Los Diplomáticos Del Río de La Plata
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Los diplomáticos del Río de la Plata
Historia. Entre 1810 y 1853 las provincias –en tanto soberanas– concebían las relaciones entre sí
como internacionales hasta la sanción de la Constitución.
POR JOSÉ CARLOS CHIARAMONTE
Uno de los temas más recurrentes en la historiografía argentina relativa al siglo XIX es el de las
“relaciones interprovinciales”. Con esta denominación se hacía referencia a las relaciones
contractuales, es decir, a los también frecuentados “pactos interprovinciales”. Pero algo menos
recordado es que esas provincias concebían sus relaciones como de carácter diplomático, ese
carácter diplomático que hacia 1830 por ejemplo, exigía Buenos Aires para las reuniones de la Liga
del Litoral o que poseían los agentes diplomáticos reunidos por la Liga Unitaria.
Otra de las muchas evidencias de similar carácter fue la decisión del gobernador Viamonte, en
1834, de publicar un registro diplomático de todos los tratados hechos por Buenos Aires a partir
de 1810, fuesen con otros Estados rioplatenses o con los de otras regiones del mundo (Registro
Diplomático del Gobierno de Buenos-Aires. Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1835). Entre otros
motivos de interés que surgen de este libro cabe destacar que él permite entender mejor la
naturaleza de las luchas políticas de la época y el carácter de las “provincias” que las
protagonizaron. Porque lo que este libro evidencia es que la razón por la cual se concebía a las
relaciones entre las provincias como diplomáticas obedecía a la naturaleza soberana que poseían
aquellas.
En una síntesis de lo expuesto en uno de los principales textos políticos del siglo XVIII, el tratado
de derecho de gentes del suizo Emmer de Vattel, síntesis que por su claridad vale la pena
transcribir por extenso, el venezolano residente en Chile, Andrés Bello –famoso entre otros
motivos por su polémica con Sarmiento– explicaba las distintas clases de Estados que poseían el
carácter de soberanos según el derecho público de la época. Esta síntesis nos ayuda a comprender
el aparentemente extraño estatus de las provincias rioplatenses durante la primera mitad del siglo
XIX: “La cualidad especial que hace a la nación un verdadero cuerpo político, una persona que se
entiende directamente con otras de la misma especie bajo la autoridad del derecho de gentes, es
la facultad de gobernarse a sí misma, que la constituye independiente y soberana.” [...] “Toda
nación, pues, que se gobierna a sí misma, bajo cualquiera forma que sea y tiene la facultad de
comunicar directamente con las otras, es a los ojos de éstas un estado independiente y soberano.”
[...] “Deben contarse en el número de tales aún los estados que se hallan ligados a otro más
poderoso por una alianza desigual en que se da al poderoso más honor en cambio de los socorros
que éste presta al más débil; los que pagan tributo a otro estado; los feudatarios, que reconocen
ciertas obligaciones de servicio, fidelidad y obsequio a un señor; y los federados, que han
constituido una autoridad común permanente para la administración de ciertos intereses; siempre
que por el pacto de alianza, tributo, federación o feudo no hayan renunciado la facultad de dirigir
sus negocios internos, y la de entenderse directamente con las naciones extranjeras. Los estados
de la Unión Americana han renunciado a ésta última facultad, y por tanto, aunque independientes
y soberanos bajo otros aspectos, no lo son en el derecho de gentes.” (Andrés Bello, Principios de
derecho de gentes, Santiago de Chile, 1832)
Contenido del Registro Diplomático
Los tratados incluidos en el Registro diplomático del gobierno de Buenos Aires reflejan la
cambiante relación de las denominadas provincias rioplatenses, las que, en la terminología de
Bello, terminarían por estar “federadas”, esto es, confederadas. El decreto del gobierno porteño
comenzaba declarando que sería conveniente para la mejor atención de las Relaciones Exteriores,
publicar “…un Registro Diplomático, que comprenda todas las negociaciones entabladas con los
Gobiernos, así del interior como del exterior de la República...” Y el artículo segundo del decreto
establecía que el Registro comprendería “…todos los tratados, convenciones y armisticios, que
desde el 25 de Mayo de 1810 se hayan celebrado por el Gobierno Nacional, o por el de Buenos
Aires con los Gobiernos de las Provincias de la República, o con los Gobiernos Extranjeros.” Dos
observaciones se pueden hacer sobre el texto de este artículo. Primero, que Buenos Aires actuaba
como Estado soberano e independiente, y consideraba que en la misma condición se encontraban
los otros Estados rioplatenses, a los que pese a esa calidad continuaba llamando “provincias”.
En segundo lugar, que pese a actuar como Estado independiente, condición revelada por su
capacidad de efectuar negociaciones diplomáticas y firmar tratados de tal naturaleza, Buenos
Aires invocaba su pertenencia a una “República” que contenía también a los demás estados-
provincias de la región, conjunto que en algún momento posterior a 1810 había tenido algún
gobierno nacional.
La aparente contradicción, que no es tal, desaparece si atendemos a las normas del derecho
público de la época, esto es, del denominado derecho de gentes, basado en el derecho natural. El
derecho de gentes suele ser considerado una versión inicial del derecho internacional. Sin
embargo, si bien contenía las normas que regían las relaciones internacionales, era mucho más
que eso pues también abarcaba las relaciones políticas internas a los estados, tal como se
comprueba en el más famoso tratado de derecho de gentes del siglo XVIII, vigente a lo largo de
gran parte del XIX, el ya mencionado de Vattel.
