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«Los Dioses dicen… triste de mi hijo, la esencia, que renace dentro de un

humano el cuál, crece en su vida, disfrutándola o maldiciéndola. Se multiplica y por último, muere… Sin siquiera preguntarse

¿Quién es? ¿O de dónde vino?... Se va de este mundo sin saber su verdadero propósito

Aquel que revela su vida en su veracidad… Una vil farsa que oculta la realidad de todas las cosas, de él y el Cosmos»

Las mañanas pasaban con cotidiano transcurso volviendo todo elemento a su usual resplandor. La fragancia y la humedad de las externas flores del jardín viajaban, al encontrarse la ventana abierta, con los pasos de los tacos de Christina, quién dejaba la cocina en dirección hacia la sala principal. — ¡Cuánto más puede dormir!. Cada minuto, mi preocupación aumenta, ¡necesito saber que sucedió con Leowel!. Exclamaba Christina a la vez que servía en la mesa del centro, en una charola, dos tazas de caliente té verde. Ella se encontraba muy preocupada, tanto por el estado de su hijo como la energúmena presencia del hombre. —Joven Noe, no sé si usted, en verdad entiende la situación en la que me encuentro, como madre de Leowel. ¿Qué ocurrió?. Los ojos de Noe se posaban fuera del ventanal, siquiera le prestaba atención. Él no se había movido del sillón por más de un día; unas horas después de que Leowel haya sido acostado. Con un mondadientes en la boca y la mano apoyada en su barbilla, se limitaba a guardar silencio ante la mujer, quién incomoda, tomó una de las tazas, sentándose en el mismo mueble. Ella tosió a momento que Noe exhalaba lentamente dejando caer su cabeza hacia atrás, mientras cerraba las cortinas. —Tú eres una extraña mujer, no tienes recuerdos, eres muy fría pero a la vez muy cálida. Yo soy quién esta intrigado… ¿quién mismo eres tú?. Christina no podía dejar de asombrarse por las inusuales preguntas de su huésped, pedía que se explique mejor, más este desviaba su mirada hacia la chimenea, viendo de aquel mismo cuadro. —No quiero que mi hijo participe en nada que atente contra su vida, yo le protejo muy bien, él no necesita nada ni de nadie, así está muy bien. Ella reclamaba muy seria a la vez que cerraba sus ojos. —Pero no se da cuenta… ¿está bien?, vive como un animal, no tiene un propósito, y no puede haberlo hasta que se dé cuenta de lo que es. Mencionó Noe algo entristecido mientras que volvía a acariciar de aquel cuadro. Pronto estaba por preguntar de su artista, más antes de decir palabra, Christina algo furiosa, se levantó.

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—¡Hablas que mi hijo es mi mascota!... Como te atreves a revelarte en mi propia casa, ¡rígete a mis reglas!. Culminó ella retirándose de la sala. Noe tragaba de su respiro, iba hacia al ventanal, mismo donde se sentaba a observar a la gente pasar, estaba pensativo, su mente se hundía en la imagen de Leowel. —Soy muy diferente al humano aunque de él nací. Noe miraba hacia el cielo, era majestuoso, indefinible, ilimitado; esto hacia brotar una cierta risa apacible, misma que se borró al instante. Era de cierto que en los Cielos reinaba uno y en la Tierra reinaba otro, más Noe se dio cuenta de que aquel que estaba en el mundo era malo, pues, estaba cegado y no era igual. —Desde que llegué, una necrófaga presencia acompaña todo lo que pisa, saborea, toca, ve y oye el humano, como puede ser que en este lugar, algo tan dañino como la semilla del Mädnes haya empezado a crecer… La tristeza se dibujaba en los vacíos ojos de Noe, quién al voltear, visualizó el té servido en la mesa, él avanzaba a tomarlo en cortos sorbos, a la vez que olía de aquel, parecía percibir en este a Christina, era algo que le llamaba por demás, su atención. — ¿No era un sueño? Tú, Catalys… ¡existes!. Sin que Christina se haya percatado, Leowel había bajado las escaleras, aún con su delicado estado de salud, se sostenía de las paredes para no caerse, caminando pausado y dormitado; sin embargo, su determinación le obligaba hacer otro sobreesfuerzo. ― ¡Se ha levantado! Me alegra Leowel, comenzaba a preocuparme. Noe estiraba su mano brindándole ayuda, misma que le negó, demostrándole lo autosuficiente que podía ser. ―Muchas gracias por su asistencia en la Ceremonia. Leowel sonreía algo emocionado y curioso, llevaba su mirar hacia el famoso cuadro que robaba la atención de Noe, exclamaba que muchos de ellos se debían a la inspiración de Christina, cuál adornaba en casi toda la casa. Aquel cálido sentir, inusual en Leowel, cautivaba la consciencia del alto. Aún en su estado, un hilo de luz cruzaba la mitad de ellos y esto daba una alegría en Noe, cuál se acercaba a pensar en lo dicho. —Estoy aquí por usted, me ha llamado y he acudido, Saba. —¿Saba? Yo… ¿qué es Saba?. Preguntó Leowel al alto, era al igual que Noe, que sus dedos viajaban por los rasgos de la pintura. —Él es Saba. —El cuadro… ¿cómo puede ser?. Expresó Leowel algo confundido. —Huele a Saba, se escucha a Saba… aunque él está en todas las cosas, Saba es de hecho lo que eres tú, lo que soy. Habló Noe.

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Las frases complejas de Noe hacían pensar por demás a Leowel, este no se hallaba en lo que decía, era algo nuevo para sus oídos y un nuevo rumbo para sus pies y corazón. Más era mucha la presión y basto el cansancio, que lo único que el joven pudo hacer, fue apoyar su mano en el cuadro. —Saba… Murmuró, a la vez que su cuerpo se desplomaba, por suerte, los reflejos de Noe eran asombrosos, este lo tomó antes de que caiga, justo cuando Christina entraba a la sala, al percatarse de que su hijo no estaba. ―¿Cómo se ha levantado?. No lo vi pasar. Ella volvía a acostar a Leowel, dejaba entrar a Noe a la habitación, él quedaba en una esquina. —El cuadro que está abajo… no lo ha hecho usted, como es que lo tiene. —¿Qué? …me lo han regalado, pero no le parece que esta fuera de lugar, es más importante mi hijo. Respondió Christina sin dar cara. —¿Quién se lo regaló?. —¡Basta! Por favor, entienda mi angustia… no quiero que mi hijo salga lastimado, me preocupa. Recalcó Christina dando un beso en la frente del joven, era una lágrima que brotaba de ella, cuál caía en el lagrimal de este. —Ambos son importantes… porque ambos son iguales, es indispensable que todo empiece, más que nada por Leowel. Habló Noe, quién dio un gran salto, quedando a unos centímetros del rostro de Christina, ella que le veía muy seria. —Christina… debemos hablar. Noe chocaba mirada con la mujer, era de hecho que esta se volvía distinta, su intuición maternal le hacía mostrar otra cara, mucho más severa, peligrosa y colosal. Leowel ya era dormido, entre sus sueños, recorría lugar tras lugar, tanto, hasta llegar a la famosa galería donde Hod le había enviado. Allí, Leowel pasó oyendo todas las historias que sus cuadros escondían, cada pintura, al posar su mano tenía una fábula diferente que contar. Alegrías, soledad, angustia, triunfo, batallas y romances, tanto se llenaba la cabeza Leowel, que en un rato de descanso, tomó asiento en el borde de una pequeña fuentecilla, esta estaba en el centro de la galería, Leowel suspiraba, no tenía ni idea de lo que pasaba con Noe, este solo se limitaba a contemplar una estatua. —Es un hermoso Ángel... pareciese que cantara, me recuerda a Rossana, ella era un Arcano... yo la mate, como puedo tener rostro para llamar a mi tío asesino, si soy igual a él. A veces quisiese que mi padre este conmigo. Dijo el joven muy entristecido, posaba su mano sobre la cristalina agua en donde la estatua se reflejaba, aquella estaba acostada, casi parecía que le mirase.

