“LOS HIJOS CAÍDOS DE LAS ESTRELLAS”

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“LOS HIJOS CAÍDOS DE LAS ESTRELLAS”. Por Ari Alfonso. Nombre y Apellido completo: Ariadna Evelyn Alfonso DNI: 45.901.778 Colegio: EPES N° 54 Gobernador Juan José SilvaAño y curso: 4° II Provincia de Formosa Correo electrónico del colegio: [email protected] [email protected]

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“LOS HIJOS CAÍDOS DE

LAS ESTRELLAS”.

Por Ari Alfonso.

Nombre y Apellido completo: Ariadna Evelyn Alfonso

DNI: 45.901.778

Colegio: EPES N° 54 “Gobernador Juan José Silva”

Año y curso: 4° II

Provincia de Formosa

Correo electrónico del colegio:

[email protected]

[email protected]

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Rectángulo
Page 2: “LOS HIJOS CAÍDOS DE LAS ESTRELLAS”

Lucie había soñado con las estrellas desde que tenía memoria.

Por lo que, a pesar de solo tener diez años, había pedido un telescopio como regalo por

su cumpleaños. En aquella noche estelar, iba a llegar el momento donde podría

contemplar al cielo de verdad. Aunque quizás no del modo en el que había imaginado.

Se encontraba sentada sobre una manta en el patio de su casa, su padre le había ayudado

a instalar el artefacto hace un rato; mientras el atardecer dejó caer el ultimo trozo de su

luminoso manto. Ahora, el brillo de la luna se cernió sobre Lucie, vertiéndose como leche

brillante en los bordes oscuros de las cercas del jardín.

Las estrellas comenzaron a salir, y sosteniendo el manual del telescopio que había leído

docenas de veces, se inclinó para poner sus manos sobre este. Y ahí fue cuando el susurro

de unos pasos crujió sobre las oscilantes hojas de otoño.

-¡Lucie! No te imaginas la historia que han contado hoy en la obra de la plaza-

Isaac había llegado. Su hermano mayor tenía trece años, pero no era eso lo que los hacia

tan opuestos. Él era de las letras, ella de las ciencias. Y aunque él lo sabía, igual siempre

trataba de contarles los relatos que recolectaba en su memoria.

-Como ves estoy ocupada- respondió frunciendo el ceño- a punto de usar mi telescopio-

-Es una historia de las estrellas- replicó su hermano dejando a Lucie sorprendida- de

porque se inventaron los telescopios en realidad… y sobre un gran secreto-

- ¿Y la recuerdas toda enserio? -

-Por supuesto- la sonrisa de Isaac fue más radiante que el brillo de la luna-

-Te escucho-

Entonces los hermanos fueron envueltos en una narración estelar, cuando el chico empezó

a hablar.

… Todos sabemos que, desde sus orígenes, el hombre ha agrupado a las estrellas en

constelaciones, creando leyendas a su alrededor. Y lo que se ha olvidado, es que todas las

leyendas son ciertas.

La primera contaba que la vía láctea nació de las gotitas de leche que la diosa Juno

derramó en el cielo, mientras amamantó a Hércules. Y de esas gotas nacieron las estrellas

de nuestra galaxia. Fue entonces cuando los dioses se convirtieron en los galácticos, los

seres de las constelaciones en los estelares, y nuestra raza en los ciudadelos.

Nosotros fuimos quienes creamos los hogares y las ciudades de la vía láctea.

Nosotros éramos una luz en el universo.

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Éramos.

Hubo una vez donde en la vía láctea todos estábamos juntos, donde nuestro sistema estelar

estaba unido.

Hubo una vez que dejó de ser.

Porque un día todo cambió.

Por primera vez, en un lugar donde solo había luz estelar, llegó la oscuridad. No obstante,

no fue en el cielo donde nació, sino en los corazones de una raza. De ahí es donde siempre

proviene la oscuridad más peligrosa.

El veneno se había originado en los galácticos. Ellos eran los dioses, sin embargo, había

otros más poderosos que ellos. Helios, quien reinaba coronado con la brillante aureola del

sol en su cabeza, rigiendo el sistema solar; andando a través de el sol con sus corceles de

fuego. Selene, quien guardaba a la luna, e iniciaba su viaje luego de que su hermano

terminará el suyo. Ella conducía un carro de plata tirado por bueyes blancos, que

chispeaba en luz por la antorcha que sostenía en su mano, y el brillo de su cabeza coronada

con su tiara de luna menguante.

Helios y Selene eran más que los galácticos. Eran las luces del universo. Eran los reyes.

Y con el tiempo, el poder mayor que portaban fue deseado por los otros dioses. Luego, el

deseo se transformó en codicia, lo que termino siendo una oscuridad profunda. Una que

solo pudo explotar de una manera: En guerra. La gran guerra.

Los mayores del sol y la luna lucharon con los estelares en su bando, y los galácticos se

prepararon con toda su fuerza para contraatacar. Aunque pensaban que no tenían por qué

dudar, eran dioses después de todo, eran una antorcha estelar imposible de apagar. No

sabían que eso no significaba que fueran capaces de apagar luces tan potentes como las

de los mayores astros.

