Los discursos de la crítica argentina

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102 #12 Ilustración || Hugo Guinea Artículo || Recibido: 20/07/2014 | Apto Comité Científico: 14/11/2014 | Publicado: 01/2015 Licencia || Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 License LOS DISCURSOS DE LA CRÍTICA LITERARIA ARGENTINA Y LA TEORÍA LITERARIA FRANCESA (1953- 1978) 1 Max Hidalgo Nácher Universitat de Barcelona

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    Ilustracin || Hugo Guinea Artculo || Recibido: 20/07/2014 | Apto Comit Cientfico: 14/11/2014 | Publicado: 01/2015Licencia || Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 License

    LOS DISCURSOS DE LA CRTICA LITERARIA ARGENTINA Y LA TEORA LITERARIA FRANCESA (1953-1978)1Max Hidalgo NcherUniversitat de Barcelona

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    Resumen || El pensamiento crtico francs de despus de la II Guerra Mundial fue uno de los ncleos fundamentales de renovacin del pensamiento literario en el mbito hispanoamericano en la dcada de los sesenta y de los setenta. El artculo aborda a partir de un escrito de Nicols Rosa y del concepto de discurso de Foucault la recepcin de esa teora en Argentina en su doble dimensin poltica y epistemolgica, incidiendo en los usos crticos de esa tradicin y en el carcter colectivo de una empresa de problematizacin de la literatura en relacin al resto de prcticas y discursos.

    Palabras clave || Teora literaria | Crtica argentina | Historia intelectual | Nicols Rosa | Estructuralismo

    Abstract || Post-World War II French critical theory was a key pivot-point in the renovation of Hispanic American literary thought during the 1960s and 1970s. Starting from a text by Nicols Rosa and Foucaults concept of discourse, the article addresses the reception of said theory in Argentina, both in its political and epistemological dimensions, with a particular emphasis on the critical uses of that tradition, and the collective nature of the problematization of literature in relation to other practices and discourses.

    Keywords || Literary Theory | Argentinian Criticism | Intellectual History | Nicols Rosa | Structuralism

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    Los discursos modelan los lmites de lo pensable. Y acaso sea esa liminaridad la que ha hecho alzarse tradicionalmente tantas resistencias contra el reconocimiento de su consistencia y la delimitacin de su estatuto. Cuando Michel Foucault se propuso escribir en Les mots et les choses (1966) una historia del saber que rompiera con la antigua historia de las ideas, hubo de recurrir al concepto operativo de discontinuidad para sealar el funcionamiento interno de las epistemes que en su libro describa. Ahora bien, su descripcin arqueolgica poda hacer creer al lector apresurado que esos rdenes de inteligibilidad se sucedan a lo largo de la historia los unos a los otros misteriosamente, como por arte de magia, cuando otro nivel de anlisis hubiera mostrado que los discursos, que establecen los lmites de lo pensable, se encabalgan en el presente como estratos geolgicos y se sostienen y transforman en su uso. Pero Foucault haba renunciado a concebir el cambio sobre un fondo de continuidad tal como sola hacerse por entonces al referirse a la historia de las mentalidades, a la evolucin de las ciencias o a los meandros de la tradicin, resistindose a introducir en su estudio cualquier idea de totalidad sustantiva que, trascendiendo su objeto, confiriera continuidad a esa historia que precisamente se trataba de desplegar. Su libro pareca observar la cultura con los ojos del que analiza un fsil y, al hacerlo, poda parecer que esas epistemes de las que hablaba eran la bveda secreta de la historia cuando, en realidad, su trabajo describa unos pocos cortes en la serie histrica de un nuevo objeto del saber: el discurso.

    El propio Foucault reaccionara muy pronto ante este problema sealando, como se aprecia en Larchologie du savoir (1969), el estatuto prctico del discurso. El reconocimiento de la existencia de prcticas discursivas permita volver a conectar el discurso con el resto de prcticas y dispositivos sociales, sin por ello diluirlo, posibilitando un estudio de las prcticas discursivas entendidas como actos anclado en los diferentes contextos de produccin.

    Ahora bien, qu relaciones establece la crtica literaria con eso a lo que Foucault aluda con el concepto de discurso? Situada en la linde y el entrecruzamiento de diversos campos de fuerzas que luchan por imponerse los unos a los otros, y en tanto que no acepte doblegarse a ilustrar un saber previo, la potencia de la crtica literaria va ntimamente ligada a su falta de autoridad. Modernamente, la crtica slo recibe su autoridad por delegacin; pero, al mismo tiempo, y desde esa ilegitimidad radical, puede establecer un trato ntimo con la literatura en el que, como escriba Alberto Giordano, se pone en juego un conocimiento dispuesto a perderse antes de perder el deseo de lo extrao que esa experiencia le transmiti en su origen (1999: 12-13).

    En este ensayo propongo un par de ejercicios complementarios:

    NOTAS

    1 | Este artculo es producto de una estancia de investigacin, bajo la direccin de Adriana Astutti, en el Centro de Estudios de Teora y Crtica Literaria de la Universidad Nacional de Rosario entre los meses de junio y agosto de 2013. Agradezco a Adriana Astutti, Nora Catelli, Miguel Dalmaroni, Jos Luis de Diego, Germn Garca, Alberto Giordano, Mara Teresa Gramuglio, No Jitrik, Jorge Lafforgue, Judith Podlubne, Roberto Retamoso, Juan B. Ritvo, Oscar Traversa, Vicen Tuset y Miguel Vitagliano, quienes aceptaron ser entrevistados, su generosidad a la hora de responder a mis preguntas y las facilidades que me ofrecieron para emprender esta investigacin.

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    en primer lugar, dejar apuntada la relacin que sostiene una regin de la crtica literaria argentina con su propio discurso; y, en segundo lugar y a travs de esa primera problemtica, trazar un panorama histrico de la crtica literaria argentina y sealar sus transformaciones desde la fundacin de la revista Contorno en 1953 hasta el surgimiento de la revista Punto de vista en 1978 en relacin al pensamiento literario francs. Ese corte cronolgico, marcado por fenmenos estrictamente crticos (en 1977 publicaba su ltimo nmero una revista hoy de sobra conocida desde su reedicin facsimilar en 2011, pero apenas leda y difundida en su momento: Literal), har visibles los discursos (entendidos como espacios de inteligibilidad que definen las posibilidades y lmites de lo pensable en una situacin enunciativa dada), sus transformaciones y el trabajo discursivo llevado a cabo por ciertos grupos, revistas y autores, que contribuirn a su desplazamiento.

    La historia de la recepcin del pensamiento crtico francs de despus de la II Guerra Mundial en los diversos campos hispanoamericanos est en gran medida todava por escribir y, sobre todo, por ser leda en funcin de sus concordancias y divergencias especficas. Lejos de descubrirse en ella un proceso mecnico de influencia, en los tres mbitos privilegiados (Espaa, Mxico, Argentina) se detectan toda una serie de apropiaciones, interpretaciones y modulaciones respecto a la propia tradicin que transforman enormemente las polmicas del contexto de origen. La tensin especfica que se produce entre el campo de origen y el campo de recepcin pasa, entre otros motivos, por el hecho de que los debates tericos y las polmicas epistemolgicas del campo francs sern en gran parte olvidados en los contextos de recepcin. Este artculo, teniendo en el horizonte estas problemticas, se plantea as como una contribucin a una historia intelectual de la teora literaria, en la cual no puede rehuirse el problema de la circulacin internacional de los discursos y, por lo tanto, de sus usos y apropiaciones. La teora literaria que desde hace algunas dcadas comenz a informar los discursos de la crtica fue recibida, en gran medida y salvo excepciones, a travs de la irradiacin francesa. Como han sealado crticamente autores como Emil Volek, la lectura de los formalistas rusos y del estructuralismo de Praga ha venido filtrada por la recepcin y los usos franceses de esa tradicin2, hasta el punto que puede decirse que la teora literaria y, tras ella, la teora en tanto que discurso, surgi en Francia en algn momento de los aos sesenta en torno al ncleo duro del estructuralismo3. En tanto que nosotros formamos parte de esa historia, y en tanto que de aquella crisis surgieron algunas de las modalidades crticas de nuestra contemporaneidad, acaso estos estudios puedan darnos elementos para pensar algunos de los retos y los puntos ciegos de nuestro propio presente.

    NOTAS

    2 | As, Volek sumamente crtico con la lectura y transmisin que hizo Jakobson de esa tradicin tradujo directamente del original algunos textos de los formalistas rusos y del crculo de Bajtn para ofrecerlos al pblico castellano sin la mediacin (y los errores) franceses. Escribe Volek en su introduccin al volumen: Semejante a los aos veinte, los sesenta fueron un perodo de fermentacin febril: aparecan movimientos, contra y post-movimientos, en una rpida sucesin. Estos movimientos por su parte canibalizaron en gran medida las manifestaciones vanguardistas, formalistas y postformalistas de los aos veinte (1992: 17).

    3 | Para una historia contrastada de esta problemtica, puede consultarse Milner (2008).

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    1. Los discursos de la crtica

    Sera posible cartografiar, siquiera en sus lneas fundamentales, la crtica argentina del perodo? En 1981, y en un momento clave, uno de los principales protagonistas de la renovacin de la misma, Nicols Rosa, se permita trazar en una treintena de lneas un mapa general de la crtica literaria argentina entre 1940 y su propio presente. Su relato inclua una ruptura fundamental del discurso crtico que el autor databa, sin embargo, con un acontecimiento poltico: la cada de Pern en 1955: aquella abierta por la crtica sociolgica (marxista o sartreana) tanto en el seno del positivismo historicista como de la estilstica. Desde ese momento, dicho discurso basculara entre dos posturas, el mtodo sociolgico y el inmanentismo esttico slo desestabilizado, segn Rosa, por la brusca renovacin del psicoanlisis (1987a: 81-82), que introducira una tercera lnea de problematizacin de lo literario. El autor pretenda, en apenas quince pginas, establecer los lmites del discurso crtico de toda una poca; lmites a travs de los cuales se construira como quera Roland Barthes lo inteligible de un tiempo4. Rosa era tajante respecto a la pertinencia de construir este mapa de la crtica que iba acompaada de textos crticos del perodo5, a partir del cual sera posible comenzar a preguntarse por su combinatoria especfica: Estos puntos extremos y las propuestas ms coherentes y homogneas que se encuentran entre ambos, forman el panorama de la crtica literaria contempornea desde 1940 hasta la actualidad (Rosa, 1987a: 81-82).