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—¿Que podrá ser el bien y que podrá ser el mal?.

«La oscuridad… Una fracción de la luz. Conocimiento que debemos cosechar, para reconquistar el equilibrio.

Es el meridiano central del Universo. La oscuridad es el punto ciego de todo ser, motivo cuál, es tan fácil que se

escape de las manos… regalándonos sus frutos de infinita desgracia. » Una voz circuló por doquier, era fuerte como el rayo y delicada como flor, este tomó por sorpresa a Leowel, cuál levantándose, corría a revisar todos los alrededores, sin hallar a nadie. Más, al voltear, algo sorprendente pasmó al chico, era el Ángel, cuál daba con sus alas un sacudón y tomaba asiento.

«¡Oh… la tristeza recae en nuestros hombros! Al ver, uno por uno, como caen los nuestros.

…Dios tenga misericordia de nuestro destino para que este mal no se extienda hacia los horizontes de tierras vírgenes.»

Nervioso al verle hablar, Leowel se sentaba donde el Ángel le daba espacio. ―¿Quieres respuestas? …Leowel te has olvidado de tu Padre, le has sido ingrato después que le dejaste marchar. Habló el iluminado. ―! No es así! …yo nunca le dejo de pensar, su muerte me duele mucho. Afirmaba Leowel, este desesperado culpaba de su soledad a Dragonell, del cual, estaba tan seguro, le mató. ―Leowel, tu Padre está vivo, vive en tí ¿porque lo buscas afuera? nadie lo ha matado, pero razón tienes al decir que no está contigo. El Ángel dejaba caer su dorada cabellera por sus hombros. ―Si él estuviese vivo, vendría conmigo… está muerto. Expresó Leowel. ―No temas Leowel de lo que viene por delante, porque las riquezas de tu Padre esperan y él solo te reconocerá cuando dejes de ser débil de mente, corazón y sexo. Ningún débil lleno de defectos es digno de ser su sucesor. Levemente Leowel examinaba cada detalle del Ángel, conocía que aquellos seres podrían ser visibles delante del mundo de Hod; pues en sus tierras todo tomaba vida, los deseos o lo invisible. ―Yo soy el unigénito de mi Padre, ¿acaso este es mi Reino?. ―El Padre dio su reino al unigénito… pero… ¿cómo puede ser tu Reino?. Si no conoces a tu Padre, por ello te decreto que al desconocerte, desconoces a tu Padre y su legado. Dicho esto, el Ángel volvió a acostarse, se sentía apenado al ver el semblante trágico de Leowel, más levantó su canto y se petrificó en una estatua. Era solo el eco de sus últimas palabras las que acogía y consolaban al chico.

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«Confía en tu esencia. La Noche Cósmica no esperara tu realidad, ella se abalanzará y traerá fuego, guerra y destrucción… más no temas, porque es

de hecho que el fuego también purifica.» Mientras tanto, en su exterior, Noe hablaba con Christina, afirmaba sus años de existencia, eran millones atrás, desde la aurora creadora de la tercera raza, donde empieza a contar el edén. Este conocía de la Tierra muy bien. ―La perversión siempre está presente y en su tentador calor, todos caen, así como los arcaicos padres de tus padres, los expulsados a la tierra donde ahora vives, un mundo de maldad. Ellos… jamás recordaron su origen; pues sus mentes fueron cegadas con el dormir eterno y así ha sido con ustedes… la Tierra es el lugar más peligroso para un Catalizador, puede ser la corona para nuestro Cielo o el calvario para nuestro Infierno. Exclamó Noe continuando su discurso. ―Como Madre… puedes sentir eso que me preocupa. El mundo de Malchutl, se destruye silenciosamente, la terrible sombra lo cubre y nadie la puede vencer, ni siquiera los Patriarcas terrenales… pues tiene el poder de Dios y del Diablo, creación del absoluto y del hombre. Tú lo sabes, el Mädnes. Terminó Noe y Christina se mantenía serena, muy atenta a las confesiones, pero firme en su pensar, esto era notable para el Catalizador. ―Es por ello que no daré a mi hijo, el estará en el seno de mi piel. ―Con el respeto que se merece mi Señora… No puedo permitírselo, no puede negarle a Leowel lo que es su misión y le hará real, porque eso es lo que tiene dentro. Dijo él, empero un ruidito les interrumpió. Ambos volteaban su vista hacia Leowel, este parecía dar señal de despertar, Christina hundía su mirar en la figura de aquel. ―Nada sabrá mi hijo de lo que hemos hablado y discutiré de su marcha hasta que él me lo diga. Exclamó, a la vez que Noe, sin más, se resignó a dar una pequeña reverencia. ―Noe, Catalys de las esferas de Mercurio, nacido del rayo de Nocturna. Yo te pido a ti, esencia, protege a mi Leowel. Exclamó Christina. Los susurros traían al físico a Leowel, este se levantaba rápido, llevando su atención a aquellos dos que quedaban congelados, mudos, ante él. ―mmm… ¿tiene bebida de uva?. Preguntó Noe intentando despistar. ―Si… en la nevera. Contestó Christina. Era que poco a poco, brotaba una sonrisa incontenible en su rostro. Algo que Leowel no comprendía.

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Sin embargo, al notar como la salud de Leowel mejoraba, bajó a traer algo de comida, ella dejaba a Noe con él, este prometió, no llevarse a su hijo sin su consentimiento. ―Ya mejoraste, eso es bueno… ¿cómo te ha ido con el Ángel?. Preguntó Noe, mientras se sentaba al borde de la cama. Leowel estaba impresionado. ―…Bien, ha dicho cosas que me enredan… pero… ¿cómo has sabido de su presencia?. Habló Leowel mientras ponía un pie afuera. ―Olvidas quién soy, somos Saba… tu esencia. Respondió el Catalizador. Leowel empezaba a revisar su armario, pidiendo un espacio para cambiarse de vestimenta, más no quería desperdiciar segundo alguno. El joven estaba empecinado en saber sobre el otro Catalizador, cuál yacía en las manos de Dragonell. ―Que haremos contra él, tiene un arma muy poderosa, puede causar fuertes estragos en el mundo. Comentó el joven, quién escuchaba por parte de Noe, nada más que el silencio. Y así fue hasta que salió del baño. ―¿Porque te has quedado callado?. Preguntó el chico hacia Noe, quién era mirando hacia la pared, sus ojos parecían sin más brillo. ―No somos un arma… debes entender que es un Catalizador y todo lo que conlleva tener uno. Ante las severas palabras, Leowel se disculpó muy apenado, no quería ver aquella nostalgia en Noe. Al menos no empezar mal su presente amistad. ―Soy hijo de semi Dioses, creado a su semejanza, soy parte del humano, porque cuando el nace, nazco yo con él… soy el Alma que baja del absoluto, el mediador entre el materia y el espíritu. Pero no os alegréis, porque no estamos completos, somos diminutos ante el tamaño de los defectos, razón por la que el humano no nos encuentra. Dichoso tú que me tienes. Declaró Noe con sabiduría entendible para Leowel, he aquí que con ello, él interpretó las palabras del Ángel. ―Entonces el otro… ―Soe… ha sido amarrado y cegado, igual que todas las demás esencias del mundo, él sufre en la oscuridad, así lo ha hecho Dragonell. Exclamó Noe entristeciendo el semblante de Leowel, quién comprendía que también él tenía muchos defectos que podrían lastimar a Noe; pues, no olvidaba que quería vengarse de Dragonell. ―El mal es como el fuego, es útil pero peligroso. Debes aprenderlo, para tener sapiencia, más no para condenarte. Noe avanzaba hacia la puerta, la abría al sentir unos pasos acercarse. Era Cornellia.

