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Gilbert Keith Chesterton

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El distributismo y la cuestión social

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Índice

INTRODUCCIÓN. UNA ECONOMÍA AL SERVICIODE LA PERSONA 9

I. ALGUNAS IDEAS GENERALES 151. El principio de la disputa 172. La hora crítica 333. La posibilidad de recuperación 475. Sobre un sentido de la proporción 59

II. ALGUNOS ASPECTOS DE LA GRAN EMPRESA 691. El engaño de las grandes tiendas 712. Un malentendido acerca del método 793. Un caso en cuestión 904. La tiranía de los trust 97

III. ALGUNOS ASPECTOS DE LA TIERRA 1091. La simple verdad 1132. Votos y voluntarios 1173. El verdadero vivir de la tierra 129

IV. ALGUNOS ASPECTOS DE LA MÁQUINA 1381. La rueda del destino 1392. La fábula de la máquina 1483. El día de fiesta del esclavo 1584. El hombre libre y el automóvil Ford 166

V. UNA NOTA SOBRE LA EMIGRACIÓN 1761. La necesidad de un espíritu nuevo 1772. La religión de la pequeña propiedad 188

VI. RESUMEN 200

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INTRODUCCION

UNA ECONOMIA AL SERVICIO DE LAPERSONA

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) es un escritorbien conocido en el ámbito cultural español, no sólo porquemuchas de sus obras fueron inmediatamente vertidas anuestra lengua, o porque de unos años a esta parte diversascasas editoriales han emprendido la encomiable tarea depublicar nuevas traducciones o recuperar las antiguas, sinosobre todo porque las ideas, el estilo y el humor del granautor británico captan pronto la atención y el interés del

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público y hallan resonancia en la mente y el corazón desus lectores. Pero entre ellos, curiosamente, no seencuentran sólo personas que comparten su forma de entenderla vida, sino también quienes, discutiéndola y pensando conesquemas muy diversos y aun opuestos a los del polemistacatólico, sin embargo se sienten a gusto con su lectura, queles interpela y les mueve a reflexión, como si se encontrarandebatiendo con un buen amigo.

Ahora bien, a Chesterton se le conoce entre nosotrossobre todo por su obra literaria -El hombre que fue Jueves,los innumerables relatos del Padre Brown, La esfera y lacruz, El retorno de Don Quijote, el Napoleón de NottingHill-, etc., por sus ensayos filosóficos y apologéticos -Ortodoxia, Herejes, El hombre eterno-, por su deliciosaAutobiografía o incluso por algunos de sus magníficospoemas, como Lepanto. Pero hay al me nos otros dos camposen los que su genio muestra el enorme sentido común queposee, su sólida concepción del hombre, la atractiva bellezade su escritura, la acerada precisión de sus ideas y lasugerente originalidad de sus perspectivas y, sin embargo, noson tan conocidos para el público de nuestra lengua. Talescampos son el de la crítica literaria -en donde sigue siendoun nombre de ineludible referencia sobre autores comoDickens, Shaw, Stevenson, Chaucer y el propioShakespeare- y el del pensamiento social, político yeconómico.

De lo mucho que Chesterton escribió sobre esteúltimo campo, dos son quizás las obras más significativas:Lo que está mal en el mundo -cuyo centenario se celebraen este año 2010- y Los límites de la cordura, de 1926,que aquí publica felizmente El Buey Mudo rescatando paraello la traducción de María Raquel Bengolea. Aunque ambasobras aparecieron en nuestro idioma hace ya décadas, noparece que hayan tenido, sin embargo, la misma repercusiónque otras. Esperamos que esta nueva edición de Los límitesde la cordura contribuya a que la obra alcance toda ladifusión que merece, puesto que estamos convencidos de

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que las ideas que el autor plasma en ella ayudan areflexionar sobre la llamada «cuestión social» y puedenresultar fecundas. Sin duda, tales ideas adquierenrelevancia en un contexto como el de la actual crisisfinanciera, en el que ha llegado a cuestionarse la validez delmodelo capitalista. Y sin duda también esas ideas encuentranexplicación de su origen en el propio contexto social delautor. Nos parece, sin embargo, que su valor esencial noreside allí -en la aplicación a su contexto o al nuestro,aunque en ambos casos esto pueda ser útil e inclusonecesario- sino sobre todo en el planteamiento de fondo quepropone y que consiste en una revisión del sistema social,político y económico para poner, como principio yfundamento de todo sistema que en esos ámbitos quierapresentarse como auténtico, la dignidad de la persona.

Uno de los rasgos característicos de la modernidaddel siglo XIX y XX que más irritaba a Chesterton era esamanía dialéctica de enfrentar aspectos de la realidad quequizás más que opuestos son complementarios. Así, lamodernidad parecía oponer en una lucha a muerte elindividuo a la sociedad, de modo que, en consecuencia unoestaba obligado a elegir y para afirmar la libertadindividual terminaba olvidando el carácter solidario de losseres humanos, o bien elegía permanecer en unión y compañíade otros hombres y entonces renunciaba -y combatía- todanoción de la libertad individual. En otras palabras, en eltiempo de Chesterton -y en gran medida también en el nuestro-se notaba ya una fuerte tendencia a considerar que si uno noera un socialista estaba condenado a ser un liberal, yviceversa. De este modo, aunque uno compartiera la fe en lalibertad del ser humano que el liberalismo dice profesar, si seatrevía a sugerir con timidez que quizás ese mismo ser humanoque es libre debería de igual modo reconocer que estáoriginariamente -y por tanto de forma no absolutamentelibre- vinculado a otros seres humanos y que esto tal vezimplicaba algún tipo de responsabilidad respecto de losotros, se le podía acusar directamente de «bolchevique»

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y «destructor de las libertades individuales». Expulsado asídel club de los liberales y obligado a identificarse con losseguidores del señor Marx (Karl), se encontraríaprobablemente a gusto entre ellos cuando hablaran de lasbondades de la sociedad humana y de lo importante ynecesaria que era en sí misma. Pero si llevaba entonces sureflexión un poco más allá y les hacía ver a sus nuevoscorreligionarios que el fin de tal sociedad es, en el fondo,la perfección de la persona y que, por tanto, la sociedad nodebe ser tan fuerte que llegue a disolver al individuo en unamasa anónima toda teñida de rojo y a privarle de sulibertad, en ese preciso momento era tachado de «burguésexplotador» e «individualista insolidario». Así, fuera tambiénde este otro grupo, nuestro hombre se encontraba -y quizás seencuentra todavía- en una tierra de nadie. Y todo esto es, en elfondo, porque la modernidad ha creído que debe afirmar ydefender sin fisuras ni matices uno de los dos polos: olibertad o sociedad.

Chesterton, sin embargo, estaba convencido de queestas actitudes dialécticas y excluyentes eran en realidadmodalidades de sendas herejías. Pues la herejía no consisteen negar la verdad, sino en aferrarse a un solo aspecto dela verdad y desde allí juzgar -es decir, pre-juzgar- laexistencia y reducirla toda a ese único aspecto. Por esotoda herejía -y toda ideología, como justificación del poderpor el poder, es en este sentido herética- termina siendonegativa, reduccionista y excluyente, lo cual se ve en lasdefiniciones que suelen dar del hombre y de la realidad, quevan siempre por fórmulas del tipo: «el hombre no es otracosa que...(y aquí puede ponerse: libertad, o sociedad, ogenes, o educación, o cualquier otro aspecto que, de algúnmodo, configure al hombre)». La realidad -y la realidad delhombre-, sin embargo, es mucho más abierta, amplia ypositiva. Porque es verdad que el hombre es libre, pero esigualmente verdad que es social y si estos dos aspectos sedan en él no deberían entenderse como opuestos, sino comoun contraste que busca y mueve a integrarlos en una

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armónica complementariedad; y aunque esta tarea no seafácil, en ella va implicada la plenitud del hombre. Desdeesta perspectiva, la sociedad puede ser vista como el marcoadecuado para el desarrollo de la libertad individual y éstacomo la condición necesaria y el impulso para mejoraraquélla.

Pero tal planteamiento que pretende equilibrar losdiversos aspectos de la existencia humana supone ladefinición de una antropología, de una visión del hombre. Ytoda antropología que quiera de verdad serlo, debe analizara fondo la realidad del ser humano. El análisis que deello hizo Chesterton le llevó a proponer, junto con otrosautores como Hilaire Belloc (1870-1956), unas pautas parala configuración de un modelo económico y social como unaalternativa no sólo real y posible frente a los sistemas queentonces estaban vigentes -el socialista y el liberal, perotambién el fascista y el nazi-, sino, sobre todo, mejorfundamentada que todos esos sistemas que, en el fondo, porun lado o por otro, se nutren de aquellas fuentes modernas,hegelianas y hobbesianas que consideran que para afirmarel yo -individuo, clase, estado o raza- es necesario destruir altú, aunque en esa destrucción desaparezcamos todos, que yavendrá la «síntesis» a salvarnos con una nueva existencia...Por eso, con un enfoque basado sólidamente en ladignidad de la persona humana, Chesterton y Bellocpropusieron, sobre la estela y a impulso de la RerumNovarum (1891) de León XIII, un modelo que terminórecibiendo el nombre de «distributismo». Si bien este nombrecarece de todo atractivo publicitario, responde sin embargoa una de sus ideas centrales: la recta y justa distribuciónde la propiedad, como marco y condición material necesariapara garantizar el desarrollo, la libertad y la dignidad de lapersona humana.

Chesterton dedicó largos años de su vida a pensar yexponer ese modelo. Lo hizo, sobre todo, en las páginas delsemanario que dirigía, el G.K's. Weekly, cuyo origen estabaen el que su hermano Cecil y Belloc fundaron en 1911 con

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otra cabecera, The Eye Witness y luego The New Witness.El libro que el lector tiene en sus manos recoge algunos deesos artículos. Aunque el autor ha procurado agruparlos enbloques más o menos temáticos, decidió -como explica ensus primeras páginas- dejarlos en la forma en que fueronoriginalmente publicados. Si bien por eso puede parecer quepasa de un tema a otro sin una rigurosa continuidadsistemática, no es menos cierto que cada uno de ellos tratadeterminadas ideas de forma más o menos redonda ycompleta y, desde luego, está presente el hilo conductor detodos los artículos, que es el distributismo. Así, en estaspáginas se destila lo esencial del pensamiento económico ysocial de Chesterton, con buenas dosis de su proverbialhumor, ironía y paradoja. Sobre esto último conviene hacerun comentario: la fuerza del estilo y ese carácter muy suyode jovialidad y alegría pueden desviar la atención del lectorhacia estos aspectos formales y hacerle perder o al menosminusvalorar las ideas de fondo. Para él, sin embargo, estasideas eran de los asuntos más serios de su vida, que quedócon ellas comprometida. Dicho esto, sólo nos queda haceruna última sugerencia: tal vez, el modo más adecuado deleer a Chesterton sea acompañar el libro de un vaso debuen vino y los aromas de un cigarro habano, como se haceal debatir con los amigos, según decíamos al inicio. Esprobable que este ritual de lectura disguste a los partidarios ypromotores de lo políticamente correcto, pero a ellos tambiénles ha molestado siempre la cercanía de Chesterton, y desdeluego no serán partidarios de estas página. En el pecado vala penitencia: ellos se lo pierden.

SALVADOR ANTUÑANOALEAProfesor titular de Humanidades Universidad Francisco de Vitoria (Madrid)

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I

ALGUNAS IDEAS GENERALES

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1. El principio de la disputa

Se me ha pedido que vuelva a publicar estas notas,aparecidas en un semanario, como esquema general de ciertosaspectos de la institución de la propiedad privada, ahoratan completamente olvidada en medio de los alborozosperiodísticos sobre la empresa privada. El hecho mismo deque los editores hablen tanto acerca de la última y tan pocoacerca de la primera señala el tono moral de la época. Esevidente que el carterista es un defensor de la empresaprivada. Pero quizá sería exagerado decir que el carteristaes un defensor de la propiedad privada. Lo característicodel capitalismo y del mercantilismo, según su desarrolloreciente, es que en realidad predicaron la extensión de los

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negocios más que la preservación de las posesiones. En elmejor de los casos han tratado de adornar al carterista conalgunas de las virtudes del pirata. Lo característico delcomunismo es que reforma al carterista prohibiendo losbolsillos.

En general, me parece que los bolsillos y los bienes nosólo tienen una justificación más normal, sino también másdigna que el individualismo algo bajo que habla tanto sobrela empresa privada. Con la esperanza de que puedanayudar a otros a comprenderlo, he decidido reproducirestos estudios tal cual están, aunque fueran unos escritosprecipitados y a veces simples apuntes. Es, ciertamente,muy difícil reproducirlos en esta forma, porque fueronnotas editoriales para una controversia en gran partedirigida por otros; pero la idea general, por lo menos, estápresente. De cualquier modo, la expresión «empresa privada»no es una forma muy noble de afirmar la verdad que encierrael décimo mandamiento. Aunque hubo un tiempo en que fuehasta cierto punto una forma verdadera. Los radicales deManchester predicaron una competencia más bien cruda ycruel; pero por lo menos ponían en práctica lo quepredicaban. Los diarios que elogian ahora la empresa privadapredican lo más opuesto a todo lo que todos ellos sueñancon practicar. Toda industria y oficio tiende hoy,prácticamente, hacia las grandes combinaciones comerciales,a menudo más autoritarias, más impersonales, másinternacionales que muchas de las naciones comunistas;fórmulas que son, como poco, colectivas, si no colectivistas.Está muy bien repetir aturdidamente «¿adónde vamos contodo este bolchevismo?». Es igualmente apropiado agregar«¿adónde vamos, incluso sin este bolchevismo?». Larespuesta obvia es: al monopolio. Ciertamente, no vamos ala empresa privada. Sería más exacto llamar juicio privado ala Inquisición española que empresa privada al monopolio.El monopolio no es privado ni emprendedor. Existe paraimpedir la empresa privada. Y ese sistema de trust omonopolio, esa destrucción completa de la propiedad,

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serían todavía la meta de todo nuestro progreso si nohubiera bolchevismo en el mundo.

Yo soy uno de los que creen que el remedio contra lacentralización es la descentralización. Se ha dicho que es unaparadoja. Aparentemente tiene algo de mágico y fantásticodecir que cuando el capital ha llegado a estar en manos depocos lo que corresponde es devolverlo a las manos demuchos. El socialista lo colocaría en manos de menosgente todavía; y estas personas serían los políticos, quienes,como sabemos, lo administran siempre en provecho de losmuchos. Pero antes de ofrecer al lector lo que fue escritodurante lo más reñido de la controversia, creo que seránecesario prologarlo con estos pocos párrafos, para explicaralgunos de los términos y ampliar algunos de los supuestos.Desde el semanario, yo discutía con gente que conocía laclave de este particular debate; pero para ser claramentecomprendidos por más gente debemos empezar con unaspocas definiciones o, al menos, calificaciones. Aseguro allector que doy a las palabras un sentido bien definido, aunquees posible que él las use dándoles un sentido diferente; detodos modos, una confusión de este tipo no llega ni siquiera alrango de diferencia de opinión.

Capitalismo, por ejemplo, es en realidad una palabramuy desagradable. Sin embargo, lo que pienso cuando ladigo es bien definido y definible; sólo que el nombre esuna palabra muy poco aplicable a él. Pero es evidente quehay que llamarlo de algún modo. Cuando digo«capitalismo», por lo común quiero decir algo que puedeformularse así: «Aquella organización económica dentro dela cual existe una clase de capitalistas, más o menosreconocible y relativamente poco numerosa, en poder de lacual se concentra el capital necesario para lograr que unagran mayoría de los ciudadanos sirva a esos capitalistaspor un sueldo». Este especial estado de cosas puede existir,y existe; y debemos llamarlo de alguna manera y discutirlode algún modo. Pero no hay duda de que es una palabra muymala, porque la usa otra gente para designar cosas muy

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distintas. Algunos parecen querer indicar con ellasimplemente la propiedad privada. Otros suponen que porcapitalismo debe entenderse cualquier cosa que implique usode capital, aunque esa acepción es muy literal, y tambiéndemasiado vaga, e incluso demasiado amplia. Si lautilización de capital es capitalismo, entonces todo escapitalismo. El bolchevismo es capitalismo y el comunismoanarquista es capitalismo; y todo sistema revolucionario, pordescabellado que sea, sigue siendo capitalismo. Lenin yTrotsky creen, como Lloyd George y Thomas, que losmanejos económicos de hoy deben dejar algo para losmanejos económicos de mañana. Y eso es lo que significacapital en su sentido económico. En ese caso la palabra esinútil. El uso que yo hago de ella puede ser arbitrario,aunque no es inútil. Si capitalismo quiere decir propiedadprivada, soy capitalista. Pero si capitalismo significa estaparticular condición del capital, sólo entregado a la masabajo forma de salarios, entonces debería significar algo másque propiedad privada.

La verdad es que lo que llamamos capitalismodebería llamarse proletarismo, pues lo que lo caracteriza noes el hecho de que algunas personas posean capital, sino quela mayoría sólo tengan salarios porque no tienen capital. Enmis tiempos hice un esfuerzo heroico para andar por elmundo diciendo siempre proletarismo en vez de capitalismo.Pero la mía fue una senda espinosa, sembrada de molestias ymalentendidos. Cuando critico al duque de Northumberlandpor su proletarismo, no se me llega a comprender. Cuandodigo que coincidiría a menudo con el Morning Post si éste nofuera tan deplorablemente proletario, parece haber algúnextraño impedimento momentáneo para la comunión deespíritu con espíritu. Sin embargo, eso sería estrictamentecierto; porque de lo que me quejo es de que en la defensacorriente del capitalismo existente se justifique el hecho demantener a la mayoría en una dependencia asalariada; estoes, de que se mantenga a la mayoría de los hombres sin uncapital. No pertenezco al tipo de hombre riguroso que

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prefiere expresar correctamente lo que no quiere decir antesque expresar incorrectamente lo que quiere decir. Me es deltodo indiferente el término comparado con la significación.No me importa si nombro una cosa u otra con esta simplepalabra impresa que empieza con «c», en tanto que seaplique a una cosa y no a otra. No tengo inconveniente enusar un término tan arbitrariamente como se usa un signomatemático, con tal de que sea aceptado como signomatemático. No tengo inconveniente en llamar x a lapropiedad y al capitalismo y, con tal de que nadie pienseque es necesario decir x=y. Y no tengo inconveniente endecir «gato» en vez de capitalismo y «perro» en lugar dedistributismo, con tal de que la gente comprenda que ambascosas son lo bastante diferentes como para reñir como elperro y el gato. La propuesta de una mayor distribución delcapital sigue siendo la misma, llamémosla como lallamemos, o en cualquier forma que llamemos la presente ynotoria oposición a ella. Es lo mismo afirmarla diciendoque hay demasiado capitalismo en un sentido o demasiadopoco capitalismo en otro. Y en realidad resulta bastantepedante decir que el uso del capital debe ser capitalista.Con igual justicia podríamos decir que todo lo socialdebe ser socialista, que el socialismo puede identificarsecon una velada social o con un banquete. Lo cual, sientodecirlo, no es verdad.

No obstante, existe tanta vaguedad verbal alrededor delsocialismo, que hace falta una definición. El socialismo es unsistema que hace a la unidad colectiva de la sociedadresponsable de todos sus procesos económicos, o de todosaquellos que afectan a la vida y la subsistencia esencial. Sise vende algo importante, lo ha vendido el Gobierno; si se hadonado algo importante, lo ha donado el Gobierno; cuandose tolera algo importante, el Gobierno es responsable porhaberlo tolerado. Es el mismísimo reverso de la anarquía: esun entusiasmo extremado por la autoridad. Es digno, enmuchos aspectos, de la jerarquía moral de la inteligencia; esla aceptación colectiva de una responsabilidad muy acabada.

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Pero es tonto que los socialistas se lamenten de que digamosque acarrea una pérdida de la libertad. Es casi igualmentetonto que los antisocialistas se lamenten de la brutalidadantinatural y desequilibrada del Gobierno bolchevique alaplastar toda oposición política. Porque allí es el Gobiernoquien provee de todo; y es absurdo pedir al Gobierno queprovea una oposición.

No se puede acudir al sultán y reprocharle: «No haarreglado las cosas para que su hermano lo destrone y seapodere del califato». No se puede pedir al reymedieval: «Tened la bondad de prestarme dos mil lanzasy mil arqueros, pues quiero rebelarme contra vos». Menosaún puede reprocharse a un Gobierno que pretendeconstruirlo todo el que no haya construido nada paraderribar lo construido. La oposición y la sublevacióndependen de los bienes y de la libertad. Sólo puede sertolerada allí donde se ha permitido que echen raíces otrosderechos aparte del derecho central del gobernante. Esosderechos deben estar protegidos por una moralidad quehasta el gobernante vacilará en desafiar. El crítico del Estadosólo puede existir cuando un sentido religioso del derechoprotege sus pretensiones de un arco y una lanza propios; o,por lo menos, de tener su propia pluma o su propia imprenta.Es absurdo suponer que podría tomar prestada la pluma realpara abogar por el regicidio o utilizar las imprentas delGobierno para revelar la corrupción de éste. Sin embargo, elsocialismo afirma enfáticamente que, a menos que todas lasimprentas sean imprentas del Estado, existe la posibilidad deque los impresores sean oprimidos. La justicia del Estado loabarca todo, es como poner todos los huevos en el mismocesto: muchos serán huevos podridos.

Hará unos quince años que algunos de nosotrosempezamos a predicar, desde los viejos New Age y NewWitness, una política de pequeña propiedad distribuida(política que desde entonces ha tomado el nombre chabacano,pero exacto, de distributismo), contra los dos extremos delcapitalismo y el comunismo, como hubiéramos dicho

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entonces. La primera crítica que recibimos nos llegó de losfabianos más talentosos, especialmente del señor BernardShaw. Y la forma que tomó esa primera crítica fue la dedecirnos simplemente que nuestro ideal era de realizaciónimposible. Que se trataba sólo de un caso de católicacredulidad en los cuentos de hadas. La ley de arrendamiento yotras leyes económicas hacían inevitable que los pequeñosarroyuelos de la propiedad desembocaran en el charco dela plutocracia. En verdad, fue la agudeza fabiana y nosolamente el necio tory quien afrontó nuestra visión con aquelvenerable arranque: «Si mañana todo estuviera repartido...».Con todo, aun en aquellos días tuvimos una respuesta, yaunque desde entonces hemos encontrado muchas otras, seaclarará el asunto si repito esta cuestión de principio. Esverdad que creo en los cuentos de hadas, en el sentido de queme maravilla tanto lo que existe que soy el más dispuesto aadmitir lo que podría existir. Comprendo al hombre que creeen la serpiente marina porque cree que hay más peces en elmar de los que alguna vez han salido de él. Pero locomprendo todavía más porque el otro hombre, en su fervorpara refutar la existencia de la serpiente marina, arguye que nosólo no hay serpientes en Islandia, sino que no las hay entodo el mundo. Supongamos que el señor Bernard Shaw,juzgando esta credulidad, me censurara por creer (porpalabras de algún embustero sacerdote) que puedenarrojarse piedras al aire y quedar suspendidas como unarco iris. Supongamos que me dijera dulcemente que nodebería creer en ese cuento papista de las piedras mágicasdespués de haber escuchado alguna vez la explicación sobrela ley de la gravedad. Y supongamos que, después de todoesto, yo descubriera que se refería sólo a la imposibilidadde construir un arco. Creo que la mayor parte de nosotrosllegaríamos a dos conclusiones principales acerca de él y desu escuela. En primer lugar los consideraríamos muy malinformados sobre lo que realmente significa reconocer una leyde la naturaleza. Puede reconocerse una ley de la naturalezaresistiéndose a ella, o superándola, o aun usándola contra sí

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misma, como en el caso del arco. Y, en segundo lugar,pensaríamos (con mucha más firmeza) que estabansorprendentemente mal informados acerca de lo que ya se hahecho sobre la tierra.

De modo similar, el primer hecho de la discusiónsobre si es posible que existan pequeñas propiedades es elhecho de que existen. Y es hecho casi igualmente inequívocoque no sólo existen, sino que perduran. El señor Shawafirmaba, con una especie de furia abstracta, que «laspequeñas propiedades no permanecerán pequeñas». Ahorabien, resulta interesante señalar aquí que los que se oponen acualquier cosa semejante al propietario múltiple le hacen aéste dos acusaciones del todo incompatibles. Nos dicencontinuamente que la vida campesina en tierra latina o encualquier otra tierra es monótona, que no progresa, que estáplagada de supersticiones y que es una especie dereminiscencia de la Edad de Piedra. No obstante, auncuando nos denigran con su reminiscencia, afirman quenunca podrá sobrevivir. Muestran al campesino como a unhombre permanentemente atascado en el fango, y rehúsanplantarlo en cualquier otra parte, en el terreno específicodonde no se atascaría. Ahora bien, el primero de los dostipos de acusación es bastante discutible. Los críticos, paraacusar a los campesinos, deben admitir que existencampesinos a quienes acusar. Y si fuera verdad que siempretendieron a desaparecer rápidamente, no sería cierto loque se refiere a las costumbres primitivas y a lasopiniones conservadoras, lo que hace que los campesinosse hayan convertido en el objeto de los reproches de loscríticos. Por sentido común, no pueden acusar a algo a lavez de anticuado y de efímero. En verdad es un hechosimple, visible a pleno día, que las pequeñas propiedadeslabriegas no son efímeras. Pero, en cualquier caso, el señorShaw y los de su escuela no deberían decir que esimposible construir arcos, para luego decir que desfiguranel paisaje. El Estado distributivo no es una hipótesis quedeben demoler: es un fenómeno que deben explicar.

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La verdad es que la idea de que la pequeñapropiedad evoluciona hacia el capitalismo es un retratoexacto de lo que prácticamente no sucede nunca. Hasta loshechos materiales dan testimonio de la verdad, hechos que,me parece, han sido curiosamente pasados por alto. Nuevede cada diez veces su cede que una civilización industrialdel moderno tipo capitalista no surge, surja dondesurgiere, en lugares donde ha habido hasta entonces unacivilización distributiva como lo es la de labriegos. Elcapitalismo es un monstruo que crece en los desiertos. Laservidumbre industrial ha surgido, en casi todos los casos,en aquellos espacios vacíos donde la civilización anteriorse hallaba debilitada o ausente. Por eso creció másfácilmente en el norte de Inglaterra que en el sur de este país;precisamente porque el norte había estado relativamentedesocupado y había sido relativamente bárbaro durantetodas las épocas en que el sur tuvo una civilización decorporaciones y labradores. Por eso se desarrolló másfácilmente en el continente americano que en el europeo:precisamente porque en América no suplantaba más que aunos pocos salvajes, en tanto que en Europa tuvo queremplazar a una cultura de numerosas explotacionesagrarias. En todas partes ha habido una transición de lachoza de barro a la ciudad fabril. Allí donde la choza debarro se convirtió en realidad, la labranza libre no haavanzado desde entonces una sola pulgada hacia la ciudadfabril. Allí donde había mero señor y simple siervo, casiinstantáneamente podían convertirse en mero empleador ysimple empleado. Allí donde ha habido hombre libre, auncuando fuera relativamente menos rico y poderoso, su solorecuerdo ha hecho imposible un capitalismo industrialcompleto. Quien ha sembrado esta cizaña capitalista es unenemigo, pero un enemigo cobarde. Porque sólo ha podidosembrarla en lugares desolados, donde no hay trigo que brotey la sofoque.

Para retomar nuestra parábola, primero decimos queexisten los arcos; y no solamente existen, sino que

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permanecen. Cien acueductos y anfiteatros romanos estánahí para mostrar que pueden permanecer tanto o más tiempoque cualquier otra cosa. Y si una persona progresista nosinforma de que un arco se convierte siempre en una chimeneade fábrica, o aun que un arco acaba siempre por caer porquees más débil que una chimenea de fábrica, o incluso que,caiga donde cayere, la gente comprende que deberemplazarlo por una chimenea de fábrica, entonces seremostodavía lo bastante audaces como para poner en duda esastres afirmaciones. Lo más que podríamos admitir es que elprincipio en que se basa la chimenea es más simple que elprincipio del arco; y por esa mismísima razón la chimeneade fábrica, como la torre feudal, se levanta más fácilmenteen un desierto horrible y yermo.1

Pero la imagen tiene además otra aplicación. Si eneste momento los países latinos se toman como modelo enlo referente a la pequeña propiedad es sólo en el sentido enque hubieran sido, a través de determinados periodos de lahistoria, los únicos ejemplares de arco. Hubo un tiempo enque todos los arcos eran romanos; y en ese tiempo un hombreque viviera junto al Liffey o al Támesis sabría tan pocoacerca de ellos como sabe el señor Shaw acerca de lospropietarios campesinos. Pero eso no significa que luchemospor algo puramente extranjero, o que enarbolemos el arcocomo una especie de enseña italiana; como tampoco queremosponer al Támesis tan amarillo como el Tíber ni deseamosespecialmente probar los macarrones o el paludismo. Elprincipio del arco es humano, y aplicable a la humanidad ypor la humanidad. También lo es el principio de lapropiedad privada bien distribuida. El hecho de que unospocos arcos romanos hayan quedado en ruinas en Inglaterra noes prueba de que no puedan construirse arcos; por el contrario,es prueba de que pueden construirse.

Y ahora, para completar la coincidencia o analogía,¿cuál es el principio del arco? Si se quiere, puede decirseque es una afrenta a la gravitación, aunque sería más exactodecir que es una exhortación a la gravitación. El principio

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afirma que si combinamos piedras separadas de una formaparticular, de un modo particular, podemos lograr que supropia tendencia a caer les impida caer. Y aunque miimagen es simplemente un ejemplo, permanece inmutablecuando se aplica al éxito de propiedades más igualadas. Loque sostiene el arco es la compensación de la presión de cadapiedra separada sobre cada una de las otras. Lacompensación es a la vez ayuda mutua y mutuo obstáculo. Noresulta difícil mostrar que dentro de una sociedad sana lapresión espiritual de diferentes propiedades privadas actúaexactamente en la misma forma. Pero si la otra escuela hallainsuficiente la clave o la comparación, debe buscar algunaotra. Es claro que las fuerzas naturales no pueden anular elhecho. Decir que una ley como la ley de arrendamiento seopone a él es verdad sólo en el mismo sentido en quemuchas leyes naturales se oponen a toda moralidad y a lamisma esencia de la naturaleza humana. En tal sentido, losargumentos científicos están tan fuera de lugar aplicados anuestra causa en pro de la propiedad como decía el señorShaw que lo estaban en su causa contra la vivisección.

Por último, no sólo es verdad que el arco de lapropiedad permanece; es verdad que la construcción detales arcos aumenta tanto en cantidad como en calidad. Elcampesino francés anterior a la Revolución, por ejemplo, yaera vagamente propietario; ha hecho su propiedad másprivada y más absoluta, no menos. Ahora es menos probableque nunca que los franceses abandonen el sistema, cuando porsegunda vez, si no por centésima, ha demostrado ser el tipode prosperidad más estable en medio de la tensión de laguerra. En Irlanda, una revolución igualmente heroica, yaún más invencible, ya ha hecho caso omiso tanto del sueñosocialista como de la realidad capitalista, con una energíaarrolladora, cuyos límites nadie ha osado todavía prever. Así,cuando el amplio arco de romanos y normandos habíaquedado durante larguísimo tiempo como una especie dereliquia, el renacimiento de la cristiandad le encontró nuevaaplicación y beneficio. En un instante creció hasta la altura

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titánica del gótico, donde el hombre parecía ser un dios quehubiera suspendido sus mundos de la nada. Entonces sereveló otra vez algo de aquel antiguo secreto que tanextrañamente había representado al sacerdote comoconstructor de puentes. Y cuando observo hoy algunos de lospuentes construidos por encima del aire, comprendo que unhombre los llame aún imposibles como única alabanzaposible.

¿Qué queremos decir con eso de la «igualdad depresión» de las piedras de un arco? Ya se hablará sobreesto con más detalle, pero, en general, queremos decir que lapasión moderna a favor de un incesante e impacientecomprar y vender va acompañada de una desigualdadextrema de hombres demasiado ricos y demasiado pobres. Laexplicación de la continuidad de las comunidades labriegas(que sus contrarios se ven simplemente forzados a dejar sinexplicar) es que, donde existe esa independencia, se lavalora como se valora cualquier otra dignidad cuando sela considera corriente en un hombre; como se valora que noande desnudo ningún hombre, ni que a ningún hombre se lepague su jornal golpeándolo con un palo.

La tesis de que aquellos que empiezan razonablementeiguales no pueden permanecer razonablemente iguales esuna falacia enteramente fundada en una sociedad dentro dela cual los hombres empiezan siendo extremadamentedesiguales. Es absolutamente cierto que cuando elcapitalismo ha sobrepasado cierto punto, las fracciones dela propiedad dividida son fácilmente devoradas. Dicho conotras palabras, es verdad cuando hay pequeña cantidad depropiedades pequeñas, pero es totalmente falso cuando haygran cantidad de pequeñas propiedades. Es ilógico discutirdesde el torrente de las grandes empresas y la derrota delas pequeñas empresas lo que siempre tiene que sucedercuando las partes sean más parejas. Es probar desde elNiágara que no existen los lagos. Inclinado el lago, toda elagua correrá en una dirección, como corre en unadirección toda la tendencia económica de la desigualdad

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capitalista. Que dejen el lago como lago, o el nivel comonivel, y nada impedirá que el lago permanezca hasta eljuicio final, como parece probable que permanezcan hasta eljuicio final muchos niveles de comunidades labriegas. Laexperiencia prueba este hecho, aunque no puede explicarsepor la experiencia; pero, en realidad, es posible sugerir nosólo la experiencia, sino también la explicación. La verdades que no hay tal tendencia económica a la desaparición dela pequeña propiedad hasta que esa propiedad se hace tanpequeña que deja de obrar como propiedad. Si un hombreposee cien acres y otro posee medio acre, es bastanteprobable que éste sea incapaz de vivir en medio acre. Yhabrá una tendencia económica que le hará vender su terrenoy convertirá al otro hombre en orgulloso propietario de cienacres y medio. Pero si un hombre posee treinta acres y otrocuarenta, no hay tendencia económica de ninguna especie quelleve al primero a vender al segundo. Es simplemente falsodecir que el primer hombre no puede estar seguro de treintaacres y el segundo conforme con cuarenta. Es puro disparate;como decir que cualquier hombre que tenga un bull-terrierestá destinado a vendérselo a alguno que tenga un mastín. Escomo decir que no puedo ser dueño de un caballo porquetengo un vecino excéntrico dueño de un elefante.

Inútil es decirlo: aquellos que insisten en que nopuede existir la propiedad aproximadamente compensadabasan todo su argumento en la idea de que ha existido. Afin de probar lo que se proponen, tienen que suponer quela gente de Inglaterra, por ejemplo, empezó siendo igual yllegó rápidamente a la desigualdad. Y no hace más quecompletar lo caprichoso de toda su posición el hecho deque den por sentada la existencia de aquello que consideranuna imposibilidad en el único caso en que en realidad noocurrió. Hablan como si diez mineros hubieran disputadouna carrera y uno de ellos se hubiera con vertido enduque de Northumberland. Como si el primer Rothschildhubiera sido un campesino que fue plantando con pacienciamejores repollos que los demás campesinos. La verdad es

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que Inglaterra se convirtió en un país capitalista porque hacíatiempo que era un país oligárquico. Sería mucho más difícilseñalar de qué modo un país como Dinamarca tuvo quehacerse oligárquico. Pero la causa se hace aún más sólidacuando al sentido económico agregamos el ético. Una vezestablecida una propiedad ampliamente dispersa, hay unaopinión pública más fuerte que cualquier ley; y en realidadmuy a menudo (cosa todavía más notable en los tiemposmodernos) hay una ley que es expresión de la opiniónpública. Quizá sea muy difícil para la gente modernaimaginar un mundo en el cual los hombres no seangeneralmente admirados por su codicia y por aplastar a susprójimos; pero les aseguro que todavía quedan realmentesobre la tierra tan extraños pedazos de paraíso terrenal.

La verdad es que esta primera objeción de laimposibilidad en abstracto va contra todos los hechos de laexperiencia y la naturaleza humana. No es cierto que un hábitomoral no pueda mantener contentos a la mayoría de loshombres razonables. Es como si dijéramos que, como algunoshombres atraen a las mujeres más que otros, por eso eraimposible que en tiempos de la reina Victoria los habitantesde Balham se adaptaran al molde monogámico de una mujercon cada hombre. Tarde o temprano, podría decirse, seencontraría a todas las mujeres apiñadas alrededor de lospocos que las fascinaban, y no quedaría más que el celibatopara la mayoría de los no atractivos. Tarde o temprano elbarrio tendría que consistir en cien ermitas y tres harenes.Pero no es éste el caso. Lo sería si la tradición moral delmatrimonio se perdiera realmente en Balham. Mientras vivaesa tradición moral, mientras se repruebe el robo de lasmujeres de los otros y se admire la fidelidad a un esposo,habrá límites para la capacidad del libertino másdesenfrenado de Balham en lo que se refiere a cualquierintento de perturbar el equilibrio de los sexos. Así tambiéncualquier acaparador de tierras encontraría rápidamente queexisten límites para comprar tierra en una aldea irlandesa,española o serbia. Cuando se considera verdaderamente

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odioso apoderarse de la viña de Naboth, o quitarle la mujera Urías, resulta fácil encontrar un profeta del lugar quepronuncie el juicio del Señor. En una atmósfera decapitalismo se adula al hombre que amontona tierra sobretierra; pero en una atmósfera de propiedad pronto se le haráburla, o posiblemente sea apedreado. La conclusión es quela aldea no se ha sumido en la plutocracia ni el suburbio enla poligamia. La propiedad es una cuestión de honor. Lapalabra verdaderamente opuesta a «propiedad» es«prostitución». Y no es cierto que el ser humano vendasiempre aquello que es sagrado para ese sentido de propiedadpropia, sea el cuerpo o el lindero. Unos pocos lo hacen enambos casos, y al hacerlo se convierten siempre en parias.Pero no es verdad que una mayoría deba hacerlo, y quienquiera que diga que lo es no sólo ignora nuestros planes ypropuestas, las visiones e ideales de alguien, eldistributismo o la división del capital por tal o cualprocedimiento, sino los hechos de la historia y la sustancia dela humanidad. Es un bárbaro que nunca ha visto un arco.