    Sera posible reducir la inventiva crtica al espacio acotado por esos puntos extremos y a sus combinatorias especficas? El intersticio abierto por la renovacin psicoanaltica que, de ese modo, apareca como vanguardia de la crtica tenda a ocultar, sin embargo, un discurso que, en el panorama de Rosa, brillaba por su ausencia. Pues dnde quedara, en esta distribucin de los discursos, el estructuralismo? En su plano, se limitaba a ser una variante de una estilstica formalista y desemantizada (81) que acaso en ciertos casos excepcionales, como el de Ana Mara Barrenechea6, acaba en una valiosa integracin de los anlisis propuestos por la semiologa literaria y sobre todo por la lingstica textual (Rosa, 1987a: 83). Ello se debe a la particular recepcin acadmica del estructuralismo en la Argentina, donde lo mismo que en Espaa vendr filtrada en un primer momento por el tamiz de la estilstica7. Segn la lectura de Vicen Tuset, el efecto obturador de esa apropiacin habra retrasado los desarrollos del estructuralismo (Tuset, 2012: sin pp.; 2013). Esa lectura estilstica, que asimila el estructuralismo a una taxonoma, no reconoce lo que en efecto lo separa del viejo positivismo al instaurar una ruptura epistemolgica que rompe con la clsica oposicin entre ciencias

    NOTAS

    4 | La critique nest pas un hommage la vrit du pass, ou la vrit de lautre, elle est construction de lintelligible de notre temps (Barthes, 1963: 507).

    5 | El escrito de Rosa era originariamente una introduccin a los volmenes 113 y 114 de la serie Captulo, dedicados a la crtica argentina.

    6 | Ana Barrenechea se form en el Instituto de filologa de la Universidad de Buenos Aires bajo el magisterio de Amado Alonso y de Raimundo Lida. Amado Alonso nos introdujo en los mtodos de la estilsitca segn la escuela alemana, replanteados por su capacidad creadora y sin los excesos psicologistas que por momentos afectaros a Spitzer. Tambin nos form en su concepto del lenguaje que atenda a la nocin de sistema, base del estructuralismo posterior, escribe Barrenechea en respuesta a la encuesta de Sarlo y Altamirano de 1981 (n 129: 46). Barrenechea publicar en 1957 La expresin de la irrealidad en la obra de Borges (Mxico, El Colegio de Mxico). Tras el libro condenatorio de Adolfo Prieto (Borges y la nueva generacin, Buenos Aires, Letras Universitarias, 1954), Barrenechea abra la posibilidad de una apreciacin positiva de Borges en el nivel de la escritura. Ahora bien, como afirma Rosa, su lectura de Borges termina por convertirse en una pura taxonoma clasificatoria a la manera de la retrica clsica y esta taxonoma de las formas (anlisis de los procedimientos de estilo) y de los contenidos (los temas) mantiene en ltima instancia la distincin forma-fondo dualista, sustancialista, psicologista (1987b: 270).

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    humanas y ciencias naturales8. Ese argumento epistemolgico y las consecuencias derivadas del mismo comenzar a hacerse visible a partir de 1969 con la fundacin de la revista Los libros y la publicacin de artculos y reseas crticas como las de Jos Sazbn (quien en 1976 publicar Saussure y los fundamentos de la lingstica, una seleccin de textos de Saussure con un nuevo estudio preliminar a partir del cual quiere darse a pensar esa diferencia que la lectura estilstica omita [Tuset, 2012]). De hecho, cabe decir que Rosa como autor junto con No Jitrik, Oscar Masotta o Josefina Ludmer, por dar tan solo algunos nombres9 y Los libros como espacio sern en esos aos algunos de los principales agentes de dicha transformacin discursiva.

    Con estas pocas prevenciones y ms all de la exactitud de sus juicios y de su reivindicacin del psicoanlisis como punta de lanza de la renovacin terica en un momento en el que precisamente Punto de vista se estaba desmarcando abiertamente de esos planteamientos, esas lneas permiten reconstruir los lmites del discurso de una poca. Pensar la literatura entre 1940 y 1980 en Argentina era y aqu hablamos de los discursos hegemnicos de la poca pensar en trminos de una inmanencia autosuficiente o de una determinante trascendencia; frente a ellas y en estado emergente, despuntaban, an de modo tentativo, formas ms nuevas pero todava no suficientemente compactadas (1987a: 82) que pugnaban por comunicar el adentro y el afuera del texto, esas dos dimensiones que exigan ser pensadas pero que no se dejaban pensar de ningn modo al mismo tiempo. La propia historizacin de esa problemtica sita ya a Rosa en un tercer lugar todava indeterminado en el que tiene a bien incluirse junto a Josefina Ludmer, Jorge Rivera y Beatriz Sarlo respecto a ambas posiciones.

    Esa situacin permite entender la pasin que, a principios de los setenta, pudieron despertar en Roberto Retamoso, entonces un joven alumno de veintitantos aos, las clases de Rosa en la Universidad Nacional de Rosario:

    Las tradiciones ms importantes de la teora literaria tenan que ver con el campo de la lingstica y la inmanencia del anlisis textual o con la perspectiva de la crtica sociolgica, de espritu marxista, que tena que ver con los abordajes contextuales, y que de algn modo llevaba a perder de vista la especificidad del texto. Entonces, Nicols [Rosa] nos dio acceso a Kristeva, y al posestructuralismo en general, lo que representaba una perspectiva terica que permita vincular esas dos tradiciones. Visto esto epocalmente, fue muy impactante para nuestra generacin: para nosotros fue algo prximo a una revelacin10.

    En las siguientes pginas nos interesar sealar algunas vas y momentos a travs de los cuales se fue abriendo ese intervalo que haca comunicar el adentro y el afuera del texto de modo

    NOTAS

    7 | La traduccin del Cours de linguistique gnrale de Saussure por parte de Amado Alonso (Buenos Aires, Losada, 1945), y el prlogo que el autor le antepone, han podido ser vista, en este sentido, como una maniobra de asimilacin, desactivacin de lo que el Cours pudiera tener de renovador (Tuset, 2010: 2).

    8 | Jos Luis Pardo ha descrito esta transformacin de manera sucinta, y con precisin (2001).

    9 | Rosa, con su clsica inmodestia, aparece citado en el texto en tercera persona, en la pgina 89, donde se refiere a su antiguo, lejano estudio sobre David Vias publicado en 1970 en Crtica y significacin como el primer texto de la nueva crtica que inaugura coherentemente una metodologa innovadora.

    10 | Entrevista personal (Rosario, lunes 15 de julio del 2013). Puede consultarse tambin Retamoso (2007).

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    problemtico. Pues esa juntura, que Rosa atribuye al psicoanlisis, ya quedaba apuntada en sus propios trabajos de principios de la dcada de los setenta, o en un libro como Cien aos de soledad, una interpretacin (1972), de Josefina Ludmer, el cual, si bien bebe del psicoanlisis, como Rosa reconoce, no puede ser definido como crtica psicoanaltica (1987a: 70). En esos escritos est en juego una transformacin de la relacin literaria y, por lo tanto, del papel que se atribuye a esta respecto a la articulacin o imbricacin entre el sujeto y lo social. Slo desde ese momento en el que se pone de manifiesto una productividad especfica de la escritura a partir de categoras como las de trabajo o produccin empezar a poder afirmarse que el error de Contorno no provena de una concepcin errnea de lo poltico sino de la ausencia de una concepcin de lo literario (Rosa, 2003a: 47). Al no existir una teora del signo al reproducir, incluso en las lecturas de Saussure, una teora del lenguaje pre-saussureana y, en este mismo aspecto, pre-heideggeriana, se haca imposible reivindicar el valor poltico de la escritura ms all de su carcter instrumental de medio al servicio de un fin externo y anterior. Y la dicotoma se converta rpidamente en apora: Slo caben dos opciones: o se reniega del signo, que en una perspectiva revolucionaria puede significar poltica pero no hacerla, o se lo somete a una precisa actividad transformadora para dotarlo de una operatividad por fuera de su propio alcance que lo convierta en otra cosa (48). La revista Contorno se opona as a los planteamientos de Sur del mismo modo que la teora sartreana del compromiso justificada en la esencial transitividad del lenguaje que era medio de expresin, comunicacin y desvelamiento (prosa) y en el desvo de una poesa no significante11 se opona a la visin despolitizada del arte que podra encontrarse en Paul Valry o en la NRF de antes de la II Guerra Mundial. Tanto en Francia como en Argentina esa oposicin constitua un campo en el que como pasa con las oposiciones era posible encontrar una articulacin comn, gozne o problemtica que revelaban que pertenecan a un mismo espacio discursivo.

    1.1. El estatuto de la crtica, las dependencias tericas y el problema de la mediacin

    En la conmocionada vida poltica que vivimos los argentinos desde hace algunas dcadas plantearse problemas relativos a esa actividad ms o menos

    mendicante que se denomina crtica literaria puede parecer extrao, evasivo o, por lo menos, arrogante. La poltica, en sus formas menos conversadas por decirlo as, llena el espacio mental, emotivo y aterrado de muchos

    argentinos, si no de todos, que contemplan cmo viejas y quizs desgastadas formas de la relacin social se vienen abajo con un estrpito de clavos que

    cierran para siempre ms de un fretro. (No Jitrik, 1975: 8)

    El ejercicio de la crtica del perodo ser sumamente delicado. En un campo intelectual sacudido de forma violenta por los imperativos

    NOTAS

    11 | Estas reflexiones aparecen desplegadas por Jean-Paul Sartre en Quest-ce qucrire? , el primer captulo de Quest-ce que la littrature? (1948).

