encorsetar
la acción sindical en los márgenes del contexto. En definitiva, ¿qué viene primero?: ¿es
el contexto el que modifica el accionar de los actores? o ¿es el accionar de los actores el
que modifica, por ejemplo, el marco regulatorio?
En resumen, la literatura anglosajona, enfocada en el sindicalismo europeo y
norteamericano, expresa la necesidad de una reformulación organizativa para enfrentar
la ofensiva de la globalización capitalista. La democracia sindical, la ampliación y
diversificación de la base, la participación de un nuevo activismo, las alianzas con los
movimientos sociales y la acción internacional aparecen como los elementos más
efectivos para romper con los esquemas más tradicionales de organización que no hacen
más que paralizar la lucha por las reivindicaciones de la clase trabajadora.
2.2. El debate en Argentina
De acuerdo a Senén González (2011), la literatura en habla hispana sobre
revitalización sindical es sustancialmente menor que la internacional y, en general, no
proviene de las relaciones laborales en tanto disciplina, sino del derecho del trabajo o
las ciencias políticas. A su vez, el caso europeo es diferenciado del fenómeno de
revitalización sindical y su estudio en Argentina y en otros países latinoamericanos,
como Brasil y Uruguay, porque no se trata de sindicatos respondiendo ante los desafíos
de un contexto adverso sino de actores sindicales que lograron sobrevivir al
neoliberalismo y adaptarse a una nueva coyuntura que resulta más propicia para
reinstalarse como actores decisivos en la arena política, económica y social (Senén
González y Del Bono, 2013).
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En Argentina, la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en 2003 dio paso a un
contexto signado por el aumento sostenido del empleo y la recomposición salarial,
factores que favorecieron la recuperación del protagonismo de los sindicatos en la vida
social, política y económica del país a través del incremento de la negociación colectiva
y la conflictividad laboral. Al recuperar los lineamientos del enfoque estratégico, estos
estudios articulan sus interrogantes en torno a si el proceso de revitalización es producto
de acciones transformadoras propias del actor sindical por renovarse o es una reacción
del sindicato ante los cambios de contexto (Senén González, 2011; Senén González y
del Bono, 2013). A partir del concepto de “procesos de enmarcado” de Frege y Kelly,
Senén González (2011) concluye que las decisiones tomadas por los sindicatos son
leídas como oportunidad frente al nuevo contexto, pero sin implicar estrategias
innovadoras. Los datos que evidencian la posibilidad de conceptualizar este proceso
como “revitalización sindical”, reflejados en los tres indicadores clásicos, están
dirigidos a fortalecer la posición institucional de los sindicatos a través de la coalición
política con los gobiernos kirchneristas.
Uno de los estudios más emblemáticos sobre el tema, que mantiene la tesis de la
revitalización sindical centrada en el aumento de estos indicadores, es el de Etchemendy
y Collier (2008). Los autores descartan la posibilidad de considerar al SMS como el
principal protagonista de la revitalización sindical en la Argentina de la
posconvertibilidad, mientras que destacan el rol del sindicalismo peronista tradicional
de la Confederación General del Trabajo (CGT), esto es, una organización sindical muy
jerárquica, escasamente pluralista y basada en monopolios sectoriales, con pocos
vínculos con el sector informal o movimientos sociales nacionales e internacionales.
Desde un posicionamiento anclado en los marcos institucionales de las relaciones
laborales, introducen la noción de “neocorporativismo segmentado” para referirse al
resurgimiento del conflicto de clase a manos de los trabajadores del sector formal, a
diferencia de lo ocurrido durante la década del noventa y la posterior crisis del 2001,
cuando los sectores informales en crecimiento y los desempleados eran el motor de la
conflictividad:
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definimos al neocorporativismo segmentado como una modalidad de negociaciones a nivel de cúpulas en las cuales sindicatos de carácter monopólico, asociaciones empresarias y el gobierno pactan un salario mínimo general y salarios sectoriales acordes a las metas de inflación, que se aplican sólo a una minoría sustancial de la fuerza de trabajo (Etchemendy y Collier, 2008: 149, la cursiva es de los autores).
Esta definición contiene la clásica distinción entre “sujeto” y “objeto”. Por un
lado, descarta un posible protagonismo del SMS para el caso de la Argentina de la
posconvertibilidad e identifican a la CGT como el actor principal de la revitalización
sindical. De esta manera, el actor “revitalizado” resulta ser el sindicato en tanto
agrupación institucional de los trabajadores y, más precisamente, las organizaciones
monopólicas y centralizadas a nivel de cúpulas. Por otra parte, la materia económica
(salarios) se configura como el objeto de este retorno de la conflictividad de clase,
aunque las conquistas de la recomposición salarial sean exclusivas de los trabajadores
del sector formal: “los “ganadores” (...) son los trabajadores registrados del sector
privado, y particularmente aquellos pertenecientes a los grandes sindicatos”
(Etchemendy y Collier, 2008: 167) de la rama automotriz de metalúrgicos, camioneros,
comercio, alimentación, bancos extranjeros, construcción, entre otros.
El conflicto laboral es presentado como el principal factor de revitalización
sindical, al afirmar que “las organizaciones de trabajadores han recuperado su capacidad
para la movilización y la confrontación” (Etchemendy y Collier, 2008: 154). Esta
apreciación se basa en el aumento cuantitativo que registraron los conflictos laborales
desde el año 2003. La expresión de la conflictividad a través de la huelga, la forma más
tradicional de acción directa, alcanzó su punto máximo en 2005 en el marco del
crecimiento económico, a diferencia de lo ocurrido durante la crisis de 2001, cuando el
conflicto social encabezado por el movimiento de piqueteros ocupó el lugar
preponderante. Las reivindicaciones que caracterizan el período de estudio (salarial,
cobertura contractual, sindicalización de los trabajadores, distribución de las ganancias)
son asociadas por los autores a acciones de tipo ofensivas, independientemente del
contexto en que son llevadas a cabo. Como contrapartida, las acciones enfocadas en
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preservar los puestos o condiciones de trabajo, como ocurrió durante la década del ‘90,
serían calificadas como defensivas.
En cuanto a la negociación colectiva, la cantidad acuerdos y convenios, la
cobertura y el nivel de centralización son los observables, mientras que el contenido de
lo negociado no es tenido en cuenta en el análisis de estos autores. En este sentido, el
desarrollo de las negociaciones neocorporativas registró un notable aumento en la
primera parte de la década del 2000, mostrando una creciente intervención de los
sindicatos con reconocimiento legal en el mercado de trabajo. La cobertura, ceñida a 3
los trabajadores registrados , expresa una fuerte presencia sindical en las empresas del 4
sector formal. Además, el alcance de los convenios y acuerdos no se condice con la
sindicalización ya que, bajo el principio “erga omnes”, comprenden tanto a los
trabajadores afiliados al sindicato como a los no afiliados del sector formal . Por otra 5
parte, los autores destacan el patrón creciente de negociaciones colectivas a nivel
sectorial después de 2002, en contraposición a la tendencia hacia la descentralización a
nivel empresa de la década del ‘90. Entendemos que esta última concepción de la
negociación colectiva es posible si se observan las tendencias y no los valores absolutos
de los tipos de convenios y acuerdos dado que, de lo contrario, el balance conduciría a
resaltar la preeminencia de la negociación a nivel empresa. Por último, destacan que las
organizaciones sindicales a nivel nacional se han mantenido como actores centrales en
las negociaciones colectivas, aunque con empresas individuales, lo que no tiene el
mismo peso que negociar en representación de todos los trabajadores de un sector o
subsector.
