Los hornos de los paras

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34 I≤FORµE ESPECIAL derechos humanos CAMBIO conoció los hornos crematorios que construyeron los paramilitares en Norte de Santander para no dejar rastro de sus víctimas. Los hornos de Mancuso E n la vereda Juan Frío de Villa del Rosario en Norte de Santander, un sitio conocido como “trapiche viejo” inspi- ra temor y respeto. Los que pasan por ahí instintivamente se echan la bendición y aceleran el pa- so. Y es que allí, cerca de un trapiche abandonado hoy cubierto por la male- za, los paramilitares construyeron en 2001 un horno crematorio que funcio- nó hasta 2003 y en el que incineraron los cadáveres de más de 200 víctimas. No hay rastros de cenizas o carbón, y pocos se atreven a hablar en voz alta sobre lo que allí pasó o a visitar el hor- no que, según cuentan, Rafael Mejía, ‘Hernán’, entonces jefe paramilitar de Villa del Rosario, construyó a comien- zos de 2001. Una casa abandonada y los restos de un trapiche en el que hay cruces pintadas dan testimonio de que allí la muerte estuvo presente. Como hoy está presente el mie- do porque en la zona rondan las llamadas Águilas Negras. Todo comenzó un miércoles de marzo de 2001. Unos para- militares llegaron en una camioneta Blazer blanca en la que llevaban a va- rias personas amarradas. “Eran como las 11 de la mañana y hacía mucho ca- lor —relata un testigo—. No recuerdo cuántos eran, cuatro o cinco, pero los tuvieron rato junto al trapiche viejo. Suponía que les iba a pasar algo pero cuando uno vive en zona de guerreros ‘come callado’ o si no termina igual”. Horas después, cerca de las 6:00 p.m., el testigo pudo comprobar que las personas fueron asesinadas: junto al trapiche donde habían construido el horno, yacían los cuerpos y allí perma- necieron varios días. “Uno pasaba con la cabeza agachada, olía a diablos, na- En este enclave de la vereda Juan Frío permanece uno de los hornos crematorios de los paramilitares. Fotos: Federico Ríos / Cambio

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En la vereda Juan Frío de Villa del Rosario en Norte de Santander, un sitio conocido como “trapiche viejo” inspira temor y respeto. Los que pasan por ahí instintivamente se echan la bendición y aceleran el paso. Y es que allí, cerca de un trapiche abandonado hoy cubierto por la maleza, los paramilitares construyeron en 2001 un horno crematorio que funcionó hasta 2003 y en el que incineraron los cadáveres de más de 200 víctimas. Publicado en la revista CAMBIO, edición 829 del 21 de mayo de 2009, en las páginas 34 a la 38. Autor: Elizabeth Yarce. Fotografías: Federico Ríos

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I≤FORµE ESPECIAL derechos humanos

CAMBIO conoció los hornos crematorios que construyeron los paramilitares en Norte de

Santander para no dejar rastro de sus víctimas.

Los hornos de MancusoE

n la vereda Juan Frío de Villa del Rosario en Norte de Santander, un sitio conocido como “trapiche viejo” inspi-ra temor y respeto. Los

que pasan por ahí instintivamente se echan la bendición y aceleran el pa-so. Y es que allí, cerca de un trapiche abandonado hoy cubierto por la male-za, los paramilitares construyeron en 2001 un horno crematorio que funcio-nó hasta 2003 y en el que incineraron los cadáveres de más de 200 víctimas.

No hay rastros de cenizas o carbón, y pocos se atreven a hablar en voz alta sobre lo que allí pasó o a visitar el hor-no que, según cuentan, Rafael Mejía, ‘Hernán’, entonces jefe paramilitar de Villa del Rosario, construyó a comien-zos de 2001. Una casa abandonada y los restos de un trapiche en el que hay cruces pintadas dan testimonio de que

allí la muerte estuvo presente. Como hoy está presente el mie-do porque en la zona rondan las llamadas Águilas Negras.

Todo comenzó un miércoles de marzo de 2001. Unos para-

militares llegaron en una camioneta Blazer blanca en la que llevaban a va-rias personas amarradas. “Eran como las 11 de la mañana y hacía mucho ca-lor —relata un testigo—. No recuerdo cuántos eran, cuatro o cinco, pero los tuvieron rato junto al trapiche viejo. Suponía que les iba a pasar algo pero cuando uno vive en zona de guerreros ‘come callado’ o si no termina igual”.

