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1 Academia de Historia de Cuba LOS INDIOS DE CUBA EN SUS TIEMPOS HISTÓRICOS TRABAJO leído por el Académico Correspondiente en Camagiiey DR. FELIPE PICHARDO MOYA en recepción pública la noche del 28 de septiembre de 1945 LA HABAA IMP. EL SIGLO XX A. MUIZ Y HO. BRASIL UMS. 153-157, MCMXLV

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Academia de Historia de Cuba

LOS INDIOS DE CUBA EN SUS

TIEMPOS HISTÓRICOS

TRABAJO

leído por el Académico Correspondiente en Camagiiey

DR. FELIPE PICHARDO MOYA

en recepción pública la noche del 28

de septiembre de 1945

LA HABA�A

IMP. EL SIGLO XX

A. MU�IZ Y H�O.

BRASIL �UMS. 153-157,

MCMXLV

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Honorable Sr. Presidente:

Honorables Sres. Académicos:

Al agradeceros sinceramente el honor que me habéis conferido al recibirme como Miembro

Correspondiente de esta ilustre corporación, permitidme agradeceros de igual manera

vuestra bondad al aceptar este trabajo de ingreso, que no tiene otros méritos que la devoción

a la verdad histórica con que ha sido hecho y su apartamiento de toda pasión doctrinaria —

en realidad, más que méritos, cualidades naturales de todo estudio histórico que respete su

propia dignidad, e indispensables en el que aspire a despertar los ecos de un recinto

académico fiel a la honda y serena tradición científica esencial en los de su clase, como es

el de esta Academia de la Historia -de Cuba.

I�DIOS E HISTORIADORES

La vida de los indocubanos en sus tiempos históricos se nos presenta muy breve.

Containos para ellos esos tiempos a partir del descubrimiento de nuestra Isla por Cristóbal

Colón en 1492; y si bien son principales actores en los primeros años de la colonización,

que comenzó en 1511, muy pronto —antes de un siglo—, sus referencias desaparecen de las

páginas de nuestros libros de historia.

En realidad, la rápida extinción de los indocubanos por la crueldad individual y

sociológica de la colonización, fue un hecho cierto; pero sus alcances de rapidez y de

extensión aparecen exagerados en nuestras historias. No es tan difícil vislumbrar huellas de

su existencia en incidentales noticias de los siglos XVII y XVIII, y aun del XIX, y podemos

percibir hoy su herencia en nuestro vocabulario y en determinadas costumbres de algunos

núcleos de nuestra población, habiéndolos que afirman tener directa ascendencia aborigen;

y podemos creer que nuestros indios no desaparecieron tan pronto ni tan totalmente como

se ha venido estimando, y que su ausencia de aquellas páginas —aceptada como prueba de

la total extinción—, puede mejor explicarse por singulares actitudes de nuestros

historiadores —por causas diversas y aparte algunos de los que han escrito ya en los

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tiempos republicanos—, que les impedían ver el contenido propiamente vernáculo de

nuestro pasado, del que eran parte las supervivencias indígenas.

Nuestros primitivos historiadores hoy conocidos —Morell de Santa Cruz, Arrate,

Urrutia, Valdés—, para estudiar nuestros orígenes y los primeros tiempos de la

colonización dispusieron de fuentes escritas escasas y difíciles —destruidos los archivos de

las primeras villas cubanas por los asaltos múltiples que a todas ellas hicieran los piratas,

corsarios y bucaneros en los siglos XVI, XVII y XVIII, y lejanos durmiendo su sueño

centenario en los archivos españoles los llamados documentos de Indias. Por otra parte,

siendo ellos hijos legítimos de su tiempo, devotos de la insoportable erudición de moda

entonces, no podían, por el aliento culterano que los animaba, apreciar lo que hubiera de

esencial vernáculo en la historia que escribían, interesante para ellos, colonos leales de

gloriosa metrópoli, más en los sucesos que a ésta la incorporaban que en sus

manifestaciones peculiares. El indio era un incidente de la conquista, y no un elemento de la

sociedad que historiaban; y así vemos que al describirlos, siguen los textos de los primitivos

cronistas de Indias, cuando algunos de ellos podían haber conocido sus últimas

comunidades y documentarse de primera mano, tradicional y arqueológicamente.

Los que luego escribieron sobre Cuba —La Sagra, Arboleya, Pezuela—, pudieron

utilizar más amplia documentación. Sobre todo la del último sabemos que fue formidable.

Pero escribían ellos la historia de una colonia española cuando estaban amargadas sus

relaciones con la metrópoli, de la que eran hijos distinguidos y naturalmente

simpatizadores; y a la mayor gloria metropolitana referían la historia cubana, exaltando

cuanto hubiera en ella de lealtad y filiación a España, con olvido, apasionada interpretación

y quizás ocultamiento expreso de todo espíritu vernáculo que pudiera alentar deseos de

independencia. Así buscaban ellos en nuestra historia justificación para el mantenimiento

del dominio metropolitano y condena de los anhelos separatistas. Naturalmente, y por lo

que abonasen a favor del ideal de compenetración, eran postulados aceptados sin discusión

la escasa población indocubana precolombina, su rápida extinción y su negativa influencia

en la formación del pueblo cubano.

Una mejor disposición a percibir lo indígena en nuestro pueblo y su desarrollo se nota

en Rodríguez Ferrer; y Guiteras, que sentía en lo íntimo la cubanidad, pudo haber

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subrayado su espíritu en nuestro pasado —y a la par revisar los asertos sobre la rápida y

total extinción del indio—, de no haber contado con tan limitadas fuentes como tuvo a

mano, y no haber temido que se prohibiera —como al fin ocurrió—, la libre circulación de

su Historia en Cuba (1).

Lograda la independencia, pecamos los cubanos en sentido contrario al de los

historiadores coloniales —cegados por el deslumbramiento de nuestra epopeya libertadora.

Despreciamos nuestro pasado, del que sólo nos interesaban los errores y despotismos

metropolitanos, que justificaban y precipitaban la independencia. obtenida. Hicimos nuestra

historia más patriotera y polémica que sólidamente patriótica y científica. Ignoramos

factores de la formación colonial que daban a la misma un contenido de cubanidad, porque

no tenía el externo brillo de lo heroico revolucionario. No historiamos lo nuestro esencial,

sino los desaciertos de España. Error, desacierto, barbarie, era la rápida y total extinción del

indio por la codicia y la crueldad conquistadora, y el concepto primó sobre toda revisión del

hecho.

Hoy sabemos que es preciso estudiar nuestra historia como pueblo, mirándola desde el

pasado hacia el presente; no dando saltos en el vacío, sino encadenando pacientemente

todos los eslabones dispersos y atendiendo a la formación de nuestra personalidad, cuya

existencia justificó la independencia. Nuestros grandes hombres del siglo XIX no cayeron

del cielo: Tenían el recuerdo de sus antecesores y la esperanza de sus descendientes. El

cubano insurrecto era hijo del colono leal. La independencia no pudo ser obra de magia, ni

únicamente labor de los héroes guerreros: Fue el fruto natural del desarrollo colonial, del

nacimiento y formación de un. espíritu nacional. En nuestra historia tenemos que encontrar,

y encontraremos, la justificación de nuestro anhelo de vida propia por imperativos

fisiológicos de nuestro desarrollo, que es lo permanente, más que por derivación de los

errores metropolitanos, que es lo transitorio.

De ello obtendremos la fe en nuestros propios destinos.

Justo es señalar que en las últimas décadas el estudio de nuestra historia ha tomado una

dignidad condicionada por normas científicas a la par que sanamente patrióticas; y en este

sentido, la obra realizada por esta Academia de la Historia, registrada en sus Anales y

Memorias, y visible en sus publicaciones todas, es de sólido valor; y los nombres de ilustres

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académicos —basta citar como ejemplo el de su actual Presidente y sabio historiador

Emeterio S. Santovenia—, amparan una nutrida bibliografía, en la que la ciencia del

investigador se ciñe las galas del buen escritor.

La rápida extinción de los indocubanos fue un hecho cierto, históricamente exagerado

en sus alcances, ya vimos cómo y porqué. Andando el tiempo, antropólogos y arqueólogos

se interesaron por nuestros aborígenes. Un profesor español que es necesario nombrar y

elogiar siempre que se hable del estudio de las cosas de Cuba, Miguel Rodríguez Ferrer,

buscó por toda la Isla sus reliquias y sus supervivencias. El erudito y confuso Antonio

Bachiller y Morales les consagró páginas que aún hoy tienen vigencia científica. Andrés

Poey señaló sus relaciones con los otros indoantillanos.

Ya en nuestros días, después de las investigaciones de Montané y de don Carlos de la

Torre, y a la par con los norteamericanos Harrington e Irviug Rouse, numerosos autores

cubanos —no hay porqué citar sus nombres que todos recordamos—, han estudiado y

reconstruido la vida precolombina de nuestro aborigen, y distintos museos —imposible no

recordar el de don Eduardo García Feria, que a su formación consagró una vida laboriosa—,

nos ofrecen ricas muestras de su cultura material. Pero la reconstrucción de su vida histórica

en conjunto no se ha intentado, que sepamos, y hoy es difícil —y acaso imposible—,

lograrla, pues por las razones antes apuntadas tenemos muy poca información fidedigna

sobre ella.

EL I�DOCUBA�O Y LA CO�QUISTA

El indocubano llega a la Historia de manos de Cristóbal Colón, que en sus dos

primeros viajes a las Indias toca, como es sabido, en nuestra Isla, en sus costas norte y sur

respectivamente.

Hoy sabemos por los estudios arqueológicos, que en Cuba coexistieron grupos

aborígenes de distintas culturas; pero históricamente no tenemos de algunos de esos grupos

otras noticias que incidentales referencias a su supervivencia en los primeros tiempos de la

conquista, y en realidad el contacto apreciable del colonizador español fue únicamente con

el indocubano agrícola que generalmente llamamos taino. Pero como si la suerte le hiciera

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desempeñar a plenitud su papel de descubridor, Colón tuvo contactos, desde luego muy

superficiales, con gentes de los distintos grupos de indocubanos que conocemos. En su

primer viaje, los tuvo con los tainos del norte y del extremo este de la actual provincia de

Oriente, y en su, segundo viaje con los de la costa sur —diciendo en un lugar de la de

Camagüey la primera misa de que tenemos noticia histórica—, y además conoció a los

indios pescadores —a nuestro juicio los verdaderos siboneyes—, de los Jardines de la

Reina, y tuvo noticias de los guanatahabeyes que vivían en el extremo occidental de la Isla.

Así, en 1492 y 1494, los indocubanos todos, presentados por el Gran Almirante, hacen

su entrada en la historia de la cristiandad.

*

No es hasta fines de 1510 o principios de 1511 cuando se inicia la colonización de

Cuba, y nuestros indios son en realidad personajes históricos bien caracterizados,

desempeñando papeles de importancia. Pero del descubrimiento a la colonización, la

Historia los menciona incidentalmente unas cuantas veces, algunas en buena amistad con

los castellanos, y otras como enemigos. Hacia 1509, los de la región de Jagua auxiliaron a

Ocampo, que en ese puerto se detuvo al bojear la Isla, y también los de Macaca, donde el

mismo Ocampo dejó uno de sus compañeros enfermo (2), que enseñó a los indios a

componer areítos en honor de la Virgen María, cristianizándose su Cacique, que tomó el

nombre de Comendador y fue en 1511 amigo de Enciso. También los de Cueibá acogieron

benévolamente a Ojeda en 1510, y recibieron del mismo, y en cumplimiento de una

promesa que había hecho, una imagen de la Virgen, que el Cacique conservó en gran

veneración. Pero en cambio, el mismo Ojeda había sido atacado poco antes por los indios

del sur de Camagüey, y Valdivia y sus compañeros náufragos eran atacados y muertos en

Matanzas hacia 1510, y Juan de Nicuesa y los suyos sufrían igual suerte hacia 1511 en la

parte occidental de la Isla (3).