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    de la poltica, la crtica literaria tendr muchas veces que convertirse en militante o pedir perdn por existir, tal como muestra la cita de Jitrik. Para entender en su especificidad las intervenciones crticas del perodo hay que complementar la problemtica epistemolgica recin abordada con una atencin a la poltica. El campo intelectual argentino se ver absorbido en los sesenta y, sobre todo, en los setenta, por una ola de politizacin que tiende a limitar cuando no a abolir su autonoma. Las conclusiones de Jos Luis de Diego, referidas a los escritores, son tambin vlidas para el ejercicio de la crtica del perodo:

    Un escritor no necesariamente es un intelectual, un intelectual no necesariamente es un poltico, un poltico no necesariamente es un revolucionario. Si lleg a haber una simbiosis entre el primero y el ltimo de los trminos de la serie es porque los setentas se caracterizaron precisamente por una supresin casi total de las mediaciones entre el campo literario y el campo poltico. (2001: 25)

    Esta equiparacin, coronada tantas veces por el tpico de la dependencia, supondr un difcil escollo opuesto por el espectro ms politizado del campo a la renovacin terica. En ese sentido, como ha hecho notar Jorge Panesi, el campo intelectual argentino estar dominado desde finales de los sesenta hasta 1974 (1985: 171) por este discurso segn el cual el colonialismo cultural arma ideolgica del imperialismo sera un enemigo invisible que aspira a introducirse en los cuerpos para perpetuar la dependencia econmica. Utilizado por el peronismo y el nacionalismo para rechazar la adopcin de modelos y de formas de pensamiento extranjerizantes12, el discurso de la dependencia funcionar como consigna de subordinacin de la diversidad de prcticas sociales a un imperativo poltico que las resuelve y unifica. Incluso dentro de Los libros, uno de los principales rganos de renovacin de la crtica, habr una importante fraccin populista, que conseguir imponerse a partir de 1973, y en el n 29, momento en el que el fundador de la revista, Hctor Schmucler, abandone el Consejo de Direccin, que pasar a estar integrado por Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia y Carlos Altamirano. Germn Garca se desvincular tambin de la revista en ese mismo momento para fundar Literal, revista que en el momento de mxima politizacin del campo quizs sea la que haya planteado la crtica ms explcita a dicho imperativo poltico en textos como No matar la palabra, no dejarse matar por ella o El matrimonio entre la utopa y el poder (n 1, noviembre de 1973)13.

    La problemtica de la dependencia y el discurso revolucionario que tiende a invocar funcionan por remisin a lo real y al pueblo su epifana que, como recuerda Miguel Dalmaroni, es para el populismo uno y bueno (2004: 37). El intelectual y el verdadero escritor en su versin Literal sera alguien que, al separarse del pueblo y de la necesidad, se extraviara, volvindose sospechoso.

    NOTAS

    12 | Como muestra de esta actitud, puede citarse el argumento de Eduardo Romano contra las primeras obras de No Jitrik, en las que por citar en algunos pasajes a Maurice Blanchot, un autor entonces completamente desconocido en la Argentina percibe un criterio de confrontacin del producto nacional con el modelo extranjero regulador, el cual se verificaba al mismo tiempo que los sectores oligrquicos resuman, despus de la cada de Pern, el esquema tradicional de nuestra economa agropecuaria exportadora de materias primeras e importadora de productos manufacturados; en trminos culturales, exportadora del ser nacional e importadora del deber ser universal falsamente unificador (Romano, 1972: 16). Ese pensamiento se sostiene, como puede apreciarse en este pasaje, en la postulacin de una relacin cuasi-mecnica entre el mbito cultural y el econmico que identifica la mayora de las veces pensamiento extranjero con colonialismo ideolgico.

    13 | En el primer texto se lee: La literatura insiste en el lenguaje, en la mediacin que la palabra instituye, afirmando la imposibilidad de lo real (AA.VV., 2011: 6); para cuestionar la realidad en un texto hay que empezar por eliminar la pre-potencia del referente, condicin indispensable para que la potencia de la palabra se despliegue (7); una cierta distancia de la letra siempre ser recomendable (10). O esta acusacin en el segundo texto: Si una determinada concentracin de poder est en condiciones de inscribir en el presente una utopa cvico-cuartelera, meramente restitutiva de un ayer tan imaginario como la potencia que se proyecta en el futuro, es porque los mismos grupos que

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    Este dispositivo pretenda eliminar al mximo la mediacin social en nombre de un principio totalizador y de un imperativo revolucionario. Y, en ese contexto, el crtico en tanto que mediador se volva sospechoso, cuando no directamente prescindible.

    Al interrogar esas relaciones con lo otro del pensamiento crtico argentino del perodo, preguntndonos por el vnculo entre la crtica literaria argentina y la teora literaria francesa, hasta qu punto y bajo qu condiciones sera lcito hablar de dependencia? Desde ese mismo contexto, el propio Rosa se ocup de la cuestin, precisamente para problematizarla: Si la dependencia cultural consiste en una transcripcin de cdigos culturales, esa copia nunca es directa y se produce como una relacin discontinua entre el Modelo y su Copia donde aparecen variables y modificaciones en las dimensiones pertinentes (2003b: 74). As, Rosa propona un principio metodolgico que pasa por negar la preeminencia exclusiva de la fuente para estudiar la especificidad de sus usos y apropiaciones. De ese modo, se tratara de renunciar a concebir esas relaciones de modo mecnico para interrogarnos por qu se alumbra en esos usos y trasvases que aqu pretendemos tematizar. El cambio de visin, que no nos exime de conocer el funcionamiento autnomo de esos cdigos culturales en su contexto de origen, implica un desplazamiento del nfasis en el estudio de los objetos, puesto que es en la copia donde debemos leer las propiedades del modelo para verificar sus variaciones y su inscripcin ideolgica (74)14.

    El procedimiento de anlisis propuesto por Rosa consiste, por lo tanto, en estudiar autnomamente la copia al tiempo que se liga con un ms all que funciona como modelo. El autor lleva a cabo este estudio con la revista Sur, de la cual afirma y es tajante en este aspecto que representa en la historia de la literatura argentina una reposicin ahistrica de las tendencias iluministas en cuanto se valora la Cultura como medio de la ilustracin y se reconoce en el Espritu la rplica de la Razn (2003b: 75). El gesto de Rosa pasa, pues, por llevar a cabo un anlisis discursivo que, no obstante, ponga al discurso en relacin con algo que lo excede y en relacin a lo cual cobra un valor especfico. A esa dimensin en que los textos muestran su multiplicidad es a la que podemos llamar en un sentido especfico que se constituye como a priori de este tercer discurso crtico historia15. En los aos sesenta, tanto desde la semitica como desde el psicoanlisis, se empezar a plantear en Argentina la necesidad de un camino que parta del mensaje (y no de una presuposicin sobre el cdigo) para conocer cualquier rasgo de la organizacin significante del discurso. Ese partir del gesto del significante siempre inicialmente resistente y opaco, a trabajar desde la teora (Steimberg, 1999: 77), ser el rasgo compartido por el anlisis del discurso del sujeto (semitica) y del sujeto

    NOTAS

    podran oponerse al proyecto se han mutilado con el cuento de la realidad, la eficacia y la tctica (44).

    14 | Esa problemtica reaparece en muchos escritos de la poca. Si la perspectiva de Rosa es en ese escrito puramente discursiva, Eliseo Vern se preguntar en 1973, desde una perspectiva sociolgica, por la circulacin social e internacional de los discursos (y, en su caso, del estructuralismo). Y, para ello, partir de una constatacin: las teoras disponibles no permiten hacerse una idea cabal de esas relaciones. Las nociones de influencia y de difusin no permiten dar cuenta de esos procesos, dado que esta difusin no se produce de manera uniforme, como una transferencia lineal de una cultura a otra. As entendida, la nocin misma de difusin es engaosa y de hecho un tal proceso de difusin no existe (Vern, 1974: 97-98).

    15 | Esta imagen de la historia sera muy diferente a la decimonnica, habiendo renunciado a la voluntad de totalizacin: El estudio de la historiografa del siglo pasado era el intento monumental de escribir toda la historia del mundo, o por lo menos de Occidente y del Cercano Oriente. Recuerdo mis lecturas adolescentes de Henri Seignobos o de Philippe Laurent, y ms contemporneamente la de Leopold von Ranke. Estos intentos tienen su reflejo en la literatura desde Honor de Balzac, Romain Rolland, hasta En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Las historias comparatistas slo son un reflejo no necesariamente causal de la filologa comparada. Reunir a los especialistas ms destacados dentro de una serie que intentaba la completud (Rosa, 1999: 16).

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    del discurso (psicoanlisis) que abra una brecha en los enfoques crticos tradicionales. En este nuevo discurso crtico, la historia se manifestara como exceso en los textos crticos. El propio Rosa ilustrar esta idea ya en los aos noventa al afirmar que todo texto no se define por su lectura sino por su ilegibilidad, por su resistencia a ser ledo (1992: 83).

