Los jóvenes de la “Córdoba Libre!”. Un proyecto de regeneración moral y cultural, Mina...

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Mina Alejandra Navarro, Los jóvenes de la “Córdoba Libre!”. Un proyecto de regeneración moral y cultural, Nostromo Ediciones, México, 2009.

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LO S JÓ V E N E SD E LA“CÓ R D O B A L IB R E!”

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M I N A A L E J A N D R A N A V A R R OLO S JÓ V E N E SD E LA“CÓ R D O B A L IB R E!”P R Ó L O G OH O R A C IO C R E S P O

U N P R O Y E CT O D E R E G E N E R A CIÓ NM O R A L Y CU L T U R A L

NOSTROMOEdiciones

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PRIMERA EDICIÓN: 2009 ISBN: 978-607-00-1974-6 DR © 2009, NOSTROMO Ediciones México, Distrito Federal

CUIDADO DE LA EDICIÓN Y TIPOGRAFÍA: Irving Reynoso Jaime

EDITOR: Horacio Crespo

DISEÑO DE PORTADA: Irving Reynoso Jaime

Impreso y hecho en México

Este libro no puede ser fotocopiado ni reproducido total o parcialmente por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la autora.

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A mi abuela María Cruz

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ÍNDICE

PRÓLOGO XI

COMENTARIOS PRELIMINARES 25

1 LA GENERACIÓN DEL ’14 37

Apuntes históricos en torno a la “genealogía” de la generación del ’14

37

El escenario: singularidad histórica de Córdoba, “mediterránea” y “docta”

49

Auto-reconocimiento: los jóvenes de la generación del ’14, protagonistas de la Reforma en 1918

69

Itinerario intelectual y biográfico de Deodoro Roca 81 Los antecedentes más inmediatos del movimiento del ’18 86

2 IDENTIFICACIÓN Y RECONOCIMIENTO DE

UN NÚCLEO DE JÓVENES “RENOVADORES”

101

Las conferencias en la Biblioteca Córdoba y la Asociación Córdoba libre!

105

La primera crítica pública a la “Casa de Trejo” 118 Algunos apuntes sobre la trayectoria

intelectual de Arturo Capdevila

127

3 JOSÉ ORTEGA Y GASSET Y LA REFORMA UNIVERSITARIA 137

Ortega y Gasset en Argentina 137 Ortega y Gasset visita Córdoba 141 Rasgos y presencias del pensamiento orteguiano en 1916 143 La presencia de Ortega en el ocaso argentino del positivismo 151 Las conferencias de Ortega en Buenos Aires, en 1916 158

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4 SAÚL TABORDA, UN PENSAMIENTO HETERODOXO 169

Un esbozo biográfico 170 Inicio artístico de una trayectoria intelectual 173 El pensamiento de Saúl Taborda

interpretado por otros autores

177 Revista Facundo, algunas precisiones

de tipo contextual en la historia argentina

191 La concepción etnopolítica 196 Las Reflexiones sobre el ideal político de América 198 La originalidad intelectual de Saúl

Taborda en el pensamiento argentino

208

COMENTARIOS FINALES 213

BIBLIOGRAFÍA 221

ANEXO 222 Arturo Orgaz, “La ideas sociales de Echeverría” f/p

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La combinación de lo bello y lo humano

tenía un solo resultado: la juventud.

César AIRA, Las noches de Flores, Barcelona, Mondadori, 2004, p. 76.

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LOS MUCHACHOS DEL ’14: HARTOS DE LO QUE SE DEBÍA ESTAR HARTO

Un estudio de historia intelectual

En noviembre de 1993, al presentar la revista Pensamiento Univer-

sitario, Pedro Krotsch señalaba la coyuntura de incertidumbre que atravesaba la universidad pública argentina después de diez años de restauración democrática,1 sumida en una identidad vacilante y conflictuada. Tales perplejidades no eran gratuitas; devenían del acoso de la supuesta racionalidad emanada del mercado, belicosa y triunfante, de la que se sentía ajena y, cuando menos, nada em-pática. Además, las casas de altos estudios bajo el régimen público manejaban sus propias percepciones como instituciones bajo asedio, por las crecientes demandas de la sociedad que, a su vez, no atinaba a asignarle a través de los instrumentos presupuesta-rios del Estado los recursos necesarios para satisfacerlas.

Poderosos intereses particulares articulados en propuestas “globalizadoras” vehiculizadas a través de ruidosos planes de “modernización” y “eficiencia”, de sesgados procesos evaluatorios, de presiones de organismos internacionales y de la conformación de una opinión crecientemente adversa a la universidad pública, o al menos a su gestión y situación específica, a partir de la manipulación mediática de los difíciles escenarios políticos, académicos y de gestión institucional que enfrentaban las casas de altos estudios, configuraban el marco para una progresiva privatización de la enseñanza superior. Se dibujaba, deliberada e insistentemente, un panorama de las universidades públicas como instituciones obsoletas, problemáticas e inciertas, cuya capacidad para cumplir con los fines que se les adjudicaban y por los que eran sostenidas por el erario público –finalidades por supuesto también reducidas a niveles

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!1 KROTSCH, Pedro, “Presentación”, Pensamiento Universitario, Buenos Aires, año I, núm. 1, noviembre de 1993, pp. 1-2.

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de un pragmatismo tecnocrático ramplón– era tendencialmente nula. Aparecían como rehenes de grupos corporativos, con reflejos escasos y con un potencial de transformación bloqueado. La otra cara de esa operación era una oferta privada diversificada y muy agresiva en su forma competitiva, aupada en el contexto general favorable a los intereses corporativos particulares, y hostil a la presencia del Estado especialmente en terrenos prometedores de ganancias y réditos cuantiosos, sin mayor inversión de riesgo. Se asistía a una doble operación: jaque externo permanente y colonización lenta desde el mismo interior de la universidad pública, desde propuestas que bajo la legítima aspiración de modernización y eficiencia en realidad buscaban asentar la lógica neoliberal también en las entidades y sistemas de investigación públicos, sobre la base del consenso de un sector minoritario pero muy dinámico y en ocasiones prestigioso de los propios actores universitarios y, naturalmente, la acción gubernamental.

El diagnóstico de Krotsch se asentaba en un punto estraté-gico: las dificultades de adaptación de la universidad pública al nuevo escenario, motivadas por la fractura de su propia memoria y la debilidad de los instrumentos conceptuales que disponía para entender la complejidad de los problemas y las transformaciones que la atravesaban. Frente a esto, Krotsch trazaba un sencillo pero eficaz programa: abrir el debate y reafirmar a la universidad como “el lugar del pensamiento crítico y de la densidad que con-fiere el aventurarse en el horizonte del largo plazo”.2

Poco más de tres lustros después asistimos a un escenario modificado. Ni la universidad pública colapsó –por el contrario, goza de relativa buena salud en muchos casos–, ni las promesas de la educación privada fueron cumplidas a cabalidad. En este segmento de los estudios superiores en realidad asistimos a reite-radas formas estereotipadas del negocio rápido, redituable y con pocos escrúpulos, junto con las viejas fórmulas del confesiona-lismo casi sin renovación (con muy pocas excepciones) y las estrellas del entonces naciente firmamento neoliberal de los noventa empalideciendo aceleradamente. Podemos asistir a la frustración de lo que hubiese sido una verdadera renovación del panorama de

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!2 Ibídem.

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la educación superior y la investigación en Argentina. Hablamos de la eventual consolidación de verdaderas corporaciones de enseñanza, bajo un régimen no estatal, públicas en cuanto al control de su manejo y con un sentido social de la ganancia, con inversiones en programas no rentables financieramente pero de alto valor académico, proyectos de investigación asociados con el Estado y con las empresas privadas, becas, extensión cultural, etc., características relativamente presentes en algunas de las grandes corporaciones educativas del mundo anglosajón, por ejemplo.

No podemos desconocer los efectos deslegitimadores de la crisis de 2001 en Argentina y de la actual crisis de alcance mundial sobre las propuestas neoliberales hegemónicas en los años no-venta, con el retorno del Estado no en condiciones óptimas y muchas veces en situación de apagador de incendios y prestamista en última instancia del voraz y corrupto sector financiero, con los fondos de los contribuyentes, pero finalmente presente. Tampoco debe ignorarse la subsistencia de las expectativas neoliberales hasta “una mejor y próxima oportunidad”, siendo éste uno de los principales déficits de los sectores críticos y renovadores en la actual situación; el no retomar una ofensiva en la batalla de las ideas –quizás porque no están enteramente definidas propuestas de largo plazo respecto a un deseable horizonte de reordena-miento social– sigue siendo un propicio escenario para que se retome, pasados los efectos más ominosos de la crisis internacio-nal presente, el suicida baile en la cubierta del Titanic. Pero, retomando el tema de nuestro más directo interés aquí, lo cierto es que la universidad pública se encuentra mucho mejor pertrechada y más sólidamente asentada que quince años atrás. El programa diseñado por Krotsch en 1993 de alguna manera se ha cumplido. Se ha recorrido un camino importante y se aprecian experiencias interesantes de renovación y transformación, de un andamiaje de instrumentos trabajosamente elaborados sobre la práctica y la reflexión, que pueden constituir un piso eficaz para avanzar en el diseño de un sector universitario público eficiente, crítico y con proyecto a futuro. No poco ha contribuido para esto el que se hayan formulado preguntas correctas y ejercido un saludable ejercicio de inteligencia y una práctica que, aunque a veces incierta y hasta contradictoria, sin embargo ha ido diseñando este nuevo

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escenario que reseñamos. También, y esto es decisivo como lo señalaba –tal como dijo Patricia Funes– el ya extrañado Pedro Krotsch en el ensayo citado, el ejercicio de la autonomía, que más allá de cualquier desvarío o “exceso” es la clave de bóveda de todo proyecto universitario público de futuro.

Este proceso no ha sido únicamente argentino; el neoliberalismo que cuestionó el llamado “modelo latinoamericano de universidad”, ha tenido manifestaciones y repercusiones naturalmente diferenciadas pero efectivas en todos los sistemas universitarios del área. Quizás la huelga estudiantil universitaria de la UNAM de 1999 –a pesar de los reparos que su desarrollo pueda suscitar– haya sido el punto de inflexión de su pretendida aplicación integral y generalizada en nuestro continente. Trabajosamente, al igual que en nuestro país, se han ido procesando transformaciones que si bien no han sido espectaculares, permiten tener razonables expectativas de renovación y eficacia en la universidad pública latinoamericana, lo que posibilita pensarla como un factor estratégico de criticidad en nuestras sociedades, como un terreno privilegiado para la elaboración de identidades y procesos culturales de autonomía, como vectores de promoción y dinamismo social, vehículos de integración y agentes eficaces de elaboración de instrumentos transformadores positivos de las sociedades. No sustentamos un optimismo cándido, sino una mirada constructiva y afirmativa sobre las posibilidades que nos brinda la tradición y la realidad de la enseñanza universitaria pública en nuestra región latinoamericana, basada en la manera en que se han ido elaborando las respuestas a los tremendos desafíos de hace dos décadas.

Sin embargo, quizás el principal reto provenga desde el interior mismo de las instituciones, especialmente en las de mayor tradición y con un aparentemente sólido sistema institucional: una autosatisfacción acrítica que en realidad encubre pavor a los cam-bios y una enorme pobreza para enfrentar imaginativamente los desafíos actuales y de mediano plazo, junto con la defensa cerrada de privilegios adquiridos. La oligarquización de la universidad pú-blica latinoamericana, en el concepto de Robert Michels, con la consolidación de un sector dominante integrado por administra-dores y caciques académicos clientelares es uno de los riesgos emergentes del proceso democrático, lo que actualizaría paradóji-

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camente en las mismas universidades que son herederas directas o indirectas de la Reforma el acerbo diagnóstico del Manifiesto limi-

nar de 1918.

Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los me-diocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y –lo que es peor aún– el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas socie-dades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensan-chamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.

Pueda ser que las complacencias y complicidades con el statu

quo sean sólo síntoma y amenaza coyuntural, y no termine coagu-lando como la etapa senil de la universidad pública, tal como decía Deodoro Roca en 1918 para la vieja universidad estamental y escolástica. Pero, a decir verdad, el único antídoto para los ac-tuales males es el sutil pero poderoso del pensamiento crítico y la conciencia intelectual y política vigilante, y tal condición es un elemento no ganado para siempre, sino necesario de reactualizar vez a vez, sin ninguna garantía de pervivencia, salvo la obstinada voluntad de resistencia.

* * *

Un elemento importante de este proceso de recuperación y nue-vos reconocimientos de identidad de la universidad pública tiene que ver con la memoria institucional y política, lo que se enlaza con un replanteamiento de la historia de las universidades argen-tinas, en el marco de una propuesta que se refiere a toda América Latina. El punto de partida necesario es la problematización de

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ese campo de estudios. Esto significa que el abordaje de este tema tiene como presupuesto una consideración crítica de la historio-grafía existente sobre ese objeto de estudio que, en términos generales, se ha edificado sobre los parámetros teóricos y el ejer-cicio efectivo del paradigma historicista-positivista. La revisión necesaria, que ya presenta resultados importantes como este libro que prologamos, propone por el contrario la consideración de la historia de las instituciones de enseñanza superior como un campo problemático, en el que se entrecruzan dinámicamente acto-res internos y externos, en una trama de gran complejidad, en cuyo despliegue se dirimen espacios de poder, hegemonías, con-flictos y asociaciones, y se interrelacionan prácticas de interacción social, confrontación política, construcción institucional y elabo-ración intelectual. Esta orientación puede ser fecunda para el abordaje de cuestiones que se corresponden con los objetivos de una investigación histórica-crítica de los problemas de la educa-ción, tanto desde una perspectiva puramente teórica, como también en distintos niveles de abstracción elaborados desde procesos de montaje de conocimiento empírico.

Una observación crucial para este replanteamiento es conside-rar que los intentos y resultados de la concepción epistemológica y metodológica historicista-positivista estuvieron dirigidos fun-damentalmente a constituirse en una de las vías de producción y reconocimiento de identidad y legitimación institucional. Proba-blemente a consecuencia de esta característica marcada por el voluntarismo institucional, la dedicación de investigadores y la historiografía efectivamente ejecutada ha sido escasa en relación a otros temas relevantes de la historia de la cultura y la educación en la región latinoamericana y el Caribe.

La pregunta inicial que debe formularse es acerca de la posibi-lidad de reconstitución de un campo de estudios específico referido a la historia de las universidades, y de los elementos que pueden fundamentarlo. Como dijimos, este campo estuvo cons-tituido en función de la historia institucional, planteada ya sea en términos de efectiva construcción de conocimientos o, en mu-chos casos, de variantes apologéticas, o de ambas operando en conjunto. La evaluación de los resultados obtenidos a lo largo de muchas décadas debe efectuarse desde una actualizada propuesta

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historiográfica que se articule doblemente en torno a los actuales problemas de la educación superior en América Latina y a los de la construcción de una historia crítica de las ideas y de la cultura. Como punto de partida, sin embargo, cabe destacar que existe una suerte de conciencia alerta respecto a que se trata de un te-rreno de escasa elaboración teórica y empírica.

Un par de opiniones de connotados especialistas en el campo son más consistentes que muchos argumentos. Clara Lida afirma:

La historia de una institución de altos estudios tan singular como La casa de España en México, y su sucesora El Colegio de México, es parte imprescindible de la historia de la cultura en México; una historia que aún queda por hacer. Con estas páginas hemos pretendido empezar a llenar esa laguna, pero el vacío es grande: ¿cuándo tendremos la historia de otras instituciones culturales y científicas también excepcionales, como la Universidad Nacional, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Politécnico Nacional, el Instituto Nacional de Cardiología, El Colegio Nacional, el Fondo de Cultura Económica, y tantas otras? La historia de la vitalidad de un país es, en gran medida, la historia de su cultura en sus múltiples manifestaciones y niveles; en ella ocupa un lugar central la historia de las instituciones especializadas de investigación y docencia que crean, trasmiten y estimulan esa cultura. Conocer su pasado nos debe estimular a defender su porvenir.3

Por su parte, en su historia de la Universidad Nacional de

México durante la primera década de la Revolución Mexicana, Javier Garciadiego afirma que no se dispone de ninguna otra monografía acerca del tema, además de la marcada escasez de fuentes secundarias y la no existencia, en absoluto, de otras interpretaciones acerca de los problemas tratados. Es más, respecto de las pocas historias de la Universidad mexicana anteriores a su propio trabajo, Garciadiego señala que “la mayoría son relatos ‘oficiales’ escritos para conmemorar efemérides, y

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!3 LIDA, Clara (con la colaboración de José Antonio Matesanz), La casa de

España en México, México, El Colegio de México, Jornadas 113, 1988, p. 12. [El subrayado es mío, H.C.].

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carecen de rigor científico”, coincidiendo con nuestra apreciación ya expresada.4

En un artículo anterior acerca de estos problemas señalé: “¿Cuál debe ser hoy la pregunta clave de la construcción de un diseño del campo de la historiografía universitaria?: el asunto central del desarrollo de la enseñanza superior ha sido y es el del acceso a la modernidad, y las formas históricas específicas de dicho acceso en la Argentina”.5 La problemática de la modernidad es un punto nodal de la historia política, social y cultural de América Latina. La Universidad en nuestro continente ha sido terreno decisivo para los actores de la implantación de la modernidad. Los avatares, limitaciones, problemas y logros del desarrollo de la modernidad en la región reconocen en la misma historia de la Universidad latinoamericana uno de sus casos testigos más importantes.

* * *

En su resurgir en posiciones directivas y como tendencia política mayoritaria de la universidad argentina a partir de la recuperación democrática de 1983, la Reforma Universitaria se desplazó, desde una postura transformadora y crítica a la defensa del status quo, a un discurso que permanentemente se repliega sobre sí mismo, autolegitimándose, y adquiriendo cada vez más las características de una ideología encubridora de intereses particulares y corporativos definitivamente institucionalizados, con fuerte poder negociador, en el interior de las universidades, pero con escasa o nula capacidad para emprender modificaciones de fondo que respondan a las nuevas contradicciones y desafíos surgidos de los cambios estructurales mencionados. Así, la historia de la Universidad, si se despliega desde esta posición, tiende necesariamente a formar parte de esta ideología justificadora del poder universitario.

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!4 GARCIADIEGO, Javier, Rudos contra científicos. La Universidad Nacional

durante la Revolución Mexicana, México, El Colegio de México-Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, p. 421. 5 CRESPO, Horacio, “Problematizar la historia de la universidad”, Pensa-

miento Universitario, Buenos Aires, año 6, núm. 8, noviembre de 1999, p. 110.

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El excelente libro de Mina Alejandra Navarro, que me ha in-vitado a prologar, se interna decididamente en un camino revisionista de la historia universitaria y de la Reforma, alguno de cuyos elementos señalamos más arriba. Es un estudio que excede la propia historia de la Reforma Universitaria, ya que se despliega en términos de la historia intelectual de un grupo significativo y de una propuesta que fue dirigida a todas luces, a la política y la sociedad. Una apuesta para celebrarse por los resultados, pero más aún por la positiva actitud que implica hacia la necesaria renovación de los estudios acerca de la Reforma Universitaria, y que Navarro comparte con otros estudiosos de una nueva generación de historiadores. Esta posición es decididamente necesaria. Recordamos un debate, luego no recogido totalmente en publicación alguna,6 convocado por el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Córdoba con motivo de la celebración del 80° aniversario del movimiento de 1918. Fue una discusión ardua y compleja, en la que muchos participantes se mostraban extrañados, y un tanto escandalizados, de propuestas y análisis que no contribuían precisamente a exaltar la hagiografía que se pensaba apropiada al fasto celebratorio, ya que estaban dirigidas a generar una revisión de la historiografía a través de indagación crítica y nuevos planteamientos. En su momento, el sociólogo chileno Manuel Antonio Garretón puso especial énfasis polémico en abandonar esa posición reverencial y buscar el camino del análisis crítico y el repensar historiográfico. Han pasado ya más de diez años y ha crecido una corriente que elabora una mirada más libre y menos “comprometida” con la versión canonizada del movimiento de 1918, pero también de los avatares de las sucesivas generaciones reformistas, generalmente producida por los mismos protagonistas. Es el caso de la obra fundamental de Gabriel del Mazo, pero también de la de Bernardo Kleiner. Esta visión renovada es necesaria para lograr una historia de los procesos intelectuales y políticos latinoamericanos menos sujeta a las “filias y fobias” de los mismos actores, para revelar proyectos, trazar nuevas

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!6 Se reprodujeron algunas de las ponencias presentadas en Estudios, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba, núm. 11/12, 1999.

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genealogías y comprender tramados y correspondencias aún no señalados o puestos en valor.

El libro de Mina Navarro contribuye sensiblemente a este de-sarrollo de nuevos abordajes y naturalmente –va de suyo– promueve el criticismo de hermenéuticas ya agotadas, y en esto el ejemplar tratamiento que hace de la relación de los jóvenes intelectuales cordobeses con la generación del ’37 a través del trabajo de Orgaz, del hasta ahora poco conocido papel de Capdevila que fue absolutamente relevante, del lugar decisivo ocupado por Taborda y las correspondencias fundamentales entre su producción intelectual y política y la de Deodoro Roca, son todas aportaciones de un vigor y una originalidad notables. Con los instrumentos tomados de las metodologías producidas en el campo de la historia intelectual, nos entrega paso a paso una nueva visión del proyecto político que se fue enhebrando en Córdoba al promediar la dé-cada de los años diez, en el que naturalmente entraba la regeneración de la Universidad, pero que contenía alcances y potencialidades verdaderamente continentales, tal como efecti-vamente el proceso en los años siguientes lo fue mostrando. También las correspondencias múltiples de este proyecto con políticos e intelectuales de Buenos Aires, mostradas a través de las repercusiones de la cruzada liberal originada por la reacción clerical a las actividades revulsivas de los jóvenes, las redes ope-rantes –la de la revista Nosotros adquiere una proporción muy interesante– e, inclusive, la interesante figura de Palacios en un momento decisivo del conflicto.

Todo esto Mina Navarro lo hace con frescura y desenfado, inquiriendo desde una deliberada posición de radical ingenuidad –propiciada por una mirada desde ese interesado “afuera” mexicano, que la distancia de las querellas más locales–, preguntas simples pero que encierran un gran desafío y propone interesantes y suti-les líneas de análisis: ¿cómo los protagonistas de la Reforma llegaron a ser tales? ¿qué inquietudes tenían y expresaban? ¿cómo cobraron conciencias de sí mismos, de su propuesta de renova-ción que pasó por su definición generacional, la “generación del ‘14” en palabras del mismo Roca? ¿cómo respondieron a la trágica coyuntura de la Gran Guerra? Luego los interrogantes se van desdoblando, hasta llegar a una cuestión grave, crucial: ¿qué

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influencia tuvo la visita-conferencia de Ortega y Gasset a Córdoba en el despertar crítico de estos jóvenes intelectuales provincianos que tanto daría que hacer y hablar en las décadas siguientes? La respuesta a esta última materia, afirmativa, tiene fuertes alcances para una lectura renovada acerca de la circulación de las ideas en Argentina, las formas de la construcción de políticas de un radical contenido transformador y las oblicuas pero efectivas “influencias” de los caminos filosóficos y de la sensibilidad artística. No puedo olvidar aquí la entrañable y extrañada figura de Emilio el Moro Terzaga, que en memorables caminatas nocturnas en la Córdoba de fines de los años sesenta subrayaba el papel singular de Ortega y Gasset en el avatar cordobés, una verdadera exotismo en el panorama de nuestras lecturas juveniles atravesadas por Sartre y Marx que yo escuchaba con cierta incredulidad y hasta con un dejo de petulante desdén, conversaciones seguramente mantenidas también entre el Moro y Pancho Aricó. Hoy el trabajo de Navarro demuestra con riqueza y matices aquella admirable intuición, alimentada en el Moro por su inteligencia, por su conocimiento del ambiente intelectual cordobés y, sin duda, por su cercanía con Carlos Astrada.7

Otro elemento a subrayar es la ausencia de cualquier tentación teleológica en el trabajo de Navarro. Los “jóvenes” del ’14 no estaban predestinados a llevar adelante la Reforma Universitaria, ni a nada. Ni en el ’14, ni en el ’16 está la semilla de 1918. Era un proceso abierto, en curso, en el que el múltiple juego de los acto-res involucrados fue definiendo la forma que adquiría el creciente

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!7 Emilio el Moro Terzaga, filósofo, cordobés. Hermano de Alfredo, importante historiador, quien murió en 1974 con una obra fundamental e inconclusa. Juntos fueron impulsores políticos e intelectuales de la Izquierda Nacional en Córdoba, organizando en 1958 el Centro de Acción Nacional Latinoamericana. Intelectual brillante, bohemio, con-versador ameno, espíritu generoso. Emilio Terzaga prolongaba en su genio y figura a los protagonistas de la generación reformista que ocu-pan el lugar central del libro de Mina Navarro. Fue autor de un impor-tante estudio sobre Hegel. Exiliado en España, continuó su trabajo intelectual, su docencia, siguió imperturbable en su estilo, y llegó a ser vicepresidente del Ateneo de Madrid, ciudad donde falleció a los setenta y cuatro años el 11 de diciembre de 2005.

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conflicto. Y precisamente la forma adoptada fue la del enfrenta-miento entre laicismo modernizador y clericalismo ultramontano, y la autora demuestra que los episodios de 1916 se inscriben en el proceso histórico de Córdoba de larga duración, en su historicidad específica y concreta, en la expresión de los sucesivos enfrenta-mientos ideológicos, políticos, culturales, en la tensión entre modernidad y tradición tal como se fue desplegando desde la misma época jesuita. No se puede comprender la especificidad del momento cordobés de la Reforma Universitaria si no se en-tiende esa matriz esencial que se fue construyendo secularmente en la ciudad mediterránea.

Estos jóvenes del ’14, en el afortunado hallazgo de Navarro, se comprometen debidamente en una postura crítica frente a su realidad, actúan en función de un programa que va resultando cada vez más definido, en tanto apuesta a una regeneración polí-tica y social, teñida de ética, con conciencia del papel generacional a cumplir, con plena identificación con la misión de la juventud. Son hombres frente a una crisis, y actúan en consecuencia. Hay correspondencias sugerentes con las actitudes de Gramsci, de Mariátegui, de Haya, de Mella: un común espíritu de época. No es casual la identificación que podemos hacer con las posiciones que se van a ir registrando en paralelo o en los años siguientes de la década de 1920 en México, en Lima, en La Habana, en São Paulo, entre otros centros de irradiación cultural y política. Pero lo sin-gular y más valioso del tratamiento de Navarro es que consigue mostrarnos la especificidad de esos jóvenes de la Córdoba docto-ral, de sus jóvenes. Rehúye la tentación de la sumatoria fácil, de la síntesis preconcebida, y así recuperamos plenamente a Capdevila, a Roca, a los Orgaz, a Taborda, sobre cuya influencia amical y rectora no nos deja dudas, a partir del análisis profundo y muy intuitivo de la importancia de Reflexiones sobre el ideal político de América.

También resulta significativo el señalamiento de la mutua in-terpenetración de la cultura laica y la católica, dos caras de una dialéctica fundamental en el trazado del camino de la modernidad cordobesa. Las huellas de José Aricó han calado profundamente en este estudio, en particular su visión de largo plazo de la histo-ria de Córdoba en el contexto argentino, ese significante que es la “frontera”, en el que quizás haya que explayarse aún mucho más

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para entender a cabalidad el papel de Córdoba en la cultura del país, y por cierto de América Latina. No es de extrañar tampoco la presencia de las ideas de Alfredo Terzaga, el más trascendental de los exégetas de la historia de Córdoba. La lección más suge-rente a extraer de este importante estudio de Mina Navarro, está sin embargo más allá de sus virtudes puntuales y de conjunto, de sus aciertos, intuiciones y rescates. Es lo que podemos tejer acerca de lo fundamental del pensamiento crítico y la voluntad transformadora, al anidar en hombres de inteligencia, dignidad y ética. En una pequeña ciudad provinciana, allá por el año de 1916, unos muchachos impulsaron acciones acuñadas en esas marcas que señalaron rumbos y dejaron huellas. No hay actos minúsculos, ni testimonios perdidos. A casi un siglo, recordarlo puede y debe alumbrar nuestros propios pasos.

Horacio Crespo Ciudad de México, 7 de octubre de 2009

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COMENTARIOS PRELIMINARES

Este trabajo quiere ser una contribución al estudio de la gestación de esa efectiva experiencia de reforma intelectual y moral que irrumpió en Córdoba en 1918, a través de la revisión de las tra-yectorias intelectuales de sus principales exponentes en los años previos al estallido del movimiento. La generación del ’14 estuvo conformada por un grupo de jóvenes intelectuales que se auto-reconoció con esta seña de identidad colectiva en 1918. Aunque su actuación en las acciones de la Reforma Universitaria de ese año fue protagónica en tanto ideólogos del movimiento, sin embargo poco se sabe de sus quehaceres como inquietos letrados antes de ese momento decisivo. Este trabajo busca dar cuenta de su activi-dad político-intelectual en la formativa coyuntura de 1916.

Desde la perspectiva crítica de la historia y situándose dentro de la historiografía acerca del movimiento de la Reforma Univer-sitaria durante su etapa inicial,1 este trabajo se relaciona también, además de con el puntual proceso de Córdoba en 1918, con las dimensiones políticas, ideológicas e intelectuales del movimiento, así como con sus proyecciones sobre toda América Latina a lo largo de varias décadas.

El movimiento de Reforma Universitaria tuvo efectivamente una resonancia latinoamericana y su epicentro inicial fue Córdoba. Sin embargo, previamente a 1918 se suscitaron manifestaciones públicas que exigían reformar la universidad. Desde los primeros años del siglo XX los estudiantes porteños de la carrera de medi-cina presentaron ante el Congreso de la Nación la necesidad de hacer efectivas algunas reformas a la Universidad de Buenos Ai-res. Tiempo después, en 1917, la supresión del internado en el Hospital Clínicas en la ciudad de Córdoba constituyó una de las causas que desembocó en la revuelta universitaria de 1918. 1 Perspectiva basada centralmente en CRESPO, Horacio, “Problematizar la historia de la universidad”, Pensamiento Universitario, Buenos Aires, año 6, núm. 8, noviembre de 1999, pp. 105-112.

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El tema más abordado de la historia de la universidad argen-tina está enunciado en la extensa historiografía interesada en la Reforma Universitaria.2 Un lúcido ejercicio de mirada crítica res-pecto a este movimiento fue el de Juan Carlos Portantiero, realizado a finales de la década de los setenta.3 El autor recuperó, desde la óptica de la sociología política, este complejo proceso intelectual, social y político, caracterizado como un “episodio de masas a través del cual las clases medias y sus intelectuales pene-traron en la historia política latinoamericana”, que se expresó a través de las claves ideológicas del humanismo utópico, el socia-lismo liberal y el nacionalismo, constituyendo “la más vasta empresa de reforma ideológica que ha conocido el continente en este siglo”. Este importante reconocimiento no le impidió perca-tarse, a finales de la década de 1970, de que la Reforma Universitaria era “un suceso superado por el tiempo”, en el sen-tido de que “ha caducado la realidad que lo producía y que trataba de expresar”.

Aunque la Reforma Universitaria regresó a escena en los mo-mentos en que Argentina recuperó su democracia en 1983, los complejos caminos del pensamiento social y político no podían ser predeterminados por un modelo. Su ideario, sus postulados, ese conjunto de tradiciones que se articularon como un corpus programático que a través de su simplicidad expresa su eficacia, volvió a ser el principal motivador de la Universidad pública ar-gentina, luego de las complejidades y transformaciones aconte-cidas en las tres décadas que precedieron al triunfo electoral de la Unión Cívica Radical y su candidato presidencial Raúl Alfonsín,

2 Cf. GIETZ, E., Bibliografía sobre reforma y autonomía universitaria, Buenos Aires, Instituto Bibliotecológico, Universidad de Buenos Aires, 1956, y su Suplemento, 1956; el clásico: DEL MAZO, Gabriel, La Reforma Universita-

ria, La Plata, Ediciones del Centro de Estudiantes de Ingeniería, Universidad de La Plata, 1941, 3 tomos; KLEINER, Bernardo, 20 años de

movimiento estudiantil reformista, Buenos Aires, Platina, 1964; La Reforma Universitaria (1918-1930), compilación, prólogo, notas y cronología de Dardo CÚNEO, Caracas, Ayacucho, núm. 39, 1988. 3 PORTANTIERO, Juan Carlos, Estudiantes y política en América Latina. El

proceso de la Reforma Universitaria (1918-1938), México, Siglo Veintiuno Editores, 1978.

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en octubre de ese año. Pero esta sobrevivencia –basada en el proceso de su surgimiento, desarrollo y apogeo– ocurrió a costa de un precio no escaso. Hay que reconocer que la recuperación de la universidad pública para la vida democrática se realizó sobre la base de un inmovilismo defensivo de varias reivindicaciones históricas conseguidas –la gratuidad, la autonomía, el régimen de concursos docentes, el ingreso irrestricto, la libertad académica–, ciertamente amenazados por principios competitivos neoliberales. En los hechos, este posicionamiento defensivo significó la impo-sibilidad de reflexionar abiertamente acerca de los cambios estructurales de la sociedad y de sus efectos sobre la universidad, pues al escudarse en sus axiomas “clásicos”, el reformismo uni-versitario no pudo pensar los nuevos problemas que amenazaban su modelo universitario, lo que implicó una inercia incapaz de generar respuestas pertinentes a los grandes problemas plantea-dos, empujándolo a asumir un corporativismo incongruente tanto con la tradición histórica liberal sobre la que supuestamente se sustentaba, como con las demandas sociales actuales respecto de la educación superior.4

De esta manera, la tradición de la Reforma Universitaria dio un giro, pasando de una posición transformadora y crítica a otra de custodia del orden establecido: modificó su discurso para auto-legitimarse y adoptó una ideología encubridora de intereses institucionalizados (particulares y corporativos) con un amplio poder de negociación al interior de las universidades, pero con muy poca o nula capacidad para implementar reformas sustan-ciales acordes con las nuevas problemáticas y retos surgidos de las transformaciones estructurales antes mencionadas.

Planteada desde esa perspectiva, la historia de la Universidad forma parte de dicha ideología apologética del poder universita-rio, que se legitima precisamente en la tradición reformista pensada como el paradigma de todo el proceso. Es decir, se iden-tifica el desarrollo de la universidad argentina con el de la Reforma

4 SAUR, Daniel Guillermo, “Representaciones mediáticas de la universi-dad pública en el contexto de un país en crisis, un análisis en la prensa gráfica (Argentina 2001–2002)”, México, Tesis de Doctorado IPN-CINVESTAV, 2006, pássim.

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Universitaria. Así, se construye –desde una matriz historicista– un corpus de textos sagrados, un Panteón de héroes, un anecdotario y demás elementos de identidad legitimadora. Se precisa elaborar otra matriz de la historia de la Universidad argentina, en la que –como subraya Horacio Crespo– el proceso histórico de la Reforma de 1918:

[…] derive de la posición articuladora central de la inteligibilidad total de esa historia, a [ser] un segmento importante de otra clave interpretativa que la incluya, la explique, le reasigne el sentido de fuerza transformadora en la complejidad del todo social que tuvo durante un prolongado período, pero a la vez permita reflexionar críticamente acerca de los procesos de transformación que sufrió desde su institucionalización y también desde la constitución como discurso del poder hegemónico en la Universidad. Una visión his-tórico-crítica de la Reforma Universitaria es esencial si se quiere recuperar una capacidad autocrítica y transformadora en el interior de la universidad pública argentina.5

En su versión oficial, la Reforma Universitaria se ha edificado

y cristalizado en la representación liberal progresista. La revisión de su historia a partir de otro posicionamiento político, teórico y metodológico puede permitir deslindarnos de las narrativas apo-logéticas y –más importante aún– de la hermenéutica teleológica, para destacar la plena manifestación de los procesos y contextos por sí mismos, de los actores y de sus propias referencias de inte-ligibilidad, ajenos a cualquier presupuesto apriorístico. En este sentido, retomo el esquema interpretativo de la dinámica de tra-mas y redes intelectuales, trazado por José Aricó en la década del ochenta del siglo pasado.

Así podemos distanciarnos de las nociones abstractas de la historia de las ideas, de “su marcha imperturbable a través del tiempo” al decir de Carlos Altamirano,6 y referirnos a la concep-tualización de la historia intelectual desarrollada por la escuela argentina de la Universidad de Quilmes, conducida por Altami-

5 CRESPO, “Problematizar”, p. 109. 6 ALTAMIRANO, Carlos, Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores Argentina, 2005, p. 11.

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rano y Oscar Terán. En este campo de estudios se inscribe teórica y metodológicamente este trabajo.7 Desde esa óptica he elaborado esta contribución en torno a los inicios del movimiento de la Re-forma Universitaria a partir de la identificación y análisis de una serie de acontecimientos ocurridos durante el segundo semestre de 1916, protagonizados por la joven intelectualidad cordobesa, que se reconocería a sí misma como la generación del ’14 dos años después a través de la palabra de Deodoro Roca.

El punto de partida de esta reconstrucción histórica son las conferencias dictadas en la Biblioteca Córdoba por ese grupo de jóvenes en 1916. Tras los intentos de censura de estas disertacio-nes por parte de la Iglesia, los jóvenes se constituyeron como Asociación Córdoba libre. El carácter contestatario que asumió la Asociación fue decisivo en el proceso intelectual del grupo, dando forma así al surgimiento de una nueva sensibilidad, reflejo de sus quehaceres político-intelectuales y sociales, de sus intereses de lectura, de sus escritos y de su sociabilidad (con sus coetáneos y también con intelectuales de otras generaciones), de su presencia en la ciudad. Un suceso muy significativo en este proceso inte-lectual es el encuentro con el filósofo español José Ortega y Gasset durante su visita a la ciudad mediterránea. De la reconstrucción de estos episodios deriva justamente la nueva aproximación pro-

7 En cuanto al término de historia intelectual, precisa Altamirano, fue empleado entre ellos al parecer por primera vez por Hilda Sábato du-rante la década de los ochenta en un artículo publicado en la revista Punto de Vista. En él se examinó el debate que ya desde la década de los setenta venía representando una gran renovación por el hecho de des-cubrir nuevas perspectivas teóricas y desarrollos de la investigación en la historia intelectual. De este debate Sábato recogía, además de Metahisto-

ria de Hayden White y La gran matanza de gatos de Robert Darnton, el volumen de ensayos que en 1982 habían compilado Dominick LaCapra y Steven Kaplan. Esta compilación constituyó el planteamiento de una diversidad de ideas, estudios y orientaciones que bien podían se reagru-padas bajo el signo de la historia intelectual, que Altamirano prefiere considerar más como “campo de estudios” que como “una disciplina o una subdisciplina”. Cf. ALTAMIRANO, Para un programa, p. 10; SÁBATO, Hilda, “La historia intelectual y sus límites”, Punto de Vista, Buenos Ai-res, año IX, núm. 28, noviembre de 1986, pp. 27-33.

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puesta acerca de la gestación del movimiento de la Reforma Uni-versitaria que aquí formulo.

En el marco de la historia de las ideas es recurrente el uso del término “influencias”, referido como “la formación de ideas a través de operaciones de trasplante”.8 Ciertamente la historia es una construcción problemática que carece de la corporeidad de lo “real”; frente a esto, Aricó advirtió que “los hombres encuentran en los textos lo que están buscando, lo que están intuyendo, lo que aún no tiene una expresión verbal o escrita en su mente”.9 En el contexto de la Reforma Universitaria, desde la lógica gramscia-na, Aricó insistió en el carácter determinante del “proceso de fusión en el llamado a emprender una tarea pedagógica que se les presentaba” a los intelectuales de la Reforma.10 Esto hacía alusión al tránsito entre el saber y el comprender,11 es decir la relación

8 José Aricó habla de la liquidación del concepto de influencia al respon-der acerca del influjo soreliano en Mariátegui: “Hay un encuentro de Mariátegui con Sorel y es un encuentro que se deriva del hecho de que Sorel responde a preocupaciones que tiene Mariátegui. Sorel es un hombre que está instalado en el punto de reflexión que versa sobre las condiciones de constitución de un movimiento nacional popular”, ARICÓ, José, Entre-

vistas, 1974-1991, edición de Horacio Crespo, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados-Universidad Nacional de Córdoba, 1999, p. 136. 9 Ibídem. 10 ARICÓ, José, “Tradición y modernidad en la cultura cordobesa”, Plu-

ral, Buenos Aires, año I, núm. 13, marzo, 1989, pp. 10 y 13. 11 En términos de una lectura posible de Roca como “intelectual com-prometido”, que efectuaron a fines de la década de los sesenta los estudiantes radicalizados en Córdoba, resulta sugerente hacer referencia a las opiniones de Sartre respecto del momento revolucionario del mayo francés del ’68, en el que definió al intelectual como “alguien que es fiel a una realidad política y social, pero que no deja de ponerla en duda. Claro está que puede presentarse una contradicción entre su fidelidad y su duda; pero esto es algo positivo, es una contradicción fructífera. Si hay fidelidad pero no hay duda, la cosa no va bien: se deja de ser un hombre libre”, entrevista a Jean Paul Sartre realizada por Serge Lafaurie, en Le

Nouvel Observateur, núm. 188, 19 al 25 de junio de 1968, en Echeverría, Bolívar y Carlos Castro (eds.), Sartre, los intelectuales y la política, México, Siglo Veintiuno Editores, Colección mínima 18, 6º ed., 1980, pp. 54-55.

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dada entre intelecto y vida.12 Este tránsito caracterizó a los jóvenes del ’14 y se concretó, según Aricó, en una tarea inaplazable que surgió a partir de la conmoción producida por la guerra europea.

La guerra de 1914-1918 representó para América el descré-dito, la caída del modelo de civilización occidental. Entre algunos jóvenes cordobeses surgió la “pavorosa responsabilidad”13 de encontrar inéditos horizontes en el Nuevo Continente que cu-brieran las ausencias y las carencias puestas de manifiesto en el ámbito cultural y moral a partir del estallido bélico. Este com-promiso fue manifestado públicamente en 1918 por Deodoro Roca, en un discurso en el cual reconoció, muy reveladoramente, ser integrante, junto con sus compañeros, de la “generación de 1914”, a la que dio nombre con esa significativa fecha en esa misma intervención.14

Sin embargo desde años antes, en 1915, Roca se había identi-ficado con “los jóvenes de hoy”, a quienes les “ha tocado nacer en el trance más oscuro de la historia”.15 A lo largo de ese discurso, Roca aprovechó también para cuestionar la solidez del conocimiento al interior de la Universidad y se mostró a favor del Azar, como el único maestro cierto pero también caprichoso. Debido a la in-

12 ARICÓ, “Tradición”, pp. 10-14. 13 Deodoro Roca hizo referencia a la “pavorosa responsabilidad” al asumir su compromiso frente a la guerra europea, cf. ROCA, Deodoro, “La nueva generación americana” (1918), ROCA, Deodoro, El drama

social de la universidad, prólogo y selección de Gregorio Bermann, Cór-doba, Editorial Universitaria de Córdoba, 1968, p. 22. 14 Con respecto a la alusión al tiempo generacional derivada de la necesi-dad de auto-reconocimiento y distinción respecto de otros, es necesaria una advertencia metodológica y conceptual. Si bien tengo conocimiento de los señalamientos sociológicos que Karl Mannheim realizó en torno al concepto y dinámica de las generaciones, el enfoque generacional que está presente en este estudio no se finca en ese horizonte teórico, ni en ningún otro, sino en el reconocimiento que el propio Deodoro Roca asumió al identificarse como integrante de la “generación del ‘14”. Son los protagonistas mismos los que definieron la pauta para recurrir al tema generacional como forma de su ubicación en la historia. 15 ROCA, Deodoro, “Ciencia, maestros y universidad”, Revista de la Uni-

versidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, año II, núm. 9, noviembre, 1915, p. 186.

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consistencia de la Universidad en cuanto a la ausencia de maes-tros, él favorecía el ejercicio autodidacta bergsoniano. Los jóvenes de la generación del ’14, protagonistas en su papel de ideólogos orientadores del movimiento de 1918, se caracterizaron por su quehacer intelectual motivado por los efectos de la guerra euro-pea en América.

La serie de acontecimientos enunciada en párrafos anteriores da cuenta del ejercicio intelectual que expresó ese compromiso como parte del oficio político cotidiano de sus vidas. En el plano nacional, el ambiente político, social y cultural revelaba un soste-nido paso hacia la modernidad en pleno, expresada en el proceso de conformación del Estado-nación argentino por la sanción de la ley electoral Saénz Peña en 1912 y el arribo del radicalismo a la presidencia en 1916. En este sentido es fundamental destacar la ubicación de esta generación en ese contexto de modernidad en la medida en que la ciudad de Córdoba estaba, como indica Silvia Roitenburd, inmersa en una modernidad sin modernización.16 La modernidad, según Aricó, es para el caso de Córdoba la condi-ción que “posibilitó la preservación de un equilibrio puesto permanentemente en peligro por las laceraciones de un cuerpo nacional incapaz de alcanzar una síntesis perdurable”.17

Este trabajo se presenta en cuatro apartados. El primero pre-senta algunos señalamientos de tipo histórico, relativos tanto al

16 La modernidad, según Marshall Berman, es un proceso de larga dura-ción que abarca desde el siglo XVI al XX, y se despliega esencialmente como modernismo en los ámbitos del arte, la cultura y la sensibilidad; y modernización, agrega, se refiere a un fenómeno vinculado a una vorá-gine de transformación material en el siglo XX, relacionada a los descubrimientos científico-tecnológicos, la explosión demográfica, un nuevo tipo de poder corporativo, la lucha de clases, la potencia de los estados nacionales, el crecimiento urbano, el poderoso sistema de co-municación masiva, y por encima de todo, la gigantesca expansión del mercado capitalista mundial, hoy llamada globalización de la economía, cf. CRESPO, Horacio, “Identidades/diferencias/divergencias: Córdoba como ‘ciudad de frontera’ Ensayo acerca de una singularidad histórica”, La

Argentina en el siglo XXI, Buenos Aires, Ariel / Universidad de Quilmes, 1999, p. 167. 17 ARICÓ, “Tradición”, pp. 10-14.

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contexto internacional y nacional como al local, necesarios para situar las ideas de los jóvenes de esta generación y contrastar así su pensamiento frente a los integrantes de otra generación –uno de sus más evidentes referentes intelectuales–, los jóvenes porte-ños de 1837. En el segundo apartado abordo dos acontecimientos liminares: el ciclo de exposiciones celebradas en la Biblioteca Córdoba y la conferencia que dictó el político e intelectual socia-lista Alfredo L. Palacios en el Teatro Rivera Indarte. En el tercer capítulo doy cuenta de la visita de Ortega y Gasset a Córdoba y su relación con los universitarios e intelectuales; abordo allí la definición del papel del intelectual en la política y en la sociedad asumida por los jóvenes de la generación del ’14, a partir de las ideas que Ortega y Gasset propagó durante la visita. Aquí, creo, radica una de las aportaciones más originales y sugerentes de esta investigación.

El último apartado está dedicado a un esbozo de valoración de la obra de Saúl Alejandro Taborda, quien es recordado principal-mente por sus Investigaciones pedagógicas, escindiendo otros costados heterodoxos de su pensamiento. Taborda se anunció claramente antiliberal y propuso la fórmula histórica de la democracia americana, con un carácter funcional para la transformación política y social. Taborda presume de un costado anarquista que urge ser estu-diado en profundidad, aunado a otros rasgos de un pensamiento heterogéneo –nacionalismo, tradicionalismo, americanismo, nati-vismo–, cuya complejidad ha suscitado apartamientos, recelos e incomprensiones por parte de sus exégetas a lo largo del siglo pasado. Su preocupación central fueron los elementos constitutivos de la argentinidad. La revisión de los escritos que comprenden su obra incita a preguntarnos por qué se le ha ubicado mayormente como un pedagogo, bajo una concepción disciplinaria simplista que ha obstaculizado ver justamente la complejidad filosófica y política de su trabajo.

Aunado a esto, consideré necesario añadir en los dos primeros apartados esbozos biográficos de Deodoro Roca y de Arturo Capdevila, respectivamente. Encuentro que ha sido poco traba-jado el pensamiento de los jóvenes del ’14 más allá del episodio reformista. La década de los treinta significó para Deodoro Roca reaparecer en la escena política y retomar el episodio de la Re-

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forma Universitaria. En la trayectoria intelectual de Roca destaco que, a diferencia de sus compañeros, se relacionó con un sinnú-mero de personalidades sin necesidad de salir de su ciudad natal, ni tener que trasladarse a algún lugar del extranjero. El famoso sótano deodórico fue el espacio en el que tuvieron lugar charlas amicales, discusiones intelectuales, intercambios de opinión polí-tica, todo lo cual nos confirma su experimentado oficio de buen conversador e interlocutor.

Arturo Capdevila fue el último miembro del grupo en morir, a la edad de 78 años. Su obra es extensa. No se dispone de una biografía de Capdevila que reconstruya, a partir de sus escritos, por lo general caracterizados por el espiritualismo y el costum-brismo, sus pasos por la Córdoba y Buenos Aires de la década de los diez hasta los sesenta; que trasmita el aire político, cultural, literario y social de su entorno. Sin embargo, desde la forma poé-tica y del uso de una retórica muchas veces recargada, su obra representa un aporte sustancial que debería ser trabajada más en profundidad desde la perspectiva metodológica que señalamos, en parte en torno al tema de la autonomía intelectual de Córdoba frente a Buenos Aires.

Resulta conveniente hacer aquí la precisión que la Corda Fra-tes que integraron “doce caballeros católicos”, difiere de la Corda Frates Federación Internacional de Estudiantes, que refiere Artu-ro Capdevila en el informe del Congreso FIDE, al que asistió en 1913, en Ithaca, Nueva York. En un artículo posterior profundi-zo acerca de la diferenciación y caracterización entre estas dos referencias de nombre similar pero de naturaleza distinta.18

Agradezco a las personas responsables de las siguientes insti-tuciones por haberme permitido el acceso y las facilidades en la revisión del material bibliográfico y hemerográfico de este trabajo que dio comienzo en 2005: a los chicos de la Biblioteca Mayor, a Susana Moyano y Analía Novo de la Biblioteca “José M. Aricó”, a Silvia Fois y Luz Chaves de la Sección de Estudios Americanistas

18 Para más detalles acerca de estas distinciones, consultar el artículo: NAVARRO, Mina Alejandra, “Arturo Capdevila y el anticlericalismo hacia la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba”, Instituto Mora-Universidad de Santiago de Chile, en prensa.

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“Monseñor Pablo Cabrera” de la Biblioteca “Elma K. de Estra-bou”, Facultad de Filosofía y Humanidades, todas de la Universidad Nacional de Córdoba; el Archivo de La Voz del Interior en Cór-doba; la Biblioteca Nacional y la Biblioteca del Congreso de la Nación, en Buenos Aires; a Miguel Ángel Jurado, Roberto Olivos y Pedro Esquivel del Instituto Mora en México. Mi agradecimien-to a queridos interlocutores que leyeron este libro cuidadosamente en los distintos momentos de su elaboración y contribuyeron con apreciables observaciones: Horacio Crespo, Andrés Kozel, Fabio Moraga, Susana García Salord, Ignacio Sosa, José Antonio Mate-sanz. También a Liliana Vanella, Lucio Oliver, Carlos Altamirano, Ana Foglino, Sergio Díaz, César Tcach, Silvia Roitenburd, Ana Carolina Ibarra, Gustavo Parra, Dardo Alzogaray, Javier Moyano, Carolina Carrizo, Luis Moyano, María Caldelari, Horacio Tarcus, Carlos Casali, Matías Rodeiro y Martín Bergel, por sus comenta-rios y apoyos. A Roberto Ferrero por esa primera pista en el esbozo de mi investigación: Asociación Córdoba libre! que des-cubrí en su texto acerca de la Reforma Universitaria. Agradezco a Irving Reynoso Jaime y a Jorge Navarro por el apoyo para la materialización de este texto en el objeto-libro.

Mina Alejandra Navarro Ciudad de México, otoño de 2009

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LA GENERACIÓN DEL ‘14

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Apuntes históricos en torno a la “genealogía” de la generación del ‘14

En el contexto internacional, la Primera Guerra Mundial repre-sentó el derrumbe del modelo de civilización occidental tal como se había redondeado en la belle époque y, junto con ello, de todo su sistema de valores. En Argentina, y disparado por el criticismo generado por la conflagración europea, la mirada ejercida por sectores importantes de las élites juveniles sobre la Revolución Mexicana a partir de 1910 y aún con mayor intensidad sobre la Revolución Rusa de 1917, permitió ir perfilando esperanzados horizontes de renovación como fundamento de proyectos alterna-tivos a los regímenes políticos y a las estructuras culturales hegemónicas. Estas perspectivas de regeneración no se acotaron al país del Plata, multiplicándose en otros centros de irradiación intelectual en diversos puntos de América Latina: además de Buenos Aires y La Plata, podemos mencionar Lima, Santiago, La Habana, México, entre otros muchos. La ciudad de Córdoba, específicamente, constituyó uno de esos espacios de novedad, muy influyente, a partir de una serie de acontecimientos acaecidos en 1916 que desembocaron en el movimiento llamado Reforma Universitaria iniciado en junio de 1918, con alcances continenta-les. Los protagonistas fundamentales de este proceso en la ciudad mediterránea argentina fueron los jóvenes que se auto-reconocieron como la generación del ’14, y ellos son los sujetos fundamentales de este trabajo.

El contexto argentino presentaba una situación compleja en diversos órdenes de la vida social, condiciones que se habían ido agudizando durante la primera década del siglo XX. Desde el último tercio de la centuria anterior millones de personas provenientes de Europa emigraron en busca de oportunidades económicas y de

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libertades religiosas y políticas, estableciéndose en América del Sur y del Norte, África y Oceanía. Los países del Cono Sur de América fueron cuantiosos receptores de estos inmigrantes, particularmente Argentina, que brindaba entonces posibilidades de asentamiento y trabajo por la ampliación de la frontera agrícola, producto del desalojo violento de los indígenas y del desarrollo de una economía más compleja en algunas ciudades, especialmente la capital. Esto motivó importantes transformaciones sociales y culturales: Argentina pasó de tener un millón 736,923 habitantes en 1869, de acuerdo al Primer Censo Nacional, a tres millones 954,911 en 1895 (el segundo censo realizado), cifra que no responde a un crecimiento natural sino en gran medida a la inmigración de extranjeros. Para 1914, el Tercer Censo reveló la cifra de siete millones 885,237 habitantes, un 34% de incremento anual con respecto al censo anterior. Entre 1870 y 1914 arribaron al país casi seis millones de inmigrantes, principalmente españoles e italianos, representando en 1869 el 12.1% de la población total; el 25.4% en 1895 y el 29.9% en 1914. En los años sucesivos la tendencia se acentuó llegando los extranjeros a ser mayoría por un prolongado período en el grupo de 20 a 40 años de edad.1 Los jóvenes varones representaban la mayoría de los inmigrantes, factor que influyó notablemente, además de sobre la composición de la población total, en el tipo de conformación de la fuerza laboral. La heterogeneidad despertó ansiedades en cuanto a la definición cultural de la identidad, los conflictos laborales y políticos e, inclusive, incertidumbre creciente en cuanto al futuro del país. Este clima difería profundamente del que había imperado en el período inicial de la modernización argentina.2

Durante los años previos a la Primera Guerra Mundial, Ar-gentina, con sus casi ocho millones de habitantes, se transformaba en el país más moderno de América Latina. La

1 CORTÉS CONDE, Roberto, “El crecimiento de la economía argentina, c. 1870-1914”, BETHELL, Leslie (ed.), Historia de América Latina, Barce-lona, Crítica, vol. 10, 1992, pp. 20-21. 2 HALPERÍN DONGHI, Tulio, “Canción de otoño en primavera: previsio-nes sobre la crisis de la agricultura cerealera argentina (1894-1930)”, Desarrollo Económico, Buenos Aires, vol. 21, núm. 95, 1984.