Mientras el caos se desataba en los cielos, los ciudadelos no se enfrentaron.

Nosotros éramos una raza distinta, creíamos solo en el orden y la paz, al menos en aquel

tiempo antiguo estelar. Y mantuvimos aquello en nuestros hogares, albergando a los

estelares y galácticos menores que se cansaban de pelear y buscaban sanar. Con el tiempo,

las caídas eran más que las victorias, y fue ahí cuando los bandos se dieron cuenta de lo

mucho que la guerra les estaba costando.

Por ello, al realizarse la tregua, volvieron sus miradas hacia nosotros. No obstante, por

primera vez, no eran miradas llenas de luz.

Fueron conscientes de que el pueblo había sufrido, que estaba resentidos con ellos. Y que

a nosotros nos veían como héroes de paz, a pesar de que no contábamos ni con un ápice

del poder que ellos poseían.

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En consecuencia, se nos expulsó de nuestro hogar de ciudadelas.

Se nos envió a otro lugar, uno pequeño y cerrado. Uno donde podríamos olvidar nuestro

origen, donde la memoria de los días antiguos se desvaneciera como la nieve tocada por

los rayos del verano.

Y así fue como sucedió, como llegamos al planeta tierra donde moramos.

Pero en nuestro ADN seguimos estando hechos de átomos del polvo de estrellas. Somos

los hijos caídos de las estrellas. Y eso es algo que ni el olvido nos podría quitar.

Aunque el olvido sí que nos quitó cientos de cosas más, cosas que ya no recordamos del

cielo que se cierne sobre nosotros. Y por ello, los estelares y los galácticos de los cuales

una vez nuestros ancestros cuidaron, han enviado mensajes secretos a los elegidos. Para

que recordemos.

Por eso se crearon los telescopios… para que pudiéramos mirar hacia arriba y saber que

es nuestra casa. Para que nos susurremos entre nosotros mismos: “No lo olviden, somos

los hijos caídos de las estrellas, nadie puede quitarnos eso nunca”. Para que volvamos a

descubrir lo que se perdió de nuestra memoria, y para buscar un modo de volver un día a

casa.

Hace unos siglos, Galileo Galilei se construyó un telescopio, lo giró hacia el cielo, y

recibió el llamado de los estelares. También descubrió que júpiter, el planeta gigante,

tenía cuatro lunas circulando. Los galácticos y los seres de las constelaciones les

susurraron otros secretos, y ahí fue cuando ese científico declaro una verdad olvidada:

“El sol es el centro del universo” recordando el poder insuperable de Helios, así como el

hecho de que la tierra no es un centro, solo un lugar apartado que nunca seria nuestro

verdadero hogar. Él fue el primer elegido del telescopio, y cualquiera que porte uno podría

ser otro escogido por los seres de la vía láctea que nuestro regreso aún aguardan.

Sin embargo, no es sencillo, la vía láctea se ha confinado, para nosotros aún sigue el

misterio de que hay en su centro, ya que un gran polvo de gas lo cubre como un escudo

vigilante. Pero al parecer en esa oscuridad hay un inmenso agujero negro, uno que podría

llevar a nuestro hogar oculto que perdimos.

En esos hechos se resbalan atisbos de lo que podrían ser pruebas, aunque nunca podríamos

llegar a estar seguros. O quizás sí. Aún no hallamos la verdad, no obstante, seguimos

recorriendo el camino de la búsqueda. El camino de los conocimientos desconocidos del

cielo.

Mientras, seguimos siendo los hijos caídos de las estrellas, y con nuestros telescopios

podemos seguir espiando al universo…

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-Ha sido hermoso Isaac- le dijo Lucie cuando el silencio marcó el final del maravilloso

relato- y creo que no importa si es cierta la historia o no, porque lo que me ha hecho sentir

fue tan real…- soltó una bocana de aire- creo que a partir de ahora siempre me sentiré

como una ciudadela, como una hija de una estrella-

-La ciencia que tanto te gusta resulto ser muy bonita y profunda- dijo él- podríamos

imaginar miles de historias sobre los misterios que estudies sobre el cielo-

-Y tu podrías escribirlas-

Su hermano volvió a sonreír más brillante que la luna. Más luminoso que las estrellas.

-Vamos hermana- se inclinó sobre el telescopio- contemplemos nuestro hogar estelar.

Espiemos al universo-

Juntos miraron las estrellas de verdad, pero fue diferente al modo en el que Lucie había

imaginado que seria. De hecho, fue mucho mejor.

Desde ese día, no solo Lucie soñó con las estrellas, y no solo Isaac soñó con las historias.

Ambos los hicieron, se unieron gracias a los telescopios y a una historia que fuera

verdadera o no, en sus corazones iba a quedar gravada por eternos años luz. La recordarían

hasta que las estrellas siguieran brillando, hasta que el cielo se cayera sobre ellos.

Quizás incluso después de eso. Uno nunca dejaba de ser un hijo caído de una estrella, uno

nunca dejaba de espiar al universo con su telescopio.

Era un había una vez que jamás dejaría de ser.