    1.2. Usos crticos de la teora

    Este discurso de brbaros y civilizados, de padres y de madres, de ascendencias y descendencias, de hijos y entenados, de mestizos, cuarterones y bastardos, este delirio

    de filiaciones y atribuciones es tambin un fantasma compartido entre la literatura y la crtica latinoamericanas (Rosa, 1992b: 27)

    Si renunciamos a hablar de dependencia pero no a pensar los discursos en relacin a ese ms all que es su contexto de origen, parece que el concepto de uso podr sernos de ayuda. Para entender, por ejemplo, el supuesto eclecticismo de Contorno. Horacio Crespo, volvindose contra dicha calificacin peyorativa, seala que esta slo es posible al precio de desconocer los mecanismos de apropiacin por parte de la intelectualidad latinoamericana de las elaboraciones tericas efectuadas en los pases centrales (Crespo, 1999: 430). La historia intelectual argentina no puede entenderse sin ese juego especfico que, ponindola en el centro, la proyecta fantasmticamente como periferia; y los usos de la teora en Argentina sern eminentemente productivos (es decir, transformadores). Eso le permite decir a Susana Cella, escribiendo sobre un texto de Jitrik de los aos sesenta, que la adopcin del trmino escritura con la remisin a Barthes no significa aplicacin de una teora, significa nombrar una referencia que induce a teorizar (Cella, 1999: 53). Esto es algo por lo dems manifiesto en las obras de Masotta o de Rosa, quienes practican una constante reescritura de sus referentes. Masotta lo hace privilegiando el registro biogrfico de un modo que lo vuelve inmediatamente polmico; Rosa, poniendo en marcha un movimiento de teorizacin que, partiendo de modelos, los agrupa y reconstruye de manera creativa, volvindose reflexivamente sobre s y separndose de ellos en el justo momento en el que los pone en movimiento. Como seala en otro lugar la propia Cella, en Rosa habra una resistencia al mero uso instrumental de la teora, una negativa, constante en su prctica crtica, a todo aquello que pueda estar vinculado con la aplicacin de tal o cual teora a los textos literarios (Cella, 1997: 13).

    Hay una dimensin central en la prctica de gran parte de dicho sector de la crtica que no debera ser pasada por alto: su relacin con la propia tradicin literaria y su correlativa voluntad de intervencin intelectual. Esa conciencia de la especificidad de la propia situacin que en Masotta alcanzaba a tematizar la determinacin social del propio sujeto de la enunciacin ser un motivo central de la

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    escritura de Rosa:

    Si es posible importar saberes tcnicos sobre los que apoyar la reflexin terica, es imposible generar un discurso crtico fuera del entramado social donde se ejerce: la actividad crtica slo podr dar cuenta de los fenmenos literarios argentinos o americanos porque son los nicos objetos adecuados a esa reflexin, son los nicos que pueden engendrar una transferencia positiva, una reincidencia dialgica suficiente. Somos lectores de lo universal, pero slo somos escritores de lo particular. (Rosa, 1987c: 12)

    Algunos discpulos y compaeros de Rosa, como Roberto Retamoso y Miguel Vitagliano, siguen citando aprobatoriamente hoy en da esta ltima frase y reivindican esa actitud16.

    Dan testimonio de esa relacin crtica y de la consiguiente voluntad de intervencin terica las obras de No Jitrik (que escribe sobre Horacio Quiroga, Jos Hernndez, Julio Cortzar, Esteban Echevarra, Roberto J. Payr, Jos Luis Borges o Macedonio Fernndez), de Josefina Ludmer (sobre Gabriel Garca Mrquez, Ernesto Sbato, Vicente Leero, Juan Carlos Onetti o Manuel Puig) y del propio Rosa.

    2. La teora literaria en Argentina

    mesure que lauteur atteint un public plus tendu, il le touche moins profondement. (Sartre, 1948: 294)

    Las transformaciones de esa escritura de lo particular que es la crtica en Argentina irn ligadas en gran medida, a partir de la segunda mitad de los aos sesenta, a la teora literaria, a la que se acceder fundamentalmente a travs de la irradiacin del pensamiento crtico francs de despus de la II Guerra Mundial, que hace a los crticos argentinos lectores de lo universal. Los referentes difundidos a travs de libros, revistas y new magazines son claros; la pregunta pasa por inquirir qu usos har de ellos la crtica argentina.

    El compromiso sartreano y el estructuralismo, que supondrn en la Francia de despus de la II Guerra Mundial una autntica revolucin tanto en la crtica de escritores (representada por la Nouvelle revue franaise de Jacques Rivire y Jean Paulhan) como en la acadmica (regida por los usos y costumbres de la Filologa del siglo XIX), sern en Argentina motores de transformacin de la crtica literaria y de la propia idea de literatura. Crticos como David Vias, Adolfo Prieto, Oscar Masotta, No Jitrik, Nicols Rosa o Josefina Ludmer rompern, en sucesivas oleadas, con el espacio discursivo de Sur la cual presentaba, por lo dems, bastantes concomitancias estructurales con la Nouvelle revue franaise para dar cabida a

    NOTAS

    16 | Roberto Retamoso: Yo me identifiqu plenamente con esos principios que nos transmiti Nicols: la teora poda ser universal pero la crtica era siempre una crtica de lo singular; y lo singular, en nuestro caso, era lo argentino. Yo tena lecturas de autores argentinos y me puse a trabajar mucho sobre los escritores de la primera vanguardia argentina Borges, Oliverio Girondo, sobre el que hice mi tesis de doctorado. As, lea mucho a escritores argentinos y latinoamericanos, como Csar Vallejo; particularmente, los poetas de la vanguardia (entrevista personal, Rosario, lunes 15 de julio del 2013). Miguel Vitagliano, refirindose a sus aos de colaboracin con Rosa: Trabajbamos siempre con una de las frases de Nicols, una idea que yo sigo planteando a mis alumnos: Somos lectores de lo universal, pero escritores de lo particular. Nosotros siempre trabajbamos con literatura argentina. Dbamos nuestras vueltas, pero siempre volvamos a la literatura argentina (entrevista personal, Buenos Aires, agosto 2013).

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    travs de nuevas revistas como Contorno (1953-1959), Los libros (1969-1976) y Literal (1973-1977) a una concepcin de la literatura ntimamente ligada a la poltica y, sin embargo, no homologable a ella. Las lecturas y traducciones de Jean-Paul Sartre y de Roland Barthes jugarn un papel fundamental en estos desplazamientos, as como en un segundo momento las de Jacques Lacan, Julia Kristeva y el grupo Tel quel.

    En lo que sigue vamos a comparar las problemticas crticas en Francia y Argentina a partir de los dos ejes que hemos privilegiado para nuestro estudio: el epistemolgico y el poltico. Ese recorrido permitir ver algunas de las especificidades de la teora y la crtica literaria argentina del perodo, as como sealar algunos desplazamientos y transformaciones crticas en la circulacin internacional de los discursos.

    2.1. El problema epistemolgico: entre la fenomenologa y el estructuralismo

    Hemos de partir de una primera constatacin general: lo que en Francia en un contexto de renovacin impulsado en el seno de la propia universidad a travs de la promocin de las ciencias humanas era vivido como un conflicto epistemolgico insoslayable que exiga una resolucin terica de un lado u otro de la disyuntiva, llegar a Argentina en la mayora de los casos como una serie dispersa de aportaciones complementarias al servicio de la renovacin de la crtica. En la Francia de principios de los aos cincuenta slo poda leerse a Lvi-Strauss desde Les temps modernes a condicin de desconocer la radicalidad de su propuesta. En el momento en el que Sartre se vea obligado a leer al antroplogo en sus propios trminos, se abrir una autntica querella. Pues los conceptos, al ser trasladados de discurso, cambiarn de sentido, convirtindose en autnticos monstruos tericos en los que se combinan, sin excesivos miramientos, elementos tomados de diferentes sistemas, engendrando una nueva unidad. Si pensamos que todo monstruo tiene una dimensin discursiva, aqu cabra preguntarse dnde reside verdaderamente lo monstruoso, si en el objeto o en el reflejo que una cierta configuracin discursiva provoca en la retina del observador.

    El funcionamiento de los discursos tericos y, concretamente, del estructuralismo a un lado y otro del Atlntico respecto al problema de los fundamentos y de los presupuestos epistemolgicos puede resumirse a partir de dos episodios. El primero implica a Lvi-Strauss, quien seguir sosteniendo todava en 1963 la imposibilidad de amalgamar estructuralismo y fenomenologa ante la recurrente insistencia de Paul Ricur, quien pretende convertir el estructuralismo en un instrumento que cobrara sentido en el

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    marco de una teora fenomenolgica17. Lvi-Strauss se opondr enfticamente a esa asimilacin y, en una entrevista con la revista Esprit y el propio Ricur, responder ante una pregunta de este:

    Ce que vous cherchez et l je ne pense pas vous trahir parce que vous le dites et mme vous le revendiquez, cest un sens du sens, un sens qui est par derrire le sens; tandis que, dans ma perspective, le sens nest jamais un phnomne premier: le sens est toujours rductible. Autrement dit, derrire tout sens il y a un non-sens, et le contraire nest pas vrai. (Lvi-Strauss, 1963 : 637)

    Este (des)encuentro es una muestra ms de la centralidad de los debates epistemolgicos en Francia. Frente a ellos, en Argentina predominar salvo en unos pocos casos, como el de Eliseo Vern, discpulo de Lvi-Strauss un inters mucho ms inmediato y desprejuiciado por la crtica. Es ilustrativa, a este respecto, la siguiente ancdota relatada por No Jitrik, y referida al Coloquio de Crisy de 1978 sobre literatura latinoamericana18:

    Particip en el encuentro, en el que decid hablar de Lezama Lima. Y lo vincul a Blanchot, a Auerbach y a algunas otras cosas. Cuando habl, estaba en el pblico Todorov; y, cuando termin, levant la mano y dijo: No entiendo cmo puede estar citando a tanta gente diversa y opuesta entre s. A m me dej aterrado. Porque yo, efectivamente, haba manejado a gente diversa Pero lo que creo que no haba apercibido era que yo lo que haca era sacar de ellos lo que necesitaba. Yo dije: Esto en Amrica Latina es as. Nosotros manejamos una enorme cantidad de cosas dismiles entre s, pero no entramos en esa polmica.19

    En Francia las discusiones epistemolgicas sern muy intensas desde el primer momento, toda vez que se haya despejado el malentendido de una temprana lectura existencial de Lvi-Strauss por parte de Simone de Beauvoir en Les temps modernes20; en el campo intelectual argentino de los aos sesenta, mucho ms preocupado por cuestiones polticas que epistemolgicas, el existencialismo sartreano y el estructuralismo de Lvi-Strauss convivirn en cambio sin demasiados problemas incluso dentro de la obra de un mismo autor.