Posiblemente, algunos de esos indios sabían ya de las atrocidades de la conquista en La

Española, y otros no, o unos tenían jefes más agresivos que otros, y de ahí sus distintas

actitudes. Pero una explicación muy sugerente nos la ofrece la evidencia arqueológica que

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hoy tenemos, acusando que los indios de aquellas regiones en que los españoles fueron

atacados, posiblemente no pertenecían al mismo grupo cultural que los que tuvieron

amistosa conducta. En Jagua, en Macaca y en Cueibá, los principales pobladores eran

indocubanos agrícolas, tainos iguales o semejantes a los de La Española; y no así en. la

parte occidental de Cuba ni en las ciénagas del sur de Camagüey, donde indios de inferior

cultura —guanatahabeyes y siboneyes—, en esos lugares acorralados por la invasión taina,

lógicamente vivían en agresiva desconfianza. Más adelante encontraremos otras referencias

históricas que parecen confirmar esta sugerencia.

*

En 11 de junio de 1510, ya Diego Velásquez había partido desde Salvatierra de la

Sabana para Cuba. En enero de 1512, Diego Colón escribía al Rey trasladándole noticias de

la expedición (4). En marzo de este mismo año, una cédula hace saber a don Diego el real

placer por las nuevas de Cuba, elogiando la conducta de Velásquez y apreciando como los

indios cubanos son más razonables que los de las otras islas. ¿ En qué consistía esta

naturaleza razonable de nuestros indios ~ Parece que se les creía fáciles a convertirse al

cristianismo y dóciles a la conquista; y se le reitera a Velásquez que los trate bien, pero que

esté sobre aviso para que le tengan respeto(5).

Se ha estimado generalmente que los indocubanos se mantuvieron en actitud pacífica

frente a la conquista. Pero en realidad, a falta de grandes acciones guerreras, que no

permitían la densidad de población india, ni las diferencias de armamentos, no pocas

referencias históricas contradicen aquella creencia, y puede afirmarse que nuestros indios

defendieron su libertad muy dignamente, hasta el extremo de que en ningún momento, y

mientras la libertad no les fue reconocida en la ley y en la práctica, dejó de haber en la Isla

indios alzados.

Apenas afincado Velásquez en Baracoa, encontró la resistencia heroica de Hatuey. La

historia —matizada con oros de leyenda—, de este Cacique es sobradamente conocida en

sus líneas generales, y su recia personalidad ha merecido recientemente un devoto estudio

biográfico del distinguido periodista y autor dramático César Rodríguez Expósito (6). Pero

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en realidad desconocemos muchos detalles de tal historia, y aun de la lucha contra

Velásquez. Vencido por éste en una guerra de guerrillas, fue apresado y condenado a morir

en la hoguera, disputándose ser escenario donde se cumpliera la horrible sentencia dos

lugares igualmente llamados Yara —uno cerca de Bayamo y otro en la región de Baracoa.

La pretensión baracoense se nos antoja un poco caprichosa, existiendo como existe un

documento escrito por Velásquez, donde afirma haber fundado la villa de San Salvador de

Bayamo “cerca de un río grande llamado Yara, en el mismo lugar donde los españoles se

vieron libres del rebelde cacique Yacahuey” (7). La muerte de Hatuey por su ideal a manos

de los conquistadores castellanos, le ha dado relieve de héroe nacional, símbolo del

patriotismo indígena —no sin que recientemente se haya polemizado sobre si merecía tal

simbolismo, por no ser cubano de nacimiento, y sí venido de La Española. En buena lógica,

la polémica, nacida de un erróneamente anticipado concepto de la cubanidad, no tiene razón

de ser, como más adelante veremos, y Hatuey tiene preferente derecho a simbolizar la

resistencia indocubana a la conquista, por haber sido el primero en tiempo y en la

importancia del movimiento que acaudilló, reconocida por sus propios vencedores.

*

Un indio, según respetables testimonios históricos, paisano de Hatuey y uno de sus

principales capitanes, parece heredarlo, y según tales testimonios cobra singular relieve,

presentándosenos con una increíble doble vida, acaudillando a los indocubanos rebeldes en

distintos lugares. Es el cacique Caguax.

Obedeciendo en sus planes a un criterio geográfico que acusa un pleno conocimiento

del territorio cubano, Diego Velásquez confió a sus lugartenientes Francisco de Morales y

Pánfilo de Narváez el mando de sendas expediciones conquistadoras —pacificadoras, es la

palabra entonces en uso—, al interior de la Isla. Morales se adentró hacia la región de

Maniabón, donde hoy la arqueología nos dice haber existido una nutrida población

indígena, y encontró, o provocó con su desmedida y ambiciosa conducta, la rebelión de los

indios (8). Narváez partió hacia el valle del Cauto, y en Bayamo fue una noche sorprendido

su campamento por los naturales, finalmente rechazados y perseguidos hasta Camagüey —

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donde los fugitivos no encontraron buena acogida (9). Notemos, de paso, que esto bien pudo

deberse a no pertenecer los fugitivos al mismo complejo étnico que los indios del lugar de

refugio (10). De la resistencia en Maniabón no tenemos detalles ni nombres de caudillos;

pero de la sorpresa de Bayamo nos dice la historiadora Irene A. Wright, a quien no puede

negarse una excelente documentación de primera mano, que fue dirigida por el cacique

Caguax, paisano de Hatuey y su sucesor al frente de los bayameses, y que fue perseguido y

muerto por los españoles (11).

La columna invasora de Narváez, llevando éste al Padre Las Casas como asesor, y

reforzada debidamente, atravesó la región de Cueibá —donde antaño los indios habían

auxiliado a Ojeda, y aún veneraban como a preciado cemí la imagen de la Virgen que el

poco afortunado conquistador les dejara—, y se internó en la de Camagiiey. Ya en ésta, que

ciertamente no tenía entonces los mismos límites que la actual de ese nombre, pues dentro

de ellos corría el río Sasa, y en un pueblo —que por su descripción, con batey y casas de

linajes, podemos creer taino—, situado no lejos de la desembocadura del citado río, ocurrió

el sangriento suceso que en nuestra historia se conoce por matanza de Caonao. Allí

Narváez autorizó una despiadada carnicería, que conocida principalmente por la

conmovedora relación de Las Casas, se nos presenta como el más horrible episodio de la

conquista de Cuba. Cerca de dos mil indios, según Las Casas, fueron en aquel pueblo

exterminados por los hombres de Narváez, y sin que hubieran dado motivo para ello.

Velásquez, sin embargo, que exigía a sus lugartenientes se esforzaran en la penetración

pacífica, aprobó lo hecho por Narváez, aclarando que sólo hubo un centenar de víctimas, y

que la actitud rebelde y amenazadora de aquellos indios, posiblemente los que habían

muerto a nueve compañeros de Ocampo extraviados en la región, cuando Ocampo iba

desde Jagua a reunirse con él en Bayamo, hizo necesario el escarmiento. Dichos indios —

añade—, estaban acaudillados por uno que había sido capitán de Hatuey, llamado Caguax.

¿Hubo, acaso, dos caciques llamados igualmente Caguax, y los dos capitanes de

Hatuey, y rebeldes a la conquista? ¿ Se equivoca Irene A. Wright, directamente inspirada en

documentos del archivo de Indias, cuando llama Caguax al capitán y sucesor de Hatuey que

ataca a Narváez en Bayamo, y es perseguido y muerto? ¿Miente Velásquez cuando culpa de

la actitud de los indios de Caonao a un indio, ex capitán de Hatuey, llamado Caguax?

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El hecho cierto es que en Maniabón, en Bayamo y en Caonao, el indocubano sellaba

con su sangre, sobre su tierra invadida por hombres y animales extraños, su deseo de ser

libre; y durante toda la conquista, su actitud fue en general de rebeldía, como lo demuestran

referencias históricas a destacados personajes indígenas, protagonistas de episodios que a

pesar de la parquedad con que son narrados, se comprende que fueron de resistencia a la

penetración castellana. Así, y aunque después de Caonao no hay noticias de ningún otro

suceso guerrero o sangriento, vemos por una carta de Velásquez que los caciques de

Camagüey andaban alzados por los montes, y en el territorio de la actual provincia de Las

Villas, el cacique de Manzanillo —pueblo agrícola que había dejado morir sus siembras, en

perjuicio de los conquistadores—, y los llamados Caracamisa y Manatiguahuraguana —éste

al parecer acusado de actos de hostilidad hacia Narváez—, sólo difícilmente cedieron a la

política de atracción del Adelantado (12).

Otros caciques —llabaguanex y Yaguacayex—, desempeñaron papeles de importancia en la

conquista del territorio de las actuales provincias de La Habana y Matanzas. El primero, que

según Las Casas y Herrera tenía más de sesenta años y era de noble aspecto, entregó a

Narváez un hombre y dos mujeres, supervivientes del naufragio de Valdivia, ya medio

adaptados a la vida india; y el segundo fue acusado de la muerte de otros náufragos. Quiso

Narváez castigar a ambos, nada menos que con la hoguera; pero Las Casas logró la libertad

del anciano, y que quedase prisionero Yaguacayex hasta que Velásquez resolviera sobre él.

Velásquez lo amonestó y puso en libertad. Andando el tiempo, un hijo de Habayuanex pasó

a La Española, donde en atención a la conducta de su padre con los náufragos españoles,

fue bien atendido por el Gobernador, con el real beneplácito (13).

Desconocemos detalles de la pacificación, encomendada a Narváez, de la parte

occidental de Cuba, donde vivían los arcaicos indocubanos llamados guanatahabeyes. Las

Casas nos dice que, por ser cosa ya lejana cuando él escribía, no recordaba con cuanto

derramamiento de sangre se hizo, aunque estuvo presente en ella. Subrayemos nosotros que

esos guanatahabeyes, hoy tan presentes en los estudios arqueológicos, históricamente no

nos han dejado otro recuerdo que su nombre y leves referencias a su salvajismo.

Reunidos en Jagua el Adelantado y sus lugartenientes, a principios de 1514, puede

decirse que terminó la conquista de Cuba, y comenzó la colonización. Una nueva vida se

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iniciaba para el indocubano, y vamos a ver cómo la vivió.

EL I�DIO Y LA COLO�IZACIÓ�

Parece ser un hecho cierto que Diego Velásquez logró, durante su mando como

Gobernador de Cuba, mantener en quietud a los indios, sin que podamos fundadamente

atribuirle atrocidades como las cometidas por Ovando en La Española. Posiblemente los

nativos veían en él, organizador de la vida colonial, al representante victorioso de aquel Rey

y aquel Dios, para ellos igualmente lejanos de que hablaban los requerimientos, y que en la

encomienda daban muestras de su poder —y de ahí su respeto. Por lo menos, y aunque

algunos documentos de muy posteriores tiempos hablan de que en Cuba siempre había

habido indios alzados—, no es sino hacia 1520, ya al final de la vida de Velásquez y cuando

a los ojos de la colonia su autoridad había sido burlada por Cortés, y parecía haber perdido

el favor real, que encontramos las primeras noticias de rebeliones indias.