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creciente superficie pampeana dedicada al cultivo, el surgimiento de poblaciones en las zonas rurales, la construcción de una ex-tensa red ferroviaria y de infraestructura portuaria fueron tan sólo algunos factores que es preciso tener en cuenta para comprender las características de la modernización argentina.

En ese contexto, la consolidación del estado-nación a partir de 1880 representó una cuestión relevante en la cultura política de los jóvenes intelectuales del ’14. En sus debates se destaca una preocupación central: la búsqueda de fundamentos de estabilidad política y cultural, junto con la exigencia de un afianzamiento moral. Si bien la guerra europea había advertido acerca de la ne-cesidad de construcción de un escenario de valores elaborado desde América, en el quehacer nacional urgía la consumación de una propuesta de renovación política, pero sobre todo cultural y moral. Al respecto, José Ortega y Gasset !haciéndose eco de los planteamientos efectuados en los últimos veinticinco años desde diversos sectores de la sociedad argentina! comentó durante una de sus conferencias en su tercera visita a Buenos Aires en 1939: “La crisis argentina no es ni económica, ni política, ni social, sino moral e intelectual: faltan normas para vivir e ideas para orientarse”.3

Acordes con un diagnóstico intuido sobre las causas del ma-lestar reinante desde el mismo inicio del siglo, los jóvenes del ’14 emprendieron la tarea de formular un proyecto de regeneración cultural y ética cuya eventual ejecución contribuiría, justamente, a la estabilización de la situación política, social, cultural y moral del país mediante la instauración de una democracia americana, concepto trabajado por Saúl Taborda en 1918, al que se sumaron entusias-tamente sus compañeros.

Para comenzar la indagación en torno a la constitución de este grupo que sería actor principalísimo de los pasos iniciales del movimiento de la Reforma Universitaria en la Córdoba de 1918, creo importante ejercitar una revisión pormenorizada de algunos hechos de su proceso intelectual a partir del planteamiento en un doble nivel referencial: los senderos germinales de sus integrantes

3 HERRERO, Maira e Inés VIÑUALES, Ortega y Gasset en la Cátedra Ameri-

cana, Buenos Aires, Nuevohacer / Grupo Editor Latinoamericano, 2004, p. 7.

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y las aproximaciones sucesivas a la definición de una conciencia grupal, en paralelo a la visión que fueron elaborando de su propia genealogía, y que contribuyó a su auto-reconocimiento y a la con-solidación de su identidad diferenciada. Me interesa cimentar el recorrido histórico de la generación del ’14 en términos de genealo-

gía !entendida como una propuesta de un pasado inteligible como propio a partir de un posicionamiento presente!4 para construir los puentes, en una concatenación verosímil, entre la visión específica del pasado argentino que fueron hilvanando y algunos hechos destacados ocurridos en Córdoba en 1916, plenos de sentido político-cultural, que ellos protagonizaron. Esa visión histórica construida por los jóvenes intelectuales cordobeses dife-ría de la vigente, instaurada desde 1880 en el auge positivista !acuñada fundamentalmente en Buenos Aires!, y significaba también la revelación de referentes intelectuales revalorizados, entre los que Esteban Echeverría era el más connotado, sobre los que podría fundarse una nueva tradición.

Una referencia ineludible en esta dirección es la conformación del núcleo del romanticismo argentino con la denominada Gene-ración del ’37 a partir del Salón Literario organizado por Marcos Sastre en el Buenos Aires de los primeros tiempos de la dictadura del general Rosas (1835-1852). Este fue un verdadero hito histó-rico, ya que el debate que identificaba las reuniones de este grupo de intelectuales, relacionados a temas culturales y teorías sociales, políticas y filosóficas de autores europeos de diferentes tenden-cias ideológicas, desde el historicismo alemán al sansimonismo francés, marcó el surgimiento del movimiento liberal romántico responsable de la elaboración del proyecto que, convertido en

4 “La genealogía no se opone a la historia como la visión altiva y pro-funda del filósofo ni se opone a la mirada de topo del sabio; se opone, por el contrario, al desplegamiento metahistórico de las significaciones ideales y de las indefinidas teleologías. Se opone a la búsqueda del ‘ori-gen’”, FOUCAULT, Michel, Nietzsche, la genealogía, la historia, Valencia, Pre-Textos, 2004, p. 13. Aquí el filósofo francés está entendiendo el término origen en el sentido de fundamento teleológico que le otorgó el histori-cismo. Esta es la perspectiva en la que nos situamos desde la historia intelectual, y es desde aquí que intentamos verificar el mismo procedi-miento con los jóvenes del ’14.

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hegemónico a partir de 1862, finalmente organizaría el país y dejaría una marca decisiva en su fisonomía identitaria.5

La creciente politización del grupo y las fuertes críticas al go-bierno hicieron que Rosas disolviera el Salón a poco de su inicio. A pesar de esto, Esteban Echeverría (1805-1851), Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y Juan María Gutiérrez (1809-1878) persistie-ron en su proyecto político-intelectual y organizaron en 1838 la Asociación de la Joven Generación Argentina.6 Su objetivo fue la recuperación de la tradición liberal de la Revolución de Mayo, la promoción del progreso material y la resolución de la polariza-ción entre federales y unitarios a través de una nueva síntesis política. Para ello, creían que era necesario influir en la clase diri-gente mediante la “asesoría ideológica”, actitud muy presente a lo largo de la vida de Alberdi, quien inicialmente se acercó a Rosas, y luego visualizó al “príncipe” en la figura del general Urquiza, vencedor del dictador en 1852 y responsable del proceso consti-tucional de organización de la república en 1853. Otros integrantes de la generación prefirieron el protagonismo político directo, siendo los dos casos más destacados en este sentido, sin duda, los de Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. De todos modos, sea cual fuere la peripecia individual, el proceso en su conjunto revela que la vocación política constituyó un ele-mento sustantivo de la definición generacional.

5 ECHEVERRÍA, Esteban, Dogma socialista, edición crítica y documentada, prólogo de Alberto PALCOS, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1940; WEINBERG, Félix, El Salón Literario de 1837, Textos de Marcos Sastre, J.B. Alberdi, J.M. Gutiérrez y E. Echeverría, Buenos Aires, Hachette, 1958; HALPERÍN DONGHI, Tulio (Selección, prólogo y cro-nología), Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880), Caracas, Ayacucho, núm. 68, 1980. 6 Semejante a la Joven Italia creada por Giuseppe Mazzini en 1831, diri-gida a la independencia y unificación italiana, con credo republicano e ideología provista por el liberalismo político radical, en la que militó Giuseppe Garibaldi, quien estuvo presente en Sudamérica desde la se-gunda mitad de la década de 1830 hasta 1848, enrolado en las luchas de los republicanos de Santa Catarina y Río Grande do Sul, y en la Banda Oriental, en el bando enfrentado a Rosas junto con los exiliados román-ticos argentinos.

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A finales de la década de 1830 los miembros de la Asociación

Joven Argentina habían pasado abiertamente a la oposición a Rosas: muchos emigraron a Montevideo, Chile, Bolivia o se dirigieron a las provincias del interior, donde continuaron con la fundación de filiales de la Asociación y con el quehacer de su propaganda polí-tica. Entre los que se adhirieron se cuentan Domingo F. Sarmiento (1811-1888), Bartolomé Mitre (1821-1906), Mariano Fragueiro (1795-1872), Vicente Fidel López (1815-1903) y José Mármol (1818-1871).

La victoria de Monte Caseros ocasionó la caída de Juan Ma-nuel de Rosas después de haber estado al frente de un gobierno conservador y proteccionista durante diecisiete años y, también, abrió la posibilidad de que la coalición de jóvenes liberales ro-mánticos y viejos unitarios ilustrados operaran la organización constitucional de la Argentina, consolidada durante las tres si-guientes décadas. Este capítulo histórico tocante a la organización del estado-nación fue medular en la construcción de una concien-cia política entre los jóvenes de la generación del ’14, que fueron los primeros en considerar críticamente ese proceso después del optimismo desbordante de la generación del ’80 y el más atempe-rado pero estetizante y poco comprometido políticamente de la del Novecientos.7

A pesar de la oposición de Buenos Aires, –regida desde sep-tiembre de 1852 como un Estado independiente– el general Urquiza, vencedor de Rosas y gobernador de Entre Ríos, organizó el Congreso Constituyente de Santa Fe en 1853 con la participación de las restantes provincias. Ahí se aprobó una Constitución de carácter republicano, representativo y federal atemperado, elaborada de acuerdo al modelo proporcionado por Juan Bautista Alberdi en sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, libro publicado en 1852. Urquiza fue elegido presidente de la Confederación Argentina en 1854 bajo la nueva

7 Para los elementos históricos generales he seguido: LYNCH, John, “Las Repúblicas del Río de la Plata”, Leslie BETHELL (ed.), Historia de América

Latina, Barcelona, Crítica, vol. 6, 1991, pp. 264-315; GALLO, Ezequiel, “Política y sociedad en Argentina, 1870-1916”, Leslie BETHELL (ed.), Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, vol. 10, 2000, pp. 41-66.

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Constitución, mientras que la ciudad y la provincia de Buenos Aires permanecieron separadas bajo la influencia de Bartolomé Mitre. Después de la batalla de Cepeda, en la que fue vencido el ejército de Buenos Aires, y con la firma del Pacto de San José de Flores en 1859, el Estado de Buenos Aires pasó a integrarse en la Confederación. Una nueva guerra civil, dos años más tarde, culminó en la batalla de Pavón con el triunfo de Buenos Aires, y en 1862 Mitre fue elegido como el primer presidente constitucional de la República Argentina unificada, siendo la capital provisional la ciudad de Buenos Aires, finalmente federalizada en 1880, en el transcurso del último gran episodio de la larga construcción de la organización estatal argentina.

Durante el mandato de Mitre se concretó la unificación nacio-nal paralela a la efectiva conformación del Estado, imponiéndose la hegemonía de Buenos Aires sobre las autonomías del interior y los restos de la resistencia federal, e implicando también avances laicizantes que se reflejaron en asuntos relacionados con la educa-ción, el matrimonio y los valores, mismos que provocaron bajo gobiernos sucesivos una serie de conflictos entre “católicos” y “liberales”.8 Además, Mitre involucró a Argentina en la Guerra de la Triple Alianza, uniéndose al Uruguay y al Imperio del Brasil en contra del Paraguay, en lo que acabó siendo una masacre que consolidó la hegemonía liberal en el Cono Sur de América al eli-minar la original experiencia autónoma de los gobiernos de Francia y los López en la nación guaraní.

A Mitre le siguieron las presidencias de Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880), que sentaron los cimientos en la construcción de la Argentina mo-derna bajo tres grandes proyectos: unidad nacional, instituciones liberales y modernización con un gran impulso de los proyectos educativos populares. Durante su mandato presidencial, Domingo Faustino Sarmiento realizó el Primer Censo Nacional de Población y promovió la educación masiva, el desarrollo de las comunicaciones en el país y la creación de instituciones. Finalizó la Guerra de la Triple Alianza, iniciada en 1864. Durante la presidencia de

8 ROITENBURD, Silvia, Nacionalismo católico 1862-1943. Educación en los dogmas

para un proyecto global restrictivo, Córdoba, Ferreyra Editor, 2000, pp. 16-17.

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Avellaneda se realizó la llamada Campaña al Desierto, empresa a cargo del general Julio Argentino Roca, que buscó incorporar los territorios patagónicos a costa de una crueldad genocida con la que se atacó a los aborígenes. Fue en este periodo en que la ciudad de Buenos Aires fue proclamada Capital Federal y separada de su provincia. Dardo Rocha, siguiente gobernador de Buenos Aires, fundó en 1882 la ciudad de La Plata con el fin de establecer una capital provincial diferenciada, que sería asiento del fundamental Museo de Ciencias Naturales (creado en 1884) y de una importante universidad nacional (1905).

El general Julio A. Roca fue elegido presidente de la Nación en 1880, fecha que marca el comienzo de una etapa de gran cre-cimiento económico, institucional y educativo para Argentina, basado en el auge de una naciente economía que rápidamente se colocó como una de las principales exportadoras de materias primas del mundo. La oligarquía terrateniente agrícola y ganadera se consolidó como la clase dirigente de este proceso económico, usufructuando un régimen político excluyente y fundado en la manipulación electoral. A pesar de los adelantos del país y de los tiempos de bonanza, la clase media y los sectores populares que-daron excluidos políticamente durante muchos años, lo que provocó la conformación de una creciente oposición marginada del juego electoral y el estallido de varios levantamientos de di-versa intensidad en 1890, 1893 y 1905. Todos ellos pudieron ser controlados por el gobierno y la institucionalidad formal pudo mantenerse a pesar de las convulsiones.

Uno de los logros relevantes de la última etapa de los gobier-nos oligárquicos en materia democrática fue el relacionado a la transformación de las condiciones electorales, hasta entonces manipuladas desde el gobierno, ya que el presidente era elegido por un sector restringido con base en el acuerdo mayoritario de la élite del poder. En 1912, el presidente Roque Sáenz Peña pro-mulgó una ley (conocida como Ley Sáenz Peña) por la cual el voto pasó a ser obligatorio, secreto y “universal”, comprendiendo a toda la población masculina mayor de 18 años. Bajo el marco de esta nueva ley, en 1916 fue elegido presidente Hipólito Yrigoyen, candidato por la Unión Cívica Radical, representante de una coa-lición amplia centrada en la clase media y con claro apoyo

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popular, y principal animador de la oposición durante las dos décadas anteriores. Durante el gobierno de Yrigoyen, Argentina mantuvo una posición neutral durante la Guerra Mundial, sin sustraerse a la profunda crisis generada por la conflagración; no obstante, la prosperidad económica de la llamada “Argentina opulenta” se mantuvo durante la administración de su sucesor Marcelo Torcuato de Alvear (1922-1928), siendo entonces el país del Plata una de las naciones más ricas del mundo.

La revista histórica hecha en los párrafos anteriores debe te-nerse en cuenta en tanto marco en el que se condujeron desde los jóvenes del romanticismo en 1837 hasta los de la estremecedora coyuntura de 1914. Existe un hilo de continuidad entre estas dos generaciones en torno a un proyecto político liberal sustentado en la vigencia del régimen democrático. He podido documentar el significado central de los pensadores románticos en la génesis del grupo cordobés a través del descubrimiento en los fondos de la sección de Estudios Americanistas “Monseñor Pablo Cabrera” de la universidad cordobesa de un hasta ahora desconocido folleto, fechado en julio de 1912, de Arturo Orgaz, uno de sus miembros más activos y destacados.9 La importancia del escrito de Orgaz radica en el interés, hasta esos años desconocido, por el poeta y pensador romántico Esteban Echeverría y por sus ideas sociales y políticas. Dicho interés resulta altamente significativo dados el peso y la influencia de Orgaz sobre sus compañeros, influencia expresada en que fue presidente, como veremos, de la Asociación Córdoba libre. El propio nombre de la organización que nucleó generacionalmente a los jóvenes cordobeses denota el transparente eco de las ideas echeverristas y de la generación del ’37, constituida bajo su inspiración como Asociación de la Joven Generación Argentina

en 1838.10 Seguidor de su obra, Arturo Orgaz –un estudiante de

9 ORGAZ, Arturo, Las ideas sociales de Echeverría, Córdoba, s.p.i., 1912. La clasificación de este folleto en la mencionada biblioteca es 9312. El documento completo se puede consultar en el Anexo de este libro. 10 PALCOS, Alberto, “Prólogo”, en ECHEVERRÍA, 1940, pp. XXX-ss.; WEINBERG, Félix, Esteban Echeverría, ideólogo de la segunda revolución, Bue-nos Aires, Taurus, Nueva Dimensión Argentina, 2006, pp. 107-ss.

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derecho en la universidad cordobesa en 1912– rindió con su monografía un “sencillo homenaje” a Echeverría:11

A través de sus escritos de diverso asunto, el fundador de la Aso-ciación de Mayo, se revela como un espíritu analítico y crítico; como un temperamento vigoroso. Actuó en la primera mitad del pasado siglo, época en que la humanidad en su marcha progresiva, había recibido el impulso de nuevos ideales. Al individualismo exa-gerado de la Edad Media, había reemplazado el espíritu de la asociación. El hombre no era ya astro sino que significaba un átomo del componente complejo llamado sociedad.12

Orgaz se ubicaba como vocero de su obra múltiple:

Como publicista, en el periodismo y en la cátedra del conferencista, tratando de ciencia política, económica y educacional, expuso con precisión su pensamiento y sus teorías. Pero la obra que se había impuesto no debía concluir con él: era una obra múltiple, atrevida, grandiosa; debía ser llevada a la práctica por otras generaciones y tener por voceros otros cerebros privilegiados y otros corazones patriotas. Sus enseñanzas quedaron palpables y sus palabras reso-nando en el ambiente social como cantos de profecía. 13

Según Halperín Donghi, la generación del ’37 “se veía a sí

misma como la más reciente concreción de esa élite [la élite le-trada, M.N.], se veía también como la única guía política de la

11 Arturo Orgaz elaboró esta monografía como trabajo práctico que el profesor de sociología Dr. Enrique Martínez Paz encargó a sus alumnos para abordar el tema del pensamiento social en los autores del siglo XIX, cf. MARTÍNEZ PAZ, Enrique, Trabajos de la clase de sociología, Córdoba, La Italia, vol. I, 1912. La cátedra de sociología se creó en 1907 a instancias del Consejo Superior de la Universidad Nacional de Córdoba, dentro del plan de estudios de la carrera de derecho. Martínez Paz sustituyó a Isi-doro Ruiz Moreno, docente de larga trayectoria en la Facultad de Derecho y una vez confirmada su posición, hizo modificaciones al programa de la materia; recurrió a textos de la Escuela de Chicago de Sociología, como los de Franklin Giddings y Lester Ward, cf. POVIÑA, Alfredo, Nueva

historia de la sociología latinoamericana, Córdoba, Assandri, 1959. 12 ORGAZ, Las ideas, p. 4. 13 Ibídem, p. 6.

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nación”.14 Y en ese sentido el proceso fue revelador. Alberdi, autor de la histórica obra Bases y puntos de partida para la organización

política de la República Argentina, publicó por primera vez en Valpa-raíso en 1852, escrito sobre el que se inspiró la Constitución de 1853. A este respecto, Arturo Orgaz escribió:

La acción de Echeverría se refleja por entero en las “Bases” para la organización argentina que publicó el doctor Alberdi en Valparaíso en 1852, obra que puede considerarse como un trasunto del dogma [Orgaz se refiere aquí al Dogma Socialista, la obra teórica y política fundamental de Echeverría, M.N.]. “Todas las novedades inteli-gentes –dice el autor citado [J. B. Alberdi, M.N.]– ocurridas en el Plata y en más de un país vecino desde 1830, tienen por principal agente y motor a Echeverría”. I esas ideas informaron el espíritu doctrinario del código político de 1853, que con modificaciones de detalle nos rige hoy.15

El reconocimiento generacional reside en el proyecto naciona-

lista-liberal, representado en la construcción del estado-nación argentino bajo el signo de la modernidad y la civilización funda-mentalmente europea, y en todo caso –especialmente para Sarmiento– considerando también sus derivaciones en Estados Unidos. El curso de acción desde la victoria de Monte Caseros sobre Rosas en 1852, el triunfo de Mitre sobre Urquiza en Pavón en 1861 y la desbandada del proyecto federal de la Confedera-ción, son signos de esa lucha.

Para los integrantes de la generación del ’14, si bien se luchaba por “el mismo” proyecto de base democrática moderna, éste debía respaldarse en instituciones e ideales americanos y, sobre todo, articularse en la necesidad de un programa capaz de restituir el vacío de significación del modelo occidental. Mientras que en los jóvenes románticos hay una deliberada acción por consolidar un proyecto político, en los segundos hay una sensación de pér-dida que debe ser regenerada. En cuanto al proyecto político-intelectual, los miembros de la generación del ’37 constituyen un referente primordial para la generación del ’14 porque son identi-

14 HALPERÍN DONGHI, Proyecto, p. XXV. 15 ORGAZ, Las ideas, pp. 6-7.

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ficados como los “precursores” de los propósitos de consolidación e identidad nacional:

Las ideas expuestas hablan muy alto del genio de Echeverría y le colocan, como dijimos al principio, en el envidiable puesto de los precursores. La Patria sin embargo ha sido con él, injusta: casi di-ríamos que le había olvidado: un mezquino homenaje tributado a su memoria hizo vibrar fugazmente en los corazones argentinos el nombre de Echeverría. Muchos de nuestros compatriotas se pre-guntaron entonces y seguirán preguntándose hoy, amparados por su ignorancia: ¿Quién fue Echeverría? ¿Qué hizo? ¿Qué posiciones ocupó? ¿Cuáles son sus títulos para merecer el respeto y la admira-ción nacionales? Nosotros les diríamos: Leed al poeta, fue el Byron Argentino; leed al autor de ciencia política y social, fue el antece-dente de Alberdi; leed al educacionista, fue el inspirador de Sarmiento, admirad el desinterés, la abnegación, el carácter de ese hermano vuestro, es un ejemplo; leed al crítico satírico, es un trasunto de Larra.16

La organización de la República Argentina –desde mediados

de siglo XIX hasta entrados los años ochenta– fue el proceso po-lítico en el que se movilizaron los intelectuales de la generación del ’37. Ellos formaron parte de la élite letrada cuya trascendencia estuvo determinada por la falta de interlocutores en el poder en el momento de Rosas, y luego de Urquiza, y cuya vigencia decisiva luego de Pavón fue velada a partir de 1880 y posteriormente. No fue sino hasta 1912 que un integrante de la nueva generación que se plasmaría en la encrucijada de 1914, Arturo Orgaz, en su mo-nografía sobre Esteban Echeverría que nos ocupa, destacó el significativo y poco reconocido papel fundacional de los intelec-tuales románticos frente al compromiso de la unificación del país y la organización del estado-nación.

En las ideas políticas de los integrantes de la generación del ’37 destacan evidentes presencias del pensamiento europeo. Esta mirada política viró de Europa hacia América con las propuestas político-intelectuales de la generación del ’14, como resultado del derrumbe de ese modelo occidental tras la gran guerra en el Viejo Continente. Mientras que la organización política del país había 16 Ibídem, p. 19.

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sido la principal preocupación en los del ’37, en los del ’14 la instauración del régimen democrático aparece como eventual garantía para la continuidad de aquel proyecto político unificador y, a la vez, para la edificación del porvenir americano. La generación del ’14 legitimó históricamente su actuación política intelectual, el emprendimiento de un proyecto americano, con el proyecto surgido en Buenos Aires y elaborado en el destierro por los miembros de la generación del ’37. La monografía que Orgaz realizó en 1912 es muestra de la identificación política que carac-terizó en ambos grupos el compromiso generacional vis-a-vis con la historia política del país. El escenario: singularidad histórica de Córdoba, “mediterránea” y “docta” “Ciudad mediterránea”, “llave del interior” –decía Mitre–, “la docta”, son algunas de las elocuciones que identifican a la ciudad de Córdoba. Hablar de Córdoba –como lo señala Horacio Crespo– nos remite a hacerlo desde su misma lógica interna, ini-ciada desde el momento puntual de su fundación, por Jerónimo Luis de Cabrera, en 1573.

Articular esta visión de Córdoba implica una profunda revisión de la historiografía, de las condiciones de su producción y de los pre-supuestos fundantes: es decir, de la historia de la nación como historia de Buenos Aires, como relato consagrado de la construc-ción de la nación en cuanto proyecto de afirmación de la hegemonía de Buenos Aires, acaso con un “complemento” –la historia de las provincias–, tal como lo diseñó Ricardo Levene para la Academia.17

Sarmiento describió imaginariamente Córdoba en 1845 inte-

grada en su dualismo de Civilización y Barbarie. Las constantes citaciones que se han hecho de esta visión corroboran su vigencia.

Esta ciudad docta no ha tenido hasta hoy teatro público, no cono-ció la ópera, no tiene aún diarios, y la imprenta es una industria que

17 CRESPO, “Identidades”, pp. 162-190.

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no ha podido arraigarse allí. El espíritu de Córdoba hasta 1829 es monacal y escolástico; la conversión de los estrados rueda siempre sobre las procesiones, las fiestas de los santos, sobre exámenes universitarios, profesión de monjas, recepción de las borlas de doctor.18

Para Sarmiento fue de fácil solución incluir Córdoba en la

barbarie porque correspondía al retraso que no se suponía en la “culta” Buenos Aires, y en realidad no se comprometió con lo que seguramente era la Córdoba en aquellos tiempos: una ciudad en el centro del paisaje argentino, con un núcleo de doctores y de clérigos, con un cabildo y una universidad…; una sociedad de muy marcadas tradiciones.

En este sentido, en esa doble tradición que se respira en la ciudad mediterránea, Raúl Orgaz aludió a la “bifacialidad” cordo-besa.19 En 1973, como parte de su obra inacabada, Alfredo Terzaga criticó la versión sarmientina de Córdoba y, en una mi-rada mucho más profunda y heterodoxa, resaltó hechos y personajes que a lo largo de la historia de la ciudad no surgieron de la nada ni fueron ajenos al país,

como tantas veces se ha pretendido afirmarlo en transparente in-tención denigratoria, sino que tiene raíces –muy hondas– en el propio pasado del Interior argentino y, más particularmente, en la historia de la vieja ciudad hoy cuatricentenaria, donde la tradición universitaria –esa que Sarmiento calificaba de medieval– era una especie de síntesis o resumen de lo que pensaban y querían las su-cesivas generaciones que, desde todas las zonas del Virreinato, acudían a las aulas cordobesas.20

18 SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, prólogo de Noé Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti, Caracas, Ayacucho, núm. 12, 1977, pp. 106-109. 19 Citado en TERZAGA, Alfredo, Claves de la historia de Córdoba, Río Cuarto, Universidad Nacional de Río Cuarto, 1996, p. 193. Este libro fue escrito en 1973 pero la muerte repentina del autor dejó inacabada la obra que estaba pensada en dos tomos en su inicio. La Universidad recuperó los escritos y publicó este material en 1996. 20 Ibídem.

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A fines de los ochenta, José Aricó advirtió en la situación de “frontera” uno de los aspectos fundamentales de Córdoba, fun-damental para la dilucidación de la trama histórica del país, de la disputa entre el Interior y Buenos Aires:

Como ciudad de frontera, Córdoba estuvo sometida a fuertes con-trastes. El confesionalismo católico, basado en la fuerte presencia de una iglesia de matriz ideológica integrista, debió enfrentarse siempre con el obstáculo que le ofrecía un radicalismo laico persistente.21

El “fenómeno Córdoba” es el tema al que está consagrado un

conjunto de trabajos de José Aricó, Antonio Marimón, Héctor Schmucler, entre otros –publicado en la revista Plural al finalizar los años ochenta–, quienes indagaban acerca de la pertinencia e importancia de la singularidad histórica de la “ciudad docta” frente al contexto nacional. Algún tiempo después, esta preocu-pación-debate fue retomada por Horacio Crespo.22 Según él, la visión de provincia reaccionaria, monacal, ultramontana –visión que sirve para describir la ciudad de Córdoba, desde Sarmiento al Manifiesto liminar y a lo largo de toda la obra reformista– proviene de la mirada confusa e intrincada de la “prolongada y aguda tensión entre tradición e innovación, tradición y vanguardia, tradición y modernidad”.23 El aporte jesuítico con su cauda de racionalismo a lo largo del siglo y medio que condujo la Universidad; la controvertida tesis de Cárcano Sobre los hijos adulterinos, incestuosos y sacrílegos, rendida en 1884, y el resistido papel de la Corda Frates, una asociación de militantes católicos, son tan sólo algunas presencias que ejemplifican esas prolongadas y agudas tensiones a las que remite Crespo.

21 ARICÓ, José, “Tradición y modernidad en la cultura cordobesa”, Plu-

ral, Buenos Aires, año I, núm. 13, marzo, 1989, p. 11. 22 PLURAL, Revista de la Fundación Plural para la participación democrática, Buenos Aires, año I, núm. 13, marzo, 1989; CRESPO, “Identidades”, pp. 162-190. 23 CRESPO, Horacio, “Córdoba, Pasado y Presente y la obra de José Aricó Una guía de aproximación”, Prismas, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, p. 145.

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Ciertamente, Córdoba se perfiló como centro cultural para los jóvenes de las provincias del interior, de Perú, Chile y Bolivia, debido a la actividad de su Universidad. Durante el primer cuarto del siglo XVII los jesuitas abrieron en Córdoba el Colegio Máximo (1613), lugar en el que los alumnos, en particular los religiosos de esa orden, recibían clases de filosofía y teología. Este proyecto, articulado intensamente con la actividad misionera en el Paraguay, estuvo sostenido durante casi dos siglos por la significativa labor de la Compañía de Jesús.24

Sin embargo, en 1767, los jesuitas fueron expulsados del te-rritorio americano por ser conceptuados como una amenaza para la monarquía española; fue así como la institución universitaria pasó a manos de los franciscanos. Los conflictos entre franciscanos y el clero secular, en disputa por la dirección de la Universidad, provocaron el re-bautismo del establecimiento, que por Real Cédula del año de 1800 pasó a denominarse Real Universidad de San Carlos y de Nuestra Señora de Monserrat. Esta cédula fue ejecutada en 1808 con el nombramiento del Deán Dr. Gregorio Funes como rector. A partir de este momento, el clero secular desplazó a los franciscanos de la conducción de la Universidad.

El rectorado del Deán Funes, de espíritu progresista y abierto a los nuevos desarrollos de la ciencia y la técnica, se distinguió por la proyección de profundas reformas a los estudios y la intro-ducción de nuevas materias (aritmética, álgebra y geometría, entre otras). Con la Revolución de mayo de 1810 Funes se integró a la Junta de Gobierno en Buenos Aires y desempeñó una activa vida política e intelectual hasta su muerte en 1829.

Entre 1860 y 1880 se implementaron algunas reformas aca-démicas importantes en el interés de modernizar la Universidad Nacional de Córdoba, impulsadas inicialmente por el rector Ma-

24 En 1621, el Breve Apostólico del Papa Gregorio XV otorgó al Cole-gio Máximo la facultad de conferir grados, ratificado por el monarca Felipe IV a través de la Real Cédula del 2 de febrero de 1622. A media-dos de abril de ese año, el documento llegó a Córdoba y el Provincial de la Compañía, Pedro de Oñate, con el acuerdo de los catedráticos, de-claró inaugurada la Universidad. Cf. Constituciones de la Universidad de

Córdoba, Córdoba, Instituto de Estudios Americanistas-Universidad Nacional de Córdoba, núm. VII, 1944, pp. 81-83.

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nuel Lucero. Durante la presidencia de Sarmiento, la ciencia cobró particular impulso debido a la incorporación de profesores extranjeros especializados en ciencias naturales y exactas. De éstos, siete profesores alemanes fueron los responsables de la impartición de los cursos de ciencias físico-matemáticas en la Universidad Nacional de Córdoba. En esta época se crearon la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba y la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. La Ley Avellaneda, ley na-cional promulgada el 3 de julio de 1885, normó el funcionamiento de las casas de altos estudios –en ese momento solamente dos, la de Córdoba y la de Buenos Aires– ejercido hasta este entonces sin ninguna autonomía y controlado por el Poder Ejecutivo nacional. La Ley Avellaneda fijó las bases de ajuste de los estatutos de las universidades nacionales y se refería fundamentalmente a su organización administrativa. Los aspectos restantes eran decisión de cada una de las universidades. En 1886 fueron modificados los estatutos de la Universidad Nacional de Córdoba para adaptarlos a las prescripciones de esta Ley. Tal era la situación orgánica institucional en el momento del movimiento reformista de 1918.

Hacer una revista histórica pormenorizada de la Casa de Trejo,25 denominación canónica de la Universidad de Córdoba, no es menester de esta investigación.26 Sí lo es señalar su importancia en la historia de la ciudad y de la región en el marco del debate en torno a su singularidad histórica frente al contexto nacional.

La Universidad de Córdoba ha jugado un papel fundamental en la trayectoria histórica de la ciudad. La usual referencia de

25 La denominación proviene del Fray Fernando Trejo y Sanabria, franciscano del Paraguay, elegido por Clemente VIII en 1592, consagrado ese mismo año y con posesión de su diócesis en 1595. Falle-ció en 1614. Fundador de la Universidad de Córdoba, sobre la base del Colegio Máximo de los Jesuitas, de 1610. 26 Una revisión histórica bien trabajada sobre la Universidad Nacional de Córdoba y su importancia como institución pública en el contexto de un país en crisis es la tesis doctoral de Daniel Guillermo SAUR, “Repre-sentaciones mediáticas de la universidad pública en el contexto de un país en crisis, un análisis en la prensa gráfica (Argentina 2001–2002)”, México, IPN-CINVESTAV, 2006.

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Córdoba, la ciudad docta, denota el carácter universitario de la sociedad cordobesa:

[...] en la cumbre social hallábanse los letrados, el clero y los en-greídos funcionarios procedentes, directa o indirectamente, de la metrópoli. De clara prosapia, depositarios de toda la ciencia de la época, poseedores de los altos cargos y dignidades, los Doctores, Licenciados, Maestros y Bachilleres de la Casa de Trejo constituían una aristocracia libre y universalmente acatada, aparatosa y formu-lista, culta y devota, empapada del honor del título y prevalida de su notoria superioridad sobre el común de las gentes. La aureola de que la rodeaba la Colonia resistió a las niveladoras conmociones de la Independencia. Los rastros de su influencia se perciben sin es-fuerzo en la trama de la vida nacional. Y aún hoy mismo [1905] el doctoral pergamino conserva cierto lustre prestigioso, tras el cual se precipita la juventud a las aulas universitarias.27

En este sentido, la funcionalidad de la aristocracia doctoral

estaba vinculada al paso por la Casa de Trejo. Los jóvenes de la generación del ‘14 egresaron de la Universidad con el título de abogados, sin embargo es importante destacar su significativa inclinación por la filosofía, la sociología y las artes. La obtención del pergamino doctoral les otorgaba un elevado estatus y el prestigio social para conducirse entre las más altas dignidades.28 Capdevila describe el paseo de los doctores en Córdoba del Recuerdo:

Entretanto iban y venían por las aceras los solemnes doctores de Córdoba, vestidos de negro, de levita y sombrero de copa, luciendo enormes chalecos blancos. Y se reverenciaban los unos a los otros, diciéndose “mi doctor” en unas largas y estiradas salutaciones. Pa-saban también jóvenes josefinos, caminando con cierto aire hierático que no revelaba sino una incontenible predisposición doctoral.29

27 RÍO, Manuel, cit. en AGULLA, Juan Carlos, Eclipse de una aristocracia,

Una investigación sobre las élites dirigentes de la ciudad de Córdoba, Buenos Ai-res, Líbera, 1968, p. 26. Manuel Río fue un importante funcionario de la Universidad Nacional de Córdoba a principios del siglo XX e historiador de la provincia, de allí la relevancia de su juicio. 28 Ibídem, p. 27. 29 CAPDEVILA, Arturo, “Nuevos Tiempos”, Córdoba del Recuerdo, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 5ta. ed., 1944 [1939], p. 116.

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Hemos señalado el impacto de la guerra europea en el pro-yecto americano que emprendieron los jóvenes de la generación del ’14, y destacado la fundamentación de su connotación letrada –aristocrática y doctoral– debido al papel que jugaba la universi-dad en la sociedad cordobesa. El caso de Saúl Taborda no se explica a través de ese rol aristocrático debido a que provenía de un pueblo del interior de la provincia de Córdoba y su familia no pertenecía a ese sector social elevado, a diferencia de un Roca o de un Orgaz. Más adelante se abordará con detalle algunos rasgos que hacen a la trayectoria de Taborda y a la riqueza de su pensamiento.

Existe un tercer elemento básico en el discernimiento del idea-rio de los jóvenes de la generación del ’14, y que además marca otra diferencia con los intelectuales del ’37. Tiene que ver con el proceso de modernización que vivía Buenos Aires desde la dé-cada de los ochenta del siglo XIX y que se extendía al resto de las provincias. Buenos Aires, la capital federal, desarrollaba –en el entendido de Lynch– un crecimiento a través de las exportaciones del sector agrario, de las inversiones en la nueva infraestructura y de la inmigración.30 En Córdoba, en cambio, se hace referencia a un proceso de modernidad sin modernización en el que convivie-ron “la memoria y el cambio, la tradición y revolución en este intento de armonizar elementos de la cultura local y universal”.31

Digo, pues, que la muralla de las lomas iba siendo franqueada por el progreso. La siesta conventual acabaría pronto. El diablo de la mecánica había tomado definitiva posesión del mundo. La gente se disponía a caminar más a prisa. Así, un día se vió por aquellas angostas calles una insidiosa bicicleta anunciadora. Aquella bicicleta era instrumento de propaganda co-mercial; pero también, sin proponérselo, éralo de propaganda moral. Pedaleaba sobre ella un jacarandoso ciclista con disfraz de mono sabio que debió parecer una chocante imagen de las doctri-nas “disolventes” de Darwin. Seguíalo una nube de chiquillos, corriendo hacia el porvenir. Ello es que entre burlas y veras el libre

30 LYNCH, John, “Las Repúblicas del Río de la Plata”, BETHELL, Leslie (ed.), Historia de América Latina, Barcelona, Crítica, vol. 6, 1991, p. 298. 31 ROITENBURD, Nacionalismo, p. 172.

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pensamiento se entraba en bicicleta por aquellos empedrados de la tradición […].32

Ciertamente Córdoba formó parte del proyecto hegemónico

liberal, pero en él convergieron, tensándolo, focos de resistencia propios de la presencia secular de la Compañía de Jesús y de la fórmula discursiva inscrita en el nacionalismo católico, dando como resultado un conjunto de pautas políticas, sociales y cultu-rales distintas a las preexistentes en Buenos Aires, ciudad en la que el catolicismo era casi nulo en el sentido de una real influen-cia política, al menos hasta la década de 1930. Los efectos políticos del debate entre la tradición y la modernidad apuntan a un proyecto de nación divergente del programa liberal encabe-zado por Buenos Aires. La Córdoba católica se oponía a los intentos liberales, que en términos laicizantes pugnaba por lograr la inserción de Argentina en la modernización. Esa Córdoba, anatemizada por Sarmiento en el Facundo, demandaba, sin nin-guna intención separatista, un proyecto de nación distinto, fundado en parte, en la ortodoxia integrista del clericalismo cató-lico y, en parte, en diseños liberales con matices propios.

El impacto del aporte jesuítico en Córdoba se revela clara-mente en cuestiones vinculadas con la identidad y la cultura.33 En 1765 los jesuitas introdujeron la primera imprenta para uso de la Universidad. Tras la expulsión de éstos, la misma quedó en total abandono. El gobernador Juan B. Bustos, con la creación de un fondo a través de la Junta Protectora de Escuelas, promovió la compra y entrega de una nueva imprenta a la Universidad en la década de 1820. No es casual que entre los diarios cordobeses de mitad del siglo XIX hasta la década de los setenta (siglo XX) figure una secuencia de títulos que actuaron, según Roitenburd, en aten-ción al eje de una compleja práctica política y de difusión ideológica, sustentado en la causa católica: El Eco de Córdoba (1862-1886),

32 CAPDEVILA, Córdoba, pp. 114-115. 33 Para este tema, en particular para Córdoba, consultar la extensa obra de Pedro Grenón S. J., y también la de Guillermo Furlong S. J. para el contexto más general de la historia de la Compañía en Argentina.

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sustituido por El Porvenir (1886-1892), y en adelante, Los Principios, hasta 1977. 34

En otro plano de ideas, desde el enfoque liberal, Ramón J. Cárcano –futuro gobernador de Córdoba en 1913 y 1925–35 rin-dió su tesis doctoral en 1884: Sobre los hijos adulterinos, incestuosos y sacrílegos en la Universidad Nacional de Córdoba; con ello tomó la delantera no sólo en el tema del matrimonio, pues trastoca la indisolubilidad de este vínculo, sino también en la discusión de la patria potestad de los hijos y de los derechos de la mujer, pro-pugnando en sí una explícita separación del Estado y la Iglesia. Esta tesis, sostiene el mismo Cárcano en sus memorias, fue la primera que se presentó por escrito en la Universidad, acompa-ñada de la defensa de doce proposiciones sobre temas de la disciplina.36 El punto fundamental que cuestionaba Cárcano era el

34 ROITENBURD, Nacionalismo, p. 37. La investigación en torno al nacionalismo católico cordobés reúne, entre otras cuestiones, los “desafíos a la ofensiva eclesiástica”. Este material es uno de los pocos trabajos que avanza en el análisis de los rasgos de la contraofensiva de un núcleo de matriz eclesiástica local y de las relaciones que va estable-ciendo con las distintas fracciones de las élites “liberales” que toman los resortes del estado, provincial y nacional. 35 En 1912, el Partido Constitucional y parte de la Unión Nacional formaron la Concentración Popular, con Ramón J. Cárcano y Félix Garzón Maceda como candidatos a gobernador y vice; se impusieron sobre los de la Unión Cívica Radical. Un año después, en 1913, se fundó en Córdoba el Partido Demócrata, coalición de dirigentes que pertene-cían a las viejas fuerzas políticas reunidas en la Concentración Popular. Este partido reunía un importante caudal electoral y redes políticas especialmente del noroeste de la provincia y, poco frecuente en esos tiempos, fue capaz de conciliar –al menos formalmente, precisa Garde-nia Vidal– los enfrentamientos entre católicos y liberales al unir a ex juaristas como Ramón J. Cárcano y católicos militantes como Juan F. Cafferata, cf. VIDAL, Gardenia: Radicalismo en Córdoba, 1912-1930, Los grupos internos: alianzas, conflictos, ideas, actores, Córdoba, Universidad Na-cional de Córdoba, 1995, p. 30. 36 En 1878 se suprimió la ignaciana de la época jesuítica, por la cual el candidato al doctorado debía defender doce conclusiones durante cuatro horas, y una oposición de una hora, ante las autoridades de la Facultad,

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retraso de la legislación argentina. Este hecho fue una franca y abierta manifestación de liberalismo; un estudio que resultó de lecturas, conversaciones y encuentros entre liberales, que cierta-mente los había en Córdoba. Casi veinte años atrás, en 1867, el Gobernador de Santa Fe, Nicasio Oroño, había presentado el proyecto y promulgado la ley provincial de matrimonio civil.37 Ubiquemos este hecho como un antecedente fundamental en la exposición de la tesis de Cárcano. Estas expresiones universitarias y jurídicas formaron parte del proyecto liberal en el último trans-currir del siglo XIX.

La propuesta radical yrigoyenista, en los inicios del siglo XX, corrobora la entrada a la modernidad. Este paso se normativizó en el ámbito de la política con la aprobación de la Ley Sáenz Peña. La abstención, la revolución y la formación de un amplio movimiento político dispuesto en torno a una figura carismática, como lo era Yrigoyen, fue resistido por diferentes grupos en el interior de la Unión Cívica Radical (en adelante UCR) a nivel na-cional. Esto dio pie al surgimiento de nuevos proyectos conservadores. Otros radicales se mantuvieron aliados a la UCR pero sin apoyar el yrigoyenismo y fue así como se conformó el llamado Grupo Azul en Córdoba, lo que confirma la presencia también aquí de ese patrón generalizado en todo el radicalismo y que persistiría durante décadas, inclusive después de la muerte del caudillo en 1933.38

En el discurso del nacional catolicismo, el sufragio universal, la extensión de los ferrocarriles, la inserción al mercado mundial, el ingreso de capitales extranjeros, la inmigración, la diversidad de prácticas religiosas, figuraban como fuerzas adversas a la tradición católica de Córdoba, de añejo enraizamiento, protagonizada por todo un sector de la vieja aristocracia local con ambiciones ideo-

cf. CÁRCANO, Ramón J., Mis primeros ochenta años, Buenos Aires, Sudame-ricana, 1943, citado por ROITENBURD, Nacionalismo, p. 244. 37 Esta iniciativa respondía tanto a una demanda local, pero también general. Santa Fe, según Silvia Roitenburd, era una de las provincias que promovía la inmigración con mayor intensidad; ROITENBURD, Naciona-

lismo, p. 87. 38 VIDAL, Radicalismo, pp. 19-20.

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lógicas y políticas mucho más amplias que las relativas al ámbito puramente provincial, como precisa Crespo.39

Para ahondar en el caso de Córdoba, en particular, en la pre-sencia de la iglesia con una matriz ideológica integrista, me remitiré a la Corda Frates por su equivalencia a una clara proyec-ción política y cultural del confesionalismo católico en la sociedad cordobesa. Gardenia Vidal trabajó en el tema de esta misteriosa congregación, de la que poco se conoce y mucho queda aún que revelar. Se trata de una “asociación” de militantes católicos que actuaban en función de un único objetivo: la preservación del control del poder político en la provincia.40 El análisis y revisión de este asunto contribuirá a comprender las divergencias y dife-rencias de Córdoba en el contexto nacional.

La Corda Frates estuvo integrada por “doce caballeros católi-cos”, según una nota del diario La Nación publicada en 1917 y referida recurrentemente por los especialistas en el tema. Lo que resulta revelador es la participación de Arturo M. Bas como ca-beza del grupo, así como también la presencia de muchos miembros de la aristocracia cordobesa en sus filas.41

39 CRESPO, Horacio, “Identidades”, 1999. A este respecto, este autor

advierte sobre la necesidad, aún poco trabajada, de evaluar el papel de la aristocracia cordobesa por la historiografía nacional. Existe una acertada visión sociológica de este grupo social trabajada por AGULLA, Eclipse, 1968. 40 Consultar la minuciosa y prolija investigación de Gardenia Vidal en torno al radicalismo de Córdoba en el período 1912-1930, que es la edición de su tesis doctoral, VIDAL, Radicalismo, pp. 52-57. 41 Arturo M. Bas fue antirreformista, un hombre vinculado a las empre-sas extranjeras (fue abogado de la compañía de tranvías); perteneciente al sector vinculado al clero más conservador de Córdoba, cf. MARCÓ

DEL PONT, Luis, Historia del movimiento estudiantil reformista, Córdoba, Universitas Editorial Científica Universitaria de Córdoba, Historia Co-lección Temática, 2005, p. 31. Con relación a su trayectoria política, Bas figuró protagónicamente en el grupo de los católicos. Los dirigentes católicos, entre ellos Bas, convinieron constituir un partido a nivel na-cional –el Partido Constitucional– que integraría a todos aquellos militantes católicos que hubieran quedado al margen de los partidos políticos mayoritarios. En las elecciones de 1912, añade Gardenia Vidal, es posible que el Partido Constitucional se haya presentado liderado por Arturo M. Bas. Otros integrantes de este partido, hombres claramente

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No es un partido, ni club, ni una sociedad, ni nada que se le pa-rezca. Es una tertulia de doce caballeros, católicos –este es su más fuerte vínculo espiritual– y de edades aproximadas, muy unidos entre sí por lazos de amistad y aun de parentesco, que se reúnen en comidas y almuerzos periódicos, ya en un hotel, ya en casa parti-cular de alguno de ellos. Universitarios en su mayoría, políticos casi todos, funcionarios y ex funcionarios, legisladores y ex legisladores, los asuntos públicos los ocupan desde luego, y aun cuando con frecuencia sus señoras les acompañan en los ágapes, no dejan éstos de presentar cierto aspecto de consejos de estado. La unidad de la fe completa la semejanza con una agrupación de militantes, pero lo cierto es que allí hay independientes, radicales azules, algún simpa-tizante con los rojos, algún platónico amigo de los demócratas. El

doctor Arturo M. Bas, uno de los hombres más reputadamente inteligentes e

ilustrados de Córdoba es, al decir de muchos, cabeza del famoso grupo, en el

cual figuran el gobernador de la provincia, dos de sus ministros, el intendente municipal, el doctor Antonio Nores, profesores de las facultades, etc. Tienen

gentes de todos los partidos, tienen diputados de todos los rumbos. Así, caiga el

que caiga, triunfe el que triunfe, la ‘Corda’ sale siempre parada.42

La relevancia de este agrupación se corrobora cuando sabe-mos de su participación en el episodio de las elecciones de rector en 1918, causa por la que estalló el movimiento de Reforma Uni-versitaria. Años atrás, Arturo Capdevila había publicado una severa crítica contra la Corda en la Revue Argentine. Advertía allí sobre su carácter internacional y demarcaba la ubicación de una de sus representaciones precisamente en la Universidad de aquella ciudad “monacal”.

El episodio, singular para determinar el origen y la ubicación de un aspecto medular de la disputa cordobesa de esos años, se desarrolló así. En 1913, Arturo Capdevila asistió a la reunión

alineados con la Iglesia, fueron: Antonio Nores, Juan F. Cafferata, Gui-llermo Lascano, Manuel S. Ordoñez. En 1918, nuevamente el Partido presentó candidatos en los comicios municipales de ese distrito y logró imponer dos concejales, sin embargo la agrupación se disolvió al poco tiempo debido a conflictos internos, VIDAL, Radicalismo, p. 27. 42 La Nación, 16/6/1917, en SANGUINETTI, Horacio y Alberto CIRIA, La Reforma Universitaria, Buenos Aires, CEAL, Biblioteca Política, núm. 38, 1983, p. 25. Las cursivas son mías, M.N.

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estudiantil en la Universidad de Cornell –en Ithaca, en el estado de Nueva York– como representante de la Confederación Uni-versitaria de Córdoba. Durante el trayecto a bordo del “Cap Vilano”, el joven de tan sólo 24 años disfrutó de algunas conver-saciones con su conocido, el ya consagrado poeta Leopoldo Lugones.43 En aquellos tiempos, ellos gozaban de una reciente y lozana amistad aunada al evidente reconocimiento intelectual de Capdevila hacia el celebrado escritor.44 Vale la pena hacer la aclaración de que el lazo entre Deodoro Roca y Lugones no prosperó a la larga, como sí sucedió entre el poeta y Capdevila.45

43 CAPDEVILA, Arturo, Lugones, Buenos Aires, Ensayistas Hispánicos / Aguilar, 1ª ed., 1973, p. 247. 44 Este reconocimiento permaneció inalterable durante toda su vida: Capdevila caracteriza su biografía del autor de Romances del Río Seco,

publicada póstumamente, como “la interpretación de un destino y un testimonio sobre la extraña grandeza de una vida excepcional”. En su biografía, basada muchas veces en recuerdos directos y con tono auto-biográfico, Capdevila narra las circunstancias en que conoció al poeta. Durante uno de sus viajes a Buenos Aires, precisamente en el momento en que Lugones publicó El lunario sentimental (1909), Capdevila y su acompañante Raúl Orgaz decidieron saludar al “comprovinciano ilus-tre”: “No nos fue difícil. Nos dirigimos a El Diario… y nos anunciamos sin ningún protocolo. […] Se volvió hacia nosotros con el aire simpático y campechano de un indiscutible cordobés de la sierra. […] Lugones parecía no por cierto un poeta sino, antes bien, un campeón listo para el puñetazo. Supo lo que deseábamos –simplemente saludarlo– y a esto sonrió benévolo. […] Nos dispusimos a dejarlo. —Bueno –dijo–. Pero este saludo no basta. Visítenme”. Para Capdevila, “Eso era ya la amistad”. Esta relación se reanudó un año después, cuando Capdevila se mudó a Buenos Aires, “y fue ello para toda la vida”, cf. CAPDEVILA, Lugones, pp. 224-225. 45 La amistad entre Roca y Lugones se violentó explícitamente en un intercambio epistolar en el que Roca puso en evidencia una cierta trai-ción de Lugones en su lucha por la causa reformista. La correspondencia en torno a la ruptura intelectual entre Leopoldo Lugones y Deodoro Roca –quien llamó a su contrincante, en una exhibición maestra de esgrima polémica (Lugones era practicante de la otra, la deportiva, en el oligárquico Círculo de Armas de Buenos Aires) “león de alfombra”– puede ser consultada en KOHAN, Néstor (selección y estudio preliminar), Deodoro Roca, el hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999, pp. 211-225.

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Para alivio nuestro, viajaba en el “Cap Vilano” el grande y exce-lente Leopoldo Lugones. Era irse con patria y todo. A veces nos declamaba versos de Martín Fierro; y alguna tarde, recostados en la proa, recordó algún maravilloso soneto de su musa. Pláticas inolvi-dables fueron aquéllas en que aprendimos mucho bueno de los labios sapientísimos de ese hombre excepcional.46

Acerca de la Revue Argentine, que acogió la crítica de Capdevila

a la Corda, Lugones figuró como su director. La atención de la Revue estuvo colocada sobre los grandes problemas políticos, económicos y sociales, de orden nacional y universal, pero siem-pre reiterando un primer plano para lo que ocurriera en la América del Sur. Se publicaron tan sólo siete números debido al estallido de la guerra europea, con una periodicidad mensual y en francés. El último número apareció en septiembre de 1914.47

Hay cierta imprecisión sobre el nombre de este impreso. La designación inicial que refieren Capdevila y Lugones, en 1913, durante su conversación, es Revue Argentine. Sin embargo, esta revista sólo existió efectivamente mucho después, entre 1934 y 1939, y no tiene ninguna relación con la Revue Sud-Américaine, nombre que finalmente adoptó la publicación de Lugones. Ac-tualmente sigue apareciendo la Nouvelle Revue Argentine.48 En la biografía que Capdevila hizo de su admirado amigo, en el capítulo “Con Lugones en el mar”, Capdevila menciona la Revue Sud-Amé-ricaine: “Se iba a Francia [refiriéndose a Lugones] para quedarse de asiento en París, donde fundaría la Revue Sud-Américaine. Yo iba a los Estados Unidos”.49

En el mismo tema, Alberto Conil Paz detalla: “de nuevo en París, [Lugones] trabajó denodadamente, junto a Jules Huret y a Henry Javray en la edición de su ambiciosa Revue Sud-Americaine, cuyo primer número apareció en enero de 1914”. Andrés Kozel, citando al mismo Conil Paz, agrega que:

46 CAPDEVILA, Arturo, La dulce patria, Buenos Aires, Sociedad Coopera-tiva “Nosotros”, 1917, p. 68. 47 CARILLA, Emilio, “La revista de Lugones, la Revue Sud-Américaine”, en cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/29/ (acceso mayo 2009). 48 www.nouvellerevueargentine.com 49 CAPDEVILA, Lugones, p. 247.