    Las mltiples amalgamas de los aos sesenta se dejan ilustrar acudiendo a los textos de la poca. Para hacerlo, recurriremos a continuacin al trabajo de mtodo llevado a cabo por No Jitrik a principios de los aos sesenta, en el cual los mtodos estructuralistas se injertan en una perspectiva idealista y, en un segundo momento, a la obra de Oscar Masotta y de Nicols Rosa de esos mismos aos. Esa cronologa permitir ver cmo, en realidad, esas transformaciones participaban de un trabajo eminentemente colectivo.

    NOTAS

    17 | Tras la publicacin de La pense sauvage de Lvi-Strauss, la revista Esprit de ttulo significativo, y en torno a la que se agrupan hermeneutas e intelectuales prximos al cristianismo decidir lanzar en 1963 un monogrfico sobre La pense sauvage et le structuralisme (n 322, noviembre de 1963). Su objetivo es suscitar un debate en torno al estructuralismo y a un tema qui devrait dominer pendant longtemps un secteur essentiel de notre poque: celui des sciences de lhomme, de leurs mthodes et de la contribution quelles estiment pouvoir apporter la question pose depuis toujours par les philosophies sur le sens de la prsence humaine dans le monde (Ricur, 1963: 546, el subrayado es mo).

    18 | Las sesiones del coloquio se publicaron posteriormente (AA.VV.: 1980).

    19 | Entrevista personal a No Jitrik (Buenos Aires, agosto de 2013). El crtico aada: Aqu no estamos afiliados a uno para deshacernos de otro. Estamos en esta circulacin, que es la caracterstica tpica de transformacin respecto a los modelos digamos mejor informaciones que nos llegan de otra parte. Eso es lo que creo que hay que percibir: si hay o no hay. Porque efectivamente hay repetidores. La cita es el tobogn para la repeticin automtica de autoridades. Pero el otro efecto es una transformacin de una informacin que uno recibe, y que le da un carcter de otra ndole. Eso marca un poco la peculiaridad de la cultura letrada latinoamericana. / Tenemos el caso de Borges. Decir que Borges imita o est modelado por el pensamiento de quin? De Hobbes? O de Berkeley, porque lo menciona? Es terrible! En funcin de eso uno

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    2.2. El estructuralismo de los aos sesenta (Jitrik, Masotta y Rosa)

    En un trabajo eminentemente metodolgico de 1962, Jitrik trataba de aislar los procedimientos narrativos de la novela para acceder a travs de ellos a la conciencia del autor. As, su estudio parta de la base de que la lectura nos pone ciertamente en contacto con una tesis o un punto de vista que el autor, por mecanismos diversos, voluntarios o casuales, nos ha querido hacer llegar (jitrik, 1962: 9). De ese modo, en una transicin terica que slo en los aos setenta empezar a aparecer como problemtica, de la tcnica se pasaba al autor sin solucin de continuidad pues como escriba Mara Teresa Gramuglio en esos mismos sesenta en el universo novelstico hay una tcnica, un artificio elegido detrs del cual est el autor, que en su modo de construir la representacin del mundo imaginario propone tambin una forma de entender el mundo real (Gramuglio, 1967: 15).

    Aqu Jitrik todava era heredero de una estilstica idealista que no tena inconveniente en converger con la perspectiva sartreana. Lo trascendente de una novela, lo irreductible, no puede ser calibrado ms que por la emocin creadora (Jitrik, 1962: 139-140). El primado de la inefabilidad segua rigiendo un mtodo analtico que conceba la tcnica de modo instrumental. Bajo el influjo del primado de una filosofa de la conciencia, Jitrik postulaba una continuidad unvoca entre conciencia y tcnica narrativa. De ese modo, se haba propuesto buscar en los procedimientos narrativos los puntos de vista, las opiniones y las ideas del autor (140). Y era en la conciencia del autor donde deba buscarse una totalizacin. El crtico tena claro que la descripcin formal de la obra no se bastaba a s misma (el anlisis de los procedimientos no alcanza a la obra como totalidad ni la toca [125]) y que requera de una totalizacin. Tanto del lado del escritor (es posible tambin que para muchas novelas el procedimiento no sea lo decisivo como tampoco siquiera lo ms importante) como del crtico (parece admitirse que el estudio del procedimiento narrativo, o sea de las formas del relato, ayuda parcialmente a desentraar una obra y es tan slo uno de entre los caminos que existen [126]), el uso y la descripcin de la forma eran consideradas actividades secundarias.

    La descripcin de esos procedimientos supona, as, un instrumento para la elaboracin de una fenomenologa de la literatura que se divide en dos partes: la escritura y la lectura. Jitrik sealaba cmo el circuito demuestra ser perfecto y capaz de dar justificativos a la existencia de la literatura aunque se componga de dos soledades en cierto modo psicolgicas a las que se agrega una tercera, tal vez metafsica, la de la obra misma que est ah, pura existencia, esperando que el lector venga a ponerla en movimiento y a crearla

    NOTAS

    puede decir que esa versin de que Borges es un escritor europeo es falsa. Borges es un tpico producto de escritor latinoamericano, en el sentido de una transformacin de una informacin que anda por ah, que es vastsima y que explica otro tipo de fenmenos.

    20 | Les structures lmentaires de la parent, tesis de Lvi-Strauss defendida en 1948 y publicada en 1949, fue comentada en sendos artculos por Simone de Beauvoir (1949) y por Claude Lefort (1951). Dos escritores que, compartiendo a grandes rasgos una misma doctrina, sostendran dos juicios crticos profundamente divergentes: el primero, elogioso; el segundo, sumamente crtico. Esa primera recepcin seala la posicin de dominacin del pensamiento de Lvi-Strauss en el campo intelectual francs de la inmediata posguerra, momento en el que Simone de Beauvoir en lo que constituye un error de lectura sintomtico poda elogiarlo por considerarlo afn al humanismo existencialista.

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    De ese modo, el crtico que rechazaba separar forma y contenido colocaba a la primera no obstante en una relacin de subordinacin respecto a la conciencia: El procedimiento narrativo es, efectivamente, una forma pero lo es en un plano estructural, necesario, en el nivel de la conciencia creadora por as decirlo. La nocin de eleccin, que apareca aqu explcitamente, remita sin duda a la teora de la escritura del Barthes de 1953. Esa era la estrategia si pensamos que el recorrido de Jitrik est gobernado por sus elecciones conscientes para desplazar el estudio de la literatura hacia el plano de los riesgos sociales (141). Dado que la forma y, con ella, los procedimientos narrativos son objetos histricos, esta manera de concebir lo formal [] confirma las posibilidades de un anlisis literario que se atreva a encontrar los puntos de contacto que indudablemente existen entre los elementos de la novela, la realidad exterior y los requerimientos tempo-culturales. A partir de ah era posible formular el siguiente enunciado, que es clave en la argumentacin del crtico y de su grupo: De aqu se llega a la imagen de la obra literaria como un objeto que ocupa un lugar en el mundo de los objetos culturales (142).

    Con este libro y estas explicitaciones, Jitrik pretenda introducirnos en un mbito o clima que haga lo ms concreta posible la tarea de acordar un fenmeno literario con la realidad de la cual procede y sobre la cual quiere actuar (143). Esta dialctica de la obra con el autor y la realidad era fundamental en su planteamiento; y su idea, afirmaba el autor, ha sido tomada de trabajos de Maurice Blanchot y Jean-Paul Sartre (142), que en un tal acercamiento podan combinarse por entonces sin demasiados problemas.

    El caso de Masotta es, en ese sentido, paradigmtico de la fcil convivencia de sartrismo y estructuralismo en el campo intelectual argentino de los aos sesenta. Rosa sostendr esa igualdad en ese mismo perodo a travs del concepto de significacin, el cual remite tanto a la mediacin social sartreana como a la mediacin lingstica analizada por el estructuralismo en su libro Crtica y significacin (1970). Slo a partir de 1968, con la publicacin de Conciencia y estructura de Masotta, empezarn a pensarse ambos elementos en trminos de disyuntiva (una disyuntiva que, no obstante, todava no es resuelta en el fragmento de Roberto Arlt, yo mismo que figura en la contraportada de la primera edicin del libro21). Ahora bien, una vez fijados ambos trminos, no podr evitarse que a travs de ellos acabe quebrndose esa unin.

    Las propuestas de Masotta y de Rosa en los sesenta slo podrn sostenerse desconociendo el diferendo que separa al estructuralismo

    NOTAS

    21 | A la alternativa o conciencia o estructura?, hay que contestar, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fcil, y es preciso al mismo tiempo no rescindir de la conciencia (esto es, del fundamento del acto moral y del compromiso poltico) (Masotta, 2010: 238).

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    del existencialismo. La simple lectura del captulo IX de La pense sauvage, publicado en 1963 por Lvi-Strauss y traducido en Mxico en 1964, hara sumamente problemticas esas componendas. Esa diferencia se hace explcita en Marx y Sartre (pp. 13-14), un artculo de Jos Sazbn en el n 3 de Los libros (septiembre de 1969). Ah Sazbn que resea dos textos sobre Sartre constata que este autor ha perdido la hegemona que se le atribua en el pasado: Situacin de la razn dialctica? No estamos retomando por nuestra cuenta los mismos trminos del Sartre del 45, del 60? Y no han sido barridos, acaso, sustituidos por los novsimos conceptos de lugar del saber, de espacio epistemolgico?. Su conclusin es lapidaria: El esfuerzo sartreano parece, pues, visto en perspectiva, intil. Para sostener este enunciado, Sazbn se apoya precisamente sin dar su referencia en el escrito de Lvi-Strauss, citado de modo cuasi literal: El fin ltimo de las ciencias humanas no es constituir al hombre, sino disolverlo: la empresa de Sartre carecera de sentido (13).