En las notas aquí apuntadas se hará evidente, claroestá, que la restauración de este modelo, simple como es, esmucho más complicada en una sociedad complicada. Aquísólo la he delineado en la forma más simple en que sehallaba, y todavía se halla, al comenzar nuestra discusión.Hago caso omiso de la opinión que sostiene que tal«reacción» no es posible. Sostengo el antiguo dogma místicoque dice que lo que el hombre ha hecho puede hacerlo elhombre. Mis críticos parecen sostener un dogma aún másmístico: que es absolutamente imposible que el hombre hagauna cosa porque la ha hecho. Eso parece ser lo que quieresignificarse cuando se dice que la pequeña propiedad es«anticuada». Significa en realidad que toda propiedad estámuerta. Nada puede alcanzarse por los métodos actualesexcepto la creciente pérdida de propiedad por parte de todoscomo algo absorbido en un sistema igualmente impersonal einhumano, lo llamemos comunismo o capitalismo. Si nopodemos volver atrás, parece que apenas valiera la pena

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seguir adelante.

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2. La hora critica

Cuando por un momento estamos satisfechos, o hartos,después de haber leído las últimas noticias de los círculossociales más altos, o los informes más exactos de lostribunales de justicia más responsables, nos volvemos demanera natural al folletín del diario, que se titulará«Envenenado por su madre» o «El misterio del anillo decompromiso rojo», en busca de algo más tranquilo y másserenamente convincente, más descansado, más doméstico ymás próximo a la vida real. Pero a medida que vamosvolviendo las páginas, al pasar de la realidad increíble a laficción relativamente creíble, es probable que nosencontremos con una frase particular sobre el temageneral de la degeneración social. Es una de las variasfrases que parecen guardarse ya estereotipadas en lasimprentas de los diarios. Como la mayoría de estas

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declaraciones sólidas, es de carácter consolador. Es como eltitular «esperanza de un arreglo», por el cual nosenteramos de que las cosas están desarregladas; o eso del«renacimiento de la industria», anuncio que es parte de loque tiene que hacer renacer periódicamente a la industriaperiodística. El dicho al cual me refiero reza así: lostemores acerca de la degeneración social no debeninquietamos, porque tales temores se han manifestado entodas las épocas; y siempre hay personas románticas yretrospectivas, poetas y demás basura, que miran atrás, a«felices viejos tiempos» imaginarios.

Lo propio de tales afirmaciones es que parecensatisfacer a la inteligencia; en otras palabras, lo propio detales pensamientos es que nos impiden pensar. El hombre queha elogiado así el progreso no cree necesario progresarmás. El hombre que ha desechado una queja por vieja noconsidera necesario decir nada nuevo. Se contenta conrepetir esta disculpa de las cosas existentes, y pareceincapaz de ofrecer ningún otro pensamiento sobre el tema.Claro está que es bien cierto que esta idea de la decadenciade un Estado ha sido sugerida en muchas épocas y por muchaspersonas, algunas de ellas, por desgracia, poetas. Así, porejemplo, a Byron, tan notoriamente taciturno ymelodramático, de un modo o de otro se le había metido en lacabeza que las islas de Grecia eran menos magníficas encuanto a artes y armas en los últimos tiempos de ladominación turca que en tiempos de la batalla de Salamina oLa República de Platón. Así también Wordsworth, figuraigualmente sentimental, parece insinuar que la república deVenecia no era tan poderosa cuando Napoleón la aplastócual chispa agonizante como cuando su comercio y su artellenaban los mares del mundo con un incendio de color.Muchos escritores de los siglos X V I I I y XIX hanllegado hasta a insinuar que la España modernadesempeñaba un papel menos importante que la España delos tiempos del descubrimiento de América o de la batallade Lepanto. Algunos, aún más carentes de ese optimismo que

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es el alma del comercio, han hecho una comparaciónigualmente perversa entre las condiciones anteriores yúltimas de la aristocracia comercial de Holanda. Otros hanllegado a sostener que Tiro y Sidón no están tan en suapogeo como lo han estado. Y al parecer una vez alguiendijo algo acerca de «las ruinas de Cartago».

En un lenguaje algo más sencillo, podemos decir quetodo este debate deja un hueco grande y evidente. Cuando unhombre dice que «la gente era tan pesimista como ustedes enlas sociedades no ya decadentes, sino en las florecientes»,está permitido responder: «Sí, y la gente era tan optimistacomo usted en las sociedades realmente decadentes».Porque, después de todo, había sociedades realmentedecadentes. Es verdad que Horacio decía que cadageneración parecía ser peor que la anterior,sobreentendiendo que Roma estaba perdida, en el precisomomento en que todo el mundo extranjero caía bajo laságuilas. Pero es probable que un último y olvidado poeta decorte, elogiando al último Augústulo olvidado en laceremoniosa corte de Bizancio, contradijera todos losrumores sediciosos de decadencia social, exactamente igualque nuestros periódicos, alegando que, después de todo,Horacio había dicho lo mismo. Y también es posible queHoracio tuviera razón, que fuera en sus tiempos cuando seinició el camino que llevó a Horatius sobre el puente deHeracleius, en el palacio; que si Roma no se ibainmediatamente a los perros2, los perros irían hacia Roma yque su aullar lejano se oyó por primera vez en aquella horade águilas alzadas; que había empezado un largo progreso quetambién era una larga decadencia, pero terminó en la EdadMedia. Roma había vuelto a la Loba.

Digo que esta opinión puede al menos defenderse,aunque en realidad no es la mía; pero es suficientementerazonable como para rehusar descartarla con la jovialidadbarata del axioma al uso. Ha habido y puede haber algo comouna decadencia social, y el único interrogante es, en unmomento dado, si Bizancio había decaído y si Gran

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Bretaña está decayendo. Dicho con otras palabras,debemos juzgar cualquier caso de pretendida degeneraciónsegún sus propios merecimientos. No constituye unarespuesta decir lo que, por supuesto, es perfectamentecierto: que algunas personas tienen propensión natural alpesimismo. No las estamos juzgando a ellas, sino a lasituación que juzgaron acertada o desacertadamente. Podemos decir que a los escolares les ha disgustado siempretener que ir a la escuela. Pero existe una cosa que es unamala escuela. Podemos decir que los agricultores siemprese quejan del tiempo. Pero hay una cosa que es una malacosecha. Y tenemos que considerar como una cuestión dehecho en cada caso, y no de sentimientos del agricultor, si elmundo espiritual de la moderna Inglaterra tiene en perspectivauna mala cosecha.

Ahora bien, las razones para juzgar amenazante ytrágico el problema actual de Europa, y especialmente deInglaterra, son razones enteramente objetivas y nada tienenque ver con esta disposición de ánimo propicia a la reacciónmelancólica. El sistema actual, llamémoslo capitalismo ocualquier otra cosa, particularmente tal como existe en lospaíses industriales, ya ha llegado a ser un peligro y se estáconvirtiendo rápidamente en una amenaza de muerte. El malse advierte en la experiencia privada más ordinaria y en laciencia económica más fría. Para tomar primero la pruebapráctica, no sólo lo sostienen los enemigos del sistema, sinoque lo admiten sus defensores. En las disputas obreras denuestro tiempo no son los empleados, sino los empleadoresquienes declaran que el negocio anda mal. El hombre denegocios que prospera no está defendiendo la prosperidad,está defendiendo la quiebra. La causa a favor de loscapitalistas es la causa contra el capitalismo. Lo másextraordinario es que su representante tiene que echarmano de la retórica del socialismo. Dice simplemente quelos mineros o los obreros ferroviarios deben proseguir sutrabajo «en beneficio público». Nótese que los capitalistasya no usan nunca el argumento de la propiedad privada. Se

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limitan por completo a esta especie de versión sentimentalde la responsabilidad social general. Resulta divertidoleer lo que dice la prensa capitalista sobre lossocialistas que abogan sentimentalmente por gentes«fracasadas». Y ahora el argumento principal de todocapitalista en toda huelga es el de que él mismo está al bordedel fracaso.

Tengo una objeción simple a este argumento simple delos periódicos que hablan de huelgas y de peligro socialista.Mi objeción es que su argumento lleva derecho alsocialismo. En sí mismo, no puede llevar a nada más. Si losobreros deben seguir trabajando porque son servidores delpúblico, sólo puede deducirse que deberían ser servidores dela autoridad pública. Si el Gobierno debe obrar en beneficiodel público, y no hay más que decir, entonces es evidenteque el Gobierno debería encargarse de todo el asunto, y nohay más que hacer. Yo no creo que la cuestión sea tan simplecomo esto, pero ellos sí lo creen. No creo que esteargumento en favor del socialismo sea concluyente. Perosegún los antisocialistas, el argumento pro socialista esconcluyente. Hay que considerar solamente al público, y elGobierno puede hacer lo que le plazca siempre que considereal público. Presumiblemente puede hacer caso omiso de lalibertad de los empleados y forzarlos a trabajar, tal vezencadenados. También es presumible que puede hacer casoomiso del derecho de propiedad de los empleadores y pagaral proletariado, si fuera necesario, con lo que saca de losbolsillos de aquéllos. Todas estas consecuencias se siguen dela doctrina altamente bolchevique que cada mañana pregonala prensa capitalista. Eso es todo lo que tienen que decir; ysi eso es lo único que hay que decir, entonces lo otro es loúnico que hay que hacer.

En el último párrafo se señala que abandonarnos a lalógica de los editorialistas que escriben sobre el peligrosocialista sólo podría llevarnos derecho al socialismo. Ycomo algunos de nosotros se niegan sincera yenérgicamente a ser llevados al socialismo, hemos

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adoptado hace tiempo la alternativa más difícil: la de tratarde pensar en las cosas. Y seguramente iremos a parar alsocialismo, o a algo peor que se llamará tambiénsocialismo, o al simple caos y la ruina, si no hacemos unesfuerzo para ver la situación en su totalidad, dejando apartenuestros enojos inmediatos. Ahora bien, el sistema capitalista,bueno o malo, verdadero o falso, se apoya en dos ideas: la deque el rico siempre será suficientemente rico para pagarsalarios al pobre, y la de que el pobre siempre será bastantepobre para querer ser asalariado. Pero también supone quecada una de las partes está negociando con la otra, y queninguna de las dos piensa en primer término en el público. Eldueño de un autobús lo explota en beneficio propio, y elhombre más pobre consiente en manejarlo a fin deprocurarse una paga. De modo similar, el conductor deautobús no está henchido de un abstracto deseo altruista deconducir bien un buen vehículo lleno de gente en vez dellevar una carreta. No desea conducir un autobús porque elloconstituya las tres cuartas partes de su vida. Está haciendo sutrabajo por la paga más alta que puede obtener. Ahora bien,el argumento favorable al capitalismo decía que, medianteese negocio privado, se servía realmente al público. Y así fuedurante un tiempo. Pero si tenemos que pedir a cualquierade las dos partes que prosiga beneficiando al público, elúnico argumento original en pro del capitalismo sedesploma por completo. Si el capitalismo no puede pagartanto como para tentar a los hombres para que trabajen, elcapitalismo está, según los principios capitalistas, ensimple bancarrota. Si un comerciante de té no puede pagar alos empleados, y no puede importar té si no tieneempleados, su negocio quiebra y se acaba. En las antiguascondiciones capitalistas nadie dijo que los empleadosdebieran trabajar por menos a fin de que alguna ancianapobre pudiera tomar una taza de té.

De modo que, en realidad, la prensa capitalista esquien prueba, según principios capitalistas, que elcapitalismo ha tocado a su fin. Si no fuera así, no habría

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necesidad de las exhortaciones sociales y sentimentales quehacen. No sería necesario que pidieran, como los socialistas,la intervención del Gobierno. No hubiera sido necesarioque, como los sentimentales y altruistas, adujeran comomotivo la molestia de los pasajeros. La verdad es queahora todo el mundo ha abandonado el argumento en el cualse basaba todo el viejo capitalismo: el argumento de que, sise dejara a los hombres cerrar tratos individualmente,automáticamente se beneficiaría el público. Tenemos quehallar nuevo fundamento de alguna clase; y losconservadores ordinarios, sin saberlo, están recurriendo alfundamento comunista.

Estoy seguro de que es absolutamente imposibleseguir recurriendo al antiguo fundamento capitalista.Aquellos que intentan hacerlo se enredan en nudosabsolutamente inextricables. Las cuestiones más prácticas yurgentes del momento ponen de manifiesto la contradiccióndía tras día. Así, por ejemplo, cuando hay alguna gran huelgao lock-out en algún negocio grande como lo es el de lasminas, se nos asegura siempre que no se lograría graneconomía suprimiendo los beneficios privados, puesto queesos beneficios privados son ahora insignificantes y laindustria en cuestión ya no enriquece mucho a la minoría.Sea cual fuere el valor de este particular argumento, esevidente que destruye por completo el argumento general. Elargumento general en pro del capitalismo o elindividualismo es que los hombres no se aventurarán, salvoque en la lotería haya premios considerables. Es el que seconoce en todos los debates socialistas como el argumento del«incentivo de la ganancia». Pero si no hay ganancia, claro esque no hay incentivo. Si los titulares de regalías y losaccionistas sólo reciben de la explotación un pequeñobeneficio inseguro o dudoso, bien podrían caer en la bajacondición de soldados y servidores de la sociedad. Nunca hecomprendido, dicho sea de paso, por qué los polemistastories tienen tanto deseo de probar, en contra del socialismo,que los «servidores del Estado» tienen que ser

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necesariamente incompetentes e inactivos. La verdad es quepodría dejarse a otros la tarea de señalar la modorra deNelson o la rutina embotadora de Gordon. Pero estehundimiento del individualismo industrial, que también esuna contradicción (puesto que tiene que contradecir todas susmáximas más comunes), no es sólo un accidente de nuestracondición, aunque esté más acentuado en nuestro país.Cualquiera que pueda pensar en teorías, o sea en esascosas tan sumamente prácticas, verá que tarde o tempranose hace inevitable esta parálisis del sistema. Elcapitalismo es una contradicción; es una contradicciónhasta en los términos. Diseccionarlo lleva muchotiempo, y todavía más tiempo notar que se ha hecho; peroahora hay nuevas circunstancias, el timón ha dado una vueltacompleta. El capitalismo se hace contradictorio tan prontocomo se completa, porque consiste en tratar con la masa delos hombres de dos modos opuestos al mismo tiempo.Cuando la mayoría de los hombres son asalariados, escada vez más difícil que la mayoría de los hombres seanclientes. Porque el capitalista siempre trata de rebajar lo quesu dependiente pide, y al hacerlo merma lo que su clientepuede gastar. Tan pronto como tiene dificultades en sunegocio, como sucede actualmente en el negocio del carbón,trata de reducir lo que tiene que invertir en salarios, y alhacerlo reduce lo que otros tienen para gastar en carbón.Quiere que el mismo hombre sea rico y pobre a la vez. Estacontradicción del capitalismo no aparece en las primerasetapas, porque todavía existen poblaciones no sometidas a lacondición proletaria común. Pero en cuanto la totalidad delos ricos emplea a la totalidad de los obreros, estacontradicción se hace patente como irónico sino y comoevidente fallo. Empleador y empleado se retratan de formapalmaria en la relación de Robinson Crusoe y Viernes.Robinson Crusoe puede decir que tiene dos problemas: laprovisión de trabajo barato y la perspectiva de comerciarcon los nativos. Pero como trata de estos dos modosdiferentes con un mismo hombre, se meterá en

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complicaciones. Robinson Crusoe posiblemente puedaobligar a Viernes a trabajar a cambio de nada más que sumanutención, ya que el hombre blanco tiene todas las armas.Como Geddes, puede hacer economía con un hachan3. Perono puede reducir a cero el salario de Viernes y luego esperarque éste le entregue oro, plata y perlas de oriente a cambiode ron y rifles. Ahora bien, en la proporción en que elcapitalismo cubre toda la tierra, enlaza grandes poblacionesy es dirigido por sistemas centralizados, se acentúa más ymás el parecido de su funcionamiento con el de lassolitarias figuras de la isla. Si realmente disminuye elcomercio con los nativos hasta hacer necesario que tambiénbajen los salarios de los nativos, sólo podemos decir que sila excusa es verdadera el caso es algo más trágico que sifuera falsa. Sólo podemos decir que entonces Crusoe estáciertamente solo y que Viernes es incuestionablementedesgraciado.

Considero muy importante que la gente comprenda queexiste un principio que obra detrás de las perturbacionesindustriales de la Inglaterra de nuestros días; y sea quiensea el que acierte o se equivoque en determinada disputa, nohay persona ni partido determinado responsable de que sehaya malogrado nuestro experimento comercial. Es un círculovicioso en el cual caerá por fin la sociedad asalariada cuandocomience a perder beneficios y a bajar salarios; yaunque algunos países industriales todavía son suficientementericos como para permanecer ignorantes de la tensión latente,es sólo porque su desarrollo está incompleto; cuando lleguena la meta se encontrarán con el enigma. En nuestro país, quees lo que más importa a la mayoría de nosotros, yaestamos cayendo en ese círculo vicioso de salarios quebajan y de demanda que decrece. Y como voy a indicar aquí,aunque de manera incompleta, la forma de escapar de estatrampa que se va cerrando lentamente, y porque sé algunasde las cosas que comúnmente se dicen acerca de talessugerencias, tengo sobrada razón para recordar al lectortodas estas cosas en este momento.

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«¡Seguro! ¡Claro que no es seguro! Hay pocaprobabilidad de burlar la horca». Tal fue la destempladaexclamación del capitán Wicks3 en la novela de Stevenson; yel mismo novelista puso en boca de Alan Breck Stewart4 unamuestra de candor similar. «Pero cuidado, que no es pocacosa; dormirá al raso y sobre el suelo duro... y tendrá quehacerlo con una mano sobre las armas. Sí, hombre;arrastraremos muchos pies cansados o nos sacarán. Le digoesto desde el principio porque es una vida que conozco bien.Pero si me pregunta qué otra oportunidad tiene, le diré:ninguna».

Yo mismo me siento tentado a veces de hablar de estaforma brusca, después de haber escuchado largas y meditadasdisquisiciones que ponen en duda la perfección detallada delEstado distributivo, comparado con la gran felicidad y latranquilidad definitiva que coronan el actual Estadocapitalista e industrial. La gente nos pregunta cómo nosapañaríamos con las torpes faenas de los muelles, y quéofreceríamos para remplazar la resplandeciente popularidadde lord Davenport y la paz industrial permanente del puertode Londres. Aquellos que nos preguntan qué haremos con losmuelles pocas veces parecen preguntarse qué harían losmuelles consigo mismos si nuestro comercio decayeraconstantemente, como el de tantas ciudades comercialesdel pasado. Otros nos preguntan cómo trataríamos conobreros que poseyeran acciones de una empresa que podríaarruinarse. Nunca se les ocurre responder a su propiapregunta, en un Estado capitalista en el cual empresa trasempresa se van arruinando. Nosotros tenemos quesolucionar las posibilidades menores y más remotas denuestra sociedad más simple y estática, en tanto que ellos nosolucionan las realidades más importantes y urgentes de lasuya propia, compleja y decadente. Tienen curiosidad porsaber los detalles de nuestro proyecto, y desean establecerde antemano una casuística para todas las excepciones. Perono se atreven a mirar de frente sus propios sistemas, en loscuales la ruina se ha hecho regla. Otros desean saber si se

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permitirá que en nuestra utopía exista una máquina en tal ocual condición: como muestra de museo, o como juguete decuarto de niño, o como «utensilio de tortura del siglo X X »en la cámara de los horrores. Pero aquellos que tanansiosamente preguntan cómo trabajarán los hombres sinmáquinas no nos dicen cómo trabajarán las máquinas si loshombres no las dirigen, o cómo trabajarán tanto máquinascomo hombres si no hay trabajo. Están tan impacientes pordescubrir los puntos flacos de nuestra propuesta quetodavía no han descubierto ningún punto fuerte en su propiosistema. Es extraño que nuestra vana y sentimental fantasíasea tan vívida para estos realistas, al punto de que puedenverla en todos sus detalles, y que su propia realidad sea tanvaga que no puedan verla en absoluto; que no puedan ver elhecho más evidente y abrumador de ella: que ya no existe.

Porque una de las bromas pesadas de la situaciónconsiste en que nos reprochan a nosotros aquello que esespecial y particularmente cierto en ellos. Nos acusancontinuamente de que creamos posible volver al pasado, o ala simplicidad bárbara y la superstición del pasado,aparentemente con la idea de que queremos revivir el sigloIX. Pero ellos creen realmente que pueden hacer volver elsiglo XIX. Están diciéndonos continuamente que tal o cualtradición se ha perdido para siempre, que tal o cual oficio ocreencia ha desaparecido; pero no se atreven a enfrentarseal hecho de que su propio comercio vulgar y de menudeo seha acabado para siempre. Si hablamos de un renacimientode la fe, o de un renacimiento del catolicismo, nos llamanreaccionarios, pero siguen encabezando con toda calma susperiódicos con la cantinela del renacimiento comercial. ¡Quégrito que viene del pasado distante! ¡Qué voz salida de latumba! No tienen motivo alguno para creer que se produciráun renacimiento del comercio, salvo que a sus bisabuelosles hubiera resultado imposible creer en la decadencia delcomercio. No tienen motivos para suponer que nos haremosmás ricos, excepto el de que nuestros antepasados no nosprepararon para la perspectiva de que nos volviéramos más

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pobres. Sin embargo, son ellos quienes nos culpan siemprede depender, por tradición sentimental, del juicio de nuestrosantepasados. Son ellos quienes rechazan de continuo losideales sociales por el mero hecho de haber sido idealessociales de una época anterior. Siempre están diciéndonosque el molino no volverá a sacar el agua que pasó, sinadvertir que sus propios molinos ya están ociosos y no sacanabsolutamente nada, como los molinos en ruinas de algúnevaporado paisaje victoriano primitivo, apropiados para suevaporada cita victoriana primitiva. Siempre estándiciéndonos que al oponernos al capitalismo y almercantilismo hacemos como Canuto5 cuando increpaba a lasolas; y ni siquiera saben que la Inglaterra de Cobden ya estátan muerta como la Inglaterra de Canuto. Buscan siemprehundirnos en las corrientes, arrasarnos con esas metáforasfastidiosas e insípidas de la marea y el tiempo, exactamentecomo si ellos pudieran disponer el retorno de los ríos quehan dejado atrás nuestras ciudades, o exigir a los sietemares que vuelvan a su fidelidad al tridente, o refrenar otravez, con oro para la minoría y hierro para la mayoría, elrugiente río del Clyde.

Bien podemos sentirnos tentados a emplear laexclamación del capitán Wicks. No estamos escogiendoentre unos posibles labradores y un comercio próspero.Estamos eligiendo entre unos labradores que tal vez tenganéxito y un comercio que ya ha fracasado. No nos esforzamospor alejar a los hombres de una tarea floreciente, tentándoloscon una fiesta en la Arcadia o con una utopía de tipocampesino. Estamos tratando de insinuar que hay quevolver a empezar otra vez cuando un negocio en quiebra haquebrado realmente. No vemos ninguna razón para suponerque el comercio inglés recobrará su predominio del sigloXIX, excepto la del mero sentimentalismo victoriano y esaparticular especie de mentira que los diarios llaman«optimismo». Nos insultan por tratar de volver a lascondiciones de la Edad Media, como si intentáramos volvera los arcos y a la armadura de la Edad Media. Pues bien,

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los yelmos ya han vuelto, y la armadura puede volver; y lasflechas y los arcos tienen que volver largo tiempo antes deque se produzca un retorno a aquel momento afortunadogracias al cual viven. Es tan probable que se llegue a laconclusión, por algún accidente, de que el arco largo essuperior al rifle, como que el acorazado pueda por mástiempo dominar las aguas sin tener en cuenta el aeroplano.El sistema mercantil daba por hecha la seguridad denuestras rutas comerciales; y eso implicaba la superioridadde nuestra marina nacional. Cualquiera que mire los hechosde frente sabe que la aviación ha alterado toda la teoría deesa defensa marítima. Todo el enorme y terrible problema deuna gran población en una pequeña isla que depende deimportaciones inseguras es tanto un problema para loscapitalistas y colectivistas como para los distributistas. Noproponemos aldeas modélicas como parte de un tranquilosistema de urbanización. Estamos acometiendo al enemigodesde una ciudad sitiada, espada en mano: atacando laruina de Cartago. «¡Seguro! ¡Claro que no es seguro! Haypoca probabilidad de burlar la horca».

No creo improbable que, de cualquier modo, vuelvaotra vez una vida social más simple, aunque vuelva por elcamino de la ruina. Creo que el espíritu encontrará otra vez lasimplicidad, aunque sea en la Edad Media. Pero somoscristianos, y nos inquieta tanto el cuerpo como el alma;somos ingleses y no queremos, si podemos evitarlo, que elpueblo inglés sea sólo el pueblo de las ruinas. Y deseamosfervorosamente que se considere si puede producirse latransición a la luz de la razón y de la tradición; si todavíapodemos hacer deliberadamente y bien lo que la Némesis haráruinosamente y sin piedad; si podemos tender un puente desdeestas cuestas inclinadas y resbaladizas hasta la tierra máslibre y firme de más allá, sin consentir todavía que nuestranobilísima nación descienda hasta ese valle de humillaciónen el cual las naciones desaparecen de la historia. Coneste propósito, convencidísimos de nuestros principios y sinvergüenza de quedar expuestos a que se nos discuta su

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aplicación, hemos llamado a consejo a nuestros compañeros.

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3. La posibilidad de recuperación

Hubo una vez, o quizá más de una vez, un hombre queentró en una cantina y pidió un vaso de cerveza. Nomencionaré su nombre por razones diversas y obvias: hoy endía tal vez sea difamatorio decir esto de un hombre, y quizápodría exponerlo a la persecución policial bajo esas leyescada vez más humanas de nuestros tiempos. En lo queconcierne a esta primera acción referida, podría haber tenidocualquier nombre: William Shakespeare, o Geoffrey Chaucer,o Charles Dickens, o Henry Fielding, o cualquiera de esosnombres comunes que surgen en todas partes entre el pueblo.Lo importante del hombre es que pidió un vaso de cerveza.Y todavía más importante es que se lo bebió. Y lo másimportante de todo es que (lamento decirlo) lo escupió yarrojó el jarro al tabernero. Porque la cerveza eraabominablemente mala.

Es cierto que todavía no la había sometido a ningúnanálisis químico, pero después de haber bebido un poco se

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sintió íntima, muy íntimamente persuadido de que a lacerveza le pasaba algo. Cuando ya llevaba una semanaenfermo, empeorando constantemente, llevó parte de lacerveza al analista, y ese sabio, luego de hervirla,congelarla, volverla azul, verde, amarilla, le dijo querealmente contenía considerable cantidad de venenomortífero. «Continuar bebiéndola -dijo el hombre de cienciapensativamente- será sin duda un proceder arriesgado, pero lavida es inseparable del riesgo. Y antes de decidirse aabandonarla, debe resolver qué sustituto se propone echardentro de sí, en lugar del brebaje que actualmente reposaallí. Si me trae una lista de lo seleccionado en materia tandifícil, con gusto le señalaré las diferentes objecionescientíficas que pueden reunirse contra todos los posiblessustitutos».

El hombre se marchó. Y continuó sintiéndose cada vezpeor; y notó que en realidad nadie estaba verdaderamentebien. Al pasar frente a la taberna sucedió que sus ojostropezaron con varios amigos que, agonizantes, se retorcíanen el suelo; y no pocos estaban muertos y rígidos,amontonados en el camino. Para su espíritu simple estopareció un asunto de cierta importancia para la comunidad;de modo que se dirigió apresuradamente al tribunal ypresentó una queja contra la fonda. «Parecería en verdad -dijo el juez de paz- que la casa que usted menciona es una deesas en las cuales se asesina sistemáticamente a la gente pormedio de veneno. Pero antes de exigir un procedimiento tandrástico como el de echarla abajo o clausurarla tiene queconsiderar un problema de no muy fácil solución. ¿Hapensado con precisión qué edificio pondría en su lugar...?».Al llegar a este punto, siento decir que el hombre dio unfuerte grito, y que se le sacó del tribunal por la fuerza,anunciándose que se estaba volviendo loco. Por cierto queesta creencia en su enfermedad mental aumentó su mal físico;tanto, que consultó a un distinguido doctor en psicología ypsicoanálisis, el cual le dijo confidencialmente: «En cuantoal diagnóstico, no cabe duda de que sufre usted una

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enfermedad mental; pero en cuanto al tratamiento, puedodecirle con franqueza que es muy difícil encontrar algo queocupe el lugar de ese mal. ¿Ha pensado cuál es laalternativa de la locura...?». Entonces el hombre dio unbrinco, agitando los brazos y gritó: «No hay. La locura notiene alternativa. Es inevitable. Es universal. Debemos sacarde ella el mayor partido posible».

Así, sacándole el mayor partido, mató al magistrado yal analista; y ahora está en un manicomio, tan feliz comopuede serlo.

En la precedente historia se defiende la tesis de quees necesario atender primordialmente al comienzo de unesbozo de renovación social. Se refería a un caballero a quiense le preguntó con qué sustituiría el veneno que le habíanmetido dentro, o qué plan constructivo tenía para remplazarla cueva de asesinos donde lo habían envenenado. Algosimilar se nos exige a los que consideramos la plutocraciacomo un veneno o el actual Estado plutocrático como algosemejante a una cueva de ladrones. Es posible que en laparábola del veneno el lector comparta algo de laimpaciencia del protagonista. Dirá que nadie es tan neciocomo para no librarse del cianuro o de los criminalesprofesionales simplemente porque había diferencia deopiniones en cuanto a las consecuencias que seguirían alhecho de librarse de ellos. Yo le pediría al lector que fueraun poco más paciente, no sólo conmigo, sino tambiénconsigo mismo; y que se preguntara por qué obramos con talprontitud en el caso del veneno y el crimen. No es, enrealidad, ni siquiera en este terreno, porque seamosindiferentes al sustituto. No deberíamos considerar unveneno como antídoto de otro veneno si empeorara laenfermedad. No dispondríamos que un ladrón atrapara a otroladrón si en realidad esto aumentara la cifra de robos. Elprincipio por el cual estamos obrando, aunque estuviéramosobrando demasiado rápidamente para pensar, o pensandodemasiado rápidamente para definir, es, sin embargo, unprincipio que podríamos definir. Si damos simplemente un

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emético a un hombre que ha ingerido veneno, no es porquecreamos que puede vivir de eméticos más de lo que puedevivir de venenos. Es porque creemos que después de que sehaya repuesto del veneno en primer lugar y del eméticodespués, llegará un momento en que él mismo pensará quele gustaría tomar un poco de comida ordinaria. Ése es elpunto de partida de toda la teoría, en lo que toca a nosotros.Si se quitan ciertos impedimentos, no es tanto cuestión de quéharíamos nosotros como de qué haría él. De modo que sisalvamos la vida a cierto número de personas sacándolas dela cueva de envenenadores, en ese momento no preguntamosqué harán con esas vidas. Supongamos que harán algo mássensato que tomar veneno. Dicho con otras palabras, elsimplísimo supuesto inicial sobre el cual se basan todas esasreformas es el siguiente: si suprimimos la presión de unpeligro o de un dolor inmediato habrá alguna tendencia areponerse. Al comienzo de este plan esquemático dereforma social que me propongo trazar aquí, deseo aclarareste principio general de recuperación sin el cual aquélsería ininteligible. Creemos que si las cosas se liberaran serecuperarían, y también creemos (y esto es muy importanteen el aspecto práctico) que si las cosas empiezan aliberarse, empezarán a recobrarse. Si el hombre dejasimplemente de beber mala cerveza, su cuerpo hará unesfuerzo para recobrar sus condiciones normales. Sólo conque el hombre escape de los que lo están envenenandolentamente, el mismo aire que respire será en cierta medida unantídoto del veneno.

En los ensayos que siguen espero explicar por qué creoque el problema de la verdadera reforma social se divide endos etapas y hasta en dos ideas distintas. Una es la detenciónde una carrera que ya se está encaminando hacia unmonopolio enloquecido, invirtiendo esa revolución yvolviendo a algo más o menos normal, aunque en modoalguno ideal; la otra consiste en tratar de inspirar a esasociedad más normal algo ideal en el verdadero sentido,aunque no necesariamente utópico. Pero lo primero que hay

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que comprender es que cualquier alivio de la presión actualprobablemente tenga más efecto moral del que imagina lamayoría de nuestros críticos. Hasta ahora, todos los triunfoshan sido triunfos del monopolio plutocrático, y todas lasderrotas han sido derrotas de la propiedad privada. Meatrevo a conjeturar que una verdadera derrota de unmonopolio tendría un efecto inmediato e incalculable, muysuperior a su significado intrínseco, como las primerasderrotas en el campo de batalla de un imperio militar comoPrusia, que hacía alarde de invencible. A medida que cadagrupo o familia vuelva al verdadero ejercicio de lapropiedad privada se convertirá en centro de influencia, enmisión. No estamos tratando el problema de una eleccióngeneral cuyo cómputo se hará mediante una máquinacalculadora. Se trata de un movimiento popular, que nuncadepende de simples números.

Por eso hemos empleado tan a menudo, sencillamentecomo modelo fundamental, la cuestión de la comunidadlabriega. Lo característico de la comunidad labriega es que noes una máquina, cuando prácticamente todo Estado socialideal es una máquina, esto es, una cosa que trabaja comoestá establecido en un modelo. Para una utopía se hacenleyes y sólo observándolas puede mantenerse la utopía. Nose hacen leyes para una comunidad labriega. Se hace lacomunidad labriega, y los labriegos hacen las leyes. Noquiero decir -como aclararé suficientemente cuando llegue aasuntos más particulares- que no deban dictarse leyes parael establecimiento de una comunidad labriega o incluso parasu protección. Quiero decir que la índole de la comunidadlabriega no depende de las leyes. Depende de los labriegos.Los hombres han permanecido lado a lado durante siglos ensus heredades separadas y aproximadamente iguales, sin queninguno de ellos haya comprado la mayor parte de la tierra.Sin embargo, pocas veces ha existido alguna ley contra lacompra de la mayor parte de la tierra. Los labriegos nopodían comprar porque los labriegos no querían vender.Porque cuando existe esta forma de igualdad moderada, no

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es una mera fórmula legal; es también una realidad moraly psicológica. La gente, cuando se encuentra en esasituación, se comporta como cuando está cómoda. Esto es,se queda donde está; o por lo menos se comportanormalmente. No hay nada en la lógica abstracta quepruebe que la gente no puede sentirse igualmente cómodaen una utopía socialista. Pero los socialistas que describenutopías sienten en general, de un modo vago, que la gente noestaría cómoda y por eso tienen que hacer sus simples leyesde control económico tan detalladas y claras. Usan suejército de funcionarios para trasladar a los hombres como amultitudes de cautivos de cuarteles viejos a nuevoscuarteles, sin duda mejores cuarteles. Pues bien, creemosque los esclavos a quienes liberemos lucharán por nosotroscomo soldados.

Dicho con otras palabras, todo lo que pido en estanota preliminar es que el lector comprenda que estamostratando de hacer algo que ande por sí mismo. Una máquinano anda por sí misma. Un hombre sí anda por sí mismo, auncuando se dirija a cantidad de metas que hubiera sido másprudente evi tar. Cuando se libra de determinadasdesventajas, en cierta medida puede asumir laresponsabilidad. Todos los sistemas de concentracióncolectiva llevan consigo la cualidad de controlar alhombre hasta cuando es libre; si queréis, de controlarlopara mantenerlo libre. Tienen idea de que el hombre no seráenvenenado si hay un médico de pie detrás de su silla a lahora de la comida para controlar lo que se come y se bebe.Nosotros creemos que el hombre puede necesitar un médicocuando ha sido envenenado, pero que no lo necesita cuandono lo ha sido. No decimos, como posiblemente digan ellos,que será siempre perfectamente feliz o perfectamente bueno;porque en la vida hay otros factores además del económico,y hasta el económico está alcanzado por el pecado original.No decimos que porque no necesite un médico no necesita unsacerdote, o una esposa, o un amigo, o un dios; ni que sus

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relaciones con todos ellos puedan asegurarse mediantesistema social alguno. Pero sí decimos que hay algo muchomás real y mucho más digno de confianza que ningúnsistema social; y es una sociedad. Existen algo así comogentes que encuentran la vida social que les conviene y queles permite llevarse relativamente bien unos con otros. Nohay que esperar hasta haber establecido ese tipo desociedad en todas partes. Importa que se haya establecidoen alguna parte. De modo que si al principio se me dice«usted no cree que el socialismo o que un capitalismoreformado vayan a salvar a Inglaterra; pero, ¿cree realmenteque el distributismo salvará a Inglaterra?», contesto: «No;creo que los ingleses salvarán a Inglaterra si empiezan atener media oportunidad».

Por eso tengo esperanzas en ese sentido; creo que elfracaso ha sido un fracaso de la máquina y no de loshombres. Y, como acabo de explicar, estoy del todo deacuerdo en que es muy diferente dejar el trabajo para unhombre que dejar un plan para una máquina. Pido al lectorque se haga cargo de tal distinción a estas alturas de ladescripción, antes de continuar describiendo másprecisamente algunas de las posibles tendencias de reforma.No me avergüenzo lo más mínimo de estar dispuesto aescuchar razones, no tengo el menor temor de dejar las cosasexpuestas a ajustes; no me molesta el punto de vista de losque plasman estos principios en sus programas desviándolosen muchos aspectos. Tengo demasiada buena fe para tratarmi propio programa como un programa interesado y parapretender que mi proyecto privado se convierta sin enmiendasen decreto parlamentario. En este caso concreto, no obstante,tengo un motivo particular para insistir, en este capítulo,en que hay bastante probabilidad de salvación; y para pedirque esta regular probabilidad sea considerada con relativaalegría. No me interesa mucho esa especie de virtudamericana que ahora llaman a veces optimismo. Hueledemasiado a Ciencia Cristiana para ser consuelo decristianos. Pero sí siento, en los hechos de este caso

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particular, que hay una razón para prevenir a la gente contrauna exhibición demasiado apresurada de pesimismo y contrael orgullo de la impotencia. Pido a todos que piensen, libre yabiertamente, si no puede llevarse a cabo algo en el estilode lo aquí indicado, aunque se haga, en cuanto al detalle,de manera diferente; porque es una cuestión del modo dever de los hombres. La situación es demasiado seria comopara que los hombres estén en otro estado de ánimo que nosea el buen humor. Y a propósito de esto me aventuraría ahacer una advertencia.

