Los hombres que no son lo que parecen

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Una desgarradora historia de maltrato

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Los hombresque no son lo que parecen

María José Molina

© Los hombres que no son lo que parecen Propiedad intelectual de María José Molina © Finis Terrae_ediciones Departamento editorial de iokiné multimedia s.l. www.finisterraediciones.com [email protected] Telf. 0034 981 551 734

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Enero de 2012 - Edición 1ª

ISBN: 978-84-939547-1-0

Depósito legal:

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AGRADECIMIENTOS

Si tengo que agradecer algo a alguien, es la mejor ocasión para dirigirme a las tres mujeres más importantes de mi vida, mi madre, mi tía y mi abuela.

Sin ellas no estaría en estos momentos escribiendo nada, sabe Dios qué sería de mí si no hubieran formado parte tan directa en mi vida.

Mi madre por traerme a este mundo en una situación de maltrato y transmitirme a través de sus genes toda la información para saber defenderme mejor, en las adversidades de la vida y por supuesto, a sacar el carácter que ella no tuvo, y que en consecuencia pagó con su vida. Sólo tenía veintiocho años cuando nos abandonó.

Mi tía, una mujer con mucho carácter, pero espléndida con todos y con una sonrisa siempre en sus labios, muy protectora con su familia y muy cómplice conmigo en especial, siempre alegre y dispuesta a ayudarte en los peores momentos. Gracias tita. Nunca te olvidaré.

Y mi abuela, mi segunda madre, cariñosa, protectora, con carácter, pero muy graciosa, ella me crió cuando era muy pequeñita y fue la mujer de mi vida. También había sido maltratada por su marido, pero tuvo el coraje en aquellos tiempos de Guerra Civil en España, de abandonarlo, en Málaga y venirse con sus cuatro hijos a Valencia. Cuando sus hijos se hicieron mayores, también sería maltratada por ellos. Te he echado mucho de menos, yaya, desde que te fuiste de este mundo, mi vida ya no fue la misma y espero que llegue mi momento, para reunirme con vosotras, con las tres mujeres de mi vida.

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PROLOGO

En esta obra trato con mucho tiento explicar la verdadera personalidad de los hombres.

Eso sí, siempre con la pura verdad. Aunque sea impopular, es preciso que alguien se atreva a desenmascarar toda la falsedad que en esta sociedad rodea a los hombres.

Trato de aclarar todas las dudas que existen a la hora de juzgarlos y que pretendemos descubrir a través de sus palabras. Pocas veces por sus hechos, se les suele valorar por sus éxitos laborales y por lo llena que esté su cuenta corriente, a través de lo bien que viste, o el coche que lleva, pero pocas personas se detienen a analizarlos en profundidad, en esencia, o por qué son la mayoría como son.

La dura realidad está siendo descubierta en esta obra. Creo que ha llegado mi momento para destapar todo lo que he aprendido de ellos, a través de veintitrés años, de análisis diario, de interrogatorio diario, pues era casi una misión que cumplir para mí.

Y que ahora quiero compartir con vosotras, las mujeres más engañadas, y más decepcionadas, me veo en la obligación de ayudaros compartiendo todos los conocimientos adquiridos en estos años, de largas conversaciones a diario mientras alternaba con ellos.

Os ayudo también, dándoos a conocer mis verdaderas experiencias, mi vida más íntima, lo que he sufrido en carne propia.

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Las historias reales se viven como más propias, y por lo tanto, te ayudan a pensar y analizar más la tuya.

También expongo mis conclusiones y conocimientos para ayudar a entender las cosas que a veces tenemos tan cercanas y no vemos o no queremos ver.

Aclaro dudas sobre el maltrato en general. Pues cuesta mucho reconocer que una está siendo maltratada.

En general, quiero abrir los ojos a todas esas mujeres, maltratadas y para las que no lo son, que se preparen.

Cualquier ayuda por insignificante que parezca, a veces te puede salvar la vida o ayudarte a que no te la destrocen para siempre.

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CAPÍTULO 1

Desde que tengo uso de razón he confiado en los hombres.Primero los hombres de tu familia, aparecen en tu vida como los

salvadores y protectores de tu niñez, al menos yo lo viví así.Vivía con mi abuela paterna, puesto que me había quedado sin

madre al año de edad. Sus hijos solteros, que eran mis tíos, también vivían con ella, que era una mujer mayor y viuda.

Mi padre al cual veía de tarde en tarde, estaba trabajando en Alemania, y mi abuela su madre, me cuidaba.

Mi abuela materna había muerto también, con lo cual la única familia que conocía era la paterna. Recuerdo que mis tíos me llevaban de paseo, me compraban chuches y me mimaban bastante. Tengo que decir que mi abuela era una mujer muy cariñosa y atenta, era para mí mi madre.