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La pelinegra joven agradecía la amabilidad del alto, le saludaba cordial como eufórica, no resistía ahogar a su primo con preocupaciones y cariños. Estos que solo Leowel podía aguantar. ―Cornell no es para tanto. Reclamó estirando su mano, pidiendo ayuda a su madre cuál se asomaba al umbral de su puerta. ―!Pero como! Has pasado casi tres días inconsciente ¡y no es grave!. Habló Cornellia, hija de Dragonell. Aquella afirmación era increíble para Leowel, quién encontró respuesta en los dos que le habían cuidado, eran ciertas las palabras de Cornellia. ―Dos días… murmuró el chico, no recordaba nada de ello. Más cortando con su concentración, apareció Noe advirtiéndole, tomase su celular ya que pronto una llamada le buscaría. Y así como él lo dijo, pasó. Tal acto intuitivo tuvo el asombro y el disgusto de otros, Christina, quién pidió a Noe salga de la habitación, no vaya a ser que Cornellia se asombre y empiece a investigarlo. El alto no tuvo problema, pero su mente se hallaba prendido de la imagen femenina de aquella tras el teléfono. Una chica, de oscura cabellera grisácea, blanca cuál nieve y ojos azules como el mar, ella con móvil en mano, se escapaba de sus criadas, corriendo entre gritos y disgustos a una caseta, diagonal a su hogar, en aquel parque dorado. Noe estaba en el pasillo, arrimándose, con el fin de escuchar más de cerca la conversación, él centraba su mirar, cuál cruzaba puertas y calles, en los rojos labios de la chica de gran belleza, emergente de su capullo. ―¿Que me tratas de decir?… Dorothea, sé muy bien mis obligaciones. He hablado ya con el profesor, muy aparte que pienso que esto no te incumbe. Aclaró Leowel a fuerte tono, mientras andaba de lado a otro con el aparato pegado a su oído. ―Claro que me incumbe… aparte de ser la presidenta del comité de Arte, soy la ayudante de Armander. Leowel no faltes un día más al evento, no quiero excusas de críos, ¡entendiste!. Respondió con tono orgulloso haciendo que los ojos de Leowel se entreabren indignados y sus labios se abstengan de cualquier disputa; sin embargo fue inútil, continúo dando vueltas alrededor de la sala. Cornellia lo veía y sonreía, para ella todo era un drama. Más, delicadamente caminaba hacia los libros de Leowel, estos se disponían en la mesita, alado de su cama y, aprovechando la ausencia de Christina, los tomó a fin de dar una ojeada. Empero, solo alcanzó a leer una nota, cuál estaba separada en un vetusto librito. «Hoy siento que ha llegado el verano a mi corazón, este canta como pajarillo

feliz en su nido porque aquel Clavel chino está dejando aquel oscuro color, pintando su figura como un rojo y dorado sol.

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Poseedora de un fuerte carácter y una traicionera belleza, que embriaga cruelmente aun cuando ella no lo desee.»

―Eso lo sé muy bien Dorothea… pensé que Viorel te había informado de aquello. Está bien, estoy muy ocupado al igual que tú, si me disculpas, voy a colgar. Gritó Leowel, justo antes de chocarse con el reflejo de Cornellia en la ventana. Verle, le hizo inmediatamente quitarle el libro, con el cuál, golpeó ligeramente su cabeza en señal de reprensión. ―Dorothea… así se llama ella. Murmuró Noe a la vez que mirando a un lado, se percató de la imagen de Christina, le vigilaba, pero nada se dijeron, estos oían los quejidos de Leowel. ―!Cornellia no me gusta que leas mis cosas!. Exclamó Leowel. ―Lo sé primo… pero, olvidémoslo ¿sí?; pues ya mismo me debo de ir. Cornellia besaba su mejilla con un abrazo, expresaba su felicidad ya que era mañana su gran presentación. ―¿Es en serio? Es que no me cabe en la cabeza, ¡dos días dormido!. ―Si… nos preocupamos mucho Viorel y yo. ―Creo que fue mucho estrés. Se excusó; sin embargo, ella reconocía que se trataba de otra mentira para no contarle nada, regañaba a Leowel ya que no le quedaba tiempo para entregar su cuadro terminado, a Armander. Cornellia se fue y despidiéndose de los demás, les dejó para que disfruten de su cena, no les acompañaría, tenía que arreglar ajustes del escenario. Leowel imaginaba lo duro que sería culminar el cuadro para la mañana, este no podía comer en paz, en su mente, los gritos de Armander le taladraban. Christina ya le notaba, pero prefería guardar silencio, iba a la cocina y como a menudo, servía la comida. ―¿Que le sucede Saba?. Preguntó Noe, sin tener respuesta del motivo. ―Pues, Saba está enojado. Respondió Leowel, irónico, dejándose llevar de una ilusión, no soportaría ser retado por Armander. ―¿Quién es ese Saba?. Preguntó Noe de inmediato. ―!Yo soy Saba!... tú mismo me lo has dicho. Recalcó el joven con aires de orgullo, esto molestó en gran manera a Noe, quién se levantó contra él, un fuego ardiente que solo causo temor en el joven. ―Jamás el gran Saba se comportaría tan mundano, él no nace ni crece de la imperfección, nunca de aquella manera, serias digno de creerte, ni un átomo que conforme la uña de su pie. No olvides; pues, no estaré dispuesto a escucharte nunca más. Expresó Noe, su voz llegaba hasta donde Christina,