En relación con el Estado, Etchemendy y Collier destacan el liderazgo a manos de
un partido pro-sindical y el intercambio político como eje articulador entre las
demandas (aumentos salariales, beneficios organizacionales y particularistas) y la
3 Solamente los sindicatos con personería están habilitados para negociar colectivamente. 4 Dado que todo convenio colectivo debe estar homologado por el Estado, su cobertura alcanza solamente a los trabajadores registrados. 5 En algunos casos, los trabajadores no sindicalizados contribuyen a los recursos materiales del sindicato que actúa en el sector mediante el descuento de la “cuota de solidaridad” de sus salarios. Esta contribución se justifica por los esfuerzos hechos por el sindicato en una negociación colectiva que va a beneficiar tanto a los afiliados como a los no afiliados.
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cooperación o consenso. Así, el nivel de autonomía asociado al sindicalismo peronista
con respecto a un gobierno aliado y al Partido Peronista, responde a una dinámica que
oscila entre la promoción y la moderación de las “disputas salariales y la acción
industrial, respetando los topes salariales negociados con el gobierno y conteniendo la
movilización al finalizar las negociaciones” (Etchemendy y Collier, 2008: 170). De esta
manera, el balance de la relación con el Estado para el período que estudian
(2003-2007) es que “los líderes sindicales a nivel nacional/sectorial lograron encontrar
un equilibrio entre canalizar o contener las presiones desde abajo y, al mismo tiempo,
mantenerse en buenos términos con el gobierno” (Etchemendy y Collier, 2008: 168). En
definitiva, la acción sindical se dirigió al sector empresarial y no contra el gobierno,
hecho que se manifestó a través de huelgas de carácter económico y no político , 6
suscitadas a nivel sectorial, regional o de empresa.
Otro estudio con peso dentro del debate sobre revitalización sindical en Argentina
es el de Atzeni y Ghigliani (2008), el cual puede considerarse más cercano al SMS
porque cuestionan la aplicabilidad de la noción de “revitalización” para el caso de
Argentina. A partir del análisis de los indicadores clásicos (afiliación sindical,
negociación colectiva, conflictividad laboral) e incorporando la reunificación de la
CGT, concluyen que la revitalización sindical no implica nuevas estrategias
organizativas, como la vinculación de los sindicatos con otras organizaciones sociales,
sino que se basa en prácticas tradicionales. En definitiva, los autores hablan de
recuperación sindical en vez de renovación, en tanto persisten viejas prácticas sindicales
que limitan la creación de coaliciones, la afiliación de nuevos miembros y las
experiencias de democracia de base, todos elementos presentes en la teoría del SMS. Si
bien las prácticas sindicales hegemónicas no se corresponden con una revitalización
cercana al SMS, el caso de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) conforma
la experiencia más cercana aunque “su papel en el resurgimiento de la conflictividad y
6 Dentro del período trabajado por los autores sólo hubo un paro general, convocado por el asesinato del docente Carlos Fuentealba a manos de la policía el 4 de abril de 2007 durante una protesta sindical en la provincia de Neuquén. Recién en el año 2011, durante el gobierno de Cristina Fernández, las centrales y las organizaciones sindicales retomaron la herramienta del paro general en sintonía con el viraje hacia la oposición de Hugo Moyano, secretario general de la CGT.
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la negociación colectiva ha sido comparativamente menor” (Senén González y Haidar,
2009: 13).
3. De la crisis de representación sindical a la crisis de revitalización sindical
Hasta aquí el debate clásico sobre revitalización sindical, tanto en el plano
internacional con los aportes del “sindicalismo de movimiento social”, como en el
nacional desde el enfoque estatista, dieron cuenta de la crisis de representación sindical
que afectó a los trabajadores y sus organizaciones durante el último cuarto del siglo
veinte. En Argentina, una lectura inicial del proceso de “revitalización sindical” que
sobrevino luego de dicha crisis emparenta la revitalización con expresiones del
sindicalismo tradicional. No obstante, estos enfoques no están exentos de críticas y es a
partir de estas críticas que el debate puede ser renovado. A continuación presentaremos
algunos de los principales cuestionamientos que diversos autores realizan a estos
abordajes clásicos, dando lugar a perspectivas que recuperan la centralidad de la
relación capital-trabajo y el rol de los trabajadores y los sindicatos como “agentes
estratégicos”.
3.1. Las críticas a los enfoques clásicos sobre “revitalización sindical”
3.1.1. El enfoque estatista y los indicadores de revitalización sindical
Los conflictos laborales emblemáticos de los primeros años posteriores al 2003,
como la huelga de los trabajadores de los subterráneos de Buenos Aires de febrero de
2005, la huelga petrolera de febrero de 2006 en Las Heras, y el conflicto entre Firestone
y el Sindicato Único de Trabajadores del Neumático concluido en mayo de 2006, son
recuperados por Etchemendy y Collier para dar cuenta del inicio de un período de
negociaciones neocorporativas a nivel de las cúpulas sindicales, con las asociaciones
empresarias y el gobierno. No obstante, un aspecto clave no explicitado por los autores
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y que permite torcer ese análisis, reside en el hecho de que estos conflictos fueron
impulsados por grupos de trabajadores que se oponen a las cúpulas tradicionales de sus
respectivos sindicatos. En suma, el “neocorporativismo segmentado” no permite
explicar la revitalización sindical que se da a partir de los conflictos que Etchemendy y
Collier toman como punto de partida.
Al recuperar los postulados del modelo estatalista o corporativo y del SMS,
Varela (2016) afirma que luego de una década de revitalización sindical en Argentina,
ambos enfoques se encuentran en crisis. Su crítica sobre la visión estatalista señala que,
si bien los tres indicadores clásicos configuran hechos realmente existentes, la lectura
cuantitativa de los mismos y la obturación de otros factores conducen a centrar la
mirada en la relación entre las cúpulas sindicales y el Estado, como si la institución
sindical fuese una unidad homogénea que se expresa únicamente en la conducta de las
cúpulas. A su vez, la autora destaca dos problemas teóricos que emergen de este punto.
Por un lado, el soslayamiento de otros indicadores que exceden el ámbito institucional
-como el rol de las comisiones internas y cuerpos de delegados en el lugar de trabajo-
elude el abordaje desde la perspectiva de la “lucha de clases”, perspectiva a la que
adscribe la autora . Por otra parte, el mantenimiento de una discusión polarizada entre 7
“lo nuevo” y “lo viejo” evita el análisis de las contradicciones del nuevo protagonismo
sindical respecto de los noventa en términos de continuidad y ruptura.
Además, Varela señala que el análisis del aumento de estos indicadores también
conlleva a una valoración positiva tanto del modelo sindical argentino , en la medida en 8
que el mantenimiento de su basamento legal permitió el fortalecimiento de los
sindicatos a partir del cambio coyuntural de 2003, como de la actuación de las cúpulas
sindicales que, gracias a la preservación del “poder asociacional” durante los ‘90,
pudieron retornar como organizaciones fuertes durante el kirchnerismo. A la vez, apunta
7 Sin embargo, no creemos que el problema teórico del enfoque estatalista se vincule al soslayamiento de la lucha de clases, dado que en definitiva se trata de otro enfoque que, como tal, no tiene por qué adscribir también a una cosmovisión de las relaciones laborales basada en la lucha de clases. En todo caso, la falta de abordaje de otros indicadores es una limitación teórica en tanto acota el alcance de la mirada de tal manera que no permite dar cuenta de experiencias o prácticas de renovación sindical. 8 En este punto nos referimos las estructuras sindicales tradicionales respaldadas en la Ley de Asociaciones Sindicales (N° 23.551) y que suelen ser las hegemónicas.