Sin embargo, el indocubano en realidad, y aunque no hubiese intentado sublevaciones

armadas, nunca aceptó la encomienda, como tampoco aceptó más adelante la llamada

experiencia. De modo reiterado se evadió de la primera, hacia la libertad por medio del

suicidio, logrado por la ingestión del zumo de determinada clase de yuca, o por el

ahorcamiento. “Sucedió —nos cuenta Las Casas—, ahorcarse toda junta una casa, padres e

hijos, viejos y mozos, chicos y grandes, y unos pueblos convidaban a otros que se

ahorcasen.” Este hecho del suicidio en masa, confirmado por distintas versiones fidedignas,

no debemos creer que obedeciera simplemente a la desesperación individual en unos y a la

imitación en otros. Tiene, por el contrario, una significación más honda: El suicidio, a veces

epidémico y sujeto a formas rituales, y como expresión tradicional de protesta o agresión

contra hechos de que no es posible tomar venganza en otra forma —coincidiendo, por

ejemplo, con la llegada y prédica de los misioneros cristianos, y realizado preferentemente

en la época de los bailes nativos—, ha sido estudiado como formando parte del complejo

cultural de algunos aborígenes sudamericanos —como los matakos del Chaco argentino y

los kaingansg del Brasil (14). Una carta de Gonzalo de Guzmán habla de que cuando los

indios cantan sus areitos, se reúnen los de cincuenta leguas a la redonda, saliendo muy

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desabridos, y siempre hay muertos. Nuestra historia habla también de suicidios de los

aborígenes cuando se quiso acomodarlos a la vida colonial mediante las experiencias, y es

clásico el caso del cacique Anaya, suicidado en 1535 con su mujer y su hija; y en 1578 se

envenenaron los macurijes que Cristóbal de Soto capturó en Matanzas (15). Muy

posiblemente, el suicidio de los indocubanos no era la huída del individuo a su fatal destino,

sino expresión de agresión al colonizador.

Ya organizada y en marcha la vida colonial, el indocubano mantuvo un estado de

rebeldía latente, que a ratos se hacía visible en verdaderos alzamientos. Una carta del factor

Hernando de Castro, escrita en Santiago en agosto de 1543, nos ofrece una clara visión de

esa actitud: Dice que en veinte años que lleva viviendo en Cuba, “no ha habido uno en que

no haya habido necesidad de echar sisa para pacificar y conquistar indios cimarrones o

bravos. Cada año se van a los montes y salen en Navidad, que es tiempo de seca, y queman

haciendas matando españoles e indios mansos y robándoles mujeres. Ahora que escribo

están alzados” (16). Nótese, en el texto de Hernando de Castro, la diferencia apuntada entre

los indios cimarrones y los indios bravos, y los distintos verbos pacificar y conquistar,

aplicados respectivamente a unos y otros.

Como antes dijimos, en 1520 encontramos la primer referencia concreta a indios

alzados. En esa misma fecha, en una información seguida por Lucas Vázquez de Ayllón

sobre las diferencias entre Velásquez y Cortés, un testigo declara que en el término de

Trinidad hay un rancho de indios alzados, y que también los hay en los términos de

Bayamo, Baracoa y Santiago. Otro testigo hace referencia a un rancho con multitud de

indios alzados en La Habana y un tercero habla de uno que tiene trescientos o cuatrocientos

indios (17). Desde entonces y hasta que el Gobernador Angulo pregona y hace cumplir las

disposiciones sobre la libertad del indio, hay numerosas referencias a alzamientos y

rebeliones, en cartas de Gobernadores, Cabildos, Oficiales Reales, Alcaldes y colonos. Pero

las noticias —a veces marginales a otras de personal interés de quien las ofrece—, son

confusas, y es difícil obtener una visión de conjunto y llegar a saber si tales rebeliones

tuvieron o no alguna relación o unidad; y en todo caso hay que no olvidar la inédita riqueza

de los archivos de Indias, y que pensar siempre en la posible rectificación de la síntesis

lograda. Con esta salvedad, ofrecemos la nuestra.

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Parece que pudiéramos determinar tres distintas sublevaciones, o series de alzamientos,

desde 1524 hasta 1550. Dos series, una que corre de 1524 a 1532, y otra que comienza

hacia 1538 y se sostiene hasta 1544,. corresponden a los indios de la actual provincia de

Oriente, desde Maisí y Baracoa hasta Santiago. De acuerdo con la Historia y la

Arqueología, deben ser indios tainos, de cultura agrícola; y efectivamente, cuando se habla

de sus ranchos, se dice que en ellos tienen labranzas. La otra serie corresponde a los indios

que los documentos contemporáneos llaman cayos —muy posiblemente los que nosotros

hemos llamado siboneyes—(18)

, cuyo carácter agrícola es muy dudoso. —y es de notarse que

en relación con esta serie no se habla de ranchos de alzados, y sí de indios que surgen de

isletas circundantes y apartados despoblados de la región—, y se extiende desde Bayamo al

río Sasa, principalmente en la provincia de Camagüey, registrándose sus más notables

alzamientos desde 1523 hasta 1530.

Agrupamos así los alzamientos atendiendo a su localización y fechas, y no porque

pueda afirmarse que todos los de una serie estuvieran relacionados, ni porque existan

razones para estimarlos dirigidos por un mismo caudillo. En realidad, no acusan tener otra

unidad que el común origen del maltrato al indio y el natural deseo de éste de su personal

libertad; y sólo con un poco de imaginación podemos pensar que algunos obedecieran a un

plan general. Así, por ejemplo, los posteriores a 1537, que son los más importantes, estarían

animados por la esperanza de reconquistar la tierra nativa, que los indios sabían despoblada

de españoles útiles por la expedición de Hernando de Soto a la Florida.

Cansado sería relatar los episodios de que tenemos. noticias, correspondientes a esas

distintas series que suponemos. En 1524, se reportan varias muertes de españoles por los

indios alzados, y se habla de la inseguridad de los caminos. En 1525,. dice Gonzalo de

Guzmán que en cada una de las provincias de las villas cubanas andan y están muchos

indios alzados, y rebeldes, haciendo muchos males y muertes de españoles e indios mansos.

En 1526 se autoriza al mismo Guzmán para que emprenda formal guerra contra los indios,

previo proceso jurídico y requerimiento a los alzados prometiéndoles el perdón si entran en

obediencia. En 1528, los Procuradores reunidos en Santiago hacen constar la inseguridad de

los caminos por los indios rebeldes. En 1.529, se dice que la fundición produjo poco oro

porque ha habido numerosos alzados, que han muerto muchos cristianos y les indios

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pacíficos están aterrorizados. Esto mismo año el Cabildo de Santiago informa de un

alzamiento en que fueron muertos diez españoles, vecinos honrados y conquistadores, y

también indios mansos y negros, destruyéndose haciendas y ganados. En 1530, el propio

Cabildo habla de que en B4uacoa está alzado un indio llamado Guamá, que trae con él más

de cincuenta indios tiempo ha y tiene en los montes muchas labranzas, y que “aunque hasta

ahora nota hecho mal más que recoger indios mansos, podría ser que de allí se levantase un

fuego” (19).

El nombre de Guamá ha sido más de una vez opuesto al de Hatuey como símbolo de

nuestra rebeldía india, abonándosele ser cubano de nacimiento y haber guerreado durante

diez años contra los españoles. En realidad no hay razón para tal oposición, y sin

menoscabo de la gloria que pueda tener Guamá, es indudable que Hatuey tiene las de ser el

primero en combatir la conquista, y su muerte heroica, debiendo para ambos jefes y

teniendo en cuenta la época, primer el concepto étnico sobre el del territorio como

expresión de una cuhanidad que no existía: Hatuey, indio de un pueblo que se extendía en

regiones de Haití y del extremo oriente cubano, estaba en éste tan en su patria como en

Guajaba. Por otra parte, ignoramos el lugar del nacimiento de Guamá, así tomo la extensión

y duración de sus actividades guerreras Una información seguida en 1538 en Santiago a

instancias de Manuel de Rojas, nos dice que los prisioneros hechos en el rancho do Guamá

esperaban que -viniese a Cuba Enriquillo, el cacique rebelde de La Española, lo que es muy

sugerente para suponerle a Guamá un intimo contacto con los haitianos, cuando no su

nacimiento en Haití; y ciertamente sus actividades estuvieron localizadas en el extremo

oriental cubano, desde el punto de vista aborigen identificado con La Española, y a juzgar

por el informe antes citado del Cabildo de Santiago, aún no había hecho daño alguno en

1530, Bien porque lo hiciera después, o porque la existencia de su rancho fuera una

amenaza potencial o porque despertara la codicia de los rancheadores, que cobraban por la

captura de cimarrones, dos años más tarde, en 1532, y gobernando Manuel de Rojas, se

enviaron contra él dos cuadrillas, cada una con seis españoles y veinte indios y al mando de

dos capitanes que posiblemente fueran Diego de Barba y Gonzalo de Obregón y su rancho

fue destruido. Posteriormente, Gonzalo de Obregón fue a capturar sus indios dispersos. El

reparto de estos prisioneros, como el de los traídos por Barba, fue motivo de rencillas entre

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los colonos, y el factor Hernando de Castro promovió diligencias reclamando como de su

encomienda dos indios de los apresados por Obregón. En la información seguida, las

declaraciones de los prisioneros nos ofrecen curiosas noticias del rancho de Guamá, quien,

según las mismas —y nótese su coincidencia con los informes del Cabildo de Santiago en

1530—, no había hecho daño alguno a. los españoles. En cambio, mataba muchos de sus

indios llevándolos engañados fuera de su rancho, y así mató al marido de una de las

declarantes, que luego hizo su mujer. Al ser atacado su rancho, ya Guamá había sido

asesinado —y esta oscura muerte no es comparable a la de Hatuey—, por un su hermano

llamado Guamayry, que le sucedió como jefe de los cimarrones, entre los que se encontraba

un cacique principal llamado Juan Pérez (20)

Con la destrucción del rancho de Guamá en 1532 podemos cerrar la primera serie de

alzamientos de los indios orientales. La segunda, que como ya dijimos tuvo mayor

importancia, coincide con la llegada a Cuba de Hernando de Soto. Sabido es que Soto puso

muy poca atención al gobierno de la Isla, llevándose de ésta hombres y bastimentos de toda

clase para su expedición a la Florida. En 1540, los Procuradores reunidos en Santiago dicen

que tanto los indios alzados, que abundan sobre todo en los confines de Baracoa, como los

de paz. ‘‘platican y cantan en sus areitos que los españoles no pueden durar mucho en Cuba,

pues no quedan en la isla sino los enfermos y los que poco pueden’’. Es un hecho que a

partir de 1537, en que se habla de un alzamiento en que mueren ocho españoles y cuarenta

indios mansos, las rebeliones se suceden. En l538 los cimarrones atacan a Baracoa y

queman su iglesia, y otras referencias más de la misma fecha relatan distintos alzamientos

con muertes de españoles. En 1539, los indios de una cuadrilla que iba a Baracoa, desarman

y matan a los españoles que los capitaneaban. El pueblo de Baitiquiri se alzó, y sus indios

de paz se embijaron como los cimarrones —nótese el hecho de pintarse los indios para la

guerra—, y a Ianzadas mataron sus estancieros castellanos. Se alzan los indios del pueblo

de Camanien, encomendados a Pedro de Paz; los de Alcalá, encomendados al tesorero

Hurtado, los del pueblo de Caoba y los encomendados a Bernardino de Quesada. Las minas

son abandonadas, y urgentemente se piden armas a la metrópoli. ‘‘Se creyó —dice el

Alcalde Bartolomé Ortiz—, que toda la Isla estaba alzada”. En 1540 siguen los alzamientos,

y un año más tarde se llega a la conclusión de que para combatirlos, mejor y más eficaces

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que las cuadrillas de españoles son las formadas por indios leales libres, a los que se ofrece

un sueldo mensual. A una de estas cuadrillas, cuyo capitán murió en acción y designó un

pariente como su sucesor, dicen en 1542 los Procuradores reunidos en Santiago que “se

hizo mucha honra’’ porque en recia pelea destruyó un rancho que había en una áspera

sierra, matando muchos de sus cimarrones y llevando otros prisioneros a la ciudad, donde

se les hizo justicia (21).