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la lista de quienes colaboraron en la página en verdad impresiona: Georges Clemenceau, Camille Pelletan, Pierre Baudin; los poetas Paul Fort, Emile Verhaeren, Enrique Banchs; los españoles Rafael de Altamira y Ramón del Valle Inclán; el mexicano Carlos Pereyra, etc.50

A su vez, Capdevila asistió entusiasta a la reunión estudiantil

con las expectativas de que fuera fructífera:

A Ithaca iba yo predispuesto al optimismo, como quien sabe que en la tierra mojada ondula ya el surco, y que sólo falta arrojar la semilla. Esperaba una óptima reunión de universitarios, lo que ya quiere decir discursos meditados, pensamientos en sazón, contro-versias provechosas.51

Sin embargo el resultado fue imprevista y en esto tuvo que ver

la inesperada actitud de la Corda Frates a lo largo del encuentro estudiantil:

Pero en Ithaca –continúa mi artículo– no ha ocurrido nada de esto. Se ha buscado apenas el pretexto de la “Corda Frates”, cuerpo de dudosa existencia, para llamar a los estudiantes del mundo a pre-senciar una serie de actos sin sentido, vacíos de ideal, carentes en absoluto de cualquier interés intelectual. Baste saber que el exclu-sivo objeto de la reunión radicaba en la simpleza de discutir la reorganización de la “Corda Frates”; asunto fácil de arreglar por notas lacónicas; motivo superfluo que no requería por cierto toda la máquina aparatosa de un congreso internacional.52

Fue en esta ocasión que la Federación Universitaria de Cór-

doba se adhirió a la Corda Frates. Aún y sin tener conocimiento de lo que esta adhesión implicaba, Capdevila simplemente asintió

50 Alberto CONIL PAZ citado en KOZEL, Andrés, La Argentina como

desilusión, México, Nostromo Ediciones / UNAM-Posgrado en Estudios Latinoamericanos, 2008, pp. 64, 107-108. 51 CAPDEVILA, Arturo, “Informe presentado a la Federación Universita-ria de Córdoba”, Revista del “Círculo Médico Argentino y Centro de Estudiantes

de Medicina”, Buenos Aires, octubre, 1913, p. 10. También en CAP-DEVILA, Patria, p. 86. 52 CAPDEVILA, “Informe”, p. 10.

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porque, a su parecer, y de acuerdo a lo expuesto en las sesiones, el grupúsculo no mostraba ninguna intención de plan ni programa.

No se discutió nada, no se declaró nada. Nos habíamos congre-gado porque sí, sin plan, sin programa, sin iniciativa. Las sesiones se redujeron a las largas lecturas en que los diversos delegados in-formaban a la presidencia acerca del progreso de la “Corda Frates” en sus respectivos países. Yo mismo, viendo que eso era todo, leí un discurso de salutación en que concluí ofreciendo nuestra ad-hesión al Comité Central. […] Como se ha visto, solicité nuestra incorporación a la “Corda Fra-tes” ad referéndum, naturalmente, de la Federación Universitaria de Córdoba. Era indispensable. No hacerlo, hubiera sido poco diplo-mático; tanto más, cuanto que las otras federaciones argentinas están incorporadas desde hace muchos años. Sin embargo, por las razones que abajo anotaré, opino que la Federación Universitaria de Córdoba debe retirar su adhesión o tenerla simplemente por no dada.53

Sobre las intenciones de la Corda Frates, Capdevila refirió lo

siguiente:

La “Corda Frates” no aporta, por lo demás, ninguna ventaja a sus asociados, salvo sus miembros dirigentes, a quienes asegura pitanza duradera la ingenuidad de los otros. Asunto de comandita debe ser éste, sin sombra de duda. Aquí tengo, precisamente, una memoria de los siete Congresos anteriores; ojeo sus fotografías y veo en to-das ellas siempre las mismas caras. Aquí están, en La Haya, en Roma o en Turín, todos mis recientes colegas de Ithaca. Aquí está –lo reconozco– aquel buen norteamericano, alto y seco, que presi-día nuestras sesiones en mangas de camisa… Aquí distingo el rostro familiar de aquel chino de banana, a quien le oí hablar un mal francés chisporroteante y esdrújulo. Aquí están aquel japonés de crisantemo y aquel filipino de cuero de Rusia –lo que no quita que fueran muy amables– que pronunciaban largos discursos en un inglés saltarín y malabar. Aquí está aquel italiano dulzón cuyas eles me hacían recordar –¡tan pastoriles eran!– cierta campanita de aldea cordobesa. Aquí está, lo diré de una vez, la prueba tangible de que la “Corda Frates” es una mera sociedad anónima, cuyo directorio

53 Ibídem, pp. 10-11. También en CAPDEVILA, Patria, pp. 87-88.

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tiene su sede en Ithaca. No hay ideas, sino hombres. Entonces no hay ideal, sino negocio.54

Una vez finalizada la reunión estudiantil, Capdevila viajó a Pa-

rís, lugar en el que nuevamente se encontró con Lugones, quien lo invitó a colaborar en la Revue Sud-Américaine.55 Dato interesante es que el joven cordobés eligió hacer una severa crítica a la “Corda Fratres”, punto que, como se puede corroborar en la lectura de los párrafos anteriores, era áspero y complejo.

Dicho lo anterior es necesario precisar lo siguiente. En los ín-dices de la revista, el artículo que Capdevila envió, dando como un hecho su publicación, no aparece.56 En el informe al que he estado haciendo referencia, Capdevila escribió: “En mi artículo de ‘La Revue Argentine’ digo lo siguiente: La ‘Corda Frates’ no aporta, por lo demás, ninguna ventaja a sus asociados, salvo sus miembros dirigentes […]”.57 Probablemente Lugones no consi-deró pertinente el tema del artículo con el resto de textos que conformaron el primer número. Otra posibilidad es que en un gesto amical, Lugones hubiera extendido la invitación de colabo-ración a Capdevila, que éste le hiciera llegar su artículo pero que, a la hora de concretar la participación, simplemente Lugones deci-diera no publicarlo.

En la bibliografía relacionada al tema de la Reforma Universi-taria, normalmente se hacen referencias al papel e influencia de la Corda Frates para ilustrar la reacción de la Iglesia frente al movi-miento. En esta línea, Luis Marcó del Pont advirtió que “para completar el cuadro de lo que sucedía en Córdoba, habrá que explicar la existencia de una logia clerical llamada ‘Corda Frate’ [sic], que representaba a la vieja Universidad contra la que luchan los muchachos y serán los más reacios al nuevo cambio”. Ense-

54 CAPDEVILA, “Informe”, pp. 11-12. También en CAPDEVILA, Patria, pp. 89-90. 55 CAPDEVILA, Patria, pp. 85-86. 56 Los índices de los siete números y otros detalles acerca de la Revue

Sud-Américaine se pueden consultar en CARILLA, “Revista”, en http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/29/TH_29_003_0pdf 57 CAPDEVILA, “Informe”, p. 11.

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guida citó la nota del diario La Nación, ya mencionada en párrafos anteriores, del año 1917.58

En 1983, Horacio Sanguinetti y Alberto Ciria hacen mención de la Corda para describir la condición prácticamente “inmutable y teñida de clericalismo” de la Universidad de Córdoba; hacen alu-sión al escudo de la Universidad, que portaba el nombre de Jesús rememorando la tradicional enseña jesuita, se apoyan documen-talmente en la referencia del diario La Nación (1917).59 A finales de los noventa, Roberto Ferrero escribe sobre la Corda Frates para ilustrar la cuna y epicentro del movimiento estudiantil re-formista, Córdoba. Ferrero describe a Córdoba como la ciudad de larga tradición cultural y universitaria, con brotes liberales, pero resistidos y matizados por un catolicismo intolerante bajo la dirección, por un lado, de la Corda Frates, una hermandad cató-lica semisecreta de profesores universitarios, funcionarios y políticos que extendían sus tentáculos por todos los partidos; por el otro, del arzobispado, supremo guardián de la beatería y las costumbres piadosas.60

La Corda Frates estuvo involucrada en el movimiento de la Reforma Universitaria a través de la postulación del Dr. Antonio Nores, candidato de esta congregación, en las elecciones de rector en junio de 1918. El inesperado triunfo de Nores provocó el desconcierto entre los estudiantes y la publicación del Manifiesto liminar fue la medida, junto con la declaración de huelga, que

58 MARCÓ DEL PONT, Historia, 2005. Este ensayo fue publicado “humil-demente en mimeógrafo y en forma de folleto” –aclara el autor– en 1968. Treinta años más tarde, la Universidad Nacional de Córdoba, en 1986, lo reeditó a través de la Dirección General de Publicaciones. Hace tres años, en 2005, Universitas, editorial científica universitaria de Cór-doba, dentro de la colección temática, nuevamente editó este libro, versión en la que el autor reestructuró los apartados de la edición del ’86. MARCÓ, Historia, 2005. 59 SANGUINETTI, Horacio y Alberto CIRIA, La Reforma Universitaria, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina (CEAL), Biblioteca Política, núm. 38, 1983, pp. 27-28. 60 FERRERO, Roberto, Historia Crítica del Movimiento Estudiantil en Córdoba, Córdoba, Alción Editora, tomo I (1918-1943), 1999, pp. 11-12.

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estudiantes y profesores implementaron para obstaculizar la con-sumación electoral.

La nueva Asamblea Universitaria constituida por la totalidad de profesores titulares y suplentes fue convocada para el 31 de mayo. Durante ese mes se eligieron democráticamente los decanos de las tres facultades que entonces existían (Derecho, Medicina y Ciencias Exactas). […] Belisario Caraffa fue proclamado vicerrector y se trasladó para el 15 de junio la elección del rector. Estos antece-dentes indicaban que ese día el Dr. Enrique Martínez Paz, abanderado de la reforma, sería consagrado rector. Sorpresiva-mente y olvidando el compromiso adquirido ante los estudiantes, la Asamblea de Consejeros elige rector al Dr. Antonio Nores, candi-dato de la asociación clerical "Corda Frates", congregación de caballeros católicos, muy unidos por lazos de amistad y parentesco. Los estudiantes, envueltos por un sentimiento de traición, irrum-pieron en el salón, lo desalojaron e impidieron la consumación del acto. Sobre el mismo pupitre rectoral redactaron la declaración de una nueva huelga. Surgieron entonces dos entidades de programas opuestos: la Federación Universitaria presidida por Enrique Barros, y el Comité Pro Defensa encabezado por Carlos Artaza Rodríguez. El 17 de junio, Nores asume el rectorado. Se registran otros hechos de violencia. La FUC reclama su renuncia al tiempo que difunde el Manifiesto a los Hombres Libres de Sud América, redactado por Deodoro Roca, al que suscriben varios reformistas. Los estudiantes de todo el país y los obreros se pliegan a la huelga.61

Como se aprecia de lo desarrollado en las páginas previas,

hablar de la historia de Córdoba se vuelve algo complejo; resulta insuficiente considerar el aporte jesuítico, el confesionalismo católico, la matriz de una iglesia integrista, los brotes liberales en el seno de la Universidad desde finales del siglo XIX como espacios cerrados, sin considerar su mutua interpenetración, su diálogo soterrado, sus filias y sus fobias animándose mutuamente.

Hay una tradición modernista en Córdoba, que debe ponerse en contacto necesariamente con el mundo ultramontano del mo-delo sarmientino. ¿De qué forma entendemos el rectorado del

61 Cf. www.unc.edu.ar/modules/seccion_portal/index.php?a=1&id= 218&idsec=1 (Acceso octubre 2007).

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Deán Funes en 1808, de espíritu progresista y abierto a los nue-vos desarrollos de la ciencia y la técnica, distinguido por la proyección de profundas reformas a los estudios y la introducción de nuevas materias (aritmética, álgebra y geometría, entre otras)?; ¿cómo hemos de pensar que, en 1857, la Universidad comprendía los Estudios Preparatorios y las Facultades de Teología y Dere-cho pero donde, en 1864, se suprimieron los estudios teológicos?; ¿cómo es que, en consonancia con los cambios impulsados por el entonces presidente Sarmiento, se incorporaron profesores ex-tranjeros especializados en ciencias naturales y exactas a la Universidad de Córdoba?; ¿cómo que, en 1873, abrió sus puertas la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas, posteriormente lla-mada Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales?…; por esos años nacía la Academia de Ciencias Exactas y el Observato-rio Astronómico y en 1877 se fundaba la Facultad de Medicina. ¿Cómo se concibe que, para mediados del siglo XIX, el país con-tara con dos universidades provinciales únicamente, la de Buenos Aires y la de Córdoba, con una diferencia significativa de casi de dos siglos en las fechas de fundación, creación, 1821 y 1613-1622, respectivamente? La Universidad de Córdoba se nacionalizó en 1856 y la de Buenos Aires, en 1881. Hay, entonces, una historia de irradiación de la ciudad mediterránea como centro cultural decisivo en la conformación argentina.

En su número dedicado al tema, la revista porteña Plural, inte-resada en debatir sobre el centralismo, se refería a Córdoba como “una provincia rica, difícil, gravitante, imprescindible a la hora de pensar el pasado, el presente y el futuro necesario de los argenti-nos”.62 En ese espacio, José Aricó propone la situación de “ciudad frontera” para involucrarse con la singularidad histórica de Córdoba en el plano nacional. Voy a hacer uso de sus palabras al advertir que todos los rasgos laicos y religiosos enumerados en los párrafos anteriores de este apartado son como “las nervaduras de un mismo tejido cultural”. Sin embargo, la historiografía de la Reforma Universitaria ha resuelto mayormente la interpretación de este movimiento de forma opuesta, al ubicar en mundos ce-

62 Plural, Revista de la Fundación Plural para la participación democrá-tica, Buenos Aires, año I, núm. 13, Marzo, 1989.

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rrados y distantes a los laicos respecto de los católicos, en el marco del liberalismo como manifestación del proceso de mo-dernización en Argentina, y proponiéndose a sí misma como el punto inaugural de la modernidad cordobesa. Como resultado de un estudio efectuado desde la perspectiva de la historia intelec-tual, la singularidad histórica de Córdoba debe abordarse entonces a través de la relación entre intelectuales y sociedad, en la que se puedan advertirse las tramas vivas que caracterizan esa singularidad histórica, claramente referida en la formación de élites intelectuales, como es el caso de los jóvenes de la genera-ción del ’14. Aricó escribió:

En realidad, si hubo una función que Córdoba desempeñó a lo largo de su historia fue la preservación de un equilibrio puesto permanentemente en peligro por las laceraciones de un cuerpo na-cional incapaz de alcanzar una síntesis perdurable [...] En los confines geográficos de las áreas de modernización, la ciudad tuvo un ojo dirigido al centro, a una Europa de la que cuestionó sus pretensiones de universalidad. Pero el otro dilataba sus pupilas hacia una periferia latinoamericana de la que en cierto modo se sentía parte. De espaldas a un espacio rural que la inmigración transformaba vertiginosamente, Córdoba la Docta formaba las élites intelectuales de un vasto territorio que la convirtió en su centro. Punto de cruce entre tantas tradiciones y realidades distintas y autónomas, Córdoba creció y se desarrolló en el tiempo americano como un centro de cultura proclive a conquistar una hegemonía propia.63

Auto-reconocimiento: los jóvenes de la generación del ’14, protagonistas de la

Reforma en 1918

En el discurso de colación de grados correspondiente a 1915, Deodoro Roca advirtió los efectos de la guerra europea en América.

A los jóvenes de hoy nos ha tocado nacer en el trance más oscuro de la historia. Amigos: la tragedia de Europa es algo más que una guerra; allí está ardiendo una civilización. El humo denso, cargado de miasma, llegará hasta aquí. Preparemos entonces los ojos para

63 ARICÓ, “Tradición”, p. 10.

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distinguirnos en la sombra. Preparemos el espíritu para compren-der el sentido de lo que vendrá. Preparemos el oído para distinguir las voces amigas entre el ronco grito de los descontentos. En ade-lante, todo ha de gravitar sobre América. Aquí han de tener final los viejos pleitos humanos. Será éste el campo de vasta experiencia. Mientras tanto estudiemos! Estudiemos sin descanso y sin fatiga; no nos sorprenda la tempestad en lo más apartado del bosque, ocupados en pasatiempo inocente!64

Para ese año, Roca (1890-1942) y Arturo Orgaz (1890-1955),

los menores del grupo, tenían veinticinco años; Arturo Capdevila, uno más (1889-1967), en tanto que Taborda ya había cumplido los treinta (1885-1944). Todos ellos eran cordobeses, los tres primeros de la ciudad y el último, de un pueblo –Chañar La-deado– ubicado en el noreste provincial. Roca, Orgaz y Capdevila egresaron de la Casa de Trejo, mientras que Taborda realizó sus estudios en la Universidad de La Plata y su doctorado en la del Litoral. Todos –reitero– se graduaron en leyes.65

Entre los que también participaron en el movimiento refor-mista está Raúl Orgaz, sucesor de Enrique Martínez Paz como titular del curso de sociología en la Universidad de Córdoba. De él se publicó una nota acerca de la guerra europea en Nosotros, la revista porteña de literatura, filosofía y ciencias sociales.66 Orgaz

64 ROCA, Deodoro, “Ciencia, maestros y universidad”, Revista de la

Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, año II, 9, noviembre, 1915, p. 186. 65 Arturo Capdevila y Arturo Orgaz se graduaron de leyes en 1913; mientras que Deodoro Roca lo hizo en 1915. Tanto Capdevila, como Orgaz y Roca fueron docentes de la Universidad de Córdoba después del estallido del movimiento reformista en 1918. Saúl Taborda fue de-signado profesor de Sociología en la Universidad del Litoral. De allí pasó a ocupar el rectorado del Colegio Nacional de la Universidad de la Plata en 1921, cargo que desempeñó simultáneamente con el de Conse-jero de la Facultad de Derecho de Córdoba. 66 Nosotros, publicación porteña, estuvo dirigida por Alfredo A. Bianchi y Roberto F. Giusti por dos periodos, el primero entre 1907 y 1934 y el segundo entre 1936 y 1943; constituyó la voz de toda una época. Una de sus preocupaciones fue comentar, debatir y apoyar algunos de los mo-mentos definitorios de la vida política de la Argentina: “el sufragio universal, el viejo conflicto entre la capital europeizante y las provincias

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habla allí del choque de los dos imperialismos y del relieve que había de adquirir América:

Arribada al fastigio de su civilización, la Europa contemporánea experimenta ahora las conmociones que trae el choque de dos im-perialismos: el imperialismo británico y el germánico. […] Atenuados de fervores de la gratitud y de la veneración, la Eu-ropa, adquiriendo conciencia de sus desventuras y de la inanidad de sus conquistas ético-jurídicas sufrirá una honda desilusión. […] El triunfo del arbitraje en Sud América ha de adquirir entonces relieve extraordinario. Entre tanto, nuevos desgarramientos y disgregacio-nes traerán nuevas pugnas militares, y la Europa parecerá un astro que agoniza lentamente. […] Factores del primer resultado serán las penurias económicas que hoy se experimentan y las que vendrán más tarde, pues es lo cierto que toda liberación presupone un dolor.67

En el tema de las publicaciones periódicas, Córdoba gozaba

de revistas –hasta agosto de 1914– de “notoria autoridad”. Entre ellas se encontraban el Boletín científico de la Academia Nacional de Ciencias (publicado desde 1873), institución fundada por Sar-miento y dedicada hasta hoy al estudio y conocimiento de la gea, flora y fauna argentinas; el Círculo Médico de Córdoba de la Facultad de Ciencias Médicas (publicada desde varios años antes a 1914), consagrada a las especialidades científicas y profesionales de la Medicina, y los Anales de la Facultad de Derecho. Los círculos

criollas, la ley Sáenz Peña, las múltiples protestas de Yrigoyen y su even-tual triunfo presidencial, la guerra europea, la revolución bolchevique […]”. La Reforma Universitaria no estuvo ajena a sus temas, y en alguna oportunidad Nosotros fue vehículo de documentos muy apreciables res-pecto a ese movimiento cultural y político central de esos tiempos. Por ejemplo: GONZÁLEZ, Julio V., “La Universidad”, Nosotros, Buenos Aires, agosto-septiembre 1927, pp. 219-220. Este es el importante número del XX° aniversario de la revista, donde se efectuó un balance del país y su actividad intelectual durante esas dos décadas. 67 ORGAZ, Raúl, “Del doctor Raúl A. Orgaz”, Nosotros, Buenos Aires, año IX, mayo 1915, núm. 73, pp. 133-134. Raúl Orgaz participó en el movimiento de Reforma y fue profesor titular de Sociología en la Universidad Nacional de Córdoba durante diez años (1938-1948).

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estudiantiles de la Universidad, en las facultades de Derecho, Medicina y Ciencias, publicaron también sus respectivas revistas, dedicadas particularmente a los intereses y problemas de la vida estudiantil.

En 1914 se creó uno de los proyectos editoriales más impor-tantes de Enrique Martínez Paz, la Revista de la Universidad Nacional

de Córdoba. 68 Su función como director y editor de la misma duró hasta 1918, logrando ubicar su figura en el ámbito nacional;69 en este año fue postulado como candidato a rector por los estudian-tes. Martínez Paz, al frente de la revista, asumió el compromiso frente a la lucha europea:

Una tribuna levantada para la dilucidación de los grandes proble-mas actuales e históricos de nuestra vida. […] Los acontecimientos actuales nos dan una vez más la razón. La lucha europea ha repercutido en las finanzas, en la política y en toda la vida del país; la solución de tanto problema no puede espe-rarse de las improvisaciones bien intencionadas, sino del estudio científico y profesional de los fenómenos.70

En el mismo tenor de la expresión de ideas en torno a la gue-

rra, en 1918, Saúl Taborda dio a conocer su primer ensayo político-filosófico, en el que no solamente mostraba su parecer frente al hecho sino además exponía su propuesta basada en la implementación de la democracia americana. La presentación de este ensayo, Reflexiones sobre el ideal político de América, se llevó a cabo durante el Primer Congreso Nacional de Estudiantes el 21 de julio, en la ciudad de Córdoba.71 Taborda escribió:

Europa ha fracasado. Ya no ha de guiar al mundo. América que conoce su proceso evolutivo y así también las causas de su derrota, puede y debe encender el fuego sagrado de la civilización con las enseñanzas de la historia.

68 MARTÍNEZ PAZ, Enrique, “Revista de la Universidad Nacional de Córdoba”, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, año I, núm. 1, mayo, 1914, p. 4. 69 Fue sustituido por Félix Garzón Maceda. 70 MARTÍNEZ PAZ, “Revista”, pp. 5, 7. 71 MARCÓ, Historia, p. 160.

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¿Cómo? Revisando, corrigiendo, depurando y trasmutando los va-lores antiguos, en una palabra, rectificando a Europa.72

En el encuentro de colación de grados de 1915 que hemos

mencionado, Deodoro Roca pronunció el discurso de clausura, y ahí expresó su parecer sobre la guerra. Aunado a esto, en 1918 vinculó esa posición frente a la guerra con la proclama de su per-tenencia a la que llamó, precisamente, “generación del ‘14". Roca comprendía el mecanismo mediante el cual operaba este con-cepto en el sentido de la limitación de la vida y la sucesión de las generaciones en el curso de la historia.

Pertenecemos a esta misma generación que podríamos llamar “la de 1914”, y cuya pavorosa responsabilidad alumbra el incendio de Europa. La anterior, se adoctrinó en el ansia poco escrupulosa de la riqueza, en la codicia miope, en la superficialidad cargada de hombros, en la vulgaridad plebeya, en el desdén por la obra desin-teresada, en las direcciones del agropecuarismo cerrado o de la burocracia apacible y mediocrizante.73

Él establecía una distancia cargada de cierta hostilidad res-

pecto de las generaciones precedentes; un auténtico parricidio como el que practicaría años después el escritor aprista Luis Al-berto Sánchez con el novecentismo.74

Las penúltimas generaciones estaban espesas de retórica, de falacia verbal, que trascendía a las otras falacias, pues lo que en el campo literario era grandilocuencia inútil, en el campo político era gesti-

72 TABORDA, Saúl, Reflexiones sobre el ideal político de América, Córdoba, La Elzeveriana, 1918, p. 149. 73 ROCA, Deodoro, “La nueva generación americana” (1918), El drama

social de la universidad, prólogo y selección de Gregorio BERMANN, Córdoba, Editorial Universitaria, 1968, p. 22. 74 SÁNCHEZ, Luis Alberto, Balance y liquidación del Novecientos, Ercilla, Santiago de Chile, 1940; para un comentario incisivo acerca del parricidio de Sánchez: MELGAR, Ricardo, “Notas para leer un proceso a la inte-lectualidad oligárquica: Balance y liquidación del Novecientos de Luis Alberto Sánchez”, Nostromo. Revista crítica latinoamericana, México, núm. 1, in-vierno de 2007, pp. 18-28.

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culación pura, en el campo religioso rito puro, en el campo docente simulación clínica o pedantería hueca, en la vida comercial fraude o escamoteo, en el campo de la sociabilidad ostentación brutal, vani-dad cierta, ausencia de real simpatía, en la vida familiar duplicidad de enseñanza, y en el primado moral enajenación de rancias virtu-des a favor de vicios ornamentales.75

Sin embargo, establecía vínculos con los miembros de la gene-

ración del Centenario. Así puede apreciarse en ese otro discurso suyo que hemos citado, de 1918, en el que evocó a Ricardo Rojas:

Entonces, se alzaron altas las voces. Recuerdo la de Rojas: lamen-tación formidable, grave reclamo para dar contenido americano y para infundirle carácter, espíritu, fuerza interior y propia al alma nacional; para darnos conciencia orgánica de pueblo.76

Al mismo tiempo que Roca identificaba su pertenencia a la

generación de 1914, distinguía el carácter americanista:

Las nuevas generaciones empiezan a vivir en América, a preocu-parse por nuestros problemas, a interesarse por el conocimiento menudo de todas las fuerzas que nos agitan y nos limitan, a renegar de literaturas exóticas, a medir su propio dolor, a suprimir los obs-táculos que se oponen a la expansión de la vida en esta tierra, a poner alegría en la casa, con la salud y con la gloria de su propio corazón.77

Sin embargo desde 1915, Roca se identificaba como americano:

Nosotros –los americanos– no pertenecemos en realidad al viejo tronco latino sino en escasa medida; somos latinos por la tradición que de ellos recogimos, más que por la raza. España es un pueblo afro-europeo que recibió una tradición latina prolongándola en sus colonias de ultramar [...] Formamos entonces en estos pueblos el patriciado de la Burocracia. [...] Uno de los más graves males que padecen las democracias americanas es el desarrollo de la burocracia.78

75 ROCA, “Generación”, p. 23. 76 Ibídem, pp. 23-24. 77 Ibídem, p. 25. 78 ROCA, “Ciencia”, p. 183.

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Formulaba entonces una serie de tareas encaminadas sobre la vía intelectual y las trasmitía a sus compañeros con estas palabras:

Preparemos entonces los ojos para distinguirnos en la sombra. Preparemos el espíritu para comprender el sentido de lo que ven-drá. Preparemos el oído para distinguir las voces amigas entre el ronco grito de los descontentos. En adelante, todo ha de gravitar sobre América. Aquí ha de tener final los viejos pleitos humanos. Será éste el campo de una vasta experiencia. Mientras tanto estu-diemos! Estudiemos sin descanso y sin fatiga; no nos sorprenda la tempestad en lo más apartado del bosque, ocupados en pasatiempo inocente! Tampoco nos arredre el futuro dolor, que el sacrificio es bello cuando cuaja en una verdad o en un bien.79

Tres años más tarde, en 1918, Roca daba a conocer la tarea

pedagógica de esa hora americana:

¡Crear hombres y hombres americanos, es la más recia imposición de esta hora! [...] Significa sólo que debemos abrirnos a la com-prensión de lo nuestro.80

Esta serie de representaciones muestran la preocupación en

torno a un hecho que aunado al fin de época, y a un positivismo ya obsoleto como pilar ideológico del proceso de modernización, ponderan una crisis ideológica, moral y cultural.

La delimitación generacional viene a ser la forma como Deo-doro Roca se planteó, en términos de ubicación histórica, asumir la responsabilidad frente a la crisis desatada por la tragedia europea.

Queda por explorar la génesis del concepto generacional en Deodoro Roca. Sin duda alguna, la idea arielista de José Enrique Rodó se distingue en esta construcción generacional. En 1900 Rodó publicó su texto dedicado a la juventud de América, el Ariel. Deodoro Roca hizo alusión a este texto en un par de ocasiones, en momentos en que pareció ser importante en la definición ideológica y en la precisión de la función de los jóvenes de la generación del ’14.

79 Ibídem, p. 186. 80 ROCA, “Generación”, p. 25.

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Recordemos la hermosa parábola de Rodó: la de aquel niño que paseaba ufano su gozo por el jardín golpeando acompasada-mente con un junco su copa de cristal, hasta que en un arranque de volubilidad cambió el motivo de su juego y llenó la copa hasta los bordes con arena del sendero. Ya la nota del herido cristal no vibraba en el aire. Ante el fracaso de su lira los ojos húmedos del niño se detuvieron ante una flor muy blanca del cantero inme-diato. Cortándola la sujetó en la propia arena del vaso enmudecido y continuó paseando por el jardín su ingenuo goce nuevo.81

En 1918, Roca hizo alusión al libro del pensador uruguayo

como el “que traía la fórmula del universo y la única luz que nuestros ojos podían recoger”.82 La guerra hispano-estadouni-dense fue un decantador que tamizó en el plano de las ideas una evidente oposición entre la América Latina y la América sajona. El Ariel es clara manifestación cultural de un pensamiento de resistencia que se revela en una prosa cabalmente modernista. Ariel, un personaje conceptual, representa la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia. En él se personi-fica el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad, en contraposición al personaje llamado Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza.83

El paradigma arielista es una forma de pensar y definir Amé-rica Latina; fue un manifiesto de asunción de identidad a través del cual se definió la posición no-beligerante, pero diferenciada, entre América Latina y los países sajones. Este texto se caracte-rizó por un enfatizado componente espiritualista, y también por

81 ROCA, “Ciencia”, p. 179. 82 ROCA, “Generación”, p. 22. 83 Carlos JAUREGUI aclara acerca del uso de “Calibán”: “Dos años antes que Rodó lo hiciera, Darío –un Darío de 1898, visto tradicionalmente como el escapista y esteta de la "torre de marfil"– usaba con una retórica frontal la oposición Ariel / Calibán en su condena a los Estados Unidos, a propósito de la guerra de Cuba. Rodó, empero, establece una genealo-gía francesa (Ernest Renan) en la que no se halla Darío, ni tampoco el franco-argentino Paul Groussac, director de la Biblioteca Nacional, de quien –se dice– él y Darío habrían tomado la idea”, Cf. Carlos JÁUREGUI, “Calibán: icono del 98. A propósito de un artículo de Rubén Darío”, www.ensayistas.org/filosofos/nicaragua/dario/Jauregui.htm.

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la expresión identitaria que encarnó el hispanismo y la latinidad en sus componentes morales, raciales y lingüísticos, para distan-ciarse de las fórmulas utilitaristas emprendidas por Calibán, el emblema materialista del Norte.

Rodó afirmaba que la humanidad renueva de generación en gene-ración su activa esperanza y su ansiosa fe en un ideal. El autor uruguayo refiere a Goethe respecto de la relación entre la escuela de la voluntad individual y la generación colectiva.

[…] sólo es digno de la libertad y la vida quien es capaz de con-quistarlas día a día para sí, con tanta más razón podría decirse que el honor de cada generación humana exige que ella se conquiste, por la perseverante actividad de su pensamiento, por el esfuerzo propio, su fe en determinada manifestación del ideal y su puesto en la evolución de las ideas.

Por consiguiente, agrega Rodó:

[…] ningún otro espectáculo puede imaginarse más propio para cautivar a un tiempo el interés del pensador y el entusiasmo del ar-tista, que el que presenta una generación humana que marcha al encuentro del futuro, vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente, en la sonrisa un altanero desdén del desengaño, colmada el alma por dulces y remotos mirajes que derraman en ella miste-riosos estímulos […].84

Otro elemento que se distingue en el concepto de generación

manejado por Roca proviene de la teoría generacional del español José Ortega y Gasset. Esto es posible si se considera la visita del filósofo español a la ciudad de Córdoba en octubre de 1916.

La teoría de las generaciones de Ortega, aún y cuando en su forma más acabada fue publicada en 1923 en El tema de nuestro

tiempo, venía siendo trabajada desde todo un periodo anterior. Una de las advertencias del autor de El tema… es que la primera parte del texto, titulada precisamente La idea de las generaciones, “contiene la redacción, un poco ampliada, de la lección universi-

84 Goethe en RODÓ, Enrique, Ariel, Introducción de Lorenzo Rafael ÁVILA, México, Fondo de Cultura Económica, Colección Biblioteca Joven, 1984 [1900], p. 25.

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taria con que inauguré mi curso habitual en el ejercicio de 1921-1922”.85 No obstante esta afirmación, Ortega y Gasset ya venía refiriéndose a una dinámica generacional desde 1914, cuando en nombre de la Liga de Educación Política Española anunció el papel de la generación en el devenir histórico:

En épocas críticas puede una generación condenarse a histórica esterilidad por no haber tenido el valor de licenciar las palabras re-cibidas, los credos agónicos, y hacer en su lugar la enérgica afirmación de sus propios, nuevos sentimientos. Como cada indi-viduo, cada generación, si quiere ser útil a la Humanidad, ha de comenzar por ser fiel a sí misma. Por esto es menester que nuestra generación se preocupe con toda conciencia premeditadamente, orgánicamente, del porvenir nacio-nal […] hacer un llamado enérgico a nuestra generación, y si no la llama quien tenga positivos títulos para llamarla, es forzoso que la llame cualquiera, por ejemplo, yo. 86

Ortega y Gasset se asume como parte de una generación, dis-tinguida por la expresión de una “sensibilidad yacente”:

Porque, en verdad, no se trata de mí ni de unas ideas mías. Yo vengo a hablaros en nombre de la Liga de Educación Política Es-pañola, una Asociación hace poco nacida, compuesta de hombres que, como yo y buena parte de los que me escucháis, se hallan en medio del camino de su vida. No se trata, por consiguiente, de ideas originales que puedan haber sobrevenido al que está hablando en una buena tarde; se trata de todo lo contrario: de ideas, de sentimientos, de energías, de resoluciones comunes, por fuerza, á todos los que hemos vividos sometidos a un mismo régimen de amarguras históricas, de toda una ideología y toda una sensibilidad yacente, de seguro, en el alma colectiva de una generación que se caracteriza por no haber manifestado apresuramientos personales.87

85 ORTEGA Y GASSET, José, El tema de nuestro tiempo, el caso de las revolucio-

nes, el sentido histórico de la teoría de Einstein, Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina, Colección Austral, 1938 [1923], p. 9. 86 ORTEGA Y GASSET, José, Vieja y nueva política: conferencia dada por…, en

el Teatro de la Comedia el 23 de marzo de 1914: Prospecto de la Liga de Educa-

ción Política Española, Madrid, Renacimiento, 1914, pp. 8-9. 87 ORTEGA Y GASSET, Política, pp. 4-5.

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Ahora bien, siguiendo la misma teoría generacional orteguiana, la historia representa la forma de comprender las variaciones que sobrevienen en el espíritu humano. Sin embargo, advierte el filó-sofo español:

Ciertos fenómenos históricos dependen de otros más profundos, que, por su parte, son independientes de aquéllos. La idea de que todo influye en todo, de que todo depende de todo, es una vaga ponderación mística que debe repugnar a quien desee resuelta-mente ver claro. No, el cuerpo de la realidad histórica posee una anatomía perfectamente jerarquizada, un orden de subordinación, de dependencia entre las diversas clases de hechos. Así las trans-formaciones de orden industrial o político son poco profundas: dependen de las ideas, de las preferencias morales y estéticas que tengan los contemporáneos. Pero a su vez, ideología, gusto y mo-ralidad no son más que consecuencias o especificaciones de la sensación radical ante la vida, de cómo se sienta la existencia en su integridad indiferenciada. Esto que llamaremos “sensibilidad vital” es el fenómeno primario en historia y lo primero que habríamos de definir para comprender una época.88

Las acciones que emprendieron los jóvenes intelectuales fue-

ron orientadas a la comprensión de su tiempo y, así, afrontar la crisis espiritual. Esta comprensión representa justamente la “sen-sibilidad vital” que propone Ortega y Gasset en el método histórico de las generaciones.

Roca, junto con sus “hermanos”, como él los denominó, se reconocieron pertenecientes a una generación en la que destacaba una situación histórica, la guerra europea, que los distinguió de las otras. Ante esto, Roca asumió el compromiso que implicaba una “pavorosa responsabilidad”.89 A pesar de la posición neutral que Argentina adoptó frente al conflicto bélico, ¿qué alcances tuvo ese compromiso?; ¿qué inquietudes representó aquella “pavorosa responsabilidad”?

La “pavorosa responsabilidad” en los términos de un com-promiso generacional se refería a la ruptura en la continuidad de la experiencia de la generación antecesora y en este sentido, los

88 ORTEGA Y GASSET, Tema, p. 13. 89 ROCA, “Generación”, p. 22.

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jóvenes de la generación del ’14 se daban a la tarea de encontrar nuevos saberes y creencias. Con relación a las jóvenes generacio-nes, Beatriz Sarlo señala:

Lo que hacía familiar al mundo ha desaparecido. El pasado y la ex-periencia de los viejos ya no sirven como referencia para orientarse en el mundo moderno e iluminar el futuro de las jóvenes genera-ciones. Se ha roto la continuidad de la experiencia. [...] los jóvenes pertenecen a una dimensión del presente donde los saberes y las creencias de sus padres se revelan inútiles.90

En 1915, Roca ya provocaba el surgimiento de nuevas miradas

referenciales que evitaran el “europeísmo como una de sus cla-ves” a partir de la “bancarrota” que significó la guerra europea:

La “bancarrota” más seria de la edad contemporánea es la banca-rrota de la moral. La guerra actual dá [sic] la evidencia de todos los fracasos. Si las inteligencias se han desprendido de los dogmas, el entusiasmo propio de las religiones debe entonces desplazarse en las doctrinas científicas y sobre todo morales y sociales.91

La generación del ’14 asimiló los efectos de lo sucedido en

Europa. En esta lógica se ubica el emprendimiento de un pro-yecto de regeneración cultural enraizado en un pensamiento americanista. “Por primera vez luego de un siglo”, precisa Aricó, “se sintieron americanos”:

Expresando una nueva sensibilidad que emanaba de la conciencia de formar parte de una generación de ruptura con la anterior intro-dujeron una verdadera divisoria de aguas respecto de su relación con Europa. Acaso por primera vez luego de un siglo se sintieron americanos.92

90 Jacques LE GOFF citado en Beatriz SARLO, Tiempo pasado cultura de la

memoria y giro subjetivo. Una discusión, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Edito-res, 2005, pp. 35-36. 91 ROCA, “Ciencia”, p. 178. 92 ARICÓ, “Tradición”, p. 12.

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La generación del ’14 mantuvo su posición neutral frente a la guerra hasta 1917. Los jóvenes cordobeses y el filósofo español José Ortega y Gasset compartieron la neutralidad de sus respecti-vos países frente a la guerra en el año que el español visitó Córdoba. Esta situación cambio para los jóvenes del ’14 cuando encabezaron una gran manifestación –en 1917– a favor de la ruptura de relaciones con Alemania: “Era el espíritu nuevo, que se manifestaba por la causa del derecho, la de los aliados”, señaló Julio V. González.93 También se apartaban de la política internacional del gobierno de Yrigoyen, y esto debe subrayarse, en términos de las posiciones antiyrigoyenistas posteriormente asumidas por varios de ellos en la coyuntura de fines de la década de 1920, cercana al derrocamiento del caudillo radical por el reac-cionario golpe militar de 1930.

La propuesta intelectual tuvo como punto de partida las au-sencias, carencias y huecos, la constante búsqueda que centrada en el ejercicio autodidacta, fue hallando nuevos horizontes teóri-cos y prácticos. Un tiempo espiritual que –describió Roca– fue “el campo fecundo de la futura siembra moral”.94 Itinerario intelectual y biográfico de Deodoro Roca

Deodoro Roca (1890-1942) nació y murió en Córdoba. Su familia perteneció a los círculos tradicionales de la ciudad mediterránea; sin embargo, hay que tomar en cuenta, con Gregorio Bermann, el hecho de que Roca hubiera abandonado “los privilegios de su casta para situarse al lado de su pueblo”.95

En la trayectoria profesional de Roca no brilla su paso por las instituciones, es más, el mismo fue casi nulo. Fue director del

93 AGOSTI, Héctor P., “Crítica de la Reforma Universitaria III”, Cursos y

Conferencias (Revista del Colegio Libre de Estudios Superiores), Buenos Aires, año III, núm. 7, enero 1934, pp. 714-715. 94 ROCA, “Ciencia”, p. 179. 95 BERMANN, Gregorio, “El difícil tiempo nuevo a través de Deodoro Roca”, Cuadernos Americanos, México, núm. 1, enero-febrero, año XVI, vol. XCI, 1957, p. 26.

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Museo Histórico Provincial Sobremonte –que aún hoy sigue fun-cionando en la casona de este gobernante ilustrado del siglo XVIII–, hasta que se sumó a la lucha estudiantil de 1918. Situación similar sufrió su cátedra de Filosofía General en la Facultad de Derecho.96 Su apuesta estuvo, como lo describe Bermann, en la confabulación de fundaciones, comités de lucha, organizaciones populares, “a las que el pueblo acudía sintiéndose interpretado en sus aspiraciones”.97 Tales son los casos del Comité pro Paz y Libertad de América; su participación en la Unión Latinoameri-cana (fundada por José Ingenieros); la fundación del Comité pro Exiliados y Presos Políticos y Sociales de América; la integración del Comité contra el Racismo y el Antisemitismo, de la Unión Democrática Española, del Comité de Ayuda a la España Repu-blicana, y de tantos otros organismos.98

¿Qué hace a Deodoro Roca, uno de los jóvenes protagonistas del movimiento, objeto de estudio para seguir trabajándolo hoy en día? Su condición de origen, de hombre del interior, aunada a una actitud transgresora, responde a dos de las principales carac-terísticas que operaron en la configuración de su pensamiento. Roca no realizó viajes a Europa, ni siquiera en el continente o en su país como la mayoría de sus compañeros sí efectuaron. Sin embargo, ninguno de ellos fue tan visitado como Roca en su tan citado sótano. La peculiaridad de este escenario casi mítico cons-tituyó la sola razón para que un sinnúmero de reconocidos y no reconocidos personajes transitaran por él en el periodo de entre-guerras, propiciando el intercambio de ideas logrado por otros con los viajes. Deodoro Roca tenía en su casa, ubicada en pleno centro de Córdoba, un sótano que usaba como estudio y espacio de reunión, en el que se dieron cita personalidades no sólo de Argentina, sino de Europa y América Latina, entre ellos:

José Ortega y Gasset y Waldo Frank, Stefan Zweig y Jiménez de Asúa, Jacinto Grau y Eugenio D’Ors, Haya de la Torre y Arcinie-gas, Caruso y la Xirau, Foujita y Bragaglia, Adolfo Posada y el

96 KOHAN, Néstor (selección y estudio preliminar), Deodoro Roca, el hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999, p. 15. 97 BERMANN, “Difícil tiempo”, p. 26. 98 Ibídem.

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conde Keyserling, Rafael Alberti y el torero El Gallo... De la inte-lectualidad argentina: desde Ingenieros a Lugones, desde Agosti a Finochieto, desde Atahualpa Yupanqui hasta Mecha Ortiz; y el clan cordobés: Fernández Ordóñez, Filloy, Montserrat, Castello, Bor-dones, los Orgaz, los Allende.99

Recuerda Humberto Castello100 que de allí “salen sin interrup-

ción, durante meses y años, mensajes y manifiestos que si muchas veces no llegan a su destino, realizan la función de expresar el sentimiento universal de la política, manteniendo vivo el mensaje de la solidaridad humana”.101

Las agudas dotes polémicas de Roca se expresaron en confe-rencias, manifiestos y en el periodismo militante. Los motivos y los temas que lo acuciaban –los de la vida del hombre, de la na-ción, del mundo– los expresó tanto en su célebre Manifiesto liminar de 1918, como en sus revistas, Flecha y Las comunas.102 Además escribió en los periódicos provinciales La Voz del Interior y El País. En la obra de Roca no existen tomos gruesos y volúmenes pesa-dos, al contrario, sus ideas se plasmaron en manifiestos, panfletos, escritos cortos y sobre todo, discursos.

La responsabilidad que se adjudicó Roca frente a la guerra euro-pea se respaldaba por las consignas intelectuales de un joven a favor de la figura del autodidacta bergsoniano, condición que apela a la ausencia de maestros.

Vivimos en perpetua improvisación de hombres y cosas. Por cada uno que se logra, noventa y nueve muerden el polvo del fracaso. El único maestro cierto que existe, es, por otra parte, caprichoso: se

99 SANGUINETTI, Horacio y Alberto CIRIA, “Los Reformistas”, Los

Argentinos, tomo VI, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1968, p. 246. 100 Deodoro Roca, Humberto Castello y Francisco Deffis fueron miem-bros del Comité Directivo de la revista Las Comunas. Cf. SANGUINETTI, Horacio, La trayectoria de una flecha, Las obras y los días de Deodoro Roca, Buenos Aires, Librería Histórica, Colección Histórica, 2003, p. 56. 101 BERMANN, “Difícil tiempo”, p. 27. 102 Flecha apareció diecisiete números entre noviembre de 1935 y agosto de 1936; Las Comunas, cuatro números en 1939.

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llama Azar. Entre nuestros mismos escritores las pocas individuali-dades originales son, ciertamente, autodidactas.103

En este sentido, Roca evocaba el pensamiento bergsoniano.

Para el filósofo francés instruirse no es almacenar nociones, sino ante todo “aprender a aprender”:

La finalidad de la enseñanza es fortalecer y hacer flexibles los espí-ritus para prepararlos a las tareas y encuentros imprevisibles que les esperan –legándoles la herencia cultural del pasado: aprendizaje del sentido común, verdadera propedéutica a la intuición; preparación también para la vocación social de cada uno. La pedagogía bergso-niana repudia la facilidad y valora por encima de todo el esfuerzo.104

Para 1920, Deodoro Roca cambia el tono fatalista de su dis-

curso. Ya no anunciaba la tragedia y la hora obscura como en 1915. Se aprecia un orador adueñado del momento, ubicado un paso adelante del impacto provocado por la guerra. Se trata de un tiempo en que los jóvenes del ’14, inmiscuidos en las discusiones de una nueva y distinta batalla de ideas, expresan ya una nueva sensibilidad. El epígrafe de Trotsky ratifica el ánimo optimista entre un abundante quehacer: “Qué dicha la de vivir en tiempos tan trascendentales”...

Vivimos una hora solemne. El mundo está preñado de aconteci-mientos. El grandioso proceso de renovación se adueña de las ideas, de los seres y de las cosas. Está anunciado el advenimiento del hombre. Una “sed de totalidad” abraza las almas, y por el aire cruzan cantos de revolución. Junto a los graves ecos de la tragedia se sienten ráfagas de la contenida alegría del mundo, que pugna por volver. Es el libre juego de las fuerzas vitales que vienen creando. Es la mutilada cosa humana que deviene persona. Es el grito y el amor del hombre que se redime. Es el hermano que liberta libertándose.105

103 ROCA, Deodoro, “Generación”, p. 182. 104 MOISSÉ-BASTIDE en Michel BARLOW, El pensamiento de Bergson, México, Fondo de Cultura Económica, 1968, p. 103. 105 ROCA, Deodoro, “La Universidad y espíritu libre”, Revista de la Universidad

Nacional de Córdoba, Córdoba, año VII, núm. 5-6, julio y agosto, 1920, p. 377.

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Referente al tema universitario, para Roca la problemática de la Universidad atiende a un problema mayor, de índole moral, política y social; sin que esto desvíe las condiciones también espe-cíficas de Córdoba. Existe un tema que constituye toda una crítica al papel de la universidad inserta en el proceso de la moderniza-ción, que tiene que ver con el profesionalismo. Roca ejerce una crítica hacia la división de clases, con la que la Universidad estaba muy ligada en su papel de “fábrica de títulos”:

El problema es muy otro ya. Mientras subsista la odiosa división de clases, mientras la escuela actual –que sirve cumplidamente a esa división– no cambie totalmente sus bases, mientras se mantenga la sociedad moderna constituida en república de esfuerzos que, como dice “Xenius”, tienen por ley común la material producción, el lu-cro por recompensa, las universidades –a despecho de unos pocos ilusos– seguirán siendo lo que son, lo que tantas veces se ha dicho de ellas: “fábricas de títulos”. O vasta cripta, en donde se sepulta a los hombres que no pueden llegar a Hombre. Por un lado: la Cien-cia hecha, lo de segunda mano, lo rutinario, lo mediocre. Por el otro, la urgencia de macerarse cuanto antes para obtener el anhelado título. Y, como siempre ha acontecido, la inteligencia libre y pura estará ausente, la ciencia que se supera oficiará ante otros altares.106

En su lugar proponía:

Lo que debemos encontrar son gestos amplios señalando las gran-des rutas del pensamiento, el punto de donde parten todos los caminos. Ese punto está en nosotros mismos, en la porción de ori-ginalidad que cada hombre sincero puede dar, en el desarrollo espontáneo de la aptitud dormida. El maestro no debe aspirar sino a que nos descubramos a nosotros mismos. Ahí está lo fecundo en la confluencia de maestros y discípulos. Nada de pedantismo, nada de solemne aparatosidad, nada de recetas! Debe aspirarse antes que todo a desarrollar el espíritu de investigación, el espíritu filosófico, muerto y amortajado en las universidades y en todos los institutos oficiales de cultura! Recordemos con Taine, que la filosofía nació en Grecia, no como entre nosotros, en un gabinete y entre papeles, sino al aire libre, al sol, cuando fatigados por los ejercicios de la

106 Ibídem, p. 382.

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palestra y apoyados en una columna del gimnasio, lo jóvenes con-versan con Sócrates sobre el bien y la verdad.107

De lo anterior, Roca hacía una doble referencia en torno a la

figura del mediocre. Por un lado, la mediocridad bergsoniana que consistía en el profesionalismo, una resultante de la especializa-ción y el gran adversario de la vida del espíritu. Por el otro, el mediocre que derivaba de la actitud elitista posicionada en el po-der y haciendo de la política tan sólo un trámite administrativo y burocrático. La figura del mediocre fue continuamente recurrida por Roca en sus escritos para referirse a la condición social, polí-tica, universitaria e inclusive para describir a la generación del ‘80. Es necesario también advertir la presencia del hombre mediocre de Ingenieros en su libro aparecido en 1913. En el Manifiesto liminar se critica el sistema de enseñanza que solamente está burocrati-zando la educación.

Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los me-diocres, la renta de los ignorantes [...] Las Universidades han llegado ha [sic] ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático.108

Los antecedentes más inmediatos del movimiento del ‘18 La Reforma Universitaria fue un movimiento estudiantil expre-sado por una generación conmovida e insatisfecha. El estallido del movimiento de Reforma ocurrió en Córdoba y no en Buenos Aires, la capital. Citamos a continuación una clara acotación que Juan Carlos Portantiero escribió en su aporte sociológico relacio-nado al tema de estudiantes y política en América Latina. El autor hizo hincapié en la sesgada visión monacal y clerical de Córdoba, aspecto ya discutido en este capítulo:

107 ROCA, “Ciencia”, p. 185. 108 En el texto del Manifiesto liminar (1918).

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Hace sesenta años, los estudiantes de América Latina extendían por todo el continente la insurgencia de la reforma universitaria. Esa llama se encendió a comienzos de 1918 en la Argentina, pero no en Buenos Aires sino en Córdoba, una ciudad atrapada enton-ces por el espíritu colonial, casi sin industrias, carente de una poderosa clase media moderna, adormecida desde hacía siglos por un pesado sopor hispánico y clerical.109

Reitero la importancia en comprender la confrontación ideo-

lógica en Córdoba, diferente a la porteña. Mientras que en Buenos Aires fue representada por la oposición entre liberales y conservadores; en Córdoba lo fue entre laicos y clericales. El nacionalismo católico en la docta ciudad representó la fuerza de resistencia de cara a las fuerzas liberales, dando como resultado fórmulas políticas, sociales y culturales diferentes a las suscitadas en Buenos Aires, ciudad en la que –como ya mencioné– el catoli-cismo era casi nulo.

La gestación del movimiento reformista fue en la base de una confrontación ideológica entre el clericalismo y el laicismo. De esta forma, tomando en consideración el matiz liberal, podemos acceder a nuevas dilucidaciones que den cuenta del hecho. En cuanto a la resonancia continental del movimiento iniciado en Córdoba, obviamente las especificidades históricas son evidentes, los estudios dedicados a cada uno de los movimientos en los diferentes países manifiestan esa particularidad. En el caso del Perú, un movimiento de reforma donde devino partido político a través del APRA. En México representó un episodio dentro de una revolución nacional y popular. En Cuba, permaneció a través del tiempo como una fuerza revolucionaria latente que se expresó, más tarde, en la organización del movimiento 26 de julio.110

El Manifiesto liminar es uno de los primeros manifiestos de la reforma, sin ser este movimiento el primero que promoviera una reforma universitaria. Se han seleccionado una serie de docu-mentos, que denominaremos literatura de ideas, como el conjunto

109 PORTANTIERO, Juan Carlos, Estudiantes y política en América Latina: El

proceso de la reforma universitaria 1918-1938, México, Siglo Veintiuno Edito-res, 2º edición, núm. 17, 1987 [1978], p. 13. 110 Cf. PORTANTIERO, Estudiantes, pp. 13-14.

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de tipos textuales, tales como proclamas y manifiestos políticos.111 La serie de documentos han sido denominados por Gabriel del Mazo como los “Antecedentes más inmediatos del movimiento del ’18”.

El primer documento se refiere a las inconformidades de los estudiantes de medicina por los manejos turbios en la Universi-dad de Buenos Aires (1906); el segundo expone las orientaciones y propósitos del Ateneo Universitario al momento de su fundación (Buenos Aires, 1914); el tercero es el fragmento de una página que “manifiesta los primeros síntomas de un gran movimiento que tiene que venir fatalmente”, redactado por el estudiantado de derecho de la Universidad de Córdoba en 1917.

A continuación hacemos revisión de cada uno de ellos, extra-yendo algunos fragmentos que nos permitirán comprender con más detalle las condiciones de esas primeras manifestaciones de reforma universitaria en Buenos Aires y en Córdoba, anteriores a la del ’18.