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a la visión estatalista por su valoración positiva de las cúpulas sindicales que sostiene
que existió una “adaptación inevitable” a un sindicalismo empresario, dadas las
condiciones institucionales y económicas impuestas por el neoliberalismo. De esta
manera, los sindicatos y sus opciones estratégicas son concebidos como respuestas
“adaptativas”, quedando eximidos de cualquier responsabilidad respecto de las
contrarreformas neoliberales (Varela, 2016).
A continuación nos valemos del análisis que varios autores realizaron del
fenómeno de revitalización sindical en Argentina, para condensar las principales críticas
a los indicadores de afiliación sindical, negociación colectiva y conflictividad laboral.
a) Afiliación sindical
Los datos presentados por Atzeni y Ghigliani (2008) sugieren que la afiliación
total en Argentina ha presentado una tendencia decreciente desde la década del ‘90
hasta, por lo menos, la mayor parte de la década del 2000. Ahora bien, el declive no fue
tan pronunciado como en la mayoría de las economías industrializadas, lo cual resulta
llamativo si se tiene en cuenta que los incentivos para la organización en Argentina son
escasos (las finanzas de los sindicatos no dependen exclusivamente de la cuota de
afiliación; los acuerdos colectivos aplican también a los trabajadores no afiliados al
sindicato; las demandas son canalizadas con frecuencia través de mecanismos
institucionales de intercambio político; la capacidad de movilización de los sindicatos
va mucho más allá de sus miembros). En este marco, un elemento que resulta de interés
para pensar la revitalización sindical es el incremento de afiliados a pesar de un marco
institucional que no funciona como incentivo positivo para la afiliación, sino que
permite que el poder sindical no se siga necesariamente del número de afiliados (Atzeni
y Ghigliani, 2008). Por ese motivo, los interrogantes en torno a la identificación de los
afiliados con el sindicato o en la participación en la vida interna del mismo (Morris,
2016) cobran relevancia a la hora de superar las limitaciones del abordaje clásico de la
revitalización sindical.
Además, el indicador de afiliación sindical presenta varios problemas en torno a
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su medición, como la sobreestimación de las cifras por los sindicatos, la falta de
registros periódicos de las bases públicas y el uso de diferentes fuentes y metodologías
por parte de los académicos, lo que dificulta la comparación entre estudios. No obstante,
el aspecto más crítico se basa en que, si bien es estadísticamente alta, esta valoración
resulta reforzada al no contemplar el número de trabajadores asalariados no registrados.
De esta manera, la afiliación sindical entre los trabajadores sindicalizados se mantiene
relativamente alta, mientras que cada vez más trabajadores asalariados están fuera del
alcance de la organización sindical (Atzeni y Ghigliani, 2008).
b) Negociación colectiva
En primer lugar, la valoración positiva de la negociación colectiva puede ser
relativizada si se tienen en cuenta algunos elementos de carácter político existentes en el
entramado de relaciones entre los gobiernos kirchneristas y la CGT. Conforme a esto, el
efectivo incremento de la negociación colectiva respondió, en realidad, a la necesidad
del gobierno de Néstor Kirchner de construir un proyecto político hegemónico frente al
endeble inicio de su mandato , en un momento en que la movilización de los 9
desempleados mantenía su relevancia y, al mismo tiempo, empezaba a registrarse una
creciente movilización de los trabajadores de base. Por consiguiente, la política estuvo
enfocada en forjar una institucionalización de la conflictividad social, basada en la
relegitimación de la CGT mediante la promoción de su reunificación (Atzeni y 10
Ghigliani, 2008; Marticorena 2015). Luego, el intento del gobierno de Cristina
Fernández de frenar el poder de los sindicatos en la negociación colectiva, hecho que
tuvo su correlato en la ruptura con Moyano luego de las elecciones presidenciales de
2011, dio cuenta de los límites del discurso kirchnerista sobre la reivindicación de los
sindicatos y la clase trabajadora.
9 Néstor Kirchner asumió la presidencia con el 22% de los votos obtenidos en las elecciones de 2003, luego de que su contrincante, el ex presidente Carlos Menem, renunciara a continuar la disputa electoral en la instancia de ballotage. En palabras de Bonnet, “Kirchner, en resumen, contó con un apoyo bastante escaso para alcanzar la presidencia, pero con considerable capacidad de ampliar ese apoyo una vez alcanzada la presidencia” (2015: 42). 10 En julio de 2004 las dos CGT (la oficialista de Héctor Daer y la opositora de Hugo Moyano) quedaron reunificadas bajo la conducción de un triunvirato integrado por Moyano (camioneros), Susana Rueda (sanidad) y José Luis Lingeri (obras sanitarias).
15
En segundo lugar, la negociación colectiva, en tanto indicador de la revitalización
sindical, puede ser cuestionada por las características que adquiere -o mantiene- a lo
largo del período y los contenidos negociados. A través de sucesivos estudios sobre
negociación colectiva, Marticorena (2015) interviene en el debate de la revitalización
sindical apuntando que los análisis que predominan en la academia se sustentan en una
mirada cuantitativa y general de la evolución de la negociación colectiva. Según la
autora, esta interpretación destaca las discontinuidades en relación con los años noventa
a partir del “aumento de la cantidad de negociaciones, su dinámica y periodicidad, la 11
ampliación de su cobertura, el incremento de las negociaciones a nivel de actividad y su
función en la determinación salarial” (Marticorena, 2015: 174), sin prestar suficiente
atención a las características y contenidos que mantuvo durante la posconvertibilidad.
Por su parte, Varela (2016) cuestiona el razonamiento que vincula de manera lineal
negociación colectiva y derechos de los trabajadores, como si el aumento de la actividad
negociadora redundara necesariamente en una mejora de las condiciones de trabajo . 12
El predominio de acuerdos frente a la negociación de convenios colectivos de
trabajo es expresión del aumento de la negociación colectiva y da cuenta de la
centralidad del contenido salarial en detrimento de otras condiciones de trabajo. Ahora
bien, el alto índice de negociación registrado desde 2003 responde a una dinámica
donde los acuerdos salariales se negocian anualmente, en el marco del proceso
inflacionario que caracteriza al período (Delfini y Ventrici, 2016). En consecuencia, “la
revitalización de la negociación colectiva podría revertirse pronto tras los cambios en
las variables económicas y políticas, ya que no expresa nuevas fortalezas, nuevas
tácticas o nuevas actitudes en el lado del trabajo organizado” (Atzeni y Ghigliani, 2009:
12) . A su vez, este proceso de recomposición salarial puede ser cuestionado a partir de 13
11 La existencia de condiciones institucionales que todavía permanecen vigentes, como la ley 23.551 de Asociaciones Sindicales que establece las bases del modelo sindical argentino y la ley 14.250 de Convenciones Colectivas de Trabajo, también dificulta la posibilidad de pensar la negociación colectiva durante el kirchnerismo en clave de discontinuidad. 12 En este punto no hay que perder de vista que, así como el aumento de la negociación colectiva per se no implica la mejora de las condiciones de trabajo, la introducción de contenidos más amplios que excedan la materia salarial tampoco. Además de estas instancias, es necesario comprobar la aplicación efectiva de lo negociado y su modalidad. 13 El año 2011 (1836 convenios y acuerdos) registró una merma de la negociación colectiva con respecto al 2010 (2048 convenios y acuerdos) y significó una reversión de la tendencia creciente de los años anteriores (Delfini y
16
varios aspectos. No sólo se mantuvo el otorgamiento de sumas no remunerativas o de
sumas remunerativas no incorporadas en los convenios, los premios, las gratificaciones,
las sumas “por única vez” y el pago de los aumentos en cuotas, sino que la recuperación
del poder adquisitivo, por un lado, fue limitada desde el 2006 por la pauta salarial del
gobierno en un contexto de auge de la conflictividad laboral y, por el otro, resultó tardía
por el aceleramiento de la inflación (Marticorena, 2015).