    En este contexto argentino, y junto con Sazbn, es Eliseo Vern el encargado, en tanto que acadmico puro, de marcar las distancias, tal como har Lvi-Strauss en Francia: sus distancias epistemolgicas respecto a Sartre y el existencialismo humanista; sus distancias cientficas respecto del ensayismo y la metafrica barthesiana; sus distancias, nuevamente epistemolgicas, respecto al intento de apropiacin de su obra al servicio de una hermenutica fenomenolgica por parte de Ricur. Vern, sin rehuir la confrontacin pblica, sita sin embargo el centro de sus trabajos de modo prioritario en un sistema universitario (Steimberg, 1999: 65) que, como l mismo seala, se ve siempre amenazado por las fuerzas externas que intentan y la mayora de las veces consiguen imponrsele22.

    2.3. Los dos estructuralismos: ciencia y doxa estructural

    Los dos discursos hegemnicos de la crtica literaria en los aos cincuenta eran la estilstica y una sociologa de corte marxista. Ambos presentaban, no obstante, un rasgo en comn: partir de una filosofa de la conciencia. En ese contexto, las propuestas sartreanas se movan entre un sujeto pensado en clave fenomenolgica y un pensamiento de la historia anclado en el marxismo. El obstculo epistemolgico23 de la estilstica, junto a la especial configuracin poltica e institucional argentina, har que el estructuralismo y aquellos que son reconocidos pblicamente como sus representantes llegue al pas con una configuracin especfica.

    Es interesante comparar, en este sentido, las valoraciones de Eliseo Vern y de Adolfo Prieto respecto a la recepcin del mismo. Vern distingue claramente dos momentos de penetracin: desde 1959

    NOTAS

    22 | As, para Vern, el problema ms grave con el que se encontraba el estructuralismo en su vertiente propiamente cientfica en la Argentina era la precariedad de una prctica cientfica que o bien es nula o bien se halla institucionalizada en un grado nfimo (Vern, 1974: 102). Retomamos la expresin bachelardiana de Jos Sazbn, quien la aplica al caso de Saussure (Sazbn, 1985: 9).

    23 | Retomamos la expresin bachelardiana de Jos Sazbn, quien la aplica al caso de Saussure (Sazbn, 1985: 9).

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    (fecha en la que la perspectiva de Lvi-Strauss es incluida como apartado final de la enseanza de Gino Germani en Sociologa Sistemtica de la UBA un ao antes de que se publique el primer texto de Lvi-Strauss en castellano en un Cuaderno del Instituto de Sociologa de dicha universidad [Lvi-Strauss, 1960]) hasta 1966 (Vern, 1974: 103); y desde entonces hasta el momento de escritura del artculo (1973). En el primer perodo asistimos a una recepcin estrictamente acadmica (y, por lo tanto, a lecturas controladas); ahora bien, a partir de 1966, la influencia del estructuralismo en la Argentina se incorpora a otros mecanismos culturales, en general (con algunas excepciones) fuera de las instituciones oficiales de educacin o investigacin en un momento en el que, adems, gran parte del profesorado decidir renunciar a sus cargos universitarios. Segn Vern, el momento ms intenso de la moda estructuralista puede ubicarse alrededor de 1969, ao en el que Lvi-Strauss concede una entrevista a Primera Plana que ser anunciada en su portada (105)24.

    Cuando Prieto se refiere a una apresurada apropiacin de los supuestos del estructuralismo (1989: 23) alude, de ese modo, a la doxa estructuralista del segundo perodo, vinculada a una difusin periodstica del mismo. Ese factor, ligado a las rpidas transformaciones del circuito de la comunicacin cultural, al boom y a nuevas publicaciones peridicas como la recin nombrada, harn que pueda identificarse a un crtico como No Jitrik como un estructuralista por haber vivido en Francia desde 1967 hasta 1970 y publicar en 1971 El fuego de la especie. Cuando volv a la Argentina, me hicieron una patente de estructuralista, que era una patente ilegtima que nunca compr (Jitrik, 1996: 33), afirma Jitrik en una entrevista ya en los noventa. Y, en 1982, en su respuesta a la Encuesta de Sarlo y Altamirano, dir:

    Siempre fui algo eclctico; no vea ningn riesgo en leer a Blanchot y a Auerbach casi simultneamente; algunas entonaciones de este ltimo todava me resuenan y me ayudan a pensar. Como muchos, me interes vivamente la eficiencia estructuralista pero creo que ninguno de mis trabajos puede ser inscripto, honestamente, en el estructuralismo, seguramente por deficiencias mas; lo que ms me interes en este movimiento fueron ciertas imgenes de las que yo poda apropiarme y desarrollar por mi cuenta sin sentir que estaba pagando ningn tributo de tipo colonialista o algo similar. (1981: n 146, 455)

    Basta con leer sus libros de los sesenta para ver cmo, efectivamente, de ningn modo poda ser propiamente estructuralista alguien que en 1962 todava reivindicaba que por el camino del examen de los procedimientos de relato elegidos puede llegarse a penetrar la novela como obra literaria a travs de uno de sus aspectos, el de las intenciones del autor (Jitrik, 1962: 138) y que publicaba ya en 1971 El fuego de la especie, tal como poda ver con un cierto alivio por

    NOTAS

    24 | La entrevista se publica en Primera Plana, ao 7, n 341, pp. 60-66, 1969.

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    su parte Eduardo Romano en su resea para Los libros (Romano, 1972: 16).

    En ese lapso, sin embargo, se descubre la productividad especfica de la crtica argentina del perodo. Y, ms all de los efectos de moda, la primera amalgama de estructuralismo y fenomenologa en la crtica literaria se entiende al inquirir por la funcin que cumplan y el valor que tenan esos discursos en el campo intelectual argentino. Ambos discursos pudieron darse la mano en un primer momento porque se oponan tanto a la tradicional estilstica como la expresin es de Rosa a un sociologismo vulgar (1987a: 81). Eso mismo, por cierto, pas en Francia durante mucho tiempo con dos formaciones discursivas claramente diferenciadas: la heredera de las escrituras de Blanchot-Bataille y la estructuralista, armando un mismo frente de lucha contra la hegemona del existencialismo desde mediados de los cincuenta. El momento en el que en Argentina sea posible discriminar sartrismo y estructuralismo supondr, sin duda, un paso ms all en la transformacin discursiva del campo. Pues si en Francia el objetivo de la crtica literaria no sartreana era liberar a la literatura del compromiso sartreano, en Argentina se tratar de liberarla en un primer momento del inmanentismo de la estilstica.

    La difcil recepcin de Jorge Luis Borges por parte de la izquierda y sus posteriores relecturas pueden servirnos para entender un poco mejor, a travs de un caso concreto especialmente significativo, algunas de las transformaciones de la crtica argentina. Su lectura estar partida, en un primer momento, entre una lectura externa y sociologizante y una lectura interna y estilizante. La concepcin de la literatura que ir cobrando fuerza entonces en Francia y la teora que acabar producindose a partir de ella sern puntos de referencia fundamentales para transformar el estatuto especfico de la literatura en relacin al resto de prcticas sociales.

    La obra de Borges sealando los lmites y posibilidades del propio panorama crtico no podr ser leda por la crtica de izquierdas en su especificidad literaria hasta los aos setenta. El primer libro dedicado a l ser el de Adolfo Prieto (Borges y la nueva generacin, Buenos Aires, Letras Universitarias, 1954), en el cual se le somete a una lectura sumamente crtica y abiertamente condenatoria. En nombre de un compromiso de tintes sartreanos, y en un libro publicado el mismo ao en que Contorno homenajea en su nmero dos a Roberto Arlt, Borges aparecera como el representante de un mundo perimido que se debera destruir en nombre de la historia. Ana Mara Barrenechea, en cambio, lo leer tres aos despus apelando a su estilo en La expresin de la irrealidad en la obra de Borges (Mxico, El Colegio de Mxico, 1957) para comenzar a apreciarlo. Ahora bien, Borges no podr ser ledo y apreciado por la izquierda hasta que la crtica consiga hacer comunicar de una manera no sociologista ni

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    sartreana la historia y la literatura. No Jitrik har una aportacin muy importante en este sentido con Estructura y significado en Ficciones de Jorge Luis Borges, de la cual dir Nicols Rosa que es la nica crtica que ha puesto los datos en el camino justo eliminando, para elaborar su trabajo, el supuesto contenido metafsico de la obra de Borges (20). Es precisamente en este artculo, titulado Borges y la crtica25, que enseguida comentaremos, donde Rosa dar las condiciones para una lectura crtica de Borges, por parte de la izquierda, que no renuncie a la materialidad de su escritura. As, Rosa acaba sosteniendo a propsito de Borges que un texto no mantiene ya relaciones de manifestacin o reflejo sino que es posible leerlo como una produccin social, como un lenguaje particular en donde no habla un sujeto individual sino la combinatoria de un sujeto que se enuncia en las leyes de un sistema (21). Estamos en 1972 y algo ha cambiado de modo radical en el horizonte epistemolgico; algo que hace posible volverse sobre un autor de derechas para leer sus textos sin necesidad de remitir a su persona, y descubriendo en ellos, contra todo pronstico, una veta potencialmente subversiva.

    2.4. La cuestin poltica: Sartre, la revolucin y el compromiso literario

    La poltica habr sido en la Argentina de los aos sesenta, en expresin de Oscar Tern, la regin dadora de sentido de las diversas prcticas, incluida por cierto la terica (Tern, 1991: 15). Por mucho que pueda matizarse esta afirmacin, la pregnancia de la poltica (y, a partir de un cierto momento, de lo poltico) es un eje fundamental para entender el panorama cultural argentino y, particularmente, el ejercicio de la crtica literaria. En relacin a ello, tanto la sociologa marxista como las teoras de Sartre en torno al compromiso, que empiezan a elaborarse a partir de la II Guerra Mundial y que encuentran su culminacin en la Dclaration que abre Les temps modernes (1945) y en la publicacin primero por entregas y posteriormente en libro de Quest-ce que la littrature, sern decisivas en la politizacin de la crtica literaria. Dos son bsicamente las crticas que se han hecho a la recepcin argentina del pensamiento sartreano en relacin a la literatura: dogmatismo e inconsistencia terica. La acusacin de dogmatismo, que se dirige bsicamente contra el grupo de Contorno, tiene uno de sus motivos destacados en la relacin con la obra de Borges. Borges sera para los miembros de la revista y especialmente para Adolfo Prieto, autor de Borges y la nueva generacin (1954) caso paradigmtico de una literatura ldica olvidada del hombre y de su historia. Como escribe Prieto quien se presenta como portavoz de la juventud argentina del momento, Borges, representante de una generacin periclitada, ofrece el caso singularsimo de un gran literato sin literatura; un hombre que pas treinta aos ejercitndose como escritor sin reservarse un poco de tiempo para preguntarse qu es

    NOTAS

    25 | Publicado en el n 26 de Los libros en mayo de 1972 [pp. 19-21] y reeditado en 1987 en Los fulgores del simulacro.