Pasaba el tiempo, y yo crecía empezando a darme cuenta que mis tíos eran alcohólicos. Paco era un hombre muy cariñoso conmigo y ahora sé que me veía como su sobrina, y sí que me protegía y respetaba. Yo le quería muchísimo y me sentía muy segura con él, en cierto modo se convirtió en el padre que no tenía, por lo menos ejerciendo de ello.

Mi tío Rafael era el mayor, y dejé de verlo igual, cuando a menudo me llamaba para que durmiese la siesta con él. Empecé a pensar que las cosas que me hacía eran un abuso en toda regla.

A pesar de mi corta edad, sabía que aquello no era normal. Entonces empecé a desconfiar de él y a evitarlo. Nunca se le conté nada a nadie por no crear problemas, o en el fondo, porque no estaba segura de que mi abuela me creyese.

Cuando tenía unos cinco años, mi padre regresó de Alemania, se presentó en casa de mi abuela con una mujer que había conocido allí. Me

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obligó a dejar la casa de mi abuela, para irnos a vivir al pueblo de esa mujer, que terminó casándose con ella.

Tengo que decir que yo tenía una hermana un año mayor que yo, y un hermano un año menor, pero ambos habían estado acogidos, hasta ese momento, por otros familiares. Lógicamente mi padre nos llevó a todos al pueblo a vivir.

La convivencia con esa mujer y mi padre se convirtió en la peor pesadilla que se puede vivir. Tres niños que se sentían muy desgraciados por los malos tratos, las palizas y la indiferencia de su padre. Yo a menudo le pedía volver con mi abuela, pues la echaba mucho de menos. Lloraba por los rincones. No quería comer y siempre estaba enferma. Mi padre lejos de enternecerse se cabreaba mucho cuando yo nombraba a mi abuela, me pegaba, castigaba, y decía a mis hermanos que no me hablasen. Recuerdo que me hacia pis en la cama y cada día recibía una paliza, y las correspondientes humillaciones, y siempre delante de mis hermanos y amigas.

De repente comencé a preguntarme por qué ese hombre que se hacía llamar padre, era tan cruel con nosotros, unos niños tan pequeños.

Me convertí en la protectora de mis hermanos, y me dediqué a defenderlos cuando él o mi madrastra les pegaban.

Resulta que la figura de los hombres de mi vida, en aquel momento, se venía abajo. Todo lo protegida que yo podía haberme sentido, se desvaneció.

Ese fue mi primer desencanto con los “hombres”. Mi triste vida pasaba, entre palizas, humillaciones, y desprecios. Llegó la etapa de la adolescencia y a pesar de todo, en el fondo, soñaba que conocería a un chico al que le contaría mi triste vida, se casaría conmigo y sería feliz, y dejaría esa casa para siempre, para formar mi propia familia, y olvidar todos los años de malos tratos.

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CAPÍTULO 2

Cuando tenía quince años, empecé a salir con mi hermana a las discotecas por las tardes. Allí mi hermana conoció a un chico y empezó a salir con él. Él tenía coche y nos llevaba a casa con su amigo, que siempre iba con él. Yo me sentaba en el asiento trasero, lógicamente, hablábamos en el trayecto y empezamos a hacer planes de vernos también los domingos por las mañana los cuatro. Así ocurrió, pasaban los meses y empezamos una relación nosotros también.

Mi hermana y su amigo dejaron de salir juntos, pero nosotros continuamos con la relación, ya salíamos los dos solos, el venía a recogerme siempre una hora antes de la que quedábamos y me esperaba sentado en las escaleras de mi patio. Era un chico muy callado, reservado, y de familia trabajadora pero acomodada. Su padre y hermano trabajaban con él, se dedicaban a construir chalets, y a mí me parecía un chico apropiado para mí, su familia también, pues me parecía que era más normal que la mía. Poco a poco fui contándole toda mi niñez y todo lo desgraciada que me había sentido durante toda la vida.

Él decía que lo mejor para salir de allí era quedarme embarazada, puesto que yo tenía 17 años, por lo tanto era menor de edad. Y así fue; pronto quedé embarazada. Yo conseguí escaparme de casa y volver con mi abuela a la que echaba tanto de menos, ella aún vivía con sus dos hijos, los cuales le daban muchos disgustos por la bebida, y estaban ya muy enfermos, pero para mí era volver al paraíso.

A mi tío Rafael lo perdoné aunque nunca olvidé lo que me hizo, y seguí sin contar nada a nadie.

Aunque vivía con mi abuela seguía trabajando en el mismo sitio, estaba bastante lejos de mi nueva casa pero yo madrugaba más y seguía con el mismo trabajo.