Antes bien, quizás lo más significativo en términos de continuidad con respecto a
la década del ‘90 se corresponde con la persistencia de contenidos ligados a la
flexibilidad laboral (Marticorena, 2015; Delfini y Ventrici, 2016), referidos a las formas
de organización del trabajo que promueven un aumento de la carga laboral. De acuerdo
a Varela, el mantenimiento de cláusulas que precarizan las condiciones de trabajo no
pudo ganar terreno dentro las demandas predominantes durante la posconvertibilidad:
Tomadas de conjunto, el análisis de las cláusulas de los actuales convenios colectivos permite concluir que, lejos de una reversión de las condiciones de trabajo flexibilizadas que fueron legalizadas en la década del 90, lo que se encuentra es una tendencia a su continuación y profundización. Aquí es importante una aclaración, a riesgo de realizar deducciones lineales: la continuidad que se observa en los convenios no implica (de hecho no ha implicado) un reflejo equivalente de demandas contra la flexibilización en la conflictividad laboral. Por el contrario, el centro de los conflictos laborales ha sido la lucha salarial. El salario ha ocupado el lugar del objeto negociable, incluso a costa del mantenimiento o profundización de las condiciones de explotación noventistas (Varela, 2013: 90).
Asimismo, otro rasgo de continuidad viene dado por el nivel de la negociación.
De un lado, hay tesis que resaltan el retorno de la negociación colectiva centralizada por
el aumento de la negociación a nivel de actividad, aunque reconociendo la limitación de
no haberse revertido el predominio de las negociaciones a nivel de la empresa
(Etchemendy y Collier, 2008). Por otro lado, hay perspectivas que sostienen que el
trasfondo de este retorno se caracterizó por el mantenimiento de la descentralización de
las relaciones laborales propias de la década del ‘90 (Marticorena, 2015; Delfini y
Ventrici, 2016).
17
Ventrici, 2016). Desde esta posición, los efectos de una dinámica de negociación
colectiva descentralizada se asocian a una correlación de fuerzas favorable al capital,
por la posibilidad de atomizar a los trabajadores e imponer condiciones flexibles de
trabajo en los convenios y acuerdos, y la heterogeneidad en las condiciones laborales y
salariales, no sólo entre trabajadores registrados y no registrados, sino también al 14
interior de un mismo sector productivo. No obstante, el hecho de que los representantes
de los trabajadores que negocian con los empresarios sigan siendo los sindicatos de
actividad con personería gremial y que la mayoría de los trabajadores se encuentran
cubiertos en los dos niveles -actividad y empresa- son elementos vigentes durante los
dos períodos que matizan esta tendencia a la descentralización de la negociación
colectiva (Delfini y Ventrici, 2016).
En resumen, la negociación colectiva desde 2003 mantuvo la lógica vigente
durante la década del ‘90, en cuanto al carácter descentralizado de los convenios y
acuerdos (aunque aumentó la negociación a nivel de actividad) y a la continuidad de
contenidos de flexibilización laboral. El aumento de la negociación respondió al proceso
inflacionario del período, marcando la preeminencia de los acuerdos salariales. En línea
con estas características y, especialmente, con las continuidades en materia de
flexibilización laboral, Marticorena plantea “la importancia de indagar cómo interviene
la estrategia y orientación política de la dirigencia sindical en la definición de los
contenidos negociados y de qué modo delimita el horizonte de reivindicaciones” (2015:
192).
c) Conflictividad laboral
La recomposición de los indicadores del mercado de trabajo registrada desde
2003, junto con políticas macroeconómicas que promovieron el desarrollo del mercado
interno, conformaron un contexto propicio para el ascenso de la conflictividad sindical.
En este marco, el sindicalismo tradicional comandado por la CGT recuperó la capacidad
14 El incremento del personal comprendido en los convenios colectivos de trabajo ascendió de 1.222.000 asalariados en 2004 a 4.235.000 en 2011 (Marticorena, 2015: 181-182), debido fundamentalmente a la creación de empleo registrado.
18
de negociación perdida durante la década del ‘90 y logró reposicionarse como un
interlocutor privilegiado en el escenario político, pero no sólo por el contexto favorable,
sino también por su política de alianza con el gobierno . A través de la CGT, el 15
gobierno kirchnerista concretó la posibilidad de encauzar la creciente conflictividad de
los primeros años dentro de los canales institucionales llevando adelante un política
pro-sindical. En otros términos, el conflicto institucionalizado “se presentaba más
compatible con la gobernabilidad que otras expresiones menos articuladas de la protesta
social” (Delfini y Ventrici, 2016: 32), como los ya referidos movimientos de
desocupados y de trabajadores de base. A estos fines también sirvió la represión de una
multiplicidad de conflictos que adquirieron un carácter combativo durante el período . 16
En definitiva, la revitalización sindical desde “arriba” (el Estado) hacia “abajo” (los
trabajadores y sus organizaciones) puede ponerse en cuestión si se tiene en cuenta la
política gubernamental de neutralizar las incipientes expresiones de sindicalismo de
base que empezaban a ganar terreno entre la clase trabajadora.