Horas después, cerca de las 6:00 p.m., el testigo pudo comprobar que las personas fueron asesinadas: junto al trapiche donde habían construido el horno, yacían los cuerpos y allí perma-necieron varios días. “Uno pasaba con la cabeza agachada, olía a diablos, na-

En este enclave de la vereda Juan Frío permanece uno de los hornos crematorios de los paramilitares.

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die los recogía porque la orden era que el que lo hiciera moría, solo podían acercarse los gallinazos —relata—. De-jaron secar los cadáveres al sol y cuan-do ya estaban casi solo los huesos, los pusieron en la parrilla del horno… No sabría decir a qué olía”.

La camioneta Blazer se volvió fami-liar en la zona. Llegaba con frecuencia después de hacer recorridos por Cúcu-ta, Puerto Santander, El Zulia, Villa del Rosario y Los Patios. “Mataban gente, la enterraban en fosas y a los seis me-ses la desenterraban y de una iba para la candela —cuenta una mujer—. Otras veces abrían los cadáveres, sacaban lo que tenían adentro y cuando estaban secos los picaban y bien picados iban al horno. Con decirle que a esto por acá le decían el matadero”. Nadie abría la boca, nadie decía nada. Imperaba la ley del silencio. Y del terror.

Confesión de parte

La incineración de cadáveres para no dejar rastro que recuerda el Holo-causto durante la II Guerra Mundial, fue práctica de guerra en Perú en los ochenta y en las dictaduras de Argen-tina y Uruguay, y ahora viene a des-cubrirse que también lo hicieron los paramilitares en Colombia. Sobre ese tenebroso método de desaparición die-ron cuenta el año pasado Iván Laverde, ‘el Iguano’, y Rafael Mejía, ‘Hernán’,

ante fiscales de Justicia y Paz. Ambas versiones fueron confirmadas por Sal-vatore Mancuso el pasado 30 de abril.

‘El Iguano’, ex comandante del blo-que Fronteras, contó que los mandos medios de las Auc tuvieron que acudir en 2001 a la incineración para “desapa-recer los cadáveres de los asesinados”, porque Carlos Castaño y Mancuso or-denaron no dejar rastro de los cuerpos. Dijo que la idea fue suya y que constru-yó uno en Puerto Santander. ‘Hernán’ hizo lo mismo en Villa del Rosario. “Había varios hombres encargados de prender los hornos, otros metían los cuerpos y estaban siempre vigilando

—relató ante Justicia y Paz—. Cada vez que había una cremación inmediata-mente se lavaba el horno para que no quedara huella”. También reveló que los cuerpos que no eran cremados en el horno o quemados en hogueras im-provisadas con llantas, los tiraban a los ríos Táchira, Zulia y Catatumbo. Y dijo que como no bastaba con desapa-recer los cadáveres, había que hacerlo con las cenizas y que éstas iban a una quebrada que conectaba con el río Tá-chira. Según él, mientras estuvo al frente de esa tenebrosa tarea en 2001, las víctimas fueron casi 100.

Al año siguiente la situación se des-bordó porque los paramilitares de la región no solo llevaban muertos sino también personas vivas. “Inicialmen-te, fueron incineradas allí unas 28 per-sonas para borrar evidencia, y unas 30 o 35 más, que yo recuerde, también terminaron allí —contó ‘el Iguano’—. La mayoría de los comandantes de mu-chos barrios de Cúcuta capturaban a una persona y la subían o citaban para darle muerte y la metían ahí”. El cálcu-lo de las autoridades es que en el horno de Juan Frío desaparecieron a cerca de 200 cadáveres.

Pero hubo más hornos. A cuatro ho-ras de Villa del Rosario y a hora y me-dia de Cúcuta, en Banco Arena, un co-rregimiento de Puerto Santander, ‘el Iguano’ se apoderó de un terreno

Iván L., ‘el Iguano’. Rafael Mejía, ‘Hernán’.

Salvatore Mancuso.

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en el que había una fosa donde los paramilitares enterraban a sus víc-timas, y lo convirtió en una finca para camuflar el horror. Mandó desenterrar 20 cadáveres y ordenó quemarlos para borrar toda evidencia en un horno que mandó construir en una finca conoci-da como Pacolandia. “Yo ordené a Jor-ge Cadena que sacara esos cuerpos de allá e igualmente que fabricara una es-pecie de horno y los incinerara —contó el ex jefe paramilitar—. Hizo un hueco, lo llenó con llantas y madera, echó los cuerpos en unas bolsas y los incineró”.