Un hombre ha sido conducido por un guíaatolondrado o por un compañero de viaje hasta el borde deun precipicio, al cual podría muy bien haber caído en laoscuridad. Puede decirse con razón que no hay nada más quehacer que sentarse y esperar el día. Con todo, estaría bienpasar las horas de oscuridad discutiendo si sería mejorvolver atrás, a terreno más seguro; y el repaso decualesquiera hechos y la formulación de cualquier plan deviaje coherente no serán una pérdida de tiempo,especialmente si no hay nada más que hacer. Pero nosinclinaríamos a dar un consejo al guía que guió mal al viajeroingenuo, especialmente si se trata en realidad de un extranjeroingenuo, de un hombre tal vez de poca educación y deemociones elementales. Le aconsejaríamos que no perdiera eltiempo demostrando concluyentemente la imposibilidad devolver atrás, la inexistencia de terreno verdaderamenteseguro detrás, la improbabilidad de volver a hallar elcamino hacia la casa y la necesidad de proseguir la marchay no volver nunca atrás. Si es un hombre de tacto, a pesarde su error inicial, evitará ese tono en la conversación. Sino es un hombre de tacto, no es del todo imposible queantes de finalizada la conversación alguien caiga alprecipicio, y ese alguien no sería el extranjero ingenuo.

Un ejército ha marchado a través del desierto, con sucolumna, según la frase militar, en el aire; bajo el mando deun jefe confiado, tiene la seguridad de lograr comunicacionesmucho mejores que las antiguas. Cuando los soldados están

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casi agotados por la marcha, y cuando la tropa ha sufridohorribles privaciones a causa del hambre y la intemperie,se dan cuenta de que han avanzado sin apoyo en direcciónal territorio enemigo, y de que los signos de actividad militarque pueden verse en todas partes son sólo los del cercoenemigo que se va cerrando. Súbitamente se detiene lamarcha y el jefe arenga a sus hombres. Hay muchísimascosas que podría decir. Algunos pensarán que sería mejorque no dijera absolutamente nada. Muchos sostendrán quecuanto menos diga, tanto mejor. Otros opinarán, y conmuchísima razón, que se necesita aún más coraje para unaretirada que para un avance. Tal vez se le aconseje animar asus hombres desilusionados, amenazando al enemigo con unadesilusión más dramática, declarando que todavía lovencerán, que escaparán de la red aunque ya esté echada, yque su fuga será todavía más victoriosa que la victoria común.De todos modos hay un tipo de arenga que el jefe no dirigiránunca a sus hombres, a menos que sea mucho más tonto de loque parece por su error primero. No dirá: «Ahora estamosocupando una posición que tal vez les parezca humillante;pero les aseguro que no es nada al lado de la humillaciónque sin duda sufrirán cuando hagan una serie de tentativasinevitablemente fútiles para mejorarla o para replegarsehacia lo que quizá consideren tontamente como una posiciónmás fuerte. Me divierten mucho sus absurdas insinuacionesde que debemos volver a nuestras antiguas comunicaciones;porque de todos modos nunca me parecieron gran cosa susantiguas comunicaciones sarnosas». Ha habido motines enel desierto otras veces, y es posible que el general no mueraen combate con el enemigo.

Una gran nación y civilización ha seguido durante cienaños o más una forma de progreso que se mantuvoindependiente de determinadas comunicaciones antiguas,bajo la forma de antiguas tradiciones acerca de la tierra, elhogar o el altar. Ha avanzado bajo el mando de dirigentesconfiados, por no decir absolutamente seguros de sí mismos.Tenían la plena seguridad de que sus leyes económicas eran

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rígidas, su teoría política acertada, su comercio beneficioso,sus parlamentos populares, su prensa ilustrada y su cienciahumana. Con esta confianza sometieron a su pueblo aciertos experimentos nuevos y atroces: lo llevaron a hacerde su propia nación independiente una eterna deudora deunos pocos hombres ricos; y a apilar la propiedad privada enmontones que fueron confiados a los financieros; a cubrir sutierra de hierro y piedra y a despojarla de hierbas y granos; allevar alimento fuera de su propio país con la esperanza devolver a comprarlo en los confines de la tierra; a llenar supequeña isla de hierro y oro, hasta recargarla como barco quese hunde; a dejar que los ricos se hicieran cada vez másricos y menos numerosos, y los pobres más pobres y másnumerosos; a dejar que el mundo entero se partiera en doscon una guerra de meros señores, y meros sirvientes; amalograr toda especie de prosperidad moderada ypatriotismo sincero, hasta que no hubo independencia sinlujo ni trabajo sin perversidad; a dejar a millones dehombres sujetos a una disciplina distante e indirecta ydependientes de un sustento indirecto y distante,matándose de trabajo sin saber por quién y tomando losmedios de vida sin saber de dónde; y todo pendiente de unhilo de comercio exterior que se iba haciendo más y másdelgado. Todavía pueden decirse muchas cosas a las gentesque han sido llevadas a esa situación. Convendrárecordarles que una simple rebelión desordenadaempeoraría las cosas en vez de mejorarlas. Ciertascomplejidades deben tolerarse por un tiempo, porquecorresponden a otras complejidades, y las dos debensimplificarse juntas cuidadosamente. Pero si pudiera deciruna palabra a los príncipes y gobernantes de semejantepueblo, a los que lo han llevado a esa situación, les diría tanseriamente como puede un hombre decir algo a otroshombres: «Por Dios, por nosotros y, sobre todo, por vosotrosmismos, no os precipitéis ciegamente a decirles que no haysalida en la trampa a la cual los condujo vuestra necedad;que no hay otro camino más que aquel por el cual

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vosotros los habéis llevado a la ruina; que no hayprogreso fuera del progreso que ha terminado aquí. Noestéis tan impacientes por demostrar a vuestrasdesventuradas víctimas que lo que carece de ventura carecetambién de esperanza. No estéis tan deseosos de convencerlosde que también habéis agotado vuestros recursos, ahora que hallegado el final del experimento. No seáis tan elocuente,tan esmerada, tan racional y radiantemente convincentespara probar que vuestro propio error es aún más irrevocablee irremediable de lo que es. No tratéis de reducir el malindustrial mostrando que es un mal incurable. No aclaréis eloscuro problema del pozo carbonífero demostrando que esun pozo sin fondo. No digáis a la gente que no hay máscamino que éste; porque muchos, aun ahora, no lo soportarán.No digáis a los hombres que e s el único sistema posible,porque muchos ya considerarán imposible resistirlo. Y untiempo después, ya demasiado tarde, cuando los destinos sehayan vuelto más oscuros y los fines más claros, la masa delos hombres tal vez conozca de pronto el callejón sinsalida donde los ha conducido vuestro progreso. Entoncestal vez se vuelvan contra vosotros en la trampa. Y si bien hanaguantado todo lo demás, quizás no aguanten la ofensa finalde que no podáis hacer nada; de que ni siquiera intentéishacer algo. "¿Qué eres, hombre, y por qué desesperas?",escribió el poeta. Dios te perdonará todo menos tudesesperación. El hombre también os puede perdonarvuestros errores y quizás no os perdone vuestradesesperación».

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4. Sobre un sentido de la proporción

Los que estudiamos los periódicos y los discursosparlamentarios con la debida atención ya debemos tener unaidea bastante precisa de la naturaleza del mal del socialismo.Es un sueño utópico imposible de realizar y también unpeligro positivo y abrumador que nos amenaza a cadamomento. Es una cosa que está tan distante como el extremodel mundo y tan próxima como el extremo de la calle. Todoesto está bastante claro, pero el aspecto de él que en estemomento me interesa es el utópico. Una persona queacostumbraba escribir en el Daily Mail le dedicó ciertaatención; y representaba este ideal social, o en realidad casicualquier ideal social, como una especie de paraíso deharaganes. Insinuaba que los «débiles» deseaban que selos protegiera contra la violencia y tensión de nuestrofuerte individualismo, y que por eso clamaban por eseGobierno paternal o legislación de abuelos. Y fue mientrasleía sus observaciones cuando, con un placer profundo yduradero, se me presentó la imagen del individualista, del tipode hombre que probablemente escribe esas observaciones yciertamente las lee.

El lector, después de doblar el Daily Mail, selevanta de su mesa de desayuno intensamente individualista,

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en la que acaba de despachar su temerario y aventurerodesayuno: las lonchas de tocino cortadas al cerdo reciénguardado en el fondo de su despensa; los huevosarrebatados con riesgo al oscilante nido y al pájaroaleteador en la copa de esos árboles derribados que dieron ala casa el adecuado nombre de Penacho de Pino. Se colocasu sombrero extraño y selecto, hecho según e l modeloenteramente sacado de su cabeza extraña y creadora. Salede su casa original y única, construida con la propia fortunabien ganada, según su propio diseño arquitectónico bienideado y que parece expresar, recortada contra el cielo, supropia personalidad apasionada. Avanza por la calle agrandes zancadas, haciendo su camino sobre colinas y vallesen dirección al lugar de su tarea favorita, por él elegida: eltaller de su oficio imaginativo. Se demora en su camino, ya seapara cortar una flor, ya sea para componer un poema, porquees dueño de su tiempo; es un hombre individual y libre, nocomo esos comunistas. Puede trabajar en su oficio cuandodesee, y trabajar hasta tarde por la noche para compensaruna mañana ociosa. Tal es la vida del empleado de oficina enun mundo de empresa privada e individualismo práctico; tales el modo de viajar desde su casa. Continúa caminandoágilmente a grandes pasos, hasta que ve a lo lejos lapintoresca y llamativa torre de ese taller donde, con losgolpes creadores de un dios...

Digo que ve a lo lejos. La expresión no es del todoaccidental. Porque ése es exactamente el defecto de todoese tipo de filosofía periodística de individualismo yempresa; que esas cosas son actualmente más remotas eimprobables que las fantasías comunistas. La que está lejosno es la tremenda república bolchevique. Ni es el Estadosocialista el utópico. En ese sentido, ni aun la utopía esutópica. El Estado socialista, en cierto sentido, puedepintarse con mucha verdad como terrible yamenazadoramente cercano. El Estado socialista esextremadamente parecido al Estado capitalista, en el cual elempleado de oficina lee y el periodista escribe. La utopía

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es exactamente como el estado actual de cosas, sólo que espeor.

No habría diferencia para el empleado de oficina si supuesto se convirtiera mañana en una parte de undepartamento del Gobierno. Sería igualmente civilizado eigualmente incivil si la persona distante e indefinida queestá a la cabeza del departamento fuera un funcionario delGobierno. Por cierto que para él hay poca diferencia en queél o sus hijas e hijos estén empleados en Correos bajoatrevidos y revolucionarios principios socialistas oempleados en la tienda bajo principios individualistaslibres y aventurados. Nunca he oído de nada que se parezca auna guerra civil entre la hija empleada en la tienda y la hijaempleada en Correos. Dudo que la joven de Correos estétan imbuida de principios bolcheviques como paraconsiderar que sería parte de la ética más elevada tomaralgo del mostrador de la tienda sin pagarlo. Y dudo que lajoven de la tienda se estremezca cuando pasa frente a unbuzón colorado por imaginarlo como una avanzadilla delpeligro rojo.

Lo que en realidad está muy lejos es esa originalidad yesa libertad elogiadas por el Daily Mail. La torre que elhombre se ha construido para sí es lo que se ve a distancia.La empresa privada es lo utópico, en el sentido de que esalgo tan lejano como la utopía. Lo que para nosotros es unideal y para nuestros críticos una imposibilidad es lapropiedad privada. Eso es lo que en realidad puedediscutirse casi exactamente como el escritor del Daily Maildiscute el colectivismo. Eso es lo que algunos consideranuna meta y otros un espejismo. Eso es lo que sus amigossostienen que es la satisfacción final de las esperanzas yapetitos modernos y sus enemigos sostienen que es unacontradicción con el sentido común y con las posibilidadeshumanas corrientes. Todos los polemistas que han adquiridoconciencia del verdadero problema ya están diciendo denuestro ideal casi exactamente lo mismo que seacostumbraba decir del ideal socialista. Dicen que la

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propiedad privada es demasiado ideal para no ser posible.Dicen que la empresa privada es demasiado perfecta para serverdadera. Dicen que la idea de hombres ordinarios dueñosde posesiones ordinarias va contra las leyes de laeconomía política y requiere un cambio de la naturalezahumana. Dicen que todo práctico hombre de negocios sabeque la cosa no marcharía, exactamente como esa misma genteobsequiosa está siempre pronta a saber que la dirección acargo del Estado no funcionaría nunca. Porque tienen unafe simple y conmovedora que les hace creer que ningunadirección, salvo la propia, podría servir nunca. Llaman aesto ley de la naturaleza, y a cualquiera que se atreva a dudarde ella lo llaman enfermizo. Pero lo que hay que ver esque, aunque la solución normal de la propiedad privadapara todos no se ha hecho una realidad muy difundida hastaahora, en la medida en que la han hecho realidad losdirigentes del mercado moderno (y por lo tanto del mundomoderno), es a ese concepto normal de propiedad al quedirigen la misma crítica que dirigían al concepto anormal delcomunismo. Dicen que es utópico y tienen razón. Dicen que esidealista y tienen razón. Dicen que es quijotesco y tienenrazón. Merece cualquier nombre que indique hasta qué puntohan desterrado ellos la justicia del mundo; cualquier nombreque mida lo apartado que de ellos y de los de su calaña estáel nivel de vida honorable; cualquier nombre que acentúe yrepita el hecho de que la propiedad y la libertad estánseparadas de ellos y de los suyos por un abismo entre cielo ytierra.

Ése es el verdadero problema que hay que discutir connuestros críticos serios; y he escrito aquí una serie deartículos que tratan de él más directamente. Es cuestión desaber si este ideal puede ser algo más que un ideal; no escuestión de si ha de confundirse con la despreciable realidadpresente. Es simplemente cuestión de saber si esta cosa buenaes realmente demasiado buena para ser verdad. Por elmomento sólo diré que si los pesimistas están convencidos desu pesimismo, si los escépticos sostienen realmente que

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nuestro ideal social ha sido desterrado para siempre porlas dificultades mecánicas o el destino materialista, al menoshan llegado a una conclusión notable y curiosa. Difícilmenteserá más extraño decir que el hombre tendrá que separarse deahora en adelante de sus brazos y piernas debido a que hamejorado el modelo de ruedas, que decir que debe despedirsepara siempre de dos apoyos tan naturales como el sentidode elegir para sí y de poseer algo propio. A estos críticos,figuren como críticos del socialismo o del distributismo, lesgusta mucho hablar de extravagantes esfuerzos deimaginación o de presiones imposibles sobre la naturalezahumana. Confieso que yo tengo que forzar y presionar muchomi propia imaginación humana y mi naturaleza humana paraconcebir algo tan avieso y pavoroso como la raza humanaolvidada por fin completamente del pronombre posesivo.

Sin embargo, como decimos, con estos críticos es conquienes debatimos. La distribución quizá sea un sueño. Tresacres y una vaca quizá sean una broma, quizá las vacas seananimales fabulosos, tal vez la libertad sólo sea un nombre,la empresa privada quizás sea la persecución de un patosalvaje, en la que el mundo no puede ir más adelante. Pero encuanto a las gentes que hablan como si la propiedad y laempresa privada fueran los principios que obran actualmentedigamos que están tan ciegas, sordas y muertas a todas lasrealidades de su propia existencia diaria que pueden serexcluidas del debate.

En ese sentido, por lo tanto, sí que somosutópicos; en el sentido de que nuestra tarea esposiblemente más remota y por cierto más difícil. Somosmás revolucionarios en el sentido de que una revoluciónsignifica una inversión, un cambio de dirección, aunquesea acompañado de una limitación en el paso. El mundoque deseamos difiere mucho más del mundo existente de loque difiere ese mundo existente del mundo del socialismo. Porcierto que, como ya se ha señalado, no hay mucha diferenciaentre el mundo actual y el socialismo; excepto que hemosomitido los conceptos menos importantes y más decorativos

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del socialismo, ideas adicionales tales como la de justicia,ciudadanía, abolición del hambre y demás. Ya hemosaceptado del socialismo todo aquello que siempre disgustóa cualquier persona inteligente. Tenemos todo aquello de locual acostumbraban a quejarse en la desolada utilidad yunidad del mirar atrás. Lo que en el mundo de Wells o deWebb era criticado como civilización centralizada,impersonal y monótona, es una descripción exacta de lacivilización existente. No se ha omitido nada, salvo algunasideas vanas acerca de la necesidad de alimentar a los pobresu otorgar derechos al populacho. En lo demás, la unificacióny reglamentación ya es completa. La utopía ha obradopésimamente. El capitalismo ha hecho todo lo queamenazaba con hacer el socialismo. El empleado de oficinatiene exactamente la clase de funciones pasivas y placerespermisivos que tendría en la ciudad modelo másmonstruosa. No me burlo de él: tiene muchas aficionesinteligentes y virtudes domésticas a pesar de la civilizaciónde la cual disfruta. Son exactamente las aficiones y virtudesque podría tener como inquilino y servidor del Estado.Pero desde el momento en que se levanta hasta el momento enque vuelve a dormirse, su vida transcurre en una rutinatrazada por otros, a menudo por otros a los que nuncaconocerá siquiera. Vive en una casa que no es suya, que nohizo él, que no quiere. A todas partes va por senderostrillados, va siempre hasta su trabajo sobre carriles. Haolvidado lo que sus padres, los cazadores y peregrinos ytrovadores errantes, entendían por abrirse camino hasta unlugar. Piensa en términos de salarios; esto es, se ha olvidadodel verdadero sentido de la riqueza. Su mayor ambición estárelacionada con la obtención de este o aquel puestosubalterno en un oficio que ya es una burocracia. Haycierta competencia para ese puesto dentro de ese oficio,pero también la habría dentro de cualquier burocracia. Éstees un punto que a menudo pasan por alto los defensores delmonopolio. A veces declaran que aun en tal sistema habríatodavía competencia entre los servidores: presumiblemente

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competirían en servilismo. Pero también podría haberladespués de la nacionalización, cuando todos fueranservidores del Estado. Toda la objeción hecha alsocialismo de Estado desaparece si ésa es una respuesta ala objeción. Si toda empresa estuviera tan enteramentenacionalizada como un puesto policial, esto no evitaría quebrotaran y florecieran entre ellos las agradables virtudes delos celos, la intriga y la ambición egoísta, como sucede aúnentre policías.

De cualquier modo, ese mundo existe; y se dirá que esutópico desafiar a ese mundo, se dirá que es locamenteutópico cambiar ese mundo. En ese sentido puedeaplicárseme el nombre a mí y a aquellos que están deacuerdo conmigo, y no nos pelearemos con quien lo haga.Pero en otro sentido el nombre es altamente engañoso yparticularmente inadecuado. La palabra «utopía» no sóloimplica dificultad de obtención, sino también otrascualidades unidas a ella, en ejemplos tales como el de lautopía del señor Wells. Y es esencial explicar enseguida porqué no acompañan a nuestra utopía (si es una utopía).

No ofrecemos la perfección, sino la proporción.Deseamos corregir las proporciones del Estado moderno;pero la proporción se da entre cosas diversas, y unaproporción casi nunca es un molde. Es como si estuviéramosdibujando el retrato de un hombre y ellos creyeran queestábamos dibujando un diagrama de poleas y barras para laconstrucción de un robot. No proponemos que en lasociedad sana toda la tierra se ocupe de la mismamanera, ni que todo bien sea poseído en las mismascondiciones, ni que todos los ciudadanos deban tener lamisma relación con la ciudad. Todo lo que sostenemos esque el poder central necesita poderes menores que locontrapesen y refrenen, y que éstos han de ser de muchasclases: algunos individuales, algunos comunales, algunosoficiales, etc. Tal vez algunos de ellos abusen de suprivilegio, pero preferimos ese riesgo al del Estado o el trustque abusa de su omnipotencia.

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A veces, por ejemplo, se me reprocha el no creer en mipropia época, o se me reprocha todavía más el creer en mireligión. Se me llama medieval; y algunos hasta handescubierto en mí una preferencia por la Iglesia católica, ala cual pertenezco. Pero suponed que hiciéramos un paralelode estas cosas. Si cualquiera dijese que los reyesmedievales o los modernos países labriegos son culpablespor tolerar infiltraciones comunistas, nos sorprenderíadescubrir que se refiere en realidad a que toleran losmonasterios. Sin embargo, en cierto sentido, es verdad quelos monasterios están entregados al comunismo y que todoslos monjes son comunistas. Su vida económica y ética es unaexcepción en una civilización general de feudalismo ovida familiar. No obstante, su situación privilegiada eraconsiderada más bien como un puntal del orden social. Dana algunas ideas comunales su lugar adecuado yproporcionado dentro del Estado; y algo de eso mismo eraverdad en la tierra común. Deberíamos dar buena acogida ala oportunidad de permitir a cualquier gremio o grupo de uncolor comunal su lugar adecuado dentro del Estado;estaríamos perfectamente dispuestos a considerar parte de latierra como tierra común. Lo que decimos es quenacionalizar simplemente toda la tierra sería como hacerque todo el mundo fuera monje; es dar a aquellos ideales unlugar mayor que el adecuado y proporcionado dentro delEstado. Por lo general, el comunismo no tiene intención deque algunas personas se hagan comunistas, sino de que todaslo sean. Pero no diríamos, en el mismo sentido estricto yliteral, que la intención del distributismo es que todos seandistributistas. Por cierto, tampoco diríamos que el designiodel Estado labriego es que todos sean labradores.Pretenderíamos que tuviera el carácter general de unEstado labriego; que la tierra estuviera en gran parteocupada en esa forma y la ley generalmente dirigida con eseespíritu; y que cualesquiera otras instituciones se mantuvierancomo excepciones que pueden ser reconocidas, como puntossobresalientes en esa alta meseta de igualdad.

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Si esto es inconsistente, nada es consistente; si estono es práctico, nada en la vida humana es práctico. Si unhombre quiere lo que llama un jardín, planta flores dondepuede y especialmente donde éstas determinen el caráctergeneral de la jardinería del paisaje. Naturalmente, no cubreel jardín por completo; lo único que hace es darle color. Elhombre no espera que crezcan rosas en los cacharros de lachimenea, ni que las margaritas trepen por las barandas;menos aún espera que los tulipanes nazcan en los pinos o queel mímulo florezca como un rododendro. Pero sabeperfectamente bien lo que significa un jardín, y también losaben todos los demás. Si quiere una huerta en vez de unjardín, procede de diferente manera. Pero no espera queuna huerta sea exactamente como una cocina? Nodesentierra todas las patatas porque no se trate de un jardín yporque la patata tenga flor. Sabe cuál es su principalpropósito, pero, como no es tonto de nacimiento, no creeque pueda lograrlo en todas partes con la misma intensidad,ni de manera igualmente pura, sin mezcla con otra suerte decosas. El jardinero no relegará las capuchinas a la huertaporque se sepa que alguna gente extraña las come. Ni el otroclasificará como flor una hortaliza porque se la llame coliflor.De modo que no excluiríamos de nuestro jardín social todamáquina moderna, así como tampoco excluiríamos todomonasterio medieval. Y por cierto que la parábola es hartoapropiada, porque ésta es la clase de juicio humanoelemental que los hombres no perdieron nunca hasta queperdieron sus jardines: así como ese juicio superior que esmás que humano se perdió con un jardín hace mucho tiempo.

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II

ALGUNOS ASPECTOS DE LAGRAN EMPRESA

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1. El engaño de las grandes tiendas

Dos veces en mi vida me ha dicho un directorliteralmente que no se atrevía a imprimir lo que yo habíaescrito porque ofendería a los que publicaban anuncios en superiódico. La presencia de semejante presión existe en todaspartes bajo una forma más silenciosa y sutil. Pero tengogran respeto por la franqueza de este particular director,porque evidentemente era casi la máxima franqueza posiblepara el director de una importante revista semanal. Dijo laverdad acerca de la falsedad que tenía que decir.

En ambas ocasiones me negó libertad de expresiónporque decía yo que las tiendas que ponían más anuncios ylas grandes tiendas eran en realidad peores que las pequeñastiendas. Puede resultar interesante señalar que ésta es una delas cosas que ahora le está prohibido decir a un hombre;quizás la única cosa que le está prohibido decir. Si sehubiera tratado de un ataque al Gobierno se hubiera

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tolerado. Si hubiese sido un ataque a Dios hubiera sidorespetuosa y atinadamente aplaudido. Si se hubiera tratadode injuriar el matrimonio, o el patriotismo, o la honestidadpública, me hubieran anunciado en los titulares y se mehubiera permitido extenderme en los suplementos deldomingo. Pero no es probable que un gran periódico ataquea la gran tienda, puesto que él mismo es (a su modo) unagran tienda y cada vez más un monumento al monopolio.Pero estaría bien que repitiera aquí, en un libro, lo que nopude repetir en un artículo. Creo que una gran tienda es unamala tienda. Creo que no sólo es mala en un sentido moral,sino también en el sentido comercial; esto es, creo quecomprar en ella no sólo es una mala acción, sino tambiénun mal negocio. Creo que el emporio- monstruo no sólo esvulgar e insolente, sino también incompetente e incómodo, yniego que su gran organización sea eficaz. Unaorganización grande es una organización floja. Más aún,sería casi igualmente cierto decir que la organización essiempre desorganización. La única cosa perfectamenteorgánica es un organismo, como ese organismo grotesco yoscuro llamado hombre. Él es el único que puede estar segurode hacer lo que quiera; más allá de él, cada hombreadicional será una equivocación más. Aplicado a cosascomo las tiendas, todo es un absoluto engaño. Algunascosas, como los ejércitos, tienen que ser organizadas y,por lo tanto, hacen lo posible por estar bien organizadas.Hay que tener una larga línea rígida de soldados para podervigilar una frontera. Pero no es verdad que haya que teneruna línea larga y rígida de gente que adorne sombreros oate ramilletes de flores a fin de que resulten pulcramenteadornados y atados. Es más posible que el trabajo resultebonito si lo hace un artesano particular para un clienteparticular, con cintas y flores especiales. La persona aquien se encarga que adorne el sombrero nunca lo hará enforma que convenga del todo a la persona que quiere quese lo adornen; y la centésima persona a quien le encarguenque lo haga lo hará mal, como lo hace. Si recopiláramos

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todos los relatos de todas las amas de casa y dueños decasa acerca de las grandes tiendas que les han enviadomercancía equivocada, que han hecho pedazos la mercancíaque en realidad encargaron, que se olvidaron de enviar todaclase de mercancía, contemplaríamos un torrente deineficacia. Hay muchas más equivocaciones en una tiendagrande que las que ha habido nunca en una pequeña tienda,donde el cliente individual puede maldecir al tendero.Cuando se enfrenta con la eficacia moderna, el clientepermanece silencioso, sabedor del talento de esaorganización para saquear al hombre. En resumen, la granorganización es un mal necesario, que en este caso no esnecesario.

He empezado estos apuntes con una nota acerca delas grandes tiendas porque éstas son cosas cercanas anosotros y por todos conocidas. No es necesario que meextienda sobre otras demandas todavía más divertidas afavor de la colosal combinación de los departamentos. Unade las más graciosas es la declaración de que es másconveniente comprar todo en la misma tienda. Es decir, esmás conveniente caminar por todo el largo de la calle contal de que se camine bajo techo, o más frecuentemente bajotierra, en vez de recorrer la misma distancia al aire libredesde una pequeña tienda hasta la otra. La verdad es que lastiendas de los monopolistas son muy convenientes (para elmonopolista). Tienen la ventaja de concentrar el trabajocomo concentran la riqueza cada vez en menos y menosciudadanos. Su riqueza les permite a veces pagar sueldostolerables, y su riqueza también les permite acaparar losmejores negocios y hacer propaganda de las peoresmercancías. Pero nadie ha intentado nunca demostrar que susmercancías son mejores; y la mayoría de nosotros conocecierto número de casos concretos en que son decididamentepeores. Ahora bien, yo expresé esta opinión mía (tanchocante para el director de la revista y los que publicabananuncios) no sólo porque es un ejemplo de mi tesisgeneral, que sostiene que deberían restablecerse las

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pequeñas propiedades, sino porque es esencial para lacomprensión de otra verdad mucho más curiosa. Toca a lapsicología de todos estos asuntos: el mero tamaño, la merariqueza, el mero anuncio y la arrogancia. Y nos proporcionael primer modelo de guía del modo en que se hacen hoy lascosas y el modo en que (si Dios quiere) se desharán mañana.

Hay un hecho obvio y atroz, y enteramente desatendido,que debe señalarse antes de que entremos a considerar lasleyes que se necesitarían principalmente para renovar elEstado. Es el hecho de que podría hacerse una revoluciónconsiderable sin dictar leyes en absoluto. No concierne aninguna ley existente, sino más bien a una supersticiónexistente. Y lo curioso es que quienes la sostienen sejactan de que sea una superstición. El otro día vi, y medivirtió bastante, una pieza teatral popular llamadaConviene publicar anuncios, que trata de un joven hombre denegocios que intenta disolver el monopolio de jabón de supadre, un hombre de negocios más anticuado, mediante laaplicación de teorías americanas acerca de la psicología delanuncio. Una cosa me pareció interesante, y fue ésta: era demuy buena comedia hacernos simpatizar a veces con el viejoy a veces con el joven; era de muy buena farsa hacer que eljoven y el viejo alternativamente pasaran por tontos. Peronadie pareció sentir lo que yo sentí como rasgos másevidentes y notables de tontería. Se burlaban del viejo porqueera viejo, porque era anticuado, porque tenía la suficientesalud para burlarse él de las estupideces de su disparatadapublicidad. Pero en realidad nadie lo criticaba por haberhecho un acaparamiento, por el cual alguna vez podríanhaberlo puesto en la picota. Nadie parecía tener suficienteinstinto de independencia ni dignidad humana para irritarseante la idea de que un viejo envanecido por su riquezapodría impedirnos, si quisiera, tener un artículo de consumohumano ordinario. Y lo mismo que con el viejo, ocurría conel joven. Su amigo el americano le había enseñado que lapublicidad puede hipnotizar el cerebro del hombre; que lagente es arrastrada por una implacable fascinación dentro de

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una tienda, como dentro de la boca de una serpiente; que conla repetición se conquista el subconsciente y se paraliza lavoluntad; que a todos nos hacen comportarnos comomuñecos mecánicos cuando un anunciador yanqui dice:«Hágalo ahora». Pero en ningún momento se le ocurrió anadie ofenderse por eso. Nadie parecía estar bastante vivopara molestarse. Al joven se le hacía burla porque erapobre, porque estaba arruinado, porque se lo impulsaba alos subterfugios de la bancarrota, y así sucesivamente. Peroél no parecía saber que era algo mucho peor que untramposo: un hechicero. No sabía que por su propia jactanciaera un magnetizador y un mistagogo, un destructor de la razóny la voluntad, un enemigo de la verdad y la libertad.

Creo que tales gentes exageran el provecho producidopor los anuncios, aunque aprovechen al demonio. Pero encierto sentido esta causa psicológica en favor de lapublicidad es de gran importancia práctica para cualquierprograma de reforma. Los anunciadores americanos hantomado el palillo por el extremo equivocado; pero es unpalillo que puede usarse para algo más que para batir sugran tambor absurdo. Es un palillo que también puedeusarse para aporrear su absurda filosofía comercial.Siempre nos están diciendo que el éxito del comerciomoderno depende de que se cree una atmósfera, se forme unamentalidad, se tome un punto de vista. En resumen, insistenen que su comercio no es puramente comercial, ni auneconómico o político, sino esencialmente psicológico.Espero que continúen diciéndolo: porque quizás entonces,algún día, todos verán de pronto que es cierto.

Porque el triunfo de las grandes tiendas y cosassemejantes es en realidad una cuestión de psicología, porno decir psicoanálisis. En otras palabras, una pesadilla. Noes real, y por ende no es seguro. Esta cuestión interesa sólo anuestra actitud inmediata, en un momento y un lugar dados,hacia la totalidad de la profesión plutocrática de la cual esapublicidad es estandarte chillón. Lo primerísimo que hayque hacer, antes de llegar a plasmar cualquiera de nuestras

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proposiciones, que son políticas y legales, es (para usar suquerida palabra) enteramente psicológico. Lo primerísimoque hay que hacer es decirles a esos americanos jugadoresde póquer que no saben jugar al póquer. Porque no sólohacen bluff, sino que se jactan de hacerlo. En la medidaen que sea cuestión de método psicológico inmediato, debehaber, y la hay, una respuesta psicológica inmediata. Por lomismo que reconocen que alardean, podemos tomarles lapalabra.

He dicho recientemente que cualquier programapráctico para la restauración de la propiedad normal constade dos partes a las cuales la jerga popular llamaríadestructiva y constructiva; pero podrían llamarse másexactamente defensiva y ofensiva. La primera consiste endetener esa loca y desbocada carrera hacia el monopolioantes de que se pierdan las últimas tradiciones de lapropiedad y la libertad. De lo que trataré aquí, en primertérmino, es del problema preliminar de resistirse a latendencia del mundo a hacerse más monopolista. Ahora bien,cuando preguntamos qué podemos hacer, aquí y ahora,contra el desarrollo actual del monopolio, se nos dasiempre una respuesta muy simple. Se nos dice que nopodemos hacer nada. Las cosas grandes, por un procesonatural e inevitable, están tragándose a las chicas como elpez grande se traga al pez pequeño. El trust puede absorberlo que quiera, como un dragón devora lo que quiere, porqueya es la criatura más grande que queda viva en la tierra.Algunas personas están tan decisivamente resueltas a aceptareste resultado que hasta consienten en deplorarlo. Están tanconvencidas de que es el destino que hasta admitirán que esla fatalidad. Los fatalistas se convierten casi ensentimentales cuando ven la pequeña tienda acaparada por lagran compañía. Están prontos a llorar, con tal de que seadmita que lloran porque lloran en vano. Están deseandoadmitir que la desaparición de una pequeña juguetería de suniñez, o de una pequeña casa de té de su juventud, es unatragedia hasta en el verdadero sentido. Porque tragedia

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significa siempre la lucha de un hombre contra lo que es másfuerte que el hombre. Y quienes pisotean aquí nuestrastradiciones son los mismísimos dioses; son la muerte y ladestrucción mismas quienes han quebrado como varasnuestros pequeños juguetes, porque nadie prevalecerácontra los designios del hado. Es sorprendente lo quepuede hacer en este mundo un pequeño bluff.

Porque siguen diciendo que el pez grande se come alpez chico, sin preguntar si los peces chicos nadan hasta lospeces grandes y les piden que se los coman. Aceptan aldragón devorador sin preguntarse si una elegante multitud deprincesas corrió hasta él para ser devorada. Porque nunca hanoído hablar de una moda, y no conocen la diferencia quehay entre una moda y un destino. Los deterministas hanelegido aquí el único ejemplo de algo que no es ciertamentenecesario, sea lo que fuere lo que es necesario. Han elegidolo único que todavía es libre como prueba de lasinquebrantables cadenas que atan todas las cosas. En elmundo moderno quedan pocas cosas libres; pero se suponeque la compra y venta privadas son todavía libres, sialguien tiene una voluntad bastante libre para usar de sulibertad. Los niños pueden ser llevados por la fuerza adeterminada escuela. Por la fuerza puede apartarse a loshombres de un bar. Toda clase de gente, por toda suerte derazones nuevas y disparatadas, puede ser llevada por la fuerzaa una prisión. Pero a nadie se lleva aún a la fuerza adeterminada tienda.

Más adelante trataré de algunos remedios y reaccionesprácticas contra ese precipitarse hacia las camarillas y losmonopolios. Pero antes de entrar a considerarlos está bienhaberse detenido un momento en el hecho espiritual, tanelemental y tan enteramente ignorado. La carrera hacia lasgrandes tiendas es, de todas las tendencias del mundo, la quepodría ser más fácilmente atajada por las gentes que correnhacia ellas. No sabemos lo que vendrá luego: pero hastaahora las personas no pueden ser empujadas hasta lastiendas por bayonetas. La empresa comercial americana, que

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ya ha utilizado soldados ingleses con propósitospublicitarios, indudablemente podrá utilizar en sumomento soldados ingleses en misiones coercitivas. Perotodavía no nos pueden acosar con fusiles y sables parallevarnos a las tiendas yanquis o a los almacenesinternacionales. El pretendido interés económico, del cualtrataré a su debido tiempo, es cosa bien diferente:simplemente estoy señalando que si llegáramos a laconclusión de que deberían boicotearse las grandes tiendas,podríamos hacerlo tan fácilmente como (espero)boicotearíamos las tiendas que vendiesen instrumentos detortura o veneno para uso casero. Dicho con otras palabras,esta cuestión primera y fundamental no es asunto denecesidad, sino de voluntad. Si decidiéramos hacer un voto,si decidiéramos aliarnos para tratar sólo con pequeñastiendas locales y nunca con grandes tiendas centralizadas,la campaña podría ser tan poco práctica como la «campañade la tierra» en Irlanda. Probablemente tendría casi el mismoéxito. Es claro que se dirá que la gente concurriría a lamejor tienda. Yo lo niego, porque los boicoteadoresirlandeses no aceptaron el mejor ofrecimiento. Niego quela gran tienda sea la mejor, y niego especialmente que lagente vaya a ésa porque es la mejor tienda. Y si se mepregunta por qué, respondo al final con el hechoincontestable con el cual comencé. Sé que no es un merohecho de negocios, por la simple razón de que los mismoshombres de negocios me dicen que es simplemente unacuestión de bluff. Ellos son quienes dicen que nadatriunfa tanto como una apariencia de triunfo. Ellos sonquienes dicen que la publicidad influye en nosotros sinque lo queramos ni lo sepamos. Ellos son quienes dicen que«conviene publicar anuncios »; esto es, dicen a la gente enforma atropelladora que deben «hacerlo ahora», cuando nonecesitan en absoluto hacerlo.