A su vez, la alianza de los gobiernos kirchneristas con la CGT pone de relieve la
cuestión de la autonomía sindical. En este sentido, la expresión cabal de la falta de
autonomía del sindicalismo tradicional puede verse, justamente, luego de la ruptura de
la alianza con el gobierno cuando las centrales opositoras y los sindicatos integrantes 17
viraron hacia posiciones más confrontativas. Por ejemplo, recién a partir del año 2012,
15 La relación de la CGT con los gobiernos kirchneristas no estuvo exenta de marchas y contramarchas. Algunos de los principales hitos pueden ubicarse en el momento de la reunificación de la CGT en 2004 y su posicionamiento como actor clave en el escenario político, en el marco de una política pro-sindical por parte del gobierno; luego, durante el denominado “conflicto del campo” de 2009, el gobierno de Cristina Fernández tuvo a Moyano como aliado fundamental; hasta que en 2011 se produce la ruptura de la alianza porque, entre otros motivos, el dirigente sindical vio frenado su ascenso político dentro del gobierno de cara a las elecciones (en 2010 había asumido la presidencia del PJ bonaerense). Además, la alianza entre los gobiernos kirchneristas y la CGT fue abonada por la decisión gubernamental de no otorgar la personería gremial a la CTA, manteniendo así la CGT el monopolio de la representación (Delfini y Ventrici, 2016). 16 Uno de los casos con más visibilidad mediática y repercusión a nivel político fue el asesinato de Mariano Ferreyra en octubre de 2010, un joven militante del Partido Obrero que recibió un disparo por parte de un barrabrava vinculado a la Unión Ferroviaria, mientras participaba de una movilización por el pase a planta permanente de los trabajadores tercerizados del ferrocarril Roca. Además de ser un crimen de la burocracia sindical, la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional denuncia que se trató de un caso de “privatización” de la represión, dado que el gobierno empleó patotas paraestatales y la policía liberó la zona para reprimir a los trabajadores organizados por fuera de la burocracia (CORREPI, 2010). 17 En este punto cabe recordar que la ruptura de la alianza con el gobierno de Cristina Fernández en 2011 impulsó la fractura de la CGT en dos fracciones contrapuestas, de acuerdo al posicionamiento respecto al gobierno: la CGT Azopardo, bajo el mando del flamante opositor Hugo Moyano, y la CGT Balcarce, encabezada por el dirigente metalúrgico oficialista Antonio Caló.
19
en adelante, se llevaron a cabo cinco paros generales en clara oposición al gobierno,
bajo el reclamo por el impuesto a las ganancias.
Aparte del trasfondo político de la conflictividad laboral durante el período,
pueden destacarse otros elementos que relativizan su clásico abordaje como indicador
de la revitalización sindical. Un primer inconveniente tiene que ver con la inexistencia
de registros oficiales anteriores al 2006 y los problemas metodológicos que acarrea el
relevamiento a través de fuentes periodísticas . 18
Asimismo, la categorización de las acciones como “ofensivas” o “defensivas” sin
problematizar la interrelación entre reivindicación y contexto en el que son llevadas a
cabo, desplaza la cuestión de las estrategias y la orientación política del debate sobre
revitalización sindical. Al seguir este razonamiento, no sólo el carácter del conflicto se
configura únicamente a partir de la reivindicación (si el reclamo es salarial será un
conflicto “ofensivo” y, si es por despidos, será “defensivo”), sino que el conflicto
resulta asociado al contexto general o del sector (en los contextos favorables, de
crecimiento o estabilidad económica, prevalecen las acciones ofensivas, mientras que en
los desfavorables, de crisis, se destacan las acciones defensivas). Sin embargo,
entendemos que es necesario cuestionar el carácter “ofensivo” de acciones que, por
ejemplo, reclaman por la recomposición salarial en un contexto de recuperación
económica, donde además el poder adquisitivo venía muy retrasado. En este sentido,
intentamos advertir la posibilidad de concebir el accionar sindical en un contexto
determinado a partir de las estrategias y la orientación política de los sindicatos, dejando
de lado los análisis lineales que mantienen una visión adaptativa de las organizaciones
sindicales.
Por otra parte, el análisis cuantitativo de los conflictos laborales no permite dar
cuenta de los procesos de organización y conflictividad en los propios lugares de trabajo
que fueron adquiriendo importancia creciente desde 2003. A través de la conformación
de nuevas organizaciones en sectores donde no había representación y de la reactivación
18 Sobre los problemas metodológicos de la medición de conflictos laborales recomendamos la lectura de Ghigliani, 2009.
20
de otras preexistentes, estas instancias lograron impulsar la movilización de los
trabajadores asalariados. En cuanto a las posibles razones de la emergencia del
denominado “sindicalismo de base” en la posconvertibilidad, Delfini y Ventrici (2016)
identifican dos tesis contrapuestas: una tesis que avala la recomposición sindical como
causa de esta tendencia, donde el fortalecimiento de las instancias centrales supuso un
“derrame” hacia los niveles en la base, y otra noción que pondera la preexistencia de
una descentralización de la conflictividad. Los autores sostienen esta última
interpretación al concebir el sindicalismo de base como una tendencia preexistente y en
aumento, principalmente desde el año 2007 por motorizar cerca de un 80 % de los
conflictos: “Esta evolución refuerza la hipótesis de la conformación de un esquema de
conflictividad descentralizada y negociación centralizada como elemento característico
de las relaciones laborales en la última década” (Delfini y Ventrici, 2016: 35).
A la vez, este proceso puso de relieve tensiones y contradicciones históricas entre
las organizaciones de menor escala y las conducciones, vinculadas a la falta de
renovación y adecuación de las estructuras tradicionales a las nuevas problemáticas de
los trabajadores y la falta de democracia interna. En consecuencia, comenzaron a 19
forjarse múltiples experiencias de organización con distintos grados de
institucionalización, desde un activismo disperso y comisiones internas y seccionales
opositoras, hasta la emergencia de sindicatos paralelos. Como balance del período, si
bien la tendencia de ampliación del lugar de trabajo en términos de representación y
activismo de base es limitada, dado que los liderazgos tradicionales fueron los que
encabezaron la mayoría de los conflictos a través de prácticas tradicionales en un
contexto favorable (Atzeni y Ghigliani, 2008), no puede dejar de reconocerse que la
dinámica de la conflictividad también se encuentra atravesada por disputas
intrasindicales, es decir, entre organizaciones de base y dirigentes gremiales
(Marticorena, 2015). De no ampliarse el análisis hacia otros niveles de la estructura más
19 Aquí nos referimos a la falta de renovación de la concepción política del sindicalismo tradicional, para poder dar respuesta a una clase trabajadora diversa y fragmentada, distinta al proletariado clásico de la sociedad salarial, en cuanto a nuevas problemáticas vinculadas a la subcontratación laboral y la gestión flexible de la fuerza de trabajo, entre otras.
21
cercanos a la base, se corre el riesgo de caer en la igualación entre conflictividad laboral
y “conflictos de crecimiento” (Varela, 2015), como si los conflictos laborales
únicamente guardaran relación con la puja distributiva por el salario, y no con las
disputas entre las organizaciones de base y las dirigencias sindicales.
3.1.2. La crítica al SMS
El SMS resulta cuestionado, fundamentalmente, por su aceptación de la pérdida
de centralidad de la clase obrera y, por lo tanto, de los límites de su potencialidad. De
acuerdo a Varela, la subsunción del conflicto capital-trabajo dentro de conflictos más
amplios donde la clase trabajadora es concebida como par de otros movimientos (de
género, étnicos, inmigrantes, etc.), “termina operando como profecía autocumplida
acerca de la imposibilidad de revitalización sindical” (2016: 31). En definitiva, la teoría
de los movimientos sociales sostiene un desclasamiento que corre el problema de la
política respecto de la acción sindical.
Otro punto débil de la teoría del SMS es el endeble abordaje del Estado . 20
Upchurch y Mathers señalan que esta perspectiva desvía la mirada del rol del Estado en
la configuración del entorno en el que los sindicatos deben operar, razón por la cual “los
movimientos sociales deben examinarse en relación con las formas cambiantes del
Estado, prestando la debida atención a la dinámica de la relación entre los movimientos
sociales y el Estado” (2012: 5, la traducción es nuestra). Por otra parte, aunque puede
destacarse del SMS la pregunta por la autonomía de los sindicatos, el Estado y su rol en
el proceso de estatización de las organizaciones sindicales quedan desdibujados ante
cualquier posibilidad de problematización (Varela, 2016). En este sentido, el rechazo
teórico del SMS hacia la subordinación de los sindicatos al Estado opera cuando la
lucha queda reducida al reglamentarismo legal o a la “libertad sindical”, esto es, el
reconocimiento legal y la pluralidad de sindicatos, sin tener en cuenta que “la estructura
sindical legal es una manifestación de la estatización pero no la explica en su conjunto”
20 La problematización del Estado también está ausente en Etchemendy y Collier, dado que no plantean ninguna disputa que vaya más allá de lo distributivo.