Dice que no hubo más incinerados y que el resto de las personas asesi-nadas en la región fueron arrojadas al río. “Fueron unas 18 personas aproxi-madamente, que yo recuerde”, le dijo ‘el Iguano’ al fiscal. Pero hay versiones en el sentido de que los desaparecidos

sado por sus hombres de extorsionar a una profesora de Villa del Rosario, y de un celador de Cúcuta. Por su parte, ‘el Iguano’ dice que no recuerda nom-bres.

Luis González, director de la Unidad de Justicia y Paz, dice que la Fiscalía es-tudia cómo depurar la lista de desapa-recidos en los hornos y que luego bus-carán los mecanismos de reparación. “Buscaremos asesoría internacional so-bre cómo ayudar a las familias de vícti-mas y hacer entregas simbólicas de los restos”, asegura González.

Mientras tanto, familiares de las víc-timas hacen hasta lo imposible para encontrar los restos de sus desapare-cidos. María del Carmen Torres, madre de Sergio López (tenía 18 años cuando desapareció en la terminal de transpor-tes de Cúcuta el 10 de marzo de 2002) está convencida de que su hijo fue inci-nerado en un horno de Villa del Rosario y quiere recuperar las cenizas. “Sé que no está en fosas y que tampoco lo tira-ron al río, quedó en el horno y lo quiero recuperar —dice con dolor—. En la fune-raria me dijeron que las cenizas de una persona caben en una caja de zapatos y si es eso lo que puedo recuperar pues al menos que me dejen hacerlo”. Enferma de cáncer, pide a los victimarios que tengan piedad. “Me pusieron un psicó-logo porque me corté las venas cuando me mataron a Deiby, mi otro hijo de 17 años, en marzo de este año”.

María Torres, madre de Sergio López, espera, como más de 100 familias, a que le digan si sus seres queridos desaparecidos terminaron en los hornos de las Auc.

En esta finca ‘el Iguano’ construyó su casa luego de desenterrar 20 cadáveres que ordenó incinerar.

son muchos más. “En Pacolandia es-pantan vivos y muertos, y por eso uno se despierta en la noche y siente como lamentos de toda esa gente que des-apareció allá”, cuenta un campesino de la región.

Flaca memoria

Establecer las identidades de los in-cinerados no será fácil para las auto-ridades teniendo en cuenta que 800 familiares de desaparecidos esperan saber qué pasó con los suyos en Norte de Santander. Hasta el momento, ‘Her-nán’ solo ha revelado el nombre de dos víctimas: José Agustín Amaya Muñoz y Luis Eduardo Correa Vega, desapare-cidos en 2001 y 2003, respectivamen-te, en Juan Frío. Y recuerda vagamen-te que también fueron incinerados los cadáveres de un joven de 14 años, acu-

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En Tibú, Diego González cuen-ta que en 2000 los paramilitares le desaparecieron a su hijo Luis Ángel, un joven que entonces tenía 17 años. “Lo último que supe fue que se lo llevaron a Banco Arena y quiera Dios que no haya terminado en el río, en el horno de ‘el Iguano’ o que me lo hayan matado con ‘el alacrán’ (mo-tosierra)”.Hace un mes, el 23 de abril, las Águi-las Negras desaparecieron a otros de sus hijos, Pablo Emiro, de 24 años, que vivía de la venta informal de gasolina. Pasadas las 2:00 p.m., el joven, que días antes se había nega-do a pagar una extorsión, tomó un

taxi colectivo rumbo a Cúcuta y unos hombres le hicieron la señal de pare. Según los pasajeros, obligaron a Pa-blo a bajarse y le ordenaron al con-ductor que siguiera sin él. Al parecer, terminó en Puerto Santander, donde está una de las bases de las Águilas Negras, grupo que suplantó a las Auc tras su desmovilización. Con la desaparición del joven llegan a 40 los casos ocurridos este año en Tibú, la mayoría atribuidos a para-militares. Impulsado por el padre, el pueblo marchó para exigir a las Águi-las Negras que digan qué hicieron con Pablo Emiro. “No quiero que la historia se repita”, dice el padre.