No se destaca el nombre de ningún cacique en relación con estos alzamientos.

posiblemente uno llamado Briznela, preso en Bayamo y condenado a muerte,

conmutándosele esta pena por la de destierro gracias al Obispo Sarmiento, que al fin logró

ul total perdón reintegrándolo a su asiento de Camanien, fue uno de los jefes (22).

La otra serie de rebeliones tuvo como principal escenario el territorio de la actual

provincia de Camagüey, y sus protagonistas más destacados fueron los indios cayos, a los

que ya hicimos referencia. Con ellos se alzaron también en algunos lugares los indios que

los documentos contemporáneos llaman “de la Isla”, y que podemos pensar son los tainos.

El alzamiento se había extendido en 1525 desde Bayamo hasta el río Sasa, y con todas las

formalidades de una declaración de guerra se nombró al conquistador Rodrigo de Tamayo

para que fuese como capitán a combatirlo. Tamayo debería matar los indios cayos que

estimase cabecillas, y esclavizar los otros “desgobernándolos de un pie en pena de su

maleficio”. En 1527 los alzados dieron muerte a siete españoles y varios indios de paz. En

1528 atacaron la villa de Puerto Príncipe, y quemaron parte de ella. En 1529 se creía que

estaban dominados, pero el mismo Gobernador Gonzalo de Guzmán pudo ser testigo de

cómo salieron en número de unos cincuenta de unas isletas al norte de Camagüey,

uniéndose a otros salidos de un despoblado existente entre Puerto Príncipe y Sancti

Spíritus, y quemaron varios pueblos de indios mansos. Fueron perseguidos y se les hizo

numerosos prisioneros, y entre ellos tres principales jefes, muy malas personas según

Guzmán, que se hacían pasar —y la referencia es única entre las conocidas sobre los

indocubanos—, por adivinos y hechiceros, y además inmortales para las armas españolas (23).

Hacia 1550 podemos dar por terminados los alzamientos indios. Proclamada poco después

la libertad de los aborígenes, no hubo porqué perseguir a los que buscaban en la soledad de

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los montes su pacífica independencia. Por otra parte, en quiebra la economía minera de la

colonia, el indio no hacía falta en las minas. Quedan pocos, y considerados siempre como

menores de edad, se les recoge en unos cuantos poblados, otorgándoseles determinados

privilegios, al amparo de funcionarios llamados “Protectores”. Otros viven míseramente, en

las márgenes de las villas españolas; y a unos y otros, y con más razón a los restaron como

pacíficos cimarrones, nuestra historia los olvida. Sin embargo, sabemos que hay sangre

india en muy limpias venas cubanas; de vez en cuando, la sombra del indio refleja al

margen de algún sucedido; y en pleno siglo XIX —y aún hoy—, la voz del indio se escucha

a ratos, reclamando, como en los alzamientos de hace cuatrocientos años, el dominio de su

tierra propia.

LA I�CORPORACIÓ� DEL I�DIO

Es un hecho que el colonizador español no repugnó la unión con la aborigen, y más de

una real cédula recomendó propiciar los matrimonios de españoles con indias, y favorecer a

los que los realizaran, sobre todo si ellas eran hijas de caciques(24). Entre nosotros, sabemos

de varios casos en que la prole mestiza obtuvo honores y preeminencias. Basta citar como

ejemplos el de Miguel de Velásquez, que llegó a ser canónigo de la catedral de Santiago,

“mozo de edad y anciano de doctrina”, como de él dice el contador Juan de Agramonte en

documento de 1547, y el de los hijos de Vasco Porcallo de Figueroa, que desempeñaron

altos cargos y fueron troncos de nobles familias principeñas. También podemos recordar

que al fundarse en 1570 el primer mayorazgo cubano, lo fue a favor del hijo de una

indígena (25). Ha quedado recuerdo documental de estos casos por corresponder a la

aristocracia de la época, y es lógico creer que fueron numerosos los de la gente anónima.

Así, en tanto los aborígenes se extinguían en las encomiendas y no pocos morían luchando

por su libertad, el mestizaje de español y de india se incorporaba a la población blanca de la

colonia.

*

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No nos hemos detenido a estudiar la encomienda, forma de esclavitud a que fue sujeto

el indio en los primeros tiempos de la colonización, por ser sobradamente conocida; y

tampoco trataremos de la ingenua Experiencia —ensayo para probar su capacidad para la

vida colonial española—, por existir sobre ella los estudios definitivos de José M. Chacón y

Calvo, de Emeterio S. Santovenia y de Lewis Hanke(26). Ciertamente el indio de Cuba no

aceptó ni uno ni otra, como lo demuestran los suicidios y rebeliones a que ya hemos hecho

referencia. Encomienda y experiencia —y esto es lo interesante para el presente estudio—,

fueron base de los pueblos de indios que entre nosotros supervivieron hasta el primer tercio

del siglo XIX, como los ranchos de cimarrones fueron núcleos de los grupos de población

campesina cubana que hoy en apartadas regiones, y sin historia escrita, ostentan su origen

indio.

Es un hecho que aparte esos llamados oficialmente pueblos de indios en que se

recogieron los mansos dispersos, como ovejas, Guanabacoa, Jiguaní, Caney, Tarraco y

otros, y aparte también los grupos aborígenes que vivían en las villas españolas y a los que a

veces se hace referencia en las visitas de los obispos y en las acta de los cabildos, restos

más o menos numerosos de la raza se refugiaron en apartados rincones de la semidesierta

isla de los siglos XVII y XVII, y conservaron lo aborigen, en personas y cosas, con más

fidelidad que los mismos oficiales pueblos de indios; y así podemos hoy notar que mientras

en éstos la actual población ha olvidado aquella ascendencia, en otros .lugares de Cuba de

desconocida historia, que más tardíamente lograron vías de comunicación y contacto fácil

con el resto de la Isla, hay núcleos de pobladores que afirman su ancestro indio, justificando

por él la posesión de las tierras que disfrutan desde tiempo inmemorial —como ocurre en

algunos fundos orientales. Por otra parte, la arqueología está demostrándonos la existencia

de localidades indias que convivieron con la colonización, en lugares donde las referencias

históricas no las recuerdan, y donde la evidencia arqueológica, a flor de tierra, acusa lo

relativamente reciente del establecimiento. Seguramente una cosa fue la extinción del

indocubano manso, sin carácter apenas junto al poblado español, y otra la de aquellos

grupos de ignorados cimarrones, a los que la otorgada libertad puso a cubierto de las

persecuciones y capturas. Esos grupos pudieron conservar su carácter indígena, y andando

el tiempo, al mezclarse con la creciente población que poco a poco invadía sus hasta

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entonces desconocidos territorios, originaron nuestros actualmente llamados indios de

Yateras, Caujerí, Yara, Dos Brazos, Yaguaramas y otros lugares, y quizás dieron a nuestros

guajiros de muchas regiones ese marcado tipo físico, bastante corriente entre ellos, que en

el afán de ignorar nuestros indios llamamos comúnmente yucateco o guachinango —y sin

razón alguna, porque si es verdad que hubo en Cuba a mediados del siglo XIX alguna

inmigración de indios de Yucatán, no fue tan importante como para dejar impresa su huella

en nuestra población campesina.

Los testimonios de la existencia de indios desde el final del siglo XVI hasta mediados

del XIX, son abundantes, sin que naturalmente los tengamos relativos a los que vivieron sin

contacto con los centros de población oficiales. Una real cédula de 1567, niega el reducir a

una sola población y encomendar los indios que andaban derramados por los montes. A

fines del siglo XVI y principios del XVII, según censo de los vecinos de La Habana, útiles

para su defensa, vivían en ella más de cuarenta aborígenes, y Guanabacoa era pueblo

exclusivo de ellos, con más de trescientos vecinos, y lo fue aún durante mucho tiempo,

existiendo allí todavía a principios del siglo XVI, según Pezuela, una familia indígena.

Terminado el siglo XVI existía en rebeldía un poblado de indios macurijes, es Matanzas,

que destruyó Cristóbal de Sotolongo. En Guane aparecen bautizos de indígenas inscriptos

en libros parroquiales posteriores a 1600, y en el partido de Pinar del Río aún en 1773 había

en la parroquia de San Rosendo libros de bautismo para ellos; habiéndose igualmente

registrado bautizos de indios en Quivicán en 1724 y en 1725 (27). En 1647, cuando el

chantre Antonio de Moya fue a Mayarí en busca de un yacimiento de oro en la tierra de

Cristal, llevaba de guía un indio llamado Mateo Pérez (28). En el siglo XVII, eran indios los

que oficialmente prestaban servicios de vigilancia en el extremo occidental de la Isla —el

que histórica y arqueológicamente está reputado por menos poblado precolombinamente—,

para avisar la proximidad de naos enemigas; y hay constancia de que formaban, y en no

escasa proporción, entre la tropa que se reclutaba para rechazar las invasiones corsarias. En

el famoso combate que siguió al rescate del Obispo Altamirano en 1604, y que narra el

Espejo de Paciencia con literal verdad histórica, los únicos heridos de la tropa bayamesa de

Gregorio Ramos, fueron indios. En 1612, en la visita que a su diócesis hace el Obispo

Armendániz, encuentra indios puros, aunque pocos, viviendo en las villas de Santiago,

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Bayamo y Puerto Príncipe, y mestizos en Trinidad; y los de Guanabacoa eran numerosos.