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2. Un malentendido acerca del método

Antes de proseguir con este esquema, encuentro quedebo detenerme en un paréntesis tocante a la naturaleza de mitarea, sin el cual el resto de ella puede comprenderse mal.En realidad, sin pretender que poseo alguna experienciaoficial ni comercial, estoy haciendo aquí mucho más de loque nunca se ha pedido a la mayoría de los simpleshombres de letras (si puedo, por el momento, llamarmehombre de letras) cuando, confiadamente, dirigenmovimientos sociales o defendían ideales sociales.Prometeré que, hacia el final de estas notas, el lector sabrámucho más acerca de cómo podrían los hombres emprenderla formación de un Estado distributivo de lo que supieronalguna vez los lectores de Carlyle acerca de cómo podríanencontrar un rey héroe o un líder regio. Creo que podemosexplicar cómo se hace para que la pequeña tienda o lapequeña granja sean un rasgo común de nuestra sociedad,mejor de lo que Matthew Arnold explicó cómo se hacía delEstado nuestra mejor obra. Creo que la explotación agrícolase señalará en alguna especie de mapa tosco más claramentede lo que se señala el Paraíso Terrenal en la carta denavegación de William Morris; y creo que frente a susNoticias de ninguna parte esto podría llamarse con justiciaNoticias de alguna parte. Rousseau y Ruskin fueron a

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menudo más vagos y visionarios de lo que lo soy yo;aunque Rousseau fue aun más rígido en las abstracciones yRuskin se agitaba mucho a veces por detalles particulares.No necesito decir que no me estoy comparando con estosgrandes hombres; estoy señalando que aun a éstos, cuyasinteligencias dominaban un terreno tanto más amplio, ycuya situación como editores era mucho más respetada yautorizada, en realidad no se les pedía nada fuera de losprincipios generales que se nos acusa de dar. Sólo estoyseñalando que la tarea ha recaído en un poeta muy inferiorcuando ni a esos profetas mucho mayores se les exigíallevar a cabo y completar el cumplimiento de sus propiasprofecías. Parecería que nuestros padres fueran ciertamentecapaces de tener una visión clara de la meta con o sin unmapa detallado del camino, y capaces de referir unaignominia sin la obligación de entrar a describir unsustituto. No obstante, cualquiera que sea la razón, es muycierto que si yo fuera suficientemente grande como paramerecer los reproches de los utilitaristas, si yo fuera enrealidad tan meramente idealista o imaginativo como mepintan, si realmente me limitara a dar una dirección sin medirexactamente el camino, a señalar la casa o el cielo y decir alos hombres que echaran mano de su buen sentido para llegara ellos, si eso fuera en realidad lo único que pudiera hacer,estaría haciendo lo único que se esperó que hicieranhombres inconmensurablemente más grandes que yo, desdePlatón e Isaías hasta Emerson y Tolstoi.

Desde luego, no es eso todo lo que puedo hacer;aunque aquellos que no lo hicieron, hicieron mucho más.También puedo hacer alguna otra cosa, pero sólo puedohacerla si se comprende lo que hago. Al mismo tiempo sémuy bien que, al explicar el adelanto de sociedad tanperfecta, un hombre puede hallar con frecuencia muy difícilexplicar exactamente lo que está haciendo hasta que estéhecho. He examinado y rechazado media docena de modosde abordar el problema por diferentes caminos, que llevantodos a la misma verdad. Había pensado empezar con el

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ejemplo simple del labrador, pero sabía que ciencorresponsales se me echarían encima, acusándome deintentar convertirlos a todos en labradores. Pensé, pues, enempezar con la descripción de un razonable Estadodistributivo en esencia, con todo su equilibrio de cosasdiferentes; exactamente como los socialistas describen suutopía en esencia, con su concentración en una cosa. Perosabía que cien corresponsales me llamarían utópico ydirían que evidentemente mi proyecto no podía ponerse enpráctica porque sólo podía describirlo puesto en práctica.Aunque lo que realmente habrían querido decir al llamarmeutópico es esto: que hasta que ese proyecto fuera puesto enpráctica no habría nada que hacer. Finalmente decidíacercarme a la solución en esta forma: primeramente,señalando que el impulso monopolista no es irresistible; queaquí y ahora aún podía hacerse mucho para modificarlo,cualquiera podía hacer mucho, y todos casi todo. Luegosostendría que con la eliminación de esa particular presiónplutocrática revivirían el deseo y el aprecio de lapropiedad natural, como de cualquier otra cosa natural.Entonces, digo, valdrá la pena proponer a gentes así vueltas ala cordura, aunque sea esporádicamente, una sociedad sanaque equilibre la propiedad y controle la maquinaria. Yterminaría con la descripción de esta última sociedad, con susleyes y limitaciones.

Puede ser o no ser una buena distribución y unbuen ordenamiento de las ideas, pero es inteligible; yopino con toda humildad que tengo derecho a colocar misexplicaciones en ese orden, y ningún crítico tiene derecho aquejarse de que no las desordene a fin de responder apreguntas fuera de su orden. Estoy dispuesto a escribir paraél toda una enciclopedia del distributismo, siempre que éltenga la paciencia de leerla. No es razonable que se queje deque no haya tratado adecuadamente sobre zoología, medidasdel Estado en defensa de algo, en la letra «b»; o que no mehaya referido a la honorable posición social del gremio delos xilógrafos cuando todavía estoy tratando, por aquello del

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orden alfabético, el gremio de los arquitectos. Estoy dispuestoa ser tan aburrido como Euclides; pero el crítico no deberáquejarse de que la proposición cuarenta y ocho del segundolibro no sea parte del Pons asinorum.I El antiguo gremiode los constructores de puentes tendrá que construirmuchos de esos puentes.

Por comentarios que me han llegado colijo que lassugerencias que ya he hecho pueden no explicar del todosu lugar y propósito dentro de este proyecto. Estoyseñalando simplemente que el monopolio no esomnipotente, ni siquiera ahora y aquí, y que cualquierapodría pensar, en la excitación del momento, en los muchosmodos en que puede ser demorado y hasta anulado ese triunfofinal. Supongamos que un monopolizador que sea mimortal enemigo se esfuerce por arruinarme impidiéndomevender huevos a mis vecinos; le puedo decir que viviré delos nabos de mi propia huerta. No tengo el propósito delimitarme a los nabos, ni de jurar que nunca tocaré mispropias patatas o mis habas. Pongo los nabos como ejemplode algo que puedo tirarle a la cara. Supongamos que elmalvado millonario en cuestión llegara a mí, y sonriendoburlonamente sobre la tapia del jardín, dijera: «Noto por suaspecto de muerto de hambre y por su flacura que tiene ustednecesidad inmediata de unos pocos chelines, pero no tieneposibilidad de conseguirlos». Posiblemente esto me llevara areplicar: «Sí, puedo conseguirlos. Podría vender mi primeraedición de Martín Chuzzlewit». No quiere decirnecesariamente que ya me vea en una pobre tumba a menosque pueda vender el Martín Chuzzlewit; no quiere decir queno se me ocurra nada más que vender el Martín Chuzzlewit;no me propongo jactarme, como cualquier político corriente,de haber unido mi bandera a la política de MartínChuzzlewit. Con eso, solamente habría querido decir alofensivo pesimista que no estoy carente de recursos; quepuedo vender un libro, y hasta escribirlo si el caso se hacedesesperado. Podría hacer gran cantidad de cosas antes dellegar a una acción resueltamente antisocial, como sería la de

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asaltar un banco o (todavía peor) la de trabajar en un banco.Podría hacer muchísimas cosas de muchísimas clases, y doyun ejemplo al comienzo para indicar que hay muchísimas másy no que no hay más. En mi casa hay muchísimas cosas demuchísimas clases además de un ejemplar de MartínChuzzlewit. No hay muchas cosas de gran valor, exceptopara mí, pero algunas son de algún valor para cualquiera.Porque lo característico de una casa es que sea una mezclade cosas. Y la mía, por lo menos, llega a ese austero idealdoméstico. Lo que pasa con la casa de uno es que no sólo esun conjunto de cosas diferentes, que son no obstante unasola cosa, sino que es una cosa en la cual valoramos hastalas cosas que olvidamos. Si un hombre incendia mi casareduciéndola a un montón de cenizas, no estoy menosjustamente indignado con él por haberlo quemado todo quepor no poder recordar en un principio todas las cosas que haquemado. Y así, como con los lares, ocurre con toda esareligión doméstica, o lo que queda de ella, pararesistirse a la disciplina destructiva del capitalismoindustrial. En una sociedad más simple saldría corriendo delas ruinas pidiendo socorro a la comuna o al rey, ygritando: ¡Justicia! Un ladrón ha quemado mi puerta deroble con los acostumbrados accesorios, catorce marcos deventanas, nueve cortinas, cinco alfombras y media,setecientos cincuenta y tres libros, de los cuales cuatroeran éditions de luxe, un retrato de mi bisabuela...», y asísucesivamente, agregando todos los artículos; pero seperdería algo del impetuoso y simple grito feudal, lasimple exclamación «¡justicia!». De la misma manerapodría haber empezado este esbozo con un inventario de todaslas alteraciones que querría ver en la ley con el objeto deestablecer alguna justicia económica en Inglaterra. Perodudo que el lector hubiera tenido mejor idea de lo quefinalmente me proponía, y no hubiera sido el camino por elcual me propongo marchar ahora. Más tarde tendré ocasiónde entrar en detalles sobre estas cosas; pero los casos queexpongo son meros ejemplos de mi primera tesis general: que

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ni siquiera en este momento estamos haciendo todo lo quepodría hacerse para resistir a la acometida del monopolio;y que cuando la gente habla como si ahora no pudierahacerse nada, esa declaración es falsa desde el comienzo;y que inmediatamente se le presentarán a la inteligencia todaclase de respuestas.

El capitalismo se está desintegrando, y en ciertosentido no fingiremos estar tristes porque se desintegra.Claro que podríamos favorecernos muy correctamentediciendo que ayudaríamos a desintegrarlo, pero no queremosque simplemente se destruya. El primer hecho que hay quecomprender es precisamente ése: que se trata de elegir entresu desintegración o su destrucción. Hay que elegir entre laposibilidad de que voluntariamente se descomponga en susverdaderos componentes, volviendo cada uno a lo que era,y la posibilidad de que sencillamente se desplome sobrenuestras cabezas en un estampido o confusión de todos suscomponentes, que algunos llaman comunismo y algunos otrosllaman caos. Lo que toda la gente sensata debería tratar deconseguir es lo primero. Lo último es lo que toda la gentesensata debería tratar de impedir. Por eso con frecuencia sonagrupados.

Me he limitado principalmente a contestar lo quesiempre consideré como primer interrogante:

«¿Qué tenemos que hacer ahora?». Respondo a eso:«Lo que tenemos que hacer es refrenar a los demás paraque no continúen haciendo lo que hacen ahora». El enemigotiene la iniciativa. Él es quien ya está haciendo cosas, y lashabrá hecho mucho antes de que nosotros podamos empezara hacer algo, puesto que él tiene el dinero, la maquinaria,la mayoría y otras cosas que nosotros tenemos queconquistar antes de poder utilizarlas. Ha completado casi eltriunfo capitalista, pero no del todo; y todavía es posibleestorbarle y echarle la soga al cuello. El mundo se hadespertado muy tarde, lo cual no es culpa nuestra. Es culpade los locos que durante veinte años nos dijeron que nuncapodría haber trust, y que ahora nos dicen, con igual cordura,

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que nunca podrá haber nada más. Pido al lector que tengapresentes otras cosas. La primera es que este esbozo essólo un esbozo, aunque uno apenas pueda evitar algunascurvas y revueltas. No pretendo salvar todos los obstáculosque pueden surgir en esta cuestión, porque muchos de ellosparecerían a muchos cuestiones del todo diferentes. Pondréun ejemplo de lo que quiero decir. ¿Qué hubiera pensado ellector criticón si nada más empezar este bosquejo hubieraentrado en una larga discusión sobre la ley de difamación?Sin embargo, si yo fuera estrictamente práctico, hallaría queése es uno de los obstáculos más positivos. La ridículaposición actual es que el monopolio no es rechazadocomo fuerza social, pero que todavía puede agraviar comoimputación legal. Si usted intenta impedir que un hombreacapare leche, lo primero que ocurrirá será que sufrirá unruinoso proceso por calumnias por haber llamado a tal cosaacaparamiento. Es claro que el simple sentido común diceque si la cosa no es pecado, no hay calumnia. Tal y comoestán las cosas, no hay castigo para el que lo hace, pero haycastigo para el que lo descubre. No trato aquí (aunque estoyabsolutamente dispuesto a hacerlo en cualquier otra parte)sobre todas esas dificultades detalladas que una sociedadcomo la ahora constituida suscitaría en una sociedad como laque deseamos construir. Si se constituyera sobre losprincipios que sugiero, se tratarían esos detalles, a medidaque surgieran, sobre esos principios. Por ejemplo, pondríafin al destino por el cual hombres más poderosos queemperadores fingen ser comerciantes particulares que sufrenla malignidad privada. Sostendría que aquellos que en lapráctica son hombres públicos deben ser criticados comomales públicos en potencia. Eso acabaría con la absurdasituación por la cual un «caso importante» es visto por un«jurado especial»; o dicho con otras palabras, impediríaque cualquier punto de disputa entre ricos y pobres fuerajuzgado por los ricos. Pero verá el lector que aquí no puedorechazar las diez mil cosas que podrían salirnos al paso; tengoque suponer que un pueblo dispuesto a correr los mayores

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riesgos correría también los menores. Ahora bien, este bocetoes un boceto; dicho de otro modo, es un proyecto, ycualquiera que piense que podemos obtener cosas prácticassin proyectos teóricos puede ir y pelearse con el ingeniero oarquitecto que tenga más cerca porque dibuja líneasdelgadas sobre un papel delgado. Pero también en otrosentido más especial mis indicaciones son un boceto: en elsentido de que está deliberadamente trazado como una granlimitación dentro de la cual hay muchas diversidades. Hacemucho que conozco, y me divierte no poco, a ese tipo dehombre práctico que seguramente dirá que generalizoporque no hay plan práctico. La verdad es que generalizoporque hay muchos planes prácticos. Yo mismo sé de cuatro ocinco proyectos que se han redactado, más o menosdrásticamente, para la difusión del capital. El más prudente,desde el punto de vista capitalista, es el aumento gradual dela participación en las ganancias. Una forma másrigurosamente democrática de la misma cosa es la direcciónde la empresa (si no puede ser una empresa pequeña) por ungremio o grupo que una sus contribuciones y divida susresultados. A algunos distributistas les disgusta la idea deltrabajador que tiene acciones sólo donde tiene trabajo; creenque el trabajador sería más independiente si invirtiera supequeño capital en cualquier otra parte; pero todos están deacuerdo en que debería tener un capital para invertir. Otrossiguen llamándose distributistas porque darían a todos losciudadanos un dividendo mediante sistemas nacionales deproducción mucho mayores. Yo, deliberadamente, sacomis principios generales de modo que pueda abarcar tantosde estos proyectos comerciales alternativos como seaposible. Pero me opongo a que se me diga que abarco tantosporque sé que no hay ninguno. Si le digo a un hombre quevive con demasiado lujo y extravagancia y que deberíaeconomizar en algo, no estoy obligado a darle una lista de suslujos. Y lo que sostengo es que la sociedad moderna estaríamucho mejor si dividiera la propiedad mediante cualquierade estos procesos. Eso no quiere decir que no tenga mi

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forma favorita: personalmente prefiero el segundo tipo dedivisión dado en la lista de ejemplos de más arriba. Peromi tarea principal es señalar que cualquier reversión en latendencia precipitada a concentrar la propiedad será unadelanto sobre el estado actual de cosas. Si le digo a unhombre que se está quemando su casa allá en Putney, puedeque me lo agradezca aunque no le proporcione una lista detodos los vehículos que van hasta Putney, con los números detodos los taxis y el horario de todos los tranvías. Basta queyo sepa que hay gran cantidad de vehículos para que él elija,antes de que se vea reducido a la proverbial aventura de ira Putney montado en un puerco. Basta que cualquiera deesos vehículos sea en conjunto menos incómodo que una casaen llamas o un montón de cenizas. Admitiría que se mellamara poco práctico si entre este lugar y Putney hubieraselvas impenetrables y destructoras inundaciones; en ese casopodría ser tan idealista elogiar Putney como elogiar elParaíso. No admito que sea poco práctico porque sepa quehay media docena de modos prácticos que son más prácticosque el estado de cosas presente. Pero, de hecho, no se deduceque no sepa llegar a Putney. Aquí, por ejemplo, hay mediadocena de cosas que ayudarían al proceso del distributismo,aparte de aquellas que tendré ocasión de tratar comocuestiones de principio. No todos los distributistas estaránde acuerdo con todas ellas; pero todos concordarán en quesiguen la orientación del distributismo:

1) La aplicación de impuestos a los contratos, demodo que no alienten la venta de la pequeña propiedad agrandes propietarios y estimulen la división de la granpropiedad entre pequeños propietarios.

2) Algo así como el derecho sucesorio napoleónico y laabolición de la primogenitura.

3) El establecimiento de leyes liberales para lospobres, de tal modo que la pequeña propiedad siemprepudiera ser defendida contra la grande.

4) La protección deliberada de ciertos experimentos enla pequeña propiedad, si fuera necesario mediante tasas y aun

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tasas locales.5) Los subsidios para fomentar la iniciación de tales

experimentos.6) Una liga de consagración voluntaria, y un número

cualquiera de otras cosas de la misma clase.Pero he insertado aquí este capítulo con el objeto de

explicar que esto es un bosquejo de los principios primerosdel distributismo y no de los detalles últimos, sobre loscuales pueden discutir hasta los distributistas. En talexposición, los ejemplos se dan como ejemplos, y no comolista exacta y total de todos los casos que abarca la regla.Si no se comprendiera este principio elemental deexposición, tendría que conformarme con ser llamadopoco práctico por esa clase de hombre práctico. Porcierto, desde su punto de vista, hay algo de verdad en suacusación. Sea o no sea yo un hombre práctico, no soy lo que sellama un político práctico, es decir un político profesional. Nopuedo pretender tomar parte alguna en la gloria de haber llevadoa mi patria a su promisoria y esperanzada situación actual.Cabezas más recias que la mía han fundado la prosperidad actualdel carbón. Hombres de acción, de energía más vigorosa, nos hanllevado a la consoladora situación de vivir de nuestro capital. Nohe tenido parte alguna en la revolución industrial que haaumentado las bellezas de la naturaleza y ha reconciliado lasclases de la sociedad; tampoco debe el lector demasiadoentusiasta agradecerme a mí esta Inglaterra más culta, en la cualel empleado vive de limosnas del Estado y el empleador davueltas y más vueltas en descubierto.

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3. Un caso en cuestión

Es tan natural para nuestros críticos comerciales discutiren círculo vicioso como viajar en el «círculo de los íntimos».No es mera estupidez, pero es mero hábito; y no es fácilpenetrar en este anillo de hierro ni escapar de él. Cuandodecimos que pueden hacerse cosas, por lo común queremosdecir que podrían ser hechas por la masa de los hombreso por los dirigentes del Estado. He brindado un ejemplode algo que la masa podría hacer fácilmente, y aquí daré unejemplo de algo que el gobernante podría hacer con absolutafacilidad. Pero debemos estar preparados para que nuestroscríticos empiecen a discutir en círculo vicioso y decir queel pueblo actual nunca se pondrá de acuerdo o que elactual gobernante nunca obrará de esa forma. Pero estaqueja es una confusión. Estamos respondiendo a gentes queconsideran nuestro ideal imposible en sí mismo. Es claro quesi no se quiere, no se intenta alcanzarlo; pero que no se digaque porque no se quiere se sigue que no se podría alcanzar sise quisiera. Una cosa no se hace intrínsecamente imposiblesimplemente porque una multitud no trata de obtenerla, nideja de ser política práctica porque no haya políticosuficientemente práctico para seguirla.

Empezaré con un ejemplo vulgar y conocido. A fin de

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asegurar un descanso a nuestro inmenso proletariado,tenemos una ley que obliga a los empleadores a cerrar susnegocios medio día por semana. Dado el principioproletario, es una cosa saludable y necesaria para el Estadoproletario; exactamente como las saturnales son cosasaludable y necesaria para el Estado esclavo. Conocida estamedida para el proletariado, una persona práctica diríanaturalmente: «También tiene otras ventajas; será unaoportunidad para cualquiera que quiera hacer su propiotrabajo sucio, para el hombre que puede desenvolverse sinsirvientes». Ese ser degradado que hasta sabe hacer lascosas solo, por fin tendrá una oportunidad de alcanzar unéxito. El solitario maniático que realmente puede trabajarpara vivir, posiblemente tenga oportunidad de vivir. No esnecesario que un hombre sea distributista para que digaesto, es cosa corriente y obvia que diría cualquiera. Elhombre que tiene sirvientes debe dejar de explotar a sussirvientes. Desde luego que el hombre que no tiene sirvientesa quienes explotar no puede dejar de explotarlos. Pero la leyen realidad está hecha de tal forma que también obliga a estehombre a dar descanso a los sirvientes que no tiene.Propicia saturnales que nunca tienen lugar para una multitudde esclavos fantasmas que jamás han estado allí. No hay nisiquiera un rudimento razonable en esta disposición. Entodo sentido posible, desde el material inmediato hasta elsentido abstracto y matemático, es absolutamentedisparatada. Vivimos días de peligrosa división de interesesentre empleador y empleado. Por lo tanto, aunque no esténdivididos, sino realmente unidos en una sola persona,debemos dividirlos nuevamente en dos partes. Forzamos a unhombre a darse algo que no quiere porque algún otro que noexiste podría quererlo. Le advertimos que será mejor quereciba una comisión de sí mismo, o podría levantarse enhuelga contra sí mismo. Tal vez hasta se haga bolchevique yse tire a sí mismo una bomba; y en ese caso no le quedarámás camino a su firme sentido del derecho y el orden queleer el Acta de Sedición y pegarse un tiro.

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Dicen que somos poco prácticos, pero todavía nohemos producido una fantasía académica como ésta. A vecessugieren que nuestro pesar por la desaparición dellabrador y el aprendiz es sólo cuestión de sentimiento.¡Sentimental! No hemos caído en el sentimentalismo hastael extremo de sentir piedad por aprendices que no hanexistido nunca. No hemos alcanzado esa riqueza de emociónromántica que nos haría capaces de llorar más copiosamentepor un imaginario ayudante de almacenero que por elalmacenero real. Todavía no estamos tan borrachos comopara ver doble cuando miramos dentro de nuestra tiendapredilecta, ni para hacer que el dueño se pelee con supropia sombra. Dejemos que estos hombres de negociostercos y prácticos derramen lágrimas por las penas de unmuchacho de oficina no existente y prosigamos por nuestrapropia senda desértica e irregular, que por lo menos acierta apasar por la tierra de los vivos.

Ahora bien, si mañana se hiciera tan pequeñocambio, se establecería una diferencia: una diferenciaconsiderable y creciente. Y si algún temerario defensor dela gran empresa me dice que una pequeñez como ésa podríacambiar muy poco las cosas, que tenga cuidado, porque estáhaciendo lo que tales defensores evitan sobre todas las cosas:está contradiciendo a sus maestros. Entre las mil cosasinteresantes, perdidas entre un millón sin interés, queaparecen en los informes parlamentarios y de asuntospúblicos de los diarios, había una pequeña comediarealmente encantadora que trataba sobre esta cuestión. Unhombre normalmente razonable y con instinto popular,descarriado y llegado al Parlamento por algunaequivocación, señaló este hecho simple: que no habíanecesidad de proteger al proletariado donde no habíaproletariado que proteger; y que por lo tanto el tenderosolitario podría permanecer en su solitaria tienda. Y elministro a cargo del asunto replicó, con enternecedorainocencia, que era imposible, porque sería injusto con lasgrandes tiendas. Es evidente que las lágrimas fluyen

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espontáneamente en tales círculos, como fluyeron en lordLundy, el próspero político. Quedaba conmovido por elsimple pensamiento de los posibles sufrimientos de losmillonarios. Se le presentó a la imaginación el señorSelfridgel agonizante, y los gemidos del señor Woolworth,de la Torre de Woolworth, estremecieron los corazonesbuenos a los cuales nunca llegará en vano el llanto de losricos afligidos. Pero, pensemos lo que pensemos acercade la sensibilidad necesaria para considerar como objetosdignos de compasión a los dueños de grandes tiendas, decualquier modo arregla de golpe todo el fatalismoelegante que ve en su éxito algo inevitable. Es absurdoque nos digamos que nuestro ataque está destinado afracasar y luego que habría algo absolutamente falto deescrúpulos en triunfo tan inmediato. Aparentemente, debeadmitirse la gran empresa porque es invulnerable, y debeperdonársela porque es vulnerable. Esta gran burbujaabsurda no podrá reventar nunca; y resulta simplemente cruelque el pinchazo de alfiler de la competencia la haga estallar.

No sé si las grandes tiendas son tan débiles e inestablescomo decía su defensor. Pero, cualquiera que fuese el efectoinmediato sobre las grandes tiendas, estoy seguro de quehabría un efecto inmediato sobre las pequeñas. Estoy segurode que si pudieran comerciar el día de descanso general, nosólo significaría que habría más comercio para ellas, sinoque habría más de ellas comerciando. Querría decir, almenos, que habría una clase numerosa de pequeños tenderos,y ése es exactamente el tipo de cosa que crea una diferenciapolítica total, como la crea en el caso de pequeñospropietarios de labrantíos. No es cuestión de números en elsimple sentido mecánico. Es cuestión de presencia y presiónde un tipo social particular. No es sólo cuestión de cuántascabezas se cuentan, sino, en un sentido más real, si cuentanlas cabezas. Si hubiera algo que pudiera llamarse clase decampesinos, o clase de pequeños comerciantes, harían sentirsu presencia en la legislación aunque hubiera lo que se llamalegislación de clases. Y la misma existencia de esa tercera

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clase sería el fin de lo que se llama lucha de clases, porcuanto su teoría divide a todos los hombres en empleadores yempleados. No quiero decir, por supuesto, que esta pequeñaalteración legal sea la única que tengo que proponer; lamenciono en primer término porque es la más obvia. Perola menciono también porque ejemplifica muy claramente loque entiendo por las dos etapas: la naturaleza de la reformapositiva y negativa. Si las pequeñas tiendas empezaran atener mayores ventas y las grandes menos, significaría doscosas, ambas prácticas. Querría decir que el ímpetucentrípeto se habría aminorado, si no detenido, y podría porfin convertirse en movimiento centrífugo. Querría decir quehabría cierto número de nuevos ciudadanos en el Estado a loscuales no sería posible aplicar todos los argumentossocialistas o serviles. Ahora bien, cuando se tuviera unacantidad considerable de pequeños propietarios, de hombrescon la psicología y la filosofía de la pequeña propiedad,entonces se podría empezar a hablarles de algo más parecidoa un acuerdo general justo sobre sus propios planes; algomás parecido a una tierra en la que puedan vivircristianos. Se les puede hacer comprender, al contrario quea plutócratas y proletarios, por qué no debe existir lamáquina si no es al servicio del hombre, por qué las cosasque nosotros mismos producimos son queridas como hijosnuestros, y por qué podemos pagar demasiado caro el lujo,con la pérdida de la libertad. Con que sólo empiecen adesprenderse cuerpos de hombres de los empleos serviles,empezarán a formar el cuerpo de nuestra opinión pública.Ahora bien, hay un gran número de otras ventajas que podríanconcederse al hombre pequeño, que pueden serconsideradas en su lugar. En todas ellas presupongo unapolítica deliberadamente favorable al hombre pequeño. Peroen el primer ejemplo dado aquí apenas podemos decir quehay cuestión alguna de favor. Se hace una ley que estableceque los dueños de esclavos deben liberarlos por un día: elhombre que no tiene esclavos está enteramente fuera de lacuestión; no cae bajo ella legalmente porque no entra en ella

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lógicamente. Ha sido deliberadamente arrastrado a ella, no afin de que todos los esclavos sean libres por un día, sino afin de que todos los hombres libres sean esclavos durantetoda su vida. Pero mientras algunos de los recursos sonsólo justicia ordinaria para la pequeña propiedad, por elmomento la cuestión es que al principio valdrá la pena crearla pequeña propiedad, aunque sea solamente en pequeñaescala. Existirían otra vez los ciudadanos y labradoresingleses, y donde quiera que existan, cuentan. Hay muchasotras formas (que pueden ser brevemente descritas) defomentar la división de la propiedad en un sentido legal ylegislativo. Más tarde trataré algunas de ellas,especialmente las que se refieren a la verdaderaresponsabilidad que el Gobierno podría asumirrazonablemente en una situación financiera y económica quese está haciendo absolutamente ridícula. Desde el punto devista de cualquier persona cuerda, de cualquier otrasociedad, el problema actual de la concentración capitalistano es sólo una cuestión de derecho, sino de derecho criminal,por no decir de locura criminal.

En alguna otra parte se dice algo acerca de esamonstruosa megalomanía de las grandes tiendas, con susllamativos anuncios y su estandarización estúpida. Peroquizás sea bueno añadir en la cuestión de las pequeñastiendas que, una vez que existen, tienen por lo general unaorganización propia mucho más digna y mucho menosvulgar. Esa organización voluntaria, como todos saben, sellama gremio, y es perfectamente capaz de hacer todo lo querealmente hay que hacer en materia de vacaciones y fiestaspopulares. Veinte peluqueros podrían muy bien arreglarseunos con otros para no competir entre sí en una fiestadeterminada o en determinada forma. Resulta divertidoadvertir que la misma gente que dice que un gremio es cosamedieval y muerta que nunca marcharía, generalmente rezongacontra el poder del gremio como cosa viva y modernadonde ésta en realidad marcha. El caso del gremio de losmédicos es un ejemplo: se les reprocha en los periódicos

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que la confederación en cuestión rehúse «hacer accesiblesal público en general los descubrimientos médicos». Cuandoexaminamos las necedades que la prensa hace accesibles alpúblico en general, tenemos motivos, me parece, para dudarde si nuestras almas y cuerpos no están por lo menos tan asalvo en manos de un gremio como tienen probabilidad deestarlo en manos de un trust. Por el momento, el asuntoprincipal es que las pequeñas tiendas pueden ser gobernadas,aunque el Gobierno no sea el patrón. Por horrible que estopueda parecer a los idealistas democráticos de hoy, soncapaces de gobernarse por sí mismas.

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4 La tiranía de los trust

La mayoría de nosotros ha encontrado en la literaturay hasta en la vida real cierto tipo de viejo caballero, amenudo representado por un anciano clérigo. Es esa clasede hombre que tiene horror a los socialistas sin tener ideaprecisa de lo que son. Es el hombre de quien los hombresdicen que tiene buenas intenciones, con lo cual quierendecir que no tiene ninguna. Pero esta opinión es algo injustacon este tipo social. En realidad es algo más quebienintencionado; podríamos ir más lejos y decir queprobablemente sería recto si pensara alguna vez. Susprincipios probablemente serían bastante firmes si realmentese aplicaran; su ignorancia práctica es lo que le impideconocer el mundo al cual serían aplicables. Tal vez pienserealmente bien, sólo que no tiene noción de lo que está mal.Los que han escuchado a este viejo caballero saben queacostumbra a suavizar su severo repudio por los misteriosossocialistas diciendo que, claro está, es deber cristiano hacer

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buen uso de nuestra riqueza, recordar que la propiedad es uncargo que nos confía la Providencia para el bien de losdemás, así como de nosotros mismos, y aun (a menos que elviejo caballero sea suficientemente viejo para sermodernista) que es posible que algún día se nos hagan una odos preguntas acerca del abuso de tal cargo. Ahora bien, todoesto, hasta aquí, es perfectamente cierto, pero resulta queilustra de modo curioso la inocencia extraña y hastapavorosa del viejo caballero. Hasta la frase que usa cuandodice que la propiedad es una responsabilidad que nos confíala Providencia es una frase que, cuando se pronuncia en elmundo que lo circunda, toma carácter de equívoco tremendoy aterrador. Su frasecita patética resuena con cien ecosrugientes que la repiten una y otra vez como la risa de ciendemonios en el infierno: «La propiedad es un trust».

Ahora podré exponer más convenientemente lo quequise decir en esta primera parte, tomando este tipo deviejo y simpático clérigo conservador y examinando laforma curiosa en que primeramente se lo ha pilladodesprevenido, para luego darle en la cabeza. Lo primero quehemos tenido que explicarle es ese horrible equívoco sobreel trust. Mientras él ha estado gritando contra ladronesimaginarios a quienes llama socialistas, ha sido atrapado yarrebatado realmente por verdaderos ladrones que todavíano podía ni siquiera imaginar. Porque las pandillas dejugadores que forman los monopolios son en realidadpandillas de ladrones, en el sentido de que tienen menosconciencia que cualquiera de esa responsabilidad individualde los dones individuales de Dios que el viejo caballerollama acertadamente deber cristiano. Mientras él ha estadoentretejiendo palabras en el aire acerca de ideales que novienen al caso, ha caído en una red tejida con las palabrasy conceptos exactamente opuestos: impersonales,irresponsables, irreligiosos. Las fuerzas monetarias que lorodean están más lejos que ninguna otra cosa de la ideadoméstica de posesión con la cual, para hacerle justicia,empezó él mismo. De modo que cuando todavía bala

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débilmente: «La propiedad es una responsabilidad»,respondemos firmemente: «Un trust no es propiedad». Yahora llego a lo realmente extraordinario del viejo caballero.Quiero decir que llego al hecho más extraño del tipoconvencional o conservador de la sociedad inglesa moderna.Y es el hecho de que la misma sociedad que empezódiciendo que no existía tal peligro que evitar, ahora diceque es imposible evitar el peligro. Toda nuestra comunidadcapitalista ha dado un gran paso desde el optimismoextremo hasta el extremo pesimismo. Empezaron diciendoque en este país no podría haber ningún trust. Hanterminado diciendo que en esta época no puede haber nadamás que trust. Y con ese procedimiento de llamarimposible el lunes a lo que el martes llaman inevitable hansalvado dos veces la vida al gran jugador o ladrón: laprimera vez, llamándolo monstruo fabuloso, y la segundallamándolo fatalidad todopoderosa. Hace doce años, cuandoyo hablaba de los trust, la gente decía: «En Inglaterra no hayningún trust». Ahora, cuando hablo de ello, la misma gentedice: «Pero, ¿cómo se propone hacer que Inglaterra salgade los trust?». Hablan como si los trust siempre hubieranformado parte de la Constitución inglesa, por no decir delSistema Solar. En resumen, el equívoco y la palabra con loscuales inicié este artículo han resultado exacta eirónicamente verdaderos. Al pobre clérigo viejo se lo hacehablar como si el Trust, con mayúscula, fuera algo que le haotorgado la Providencia. Se lo obliga a abandonar todo loque originariamente quería decir con su forma curiosa deindividualismo cristiano, y a reconciliarse rápidamente conalgo que se asemeja más a una especie de colectivismoplutocrático. Está empezando a comprender, de una maneraque lo deja algo perplejo, que ahora debe decir que elmonopolio, y no solamente la propiedad privada, es parte dela naturaleza de las cosas. Le han echado la red mientrasdormía, porque nunca pensó en nada parecido a una red;porque hubiera negado hasta la posibilidad de que alguientejiera semejante red. Pero ahora el pobre caballero tiene

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que empezar a hablar como si hubiera nacido dentro de la red.Quizás, como digo, le hayan dado un golpe en la cabeza; talvez, como dicen sus enemigos, siempre estuvo un poquito malde la cabeza. Pero, de cualquier modo, ahora que su cabezaestá en la trampa, o en la red, predicará con frecuenciasobre la imposibilidad de escapar de lazos y redes tejidos ohilados por la rueda del destino. En una palabra, quieroseñalar que el viejo caballero no tuvo cuidado de no caer enla red y que no tiene ninguna esperanza de salir de ella.

En resumen, expondré lo que hasta aquí he indicadodiciendo que el principal peligro que debe evitarse ahora, yel primer peligro que ahora debe tomarse en cuenta, es el desuponer más completa de lo que es la conquista capitalista. Sipuedo usar los términos del catecismo de los niños sobre losdos pecados contra la esperanza, el peligro ya no es el dela presunción, sino más bien el de la desesperación. No esmera impudencia, como la de aquellos que nos decían, sinpestañear, que no había trust en Inglaterra. Es más bien meraimpotencia, como la de los que nos dicen que Inglaterrapronto será sumida en un terremoto llamado América. Ahorabien, esta suerte de entrega al monopolio moderno no sóloes indigna, también es producto del miedo, y prematura. Noes verdad que no podamos hacer nada. Lo que hasta aquí heescrito estaba dirigido a mostrar a los que dudaban y a losaterrorizados que no es cierto que no podamos hacer nada.Todavía hay algo que puede hacerse, y enseguida; aunquelas cosas que pueden hacerse parezcan de diferentes clasesy aun de diferentes grados de eficacia. Aunque sólosalvemos una tienda de nuestra calle o paralicemos unaconspiración en nuestro oficio, o consigamos una ley quecastigue esas conspiraciones a instancias de nuestrorepresentante en el Parlamento, tal vez lleguemos a tiempo ylogremos que varíen las cosas.