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ella detrás de la pared, entrecruzaba sus dedos, oyendo el enojo de su hijo, no podía creer las palabras de su Catalizador. ―Muchas cosas ignoras, no es todo a letra muerta; pues en el mundo de los Dioses se habla en símbolos y números, comprende antes de hablar, el mensaje que te di. Aclaró Noe con más serenidad, esta que detenía a Leowel. ―Saba está más allá de Leowel, es quién da vida a Leowel, quién solo le descubrirá, al ser real. ―¿Real? Tratas de decirme que… ¿soy falso, una marioneta?. ―La Tierra se hunde en la putrefacción, la desgracia siempre se pinta de maravilla, así el humano piensa que está bien y que todo mejora... Hay un enemigo que reina el mundo, su poder va más allá del pensamiento; pues es un demonio que ha tomado el cuerpo de un Rey celestial. Se le llama Mädnes, cuál es padre de todas las abominaciones, de las siete serpientes del infierno y de los tres demonios traidores. Habló Noe con severidad. Ante ello, Leowel estuvo pensativo toda la comida, más no hubo espacio en donde él quisiese continuar la conversación, Noe le evitaba, aún después de la cena y sus miles insistencias, este no quería responder, solo le advirtió una cosa, debía cuidarse de la belleza tentadora que desprendía el Mädnes. ―El Mädnes… ¿Quién es?. Preguntó Leowel. Pero, Noe desapareció, transmutó su cuerpo en materia humeante, misma que se desvanecía en el ambiente. Leowel se pasmó, apenas levantaba sus cejas como acto impulsivo, pero no podía dejar de lado que le ignoró. Estaba solo y por esto, se acercó Christina, despeinándole suavemente. ―No te preocupes, al menos por Armander. Murmuró la mujer, su risita no parecía agradar a Leowel, este intuía lo que le diría. ―Te he ayudado con el cuadro, mañana puedes entregárselo. Dijo, ella no esperaría respuesta por parte de su hijo, estiró sus manos marchándose a descansar. Leowel estaba deprimido, la pintura sería un regalo para ella. ―Quería que por primera vez… un cuadro mío se exponga en casa. La noche continuaba sin excepción. Esta sería una ardua jornada, llena de ocupaciones y obligaciones, no solo por parte de Leowel, sino para todos los estudiantes, extranjeros y residentes, cuales ayudarían al siguiente día del gran evento, este que unía a todas las academias asociadas de Europa. El exterior de la Winter Rose se hallaba poblado de jóvenes, estos, que tras bastas horas, de haber culminado una tarde, salían a visitar los numerosos lugares de la ciudadela. De música y fiestas se prendían las diversas áreas del lugar, estos alumnos arribaban, hace noches atrás, varias partes de Rumania.

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―Ha sido muy cansado tomarse el tiempo de darles a muchos de ellos un “tour” por toda la Winter Rose. Habló Viorel con tono cansado, él bajaba de un auto, era este hablando con Leena, presidenta del área deportiva. ―Leena, no debes preocuparte… descansa. Te has esforzado tanto en el día de ayer como el de hoy. No es fácil manejar con las presentaciones de los eventos. Hoy ha habido una simple reunión. Afirmó algo desinteresado, esto aliviaba a la chica que en casa se había quedado. Viorel saludaba a los jóvenes de los alrededores y entraba a las instalaciones del instituto para tratar de tomar un descanso, no había pegado un ojo. ―Descansa Viorel, no te presiones... mañana intenta visitar a Leowel, le vi muy mal ese día, conoces que es muy orgulloso. Afirmó Leena, la castaña de grandes ojos. ―Tienes razón, no he podido verle y… necesitare dormir, sino esta noche moriré... gracias Lee, nos vemos. Dicho esto, Viorel cortó la llamada a la vez que se dejaba caer sobre el escritorio, con una taza de café en su mano. ―Pienso, por una parte, le fue mejor a Loe. Gracias al incidente, su obra será expuesta el último día. Susurró sin perder en su cabeza la imagen de Andrei, el vicepresidente estudiantil, mismo con el que había quedado verse treinta minutos atrás, de este no había rastro y pronto estaban a llegar unas niñas, presidentas del área fotográfica de otros institutos. Viorel tenía mucha pereza, pero aun así, fue motivado por el brillo que yacía en el cielo, cuanto le adoraba, más antes de pararse, dejó sus cosas sobre el stand, allí vio su libro, ese que había prestado a Leowel, coincidencia, que se abrió justo en las hojas faltantes. ―Menudo tonto, le dije que cuide el libro y le arranca la página… Expresó avanzando al ventanal, allí, por segundos, la tranquilidad le invadió. ―Leowel, jamás entenderá en que lio nos hemos metido… De repente, las luces de la habitación se apagaron y él regresando atrás, iba a examinar el problema, más el vocifero de aquellas niñas, le detuvo. ―Joven Laurssen… ¡Esto es algo totalmente imperdonable!. Con un suspiro pesado y estirando su rostro, se exigió tener la cortesía y amabilidad posible para escucharles, una vez más. ―Srta. Van Hidde y Malckövich, discúlpenme pero debían esperarme en el coliseo; sin embargo, como es de su conocimiento, el avisar sobre un nuevo proyecto de un día a otro es algo complicado. Andrei y yo hemos hablado con el Profesor Armander, coordinador general, para saber si podría darles una aprobación.

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Viorel prendía las luces, percatándose que debajo de él, se encontraban dos infantiles que le hacían retroceder ante sus disgustados semblantes. Entrecruzando sus brazos y entrecerrando sus miradas, estas pequeñas, que tanto se parecían a pesar de sus diferencias, arrimaban al otro, golpeando sus dedos en el abdomen. ―Espero tu respuesta no sea negativa, porque si es así… no has hecho nada más que hablar como loro. Una rubia de coletas se arrimaba a la pared mientras dejaba caerse del cansancio. ―Ninalla y yo nos hemos esforzado para sacar esta nueva y excelente idea.

«Beatrice, una niña con ojos azules, rubia con coletas color cenizo, de nacionalidad alemana. Aproximadamente se le calculaba trece años,

constituía parte de la prestigiosa familia Van Hidde.» Aparentemente deprimido, Viorel volvía hacia abajo donde se chocaba con la incontenible mirada de una pelirroja. «Ninalla, ojos verdes esmeralda y coletas color rojo cerezo. Igual que la otra, aparentaba tener la misma edad. De nacionalidad Rumana, pertenecía a la

tan nombrada familia Malckövich.» ―Señoritas, me disculpo profundamente… pero el profesor Armander ha negado su petición por falta de tiempo. Entiendan, las veo mañana… Adiós. Expresó Viorel, quién de enseguida las tomó de las manos y las dejó afuera de la puerta, misma que cerraba inclusive con seguro. Él no quería saber, por ahora, más sobre el desesperante evento. Sin embargo, ver a aquellas niñas siempre dejaba un nudo en la garganta del castaño, este sentía un vacío y en su mente siempre se prendía la figura de la pelirroja. ―Debo concentrarme en mis verdaderos problemas… como los Catalys, por ejemplo. Exclamó con un grito algo exhausto, movía su cabeza para evitar pensar en Ninalla. ―Dos Catalys han bajado a la Tierra, dos en un mismo camino, cuales pronto se dividirían, para el bien o para el mal. La Noche Cósmica será el final de nuestros días. Murmuró Viorel, quién no vio a Leowel hasta el otro día. Aun cuando este quedó dormido dentro de la encerrada sala, solo el sonido de su móvil pudo levantarle, tenía miles de llamadas, estas que le hicieron levantar apresurado; pues debía ir al coliseo a constatar los arreglos. Un Día más había pasado. Viorel, no demoró en llegar; pues, un carro le llevaba esperando, allí al pasar el portón se encontró con Leowel, cuál al verle ocupado, empezó a ayudarle.