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    escribir (Lafforgue, 1999: 70). De ese modo, apoyndose en una lectura sui generis de Sartre, es presentado como espejo al revs donde mirar lo que no se tiene que ser (74).

    La crtica, por lo dems, ha sealado la aparente discordancia de pareceres en Francia y en Argentina. Como escribira Masotta en 1965,

    Adolfo Prieto, basndose en Sartre, ha dicho que su poesa no era poesa, que sus ensayos no eran ms que hojas o apuntes espordicos. Todo basndose en Sartre y sugiriendo que el prestigio de Borges reenviaba a la mentalidad estril de un grupo de exquisitos. Mientras todo esto ocurra dentro del libro de Prieto, Sartre conoca en Francia la obra de Borges y la haca publicar en una revista que ha testimoniado lo suficiente sobre su modo de comprender el compromiso para ser tachada de exquisita. (Masotta, 1965: 47)

    El caso es suficientemente conocido, y puede resumirse en las palabras de Daniel Link:

    Se sabe que exactamente en el mismo momento en que Prieto declaraba la inutilidad de la literatura de Borges, su mentalidad estril y su esttica elitista, Sartre conoca en Francia la obra de Borges y la publicaba en Les temps modernes, como una literatura que poda recuperarse desde la izquierda. (Link, 1994: 28)26

    La actitud de Prieto que es la de una generacin crtica de izquierdas supone as un anlisis de los lmites de la crtica argentina a partir del caso Borges. Rosa, volviendo sobre el caso, interpreta sintomticamente la imposibilidad que ha tenido la izquierda para leer la especificidad de la escritura borgeana y, a travs de ese lmite, constata un predominio del voluntarismo crtico que podra ser religado, en una primera instancia, a una concepcin populista del fenmeno literario (Rosa, 1987b: 259). Los lmites de la crtica poltica se hacen evidentes ante la imposibilidad de la crtica autotitulada de izquierda para describir el funcionamiento de una obra que aparece como extraa a nuestra historia cultural, la realidad de sus posibles significados y la posibilidad de ubicarla dentro de sus verdaderos parmetros. Con todo ello, constata que la crtica de la izquierda nacional, de gran valor poltico [], como trabajo crtico no opera una verdadera ruptura (260). El precio que pagan los miembros de Contorno al hacer su sociologa de la literatura pasa por desconocer su elemento material y fundamental: la materia prima de la obra (261).

    La segunda crtica, que seala la inconsistencia de la teora del compromiso literario, encuentra su refrendo en un cierto desfase cronolgico, que nos permite matizar la afirmacin recin citada de Link. Pues la asuncin de la propuesta crtica sartreana llega precisamente en un momento en el que Sartre abandona dicha teora al afirmar la falta de poder de la literatura en la sociedad del siglo XX.

    NOTAS

    26 | Habra que entender, sin embargo, que la publicacin de Borges o de Beckett por citar slo un par de ejemplos en Les temps modernes participaba de la voluntad omnicomprensiva de la revista, y no permita leer a estos autores sino desde la categora de la literatura del absurdo (Hidalgo Ncher, 2015).

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    As, en el lapso de unos pocos aos los que van de 1939 a 1952 Sartre acabar colocando al escritor y a la literatura en una situacin insostenible. Tras comprobar prcticamente la imposibilidad del engagement literario ya a principios de los aos cincuenta, la literatura se convertir para l en el lugar de la neurosis privada del escritor, tal como narrar en Les mots (1964), su autobiografa de escritor, en cuyas pginas finales se lee: Longtemps jai pris ma plume pour une pe, prsent je connais notre impuissance. Nimporte: je fais, je ferai des livres (Sartre, 1962: 205). En ese transcurso, Sartre habr pasado a ver la literatura como un problema privado, y todava podremos verle en 1972 atrapado en una contradiccin que condena exteriormente la escritura en tanto que institucin burguesa:

    Bien que jaie toujours contest la bourgeoisie, mes uvres sadressent elle, dans son langage, et au moins dans les plus anciennes on y trouverait des lments litistes. Je me suis attach, depuis dix-sept ans, un ouvrage sur Flaubert qui ne saurait intresser les ouvriers car il est crit dans un style compliqu et certainement bourgeois. Aussi les deux premiers tomes de cet ouvrage ont t achets et lus par des bourgeois rformistes, professeurs, tudiants, etc. Ce livre qui nest pas crit par le peuple ni pour lui rsulte des rflexions faites par un philosophe bourgeois pendant une grande partie de sa vie. Jy suis li. Deux tomes ont paru, le troisime est sous presse, je prpare le quatrime. Jy suis li, cela veut dire : jai soixante-sept ans, jy travaille depuis lge de 50 ans et jy rvais auparavant. Or, justement, cet ouvrage (en admettant quil apporte quelque chose) reprsente, dans sa nature mme, une frustration du peuple. Cest lui qui me rattache aux lecteurs bourgeois. Par lui, je suis encore bourgeois et le demeurerai tant que je ne laurai pas achev. Il existe donc une contradiction trs particulire en moi : jcris encore des livres pour la bourgeoisie et je me sens solidaire des travailleurs qui veulent la renverser. (1976 : 61-62)

    Sartre quien ve en la libertad la esencia de la verdad humana piensa al escritor bajo el modelo del intelectual: de aquel trabajador que, habiendo conquistado su prestigio y su autonoma a travs de la venta del producto de su trabajo, hace un uso consciente y responsable de su libertad al comprometerse con el destino poltico de sus contemporneos. Este planteamiento, que a partir de propuestas especficas y ligadas al discurso de la dependencia ser fundamental en Argentina, se ver muchas veces desbordado por unos proyectos polticos que, en nombre del pueblo y de la revolucin, creen poder prescindir de los intelectuales27. Eso colocar a muchos jvenes estudiantes de los aos sesenta y setenta ante una disyuntiva que los impele a ser fieles a la poltica o a la literatura. Sern las transformaciones de la teora las que permitan, como sealaba el testimonio de Retamoso, una articulacin inaudita entre ambos registros.

    NOTAS

    27 | Este concepto-consigna, que llamaremos en adelante discurso de la dependencia, ocup el lugar central en las discusiones crticas a fines de la dcada del sesenta hasta 1974. [] El discurso crtico de la dependencia se muestra, triunfante el peronismo, confiado y optimista en la accin y la lucha. [] La sensacin de que el tejido social juzga prescindible la accin de los intelectuales desaparece y se instala otra sensacin positiva: se marcha junto al pueblo para lograr en el futuro la liberacin. [] Ese discurso sostiene un principio ideolgico fundamental: el estrechamiento de las distancias. Hacer crtica es hacer poltica (Panesi, 1985: 171 y 174).

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    2.5. Los imperativos de la vanguardia y las polticas de la literatura

    En esos aos asistimos a un trabajo de renovacin continuada en la lectura de los textos y, a travs de l, de la prctica crtica y terica. Esta transformacin afectar especialmente, en lo que nos atae, a una relacin irresuelta entre el adentro y el afuera del texto. Seguir el recorrido de autores como Jitrik, Masotta o Rosa es descubrir cmo van reconfigurndose y hacindose ms precisas esas relaciones en lo que hay que tomar como un trabajo colectivo en el que, a travs de grupos de estudio y de revistas como Los libros, se introducen nuevas perspectivas tericas que, a su vez, son puestas a prueba en el trato con los textos literarios actuales y con la propia tradicin, as como criticadas por los pares, en un movimiento que lleva a la constante revisin de la prctica crtica28.

    Los libros, revista que se abra proponiendo la creacin de un espacio, surgi a partir del modelo de La quinzaine littraire. Su objetivo, ms que producir textos originales, era leer un mes de publicaciones en Argentina y en el mundo. La portada que se repetir en negativo en los dos nmeros siguientes enfatizaba esta relacin de lectura. Una mujer con botas y gabardina, con pendientes de bola, gafas y el pelo corto en lo que supona, sin duda, un look moderno lea un pequeo libro. Lo lea de pie, con una pierna semiflexionada y con la cabeza inclinada sobre el libro que sostena cmodamente entre las manos. Un hombre con traje y corbata, y con otro libro en la mano, pareca tratar de leer su lectura. La doble situacin que estaba ah en juego pues la mujer apareca reproducida cuatro veces era la de la lectura ntima de la mujer (ntima pero desacralizada: el tamao del libro, su vestimenta y todo su cuerpo lo indicaba) y el de la discusin y el intercambio de lecturas que se haca posible porque al ponerse en relacin con el otro esa lectura se converta, al tiempo, en pblica. Este gesto de leer por encima del hombro, de sorprender la lectura del otro, era precisamente el que quera construirse. Ese era el espacio que se quera crear. Un espacio en el que, a travs de la materialidad de lo escrito pues los libros no remitan a la sacralidad de la obra sino a la materialidad de lo escrito, tendra que posibilitarse la crtica.