Para usar una metáfora militar, digamos que lo queha sucedido es que los monopolistas han intentado unmovimiento de cerco, aunque ese movimiento todavía noestá completo. Lo estará, a menos que hagamos algo; pero

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no es verdad que no podamos hacer nada para impedirque se complete. Creemos que hay que lanzarse, hacersalidas y descubiertas, tratar de perforar ciertos puntos dela línea enemiga (suficientemente apartados y escogidospor su debilidad), irrumpir a través de la brecha delcírculo incompleto. La mayoría de la gente que nos rodeacree que hay que rendirse a la sorpresa, precisamenteporque para ellos fue una completa sorpresa. Ayer negabanque el enemigo pudiera cercarnos. Anteayer negaban quepudiera existir. Han quedado como paralizados por unprodigio. Pero así como nunca estuvimos de acuerdo conque la cosa fuera imposible, tampoco ahora estamos deacuerdo con que sea irresistible. Hace tiempo que deberíahaberse iniciado la acción; pero puede iniciarse aún. Poreso vale la pena tratar de los diversos recursos dados comoejemplos. Una cadena es tan fuerte como lo es su eslabón másdébil; una línea de batalla es tan fuerte como lo es suhombre más débil; un movimiento de cerco es tan fuertecomo su punto más débil, el punto donde todavía puederomperse el círculo. Así, para empezar, si cualquiera mepregunta qué debe hacer ahora, le contesto: «Haga cualquiercosa, por insignificante que sea, que impida la consumaciónde la tarea de la unión capitalista. Haga cualquier cosa quepor lo menos la demore. Salve una tienda entre cientiendas. Salve una heredad de entre cien heredades. Decien puertas, mantenga abierta una; porque mientras estéabierta una puerta, no estaremos presos. Levante unabarricada en su camino, y pronto verá si es el camino quesigue el mundo. Ponga una retranca en su rueda y prontoverá si es la rueda del destino». Porque por la esencia desu esfuerzo enorme y antinatural, un pequeño fracaso es tangrande como un gran fracaso. El monopolio comercialmoderno tiene muchos puntos en común con un gran globo.Está inflado, y es sin embargo leve; sube, y sin embargo,va a la deriva; y sobre todo, está lleno de gas, y por logeneral de gas venenoso. Pero la semejanza que aquí másnos interesa es que el pinchazo más pequeño desinfla el

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globo más grande. Si esta tendencia de nuestro tiemporecibiera algo así como un rechazo bastante definido, creoque toda la tendencia pronto empezaría a debilitarse en suabsurdo prestigio. Hasta que el monopolio no seamonopolista, no es nada. Hasta que la unión no pueda unirlotodo, no es nada. Acab no tiene su reino mientras Nabothposee su viña; Amán no será feliz en el palacio mientrasMardoqueo esté sentado a la puerta. Cien relatos de historiahumana están ahí para mostrar que las tendencias puedenvolver atrás, y que un obstáculo puede ser el puntodecisivo. Las arenas del tiempo están simplementepunteadas con estacas individuales que así han marcado loscambios de la marea. El último paso hacia el triunfo final esasegurarse de que no vencerá el enemigo, aunque seaasegurarse sólo de que no vencerá en todas partes. Después,cuando hayamos hecho vacilar el impulso, y tal vez lohayamos detenido, podremos iniciar un contraataquegeneral. Luego procederé a considerar la naturaleza de esecontraataque. En otras palabras, intentaré explicar al viejoclérigo atrapado en la red (cuyos sufrimientos tengo siemprepresentes) lo que sin duda le consolará saber: que seequivocó en primer término pensando que no había red, quese equivoca ahora pensando que no hay escapatoria de lared, y que nunca sabrá lo equivocado que estaba hasta quedescubra que tiene su propia red, y sea una vez más pescadorde hombres.

Empecé enunciando una obviedad: que una formade apoyar las pequeñas tiendas sería apoyándolas. Todospodrían hacerlo, pero parece que nadie puede imaginarlo. Enun sentido, nada es tan simple, y en otro, nada es tan difícil.Proseguí señalando que sin cambio arrollador alguno, lamera modificación de las leyes existentes probablementeharía surgir a la vida y a la actividad miles de pequeñastiendas. Tal vez tenga ocasión de volver más extensamentesobre las pequeñas tiendas; pero por el momento sólorecorro rápidamente ciertos ejemplos separados paramostrar que la ciudadela de la plutocracia podría ser atacada

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aún desde muchos puntos diferentes. Podría tener que hacerfrente a un esfuerzo concertado en el campo abierto de lacompetencia. Podría ser refrenada mediante la creación degran número de pequeñas leyes. Tercero, podría seratacada por una operación de más alcance, de leyesmayores. Pero mientras llegamos a éstas, todavía en estaetapa, también chocamos con problemas mayores.

El sentido común de la cristiandad, durante años yaños, ha dado por sentado que era tan posible castigar elacaparamiento como castigar la acuñación de moneda. Noobstante, a la mayoría de los lectores de hoy les parece unaespecie de contradicción vital, repetida en la expresiónverbal: «No confíe en los trust». Con todo, a nuestros padresno les parecía esto tan paradójico como decir «no confíe enlos príncipes», sino más bien como decir «no confíe en lospiratas». Pero al aplicarlo a la situación moderna somosrechazados primero por un sofisma muy moderno.

Cuando decimos que un acaparamiento deberíatratarse como una conspiración, se nos cuenta siempre quela conspiración es demasiado complicada para serdesenredada. Con otras palabras, se nos dice que losconspiradores son demasiado buenos conspiradores para serapresados. Ahora bien, al llegar exactamente a este puntopierdo por completo mi simple e infantil confianza en elexperto en negocios. Mi actitud, hace un momento seguray confiada, se torna irrespetuosa y trivial. Estoy dispuestoa admitir que no sé mucho sobre los detalles del comercio,pero no que sea imposible que nadie sepa nunca nada acercade ellos. Estoy dispuesto a creer que hay gente en el mundo ala que le gusta sentir que el pan de su vida depende de unproveedor particular, el cual probablemente empezó ganandocon lo que robaba en el peso. Estoy dispuesto a creerque hay gente tan extrañamente constituida que le gusta veruna gran nación detenida por una pequeña pandilla, másdesaforada que una de bandoleros, pero no tan valiente. Enresumen, estoy dispuesto a admitir que puede haber gente queconfíe en los trust. Lo acepto con lágrimas, como las del

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benévolo capitán de las Bab Ballads que decía:

Its human nature; praps if so,Oh, isnot human nature low?

Tal vez sea la naturaleza humana; si es así, oh, ¿no es ruin lanaturaleza humana?». W. S.Gilbert, Bad Ballads.

Yo dudo que sea tan ruin como todo eso, aunqueadmito la posibilidad de su absoluta bajeza; la admito conllanto y lamentaciones. Pero cuando me dicen que resultaríaimposible descubrir si un hombre está o no formando untrust, eso ya es otra cosa. Mi conducta se altera. Se aviva mihumor. Cuando se me dice que si el acaparamiento fueraun crimen nadie podría ser condenado por ese crimen,entonces me río; no, me burlo. Por lo general se comete uncrimen, podemos inferir, cuando a un caballero le disgusta laaparición de otro caballero en Piccadilly Circus a las oncede la mañana, y se dirige al objeto de su disgusto y condestreza le corta el pescuezo. Luego se acerca al buenguardia que está dirigiendo el tráfico y le llama la atenciónsobre la presencia del cadáver en el pavimento,consultándole acerca de cómo eliminar el estorbo. Pareceque así es como estas gentes esperan que se hagan loscrímenes financieros, para que sean descubiertos. Por ciertoque a veces se comenten tan descaradamente como éste encomunidades donde pueden mostrarse sin peligro. Pero lateoría de la impotencia legal parece extraordinaria cuandoconsideramos la clase de cosas que la policía sí descubre.Vean la clase de crímenes que descubre: un hombreabsolutamente ordinario y oscuro de algún rincón o casuchaentre diez mil como ella se lava las manos en un sumiderodel fondo de la casa. La operación le lleva dos minutos. Lapolicía puede descubrir eso, pero le ha sido imposibledescubrir la reunión de hombres o el envío de mensajes quehan vuelto del revés todo el mundo mercantil. Pueden seguir

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la pista a un hombre a quien nadie conoce hasta un lugardonde nadie sabía que iba a ir cuando el hombre habíatomado todas las precauciones posibles para que nadie loviera hacer lo que iba a hacer. Pero no pueden vigilar a unhombre a quien todos conocen, para ver si se comunica conotro hombre a quien todos conocen a fin de hacer algo quecasi todo el mundo sabe que ha tratado de hacer toda suvida. Pueden contárnoslo todo sobre los movimientos de unhombre cuya propia mujer, o socio, o casera, no puede saberlo que hace; pero no pueden decir cuándo está enmovimiento una unión que abarca la mitad de la tierra. ¿Lapolicía es en realidad tan tonta como todo eso? ¿O son a lavez tan tontos y tan prudentes? Y si la policía fuera taninútil como creía Sherlock Holmes, ¿qué hay de SherlockHolmes? ¿Qué hay del vehemente detective aficionado sobreel cual todos hemos leído y algunos (¡ay!) hemos escrito?¿Acaso no hay ningún detective que triunfe allí dondefracasan todos los policías, y que pruebe concluyentementepor alguna mancha de grasa del mantel que el señorRockefeller está interesado en el petróleo? ¿No hay ningúnhombre de rostro afilado que, viendo que lord Leverhulmecompra multitud de negocios de jabón, infiera que tieneinterés en el jabón? Siento deseos de escribir yo mismouna serie de cuentos policiales sobre el descubrimiento deestas cosas oscuras y secretas. Presentarían a SherlockHolmes con su lupa en actitud de escudriñar un diario ydescifrar uno de los títulares letra a letra. Nos presentaríana un Watson sorprendido por el descubrimiento del Bancode Inglaterra. Mis cuentos llevarían títulos tradicionalestales como «El Secreto del anuncio», «El misterio delmegáfono» o «La aventura del atesoramiento inadvertido».

Lo que estas gentes quieren decir realmente es queno pueden imaginar que el monopolio sea tratado como laacuñación de moneda. No pueden imaginar que el intento deacaparamiento o, a decir verdad, cualquier actividad de losricos, caiga en el dominio del derecho criminal. Leschocaría pensar en semejantes hombres sometidos a

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semejantes pruebas. Pondré un ejemplo claro. Loscriminólogos siempre hacen ostentación ante nosotros de laciencia dactiloscópica cuando quieren glorificarsencillamente su no muy gloriosa ciencia. Las impresionesdigitales probarían con la misma facilidad si un millonarioha utilizado un lapicero o un ladrón ha usado una barra.Podrían demostrar con igual claridad que un financiero hausado un teléfono o un ladrón una escalera. Pero siempezáramos a hablar de tomar huellas dactilares a losfinancieros, todos creerían que se trata de una broma. Y loes: una broma muy fea. La risa que brota espontáneamenteal insinuarlo es en sí prueba de que nadie toma en serio, oni siquiera piensa en tomar en serio, la idea de que ricos ypobres son iguales ante la ley. Es la razón por la cual notratamos a los magnates del trust y a los monopolizadorescomo hubieran sido tratados bajo las antiguas leyes de lajusticia popular. Y es la razón por la cual tomo su caso eneste momento y en esta parte de mis observaciones, junto concosas aparentemente tan superficiales y fútiles como latransferencia de clientela de una tienda a otra. Es porque enambos casos se trata de una cuestión únicamente de rectadeterminación, y ni en lo más mínimo sentido de una cuestiónde leyes económicas. Con otras palabras, es mentira que nopodamos hacer que la ley encarcele a losmonopolizadores, o los ponga en la picota, o si queremoslos cuelgue, como hicieron nuestros padres antes quenosotros. Y en el mismo sentido es mentira que no podamosdejar de comprar las mercancías que hacen mejorpropaganda, o dejar de ir a las tiendas más grandes, o evitarponernos de acuerdo, en nuestros hábitos sociales generales,con la tendencia social general. Podríamos evitarlo de cienmodos; desde el muy simple de salir de una tienda hasta elmás ceremonioso de colgar a un hombre en una horca. Siqueremos decir que no deseamos evitarlo, eso puede ser muycierto, y hasta en algunos casos muy justo. Pero arrestar a unacaparador es tan fácil como salir de una tienda. Encarcelar aun politicastro no es más difícil que salir de una tienda; y es

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sumamente deseable, para que esta discusión sea sana, quenos demos cuenta del hecho desde el principio.Prácticamente la mitad de los recursos aceptados mediantelos cuales se forma ahora una gran empresa han sidoconsiderados criminales en alguna comunidad del pasado; ypodrían serlo en una comunidad del futuro. Aquí sólo puedoreferirme a ellos en la forma más precipitada. Uno de elloses el procedimiento contra el cual braman día y noche losestadistas del partido más respetable, mientras pueden fingirque sólo lo hacen los extranjeros. Se llama dumping. Es elsistema de vender perdiendo para suprimir el mercado de otrohombre. Otro procedimiento es aquel contra el cual hasta hanintentado legislar los mismos estadistas del mismo partido,mientras se limitó a los usureros. Sin embargo,desgraciadamente, no se limita en modo alguno a losusureros. Es la tramoya que consiste en enredar a un hombremás pobre en una maraña de toda suerte de obligaciones, demodo que por último no pueda cumplir sino vendiendo sutienda o empresa. Una forma de hacerlo es dando las cosasa los desesperados en mensualidades o a largo plazo. Yohubiera juzgado todas estas conspiraciones como se juzga unaconspiración para derrocar el Estado o matar al rey. Noesperamos que el hombre mande una tarjeta al rey diciéndoleque va a matarlo, o que anuncie en los diarios cuál será el díade la revolución. Semejantes maquinaciones siempre han sidojuzgadas en la única forma en que pueden juzgarse: usandodel sentido común en lo que toca a la existencia de unpropósito y la existencia aparente de un plan. Pero notendremos verdadero sentido cívico hasta que volvamos adarnos cuenta de que la conspiración de tres ciudadanoscontra un ciudadano es un crimen, tanto como laconspiración de un ciudadano contra otros tres. Con otraspalabras, la propiedad privada debería estar protegidacontra el crimen público, así como el orden público estáprotegido contra el juicio privado. Pero la propiedadprivada debería estar protegida contra cosas mucho mayoresque ladrones y carteristas. Necesita protección contra las

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conspiraciones de toda una plutocracia. Necesita defensacontra los ricos, que ahora son los gobernantes que deberíandefenderla. Quizás no resulte difícil explicar por qué no ladefienden. De cualquier modo, en todos estos casos ladificultad está en imaginar que la gente quiera hacerlo; no enimaginar que la gente lo haga. Que por todos los mediosdiga la gente que no cree que el ideal del Estadodistributivo valga el riesgo o la molestia. Pero que no diganque ningún ser humano del pasado ha arriesgado nunca nada,o que ningún hijo de Adán es capaz de tomarse molestiaalguna. Si para lograr justicia quisieran arriesgar la mitad delo que ya han arriesgado para alcanzar la corrupción, si parahacer algo bello se afanaran la mitad de lo que se hanafanado para que todo sea feo, si hubieran servido a su Dioscomo han servido a su rey cerdo y su rey petróleo, el triunfode toda nuestra democracia distributiva miraría al mundocomo uno de sus llamativos anuncios y rascaría el cielo comouna de sus extravagantes torres.

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III

ALGUNOS ASPECTOS DE LA TIERRA

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1. La simple verdad

Todos nosotros, o al menos todos los de mi generación,hemos oído en nuestra juventud una anécdota de GeorgeStephenson, inventor de la locomotora. Se decía que unpobre campesino había presentado la objeción de que seríamuy molesto que una vaca se perdiera en las vías delferrocarril, a lo cual respondió el inventor: «Sería muymolesto para la vaca». Es muy característico de su época yescuela eso de que nunca se le ocurriera a nadie que seríamás bien molesto para el campesino dueño de la vaca.

Mucho antes de haber conocido esa anécdota, contodo, es probable que hubiéramos oído otra más emocionantellamada Jack and the Beanstalk. Esa historia comienza conestas palabras extrañas: «Había una vez una pobre mujer quetenía una vaca». En la Inglaterra moderna sería extravaganteparadoja imaginar que una pobre mujer pudiera tener unavaca; pero en épocas más incultas y supersticiosas lascosas parecen haber sido diferentes. De cualquier modo, esevidente que no habría tenido la vaca por mucho tiempo enel ambiente simpático de Stephenson y su locomotora. Eltren siguió adelante, la vaca fue muerta a su debido tiempo,

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y el estado de ánimo de la vieja se llamó depresión de laagricultura. Pero todos estaban tan felices viajando en lostrenes y molestando a las vacas que nadie notó quepersistían otras dificultades. Cuando las guerras o lasrevoluciones nos apartaron de las vacas, los industrialesdescubrieron que la leche no procede originariamente de loscántaros. Sobre este hecho fundamos algunos de nosotros laidea de que la vaca (y hasta el pobre campesino) tienenutilidad para la sociedad, y nos hemos mostrado dispuestosa concederles tanto como tres acres. Pero vendría bienrepetir en este momento que no nos proponemos cubrir devacas todos los acres, y que no nos proponemos eliminar alas gentes de las ciudades como ellos eliminarían a loscampesinos. En muchos puntos secundarios quizástengamos que transigir con ciertas condiciones,especialmente al principio. Pero hasta mi ideal, si por fin loestablezco alguna vez, será lo que algunos llaman unaavenencia. Sólo que considero más exacto decir que es unequilibrio. Porque no creo que el sol transija con la lluviacuando juntos hacen un jardín; ni que esa rosa que crece allásea resultado de una avenencia entre el verde y el rojo.Quiero decir que mi utopía aún daría cabida a cosasdiferentes de diferentes tipos contenidas en posesionesdiferentes; que así como en el Estado medieval habíaalgunos labradores, algunos monasterios, alguna tierraprivada, algunos gremios de villas y así sucesivamente, en miEstado moderno habría algunas cosas nacionalizadas, algunasmáquinas pertenecientes a corporaciones, algunos gremiosque participarían en beneficios comunes, etcétera, así comotambién muchos propietarios individuales absolutos, allídonde tales propietarios individuales son más posibles.Pero está bien empezar con estos últimos, porque seconsidera que son quienes dan, y ciertamente los dan casisiempre, la norma y el tono de la sociedad.

Entre las cosas que hemos oído mil veces está laafirmación de que los ingleses son un pueblo calmo, unpueblo prudente, un pueblo conservador, y así sucesivamente.

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Cuando hemos oído una cosa tantas veces la aceptamos engeneral como perogrullada, o vemos de pronto que es del todofalsa. La verdadera peculiaridad de Inglaterra es que es elúnico país de la tierra que no tiene una claseconservadora. Hay gran número, probablemente unamayoría de gente que se llama a sí misma conservadora.La clase comerciante, que en un sentido especial escapitalista, es también por naturaleza lo más opuesto a laclase conservadora. Según ella misma proclama, usacontinuamente métodos nuevos y busca nuevos mercados. Aalgunos de nosotros nos parece que hay algo sumamenteanticuado en toda esa innovación. Pero eso es por causa deltipo de mente que está inventando, no porque no pretendainventar. Desde el financiero más grande que forma unacompañía hasta el ínfimo comerciante que vende una máquinade coser, prevalece el mismo ideal. Siempre debe ser unanueva compañía, especialmente después de lo quegeneralmente le ha pasado a la antigua compañía. Y lamáquina de coser siempre debe ser una nueva clase demáquina de coser, aunque sea de la clase de las que nocosen. Pero, mientras que esto es evidente en lo que serefiere al mero capitalista, es igualmente cierto conreferencia al puro oligarca. Sea una aristocracia lo que fuere,nunca es conservadora. Por propia naturaleza se rige más pormoda que por tradición. Los hombres que llevan una vida deocio y de lujo siempre tienen ansia de cosas nuevas;podríamos decir con justicia que serían tontos si no latuvieran. Y los aristócratas ingleses no son en modo algunotontos. Pueden sostener orgullosamente que handesempeñado una parte importante en todas las etapas delprogreso intelectual que nos ha llevado a nuestra ruina actual.

Al establecerse una clase de labradores ingleses, laprimera realidad sería que se establecería, por primera vezen muchos siglos, una clase tradicional. Se hallará que laausencia de tal clase es un hecho terrible, si en realidad lalucha llega a ser lucha entre el bolchevismo y el idealhistórico de propiedad. Pero lo inverso es igualmente

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verdadero y mucho más consolador. Esta diferencia decualidad significa que el cambio empezará a ser efectivomucho antes de que sea efectivo simplemente por la cantidad.Quiero decir que no nos ha preocupado tanto la fuerza o ladebilidad de los campesinos como la ausencia de una clasede labradores. Así como la sociedad ha sufrido por su meraausencia, también la sociedad empezará a cambiar por sumera presencia. Será una Inglaterra un tanto diferente, en lacual tendrá que considerarse al labrador de alguna manera.Empezará a alterarse el aspecto de las cosas, aun cuandolos políticos piensen en los campesinos con la mismafrecuencia con que piensan en los médicos. Se sabe que hastahan pensado en los soldados.

La situación primitiva para el campesino sería deuna simplicidad severa y casi salvaje. En Inglaterra unhombre podría vivir de la tierra si no tuviera que pagararrendamiento al propietario y jornal al peón. Por lo tanto,estaría en mejor posición, incluso en pequeña escala, si fuerasu propio terrateniente y su propio peón. Pero es evidenteque hay algunas otras consideraciones y, para mí, ciertosconceptos corrientes erróneos a los cuales se refieren lasnotas que siguen. En primer lugar, claro está, una cosa esdecir que esto es lo deseable y otra cosa es decir que sedesea. Y en primer lugar, como se verá, no niego que, si seha de desear, difícilmente puede desearse como se desea unfavor; sin duda se requerirá cierto espíritu tenaz y desacrificio por una necesidad nacional aguda, si hemos depedir a un propietario que se conforme sin arrendamiento o aun agricultor que se arregle sin ayuda. Pero al menos hayrealmente una crisis y una necesidad; a tal punto que elhacendado a menudo sólo estaría perdonando una deudaque ya se ha descontado como una mala deuda, y elempleador sólo estaría sacrificando el servicio dehombres que ya están en huelga. Con todo, necesitaremosde las virtudes propias de una crisis, y estará bien aclarar elhecho. Luego, si bien hay una absoluta diferencia entre lodeseable y lo deseado, señalaría que esta vida normal aún se

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desea más de lo que muchos suponen. Tal vez se deseesubconscientemente, pero creo que vale la pena haceralgunas sugerencias que puedan llevar el deseo a lasuperficie. Por último, existe un error de concepto en cuantoa lo que significa «vivir de la tierra», y he agregado algunassugerencias acerca de lo deseable que es. Mucho más de loque se supone.

Consideraré estos distintos aspectos del distributismoagrícola más o menos en el orden en que acabo deseñalarlos; pero aquí, en la nota preliminar, me interesasólo el hecho primordial. Si pudiéramos crear una clase delabriegos podríamos crear un pueblo conservador, y seríahombre osado quien intentara decirnos cómo el actualdesarreglo industrial de las grandes ciudades ha deproducir un pueblo conservador. Tengo plena conciencia deque muchos darían al conservadurismo nombres másgroseros, y dirían que los campesinos son estúpidos ylerdos y están atados a una existencia pesada y monótona.Sé que se dice que un hombre ha de hallar monótono hacerlas veinte cosas que se hacen en una granja, en tanto que,claro está, siempre halla bulliciosamente alegre y divertidohacer una misma cosa hora tras hora y día tras día en unafábrica. Sé que esa misma gente hace también el comentarioexactamente opuesto y que dicen que es egoísmo yavaricia que el campesino se interese vivamente en supropia granja en lugar de poner de manifiesto, como losproletarios del industrialismo moderno, una lealtaddesinteresada y romántica para la fábrica de otro y unaabnegación de asceta para obtener ganancias para otro.Aunque demos su debida importancia a cada una de estaspretensiones del capitalismo moderno, todavía espermitido decir que, en la medida en que el propietariocampesino esté ciertamente apegado a la propiedadcampesina, encuentre interés o se conforme con lamonotonía, según el caso, en realidad constituye un bloquesólido de pro piedad privada con el cual se puede contar pararesistir al comunismo; lo cual no sólo es más de lo que puede

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decirse del proletariado, sino que es mucho más de lo quecualquiera de los capitalistas dice de ellos. Yo no creo queel proletariado esté contaminado de bolchevismo (si lametáfora es adecuada a la doctrina), pero sí hay algo deverdad en los temores de los diarios en cuanto a ese asunto.En verdad parece que las propiedades extensas no puedenimpedir que suceda la cosa, en tanto que las pequeñas sípueden. Pero en realidad la experiencia contradice laafirmación de que los campesinos son salvajes tristes yenvilecidos que caminan a cuatro patas y comen pasto comolas bestias de los campos. Así, por ejemplo, en todo elmundo hay danzas campesinas, y las danzas de loscampesinos son como las danzas de reyes y reinas. Ladanza popular es mucho más majestuosa, ceremoniosa yllena de dignidad humana que el baile aristocrático. Enmuchos lugares todavía pueden hallarse aldeanos que en lasfiestas principales usan gorros parecidos a coronas y gestosparecidos a rituales, mientras que los castillos de señoras yseñores ya están llenos de gentes que brincan como monos alcompás de ruidos hechos por negros. En toda Europa loscampesinos han producido los bordados y artesaníasdescubiertos con deleite por los artistas cuando hacíatiempo que habían sido desdeñados por los aristócratas.Estas gentes no son conservadoras en un sentido meramentenegativo, aunque lo negativo tiene gran valor cuando tambiénes defensivo. También son conservadores en un sentidopositivo; conservan costumbres que no desaparecen como lasmodas, y oficios menos efímeros que esos movimientosartísticos que tan presto dejan de producir efecto. Creo quelos bolcheviques han inventado algo que llaman arteproletario, no puedo imaginar sobre qué principio, salvo elde que parecen sentir un misterioso orgullo en llamarseproletariado cuando pretenden no ser ya proletarios. Másbien creo que se trata simplemente de la repugnancia quesiente la gente educada a medias ante la idea del uso de unapalabra difícil. De cualquier modo, nunca ha habido en estemundo nada semejante al arte proletario. Pero ha habido muy

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categóricamente algo así como arte campesino.Supongo que lo que quieren decir realmente es arte

comunista, y esa sola frase revela mucho. Me imagino que unarte verdaderamente comunista consistiría en cien hombresque se colgaran de un gran pincel como un ariete y loguiaran por encima de una enorme tela con las curvas yvaivenes y vacilaciones majestuosas que expresarían, enformas oscuramente perfiladas, el espíritu compuesto de lacomunidad. Los campesinos han producido arte porque erancomunales, pero no comunistas. La costumbre y unatradición colectiva prestaban unidad a su arte; pero cadahombre era un artista separado. Esa satisfacción del instintocreador del individuo es lo que contenta a la comunidad enconjunto y por lo tanto lo que la hace conservadora. Unamultitud de hombres se afirma sobre sus propios piesporque se afirma sobre su propia tierra. Pero en nuestro país,¡ay!, los terratenientes no se han afirmado en nada, excepto enlo que han pisoteado.

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2. Votos y voluntarios

A veces nos han preguntado por qué no admiramos a losque hacen propaganda tanto como se admiran ellos mismos.Una respuesta es que está en su naturaleza admirarse a símismos. Y en la índole misma de nuestra tarea está elenseñar a la gente a criticarse o, más bien (y es preferible) adarse de puntapiés. Hablan acerca de la verdad en losanuncios, pero no puede haber nada semejante en el sentidoprofundo en el que necesitamos la verdad en la política.Es imposible decir en los términos alegres de la publicidadla verdad sobre lo mal que están las cosas o la verdad acercade lo dificil que va a resultar mejorarlas. Nadie que pongaanuncios va a ser tan sincero como para decir:

«Haga lo que pueda con nuestra vieja y pésimamáquina de escribir, en este momento no podemos conseguirnada mejor». Pero en realidad tenemos que decir que nuestrosamigos «pasarán un mal rato si empiezan a trabajar nuevoscampos por su propia cuenta; pero es lo que hay quehacer». No podemos hacer creer que estamos ofreciendosolamente satisfacciones y comodidades. Cualquiera quesea nuestra opinión definitiva sobre la maquinaria queahorra trabajo, no podemos ofrecer nuestro ideal como unamáquina que ahorra trabajo. En nuestro ideal no hay máspropuesta de incomodidad de la que hay para un hombre en

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un incendio, una batalla o un naufragio. No hay más caminoque el camino del peligro para salir del peligro. La forma dellamamiento que debe hacerse a los ingleses es la forma dellamamiento que se hace ante una gran guerra o unarevolución. Aunque la trompeta emitiera un sonidoincierto... pero debe ser el sonido inconfundible de unatrompeta. El megáfono de la propia satisfacción mercantil esfuerte, pero no claro. Por su naturaleza, sólo puede decircosas suaves, aunque las diga estruendosamente; es comoalguien que susurra dulces naderías, aun cuando su susurrofuera un grito horrible. ¿Cómo puede pedir la publicidad quelos hombres se preparen para la batalla? ¿Cómo puede lapublicidad hablar el lenguaje del patriotismo? No puededecir: «Compre tierra en Blinkington-on-Sea y prepárese parala lucha contra piedras y abrojos». No puede emitir unsonido seguro, como el antiguo somatén que tocaba a sangrey fuego, y decir a las gentes de Puddleton que correnpeligro de hambre. Para hacer justicia a los hombres, nuncanadie anunció las necesidades del ejército de cocinerosafirmando que era conveniente para el fogón. No dijimos alos soldados: «Prueben nuestras trincheras; son undeleite». Hicimos una especie de tentativa de llamamientoa cosas mejores, y tenemos que volver a hacerlo frente acosas peores. El tono de los anuncios es lo que hace tandifícil esto. Porque lo que tenemos que considerar acontinuación es la necesidad de acción individualindependiente en gran escala. Queremos que se conozca lanecesidad, como se hizo saber que había necesidad desoldados. La educación ha sido demasiado comercial en suorigen y ha dejado que la hunda la publicidad comercial.Venía demasiado de la ciudad, y ahora casi la hanarrojado de la ciudad. Educación quería decir en realidadenseñanza de cosas de la ciudad a gente del campo que noquería aprenderlas. Admito más bien que sería mucho mejorempezar al menos con aquellos que realmente la necesitan.Pero también sostengo que hay realmente gran cantidad degente en la ciudad y en el campo que verdaderamente la

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necesitan.Pensemos o no en una futura ley agraria, sea o no sea

nuestro concepto del distributismo rígido o tosco, pero eficaz,creamos o no en la compensación o la confiscación,busquemos esta o aquella ley, no debemos sentarnos y esperarley alguna. Mientras crece el pasto el caballo tiene quemostrar que quiere pasto: tiene que explicar que esrealmente un cuadrúpedo herbívoro. El cumplimiento de laspromesas parlamentarias es más lento que el crecimiento dela hierba, y si no se hace nada antes de que se complete loque se llama un proceso constitucional, estaremos casi tancerca del distributismo como lo está del socialismo unpolítico laborista. Me parece necesario revivir en primerlugar el método medieval o recto, y pedir voluntarios.

Los ingleses podrían hacer lo que hicieron losirlandeses. Podrian hacer las leyes obedeciéndolas. Si comolos primitivos patriotas del Sinn Fein hemos deadelantarnos al cambio legal mediante un acuerdo social,necesitamos dos clases de voluntarios para llevar a cabola experiencia inmediata. Es necesario que averigüemoscuantos labriegos hay, real o potencialmente, que podríancargar con la responsabilidad de pequeñas granjas por elbien de la verdadera propiedad, a fin de bastarse a símismos y de salvar a Inglaterra en un momentodesesperado. Queremos saber cuántos terratenientes hay quecederían o venderían a bajo precio su tierra para dividirlaen granjas de ese tipo. Sinceramente, creo que el hacendadollevaría la mejor parte. O, más bien, creo que al labriego letocaría la parte más difícil y heroica. A veces hasta leconvendría al propietario ceder del todo la tierra, puesto queestá pagando por lo que no le produce nada a cambio. Perode cualquier modo, todos deben darse cuenta de que lasituación, sin usar frases abusivas, exige remedios heroicos.Es imposible disimular que el hombre que reciba la tierra,más aún que el que la entregue, tendrá que tener algo dehéroe. Nos dirán que los héroes no brotan en todos lossetos, y que no encontraremos bastantes para defender todos

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nuestros cercos. Hace apenas unos años reunimos tresmillones de héroes con un toque de clarín, y la trompeta quehoy oímos es, en un sentido más terrible, la trompeta deljuicio.

Necesitamos una llamada popular de voluntarios quesalven la tierra, exactamente como en 1914 se necesitaronvoluntarios para salvar el país. Pero no queremos que sedebilite el llamamiento con ese rasgo pusilánime, cansado,funesto y deplorable que los periódicos llamanoptimismo. No estamos pidiendo a unos niños que ponganbuena cara mientras les toman sus fotografías: estamospidiendo a hombres grandes que hagan frente a una crisis tangrave como una gran guerra. No estamos pidiendo a la genteque recorte un cupón de un diario, sino que trace surcosde labrantío en un desierto sin huellas; y si han detriunfar, deberá hacerse frente a la labor con algo delespíritu inquebrantable del antiguo cumplimiento de un voto.San Francisco mostró a quienes lo siguieron el camino deuna felicidad mayor, pero no les dijo que una vida errante ysin hogar sería un dechado de felicidad; ni lo anunció entableros como un camino de rosas. Pero vivimos una épocaen que es más difícil para un hombre libre hacerse un hogarde lo que era para el asceta medieval pasarse sin él. Ladisputa sobre los arrabales de Limehouse era el modelo deguía del problema... si podemos llamar modelo de guía aalgo que no guía y sobre lo cual sólo un loco modelaría algo.Los habitantes de los barrios bajos dicen verdadera ydecididamente que prefieren sus casuchas a los bloques deapartamentos que se les proporcionan como alternativa delas casuchas. Y las prefieren, se afirma, porque las casasviejas tenían al fondo corrales donde podían dedicarse «a sushobbies de pájaros y a la cría de gallinas». Cuando se lesofrecieron otras oportunidades, sobre un plan de reparto,tuvieron la espantosa depravación de decir que les gustabatener cercas alrededor de sus corrales privados. Tan terribley abrumador es el torrente rojo del comunismo cuando entraen ebullición en los cerebros de las clases trabajadoras.

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Desde luego, es concebible que sea necesario, durantealguna convulsión violenta, que las casas de la gente seapilen una sobre otra en forma de torres de apartamentos. Yasí también podría ser necesario que los hombres treparansobre los hombros de otros hombres durante un diluvio opara salir de una grieta abierta por un terremoto. Ylógicamente es concebible, y hasta matemáticamente exacto,que disminuiríamos las muchedumbres de las calles deLondres si pudiéramos acomodar a los hombresverticalmente, en vez de horizontalmente. Si solamentehubiera algún medio por el cual un hombre pudiera caminarcon otro hombre de pie encima de él, y otro sobreéste y así sucesivamente, se ahorrarían muchos empujones.Los hombres se colocan de este modo en las pruebas deacrobacia, y es claro que tales acrobacias podrían hacerseobligatorias en todas las escuelas. Es un cuadro que meagrada mucho, como cuadro. Espero ver (en mi afición al artepor el arte) semejante torre viviente moviéndosemajestuosamente a lo largo de la avenida Strand. Meagrada pensar en un tiempo de verdadera organizaciónsocial, cuando todos los empleados de los señores Boodle& Bunkham ya no aparezcan en la forma desordenada ydispersa en que lo hacen actualmente, cada uno desde supequeña villa suburbana. Ni siquiera marcharían, como en laetapa inmediata e intermedia del Estado Servil, en unacolumna de filas bien formadas, desde el dormitorio de unaparte de Londres hasta el emporio de la otra. No. Ante mísurge una visión más noble que llega hasta las alturas delmismo cielo. Una pagoda tambaleante de empleados, cadauno en equilibrio sobre otro, se mueve a lo largo de la calle,haciendo tal vez demostraciones acrobáticas en el aire amedida que avanza, para mostrar la perfecta disciplina de sumaquinaria social. Todo eso sería muy impresionante; y,entre otras cosas, realmente economizaría espacio. Pero siuno de los hombres cercanos a la punta de esa torremovediza dijera que esperaba poder volver a visitar latierra algún día, simpatizaría con su sentido del destierro. Si

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dijera que para el hombre lo natural es caminar sobre latierra, yo estaría de acuerdo con su escuela filosófica. Sidijera que es muy difícil cuidar pollos en esa posturaacrobática y a esa altura, yo pensaría que su dificultad es unadificultad verdadera. En principio podría responderse queel amor a los pájaros sería más adecuado a la percha tanetérea, pero en la práctica esos pájaros serían pájaros muycaprichosos. Por último, si dijera el hombre que cuidargallinas ponedoras es tarea social digna y estimable, másestimable y digna que servir a los señores Boodle &Bunkham con la más perfecta disciplina y organización,estaría de acuerdo con ese sentimiento por encima de todo lodemás.

Ahora bien, todo nuestro problema social es muydifícil, y aunque en cierto modo su parte agrícola sea lamás simple, en otro sentido no es en modo alguno la menosdifícil. Pero este asunto de Limehouse es un ejemplo vívidode cómo hacemos más difícil la dificultad. Se nos dice una yotra vez que los habitantes de los barrios bajos de lasgrandes ciudades no pueden ser simplemente librados a latierra, que no quieren ir al campo, que no tieneninclinaciones ni ideas que de algún modo puedanconvertirlos en gente interesada por la tierra, que no puedeconcebirse que tengan algún placer, salvo los placeres de laciudad, ni aun disconformidad alguna, salvo el bolchevismode las ciudades. Y luego, cuando toda una muchedumbre deellos quiere criar gallinas, los obligamos a vivir enapartamentos. Cuando multitud de ellos quiere tener cercas,nos reímos y los mandamos a barracas públicas. Cuandotoda una población desea insistir en empalizadas ycercados y en las tradiciones de la propiedad privada, lasautoridades obran como si estuvieran sofocando un motínrojo. Cuando estos mismos habitantes desesperanzados delos arrabales ponen realmente todas sus esperanzas en unaocupación rural, que todavía pueden practicar en lascasuchas, los apartamos de esa ocupación diciendo quemejoramos su condición. Se toma a un hombre que tiene la

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cabeza puesta en un gallinero, se lo instala a la fuerza sobrezancos gigantes de cien pies de altura, donde no puedealcanzar el suelo, y luego se dice que se lo ha salvado de lamiseria. Y después se agrega que un hombre así sólo puedevivir sobre zancos y que nunca podría interesarse por lasgallinas.