Yolanda Ocampo vive un calvario si-milar. Su esposo Orlando Sánchez de-sapareció el 22 de mayo de 2002. “Sa-lió de la casa para Puerto Santander a un trabajo con un ganadero y hasta la fecha no he sabido nada —cuenta—. Di-cen que lo mataron y lo tiraron al río o que lo quemaron en Banco Arena y no encuentran cuerpo ni nada”. Yolan-da señala a ‘el Iguano’ como el respon-sable. “No he podido ir donde él pero si al menos me dice que no busque más, yo descanso un poco —asegura—. Pero si está en una fosa, necesito los huesos para darle santa sepultura”.

Y es que sepultar a los muertos, sa-ber dónde están los restos, ayuda a que los familiares pueden completar el due-lo. “El daño para las víctimas es mucho mayor al no tener un cuerpo para llorar —explica la psicóloga Milena Corzo, de la Fundación Progresar—. Saber que el cuerpo estará desaparecido para siem-pre es un doble duelo”.

Los escalofriantes testimonios ob-tenidos por CAMBIO son una prueba más de las dimensiones del fenómeno paramilitar en Norte de Santander. Un fenómeno de profundas secuelas que aún están por conocerse. Un fenómeno que aún no ha desaparecido porque las historias siguen repitiéndose.

la histoRia se repite

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I≤FORµE ESPECIAL derechos humanos

Por E Gonzalo Sánchez,

Donde hay cenizasMemoria Histórica CNRR.

¿Q ué hacer con los hornos cre-matorios de las Auc, es la pregunta que surge luego

de conocer la existencia de estos esce-narios que son otra evidencia de la de-gradación de la guerra, y que evocan, en sus debidas proporciones, episodios históricos como el Holocausto.

Tal vez la primera cosa por hacer es un llamado de emergencia a la socie-dad y a las instituciones en función de la memoria y en función de la justicia.

Uno podría estar tentado a pensar en crear en esos sitios monumentos o

escuelas, es decir en erigirlos en sím-bolos de una contramemoria a esa bar-barie, que pretendió borrar su propio rastro. Pero a mí me asusta mucho esa idea de estandarizar una respuesta a ese tipo de escenarios.

Es probable que haya víctimas que no quieran saber nada de los hornos o no quieran conservar un registro de esa ignominia o de esa afrenta. Otras posiblemente querrán convertir esos aparatos de destrucción en un refe-rente de memoria para la sociedad de lo que pasó allí; querrán que se vuel-va un lugar de duelo, o de reconoci-miento público de los horrores de esta guerra. Por eso, antes de emprender

cualquier acción lo primero es hacer una consulta entre los familiares de las víctimas que sea posible estable-cer, o en general, entre quienes crean que allí pudo estar su ser querido.

Ocultar la verdad

Hay que hacerse unas preguntas de más fondo sobre qué evidencian esce-narios de terror como estos. ¿Quiénes son los victimarios? ¿Quiénes fueron las víctimas? ¿Qué objetivos y qué es-trategias sociales y políticas hubo de-trás del uso de estos artefactos? ¿Cómo se va a hacer justicia, o mejor, cómo va la institucionalidad judicial a afrontar o esclarecer estos crímenes?

Hay de parte de los victimarios una estrategia de ocultamiento de los he-chos, del delito, de la verdad. Los hor-nos son una tecnificación de los me-canismos del terror empleados para borrar el rastro de las víctimas y son así mismo una tecnificación de la im-punidad. Aquí se habla de la huella de los restos porque ni siquiera habrá res-tos. No hay cenizas, solo el sitio donde las provocaron. Aquí se desapareció in-cluso la fosa como huella. Las v;ictimas no tienen cómo llorar. Hablamos del duelo imposible porque al no poder identificarse el cadáver hay una tortu-ra mayor. El descubrimiento de estos hornos crematorios debe convertirse en la formulación de estrategias inme-diatas para impedir la destrucción de estas huellas; para acelerar las investi-gaciones de las miles de denuncias de los familiares de las víctimas.

Ahora el reto está en cómo devolver-le el nombre a estos cuerpos, la iden-tidad que pretendieron borrar con efi-

cacia los victimarios. Cómo devolverle el rostro al desapareci-do. La Justicia proba-blemente se encuen-tra frente a límites insuperables. En ese momento la memoria tendrá que hacer el

relevo y develar la brutalidad de esos mecanismos, de las estructuras que los hacen posibles y de los sentidos y sinsentidos que tratan de ser escondi-dos tras las cenizas de la verdad.

Una reflexión sobre cómo devolverles la identidad a las víctimas desaparecidas por los paramilitares y de las cuales no quedaron huellas.

Un trapiche viejo en Villa del Rosario conduce a los hornos crematorios de las Auc.