22
(Varela, 2016: 27; el resaltado es de la autora). El problema que aquí emerge es de tipo
político y tiene su correlato empírico en la CTA, caso paradigmático que el SMS toma
para dar cuenta de un cambio de estrategia de los sindicatos frente a la globalización
neoliberal. El derrotero hacia el formalismo institucional que atravesó la central frente a
cada pedido de la personería gremial y rechazo por parte del gobierno kirchnerista y, a 21
su vez, la filiación oficialista de una de sus fracciones , dieron cuenta de que “la 22
independencia respecto del Estado (y del partido de gobierno) se juega en el terreno de
la estrategia política de la organización obrera y no en el puro terreno de los
procedimientos legales” (Varela, 2016: 28).
La consideración de las características de las acciones y métodos de decisión (más
o menos radicales y más o menos democráticos, respectivamente) sin tener en cuenta la
orientación del curso de esas acciones (más radicales o más conciliadoras en relación
con las concepciones acerca de las relaciones de producción), expresada en el sentido
que las prácticas y discursos adquieren en la lucha, es otra de las limitaciones que
enfrenta el SMS al momento de abordar el fenómeno de revitalización sindical (D’Urso
y Longo, 2016). Esta vacancia dentro del debate intentará ser enmendada a través de los
aportes del “sindicalismo político radical”.
3.2. Los aportes del “sindicalismo político radical” a la renovación del debate sobre
revitalización sindical
Como referentes de esta perspectiva teórica, Upchurch y Mathers (2012)
entienden que las formas de “sindicalismo político radical” (SPR) no pueden ser
entendidas a luz del concepto de SMS porque éste supone configuraciones desclasadas
y despolitizadas, donde la relación capital-trabajo no prima como motor del cambio
21 Hace más de diez años que la CTA sostiene el pedido de la personería gremial al gobierno, sin haber obtenido un pronunciamiento favorable de la administración laboral al día de hoy. La solicitud “se circunscribió a aquellos ámbitos en los cuales ya detentaban dicha aptitud representativa sus sindicatos afiliados”, quedando planteado, entonces, “como un traspaso automático o “irradiación” de la condición de sindicato más representativo (personería gremial) desde los sindicatos afiliados hacia la confederación” (Tribuzio, 2012: 33). 22 Luego de que las elecciones del 2010 en donde dos listas disputaban la dirección de la central fueran salpicadas por denuncias de fraude, la reelección de Cristina Fernández precipitó la división de la CTA en dos, según el posicionamiento con respecto al gobierno: la CTA de Hugo Yasky (oficialista) y la CTA de Pablo Micheli (opositora).
23
social, sino las luchas sociales más amplias. En este sentido, la propuesta del SPR
permite restituir el carácter activo de los sindicatos como “agentes estratégicos” y su
capacidad de incidir en forma determinante en la configuración de relaciones de fuerza
entre las clases (Varela, 2016). No obstante, en un contexto de fragmentación de la clase
trabajadora el SMS puede ser visto como una forma más progresiva de organización
colectiva, en contraposición al viejo sindicalismo corporativo basado en prácticas
subordinadas, excluyentes y acríticas (Upchurch y Mathers, 2012).
A diferencia del débil abordaje del Estado en la teoría del SMS, la propuesta del
SPR sostiene que la relación con el Estado resulta elemental para corroborar que la
fuerza sindical de los trabajadores reside en las estrategias políticas de conciliación o
enfrentamiento hacia el Estado y la patronal, y no tanto en la condición organizativa
(Varela, 2016). De esta manera, la problematización de la relación con el Estado
reinstala la dimensión política para la comprensión de las estrategias sindicales. Pero la
cuestión de lo político en el sindicalismo también plantea la discusión acerca del rol de
los empleadores y de la burocracia sindical en las luchas de los trabajadores, “lo que
deviene en que objetivos económicos inmediatos se combinen con objetivos políticos
más amplios” (D’Urso y Longo, 2016: 7).
A su vez, los contextos institucionales tienen un peso importante dentro de esta
perspectiva. A partir del concepto de “círculos de contención” acuñado por Tarrow y
Tilly, Upchurch y Mathers (2012) evalúan las manifestaciones específicas del SPR. Al
tener en cuenta que los movimientos sociales juzgan el grado de amenaza de la
oportunidad y el Estado determina los niveles de facilitación e institucionalización
–para contener el conflicto– o de represión y exclusión, el SPR resalta la necesidad de
sostener la oposición fundamentalmente en los períodos represivos, mediante un alto
nivel de movilización y formas innovadoras de liderazgo y acción. Así, los contextos
regresivos, signados por la represión estatal y la ausencia o descomposición del apoyo
institucional a los sindicatos, configuran las condiciones para el desarrollo de
alternativas radicales. La radicalización de los sindicatos estará dada por posiciones
políticas de oposición al liberalismo, en sus versiones más duras o blandas,
24
reconociendo la diversidad y amplitud de las bases ideológicas de esta oposición, que
varían según las tradiciones ideológicas y organizativas específicas de cada movimiento
obrero nacional (Upchurch y Mathers, 2012). D’Urso y Longo destacan que la
vinculación con estrategias políticas de izquierda constituye un aspecto novedoso de la
definición del SPR, que “no sólo identifica este tipo de sindicalismo por sus métodos de
acción y de decisión sino también por la orientación estratégica de sus acciones” (2016:
7).
Ahora bien, el énfasis en el Estado no tiene que perder de vista que las respuestas
de los movimientos sociales a las estrategias estatales de represión o facilitación
también influyen en el desarrollo de un ciclo de contención. Es en este punto que la
dimensión del liderazgo resulta de suma importancia. Mientras que en el debate clásico
sobre revitalización sindical el liderazgo quedó acotado a la dimensión organizativa, en
torno a la cuestión sobre burocracia-bases, aquí adquiere un rol clave en la modelación
del entorno: “Si la represión será seguida por el consentimiento o la resistencia
radicalizada y si la facilitación resultará en moderación depende en parte de la toma de
decisiones estratégicas de los líderes del movimiento” (Upchurch y Mathers, 2012: 6).
En otros términos, frente a la parálisis de las estrategias de los sindicatos y las formas de
oposición contemporáneas que emergen en consecuencia, el líder puede llegar a ser un
obstáculo para la emergencia de nuevas estrategias. Por esta razón, los autores rescatan
los liderazgos positivos que promueven la movilización de los trabajadores en torno a
los sentidos colectivos de injusticia y agravio, dado que esta noción coloca la lucha de 23
clases en el centro de la oposición sindical. En definitiva, el concepto de “sindicalismo
político radical” permite dar cuenta, no sólo de los determinantes sociales y políticos,
sino también de la agencia de los líderes sindicales.