El primero de los tratados incluidos en el libro es el firmado por “las Exmas. Juntas Gubernativas
de Buenos-Aires y del Paraguay” el 12 de octubre de 1811 –entre cuyos firmantes se encontraban
el Dr. Francia y Manuel Belgrano–, y en uno de cuyos párrafos se alude a “ambas provincias y
demás confederadas”.
El segundo de ellos es el “Tratado de pacificación entre la Exma. Junta Ejecutiva de Buenos-Aires y
el Exmo. Sr. Virey [sic] D. Francisco Xavier Elio”, el 20 de junio de 1811, en el cual se declara, en el
segundo artículo, que...
“Sin embargo de considerarse la Exma. Junta sin las facultades necesarias en su actual estado y
que en consecuencia debe reservarse para la deliberación del Congreso General de las Provincias,
que está para reunirse, la determinación sobre el grave e importante asunto del reconocimiento
de las Cortes Generales y extraordinarias de la monarquía, se declara con todo, que el dicho
Gobierno reconoce la unidad indivisible de la Nación Española, de la cual forman parte integrante
las Provincias del Río de la Plata en unión con la Península, y con las demás partes de América, que
no tienen otro Soberano que el Sr. D. Fernando VII.” Es de observar en este párrafo que pese a que
la Junta reconoce como soberano al monarca español y alega no poseer las facultades necesarias
para tomar ciertas decisiones sobre las autoridades provisorias españolas, actúa sin embargo
como autoridad soberana al contratar con el virrey Elío.
El tercer documento es el Tratado del Pilar, suscripto el 23 de febrero de 1820 por Buenos Aires,
Entre Ríos y Santa Fe, en el cual la invocación de una soberanía superior es no ya a la monarquía
sino a una hipotética nación a organizarse posteriormente en el Río de la Plata. Se expresa así en
el texto del tratado un propósito de unidad en un Estado nacional, pues se alude varias veces a la
“nación” y al gobierno a organizar por todas las “provincias”, aunque siempre sobre base
“federal”, término que en el sentido de la época equivalía a “confederal”. El primer artículo de la
Convención es aquel famoso que declaraba que “el voto de la nación y muy en particular en las
provincias de su mando, respecto al sistema de gobierno que deba regirlas, se ha pronunciado en
favor de la federación...”, agregando luego que los firmantes –Manuel de Sarratea, Estanislao
López y Francisco Ramírez– “están persuadidos de que todas las provincias de la nación aspiran a
la organización de un Gobierno central”. Los mismos supuestos nacionales se invocan en el tratado
de paz definitivo suscripto por Buenos Aires y Santa Fe el 24 de noviembre de 1820.
En cambio, luego de la crisis de 1820, habiéndose suspendido las gestiones de unidad y limitada
cada provincia a sus propias instituciones, el Estado de Buenos Aires firma un tratado con la
República de Colombia, el 8 de marzo de 1823, en cuyo texto no hay ninguna referencia a alguna
posible nación, como puede observarse en los siguientes artículos, I y III, del tratado: Art. I: “La
República de Colombia y el Estado de Buenos-Aires ratifican de un modo solemne y a perpetuidad,
por el presente tratado, la amistad y buena inteligencia que naturalmente ha existido entre ellos,
por la identidad de sus principios y comunidad de sus intereses.” Art. III: “La República de
Colombia y el Estado de Buenos-Aires contraen a perpetuidad alianza defensiva en sostén de su
independencia de la nación española, y de cualquiera otra dominación extranjera.” Las partes
signatarias son dos Estados soberanos e independientes, que actúan en calidad de tales. Con toda
claridad, se desprende del texto que Buenos Aires actúa como un Estado independiente, en la
terminología habitual, un sujeto de derecho internacional.
El conjunto de estos documentos nos permite observar el distinto contexto, y alcances, del
ejercicio de la soberanía en aquellos años. Al comienzo, la Junta rioplatense con sede en Buenos
Aires hace uso de una calidad soberana que posee en el interior de una entidad soberana de
mayor comprensión, la monarquía española.
Posteriormente, ya declarada la independencia, en otras de las piezas diplomáticas, Buenos Aires y
otras provincias ejercen su soberanía pero admitiendo que la vigencia de la misma estará
condicionada por una posible unión confederal con las demás. Luego de 1820, Buenos Aires actúa
como Estado soberano e independiente sin ninguna limitación. Mientras que, por último, suscripto
ya el Pacto Federal de 1831, el decreto del gobierno de Buenos Aires relativo al Registro
diplomático, al declarar en los considerandos que el Registro deberá comprender todas “las
negociaciones entabladas con los Gobiernos, así del interior como del exterior de la República”,
vuelve a concebir un ejercicio de la soberanía en el interior de una unidad política mayor, en este
caso una unión confederal con las otras soberanías del Río de la Plata. Pero en esta unión
confederal cada “provincia” se desprende sólo transitoriamente de una instancia soberana, la
representación exterior, depositada en el gobierno de Buenos Aires y requerida de ser renovada
anualmente.
La calidad soberana independiente de los Estados provinciales argentinos durará así hasta la
sanción de la Constitución de 1853, a partir de la cual devinieron reales provincias de un Estado
federal, no de una confederación, pese al impropio nombre de “Confederación Argentina”
adoptado por los constituyentes del 53.