En 1673, el Obispo Gabriel Diez Vara Calderón organiza misiones para ilustrar a estos

indios de Guanabacoa, que vivían en absoluta ignorancia. En 1669, al decir de Bacardí en

sus Crónicas de Santiago de Cuba, estaba a cargo de los naturales la conservación del

camino de esta ciudad a Bayamo. En 1659, según Calcagno en su Diccionario, se reconocía

el título de Cacique a Marcos Rodríguez, descendiente directo del fundador de San Luis del

Caney (29) Unos años antes, en 1655, este Cacique había defendido con feliz éxito los

derechos de sus indios a las tierras que ocupaban (30). En 1796, el Alcalde, un Regidor y el

Teniente de las Milicias del mismo pueblo, todos de ascendencia india, acusaban al

Protector José Francisco Valverde por haber despojado a Blas Ramos y cuatro indios más

de sus tierras (31), y en el siglo XIX veremos la última contienda jurídica entre los indios del

Caney y la Corona española. En Puerto Príncipe existían indios en 1627, cuando defendían

triunfalmente la propiedad de la iglesia de Santa Ana, que desde 1607 les había otorgado el

Obispo Altamirano; y aún en 1838 pudo Bachiller y Morales ver sus descendientes viviendo

a orillas de la población, o sea, en las márgenes del Tínima y el Hatibonico (32), y la frase

“indio de la orilla”, para designar a una persona de ascendencia desconocida, perdura hoy

en el uso cotidiano de Camagüey. En Yaguaramas y en Canarreos, cerca de Zapata, había

indios a mediados del siglo XVII, y en el XVIII los había en Caunao, al fondo de la bahía de

Cienfuegos, y a fines del XVII en Remedios, donde hacían sus casas por lo común del

guano llamado mctnaca~881

. Todavía en el siglo XVIII existía la comunidad de Jiguaní,

fundada en 1701, dotada de un ayuntamiento indígena en 1737, recibiendo en 1753 una

misión de nueve días del Obispo Morell, y hablando en 1777 de su raza vencida y

reclamando a título de su carácter indígena determinados derechos; y de las Memorias

sobre Bayamo escritas por Manuel de J. Estrada para la Sociedad Patriótica de la Habana,

consta la existencia de apreciables núcleos de indios en esa villa a todo lo largo del siglo

XVIII, y que había dos compañías de milicias formadas por ellos exclusivamente. Poco

antes del sitio y toma de La Habana por los ingleses, merodeaban por la provincia dos

bandoleros indios, y al decir de Pezuela en su Diccionario Geográfico, los aborígenes que

de antiguo habían escapado a la destrucción de su raza apalencados en la sierra del Cuzco,

aún daban señales de vida en 1800, atacando a Pinar del Río y provocando contra ellos una

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expedición que ordenó el Gobernador Someruelos (34). En 1803 fue muerto en Puerto

Príncipe el famoso Indio Bravo, que desde 1800 atemorizaba la región con sus actos de

bandolerismo, y que a pesar de algunos detalles contradictorios parece ser el mismos

llamado Martín, que en la jurisdicción de Las Villas cometió en la misma fecha varios

crímenes, secuestrando dos niñas, y el mismo también que en igual fecha merodeó por

Santiago de Cuba. Los Ayuntamientos del Príncipe y de Santiago pusieron precio a su

cabeza. La muerte en Puerto Príncipe del Indio Bravo, a manos de Serapio de Céspedes y

Agustín Arias, es un hecho histórico probado, y ellos cobraron del Ayuntamiento el premio

ofrecido. Pero no conformes, reclamaron también la gratificación de doscientos pesos que

en La Habana se ofreciera pagar en casos análogos; y, en 1804 el Real Consulado,

reconociendo que los reclamantes habían cobrado los mil pesos del Ayuntamiento

principeño, y a pesar de estimar que la gratificación habanera era sólo efectiva para esta

jurisdicción, dispuso que por bondad se les pagase. Una tradición dice que el Indio Bravo

venía de Pinar del Río. En 1844, el Real Consulado conoce de una reclamación de la viuda

de Juan de Acosta, por haber muerto éste en una expedición contra el indio de la Vuelta

Abajo(SS>.

LOS PUEBLOS DE I�DIOS

Hemos hablado varias veces de los llamados pueblos de indios. La colonización

consideró siempre a los indios como menores de edad, necesitados de amparo y protección.

Con tal criterio, se fundaron las experiencias, y como indirectos sucesores de éstas podemos

estimar los pueblos, en los que, ya reconocida la libertad, se recogieron los dispersos que

mansamente vivían —restos de las encomiendas—, en las cercanías de las villas españolas.

Sabemos que hubo varios de estos pueblos —Guanabacoa, Tarraco, Ovejas, Guguaney,

Jiguaní, El Caney—, y que en ellos los aborígenes, con autoridades locales de su propia

raza y sujetos a la tutela de sus Protectores, gozaban de determinados privilegios,

principalmente en cuanto a la posesión de la tierra y pago de contribuciones. En

Guanabacoa —y es de suponerse que en los otros poblados fuese igual—, se prohibía la

venta de vino, a no ser con licencia del Protector. Los alguaciles castellanos debían respetar

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los hogares indios, y en caso de otorgarse una merced de tierras en lugares donde hubiese

indios, la posesión de éstos no sería perturbada, oyéndose en primer término el informe de

sus Protectores. Estos no siempre cumplieron con sus deberes de tales, y hay constancia de

más de un caso de quejas de sus protegidos. Desgraciadamente, y aparte algunos

expedientes de estas quejas, nada sabemos de estos pueblos —algunos como Jiguaní, en el

que se refundió el de Ovejas, y El Caney fundados en tierras donadas por descendientes de

Caciques, y por ellos gobernados—, ni de su formación, desarrollo, usos y costumbres de

sus habitantes.

Guanabacoa desapareció pronto como pueblo de indios; pero no así Jiguaní y El Caney,

y es lástima no tengamos la historia de su evolución. En el actual año ~ 1945, hace

precisamente un siglo que por última vez los indios del Caney alzaron su voz en defensa de

sus privilegios de aborígenes de Cuba, que la ley española pretendía arrebatarles. Una Real

Orden, de 11 de enero de 1821, estimando que por la Constitución eran españoles todos los

hombres libres nacidos y avecindados en territorio español, estimó que los indios habían

salido del estado de minoridad en que las leyes los consideraban, y los igualó a los demás

españoles, aboliendo los cargos de Protectores de indios. Poco más tarde, las tierras que los

indios de Cuba —a los que se estimaba del todo incorporados a la población blanca—,

poseían con determinados privilegios, debían revertir a la Corona. En 1826, mi abuelo,

Francisco Pichardo Tapia, abogado en ejercicio en Puerto Príncipe, presentaba ante la Real

Audiencia una exposición de agravios de los indios del Caney, en defensa de sus tierras. En

1845 se había fallado que estas tierras revertiesen a la Corona española. Entonces el Síndico

del Ayuntamiento del Caney, Remigio Torres, haciendo constar su origen indio y en

representación de la comunidad, insiste en que por lo menos, como se ha hecho en el Cobre,

se le dejen sus tierras a todo el que pueda justificar ser indio puro o sin mezcla de sangre

inferior. Dice que aquella es la ciudad más antigua de la Isla pues en ella se encontraron

viviendo los indios originarios, y se recogieron otros. Muchas familias tienen y conservan

su origen genealógico, como los Montoya, los Torres, los Pérez, los Rodríguez, los

Almenares. El Síndico puede justificar la existencia de indios puros —y habla en marzo de

1845. Hay muchos indios en el semicírculo extendido desde el paso de la Virgen hasta los

pies de la sierra de Limones, y muchas veces los han reunido los blancos para dominar los

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alzamientos de los negros de los cafetales de Limones. En pocas horas pueden reunirse tres

o cuatrocientos indios. De noche, bajan al pueblo a dormir, y los domingos oyen misa y

tienen sus bailes originarios (36).

Posiblemente los pobladores del Caney exageraban la pureza de su sangre aborigen,

tratándose de defender por ella sus intereses materiales. Mas no tenemos derecho a suponer

que todo el alegato fuese invención; y el hecho es que en 1849 los reclamantes se

conforman, con un voto de gracias, porque se les otorgan tierras a los que puedan justificar

ser indios puros o sin mezcla de sangre inferior, y esta conformidad y agradecimiento

demuestran que creían sinceramente poder probar su filiación.

EL LEGADO DEL CIMARRÓ�

Esta voz de los indios del Caney, es la de los descendientes de los indios mansos, los de

las encomiendas y las experiencias, conservados al amparo de las leyes españolas. Pero los

indios alzados, los más o menos cimarrones —y antes ya hemos hecho referencia a esto—,

a los que la extinción de las encomiendas y la proclamación de libertad permitieran vivir en

paz en sus ignorados ranchos —indios sin existencia legal y por tanto sin voz como tales—,

también legaron su sangre, y quizás con más pureza, a sus descendientes nacidos en

apartados rincones de la Isla, y en posesión simplemente material de tierras desconocidas

para la Corona, aunque a ésta pertenecieran por ficción jurídica.

De vez en cuando estos indios se hacen notar incidentalmente —y a ellos corresponden

algunas de las referencias antes citadas—, y podemos pensar que de

ellos descienden los campesinos que hoy con la tradición de su origen indio, encontramos

ocupando en distintos lugares de la Isla tierras que ahora se deslindan —entre otros los

llamados en Oriente, y con razón, indios de Caujerí y de Yateras. Estos últimos aparecen en

1868 luchando junto a los mambises—, y en 1895 en contra, siendo en ambos casos

temibles por el conocimiento del territorio en que operan (37) y aún hoy en el que ocupan no

han podido hacer valer sus derechos domínicos los extraños que alegan tenerlos por la sola

razón de títulos notariales. En 1848, cuando Miguel Rodríguez Ferrer recorre la Isla

estudiando su naturaleza y civilización, encuentra varias familias indias viviendo en

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apartada libertad en el valle de San Andrés, en plena Sierra Maestra (38). El norteamericano

Stewart Culin nota en 1902 supervivencias indias en La Güira, en Yara y en Dos Brazos,

sitios aledaños a Yateras y Baracoa, y algunas de ellas tan digna de atención como el

conservarse la sucesión matrilineal (39). Juan J. Cosculluela hace en 1913 trabajos de

desecación en la ciénaga de Zapata, y se sorprende descubriendo gentes de ascendencia y

costumbres aborígenes (40). Harrington observa en 1915 el tipo marcadamente indio de

muchos nativos de la región de Maisí (41), y nosotros hemos visto sus rasgos característicos

en guajiros de Camagüey, en las regiones de Cubitas, Magarabomba y Vertientes, algunos

de ellos con tradicional constancia de su origen indio.

POBLACIÓ� I�DIA

Ignoramos qué población india tuvo la Isla, y al tratarse de ello siempre se ha mezclado,

ofreciendo conclusiones tan apasionadas como preconcebidas, la polémica sobre la mayor o

menor crueldad de la colonización hispana.

Ciertamente, antes y después del descubrimiento había en la Isla grandes extensiones de

su territorio totalmente desiertas; pero a la vez vemos hoy que en ninguna de sus actuales

seis provincias falta la evidencia arqueológica del establecimiento del indio, y en algunos

lugares esa evidencia acusa una densidad de población muy apreciable. En Banes, por

ejemplo, un cálculo basado sobre el número y espesor de los sitios de población estudiados,

permite suponer la de diez habitantes por kilómetro cuadrado —que en el barrio de

Yaguajay llega a los cincuenta; y esto rebajando a una tercera parte la media de habitantes

que se estima para poblados de comunidades agrícolas como las indocubanas de esa región (42). Cuando Velázquez dispone la conquista, y Cuba es recorrida desde oriente a occidente,

a todo lo largo del territorio las columnas expedicionarias tienen contacto con distintos

grupos de aborígenes, y se habla de regiones muy pobladas, como Bayamo y Camagüey. En

citas de Velázquez y de Las Casas confrontamos nombres de más de veintiséis de las que

ellos llaman provincias indias —que desde luego ya sabemos que no debe creerse lo fueron

conforme al concepto político de tales, pero sí regiones de determinada importancia; y en

una rápida lectura de los más conocidos documentos de Indias referentes a Cuba, se notan

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más de sesenta nombres de pueblos indios. La actual toponimia cubana, casi

exclusivamente india en toda la Isla, parece indicar que no debió ser tan escasa ni tan pronto

extinguida la población que así estuvo extendida y dejó en tantos nombres de lugares y

accidentes geográficos el recuerdo de su ocupación.