En Argentina, el SPR tiene una importante influencia en los temas de
“sindicalismo de base”, precisamente en lo que hace a la recuperación de la “dimensión
política como elemento analítico indispensable para abordar la discusión sobre la
revitalización sindical” (Varela, 2016: 33, la cursiva es de la autora) a través de la
23 Para profundizar en el debate sobre el sentimiento de “injusticia” recomendamos la lectura de Longo, 2015.
25
pregunta por las estrategias políticas de las organizaciones sindicales. Pensar la
revitalización sindical desde las estrategias conlleva importantes alcances políticos: por
un lado, la ya referida concepción de los sindicatos como “agentes estratégicos” y, por
tanto, con un rol activo en la configuración de las relaciones de clases; por el otro, la
necesidad de tomar en consideración la orientación política e ideológica del actor
sindical (en cualquiera de sus niveles) para entender sus prácticas (Varela, 2016).
En el debate sobre revitalización sindical, el sindicalismo de base se posiciona en
una perspectiva clasista, esto es, basada en la lucha de clases, que asocia la ideología y
las estrategias políticas que deben tener los trabajadores y sus organizaciones a un
horizonte político determinado: “el sindicalismo de izquierda es un intento de evitar la
‘sublimación de la derrota’ para volver a poner en debate la posibilidad de que los
sindicatos sean piezas claves en el engranaje de alguna estrategia socialista” (Varela,
2016: 38).
Según Varela (2016), el ejercicio metodológico de este enfoque debe apuntar a
dejar de lado la polarización entre modelos –estatista y SMS–, para identificar las
contradicciones de la recuperación del protagonismo sindical durante el kirchnerismo a
partir del foco en el lugar de trabajo en tanto “espacio privilegiado de cristalización de
estas contradicciones” (Varela, 2016: 33). Este elemento, enmarcado dentro de la lucha
de clases, intenta hacer un “cruce del plano institucional con el de la lucha de clases
como entrada ‘analítica’ a la indagación por las prácticas sindicales o, dicho más
precisamente, por las estrategias políticas que expresan estas prácticas” (Varela, 2016:
32).
Sobre la base del presupuesto del lugar de trabajo como espacio de cristalización
de las contradicciones durante el kirchnerismo, Varela plantea su principal hipótesis: la
contradicción se dio entre el mantenimiento de la precarización laboral y la
fragmentación obrera de la década del ‘90 y la fuerte recomposición social y gremial de
la clase obrera a partir de 2003 (Varela, 2013, 2016) dentro de un “marco de
oportunidades” propicio, tanto por el crecimiento económico y del empleo como de la
entrada en escena de una nueva generación obrera (“generación 2001”) y la influencia
26
de distintas corrientes de izquierda (Varela, 2016). En este marco, el año 2004 significó
la emergencia del sindicalismo de base, con la irrupción de “conflictos sindicales por
empresa que presentan la característica de ser dirigidos por delegados gremiales de base
en forma independiente o en abierta oposición a la conducción sindical” (Varela, 2013:
79-80).
De lo anterior se desprende que la juventud es un elemento de suma relevancia
dentro de esta perspectiva (Varela, 2016; Delfini y Ventrici, 2016), en tanto durante la
última década hubo una renovación generacional que habría funcionado como “resorte”
de esa revitalización a través de los dirigentes y activistas de izquierda con fuerte
impronta combativa, militante e independiente de la patronal y el gobierno. Este
rejuvenecimiento de la base sindical está relacionado con la renovación de la fuerza de
trabajo, producto de la recuperación del mercado de trabajo a partir de la creación de
casi cinco millones de nuevos puestos. La emergencia de tensiones políticas al interior
de muchas organizaciones estuvo a la par de este proceso, dado que “los dirigentes se
encontraron con serios problemas para fidelizar a sus nuevos miembros en los esquemas
tradicionales” y por ese motivo “tuvieron lugar procesos de organización y movilización
por fuera de las estructuras sindicales” (Delfini y Ventrici, 2016: 37). Las modalidades
precarias de contratación tan extendidas entre los jóvenes, al excluir a los trabajadores
de la representación sindical formal, es un dato que permite explicar estas tensiones y la
emergencia de formas de representación “de hecho” que cuestionan la estructura
sindical tradicional.
Desde este punto de vista, este hecho explica el “giro a los sindicatos” por parte
del flamante gobierno kirchnerista que alentó la reunificación de la CGT y dio lugar a
una época de relegitimación de la institución sindical. Pero la intención de ungir a los
sindicatos como un actor institucional clave en la concertación de la referencia salarial
para todos los trabajadores, se vio desafiada en reiteradas oportunidades por el accionar
de este novedoso sindicalismo de base. Como señalamos previamente, el año 2011 es 24
24 Varela (2013) diferencia la actual experiencia sindical de base de la que predominó durante los ‘60 y ‘70 por su endeble identificación político-partidaria.
27
quizás el punto de inflexión que pone más en evidencia las falencias de las tesis
estatistas, en tanto expresó el viraje del gobierno hacia un arbitraje directo mucho más
marcado y la reversión de la política de relegitimación de los sindicatos. El aumento
acelerado de la inflación y, principalmente, la ruptura del gobierno de Cristina
Fernández con Moyano, explican este cambio de política que intentó quitarle poder de
negociación a los sindicatos (Varela, 2013). La culminación de este proceso implicó la
configuración de una cúpula sindical fragmentada en cinco centrales sindicales. Estas
causas inmediatas -y visibles- se conjugaron con el mantenimiento de la precarización
como “límite objetivo para el fortalecimiento de los sindicatos por ‘arriba’” (Varela,
2013: 87) y como base objetiva del surgimiento del sindicalismo de base.
Ahora bien, D’Urso y Longo (2016) hacen una distinción entre SPR y
sindicalismo de base valiéndose del caso del conflicto de Lear (año 2014). La
identificación de las siguientes variables les permite complejizar las definiciones más
generales del sindicalismo de base y sirven para estudiar los conflictos laborales y
analizar en ellos las estrategias sindicales que orientan las acciones: (a) los mecanismos
democráticos de decisión y la apelación a la acción directa, característica común con el
sindicalismo de base; (b) la estructura de alianzas con otras organizaciones sociales,
elemento del SMS que recupera el SPR, pero destacando la importancia del lugar de
trabajo para pensar una estrategia política de oposición; (c) la politización de las
demandas, referida a la vinculación de las demandas económicas más inmediatas con
demandas políticas que trascienden la esfera de la producción, por ejemplo, al significar
un conflicto por despidos como un conflicto de clase; de este modo, la política no se
introduce desde afuera, sino que la politización de las contradicciones es inherente al
espacio de producción, donde cobran un lugar destacado los vínculos con
organizaciones políticas, especialmente de líderes que significan dichas contradicciones
en términos clasistas y la propia dinámica de la lucha; (d) la definición de adversarios
(la patronal, el Estado y la burocracia sindical) es otra variable que también da cuenta
del carácter político del conflicto y puede radicalizarse por la dinámica que asumen
durante el conflicto la lucha y el posicionamiento de los distintos actores; y (e) la
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vinculación con organizaciones políticas y el rol de los líderes de izquierda, quienes se
encargan de “transmitir una cultura política, generar una identidad compartida entre los
trabajadores y significar las demandas que surgen ligadas al proceso de producción
como demandas políticas” (D’Urso y Longo, 2016: 25). A su vez, distinguen una
categoría más que trasciende la caracterización clásica anglosajona del SPR: el rol
desempeñado por las instituciones.