Ahora bien, la pregunta primerísima que se hacesiempre a aquellos que defienden nuestra forma dereconstrucción agrícola es fundamental, porque espsicológica. Podemos o no necesitar cualquier otra cosapara una comunidad labriega, pero sin duda necesitamoslabriegos. En la actual mezcla y confusión de civilizaciónmás o menos urbanizada, ¿tenemos siquiera los elementosprimeros o las primeras posibilidades? ¿Tenemos labriegoso al menos labriegos en potencia? Como a todas laspreguntas de ese tipo, no puede contestarse conestadísticas. Las estadísticas son artificiales aun cuando nosean ficticias, porque siempre dan por sentado el hechomismo que un cálculo recto siempre tiene que negar:suponen que cada hombre es un solo hombre. Se basan enuna especie de teoría atómica de que el individuo esrealmente individual, en el sentido de indivisible. Perocuando abiertamente tratamos con la proporción dediferentes amores u odios o esperanzas o apetitos, lejos deser esto un hecho que pueda darse por sentado, es elprimerísimo que debe ser negado. Lo niega toda esaconsideración más profunda que los hombres acostumbrabana llamar espiritual, hasta que se arriesgaron a decirlo engriego y llamarla psíquica o psicológica. En un sentido, laespiritualidad más alta insiste, desde luego, en que unhombre es uno solo. Pero en el sentido aquí implícito, laopinión espiritual siempre ha sido la de que un hombre espor lo menos dos, y la opinión de los psicólogos hademostrado cierta inclinación a convertirlo en mediadocena. Por lo tanto, de nada vale discutir el número delabriegos que son nada más que labriegos. Es muy probableque no haya ninguno. No vale preguntar cuántos labradores o

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campesinos completos y acabados, con sus blusas, pala yhorquilla en mano esperan en las cercanías de Brompton oBrixton que les demos la señal para volver precipitadamentea la tierra. Alguien tan tonto como para esperar semejantecosa no se ha de hallar en nuestro pequeño partido político.Cuando tratamos este género de asunto tratamos conelementos diferentes dentro de la misma clase, y aun delmismo hombre. Tratamos con elementos que deberían serestimulados o educados o (si tenemos que usar la palabraen algún momento) desarrollados. Tenemos que considerarsi hay materiales de los cuales pueden sacarse labradoresque constituyan una comunidad labriega, si realmentequeremos intentarla. En ninguna de estas notas he sugeridoque exista la más mínima posibilidad de que se haga si noqueremos intentarlo.

Ahora bien, usando las palabras en este sentidorazonable, sostengo que existe todavía en Inglaterra muchoelemento humano al que le agradaría volver a esta suerte deInglaterra más sencilla. Algunos de ellos lo comprendenmejor que otros, algunos se comprenden a sí mismos mejorque otros; algunos estarían dispuestos a que fuera unarevolución; otros se aferran a esto muy ciegamente, como auna tradición; algunos han pensado en esto sólo como en unhobby; otros no han oído hablar nunca de eso y lo sientensólo como una carencia. Pero creo que el número de personasa quienes les agradaría escapar del enredo de las merasramificaciones y comunicaciones de la ciudad y volver aacercarse a las raíces de las cosas, a donde las cosasproceden directamente de la naturaleza, es muy crecido.Probablemente no sea una mayoría, pero sospecho que aúnahora es una minoría numerosa. Un hombre no deseanecesariamente esto más que cualquier otra cosa en cadamomento de su vida. Ninguna persona cuerda espera que unmovimiento conste enteramente de monomaniacos. Pero grancantidad de gente lo desea mucho. Es la impresión que meha dejado la experiencia, que es, entre todas las cosas, lomás difícil de reproducir en una polémica. Lo advierto por

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el modo con que innumerables habitantes de los suburbioshablan de sus jardines. Lo adivino por la clase de cosasque realmente envidian al rico. Una de las más notableses simplemente el espacio vacío. Lo compruebo en todoslos hombres que desean el campo aun cuando lo denigran.Lo noto en el profundo interés popular que existe en todaspartes, especialmente en Inglaterra, por lo que se refiere acría y cuidado de cualquier clase de animal. Y si buscaraun ejemplo supremo, simbólico y triunfante de todo lo quequiero decir, podría encontrarlo en el caso que he citado deestos hombres que viven en los barrios más miserables deLimehouse y no sienten deseos de abandonarlos, porquesignificaría dejar atrás un conejo de una conejera o un pollo deun gallinero.

Pues bien, si en realidad hiciéramos lo que sugiero, osi en realidad supiéramos lo que estamos haciendo,aprovecharíamos a estos habitantes de los arrabales como sifueran niños prodigio o (lo que es aún más lucrativo)fenómenos que pueden ser exhibidos en una feria. Veríamosque esta gente tiene un genio innato para esas cosas. Losalentaríamos en tales cosas, los educaríamos en tales cosas.Veríamos en ellos la semilla y el principio viviente de unverdadero resurgimiento espontáneo del campo. Repito quesería una cuestión de proporción, y por ende de tacto. Peronos pondríamos de su lado, confiados en que ellos estaríandel nuestro y del lado del campo. Reconstruiríamos nuestraeducación popular de modo que fomentara esos pasatiempos.Pensaríamos que vale la pena enseñar a la gente las cosas quetiene tanto anhelo de enseñarse a sí misma. Lesenseñaríamos. A veces, en un arranque de humildad cristiana,hasta podríamos permitirles que ellos nos enseñaran anosotros. Y lo que hacemos es echarlos en masa fuera desus casas, donde hacen estas cosas con dificultad, yarrastrarlos chillando a lugares nuevos, donde no puedenhacerlas en absoluto. Este solo ejemplo mostraría cuántoestamos haciendo en realidad por la reconstrucción rural deInglaterra.

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Aunque mucho podría hacerse mediante voluntarios ymediante un convenio voluntario entre el hombre querealmente pudiera hacer el trabajo y el hombre que confrecuencia no puede percibir la renta, nada hay en nuestrafilosofía social que prohíba el uso del poder del Estadodonde puede usarse. Y ya fuera por un subsidio del Estadoo mediante un gran fondo voluntario, me parece que todavíasería posible dar al menos al otro hombre algo equivalente ala renta que no percibe. Dicho con otras palabras, muchoantes de que nuestros comunistas lleguen al procedimientocontencioso de la confiscación, me parece uno de los recursosde la civilización permitir que Brown compre a Smith lo quepara Smith ya tiene poco valor, pero que podría ser de granvalor para Brown. Conozco la oposición corriente alsubsidio, y el argumento general que se aplica igualmente ala suscripción; pero creo que una subvención para restaurarla agricultura se vería mejor pagada en el futuro que unasubvención para sostener la posición de la hulla; exactamentecomo la creo a su vez más defendible que medio centenar desalarios que pagamos a multitud de personas despreciablespor importunar a los pobres con fingida ciencia y tiraníamezquina. Pero, como ya he indicado, hay otras formas en lasque podría ayudar el Estado. Puesto que tenemos educaciónpor el Estado, parece una lástima que nunca pueda serdeterminada en cualquier momento por las necesidades delEstado. Si la necesidad inmediata del Estado es la deprestar cierta atención a la existencia de la tierra, pareceque en realidad no hay razón para que los ojos de maestrosy alumnos, que contemplan las estrellas, no se vuelvan endirección a este planeta. Actualmente, nuestra educación noes ciertamente para ángeles, sino más bien para aviadores.Ni siquiera comprende el deseo de un hombre de permaneceratado a la tierra. En su ideal hay una locura que con justiciapuede llamarse extraterrena.

Ahora bien, sugiero que sería conveniente un grupode labriegos voluntarios, primero como núcleo, pero creoque sería un foco de atracción. Creo que se alzaría no sólo

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como una roca, sino también como un imán. Con otraspalabras, tan pronto como se admita que puede hacerse, sevolverá importante cuando cierto número de otras cosas nopueda ya hacerse. Donde la industria está cada vez peor,esto sería considerado lo mejor incluso por los que loconsideran sólo aceptable en segundo término. Cuandohablamos de la gente que abandona el campo y se congrega enlas ciudades, no juzgamos el caso con justicia. Algo puededejarse para un tipo social que preferirá siempre loscinematógrafos y las tarjetas postales a la propiedad y lalibertad. Pero no hay nada concluyente en el hecho de que lagente prefiera vivir sin propiedad y sin libertad con un cine,a vivir sin propiedad y sin libertad sin un cine. A algunaspersonas puede gustarles la ciudad tanto como para queprefieran vivir asfixiadas en ella a vivir libres en elcampo. Por lo tanto, creo que si creáramos un grupoconsiderable de labriegos, el grupo crecería. La gente sereplegaría hacia él a medida que se retirara de las industriasdecadentes. En la actualidad el grupo no crece porque noexiste el grupo que pueda crecer; la gente ni siquiera cree ensu existencia, y menos puede creer en su extensión.

Hasta aquí, me propongo simplemente sugerir quemuchos campesinos estarían ahora dispuestos a trabajar solosen la tierra, aunque fuera un sacrificio; que muchoshacendados estarían dispuestos a cedérsela, aunque fuera unsacrificio; que el Estado (y para eso cualquier otracorporación patriótica) podría tener obligación de ayudar auno o a ambos de estos gastos, que no sería un sacrificiointolerable ni imposible. En todo esto recordaría al lectorque sólo estoy tratando de la actividad inmediatamentepracticable, y no de una condición última y completa; perome parece que podría emprenderse casi enseguida algo deesta clase. A continuación procederé a considerar unmalentendido acerca de cómo un grupo de labriegos podríavivir del producto de la tierra.

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3. El verdadero vivir de la tierra

Ofrecemos una de las muchas propuestas para repararel mal del capitalismo, convencidos de que la nuestra esrealmente la única propuesta que puede repararlo. Las demásson todas propuestas para empeorarlo. Lo normal, paraarreglar un funcionamiento equivocado, es invertirlo. Elproceso natural, cuando la propiedad ha caído en manos delos menos, es restituirla a las manos más numerosas. Si hayveinte hombres pescando en un río, apiñados de tal formaque sus sedales se enredan en uno solo, la operación lógicaes desenredarlos y separarlos de modo que cada pescadortenga su sedal. No hay duda de que un filósofo colectivistaparado en la orilla podría señalar que los sedalesentrelazados ya son prácticamente una red y que podría serremolcada mediante un esfuerzo común, de manera querastreara el lecho del río. Pero, aparte de que su proyectoresultaría dudoso en la práctica, sería un insulto a los máselementales principios intelectuales. Sacar una ventajadudosa de las cosas que están mal no es ponerlas bien. Deigual modo, exagerar un percance ni siquiera suena aproyecto sano. El socialismo no es más que la consumaciónde la concentración capitalista; pero esa concentración fue

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llevada a cabo ciegamente, como un desatino. Ahora bien, lasencillez que encierra la idea de reparar lo que está malhecho atraería, creo, a mucha gente sencilla que sien te quelos sistemas sociológicos complicados son del todoantinaturales. Por esa razón sugiero en este punto que muchoshombres corrientes, propietarios y peones, tories yradicales, probablemente nos ayudarían en esta tarea si se laseparara de los partidos políticos y del orgullo y pedanteríade los intelectuales.

Pero hay otro aspecto de la tarea que es a la vez másfácil y más difícil. Es más fácil porque no hay que abrumar ala gente con las complejidades de la industria cosmopolita.Es más difícil porque es duro vivir separado de esascomplejidades. Un distributista por cuyo trabajo (en unpequeño diario, ¡ay!, afeado con mis propias iniciales)siento viva gratitud, advirtió una vez una verdad a menudodescuidada. Dijo que vivir de la tierra era cosa totalmentediferente que vivir sacando cosas de ella. Probó, mucho másbrillantemente de lo que yo podría hacerlo, cuán práctica esla diferencia en economía política. Pero me gustará agregaraquí una palabra sobre una distinción equivalente en laética. Para la economía política, es obvio que la mayoríade los argumentos sobre el fracaso inevitable de un hombreque cultive nabos en Sussex son argumentos sobre su fracasoen la venta de éstos, no sobre su imposibilidad decomérselos. Ahora bien, como ya he explicado, no mepropongo reducir a un solo tipo a todos los ciudadanos, ymucho menos reducirlos a comedores de nabos. En mayor omenor grado, según lo impusieran las circunstancias,indudablemente habría gente que vendería nabos a otragente; quizá hasta el más ferviente devorador de nabosvendería probablemente algunos a otras personas. Pero miintención no se verá con claridad si se supone que no senecesita más simplificación social que la que implicavender los nabos de un campo en vez de vendersombreros de copa en una tienda. Me parece que muchísimagente estará contentísima de vivir de la tierra cuando

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encuentre que la única alternativa es morirse de hambre en lacalle. Y es seguro que se modificaría la atrocidad modernadel desempleo si un número crecido de personas vivierarealmente en la tierra, no sólo en el sentido de dormir sobrela tierra, sino de alimentarse de ella. Habrá muchos quesostengan que esto significaría una vida muy opaca,comparada con las emociones que proporciona morirse en unhospicio de Liverpool; exactamente como hay muchos queinsisten en que la mujer media está hecha para afanarse en elhogar, sin preguntarse si el varón medio se alegra de tenerque trabajar en la oficina. Pero, pasando por alto el hechode que tal vez pronto tengamos que hacer frente a unproblema al menos tan prosaico como el del hambre, noadmito que semejante vida sea necesaria o enteramenteprosaica. Las poblaciones rurales, que se mantienen muybien a sí mismas, parecen haberse entretenido con muchasmitologías y danzas y artes decorativas; y no estoyconvencido de que todo comedor de nabos tenga cerebro denabo ni de que el sombrero de copa cubra siempre lacabeza de un filósofo. Pero si contemplamos el problemadesde el punto de vista de la comunidad como totalidad,notaremos otras cosas también interesantes. Un sistemaenteramente basado en la división del trabajo es en ciertosentido literalmente imbécil. Esto es, cada ejecutante demedia operación usa en realidad la mitad de su ingenio.No es un problema estrictamente intelectual. Pero sí es unacuestión de integridad, en el sentido estricto de la palabra.El campesino no vive solamente una vida sencilla, sino unavida completa. Puede ser muy simple en su entereza; pero lacomunidad no está completa sin esa entereza. La comunidades actualmente muy defectuosa, porque no hay en su centronada de ese conocimiento simple: ningún hombre querepresente las dos partes de un contrato. No existe en ningunaparte un conocimiento completo de estos términos: propiamanutención, dominio de sí mismo, autonomía. Y eseconocimiento propicia la única multitud unánime y el únicohombre universal. Donde se da, existe la única mitad del

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mundo que sabe cómo vive la otra mitad.Muchos deben de haber citado el sublime verso de

Virgilio «feliz aquel que conoce las causas» sin recordar elcontexto donde aparece. Es probable que muchos lo hayancitado porque lo habían citado otros. Muchos, si se lespidiera que adivinaran de dónde procede, probablemente seequivocarían al hacerlo. Todo el mundo sabe que Virgilio,como Homero, se arriesgó a referir bastante osadamente losconcilios más secretos de los dioses. Todos saben queVirgilio, como Dante, condujo a su héroe al Tártaro, alinfierno, y a las profundidades últimas y más bajas deluniverso. Todos saben que trató de la caída de Troya y elnacimiento de Roma, de las leyes de un imperio dispuesto agobernar a todos los hijos de los hombres, de los idealesque deberían estar presentes como estrellas ante losencargados de esa terrible misión. Sin embargo, no es conrelación a ninguna de estas cosas, en ninguno de estospasajes, donde hace esa observación curiosa sobre lafelicidad humana consistente en un conocimiento de lascausas. Lo dice, creo, en un poema agradablementedidáctico acerca de las normas para la cría de abejas. Decualquier modo, es parte de una serie de elegantes ensayossobre actividades campestres, que en cierto sentido, esverdad, son triviales, pero en otro sentido son casi técnicos.En medio de estas cosas tranquilas y sin embargo activas esdonde el gran poeta sale de pronto con el gran pasaje sobreel hombre feliz a quien ni reyes ni muchedumbres puedenintimidar; el hombre que, habiendo contemplado la raíz yrazón de todas las cosas, podrá oír siempre bajo sus pies, sintemblar, el rugido del río del infierno.

Y al decir esto, el poeta prueba ciertamente, una vezmás, dos grandes verdades: que el poeta es profeta, y que elprofeta es un hombre práctico. Así como su anhelo de unsalvador de los pueblos era profecía inconsciente de Cristo,así también su crítica de la ciudad y el campo es unaprofecía inconsciente de la decadencia que ha sobrevenidoal mundo por apostatar del cristianismo. Mucho puede

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decirse sobre la monstruosidad de las ciudades modernas; esfácil de ver y quizás demasiado fácil de decir. Simpatizoenteramente con cualquier profeta de cabellera desordenadaque levante la voz por las calles para pregonar la ruinade Brompton, a la manera de la ruina de Babilonia.Ampararé (hasta la suma de seis peniques, como decíaCarlyle) a cualquier viejo barbudo que agite los brazos yhaga bajar fuego del cielo sobre Bayswater. Estoy del todo deacuerdo en que los leones rugirán en las alturas dePaddington, y estoy completamente a favor del advenimientode chacales y buitres que críen a sus hijos en las ruinas delAlbert Hall. Pero quizás en estos casos el profeta es menosexplícito que el poeta. No nos dice exactamente qué tiene demalo la ciudad, sino que deja a nuestra propia y finaintuición la tarea de inferir, por la aparición repentina desalvajes unicornios que pisotean nuestros jardines, o poruna lluvia de serpientes llameantes que vuelan como flechassobre nuestras cabezas a través del cielo, o algún otro detallesignificativo, que probablemente algo anda mal. Pero sideseamos saber intelectualmente, por otro camino, qué es loque tiene de malo la ciudad, y por qué parece estarencaminándose a destinos tan poco naturales y mucho máshorribles, habremos de buscar en esa impertinencia profundayaguda del verso latino.

Lo que le sucede al hombre de la ciudad moderna esque no sabe las causas de las cosas: y por eso, como dice elpoeta, puede dejarse dominar demasiado por déspotas ydemagogos. No sabe de dónde provienen las cosas; es el tipode cockney culto que decía que le gustaba la leche sacada deuna lechería limpia y no de una vaca sucia. Cuanto máscompleja es la organización ciudadana y más compleja es laeducación ciudadana, el hombre es menos aquel individuofeliz de Virgilio que sabe las causas de las cosas. Lacivilización ciudadana significa simplemente que existe unnúmero alto de intermediarios por los cuales pasa la lechepara llegar desde la vaca hasta el hombre; dicho con otraspalabras, significa un elevado número de posibilidades de

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desperdiciar la leche, de aguarla, de envenenarla y deestafar al hombre. Si éste alguna vez protesta porque leenvenenan o le estafan, seguramente se le dirá que de nadavale llorar por la leche derramada; o, con otras palabras,que intentar deshacer lo que está hecho o restaurar lo yadestruido es sentimentalismo reaccionario. Pero el hombre noprotesta mucho, porque no puede; y no puede porque no sabelo suficiente acerca de las causas de las cosas, sobre lasformas primeras de la propiedad y la producción, o lospuntos donde el hombre se halla más cerca de sus orígenesverdaderos.

Hasta aquí el hecho fundamental está bastante claro, yesta cara de la verdad incluso es bastante conocida. Pocaspersonas son todavía lo suficientemente ignorantes como parahablar del campesino ignorante. Porque es evidente que, enel sentido vital, sería mucho más verdadero hablar delignorante hombre de la ciudad. Aun donde el hombre de laciudad está bien empleado, no está en este sentido igualmentebien informado. En verdad, veríamos este hecho simple conclaridad suficiente si afectara a cualquier cosa excepto a loesencial de nuestra vida. Si un geólogo golpeara con sumartillo sobre los ladrillos de una casa a medio construir yles dijera a los albañiles qué es el barro y de dónde procede,podríamos pensar que es un estorbo, pero probablementepensaríamos que es un estorbo instruido. Podríamos preferirel martillo del obrero al del geólogo; pero tendríamos queadmitir que hay cosas en la cabeza del geólogo que no seencuentran en la cabeza del obrero. Sin embargo, elcampesino, o simplemente cualquier muchacho de campo,puede saber algo sobre el origen de nuestros desayunos,como sabe el profesor sobre el origen de nuestros ladrillos.Si vemos un grotesco monstruo medieval llamado cerdocolgado patas arriba del gancho de un carnicero, como uninmenso murciélago colgado de una rama, será el muchachodel campo quien nos tranquilice y calme nuestros chillidosmediante alguna explicación sobre las costumbresinofensivas de este animal fabuloso, e indicando la

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relación extraña y secreta entre él y el tocino de la mesadel desayuno. Si frente a nosotros, en la calle, cayera unmeteorito, quizás simpatizáramos más con el policía quequisiera quitarlo de la vía pública que con el profesor quedeseara pararse en la calle y dictar una clase sobre loselementos constitutivos del cometa o la nebulosa de los que seha separado el fragmento. Pero, aunque uno encontrarajustificado que el policía exclamara (en griego antiguo): «¿Amí qué me importan las Pléyades?», aún admitiría que deun profesor se puede obtener más información que de unpolicía acerca del suelo y los estratos de las Pléyades.Asimismo, si algún monstruo raro y crecido llamadocalabaza nos sorprende como un rayo, no nos imaginemosque resulta tan raro como para nosotros para el hombre quecultiva calabazas, simplemente porque su campo y sutrabajo parecen estar tan lejos como las Pléyades.Reconozcamos que es, después de todo, un especialista enestas calabazas misteriosas y cerdos prehistóricos, ytratémoslo como a un erudito procedente de una universidadextranjera. Inglaterra está ahora tan lejos de Londres que susemisarios podrían al menos ser recibidos con el respeto quese debe a los visitantes distinguidos que llegan de la China ode las Antillas. Sea como fuere, no hay que seguir hablandode ellos como de simples ignorantes al hablar de lo quenosotros ignoramos. Un hombre puede considerar inaplicableel conocimiento del campesino, como otro puede considerarfuera de lugar el del profesor; pero en ambos casos es unconocimiento, porque es conocimiento de las causas de lascosas.

La mayoría de nosotros se da cuenta, en ciertosentido, de que esto es verdad; pero muchos todavía no sehan dado cuenta de que lo inverso también es verdad. Yesa otra verdad, una vez comprendida, es la que nos llevaal necesario siguiente punto sobre la posición delcampesino: el campesino también tendrá sólo una experienciaparcial si cultiva cosas en el campo con el único fin devenderlas en la ciudad. Es claro que la representación de

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la ignorancia de la ciudad o la del campo en la formagrotesca que he empleado es sólo una broma. Lo he sugeridoa modo de ejemplo. El hombre de la ciudad no creerealmente que la leche llueva de las nubes o que el tocinocrezca en árboles, aunque tenga una idea bastante vagasobre las calabazas. Sabe algo de eso, pero no losuficiente para que su conocimiento sea de gran valor. Elrústico no cree en realidad que la leche se use paraenjalbegar o las calabazas como almohadones, aunque enrealidad nunca vea para qué se usan. Pero si es meroproductor de ellas, y no consumidor, su posición se hace tanparcial como la de cualquier empleado cockney, casi tanestrecha y aún más servil. Dado lo maravilloso del cuento dela calabaza, es malo que el campesino sólo conozca suprincipio, y también es malo que el empleado sólo conozcael final.

Intercalo aquí esta sugerencia de carácter generalpor una razón particular. Antes de que lleguemos a laconveniencia práctica del campesino que consume lo queproduce (y a la razón para considerarlo, como ha solicitadoel señor Heseltine, mucho más practicable que el métodopor el cual sólo vende lo que produce), creo que vendríabien señalar que este procedimiento, aunque más conveniente,no es una simple concesión a la conveniencia. A mí meparece cosa excelente, en la teoría tanto como en lapráctica, que exista un cuerpo de ciudadanos primeramenteocupado en producir y consumir, y no en comerciar. Meparece parte de nuestro ideal, y no meramente parte denuestra obligación, que haya en la comunidad un núcleo devida sencilla y a la vez completa. Se puede reservar unlugar moderado al comercio y a la variedad, como se le dioen el viejo mundo de ferias y mercados. Pero en algunaparte, en el centro de la civilización, debería haber un tipoque sería verdaderamente independiente, en el sentido deque produciría y consumiría dentro de su propia esferasocial. No digo que semejante vida humana completa seafavorable para la humanidad toda. No digo que el Estado

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necesite solamente al hombre que no necesita el Estado. Perosí digo que es muy necesario el hombre que satisface suspropias necesidades. Lo digo especialmente porque, a causade su ausencia en la civilización moderna, esta civilizaciónha perdido unidad. No es tarea de nadie registrar la totalidadde un proceso, ver de dónde vienen las cosas y a dónde van.Nadie sigue el curso completo y tortuoso del río de la lecheen su fluir de la vaca al niño. Ninguno de los quepresencian la muerte de un cerdo tiene la obligación dedarse cuenta de que el sacrificio del cerdo tiene por fin quese lo coman. Los hombres arrojan calabazas a otros hombrescomo balas de cañón, pero no las recuperan comoboomerangs. Necesitamos un círculo social en el cual lascosas vuelvan constantemente a quienes las arrojan, yhombres que sepan el final y el comienzo, y la vueltacompleta, de nuestra pequeña vida.

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IV

ALGUNOS ASPECTOS DE LA MAQUINA

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1. La rueda del destino

E1 mal que nos esforzamos en destruir se esconde porlos rincones, especialmente en forma de frases equívocas encuyo engaño pueden caer fácilmente hasta las personasinteligentes. Una frase que podemos oír a cualquiera encualquier momento es aquella de que tal institución moderna«ha llegado a quedar». Estas metáforas a medias son las quellevan a convertirnos a todos en imbéciles. ¿Cuál es elsignificado preciso de la afirmación de que la máquinade vapor o el aparato de radiocomunicación han llegado aquedar? ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que la torreEiffel ha llegado a quedar? Para empezar, es evidente queno queremos decir lo que decimos cuando usamos laspalabras con naturalidad, como en la expresión «el tíoHumphrey ha llegado para quedarse». Esa última oraciónpuede pronunciarse en tono alegre, o de resignación, ohasta de desesperación, pero no de desesperación en elsentido de que el tío Humphrey sea en realidad unmonumento que nunca podrá ser movido de su sitio. El tíoHumphrey llegó, y es probable que se vaya dentro de untiempo; incluso es posible (por doloroso que pueda ser

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imaginar tales relaciones domésticas) que el último recursosea hacer que se vaya. El hecho de que la metáfora sequiebre, aparte de la realidad que se supone querepresenta, muestra con cuánta vaguedad se usan estaspalabras engañosas. Pero cuando decimos: «La torre Eiffel hallegado a quedar» somos todavía más inexactos. Porque, paraempezar, la torre Eiffel no ha llegado en absoluto. En ningúnmomento se vio a la torre Eiffel caminando a grandeszancadas, con sus largas patas de hierro, en dirección a Parísa través de las llanuras de Francia, como aquel gigante de lacélebre pesadilla de Rabelais que cayó sobre París parallevarse las campanas de Notre Dame. La silueta del tíoHumphrey que se ve venir por el camino posiblementeproduzca tanto terror como cualquier torre andante ocualquier descomunal gigante, y probablemente la preguntaque asaltará a todos será si vendrá a quedarse. Pero hayallegado o no para quedarse, lo cierto es que ha llegado.Ha hecho un acto de voluntad, ha empujado o precipitadosu cuerpo en determinada dirección, ha agitado sus propiaspiernas y hasta es posible (porque todos conocemos al tíoHumphrey) que haya insistido en llevar él mismo sumaleta, para demostrar a esos perros jóvenes y haraganesque todavía puede hacerlo a los setenta y tres años.

Supongamos que lo que realmente hubierasucedido fuera algo así: algo como un cuento terroríficode Hawthorne o Poe. Supongamos que nosotros mismoshubiéramos fabricado al tío Humphrey; que lo hubiéramosconstruido, pedazo a pedazo, como un muñeco mecánico.Supongamos que en determinado momento hubiéramossentido tan ardiente necesidad de un tío en nuestra vidahogareña que lo hubiésemos fabricado con materialesdomésticos. Tomando, por ejemplo, un nabo de la huerta pararepresentar su cabeza calva y venerable, haciendo que untonel sugiriese las líneas de su cuerpo; rellenando unospantalones y atándole un par de zapatos, hubiéramoscreado un tío completo y convincente, del que podríaenorgullecerse cualquier familia. En tales condiciones sería

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bastante gracioso decir, en el mero sentido social y comouna especie de fino embuste: «El tío Humphrey ha llegadopara quedarse». Pero si luego halláramos que el parientesimulado se convertía en una molestia, o que sus materialesse necesitaban para otros fines, seguramente sería muyextraordinario, sí, que se nos prohibiera volver a hacerlopedazos, y que todo esfuerzo dirigido a tal cosa chocara conuna respuesta firme: «No, no; el tío Humphrey ha llegadopara quedarse». Seguramente nos sentiríamos tentados deresponder que el tío Humphrey jamás había venido.Supongamos que se necesitaran todos los nabos para elsostenimiento del hogar campesino. Supongamos que senecesitaran los toneles, esperemos que para llenarlos decerveza. Supongamos que los varones de la familia senegaran a seguir prestando los pantalones a un parientecompletamente imaginario. Es seguro que entonces veríamosel juego del fino embuste que nos llevó a hablar como si eltío Humphrey hubiera «llegado», es decir hubiera llegadocon alguna intención, hubiera permanecido con algúnpropósito y todo lo demás. Esa cosa que hicimos no llegó, ydesde luego que no llegó para algo: ni para quedarse ni para-irse.-

No hay duda de que ahora la mayoría de la gente,incluso en la lógica ciudad de París, diría que la torre Eiffelha llegado a quedar. Y sin duda la mayoría de la gente de esamisma ciudad hace algo más de cien años hubiera dicho quela Bastilla había llegado a quedar. Pero no quedó; abandonólas inmediaciones de forma totalmente repentina. Dichollanamente, la Bastilla era cosa hecha por el hombre y porlo tanto el hombre podía deshacerla. La torre Eiffel es algoque ha hecho el hombre y que el hombre puede deshacer;aunque quizá podamos considerar probable que transcurracierto tiempo antes de que el hombre tenga el buen gusto o lacordura de deshacerla. Pero esta sola frasecita sobre la cosaque «llega» es de suyo suficiente para mostrar algoprofundamente erró neo en el funcionamiento de lasinteligencias humanas con respecto a este asunto. Es

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evidente que el hombre debería estar diciendo: «He hechouna pila eléctrica. ¿La despedazaré o haré otra?». En vez deeso, parece estar hechizado por una suerte de magia y sequeda contemplando la cosa como si fuera un dragón desiete cabezas; y sólo puede decir: «La pila ha llegado.¿Vendrá a quedarse?».

Antes de iniciar un discurso sobre el problemapráctico de la maquinaria es menester dejar de pensar comomáquinas. Es necesario empezar por el principio yconsiderar el final. Ahora bien, no queremos destruirnecesariamente toda especie de maquinaria, pero sí queremosdestruir determinada especie de mentalidad. Y esprecisamente esa especie de mentalidad que empieza pordecirnos que nadie puede destruir la máquina. Aquellos queempiezan diciendo que no podemos abolir la máquina, quedebemos usarla, rehúsan usar la inteligencia.

La meta de la política humana es la felicidad humana.Para los que tienen ciertas creencias, está condicionada porla esperanza de una felicidad mayor, que aquélla no debeponer en peligro. Pero la felicidad, la alegría del corazón delhombre, es la prueba secular y la prueba real. Esta prueba,por el talismán del corazón, lejos de ser meramentesentimental, es la única prueba algo práctica. No hay leylógica ni natural ni ninguna otra que nos obligue a preferirotra cosa. No tenemos obligación de ser más ricos, ni detrabajar más, ni de ser más eficientes, o más productivos, omás progresistas, ni en modo alguno más pegados a las cosasdel mundo o más poderosos, si ello no nos hace más felices.La humanidad tiene derecho a renegar de la máquina y vivirde la tierra si en realidad le agrada más, como en realidadcualquiera tiene derecho a vender su bicicleta vieja ymarchar a pie si le agrada más. Es evidente que la marchaserá más lenta, pero no es su deber ser más rápido. Y sipudiera demostrarse que la máquina ha entrado al mundocomo una maldición, no hay ninguna razón para que larespetemos porque sea una maldición maravillosa, prácticay productiva. Si realmente hemos llegado a la conclusión de

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que sus fuerzas nos hacen daño, no hay razón alguna para queno podamos neutralizar todas sus fuerzas. La simplecircunstancia de que echaríamos de menos cierto número decosas interesantes podría aplicarse igualmente a unsinnúmero de cosas imposibles. La máquina puede ser unespectáculo magnífico, pero no tan magnífico como el granincendio de Londres; sin embargo, rechazamos eseespectáculo y apartamos los ojos de todo ese esplendor enpotencia. La máquina quizás no haya llegado todavía almáximo que puede dar, y tal vez los leones y tigres nuncallegarán a hacer todo lo que podrían hacer, nunca darán sussaltos más gráciles ni mostrarán toda su natural esplendidez,hasta que construyamos un anfiteatro y les demos de comerunos cuantos hombres vivos. Sin embargo, también es unespectáculo del cual nos privamos, en nuestra austeraabnegación. Nos privamos de muchas posibilidadesgloriosas al preferir severa, tenaz y sacrificadamente unavida tolerable. La felicidad, en cierto sentido, es un maestroduro. Nos dice que no nos compliquemos con demasiadascosas, a veces mucho más atrayentes que la máquina. Decualquier modo, es menester aclarar nuestras ideas alcomienzo de cualquier reflexión del tipo de que debemostomar el tren más rápido o de que no podemos evitar eluso del instrumento más productivo. Aceptada la tesis delseñor Penty de que la máquina es algo así como la magianegra, no hay nada de poco práctico en la propuesta delpropio señor Penty de que simplemente debería cesar suproducción. Cesaría un proceso de invención que podríahaber llegado más lejos. Pero la relativa imperfección enque quedarían las máquinas ya inventadas no sería nadacomparada con el estado rudimentario en que hemos dejadoinstrumentos científicos tales como el potro de tormento ola empulguera. Estos instrumentos de tortura son toscoscomparados con los acabados productos que el cono cimientohumano moderno de la fisiología y la mecánica podríahaber dado. Muchos torturadores de talento permanecen en laoscuridad a causa de los prejuicios morales de la sociedad

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moderna. Más aún, se marchitan las promesas que en ellosasoman ya en la niñez cuando intentan desarrollar su geniocon las moscas o la cola del perro. Nuestra propiaparcialidad con respecto a la tortura reprime su noble ira yhiela la corriente genial de su alma. Pero nos avenimos aesto, aunque signifique sin duda la pérdida de toda unaciencia por la cual muchas personas ingeniosas podríanhaber llegado a muchas invenciones. Si realmente inferimosque la máquina es hostil a la felicidad, entonces no será másinevitable que todo se labre con maquinaria de lo que lo esque una tienda haga magnífico negocio en Ludgate Hillvendiendo instrumentos chinos de tortura.

Que se comprenda bien que señalo esto nada más quepara aclarar el problema primordial; no estoy diciendo, niquizás diga nunca, que la máquina ha demostrado servenenosa hasta tal grado. Sólo formulo, respondiendo a ciensuposiciones confusas, el fin único y la única prueba. Sipodemos hacer más felices a los hombres, no importa quelos empobrezcamos, no importa que los hagamos producirmenos, no importa que los convirtamos en seres menosprogresistas, en el sentido de cambiarles simplemente lavida sin acrecentar su gusto por ella. Los que pertenecemos aesta escuela de pensamiento conseguiremos o no lo quequeremos, pero es necesario al menos que sepamos quéintentamos conseguir. Y aquellos que se llaman hombresprácticos nunca saben qué intentan conseguir. Si la máquinaimpide la felicidad, es tan vano decirle a un hombre quetrata de hacer felices a los hombres que está desdeñando eltalento de Arkwright como decir a un hombre que estátratando de hacer humanos a los hombres que está desdeñandolos gustos de Nerón.

Pues bien, precisamente aquellos que tienenclarividencia suficiente para imaginar la aniquilaciónperentoria de las máquinas son los que probablemente tienendemasiado sentido común como para destruirlas al instante.Volverse loco y aplastar la máquina es una enfermedadmás o menos saludable y humana, como lo era entre los

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luditas. En realidad, ese fenómeno fue el resultado de laignorancia de los luditas, en un sentido muy diferente de aquelen que habla despectivamente la estupenda ignorancia de loseconomistas industriales. Era la rebeldía ciega, contraalgún dragón antiguo y terrible, de hombres demasiadoignorantes para saber hasta qué punto era artificial ytransitorio ese particular instrumento, o dónde estaba elasiento de los verdaderos tiranos que lo esgrimían. Laverdadera respuesta al problema mecánico es hoy dediferente clase; y me referiré a ella una vez aclarados losúnicos criterios con los que puede juzgarse. Y habiendocomenzado por el fin debido, que es la única normaespiritual por la cual debe valorarse un hombre o unamáquina, empezaré ahora con el otro fin, podría decir que elfin equivocado, pero sería más respetuoso con nuestrosamigos prácticos si lo llamáramos el fin comercial.

Si se me pregunta qué haría inmediatamente con unamáquina, no me cabe duda acerca de la suerte de programapráctico que podría dar paso a una posible revoluciónespiritual de mayor alcance. En la medida en que lamáquina no puede ser compartida, yo haría compartir supropiedad; esto es, haría compartir su dirección y susbeneficios. Y cuando digo «compartir», lo digo en elsentido comercial moderno de la palabra «acción». Esto es,quiero decir algo dividido y no que simplemente fusionaintereses. Nuestros amigos comerciantes no dejan dedecirnos que esto es imposible, al parecer ignorando que ladivisión ya existe. No se puede distribuir una locomotora enel sentido de dar una rueda a cada accionista para que sela lleve a su casa en brazos. Pero no solamente se puedendistribuir la propiedad y el beneficio de la locomotora, sinoque ya se hace. Y se distribuye bajo la forma de propiedadprivada, sólo que no se reparte lo suficiente, ni entre lagente debida, ni entre las personas que realmente lorequieren o podrían trabajar por ella. Hay muchosproyectos con ese carácter normal y general, y yo preferiríacasi cualquiera de ellos a la c o n ce n t r a c i ó n

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i n t r od u c id a por el capitalismo o que promete elcomunismo. Yo preferiría, en conjunto, que cualquiermáquina necesaria fuese poseída por un pequeño gremiolocal, y sobre principios de participación en los beneficios,o más bien división de los beneficios: pero verdaderaparticipación y verdadera división, que no deben confundirsecon el patrocinio capitalista.