I PETITORIO AL CONGRESO SOBRE REFORMA

A LA LEY DE UNIVERSIDADES El 18 de junio de 1906, los estudiantes, durante el movimiento en la Facultad de Medicina de Buenos Aires (1905-1907), presenta-ron un Petitorio al Congreso de la Nación sobre Reforma a la Ley de las Universidades.112

Venimos hoy a robustecer esta denuncia exponiendo: que en el de-partamento de salubridad de la provincia de Buenos Aires han sido visados certificados de estudio refrendados por la facultad de me-dicina de esta capital que no estaban en forma correcta [...]; que existen actas de examen adulteradas y falsificadas; que en el libro de calificaciones de secretaría existen asimismo innumerables

111 ALTAMIRANO, Carlos, Para un programa de historia intelectual y otros ensa-yos, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2005, p. 16. 112 Para la lectura del documento completo, DEL MAZO, Gabriel, La

Reforma Universitaria, “El movimiento argentino (1918-1940)”, La Plata, Ediciones del Centro Estudiantes de Ingeniería, Universidad de la Plata, tomo I, 1941, pp. 462-465.

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adulteraciones y falsificaciones; que los documentos de más vital importancia, así como el sello de la facultad, permanecían cons-tantemente a merced de empleados subalternos sin responsabilidad alguna, y aun de personas extrañas a la facultad, que han podido hacer uso de ellos satisfaciendo sus intereses o sus pasiones; que todas estas y otras muchas irregularidades han sido cuidadosa-mente ocultadas a pesar de tener conocimiento de ellas, el actual rector de la universidad, el decano, los académicos, muchos profe-sores, el personal superior y subalterno de secretaría y otras personas de dentro y fuera de la casa.113

Como primer punto se destaca el acto de movilización que or-

ganizó el estudiantado para la expresión de sus inconformidades, de manera pacífica e institucional y, al no tener respuesta de las autoridades universitarias (a pesar de tener conocimiento de ellas), es entonces que robustecieron su denuncia ante el Congreso de la Nación.

Los estudiantes de medicina, representantes del estudiantado universitario de la capital y de la provincia de Buenos Aires, en la observancia de los intereses intelectuales de la república se mani-festaron en contra, no sólo del “grave defecto orgánico del académico..., sino de la mácula indeleble de intolerables inmorali-dades, de transgresiones, acaso de índole más definida, más perjudicial y desdorosa”:

[...] Ya no es sólo el grave defecto orgánico del académico elegido por sí mismo y ad vitam; ya no es la pretensión lamentablemente di-fundida de adjudicaciones honoríficas a fuerza de procedimientos oblicuos; ya no son los notorios excesos de la camaradería que se cierra herméticamente para no dejar paso a los grandes méritos; ya no es el profesor destituido, el servidor de foja larga y respetable por su ilustración y su conciencia científica, tratado sin considera-ciones, con una rigidez para la que no se encontraría precedente alguno ni en las universidades más autoritarias del mundo; ya no es la odiosa preferencia que hace desfallecer al laborioso, alentando la mediocridad y sembrando desilusiones en el campo tranquilo del trabajo de la vocación y del talento, cegándose así la fuente de to-dos los estímulos y las vías de todo progreso moral, institucional y científico. Ahora es, como veis en las ampliaciones que os traemos,

113 Ibídem, p. 463.

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la mácula indeleble de intolerables inmoralidades, de transgresio-nes, acaso de índole más definida, más perjudicial y desdorosa.114

Los estudiantes hicieron un llamado a la memoria histórica de

la universidad argentina y resaltaron el papel de la universidad en el porvenir nacional; es éste, el sentido que tiene la universidad para ellos: un espacio propicio para el pensamiento colectivo. Sin embargo, el petitorio constituye un llamado para que el gobierno no desatendiera el papel de la universidad en los nuevos tiempos, en el que las actividades merecedoras de atención eran las eco-nómicas. Argentina se encontraba desde 1880 entregada a las tareas de la modernización. No olvidemos que la última reforma universitaria que se hizo a las universidades en el país fue la Ley Avellaneda en 1885.

Leedlas y decid al país si eso es compatible con el concepto de la universidad tal como la soñaron sus fundadores, la presintieron sus mejores sabios, la desearon los que dictaron la ley de 1885 y la qui-sieron y la quieren los que, como vosotros, saben ver el porvenir nacional no solo a través de las corrientes económicas de nuestra producción de granos y animales, sino a través de las puras grande-zas del pensamiento colectivo.115

El carácter del pensamiento nacional al que se hace referencia

en el párrafo siguiente presume estar sustentado en los pilares del liberalismo económico, en el que Buenos Aires se había estado encaminando desde la década de los ochentas del siglo XIX.

Querellándonos de agravios que han bastardeado y subvertido el régimen de la universidad argentina, mal podríamos comenzar por agraviar. Tenemos fe profunda en el triunfo final de nuestra causa, liberada por nosotros desde su primera hora, a los prestigios in-contrastables de la verdad y de la sinceridad. Sabemos que nos acompaña el pensamiento nacional, todos los anhelos reflexivos de progreso, el amor institucional más acendrado y, por eso, el senti-miento común del patriotismo.116

114 Ibídem. 115 Ibídem. 116 Ibídem, p. 462.

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La propuesta de los estudiantes, contenida en cinco puntos, se refiere a la libre docencia; examen de estado como complemento de la docencia libre; separación de la gestión administrativa y científica; renovación periódica de los cuerpos dirigentes. Sin embargo llama la atención, como se puede ver en el siguiente fragmento, la confianza y respeto del estudiantado hacia las ins-tituciones, ajenos al dudoso origen representativo del gobierno de Roca. Los estudiantes dirigieron su denuncia al Congreso en es-pera de una solución.

Hemos formulado así, en síntesis, nuestras aspiraciones sin más pretensión, como fácilmente se concibe, que la de ponerlas en co-nocimiento del honorable congreso para que se digne tomarlas en cuenta en cuanto se las considere pertinente.117

En razón de lo anterior, podemos observar que el carácter de

la denuncia es de índole universitario; la solución que el estu-diantado propuso lo confirma. Llama la atención la justificación que deciden darle a esta denuncia –la de correr una hora universita-

ria–, expresión que nos habla de la condición de sus autores. Se trata de jóvenes universitarios que se veían a sí mismos preocu-pados por la institución universitaria y el ejercicio del rol de estudiantes ejercido al interior de la universidad. No se especifica la condición de los estudiantes fuera del espacio universitario. Esta situación cambia en los escritos del movimiento reformista en 1918. Los jóvenes cordobeses –esa generación del ’14–, avan-zan y se proyectan más allá de la universidad porque precisamente saben que el problema no es meramente universitario. En la Re-forma de 1918 se ha superado una clara y definida vocación del estudiante con relación a la sociedad y a los espacios extra univer-sitarios. En el texto del Manifiesto liminar se hace mención de una hora americana, a diferencia de la hora universitaria: sus autores se ven como universitarios pero también como intelectuales que pretenden una resonancia y una proyección, histórica y regional, capaz de traspasar la estructura universitaria:

117 Ibídem, p. 464.

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Salvamos, honorable señor, por insinuaciones indeclinables de conciencia, todos los respectos que individualmente nos merece(n) los ilustres o los buenos maestros a quienes ha tocado en lote, sin poderlo acaso remediar, los infortunios de la hora universitaria que corremos.118

II ATENEO UNIVERSITARIO.- DECLARACIÓN

DE ORIENTACIONES Y PROPÓSITOS

El Ateneo Universitario fue fundado en la ciudad de Buenos Aires en el mes de abril de 1914 por un grupo heterogéneo de jóvenes, “movidos únicamente por inquietudes de orden intelectual”.

El documento que a continuación transcribimos forma parte de la Declaración de orientaciones y propósitos.

Fundado en abril de 1914 por un grupo heterogéneo de jóvenes, movidos únicamente por inquietudes de orden intelectual, ha ido adquiriendo en su desarrollo ulterior una tendencia que presenta hoy caracteres precisos y terminantes.119

Vemos el interés de un grupo de jóvenes que, si bien son hete-

rogéneos, parten de una matriz común, el de caracteres precisos y terminantes en torno a problemáticas de índole política, económica y social. La política se mueven en el debate de un gobierno democrático exento de las formas imperialistas, clericales y milita-ristas. En lo referente al aspecto político social, en el marco de un carácter antiimperialista manifestado en este instituto de estudios, se desprenden las preocupaciones por la lucha de clases y la ex-plotación de la clase obrera. Y en lo social, se abre una veta en la que se constituye a la universidad como el espacio que propicie vínculos entre el pueblo y los universitarios.

El Ateneo claramente se reconoció en el ejercicio de una polí-tica ajena a los quehaceres de la Iglesia, a los que calificaban de “funestos” para la sociedad. Ellos rechazaban el clericalismo, el militarismo y la burguesía, y se solidarizaban con la clase obrera:

118 Ibídem, p. 463. Cursivas mías, M.N. 119 Ibídem, p. 468. Documento completo, pp. 468-469.

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Es partidario de la enseñanza laica, y de la separación de la iglesia del estado; respeta todo sentimiento religioso, pero condena toda política que se disfraz de religión, así como toda religión que se dis-fraza de política. […] Está, decididamente, de parte de las clases productoras en la lucha entre el capital y el trabajo que hoy divide el linaje humano.120

El debate en torno a la democracia estaba a la orden del día

por la recién promulgada Ley Sáenz Peña, en 1912, y este docu-mento no es la excepción.

Conceptúa que la democracia no consiste –al decir de un escritor nuestro– “en esas tómbolas del sufragio, ni en esas algazaras del parlamento”, sino “en la realización de la libertad de cada uno por la justicia de todos”. Por eso estima necesaria y fecunda la libertad económica: por eso juzga conveniente la igualdad económica como punto de partida para la labor de semejante de todos los mortales. Sólo con aquella libertad y con esta igualdad puede darse base se-gura y firme a las forzosas desigualdades –perfectamente morales– que la vida impone en las esferas de la sensibilidad, de la inteligen-cia y de la actividad de cada hombre.121

El núcleo de jóvenes que formaba el Ateneo se situaban en la

hora que estaba corriendo, terminada la tragedia europea. Vemos tam-bién la presencia de un compromiso que un grupo de jóvenes asumió para enfrentar esa oprobiosa contienda.

En la hora actual –terminada la tragedia europea- dedicarse exclu-sivamente a la dilucidación de problemas científicos, literarios y artísticos, cerrando las puertas al rumor de las luchas que libran los oprimidos y opresores, sería el más inicuo de los egoísmos. En esta inteligencia, el núcleo que forma el “Ateneo” ha trabajado inten-samente por señalarle una orientación definida. Libre ahora la institución de elementos reaccionarios, tiene un rumbo fijo, sabe qué quiere y a dónde va, y puede determinar su actitud ante las cuestiones universitarias, religiosas, políticas y sociales que están planeadas.122

120 Ibídem, pp. 468-469. 121 Ibídem, p. 469. 122 Ibídem, p. 468.

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Una vez más aparece el concepto del tiempo, del que se apro-pian los autores para legitimar sus voluntades y proyecciones. En esta ocasión observamos que se refieren a la hora actual. La “hora universitaria”, escrita en el primer documento, y la “hora actual”, muestran una diferencia de pertenencia, siendo más laxa la se-gunda. La “hora actual” involucraba tanto a los universitarios como al pueblo, pero sobre todo los intelectuales como orienta-dores del quehacer en el tiempo. En el siguiente fragmento se habla de un acercamiento entre el pueblo y la Universidad:

Sostiene la absoluta autonomía de la enseñanza superior; procura un acercamiento entre el pueblo y la Universidad, combatiendo a los que la quieren convertir en matriz de una nueva casta no menos odiosa que las existentes, aspira a que los hombres de pensamiento y de acción se influyan mutuamente desarrollando una acción fra-terna y armonía que favorezca el mejoramiento común.123

Aunado a esto, el Ateneo destaca la argentinidad, al socaire de

los problemas asociados a la migración europea y por ende, las dificultadas para fijar un nacionalismo cultural.

Trata de robustecer un sentimiento sano y amplio de argentinidad, para que de él surjan, por extensión, generosos impulsos de solida-ridad universal. Repudian a aquellos que medran a la sombra de la bandera y no admite, de ningún modo, que, dentro del país, se es-tablezcan odiosas diferencias de nacionalidad.124

La exposición de las declaraciones y propuestas permitía al

núcleo de jóvenes promover la participación de los jóvenes como socios del centro de cultura. Planteaba la oposición a ser simples espectadores frente a la presencia de fuerzas nuevas con miras a moldear una sociedad más justa y perfecta.

Así el “Ateneo Universitario”, sin abandonar su primera condición de centro de cultura, y prestando siempre preferente atención a las altas especulaciones del espíritu, no permanece indiferente ante las fuerzas nuevas que quieren moldear una sociedad más justa y más perfecta.

123 Ibídem. 124 Ibídem, pp. 468-469.

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Si usted está de acuerdo con nuestro modo de pensar, no se resigne al simple papel de espectador: hágase socio del “Ateneo”. Esta corporación necesita, para intensificar su obra, más prestigio moral y mayor capacidad económica.125

Entre los firmantes, además de los nombres que pueden re-

sultarnos familiares, se encontraban el de dos mujeres: Lili Kelly y Lidia Peradotto.126 Entre los nombres: José M. Monner Sans, Gabriel del Mazo, Carlos María Scotti, Tomás D. Casares, Er-nesto J. Tissone, Francisco de Aparicio, Hilarión Hernández Larguia, Arturo de la Mota, Alberto Britos Muñoz, José Oria, Jorge Max Rohde, Gonzalo Muñoz Montoo, Lidia Peradotto, Hiram Pozzo,127 Agustín de Vedia, Luis Veneroni, Adolfo Casa-blanca, Horacio J. Pozzo, Adolfo Korn Villafañe, Leopoldo Hurtado, Alberto Palcos, Remigio Rigal, Valentín Méndez Cal-zada, Lili Kelly, Florentino V. Sanguinetti, Alberto J. Rodríguez, Hugo Garbarini, Jorge Stirling Haedo, Aurelio Rizza, Osvaldo Loudet,128 Amilcar Razori, Carmelo M. Bonet, José C. Belbey.

125 Ibídem, p. 469. 126 Lidia Peradotto nació en Italia, en 1892 pero tuvo una larga actuación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, sucedió en la cátedra al doctor Alfredo Francheschi. Esto significó con-vertirse en la primera mujer que fue profesora titular de esta casa de estudios. Fue autora del libro La Logística, publicado en 1925 en Buenos Aires por la Imprenta de la Universidad, derivado de su tesis con la que obtuvo el grado y el premio Madariaga en 1924. Este libro fue pionero y ahí la importancia de la autora como introductora de la lógica contem-poránea en Argentina. Falleció en Buenos Aires en 1951, Diccionario

Biográfico Italo-Argentino, www.dante.edu.ar/ web/dic/p.pdf (acceso mayo 2009); SOSA DE NEWTON, Lily, Diccionario biográfico de mujeres argentinas, Buenos Aires, Plus Ultra, 1986. 127 Hiram Pozzo participó en 1916 en el ciclo de conferencias organiza-das en la Biblioteca Córdoba. Su conferencia llevó el título de “Plática cordobesa, refiriéndose a Martín Gil, el Doctor Martínez Paz y Arturo Capdevila”. 128 Osvaldo Loudet presidió la Federación Universitaria Argentina (FUA), fundada el 11 de abril de 1918. Para una mejor idea sobre la signi-ficación de la FUA, Sergio Bagú describe su fundación:

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La revisión detallada en el listado de los firmantes ofrece nu-merosas posibilidades para trabajos ulteriores porque justamente estos nombres volverán a surgir cuatro años después, en 1918. Estos jóvenes estuvieron, desde Buenos Aires, cercanos a la reforma universitaria de Córdoba. Uno de estos casos es el de José María Monner Sans, director de la revista estudiantil porteña –Ideas

(1915 al 1917)–, órgano de la sección estudiantes universitarios del Ateneo Hispano Americano.

“En 1918, el acontecimiento más importante, previo a la toma de la Universidad de Córdoba, fue la fundación de la Federación Universitaria Argentina, que tuvo lugar en Buenos Aires, el 11 de abril. Es necesario hacer notar que la organización estudiantil argentina, con la misma estructura que hoy tiene, existió desde antes del 15 de junio de 1918. Es el argumento que habla con mayor elocuencia de la importan-cia de la Pre-Reforma. A la reacción de Buenos Aires, concurrieron delegados de las cinco Federaciones Universitarias, que son las mismas que hoy integran nues-tra entidad máxima. Los acontecimientos cordobeses permitían concretar esta aspiración de unidad estudiantil, que había sido exteriorizada muchas veces. En 1912, fue expuesta en Santa Fe por Alejandro Grüning Rosas, en un mitin en favor de la nacionalización de la Universidad. Obdulio F. Siri la sostuvo en la Federación Universitaria de Buenos Aires, en 1913, y Osvaldo Loudet, siendo presidente del Centro de Estudiantes de Medicina, la retomó en 1915. Constituida la entidad central, Loudet fue su primer presidente. Desde que la Federación Universitaria Argentina estuvo en pie, tuvo el estudiantado un punto de unión. Ella fue la cabeza que dirige y coordina; la evidencia de la capacidad organizadora de la juventud. La historia de la Reforma se refleja en su historia. Tribunal de apelación, en fin, hasta ella llegáronle los muchachos de Córdoba en aquella hora inicial, reclamando solidaridad con un cable lacónico y fuerte, que sintetizaba el programa de la Reforma, recién venida a la vida: “Hemos sido víctimas de la traición y la felonía –comunicaban. Ante la afrenta, hemos decretado la revolución universitaria. Hemos hecho más: hemos proclamado una cosa estupenda en esta ciudad del medioevo: el año 1918.” La Federación de estudiantes de Buenos Aires (FUBA) fue creada años antes, en el año de 1908, convirtiéndose después en uno de los principales miembros de la FUA. Cf. BAGÚ, Sergio, en DEL MAZO, Gabriel, La Reforma Universitaria, “El

movimiento argentino (1918-1940)”, La Plata, Ediciones del Centro Estudiantes de Ingeniería, Universidad de la Plata, tomo I, 1941, pp. 471-474.

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III FRAGMENTO DE UNA REVISTA DE CULTURA DE LOS ESTUDIANTES DE DERECHO EN CÓRDOBA

El tercer antecedente es el fragmento de una página de la revista Cultura de los estudiantes de derecho en Córdoba (1917).129 Ésta mostraba los “ánimos” estudiantiles en torno a la inconformidad universitaria, a tan sólo un año antes del estallido del movimiento de la reforma universitaria.

A partir de la lectura de este fragmento, uno puede intuir que los estudiantes de derecho de la Universidad de Córdoba tenían conocimiento de las inconformidades en otras universidades ar-gentinas, coligiendo de ello que el movimiento se avecinaba fatalmente, tal como lo describiría Roca en “La Universidad y espíritu libre” en 1920.130 Los estudiantes de derecho escribieron en 1917:

Ya empiezan a manifestarse los primeros síntomas de un gran mo-vimiento que tiene que venir fatalmente. La juventud no está enferma, no puede estarlo: tengamos fe en ella; hoy, ha sido un alumno, tal vez un silencioso y un desconocido, que ha levantado su voz en medio del aula y ha increpado al profesor porque se sen-tía sobrado alumno ante tan exiguo maestro, sin que su actitud –y aquí está el síntoma–, sorprendiera ni escandalizara a ninguno de sus compañeros de clase; mañana, tenemos derecho a esperarlo, será la juventud en mas que se rebelará heroicamente contra la in-justicia y la mentira.131

En el texto del Manifiesto liminar se habla del papel de la ju-

ventud; de forma anticipada ya lo escribían desde 1917:

Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de una orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y em-bruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud.132

129 Para la lectura del documento completo, ver DEL MAZO, Reforma, p. 468. 130 ROCA, “Universidad”, p. 381. 131 DEL MAZO, Reforma, p. 468. 132 Ibídem.

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Sale a relucir, en el sentido anticipatorio, la llegada de una voz que está en proceso de consolidarse. Los síntomas se definían en los malestares que sanar. El turno era de los jóvenes; la esperanza y la razón estaban de su lado. En 1917, los estudiantes expresaron:

Ya empieza a sentirse, pues, la voz tan deseada, del aliento y de la esperanza, que todos cobijamos en lo más hondo de nuestros cora-zones. Esperemos con amor en esa juventud que hasta ayer callaba y la vida misma ha de darnos razón de su silencio.133

En el Manifiesto liminar, unos meses después, leeríamos:

Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una ver-güenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.

La publicación del Manifiesto liminar representa uno de los epi-

sodios más representativos del movimiento reformista. El 21 de junio de 1918 (seis días después del estallido del movimiento) fue publicado este manifiesto en una edición extraordinaria de La

Gaceta Universitaria, órgano de los estudiantes, dirigido como lo expresa su dedicatoria “A los hombres libres de Sudamérica”.134 133 Ibídem. 134 Ibídem, p. 1. En la revisión del material relacionado al movimiento reformista de 1918 hemos podido observar que se toma el 21 de junio de 1918 como fecha de publicación del Manifiesto liminar. Sin embargo en uno de los apartados del tomo VI de la Nueva Historia Argentina (2000), ”La Reforma Universitaria” de Adriana Chiroleu, ella escribe: “Lo cierto es que el 21 de abril se dio a conocer el denominado Manifiesto Liminar, redactado por Deodoro Roca, que plasmaba el ideario de los estudiantes universitarios” (p.380). Chiroleu se está refiriendo a una fecha en que “se da a conocer el denominado Manifiesto Liminar”, esto probable-mente se esté refiriendo a su difusión entre el grupo de compañeros allegados, pero no se especifica y tampoco refiere la fuente. El 21 de abril de 1918 no es definitivamente la fecha de publicación pues el Ma-

nifiesto se ubica una vez celebradas las fraudulentas elecciones de rector del 15 de junio de 1918. El Manifiesto liminar dice: “Los sucesos acaeci-dos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de la

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El 22 de junio del mismo año, un día después, ocupaba la primera plana del diario La Voz del Interior. En este espacio se destacó el “profundo anhelo de renovación” como la fuerza pro-pulsora de esta “cruzada”.

[…] jóvenes inquietos de hondas y lejanas inquietudes, sintieron un asco invencible. Abrieron las puertas y tomaron lo suyo, sin pedír-selo a nadie. Anidaba su mente un profundo anhelo de renovación. El pueblo comprendió el significado de aquélla cruzada... su conte-nido ético y social y los jóvenes tomaron las Universidades... proclaman el derecho a darse sus propios maestros. 135

El Manifiesto llevaba las firmas de los integrantes de la mesa

directiva de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC).136 Sin embargo no aparece la firma de su autor, Deodoro Roca, ni tam-

elección rectoral, aclara singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto universitario. La federación universitaria de Cór-doba cree que debe hacer conocer al país y a América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de Junio” (p.9) [...] “En efecto, los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en una sola sesión, proclamándose inme-diatamente el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación de acta respectiva. Afirmamos, sin temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue aprobada, que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún no existe rector de esta universidad” (p.11). Cf. Manifiesto liminar de la Re-

forma Universitaria de 1918, Edición homenaje al 80º aniversario de la reforma 1918-1998, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1998. 135 ROCA, Deodoro, La Reforma Universitaria 1918-1958, Edición de la Municipalidad de Córdoba, 158, p.87, citado en MARCÓ, Historia, p. 146. 136 El mismo 11 de abril de 1918 en que se decretaba la intervención a la Universidad de Córdoba se constituía en Buenos Aires la Federación Universitaria Argentina (FUA) con delegados de las Universidades de Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Santa Fe y Tucumán. El 22 de abril del mismo año, se constituyó la Federación Universitaria de Córdoba (FUC). La intervención a la Universidad fue resuelta por el presidente argentino Hipólito Yrigoyen, designando interventor al Dr. José Nicolás Matienzo (MARCÓ, Historia, pp. 120 y 129).

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poco de ningún otro de sus compañeros.137 Para ese entonces, él ya no era estudiante; ciertamente procedió como uno de los ideólogos del movimiento, a lado de Saúl Taborda.

137 Los nombres que aparecen son: Enrique F. Barros, Horacio Valdéz, Ismael C. Bordabehere (presidente), Gumersindo Sayago, Alfredo Cas-tellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R. Biagoschi, Angel J. Nigro, Natalio J. Saíbene, Antonio Medina Allende, Ernesto Garzón, cf. Mani-

fiesto liminar de la Reforma Universitaria de 1918, ed. cit., p. 14.

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2

IDENTIFICACIÓN Y RECONOCIMIENTO DE UN NÚCLEO DE JÓVENES “RENOVADORES”

!

En 1916, dos años antes del movimiento de Reforma Universita-ria, se llevó a cabo un ciclo de conferencias en la Biblioteca Córdoba.1 La iglesia pretendió censurar estos encuentros y pro-vocó que los jóvenes conferencistas constituyeran la Asociación

Córdoba libre. Entre sus integrantes se encontraban Deodoro Roca, Saúl Taborda, Arturo Orgaz, Arturo Capdevila. Para 1918, estos nombres figurarán entre los protagonistas del movimiento reformista como miembros integrantes de la Asociación Córdoba libre. En la orden del día del mitin realizado en Córdoba el 25 de agosto de 1918 se lee: “Las nuevas generaciones de Córdoba, reunidas en magno plebiscito, por iniciativa de la Asociación Córdoba

libre y de la Federación universitaria, acuerdan…”.2 Actualmente

1 La Biblioteca Córdoba había sido creada recientemente por iniciativa del diputado provincial Dr. Ángel F. Ávalos en 1910, tras años de insistencias parlamentarias. En el discurso pronunciado en la cámara en 1908, expuso claramente los fundamentos en que se sustentaba su pensamiento respecto a la existencia de una biblioteca provincial: “…] las bibliotecas públicas –decía– son una institución utilísima y benéfica, porque sirven eficazmente a la difusión de los conocimientos en el alma de las sociedades. Ellas son el complemento de los estudios universita-rios por cuanto ofrecen al alcance de todos, las obras en su completa variedad, desde la especulación científica, hasta las de mero deleite, desde la aplicación técnico-científica, industrial o artística, hasta las de carácter artístico”. Esta información fue proporcionada por la actual directora de la Biblioteca Córdoba, Maricarmen Ladrón de Guevara (noviembre 2005). 2 Inserto en la compilación de Gabriel del MAZO, La Reforma Universita-

ria, Buenos Aires, Ediciones CEM, tomo II, 1927, citado en AGOSTI, Héctor P., “Crítica de la Reforma Universitaria I. El surgimiento de la

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la Biblioteca Córdoba se ubica en un edificio diferente que en 1916, y una de sus salas lleva el nombre de “Arturo Capdevila”.

Por cierto, aquel año de 1916 no significó el inicio de las rela-ciones amistosas entre esos jóvenes: había quienes compartían la amistad desde mucho tiempo atrás. Arturo Capdevila escribió en uno de sus textos (1939), las andanzas con Deodoro Roca en los tiempos de la infancia:

Estamos todos acodados sobre la baranda del puente. Somos seis niños acodados en medio de la multitud. ¿Te acuerdas, Raúl Allende? ¿Y tú, Deodoro Roca? El río que pasa bramando hace temblar bajo nuestros pies los postes de aquel puente humilde.3

El ciclo de conferencias en la Biblioteca Córdoba y la consti-

tución de la Asociación Córdoba libre, una medida evidentemente anticlerical, son antecedentes intelectuales relevantes de la re-forma universitaria. Sus protagonistas pertenecieron a la generación del ’14. Esto en conjunto esclarece la conformación del proyecto de regeneración cultural como el compromiso para afrontar la guerra europea y sus potenciales consecuencias.

No será parte de este estudio el análisis de las conferencias debido a que es casi segura su inexistencia por escrito; ni siquiera existen reseñas publicadas en algún diario de la época, como La Voz del Interior. Sí me enfocaré sobre la relación entre los actores protagonistas de este tiempo y sus prácticas. Efectivamente, la organización de estas conferencias, las temáticas abordadas y sus consecuencias políticas y sociales son elementos suficientes para enhebrar una nueva mirada del ideario de la generación del ’14.

La Asociación Córdoba libre resultó del agitado ciclo de confe-rencias populares organizadas con propósitos “francamente agitadores” por el entonces director de la Biblioteca Córdoba, Juan Zacarías Agüero Vera.4 Antes de dar paso al episodio de las

Reforma”, Cursos y Conferencias (Revista del Colegio Libre de Estudios Superiores), Buenos Aires, año III, núm. 5, noviembre 1933, p. 508. 3 CAPDEVILA, Arturo, “Ciudad trágica”, Córdoba del Recuerdo, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 5º ed., 1944 [1939], p. 96. 4 Forma como se refirió a las conferencias en la Biblioteca Córdoba Gabriel del Mazo en el relato de los acontecimientos de 1916, apartado

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conferencias celebradas en la Biblioteca Córdoba, dedicaré un espacio a trazar un perfil del entonces director del recinto: un abogado, periodista, maestro normal, escritor, historiador, reco-pilador de leyendas y tradiciones riojanas, del que poco se conoce y de cuya trayectoria intelectual todavía mucho resta por revisar.

La información acerca de este personaje es casi nula. En últi-mas fechas se lo ha traído del olvido y se ha comenzado a reconocer por su contribución a los estudios folklóricos de ini-cios del siglo XX. La polifacética trayectoria intelectual de Agüero Vera, su pertenencia a la corriente nativista impulsada por su comprovinciano Joaquín V. González, su afiliación al yrigoye-nismo y un sinnúmero de trabajos inéditos de interés instan a revalorar su obra junto a la de otros intelectuales preocupados por la génesis de la argentinidad con una mirada desplegada desde el Interior, y ligada a una fundamentación histórica hispanista.

Agüero Vera (1886-1943) nació en Ontiveros, en los Llanos de La Rioja, y falleció en Buenos Aires. Sus estudios primarios los cursó en el Seminario Conciliar de Córdoba; se graduó de maestro normal en la Escuela Regional de Catamarca; de bachiller en el Colegio Nacional de Monserrat en Córdoba, y de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de Córdoba.5

Su obra, extensa pero casi en su totalidad inédita, se compone de no menos de treinta volúmenes. Publicó en vida tan sólo un poemario, Las voces del camino.6 No fue sino hasta 1965 que el gobierno de la provincia riojana publicó póstumamente su reco-pilación de narraciones, denominada por su autor Cuentos

Populares de La Rioja.7 En 1972, se llevó a cabo la primera edición

ubicado en el primer tomo del libro acerca de la Reforma Universitaria: DEL MAZO, La Reforma Universitaria, “El movimiento argentino (1918-

1940)”, La Plata, Ediciones del Centro Estudiantes de Ingeniería, Uni-versidad de la Plata, tomo I, 1941, p. 465. 5 Carlos Alberto Lanzillotto, en Cuentos Populares de La Rioja, La Rioja, Gobierno Provincial, 1965. 6 Existe un ejemplar de este poemario en la Fundación Archivo y Biblioteca “Jorge M. Furt”, situado en la Estancia “Los Talas”, Luján, Provincia de Buenos Aires, de la Universidad Nacional de San Martín. 7 AGÜERO VERA, Juan Zacarías, Cuentos Populares de La Rioja, Gobierno Provincial de La Rioja, 1965. Contiene unas notas preliminares de

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de su trabajo arqueológico, Divinidades Diaguitas, por la Universi-dad Nacional de Tucumán; el mismo fue reeditado en 1993 por Canguro (La Rioja) y en 2006 por la Biblioteca Mariano Moreno, de igual forma en La Rioja.

Durante sus tiempos de estudiante estuvo muy involucrado con la creación de revistas, La Nueva Generación (Catamarca); de periódicos, La Libertad y El Heraldo (Córdoba); más tarde colaboró en La voz del Interior (Córdoba), La Prensa, La Nación, Caras y Caretas, Mundo Argentino, El Hogar, todas publicaciones de Buenos Aires.

A diferencia de sus compañeros, Agüero Vera se distinguió por una larga carrera en cargos públicos que desempeñó tanto en la provincia como en el gobierno nacional: diputado de la Pro-vincia de Córdoba; Secretario del Ministerio del Interior en la Presidencia de Yrigoyen (1917); Ministro de Gobierno y poste-riormente Interventor Nacional en la provincia de Corrientes (1917-1918); Diputado Nacional por La Rioja (1920-1922); Pro-curador Fiscal Federal de la Capital Federal (1922); Procurador General de la Nación, interino; camarista en el fuero federal y fiscal hasta 1926; camarista en Dolores, provincia de Buenos Aires, a partir de ese año, y en su provincia natal en 1942. Fue gobernador de su provincia de 1929 a 1930.

En cuanto a la educación, ejerció la docencia por algunos años, participó en el movimiento de la reforma universitaria de 1918 y tuvo que ver en el episodio de las conferencias de la Bi-blioteca Córdoba, en aquel entonces como director de la institución. El 23 de mayo de 1916 asumió el cargo y tan sólo un mes después dio inicio el ciclo de conferencias que sacudiría el ambiente de la ciudad provinciana, muy influido por el clero católico y su prédica a través de la prensa del obispado y el diario Los Principios.8

Augusto Raúl Cortazar, “El método histórico geográfico y el estudio de los cuentos populares”, y una reseña biográfica realizada por Carlos Alberto Lanzillotto, de 1955. La recopilación tiene un prólogo del autor, fechado el 6 de mayo de 1923. 8 La Voz del Interior, 24/5/16. El obispo en ese entonces era el franciscano Zenón Bustos y Ferreyra, nombrado por Pío X el 4 de octubre de 1904 y consagrado obispo el 25 de abril de 1905. Tomó posesión el 28 de

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Las conferencias en la Biblioteca Córdoba y la Asociación Córdoba libre! El 10 de septiembre de 1916, “después de una serie de reuniones secretas celebradas en las habitaciones que ocupaba en el hotel del Plata, el Dr. Arturo Orgaz, a las que concurrían: Deodoro Roca, Arturo Capdevila, Amado J. Roldán, Julio H. Brandán, Rafael Bonet, Luis León, Octavio y José Pinto (hijo), Félix Etchegaray, Saúl Alejandro Taborda, José y Benjamín Palacio, etc., quedó constituido el Comité ‘Córdoba Libre’...”.9 ¿Qué es el “Comité Córdoba libre”? En su libro En guerra con los ídolos, Arturo Orgaz escribió:

Córdoba libre! más que una asociación de hombres libertarios fue un grito de guerra contra el ídolo sacristanesco. En 1916 resonó por vez primera; en 1918 fue el santo y seña de la revolución uni-versitaria y ya ese grito ha sido aprendido por las juventudes y proletarios de toda la República.10

Este Comité derivó de la censura que la Iglesia intentó llevar

a cabo en contra de las conferencias que se estaban llevando a cabo en la Biblioteca Córdoba. Estas conferencias fueron públi-cas y de entrada libre. En el diario cordobés La Voz del Interior

fueron anunciadas desde 27 de julio hasta el 15 de octubre de 1916, celebradas normalmente los días domingos. La Voz del

Interior es una empresa periodística cordobesa ya centenaria; fundada en 1904, de corte liberal y de orientación favorable a la Unión Cívica Radical. Apoyó la Reforma Universitaria. Su fun-dador, Silvestre Remonda, estuvo interesado en mantener el espacio abierto a los jóvenes.11 Remonda estuvo involucrado en la organización estudiantil, ocupó la presidencia del Centro de Estudiantes de Derecho y de la Federación Universitaria de

abril de 1905 y falleció el 13 de abril de 1925, autor de una historia de la Universidad de Córdoba e impulsor de actividades intelectuales católicas. 9 DEL MAZO, Reforma, p. 466. 10 ORGAZ, Arturo, En guerra con los ídolos, Córdoba, Bautista Cubas, 1919, p. 10. 11 Cf. SANGUINETTI, Horacio, La trayectoria de una flecha, Las obras y los

días de Deodoro Roca, Buenos Aires, Librería Histórica, Colección Histó-rica, 2003, p. 55.

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Córdoba. El gran antagonista de La Voz del Interior era el diario Los Principios, perteneciente a la curia y cerradamente conserva-dor y, obviamente, clerical.12

Entre los conferencistas se contaron Arturo Capdevila, Deo-doro Roca, Arturo Orgaz. Los temas de las conferencias fueron diversos pero tuvieron una preocupación en común: la búsqueda de América, ya que muchas de las trataron problemáticas americanas.13

12 La Voz del Interior fue concebido estrictamente como periódico comercial, esto es, destinado al gran público, interesado en la gran publicidad; daría relevancia a la información y, en especial, a la noticia policial generando en los diez primeros años de su vida múltiples inno-vaciones hasta imponerse definitivamente, mientras iban desapareciendo sus más importantes competidores. Se le nombró en un inicio Diario

Independiente de la Mañana debido a que existía un Diario Independiente de la

Tarde (La Libertad), ambos declarados “voceros” y dependientes económicamente de la publicidad y de la venta de ejemplares. En el caso de La Voz, siempre se trató de un proyecto empresario. Los

Principios, agrega Paulina Brunetti a diferencia de los dos anteriores, si bien ha sido un diario que también ha dado su importancia a la información, ha estado siempre atento a su público cautivo: la sociedad católica cordobesa. Este diario sostenía que “el periódico no debía servir para ‘divertir o pervertir’ sino para ‘enseñar o regenerar’”, cf. BRUNETTI, Paulina: “Sensacionalismo y renovación en la prensa gráfica cordobesa (1897-1914)”, en Ensayos sobre la prensa, Primer concurso de

investigación en periódicos argentinos en homenaje al Prof. Jorge B. Rivera, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2007, pp. 46-47. El diario Los Principios fue creado en 1894 por un grupo católico que integraban el presbítero Agapito Nogueira como director y el ingeniero Manuel E. Río como secretario de redacción. Cf. TERZAGA, Alfredo, Claves de la historia de

Córdoba, Río Cuarto, Universidad Nacional de Río Cuarto, 1996, p. 222 (texto escrito en 1973). La denominación de “voceros” respondía seguramente a la especial atención que los grupos radicales daban a la publicación y defensa de sus ideas. Cada grupo, sostiene Gardenia Vidal, “se identificaba con un diario que apoyaba y defendía sus propuestas, sus dirigentes, sus estra-tegias, etc.”, cf. VIDAL, Gardenia, Radicalismo en Córdoba, 1912-1930, Los

grupos internos: alianzas, conflictos, ideas, actores, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba 1995, pp. 11-12. 13 Las conferencias constituyen una forma privilegiada de transmisión de las ideas. Desde finales del siglo XIX, en 1899 se celebraron reunio-

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1ER CICLO DE CONFERENCIAS, BIBLIOTECA CÓRDOBA, 1916 Arturo Capdevila Los incas 30 de julio Arturo Orgaz La obra cultural de Rivadavia 20 de agosto Deodoro Roca El modernismo en la literatura

de América 3 de sept., 15:30

Julio Carri Pérez Los caudillos en la historia argentina

10 de sept., 15:00

J. Hiram Pozzo (hijo)

Plática cordobesa, refiriéndose a Martín Gil, el Dr. Martínez Paz y Arturo Capdevila 14

enseguida de Julio Carri

Luis Onetti Lima Poema lírico “Eva” 8 de octubre, 16:00 Ataliva Herrera Poema dramático en tres actos

y verso “Las vírgenes del sol” miércoles, 11 de octubre, 21:00

Octavio Pinto El paisaje de la pintura argentina

15 de octubre, 16:30

FUENTE: La Voz del Interior, 27/07/1916 al 15/10/1916. NOTAS: Todas las conferencias se celebraron el domingo, excepto la de Ataliva Herrera que fue en miércoles.

nes que fueron organizadas por el entonces rector de la Universidad, José A. Ortiz y Herrera, mismas que él denominó “Noches de la Bi-blioteca.” Él estuvo al servicio de la Universidad de Córdoba de 1897 a 1907. Ante la precariedad de los recursos y la falta de comodidades en el edificio colonial de la Biblioteca Mayor se incorporó la iluminación a base de electricidad que reemplazaba al gas y posibilitó así el uso del salón de lectura por las noches. La denominación de las “noches de la Biblioteca” se refería sobre todo a la inauguración del servicio nocturno en la Biblioteca Mayor. Estas conferencias también fueron consideradas prácticas de extensión uni-versitaria, en las que claramente se pretendía establecer una relación entre la Universidad y la sociedad. Inclusive, las propias autoridades hicieron suyo el apelativo y así aparecen mencionadas en todos los documentos oficiales. Hoy es posible consultar en la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba los cuadernillos de algunos conferencistas de los “Miércoles de la Biblioteca”, tales como Ramón J. Cárcano, Guillermo Bodenbender, Zenón Bustos, Isidoro Ruiz Moreno y Luis Harperath. 14 Hiram del Pozzo tomó parte en la fundación del Ateneo Universita-rio en Buenos Aires (abril de 1914). Este vínculo es muestra de la relación intelectual y universitaria entre los jóvenes universitarios de Buenos Aires y Córdoba. El tema de la fundación del Ateneo está narrado en el primer capítulo de este trabajo.

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Los temas de las conferencias denotan la presencia de un americanismo en distintas aristas. La más obvia es la conferencia de Roca en torno al modernismo, expresión por excelencia lati-noamericanista que apelaba a Rubén Darío y evidentemente, a José Enrique Rodó. Segundo, la referencia al indígena en tanto baluarte cultural tiene lugar en dos de las conferencias a través de la alusión a la cultura incaica.15 Es importante señalar que no se hace mención al indio pampeano ni mucho menos, se dejó de lado la crítica a la relativamente reciente “campaña del desierto” y se mostró gran interés en el rescate de un pasado indígena. Tercero, se ve el interés por recuperar aspectos de la historia argentina; el primer caso es en torno a la pintura argentina, y en segundo, llama la atención la cuestión de la argentinidad volcada hacia el Interior: me refiero a la reivindicación del caudillo. Julio Carri Pérez, escritor de obras de teatro, se preocupó por abordar en sus escritos la aguda tensión entre tradición y modernidad. Seguramente en su conferencia salieron a relucir los nombres de Facundo Quiroga –“el tigre de los llanos”– o Vicente Peñaloza –“El Chacho”.

Sobre el tema de la primera conferencia de este ciclo, a cargo de Arturo Capdevila, existen ciertas ambigüedades en las fuentes bibliográficas concernientes. La Voz del Interior anunció que “el tema de la disertación es interesantísimo: ‘Los Incas’”.16 Simultá-neo a esta invitación en el diario de carácter liberal, Los Principios, perteneciente a la curia, cerradamente conservador y obviamente clerical, postergaba intencionadamente, para crear confusión, la fecha de realización de esa misma conferencia. El mismo día de la disertación, el 30 de julio, decía la nota en Los Principios: “A causa de una grave enfermedad de un miembro de su familia, no dará hoy su anunciada conferencia sobre Los Incas…”, movién-

15 La primera, a cargo de Arturo Capdevila, trató de la religión incaica y su comparación con los ritos cristianos. La segunda, como lo señala la nota publicada en el diario (La Voz del Interior, 11/10/1916), era un poema dramático de tres actos, cuya acción acontecía durante los últi-mos días del Imperio Inca. Inti, la divinidad popular más importante en la cultura incaica, era adorado por las Vírgenes del Sol con ofrendas de oro, plata y ganado. 16 La Voz del Interior, 27/7/1916.

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dola al siguiente domingo.17 Una nota de la picaresca periodística, digna de Roberto J. Payró. Llama la atención que en el diario católico, al igual que en La Voz,, no hubiera confusión con respecto al dictado en dicha conferencia.

Sin embargo, Arturo Orgaz, segundo conferencista del ciclo, en las primeras páginas de su libro En guerra con los ídolos, publi-cado en 1919, escribió: “Capdevila fue el primero en subyugar la atención del anheloso auditorio con un estudio sobre derecho hindú”.18 Años más tarde, “el gestor argentino y animador lati-noamericano de la Reforma” Gabriel del Mazo, refirió la primera conferencia de Arturo Capdevila “que trató de derecho hindú y, con tal ocasión, hizo una un estudio de contraste entre principios y dogmas católicos y budistas”.19

17 Los Principios, 30/07/1916. 18 ORGAZ, Guerra, p. 11. 19 Dardo Cúneo se refiere de esta forma a Gabriel del Mazo en su antología sobre la Reforma Universitaria (Cf. CÚNEO, Dardo, La Re-

forma Universitaria, Caracas, Ayacucho, núm. 39, 1980, p. XXIII). Esta denominación resulta una designación adecuada para referirnos a del Mazo con respecto a su participación en el movimiento reformista. Su actuación política durante la década de los cincuenta fue muy diferente. Tras ser derrocado Perón en 1955, la Unión Cívica Radical (UCR) sufrió en su interior fuertes pugnas en el intento de definir, al igual que el resto de los partidos políticos, su posición frente al peronismo. A fina-les de 1956, la UCR se dividió, derivando en la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), dirigida por Arturo Frondizi y la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) cuyo referente principal era Ricardo Balbín. Gabriel del Mazo fue diputado nacional por la UCR en 1946 y en su momento, se adhirió a los intransigentes, quienes llegaron a la presi-dencia con Arturo Frondizi en 1958. Durante su gobierno, una de las acciones emprendidas en materia educativa fue la autorización de uni-versidades privadas. Gabriel del Mazo ocupó el cargo de ministro de Defensa (1958). Su adhesión al frondicismo ha sido criticada duramente por la contraposición ideológica que representó con respecto al ideario del movimiento reformista y su movimiento estudiantil, en el cual del Mazo había jugado un papel de dirigente destacado e ideólogo signifi-cativo. DEL MAZO, Reforma, p. 465.

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En uno de los textos de Capdevila, La Dulce Patria (1917), en uno de sus apartados –“Por la libertad de palabra”– se despeja esta ambigüedad. Capdevila escribió:

La carta que se va a leer tiene historia. Invitado en julio del último año por el Dr. J. Z. Agüero Vera, director entonces de la Biblioteca Córdoba, a dar una conferencia en aquella tribuna, hube de acce-der a su pedido y leí ante público numeroso un trabajo sobre los antiguos incas, donde tratando acerca de su religión, comparé de paso las liturgias de aquellos astrólatras con los ritos cristianos.20

Las opiniones acerca de la conferencia fueron disímiles. Por

un lado, a la semana de haberse dictado, un “amplio y selectivo criterio” elogió y reconoció intelectualmente el suceso:

Los altos y justificados prestigios mentales del disertante, atrajeron selecta y escogida concurrencia en la que se contaban los elemen-tos más relevantes de nuestro mundo intelectual. Durante una hora el Dr. Capdevila habló sobre la civilización in-caica, en medio de la atención creciente del auditorio, que aplaudió con insistencia muchos de sus párrafos y lo hizo objeto, al final, de una calurosa ovación. En vano sería que ensayáramos el elogio de la prosa armoniosa y robusta del talentoso escritor; de más estaría hacer constar que dijo cosas interesantes y novedosas sobre los incas remotos. Basta, pues, condensar el aplauso en una afirmación, que es ésta: ha sido una conferencia digna de Capdevila.21

Por el otro, el ala clerical lo asimiló como una grave lesión a

su “orden” por haber comparado “las liturgias de los astrólatras incaicos con los ritos cristianos”. En el diario Los Principios se emitió un llamado a “respetar y hacer respetar la religión del Estado”:

En esta virtud debemos llamar su atención para que tome las me-didas pertinentes, sobre lo que ocurrió en un establecimiento público costeado con los dineros de la provincia.

20 CAPDEVILA, Arturo, La dulce patria, Buenos Aires, Sociedad Coopera-tiva “Nosotros”, 1917, p. 175. 21 La Voz del Interior, 8/8/16.

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Es el caso que en la Biblioteca Córdoba se ha iniciado una propa-ganda sectaria y de desprestigio en contra de la religión católica que es la de Córdoba. Se acaba de dar allí una conferencia que es todo un atentado co-ntra nuestra religión, fundamentada en falsedades y sofismas, de las que son tan pródigos los intemperantes apóstoles del secta-rismo. […]Por lo demás, hablar del cristianismo en la forma con que se ha hecho en la Biblioteca de Córdoba revela atraso de información científica y escasez de intelecto.22

Desafortunadamente no tenemos a la mano la fuente original,

el diario Los Principios, para seguir el conjunto de su campaña lo largo de esos días. Transcribimos esta reacción, según la evoca-ción de Gabriel del Mazo:

Estalló una tempestad de iras de los elementos anti-liberales que volcaban su furia en “Los Principios”, diario del centro “Juventud Católica”. Empezaron a atacar al director de la biblioteca y a inci-tar al gobierno a que impidiera la prosecución del programa cultural. Se agitó la opinión y la gente liberal se aprestó a la lucha, encendiéndose el entusiasmo estudiantil y popular.23

A pesar de la “propaganda liberticida” por parte de “la hoja

católica”, pasados tan sólo once días de haber dictado su confe-rencia, Capdevila daba ánimos de tranquilidad a su querido amigo Agüero Vera y garantizaba la lucha por la libertad. Él se identificaba con esta causa.24

Consideremos un fragmento de la carta que Capdevila dirigió a su amigo (11 de agosto de 1916). Capdevila ya tenía conoci-miento de la reacción pública de la Iglesia en el diario Los

Principios y también de la respuesta de Agüero Vera en el diario La Voz del Interior.

[…] Por lo demás, no te alarmes demasiado. Este asunto no tiene ninguna importancia. Es pura alharaca de mercaderes. Pese a

22 Los Principios, 10/08/1916. 23 DEL MAZO, Reforma, p. 465. 24 CAPDEVILA, Patria, p. 175.

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quien pese, la causa de la libertad está asegurada en nuestro país, y a cada hora que pasa la aseguraremos más.25

Sobre los efectos que causó su conferencia sobre la civiliza-

ción incaica, expresó Capdevila: “[…] su influencia fue grande. Palabras como las mías no se habían pronunciado hasta la sazón en Córdoba”.26 El eco llegó hasta Buenos Aires y la respuesta de apoyo, además de “sendas notas de adhesión” de la Universidad, de los colegios, de las escuelas y de oficinas públicas en Córdoba, también se hizo presente por parte de la intelectualidad porteña y varios políticos importantes:

De Buenos Aires llegaba poco después un elocuente telegrama que suscribían Alfredo A. Bianchi, Roberto F. Giusti, Leopoldo Lugones, Angel Falco, Alberto Ghiraldo, E. del Valle Iberlucea, Vicente Martínez Cuitiño, Mariano Antonio Barrenechea, Enrique J. Banchs, Luis Matharán, Emilio Ravignani, Gastón Federico To-bal, José Gabriel, Carlos Muzzio Sáenz Peña, Antonio de Tomaso, Pedro Daracq Requena, Ernesto Loncán, Armando Clementi, En-rique Villareal, José Rouco Oliva, Edmundo Guibourg, Ricardo Sáenz Hayes, Folco Testena, B. Contreras, C. Villalobos, Alberto Tena, Ramón Columba, César Carrizo, Julio Ortiz, Artemio Mo-reno, Ellauri Obligado y A. Campoamor de la Fuente. 27

Tras la respuesta de Agüero Vera al primer ataque de la Igle-

sia, la Iglesia manifestó un segundo comunicado en Los Principios: un nuevo intento por censurar las conferencias por “agravios inferidos a la religión”. Agüero Vera respondió públicamente por segunda vez en La Voz del Interior, defendiendo la libre emisión de las ideas:

Se habla de agravios inferidos a la religión que desprestigia “Los Principios” con los desplantes pasionistas de sus redactores, y se pide para mí el castigo, como un remedio enérgico contra estos desmanes, y todo en nombre del pueblo (!), del gobierno (!!) y de la libertad (!!!).

25 Ibídem, pp. 176-179. 26 Ibídem, p. 179. 27 Ibídem.

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Pero, vamos a cuentas, ¿cuál es mi falta tan grave, tan ofensiva, tan sublevante, tan imperdonable? Esta. El haber invitado a prestigiar la institución que dirijo a Ar-turo Capdevila, Deodoro Roca, Julio Carri Pérez, Octavio Pinto, Raúl Orgaz y Martín Gil, personas a quienes todos conocen y aprecian por su ilustración, su ecuanimidad y su espíritu amplio e independiente de toda sugestión sectaria.28

Como parte de una medida colectiva, el núcleo de jóvenes

cordobeses redactó un manifiesto el 18 de agosto de 1916. En él se hicieron constar por escrito lo acaecido:

Un hecho auspicioso: la conferencia de Arturo Capdevila, la pri-mera de las que deben realizarse por iniciativa de la dirección de la biblioteca “Córdoba”, ha provocado la reacción agresiva de ciertos elementos, inspiradores de tendenciosas publicaciones que impo-tentes para hacer triunfar sus normas en el terreno de la libre y serena exposición de las ideas, se afanan en fustigar todo alum-bramiento de mentalidad, interpretándolo como una peligrosa amenaza contra su medrar profundo. Así, pretenden con su voz salida de la penumbra sin rumores, voz que no es de apóstoles ni de patriotas, que se ahogue la libertad de pensamiento, y que se cierren las bibliotecas en donde se aprende amar la libertad. Por eso, los que suscriben, profesionales y estudiantes, ante el des-borde de esa propaganda que trata de acallar toda discusión, de extinguir todo razonamiento en el quietismo de las mentes estéri-les, manifiestan su adhesión inquebrantable a los principios directores de nuestra democracia: tolerancia y respeto para todas las ideas; y protestan contra los que pretenden hacer retroceder la vida social a un estado indigno de la época en que vivimos. – Cór-doba. Agosto de 1916.29

Gabriel del Mazo hace mención en su crónica sumaria del

entusiasmo estudiantil y popular, mientras que Capdevila la re-fiere como la preparación de “una pública demostración de espíritu liberal”, en la que “Julio H. Brandán, Deodoro Roca, Amado J. Roldán, Carlos Astrada Ponce, Arturo Orgaz, José y Benjamín Palacio, Ernesto y Emilio Biagosch, Efraín Cisneros

28 La Voz del Interior, 17/8/16. 29 DEL MAZO, Reforma, p. 465.

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Malbrán, Luis y Pedro León, Alejandrino J. Infante y tantos otros más constituíanse en comisión para el caso”, sin hacer mención específica del nombre de dicha comisión y sin incluirse en dicha constitución.30 Tanto Arturo Orgaz (1919), como Ga-briel del Mazo (1941) y Roberto Ferrero (1999) especifican el nombre de la comisión: Córdoba libre, pero es en el texto de Ga-briel del Mazo donde se nombran con detalle los integrantes de la agrupación.

Intelectuales y estudiantes se adhirieron al manifiesto de la li-bre emisión de ideas y de la libertad de tribuna. El número de firmantes fue numerosísimo, tanto del interior de la provincia de Córdoba como de la Capital argentina. Entre estos últimos fir-maron Alfredo A. Bianchi y Roberto P. Giusti, directores de la revista Nosotros; Leopoldo Lugones, autor de El Payador (1916); Alberto Ghiraldo, fundador de la revista Ideas y Figuras, entre otros.

Subsisten aún pendientes por trabajar sobre los diferentes vínculos intelectuales suscitados en este periodo. Tal es el caso de Carlos Astrada Ponce, personaje poco abordado y aprove-chado, que ha sido soslayado por los historiadores de la Reforma Universitaria. En Carlos Astrada, libro que publica su discípulo Alfredo Llanos en 1962, se reproduce un dibujo a lápiz de As-trada, hecho por Deodoro Roca en 1923.31 Muy anterior a esto, está el apoyo que el filósofo brindó con su firma a los jóvenes cordobeses en defensa de la libre expresión de ideas en el mani-fiesto de agosto de 1916. Asimismo, Astrada apareció firmando, en 1932, junto a Saúl A. Taborda, un “Llamado” del Frente de Afirmación del Nuevo Orden Espiritual (FANOE) donde ambos se oponían al positivismo.