Sin llegar —como algunas veces ha sido de moda—, a injustificadas críticas de la

colonización española, hay que admitir que la de las Antillas, y en consecuencia la de Cuba,

y por causas que no hay porqué detenerse a exponer ahora, fue prácticamente de fatal

exterminio para los aborígenes; y sabemos además que los nuestros, aparte los suicidios en

masa de que ya hemos hablado y que nuestra historia relata en distintas ocasiones, la última

en 1538, sufrieron más de una vez epidemias de viruelas que los diezmaban. A la vez indios

de Cuba, y en respetable cantidad, fueron llevados por los conquistadores españoles a sus

empresas continentales: Ponce de León los llevó a combatir los caribes, Hernán Cortés a

México, Pánfilo de Narváez y Hernando de Soto a la Florida. En 1749, se habla de que hay

indios de La Habana nada menos que en Guatemala (43).

En realidad, ni documentos ni cronistas de Indias nos ofrecen datos bastantes ni

fehacientes para calcular nuestra población aborigen. Por su parte, la Arqueología está en

sus comienzos, y no siempre concuerda con el dato histórico. Si ciertamente, por ejemplo,

pueden citarse numerosas referencias a indios y pueblos de indios de las jurisdicciones de

Bayamo y Holguín, y en éstas hay también numerosas evidencias indoarqueológicas, apenas

podemos encontrar citas históricas sobre la región de Banes, donde la arqueología acusa la

más densa población indocubana hoy conocida, con pruebas de haber subsistido en no

pequeña parte después de la conquista. En realidad, el testimonio histórico conocida se

limita casi todo a los indios existentes en lugares más o menos cercanos a los centros de

colonización españoles; pero no podemos suponer que no existieran indios en otras

regiones, porque la arqueología los acusa en algunas muy lejanas a esos centros; sin que

tampoco sea lógico pensar que los aborígenes de tales regiones lejanas figuren, capturados y

trasplantados, junto con los de las cercanías de las villas castellanas, por no ser ese

procedimiento de captura y trasplante propio de la colonización cubana, y sí el contrario de

encomendar conjuntamente y sin arrancar de su territorio —fuera naturalmente de las horas

de labor en las minas—, los indios de un pueblo y cacique (44). Por otra parte, es preciso no

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olvidar, cuando se quiere calcular la población aborigen de Cuba a base de las referencias

de los documentos de la colonización, que en los tiempos históricos aún supervivían en la

Isla grupos de indios de distintas culturas: El conquistador se estableció en las cercanías de

los pueblos de los indios, a quienes necesitaba para el laboreo de las minas y el trabajo

agrícola, y su contacto principal fue así con el indocubano agricultor, que era el general

poblador de la Isla y el que vivía en verdaderos poblados. Pero en ciénagas, costaneras y

cayos adyacentes, y quizás si también en cavernas y abrigos roqueros de apartadas sierras,

existían, más o menos numerosos y nutridos, grupos de indios no agrícolas. Sea cual fuere

su importancia —y por el testimonio arqueológico parece no haber sido del todo

despreciable en algunos lugares—, esos grupos, apenas citados en alguna noticia

documental, deben ser tenidos en cuenta al calcular la población aborigen de Cuba en los

tiempos históricos.

Toda referencia numérica a los indios en los documentos de la colonización que

conocemos, es imprecisa, y algunas parecen contradictorias.

Un dato muy citado, que tanto los partidarios de la tesis de nuestra escasa población india

como los de la furia exterminadora de la conquista española esgrimen muy a su sabor, es el

que ofrece Vadillo en 1532, diciendo existir entonces en Cuba tan sólo cinco mil indios (45).

Pero al dato hay que darle un valor de relatividad, ya que contradice razonamientos

lógicamente fundados en testimonios arqueológicos. A menos que se piense en una

población aborigen precolombina muy reducida —mucho más de lo que permiten suponer

las evidencias arqueológicas hoy conocidas—, no es posible admitir, por muy extremado

que sea el concepto que se tenga sobre la ferocidad exterminadora de la conquista, que a los

veinte años de iniciada ésta existan sólo cinco mil indios, si la arqueología acusa núcleos

aborígenes—como algunos de la ya citada región de Banes—, con notable densidad de

población y vida bastante en los tiempos históricos para ofrecernos hoy muestras del

intercambio entre las culturas hispana y aborigen. Muy posiblemente Vadillo se refiere no

más que a los indios de Santiago y de Bayamo y sus alrededores —y en todo caso

exclusivamente a los encomendados y mansos que vivían en las villas españolas y sus

cercanías, únicos que él podía tomar en cuenta, puesto que ni él ni nadie podía saber el

número de los cimarrones, no escasos entonces, ni el de los que existieran en las regiones

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de la Isla que en esa fecha —y aún siglo y medio más tarde—, eran prácticamente

desconocidas. No hay que olvidar, por otra parte, que el encomendero, siempre luchando

por aumentar su encomienda, a veces debida a favores del repartidor violentando el derecho

de otros, ocultaba en lo posible los indios que tenía, sin contar —como más adelante

veremos que hace Manuel de Rojas—, los ancianos y niños. Además, puede estimarse

como seguro que Vadillo, conforme a lo usual en la época y el lugar, sólo enumerase los

indios que eran cabezas de familia.

En 1544, cuando ya hay numerosas quejas de la escasez de los indios —“para servirnos

son pocos y para alzados y dañar muchos”, dice Gonzalo de Guzmán en 1539—, en cinco

villas de la Isla que visita el Obispo Sarmiento, y que son Bayamo, Puerto Príncipe, Sancti

Spíritus, La Zavana y San Cristóbal, cuenta mil ciento cuarenta y tres aborígenes

avecindados en ellas; y si al contarlos se sigue el mismo sistema que con los vecinos

españoles, en ese número sólo entran los cabezas de familia. Y así debe de ser, porque en

otra relación análoga del Obispo Castillo, sólo los indios casados se enumeran. Fuera de la

visita de Sarmiento quedan Baracoa —donde una referencia un poco anterior dice que había

doscientos doce aborígenes—, y Santiago, y nada se dice de Guanabacoa ni de El Caney,

que existían entonces como pueblos exclusivos de indios —aparte otros que es lógico

pensar que hubiera, entre otras razones porque una real carta del año siguiente —1545—, se

habla de los “pueblos de indios” y las “provincias de indios” que hay en Cuba. Bayamo

aparece en la relación de Sarmiento con cuatrocientos indios; y sabemos sin embargo que

poco tiempo antes uno de sus fundadores, Manuel de Rojas, tiene él solo trescientos

encomendados, sin cortar los niños y los ancianos, que suman unos cien; y es de creerse que

no fuera ésa la única encomienda de Bayamo (46). La Zavana aparece con ochenta indios, y

Vasco Porcallo de Figueroa, su fundador y entonces principal vecino, terrateniente también

en Trinidad —que no fue visitada por el Obispo—, y en Puerto Príncipe —que aparece con

doscientos treinta y cinco indios—, y que tenía una hija casada con el cacique Juan de

Argote, con toda seguridad que no disfrutaba de menor encomienda, que Manuel de Rojas y

que no sería el único encomendero de las citadas villas. Poco más o menos por la misma

época, Gonzalo de Guzmán tenía tres pueblos encomendados, y se hacían repartimientos de

doscientos y de ciento cincuenta indios. Todo indica que en la relación de Sarmiento —que

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desde luego no es expresamente un censo de indios—, sólo se incluyen los indios cabezas

de familia que vivían en las villas españolas que él visitaba cumpliendo sus deberes de

Diocesano.

En 1569, también el Obispo Castillo visita su diócesis, incluyendo el pueblo de indios

de El Caney, que no visitó Sarmiento, y como éste dejando sin relacionar a Santiago, sede

del obispado. Castillo sólo cuenta —lo dice expresamente—, los indios casados, con un

total de doscientos cincuenta y siete. Entre las visitas de. Sarmiento y de Castillo han

transcurrido veinticinco años, y se han abolido las encomiendas, proclamándose y

cumpliéndose de veras la libertad de los indios; y éstos aparecen disminuidos en casi un

ochenta por ciento, a pesar de visitar Castillo a Baracoa, que no visitó Sarmiento, y el

pueblo de El Caney, exclusivamente de indios. Pero no hay que dar demasiada importancia

a la relación de Castillo, de la que podemos decir lo mismo que dijimos de la de Sarmiento,

y en la que encontramos la total omisión de los indios de San Cristóbal de la Habana, donde

trece años después, en 1582, y al contar sus vecinos útiles para defenderla, se enumeran

cuarenta indios —aparte desde luego los de la cercana Guanabacoa, que no visitaron

Castillo ni Sarmiento (47).

Atendiendo. a los historiadores, encontramos la misma falta de datos concretos sobre la

población indocubana. Colón, al recorrer en sus dos primeros viajes nuestras costas norte

—sabemos que únicamente la correspondiente a la actual provincia de Oriente— y sur —

desde su extremo oriental hasta la ensenada de Cortés—, las estima muy pobladas; y

ciertamente sólo en la del norte encuentra no menos de quince sitios de población, y por las

humaredas que divisa, calcula existan otros muchos tierra adentro. En la del sur, visita

poblaciones de importancia en las provincias de Oriente y Camagüey. Gomara dice que

Cuba era muy poblada, y lo mismo Herrera. El historiador cubano Antonio José Valdés, en

su Historia de la Isla de Cuba, atribuye a Narváez y Las Casas la afirmación de que la Isla

tenía unos doscientos mil habitantes. Las Casas y Herrera hablan de que siete mil indios

atacan a Narváez en Bayamo; y poco después Narváez, al perseguirlos, espera para entrar en

la región de Camagüey que le lleguen refuerzos, por ser esa región muy poblada. El Inca

Garcilaso dice que en 1538 estaba Cuba muy poblada de indios. Guiteras, con el principal

fundamento de que Oviedo y Gomara suponen más de un millón de habitantes a La

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Española, se inclina a considerar que los de Cuba igualmente llegaron al millón (48). Desde

luego, este cálculo es del todo inadmisible.

En una nota puesta por la Sección de Historia de la Sociedad Patriótica de la Habana al

margen del capítulo de la Historia de Arrate —edición de Cowley y Pego—, consagrado a

los primitivos habitantes de Cuba, dice que la población de la Isla no debió pasar de las

trescientas mil almas, y se cita una Memoria sobre la materia, presentada por don Manuel

Mariano de Acosta. No conocemos esta Memoria, pero el cálculo de la Sociedad Patriótica

peca de generoso.

Ramiro Guerra, basándose en la escala de Ratzel para el género de vida de los primitivos y

su densidad de habitantes, calcula una población indocubana de cien mil almas. A nuestro

juicio, clasificados nuestros indios como agricultores y pescadores, considerando las

evidencias arqueológicas, así como los datos de documentos y cronistas de Indias, y los

posteriores acusando supervivencias de aborígenes hasta tiempos recientes, y sin olvidar el

legado indio en nuestro vocabulario y nuestras costumbres, a pesar del carácter de

exterminio para el indio que tuvo la colonización, de cuyo inicio no han transcurrido aún

quinientos años, un estimado para nuestra población aborigen de unos doscientos mil

habitantes parece acertado, sin que tal estimación, aunque mayor, desentone mucho de la

generalmente aceptada por etnólogos y arqueólogos para la densidad de población de

comunidades como las que ocuparon el suelo cubano, ni para la América del Norte y

México (49).