Como señalamos anteriormente, Upchurch y Mathers plantearon que el SPR se
erige como estrategia de los sindicatos ante la ausencia o debilitamiento de las
instituciones laborales. No obstante, el caso de Lear no se condice con la visión
anglosajona que señala una sujeción de estrategias propias del SPR a contextos de
“crisis” institucional, ya que en ese momento la Argentina transitaba un contexto de
cierto fortalecimiento institucional y de resurgimiento del poder de las organizaciones
sindicales. Así, la pregunta formulada por D’Urso y Longo acerca de por qué aparecen
experiencias que apoyan estrategias de oposición como la del SPR en un contexto de
recuperación del poder de las organizaciones sindicales, encuentra una respuesta en las
contradicciones propias del sistema de relaciones laborales durante la última década y
media, como la mencionada ausencia de cambios sustantivos en los contenidos de la
negociación colectiva respecto de la década de ‘90 a pesar del aumento de la práctica
negociadora, que fueron blanco de algunos conflictos en los lugares de trabajo. Estas
experiencias, basadas en estrategias político radicales, delinearon una tendencia
disruptiva dentro del modelo sindical argentino.
Sin embargo, hay algunas limitaciones del aporte del SPR al debate sobre
revitalización sindical que es necesario señalar. En primer lugar, el carácter minoritario
de estas experiencias (McIlroy, 2012 citado en Varela, 2016), cuestionamiento que
puede ser atenuado al recuperar la propuesta de Connolly y Darlington de “plantear al
sindicalismo radical no como una tendencia de revitalización en curso sino como una
estrategia con potencialidad de revitalizar los sindicatos”, es decir, colocando “el debate
en el campo de las discusiones de estrategias más que en el de las tendencias objetivas”
(Varela, 2016: 37). Por otra parte, D’Urso y Longo (2016) advierten que el foco del
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SPR está puesto en la descripción de los métodos de lucha, en la diferenciación,
principalmente, respecto al SMS, y en una problematización de lo político anclada en la
presencia de organizaciones y líderes de izquierda. En este sentido, el límite es "no
conceptualizar explícitamente aquello que le aporta singularidad a este tipo de estrategia
sindical: la política y lo radical" (D’Urso y Longo, 2016: 6).
4. Reflexiones finales
No hay duda acerca de que el concepto de “revitalización sindical” sobreviene a
una crisis de representación sindical que afectó la afiliación y el activismo de los
sindicatos durante el último cuarto del siglo veinte. La cuestión radica en dilucidar las
particularidades que asume esa revitalización en cada contexto nacional. En parte de
Europa y Estados Unidos, las prácticas sindicales para torcer el rumbo de esta crisis
fueron identificadas como “sindicalismo de movimiento social”. El cómo enfrentar los
problemas que oprimen a los trabajadores y sus organizaciones colectivas propone dar
por tierra con los liderazgos tradicionales mediante el fortalecimiento de mecanismos
democráticos de organización, el impulso del activismo y una alianza con movimientos
sociales que permita ampliar el universo de demandas. No obstante, el corolario del
aporte del SMS es el corrimiento del conflicto capital-trabajo del eje de las relaciones
sociales y, por tanto, un desclasamiento que corre el problema de la política respecto de
la acción sindical. En ese caso, la acción política queda limitada dentro de los límites de
los marcos regulatorios para obtener mejores prerrogativas, como sucedió con la CTA
en la Argentina. El esfuerzo por el reconocimiento legal y el posicionamiento oficialista
de la CTA de Yasky son aspectos que dan cuenta de la importancia de las estrategias y
la orientación política, limitación que enfrenta el SMS al abordar el fenómeno de
revitalización sindical.
En Argentina, el debate clásico sobre revitalización sindical señala la existencia
de actores que lograron sobrevivir al neoliberalismo y adaptarse a una nueva coyuntura
que resulta más propicia para reinstalarse como actores decisivos en la arena política,
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económica y social. En este marco, la teoría del SMS no resulta apropiada para dar
cuenta de una posible revitalización a manos del sindicalismo peronista tradicional de la
CGT y la noción de “neocorporativismo segmentado” aparece para delimitar los
márgenes en los que opera la revitalización durante el kirchnerismo: las negociaciones a
nivel de cúpulas (sindicales, empresariales y de gobierno) para pactar el salario de los
trabajadores formales. La relación de intercambio político entre Estado y sindicatos
tuvo, de un lado, el objetivo de asegurar el consenso al interior del movimiento obrero
y, del otro, el objetivo no sólo de lograr demandas que redunden en la mejora de las
condiciones de existencia de los trabajadores y sus organizaciones, sino también el
posicionamiento político de los líderes sindicales dentro del partido en el gobierno.
En la línea de los aportes de Atzeni y Ghigliani (2008) entendemos que es más
apropiado hablar de “recuperación” en lugar de “revitalización”, en tanto hay un retorno
protagónico de viejas prácticas sindicales. El aumento de la negociación colectiva, la
conflictividad laboral y la afiliación es indiscutible, y es en definitiva el escenario que
remite a la recuperación del poder del sindicalismo tradicional. Ahora bien, más allá del
término más acorde para reflejar cabalmente lo que fue la dinámica sindical durante la
posconvertibilidad, podemos distinguir dos problemas. En primer lugar, el análisis de la
revitalización parte de conflictos que no se corresponden con las características del actor
que encabezó dicho proceso. Esto conduce no sólo a invisibilizar las organizaciones de
base como un posible factor desencadenante de la revitalización sindical, sino también
conlleva encubrir su potencialidad política. En este sentido, la alianza inicial del
gobierno de Néstor Kirchner con la CGT significó, por un lado, la necesidad del poder
político de institucionalizar la conflictividad y, además, fue otra expresión de la falta de
autonomía que caracteriza al sindicalismo tradicional de las cúpulas. En segundo lugar,
el análisis cuantitativo de los indicadores no permite dar cuenta de los procesos de
organización y conflictividad en los lugares de trabajo que fueron adquiriendo
importancia creciente desde 2003 y termina atenuando los límites de la revitalización.
Entre estos límites podemos destacar la continuidad con respecto a la década del
noventa, evidenciada en contenidos de acuerdos y convenios colectivos ligados a la
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flexibilidad laboral y en la preeminencia de la negociación descentralizada; la
centralidad del contenido salarial, que respondió al atraso de los salarios y la necesidad
de actualizarlos frente al proceso inflacionario del período; la falta de correspondencia
entre la dinámica de la conflictividad laboral y la existencia de contenidos de
flexibilización; las tensiones y contradicciones históricas entre las organizaciones de
menor escala y las conducciones.
Frente a la lectura clásica del proceso de revitalización sindical en la Argentina
de la posconvertibilidad, creemos que los aportes del “sindicalismo político radical”
pueden contribuir a renovar el debate. Además de la centralidad que cobra en esta
perspectiva la relación capital-trabajo, el carácter activo de los sindicatos como “agentes
estratégicos” es una valoración política fundamental, necesaria para comprender que si
bien los contextos institucionales son determinantes, las respuestas de los trabajadores y
sus organizaciones también influyen en el desarrollo de ese contexto, las estrategias del
Estado y de los empresarios. En este punto, es en la orientación del curso de esas
acciones que podremos aproximarnos a la ideología, al tipo de estrategia política y al
grado de autonomía con respecto a la patronal y el Estado.
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