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Los ojos de Leowel se clavaban en Viorel, era apenas que recordaba verle andar por el jardín de Dragonell, empero, no preguntaría, mejor era que se quede callado, sospechaba que su amigo le ocultaba algo, lo muy importante como para no dejarlo pasar. ―Tu biblioteca tiene una muy interesante decoración… Murmuró Leowel. ―Olvide mencionártela, pero no creo que importe, ¿verdad?. Viorel conocía lo resentido que podía ser su amigo, explicaba que no era de él, otra persona que tenía conexión con su familia era su dueño. ―No me pidas que te cuente algo que estoy seguro sabes muy bien. ―! Has arrancado la hoja!… haz lo que quieras, más hazte responsable de tus actos, tener un Catalys no es algo de niños. Murmuró Viorel entrando a las diversas instalaciones. ―Imaginaba que conocías muy bien cada página al pie de la letra, puedo saber a qué debía tu drama, señor sabelotodo. ―No es así… tengo un compendio de datos, los cuales pude revisar con calma, ahí halle lo que buscabas. ¿Por qué la desconfianza?. El silencio de Leowel se esparcía por lo ancho, desvía su mirar, con el afán de inspeccionar el lugar, no se convencía de compartir lo experimentado. ―Ten cuidado, al paso dado no hay retroceso, cuando conoces esto... se te cobra por cada error, dos veces su peso. Acotó Viorel asegurando estar todo bien, debían visitar más salas. Sin embargo, Leowel ante el paseo, se percató que en medio de las salas, estaba Dragonell, este que era jalado de la mano de Cornellia. Y fue en aquel momento, que todo se detuvo en él, siendo transmitido todo esto a los ojos de Noe, cuál aunque lejos estaba, percibieron esa brisa que se trajo consigo hasta su hogar. Allí el Catalizador estaba arrimado a la puerta de Christina, llevaba tiempo esperándole, aun cuando ella no lo sabía. Noe solo le escuchaba, al parecer ella discutía consigo misma. ―Que haremos con nuestro hijo… no le quiero dejar marchar. Hablaron

los labios de Christina, ella estaba perdida en su reflejo, llevaba basto tiempo

viéndole. Ligeramente dejaba caer sus manos, gateaba hacia el espejo cuál,

dentro, le observa con aquel semblante severo.

―Tienes que dejarle… la primavera le ha hecho florecer, no vaya hacer

que cuando llegue el invierno no pueda cuidarse y caiga como las hojas del

otoño, al piso. Exclamó ella misma, arrimando su frente al objeto, con un

suspiro, ya que aún estaba encaprichada en su idea, no podía evitar dejar de

ver a Leowel como a un niño.

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―Si no caminas, Leowel te pasara; pues te ve estancada y conoces que él

no te esperara una vida, por delante tiene un Sol que es su destino.

Christina cerró sus ojos, parecía hablarse sola con el reflejo; sin embargo, el

ruido de las pisadas de Noe por el pasillo, le alertó, ella dio un último vistazo

a su apariencia y declaró con fortaleza su decisión, nadie le hará cambiar.

―Tienes razón al replicarme su libertad, pero no se la daré, se la ganara,

él debe demostrarme que es lo suficientemente fuerte como para protegerme

y dejar de depender de mi… Habló Christina, ella sonreía dulcemente, más en

su reflejo parecía seria y severa.

―…Y te advierto que Leowel no las tendrá fácil. Expresó al caminar a la

puerta, cuál del otro lado, estaba Noe, quién le había escuchado, él se hacía

a un extremo a la vez que ella abría, lista para irse.

―¿Estamos de acuerdo?. Preguntó Christina.

―Iré con usted… puedo ver que Leowel se ha desocupado. Contestó Noe,

percatándose del acercamiento de la mujer al tomar de su platinado cabello,

esta comentaba que Noe no podía salir de aquella manera a la calle y él solo

quedó en silencio.

En cambio, Viorel, con obligación y educación, avanzó junto con Leowel hacia

Dragonell, era con este que mantenían una pequeña charla, aprovechando la

ausencia de Cornellia.

―Sí está todo muy bien, aunque nos honra con su presencia, pensé que estaría muy ocupado. Dijo Viorel con cierta devoción. ―Me alegra… siempre he confiado en tí, no me decepcionas. Contestó Dragonell, quién acaparaba la atención de Leowel y el hombre no demoró en dirigirse hacia él, le saludaba cordial, lejos de ser un familiar. Más tales acciones hicieron crecer muchas intrigas en el joven. ―Tienes una gran responsabilidad sobre tus hombros, más nunca estas solo y aunque así lo creas por ahora, con el tiempo cuenta te darás. Dragonell dejaba caer su mano sobre la cabeza del chico asombrado, quién se le alejaba, se disgustaba de su aparente falta de discreción frente a Viorel. ―!Ya sabe que tú conducirás el evento desde tarima!. Se adelantó Viorel ante cualquier pensamiento ajeno de Leowel. Este quería distraerlo al otro y golpeando su brazo, le hizo agradecer a Dragonell. Pero, era un ambiente distinto para el chico, quién se sentía extraño frente a la figura de los dos.

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―¿Acaso hoy no tienes reunión?… Comentó Leowel hacia Dragonell. ―¿A que te refieres?… Respondió el hombre, era su garbo y nobleza más detonante, como en aquel pasado que hacia remembrar días de infancia a Leowel. Este conocía que el Dragonell del presente era distinto, a la sombra temible de los años atrás. Dragonell le miraba, parecía que traspasaba su alma y su voz. Leowel intuía su increíble grandeza y aristocracia, incomparable a algún hombre de gran linaje, esto iba más allá y aunque no lo entendía, Leowel cerraba sus ojos hundiéndose en su sentimiento de humillación. Viorel observaba, estaba detrás de Dragonell, quién aún esperaba respuesta de su sobrino, al cual ya había llamado por más de una vez. ―Leowel… ¿acaso no eres a quién estoy llamando?, respóndeme; pues si no eres Leowel… ¿Quién eres?. Exclamó el hombre a la vez que se levantaba, él hacia retroceder al joven que por fin contestó, eran sus palabras ajenas a su piel, pero impulsivas y sin pensar. ―No sé quién soy. Soltó Leowel, más a su respuesta, la puerta se abrió y dio la bienvenida a Cornellia cuál avanzó a Dragonell, tomándole de la mano. ―Padre, insisto en que es una lástima que no nos acompañes. Habló ella, uniéndose al conjunto de miradas silenciosas, esta preguntaba por el tema de conversación; pues todo se veía muy tenso. ―Nada que necesite tu desespero, debo irme Cornellia, conoces que no dispongo de tiempo. Dragonell besó la frente de su hija y estrechándose, se despidió de ambos jóvenes. Fue inmediato que a la ausencia de Dragonell, Leowel también se marchase, había escuchado que su madre andaba por los alrededores junto con Noe y preocupado por su apariencia fue en su búsqueda. ―¿Son una clase de fuegos artificiales?. ―Si… ya aprendiste. Contestó Christina a Noe, mismo que le seguía de cerca; pues eran unas amigas de la mujer que se avecinaban a saludarle, era lógico que las preguntas sobre aquel alto empezaran a flotar. Noe observaba el teatro, eran varias salas donde se presentaban sinnúmeros de trabajos artísticos, desde obras manuales hasta grandes esculturas. Esto de algún modo parecía llenar su gusto. ―Es un familiar lejano, pero os ruego que me hablen de ustedes, no les he visto desde que viaje a Roma. Exclamaba Christina sin perderle el rastro al Catalizador que se sentaba en el borde de una fuente, este, miraba el reflejo,