A juzgar por los testimonios históricos, esta población estaba muy desigualmente

repartida, radicando su mayor parte en la actual provincia de Oriente. Una inmensa

proporción de los referentes a los indios y sus supervivencias, corresponde a esta provincia

—a lo que puede oponerse que ello se explica porque Oriente fue núcleo de la colonización

y teatro de sus primeras escenas, y que por su extensión y características topográficas

puede, mejor que otras regiones cubanas, ofrecer refugios a aislados grupos humanos. Pero

ciertamente la arqueología confirma el aserto de los documentos, pues más del ochenta por

ciento de los sitios de población y yacimientos indocubanos conocidos, muchos de ellos

acusando haber existido en los tiempos históricos, están en Oriente. Del tanto por ciento

restante, no menos de una mitad corresponde a Camagüey, repartiéndose la otra entre las

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demás provincias cubanas. Ahora bien, es un hecho que Camagüey y Oriente, por haber

tenido hasta tiempos recientes mayores extensiones de tierras vírgenes que las otras

provincias, pueden mejor que éstas haber conservado los vestigios arqueológicos. Pudiera

ser que futuros descubrimientos de éstos en las cuatro provincias occidentales, hiciesen

variar los referidos tantos por cientos; y en realidad es raro que en la parte oriental de Las

Villas se conozcan hoy pocas evidencias indoarqueológicas, cuando ciertamente los

colonizadores establecieron sus primeras poblaciones en aquellos lugares cercanos a los

mayores núcleos aborígenes, y precisamente en esa parte de Las Villas se fundaron, a poca

distancia unas de otras, Trinidad, Sancti Spíritus y La Zavana.

Aparte los pueblos de indios que sin detallar su situación se citan en muchos de los

documentos de Indias, en éstos y en los historiadores también llamados de Indias se

nombran regiones que se denominan provincias, y que lógicamente debemos suponer

fueran de mayor importancia, a lo menos por su extensión, que los dichos pueblos. Todos o

casi todos nuestros historiadores han recogido esa nomenclatura con mayor o menor

exactitud, y hasta situando algunos las provincias en el actual mapa de Cuba. Concordando

textos de Las Casas y de Velásquez, Pezuela ofrece una relación de veintiséis, a saber:

Maisí, Baní, Sagua, Maniabón, Barajagua, Bayamo, Maiyé, Guaymaya, Bayaquitirí,

Macaca, Boyuca, Cueibá, Cayaguayo, Guáimaros, Camagüey, Ornofay, Cubanacán,

Guamuhaya, Magon, Sabaneque, llanábana, Habana, Marién, Guaniguanico y

Guanacahabibes (50). José María de la Torre incluye dos más, Guacanayabo y Maguanos, en

su famoso mapa, del que ignoramos los fundamentos topográficos.

En realidad, es arriesgado situar toda esa nomenclatura en el mapa. Desconocemos qué

diferencia pudiera haber entre los que los documentos y los historiadores llaman pueblos y

provincias, y qué contenido territorial o político tuvieran las últimas; y de las de Cuba, no

se nos dice si tenía o no cada una un Cacique principal, ni se cita jamás un Cacique como

jefe supremo de alguna de ellas, ni simplemente con el nombre de alguna; hablándose a

veces de “los caciques” de tal o cual provincia. Una sola vez se hace referencia a

dependencia o relación entre provincias, cuando Velásquez habla de “las provincias sujetas

a las de Camagüey” (51), y de que “Sabaneque depende de Camagüey. A nuestro juicio hay

razones para pensar que Sabaneque, región del norte de Las Villas donde estaba el poblado

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palafítico de Carahate, era territorio poblado por siboneyes no agrícolas, sometidos a los

agrícolas taínos camagüeyanos, establecidos hasta el noroeste de Las Villas.

Para situar en el mapa las regiones indias, debe seguirse mejor un criterio arqueológico

y geográfico que no simplemente histórico. Por nuestra parte, y como este trabajo nuestro se

concreta a los indocubanos en sus tiempos históricos, nos limitaremos a señalar,

ateniéndonos a las referencias históricas y a las arqueológicas que ofrecen pruebas de

supervivencia india posterior al descubrimiento, las regiones de la Isla donde hubo

población aborigen, y qué clase de población fue la existente en dichos tiempos históricos.

Indios de cultura agrícola, conocedores de la alfarería y el pulimento de la piedra, y que

mantenían contacto con los de Haití de igual cultura, poblaban el extremo Este de Cuba,

con núcleos más o menos importantes en las regiones de Baracoa, Maisí, Guantánamo y

Sagua de Tánamo. Grupos aborígenes de la misma cultura, quizás de un más remoto

afianzamiento en Cuba, estaban en gran número poblando las regiones de Banes, Puerto

Padre, Holguín, Bayamo, Manzanillo, Cabo Cruz y Santiago; mientras otros núcleos de los

mismos, posiblemente procedentes de las más antiguas inmigraciones de los de su clase,

radicaban en la actual provincia de Camagüey en los alrededores de la ciudad de este

nombre y en lugares de las jurisdicciones de Guáimaro, Cubitas, Ciego de Avila y Morón.

Estos indios se extendían también a la provincia de Las Villas, en su parte oriental y en los

alrededores de Cienfuegos. Hasta aquí el testimonio histórico sobre la. ocupación de esas

regiones por el indocubano agrícola, está confirmado por el arqueológico de sus sitios de

población, que faltan desde la parte central de Las Villas hasta el extremo occidental. Hasta

el Mariel, sin embargo, y con localizaciones en las cercanías de Matanzas y en ambas costas

de La Habana, se extienden las referencias históricas a ese indocubano, citándose un

poblado de ellos en Guaniguanico.

También en los tiempos históricos, indios de cultura no agricola —aunque en algunos

lugares adquirieran por el contacto con los antes citados nociones de agricultura y

alfarería—, vivían en la costa sur de Camagüey, al norte del centro de Las Villas, en Zapata

y en algunos lugares de Pinar del Río. En el extremo oeste de esta provincia, supervivían

indios trogloditas, que en un remoto pasado precolombino habían ocupado otras partes de la

Isla (52).

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Los colonizadores llamaron indios de la, isla, o simplemente indios, a los de cultura

agrícola que encontraron siendo los generales pobladores de Cuba, y que habían dominado

y se habían incorporado como una clase social inferior a los no agrícolas establecidos en las

regiones que ellos ocuparan; y a estos indios no agrícolas que alcanzaron a conocer en

libertad en las costas y los cayos adyacentes y por esta ubicación y su peculiar género de

vida distinguieron de los otros, los ~ llamaron siboneyes o indios cayos; dando el nombre

de guanatahabeyes a los trogloditas occidentales. Actualmente, los más de los arqueólogos

aceptan —y permitasenos decir que hemos contribuído a esta general aceptación, correcta

aplicación en el campo arqueológico de los nombres históricos de dos distintos grupos de

indo-cubanos—, los nombres de guanatahabeyes y siboneyes para los cavernícolas

occidentales y los pobladores de costas y cayos respectivamente; y a los indios de la isla los

llaman tainos o subtaínos, según se quiera denominar a los del extremo oriental, o a los más

antiguos inmigrantes del resto de Cuba (53).

Algunos de los actuales nombres de lugares en las regiones que liemos señalado como

pobladas por aborígenes en, los tiempos históricos, se encuentran en documentos fidedignos

como propios de pueblos y provincias de indios. Pero no siempre el actual lugar

corresponde al del mismo nombre del documento; ni las investigaciones arqueológicas —y

debemos citar al respecto los intentos de Irving Rouse en relación con sitios de Banes—

~54~, permiten el ajuste de los nombres de los documentos con los sitios de población que

ellas acusan. Así, es necesaria mucha cautela para demarcar y nominar en el mapa de Cuba

las regiones ocupadas por los indios en los tiempos históricos.

EL LEGADO I�DIO

Hablamos antes de que las primeras noticias sobre los indios de Cuba, enviadas a la

metrópoli por los conquistadores, los pintaban como más razonables y dóciles al

cristianismo que los de las otras islas, La Española y San Juan. Sin embargo, en 1546 el

Gobernador Antonio de Chávez se queja de que siguen devotos de sus ritos y ceremonias, y

de que al enseñárseles el Padre Nuestro y hablárseles del “pan nuestro de cada día”,

preguntan si ese pan es el casabe (55). No alcanza la mentalidad del conquistador español del

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siglo XVI lo que de ironía para la evangelización colonial tiene su queja, hoy anecdótica.

Otros documentos hay que insisten en el apego del indio a sus ceremonias y ritos, que en

cuanto tienen oportunidad practican —y lamentemos de paso que no se nos describieran ni

unas ni otros. Más de una vez la Corona pide que se envíen a España algunos niños indios

para ser instruidos y que luego a su vez instruyan a sus hermanos de raza, y en 1526 se

enviaron doce, de familias principales (56). Ya hecha una realidad efectiva la libertad del

indio y recogidos los dispersos en los llamados pueblos de indios, estos pueblos tienen sus

capellanes y parroquias. Conservan, sin embargo —como para todos ellos permite

suponerlo lo que de El Caney afirma su Síndico en la representación de 1845 antes

referida—, sus bailes originarios; y como éstos —los areítos—, eran festivales rituales en

que se trasmitían las tradiciones, es difícil imaginarse hasta qué punto estuviesen

cristianizados. El hecho es que el abandono en que hemos tenido la historia de los

indocubanos —desconocemos en absoluto Ia de los grupos que vivieron lejos de los centros

de población españoles—, nos impide conocer hoy detalles de su incorporación a la

civilización colonial.

Muy poco sabemos de la transculturación entre indios y españoles. En algunos yacimientos

de la provincia de Oriente, la arqueología nos hace notar que en, el lugar convivieron por

largos años unos y otros. Uno de estos yacimientos es el llamado del Yayal, cercano a

Holguín (57), donde el poblado indio acusado —del que no hay noticia histórica

apreciable—, existió en tiempos posteriores a 1580. Allí se han recogido adornos de los

indios hechos con losa española, y hachas como Ias españolas hechas de piedra, y hachas

petaloides hechas de hierro; y en la alfarería india es evidente la in fluencia española.

Sabemos, por otra parte, que los colonizadores usaron hamacas como los indios, y como

éstos, platos y vasijas de guayacán. Los oficialmente pueblos de indios que más tardíamente

desaparecieron —Jiguaní y El Caney—, desde mediados del siglo XIX perdieron todo

carácter; y hoy el viajero que llega a ellos buscando supervivencias aborígenes, no

encuentra

sino las comunes en cualquier parte de Cuba. El hecho nada tiene de extraño, pues como ya

dijimos antes y ahora repetimos, en esos pueblos se recogieron los indios mansos que desde

mucho antes de ser allí radicados ya estaban en contacto con los castellanos y habían

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perdido sus principales características culturales. En cambio, en lugares de la Isla sin

antecedentes históricos conocidos, encontramos aún gentes que ostentan el origen indio y

conservan algo de esta cultura. En muchos lugares de Oriente y en algunos de Camagüey y

de Las Villas, el campesino tiene rasgos físicos del aborigen, y a título de descendiente de.

los indios nativos defiende la propiedad del territorio en que vive, con organización. social

y modos de vida en que lo indio y lo español se mezclan. Los campesinos blancos y negros

de Cubitas fabrican el casabe al modo indio y subsiste allí esa industria como única de la

región. En rincones de Zapata, de Caujerí y de Yateras, al decir de los que por ellos han

estado, comunidades y familias tienen rasgos que acusan el legado aborigen y se cuenta de

un poblado en la sierra de Toa donde en el hablar cotidiano de giros arcaicos predominan

vocablos indios, se fabrica la alfarería local de modo primitivo, y nombres y bienes se

heredan por línea materna.