En lo referente al último punto, cabe decir que lo quedigo sobre el problema de la participación en los beneficioses en ese sentido paralelo a lo que también digo sobre elproblema de la emigración. La dificultad real paraencaminarlo bien es que con frecuencia se ha encaminadomal, y especialmente con ánimo equivocado. Hay uncúmulo de prejuicios sobre la participación en losbeneficios, así como hay un cúmulo de prejuicios sobre laemigración en la democracia industrial de hoy. En amboscasos se debe al tipo, y especialmente al tono de laspropuestas. Simpatizo enteramente con el sindicalista aquien le disgusta cierta clase de concesiones capitalistascondescendientes y la tendencia a dar a cada hombre un lugara la luz del sol que luego resulta ser un lugar en PuertoSunlight. De modo similar, simpaticé totalmente con el señorKirkwood cuando se sintió agraviado porque sir Alfred Mondhizo una disertación sobre la emigración, al punto de decir:«Los escoceses abandonarán Escocia cuando los judíosalemanes abandonen Inglaterra». Pero creo que sería posibleobtener una emigración más genuinamente uniforme medianteuna política positiva de autonomía para el pobre, con lacual el señor Kirkwood sería benévolo; y creo que laparticipación en las ganancias que empezara en el pueblo,estableciendo primeramente la propiedad de un gremio y noel mero capricho de un empleador, no vulneraría ningúnprincipio verdadero de los sindicatos obreros. Por elmomento, no obstante, sólo afirmo que podría hacerse algocon lo que tenemos más cerca de nosotros; completamenteaparte de nuestro ideal general sobre la situación de lamaquinaria dentro de un Estado social ideal. Comprendo lo

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que se quiere decir cuando se afirma que el ideal confía enambos casos en ideales equivocados. Pero no comprendo loque quieren decir nuestros críticos cuando afirman que esimposible dividir las acciones y beneficios de una máquinaentre determinados individuos. Cualquier hombre sano decualquier periodo histórico hubiera pensado que se trataba deun proyecto muchísimo más realizable que un trust lechero.

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2. La fabula de la maquina

Repetidamente he pedido al lector que recordaraque mi opinión general sobre nuestro posible futuro sedivide en dos partes. Primera, la política de invertir osimplemente resistir la tendencia moderna al monopolio oa la concentración del capital. Obsérvese que es unapolítica porque es una dirección, se siga hasta donde sesiga. En cierto sentido, sin duda, aquel que no está connosotros está contra nosotros, porque si no se le ofreceresistencia su tendencia prevalecerá. Pero en otro sentido,cualquiera que en cualquier forma se resista a ella está connosotros, aunque no vaya tan lejos como debiera en lainversión. Al intentar invertir de alguna manera la tendenciaa la concentración, nos está ayudando a hacer lo que todavíanadie ha hecho. Se estará colocando contra la corriente desu época, o al menos contra la corriente de los últimosaños. Y un hombre puede trabajar en la dirección en que lohacemos nosotros, en lugar de hacerlo en una direccióncontraria existente, aun con la maquinaria existente y quizáscontraria. Aunque sigamos siendo industriales, podemosbregar por una distribución industrial y contra el monopolioindustrial. Aunque vivamos en casas urbanas, podemos ser

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propietarios de casas urbanas. Aun cuando seamos unanación de tenderos, podemos tratar de ser dueños denuestras tiendas. Aunque seamos el taller del mundo,podemos intentar ser dueños de nuestras herramientas. Sinuestra ciudad está cubierta de anuncios, puede cubrirse deanuncios diferentes. Si lo que distingue nuestra sociedad esuna marca registrada, no hay necesidad de que sea la mismamarca registrada. En resumen, hay una política perfectamentedefendible y practicable para resistirse al monopoliomercantil hasta dentro de un Estado mercantil. Y afirmamosque muchísima gente debería apoyarnos en eso; gente quepodría no estar de acuerdo con nuestro ideal último de unEstado no mercantil. No podemos exigir que Inglaterra seauna nación de campesinos, como lo son Francia o Serbia.Pero podemos exigir que Inglaterra, que ha sido una naciónde tenderos, se resista a que la conviertan en una gran tiendayanqui.

Por eso, al iniciar aquí la discusión sobre la máquinaseñalé, primero, que en un sentido último tenemos libertadpara destruir la maquinaria; y segundo, que en un sentidoinmediato es posible dividir la propiedad de la maquinaria.Y yo diría que aun dentro de un Estado sano siempre habríauna propiedad de la maquinaria para dividir. Pero cuandollegamos a la consideración de esa prueba mayor, tenemosque decir algo sobre la definición de maquinaria y hastasobre el ideal de la maquinaria. Siento gran simpatía por loque podría llamar el argumento sentimental en favor de lamaquinaria.

De todos los críticos que nos han rechazado, el hombreque más me agrada es el ingeniero que dice: «Pero a mí megusta la máquina exactamente como a usted le gusta lamitología. ¿Por qué me van a privar a mí de los juguetes yno a usted?». Y de las distintas posiciones con las cualestendré que enfrentarme, empezaré con la suya. Pues bien, enuna página anterior dije que concordaba con el señor Pentyen que sería un derecho humano abandonar absolutamente lamaquinaria. Añadiré ahora que no estoy de acuerdo con el

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señor Penty en considerar la maquinaria como una magia,como un simple poder maligno u origen de males. Meparece tan materialista condenarse por una máquina comosalvarse por una máquina. Se me ocurre que es tan deidólatra blasfemar de ella como adorarla. Pero aun cuandosupongamos que alguien, sin adorarla, goza con ellaimaginativamente y en cierto sentido místicamente, el casoque exponemos todavía sigue en pie.

Nadie más inadecuado a la época de la máquinaque un hombre que realmente admira las máquinas. Elsistema moderno requiere e implica la existencia de genteque se tome mecánicamente el maquinismo, no gente que selo tome místicamente. Podría escribirse una historia divertidasobre un poeta que realmente apreciara los cuentos de hadasde la ciencia, y hallara que es mayor obstáculo dentro de lacivilización científica que si la hubiera demorado contandolos cuentos de hadas de la infancia. Supongamos que cadavez que fuera al teléfono (inclinándose tres veces a medidaque se acercara al altar del oráculo sin cuerpo y murmurandoalgunas palabras apropiadas tales como vox et proetereanihil) tuviera que hablar como si realmente apreciara laimportancia del instrumento. Supongamos que cayera entrémulo éxtasis al oír desde una centralita distante la voz deuna joven desconocida de algún pueblo remoto, quedilatase ese milagro real del encuentro momentáneo enmedio del aire con un espíritu humano a quien nunca vería enla tierra, que meditara sobre su vida y personalidad, tan realy sin embargo tan apartada de la suya, que se detuviera ahacer unas cuantas preguntas personales sobre la joven, lassuficientes para acentuar su extrañeza humana, quepreguntara si también ella tenía sentido de este misterioso teted tete psíquico, creado y disuelto en un instante, si tambiénella pensaba en esas incalculables leguas de valles ybosques que se extendían entre la boca que se movía y eloído que escuchaba... supongamos, en resumen, que dijeratodo esto a la joven de la central telefónica que estaba apunto de comunicarle con 666 Upper Tooting. En realidad,

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estaría expresando verdaderamente el sentimiento «¡quémaravilla, el teléfono!»; y a diferencia de los miles que lodicen, realmente querría decir eso. Estaría real yverdaderamente justificando los grandes descubrimientoscientíficos y haciendo honor a los grandes inventores. Sería,en verdad, un hijo digno de una época científica. Y sinembargo, me temo que en una época científica posiblementesería un incomprendido y que hasta padecería de falta desimpatía. En realidad, me temo que en la práctica sería unobstáculo para todo lo que desea apoyar. Sería peor enemigode la máquina que cualquier ludita destructor de máquinas.Obstruiría las actividades de la centralita telefónicaalabando las bellezas del teléfono más de lo que las hubiereobstruido sentándose, como cualquier poeta más tradicionaly corriente, para hablar a esas bulliciosas gentes de negociossobre las bellezas de una flor en el borde del camino.

Desde luego que sucedería lo mismo con cualquieraventura de admiración igualmente deformada. Si unfilósofo, al salir por primera vez a dar una vuelta en coche,se entusiasmara de tal forma con esa maravilla queinsistiera en comprender el mecanismo completoinmediatamente, es probable que llegara antes a su destinoa pie. Si en su fervor insistiera en que se desarmara elaparato en el camino, para regocijarse con los más profundossecretos de su estructura, quizás hasta perdería la simpatíadel conductor. Así, por ejemplo, todos hemos conocidochicos que de esta manera querían ver girar las ruedas. Peroaunque su actitud puede acercarlos al reino de los cielos, nolos acerca necesariamente al final del viaje. Admiran losmotores, pero no viajan en automóvil; esto es, no se muevennecesariamente. No sirven al fin para el cual se hicieron losmotores. Ahora bien, en realidad esta contradicción hadesembocado en un callejón sin salida, y en una especie deestado estacionario del espíritu en el cual hay más bien menosapreciación de las maravillas creadas por la invenciónhumana que si el poeta se hubiera limitado a fabricar un pitode un penique (para silbar en los bosques de la Arcadia) o

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el niño se hubiera limitado a hacer un arco de juguete o unacatapulta. El chico, en realidad, disfruta de una felicidadencantadora cada vez que dispara una flecha. No es enmodo alguno seguro que el hombre de negocios disfrute de unafelicidad encantadora cada vez que despacha un telegrama.El nombre mismo de telegrama es un poema todavía máslleno de magia que el de la flecha: porque quiere decirdardo, y dardo que escribe. Pensemos en lo que sentiría unniño si pudiera disparar una flecha-lápiz que trazara unafigura en el otro extremo de un valle o una calle larga. Sinembargo el hombre de negocios pocas veces baila dealegría y bate palmas pensando en tal cosa cuando envía untelegrama.

Pues bien, esto tiene considerable relación con laverdadera crítica de la civilización mecánica moderna. Losque la defienden nos hablan siempre de sus maravillosasinvenciones y nos prueban que son adelantos maravillosos.Pero es sumamente dudoso que en verdad los considerenadelantos. He oído decir cien veces que el vidrio es unexcelente ejemplo de la forma en que una cosa llega abeneficiar a todos. «Miren los vidrios de las ventanas»,dicen, «que han llegado a ser una necesidad, y sin embargo,en otros tiempos eran un lujo». Y siempre siento ganas decontestar: «Sí, y sería mejor para gentes como usted quetodavía fuera un lujo, si eso lo indujera a mirar el vidrioen vez de conformarse con mirar a través de él. ¿Consideraalguna vez qué cosa tan mágica es esa película invisibleque se interpone entre usted y los pájaros y el viento?¿Piensa alguna vez en él como si fuera agua que cuelga delaire o un diamante demasiado puro para que ni siquiera se lepueda dar su valor? ¿Siente alguna vez la ventana como unaapertura súbita del muro? Si así no fuera, ¿de qué le sirve elvidrio?». Esto tal vez sea un poco exagerado y un poco elproducto del acaloramiento del momento, pero es realmentecierto que en esas cosas el invento sobrepasa a laimaginación. La humanidad no ha sacado provecho de suspropios inventos; y a medida que inventa más y más cosas,

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sólo consigue ir alejándose más y más de su posibilidad defelicidad.

Señalé en un pasaje anterior de esta meditación que lamáquina no era necesariamente un mal, y que había algunosque la valoraban en su verdadero espíritu, pero que lamayoría de los que tenían algo que ver con ella noencontraban jamás oportunidad de valorarla en absoluto. Unpoeta puede gozar con un reloj como un niño goza con unacajita de música. Pero el empleado real que mira el relojreal, para ver si tendrá tiempo de alcanzar el tren que ha deconducirlo a la ciudad, no goza más con la máquina de lo queestá gozando con la cajita de música. Puede haber algo quedecir a favor de los juguetes mecánicos, pero la sociedadmoderna es un mecanismo, no un juguete. El niño esciertamente una buena prueba en estos asuntos; y es ejemplotanto del hecho de que existe un interés por la máquina comodel hecho de que la máquina misma generalmente nos impideinteresarnos. Casi es proverbial que todos los niñospequeños quieran ser maquinistas. Pero la maquinaria noha multiplicado el número de maquinistas hasta el punto depermitir que todos los chicos conduzcan locomotoras. No haentregado una locomotora verdadera a cada niño, como sufamilia puede haberle regalado una locomotora de juguete.Las consecuencias del ferrocarril sobre una población nopueden ser las de producir una población de maquinistas.Sólo puede producir una población de pasajeros, y depasajeros un poco demasiado parecidos a bultos. Dicho conotras palabras, su único efecto sobre el maquinista visionarioo en potencia es que lo mete dentro del tren, desde donde nopuede divisar la máquina, en vez de ponerlo fuera del tren,desde donde sí podría verla. Y aunque crezca y llegue a losmayores y más gloriosos éxitos en vida, y estafe a la viuda yal huérfano hasta poder viajar en un coche de primeraclase reservado para él, con un pase permanente para elCongreso Internacional de Paz Mundial Cosmopolita paraIntrigantes Políticos, quizás nunca vuelva a gozar con un tren;tal vez nunca vuelva a ver un tren como lo vio cuando era un

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pilluelo andrajoso y saludaba furiosamente desde una lomacubierta de césped el paso del expreso de Escocia.

Podemos trasladar la parábola de los maquinistas alos ingenieros. Puede suceder que el conductor delexpreso de Escocia se lance adelante en un frenesí develocidad, porque su corazón está en las Highlands, no aquí;que deje atrás con un gesto el campo local y saludealegremente los lejanos parajes montañosos que surgen anteél. Y, sea o no verdad que el corazón del maquinista está enlas Highlands, a veces es verdad que el corazón delmuchachito está en la locomotora. Pero no es verdad en modoalguno que la totalidad de los pasajeros que viajan detrás detodas las locomotoras gocen con la velocidad en un sentidopositivo, aunque la aprueben en un sentido negativo. Quierodecir que desean viajar con rapidez, no porque un viajerápido sea agradable, sino porque no es agradable.Quieren que acabe pronto, no porque sea arrebatadorviajar tras la locomotora, sino porque resulta aburrido estaren el vagón de ferrocarril. De igual modo, si pensamos en elgoce de los ingenieros debemos recordar que hay un soloingeniero contento entre mil aburridas víctimas de laingeniería. La discusión que surgió entre el señor Penty ylos otros amenazó en un momento con acabar en unacontienda entre ingenieros y arquitectos, pues cuando elingeniero nos pide que olvidemos toda la monotonía y elmaterialismo de una época mecanizada, porque su cienciatiene algo del soplo de un arte, el arquitecto bien puede tenerpreparada la respuesta. Porque esto es como decir que losarquitectos nunca se han ocupado de nada más que deconstruir prisiones y manicomios. Es como si nos contaranorgullosamente con qué entusiasmo poético y apasionadohabían erigido ellos torres bastante altas para colgar aAmán o excavado calabozos bastante impenetrables paradejar que en ellos muriera de hambre Ugolino.

Ya he explicado que no me propongo nada en lo quealgunos llaman el camino práctico, que debería más bienllamarse el camino inmediato, que vaya más allá de una

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mejor distribución de la propiedad sobre las máquinas queresulten realmente necesarias. Pero cuando llegamos a lacuestión más amplia de la maquinaria dentro de un tipo desociedad diferente en lo fundamental, regida por nuestrafilosofía y nuestra religión, hay mucho más que decir. Laforma mejor y más breve de decirlo es que en vez de ser lamáquina un gigante frente al cual el hombre es un pigmeo,debemos al menos invertir las proporciones, de modo que elhombre sea el gigante y la máquina su juguete. Aceptada estaidea, no tenemos ninguna razón para negar que pueda ser unjuguete legítimo y alentador. En ese sentido no importaríaque cada niño fuera un maquinista o (todavía mejor) cadamaquinista un niño. Pero aquellos que nos tildaban de pocoprácticos admitirán al menos que esto tampoco es práctico.

De este modo he tratado de colocarme imparcialmenteen la posición de los entusiastas, como deberíamos hacersiempre al juzgar los entusiasmos. Y creo que se aceptará queincluso después del experimento subsiste como hecho desentido común una diferencia real entre el entusiasmo delos ingenieros y entusiasmos más antiguos. Aunqueadmitamos que el hombre que concibe una locomotora estan original como el hombre que concibe una estatua, existeuna diferencia inmediata e inmensa en los efectos de lo queconciben. La estatua original es una alegría para el escultor,pero también es en cierto grado (cuando no es demasiadooriginal) una alegría para la gente que ve la estatua. O sesupone que es una alegría que otra gente la vea, o no habríarazón para exhibirla. Pero aunque la locomotora puede seruna gran alegría para el ingeniero y una cosa muy útilpara los demás, no es en el mismo sentido (y no es supropósito serlo) una gran alegría para los demás. Y esto noocurre por una deficiencia de educación, como algunos delos artistas podrían alegar en el caso del arte. Va implícitoen la naturaleza misma de la maquinaria, la cual, una vezestablecida, consiste en repeticiones y no en variantes ysorpresas. Un hombre puede ver en los miembros de unaestatua algo que nunca había visto antes; pero no sólo se

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asombraría, sino que se alarmaría si las ruedas de lalocomotora empezaran a comportarse como nunca se habíancomportado antes. Por lo tanto podemos tomar comocaracterística esencial y no accidental de la maquinaria la deser inspiración para el inventor, pero mera monotonía para elconsumidor.

Siendo así, me parece que dentro de un Estado ideal laingeniería sería la excepción, exactamente como deleitarse enlas máquinas es lo excepcional. Tal y como están las cosas,la ingeniería y las máquinas son la regla. La falta de vidaque la máquina impone a las masas es una realidadinfinitamente mayor y más evidente que el interésindividual del hombre que fabrica máquinas. Llegados aeste punto del argumento, bien podemos compararlo con loque se puede llamar el aspecto práctico del problema de lamaquinaria. Ahora bien, me parece obvio que la maquinaria,tal como existe hoy, se ha apartado casi tanto de su esferapráctica como de su esfera imaginaria. Toda la sociedadindustrial se basa en la idea de que lo más rápido y lo másbarato es llevar carbón a Newcastle, aunque sea con elúnico objeto de transportarlo luego desde Newcastle. Sebasa en la idea de que el tránsito y transporte rápido yregular, el constante intercambio de mercancías y lacomunicación incesante entre lugares remotos es, entre todaslas cosas, la más económica y directa. Pero no es verdad quelo más rápido y barato para un hombre que acaba de arrancaruna manzana de un manzano sea enviarla con una partida demanzanas en un tren que corre como un rayo hasta unmercado del otro extremo de Inglaterra. Lo más rápido ybarato para el hombre que acaba de arrancar un fruto deun árbol es metérselo en la boca. El economista supremo esaquel que no gasta dinero en viajes por ferrocarril. El tipoacabado del hombre eficiente es aquel demasiado eficientepara buscar la organización. Y aunque es, desde luego, uncaso extremo e ideal de simplificación, la causa a favor de lasimplificación sigue siendo tan firme como un manzano. En lamedida en que los hombres pueden producir sus propias

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mercancías inmediatamente, ahorran a la comunidad un grandesembolso que a menudo no está en proporción con laganancia. En la medida en que podamos establecer unaproporción considerable de gente simple que cubra suspropias necesidades, aliviaremos la presión de lo que amenudo es un proceso tan antieconómico como fatigoso. Y sise toma esto como esquema general de la reforma,ciertamente parece verdad que una vida más simple engrandes sectores de la comunidad reduciría la maquinaria auna cosa más o menos excepcional, y estaría bien para elhombre excepcional que realmente pone en ella su alma.

Este intento tiene sus dificultades; pero por el momentopuedo tomar como ejemplo el paralelo de la clase especialde ingeniería moderna que tanto les agrada censurar a losmodernos. A menudo olvidan que la mayor parte de susalabanzas de los instrumentos científicos se aplican muyvivamente también a armas científicas. Si hemos de sentirtanta piedad por el desdichado genio que acaba de inventarun nuevo galvanómetro, ¿qué hay del desgraciado que acabade inventar una nueva arma de fuego? Si hay verdaderainspiración imaginativa en la creación de una locomotora,¿no hay interés imaginativo en la fabricación de unsubmarino? No obstante, muchos modernos admiradores dela ciencia ansiarían la total abolición de estas máquinasaun en el acto mismo de decirnos que no podemosabolirlas en absoluto. Como yo creo en el derecho a la defensanacional, no las aboliría por completo. Pero pienso quepueden darnos idea de cómo las cosas excepcionales puedenser tratadas excepcionalmente. Por el momento dejaré que losprogresistas se rían de mi absurdo concepto sobre lalimitación de las máquinas, y me iré a una reunión para exigirla limitación de los armamentos.

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3. El día de fiesta del esclavo

Algunas veces he sugerido que el industrialismo detipo americano, con su maquinaria y atropello mecánico, seconservará algún día en forma de modelo realmenteamericano; quiero decir, a la manera del territorio reservadopara los pieles rojas, la reserva. Así como se deja un pedazode bosque para que los salvajes cacen y pesquen dentro de él,así una civilización mejor podría dejar un sector de fábricaspara aquellos que estuvieran todavía en una etapa intelectualtan infantil como para querer ver girar las ruedas. Y asícomo los pieles rojas podrían todavía, supongo yo, contarsus arcaicas leyendas referentes al dios rojo que fumaba enpipa o al héroe que robó el sol y la luna, así el pueblosencillo del recinto fabril podría seguir hablando de supropia reseña de la historia y discutiendo la evolución dela ética, mientras a su alrededor una civilización másmadura andaría ocupada en la verdadera historia y lafilosofía seria. Vacilo en repetir aquí esta fantasía, porque,después de todo, el maquinismo es la religión de esasgentes, o al menos su superstición, y no les gusta que se lastrate con ligereza. Pero yo creo que hay algo que decir enpro de la opinión de la cual esta fantasía podría ser una

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especie de símbolo; en pro de la idea de que una sociedadmás sabia trataría finalmente las máquinas como trata lasarmas, como algo especial y peligroso, y quizás másdirectamente bajo una fiscalización central. Pero sea estocomo fuere, creo que la fantasía más descabellada de unfabricante mantenido a raya como un bárbaro pintado encierramayor cordura que una alternativa científica seria, como laque ahora se nos presenta con frecuencia. Me refiero a lo quesus amigos llaman el Estado de Comodidad, en el cualtodo se hará mediante máquinas. Es justo decir algo, aunquesea sólo una palabra, sobre esta propuesta comparándola conla nuestra.

Ya sabemos lo que en la práctica significa un díaferiado en un mundo de maquinaria y producción en serie.Significa que un hombre, cuando ha terminado de dar vueltasa una manivela, puede elegir entre los placeres que se leofrecen. Si quiere, puede leer un periódico y descubrir,interesado, que el príncipe heredero de Fontarabiadesembarcó de su magnífico yate Atlantis en medio de unajubilosa multitud; que ciertos millonarios americanos estánformando grandes consorcios financieros; que la jovenmoderna es una criatura deliciosa a pesar de (o debido a)que usa el pelo corto o las faldas cortas; que la verdaderareligión, que todos buscamos en las iglesias, consiste en lasimpatía y en el progreso social, en casarse, divorciarse yenterrar a todo el mundo sin aludir al significado preciso dela ceremonia. Por otra parte, si el hombre prefiere otradiversión, puede ir al cine, donde verá una escena viva yanimada de multitudes que aclaman al príncipe heredero deFontarabia tras la llegada del yate Atlantis; donde verá unapelícula americana que pinta los rasgos de los millonariosamericanos con todas las denodadas contorsiones de rostroque los acompañan cuando forman grandes consorciosfinancieros; donde no dejarán de ver una heroínaencantadora y vivaz, reconocible como la joven moderna porsu pelo y falda cortos; y posiblemente un sacerdote manso ybueno (si lo hay) que explica, en una escena muda, con ayuda

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de algunas frases impresas, que la verdadera religión es lasimpatía social y el progreso, y casarse y entregar a la gente ala ventura. Pero si suponemos que los gustos del hombre seapartan del drama y las artes con él emparentadas, tal vezprefiera leer novelas; y no le será difícil encontrar una muyleída que trate de las dudas y tropiezos de un sacerdotemanso y bueno que poco a poco descubre que la verdaderareligión consiste en el progreso y la simpatía social, con laayuda de una joven moderna cuyo pelo y falda cortosproclaman su indiferencia ante toda distinción sutil acerca dequién debe ser enterrado y quién debe divorciarse; yprobablemente no falte en la novela un millonarioamericano que forma vastos consorcios, ni, ciertamente, unyate, y hasta es posible que un príncipe heredero. Pero en lasactuales condiciones de la publicidad y la búsqueda dediversiones se toman en cuenta también otros gustos. Hayuna gran institución de radiocomunicación y difusión; elhombre que tiene un día de descanso, dejando de lado lanovela, el periodismo y el drama cinematográfico, puedepreferir «escuchar» un programa que contendrá las últimasnovedades sobre grandes consorcios formados pormillonarios americanos; que probablemente contendrá brevesdisertaciones sobre cómo puede la joven moderna cortar supelo o reducir sus faldas; en el cual podrá escuchar la vozde algún gran predicador conocido que proclama ante elmundo esa revelación de que la verdadera religiónconsiste en la simpatía y el progreso social más que en eldogma y el credo; y en el cual seguramente escuchará eltrueno de los vítores que dan la bienvenida a Su Alteza Realel Príncipe Heredero de Fontarabia al desembarcar éste desu magnífico yate Atlantis. De este modo, tiene el hombreante sí una selección muy esmerada y ordenada en cuestión dediversiones.

Pero a algunos les parece que la rica variedad demétodo y de medios de acceso que se despliega ante nosotrosen esta alternativa todavía oculta cierto secreto y sutilelemento de monotonía. Quien busca divertirse quizás tenga

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aún la misteriosa sensación de haber conocido eso mismoantes. Parece haber algo que se repite en el tipo de tópicos;lo cual deja entrever algo de rigidez en el tipo mental. Yocreo muy dudoso que sea en realidad una mente superior. Siel hombre que busca placeres fuera capaz de proporcionarsea sí mismo un placer, si se lo obligara a que se divirtiera élmismo en lugar de que lo divirtieran; si, en resumen, se loobligara a sentarse en una vieja taberna y conversar,realmente dudo de que limitara su conversación enteramenteal príncipe heredero de Fontarabia, al corte de pelo, a lagrandeza de ciertos yanquis ricos y así sucesivamente, paraluego empezar a dar vueltas a los mismos temas desde elprincipio. Sus intereses podrían ser más locales, pero seríanmás vivos; su experiencia de los hombres sería máspersonal, pero más variada; sus gustos y aversiones máscaprichosos, pero no tan fácilmente satisfechos. Para poner unejemplo diremos que a los niños modernos se les obliga apracticar juegos didácticos, y sin duda pronto se les haráescuchar las alabanzas de los millonarios que se transmitenpor radio o aparecen en los periódicos. Pero los niñoslibrados a sí mismos casi invariablemente inventan suspropios juegos, sus propios dramas, con frecuencia hastainventan todo un reino o una república imaginarios. Dichocon otras palabras, crean; hasta que la oposición delmonopolio mata su creación. El chico que juega a policíasy ladrones no se libera, sino que se atrofia en sudesarrollo cuando aprende cosas acerca de los ladronesamericanos, todos cortados por un mismo molde, menospintoresco que el del niño. Es socavado psicológicamente,es apartado, excluido, hundido, ahogado, arruinado; enningún caso liberado.

Los inventos han matado la invención. Las grandesmáquinas modernas son como grandes cañones quedominan y aterrorizan toda una extensión de tierra y dentro decuyo alcance nadie puede levantar la cabeza. Hay mucha másinventiva en una yarda cuadrada de humanidad de la quejamás podrá surgir bajo ese terror monopolista. Los espíritus

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de los hombres no son tan parecidos entre sí como losautomóviles de los hombres o los abrigos y sombrerosmecánicamente confeccionados de los hombres. Dicho deotro modo, no hacemos que los hombres rindan el máximo.En verdad, no aprovechamos sus cualidades másindividuales y más interesantes. Y es dudoso que lohagamos alguna vez, hasta que acallemos ese estrépitoensordecedor de altavoces que ahoga sus voces, ese brillomortal de la luz de los reflectores que les come el colorde la tez, ese grito atronador de trivialidades que aturde yparaliza sus inteligencias. Todo esto mata los pensamientos alnacer, como un gran rayo blanco de muerte mataría lasplantas al brotar. Por lo tanto, cuando la gente me dice queconvertir una gran parte de Inglaterra en país rústico y hacerque viva de lo que produce significaría transformarla en unpaís inculto y absurdo, no estoy de acuerdo con ellos; y nocreo que comprendan la alternativa ni el problema. Nadiequiere que todos los hombres sean rústicos ni aun entiempos normales; es muy defendible que algunos de los másinteligentes se vuelvan a las ciudades incluso en tiempos denormalidad. Pero sostengo que en estos tiempos las ciudadesmismas son las enemigas de la inteligencia, digo que loscampesinos mismos tendrían más variedad y vivacidad dela que se fomenta en estas ciudades. Digo que sóloimpidiendo la entrada de este ruido y esta luz antinaturalespuede el espíritu del hombre empezar a moversenuevamente y a crecer. Así como esparcimos adoquinessobre suelos diferentes sin tener en cuenta las diferentescosechas que ese suelo podría producir, así desparramamosprogramas de plutocracia insípida sobre las almas queDios creó diferentes, y que sociedades más simples hanhecho libres. Si por maquinaria que ahorra trabajo y p o r lotanto produce ociosidad se entendiera la maquinaria queahora logra lo que se llama producción en serie, no veo valorvital alguno en el ocio; porque no hay en ese ocio nada delibertad. Puede que el hombre trabaje sólo una hora con susherramientas hechas a máquina, pero sólo puede escapar y

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jugar veintitrés horas con juguetes hechos a máquina. Todolo que toca ha de provenir de una máquina enorme que nopuede manejar. Todo ha de provenir de algo a lo cual,con frase capitalista, él sólo puede «echar una mano». Ahorabien, como esto se aplicaría tanto a los juguetes intelectualesy artísticos como a los meramente materiales, a mí me pareceque la máquina dominaría al hombre durante más tiempo delque le llevó a su mano dar vuelta a la manivela. Es cosaprácticamente admitida que se necesitan muchos menoshombres para hacer funcionar la máquina. La respuesta de lospartidarios del colectivismo mecánico es que, aunque lamáquina puede proporcionar trabajo a una minoría, podríadar de comer a la mayoría. Pero sólo podría alimentar a lamayoría mediante un funcionamiento que tendría que serdirigido por la minoría. O aun si suponemos que se diera ala mayoría algún trabajo, subdividido en pequeñas secciones,ese sistema de rotación tendría que ser dirigido por unospocos responsables; y sería menester una autoridadestablecida para distribuir el trabajo, tanto como paradistribuir el alimento. Dicho con otras palabras, losoficiales serían necesariamente oficiales permanentes. Encierto sentido, el resto de nosotros podríamos ser oficialesa intervalos ocasionales. Pero subsistiría el carácter generaldel sistema, y, parezca lo que parezca, nada puede hacerloparecerse al de una población que vaga en sus propioscampos o levanta pequeñas industrias creadoras en lospequeños talleres propios. El hombre que ha participado enla producción de un artículo hecho a máquina puede, claroestá, abandonar el trabajo, en el sentido de dejar de darvueltas a una determinada rueda. Puede presentársele laoportunidad de hacer lo que le guste, en la medida en quele guste usar lo que al sistema le gusta producir. Tal veztenga posibilidad de elección, en el sentido de poder elegirentre una cosa que produce y otra cosa que produce. Puedeelegir entre pasar sus horas de ocio sentado en una sillahecha a máquina, acostado en una cama hecha a máquina,descansando en una hamaca hecha a máquina, o

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balanceándose en un trapecio hecho a máquina. Pero no sehallará en la misma situación del hombre que talla su propiojuguete con su propia madera o según su deseo. Porque estointroduce otro principio o propósito, que no es seguro quecoexista con el principio o propósito de utilizar toda lamadera con vistas a ahorrar trabajo, o simplificar todoslos deseos de modo que resulte más cómodo. Si nuestroideal es producir las cosas tan rápida y fácilmente como seaposible, debemos saber el número preciso de cosas quequeremos producir. Si deseamos producirlas tan libre ydiversamente como sea posible, no debemos intentarproducirlas al mismo tiempo tan rápidamente como se pueda.Creo que, probablemente, el resultado de ahorrar trabajomediante la máquina sería entonces el mismo de hoy, sóloque más acentuado: la limitación del tipo de cosaproducida, la estandarización.

Puede ser que algunos de los defensores del Estadode Comodidad hayan pensado en algún sistema dedistribución de la maquinaria que haga a cada hombre dueñode su máquina; y en tal caso estoy de acuerdo en que elproblema varía y está en parte resuelto. Quedaría todavíaen pie la cuestión de si el hombre de alma libre querríausar la máquina para las tres cuartas partes de las cosaspara las cuales las usa ahora. En otras palabras, subsistiríatodo el problema del artesano como creador. Supongo queconvendrían en que si el hombre insignificante encontraraútil su pequeña instalación mecánica para la conservaciónde su pequeña propiedad, los derechos de ésta seríanconsiderables. Aunque es necesario aclarar que si losentretenimientos que se ofrecen a los obreros les sonproporcionados tan mecánicamente como en la actualidad,y con la alternativa meramente mecánica de la actualidad,yo creo que hasta la esclavitud de su trabajo sería llevaderacomparada con la agobiante esclavitud de su ocio.

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4. El hombre libre y el automóvil Ford

No soy un fanático, y además creo que lasmáquinas pueden ser de gran utilidad para destruir elmaquinismo. Puedo concederles considerable valor en latarea de exterminar todo lo que ellas representan. Peroexpresar la verdad en esos términos es hablar de laconclusión remota de nuestra revolución lenta y razonable.En la situación presente, la misma verdad puede formularsede forma más moderada. Deberíamos mirar con racionalbenevolencia todas las cosas típicas de nuestro tiempo. Lamáquina no es mala, sólo es absurda. Quizás deberíamos decirque es sólo infantil, y hasta puede ser apreciada en suverdadero espíritu por un niño. Por lo tanto, si descubrimosque alguna máquina nos permite escapar de un infierno demaquinaria no estamos pecando, aunque tal vez estemoshaciendo un papel tonto, como el de un soldado decaballería que fuera a unirse con su regimiento montadosobre una bicicleta vieja. Lo esencial es darse cuenta de quela situación actual tiene algo de ridículo, más disparatadoque cualquier utopía. Así, por ejemplo, tendré ocasión deseñalar aquí la propuesta de la electricidad central, ypodríamos justificar su uso mientras estudiamos la broma

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que representa. Pero, en realidad, ni siquiera vemos logracioso de las aguas corrientes ni de la compañía de aguas.Es casi demasiado toscamente cómico que cosa tan esencialpara la vida como lo es el agua tenga que sernos traídadesde un lugar desconocido por alguien a quien nadieconoce, a veces desde casi cien millas de distancia. Es tangracioso como si nos enviaran aire desde millas dedistancia y todos anduviéramos como buzos en el fondo delmar. La única persona razonable es el campesino que poseesu propio pozo. Pero nosotros tenemos mucho camino querecorrer antes de empezar a pensar en ser razonables.

Actualmente hay algunos ejemplos de centralizacióncuyos efectos pueden preparar la descentralización. Un casoevidente es el que se discutió recientemente, relacionado conuna planta eléctrica común. Considero totalmente cierto quesi pudiera rebajarse el precio de la electricidad mejoraríamucho la suerte de gran número de pequeñas tiendasindependientes, y especialmente la de los talleres. Al mismotiempo, no hay duda alguna de que tal dependencia de unacentral eléctrica para obtener energía es una dependenciareal, y por ende es un defecto dentro de cualquier plancompleto de independencia. Me imagino que muchosdistributistas diferirán considerablemente sobre este punto;pero, en lo que a mí se refiere, me inclino a seguir la políticamás moderada y provisional que he indicado aquí más de unavez. Creo que es necesario, en primer término, asegurarse deque las pequeñas propiedades tengan algún éxito en gradomás o menos decisivo. Ante todo, creo que es de importanciavital crear la experiencia de la pequeña propiedad, lapsicología de la pequeña propiedad, la clase de hombre quesea pequeño propietario. Una vez que exista esa clase dehombres, decidirán, de manera muy diferente que cualquiermuchedumbre moderna, hasta dónde ha de dominar su propiacasa la central eléctrica, o si ha de dominarla en algunamedida. Tal vez esos hombres descubran el modo de dividire individualizar esa energía eléctrica. Sacrificarán, si esnecesario el sacrificio, hasta la ayuda de la ciencia por el

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hambre de posesión. De modo que, por el momento, estoydispuesto a aceptar cualquier ayuda que la ciencia y lamaquinaria puedan prestar para la pequeña propiedad, sinsometerme a tales supersticiones en lo que tienen depuramente destructivas y sin dejar de tener presente el idealdel labriego como motivo y meta. Pero la mayoría dequienes nos ofrecen ayuda mecánica parecen ignorarcompletamente qué es lo que consideramos como una ayuda.Un nombre muy conocido ilustrará cómo se hace la cosa y laignorancia del hombre que la hace.

El otro día me encontré en un automóvil Ford, igual aaquel en el cual recuerdo haber recorrido Palestina y a aquelen el cual (supongo) le gustaría al señor Ford pasar porencima de los hebreos. Sea como fuere, me recordó al señorFord, y eso me hizo pensar en el señor Penty y en susopiniones sobre la igualdad y la civilización mecánica. Elcoche Ford (si puedo probar suerte con una de esas ideasnuevas con que nos importunan los periódicos) es un productotípico de la época. Lo mejor que tiene es aquello por lo cuales despreciado: su pequeñez. Y lo peor que tiene es aquellopor lo cual e s alabado: es un producto en serie. Supequeñez, claro está, es el tema de infinitos chistesamericanos sobre el hombre que atrapa un Ford como unamosca o posiblemente como una pulga. Pero nadie parecenotar que esa difusión de los viajes en automóvil (porequivocados que sean el motivo y el método) está enrealidad en completa contradicción con esa charla fatalistasobre los monopolios y concentraciones inevitables. Elferrocarril está decayendo a ojos vista, los pájaros hacensus nidos en las señales, y los lobos, por así decirlo, en lassalas de espera. Y el ferrocarril era realmente un modo deviajar comunal y concentrado, como el de una utopía desocialistas. El viajero libre y solitario vuelve a aparecerante nuestros ojos; no siempre, es verdad, equipado conzurrón y concha, aunque sí habiendo recuperado en ciertamedida la libertad del camino real, a la manera de laInglaterra Feliz. Pero tampoco es ésta la única cosa antigua

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que ese modo de viajar ha revivido. Mientras el empalmede Mugby ha empezado a descuidar sus despachos derefrescos, Hugby-in-the-Hole ha resucitado sus posadas. Enesa medida limitada, el automóvil Ford es ya un retorno alhombre libre. Si bien no posee tres acres y una vaca, posee elinadecuado sustituto de tres mil millas, y un auto. No quierodecir que esta evolución satisfaga mis teorías. Pero digo, sí,que destruye las teorías de otros; todas las teorías queconsideran lo colectivo como cosa del futuro y lo individualcomo cosa del pasado. Aun en el camino especial yasfixiante de la ciencia y la maquinaria, los hechos vancontra sus teorías.