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ahí era su imagen, había cambiado su cabellera, ahora era negra y su rostro con más aspecto humano. Más de igual manera, los fuegos artificiales tomaron lugar sobre el agua, Noe murmuraba lo mucho que le recordaba a su hogar y en un pequeño deseo, anhelaba que esos hermosos colores, que parecían estrellas en pleno día, quedasen para siempre. ―No lo creo… los fuegos artificiales culminaran muy pronto. Habló una niña cuál sentada alado de este, le había escuchado, era Beatrice Van Hidde acompañada de Ninalla Malckövich. ―Ah… que pena. Murmuró Noe. ―…Dijiste que te recordaba a tu hogar, creo que sería divertido viajar uno de estos días a un lugar interesante. Alemania se ha hecho una rutina para mi… ¡Ah! Mi nombre es Beatrice Van Hidde. Noe saludó, era lógico que al verle, conocería toda su vida, pero no alegró al Catalizador saberlo, ya que descubrió en la dulce niña, lo muy fría, orgullosa y vanidosa que era, mucho más que cualquier adulto. ―Yo soy Ninalla Malckövich. Habló la otra. Noe vio y se percató que esta guardaba un mundo diferente y aunque mucho había sufrido, era rica en sabiduría, más que cualquier anciano. ―¿Porque has venido aquí?. Preguntó la emergente Ninalla. ―Tengo que cuidar a Leowel. Respondió Noe. ―Y viajaste solo. Preguntó la pelirroja a medida que Beatrice caminaba. ―No, vine con mi hermano, se llama Soe. Habló Noe, pero Ninalla no se calló, preguntó por su ausencia, ya que siendo tan pequeño, como Noe lo mencionaba, podría estar perdido entre tanta gente, más el Catalizador alivió su preocupación, pronto le encontraría. ―¿Y tú porque has venido?. Preguntó Noe notando que Christina le veía, a la vez que le hacía señas para retirarse. ―He acompañado también a alguien que decidió salir de su hermético hogar. Me pidió que suba con él. Dijo ella. Noe clavaba su mirar en los grandes pero opacos ojos de la Ninalla, este nada dijo sobre ella, eran largos segundos en los que un silencio los acogió. Más Noe regresó con Christina y ambos se encontraron con Leowel. Y con una sonrisa, Leowel paseaba con Christina y Noe por toda la plaza, este afirmaba estar desocupado hasta las últimas horas de la tarde; pues ya que un alumno se enfermó, le tocaba presentar las diversas presentaciones.

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Sin embargo, tras su largo recorrido, dieron una pausa para comer en uno de los restaurantes cercanos, Leowel se asombraba por el cambio que Noe le había dado a su cabello, no lo imaginaba. Un delicado y sofisticado ambiente acompañaba a todos dentro del lugar, a lo largo de su descanso, varias conversaciones que pausaban entre pequeñas sonrisas reposaban en las mesas. El catalizador bostezó a medida que se soltaba aquella coleta que la mujer había peinado. ―Todo está marchando bien, Viorel está menos estresado, aunque la querida Dorothea se empecine en presionarnos a todos, menos mal que llegó la amiga de Cornell, Leena, quién la calmó, porque si continuaba así, pondría de cabeza la presentación. Habló Leowel, Noe solo le escuchaba atento, este estudiaba de todos los personajes nombrados, de los amigos de sus amigos y de sus hogares, era de cierto que Noe conocía de ellos. ―¿Y Viorel acaso esta solo en todo esto?. Preguntó Christina. ―No claro que no, Andrei esta con él, este es el vicepresidente. ―Si lo recuerdo, el joven Carloss Hollywell. Respondió su madre. ―También esta Armander, la junta estudiantil y docente… pero Viorel se preocupa mucho. …disculpa Noe, cambiaré el tema. Excusó Leowel al pensar que su Catalizador no conocía de los mencionados. ―Sé de ellos, Cornellia es tu prima, Viorel tú mejor amigo desde la niñez al igual que Leena, más al marcharse por un tiempo, su amistad se perdió. Armander es el profesor más odiado por ti, Andrei es tu dolor de cabeza, es un chico muy alborotado y es muy atractivo para las estudiantes, es tal como Dorothea lo es para los chicos de tu edad... Más tú… ¿Qué sientes por ella?. Las palabras de Noe aclamaron en Leowel gran asombro, este asentía ante su total precisión, más era su pregunta y el acercamiento de Noe a sus ojos, lo que tomándole por sorpresa, le avergonzaron, alejaba su rostro hacia atrás ante su Catalizador. ―¿Que siento por ella?. Repitió Leowel, este estaba en blanco. ―Piensas muchas cosas para una sencilla respuesta… tal como eres así de callado en tu exterior, dentro, en tu mente también debe haber silencio. Si no, tu mente te dominara, si ella es negra, tus actos también lo serán. Noe causaba una sincera sonrisa en Christina quién, después de la comida, salía del restaurante; pues, Leowel veía la tarde caer y debía regresar a los camerinos, por ello, se fue, no sin antes recibir la suerte por parte de los dos. Leowel apenas se arrimó a un árbol, veía el cielo desolado sin estrellas, solo era una, cuya luz se apagaba y se encendía ligeramente, era esa misma que Leowel recordaba le mostró Aleksandar.

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―No deseo que la Noche Cósmica me tome de ignorante, tampoco que el Mädnes me devore... Pasó una vez, eres una estrella rara, eres humana porque oyes y comprendes, pero como Ángel porque tu poder no es de aquí. Era la gente pasar, todos ocupados en sus cosas, nadie miraba el firmamento parecía no importarles, mas, después de la atención de Leowel, le seguía otro, era aquel a su espalda que todo lo que este decía, escuchaba. ―No sé qué debo hacer, pero tengo ansias de conocer, esto me llama y no hay vuelta atrás… Quiero entender y vencer a Dragonell, atender a Noe y dejar de preocupar a mi madre. Quiero ser… más que Leowel, saber más de mí. ¿Qué es esa realidad que yo no sé?. Murmuró Leowel sin quitar de vista al lucero, estaba seguro que aquel le daría una respuesta de alguna manera. El joven que detrás de Leowel estaba, quedó en silencio por minutos, este razonaba todo lo que el otro pensaba, llegando a una determinación. ―Eres quién toma tus decisiones… tú, quién anunciara con tu verbo el Génesis que despertara la Noche Cósmica, esta que ya hace rato acoge todo el cielo. Habló el chico tras la sombra, su voz era un susurro que Leowel no oía, pero sentía. ―¿Porque estás aquí?. Preguntó Leowel algo molesto, empero la voz no le respondió, aun cuando él girase para buscarle. No había rastro de nadie a su alrededor, por ello, tratando de olvidarlo, avanzó hasta lo más oscuro de la zona, detrás del viejo estacionamiento. Leowel intuía que tal vez, en completa soledad, el misterioso aparecería. ―Estamos solos… encarame de una vez. Porque yo sé que tu estas aquí, siempre lo has estado. Dime, ¿Por qué me investigas mucho?. Habló el joven arrimándose a una pared, examinaba cada rincón con mucha concentración. ―A que te refieres con investigarte. Dijo el otro. ―Tú estás con Dragonell, sabías que era un Mago… ¿Cuál es el objetivo de que yo esté involucrado ahí?... y no me engañes, porque hoy en la tarde lo noté. Exclamó Leowel muy furioso, este caminaba en círculos y se acercaba al centro de la planada, reclamaba una y otra vez la presencia del otro. ―!¿Dónde está Dragonell?! ―Aquel que buscas, no volverá jamás a subir. Respondió el extraño, que por fin daba cara, tras la bruma, sus verdes ojos se asomaban con misterio y su semblante con poderío. Leowel no le tuvo cautela, este se abalanzó encima de aquel, le exigía que le diese una explicación entendible. ―Leowel suéltame… en verdad piensas que podrás siquiera tocarme. El castaño recalcó haciendo que Leowel abalance su puño; sin embargo, su afán