    Y eso ser precisamente lo que harn de modo activo los crticos literarios, leyndose entre s. As, Josefina Ludmer presentar en su resea Crtica y significacin un libro del que dir Ricardo Piglia restrospectivamente que era como un libro nuestro29 como una etapa ms en el recorrido de la crtica: El camino es trabajoso y quizs todos lo sembremos de errores, pero es el nico, para la crtica argentina, que seala el punto de partida de una productividad real: Crtica y significacin plantea (significa), tanto para Rosa como

    NOTAS

    28 | Los dos volmenes de Nueva novela latinoamericana editados por Jorge Lafforgue (Buenos Aires, Paids, 1969 y 1972) dan cuenta de esta actitud propia de un campo en constante transformacin que presenta los trabajos crticos al tiempo como intervencin y como documento a travs de la datacin de los textos. De ese modo, la crtica literaria, al tiempo que seala hacia la literatura, se seala a s misma como algo que debera ser superado. As lo reconoce, por lo dems, Hctor Schmucler en su resea del segundo volumen de Lafforgue al afirmar que la fecha que, en cada caso, data la entrega de los ensayos [] seala el estado en que se encontraba una crtica que intentaba romper los esquemas tradicionales (1972: 17).

    29 | Citado en Somoza y Vinelli (2011: p. 14).

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    para todos los crticos que escribamos despus de l, ese camino como abierto al rigor (Ludmer, 1970: 5). Y Jitrik escribir dos aos despus sobre el primer libro de Ludmer presentndolo como un libro que sintetiza una tendencia e implica un indiscutible progreso en la llamada en conjunto crtica que de todos modos desde hace tiempo viene postulando su crisis (Jitrik, 1972: 14-15). Los textos crticos se insertan, as, en un entramado general en el que son percibidos como intervenciones que se inscriben en un trabajo colectivo sometido a la crtica de control (De Diego, 2001: 86) de los pares.

    Ese mismo gesto es el que se encuentra en el texto de Rosa que nos ha servido de referencia en relacin a Borges. Ah Rosa se detiene a hablar de cmo Jitrik lee a Borges. El lugar que atribuye al crtico es ambiguo: por un lado, Jitrik sera un representante privilegiado de la vanguardia crtica (habiendo llegado ms lejos que la inmensa mayora de sus contemporneos); pero, por el otro, y en tanto que representante de esa crtica contempornea, sus propuestas seran insuficientes. La falla que obliga a ir ms all de su discurso se encontrara en que del anlisis de los significantes parciales de un texto se pasa abruptamente a la significacin social de ese mismo texto, reubicando prioritariamente el anlisis de contenido que se haba pretendido descartar, en una lgica en la que el estrato inferior estara ocupado por el significante y los superiores por el significado (Rosa, 1987b: 269). En el sistema crtico del momento, del que participaba Jitrik, la centralidad del autor se comunicaba al personaje; y la textualidad en general acababa reducindose a una manifestacin de la conciencia del autor.

    En Estructura y significacin de Ficciones, de Jorge Luis Borges, incluido en El fuego del a especie (1971), Jitrik segua sosteniendo, en efecto, y como una rmora del pasado, la centralidad del personaje en Borges. Ahora bien, como seala Rosa, el personaje dentro de ese sistema tan particular que es la escritura borgiana es slo un ndice textual como cualquier otro (1987b: 265). Esta dificultad histrica de poner en crisis las categoras y prcticas crticas heredadas era puesta de manifiesto por Rosa a travs de la figura de Jitrik, mostrado a travs de l como representante de la crtica actual, y en 1972, el problema no resuelto de la ligazn entre el significante social (histrico, econmico, poltico, etc.) y el significante literario, y que es en ltima instancia la ligazn del sentido (269). Lo interesante es que Jitrik y tomamos este episodio no como un ejemplo de causalidad o de influencia, sino como un caso general que evidencia el circuito de produccin terico-crtica del perodo parecer tomar nota de esas apreciaciones.

    En Produccin literaria y produccin social (1975), respondiendo al doble imperativo poltico y literario, Jitrik reivindica los poderes

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    polticos de la literatura, planteando esta no como instrumento sino como mbito especfico de produccin. En ese nuevo espacio crtico abierto en la segunda mitad de los aos sesenta y profundizado durante los setenta, Jitrik renovar su discurso y, aproximndose a un cierto textualismo a un estructuralismo filtrado por Althusser, Macherey y las nociones de productividad textual de Kristeva, acuar el concepto de trabajo crtico. Aqu, lo mismo que en su contribucin al volumen colectivo Literatura y Praxis en Amrica Latina que recoge una conferencia de 1973 (Jitrik, 1974) la perspectiva se ha trocado en netamente materialista. En su prlogo, Jitrik reivindica que la literatura no es ms que uno de los canales por los que circula, con su poder y su turbulencia, la vida social y reclama para la Argentina y para Amrica Latina una independencia productiva en todos sus campos, aspirando as a un autoconocimiento mediante medios propios de conocimiento y reflexin (Jitrik, 1975: 8). La especificidad de la literatura ha quedado ya establecida; y desde ah se hace posible afirmar que es desde la literatura que pretendemos, al reconocer en ella una energa verdadera y con sentido, dirigir un discurso que tenga que ver con el discurrir del conjunto social (11).

    A lo largo de este recorrido, podramos detenernos a estudiar algunos de los hitos de la crtica del momento, como Cien aos de soledad. Una interpretacin (Buenos Aires, Tiempo Contemporneo, 1972) o Onetti. Los procesos de construccin del relato (Buenos Aires, Sudamericana, 1977) de Josefina Ludmer, o el Lxico de lingstica y semiologa (Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina, 1978) de Nicols Rosa. Sin embargo, lo que quera ponerse de manifiesto con estas lneas es, precisamente, la importancia de un trabajo colectivo que, ms que en los libros, hoy en da es posible seguir a travs de la lectura de las revistas del perodo. Por ello querramos ir cerrando este apartado con unas afirmaciones de Jitrik, datadas en 1975, en las que se habla de ese proceso colectivo de transformacin de la crtica:

    Gracias al esfuerzo de muchos, de a poco, secretamente, sometiendo a la crtica literaria a un ataque riguroso, se est produciendo el rescate de una actividad, de una produccin que se realiza en el ms denso de los materiales con que se maneja el hombre: el lenguaje. Considerada la literatura y la crtica como trabajo, puede empezar a abandonar sin riesgos su ambigua residencia, la del privilegio y la intocabilidad, para empezar a tocarse no solo con el restante trabajo humano sino con lo que el trabajo humano procura y espera, en el campo de la transformacin del lenguaje, de sus propias fuerzas. (12)

    En este libro, Jitrik presenta el concepto que, dice, ya considero adquirido de Trabajo Crtico (13), el cual rompe con la antigua distincin sartreana propia del marxismo vulgar entre accin y escritura (la cual, siendo accin, era degradada al rango de

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    accin secundaria). Ese sera el espacio discursivo que habr conseguido problematizar la crtica literaria de los aos setenta:

    Tenemos por un lado los actos (puesto que hablamos de la sociedad), por el otro los textos; ahora, desde la perspectiva de lo que podra obtener el trabajo crtico, podemos decir que los textos son tambin actos y no por la mera razn de que son productos producidos en la medida en que hagan actuar, en que susciten una accin que se pueda emprender con ellos, desde ellos, en ellos. (15-16)

    Con ello se apunta el valor poltico intrnseco de la literatura a travs del descubrimiento de la accin productiva de la lectura y la escritura: La lectura es, por consecuencia, un tema poltico, y de arrastre, resulta serlo tambin la escritura y, en general, todo el campo que pareca o bien al margen del movimiento social general o solo vinculado a l porque en los textos lo representaba (16). Esa crtica de la representacin adquirir diversas modalidades no siempre homologables entre s en los aos setenta. No era el objetivo de este escrito analizarlas en sus diferencias, sino sealar el espacio de emergencia en el que surgieron y en el que comunicaban entre s, haciendo del vnculo entre literatura y poltica una problemtica insoslayable del perodo.

    En esos aos, el campo crtico de vanguardia tender a configurarse en dos polos extremos que convivirn durante mucho tiempo en la revista Los libros en funcin de que privilegien la vanguardia poltica (como acabar haciendo el grupo de Sarlo y Altamirano en la etapa final de la revista) o la literaria (como harn Germn Garca y Osvaldo Lamborghini). Ese mapa tendra que completarse, por lo dems, con un tercer polo cientfico dominado y sumamente contestado que encuentra su punto de apoyo en las precarias instituciones acadmicas argentinas del momento, representado ejemplarmente en su versin ms vanguardista por Vern.

    3. El cierre de una poca de la crtica

    Esta situacin empezar a cambiar por obvios motivos polticos, pero tambin tericos a partir de finales de los setenta. El artculo con el que arrancbamos estas reflexiones, que data de 1981, acababa con la presentacin de la obra de Sarlo30; y aqu, evidentemente, el orden secuencial indicaba una relacin jerrquica en relacin a la actualidad. Una vez liquidadas Literal y Los libros surgi, promovida por el ltimo ncleo de Los libros, la revista Punto de vista (1978). Rosa lleg a participar en ella, pero su opcin terica representaba claramente un sector minoritario de la misma y ya no se identificaba con sus planteamientos. El nuevo historicismo sociologista del grupo desplazaba el principal inters textual y psicoanaltico de Rosa31, y

    NOTAS

    30 | Beatriz Sarlo aparece aqu como representante de una lnea que intenta continuar, con el empleo de nuevas categoras, las preocupaciones fundamentales de la crtica sociolgica: la diacrona literaria, la historia de la literatura, la transformacin de las substancias y las formas literarias y las formaciones ideolgicas correspondientes. El empleo correcto de los formalistas rusos (sobre todo los conceptos de serie y de sistema literario) permite una reubicacin del clsico modelo comunicacional (autor-obra-lector), considerado ahora en su rgimen de sobredeterminacin interna y externa y sustentado en una profundizacin de cada uno de sus elementos como productores de una formacin ideolgica particular: una esttica (Rosa, 1987a: 91-92).

    31 | Rosa colabor puntualmente en los primeros nmeros de Punto de vista, pero enseguida se distanci de la misma. Una ojeada a sus dos colaboraciones muestra cmo sus pr