La adhesión a los principios de “nuestra democracia” –tole-rancia y respeto para todas las ideas–, es una clara referencia liberal. Un grupo de jóvenes intelectuales se proclamaba a favor de un espacio democrático y plural.

Con posterioridad a la difusión del manifiesto, el 10 de sep-tiembre de 1916 quedó constituida la Asociación Córdoba libre. Tras

30 CAPDEVILA, Patria, p. 180. 31 Cf. KOHAN, Néstor (selección y estudio preliminar), Deodoro Roca, el

hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999, pp. 27-28.

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una serie de reuniones secretas en las habitaciones que ocupaban en el Hotel del Plata, sus integrantes –Deodoro Roca, Saúl Ta-borda, Arturo Orgaz, Arturo Capdevila– resolvieron emprender una campaña liberal, para la cual organizaron un nuevo ciclo de conferencias. La primera intervención estaría a cargo del Dr. Alfredo L. Palacios.32

En 1918 estos nombres figurarán entre los protagonistas del movimiento reformista como miembros integrantes de la Asocia-

ción. En este año, en la orden del día del mitin realizado en Córdoba el 25 de agosto, aparecía la Asociación, ya mencionada: “Las nuevas generaciones de Córdoba, reunidas en magno ple-biscito, por iniciativa de la Asociación Córdoba libre y de la Federación universitaria, acuerdan…”.33

La noche del 24 de septiembre quedó confirmado el lugar donde se celebraría la anunciada conferencia de Palacios, reco-nocido político e intelectual: el Teatro Rivera Indarte. En alusión al tono conspirativo, del Mazo representó los encuentros del Hotel del Plata con los realizados en la jabonería de Vieytes, por

32 Alfredo Lorenzo Palacios (1880-1965), político y escritor argentino. Fue el primer diputado socialista en América, cargo al que accedió en 1904 por la Capital Federal. Fue diputado en varios períodos. Luchó por los derechos de los trabajadores y logró que se otorgara el descanso dominical; que se legislara sobre el trabajo de mujeres y niños y que se creara el Departamento Nacional del Trabajo en 1907. De 1932 a 1943, fue senador, y también entre 1961 y 1962. En 1946 renunció a sus cátedras como protesta contra el régimen peronista. Fue desterrado, perseguido y encarcelado. En 1955, con la llamada revolución liberta-dora, se le designó embajador en Uruguay. En 1957 participó como convencional en la reforma de la Constitución de 1853 (que había sido modificada, a su vez, por la de 1949). Adhirió con entusiasmo a la Revolución Cubana. Entre sus obras: El nuevo derecho, Código de justicia

militar, Derecho de asilo, En defensa de los trabajadores, La fatiga y sus proyecciones sociales y La democratización de la enseñanza, Nuestra América y el

imperialismo yanqui. 33 Inserto en la compilación de Gabriel del MAZO, La Reforma Universita-

ria, Buenos Aires, Ediciones CEM, tomo II, 1927, citado en AGOSTI, “Crítica”, p. 508.

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ello: “Comité Córdoba libre: ‘la jabonería’”, aludiendo a un ícono histórico revolucionario muy presente en la memoria argentina.34

Se percibe el reconocimiento con que contaba Capdevila en-tre los intelectuales de Córdoba y de Buenos Aires. Ante el episodio, no dejaban de hacerse patentes las manifestaciones de apoyo. Tales fueron los casos de Leopoldo Lugones y Alfredo L. Palacios. El escritor cordobés dirigió una carta a Capdevila, que más tarde publicó en La Dulce Patria.35

Buenos Aires, agosto de 1916.- Quiero hacerle llegar particular-mente mi felicitación por los ataques con que acaba de honrarlo el clero, pues ya di mi firma para una manifestación colectiva de sus amigos. Esto tenía que venir. El poeta y el espíritu libre tenían que irritar a las cornejas del campanario. Parece que el asunto fué rui-doso. Ya sé que le dijeron ignorante, fatuo sectario, y que quisieron aprovechar la coyuntura para conseguir el silencio de un escritor junto con la clausura de una biblioteca: golpe maestro. Vi también que Vd. sostenía la superioridad del paganismo sobre el cristianismo. Esto es bueno, porque es la verdad. Permítame que le repita lo que dije por ahí en el Prometeo: “la civilización cris-tiana es un fracaso en todo lo que no representa una prolongación del paganismo”. Y lo dije, porque lo puedo probar. Bastaría, por lo demás, a un espíritu filosófico, ver lo que ocurre con la actual tragedia de las naciones, y todavía dentro de ella, la vergonzosa actitud del papado ante los bárbaros […].36

El reconocido intelectual porteño Alfredo Lorenzo Palacios

le manifestó su apoyo en un escrito que relata el momento en el que el ex diputado conoció al joven Capdevila: 34 DEL MAZO, Reforma, p. 467. Esto hace referencia a la sede de las reuniones en donde se conspiraba y se tejían las redes de la futura revolución de Mayo, desde 1809. La fábrica de jabón perteneció a Juan Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña y ésta se ubicaba en Tacuarí y Venezuela. Allí se creó el “partido patriota”. 35 CAPDEVILA, Patria, p. 183. 36 En el primer párrafo, Leopoldo Lugones está haciendo referencia al Manifiesto redactado en agosto de 1916, en el que los jóvenes de las conferencias en la Biblioteca Córdoba defendieron los principios rectores de la democracia: tolerancia y respeto para todas las ideas. CAPDEVILA, Patria, pp. 182-183.

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Pero, debo hablar de Capdevila, y comienzo. Le conocí en Córdoba y en plena lucha. El, Deodoro Roca, espíritu selecto y Arturo Orgaz, bravo cachorro de león, combatían contra el fariseísmo y removían el ambiente, de tal manera que la Universidad de Trejo y Sanabria hubo de recibirme en su seno presentado por su propio Rector.37

Derivado de la solidaridad y adhesión al manifiesto democrático

se suscitaron vínculos intelectuales significativos que continuaron y se mantuvieron vigentes durante el movimiento de reforma universitaria. Sin embargo, algunos de esos vínculos los sabemos previos por el informe que Capdevila escribió en 1913, resultado de su presencia en la primer reunión internacional a la que la Federación Universitaria de Córdoba asistió. En 1913, Arturo Capdevila, entonces secretario de la delegación argentina del Congreso Estudiantil de Ithaca, presentó un informe a la Federación Universitaria de Córdoba sobre sus impresiones durante el encuentro. En ellas va narrando los distintos mo-mentos del viaje. En el primer apartado La partida, zarpando del puerto de Buenos Aires, describía que:

Allí estaban además en el puerto para hacer más sentimental la despedida, nuestros amigos de Buenos Aires. Todo ese cariño de los propios anuncia de contragolpe la indiferencia de los extraños. Una multitud nos vitoreaba en la aclamación aguda que de puro ser cordial lastima el alma. Allí debí responder en el instante de partir con un discurso que ya no recuerdo, a la alocución de des-pedida con que nos deseaban fortuna los estudiantes porteños. Allí estaban también, en el puerto, fraternos y alentadores, Manuel Ugarte, Manuel Gálvez y Alfredo A. Bianchi…38

A partir de esta descripción, es importante trazar algunas di-

ferenciaciones generacionales. En el fragmento citado en el párrafo

37 Véase PALACIOS, Alfredo L., en CAPDEVILA, Arturo, Loores platenses,

en el cincuentenario de la fundación de La Plata, Buenos Aires, Cabaut y Cía., 1932, pp. 1-7. 38 CAPDEVILA, Arturo (Secretario de la Delegación Argentina), “In-forme presentado a la Federación Universitaria de Córdoba”, Revista del

Círculo Médico Argentino y Centro de Estudiantes de Medicina, Buenos Aires, octubre de 1913, pp. 3-20.

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anterior se están nombrando intelectuales que pertenecen a la generación del 900, sucedida por la del Centenario y abanderada de la idea latinoamericanista. Manuel Ugarte, Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, Alfredo L. Palacios son algunos de ellos. A ésta le sigue la nueva intelectualidad de Córdoba, jóvenes profesionales y pensadores que, como Enrique Martínez, Arturo Orgaz, Deodoro Roca, Arturo Capdevila y Saúl A. Taborda, se relacionaban inter-generacionalmente a través del padrinazgo y por supuesto de un reconocimiento intelectual. El caso de Alfredo L. Palacios es ejemplo genuino del maestro y guía intelectual, así reconocido por los jóvenes argentinos. Como se decía en aquellos tiempos, un auténtico maestro de juventudes.

Como dijimos, en todo ese periodo el gran antagonista de La

Voz del Interior era el diario Los Principios, siempre atento a su público cautivo: la sociedad católica cordobesa. Este diario sos-tenía que “el periódico no debía servir para ‘divertir o pervertir’ sino para ‘enseñar o regenerar’”.39

Este hecho es sin duda, uno de los antecedentes intelectuales decisivos en el estallido de la Reforma Universitaria de 1918, encadenándose a los siguientes acontecimientos que agitaron la vida cultural de la “docta” ciudad. La primera crítica pública a la “Casa de Trejo”

La campaña liberal comprendía como primera acción la realiza-ción de un segundo ciclo de conferencias, siendo la primera la de Alfredo L. Palacios en el Teatro Rivera Indarte.40 Dos fuentes de 39 Cf. BRUNETTI, “Sensacionalismo”, 2007. 40 DEL MAZO, Reforma, pp. 465-467. El Teatro Rivera Indarte, propie-dad del gobierno, se le conoce actualmente como Teatro del Libertador General San Martín, pero en Córdoba le siguen llamando Rivera Indarte, un polémico enemigo de Rosas. Este recinto se encuentra ubicado en la calle Vélez Sarsfield, que antiguamente se llamaba “calle Ancha”, por ser la principal de la ciudad. Concebido bajo las características del tea-tro lírico, es el teatro más antiguo en funcionamiento en Argentina. De acuerdo a los datos históricos, expuestos en su portal electrónico, en 1887, debido a las “expectativas de progreso y al desarrollo de la ciu-

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información constatan la celebración de esta conferencia el 24 de setiembre de 1916; sin embargo, carecemos del texto completo. Solamente haremos referencia a la reseña que publicó días des-pués de la conferencia el diario La Voz del Interior.

La ubicación del Teatro Rivera Indarte conlleva a mencionar la Manzana Jesuítica y las partes que la componen para com-prender la relación del Teatro respecto de la “Casa de Trejo”, la denominación canónica de la Universidad Nacional de Córdoba. Respecto a la Universidad, éste se localiza justo a la vuelta del edificio principal, mejor conocido como “Casa de Trejo”, donde se encuentran el Salón de Grados, la Biblioteca Mayor y la Bi-blioteca José Aricó. Y frente a este edificio, se ubica la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. En la actualidad, esta facultad también comprende las Escuelas de Ciencias de la Información y la de Comunicación Social.

La Manzana Jesuítica comprende la Compañía de Jesús, la Casa de Trejo y el Colegio de Monserrat. Los orígenes del espa-cio corresponden a una donación de las autoridades del Cabildo a la Orden Jesuita el 20 de marzo de 1599, destinada en un inicio a las monjas para que levantaran allí su casa. Años atrás, el mismo terreno era una ermita, en su momento erigida por los franciscanos. El padre Rector Juan Romero tomó posesión de la actual Manzana Jesuítica, situada entre las calles Obispo Trejo,

dad”, el gobierno a cargo de Ambrosio Olmos encargó el proyecto al ingeniero italiano Francisco Tamburini. Para 1890 se había logrado, en el marco urbanístico de aquel momento, una construcción de caracte-rísticas imponentes: “columnas apareadas de orden dórico y jónico, un pórtico sobreelevado que da acceso a la boletería y al hall que se abre a sus diferentes niveles. Todo esto articula un esquema simétrico con una gran sala en forma de herradura”. El teatro fue inaugurado el 26 de abril de 1891 y recibió el nombre de “Rivera Indarte”, en honor al poeta cordobés; en 1950 recibió el nombre de “Teatro del Libertador San Martín” (por tratarse del año del centenario de su fallecimiento) aunque en 1956 se le devuelvió la primera designación; finalmente en 1973 se restituye el nombre del prócer máximo. El peronismo quitó el nombre de Rivera Indarte por dos veces, ya que fue el autor de las diatribas más fuertes contra Rosas desde su exilio en Montevideo, en la década de 1840.

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Duarte y Quirós, Caseros y la avenida Vélez Sársfield (antes “calle Ancha”) e inmediatamente los jesuitas establecieron la Iglesia de la Compañía, el Colegio de Monserrat y la Universidad, ésta con su museo y la Biblioteca Jesuítica.

En este sentido, la importancia del Rivera Indarte como el lu-gar elegido para llevar a cabo la conferencia de Alfredo L. Palacios (como otros encuentros estudiantiles más) reside justa-mente en su ubicación: pleno centro cultural de la ciudad de Córdoba y también cercano a la Manzana Jesuítica, esto es a la “Casa de Trejo”.

La presencia de Alfredo L. Palacios en dicho escenario fue altamente relevante y significativa entre los universitarios y los intelectuales. La prensa “liberal” publicaba lo siguiente sobre el reconocido intelectual:

Su nombre es familiar en toda la extensión de la república; su es-fuerzo fecundo de batallador incansable por la libertad y por la democracia. se [sic] revela vivo y actuante en el escenario nacional; su labor parlamentaria copiosa, fuerte, benéfica y destacada, ha probado al hombre de gobierno; su acción en la tribuna, en la cá-tedra, en la política, en el libro y en el diario, plena de eficacia y de notoriedad, le han impuesto la consideración y el respeto de ami-gos y adversarios; y en todo el país le quieren y le admiran por eso, y porque lo saben caballeresco, desinteresado, altivo, franco, no-ble, sincero e infatigable en la lucha por el ideal y la cultura.41

Arturo Capdevila describió así el momento en que “el elo-

cuentísimo tribuno arribó a la ciudad”:

En el Teatro Rivera Indarte habíanse congregado no menos de siete mil hombres a escuchar el alegato de los oradores. El vale-roso y grande Arturo Orgaz, primero, y Alfredo L. Palacios, el de la palabra cautivante, después, fueron los dueños de aquella noche memorable. Uno solo era el grito: ¡Córdoba libre!42

Sobre la concurrencia “varonil” a la que hace referencia Cap-

devila, podemos tener una noción más detallada por la distribución

41 La Voz del Interior, 24/9/16. 42 CAPDEVILA, Patria, p. 181.

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de localidades pormenorizada que se hace en la nota periodística: “Doctor Alfredo L. Palacios, su visita a Córdoba. La conferencia de esta noche”.43 Esa noche estuvieron presentes no sólo estudiantes e intelectuales, sino también representaciones estudiantiles y directivos universitarios. La forma como estaban distribuidos los lugares muestra una organización jerarquizada; los estudiantes estaban en las secciones últimas y las autoridades gubernamentales y universitarias, en las primeras filas.

Palco oficial, senadores y diputados; palcos bajos números 2 y 3, rector y profesores de la Universidad; núm. 6, jefes y oficiales de la región militar; núm. 16, Centro de Ingenieros; palcos altos núme-ros 1, 3 y 5, Centro Estudiantes de Ingeniería; números 2, 4 y 6, Centro Estudiantes de Medicina; núm. 8, Círculo Médico de Cór-doba; núm. 9, jefe de policía; número 10, 12 y 14, Centro de Estudiantes de Derecho; números 11, 13 y 15, Escuela de Agri-cultura; núm. 16, Concejo Deliberante; núm. 17, Asociación del Magisterio; números 18 y 20. Escuela de Comercio; núm. 19, Club Católico; núm. 21, Club Social. […] Las tres primeras filas de plateas se reservan para la comisión es-pecial y para las comisiones directivas De los centros universitarias y estudiantiles. El resto de la platea será ocupada de preferencia por los estudiantes de derecho, medicina, ingeniería y agronomía. La cazuela se destina íntegramente para los estudiantes del Colegio Nacional y Escuela de Comercio.44

Previo a la conferencia de Alfredo L. Palacios, Arturo Orgaz

comenzó por definir el carácter de la campaña Córdoba libre y por primera vez, manifestó públicamente –precisa del Mazo– las primeras acusaciones en contra de la “Casa de Trejo”.

La intolerancia y la falta de sinceridad ambientes, han hecho tam-bién nido en la universidad; han tomado por asalto la cátedra y han descubierto su insuficiencia y su ridiculez. Yo no tengo auto-ridad de pope para decir estas cosas, pero tampoco estoy interesado en callarlas [...]”.

43 La Voz del Interior, 24/9/16. 44 La Voz del Interior, 24/9/16.

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Nuestra universidad representa un anquilosamiento cultural. Sal-vando las indispensables excepciones puede afirmarse que es un refugio de sabihondos ensoberbecidos y empoltronados, sin con-cepto de la responsabilidad que impone el ejercicio del alto magisterio. La cátedra es para ellos una función mecánica. Se des-conoce el valor de la labor propia orgánica y compleja. La ciencia ha cristalizado en inconmovibles rudimentos que se repiten como dogmas, años tras años: sofismas, teorías indigestas, formidables metafísicas, inútiles casuísmos y arcaísmos, son la materia de los programas ajenos a todo plan didáctico, y a toda idea de sistemati-zación. Las aulas son teatro de desconcepto y de simulación porque lo importante es reeditar la farsa, mantener el “statu quo”, y para ello, nada tan fácil como procurar “cicerones” que ocupen la cátedra sin otra obligación que rumiar conceptos momificados, hacer juego malabares de palabras difusas y exigir una retribución que compense tamaño sacrificio. […] Las nuevas ideas llamadas utopías en la universidad, constituyen verdaderas herejías; se les tergiversa hábilmente entre siseos y gestos de desprecio y se la condena a morir, víctimas de excomunión, “ex cátedra”. He asis-tido a conferencias, concursos y diversos actos académicos, reveladores de una lamentable indigencia intelectual. El criterio normal para constituir el cuerpo docente, no olvidemos las excep-ciones reconocidas, deja de lado todo mérito positivo y va a buscar tendencias conservadoras: en tal virtud puede optarse entre ser un sujeto contemporizador, fácil de arrastrar por el carril de las catalepsias o ser un ultramontano sin sotana, pero con olor a in-cienso. El quietismo es el blasón de la casa. Recordaréis que hace algunos años a nuestro distinguido huésped, el doctor Palacios, le fue negado el honor de ocupar la cátedra tantas veces ultrajada por los mediocres. Figuráos señores, una universidad trisecular, archi-católica y requetegloriosa, temblando ante el denuedo mental de un hombre que no venía vestido como Trejo!... Pero en la univer-sidad está todo el pasado, y aunque no está plasmándose ni mucho menos el futuro, ante las tumbas hay que descubrirse [...].45

Arturo Orgaz expresó públicamente su inconformidad contra

la Universidad, criticando un tipo de enseñanza que obstaculi-zaba el desarrollo de nuevas ideas. Éstas constituían verdaderas herejías en la universidad. Orgaz emitió el mensaje que cerca de

45 DEL MAZO, Reforma, pp. 466-467.

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siete mil personas escucharon. La queja universitaria se difundió esa noche en el espíritu de la Córdoba libre.

Posterior a la presentación de Arturo Orgaz, Alfredo Palacios inició su conferencia con una breve alusión al incidente recién sucedido, “de todos conocido, [e] hizo el elogio de los poetas en frases llenas de emoción”. Especialmente mencionó a Arturo Capdevila, “rindiéndole un caluroso homenaje”. Atacó “el fana-tismo”, y mostrando una congruencia y apoyo ideológico con los organizadores del encuentro, hizo especial mención a la causa democrática: “preconizó la tolerancia en la lucha de ideas, como elemento substancial”. Hizo referencia detenida al asunto de las conferencias de la Biblioteca Córdoba, “censurando la actitud de ciertos elementos embarcados en una activa campaña contra ellas”.

Dirigió un elocuente saludo a Córdoba y relacionando su presen-cia en el escenario con un reciente episodio de todos conocido, hizo el elogio de los poetas en frases llenas de emoción. Se parti-cularizo con Arturo Capdevila, rindiéndole un caluroso homenaje, al que se adhirió con sus aplausos el auditorio. Preconizó la tolerancia en la lucha de ideas, como elemento subs-tancial de la libertad, fundando el concepto largamente, con profusión de citas y argumentos. El principio de libertad fue, en síntesis, el fondo de su disertación, que se mantuvo dentro de una remarcada tendencia de respeto y consideración al adversario. Abarcó en su conferencia diversos asuntos, algunos de orden fun-damental y otros de circunstancias, matizando los períodos con citas y reminiscencias oportunas. Atacó el fanatismo, haciendo la psicología del fanático y entonó un sentido canto al ideal y a la amplitud de espíritu. Se refirió detenidamente al asunto de las conferencias de la Bi-blioteca Córdoba, censurando la actitud de ciertos elementos embarcados en una activa campaña contra ellas. Fuera imposible seguir al elocuente orador a través de su confe-rencia, que duró una hora y media. Fuera inútil, también, hacer al elogio de Palacios como orador, pues ya se sabe que es de los que dominan y seducen multitudes. Terminó en medio de prolongadas ovaciones.46

46 La Voz del Interior, 26/9/16.

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La prensa, como lo fue el caso de La Voz del Interior, contri-buyó a la buena recepción que estos acontecimientos, por sí solos, gozaron desde un inicio entre la opinión pública. Sobre la conferencia de Palacios en el Rivera Indarte, el diario publicó:

El tema de la disertación, “Córdoba libre”, era de palpitante ac-tualidad; y el renombre del conferencista, unido a aquello, determinó la enorme concurrencia que llevó hasta el tope nuestro primer coliseo. Nunca se ha realizado en el Rivera Indarte, - podemos afirmarlo, - una asamblea más imponente y numerosa. No había un resquicio vacío en la amplia sala, y desde la platea hasta las localidades altas, se apeñuscaba una multitud incontenible y numerosa, tan nutrida y entusiasta como jamás la hemos visto en actos de esta índole. Y cuéntense por centenares las personas que una vez llegadas al tea-tro debieron volverse, vista la imposibilidad material de ubicarse en sitio alguno para asistir al acto. Contábanse en la concurrencia, elementos representativos de la vida de Córdoba en todos sus órdenes: magistrados, catedráticos, estudiantes, miembros de la banca y del comercio, profesionales y pueblo en cantidad considerable.47

El pensamiento de Capdevila, a diferencia del antiliberalismo

de Taborda (tema trabajado en el cuarto capítulo de este texto), se inscribe de lleno en la tradición ideológica liberal; era en este marco que él entendía y orientaba el plan de protesta a raíz de la reacción clerical. En la siguiente cita sobresalen dos puntos em-blemáticos de la atmósfera tanto política como social de la Córdoba en los despertares a la modernidad / modernización. El primero, la presencia de una corriente liberal que efectivamente rondaba en esta ciudad, muy a pesar de esa enraizada tradición católica y discurso del nacionalismo católico. El segundo, la manifestación de una nueva correlación de fuerzas desde la óptica generacional. Un nuevo marco ideológico en las élites comenzó a ser acentuado por los jóvenes, diferente al que pre-gonaban sus padres.

47 Ibídem.

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Al día siguiente, el Club Social, a solicitud de distinguidos so-cios, abría sus salones de alta tradición al Dr. Palacios, con lo cual la causa del liberalismo ganaba nuevo prestigio. Los rancios conservadores se encontraron en la ocasión con esta novedad estupenda: sus hijos se ponían resueltamente del lado de la li-bertad. El censo quedaba hecho.48

Capdevila no deja de reconocer el papel protagónico de la

“nueva generación”, de la que él se asume como parte de ésta:

La Córdoba medioeval de que tanto blasonara el fanatismo, no existe más. En la ciudad ayer ultramontana, la nueva generación encarna ideales de libertad y tolerancia, de vida sana y fuerte, y busca un Dios sin verdugos ni cadalsos, más allá de los ídolos.49

Casi un año más tarde, el 1º de agosto de 1917, Arturo Orgaz,

entonces presidente de un comité popular constituido por don Oscar Rubino, junto con L. Ruiz Gómez, Arturo Capdevila y Bernardo Ordóñez inauguraron los cursos nocturnos, conocidos como la “Universidad Popular”, que funcionaron en el local de la Escuela Alberdi. Allí se dictaron cursos elementales de higiene pública y privada, a cargo de Oscar Rubino; sobre “Moral cí-vica”, por Alfredo Brandán Caraffa; sobre “Derecho penal”, por Arturo Orgaz; sobre Economía política”, por Bernardo Ordóñez.50 También se dictaron cursos en locales obreros y bibliotecas y conferencias aisladas sobre temas diversos, a cargo de profesionales y estudiantes universitarios. La Universidad Popular, una actividad de extensión universitaria, no duró más de un año a partir de su creación.51 Luis Marcó del Pont señala, desde una óptica sociológica, que ésta sería la base de la unidad obrera-estudiantil.52 Ciertamente, en el caso peruano y mexicano, esta base de unidad obrera-

48 CAPDEVILA, Patria, p. 181. 49 Ibídem, pp. 181-182. 50 En 1924 Jorge Luis Borges fundó la revista PROA, junto a Ricardo Güiraldes, Alfredo Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz. 51 DEL MAZO, Reforma, p. 467. 52 MARCÓ DEL PONT, Luis, Historia del Movimiento Estudiantil Reformista,

Córdoba, Científica Universitaria, Universitas Colección Temática, 2005, pp. 61-62.

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estudiantil permitió que el proyecto de la universidad popular fuera más duradero que en el caso argentino.

La trayectoria de Arturo Orgaz, en defensa de la libre emisión de las ideas, fue extensa y valerosa. En un episodio cultural muy interesante, dirigió durante los treinta el periódico Frente, el ór-gano difusor del centro cultural y artístico Ideario. Este centro juzgó necesario la aparición de Frente (1933) que, “por su natura-leza doctrinaria y crítica de las más destacadas manifestaciones de la cultura, vendrá a llenar un vacío que se hacía sentir entre no-sotros: la falta de un periódico cuyo fin principal fuese inquietar los espíritus propendiendo al cultivo de las ciencias y de las ar-tes”.53 La siguiente cita revela la importancia del dinamismo generacional en la renovación de ideas y pensamientos; tal labor intelectual enfatizaba el advenimiento de un nuevo sentido de la historia, así como el devenir constante como resultado de la comunión entre la verdad y la vida, plasmado en las expresiones auténticas de las nuevas voces:

Frente no será, de acuerdo al fin que persigue, una revista sola-mente para intelectuales prestigiosos y conocidos. En este supuesto, aquel se vería malogrado, porque no es así como se forja una conciencia. Al lado, pues de las firmas de viejos maestros, es-critores y artistas consagrados, aparecerán también las de jóvenes que habiendo iniciando recién su marcha por el campo de las es-peculaciones lógicas, sólo nos brindan la perfumada flor de una hermosa promesa. […] Trataremos, así de ser la expresión autén-tica del pensamiento nuevo. Arte y ciencia, las dos columnas del magnífico templo de la idea, hermanadas en la comunión de la verdad y de la vida, traducirán en Frente su devenir constante. Y las dos de frente a la tremenda realidad que nos envuelve, siguiendo el cauce que les marca el nuevo sentido de la historia.54

En razón de lo anterior, la defensa de los principios demo-cráticos –tolerancia y respeto para todas las ideas– condensó la idea fundamental del manifiesto que redactaron los jóvenes identificados con la generación del ’14. La inconformidad que

53 Véase ORGAZ, Arturo, “’Ideario’ Panorama”, Frente (periódico), año I, núm. 1, junio, Córdoba, 1933, p. 1. 54 Ibídem.

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generó el intento de censurar las conferencias dictadas en la Biblioteca Córdoba, fue antecedente directo del tono anticlerical y, aunado a la defensa de la libre expresión de ideas, del carácter liberal de esa campaña. Estos jóvenes, sacudidos por la bancarrota moral que a su pasó iba dejando la guerra europea, comenzaron a diseñar una serie de proyectos con una sola mira: la aseveración de un porvenir, la instauración de una democracia americana. El conjunto de estas acciones dan forma a lo que denomino el proyecto de regeneración cultural y moral de esta generación.

En la literatura del movimiento reformista, el anquilosa-miento de la universidad ha representado una de las causas que explica la inconformidad de los jóvenes frente a la Universidad y de ahí su interés por reformarla. Los jóvenes que se auto-reco-nocieron como integrantes de la generación del ’14, constituyen –en términos orteguianos– efectivamente la expresión de una nueva sensibilidad, identificada con los principios rectores de-mocráticos. Estos principios están claramente referenciados tanto en el Manifiesto de 1916 como en el Manifiesto liminar de 1918. Las Reflexiones sobre el ideal político de América, ensayo escrito por Saúl Taborda y difundido tan sólo un mes después de la publicación del Manifiesto liminar, condensa la base ideológica de la Asociación configurada en 1916, presentada bajo la fórmula histórica específica de la democracia americana. Este proyecto polí-tico constituyó la forma de afrontar la realidad americana y sus necesidades de transformación.

En 1916 se condensaron las causas que reunieron las voces de jóvenes estudiantes y profesionales. El papel del núcleo de jóvenes que constituyó la voz de la Córdoba libre! fue fundamental. Dos años más tarde, en junio de 1918, veremos sus nombres aparecer nuevamente como los principales ideólogos del movi-miento de la Reforma Universitaria. Algunos apuntes sobre la trayectoria intelectual de Arturo Capdevila

El estudio de la figura y del pensamiento de Arturo Capdevila tiene aún mucho por revelar. Entre los reformistas analizados en este trabajo, Capdevila se distingue, además de su longevidad,

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por la vastedad de su obra. Deodoro Roca murió a los 52 años, Saúl Taborda, a los 59, mientras que Capdevila, hasta los 78 años de edad. La figura de Arturo Capdevila es todo un tema aún pendiente para la nueva historia intelectual, inclusive para la historia de la reforma universitaria hecha hasta la fecha. En su pensamiento, durante la segunda década del siglo XX, situamos despuntes de nuevos horizontes propios del ocaso del positivismo.

En este apartado se trabajarán algunas categorías analíticas evidentes en el pensamiento americanista de Capdevila. Nos referimos al debate en torno a la conciencia americana, propia del linaje de pensamiento de la conciencia criolla; una segunda

cuestión será la reivindicación civilizatoria americana. Respecto de su perfil político, Capdevila, al igual que Arturo

Orgaz, se ubica en el plano democrático, participativo y repre-sentativo. El clericalismo representa su punto de quiebre, personificado en la Iglesia católica que mutila e interviene la presencia de “nuevas ideas”. Capdevila fue tildado de ateo cuando su tema de conferencia en la Biblioteca Córdoba “des-honró” a la Iglesia y comparó las liturgias de los astrólatras incas con los ritos cristianos (1916). Las siguientes líneas, que el propio Capdevila dirigió a Agüero Vera, nos despejan cualquier duda de ateísmo y corroboran su desconcierto en relación con la Iglesia católica, ajeno todo esto a la enaltecida e íntima práctica religiosa:

[…] porque no lo tomo a Dios como hacen ellos, y lo traigo y lo llevo para testigo de toda iniquidad; porque he puesto mi confianza en Dios por arriba de los astros, y no lo busco no corporal ni tangible, sino que lo presiento cuando la paz desciende sobre mi alma, como un Silencio de allí arriba, que es Silencio también aquí adentro.55

El interés de Capdevila por los incas considerados desde el

punto de vista religioso fue muestra de su interés en dilucidar horizontes diferentes en América. Destaco la naturaleza pre-moderna de este “rescate”, así como su intención americanista.

Sobre la conferencia de los incas, se carece de información específica; sin embargo, en 1937, Capdevila publicó un texto sobre Los Incas, dedicado al poeta Leopoldo Lugones, que res-

55 Véase CAPDEVILA, Patria, p. 179.

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ponde seguramente a una mera manifestación del reconocimiento intelectual que había de Capdevila hacia Lugones. La edición que trabajé es una primera reimpresión española que editó Labor en 1947. La definición de colecciones es una de las características de esa editorial, fundada en 1916. La primera de éstas fue la famosa llamada Colección Labor, subtitulada Biblioteca de Iniciación Cultural (BIC). Las doce secciones que la conformaron llegaron a reunir más de cuatrocientos títulos.56 Ciertamente el público español contaba con algunas referencias argentinas debido a los tres viajes que Ortega y Gasset había realizado para ese entonces a Buenos Aires (1916, 1928–1929 y 1939 a 1942). Es destacable la particular mirada de Labor al proponerse la edición de un autor, ni siquiera porteño, sino cordobés, sobre un tema prehispánico.

El propósito de Los Incas consistió en dilucidar la procedencia del hombre americano, para esto Capdevila se remontó a los orígenes de la elevada cultura que un día resplandeció en el in-menso continente –cien siglos antes de Atahualpa y Moctezuma– desde Tihuanacu hasta el Yucatán.57 “Resolver este problema” –apuntaba Capdevila– “es arrojar mucha luz en los otros enigmas americanos”.58 Indagó sobre los orígenes del hombre culto, denominándolo “el problema de los problemas”. La preocupa-ción fundamental de este libro se centró en términos de civilización, “o esta cultura fué avanzada por los mismos pueblos aborígenes, o fué traída por pueblos extraños”.59

De aquí surgen numerosas cuestiones. Si la civilización vino de afuera, ¿de dónde vino, y cómo, y cuándo, y de qué modo evolu-cionó? Y en todo caso, ¿en qué grado cultural se encontraban las sociedades autóctonas, y qué suerte les cupo frente al conquista-dor?... O siquiera ¿había tales sociedades autóctonas?60

56 MARTÍNEZ DE SOUZA, José, “Mi paso por Editorial Labor”, en www.medtrad.org , Panace@. vol. VI, núm. 19. marzo 2005. 57 CAPDEVILA, Arturo, Los Incas, Barcelona, Labor, col. Labor, Sección VI, Ciencias históricas, núm. 393, Biblioteca de Iniciación Cultural, 1ª reimp., 1947 [1937], p. 9. 58 Ibídem. 59 Ibídem, p. 10. 60 Ibídem.

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La remisión histórica de Capdevila quedó revelada en las úl-timas páginas de este texto. En el interés de cumplir con la más “fundamental historia peruana”, Capdevila anunció la insolvencia del positivismo frente a la historia por ser éste crónica fiel de impresionantes sucesos. Capdevila habla de ser más que esto: teatro en el que evidentemente hay una multiplicidad de inter-pretaciones. ¿Estamos acaso dilucidando en el texto de los Incas una hermenéutica de la civilización americana? La historia para Capdevila se inscribía en el campo de las ciencias del espíritu:

[…] ¿es la historia solamente crónica fiel de impresionantes suce-sos? Eso, mucho más que historia, es teatro. Los hechos de la historia con doble luz se perfilan y aclaran: una de afuera, que se logra sacando los hombres y las cosas a sol de verdad; otra de adentro, que el historiador alcanza a previa condición de haber comprendido el alma del actor. La fisonomía de los pueblos, como la de los hombres, se ilumina con claridad del día, pero se aviva con resplandor del espíritu. De esta suerte, aclarando en cuanto me fué hacedero el pensamiento religioso de los hijos del Sol, imagino haber servido los verdaderos fines de la historia.61

Las consideraciones de este texto representan aportes valio-

sos de conocidos cronistas y especialistas en el tema, pero de todas las hipótesis formuladas para establecer dicha procedencia, hay una que al autor le resulta singularmente interesante: el ori-gen atlante. Capdevila resume las conclusiones de Florentino Ameghino, que vivifican el testimonio de Platón en lo referente al origen atlante del hombre americano.62

Ameghino escribió Filogenia en 1884, ahí desarrolló su con-cepción evolucionista y provocó revuelo tal en el ambiente científico nacional, que Mitre hizo referencia a esta obra en el diario La Nación. Por su parte, la Universidad de Córdoba lo llamó a ocupar la Cátedra de Zoología; poco después se le otorgó el título de doctor honoris causa. Su actuación en Córdoba, aunque breve (1885-1886), fue muy eficaz. En la docta ciudad cumplió entonces una doble función, la de investigador y do-

61 Ibídem, p. 142. 62 Ibídem, pp. 18-19.

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cente de una cátedra que casi no tenía alumnos y carecía totalmente de infraestructura. Además colaboró en el Boletín de la Academia de Ciencias desde el momento en que fue designado miembro de la Comisión Directiva. Allí publicó sobre los nuevos hallazgos de fósiles logrados por Pedro Scalabrini (1849-1916) en Paraná y un informe sobre el Museo Antropológico y Paleonto-lógico de la Universidad cordobesa, del que fue fundador.

Capdevila dedicó este libro a Leopoldo Lugones por el perfil de este autor en términos de legitimar la tradición nacional y construir sobre esta base la literatura nacional, esto es, del nati-vismo. En esta línea de pensamiento, entre una verdadera legión de autores, se reconocen tres hitos significativos: el Facundo: Civilización y Barbarie (1845) de Domingo Sarmiento; el Martín

Fierro (1872/79) de José Hernández y El Payador (1916) de Leo-poldo Lugones. Desde otras líneas, podemos señalar: La Tradición

Nacional (1888) de Joaquín V. González; En Torno al Criollismo (1912) de Ernesto Quesada, y Los Gauchescos (1917) de Ricardo Rojas. Los autores mencionados, políticamente opuestos, tratan el tema de la argentinidad y con ello, el mundo de los valores, cuestiones que interesa enfatizar en este estudio. En este sentido, quiero destacar que Capdevila dedicó La Suave Patria (1916) a Joaquín V. González. Es importante agregar sobre la dedicatoria de Los Incas, que en 1915, Lugones publicó Elogio de Ameghino, texto que no pudo ser editado en Europa debido a circunstancias ya conocidas. Esto lo manifestó su autor en las primeras páginas del texto:

Sólo la fuerza mayor de los acontecimientos que trastornan al mundo, ha impedido al autor editar esta obra en Europa, como era su propósito y como lo hizo ya con El Libro Fiel, para subs-traerla al despojo autorizado por la ley argentina de propiedad literaria; pero declara que, a lo menos, no cumplirá ninguno de los requisitos establecidos dicha ley, para evitar, siquiera, el consenti-miento de su inícua potestad.63

63 LUGONES, Leopoldo, Elogio de Ameghino, Buenos Aires, Otero & Co., 1915, p. 5.

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Me interesa enfocarme en las figuras de Lugones y Capdevila para advertir que mientras Lugones se dedicó a la conciencia criolla en El Payador desde finales de siglo XIX, Capdevila lo hace en la americana, en Los Incas. Lugones no compartía las opinio-nes de Capdevila acerca de la idealización del pasado incaico, ya que para él la fundamentación cultural de Argentina y su épica residía en la Grecia clásica y no en las altas civilizaciones indíge-nas. Es necesario, sin embargo, trazar el hilo de continuidad acerca de los incas en lo que expuso en la conferencia de 1916 y lo escrito en 1937, en la posibilidad de que una visión muy ideali-zada de la cultura incaica en el joven Capdevila haya dado paso a un enfoque más teñido por la “ciencia” positivista en la década de 1930, en el interés de dilucidar el origen del hombre ameri-cano a partir de la famosa controversia originada por Florentino Ameghino desde fines del siglo XIX.

No es difícil pensar la relación intelectual entre Lugones y Capdevila. En 1913, Capdevila –como ya se mencionó con ante-rioridad– en el relato de su viaje, describe la convivencia con Lugones en el apartado “A bordo del ‘Cap Vilano’”. En el Con-greso de Ithaca, en al Universidad de Cornell, al que ya nos hemos referido, Capdevila salió en defensa de Sud América al ubicarla del lado de la civilización, y no de la barbarie. Análoga-mente al Lugones de esa etapa, la Argentina era presentada como un pueblo civilizado y moderno:

[…] ¡Ah señores! Yo os advierto francamente que si la Argentina ha enviado Delegación a este Congreso, y que si hemos atravesado los mares en un penoso mes de viaje, no ha de creerse que hemos venido a ser vuestros subalternos, sino simplemente buenos ami-gos que de igual a igual se dan la mano. (Aquí tuve que detenerme largo rato. Ruidosos aplausos me inte-rrumpieron. No menos de cien estudiantes latinos de Ithaca, aparte de mis colegas de Sud-América y de España, se habían con-gregado allí para escuchar la palabra libre de los argentinos). Continué diciendo: […] Es que el mundo, señor Presidente, ha sido dividido en casi-llas por yo no sé quién, por más que sospecho por vosotros mismos. Así, habéis dicho: De este lado, la barbarie; de este otro, la civilización. Y ved una cosa bien simple: Como vosotros repar-

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tíais, os habéis tomado la feliz comarca de la civilización y nos habéis dejado el bosque espeso de la barbarie. Hay quienes piensan que en nuestras patrias vivimos de milagro. Casta inferior somos para vosotros. Raza inferior de indios armados a flecha. Lo doy por cierto, pues no es mi propósito discutir con vuestra ingenuidad. Pero, decidme un poco: si nosotros tenemos indios, ¿no tenéis negros vosotros? Y vosotros, distinguidos colegas de Rusia y de Alemania, no tenéis por casualidad analfabetos? Y tú, Inglaterra, ¿ya te olvidaste de tu vergonzoso pauperismo de Londres? No, señor Presidente; vengamos a cuentas, y ya no nos menospre-ciemos todavía. Nosotros, en efecto, fuimos discípulos vuestros, y aprendimos muchas cosas útiles de Norteamérica y de Europa. Pero tengo el agrado de deciros que fuimos buenos alumnos y que ya nos hemos diplomado! Si vosotros tenéis escuelas, nosotros también las tenemos y con ellas colegios y universidades. Nuestro pueblo lee, nuestro pueblo piensa, nuestro pueblo se educa. Y podéis ir sabiendo que gracias a un gran civilizador argentino, Domingo Faustino Sarmiento, hay más escuelas en mi patria que piedras en vuestras calles de Ithaca!”.64

En relación al mismo tema del americanismo, Capdevila pu-

blicó en 1926 un texto en el que deja ver su actitud antiimperialista, América, nuestras naciones ante los Estados Unidos. En el intento de ubicar nuevos enfoques desde América de cara al mundo, “todos saben en mi patria que cosas como estas vienen siendo el objeto de mis preocupaciones, desde años atrás”.65 Capdevila revisó la Doctrina Monroe y el Pacto ABC. Respecto de este Pacto, Deodoro Roca había presentado su tesis doctoral en 1915, titulada “Monroe, Drago, ABC (Reflexiones sobre política continental)”.66 El antiimperialismo fue uno de los principales debates que desde sus inicios, los jóvenes identificados como la generación del ’14 desarrollaron a lo largo de sus trayectorias intelectuales.

64 CAPDEVILA, Patria, pp. 102-103. 65 CAPDEVILA, Arturo, América Nuestras naciones ante los Estados Unidos, El mensaje que dice: Tomad posesión de la vida y otros acentos de dignidad, de

coraje, de salud y de fuerza. Para los horizontes de América desde Buenos Aires,

ciudad fuerte, Buenos Aires, M. Gleizer editor, 1926. 66 KOHAN, Deodoro, p. 23.

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De las ideas planteadas en este texto, Capdevila subraya el papel de la moral como uno de los elementos necesarios en la construcción del porvenir.

Pero en rigor, ¿qué es una moral? Definámosla como mejor sepa-mos. Consiste no tanto en lo que se ha vivido cuanto en lo que se quiere vivir. No hay que juzgar a nadie por lo que fue. El pasado hasta para la moral es una ruina. Una moral mira profundamente hacia el futuro. De aquí su fuerza incontrastable para unir o separar. En todo caso, ya lo dijimos bien claro: El hombre es una deuda.67

El porvenir –agrega Capdevila– está garantizado por la pro-creación de hijos, porque ellos darán continuidad al interés de seguir construyendo porvenires:

Imposible no caminar por estas calles limpias y claras, debí añadir: Impo-sible no caminar con orgullo, hoy que tengo un recién nacido en mi casa: el hijo mío Carlos, recién nacido.68

El tema de la educación fue punto de discusión y preocupa-ción a lo largo de su obra intelectual, tanto en Capdevila como en el resto de sus compañeros. Para Capdevila, la educación era el proceso de aprendizaje en el que los alumnos aprenden de sus maestros. El alumno seguía conservando el papel de receptor sin tener una participación activa en el sistema de educación.

En la clase, una voz nunca oída –la voz del maestro, la voz de la maestra– resonará profundamente en el alma infantil. El buen es-colar se entregará a un arrobo religioso, oyendo ese acento. En un éxtasis penetrado de dulzura escuchará esa música incomparable de la iniciación de la verdad. Está bien. Pero quisiéramos, de veras, que estos niños adquiriesen desde hoy mismo el primer sentimiento y la primera noción de una vida responsable y digna. Porque el patio del Colegio se ase-meja mucho más de los que se supone a la plaza de la ciudad. Acostumbrar a los niños desde temprano a que respondan de sus acciones y palabras, en la justa medida de su capacidad, vale más que enseñarles a leer. ¿Está usted de acuerdo?69

67 CAPDEVILA, América, p. 15. 68 Ibídem, p. 17. 69 Ibídem, p. 22.

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Capdevila mantenía sus críticas a la iglesia; en este mismo texto, de 1926, escribió:

Por el día domingo, sobre todo cuando brilla puro el sol en un cielo sin nubes, quisiéramos recibir un majestuoso mensaje. Dan ganas de entrarse a los templos ¿pero a cuáles? Templo necesitaríamos en que se fuese directamente a la raíz de la vida. Sacerdote necesitaríamos capaz de hablar como un hombre, porque ampliamente lo fuera. Palabra viva necesitaríamos, de este mundo y para este mundo, antes de toda otra palabra. Púlpito necesitaríamos que pareciera una barricada de la verdad en armas. Grey necesitaríamos en que se plasmase una conciencia nueva. Religión necesitaríamos que fuera toda moral. Moral necesitaríamos que fuera toda conducta. Conducta necesitaríamos que fuera todo deber. Porque el hombre es

una deuda. Hombre tan positivamente religioso necesitaríamos, que entrando a este templo, tuviera fuerzas para oír y comprender y acatar y llevar por la tierra la buena nueva de la responsabilidad.70

La conferencia sobre “Los Incas” representó una expresión original y genuina, causando estruendo, ideológicamente, en la iglesia católica y en el meollo positivista; generacionalmente, en el surgimiento de una nueva sensibilidad, caracterizada por un americanismo, indigenismo y espiritualismo. Capdevila disertó sobre un tema que partía de América, distanciándose de la civili-zación occidental.

El aspecto americanista también se verá plasmado en el Ma-

nifiesto liminar y en las Reflexiones sobre el ideal político de América de Saúl Taborda. Los escritos de los tres personajes, Capdevila, Roca y Taborda, son propuestas intelectuales construidas con significantes sobre y desde América. Ellos dieron continuidad al escenario americanista y protagonizaron el debate en torno a la hora americana que se adjudicaron como generación del ‘14.

La visita de José Ortega y Gasset en 1916 introdujo entre los jóvenes intelectuales propuestas filosóficas que permitieron renovar las existentes, así como una definición de la condición de intelectual como vía para hacer posible un porvenir. Demos paso a la reconstrucción, poco documentada y trabajada, de la visita de Ortega a Córdoba.

70 Ibídem, pp. 25-26.

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JOSÉ ORTEGA Y GASSET Y LA REFORMA UNIVERSITARIA

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José Ortega y Gasset representa una de las figuras más emblemá-ticas y de mayor relieve intelectual en las relaciones entre argentinos y españoles. El primer viaje de Ortega a la Argentina, además de Buenos Aires, incluyó Tucumán, Córdoba, Mendoza, Rosario y, del otro lado del Río de la Plata, Montevideo, Uru-guay.1 La estadía más trabajada ha sido la de Buenos Aires; sin embargo quedan por reconstruir todavía los efectos de su presen-cia en cada uno de los lugares que visitó del Interior del país.

Este apartado tiene como objeto contribuir a la reconstruc-ción de la visita de Ortega y Gasset en Córdoba y destacar indicios de sus ideas en el pensamiento de los jóvenes de la gene-ración del ’14, en dos documentos en particular: el Manifiesto liminar y las Reflexiones sobre el ideal político de América. Estos escritos son reflejo del trabajo intelectual de varios años de la joven inte-lectualidad cordobesa que se constituyó en 1916 como la Asociación Córdoba libre, y como generación del ’14, dos años más tarde. Ortega y Gasset en Argentina José Ortega y Gasset visitó por primera vez la Argentina en 1916, su primer encuentro con América. Para ese año, había comple-tado un primer ciclo de dedicación política activa a España y había decidido convertirse en “Espectador”. El joven filósofo se despedía, no sólo de una España, sino también de una Europa que respiraba espíritu aldeano. Europa había dejado de ser un

1 MEDIN, Tzvi, Ortega y Gasset en la cultura hispanoamericana, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 21.

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ideal para Ortega y Gasset; la guerra le parecía una lucha fratricida en que la voluntad ciega había ganado la batalla a la inteligencia.2 En este sentido, desde una mirada más académica, Alberto Palcos refirió el parecer de Ortega en la revista Nosotros, después de haber asistido a su primera conferencia en Buenos Aires:

[…] la guerra europea no es debida a las ciencias ni a la filosofía. La guerra se produjo a pesar de ellas, aún cuando contaran en algunos países con el beneplácito de los hombres de ciencia y de los filóso-fos. Hombres de ciencia y filósofos pueden ser retrógrados. Las ciencias y la filosofía, jamás. La guerra europea ha trastornado muchos cerebros y ha cerrado muchos laboratorios y bibliotecas; a beneficio de tal circunstancia las ciencias sufren un eclipse y la filosofía mística se adueña de las almas, ofreciendo un lenitivo falaz a los dolores engendrados por la gran tragedia.3

La Institución Cultural Española de Argentina, cuya sede se

encontraba en Buenos Aires, llevó a cabo por segundo año con-secutivo el programa de acercamiento hispano-argentino.4 Dos años antes de la visita de Ortega, Menéndez Pidal había ocupado

2 MOLINUEVO, José Luis (ed.), José Ortega y Gasset Meditación de nuestro

tiempo, las conferencias de Buenos Aires, 1916 y 1928, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 8. 3 PALCOS, Alberto, “José Ortega y Gasset. El sentido de la filosofía”, Nosotros, Buenos Aires, año X, núm. 88, agosto 1916, pp. 206. 4 En 1914 se creó la Institución Cultural Española con el objeto de atraer la atención de los grupos más cultivados de la Argentina sobre la producción científica y, también, sobre la producción artística y literaria de España. Su primer presidente, el anatomista Avelino Gutiérrez, sos-tuvo la cátedra universitaria de cultura española y fomento de intercambio cultural hispano-argentino como uno de los objetivo prin-cipales de la institución. La Cátedra fue inaugurada por el lingüista y filólogo Menéndez Pidal; en 1916 le siguió el filósofo Ortega y Gasset, y en 1917, el matemático Rey Pastor. Cf. ORTEGA Y GASSET, José, “Dis-curso en la Institución Cultural Española”, en Meditación del Pueblo Joven,

Buenos Aires, Emecé Editores, Biblioteca de la Revista de Occidente, 1958, p. 41; BABINI, José, “La evolución del pensamiento científico argentino”, www.planetariogalilei.com.ar/ameghino/obras/babini/evolu4-1.htm (acceso abril 2009).

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la cátedra universitaria, pero la actitud de una España nueva y por venir proyectada por Ortega, fue la diferencia, escribió Palcos, con relación al planteamiento más conservador de Menéndez Pidal.5

Ortega y Gasset fue invitado a Córdoba por el rectorado de la Universidad de Córdoba y por el Centro de Estudiantes de Dere-cho, con el objeto de que dictara una conferencia en la “Casa de Trejo”. Es importante destacar que, en Buenos Aires, la organiza-ción de sus conferencias estuvo a cargo de la Facultad de Filosofía, mientras que en Córdoba fue responsabilidad del Cen-tro de Estudiantes de Derecho. Por tanto, entre las personas que asistieron a las reuniones programadas por la Universidad, segu-ramente una gran parte fueron abogados. Los comentarios y opiniones acerca de Ortega en Buenos Aires provinieron de filó-sofos como Coriolano Alberini, Alejandro Korn, Octavio Bunge; en el caso de Córdoba, de abogados como Deodoro Roca, Saúl Taborda y Ceferino Garzón Maceda.6

A su partida de España, Ortega declaró que en Argentina su propósito era dar un ciclo de conferencias sobre los problemas más actuales de la filosofía, lo cual obedecía a una doble necesi-dad de información y de orientación: después de 1899 “el mundo vuelve a orientarse a la filosofía”; en segundo lugar dedicar un seminario sobre la Crítica de la razón pura de Kant que respondía a la exigencia de clasicismo que debe trasmitir la universalidad, y tercero, un seminario sobre la estética de Cervantes que era la expresión de ese latido patriótico que venía animando toda su obra hasta entonces.7

Ortega había comenzado desde algunos años antes su relación con Argentina a través del periodismo. En 1911, Ramiro de Maeztu lo presentó al público porteño como corresponsal del diario La

Prensa.8 Se elogiaba “profusamente a ‘Pepe’ Ortega”.9 Su relación con el pueblo argentino se prolongó por mucho tiempo más. 5 PALCOS, “Ortega”, p. 202. 6 Uno de los firmantes del Manifiesto liminar. 7 MOLINUEVO, Ortega, p. 9. 8 Las Meditaciones del Quijote, una de las primeras obras de Ortega y Gasset fue dedicada a Ramiro de Maeztu. ORTEGA Y GASSET, José, Meditaciones del Quijote, Madrid, Calpe, 3º edición, 1922 [1914]. 9 La Prensa, 22/7/16, en MEDIN, Ortega, p. 15.

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Posterior a este primer viaje, realizó otros dos, de 1928 a 1929 y de 1939 a 1942.10

Las opiniones en torno a la primera visita de Ortega al país fueron diversas; desfavorables, las menos. Tal fue el caso del colaborador de la revista Nosotros, el historiador Juan Rómulo Fernández, que advirtió lo poco que se sabía de Ortega y Gasset previo a su visita; lo reciente de sus libros y su reducida difusión, y agregaba: “su oriundez no nos decía mucho, ya que es tan difícil que un hispano pase de doce quilates en ciencias”.11 La mayoría reconocía la visita de Ortega y apreciaba poder escuchar al joven filósofo español. Octavio Bunge se refirió a Ortega como “el más grande de los conferencistas extranjeros que han visitado el país en el último del cuarto del siglo”.12

El diario porteño La Prensa refirió a José Ortega Munilla: “veterano y popular periodista”, y a José Ortega y Gasset: “des-collante figura del moderno renacimiento intelectual español” y “el cerebro más influyente de la juventud española”.13 El diario cordobés, La Voz del Interior, los reconocía como “ilustres hom-bres de letras, legítimos embajadores del espíritu y de la ciencia de la madre patria”.14

En Córdoba, La Voz del Interior se encargó de difundir la acti-vidad de Ortega desde su arribo a la ciudad de Buenos Aires. Se habló de un ciclo de diez conferencias dictadas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (sólo fueron nueve), consideradas éstas como “el acontecimiento intelectual culminante del año”.15 Además se reconocía la importancia de su visita por el impacto de sus ideas en las nuevas generaciones de la

10 HERRERO, Maira y VIÑUALES DE SANTIBÁÑEZ, Inés (Presentación de), Ortega y Gasset en la cátedra americana, Buenos Aires, Nuevo Hacer Grupo Editor Latinoamericano / Fundación Carolina / Fundación José Ortega y Gasset, 2004, p. 8. 11 FERNÁNDEZ, Juan Rómulo, “Apuntes sobre Ortega y Gasset”, Noso-tros, Buenos Aires, año XI, núm. 93, enero de 1917, p. 25. 12 La Voz del Interior, 19/10/16. 13 MEDIN, Ortega, p. 15. 14 La Voz del Interior, 19/10/16. 15 Ibídem.