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de lastimarlo se interrumpió con una patada sorpresiva, esta que le elevó cayendo adolorido al piso. ―No… no me hagas reír, que culpa tengo yo de que seas tan dormido y no puedas ver las cosas como son… tanto he hecho por tí y… así me pagas. ―No me mientas más… ¡Viorel cállate!. Leowel estaba ardido muy resentido por las ocultas artimañas de su amigo, no sabía cómo definir la situación, tal vez lo que hizo estaba mal, como pudo ser bueno. Levemente Leowel se levantaba, daba cara a Viorel, quién conocía la pelea que se armaría, su amigo tenía preparado otro puño para él. ―No lo hagas… si te enojas, te atentas a las consecuencias. Dijo Viorel provocando que el otro con más ansias lance su acto sin meditar. Viorel lo esquivó con agilidad, este volvió a ocultarse entre la oscuridad de los faroles dañados, Leowel le perseguía; sin embargo, el extraño sonido de algunos acompañante emergentes, le detuvo. No eran palabras que Leowel podía entender, esto era un murmullo bestial, algo interminable asemejado al lamento y a la furia, una mezcla animalesca. Él jamás vio algo parecido, pero su interior lo conocía, tenía una familiaridad profunda. Leowel tuvo mucho temor y en varios pasos, retrocedió. ―No son míos… yo no los he llamado. Aclaró Viorel viendo alrededor, este se llenaba de extrañas criaturas inusualmente vistas. ―Quienes son esos…. ¡Monstruos!. Gritó Leowel aturdido; pues sus ojos veían a esas personas no humanas, seres cubiertos de un plasma negro, cuál brea, misma en la que solo se percibía manchas blancas simétricas. Y los aplausos recibían a la pelinegra en el escenario, Cornellia se preparaba para su función, ninguno de los dos se encontraban entre el público. Christina empezaba a preocuparse por su hijo, más callaba, no quería alertar a Noe aunque conocía que muy posible ya sepa en donde estaría. ―Leowel… ya deberías estar aquí. Pensó Christina al observar a Cornellia quién levantaba su voz por encima de los oyentes como pájaro despierto, cuál vuela a cubrir la aurora. Empero, Cornellia tenía sus ojos cerrados más su corazón era abierto y rebosante de paz. Leena, su mejor amiga, llevaba buen tiempo buscando a Leowel y Viorel por todo rincón. Cansada, tomaba sus tacos en las manos, tenía la obligación de llevarlos con Cornellia; pues si los notaba, con lo caprichosa que era, sería capaz de bajarse del escenario deprimida. ―Si mi madre me observase, definitivamente me volvería a dar clases de ética femenina. Gracias a Dios estoy sola. Exclamó la pequeña tomando

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un descanso, esta se resignaba a hallarlos, observaba al vidrio de un auto, he ahí que su vestido y su peinado estaban estropeados. ―Soy un desastre… Leena volvía a colocarse sus zapatos, aún al hallar sucia la planta de sus medias. Sin embargo, ante su retirada, un ruido llamó su atención y al girar, vio a una mujer alta, muy hermosa, de cabellera rubia y blanca, misma que mirándole, se ocultaba tras la sombra de la cual se escuchó el grito de Leowel, quién era sentado en el piso, perdido en la inmensidad del espacio. ―Era horrible… Susurró para sí. ―Te lo advertí… ¡no estoy en tu contra Leowel!, pero lo entenderás con el tiempo... lo bueno es que se han ido. Exclamó Viorel percatándose de que cerca de ellos, una presencia les encontraba. ―! Viorel!…Leowel. Clamó Leena, aliviada de saber que su esfuerzo no fue sido en vano, estaba diagonal a ambos, pero solo Viorel volteó a verle. Momento que Leowel aprovechó para vengarse, un instante de gloria, donde abalanzó un puño logrando darle en la cara, esto lo tiró al piso. ―Lo hice. Exclamó exhausto pero victorioso. ―¿!Pero que has hecho!?. Interrumpió Leena arrodillándose ante Viorel cuál sin importancia regaló una sonrisa nerviosa. Leena les había tomado por sorpresa. ―Pero como puede ser… ¿ustedes peleándose mientras Cornellia canta?, ¿acaso se han vuelto locos?… o es que son unos desconsiderados. Clamó ella, ante sus palabras, Leowel se tranquilizó. ―Chassieru… Murmuró el grisáceo. ―Leena… no debes preocuparte, fue una discusión, se nos ha pasado la hora, pero yo de inmediato les alcanzo, excúsame con Cornell, debo entregar un informe a Armander. Habló Viorel, quién como si no hubiese pasado nada, golpeó el hombro de Leowel y despidió a Leena, ambos quedaban solos. ―¿Cornellia se ha percatado?. ―No lo creo. Respondió Leena mientras apresuraba su paso, pasando el jardín de esculturas, ellos se metían por sus numerosos caminos, era un atajo para llegar más rápido, ya que a su salida les mostraba el basto auditorio. Y así pasó, más frente al límite, Leowel desvió su mirar, la curiosidad por la figura de la misma mujer rubia cautivó sus pupilas, ella, de belleza y misterio jamás visto, parecía que su piel resplandeciese en un oro pálido como sus ojos rojos, encerrasen las verdades que tanto se le negaban. Leowel estaba enajenado en aquella que solo sonreía calmada, caminaba hasta perderse del jardín, el joven no hallaba respuesta a tal Gracia. ―Meerlan… Más en ese instante, murmuró Leena tomando su mano.

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Leowel regresaba en sí, este llevaba su mirada hacia los almendrados ojos de Leena, cuales resplandecían resaltando sus rizadas pestañas. ―…Es hermosa. Exclamó ella a Leowel, quién desubicado solo asintió, ella tomaba su rostro y lo giraba enseñándole a su prima cantar. Era asombroso saber que su querida familiar se había convertido en una delicada mujer. Esto llenaba el corazón de Leowel, cuál soltaba una sonrisa, tan alegre estaba por Cornellia, que había olvidado todo problema. ―No os preocupéis, te he reemplazado delante de Dorothea, ha salido bien, pero debes excusarte. Susurró Leena avanzando hasta sus asientos, se acomodaban rápidamente ante la distracción de Cornellia. Leowel no dejaba de contemplarla y ella junto a su voz recibía los calurosos aplausos, he aquí que solo al terminar, abrió sus ojos llevándolos directamente a Leowel. ―Gracias. Exclamó Cornellia, sonriendo a todos y retirándose. Las personas se levantaban más Leowel continuaba sentado. ―Como si Dorothea me vaya a perdonar... no importa, yo te agradezco Chassieru. Murmuró llamando la atención de Leena. ―!llegas muy tarde!. ¿Dónde has estado? Ya todo se ha acabado. Dijo Christina golpeando su cabeza, separándole de su pensar. Noe sonreía, algo burlón, al ver el rostro del distraído muchacho. ―Te has perdido de algo realmente grandioso, ante su voz, la luz cruzó las tinieblas, las estrellas por delante de las nubes y aunque nadie lo vio, la Señora de la Tierra, la bendijo, aun cuando su destino sería aturdido. Exclamó Noe hacia Leowel, quién de nuevo, no le entendió. El último día del evento había terminado, la gente se iba poco a poco a sus hogares y dejaban solitario el coliseo. Leowel felicitaba a Cornellia, quién se retiraba junto a Dragonell, quién ahora se comportaba de la misma manera de siempre, distinto a aquella tarde, en energía, esencia y apariencia.