Podemos afirmar que la contribución del indocubano a la formación de nuestro pueblo

no ha sido nula. Determinadas manifestaciones de nuestro carácter parecen tener

explicación en la herencia india, y a veces en la soledad del monte o de alguna playa

olvidada, el guajiro o el pescador procede como el aborigen hace cientos de años, utilizando

implementos como los que él utilizó, y siente supersticiones y miedos y alegrías que sintió

el aborigen; mientras nosotros preferimos el nombre indio al castellano para designar

muchas cosas, Pero el estudio de todo esto, lleno de interés y que acaso intentemos algún

día, está fuera de los límites de este trabajo, que termino, honorables señores académicos,

con mis votos por vuestra personal felicidad y el mayor auge de esta corporación, y la

expresión de mi sincero agradecimiento por la bondad con que me habéis escuchado.

�otas.

(1). Pedro J. Guiteras: Historia de la Isla de Cuba.. Edición de la Habana, 1929. Véase la Introducción por Fernando Ortiz. Tomo 1,

página II.

(2). J. M. Pérez Cabrera: En torno al Bojeo de Cuba. La Habana, 1941.

Antonio de Herrera: Historia General de Indias. Década 1. Libro VIII. Capítulos IV y V.

Martín E. de Enciso: Sumo, de Geografía. Memorias de la Sociedad Patriótica de la Habana. 1837.

(3). Ramiro Guerra: Historia de Cuba. Habana, 1921. Tomo 1, página 159.

(4). Genaro Artiles: La Fecha de la Conquista de Cuba. Trabajo presentado al 2° Congreso Nacional de Historia. La Habana, 1943.

(5). Documentos de Indias. (Colección Muñoz.) Tomo XC. Folio 100.

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35

(6). César Rodríguez Expósito: Hatuey, El Primer Libertador de Cuba. La Habana, 1944.

(7). Documentos de Indias. (Torres Mendoza.) Tomo XI, página 142.

(8). Irene A. Wright: The Early History of Cuba. New York, 1896 Página 40.

(9). Ramiro Guerra. Obra citada en la Nota 3. Tomo 1, página 186.

(10). Felipe Pichardo Moya: El Camagüey Precolombino. “Revista Bimestre Cubana”. La Habana, 1934. Vol. XXXIII, página 182.

(11). Irene A. Wright. Obra citada en la Nota 8, página 20.

(12). Ramiro Guerra. Obra antes citada. Tomo 1, página 207.

(13). Francisco Calcagno: Diccionario Biográfico Cubano. New-York, 1878. página 7.

(14). Alfred Metraux: Suicide among the Matakos. América Indígena. Año 1943. Vol. III, página 299.

(15). Documentos de Indias. (Real Academia de la Historia, de Madrid.) Tomo IV, 2° Serie: Carta de 15 de septiembre de 1535, de

Manuel de Rojas. El mismo tomo y serie: Carta de 8 de abril de 1537, de Gonzalo de Guzmán. Urrutia y Montoya: Obras, publicadas

por la Academia de la Historia de Cuba. Tomo II, página 70.

(16). Documentos de Indias. (Real Academia de la Historia, de Madrid.) Tomo VI, 2~ Serie, página 196.

(17). José Augusto Escoto: Los Indios Macurijes en Haití p en Cuba. Matanzas, 1924, página 44.

(18). Felipe Pichardo Moya: Caverna, Costa p Meseta. La Habana, 1945 Ibid. Obra citada en la Nota 10.

(19). Documentos de indias. (Real Academia de historia de Madrid). Tomo I, 2° Serie, páginas 150, 151, 261 y 351. Tomo XI, 1°

Sección, páginas 1 a 35. Tomo IV, 2° Serie, páginas 64, 168 y 164. Tomo XII, 1° Serie, página 219.

(20). Documentos de Indias. (Real Academia de Historia, de Madrid.) Tomo IV, 2° Serie: Información de Juan Rodríguez Obregón, de

12 de enero de 1533.

Documentos de Indias. Arch. Gen de Indias: Relación del Cabildo de Baracoa, 54-1-32 (Fondos de la Academia de Historia de Cuba en

el Archivo Nacional.)

Boletín del Archivo 6acional de Cuba, Tomo XL, 1941, página 38.

Documentos de Indias. (Real Academia de la Historia, de Madrid) Tomo IV, 2° Serie, página 325.

(21). Documentos de Indias. (Real Academia de la Historia, de Madrid). Tomo VI, 2° Serie, páginas 95, 25, 32, 36, 41, 48, 49, 61, 76,

72, 95, 104, 118 y 173

(22). Documentos de Indias. (Real Academia de la Historia, de Madrid). Tomo VI, 2° Serie, página 222.

(23). Documentos de Indias publicados por la Academia de la Historia de Cuba. Donativo de Néstor Carbonell. La Habana, 1931. Tomo

II, páginas 89 y 90.

Documentos de Indias. (Real Academia de la Historia, de Madrid.) Tomo XI, 1° Serie, página 470. Tomo XIII, 1~ Serie, páginas 97 y

98.

Pezuela: Historia de La Isla de Cuba. Madrid, 1868, tomo 1, página 132.

(24). Registro del Consejo de Indias. Folio 261, vto.

(25). Felipe Pichardo Moya: L~ Edad Media Cubana. “Revista Bimestre Cubana”, publicada por el Ministerio de Educación. Vol. XVII,

1943, pág. 288.

(26). José M. Chacón y Calvo: La Experiencia del Indio. Madrid, 1934.

Emeterio S. Santovenia: Historia de Cuba. La Habana, 1939, tomo 1, página 221.

Lewis Hanke: 2Jhe Fir.st Social Experiments in America. Canbridge, 1935.

(27). Felipe Pichardo Moya. Obra citada en la Nota 25.

(28). Memorias de la Sociedad Patriótica de la Habana. Tomo IX, 1839.

(29). Felipe Pichardo Moya. Obra citada en la Nota 25.

(30). Documentos de Indias. (Fondos de la Academia de la Historia de Cuba, en el Archivo Nacional.) Caja 91, Sig. 722. Exposición de

Marcos Rodríguez, Cacique de El Caney.

(31). Reales Cédulas y Ordenes. (Fondos del Archivo Nacional de Cuba.) Legajo 9, No. 122. Acusaciones contra el defensor de los

indios de El Caney, Francisco Valverde.

(32). Felipe Pichardo Moya. Obra citada en la Nota 25.

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36

(33). Memorias de la Sociedad Patriótica de la Habana. Tomo 32, 1846.

Urrutia y Montoya. Obra y tomo citados en la Nota 15, páginas. 65.

(34). Felipe Pichardo Moya. Obra citada en la Nota 25.

(35). J. Torres Lasquetti: Datos Históricos de Puerto Príncipe. Camagüey, 1888, páginas 111 y 116.

Roque E. Garrigó: Historia Documentada de la Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar. La Rabana, 1929, tomo 1, páginas 54, 55

y 56.

Fondos del Real Consulado. (Archivo Nacional de Cuba.) Legajo 2, No. 74. Año 1804. Legajo II, No. 797. Año 1844.

Oswaldo Morales Patino: Las Rebeliones Indias. Trabajo presentado al Tercer Congreso Nacional de Historia. Trinidad, 1944.

(36). Fondos del Real Consulado. (Archivo Nacional de Cuba.> Legajo 194, No. 8679: Reversión a la Corona de los terrenos de los

indios de El Caney.

(37). Emilio Bacardí: Crónicas de Santiago de Cuba. Barcelona, 1908.

(38). Miguel Rodríguez Ferrer: 6aturaleza y Civilización de la Grandiosa Isla de Cuba. Madrid, 1878, tomo 1, página 455.

(39). Irving Rouse: Archeology of the Maniabon Hilts, Cuba. Yale Publication in Anthropology. No. 26. New Haven, 1942, página 30.

(40). Juan A. Cosculluela: Cuatro Años en la Ciénaga de Zapata. Habana, 1918.

(41). M. R. Harrington: Cuba before Colombus. New York, 1921. (42). Irving Rouse. Obra citada en la Nota 39. Páginas 154 y 155.

(43). Boletín del Archivo del Gobierno. Guatemala. Tomo y, No. 2, 1940,. página 95.

(44). Documentos de Indias. (Real Academia de la Historia, de Madrid.~ Tomo XI, 1~ Serie, página 412.

(45). Documentos de indias. (Colección Muñoz.) Tomo 79, folio 109.

(46). Documentos de Indias (Real Academia de la Historia, de Madrid.) Tomo VI, 2# Serie: Relación de la visita del Obispo Sarmiento.

Julio de 1544.

Documentos de Indias. (Torres Mendoza.) Tomo XII, página 25.

(47). Documentos de Indias. (Real Academia de la Historia, de Madrid.) Tomo VI, 2° Serie: Carta de Bartolomé Ortiz, de noviembre de

1539.

Documentos de Indias. Relación del Cabildo de Santiago, de septiembre de 1590. Arch. Gen, de Indias, 54-1-32. (Fondos de la

Academia de la Historia de Cuba, en el Archivo Nacional.)

Documentos de Indias, publicados por la Academia de la Historia de Cuba. Donativo de Néstor Carbonell. La Habana, 1931. Tomo 1,

página 217. Tomo II, página 182.

(48). Pedro José Guiteras. Obra citada en la Nota 1. Tomo III, pág. 260.

(49). Ramiro Guerra. Obra citada en la Nota 3, página 383.

Irving Rouse. Obra citada en la Nota 39, página ~54.

(50). Pezuela. Obra citada en la Nota 23. Tomo 1, página 85.

(51). Documentos de Indias. (Torres Mendoza.) Tomo XI, página 412.

(52). Felipe Pichardo Moya. Obra citada en primer término en la Nota 18.

(53). Documentos de indias. (Colección Muñoz.) Tomo LXXV. Folio 380.

Felipe Pichardo Moya. Obra citada en la Nota 52.

Irving Rouse. Obra citada en la Nota 39, páginas 163 y 165.

(54). Irving Rouse. Obra citada en la Nota anterior, página 155.

(55). Documentos de india.r. (Real Aeademla de la historia, de Madrid.) Tomo VI, 2; Serie, página 268.

(56). Archivo de India8. Cédula de 9 de noviembre de 1526. 139, 1, 7.

(57). José García Castañeda: .Asiento Yayal. “Revista de Arqueología”. La Habana, Número 1, agosto, 1938, página 44.

Irving Rouse. Obra citada en la Nota 39, página 115.

Page 37: LOS INDIOS DE CUBA EN SUS TIEMPOS HISTÓRICOS · 3 tiempos republicanos—, que les impedían ver el contenido propiamente vernáculo de nuestro pasado, del que eran parte las supervivencias

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ACABÓSE

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