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península, ubicándolo como uno de los maestros más autorizados y más fecundos de la España contemporánea. Ortega y Gasset visita Córdoba

Corría el mes de agosto del año 1916, para ser exactos el día pri-mero. El Centro de Estudiantes de Derecho se dirigió “al eminente pensador español José Ortega y Gasset”, en ese enton-ces huésped de Buenos Aires, “invitándolo a visitar Córdoba y ocupar la alta cátedra de su tribuna universitaria”. Los estudiantes de Derecho sabían de manera extraoficial que el rectorado de la Universidad se dirigiría ese día al joven filósofo, haciendo oficial el pedido de los alumnos.16

La iniciativa estudiantil cordobesa resalta una familiaridad y gran reconocimiento hacia el filósofo español. Se tenía conoci-miento de su texto Meditaciones del Quijote (en adelante Meditaciones), como se puede verificar en el siguiente párrafo. A continuación, unas líneas de la nota que envió el Centro de Estu-diantes al rectorado para solicitar la invitación de Ortega:

[…] era objeto de tema [...] uno de los nuestros [...]: José Ortega y Gasset. Y se nos vino a la memoria el fundador de la Casa de Resi-dencia de Estudiantes de Madrid. [...] el más grande de los filósofos modernos, el autor de “Meditaciones del Quijote”, libro que deleita con el preciso don, de su enseñanza superior de sus nuevos rum-bos, de los nuevos problemas de la moderna filosofía. [...] es que desea oír, maestro, vuestra ardiente palabra, portadora de la mo-derna ciencia y de nuevos rumbos encasada por vuestro intelecto superior, que abre horizontes de futuro engrandecimiento. [...] Y así tendréis oportunidad de conocer esta casa tres veces centenaria, donde vive la tradición nacional y donde el pasado brota al espíritu en un sacro conjuro.17

Estas líneas no ocultan el retraso de la filosofía a nivel local y

la buena disposición para atender los nuevos horizontes de la

16 La Voz del Interior, 1/8/16. 17 La Voz del Interior, 1/8/16.

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filosofía moderna. La nota fue firmada por José V. Auriol, el presidente del Centro de Estudiantes de Derecho, y Carlos D. Courel, el secretario del mismo. José V. Auriol fue uno de los firmantes, junto con Roca, Taborda, Capdevila y Orgaz, del Ma-

nifiesto de agosto de 1916 (tema ya abordado en el segundo apartado de este estudio).

Existe una muestra más que revela cierta familiaridad intelec-tual hacia el joven español en uno de los discursos de Deodoro Roca, en el que citó una frase de las Meditaciones (p. 23). Este discurso fue publicado por primera vez en el diario El País el viernes 7 de noviembre de 1930.18

Repetimos noche a noche aquellos versillos del Rig Veda, que Or-tega recuerda: “¡Señor, despiértanos alegres y danos conocimiento!”.19

José Ortega y Gasset y su padre llegaron a Córdoba, proce-

dentes de Tucumán; “fueron recibidos en la estación por numerosas personas, algunas de ellas delegados de la Universidad y la colonia española”:

Hoy a las cuatro y media de la tarde, el rectorado de la universidad ofrecería una recepción en honor del profesor Ortega y Gasset, a la que están invitados a concurrir los catedráticos y alumnos de la casa.20

18 KOHAN, Néstor (selección y estudio preliminar), Deodoro Roca, el hereje, Buenos Aires, Biblos, 1999, p. 243. 19 Esta frase fue escrita por José Ortega y Gasset en Vieja y nueva política:

conferencia dada por Don José Ortega y Gasset en el Teatro de la Comedia el 23 de

marzo de 1914: Prospecto de la Liga de Educación Política Española, Madrid, Renacimiento, 1914. Tiempo después la citó Deodoro Roca en un discurso de agradecimiento pronunciado con motivo de una demostración ofrecida por sus amigos. Fue publicado por primera vez en El País el viernes 7 de noviembre de 1930. Este discurso se puede consultar en la compilación de Gregorio Bermann, El difícil tiempo nuevo, Córdoba, Editorial Universitaria de Córdoba, 1968, pp.352-356, y también en la de KOHAN, Deodoro, pp. 241-245. 20 La Voz del Interior, 20/10/16.

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Rasgos y presencias del pensamiento orteguiano en 1916

José Ortega y Gasset obtuvo el doctorado en filosofía y letras por la Universidad de Madrid en 1904 y durante los cuatro años si-guientes realizó estudios de filosofía en las universidades de Leipzig, Berlín y Marburgo. José Ortega y Gasset, junto con Manuel García Morente,21 se formó en Alemania, en una de las corrientes neokantianas más importantes en Europa en los inicios del siglo XX: la Escuela de Marburgo.22 Además de su fundador,

21 José Ortega y Gasset y Manuel García Morente, junto con Esteban Terradas, Juan Dantín Cereceda y Ramón Menéndez Pidal, colaboraron en el proyecto de CALPE (Compañía Anónima de Librería, Publicaciones y Ediciones) del ingeniero vasco Nicolás María Urgoiti. Los títulos que comprenden esta empresa representan una importantísima aportación al sector editorial y al desarrollo cultural español en el primer tercio del siglo XX. Estos intelectuales se encargaron de la dirección de distintas colecciones en todas las áreas de trabajo e investigación (académicos, científicos y literatos). Ortega y Gasset se hizo cargo de la Biblioteca de Ideas del Siglo XX. García Morente, amigo de Ortega y Gasset y tra-ductor de Kant, dirigió la Colección Universal desde la que difundió los textos clásicos de autores rusos, alemanes o franceses. En literatura se tradujeron textos clásicos y modernos, encargándose de las traducciones José Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Cipriano Rivas Cheriff, Luis As-trana Marín y Pedro Salinas. La labor de Ortega y Gasset como de García Morente en el campo de las empresas culturales es fundamental al ser de ellos, entre otras tareas de gran envergadura en el campo inte-lectual español, la traducción de textos clásicos y modernos, como la de la revisión de los textos, tareas que empezaron a caracterizar la figura del editor moderno, cf. SÁNCHEZ VIGIL, Juan Miguel, La editorial Calpe y el

Catálogo general de 1923, Departamento de Biblioteconomía y Documen-tación, Madrid, Universidad Complutense, 2006. 22 El neokantismo constituyó una situación académica novedosa con muchas características propias a las de una moda intelectual. Todos los grupos neokantianos crearon sus revistas (Philosophische Arbeiten, en Marburgo; Logos, en Heidelberg; Annalen der Philosophie und philosophischer Kritik y Philosophische Abhandlungen, en Göttingen; la Kants Gesellschaft y los Kant-Studien estaban dedicados a todos los grupos neokantianos). Los nombres de las doctrinas se atribuían a las universidades en las que se originaban. Las escuelas asemejaban a los partidos políticos o cofradías. Sus miembros aceptaban o rechazaban los de las otras escuelas. Se

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Hermann Cohen, formaron parte de ésta: Paul Natorp, Karl Vorländer, Nicolai Hartmann y Ernst Cassirer. Su interés fue el análisis de la filosofía kantiana y su renovación.23

El filósofo español Manuel García Morente fue miembro, al igual que Ortega, de la Liga de Educación política española. Esta Liga fue dada a conocer y promovida por el mismo Ortega du-rante la conferencia “Vieja y Nueva Política” en el Teatro de la Comedia, el 23 de marzo de 1914. La conferencia fue publicada en 1914 y al final del texto se concentran los nombres de los miembros de la Liga.

Una de las muestras que evidencian la relación intelectual en-tre los españoles y los alemanes, en el marco de la Escuela de Marburgo, es la conferencia dictada por P. Natorp, profesor de la Universidad de Marburgo. A esta conferencia, “Em. Kant y la escuela filosófica de Marburgo” (1912), asistió J.V. Viqueira, invitado por Vahinger, el fundador de la “Sociedad Kantiana” (1904). Viqueira asistió a la reunión científica y en un apartado inicial de la traducción del alemán que publicó hasta junio de 1915, tres años después, escribió:

Creí de gran interés, para mis compatriotas, poner en nuestro idioma algunas páginas que puedan darle una idea de conjunto de la filosofía de Marburgo, acerca de la cual se habló repetidamente entre nosotros.24

Viqueira enfatizó en el prefacio del texto la importancia de

esta conferencia, publicada en el órgano difusor de la Sociedad

dieron casos de aficionados o diletantes, prominentes investigadores o distinguidos filósofos que no fundaron su propia escuela o no se identi-ficaron con las existentes. Tal es el caso de del filósofo de la Universidad de Berlín, Georg Simmel, una de las presencias evidentes en Ortega y Gasset, en su “metafísica de la vida”. GRANJA CASTRO, Dulce María, El

neokantismo en México, historia de filosofía en México, México, Facultad de Filosofía y Letras/Dirección General de Asuntos del Personal Acadé-mico/UNAM, 2001, p. 20. 23 Véase J.V. VIQUEIRA en NATORP, P., Em. Kant y la Escuela Filosófica de

Marburgo (trad. del alemán y notas por J.V. Viqueira), Madrid, Francisco Beltrán Librería Española y Extranjera, 1915, p. 9. 24 Ibídem, p. 5.

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Kantiana, Estudios Kantianos (kants studien), en el número dedicado a Hermann Cohen en su setenta natalicio (4 de julio de 1912):

Parecía precisa una edición, pues, ya que en ella se intenta determi-nar la posición de la “Escuela de Marburgo”, no sólo con respecto a Kant, sino también a Hegel y al idealismo alemán contemporá-neo, podía contar con un interés general. Ha pasado ya el tiempo en que procedían las diversas direcciones de la corriente idealista alemana, sin casi contacto entre sí; más bien por todos, especial-mente entre los jóvenes, en relación con el profundo interés por una filosofía seria, se expresa el deseo de una inteligencia recíproca o al menos de una discusión fundamental que sólo puede ser útil al progreso de la filosofía.25

En el mes de febrero de 1904, debido a la celebración del

centenario de la muerte de Kant, Vahinger fundó la “Sociedad Kantiana” (Kantgesellschaft). Vahinger era un kantiano estricto, cuya intención era aprender a filosofar por el estudio de su filoso-fía, sin obligar a los miembros a una determinada posición con respecto a la filosofía de Kant.

La propuesta de esta escuela consistió en el examen crítico del pensamiento kantiano como un primer deber, necesario para todo intento de querer ir más allá en filosofía. Se pretendía con-tribuir a la discusión fundamental de una filosofía seria y útil para su progreso. Ortega y Gasset y Viqueira (invitado a la reunión científica alemana) fueron importantes representantes de este debate en España.

Ciertamente el neokantismo integra varias escuelas con pos-tulados distintos entre sí. En el pensamiento de Ortega y Gasset, si bien se identifican rasgos neokantianos, también saltan a la vista algunas resistencias. “El abstracto y rígido sistema del pen-samiento puro de sus maestros marburgueses”, según Granja Castro, no armonizaba con la personalidad filosófica de Ortega”. Ortega lo reconocía y así se lo trasmitió a Unamuno, por carta, en 1912:26

25 VIQUEIRA, Kant, p. 7. 26 GRANJA CASTRO, Neokantismo, p. 64.

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Estoy leyendo a la par la Logik der reinen Erkenntniss de Cohen y la Logica de Croce. Cohen, se lo repito a usted, no me entra: es un sa-duceo que me deja helado. Comprendo bien su posición, pero ese racionalismo o idealismo a mí, espiritualista del modo más crudo, más católico en cuanto al deseo, todo eso me repugna. No me basta que sea verdad, si lo es. Y luego no puedo, no, no puedo con lo puro: concepto puro, voluntad pura, razón pura […] Acabo a las veces esas lecturas persignándome, rezando un padre nuestro y un ave María y soñando en una gloria impura y en una inmortalidad material del material del alma, en unos siglos de siglos que encuen-tre a mi madre, a mis hijos, a mi mujer y tenga la seguridad de que el alma humana, esta pobre alma humana mía, la de los míos, es el fin del universo. Y no sirve razonarme, ¡no, no, no! No me resigno a la razón.

Para ese año, Ortega había publicado Meditaciones del Quijote

(1914) y Personas, obras, cosas… (enero de 1916).27 En adelante distinguiré algunos puntos del texto Meditaciones que nos dan muestra del idealismo orteguiano; de tal modo que podemos darnos una idea de la propuesta filosófica de Ortega en 1916, aportes del neokantismo ligados a los de un idealismo subjetivista. En principio, las Meditaciones son definidas por Ortega como ensayos de amor intelectual, “resucitando el lindo nombre que usó Spinoza, yo le llamaría amor intellectualis”.28

Carecen por completo de valor informativo; no son tampoco epítomes –son más bien lo que un humanista del siglo XVII hubiera denominado “salvaciones”. Se busca en ellos lo siguiente: dado un hecho –un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor-, llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado (p. 14). La “salvación” no equivale a loa ni ditirambo; puede haber en ella fuertes censuras. Lo importante es que el tema sea puesto en rela-ción inmediata con las corrientes elementales del espíritu, con los motivos clásicos de la humana preocupación. Una vez entretejido con ellos queda transfigurado, transubstanciado, salvado (p. 15).

27 Este libro reúne los trabajos “menos imperfectos” publicados a lo largo de nueve años (1904-1912). ORTEGA Y GASSET, José, Personas, obras,

cosas…, Madrid, La Lectura, 2º edición, 1922 [1916], p. VII. 28 ORTEGA, Meditaciones, pp. 13-14. Las páginas de Ortega que se citan seguidamente en este texto pertenecen a esta edición

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Ortega intentó hacer un estudio del quijotismo, esto es inves-tigar el quijotismo del libro:

Pero hay en esta palabra un equívoco. Mi quijotismo no tiene nada que ver con la mercancía bajo tal nombre ostentada en el mercado. Don Quijote puede significar dos cosas muy distintas: Don Quijote es un libro y Don Quijote es un personaje de ese libro. Generalmente, lo que bueno o en mal sentido se entiende por “quijotismo”, es el quijotismo del personaje. Estos ensayos, en cambio, investigan al quijotismo del libro (p. 43).

¿Qué representó el personaje de Don Quijote en el circuns-

tancialismo de Ortega?

[...] en cierto modo, es Don Quijote la parodia triste de un cristo más divino y sereno; es él un cristo gótico, macerado en angustias modernas: un cristo ridículo de nuestro barrio, creado por una imaginación dolorida que perdió su inocencia y su voluntad y anda buscando otras nuevas. Cuando se reúnen unos cuantos españoles sensibilizados por la miseria ideal de su pasado, la sordidez de su presente y la acre hostilidad de su porvenir, desciende entre ellos Don Quijote, y el calor fundente de su fisonomía disparatada, compagina aquellos corazones dispersos, los ensarta con un hilo espiritual, los nacionaliza, poniendo tras sus amarguras personales un comunal dolor étnico (p. 44).

Ortega veía en el quijotismo del libro Don Quijote una pro-

puesta de amor, entendida como una forma de administrar el universo.

[...] el amor nos liga a las cosas, aun cuando sea pasajeramente. Pregúntese el lector: ¿qué carácter nuevo sobreviene a una cosa cuando se vierte sobre ella la calidad de amada? ¿Qué es lo que sentimos cuando amamos a una mujer, cuando amamos la ciencia, cuando amamos la patria? Y antes que otra nota hallaremos ésta: aquello que decimos amar se nos presenta como algo imprescindi-ble. ¡Imprescindible! Es decir, que no podemos vivir sin ello, que no podemos admitir una vida donde nosotros existiéramos y lo amado no –que lo consideramos como una parte de nosotros mismos. Hay, por consiguiente, en el amor una ampliación de la

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individualidad que absorbe otras cosas dentro de ésta, que las funde con nosotros. […] Tal ligamen y compenetración nos hace internarnos profun-damente en las propiedades de lo amado. Lo vemos entero, se nos revela en todo su valor. Entonces advertimos que lo amado es, a su vez, parte de otra cosa, que necesita de ella, que está ligado a ella... Amor es un divino arquitecto que bajó al mundo, según Platón, “a fin de que todo en el universo viva en conexión” (pp. 16-17).

El amor orteguiano se inscribió en el sistema de valores,

viendo en éste la posibilidad de crear nuevos escenarios que garanticen un porvenir. La configuración de éste significa la inclu-sión de lo comprendido. Los jóvenes tienen por delante un cometido moral que cumplir:

Para intentar esto [la expulsión de todo hábito de odiosidad en el ánimo de los jóvenes] no hay en mi mano otro medio que presen-tarles sinceramente el espectáculo de un hombre agitado por el vivo afán de comprender. Entre las varias actividades de amor sólo hay una que pueda yo pretender contagiar a los demás: el afán de comprensión (p. 23).

El afán de comprensión se inspira en la realidad que nos rodea

y la individualidad que enfatiza Ortega y Gasset. Ésta se vuelve reveladora de una realidad múltiple que deriva del imperativo de la individualidad pero también de una herencia común. El cir-cunstancialismo propuesto por Ortega y Gasset representó la base metodológica de la teoría de las generaciones, entendida ésta como una forma de interpretar la historia.

La raza –agrega Ortega y Gasset– representó el ensayo de una nueva forma de vivir. Para él era inminente estimular ese nuevo modo de vivir, porque justamente ese desenvolvimiento plasma-ría y proyectaría las energías peculiares de una nueva sensibilidad:

Lo que hace problema a un problema es contener una contradic-ción real. Nada, en mi opinión, nos importa hoy tanto como aguzar nuestra sensibilidad para el problema de la cultura española, es de-cir, sentir a España como contradicción. […] Hay, es cierto, quienes piensan de otra suerte. Nace la discre-pancia de que, usada tan a menudo, la palabra “español” corre el

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riesgo de no ser entendida en toda su dignidad. Olvidamos que es, en definitiva, cada raza un ensayo de nueva manera de vivir, de una nueva sensibilidad. Cuando la raza consigue desenvolver plena-mente sus energías peculiares, el orbe se enriquece de un modo incalculable: la nueva sensibilidad suscita nuevos usos e institucio-nes, nueva arquitectura y nueva poesía, nuevas ciencias y nuevas aspiraciones, nuevos sentimientos y nueva religión (pp. 118-119).

En 1914 –como se mencionó en párrafos anteriores– se llevó

a cabo la presentación del prospecto de la Liga de Educación Política Española. En esa ocasión Ortega y Gasset hizo mención del término de generación como la portadora de una sensibilidad.

Porque en verdad, no se trata de mí ni de unas ideas mías. Yo vengo a hablaros en nombre de la Liga de Educación Política Es-pañola, una Asociación hace poco nacida, compuesta de hombres que, como yo y buena parte de los que me escucháis, se hallan en medio del camino de su vida. No se trata, por consiguiente, de ideas originales que puedan haber sobrevenido al que está hablando en una buena tarde; se trata de todo lo contrario: de ideas, de sentimientos, de energías, de resoluciones comunes, por fuerza, á todos los que hemos vividos sometidos a un mismo régi-men de amarguras históricas, de toda una ideología y toda una sensibilidad yacente, de seguro, en el alma colectiva de una genera-ción que se caracteriza por no haber manifestado apresuramientos personales... (pp. 4-5).

Ortega enfatizó la necesidad del imperativo de la individuali-

dad y denunció la falta de fe y de esperanzas políticas en el pueblo, situaciones que condenan a la esterilidad histórica en épocas críticas y por consiguiente, a la carencia de un porvenir.

En épocas críticas puede una generación condenarse a histórica esterilidad por no haber tenido el valor de licenciar las palabras re-cibidas, los credos agónicos, y hacer en su lugar la enérgica afirmación de sus propios, nuevos sentimientos. Como cada indi-viduo, cada generación, si quiere ser útil a la Humanidad, ha de comenzar por ser fiel a sí misma. Naturalmente, por nuevas generaciones no se me ha de entender sólo esos pocos individuos que gozan de privilegios sociales por el nacimiento ó por el personal esfuerzo, sino igualmente a las mu-

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chedumbres, para los efectos políticos, tienen siempre como una media edad: el pueblo ni es nunca viejo, ni es nunca infantil: goza de una plena juventud. De modo que decir que las generaciones nuevas no han acudido á la política es como decir que el pueblo, en general, vive una falta de fe y de esperanzas políticas gravísima (pp. 8-9).

Ortega y Gasset incitaba a distinguir el oficio del intelectual y

su quehacer político como una actitud histórica. ¿Qué era la política para Ortega?

La nueva política, todo eso que, en forma de proyecto y de aspi-ración, late vagamente dentro de todos nosotros, tienen que comenzar por ampliar sumamente los contornos del concepto político. Y es menester que signifique muchas otras actividades sobre la electoral, parlamentaria y gubernativa; es preciso que, trasponiendo el recinto de las relaciones jurídicas, incluya en sí todas las formas, principios é instintos de socialización. La nueva política es menester que comience a diferenciarse de la vieja po-lítica en no ser para ella lo más importante, en ser para ella casi lo menos importante la captación del gobierno de España, y ser, en cambio, lo único importante en el aumento y fomento de la vita-lidad de España. [...] Por tanto, esta nueva política tiene que tener conciencia de sí misma y comprender que no puede reducirse á unos cuantos ratos de frívola peroración ni á unos cuantos asuntos jurídicos, sino que la nueva política tiene que ser toda una actitud histórica (pp. 15-17).

En el ejercicio de esta nueva política, Ortega puso distancia con

la actuación política de los partidos:

Todas las labores que hasta ahora realizan todos los partidos se re-ducen á preparar, conquistar y ejercer la actuación de gobierno. Política es, hasta ahora, sólo gobierno y táctica para la captación de gobierno. […] De modo que nuestra actuación política ha de tener constante-mente dos dimensiones: la de hacer eficaz la máquina del Estado y la de suscitar, estructurar y aumentar la vida nacional en lo que es independiente del Estado. Por esto es, en nuestra opinión, “política” toda una actitud histórica. La historia, según hoy se entiende, no es, en primer término, la historia de las batallas, ni de los jefes de Gobierno, ni de los Parlamentos;

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no es la historia de los Estados, que es el cauce o estuario, sino de las vitalidades nacionales, que son los torrentes (pp. 18-19).

En 1914, durante esta conferencia, Ortega evidenciaba, que en

tiempos críticos, la responsabilidad de construir el porvenir estaba en los jóvenes. Por esto, ellos adoptaban el papel protagónico en la historia, distinguiéndose a partir de generaciones. El apelativo pernicioso de “intelectuales” –precisó– desaparecerá con la noción de masas sociales. En este punto radica el carácter de élite para la clase intelectual en su papel de orientadora de la educación polí-tica de las masas.

El nombre y menester de una gran parte de nuestros agrupados podía atraernos el apelativo pernicioso de “intelectuales”, si no acentuamos desde luego el convencimiento de que la política no es faena que se satisfaga con sólo el intelecto, ni sólo mediante la ac-ción individual. Creemos, por el contrario, que el área política comienza propiamente donde el puro entendimiento y el individuo aislado concluyen y aparecen las masas sociales batiéndose en una dinámica apasionada. El término de nuestros propósitos no puede ser otro, por consiguiente, que llegar hasta esas masas. Pero esto es sólo el término y como postrero horizonte de nuestras aspiracio-nes. Con urgencia hemos de dedicarnos á una labor previa y de más moderada ambición. […] Para nosotros, por tanto, es lo primero fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas (pp. 57-58).

La presencia de Ortega en el ocaso argentino del positivismo La introducción del positivismo doctrinario, señaló Francisco Romero, fue tardía en la Argentina, como lo fue también en la mayor parte del resto de Hispanoamérica. La crítica del positi-vismo y los intentos de sustituirlo fueron, por tanto, tardíos también.29 En la Argentina, el esplendor del positivismo se vincula con el papel que la generación del ’80 desempeñó frente al proyecto de modernización en el marco de un contexto liberal:

29 ROMERO, Francisco, Sobre la filosofía en América, Buenos Aires, Raigal, 1952, p. 39.

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“Los hombres del 80”, en general, acogieron con simpatía la doc-trina agnóstica y evolucionista de Spencer sin dejar de informarse en las corrientes afines del movimiento universal. Siguieron de cerca la fase psicológica del positivismo, siempre más interesados en las aplicaciones políticas, jurídicas, sociales o pedagógicas que en la dilucidación de los principios abstractos. Con horror de la meta-física, sin fervor religioso, aceptaron como un dogma la subordinación de las ciencias psíquicas a las naturales, profesaron las tendencias individualistas del liberalismo inglés, proclamaron las excelencias del método experimental, alguna vez lo emplearon y en toda ocasión se distinguieron por un criterio recto y honesto.30

En un periodo de treinta años, de 1880 a 1910, emergió la Ar-

gentina moderna; la ciudad de Buenos Aires se convirtió en la capital de la República por las leyes de la Legislatura de la provin-cia de Buenos Aires y del Congreso Nacional; se edificó el Estado-nación. En el contexto económico, el país se insertó en la división internacional del trabajo a partir de la exportación de materias primas y alimentos, y de la importación de la mayor parte de los productos elaborados que se consumían en el mer-cado interno.

Es el Positivismo en acción. Se liga a esta influencia el desarrollo económico del país, el predominio de los intereses materiales, la di-fusión de la instrucción pública, la incorporación de masas heterogéneas, la afirmación de la libertad individualista. Se agrega como complemento el despego de la tradición nacional, el despre-cio de los principios abstractos, la indiferencia religiosa, la asimilación de usos e ideas extrañas.31

En el plano de las ideas, en un contexto académico, Korn

escribió:

Ante el triunfo plenamente alcanzado, no podemos negar la gran-deza de la obra realizada por la voluntad de sus hombres dirigentes en este ambiente hispano-criollo, transformado por el sudor y el

30 KORN, Alejandro, “Filosofía Argentina”, en Influencia filosóficas en la

evolución nacional, estudio preliminar de Gregorio Weinberg, Buenos Aires, Solar, 1983 [1936], p. 208. 31 KORN, Alejandro, Influencias, p. 206.

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esperma del gringo. No sin lucha, sin poderoso esfuerzo, se arrolla-ron las resistencias tenaces del pasado, se quebró el imperio de los hábitos, prejuicios y sentimientos ancestrales y se abrió el campo a una ideología revolucionaria. “Civilización y barbarie”, “gobernar es poblar”, “crear riquezas”, “educar al soberano”… gritos de combate destinados a estremecer la conciencia nacional.32

Durante la segunda década del siglo XX se produjo un fenó-

meno de renovación de ideas que abarcó tres campos: el filosófico, el político y el cultural; dicho proceso ha sido llamado genéricamente “reacción antipositivista”.33 El epicentro de esta reacción se ubicó más en el ambiente universitario que entre los cultos medios fuera de la academia; ellos se inclinaron más por lo literario.

La sociología, disciplina científica que definió las leyes de la vida colectiva en el marco del positivismo, también fue el escena-rio para ejercer agudas críticas al mismo. Sostiene Francisco Romero que uno de los primeros críticos fue José Ingenieros a través de las Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía (Buenos Aires, Rosso, 1919).34 “Se estaba asistiendo a la quiebra de un pensamiento teórico que durante mucho tiempo prevaleció en la orientación de la vida intelectual argentina”, manifestó Héctor Agosti en su conferencia, en 1944, en ocasión del sexto aniversa-rio de la muerte de Aníbal Ponce.35

En cuanto al plano académico, se sitúa, por un lado, a los planteamientos de Rodolfo Rivarola en su cátedra de Ética y Metafísica de la Facultad de Filosofía y Letras como el preludio de la batalla que la Facultad daría al positivismo. En 1923, esta cátedra pasó a manos de Alejandro Korn, como Gnoseología y Metafísica, y en 1931, pasó a Francisco Romero (1931). Por el

32 Ibídem. 33 FALCÓN, Ricardo, “Militantes, intelectuales e ideas políticas”, Nueva

Historia Argentina, tomo VI, Democracia, conflicto social y renovación de ideas (1916-1930), Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 326. 34 ROMERO, Filosofía, p. 39. 35 PONCE, Aníbal, “Aníbal Ponce o el destino de la inteligencia”, www.gramsci.org.ar/12/Agosti/Defensarealismo/6-anibalponce.htm (acceso mayo 2009).

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otro, se menciona también a Alfredo Franceschi,36 quien obtuvo la cátedra de Lógica que impartía el doctor Matienzo, dándole un tomo mucho más amplio con tendencia más bien histórica, según puntualiza Romero.37 Coriolano Alberini tiene un papel impor-tante en la lucha contra el positivismo con la cátedra de Introducción a la filosofía (1922).38 Es de este modo como Korn, Alberini y Francheschi –evidentes adversarios del positivismo– quedan al frente de la filosofía en la Facultad.39

En septiembre del año 1925, Korn publicó las “Nuevas Bases”40 en la revista Valoraciones.41 Él hizo referencia a las Bases y puntos de

36 Alfredo Francheschi (1891-1942), italiano pedagogo y filósofo. Algu-nas de sus obras: La filosofía de Goethe, La concepción matemática de Spengler, Ensayo sobre la teoría del conocimiento, Inducción y deducción. 37 ROMERO, Filosofía, p. 41. 38 Coriolano Alberini estudió en la Universidad de Buenos Aires y como examen general presentó, en 1911, una aguda crítica al positivismo, corriente a la que pertenecían todos los miembros del tribunal (el De-cano José Nicolás Matienzo, Alejandro Korn en ese momento de su pensamiento, José Ingenieros, Francisco Quesada, Juan Chiabra y Ro-dríguez Etchart). Su paso por la Universidad fue prolongado y ocupó varios cargos de importancia: entre 1912 y 1924 dirigió la revista de la Universidad; en 1922 obtiene la cátedra de Introducción a la Filosofía; en 1925 asume como Decano de la Facultad, hasta 1928 y repite en 1931 a 1932 y de 1936 a 1940, y fue dos veces Vicerrector, en 1928 y 1940. A su actuación frente al positivismo, además de su examen gene-ral, se agrega la fundación del Colegio Novecentista, junto con Alejandro Korn, el 23 de junio de 1917, en Buenos Aires. El novecen-tismo, “una suerte de nombre o seña de la actitud mental de unos cuantos hombres de hoy –nuevos y del Novecientos – a quienes no conforma ya el catón espiritual vigente.” (Fragmento tomado del Manifiesto de su fundación, cf. DEL MAZO, Gabriel, La Reforma Universitaria, “El movimiento

argentino (1918-1940)”, La Plata, Ediciones del Centro Estudiantes de Ingeniería, Universidad de la Plata, tomo I, 1941, p. 469-470). 39 ROMERO, Filosofía, pp. 40-41. 40 Incluido en Las influencias filosóficas en la evolución nacional, edición prolo-gada por Gregorio Weinberg (Buenos Aires, Solar, 1983). En esta edición se agregaron dos textos que originalmente fueron publicados en revistas: “Filosofía argentina” (Nosotros, 1927) y “Nuevas Bases” (Valora-

ciones, 1925). La edición de 1936 consta de cuatro apartados. Los tres primeros apartados se publicaron, respectivamente: en 1912 en la Revista

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partida para la organización política de la república argentina de Juan Bautista Alberdi (1852). El paso de tres generaciones estuvo supeditado “a una ideología bien definida, de índole positivista, de orientación pragmática”, precisó Korn.42 Las “Nuevas Bases” son una sagaz crítica pública que parte de la constatación de la insuficiencia del positivismo como corriente de pensamiento filosófico. Korn propone, en su lugar, subordinarlo a una con-cepción mayor, toda vez que percibe la necesidad de promover, ante todo, una voluntad nacional como creadora de los ideales.

No podemos continuar con el positivismo, agotado e insuficiente, y tampoco podemos abandonarlo. Es preciso, pues, incorporarlo como un elemento subordinado a una concepción superior que permita afirmar, a la vez, el determinismo del proceso cósmico como lo estatuye la ciencia y la autonomía de la personalidad humana como lo exige la ética.43

Este escrito representó también la continuidad de la tarea al-

berdiana en torno al problema de una filosofía nacional, “expresión histórica de una colectividad humana definida y cohe-rente”, “formulada en su hora y para su tiempo” por Juan Bautista Alberdi.44 En este sentido, Korn explicó que la guerra

de la Universidad de Buenos Aires, tomo XX; en 1913 en los Anales de la

Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, tomo IV, 2ª serie, y en 1914, en los mismos Anales, tomo V, 2ª serie, el tercer apartado. Ya desde 1910 –precisa Luis Aznar- Korn había publicado un artículo titulado “Las supersticiones nacionales” en el tomo XI de los Anales de Psicología. Cf. Luis AZNAR (introducción bibliográfica) en KORN, Alejandro, Influencias

filosóficas en la evolución nacional, introducción bibliográfica por Luis Aznar, Buenos Aires, Claridad, 1936. 41 La revista Valoraciones se creó en 1923 por el Grupo de Estudiantes Renovación de la Universidad de La Plata. Ellos seguían las inspiracio-nes reformistas de Korn y contaban también con su apoyo incondicional. En esta revista aparecieron la mayor parte de los trabajos de Korn. Cf. KORN citado por AZNAR, en KORN, Influencias, p. 13. 42 KORN, “Filosofía Argentina”, en Influencia, p. 295. 43 KORN citado por AZNAR, en KORN, Influencias, p. 18. 44 Luis AZNAR (introducción bibliográfica), en KORN, Influencias, p. 18.

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había suscitado angustias y conflictos, y ante esto el positivismo mostró su insuficiencia teórica.

En razón de lo anterior, el positivismo perdió vigencia durante la segunda y la tercera década del siglo XX. No obstante, tenga-mos en cuenta que una de las primeras expresiones de descontento apareció recién tres años después de la visita de Ortega y Gasset, cuando Ingenieros publicó sus Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía.45

En 1916, Coriolano Alberini relata que Ortega se asombró del positivismo reinante en la Facultad de Filosofía, por tanto, del desfase de la filosofía respecto a las nuevas corrientes del siglo XX: “La Argentina, como los demás países latinoamericanos, carece de pensamiento filosófico original”, expresó Ortega.46

Por su parte, Korn, conocedor del alemán y seguramente lec-tor de las fuentes vivas de la filosofía, se identificó con el neokantismo que Ortega exponía a lo largo de sus conferencias. Korn describió que la visita de Ortega y Gasset fue para su cul-tura filosófica un acontecimiento, advirtiendo que “de entonces acá creció el amor al estudio y aflojó el imperio de las doctrinas positivistas”:47

No nos trajo Ortega y Gasset un sistema cerrado. Enseñó a poner los problemas en un plano superior, nos inició en las tendencias in-cipientes, dejó entrever la posibilidad de definiciones futuras, nos incitó a extremar el esfuerzo propio. Mucho le debo personalmente, pero creo poder emplear el plural y decir: mucho le debemos todos. De ahí arranca su justo prestigio en nuestra tierra. Tras una breve estada le vimos partir con pena, pero convencidos que no tardaría en darnos un concepto propio de la filosofía contemporánea. Esta esperanza no se ha confirmado: en vez de filosofía nos ha dado literatura. También sabemos apreciarla: admiramos el arte de deslizarse de continuo sin afirmarse nunca, con un donaire desconsolador. Habríamos preferido una vigorosa visión sintética, cimentada en tres o cuatro ideas directoras. Quizás a España no le

45 La conferencia fue dada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA el 8 de junio de 1918. El libro salió publicado un año después por la casa editorial Rosso. 46 Coriolano ALBERINI, citado en MOLINUEVO, Ortega, p. 12. 47 KORN, “Filosofía Argentina”, en Influencias, p. 280.

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hagan falta; a nosotros sí. Pero el Perspectivismo parece ser el arte del análisis sutil, juego o deporte tanto más ingenioso cuánto más menudo es el tema. Y no carece de su teoría, adecuada naturalmente al caso: ¡la delectación morosa en el problema como tal! ¿Es acaso un rasgo ibérico tener problemas y no hallarles solución? Alguna vez, cuando estas disquisiciones ponen su nota delicada en el copioso fárrago de nuestros “grandes rotativos”, hemos pensado –discúlpese la herejía: ojala el autor no escribiera tan bien!48

La visita de Ortega fue apreciada por varias razones, una de

ellas se debe a la renovación de ideas que sus conferencias aporta-ron en valiosos espacios. Insisto en las referencias en cuanto a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y la visita de Ortega porque si partimos de que la reacción antipositivista comenzó a manifestarse principalmente en el espacio académico, concreta-mente en esta Facultad, entonces parece evidente que la visita de Ortega en 1916 fue decisiva en cuanto a ofrecer panoramas teóri-cos que posibilitaran la transición doctrinaria del envejecido positivismo y permitieran la interlocución e interpretación de la realidad post-guerra europea, además de todas las cuestiones imperiosas de identidad y consolidación nacional argentina. La presencia de Ortega representó una fuerza de propulsión en la filosofía y a su vez, una fuerza de regeneración en el plano de las ideas que vigorizó el quehacer intelectual. Recurro a Francisco Romero, quien describió espléndidamente el ambiente de las conferencias dictadas por el joven español:

En su memorable visita, Ortega introdujo entre nosotros muchas cosas de su propia cosecha y otras recientemente bebidas en sus años de estudios de Alemania. […] A la autoridad de su saber, su seguridad magistral, respaldada por los prestigios europeos que re-presentaba, unía Ortega la magia de su talento de expositor. Sus clases públicas atraían concursos numerosos, totalmente desacos-tumbrados para esa índole de temas. Esta influencia en extensión se robustecía y profundizaba con otra en intensidad; en las maña-nas de octubre se juntaban a su alrededor, en sesiones de seminario, unos veinticinco o treinta estudiantes y otras personas, entre ellas Rodolfo Rivarola, decano de la Facultad a la sazón, y

48 Ibídem.

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Alejandro Korn. […] En sus enseñanzas de Buenos Aires asumió Ortega, como era natural, una postura resueltamente antipositi-vista. […] Esta venida de Ortega y Gasset tuvo gran repercusión y ejerció notable influencia. Estimuló la renovación que se venía preparando, la justificó con argumentos traídos de la más fresca actualidad filosófica europea, la aceleró considerablemente. […] Ortega acostumbró a ir a la conferencia filosófica pública y aun a la lección de cátedra, a personas que nunca antes habían acudido a exposiciones orales de estos asuntos y de este modo la apetencia filosófica cobraba conciencia de sí, se patentizaba con las presencias congregadas, y cada uno se afianzaba en su interés al comprobarlo inequivocadamente en los demás. Nuestra educación filosófica daba un paso hacia adelante y la preocupación común se agrandaba e intensificaba. La atención suscitada por el entonces joven español preparó así el terreno para la posterior difusión de la Revista de

Occidente y de la Biblioteca de la misma, que aportaron con reiteración, y a veces con el carácter de acontecimientos intelectuales, artículos y libros introductores del pensamiento novísimo, pensamiento que por entonces florecía rico en promesas y en realizaciones, anunciando una etapa filosófica de brillo y densidad singulares, y con un extraordinario poder de incitación.49

Las conferencias de Ortega en Buenos Aires, en 1916 A lo largo de sus conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Ortega no sólo abordó temas del kantismo, sino expuso ideas de otras doctrinas y autores que merodeaban su pensamiento para tratar cuestiones que le eran fundamentales, entre ellas: la historia, la filosofía, el idealismo subjetivista, la nueva generación, la sensibilidad, el porvenir, la modernidad. Al respecto, Francisco Romero escribió:

El texto elegido fué [sic] la Crítica de la razón pura. Ortega interrum-pía con frecuencia la lectura para la aclaración e interpretación del apreciado texto, sin entrar en una crítica a fondo; se refirió a la opinión, difundida a su llegada, de que era un kantiano, advirtiendo que no era así, que disentía en ciertos puntos del pensamiento de Kant, pero que no abordaría la cuestión por no juzgarla de oportu-

49 ROMERO, Filosofía, p. 44.

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nidad. Se manifestó próximo al pensamiento de Platón y Leibniz, y lanzó alguna alusión a la carencia en Kant de un examen del pro-blema filosófico de la historia, indicación en la que se insinuaban las preocupaciones sobre la razón vital y los problemas de la histo-ria, que tan de continuo han ocupado después su mente. En sus enseñanzas de Buenos Aires asumió Ortega, como era natural, una postura resueltamente antipositivista. La filosofía contra lo que sostenía el Positivismo, es autónoma, se basta a sí misma; busca la verdad haciendo brotar el problema, problematizando toda reali-dad y aun todo saber, sin apoyarse en los datos científicos, pues de lo contrario renunciaría a su peculiar oficio problematizador, por-que admitiría supuestos no justipreciados por ella misma. […] El Positivismo había habituado al común lector culto y aun semiculto a frecuentar ciertos libros de filosofía y de generalidades científicas;

En lo sucesivo, enfatizaré algunos temas que Ortega desarro-

lló en sus conferencias para relacionarlos con las proclamas de la joven intelectualidad cordobesa, la generación del ‘14. La visita de Ortega en Córdoba introdujo dinamismo y robustez al proyecto de regeneración cultural y moral que desde la constitución de la Asociación Córdoba libre los venía identificando como un grupo de intelectuales en el marco de una democracia, ligados a una tradi-ción de pensamiento de corte liberal.

Según Fernando Vela, uno de sus discípulos más cercanos, en los viajes de Ortega hubo siempre una especie de reciprocidad asombrosa, que por el lado del español, estuvo dada por la coin-cidencia con sus profundas transformaciones de pensamiento; y por el lado de la generación del ‘14, por la decepción y, por ende, por la búsqueda de horizontes teóricos y epistemólogicos que viabilizaran la definición de un porvenir americano, del cual ellos se consideraban protagonistas en su papel de intelectuales.

Ante la inexistencia de los escritos de alguna conferencia dada en Córdoba, podemos trabajar bajo el supuesto de que, en la medida que el material de cada una de las conferencias de Buenos Aires representa todo un trabajo intelectual construido durante los años previos, cabe pensar que los temas expuestos en Buenos Aires fueron también asunto de encuentros y discusiones en las demás ciudades que visitó en el Interior del país.

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La reciprocidad a la que hago referencia en párrafos anteriores se sustenta en varios rasgos. Uno de ellos lo revela el impacto de la guerra europea y la búsqueda de nuevos horizontes teóricos. Para Ortega, la guerra era una lucha fratricida en la que la inteli-gencia había perdido la batalla.50 Deodoro Roca señalaba que la guerra los colocaba en el trance más oscuro de la historia.51 Saúl Taborda, en 1918, manifestaba el fracaso de Europa y proponía la implementación de la democracia americana.52

Ortega y Gasset, ante este panorama desolador, propuso la “nueva política” como toda una actitud histórica.53 Roca invocó “el espíritu para comprender el sentido de lo que estaba por venir, y convocó a virar la mirada hacia América.54

En el mismo contexto de la guerra europea, en 1914, Ortega habló de un cometido moral que cumplir: la garantía de un por-venir sustentado por un sistema de valores. Los protagonistas de esta tarea eran para Ortega los jóvenes. Ellos tenían que darse a la tarea del vivo afán de comprender, como yas lo mencionamos a través de una cita de Meditaciones. Un año después –en 1915– Deodoro advertía la bancarrota moral:

La “bancarrota” más seria de la edad contemporánea es la banca-rrota de la moral. La guerra actual dá [sic] la evidencia de todos los fracasos. Si las inteligencias se han desprendido de los dogmas, el entusiasmo propio de las religiones debe entonces desplazarse en las doctrinas científicas y sobre todo morales y sociales.55

Para Ortega, el afán de comprender significó la construcción

de los vínculos intelectuales con la realidad; ya lo decía en las Meditaciones: “el amor nos liga a las cosas”.56 Él propuso conse-

50 MOLINUEVO, Ortega, p. 8. 51 ROCA, Deodoro, “Ciencia, maestros y universidad”, Revista de la

Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, año II, 9, noviembre, 1915, p. 186. 52 TABORDA, Saúl, Reflexiones sobre el ideal político de América, Córdoba, La Elzeveriana, 1918, p. 149. 53 ORTEGA, Meditaciones, pp. 15-17. 54 ROCA, “Ciencia”, p. 186. 55 Ibídem, p. 178. 56 Ibídem, pp. 16-17.

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guirlo por razón del ejercicio de la historia. Durante la primera conferencia Ortega definió lo que para él no era historia:

Historia no es un montón de recuerdos ni siquiera una colección de documentos, historia es la reconstrucción orgánica de las variaciones de un sujeto. Donde no hay un sujeto, un algo, una entidad determinada, precisa, inconfundible, que experimenta variaciones y mudanzas conservando bajo ellas su radical identidad no hay historia.57

En vez de ello, destacó:

La historia es un ejercicio de comprensión y lo que ella tiene que comprender es cómo esas manifestaciones sucesivas y discrepan-tes, que parecen no tener nada que ver entre sí y hallarse separadas por abismos, emanan todas de una misma fuente, cuya líquida vena corre con perfecta continuidad bajo esa quebrada superficie.58

Derivado de ese afán de comprender, expresó la magnitud de

plantear problemas “a la atención de nosotros mismos”. Esto era un acto de cultura. Habló también de la crítica de la ciencia filosófica:

Implantemos problemas filosóficos, sin ellos podríamos en algún instante abandonarnos, olvidarnos cómo nos formamos, y si nos entregamos a la atención de nosotros mismos, allí encontramos la-tente el acto de cultura. […] Esta es la diferencia fundamental, la aptitud de la nueva gene-ración de los hombres que empiezan a vivir en el siglo XX. Vuelven a tener voluntad, energía y cultura. […] Por eso, si yo tuviera que definir la situación espiritual que comenzaba en Europa antes de la guerra diría, como aquel lema más brillante de los hombres del Re-nacimiento, guiados por la filosofía: volvemos, volvemos a los grandes problemas eternos de la humanidad.59

Y agregó:

De esta minúscula idea “verdad” depende, pues, que la cultura toda, que los mejores afanes del hombre no sean una inepcia. Y la

57 “Primera Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 39. 58 “Segunda Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 54. 59 Ibídem, p. 51.

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reflexión sobre ese problema, el esfuerzo por dar a la verdad un fundamento que en efecto sea inconmovible es lo que llena ese postrer círculo de las preocupaciones humanas y como un hilo de oro hilado con meditaciones exquisitas para a lo largo de la historia humana. Eso es la filosofía.60

Roca recalcó, en 1918, que ser americanos significaba abrirse –en

el sentido de Ortega– a la comprensión de lo nuestro: “Prepa-remos entonces los ojos para distinguirnos en la sombra. Preparemos el espíritu para comprender el sentido de lo que vendrá. Preparemos el oído para distinguir las voces amigas entre el ronco grito de los descontentos”.61

Ortega asumía que las enseñanzas de la filosofía se dinamiza-ban ante la garantía de un porvenir.

Ha de enseñarnos [la filosofía] a distinguir no entre lo existente y lo no existente, sino entre lo posible y lo imposible. No le basta la se-guridad del hecho que sólo cauciona el presente, necesita la seguridad de todo el porvenir.62

En concreto, la propuesta filosófica de Ortega aludía a Leib-

nitz, Kant, Fichte y Hegel:

¿Qué consecuencias va a traer este nuevo modo de pensar, que yo, para distinguirlo del otro clásico, llamaré idealismo subjetivista? Él es el modo básico de sentir la vida propio de nuestra edad; en ella, dentro de sus enunciados fundamentales de que el ser es el pensar, de que las cosas todas no son sino partes y contenidos y estados de mi yo, como dentro de un perfil gigantesco, han pesando, amado y luchado los hombres morales; en él han aprendido a tener una idea de la humanidad, más alta que la que tenían.63

¿Qué significado tienen estas apelaciones en particular?

Señores, muy sencillo: como se había olvidado el hombre de la fi-losofía, como no sabía nada de filosofía tuvo que ir a la escuela, a la

60 Ibídem, p. 73. 61 ROCA, “Ciencia”, p. 186. 62 “Cuarta Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 100. 63 “Segunda Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 64.

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escuela de los grandes maestros, y éste es el sentido que tienen filo-sofías que llamo filosofías restauradoras. Es volver a la escuela de los clásicos de la filosofía para aprender bajo su disciplina en qué consiste el problema filosófico, y esta es la manera como hemos vuelto al templo, a la perfección de las peculiaridades de los pro-blemas últimos, que tuvieron sin embargo sus aliados: estos aliados restauradores.64

Se hizo inminente el distanciamiento de la filosofía y el

positivismo:

El positivismo es la actividad justa y propia de las ciencias naturales y siempre que estas se aparten de ella sufrirán un descarrilamiento. Dentro del cuerpo de la física o de la biología la filosofía no tiene nada que hacer: sólo puede originar perturbaciones. Pero igual-mente es monstruoso querer labrar una filosofía con la tesitura positivista. La filosofía y las ciencias naturales son órganos distintos aptos para percibir objetos distintos: la física los reales, la filosofía los ideales y todo intento de aplicar una de ellas al ámbito propio de la otra sólo conducirá a malas inteligencias.65

En cuanto al significado del objeto en la filosofía contemporánea:

Decir, por tanto, que una cosa es equivale a decir que la tengo en el pensamiento, en la imaginación, en la percepción, que es pensada, imaginada o vista por mí. […] “Ser”, existir, igual a “ser percibido”. Corrige, pues, la Edad Moderna la inadvertencia cometida por la antigua al no reconocer que todo lo que pretenda existir tiene que ser objeto para mí, es decir, tiene que entrar en la relación de con-ciencia. Aquí tenéis el estricto significado que en la filosofía contemporánea tiene el término objeto a diferencia del término “cosa”, “res”. Al hallar algo ante mí, un árbol, un potro, una per-sona, la tendencia espontánea de mi espíritu me lleva a suponer que ese árbol, ese potro, esa persona cuando los deje de ver segui-rán existiendo. Esta existencia aparte e independiente de que nosotros la percibamos o no es la realidad y aquello a quien la atri-buimos es la “cosa”. […] Ahora como veis significa existencia el hallarse en mi conciencia, dependiendo del sujeto. Este es el sen-

64 “Cuarta Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 99. 65 “Octava Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 141.

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tido del término objeto: llamamos así a todo en cuanto, sólo en cuanto se halla presente en la conciencia.66

Dicho lo anterior, Ortega habló de la sensibilidad, aludiendo a

la conciencia de los problemas. Este punto fue fundamental para aquellos que habían estado exponiendo sus ideas, y por diferentes e innovadoras habían sido censuradas. Me estoy refiriendo al grupo que estuvo involucrado en las conferencias de 1916 en la Biblioteca Córdoba. Para Ortega lo difícil estaba en el ejercicio de concientizar los problemas, de ubicarse como sujeto histórico, en ejercer lo que Roca llamaba actitud histórica. La expresión y mani-festación de esta concientización era la sensibilidad que, en los términos de Ortega, constituía la expresión de una generación. En 1918, Roca proclamó su pertenencia a la generación del ’14.67

La sensibilidad como resultado del ejercicio de conciencia constituía el conocimiento en su carácter subjetivo. La importancia de esto radica en que el conocimiento es determinado por el sujeto:

Todo conocimiento es un hecho subjetivo; nace y muere en el su-jeto, por tanto depende de él. El argumento, como veis, se alza de la esencia misma del conocimiento. Vive sujeto, en efecto, ence-rrado dentro de sí mismo y como el proverbio árabe decía, no le es dado saltar fuera de su seno. Dentro de nosotros la verdad se pre-senta como un acento que ponemos sobre los más variados y opuestos contenidos. ¿Cómo distinguir, cómo distinguir el acento de la certidumbre que acierta del que lleva la certidumbre que ye-rra? No tenemos un guía que nos venga de fuera; carecemos de un maestro trascendente que nos corrija; estamos solos, terriblemente solos dentro de nosotros mismos, y todo, para pasar a nuestro in-terior, tiene antes que transformarse en nuestra propia sustancia. Recurrimos de una creencia a otra creencia nuestra y en irrompible círculo hacemos a nuestro sueño de hoy juez de nuestro sueño de ayer.68

66 “Novena Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 161. 67 ROCA, Deodoro, “La nueva generación americana” (1918), El drama

social de la universidad, prólogo y selección de Gregorio BERMANN, Córdoba, Editorial Universitaria, 1968, p. 22. 68 “Quinta Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 107.

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La subjetividad del reconocimiento generacional cordobés quedó marcada, entre otras cosas, en su carácter americanista. Previo a que Roca se reconociera perteneciente a la generación del ’14,69 había precisado no pertenecer al viejo tronco latino: se afirmó como americano,70 con lo que estableció una enorme distancia con Lugones.

Durante la última conferencia Ortega habló de la difícil condi-ción del intelectual:

La vida del intelectual no es en parte alguna del mundo cómoda: tiene un destino de heroísmo. En medio los otros hombres, ocupado fríamente cada cual con su negocio y afán particular, ha de vivir el intelectual ardiendo en exaltación, proclamando a toda hora los derechos ideales, desinteresados, superfluos, magnánimos del espíritu. […] Esa es la misión del intelectual: incansable, puro, ferviente obligar a los demás para que en sus corazones abran un limpio es-pacio de culto al espíritu, ciencia, arte, moralidad.71

En cuanto a ese rasgo heroico, Roca lo evocó en el Manifiesto

liminar:

La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros.72

Tiempo después, frente a la amenaza fascista, Roca advirtió en

la editorial de su revista –Flecha–, la importancia del cumplimiento de los deberes históricos por parte de los intelectuales de las nuevas generaciones frente al peligro fascista o neofascista, en el marco de la lucha social y en la defensa de las fuerzas democráticas:

Las nuevas generaciones intelectuales, a las cuales nos dirigimos, están retardadas en el cumplimiento de deberes históricos. Organi-

69 ROCA, “Generación”, p. 25. 70 ROCA, “Ciencia”, p. 183. 71 “Novena Conferencia”, en MOLINUEVO, Ortega, p. 170. 72 Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918, Edición homenaje al 80o aniversario de la Reforma 1918-1998, Universidad Nacional de Córdoba, 1998, p.8.