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Mi embarazo empezó a dar sus primeros síntomas comencé a sentirme mal, estaba todo el día vomitando y descansaba muy poco puesto que hacia jornada intensiva, y por la tarde él me obligaba a quedar para salir. Empecé a notar que desconfiaba mucho de mí y me espiaba, no me dejaba ni a la hora del almuerzo en mi trabajo, que solo tenía quince minutos. Incluso mi jefa me preguntaba que si él no trabajaba, puesto que se tiraba en la puerta de mi empleo horas sentado en el coche espiándome por un cristal que dejaba entrever desde la calle, lo que yo hacía dentro. Cuando llegaban las diez de la noche yo estaba reventada de todo el día, puesto que me levantaba a las cinco de la mañana, y encima vomitaba sin parar.

Mientras se arreglaban los papeles para la boda, que no fue fácil porque éramos menores y mi padre no quiso dar su consentimiento para casarme, tuvo que ir mi tía paterna y mi suegra al Arzobispado de Valencia para que nos autorizaran a contraer matrimonio. Y así fue, la boda se celebraría el dieciocho de abril del setenta y seis, yo estaba casi de siete meses de embarazo.

Él seguía espiándome, no me dejaba ni respirar, cuando me subía a casa por las noches, me decía que yo tenía prisa por subir, pensaba que cuando se marchaba, yo me iba por ahí.

Tenía una amiga que era dependienta en una tienda de retales bajo mi casa, y acudía a visitarla de vez en cuando, él me preguntaba que si yo me acostaba con el dueño, que era un señor de setenta y cinco años, incluso llegó a pegarle un día con una barra de hierro. También llegó a acusarme de que el hijo que esperábamos era del hombre ese.

Ahí empezó mi nueva desgracia, yo subía a casa todas las noches llorando, y le confesé a mi abuela que no quería celebrar la boda. Mi querida abuela me dijo que era una buena decisión puesto que lo que estaba llorando no era nada con lo que me quedaba por llorar si me casaba con él.

Entonces, coincidiendo con que el médico me dio la baja, pues yo estaba muy baja de tensión y tenía desmayos, no salía de casa para nada, y no le abría la puerta. Le conté que no me casaría con él, y que a mi hijo lo criaría yo sola.

Una tarde estaba sentada en el comedor con mi abuela haciendo un

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suéter de lana para el bebé, mirábamos la televisión, y de repente apareció él detrás del cristal de la puerta de la terraza, pues vivíamos en un ático. Había saltado desde el terrado. Yo me quedé muerta, no quería que mi abuela se enterara, y no tuve más remedio que abrirle la puerta y hablar con él. Venía con unos peucos de bebé y un chupete, me pedía perdón por todo, yo le dije que no quería saber nada de él y entonces me contestó que dormiría en el rellano de la escalera. Y así lo hizo, yo no quería darle disgustos a mi abuela, pues la vecina se estaba enterando de todo, y al final lo perdoné. Terminé casándome con él por no montar más numeritos, y en el fondo, también por no ser madre soltera, que en aquel tiempo estaba peor visto que ahora. Pensaba que cambiaría cuando viviéramos juntos y que ya no desconfiaría tanto de mí, ahora entiendo que era una cría muy asustada.

Ignorante de mí, cuando empezamos a vivir juntos me machacaba a interrogatorios todas las noches. Todavía seguía diciéndome que yo me acostaba con el abuelo aquel, y que no estaba seguro que fuese el niño hijo suyo, me pasaba noches enteras sin dormir, me insultaba, me humillaba y amenazaba con contarle a sus padres que el niño no era su nieto de , lógicamente los insultos no los deletrearé, pero podéis imaginároslos.

Y volví a ser aquella niña asustada, con mucho miedo, me sentía de nuevo desprotegida, y mi vida era tan triste…

Empecé a claudicar en todo por mi niña, nacida el once de julio de 1976, le puse Eva, era preciosa y se parecía mucho a mí.

Pasó un año y parecía que él estaba más tranquilo, yo empecé a madurar antes que él, y le empecé a plantar cara. Aunque seguía espiándome, ya no desconfiaba tanto de mí, y la relación estaba más tranquila. Me quedé embarazada de nuevo, y él tenía que presentarse para cumplir el servicio militar. Yo empecé a respirar un poco más y sentí esa sensación de paz y libertad que te da el poder vivir sola, sin que nadie te acose o cuestione siempre tu forma de hacer las cosas. Él estuvo tres meses fuera, me escribía muchas cartas y las contestaba todas. Durante todo ese tiempo yo pasaba el día en casa de mi abuela con mi hija mayor, necesitaba estar con ella y ayudarle porque estaba muy mayor. Además me sentía querida y mimada por ella, como siempre. Aquellos meses pude sentirme llena y feliz,