«Aquel que buscas, no volverá jamás a subir»

―Quisiera tener respuesta a todo lo que veo y siento. Murmuró el joven a la vez que subía al carro con su madre y Noe. ―Tiene su tiempo; pues si supieses todas las respuestas en este mismo momento, las rechazarías y te alejarías de lo único que se puede llamarse Verdad, porque esta que hablo, solo causa odio, sangre y asco al mundo. Tú no te aflijas, porque peores cosas vendrán, ya has visto a los hijos de la gran bestia, misma que algún día aparecerá frente a ti y contra ti, bramando al

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anunciar tu muerte. Declaró Noe, eran los ojos de Leowel abiertos de par en par, más el Catalizador conocía que era mucha presión por hoy y cerrando sus ojos con sus tres dedos, le hizo dormir. Noe solo chocaba mirada con Christina, quién desviando hacia su hijo, daba un gran suspiro. Ni ella sabía cuándo empezaría y peor, como terminaría esta gran batalla en la que Leowel estaba involucrado. MUNDO DE YESOD.

REINO DE LIGTHNESS.

REUNION ARCANAL SUPERIOR. (Matriarca- Jerarca).

------XX------- SACRATISIMO ARCANO-SEGUNDO & SACRATISIMO ARCANO-QUINTO <KRISTEVHA> <RUPERT>

―…Un gran gruñido ha levantado a la Noche Cósmica, es la bestia que surge de los infiernos y viene a por aquel humano que se llama Leowel, he declarado que la Retribución no tiene piedad con él, es tan rápido como todo avanza. Dijo el Jerarca, Rupert, quién avanzó entre el fuego que resplandecía en un cumulo de aparentes nubes, allí una mujer de espalda, se peinaba. Eran las voces de sus hijos, corriendo por el aire, una tras otra, no importaba de donde y como se cruzasen, escuchaba todas.

«”…Madre, Arcano de la Persuasión. Los signos vitales de Leowel se alteran. El Drama empieza a girar

Y el Reino de Darkness atacara. Espero Ordenes”»

Rupert se acercaba, se postraba a sus pies y besando su mano, descansaba su frente en sus piernas desnudas. ―La Noche Cósmica es bendita para el que ha descubierto que su cuerpo es un templo vivo donde Dios mora; mas, es maldita, para el profano irreal que jamás lo levantó. La Mujer recogía su cabellera chocolate, esta daba un soplo con sus carnosos labios y he aquí que cayeron sobre los cerrados ojos del durmiente Leowel, ella le advertiría de la desgracia a empezar.

«”… Mi Señora, heme aquí, Arcano de la Inspiración, le informo, un aumento de Necromantros dentro del país rumano. Estos se acercan a

Leowel, a más, de que están multiplicándose dentro de los

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Demás seres humanos. No podemos hacer nada… La ley del equilibrio sigue vigente.

Espero Ordenes”»

―Lo he visto hoy… a Leowel le condenaran a muerte… Expresó Rupert. ―Asi él lo ha decidido… es necesario. Clamó la mujer convirtiéndose en una dulce paloma que planeó por el cielo, Rupert le vigilaba, conocía que pronto al mundo vendrían dos serpientes, una sanadora y otra tentadora.

Mundo de Yesod

Coordenada Eterica

Bosques de Holloween

1533 D.C –Fecha humana.-

―He aquí su Reino, mi señor, se asemeja a la belleza de

este árbol sagrado; pues he aquí en él, está el espíritu unido

del pueblo… Mencionó la Vestal más amada, desde la torre

alta, peinaba su cabello, alistando a Aléne para salir.

Entre los arboles del Reino, existía uno de maravillosa magia,

de frondosas hojas y delicioso aroma, era llamado el árbol de

la vida, ya que aquel vivía siendo el reflejo de la energía que

tenían las almas de los habitantes.

―Es así de divino; pues en mi Reino no hay odio, ni

miseria, la imperfección, tras estar latente, muere día a día.

Al angelical pueblo, llegó la Marquesa, bonita mujer cuya

historia y preocupación afligió al pueblo quienes dispuestos,

le ayudaron, brindándole un hogar y el calor de su amistad.

Residiendo dentro del castillo aldeano, la Marquesa aprendió

muy rápido del pueblo, ella era muy amada, por ello se ganó,

al transcurso del tiempo, las enseñanzas que eran un secreto.

Ella con su dulce voz se sumaba a la alegría de todos, tan feliz

era la mujer, no dejaba de repetir lo perfecto que le parecía

el Reino de Holloween.

―Mi señor, la belleza de este lugar se asemeja a la de

este árbol. Dijo ella ante el joven sacerdote, cuál detuvo su

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andar, acercándose con basta paz a acariciar el blanco tronco

de aquel frondoso.

―Este es el reflejo del alma del pueblo, he aquí que son

lo más parecido a los Ángeles. Hija mía. Mi alma se regocija

dentro de mi corazón, al ver tu fe y sabiduría. ¿Tu nombre?.

No era la primera vez que Aléne volvía a preguntarle, esto

causaba tristeza en el rostro de la mujer quién desviando su

mirar, observaba a las vestales arreglar las rosas.

―Señor, aquello es el espanto de mi nacer. Mis padres

me abandonaron en tierras lejanas, su amor retorcido creo

mi nombre. Mi señor tanto he anhelado olvidar este, que no

recuerdo como me llamo.

El corazón de las vestales y los discípulos se cautivaba ante su

devoción, la Marquesa vivió por décadas sirviendo al pueblo

y al templo desde el castillo aldeano.

Nunca se supo su nombre ni su procedencia, todos le seguían

y le llamaban Marquesa.

Aléne no quitaba un ojo ante su presencia, varias noches en

vela pasaba desde su llegada.

―Nuestro pueblo puede dormir en paz. Dios nos ha dado

otro Ángel más, mi señor… ¿usted no lo cree así?. Exclama la

Vestal, besando su mejilla mientras le cubría con la capa.

―…si tú, amada vestal, me dices eso, entonces así será.

Mi Reino podrá dormir si nos tiene a vosotros luchando por

ella. Los tenebrosos del este avanzan muy rápido, con su gran

bestia han olido la sangre del Crestos. …No hay noche de paz

para vosotros. Mas, amada, la paz no está afuera, está

adentro, en nuestro corazón, donde vive vuestro Dios.

Continuara…