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zar las condiciones sociales del trabajo –y de su propio trabajo–, relacionar las soluciones políticas con el desarrollo de la cultura pública, hacer de sus medios propios instrumentos contra el fas-cismo, restituir a su órbita al nacionalismo desorbitado, es tarea que deberían estar cumpliendo incansablemente todos los intelectuales que no estén adscriptos a la reacción. A este propósito, las clases intelectuales guardan, salvo excepciones estridentes, un silencio enternecedor y cómplice, disimulado en las infinitas formas ver-gonzantes de la cobardía.73

Roca habló en yo plural y colectivo, revelando además reso-

nancias gramscianas en cuanto a la articulación de las soluciones

políticas con el desarrollo de la cultura pública. Según Gramsci, “los intelectuales modernos no son simplemente escritores, sino di-rectores y organizadores involucrados en la tarea práctica de construir la sociedad”.74

En razón de lo anterior, es perceptible que la generación del ’14 venía articulando una serie de ideas que nutrían un proyecto de regeneración cultural y moral. Las enseñanzas de Ortega y Gasset significaron fuerza y firmeza en cuanto a la frescura de sus discursos y aportes. Como resultado de esta visita se obtiene una definición más clara y evidente de su papel como intelectuales frente a la sociedad. El circunstancialismo vino a dotar de legitimi-dad la conciencia de los jóvenes cordobeses en torno al cuestionamiento de sus problemas; la actitud histórica hizo viable el vínculo con la realidad que vivían –la post guerra europea. El proyecto gozaba de una condición enteramente intelectual, en donde los jóvenes que lo dirigieron tenían cómo compromiso el trazo del porvenir. La consigna era lograrlo desde América.

La definición del papel de intelectual frente a la sociedad y su función en cuanto al planteamiento de problemas, es decir, el comprender el entorno americano, viabilizó que en 1918 el mo-

73 BERMANN, Gregorio, “El difícil tiempo nuevo a través de Deodoro Roca”, Cuadernos Americanos, México, año XVI, vol. XCI, núm 1, enero-febrero 1957, p. 33. Se desconoce el año de publicación de la revista en cuestión pero debe ser entre los años de 1935-1936, años que estuvo en circulación. 74 GRAMSCI, Antonio, Los intelectuales y la organización de la cultura, trad. Raúl Sciaretta, México, Juan Pablos, 2º ed., 1997.

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vimiento reformista percibiera la cuestión universitaria como un problema que rebasaba por completo a la institución. Su lucha fue dada en la batalla de las ideas a partir de la defensa de libre expresión de las mismas. Debido a esto se constituyeron como la Asociación Córdoba libre en 1916. Esta Asociación subsistió inclu-sive al momento de la publicación del Manifiesto liminar. Posiblemente no firmaron el Manifiesto porque su verdadera per-tenencia no era a la Federación Universitaria de Córdoba sino a la Asociación Córdoba libre.

Tomando en consideración estas últimas líneas, cabe señalar que el movimiento de Reforma Universitaria representa una des-embocadura, no necesaria, pero si posible y a fin de cuentas lógica, de la campaña liberal que emprendieron estos jóvenes del ‘14. El movimiento reformista no se comprende del todo sin atender al surgimiento de esta generación en la historia intelectual de Córdoba de principios de siglo XX.

El texto de Saúl Taborda, Reflexiones sobre el ideal político de Amé-

rica, concentra una serie de denuncias no sólo universitarias, y revela el trabajo y la discusión desde años previos a su publica-ción. En este escrito, una Voz americana denuncia los síntomas del mal y propone, a la vez, la beligerancia americana para instau-rar la democracia americana.

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SAÚL TABORDA UN PENSAMIENTO HETERODOXO

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La mayoría de las repúblicas en América Latina tienen en su pasado etnográfico una población predominantemente autóctona, condición que a la hora de los balances de identidad nacional fácilmente se puede remitir a aspectos que se remontan a grandes civilizaciones clásicas prehispánicas; en otros casos, a grupos indígenas o negros, o a ambos.

Esta situación no corresponde a Argentina. La población y la cultura indígena fueron escasas, y la que había fue en buena me-dida exterminada en la genocida “Campaña del Desierto”, que puso fin a los pueblos mapuche, tehuelche y ranquel; la población negra había desaparecido, y la mayoría hispánica y criolla fue superada por las olas inmigratorias procedentes de Italia, España y Europa Central principalmente.

Cuestiones como la historia, la nación, el pueblo, la cultura, el pensamiento, la filosofía, la raza, han sido tratadas a partir de la vi-sión cosmopolita y extranjerizante que Buenos Aires ha intentado difundir en el resto del país. Esta visión, sin embargo, dista mucho de otras cuyo foco son las provincias del país. La tradición federal argentina ha concentrado dos miradas enfrentadas que intentaron explicar la originalidad argentina. Me refiero al federalismo porteño que encarnó Rosas, en tensión con el federalismo sustentado en la figura del caudillo del interior, por ejemplo, Facundo Quiroga en La Rioja.

Saúl Taborda desarrolló su obra en Córdoba y la definió en función de un vínculo arraigado a su tierra nativa. Su atención estuvo desde un principio en el acontecer argentino visto desde el Interior. Así lo refleja su primera novela: el joven provinciano que viaja a Buenos Aires y, casi autobiográficamente, retorna a su lugar de origen sin huella alguna de su paso por el cosmopoli-tismo de la gran ciudad. Esta primera novela muestra rasgos propios de la tradición hispánica y criolla. Su primer ensayo polí-

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tico filosófico avanza en el aspecto tradicional para fincar su posición antipositivista, antiliberal, anticlerical y americanista. En este escrito, de 1918, muestra ya las raíces de la etnopolítica, no-ción sobre la que ahondará más tarde, en la década de los treinta.

A diferencia de otros intelectuales, Taborda destaca por el hecho de ser su pensamiento complejo y temáticamente diverso, aunque con un punto de partida y de llegada próximos en térmi-nos ideológicos y valorativos, esto es, sin que sea dable apreciar demasiadas fracturas entre medio. El ensayo de 1918, Reflexiones sobre un ideal político de América, constituye un esbozo de ideas que más adelante tratará prolijamente, enriqueciéndolo con los apor-tes que su estadía en Europa le proveyó avanzada la década de los veinte. Los temas de la etnopolítica, de la pedagogía y del mito facúndico constituyen, sin duda, los tres ejes fundamentales de su pensamiento. Hay claros anticipos de ellos en las Reflexiones.

La figura de Saúl Taborda ha sido caracterizada, junto a la de Alejandro Korn y Alberto Rougés (Tucumán), de gran relevancia en la renovación filosófica subsiguiente al positivismo en el pri-mer tercio del siglo XX.1 La percepción de Francisco Romero es lúcida en cuanto a una lectura minuciosa y fina del pensamiento argentino. Sin embargo no es ninguna novedad que el influjo de las ideas de Taborda pueden ser fácilmente tergiversadas por sus escritos, como lo afirma Juan Adolfo Vázquez.2

Un esbozo biográfico

Algunos de los datos biográficos que cito a continuación provienen de la versión curricular redactada por él mismo en agosto de 1943. La mención de hechos académicos y profesionales abarca hasta el año 1927, cuando instala su despacho de abogado junto con Ceferino Garzón Maceda en la ciudad de Córdoba, a su regreso de Europa.3 En cuanto a su obra intelectual, el currículum la contempla hasta 1943. 1 ROMERO, Francisco, Sobre la filosofía en América, Buenos Aires, Raigal, 1952, pp. 57-59. 2 VÁZQUEZ, Juan Adolfo, Antología filosófica argentina del siglo XX, Buenos Aires, EUDEBA, Colección Ensayos, 1965, p. 130. 3 Anunciado en la sección “guía de profesionales” del Periódico Frente

(Córdoba, año I, núm.1, junio 1933, p. 11).

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Saúl Alejandro Taborda (1885-1944) nació en Chañar Ladeado –provincia de Córdoba– en la estancia de su padre. Después de frecuentar la escuela elemental de Santiago Temple (Río Segundo), ingresó en 1900 a la Escuela Normal de Córdoba donde concluyó sus estudios primarios. El nivel secundario lo realizó en el Colegio Nacional del Oeste en Buenos Aires, y egresó del Colegio Nacional de Rosario en 1906. Allí fue condiscípulo de Amadeo Sabattini, oriundo de esa ciudad y gobernador trascendental de la provincia entre 1936 y 1940; de Florentino Sanguinetti, participante del movimiento de la Reforma Universitaria, y de Enzo Bordabehere, el senador nacional que recibió en plena sesión de la Cámara, en 1935, la bala que iba dirigida a Lisandro de la Torre.4

El paso de Taborda por la ciudad de Rosario, alrededor de 1906, pudo haber significado su acercamiento al anarquismo. Como se sabe, Luis Alberto Sánchez distinguió a Rosario como la “ciudadela de Kropotkin y Malatesta”, debido a la fermentada agitación de ideas renovadoras en los aspectos social, político y cultural que se apreciaban entonces en las grandes ciudades del litoral rioplatense.5

4 FERRERO, Roberto, Saúl Taborda de la Reforma Universitaria a la Revolución

Nacional, Córdoba, Alción Editora, 1998, p. 16. 5 SÁNCHEZ, Luis Alberto, ¿Tuvimos maestros en nuestra América? Balance

liquidación del novecientos, Buenos Aires, Raigal, 1956, p. 41. Una serie de acontecimientos expresan manifestaciones de un pensamiento anarquista en Rosario desde finales del siglo XIX y principios del XX, debido a la condición fundamentalmente industrial y portuaria, después de Buenos Aires: 1) El paso de Errico Malatesta por esa ciudad entre los años de 1885 y 1889. 2) La primera huelga en la línea del entonces ferrocarril Buenos Aires - Rosario en 1888, de la que se desencadenó, ante la negativa de la compañía ferroviaria británica, la expansión del movimiento iniciado en la capital, a Rosario, Santa Fe, Córdoba principalmente. 3) Repercusiones y muestras de apoyo a la Huelga de inquilinos, iniciada en Buenos Aires en 1907, originada por el alza de los impuestos que implementó la Municipalidad para 1908, y por lo tanto el aumento de los alquileres por parte de los propietarios. Esta situación impactó principalmente en los conventillos, el alojamiento obrero más usual y el albergue para los inmigrantes pobres, concentrados en su mayoría cerca de la Plaza de Mayo por ser esta zona cercana a sus lugares de trabajo. Con la electrificación y unificación del sistema tranviario se acentuó el desplazamiento de este sector a las casas modestas situadas en los suburbios. La posibilidad de una

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Saúl Taborda nació en la provincia de Córdoba pero, a diferencia de sus compañeros de generación, no realizó sus estudios de leyes en la antigua Casa de Trejo, denominación canónica de la Universidad Nacional de Córdoba, sino en la universidad platense (1910). En la Universidad del Litoral se doctoró en Derecho y Ciencias Sociales con la tesis La eximente de beodez en el Código Penal y dos años más tarde se publicó en Córdoba (1915). Ni siquiera la publicación de su primer libro fue en Córdoba, sino en La Plata, Verbo profano

(1909). Hasta 1916 publicó en Córdoba La sombra de Satán. La diversidad de ciudades por las que Taborda transitó para la

realización de sus estudios lo coloca en una condición de mayor multiplicidad y heterogeneidad de fuentes y relaciones intelectua-les que sus compañeros de movimiento, todos ellos vinculados solamente a la ciudad de Córdoba, al menos en su juventud. Sin embargo, esta anotación no pretende sugerir “provincianismo” limitado en los integrantes de la generación cordobesa de 1914, pues tenemos el caso de Deodoro Roca, quien si bien práctica-mente nunca salió de su natal Córdoba, recibió en cambio un sin fin de personalidades en el tan referido por sus biógrafos, el fa-moso sótano deodórico. Tan sólo queremos puntualizar la complejidad del tránsito escolar y universitario de Taborda, im-portante para el análisis de su pensamiento y trayectoria.

Entre 1910 y 1920, Taborda dedicó parte de su tiempo al ejerci-cio de la abogacía en Santa Fe, y en ese año fue designado profesor de Sociología en la Universidad del Litoral. De allí pasó a ocupar el rectorado del Colegio Nacional de la Universidad de la Plata en 1921, cargo que desempeñó simultáneamente con el de Consejero de la Facultad de Derecho de Córdoba. Al frente del Colegio Nacional de la Plata estuvo poco tiempo siendo separado por el presidente de la Universidad Benito Nazar Anchorena –cabeza de la reacción antirre-formista en la institución platense-, quien lo acusó de “anarquista”.

En 1922 viajó a Alemania. Durante cuatro años asistió a las universidades de Marburgo, Heidelberg y Leipzig, graduándose en

continuidad en Rosario a esta causa es factible debido a la presencia de una numerosa cantidad de obreros, la organización de varios sindicatos, y por lo tanto la existencia de numerosos conventillos como la forma de organización habitacional convencional de la clase obrera entre los inmigrantes pobres.

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pedagogía. Posteriormente continuó su formación en Zurich, Viena y París. A su regreso a Córdoba, en 1927, reabrió su despa-cho de abogado. Durante ese mismo año co-dirigió la Revista Clarín, junto al filósofo Carlos Astrada. Diez años después, pro-movió el FANOE. (Frente de Afirmación del Nuevo Orden Espiritual) junto con otros intelectuales; la iniciativa tuvo escasa fortuna, habiendo sido sospechada de derechista a los ojos de muchos. Algo similar ocurrió con su periódico Facundo, del que editó alrededor de seis números a partir de 1935.

Desde su regreso de Europa, Taborda comenzó a trabajar en torno a la pedagogía. En 1930, publicó Investigaciones Pedagógicas, donde desarrolló las bases para dilucidar la pedagogía como ciencia. En la misma línea de investigación publicó, ese mismo año, en la Revista de la Universidad de Córdoba, un proyecto de ley de educación, titulado “Bases y proposiciones para un sistema docente argentino”.

Además del cargo desempeñado en la Universidad de La Plata, en 1942 fue designado Director del Instituto Pedagógico, anexo a la Escuela Normal Superior de Córdoba, por decisión del gober-nador Dr. Santiago del Castillo.

En 1942 murió su gran amigo Deodoro Roca. Un año más tarde, Taborda se apartó del Instituto Pedagógico de la Escuela Normal debido a los hechos políticos adversos que para entonces sobre-vinieron con el golpe militar del 4 de junio y la intervención federal a la provincia de Córdoba. Tan sólo dictó dos admirables cursos: uno, de Pedagogía sistemática, y otro, de Psicología pedagógica. Saúl Taborda falleció en Unquillo, en su provincia natal, el 2 junio de 1944.6 Inicio artístico de una trayectoria intelectual Saúl Taborda se dio a conocer en el mundo cultural inmerso completamente en el modernismo, con el cuento “Cincel de Kli-nias”. Juan Más y Pi, crítico anarquista y amigo de Alberto Ghiraldo, escribió al respecto: “en la obra de Taborda, cuya sutilidad de espíritu

6 MONTENEGRO, Adelmo, Saúl Taborda, Buenos Aires, Ediciones Cultu-rales Argentinas, Secretaría de Cultura-Ministerio de Educación y Justicia, 1984, pp. 11-12.

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y cuyo buen gusto se revelan en El cincel de Klinias, para citar uno de los cuentos, hay un gran amor a la belleza y un bravo culto a la justicia”; al recibir copia de uno de los ejemplares, Alfredo L. Palacios pronosticó, que sería un gran escritor.7

Seguido a esto, Taborda se estableció en la ciudad de Córdoba para –según Ferrero–seguir cultivando sus inclinaciones literarias. En la capital provinciana, junto al conservatismo cultural y polí-tico convivía también una tradición liberal y progresista en la que habían venido a enraizarse las nuevas ideas en boga.8 En la ciudad mediterránea se vivía un proceso de renovación literaria y artística que había comenzado desde fines del siglo XIX, con Leopoldo Lugones, Carlos Romagosa y Martín Goycoechea Menéndez a la cabeza, siguiendo la pista a los modernistas porteños así como la de Rubén Darío. En 1906 Arturo Capdevila fundó el “Círculo Artístico Literario”, que funcionaba en un salón ubicado en la calle 27 de abril, y donde habitualmente se llevaban a cabo las reuniones a las que asistían Arturo y Raúl Orgaz, Arturo Pinto Escalier, J. Z. Agüero Vera. Se llevaban a cabo exposiciones de pintura anuales; se versificaba, imitando a los parnasianos de moda; se escribían novelas de dudoso valor artístico y aparecían revistas literarias: Chantecler (1912), Iris (1913), Miniaturas (1914). Todas estas acciones con el apoyo del entonces gobernador Ra-món J. Cárcano, aquel estudiante que osó titularse con la tesis sobre los hijos adulterinos a finales del siglo XIX.

Saúl Taborda se inicia entonces en el campo de las artes, espe-cíficamente en el del teatro. Durante los años previos a la reforma universitaria, “era intensa la actividad teatral […] en Córdoba, ciudad muy adicta a este tipo de espectáculos artísticos”. Lo suficiente como para permitir la proliferación de un número suficiente de dramaturgos y constituir, desde agosto de 1914, el Círculo de Autores Teatrales. En sus inicios estuvo presidido por José María Salazar; Taborda se desempeñaba como vocal. Hacia septiembre de 1916, Taborda ocupaba la presidencia, y Julio Carri Pérez lo acompañaba como Vicepresidente.9 Como vimos en el capítulo segundo, Julio Carri

7 Ambas referencias tomadas de FERRERO, Taborda, p. 20. 8 Ibídem. 9 Emilio BISCHOFF en FERRERO, Taborda, p. 23.

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Pérez participó con el trabajo “Los caudillos en la historia argentina” en el ciclo de conferencias que organizó J.Z. Agüero Vera en la Biblioteca Córdoba (5 de septiembre de 1916).10

En 1916 Taborda estrenó su obra teatral El Mendrugo, alta-

mente reconocida por el público “por su distinción y cultura”; resultado de esto, se le ubicó como “el único exponente de la incipiente cultura teatral argentina”. Además de El Mendrugo, se estrenó La obra de Dios, drama en tres actos. Aunque ninguna de estas obras se publicó, todas ellas fueron puestas en escena.

Además de El Mendrugo, Taborda contaba ya con la publica-

ción de cuatro textos de géneros diversos: la ya mencionada prosa-verso Verbo profano (1909); su tesis doctoral, La eximente de beodez en el Código Penal (1915); un drama en tres actos, La obra de

Dios, y La sombra de Satán, una crítica social (1916). Es posible observar como el núcleo de jóvenes creadores e

innovadores en este periodo resultaban familiares unos con otros, ya sea por un pasado compartido como lo fue el caso de Roca y Capdevila, o por afinidades intelectuales, como lo fue en el caso de Taborda y Roca. Según Luis Marcó del Pont, Taborda parti-cipó en el comunicado en el que se designó a Deodoro Roca como orador en la constitución de la Asociación Córdoba libre.11 En 1918, ambos colaboraron en la redacción del Manifiesto liminar: Taborda tuvo que ver “especialmente (en) la proyección Latinoamericana de la Reforma”.12 En relación a este tema, Sanguinetti y Ciria

10 La Voz del Interior, 5/9/16. 11 MARCÓ DEL PONT, Luis, Historia del Movimiento Estudiantil Reformista,

Córdoba, Científica Universitaria, Universitas Colección Temática, 2005, p. 51. Relata Luis Marcó del Pont que fue animado por Ceferino Garzón Maceda (uno de los firmantes del Manifiesto de la Reforma Universitaria) para llevar a cabo la investigación sobre el movimiento reformista. Para ello le sugirió revisar los diarios de la época, sobre todo La Voz del Interior, diario importante en la gestación y éxito del movimiento, y Los Principios, el diario de la Curia. La virtud de este libro es la información de primera mano que ofrece a través de las fuentes testimoniales a las que continuamente recurre para la reconstrucción del movimiento. Este material resulta fundamental y revelador para nuevos planteamientos en el tema. 12 Jorge Orgaz en MARCÓ DEL PONT, Historia, p. 6.

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precisan que Roca también consultó el contenido del Manifiesto

liminar con Emilio Biagosch.13

T E A T R A L E S

NOVEDADES ---------

El mendrugo

El autor de “El mendrugo”,

doctor Saúl A. Taborda

La compañía Muiño de Basal, que con tanto éxito actúa en este teatro estrenó antenoche “El mendrugo”, drama en un acto y dos cuadros original del doctor Saúl Alejandro Taborda.

El interés que esta obra despertara en nuestros círculos intelectuales púsose de manifiesto en forma elocuente, por la concurrencia que asistió a su estreno, que si bien en cierto no se destacó por el nú-mero, descolló en cambio por su distinción y cultura. Lisonjero y meritorio ha sido el éxito conquistado por el autor, éxito aquilatado desde luego, por el aplauso ruidoso y espontáneo del público, que selló de una manera acabada esta, nueva consagración al talento. Es “El mendrugo”, por su índole y su corte, un drama que no debe pasar inadvertido entre el número inmenso de producciones insulsas y banales que en la actualidad parecen constituir el único exponente de la incipiente cultura teatral argentina. De continuo ocupan el cartel de nuestros teatros, multitud de obras que parecen no tener más fin que el de escarnecer el arte dramático

FUENTE: Fragmentos de la nota publicada en LA VOZ DEL INTERIOR del día 21 de junio de 1916.

13 SANGUINETTI, Horacio y Alberto CIRIA, “Los Reformistas”, Los

Argentinos, tomo VI, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1968, p. 271.

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El pensamiento de Saúl Taborda interpretado por otros autores

La figura de Taborda ha sido poco trabajada en los textos de antologías sobre la Reforma Universitaria. La antología de Dardo Cúneo, editada por Biblioteca Ayacucho, no tiene referencia alguna a Taborda.14 Cúneo se propuso ofrecer, a la memoria de Gabriel del Mazo, un “enjuiciamiento de la empresa reformista entre su inicial 1918 y 1930, año ése en que la empresa está for-mulada y cede lo que podría suponerse su primer turno generacional”. Esta antología consta de documentos propios del movimiento y de comentarios contemporáneos que le dieron legitimidad; al final presenta una cronología que agrupa las fechas reformistas en el orden latinoamericano, “bajo las improntas del clima de época y de las contradicciones regionales”.15 Cúneo ubicó la reforma universitaria en “los capítulos de las luchas lati-noamericanas de emancipación”.16 En este contexto, selecciona como comentaristas a Alejandro Korn, Deodoro Roca, Augusto Pi Suñer, Héctor Ripa Alberdi, Dardo Regules, Julio V. González, Germán Arciniegas, José Ingenieros, Aníbal Ponce, Víctor Raúl Haya de la Torre, Florentino V. Sanguinetti, Antenor Orrego, Carlos Quijano, Julio Antonio Mella, Manuel Ugarte. Extraña-mente olvidó incorporar a Saúl Taborda. Sin embargo, las Reflexiones… constituyen un hito y una mirada clave del y sobre el momento reformista.

En la recopilación de Horacio Sanguinetti y Alberto Ciria, se dedica un apartado a Saúl Taborda (“Saúl Taborda o el naciona-lismo izquierdista”), una de las figuras importantes en las relaciones entre la política y la Reforma Universitaria. Desde una óptica progresista, los autores logran un ejercicio biográfico en el que no logran cubrir del todo la pretensión del título del segundo apartado, “Los creadores del pensamiento reformista”. Allí dedi-can espacio, además de a Taborda, a “Deodoro Roca o la temprana lucidez”; a “Julio V. González o el agitador reformista”

14 CÚNEO, Dardo (compilación, prólogo, notas y cronología), LA REFORMA

UNIVERSITARIA, Caracas, Ayacucho, núm. 39, 1980. 15 Ibídem, p. XXIII. 16 Ibídem, p. XXII.

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y a “Aníbal Ponce, del liberalismo al marxismo”. Nos enfrenta-mos con un esbozo de acciones que hacen referencia a las ideologías de los autores sin ser vinculadas éstas a una vida en específico. Esto resta importancia al proceso activo e interactivo de los pensadores en la construcción de un pensamiento; que se involucra con el de otros, con las condiciones específicas de un tiempo y de un espacio histórico. Resta analizar el pensamiento de Taborda, ya no en el plano del recuento de datos biográficos, sino en función de analizar núcleos problemáticos sensibles a la riqueza y la complejidad de su pensamiento.

Acerca de la obra de Taborda, Sanguinetti y Ciria advierten la importancia del texto Reflexiones sobre un ideal político en América en tanto exponente de un ideario anticapitalista:

También en 1918, apareció en Córdoba su primer ensayo: Reflexio-nes sobre el ideal político en América dedicado a Ingenieros, ensayo que hoy urge reeditar. Allí esboza Taborda todo su ideario anticapita-lista, imbuido de fuerte sentido nacional y americano. Osvaldo Magnasco señaló que “América no contaba desde hace un cuarto de siglo con una obra de tal envergadura, trascendencia y signifi-cado histórico”.17

En este tono enfatizador del talante anticapitalista y quizás

anarquista de Taborda, Sanguinetti y Ciria prosiguen con la re-creación del episodio en el que se enfrentaron Taborda y Nazar Anchorena, presidente de la Universidad de la Plata. En 1920, Taborda era Rector del Colegio Nacional “Rafael Hernández” de la ciudad de La Plata, del que fue expulsado –acusación de “anar-quista” de por medio–en 1921. Nazar Anchorena le pidió la renuncia a Taborda. El emprendimiento de reformas pedagógicas consistentes en el desarrollo de la educación artística y en la idea de sustituir una severa disciplina patriarcal por un régimen de autocontrol provocó el escándalo entre algunos viejos profesores.

[…] no admitían que Taborda rompiera el aislamiento feudal del domine, y se sentara –por ejemplo– a guitarrear con los mucha-

17 En este mismo año, Taborda publicó su novela Julián Vargas. Cf. SANGUINETTI y CIRIA, “Reformistas”, p. 286.

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chos. Carlos Melo objetó al rector del Colegio ante el Consejo Superior. Nazar Anchorena, elegido presidente de la Universidad poco antes, con el apoyo reformista, dio un informe favorable a Taborda, pero privadamente le solicitó la renuncia. Nazar ya co-menzaba a aproximarse al sector reaccionario del que muy pronto sería cabeza. Taborda se negó a dimitir, y fue separado de su cargo. Simultáneamente sufrió un confuso proceso judicial por “anarquizador”.18

Taborda respondió a Anchorena:

Yo sobreviviré en el recuerdo de muchos corazones –le dice pro-féticamente a Nazar–; usted sólo vivirá en algún retrato colocado en los muros de su despacho por la mano de algún empleado.19

Por escrito, Taborda aceptó haber tenido una actitud “anar-

quizadora” (4 de diciembre de 1922):

Acepto el título que se me discierne y en el puesto que ahora ocupo en la Universidad de Córdoba o en otro cualquiera y fuera de puestos, seguiré siendo anarquizador.20

Posterior a este episodio, agregan Sanguinetti y Ciria, Taborda

se instaló en Unquillo, “rincón serrano donde pasaría el resto de su vida”; los autores hacen mención del viaje a Europa. Existe una segunda referencia relevante en este texto, que tiene que ver con la publicación en el diario cordobés El País –mientras las dictaduras militares proliferaban por el mundo en plena moderni-dad y “a sólo veinte días del golpe uriburista”–, de un artículo llamado “Y ahora?”. Ahí Taborda habló acerca de sus preferen-cias políticas en el marco de la vida moderna. Sanguinetti y Ciria evocan al respecto:

Allí critica al parlamentarismo y a los partidos políticos, cuya apli-cación “como única organización del sufragio es una técnica

18 Tomado de la revista Renovación, citado en SANGUINETTI y CIRIA, “Reformistas”, pp. 286-287. 19 Saúl TABORDA en SANGUINETTI y CIRIA, “Reformistas”, p. 287. 20 Ibídem.

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fracasada”. Y agrega, finalmente: “No poseo la fórmula salvadora. Tengo para mí que lo que nos conviene es instaurar una democra-cia funcional, porque me parece ser la que responda con más eficacia a una expresión de la voluntad nacional que sea móvil, rá-pida, fluyente y dinámica como lo es la vida moderna”.21

José Félix Uriburu encabezó el golpe de estado que derrocó el

gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen, estableciendo una dictadura militar entre 1930 y 1932.

Al igual que Adelmo Montenegro, Sanguinetti y Ciria enfati-zan la incomprensión que hubo hacia las acciones emprendidas entonces por Taborda: el establecimiento del FANOE (Frente de Afirmación del Nuevo Orden Espiritual), “ahogada en germen por sospechársela derechista”, y la fundación de su revista Facundo (1935), en el que expone su tesis comunalista o facúndica. Escri-ben Sanguinetti y Ciria:

No fue comprendido. El gobierno prohibió la circulación de sus publicaciones porque –explicaba, socarrón–, “comunalismo parece resonar a comunismo”. El Nacionalismo de derecha lo ignora o lo rechaza irracionalmente. Los liberales imputan un salto mortal hacia las regiones del corporativismo y de la política de fuerza.22

Sobre los trabajos que realizaron sus discípulos, Santiago

Montserrat expresó, doce años después de la muerte de Taborda, que él “no [era] todavía muy conocido como pensador, y [que] de su obra se han dado interpretaciones peregrinas que no llegan al meollo de su significado fundamental, o la desnaturalizan, porque no tocan, precisamente, su fondo esencial”.23 Montserrat recono-cía en Taborda su entrega al humanismo y lo percibía un ferviente creyente del diálogo creativo como fuente de la verdad:

[…] la actitud que presidió todos los actos de su vida debía resol-verse y se resolvió, en una teoría de la formación del hombre, cuyo

21 Ibídem. 22 Ibídem, pp. 288-289. 23 MONTSERRAT, Santiago, “El humanismo militante de Saúl Taborda”, en publicación de Extensión universitaria, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, Instituto Social, núm. 86, 1956, p. 5.

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postrer sentido estaba suscitado por el valor de que encierran estas admirables palabras de Spranger: “Se enseña más por la influencia de un hombre que por las instituciones”, y por el pensamiento de Kant: la educación es el “problema más grande y difícil que puede ser propuesto por el hombre”.24

Montserrat concebía a Taborda en el despertar de una con-

ciencia filosófica en Hispanoamérica, colocándolo “en el elenco de pensadores identificados con un nuevo momento ascensional de las ideas en nuestro país y en Iberoamérica, cuyo instante inicial se liga a los nombres de Varona, Hostos, Korn, Vaz Fe-rreira, Deustua, Caso, Molina, que vienen a ser algo así como “la generación insigne de los fundadores”.25

Este nuevo momento ascensional de las ideas es que hizo de la fi-losofía una tarea específica y autónoma, llamada a plantear y resolver con innegable autenticidad americana y universal, aparte de los problemas estrictamente filosóficos, las grandes cuestiones que subyacen en la vida y la cultura de América; problemas y cues-tiones que habían estado circunceñidos al ámbito de los “estudios de índole literaria e histórica”, como lo ha hecho notar muy bien Francisco Romero.26

El filósofo Adelmo Montenegro, albacea y también discípulo

de Taborda, publicó tardíamente una antología de textos de Ta-borda, precedida por un breve ensayo. Es importante recordar que Montenegro (1911-1984) fue decano de la Facultad de Filo-sofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba y director del diario La Voz del Interior (1982-1985). Su biblioteca, integrada por más de siete mil volúmenes, fue donada a la Uni-versidad Nacional de Córdoba.

En la antología referida Montenegro desarrolló un minucioso estudio del itinerario intelectual de su maestro. En la segunda parte del libro ofrece un análisis filosófico-histórico de las ideas principales que Taborda trabajó a lo largo de sus escritos, organi-zados en dos periodos. Sobre el primero, menciona: Verbo Profano

24 Ibídem, p. 8. 25 Ibídem. 26 Ibídem.

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(1909), “texto de prosa y verso en el que reunió parte de su pro-ducción juvenil dispersa en diarios y revistas”, que “suscitó comentarios favorables de la prensa y de hombres como Alfredo Palacios, Rodolfo Moreno, Carlos Octavio Bunge y Juan Mas y Pí”; La sombra de Satán (1916), “una de las producciones literaria-mente más bellas salidas de su pluma, en este periodo, donde aparecen temas, preocupaciones y orientaciones de pensamiento que serán retomados más tarde por el pensador, a otra luz y desde otro clima espiritual, pero que, a nuestro juicio, quedaron revela-dos nítida y duramente desde el comienzo”, y Julián Vargas (1918), novela “que completa la trilogía de lo que podría llamarse su periodo literario propiamente dicho”.27

En cuanto al segundo, Montenegro describe la actividad y ac-titud de Taborda a su regreso de Europa:28

Vuelto al país, aplícase de modo casi absoluto a la investigación fi-losófica y a un magisterio continuo y fervoroso, sin estridencias. […] Sólo al final, en 1942, aceptó dirigir el Instituto Pedagógico de la Escuela Normal Superior de la provincia de Córdoba, en el co-mienzo de una magnífica reforma educativa, que él alentó con su pensamiento y la extraordinaria sugestión de su personalidad, y que no tardarían en sostener los hechos políticos adversos que para entonces sobrevinieron. Estaba en el ápice de la madurez de su pensamiento definitivo. […] Estaba enamorado de la tarea, que le devolvía a la acción, a la obra efectiva de la educación, piedra de toque de las teorías y de la vocación pedagógica. El negativo giro de las circunstancias, que malograba, otra vez, el empeño de situar la reflexión de los problemas de la formación humana en el nivel alcanzado por la renovada conciencia de la época y por una filoso-fía de la educación que se alzaba desde nuevos y vigorosos fundamentos, le produjo por eso, una fuerte impresión, que no pudo disimular. Le entristeció por dentro.29

El rescate conceptual que efectúa Montenegro de la obra in-

telectual de Taborda se refiere a la categoría analítica fundamental de su pensamiento: “las dos tradiciones culturales”. En esas dos

27 MONTENEGRO, Taborda, pp. 13-14. 28 Ibídem, pp. 11-12. 29 Ibídem.

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tradiciones culturales, Taborda identificó “el languidecimiento” de la última generación positivista y otra muy distinta, “la tradi-ción originaria”:30

Muy distinta era, en verdad, su situación respecto a la del grupo que, formado en el medio positivista, debía negarlo y superarlo desde su propio centro. Anheloso de un cambio efectivo en la constelación espiritual de su tiempo, no podía acudir a la “nove-dad” del positivismo o del cientificismo, a cuyo ocaso asistía, sino inspirarse en las reservas todavía intactas de la tradición originaria, exaltando lo que en el fondo de ella podía oponerse a la quiebra de los valores perdurables.31

La “tradición originaria” se ve plasmada en la personalidad de

Julián Vargas, personaje que nos retrata el nativismo al que recu-rrió Taborda como antecedente inmediato del americanismo. Éste sí será promulgado abiertamente en sus Reflexiones... La novela pastoril Julián Vargas fue publicada meses antes de las Reflexiones... Con la reserva del género y el poco tiempo de por medio, Taborda se desplazaba significativamente de un nativismo con ciertos tintes de un americanismo al planteamiento de un proyecto político americanista de gran envergadura. Taborda escribió:

Julián, fracasado en su experiencia vital, se entrega a la ensoñación de un regreso salvador al terruño, donde trescientos años de histo-ria sin desfallecimientos le prometen abrigo y nueva fuerza. La fantasía le pone en el camino que conduce a la vieja aldea natal. Oculta el viajero por una colina, desde su cima se le ve desplegarse en la multiplicidad de sus casitas encaladas, que se diseminan alre-dedor del templo secular, “envueltas en jardines y huertos que la primavera corona de flores y de frutos”. Desfilan, en rápida suce-sión, las diversas horas del día. El recuerdo las viste con su dolor, su misterio y su fragancia. Julián no puede menos de exclamar: ¡Ah, el terruño de los Vargas! ¡Córdoba de mi vida y de mis sueños!”.32

30 Ibídem, p. 19. 31 Ibídem. 32 Citado en MONTENEGRO, Taborda, pp. 19-20.

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En lo relacionado a la obra pedagógica de Taborda, Montene-gro la definió como filosofía de la educación, designio oportuno a su quehacer teórico; sin embargo, “a fin de evitar cualquier con-fusión con la pedagogía especulativa”, optó por referirse a la ciencia de la educación, modo que siempre prefirió el propio Taborda.33

Por alguna extraña razón, los libros de Taborda han sido ra-ramente reeditados. Con el paso del tiempo, los aniversarios luctuosos han originado la revaloración de su obra intelectual y su importancia en el pensamiento argentino más allá de su labor como “pedagogo”. Tal es el caso del homenaje que le realizaron en el diario La Voz del Interior, en su 40º aniversario luctuoso: “Presencia de Saúl Taborda” (3/VI/84).

De este modo, en 1998 se logró una muestra muy significativa de desentierro del pensamiento de Taborda para “recuperar a un pensador singular del período de la Reforma Universitaria como de enriquecer los estudios sobre el papel de Córdoba como nú-cleo cultural autónomo, con vínculos propios con a la cultura universal.” […] Se acotaba en “su figura como una de las pocas voces que configuró una tradición nativa pensada como fuerza impulsora de la reforma moral y cultural”.34

En el año 1956, doce años después de la muerte de Taborda, aparecieron dos menciones que dieron un alto reconocimiento a su figura. El primer caso corresponde a Francisco Romero. Es-cribió Romero:

Ambos [haciendo referencia a Alberto Rougés], a más de filósofos, han sido humanistas y han sido también dos almas generosas y limpias. Taborda […] conciliaba armoniosamente la tradición crio-lla e hispánica con un universalismo que supo nutrir en prolijos estudios y en viajes por Europa; buen conocedor de todo el pen-samiento nuevo, y su preocupación capital iba hacia las aplicaciones pedagógicas y no fue ajeno a profundas inquietudes religiosas.35

33 MONTENEGRO, Taborda, p. 64. 34 ROITENBURD, Silvia, “Saúl Taborda: la tradición entre la memoria y el cambio”, Estudios, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados / Universidad Nacional de Córdoba, núm. 9, julio 1997 – junio 1998, p. 163. 35 ROMERO, Filosofía, p. 58.

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El segundo caso es el del historiador Fermín Chávez.36 Él ubicó el pensamiento de Taborda, desde mi punto de vista, en el contexto de la dicotomía barbarie y civilización, confrontándolo con Sarmiento en relación al tema pedagógico y, por ende, a la problemática de la organización nacional. Chávez explicó que “en gran medida el desconocimiento de los escritos y del pensamiento de Taborda tiene como responsable a sus propios compañeros de la Reforma del 18, y algunos de sus discípulos, empeñados en no mostrar la evolución del pensador cordobés con posterioridad al año 1933”.37 Expresa Chávez:

Ocultar y silenciar a Saúl Taborda es, para alguna gente, una me-dida de precaución, en defensa de lo viejo, ya que el testimonio último del filósofo llegaría, sin duda, con sus resplandores al fondo de la caverna de nuestro liberalismo cultural.38

En cuanto a la obra pedagógica de Taborda, Chávez, distante

de los discípulos de aquél, la piensa como una genuina búsqueda de la verdadera historia argentina, como una originalísima medita-ción sobre la tradición pedagógica nacional y como una teoría política argentina facúndica o del comunalismo federalismo, de-nominada así por el mismo Taborda. En este sentido agrega Chávez:

36 Fermín Chávez fue un historiador, poeta y periodista entrerriano (1924-2006), discípulo de José María Rosa (autor de los primeros trece volúmenes de Historia Argentina). Chávez ccontinuó escribiendo la "Historia argentina" de José María Rosa de los tomos 15 al 21 en cola-boración con Enrique Manson y otros autores. Estudioso del nacionalismo y la izquierda del peronismo; poeta y compilador de obras de destacados escritores argentinos, realizó sus primeros estudios humanísticos en la provincia de Córdoba y después cursó teología, derecho canónico, arqueología y hebreo antiguo en Cuzco, Perú. Se dedicó a la docencia en las universidades de Buenos Aires, La Plata y Lomas de Zamora, y ocupó diversos cargos nacionales y municipales en gobiernos justicialistas. 37 CHÁVEZ, Fermín, Civilización y barbarie en la cultura argentina, Buenos Aires, Theoría, 2ª edición corregida y aumentada, 1965 [1956], pp. 99-100. 38 Ibídem, p. 100.

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La filosofía pedagógica de Taborda es única en nuestro país: ella proviene de un hombre que fue líder de la Reforma Universitaria del 18 y que buscó el ser nacional no tan sólo con serena militancia, sino también con base filosófica, sólida, rumiada. Hoy esa pedago-gía conserva una vigencia sorprendente, como que se trata del claro y apasionado mensaje de quien dedicó su vida a elaborar una doc-trina política argentina y una teoría de la formación del hombre rioplatense.39

Años más tarde, Roberto Ferrero se sumó al interés por res-

catar el pensamiento de Taborda. Él atribuyó a las grandes fuerzas antinacionales que operaron durante la Década Infame la causa por la cual se apagó la voz de Taborda, y a las “Investiga-ciones Pedagógicas”,40 editadas en Córdoba por sus discípulos, la causa que aplastó su pensamiento propiamente histórico-político.41

El 12 de junio de 1988, el diario cordobés La Voz del Interior anunció el lanzamiento del libro Saúl Taborda, De la Reforma Uni-

versitaria a la Revolución Nacional, de Roberto Ferrero. El objetivo del libro fue contribuir a la divulgación de las ideas originales e independientes de Taborda y apoyar a la difícil labor editorial del interior argentino.42 Por estas fechas se cumplía el 44º aniversario luctuoso de Taborda.

Roberto Ferrero se refería a Taborda como a un intelectual al que le fue intrínseca su realidad y que hizo conciencia de su en-torno. Sin la intención de un trabajo profundo, Ferrero da pautas para futuras investigaciones en lo referente al pensamiento humanista de Taborda. Se hace mención también, en su texto, del costado anarquista de Taborda, aunque de manera tangencial y atribuyéndolo a inquietudes de juventud y a las ideas que corrían en aquel entonces por Rosario:

Por su vida y por su obra, Saúl Taborda se hace acreedor al título que cuadra a los pensadores de verdad. Ningún problema traído por su tiempo, ninguna cuestión atinente a la realidad del país fue-

39 Ibídem. 40 Los cuatro tomos, en dos volúmenes, fueron publicados en 1951 por el Ateneo Filosófico de Córdoba. 41 FERRERO, Taborda, p. 12. 42 La Voz del Interior, 2/6/88.

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ron ajenos a su robusta conciencia de intelectual responsable. En estas latitudes, donde el puro hombre de las ideas resulta incompa-tible con una existencia humana, cultural, política y social que reclama, como la tarea más urgente y decisiva, el esfuerzo encami-nado a la busca de la propia expresión y de los medios adecuados conducentes a la organización estable de los cuerpos nacionales. Su vida se enlaza, así, a las mejores tradiciones del país, esto es, con aquellas direcciones concretas de nuestro desarrollo histórico en que reposan los valores positivos de la nacionalidad [...] un pensa-miento unido enérgicamente al fondo histórico, real, de la sociedad argentina. Fiel a estos principios rectores, su saber adopta el perfil de un humanismo creador y militante –casi diríamos una beligeran-cia henchida de amor– puesto al servicio de los más altos valores del hombre. En él [...] hallan eco y respuesta todos los problemas que propone al investigador el presente histórico argentino, en re-lación intensísima con los problemas y preocupaciones que inquietan al mundo en esta hora de crisis. Por eso mismo, pode-mos afirmar sin vacilaciones que la vida y la obra de Saúl Taborda constituyen un testimonio de su pueblo y de su tiempo.43

En el intento de recuperar las singularidades en la historia de

Córdoba, en 1989, la revista Plural dedicó un espacio a Saúl Taborda, ubicándolo como referente de un pensamiento complejamente entramado. En este esfuerzo colectivo, José Aricó se refirió por primera vez a la figura de Taborda como la de un típico intelectual de

frontera:

Taborda fusionaba en su discurso no sólo las vertientes del comu-nalismo hispánico, sino también sus lecturas del ideario anarquista, de la filosofía alemana y de la experiencia soviética que seguía con profundo interés.44

En 1998, la revista cordobesa Estudios dedicó una sección en-

tera a la memoria de Taborda. En ésta se reunieron el Currículum

vitae, redactado por él mismo en 1943, y un análisis de su pensa-miento, realizado por Silvia Roitenburd. Esta autora subraya que:

43 MONTSERRAT, “Humanismo”, pp. 6-7. 44 ARICÓ, José, “Tradición y modernidad en la cultura Cordobesa”, Plural, Buenos Aires, año I, núm. 13, marzo, 1989, p. 13.

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[…] la difusión de la obra de Saúl Taborda (1885-1944) responde tanto al objetivo de recuperar a un pensador singular del período de la Reforma Universitaria como de enriquecer los estudios sobre el papel de Córdoba como núcleo cultural autónomo, con vínculos propios con la cultura universal. En medio de la convulsión provo-cada por la Revolución Rusa, la Reforma del 18 y la crisis de entreguerras se recorta su figura como una de las pocas voces que configuró una tradición nativa pensada como fuerza impulsora de la reforma moral y cultural.45

Un año más tarde, Horacio Crespo, en el marco de un debate

en torno a la relación histórica entre intelectuales y sociedad en la Córdoba moderna, “intenta establecer en cierta medida, algún cuerpo de ideas acerca de una supuesta particular situación de Córdoba en el conjunto de la cultura nacional argentina”.46 Evocó allí la figura de Taborda:

Hay tres momentos emblemáticos en la Córdoba moderna que pueden resultar de interés para abordar el modo en que se planteó históricamente la relación entre intelectuales y sociedad: el de la Reforma Universitaria, el de los años treinta en torno a la figura de Saúl Taborda, y el de los años sesenta-setenta [...]. Hay un hilo rojo que recorre todas estas experiencias permitiendo establecer entre todas ella una suerte de continuidad por encima de las distintas realidades históricas.47

Como parte de este recuento, hacemos mención de “obligadas

dedicaciones” al pensamiento de Taborda en los diarios cordobe-ses. En específico, del suplemento que se dedica a la “Presencia de Saúl Taborda”, en su 40º aniversario de fallecimiento (1984). Emilio Sosa López ubicó intelectualmente a Taborda mediante su temprano libro Reflexiones sobre el ideal político de América, publicado en 1918, poco después de que estalló el movimiento de la Re-

45 ROITENBURD, “Taborda”, p. 163. 46 CRESPO, Horacio, “Identidades/diferencias/divergencias: Córdoba como ‘ciudad de frontera’ Ensayo acerca de una singularidad histórica”, en La Argentina en el Siglo XXI, Buenos Aires, Ariel – Universidad de Quilmes, 1999, p. 163. 47 Ibídem, p. 189.

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forma Universitaria. Sosa López destacó la importancia de retomar su palabra para las generaciones argentinas futuras: Ejemplo y

pasión de argentinidad, y añadió Sosa López:

La obra de este ilustre hijo de la Argentina, es como esas piedras basales: dan fundamento al resto de la construcción. Por ser obra original, rica y transformadora, opuesta al canibalismo cultural, al conservadurismo político, y a la intolerancia filosófica, su nombre fue silenciado dos veces: en vida y en muerte [...] Su palabra rec-tora, acumulada en millares de páginas fervorosas, nos acompañará en los futuros días para hacer cierta la Argentina soñada, ideal de muchos grandes espíritus que trabajaron desde distintas posturas ideológicas emparentadas en una idéntica vocación patriótica, vidas que fueron además claros ejemplos de abnegación y altruismo. Nos comprometemos en proseguir este intento de divulgar su pensa-miento, para que la juventud argentina pueda hallar más luz en su tarea trascendental de perfeccionar las instituciones de la República.48

Además de encontrar en Taborda el sustento filosófico que

respalda las instituciones americanas, Sosa López señala la raza y la tierra como algunas de sus principales preocupaciones, que nos llevan a una reflexión acerca de la importancia de una herencia cultural asumida como tradición, “cuyo vigor exige una creativi-dad permanente entre los individuos que la reciben y la proyectan hacia el porvenir”.49

En los últimos párrafos del artículo periodístico se hace men-ción a la sustancia espiritual, según Sosa López, el constituyente elemental del ideario de Taborda:

La admirable síntesis que finalmente alcanzaba Taborda se refería ya específicamente al dominio de lo estético, donde el arte y la poe-sía obrarían como las formas retributivas del ser espiritual de la nación y su pueblo. Únicamente en la proyección estética de la vida alcanzaban su plena realización los secretos anhelos de eternidad que subyacen en los valores patronímicos de los hombres.

48 SOSA LÓPEZ, Emilio, “Lo universal y lo telúrico como base de una sociedad armónica”, La Voz del Interior, 3/6/84. 49 Ibídem.

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En el fondo, Taborda quería volver al ciclo de las fuentes griegas, reproducir esa grandeza secular en que el espíritu humano, la cien-cia, el arte, la poesía, la política florecieron, convirtiéndose en la herencia más enaltecedora de nuestro mundo de Occidente. No siempre fue entendido Taborda, en su grandeza de pensador. Hubo de padecer la circunstancialidad de hechos negativos o pe-queños que, a pesar de todo, jamás menoscabaron su temple moral. Fue una figura de entrañable ternura que tanto sobrecogía con su enorme labor como liberaba la vocación de sus oyentes, llevándo-los al esplendor de su diálogo socrático. Enseñaba con naturalidad porque demostraba que amaba a sus semejantes. En su intimidad los acercaba al amor de la poesía. A él se debe una de las más bri-llantes traducciones de una de las Elegías de Duino, la novena, en la que las palabras muy suyas trasladó el pensamiento de Rilke tan afín a su persona y a su destino.50

Como parte de este mismo homenaje, Horacio Sanguinetti

distinguió la participación de Saúl Taborda como uno de los actores principales del movimiento reformista:

La dimensión ética y política de sus actores –casi todos, “hombres nuevos”– alcanzó magnitud excelsa. Fue un movimiento multitu-dinario, pero en él no había multitud. Cada uno alcanzó individualidad representativa, por derecho propio. Empero, y contra toda expectativa razonable, esa generación heroica fue la primera “generación perdida” de la moderna Argen-tina. Salvo excepciones circunstanciales, salvo breves períodos de bonanza política o escapes personales, los hombres de la Reforma no alcanzaron la gravitación a que parecían llamados. Fueron aleja-dos del escenario, sustituidos por mediocres, hostilizados por la ignorancia oficial. ¿Quién recuerda hoy a Emilio Biagosch, a Julio V. González, a Pablo Vrillaud, a Deodoro Roca, a Saúl Taborda? [...] Su nombre ha sido recogido por efemérides oficiales, en este país donde siguen sobrando estatuas. Acaso porque él si fue un arte-sano intelectual, de pasmosa seriedad científica. Pero los discípulos recogieron esa obra, y a través de ella se multiplicaron. Y hoy mu-chos jóvenes ven en Taborda el símbolo de la inteligencia aplicada a estudiar la realidad apasionante de la patria.

50 Ibídem.

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Su tumba es una lápida de granito que recoge esta definición casi perfecta: “Saúl Alejandro Taborda – Vivió y pensó para su tierra”.51

Revista Facundo, algunas precisiones de tipo contextual en la historia argentina

Saúl Taborda creó la revista Facundo en 1935. El primer número salió el 16 de febrero, cien años después de haber ocurrido la tragedia en Barranco Yaco. Ahí, Taborda aprovechó para re-flexionar y cuestionar la argentinidad a través de la figura de Facundo: ¿Qué significación tiene hoy, al cabo de un siglo, la tragedia de Barraco Yaco? Una pregunta compleja, “que encierra un secreto que importa develar y de que el tesonero silencio que lo rodea es un silencio grávido de problemas que afectan a los destinos comunes”.52 “¿Fue la voluntad de Mayo la que dispuso y ejecutó la represión del caudillismo reclamada por la cultura ur-bana bajo la sugestión de las corrientes civilizatorias de Europa?”.53

Casi dos décadas antes, en 1911, se conmemoró el primer centenario del natalicio de Sarmiento, cuya muerte había tenido lugar dos décadas atrás, en 1888. Para dicha conmemoración, reconocidos intelectuales de la época expresaron su admiración por el sanjuanino, aun vigente en el trazado de la construcción de la nación argentina en el pensamiento argentino. Uno de esos festejos se llevó a cabo en el Teatro Colón y el discurso inaugural estuvo a cargo de Joaquín V. González. Este mismo discurso aparecería cuatro años más tarde como introducción de la edición de Facundo por La Cultura Argentina.

La reaparición de Sarmiento en el escenario intelectual de la Repú-blica, ha traído consigo el poder, que él tuvo en vida, de producir una agitación fecunda de ideas e inspiraciones. Si antes él sólo en-gendraba la tormenta con el soplo de su pasión y de su temperamento formidable, ahora su memoria y su obra, vistas a

51 SANGUINETTI, Horacio, “Vivió y pensó para su tierra”, La Voz del

Interior, cuarta sección, Córdoba, págs.4-5, 3/6/84. 52 TABORDA, Saúl, “Meditación de Barranca Yaco”, Córdoba, Facundo, año I, núm. 1, febrero, 1935, p. 1. 53 Ibídem, p. 4.

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dos décadas de su muerte, han realizado una verdadera reconstruc-ción de un siglo de historia nacional.54

En cuanto al centenario de la muerte de Facundo, Taborda no

era el primero en hacer alguna apelación a la referencia facúndica. Previo al lanzamiento del primer número de Facundo, David Peña había escrito acerca de este personaje desde 1906. Taborda lo citó:55

Hablando de Facundo, en el brillante alegato de revisión que pro-nunció hace seis lustros, ante la sordera indiferente de Buenos Aires, dijo David Peña (escribió Taborda en la revista): Ninguno como el penetró más hondo los arcanos de la naturaleza humana. Ninguno descendió más adentro en el corazón de las multitudes y los hombres.56

Y agregó:

Facundo es mucho más: es la expresión más alta de la vida comu-nal, la perfecta relación de la sociedad y del individuo concertada por el genio nativo para la eternidad de su nombre.57

A pesar de que Taborda redactó su revista desde un lugar mi-

núsculo de la provincia de Córdoba, desde su casa ubicada en Unquillo, su prédica engrandeció el significado de Facundo, te-matizando el valor heroico del destino argentino:

Facundo era nuestro héroe. Encarnaba en modo admirable ese fondo de heroísmo que construye los pueblos y les imprime su se-llo de inmortalidad. La bala que tronchó su existencia no apuntó a su individualidad transeúnte y pasajera sino a la intimidad heroica de nuestro destino.58

¿Qué representaba para Taborda la figura del caudillo? ¿Qué

significado tenía para Taborda lo facúndico en la argentinidad? 54 Joaquín V. GONZÁLEZ, “Introducción” en Domingo SARMIENTO, Facundo: Civilización y Barbarie, La Cultura Argentina, Buenos Aires, 1915, p. 7. 55 PEÑA, David, Juan Facundo Quiroga, Buenos Aires, Coni Hermanos, 1906. 56 TABORDA, “Meditación”, p. 4. 57 Ibídem, p. 4. 58 Ibídem.

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De acuerdo al texto que abre el primer número de la revista, Me-

ditación de Barranco Yaco, Taborda escribió al respecto:

¿Es que el caudillo se opone a que la república se dé instituciones fundamentales para insertarse con dignidad de nación en la comu-nidad internacional? ¿Es que el caudillo se niega a aceptar la cultura de su tiempo que es, ciertamente, la cultura europea en todo cuanto guarda fidelidad a las grandes líneas del pensamiento de Occidente? ¿No será que el caudillo –el caudillo de múltiples nom-bres– es el tipo representativo del espíritu comunal –precioso don castellano– síntesis lograda de la relación del individuo con su me-dio que, consciente, o intuitivamente, solo admite una organización nacional que sea un acuerdo cierto y sincero de entidades libres, celosas de sus notas constitutivas originales?59

Si bien es cierto que hablar de la revista Facundo es hacer refe-

rencia a los siete números que van de febrero de 1935 a diciembre de 1939, es evidente que es preciso situarla como manifestación político-intelectual que se suma al enclave de Córdoba como campo de irradiación intelectual con remarcables especificidades. José Aricó destaca la ciudad mediterránea como creadora de élites intelectuales. Saúl Taborda es un ejemplo de la autonomía inte-lectual cordobesa con respecto a la intelectualidad porteña. Taborda claramente diferenció la influencia “ultramarina” en la construcción de la historia argentina, que soslaya la conciencia histórica del Interior. Taborda propuso, a través de su recupera-ción de la figura de Facundo, un significante a través del cual podían ser reconstruidos pilares históricos capaces de proyectar un destino en común.

Nuestro apresuramiento, excitado por las influencias ultramarinas, no tiene tiempo para detenerse en estas cuestiones. El caudillo es la causa de nuestro atraso –atraso que no sabemos en relación a qué– porque se resiste a la absorción centralista de Buenos Aires.60

El caudillo es la figura ausente en el escenario político de la ci-

vilización occidental después del episodio de la guerra europea de

59 Ibídem, p. 3. 60 Ibídem.

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1914, y fue precisamente la organización nacional el modelo que caracterizó la voluntad de Mayo. Esta caracterización invalidó la comunidad local y el caudillismo.

Las nacionalidades surgidas de la disolución del macrocosmos me-dioeval han tenido validez histórica en tanto se han organizado como orden de valores acorde con el modo íntimo de ser de los grupos geográficos respectivos, pero han mostrado su ineficacia –visible para todos en la piedra de toque de 1914– tan pronto como, bastardeando el sentido del orden, se han mostrado como meros instrumentos de opresión de clases en lo interno y de beligerancia agresiva y conquistadora en lo externo.61

Taborda reclamaba “un módulo eterno y universal para con-

formar una comunidad política” ante la ineficacia de las nacionalidades y proponía en la misma idea totalitaria de las gran-des épocas históricas, como única vía “la comunidad local, ajustada y definida como recíproca responsabilidad del individuo y de su grupo”. A partir de este esquema comunalista, Taborda apeló al “federalismo basado en estructuras políticas locales, servido y fundamentado por la concepción soviética”.62 Para Taborda, el comunalismo representaba la auténtica voluntad de Mayo.

Esa concepción es la que late en la voluntad de Mayo y la que late, tras una larga espera cargada de su vocación histórica, en la intui-ción de Facundo: “Las provincias serán despedazadas talvéz [sic] pero jamás dominadas”. Ella está ahí formulada con un elán de eternidad, con una precisión superior a las doctrinas escritas por los doctores de la ley. Es la lección del “caos” y de la “anarquía”, que resuena, a lo largo de un siglo, en el dolmen de Barranca Yaco. ¿La recogeremos alguna vez?63

En este contexto existencial, Taborda hace responsable al in-

telectual de autentificar el falso escenario en que se venía viviendo desde hace un siglo. Al término de este primer texto, Meditación de

Barranco Yaco, cuyo título posee un innegable sabor orteguiano,

61 Ibídem, p. 5. 62 Ibídem, pp. 4-5. 63 Ibídem, p. 5.

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Taborda critica severamente el profesionalismo, a propósito del carácter erróneo de la ciencia en su preferencia por la técnica simple puesta al servicio de la ganancia profesional, que abarata el arte y el pensamiento al no buscar nutrirse de la continuidad espiritual impresa en el idioma. Advierte:

se concretan a ser sombras chinescas de otros pueblos que labran con amoroso tesón las canteras de viejas culturas; falsificados nuestros hábitos y nuestras costumbres, antaño, sobrios y fuertes, estragados, hoy, por un falso refinamiento que multiplican las ne-cesidades civilizadas en procura del consumo por la ganancia que supone; (…) falsificado es nuestro sistema institucional a cuya sombra de manzanillo nuestra vocación federalista y comunal lan-guidece afrentada por la limosna de la pañota que le arroja el poder central enriquecido con el empobrecimiento de las provincias, pero empobrecido el mismo por su total carencia de la comprensión de nuestro destino.64

Enseguida de este primer texto, Taborda recurre a otros pen-sadores argentinos, además de David Peña, que favorecen su propuesta facúndica. En torno al 90 alude una vez más a un mo-mento de crisis, ahora haciendo referencia a un texto de Juan Balestra, con el objeto de evidenciar la constante presencia, desde antes de 1853, de los fenómenos políticos, económicos y sociales que las vísperas de aquella crisis, la del ’90, relevaron dramática-mente en la prensa, en la banca, en la tribuna y en el tumulto callejero.65 Es este periodo, “en el flujo y reflujo de las corrientes europeizantes”,66 el que le resultó convincente para ejemplificar el significado de progreso.

[…] el 90 señala la cota máxima de la penetración industrial en el alma de nuestro pueblo, precapitalista en razón de su oriundez castellana. Febrilmente encendido en la fe del progreso –el pro-greso: la terrible palabra acuñada, como una moneda cosmopolita, por el pensamiento del siglo– habíamos dado acogida fervorosa a las manifestaciones de todo orden que hacían sensible el progreso a

64 Ibídem, p. 5. 65 TABORDA, Saúl, “En torno al 90”, Facundo, Córdoba, año I, núm. 1, febrero, 1935, p. 7. 66 Ibídem.

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nuestros ojos pueriles, puerilmente alucinados por la grandeza de los pueblos ultramarinos.67

Taborda acota su posición frente al papel hegemónico de

Buenos Aires en la historia nacional:

Buenos Aires se jactaba ya con esa jactanciosidad que es su nota distintiva, de ser una ciudad a estilo de Londres y de París, y, para parecerse cada vez más a los arquetipos ideales, exaltaba con las actitudes advenedizas del boato copiado las virtudes de la riqueza como fuente de lujo, de refinamiento y de molicie.68

La concepción etnopolítica El ensayo inédito de Saúl Taborda acerca de la concepción etno-política de la ciudad enfocada al caso específico de Córdoba fue publicado póstumamente en dos partes en el primer y segundo número de la revista de Santiago Montserrat, Tiempo Vivo. La nota editorial pormenorizó este trabajo como “un ensayo denso y original, de profunda inspiración creadora, y en el que diáfanamente se advierten aquellas notas espirituales con la que Taborda supo siempre elevar el sentido auténtico de la vida argentina y regional”.69

Taborda cuestionó el objetivo del urbanismo en el propósito de someter la ciudad de Córdoba a un plan de obras con el solo fin de acelerar la transformación de su fisonomía tradicional para ponerse a tono con el progreso alcanzado por otras ciudades.

Nuestra modestia de hombres mediterráneos, presta siempre a pa-gar el tributo de su admiración a las iniciativas de los grandes centros urbanos, nos ha ido entregando, sin defensa, traicionados acaso por el temor de caer en el ridículo de un misoneísmo que perpetúa lo viejo por una carencia de comprensión de lo nuevo, al afán modernista, y, a favor de semejante condescendencia, ha con-cluido por abrirse camino la idea de que es necesario transformar la

67 Ibídem. 68 Ibídem. 69 TABORDA, Saúl, “Córdoba o la concepción etnopolítica de la ciudad”, Tiempo Vivo, Córdoba, año I, núm. 1, enero-febrero, 1947, p. 1.

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ciudad con sujeción a un plan regulador ajustado a las conclusiones del urbanismo.70

En contra de lo que señalaba el Profesor Brunner con res-pecto al urbanismo, Taborda se apoyó en las definiciones del ingeniero Della Paolera y del arquitecto Cuervo (Escuela de Ur-banología de México). Del primero retomó su definición del urbanismo “como un proceso evolutivo –anatomía e historia– de las ciudades”; del segundo, su énfasis en “el acento sobre la con-cepción de la ciudad como fenómeno histórico”.71 Taborda agrega:

[…] la cuestión se desplaza a un fenómeno vital cuyo sentido de-pende de su relación con la cultura. Por lo consiguiente, la determinación de la legalidad que preside el desenvolvimiento his-tórico de ese organismo está íntimamente ligada al acontecer real y concreto de la actividad creadora del pueblo. Porque no hay dudas de que la ciudad, lejos de ser la obra de un acaso, es la decantación del alma del pueblo, del pueblo que la construye, en un proceso infinito, pari pasu con su historia, de con-formidad al sentido que rige su existencia y le imprime una peculiar fisonomía.72

De acuerdo a este sentido de la ciudad, Taborda se cuestio-naba si el saber de la actividad creadora del pueblo manifiesta en la construcción de las ciudades correspondía a los ámbitos de la sociología, de la historia o de la política, o a una disciplina que aún no tiene nombre. De ser el caso, Taborda propuso retomar el conjunto de autores que reclamaron la atención en el fenómeno llamado pueblo, en el siglo XIX, Manhardt, Riehl y Herder. Ta-borda acota:

No se trata ya de construcciones con patios solares. Ni cordobeses ni sevillanos. Ni que recuerden los lares ni que evoquen los viejos jardines adunados al arte. El frío racionalismo aísla al hombre en los cubos de mampostería ideados por una geometría implacable. Crea para el hombre una máquina más después que la técnica ha hecho 73

70 Ibídem. 71 Ibídem. 72 Ibídem. 73 Ibídem.

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El rechazo de Taborda no era en sí a la construcción de obras sino al hecho de habitarlas. El siguiente párrafo, tomado del mismo texto sobre etnopolítica, corrobora el vínculo tan arrai-gado a su tierra nativa como uno de los rasgos característicos en la personalidad de Taborda y la dimensión de significante que delimita lo facúndico en Taborda.

Yo soy un hombre que lleva un espacio espiritual, que es el espacio espiritual del linaje al que pertenezco, y abrigo la convicción de que en función de ese espacio mi humanidad tiene dimensiones que ni se sujetan, ni se sujetarán nunca, ni a la geometría ni al sistema métrico decimal. Suelo llamarle facúndico porque procede de una tesitura popular, de lo popular argentino que se nutre de la savia que sube por las entrañas de la tierra materna, que es la tierra de mis mayores hacia el tiempo infinito, para cuajar y crecer –conti-nuum y contiguum– en la historia presidida por el sistema de fines que constituye el código del destino de sus generaciones y de sus hombres. Como tal, y con todo y reconocer, como reconozco, que la ciencia de la edificación es una disciplina que obedece a su ley, que es la ley del hacer con la que rige y gobierna los elementos pre-cisos de que dispone, me atrevo a pensar que, por más que se diga y se repita en todos los tonos que lo que hace la belleza de una ciu-dad es su faz cambiadiza, su inquietud multiforme y su dinámica juvenil, esa disciplina no ha resuelto todavía el problema del hom-bre que es, por arriba de todo, el sujeto de las creaciones que se relacionan con la ciudad.74

La denominación facúndica se traducía para Taborda en la

realidad tejida de historia y de cultura. Esto lo había dicho en el primer número de la revista Facundo, en 1935. Las Reflexiones sobre el ideal político de América

La revisión de la obra escrita de Taborda ubica las Reflexiones sobre

el ideal político de América como texto simiente que anuncia las líneas principales de su pensamiento. Este ensayo político filosó-fico, publicado en 1918, constituye una especie de guión en el que

74 Ibídem.

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se anunciaron las concepciones de ideas que en lo sucesivo fue profundizando sin perder en ningún momento el sentido histó-rico que vivía. Taborda se caracterizó por ser un intelectual comprometido con los tiempos que le tocaron vivir.

En junio de 1918 se publicó el Manifiesto liminar; un mes después Taborda presentó su tesis Reflexiones sobre el ideal político de América entre los asistentes al Primer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios en el Teatro Rivera Indarte (21 de julio de 1918).75

Taborda escribió este texto a la edad de treinta años, entrada la década de los diez. Nos encontramos con un joven intelectual, autor de un ensayo político filosófico que encaraba el derrumbe civilizatorio; que mostraba sus ideas antiliberales al enumerar cada uno de los síntomas del mal imperante; que difería rotundamente del individualismo como garantía del progreso y que rechazaba las formas capitalistas de dominación. En las Reflexiones Taborda propuso un examen de conciencia a la América joven frente a la Europa en quiebra, y esbozó los síntomas del mal de la civiliza-ción occidental en decadencia (el Estado, la política, la justicia, la propiedad, la ilustración, la religión y la moral) para rectificarlos y expropiarlos en beneficio de los pueblos. De este modo susten-taba la posibilidad de edificar el ideal americano basado en la fórmula histórica de la democracia americana.

Un primer elemento que se observa en este texto es el con-junto de propuestas tras la enumeración de los males, para saber conducir los tiempos americanos. La guerra en curso muestra el fracaso de Europa, se aproximaba la hora americana.

En 1914, las posiciones frente a la guerra eran determinantes; se colocaba al mundo entre la espada y la pared. La disyuntiva consistía en mostrarse políticamente neutralistas o aliadófilos. La posición oficial de Argentina fue neutral; una de las críticas polí-tico-filosóficas provino de Taborda. Él destacó la importancia oportuna y pertinente de un mesianismo histórico que llamaba a un juicio: “la beligerancia americana”, una opción para América, era la consigna de estar consigo misma:76

75 MARCÓ, Historia, p. 160. 76 “La beligerancia americana” es uno de los apartados de su texto Reflexiones sobre el ideal política de América (pp. 167-173).

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El mesianismo histórico de América no puede estar ni con Alema-nia ni con la Entente: está consigo mismo. Una y otra actitud de las dos que se proponen entrañan como inferencia necesaria no solo la renuncia de atributos inalienables sino también una obsecuencia tributaria que es entrega de los bienes terrenales y es entrega sin condición del alma. América no está con la inacción de los neutra-les que erigen en principio una negativa de nirvana, ni está tampoco con el impulso formalista y superficial de los que fincan todo esfuerzo en hablarnos de un honor decorativo y fetichista, de un honor acomodaticio que se siente lesionado con las depreda-ciones de las hordas germánicas pero que no se reacciona o se juzga indemne cuando las sugestiones del acreedor británico le empujan a la guerra.77

La posición de Taborda frente a la guerra se diferencia nota-

blemente de la de Lugones, quien fue líder intelectual de los aliadófilos enfrentados al neutralismo yrigoyenista. Cabe señalar la importancia del trabajo de Ingenieros “El suicidio de los bárba-ros”, publicado en 1914, en el que se condena el feudalismo europeo causante de la guerra y la radical descomposición resul-tante de su civilización. Sin embargo, Ingenieros se mantiene en el terreno del antiimperalismo universalista, mientras que en Taborda surge con mucha más fuerza el esperanzador despertar americano, en una apelación con clara raíz tocquevilliana.78

77 TABORDA, Saúl, Reflexiones sobre el ideal política de América, Córdoba, La Elzeveriana, 1918, p. 171. 78 El artículo de Ingenieros “El suicidio de los bárbaros” se publicó en 1914 “pocas semanas después de estallar la guerra”, según su autor, y luego fue incluido en el volumen Los tiempos nuevos, cuya primera edición ordenada por el propio Ingenieros apareció en 1920; cf. INGENIEROS, José, Los tiempos nuevos, Buenos Aires, Santiago Rueda Editor, 1953, el artículo citado en pp. 11-13. Ver también el artículo: HACHA, Omar, “La revolución rusa de Ingenieros: elitismo y progresismo”, en el que el historiador hace “una reevaluación de las grandes figuras de la acción y el pensamiento emancipatorios”, publicado en Herramienta, núm. 20, Buenos Aires, julio 2002, disponible también en www.herramienta.com.ar/revista -herramienta-n-20 (último acceso septiembre de 2009).

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Taborda dedicó sus Reflexiones… a José Ingenieros,79 posible-mente apelando a los inicios de su formación en el positivismo. No obstante, para los años en que publicó sus Reflexiones, y como lo vimos en el apartado dedicado a la visita de Ortega y Gasset y al tema del ocaso del positivismo argentino, Taborda exploraba otros nuevos sustentos epistemológicos que le proveyeran de elementos para interpretar su realidad americana.

Ingenieros, que es sin disputa una de las más fuertes y robustas mentalidades del continente, no ha podido referirse a la política americana sin imbuirla de conclusiones biológicas. Para él es evi-dente que “cada agregado social tiene que luchar por la vida con los que coexisten en el tiempo y lo limitan en el espacio. Los más fuertes vencen a los más débiles, los asimilan como provincias o los explotan como colonias”. La potencia de un pueblo reside en su riqueza y en su fuerza. La consecuencia inevitable y necesaria de esta premisa es el imperialismo que él define como una “función tutelar de las grandes naciones sobre sus vecinos pequeños”.80

Para Taborda era relevante el contenido moral que componía

el ideal y que definía un pueblo. En el tema de los valores, se ve en Taborda una referencia evidente a la cultura clásica como el arca de los valores modelo, esto es, el contenido de la actitud moral.

Este examen, esta selección y esta facultad de juzgar con un criterio rectificado por la experiencia cada acto y cada cosa, es, en realidad, el origen mismo de la Ética, madre de la Moral y el Derecho. Es la vida misma, es el trabajo secreto de la adaptación lo que nos ha dado la noción de que lo bueno es lo que sirve para un fin vital y de que lo malo es lo que lo detiene o lo dificulta. Moral es, pues, el acto o la cosa que sabemos aprovechar en obsequio de la adapta-ción; inmoral es lo que no sabemos o no podemos tornar bueno. […] Referida esta manera de pensar a la democracia americana su consecuencia lógica es que para ella solo es moral aquello que faci-lita el cumplimiento de su fin. Dicho en otras palabras, su moral es todo aquello que facilita la integración del hombre.

79 SANGUINETTI y CIRIA, “Reformistas”, p. 286. 80 Ibídem, p. 160.

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[…] Por eso la moral americana es la norma de conducta que emana del Esfuerzo.81

En este sentido, la cultura antigua significaba una fuente pri-

migenia del saber para Taborda.

Así la democracia América salvará y pondrá en práctica para bien de todos los hombres el más preciado tesoro espiritual de la cultura antigua.82

Eran tiempos de crisis en Occidente y, de acuerdo a un des-

tino manifiesto, de despertares americanos.

Los que viven exclusivamente para las especulaciones científicas aseguran que la especie como entidad biológica carece de misión, es ajena a los principios morales.83

En el entendido de la existencia de dicho destino manifiesto, para Taborda resultaba esencial este desafío de los pueblos para con sus responsabilidades, y así poder prescindir del vasallaje o de la existencia de un amo. Para Taborda, la guerra significaba la muestra de una civilización caduca. ¿Qué caso tiene soñar con empresas heroicas imposibles y ridículas?84 La guerra europea le representa el tiempo pertinente en el que debe concluir la tragedia europea y presenciar el cierre de un ciclo histórico que abre otro, el de la hora americana. Taborda se ubica históricamente en este momento y define los males que a su parecer causan dicha trage-dia para aprender de ellos. Así se veía posible la edificación y consolidación del siguiente ciclo histórico que pertenecería de lleno a América: “¡América, la hora! ¡América, la democracia!”.85

Una nueva estructura se levantará sobre el orden de cosas abatido. ¡América, hazte ojo! ¡América hazte canto!86

81 TABORDA, Reflexiones, pp. 211-212. 82 Ibídem, p. 204. 83 Ibídem, p. 210. 84 Ibídem, p. 172. 85 Ibídem, p. 173. 86 Ibídem, p. 10.

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El ideal, para Taborda, entendido como “el alma de los pue-blos”, debe ser forjado por estos mismos. Taborda escribió:

Recordemos que conquistar no es solo derrotar por el empuje de las armas es también, es sobre todo, imponer instituciones. Forje América el escudo de su ideal para oponerlo al invasor esperado y presentido; forje América el escudo del ideal refundiendo en su cri-sol los valores ya caducos si no quiere sentirse sojuzgada.87

El énfasis institucional que propone Taborda debe ser regis-trado en las líneas de un pensamiento espiritualista y tradicionalista. La presencia institucional es la fiel manifestación de un sistema de valores forjado por el pueblo.

No hay pueblos hechos, nacidos para funciones inciviles y negati-vas como no los hay nacidos para funciones culturales y positivas. Ninguno mata y sacrifica por el prurito de matar y sacrificar: un trabajo secreto e incontrastable los dirije [sic] hacia la vida y los afirma por la vida. Si los pueblos de América aspiran a realizar el ideal de la justicia, comiencen por ser justos; si aspiran a la realiza-ción de la verdad comiencen por decirla con espíritu sereno y desligado de prevenciones.88

Uno de los tonos de este ensayo es el antiliberal que a través de sus páginas se reitera. Taborda se oponía a todo tipo de dominación. El carácter antiliberal y anticapitalista supone una cercanía con el anarquismo. La dominación era personificada por el Estado en lo político; por el capitalismo en lo económico, por la Iglesia en lo religioso.89 La presencia anarquista en Taborda también se hace ostensible en lo imprescindible de la institución gubernamental.

Taborda rechazaba el Estado imperialista porque, al suponer su omnipotencia, tal Estado entonces era amoral, incivil y carente de “la facultad inhibitoria que fija y determina el límite ético más allá del cual concluye el derecho y comienza la barbarie”.90 En la lógica imperialista, Taborda afirmaba que históricamente el Es-tado derivaba del acaparamiento de la riqueza por una minoría: 87 Ibídem. 88 Ibídem, p. 171. 89 Ibídem, p. 178. 90 Ibídem, p. 27.

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[el] Estado que opera por el adueñamiento de las fuerzas sociales en beneficio de un interés determinado, no puede corresponder otra política militante que no sea la de clase. Si reducido a sus tér-minos biológicos el Estado es el resultado de la lucha por la posesión de los elementos vitales de la naturaleza, la actividad polí-tica y el juego de las fracciones cívicas no puede ser otra cosa que una contínua [sic] manifestación del empeño de los unos de vivir a costa de los otros.91

Sin embargo en la revisión histórica que Taborda hace para

probar dicha inferencia, resalta el éxito perdurable de Maquiavelo por su posición política lógica y sincera, a diferencia de Lloyd George:

El éxito perdurable de Maquiavelo –que es tanto como decir el éxito de todas las doctrinas de filiación aristotélica– radica en que su política guardó siempre una estrecha relación con la realidad. Cuando todos los estadistas contemporáneos del florentino pre-tendían engañar a todo el mundo con doctrinas sentimentales destinadas a disimular propósitos arteros; cuando de una y otra parte se reprochaba su conducta en nombre de una moral con san-ciones unilaterales –tal como ahora mismo lo hace un Lloyd George refiriéndose a las cínicas declaraciones de un Hertling– Maquiavelo fué [sic] el único hombre lógico y sincero. Lógico y sincero porque, derivando su posición política de la lucha de las fracciones cuyo proceso histórico conocía a fondo, se concretó a explotarla (como la explotan hoy todos los estadistas del mundo aunque no lo confiesen), sin empeñarse en desviarlo o detenerlo; lógico y sincero porque aplicó a sus actos un Aristóteles desligado de la teología y de los dogmas con que habitualmente lo disimula Europa; lógico y sincero, en fin porque si la guerra del hombre co-ntra el hombre conduce de modo directo a la formación de un poder público de coerción y de conquista, el político que le sirve, si no quiere verse arrebatado por la corriente, debe orientar su prác-tica en el sentido que le determinen los designios estaduales.92

En cuanto a la forma de gobierno, Taborda propugnó una

democracia que no era “una fórmula elaborada por el cerebro de

91 Ibídem, p. 35. 92 Ibídem, pp. 47-48.

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tal o cual pensador como la mónada de Leibnitz o el noumeno de Kant”, sino una democracia que se construyera americana como una “expresión sensible de un estado de simbiosis”.93

La democracia americana, fórmula histórica superior a las antiguas, se nutre del pensamiento y de la vida. Es la integración de las fuer-zas sociales por la trasmutación de todos los valores. No más Estado de clase, no más política de clase y de fracciones; no más justicia con distingos; no más propiedad monopolizada e inmovili-zada; no más ilustración unilateral; no más instituciones eclesiásticas como elemento de dominación; no más moral de es-clavos: la democracia americana es el fallo inapelable, irrevocable que expropia en beneficio de los pueblos el Estado, la política, la justicia, la propiedad, la ilustración, la religión y la moral.94

La plataforma política en la que Taborda propone conflagrar

su propuesta es la democracia, obviamente americana.95 La demo-cracia americana –aclara Taborda– va mucho más allá de la función electoral, “se refiere al proceso universal de la civilidad” y “a la conciencia del esfuerzo continuado de la especie hacia la realización de su destino superior y el proyecto inteligente que rectifica el pasado para realizarlo sobre él en un momento próximo o remoto”.96 La democracia propuesta incluye la función electoral, la justicia, la educación, la religión, el arte y la moral –según Taborda– y se encuentra no solamente en el comicio, sino también “en el pupitre de la escuela, en la oración del creyente, en la inspiración del poeta y en la canción del yunque”.97 La igualdad en la democracia americana es indiferente, “sólo es igual el punto de partida”. La democracia americana se compromete como “simple posibilidad de desarrollo”.98

93 Ibídem, p. 179. 94 Ibídem, p. 178. 95 “La democracia americana” es el nombre de uno de los apartados del texto Reflexiones… de Taborda. Éste constituye la parte medular de su propuesta política. 96 Ibídem, p. 175. 97 Ibídem, p. 176. 98 Ibídem, p. 177.

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Mientras ésta [democracia] estará siempre condensada a arrastrarse por los comités politicantes y a ser un huero verbalismo en boca de charlatanes, aquella será efectiva a medida que el pueblo se capacite para pensar y expresar su pensamiento por los resortes del go-bierno. Entonces la soberanía del pueblo –con sufragio y sin sufragio– se definirá como la autonomía de la comunidad para la realización de su destino.99

La propuesta de la democracia americana intentaba aproximarse

al modo político de vida que permitiera el desarrollo del pueblo.

Para que como tal (el estado social cooperativo como signo de la democracia americana) responda a la realidad, para que no sea más que un mito, es necesario que la convivencia humana sea un hecho, es necesario que todos los hombres estén en igualdad de condicio-nes para invadir y conquistar los elementos vitales de la naturaleza, es necesario, en suma, que todos los hombres se encuentren en condiciones de desarrollar con libertad el espíritu y el cuerpo.100

Esta nueva propuesta “equivale a definirla como un medio

biológico creado por la necesidad histórica para asegurar la vida de los pueblos y facilitar el advenimiento del hombre”.101 La fórmula histórica no resultaba conveniente ni pertinente para la clase oligarca que dirigía entonces el país porque significaba la modificación social, política y económica de una democracia también, pero básicamente sustentada en su carácter electoral. No perdamos de vista que en 1912 se estableció el sufragio universal, secreto y obligatorio a través de la confección de un padrón electoral mediante la conocida Ley Sáenz Peña (ley 8,871 General de Elecciones). Su nombre coloquial se debe a que fue sancio-nada durante la presidencia de Roque Sáenz Peña, miembro del ala modernista del entonces gobernante Partido Autonomista Nacional e impulsor de la ley como también proponente del Estado oligárquico y censitario.

Vale la pena aclarar que el voto femenino recién es integrado al sufragio, ahora sí universal argentino, durante el primer go-

99 Ibídem. 100 Ibídem, p. 180. 101 Ibídem.

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bierno de Juan Domingo Perón en 1947. El carácter universal de la Ley Sáenz Peña incluía a los hombres argentinos nativos, de-jando fuera a la mayoría de los obreros, que eran extranjeros.

Para 1918, Sáenz Peña había fallecido. La Ley Sáenz Peña tuvo como objetivo político acallar la conflictividad social que reinaba en aquel entonces. El avance de los anarquistas ya era una amenaza para aquellos detentadores de los intereses económicos y burocráticos del país. De este modo, el voto universal actuaba como una válvula de escape para el pueblo argentino, siendo también una forma de restar interés a las propuestas libertarias que pretendían organizar la sociedad soslayando la presencia gubernamental. Con la ley del sufragio “universal” se ambicio-naba suscitar la benevolencia en el pueblo hacia las autoridades gubernamentales por ser éste el que les estaba permitiendo elegir a sus gobernantes.

Taborda criticó la democracia básicamente electoral e hizo re-ferencia a las verdaderas razones por las que se implantó el esquema de democracia electoral institucionalizado con la Ley Sáenz Peña. También remembró la conflictividad social que Ar-gentina vivió con las huelgas obreras abanderadas por el anarquismo a principios del siglo XX.

En torno al concepto de soberanía, Taborda interlocutó con los teóricos contractualistas Hobbes y Rousseau, éste último como principal filósofo cuyas ideas permearon la Revolución Francesa. En cuanto a la Ilustración se tiene una de las raíces filosóficas modernas del anarquismo. En cuanto a los legados presentes en la Revolución Francesa, Taborda no cree en la legitimidad del contrato social entre partes desiguales, en cambio concibe la democracia americana “como el signo de un estado social cooperativo”.102 Otro rasgo que nos remite a un costado anarquista en Taborda.

Entre los primeros comentarios de recepción, que tuvo el texto de las Reflexiones… provino de un reconocido profesor de la Universidad de Córdoba, Osvaldo Magnasco: “América no contaba desde hace un cuarto de siglo con una obra de tal envergadura, trascendencia y significado histórico”.103 En 1984, Adelmo

102 Ibídem, p. 180. 103 SANGUINETTI y CIRIA, “Reformistas”, p. 286.

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Montenegro escribió su opinión: “Siguiendo cierta propensión profética –que casi nunca lo abandona cuando acomete el ensayo político–, Taborda anuncia la hora de América. Es su primer profecía”.104 En 1998, Ferrero destaca el tono anarquista de este ensayo:

Este rechazo casi anarquista de la acción política se completa con la concepción del Estado como “instrumento de lucha y domina-ción”, que no alcanza a disimular la desconfianza también semianarquista hacia “el edificio en ruinas del absolutismo esta-dual”, como le llamó en 1920, y que denuncia la persistencia de las lecturas de Nietszche, Stirner, Tolstoi y Kropotkin.105

Taborda expuso “una manifestación imprecisa de la concien-

cia americana” que tarde o temprano irrumpirá “obedeciendo al llamado inexorable del destino”.106 A mi modo de ver, el pensa-miento de Taborda se fue caracterizando por ser audaz y contestatario. Él planteó políticamente los problemas de su tiempo y además, expresó y publicó sus propuestas político-filo-sóficas que incitaban a la batalla de las ideas. La originalidad intelectual de Saúl Taborda en el pensamiento argentino

Saúl Taborda se formó en el positivismo, pero una vez superada esta corriente como parte de la reacción en su contra, continuó edificando su pensamiento con aportes del anarquismo, humanismo, americanismo, espiritualismo, idealismo, vitalismo, tradicionalismo.107

104 MONTENEGRO, Taborda, p. 21. 105 FERRERO, Taborda, pp. 48-49. 106 TABORDA, Reflexiones, p. 167. 107 Entre los intentos de revalorización del pensamiento de Taborda, Alberto Buela llevó a cabo esta tarea con una mirada desde la derecha política filo-fascista. Si bien este trabajo y la presente investigación con-vergen en el interés de revalorización, destacando efectivamente la originalidad y heterodoxia del pensamiento de Taborda, evitando justa-mente el reduccionismo pedagógico de la totalidad de su obra, la perspectiva de esta investigación de tesis se sostiene desde los conteni-dos libertarios, propios de un pensamiento anticapitalista y anarquista.

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En los inicios de su obra intelectual, Saúl Taborda fue suge-rente entre los círculos intelectuales, no solamente de Córdoba sino también de la capital del país. Tanto en 1916, con La sombra de Satán, como en 1919, con Julián Vargas, la revista Nosotros de-dicó espacio para reseñar ambos libros.108 Estas reseñas, fuera de Córdoba, correspondieron a las primeras referencias de recepción en cuanto a los primeros escritos de Taborda en prosa. En junio de 1916, La Voz del Interior hizo mención de la presentación tea-tral “El mendrugo”, drama original de Taborda, y describió a su autor como “el único exponente de la incipiente cultura teatral argentina”.109 En los inicios de la década de los treinta, Taborda publicó un primer texto sobre sus Investigaciones Pedagógicas, el cual fue inmediatamente reseñado en Nosotros.

Si bien es perceptible una deferencia a los escritos que inaugu-raron la trayectoria intelectual de Taborda, es evidente que con la aparición de sus Reflexiones, Taborda expresó su rechazo por el liberalismo político y económico y criticó la democracia electoral, proponiendo en su lugar una democracia de tipo funcional que apelaba al comunalismo, por ser ésta la forma que desde la Colo-nia caracterizaba a la sociedad argentina, la forma con la que las provincias aprendieron a resolver sus relaciones políticas y cultu-rales. Él manifestó su preferencia por el idealismo y a la vez, por el tradicionalismo, reflejado éste último en el tan marcado arraigo a su tierra.

Los escritos de Taborda se volvieron complejos en tanto su ubicación ideológica y política. El primer trabajo póstumo fue publicado en 1947, a cargo de uno de sus discípulos, Adelmo Montenegro, Saúl Taborda y el ideal formativo argentino.110 El tema identificado, de acuerdo al título del artículo, es la cuestión peda-

Cf. BUELA, Alberto, “Tres ensayos para pensar nuestro pensamiento”, www.bitacoraglobal.com.ar/textos/ensayos (último acceso 4/12/2005). 108 “Saúl Alejandro Taborda, ‘La sombra de satán’ (Episodio de la vida colonial)” (reseña), Nosotros, Buenos Aires, año X, octubre 1916, núm. 90, pp. 96-97; “Julián Vargas, por Saúl Alejandro Taborda” (reseña), Nosotros, Buenos Aires, año XIII, mayo 1919, núm. 121, pp. 89-91. 109 La Voz del Interior, 21/6/1916. 110 MONTENEGRO, Adelmo, “Saúl Taborda y el ideal formativo argen-tino”, Sustancia, núm. 18, 1947.

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gógica.111 En efecto, las investigaciones pedagógicas representan un costado trascendental en la trayectoria de Taborda; sin em-bargo, el análisis detallado de éstas revelan el involucramiento a fondo con uno de los autores sagrados en la literatura argentina en el ámbito de la educación. Me refiero a Sarmiento. Taborda cuestionó el papel de las escuelas y su relación con las institucio-nes gubernamentales en el proceso de construcción nacional del país. Taborda veía el proceso educativo autónomo al proyecto de nación. Él rechazaba que la organización de raigambre europea se reflejara en las instituciones políticas con el objeto de sustentar el liberalismo político-económico. Vale la pena añadir que su viaje a Alemania durante la década de los veinte, de 1922 a 1927, contri-buyó en gran medida a dar forma a su propuesta pedagógica.

En 1952, Francisco Romero destacó la trayectoria intelectual de Taborda en el campo de la filosofía;112 posterior a esto, Ta-borda continuó siendo ubicado en esta misma línea filosófica por autores como Barreiro, Montserrat, Farré, Vázquez y Rodeiro abordaron las obras de Taborda y las situaron en esa misma línea filosófica.113

De estos trabajos, vale la pena mencionar que Montserrat es el primero en emprender la tarea de escribir un libro sobre su maestro, El humanismo militante de Saúl Taborda (1956), publicado por la Universidad del Litoral. Para este año, la mayoría de las contribuciones escritas sobre Taborda habían sido editadas en Buenos Aires, excepto ésta de Montserrat, y otra de Montenegro,

111 Los textos de Taborda que enfocan la cuestión pedagógica son: Bases

y proposiciones para un sistema docente argentino (1930); Investigaciones Pedagógi-

cas, (1932); Consideraciones en torno a los proyectos de la ley universitaria (1932); “Análisis de la Universidad” (1932); “Significado, trascendencia y evolu-ción del sentido reformista” (1932); Contenido y forma (1934); Psicología

y Pedagogía (1943); “Pedagogía y sociedad” (1944). 112 ROMERO, “Filosofía”, pp. 57-59. 113 BARREIRO, J.P., “Una crisis espiritual argentina: la transición de Saúl Taborda”, 1955; MONTSERRAT, Santiago, El humanismo militante de Saúl

Taborda, 1956; FARRÉ L., “Saúl Taborda”, Cincuenta años de Filosofía en

Argentina, 1958; VÁZQUEZ, J. A., “Saúl Taborda”, Antología filosófica

argentina del siglo XX, 1965; RODEIRO, M., “Saúl Taborda”, Revista de la

Universidad de Córdoba, 1967.

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Saúl Taborda y el ideal formativo argentino, publicada en la revista tucumana Sustancia (1947). Montenegro publicó su libro casi cuarenta años después, en Buenos Aires;114 y no fue sino hasta 1967, que se publicó, además de aquella reseña en La Voz del Interior

de 1916, un artículo nuevamente en Córdoba, a cargo de Rodeiro, en la Revista de la Universidad de Córdoba.115 En 1968, probablemente por el 50o aniversario de la reforma universitaria, Horacio Sanguinetti y Alberto Ciria publicaron Los Reformistas, en el que evidentemente hubo un intento por comprender políticamente el pensamiento de Taborda: “Saúl Taborda o el nacionalismo izquierdista”.116

En 1974, en el 30º aniversario luctuoso de Taborda, sale a la luz un escrito de Fermín Chávez, editado en Buenos Aires, que recoge, a mi parecer, un segundo costado fundamental de su pensamiento, el mito facúndico; se trata del conocido libro Civili-zación y barbarie en la historia de la cultura argentina.117 El mismo Chávez, en 1988, lleva a cabo una selección de textos acerca de la argentinidad preexistente, título que sugiere pensar en el costado nacionalista de Taborda.118 Ambos textos llevan como títulos propuestas en las que el autor está trazando, como dije en torno al mito facúndico (uno de los pilares del pensamiento de Ta-borda), su nacionalismo. Esta es precisamente una de las vías que permite aproximarse al pensamiento de Taborda porque fue en su interés de dilucidar la argentinidad y sus posibles fundamentos, que propuso el mito facúndico. Ahora, si resultase pertinente el nacionalismo en las indagaciones de su pensamiento, ¿qué papel juega el Estado? ¿qué función cumple la educación en la forma-ción de hombres o ciudadanos?

En el 40º aniversario luctuoso de Taborda, Roberto Ferrero publicó en Córdoba, Saúl Taborda. De la Reforma Universitaria a la

114 MONTENEGRO, Taborda, 1984. 115 RODEIRO, M., “Saúl Taborda”, Revista de la Universidad de Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2ª serie, año VIII, núm. 3-4-5, julio/diciembre 1967, pp. 450-466. 116 SANGUINETTI, Horacio, “Saúl Taborda o el nacionalismo izquier-dista”, en SANGUINETTI y CIRIA, Reformistas, 1968. 117 CHÁVEZ, Civilización, 1974. 118 CHÁVEZ, Fermín (selección de textos y estudio preliminar), La argentini-

dad preexistente, Buenos Aires, Docencia, 1988.

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Revolución Nacional (1988).119 Este novedoso trabajo, especial-mente por su rescate de testimonios orales, es una contribución importante para estudios futuros que puedan ir dilucidando el proceso de construcción del pensamiento de Taborda.

Entre las últimas publicaciones cordobesas se encuentra un cuadernillo editado por la Agencia Córdoba Cultura, a cargo de Enrique N’Haux.120 En 2006, casi noventa años después de su primera aparición, se reeditaron las Reflexiones sobre el ideal político de

América, como parte de la Colección Pensamiento Nacional e Integración Latinoamericana, dirigida por Hugo Biagini, con una presentación preliminar a cargo de Carlos Casali.121

Taborda fue consciente de la condición provinciana y la re-flejó en su interés por explicar la argentinidad. Para hacerlo, enfocó en un primer plano el ideal, lo cual se puede identificar desde su primera novela, Julián Vargas, un escrito casi autobiográ-fico, hasta en sus Investigaciones Pedagógicas, en su concepción etnopolítica y por supuesto, en el mito facúndico, el ideal como el alma del pueblo. En torno a él es que se conforman los valores.

Historiográficamente, Taborda revisó el episodio colonial tar-dío y el tránsito a la organización nacional y lo identificó como el momento histórico preciso que refleja la genuinidad argentina. Es ahí donde Taborda distinguió el comunalismo como la forma de organización política específica del país. La escuela y el gobierno partían de esta forma organizacional.

La lucha de Independencia, según Taborda, no significó la li-bertad sino el traslado del prototipo institucional europeo, haciendo a un lado toda organización preexistente y quebran-tando toda continuidad histórica de la argentinidad. El resultado fue, en aras de alcanzar el progreso con base europea, la instaura-ción del liberalismo político-económico.

119 FERRERO, Taborda, 1988. 120 N’HAUX, E., Saúl Taborda, Córdoba, Agencia Córdoba Cultura, Dirección de Letras y Promoción del Pensamiento, Programa Celebración del Pensamiento, 2000. 121 TABORDA, Saúl, Reflexiones sobre el ideal político de América, col. Pensa-miento Nacional e Integración Latinoamericana, dir. Hugo Biagini, presentación de Carlos A. Casali, Grupo Editor Universitario, Buenos Aires, 2006.

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COMENTARIOS FINALES

La reconstrucción de los episodios aquí estudiados revela la pre-

sencia de un hilo conductor que se percibe desde mediados de 1916 hasta los primeros momentos de la lucha reformista en 1918. En

ellos destaca la intención de los jóvenes de la generación del ’14 de encabezar un proyecto de regeneración cultural y ética que

tuvo como objetivo la estabilización de la situación política, social, cultural y moral en el marco de una democracia americana.

Este grupo de jóvenes se caracterizó por el uso de una enaltecida

retórica que legitimó su denuncia pública hacia ciertas instituciones –la Universidad, la Iglesia– y hacia el sistema capitalista. Arturo

Capdevila criticó a la Iglesia católica durante su conferencia en la Biblioteca Córdoba en 1916; Arturo Orgaz expresó públicamente

una fuerte crítica a la Casa de Trejo en el Teatro Rivera Indarte en este mismo año; dos años más tarde, Deodoro Roca recogió estas

críticas y redactó el Manifiesto liminar, el ideario de la Reforma Universitaria; paralelamente, Saúl Taborda publicó sus Reflexiones

sobre el ideal político de América, documento político y filosófico de

gran envergadura que reunió el malestar de su época y representó la configuración de nuevos horizontes para los tiempos americanos

que estaban anunciando. Los miembros del grupo cursaron los estudios de leyes; una

vez recibido el pergamino doctoral, continuaron dedicándose a los oficios de las artes. Para mediados de 1916, poseedores del

correspondiente pergamino doctoral, fueron atacados por la

Iglesia debido a los temas tratados en el ciclo de conferencias que tuvo lugar en la Biblioteca Córdoba. La constitución de la Asocia-

ción Córdoba libre formalizó la filiación de una conciencia grupal en paralelo a la visión de su propia genealogía, que contribuyó a su

auto-reconocimiento y a la consolidación de una identidad dife-renciada. A partir de este momento, y aun en pleno estallido del

movimiento reformista, se le conocía a este grupo de jóvenes bajo esta denominación: los de la Córdoba libre!.

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La referencia genealógica de carácter intelectual que vemos en

la monografía de Arturo Orgaz en relación a Esteban Echeverría,

aunado a la denominación Asociación Córdoba libre distinguen evidentes reminiscencias del proyecto político-intelectual Asociación

de la Joven Generación Argentina, conformado por los intelectuales de la generación del ‘37, tras la disolución del Salón Literario por

Rosas. Hasta entonces, para 1912, el poeta y pensador romántico era prácticamente un desconocido en la cultura nacional: Orgaz,

quien sería presidente de la Asociación para 1916, recuperó sus ideas sociales y políticas.

La defensa de la libre expresión en 1916, consigna fundamen-

tal emprendida en la campaña liberal de la Asociación Córdoba libre, significó una lucha anticlerical, y es en este contexto que debe

ubicarse el proceso de construcción de pensamiento de la joven intelectualidad cordobesa de la generación del ’14. De la misma

forma como la generación del ’37 se sitúa sobre el telón de fondo de la dictadura de Rosas, la generación del ’14 proyecta su im-

portancia sobre el marco del clericalismo cordobés.

El Manifiesto liminar revela una continuidad de pensamiento respecto del manifiesto por el que se constituyó la Asociación

Córdoba libre. Los nombres de Deodoro Roca, Arturo Capdevila, Saúl Taborda y Arturo Orgaz no aparecen como firmantes en el

documento liminar. Ellos fueron los ideólogos del movimiento reformista, constituyendo la expresión de una nueva sensibilidad

que filosóficamente buscó poner en evidencia la obsolescencia del positivismo, dando pie a la búsqueda de nuevos horizontes teóri-

cos. En esas nuevas miradas encontramos huellas, indirectas pero

evidentes, de los aportes de Ortega y Gasset en la conformación de la misión histórica de las generaciones y la función del inte-

lectual. Esto aunado al papel protagónico que el Ariel concedió a los jóvenes como los principales constructores del porvenir.

El proyecto generacional se fue construyendo gradualmente. A través de los acontecimientos se puede advertir su triple carác-

ter intelectual, político y cultural. Para el tiempo en que

comenzaron a reunirse firmas en apoyo a la censura que se estaba cometiendo hacia Arturo Capdevila, su nombre era ya conocido

en Buenos Aires. La Asociación rápidamente se dio a conocer entre los círculos intelectuales del puerto y de algunas provincias del

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país. Por un lado, la aceptación de Alfredo L. Palacios a dictar su

conferencia en uno de los teatros más reconocidos, ubicado en

pleno centro cultural de Córdoba, autoriza a pensar que la causa de la libre expresión de ideas fue una cuestión que reunió –en el

marco de una democracia incipiente– a una franja importante de intelectuales, estudiantes y profesionales. Por el otro, la primera

denuncia pública contra la Universidad manifestada en el discurso inaugural de esta conferencia, por uno de los jóvenes del ’14,

matiza la idea tan generalizada, de que el movimiento reformista dio inicio el 15 de junio de 1918. En septiembre de 1916 se mani-

festaron en contra de la Universidad “archicatólica”, esto es,

hicieron expresa la inconformidad contra el manejo enquistado de la Iglesia en la Universidad.

Tenemos así un movimiento que si bien fue juvenil, integrado básicamente por jóvenes universitarios, también contó con la

adhesión de voces no necesariamente jóvenes aunque sí juveni-listas. Estos últimos veían en los jóvenes una suerte de reserva

intelectual y moral de la sociedad, es decir, constituyentes de un

poder renovador. En cuanto a la denuncia contra la universidad inmovilizada,

Orgaz instó a la modernización universitaria; dos años más tarde, Roca y Taborda publicaron el Manifiesto liminar y las Reflexiones…,

un conjunto de ideas más acabadas que comprenden la crítica a la universidad y al sistema político completo, proponiendo un pro-

yecto político a todos los hombres de América. La impronta de Ortega y Gasset, en aras de la definición de su condición como

intelectuales ubicados en una circunstancia histórica se puede

corroborar con la lectura del Manifiesto liminar. Las aportaciones del filósofo español en cuanto a la idea de la generación y el papel

renovador de los jóvenes es fundamental en la configuración del proyecto de regeneración cultural que emprendieron los jóvenes

del ‘14. Aunado a esto, su contribución debe apreciarse en haber facilitado el tránsito a la filosofía moderna, trazando así una clara

línea de demarcación con el positivismo. La generación del ’14 se

legitimó como una nueva sensibilidad y como constructora del porvenir por la vía intelectual. Los principios que legitimaban

todo este proyecto fueron resultado de sus propias condiciones, como lo fue el americanismo.

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En este sentido, la ciudad de Córdoba, específicamente cons-

tituyó uno de esos espacios de novedad en el que las élites

intelectuales preservaron la ciudad como un centro cultural pro-clive a obtener una hegemonía propia. Una de esas élites fue

precisamente la generación del ’14. Ciertamente estamos frente a una generación que se sabe ins-

talada en la modernidad desde territorio americano. El debate entre la modernización y la modernidad derivado de la dilucida-

ción del papel histórico de Córdoba en el contexto nacional y su relación con la ciudad de Buenos Aires da lugar a retomar el

concepto de tradición desde Saúl Taborda. La incertidumbre

generada por la guerra dispuso horizontes posibles que a su vez fueron estimulados por la Revolución Rusa y la Revolución Mexi-

cana. Los jóvenes del ’14 fueron protagónicos en el interés de construir un porvenir americano.

Existe una cierta congruencia conceptual entre las ideas de Capdevila y las de Deodoro Roca y Saúl A. Taborda. Los tres

sitúan en la moral la garantía del porvenir y, porque los valores

están en el hombre, promueven el humanismo. Rechazan la auto-ridad que obstaculiza el desarrollo de los hombres; de ahí su

ostensible anticlericalismo. Favorecen la religión como parte de una institución moral que edifique y consolide el sistema de valo-

res entre los hombres; derivado de esto, la educación constituirá un espacio fundamental, vinculado a la sociedad, en la construc-

ción de hombres ciudadanos. En el caso de Saúl Taborda noto sin embargo algunas diferen-

cias. Desde el primer momento, su obra refleja un rescate enfático

del tradicionalismo de raigambre hispánica. La lectura minuciosa de las Reflexiones pone en evidencia una de esas diferencias con

respecto al pensamiento de sus compañeros. Se trata, como vimos, de una propuesta anarquista y anticapitalista, perspectivas

con las que Taborda expresó la crisis del modelo de civilización occidental que dejaba apreciar la Primera Guerra Mundial.

Taborda propone, desde el humanismo –corriente reactualizada

en esos tiempos de renovación frente al positivismo cientificista constituido en paradigma dominante–, una fórmula histórica

basada en lo que él denominó democracia americana. Las Reflexiones… son en su conjunto la expresión de un ideario anarquista, idealista

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y humanista. En esta obra temprana encontramos formulado su

anticapitalismo y su rechazo al liberalismo, pero sobre todo la

cimentación de una propuesta bajo un modelo de ideal ético y social propuesto a la voluntad libre de los hombres bajo la

fórmula histórica de la democracia americana, que a su vez lo posiciona, como dijimos, en los inicios del antipositivismo a

través de un humanismo. El pensamiento de Taborda recurre a un cierto anarquismo como ideología política, corriente filosófica

y movimiento social, esto es como la metodología para la consolidación de un humanismo militante que sustentara su ideal

político de América.

Su pensamiento es revolucionario y contestatario. La diversi-dad analítica y la pluralidad de categorías que encontramos en los

escritos de Saúl Taborda derivan de la filosofía, la historia, la literatura y el teatro para el desarrollo de temas y propuestas di-

versas: lo facúndico, el comunalismo federalista, la etnopolítica, la democracia funcional, la autonomía pedagógica, su crítica a la

partidocracia, lo anárquico, el americanismo, lo nativista, lo idealista.

El caso de Deodoro Roca es fundamental en la reinterpreta-ción del ideario de la generación del ’14 que protagonizó la

Reforma Universitaria, no solamente por haber sido el redactor del Manifiesto liminar, sino además por ser uno de los intelectuales

cordobeses más relacionado entre sus pares tanto en el contexto nacional como internacional. En el famoso sótano de su casa se

dieron cita importantes personalidades y se suscitaron innumera-bles intercambios de correspondencias. A diferencia de sus

compañeros, Roca no viajó a Buenos Aires, ni realizó ninguna

estancia en Europa. La expresión escrita más genuina del proyecto se vio reflejada

en el Manifiesto liminar, en 1918; y de manera más acabada y pro-lija, es decir, como un corpus ideológico, en la propuesta político

intelectual, Reflexiones sobre el ideal político de América, de Saúl Ta-borda, aparecida en el mismo año. La relevancia de este texto

tiene que ver con su condición de reflejo auténtico de las ideas –

con matices políticos evidentes– de la joven intelectualidad cor-dobesa, que estuvo involucrada e identificada con el tiempo que

les tocó vivir.

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Tomando en consideración las enunciaciones anteriores, la

estigmatizada percepción sarmientina sobre Córdoba adquiere

nuevas dimensiones. Ciertamente esta percepción la vemos refle-jada en el Manifiesto liminar, sin embargo qué nos garantiza que no

haya sido más bien un instrumento de batalla y de confrontación, al que los jóvenes reformistas recurrieron para contrastar y hacer

más enfática su inconformidad hacia la Universidad y señalar así la importancia y legitimidad del proyecto de regeneración cultural,

en el que incluyeron su participación en el movimiento refor-mista. No debemos olvidar que la causa anticlerical fue el móvil a

partir del cual se organizaron intelectual y políticamente un grupo

de jóvenes, quienes para 1918 creyeron necesario auto-identificarse como la generación del ’14. Por consiguiente, su inconformidad

era hacia la iglesia y hacia su participación en la Universidad. Ellos son el más claro ejemplo, el más claro síntoma, de una renovación

social y cultural. Es muy significativo que todos, en particular Taborda, haya orientado gran parte de sus investigaciones al

campo de la educación.

Córdoba fue parte del proyecto hegemónico liberal. La serie de acontecimientos aquí trabajados son muestra de ello y también

de la resistencia ofrecida por fórmulas políticas, sociales y culturales muy particulares, diferentes a las de Buenos Aires. Existe una visión,

la más difundida sobre la reforma universitaria, que parte de una matriz ideológica liberal-progresista, trabajada desde un acentuado

historicismo. Bajo este enfoque, la ciudad de Córdoba se perfila únicamente como adalid de clericalismo y conservadorismo. Sin

embargo, en el contexto del discurso anticlerical, en el caso de la

generación del ’14, revela la existencia de otra Córdoba. Nos refiere una ciudad que está en la lucha por preservar su hegemonía

como centro cultural desde finales del siglo XVI, en la condición de lo que acertadamente caracterizó Raúl Orgaz como bifacialidad

cordobesa. Desde esta posición se entiende la situación de frontera que Aricó atribuye a Córdoba. Tenemos así, frente a nosotros dos

Córdobas, cuyos discursos están intrincados; la clerical y la liberal.

El corpus de textos sagrados y el Panteón de héroes hasta ahora construidos alrededor de la Reforma Universitaria desautorizan la

cimentación de nuevas convenciones epistemológicas que admi-tan finiquitar el capítulo de la Reforma Universitaria. Hasta entonces

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se torna difícil y opaco dilucidar el andamiaje político, intelectual

y cultural que resultaron de las tramas clericales y liberales

emprendidas abiertamente desde finales del siglo XIX. La relación entre intelectuales y sociedad, con el tinte político entremedio

indudablemente, tal como lo muestran los acontecimientos aquí expuestos, resulta uno de los escenarios más pertinentes que

ciertamente proyecta los efectivos matices que tuvo el liberalismo en correlación con el nacional catolicismo cordobés.

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ANEXO

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Los

jóvenes de la Córdoba

libre! Un proyecto de regeneración moral y

cultural, de MINA ALEJANDRA NAVARRO, se terminó de impri-

mir el 14 de octubre de 2009 en NA- VARRO Editores, Coyoacán, México, D.F.,

e-mail: [email protected]. La edi- ción consta de 300 ejemplares. Para su com-

posición se utilizó el tipo Garamon de 9, 10, 11, 12 y 14. La impresión estuvo al

cuidado de Jorge Navarro y la edi- ción general a cargo de

Irving Reynoso Jaime

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