Con todo, nunca he oído que alabaran real einteligentemente por eso al señor Ford y su cochecito.Desde luego que con frecuencia he oído que lo alaban portodas las ventajas de lo que se llama estandarización. Cuandosu auto se destroza con estrépito en medio de Salisbury Plain,aunque no es muy probable que ningún fragmento de otrocoche destruido se encuentre perdido entre las ruinas deStonehenge, si a pesar de todo los hay, resulta una granventaja saber que probablemente serán del mismo modelo ypodrá uno llevárselos para arreglar su propio vehículo. Elmismo principio es aplicable a las personas que viajan enautomóvil por el Tíbet, a quienes les regocijará pensar que,si por casualidad apareciera otro automovilista de EstadosUnidos, les sería posible intercambiar ruedas y frenos enseñal de amistad. Quizás no haya expuesto del todocorrectamente los detalles del argumento, pero lo que dice demodo general es que si le sucede algo a alguna parte de lamáquina, puede remplazarse con idéntica maquinaria. Y decualquier modo, el argumento podría llevarse mucho máslejos, y usarse para explicar muchas cosas. No estoy segurode que no sea la clave de muchos misterios de la época.Empiezo a comprender, por ejemplo, por qué los relatos delas revistas son todos exactamente iguales: se pide que asísea para que, cuando uno se ha dejado olvidada una revistaen un vagón a mitad de un cuento llamado «Los ojos de color

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de pensamiento», pueda continuar con la misma narración,aparecida en otra revista bajo el título de «Las cercas dediente de león». Explica por qué los artículos de fondosobre el futuro de las iglesias son exactamente iguales, demodo que podamos empezar a leer uno en el Daily Chronicley acabarlo en el Daily Express. Explica por qué todas lasdeclaraciones públicas que nos instan a preferir las cosasnuevas a las viejas, nunca, ni por casualidad, dicen nadanuevo; quieren decir simplemente que deberíamos ir a unnuevo quiosco de periódicos y leer lo mismo en un nuevodiario. Por eso las caricaturas americanas se repiten comouna fórmula matemática; es para que, cuando hayamosarrancado una parte del dibujo para envolver unosbocadillos, podamos arrancar un pedazo de otro dibujo ylograr que encaje siempre bien. Por eso también todos losmillonarios americanos tienen el mismo aspecto; para que,cuando la expresión viva y resuelta de uno de ellos hayahecho que le desfiguremos la cara de un fuerte puñetazo,siempre sea posible componérsela con narices y mandíbulassacadas de otros millonarios exactamente igual constituidos.

Tales son las ventajas de la estandarización. Pero,como puede sospecharse, creo que se exageran dichasventajas, y estoy de acuerdo con el señor Penty, que duda deque toda esta repetición corresponda en realidad a lanaturaleza humana. La observación del señor Ford acercade la diferencia entre hombres y hombres suscitó unacuestión muy interesante; también su insinuación de que lamayoría de los hombres preferían la actividad mecánica oeran aptos sólo para ella. Sobre todos estos argumentos quetocan a la igualdad humana, yo siempre he pensado una cosaque halla su expresión en una prueba ideada por mí.Empezaré a tomar en serio esas clasificaciones desuperioridad e inferioridad cuando encuentre un hombreque se incluya entre los inferiores. Se advertirá que elseñor Ford no dice que él sólo sea apto para atender alas máquinas; confiesa francamente que es un ser demasiadorefinado, libre e inconformista para semejantes tareas.

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Creeré en la doctrina el día que oiga decir a alguien: «Sólotengo capacidad para hacer girar una rueda». Eso seríaverdadero, eso sería realista, eso sería científico. Eso seríaun testimonio independiente difícilmente discutible. Lomismo sucede, claro está, con todas las otras superioridades ynegaciones de la igualdad humana tan particularmentecaracterísticas de una época científica. Así pasa con loshombres que hablan de razas superiores e inferiores; nuncahe oído a un hombre decir: «La antropología demuestra quepertenezco a una raza inferior». Si lo hiciera, quizás estaríahablando como un antropólogo. No obstante, habla como unhombre y con frecuencia como un tonto. Durante muchotiempo he tenido esperanzas de oír a algún hombre queexplicara sobre principios científicos su propia incapacidadpara algún cargo o privilegio importante diciendo: «Elmundo debería pertenecer a las razas libres y luchadoras, yno a personas de esa disposición servil que notará usted enmí; los inteligentes sabrán cómo formarse opiniones, pero laevidente inferioridad intelectual que padezco hace que misopiniones aparezcan ante ellos como abiertamente absurdas:ellos son de razas soberbias, como dioses... ¡y míreme a mí!¡Observe mis facciones informes e ínfimas! ¡Contemple, sipuede soportarlo, mi cara vulgar y repulsiva! ». Si oyera aun hombre haciendo una demostración científica por elestilo, admitiría que es realmente un científico. Pero comosucede invariablemente, por extraña coincidencia, que laraza superior es la propia raza, el tipo superior el tipopropio y la preferencia superior por el trabajo la clase detrabajo que él prefiere... he llegado a la conclusión de que hayuna explicación más simple.

El señor Ford es un buen hombre, en la medida enque esto es compatible con ser un buen millonario. Peroél mismo nos mostrará muy bien dónde radica la falacia desu argumento. Probablemente sea muy cierto que en lafabricación de motores participen cien hombres capaces dehacer funcionar un motor y uno solo que podría inventarlo.Pero de los cien hombres que pueden hacer funcionar un

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motor es probable que uno pudiera proyectar un jardín, otroinventar una charada, otro imaginar un chiste o una caricaturagraciosa sobre el señor Ford. Por cierto que con todo lo queaquí voy diciendo no quiero negar las diferencias deinteligencia ni sugerir que la igualdad (cosa enteramentereligiosa) dependa de ninguna negación imposible. Pero síquiero decir que los hombres están más cerca de un nivel delo que nadie descubrirá si los pone a todos a hacer un tipoespecial de reloj. El mismo señor Ford es un hombre delimitaciones obstinadas. Es tan indiferente a la historia, porejemplo, que admitió con toda calma, una vez que fue citadocomo testigo, que nunca había oído hablar de BenedictArnold. Un americano que nunca ha oído hablar de BenedictArnold es como un cristiano que nunca hubiera oído hablarde judas Iscariote. Es un caso raro. Creo que el señor Fordindicó de un modo general que pensaba que BenedictArnold1 y Arnold Bennett eran una misma persona. No sólono es así, sino que es erróneo suponer que tal error no tieneimportancia. Si alguna vez, en el calor de la discusión,acusara al señor Arnold Bennett de haber traicionado alpresidente de los Estados Unidos y de haber asolado elSur con un ejército antiamericano, el señor Bennett podríainiciar una acción contra él. Si el señor Ford supusieraque la señora que recientemente escribió sus revelacionesen el Daily Express tiene edad suficiente para ser la viudade Benedict Arnold, la señora podría entablar un pleito.Ahora bien, no es imposible que entre los obreros que elseñor Ford considera (probablemente con mucho acierto)capaces de hacer sólo la parte mecánica de la construcción decosas mecánicas pueda haber un hombre a quien le agradeleer toda la historia de la que puede echar mano; y quehaya ido adelantando paso a paso, mediante penososesfuerzos autodidactas, hasta tener bien clara en su mente ladiferencia entre Benedict Arnold y Arnold Bennett. Si a supatrón no le importara la diferencia, desde luego que no leconsultaría sobre dicha diferencia, y el hombre continuaríasiendo, según todas las apariencias, un mero diente de la

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máquina; y no habría razón para descubrir que se trataba deun diente de rueda bastante reflexivo. Cualquiera queconozca algo del trabajo moderno sabe que hay ciertonúmero de hombres semejantes, los cuales permanecerán enpuestos subalternos y oscuros porque sus gustos y talentosprivados no tienen relación alguna con el trabajo estúpidodel que se ocupan. Si el señor Ford extiende su negocio sobreel sistema solar y suministra automóviles a los marcianos y alhombre de la Luna, no se acercará con ello una pulgada alespíritu del hombre que trabaja una máquina para él yentretanto piensa en algo con más sentido. Todas las cosashumanas son imperfectas, pero las condiciones en las cualessurgen hasta cierto punto esas inclinaciones y aptitudessecundarias son condiciones de pequeña independencia. Elcampesino casi siempre se ocupa de dos o tres funcionessecundarias, y vive de oficios y medios diversos. Eltendero de pueblo afeitará a los viajeros, y disecarácomadrejas, y cultivará repollos y hará otra media docena decosas por el estilo, manteniendo en su vida una suerte deequilibrio semejante al equilibrio de la cordura en el alma. Elmétodo no es perfecto, pero es más inteligente que convertira un hombre en máquina a fin de descubrir que tiene un almasuperior a la maquinaria.

Por lo tanto, sobre este punto de compromisoinmediato con la maquinaria, me inclino a inferir que estámuy bien usar las máquinas existentes en la medida en queoriginen una psicología que pueda despreciar las máquinas;pero no si crean una psicología que las respete. El automóvilFord es un ejemplo excelente de esta cuestión, aún mejor queel otro ejemplo que he puesto del suministro de electricidad apequeños talleres. Si poseer un coche Ford significaregocijarse con el coche Ford, es bastante triste que no noslleve más allá de Tooting o el regocijo por un tranvía deTooting. Pero si poseer un coche Ford significa gozar de uncampo de cereales o tréboles, en un paisaje nuevo y unaatmósfera libre, puede ser el principio de muchas cosas.Puede ser, por ejemplo, el final del auto y el principio de una

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casita de campo. De modo que casi podríamos decir que eltriunfo final del señor Ford no consiste en que el hombresuba al coche, sino en que su entusiasmo caiga fuera delcoche. Que encuentre en alguna parte, en rincones remotos ycampestres a los que normalmente no hubiera llegado, esaperfecta combinación y equilibrio de setos, árboles ypraderas ante cuya presencia cualquier máquina modernaaparece de pronto como un absurdo, y aun como un absurdoanticuado. Probablemente ese hombre feliz, habiendo halladoel lugar de su verdadero hogar, procederá gozosamente adestrozar el auto con un gran martillo, dando por primeravez verdadero uso a sus pedazos de hierro y destinándolosa utensilios de cocina o herramientas de jardín. Eso es usarun instrumento científico en la forma que corresponde, porquees usarlo como instrumento. El hombre ha usado lamaquinaria moderna para escapar de la sociedad moderna,y la inteligencia ensalza al instante la razón y rectitud desemejante conducta. No sucede lo mismo con los hermanosmás débiles que no se contentan con confiar en el coche delseñor Ford, sino que confían también en su doctrina. Siaceptar el automóvil implica aceptar la filosofía que acabode criticar y la idea de que algunos hombres han nacido parafabricar automóviles, o más bien pequeños trozos deautomóviles, entonces más le valdrá al filósofo decirfrancamente que los hombres nunca necesitaron en absolutotener automóviles. Sólo porque el hombre había sido enviadoal destierro en un tren, tenía que ser repatriado en un auto.Sólo porque toda la maquinaria ha sido empleada parahacer las cosas mal, alguna maquinaria puede ser ahora bienempleada para mejorarlas. Pero en general infiero que puedeusarse así; y mi razón es la que expuse en páginasanteriores bajo el título de «La posibilidad derecuperación». Señalé que nuestro ideal es tan sano ysencillo, que concuerda tanto con los instintos antiguos ygenerales de los hombres, que una vez que se le déoportunidad en alguna parte, mejorará su suerte por su propiavitalidad interna: porque cuando desaparece una enfermedad

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siempre hay una reacción favorable. El hombre que ha usadosu automóvil para encontrar su terreno en el campo seinteresará más por éste que por el auto; y desde luego que seinteresará más por su quinta que por el negocio donde antañocomprara el coche. Y el señor Ford no lo volverá a arrastraral negocio, ni aun diciéndole tiernamente que no es aptopara ser agricultor, ni para criar caballos, ni para ejercer decabañero, puesto que su intelecto deficiente y su tipoantropológico degradado lo capacitan sólo para actividadesinferiores y mecánicas. Si alguien intentara decirle eso(dulcemente, claro está) a considerable número dehacendados que durante algún tiempo hubieran vivido, ellosy sus familias, de sus propias tierras, descubriría los defectosde tal maniobra.

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V

UNA NOTA SOBRE LA EMIGRACION

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1. La necesidad de un espíritu nuevo

Antes de terminar estas notas con algunas palabrasacerca del aspecto colonial de la distribución democrática,será conveniente dar testimonio de las sugerencias recientesde un hombre tan distinguido como el señor John Galsworthy.Galsworthy es un señor por quien siento el respeto másprofundo; porque un ser humano que trata realmente de serjusto es algo muy semejante a un monstruo, y un milagro enla larga historia de esta alegre raza nuestra. A veces, sí, meexaspera un poco que me excusen tan persistentemente.Pocas cosas imagino tan fastidiosas, para un cristiano librede nacimiento y bien constituido, como la idea de que si éldecidiera esperar al señor Galsworthy tras un muro,derribarlo de un ladrillazo, saltarle encima con pesadasbotas y una serie de cosas más, el señor Galsworthy todavíadiría débil y entrecortadamente que la culpa era solamentedel sistema; que el sistema fabricaba ladrillos, y el sistemalanzaba ladrillos, y el sistema anda calzado con botaspesadas y así sucesivamente. Como ser humano, anhelaría unpoco más de justicia humana después de toda esamisericordia tan inhumana.

Estos sentimientos no estorban otros sentimientos de

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algo así como entusiasmo por lo que sólo puede llamarsebello en la imparcialidad de un estudio como El monoblanco. Cuando esta actitud de desapego se aplica, no aljuicio de individualidades, sino al grueso de los hombres,empieza a parecer algo monstruoso. Y en el último manifiestopolítico del señor Galsworthy ese desapego roza ladesesperación. O por lo menos, llega a desesperar de estatierra y esta Inglaterra de la cual, por cierto, yo no voy adesesperar todavía. Pero creo que sería convenienteaprovechar esta oportunidad para manifestar lo que por lomenos yo siento con respecto a las diferentes quejas aquíinvolucradas.

Puede discutirse si es bueno o malo para Inglaterraposeer un imperio. Puede discutirse, al menos como unacuestión de definición exacta, si Inglaterra posee en realidadun imperio. Pero hay un punto sobre el cual todos los inglesesdeberían estar seguros, como cuestión de historia, filosofía ológica. Y es que ha sido y es cuestión de poseer nosotrosun imperio y no de que un imperio nos posea a nosotros.

Hay razones que nos apartan de los americanos: losprincipios de George Washington; y hay razones que nosunen a ellos, como los principios de Jorge III. Pero nohay razón para que los americanos nos absorban y nosarruinen en nombre de la raza anglosajona. Las coloniasfueron originariamente inglesas. Nos deben tanto como todoeso; aunque sólo sea la circunstancia trivial, a la que tanpoco valor atribuye el pensamiento moderno, de que nohubieran podido llegar a existir nunca sin su hacedor. Sideciden seguir siendo inglesas, les agradecemos muysinceramente el cumplido. Si deciden no seguir siendoinglesas, sino convertirse en algo diferente, creemos que estánen su derecho. Sea como fuere, Inglaterra seguirá siendoinglesa. No se convertirán primero los americanos en algodistinto de ingleses para luego convertirnos a nosotros en loque son ellos. Tal vez haya sido erróneo poseer un imperio,pero eso no nos quita nuestro derecho a ser una nación.

Porque el lema «Inglaterra ante todo» tiene otro

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sentido en el cual podrían usarlo los de nuestra escuela. Elsentido de que nuestro primer paso debería ser el dedescubrir cómo podría adaptarse a Inglaterra el mejorsistema ético y económico antes de que lo tratemos comoartículo de exportación y lo enviemos a los confines de latierra. El individuo científico o dedicado al comercio queestá seguro de haber hallado un explosivo capaz de hacervolar el sistema solar, o una bala capaz de matar al hombrede la Luna, siempre hace alardes de que los ofrece en primertérmino a su patria y sólo después a países extranjeros.Personalmente, no puedo concebir que un hombre puedallegar a ofrecer semejante descubrimiento a un paísextranjero. Pero, desde luego, no soy un genio de laciencia ni del comercio. De cualquier modo, ciertamente nonos proponemos ofrecer a ningún país extranjero, ni tampocoa colonia alguna, nuestra pobre noción de propiedadcorriente antes de ofrecérsela a nuestra patria. Yconsideramos sumamente urgente y práctico averiguarprimero qué parte de ella puede realmente llevarse a caboen nuestra propia tierra. Nadie cree que todos loshabitantes de Inglaterra puedan vivir del producto de latierra inglesa, aunque todos deberían ser conscientes de quepodría vivir de eso mucha más gente de la que en realidadvive; y de que, si dicha política estableciera tal comunidadlabriega, disminuiría notablemente el número de hombresque quedaría para ciudades y colonias. Pero sugeriríamosque éstos deberían quedar realmente, y ser tratados, comopareciera más deseable, después de que el experimentocapital se hiciera donde más importa que se haga. Y aquelloque la mayoría de nosotros critica en los partidarios de laemigración de tipo ordinario es el hecho de que parecenpensar primero en la colonia y luego en lo que debe dejarseen la patria, en vez de pensar primero en la patria y luego enlo que debe desbordarse hacia la colonia.

La gente habla del optimista como de alguien quetiene prisa, pero a mí me parece que un pesimista como elseñor Galsworthy tiene mucha prisa. No ha intentado una

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reforma evidente en Inglaterra y, viendo que fracasaba, seha expatriado para intentarla en alguna otra parte. Estáintentando una evidente reforma en todas partes menos dondees más evidentemente necesaria. Y en esto creo que tiene unaafinidad subconsciente con gentes menos respetables yrazonables que él. Los pesimistas tienen una forma extrañade impulsarnos a determinaciones desesperadas comosolución única a un problema que no se han molestado enresolver. Declaran solemnemente que algo anormal seconvertiría en necesario si existieran ciertas condiciones, yluego, por eso, de algún modo suponen que existen. Jamáspiensan en intentar convencernos de que existen antes deprobar lo que se sigue de su existencia. Por ejemplo, éste esprecisamente el tipo de pesimismo precipitado y prematuroque la gente pone de manifiesto con respecto a la restricciónde nacimientos. Desean la destrucción, esperan ladesesperación, anticipan ansiosamente las predicciones másnegras y dudosas. Corren anhelantes delante y detrás de lasestadísticas demoradas e inconvenientemente lentas; asícomo el ciervo suspira por los arroyos, ellos quieren apagarsu sed en la Estigia y el Leteo antes de tiempo. Inclusohechos que señalan están lejos de la fe que ven brillar detrásde sí, porque la fe es la substancia de lo esperado y laevidencia de lo no visto.

Si no comparo al crítico en cuestión con losdoctores de esta perversión funesta, menos lo comparo conaquellos cuyos motivos son meramente plutocráticos y depropia protección. Pero también debe decirse que muchosrecurren a la emigración, como muchos recurren al controlde la natalidad, por una razón perfectamente simple: porquees la forma más fácil en que los capitalistas pueden escapara su propio error del capitalismo. Atrajeron a los hombresa las ciudades con la promesa de placeres mayores; allí losarruinaron dejándoles un solo placer; hallaron que el aumentode número que se iba produciendo al principio eraconveniente para el trabajo y luego inconveniente para elabastecimiento, y ahora están dispuestos a completar su

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experimento en forma sumamente apropiada, diciendo aesos hombres que no deben tener familias, o que susfamilias deben partir rumbo al equivalente moderno deBotany Bay. No es ése el espíritu con que nosotrosencaramos el elemento de colonización; y en tanto se tratecon ese espíritu, nos negamos a considerarlo. Sostengo enprimer término que la verdadera colonización no sólo debeser estable, sino también sagrada. Afirmo que el nuevohogar no sólo debe ser un hogar, sino también un altar. Ypor eso digo que primero debe establecerse en Inglaterra,en el hogar de nuestros padres y en el altar de nuestrossantos, para ser luz y enseña de nuestros hijos. He explicadoque no puedo conformarme con excluir mi propianacionalidad de mi propio ideal: ni dejar a Inglaterra comosimple taller o carbonera de otros países como Canadá oAustralia o la Argentina. Me agradaría también un tipo deredistribución mucho más rural, y no lo creo imposible.Pero si toman en cuenta esto, nadie en posesión de suscinco sentidos soñará con negar que caben verdaderamentela emigración y la colonización, y hasta que hay necesidad deellas. Sólo que, llegados a eso, tengo que trazar una líneaclara y explicar algo más, que en modo alguno esincompatible con mi amor a Inglaterra, pero que temo que meimpedirá ser querido por los ingleses. Yo no creo, como losdiarios e historia nacionales pretenden que crea, quenosotros poseamos «el secreto» de esta especie decolonización afortunada y que no necesitemos nada más paralograr esta suerte de construcción social-democrática. Meparece muy bien que cada hombre de Inglaterra sea un inglés.Pero creo que tendrá que ser algo más que inglés (o, algomenos, algo más que «británico») si ha de crear una igualdadsocial sólida fuera de Inglaterra. Porque para esa creaciónsocial sólida es menester algo que nuestra tradición colonialno ha dado. Trataré de exponer mis razones para sosteneresta opinión tan poco popular; pero el hecho de que seanbastante difíciles de exponer es, de suyo, prueba de su pocapopularidad y de esa estrechez que no es nacional ni

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internacional, sino únicamente imperial.Me agradaría muchísimo poder estar presente en una

conversación entre el señor Saklatvala4 y el deán Inge. Tengosumo respeto por la sinceridad del deán de San Pablo,pero sus prejuicios subconscientes son extraños. No puedoevitar la sensación de que tal vez tenga cierta simpatía por unsocialista siempre que no sea un socialista cristiano. Porcierto que no fingiré respeto alguno por esa clase corrientede tolerancia pronta a abrazar a un budista, pero que dejade lado al bolchevique. Pienso que su significación essencilla. Significa acoger las religiones extrañas cuando hacenque nos sintamos cómodos y perseguirlas cuando hacen quenos sintamos incómodos. De todos modos, la razónparticular que en este momento tengo para mantener estaasociación de ideas atañe a un asunto más importante.Atañe, sí, a lo que comúnmente se llama ImperioBritánico, que una vez nos enseñaron a reverenciarprofundamente porque era grande. Y una de mis quejas contraesa suerte de imperialismo ordinario y bastante vulgar es queno se aseguró ni siquiera las ventajas de la grandeza. Comoya he dicho, soy nacionalista: me basta con Inglaterra.Defendería a Inglaterra contra todo el continente europeo. Yaun con mayor alegría defendería a Inglaterra contra todo elImperio Británico. En un rapto romántico, defendería aInglaterra contra el señor Ramsay Mac Donald si éste llegaraa ser rey de Escocia, y volvería a encender los fuegoscentinelas de Newark y Garlisle, y haría sonar el antiguosomatén del Border. Con igual energía defendería a Inglaterracontra el señor Tim Healy, rey de Irlanda, si alguna vez laprosperidad grande y creciente de esa estirpe célticaimpotente y en decadencia llegara a ser realmente ofensiva.Con la mayor exaltación defendería a Inglaterra, sobre todo,contra el señor Lloyd George, rey de Gales. Por lo tanto, severá que mi patriotismo no tiene nada de tolerante; lanacionalidad más moderna no es bastante estrecha para mí.

Pero dejando de lado mis propios sentimientoslocales, y considerando el asunto en lo que se llama una

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forma más amplia, señalo una vez más que nuestroimperialismo no logra ninguno de los beneficios que podríanlograrse de la extensión. Y recordé al deán Inge porque élinsinuó hace un tiempo que crecía el número de irlandeses,franceses y canadienses, no porque aquéllos tuvieran unconcepto católico de la familia, sino porque eran una razaretrógrada y aparentemente casi bárbara que naturalmente(supongo que quiso decir) crecía en número con laexuberancia ciega de la jungla. Ya he observado la graciosatreta que consiste en decir dos cosas contrarias, como en elcaso de esta afirmación. Cuando los salvajes vandesapareciendo gradualmente, decimos que desaparecenporque son salvajes. Cuando se van multiplicando demanera inconveniente, decimos que se multiplican porqueson salvajes. Y de esto a afirmar que los compatriotas de sirWilfred Laurier o del senador Yeats son salvajes porque semultiplican hay un solo paso simplemente lógico. Pero lo quemás me llama la atención de esta posición es lo siguiente:que este espíritu nunca comprenderá lo que en realidad hayque comprender cuando se abarca una superficie extensa yvariada. Si el Canadá francés es realmente parte del ImperioBritánico, parece que el imperio debería haber servido almenos como una especie de intérprete entre ingleses yfranceses. El estadista del imperio, si hubiera sido en verdadun estadista, debería haber sido capaz de decir: «Siempreresulta difícil comprender a otra nación u otra religión; peroyo estoy en situación más afortunada que la mayoría de lagente. Yo sé algo más de lo que pueden saber nacionesencerradas en sí mismas y aisladas, como Suecia oEspaña. Siento mayor simpatía por la fe católica o la sangrefrancesa, porque cuento con católicos franceses en mipropio imperio». Ahora bien, a mí me parece que unestadista imperial nunca ha dicho esto. Jamás ha sido capazde decirlo y ni siquiera ha intentado ni pretendido sercapaz de decirlo. Ha sido mucho más estrecho que unnacionalista como yo, dedicado a defenderdesesperadamente a Offa Dyke contra una horda de

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políticos galeses. Dudo que alguna vez haya existido unpolítico que supiera una sola palabra más de francés, para nohablar de una palabra más de la misa latina, porque tuvieraque gobernar toda una población cuyas tradicionesprovenían de Roma y la Galia. Enseguida indicaré cómo estaenorme estrechez internacional afecta al problema de unacomunidad labriega y a la extensión de la propiedad naturalde la tierra. Pero por el momento es importante aclarar unpunto: el de la naturaleza de esta estrechez. Y por esopodría aclararse algo con esa conversación delicada, íntimay franca entre el señor Saklatvala y el deán de San Pablo. Elseñor Saklatvala es una especie de parodia o demostraciónextrema y extravagante de que en realidad no sabemosabsolutamente nada acerca de los elementos morales yfilosóficos que componen el imperio. Es del todo evidente,claro está, que él no representa a Battersea. Pero, ¿podemossaber de algún modo hasta qué punto representa a la India?No me parece imposible que las doctrinas más impersonalese indefinidas de Asia constituyan un terreno apto para elbolchevismo. La mayor parte de la filosofía oriental difierede la teología occidental en que se niega a limitar las cosas;y sería una perversión sumamente probable de ese instintoque se niega a trazar un límite entre lo meum y lo tuum. Nocreo que el caballero hindú pueda juzgar sobre si nosotroslos occidentales necesitamos tener un seto alrededor denuestros jardines. Y como resulta que yo sostengo que elpensamiento y el arte humano más elevado consisten casienteramente en trazar una línea en alguna parte, aunque no encualquier parte, tengo plena seguridad de que la tendenciaoccidental es la acertada y la oriental la equivocada. Pero,cualquiera que sea el caso, me parece que podemos recibiruna lección bastante clara de estos dos casos paralelos delhindú que se convierte en bolchevique dentro de nuestrosdominios sin que nosotros podamos influir en suconversión y el franco-canadiense que continúa siendolabriego en nuestros dominios sin que nosotros saquemosprovecho de su estabilidad.

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No pretendo saber mucho acerca de los franco-canadienses; pero sí lo suficiente para saber que la mayoríade la gente que habla extensamente sobre el imperio sabemenos aún que yo. Y lo característico de ellos es quegeneralmente ni siquiera tratan de saber más. El cuadrodudoso que siempre evocan de los colonos que hacenmaravillas en todos los rincones del mundo nunca incluye, enrealidad, la clase de cosas que los franco-canadienses sabenhacer, o que podrían enseñar a otros a hacer. En toda estafantasía moderna de la colonización hay una suerte dehipocresía peligrosísima. La gente trató de usar los dominiosultramarinos como Eldorado cuando todavía los estabanusando como Botany Bay. Enviaban afuera a las personas delas cuales querían librarse y luego iban aún más lejosmanifestando que los extremos del mundo estaríanencantados de recibirlos. Y exhibían una especie de retratoimaginario de una persona cuyas virtudes y hasta cuyosvicios eran del todo adecuados para fundar un imperio,aunque aparentemente inadecuados para fundar una familia.Hasta el lenguaje que empleaban era equivocado. Sereferían a esas personas como a colonos, pero lo últimoque esperaban de ellos era que se establecieran como tales.Esperaban que hicieran algo así como irrumpir en formaindistinta e individualista en nuevas tierras por las cualesel mundo se interesaba cada vez menos. Enviaban a algúnsobrino molesto a cazar bisontes salvajes por las calles deToronto, así como habían enviado a cierto número deirlandeses indomables para que lucharan contra los pielesrojas en las calles de Nueva York. Repetían sin cesar queel mundo necesitaba pioneros y nunca habían oído que senecesitaran labriegos. Había cierto sentimiento natural ysincero que quería que el expatriado errante heredaranuestras tradiciones. En realidad, no se fingía lapreocupación porque hallara las suyas propias. Toda ideanacida de una posición social segura estaba fuera dediscusión; nadie pensó en la continuidad, las costumbres, lareligión ni el folclore del futuro colono. Y sobre todo,

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nadie imaginó nunca que tuviera un vivo sentido de lapropiedad privada. La vaga idea de que estabaconquistando algo para el imperio encerraba siempre, sialgo encerraba, la idea de que estaba conquistando algo quepertenecía a otros. No discuto ahora si se trataba de unerror, ni si en algunos casos se justificaba; señalo que nadieabrigó jamás la idea de otra clase de derecho: el derechoparticular de cada hombre a lo que es suyo. Dudo que sepueda citar una palabra que lo subraye ni aun de la historiade aventuras más sana o la canción más festiva. Apreciomucho lo que hay de sano y festivo en tales canciones ehistorias. Sólo estoy señalando que hemos descuidado algo,y que ahora estamos sufriendo por ese descuido. Y lo peor deese descuido fue que no aprendiéramos absolutamente nadade los pueblos que entraban en el imperio que deseábamosglorificar: no aprendimos absolutamente nada de losirlandeses, nada de los franco- canadienses, nada siquierade los pobres hindúes. Ahora hemos llegado a una crisisen la cual necesitamos especialmente esas aptitudes quehemos descuidado; y ni siquiera sabemos cómo emprender elaprendizaje. Y lo que explica este error, como explica lamayoría de los errores, es esa debilidad llamada orgullo; enotras palabras, el tono que adoptan personas como el deánInge.

Ahora bien, para volver a crear una comunidad labriegadentro del mundo moderno será menester un elemento deemigración liberal. Diré más sobre el contenido de esta ideaen el apartado siguiente. Pero creo que cualquier plan de estetipo tendrá que apoyarse en un espíritu y un principiototalmente diferentes y diametralmente opuestos a los quegeneralmente se aplican a la emigración en la Inglaterrade hoy. Creo que necesitamos una nueva inspiración, unnuevo interés, y hasta un lenguaje ordinario nuevo, antes deque esa solución ayude a resolver algo. Lo que necesitamoses el ideal de la propiedad, no solamente del progreso,especialmente del progreso sobre la propiedad de losdemás. La utopía necesita más fronteras, no menos. Y

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porque fuimos débiles en la ética de la propiedad dentrode los límites del imperio, nuestra propia sociedad nodefenderá la propiedad como los hombres defienden elderecho. El bolchevique es la consecuencia y el castigo delbucanero.

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2. La religión de la pequeña propiedad

Hoy en día se oyen muchas cosas acerca de lasdesventajas del decoro, y las dicen especialmente aquellosque siempre nos hablan de las mujeres de la últimageneración, tan desamparadas e impotentes, cosa que pasanluego a probar refiriéndose a la tiranía tremenda yviolenta de la señora Grundy. Casi en la misma formainsisten en que las mujeres victorianas eran particularmentetiernas y sumisas. Y es bastante triste que para decirlotengan que mencionar el nombre de la reina Victoria. Peroel problema se plantea más especialmente con relación alo indecoroso en arte y en literatura, y ahora está de modadiscutir como si no existiera en absoluto un fundamentopsicológico para la reserva. Allí debería terminar el debate;pero, afortunadamente, esos pensadores no saben llegar alfinal de una discusión. He oído argüir que no es más gravedescribir la violación de un mandamiento que de otro, locual es, evidentemente, un error. Hay al menos una causapsicológica para decir que ciertas imágenes mueven laimaginación en una forma que debilita el carácter. No haycausa alguna para decir que la contemplación del equipo deherramientas de un ladrón provocaría en todos nosotros el

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deseo de asaltar casas. No hay posibilidad de afirmar que elmero descubrimiento de los medios para asesinar a nuestratía solterona con un atizador hace que esta mala acción seconvierta en realidad. Pero lo que llama la atención como lacosa más extraña del debate es esto: que en cuanto nuestraliteratura novelesca y nuestro periodismo atacanampliamente las prohibiciones para las cuales existíarealmente una causa lógica, si se considera lo que es lanaturaleza humana, todavía soportan mucho más la presión deprohibiciones para las cuales nunca hubo causa alguna. Y lomás curioso de las críticas que oímos contra la épocavictoriana es que jamás se dirigen contra las convencionesmás arbitrarias de dicha etapa. Una de estas convenciones,recuerdo vívido de mi juventud, era la de considerarembarazoso o desleal que un hombre aludiera a su religión.Algo parecido se sentía cuando aludía a su dinero. Puesbien, estas cosas no pueden defenderse con el mismoargumento psicológico de las otras. Nadie enloquece por lasimple visión de la aguja de una iglesia, ni siente que loposeen emociones incontrolables cuando piensa en elsombrero de un arcediano. Sin embargo, todavía persiste ennuestra vida y en nuestra literatura una buena cantidad deese convencionalismo victoriano verdaderamente irracional,suficiente como para hacer necesaria una defensa, si no unadisculpa, cada vez que una discusión depende de este hechofundamental de la vida.

Ahora bien, cuando observo que necesitamos un tipo decolonización como la que representan los franco-canadienses,es probable que todavía quede cierto número de críticossocarrones que me señalen con el dedo y exclamen, como sime hubieran sorprendido en algo muy malo: «Usted cree enlos franco-canadienses porque son católicos», lo cual, en unsentido, no sólo es verdad, sino que es casi absolutamentecierto. Pero en otro sentido no es verdad en absoluto, sisignifica que no juzgo independientemente cuando siento queeso es lo que realmente necesitamos. Pues bien, cuando surgenesta dificultad y este malentendido, hay una sola forma

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práctica de hacerles frente en el estado actual de información,o de falta de información pública. Y es el recurso de apelar alo que generalmente se llama un testigo imparcial, aunque esprobable que sea mucho menos imparcial que yo. Lorealmente importante de tal testigo es que, si fuera parcial,sería parcial en el sentido opuesto.

Al viejo y querido Daily News de los días de mijuventud, donde escribí felizmente durante muchos años y enel cual tuve muchos buenos y admirables amigos, no se lepuede acusar de ser órgano de los jesuitas. Era, y siguesiendo, y todo el mundo lo sabe, el órgano de los noconformistas. El doctor Clifford blandió allí su teteracuando la vendió para demostrar, mediante un actosimbólico, que durante mucho tiempo había sido abstemio yque entonces era un opositor pasivo. Que se nos perdone porsonreír ante este aspecto del asunto, pero hay muchosaspectos que son reales y merecen todo el respeto posible.La tradición del viejo ideal puritano llega en verdad hastaeste diario; y una multitud de radicales sinceros y rigurosos loleían en mi juventud y todavía lo leen.

Por lo tanto, creo que las siguientes observacionesrecientemente aparecidas en el Daily News en un artículo delseñor Hugh Martin, escrito en Toronto, son dignas deatención. Comienza diciendo que el anglosajón se ha vueltodemasiado orgulloso para inclinarse ante nadie; pero locurioso es que prosigue diciendo, casi con las mismaspalabras, que franceses y canadienses están robusteciendo enrealidad sus espaldas, no sólo inclinándose sobre rústicasazadas, sino también porque se inclinan hasta frente a altarescreados por su superstición. Deseo vivamente no perjudicaren este asunto a mi testigo imparcial, de modo que se sabrádisculpar que cite sus propias palabras con alguna extensión.Después de decir que los anglosajones se retiran haciaEstados Unidos, o por lo me nos hacia las ciudadesindustriales, señala que hay muchos franceses, por supuesto,en Quebec y en otras partes, pero que no es allí donde seestá llevando a cabo un adelanto notable, y que Montreal,

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aunque es una gran ciudad, muestra signos de atraso quepueden observarse en otras ciudades:

Ahora miren este otro cuadro. La raza que adelanta esla francesa... En Quebec, donde hay casi 2.000.000 decanadienses de origen francés en una población de2.350.000 habitantes, era de esperar esto. Pero en realidadno es en Quebec donde los franceses progresan másvisiblemente... no es en Nueva Escocia ni en NuevaBrunswick donde el éxito de la raza francesa esrelativamente más acentuado. Les va espléndidamente bienen el campo, y tienen familias prodigiosas. La familia dedoce hijos es bastante corriente, y podría citar varios casosde veinte, todos vivos. Llegará el día en que igualarán osuperarán en número a los escoceses, pero eso será másadelante. Quien quiera ver lo que todavía es capaz de lograrla raza francesa debería ir a la región del norte de estaprovincia de Ontario. Eso es obra de pioneros. Es doblarla espalda como lo hacían los hombres de antaño. Esmultiplicarse y permanecer en la tierra. Es contentarse con serfeliz sin ser rico.

Aunque no soy hombre religioso, debo confesar quecreo que la religión tiene mucha relación con esto. Estosfranco- canadienses son más católicos que el Papa. Dealgunos de ellos podría decirse que son perdidamenteignorantes y perdidamente supersticiosos. A mí me pareceque están un siglo atrasados en el tiempo, y un siglo más cercade la felicidad.

Repito que estas palabras me parecerían extraordinariassi hubieran aparecido en cualquier parte; pero cuandoaparecen en el periódico tradicional de los radicales deManchester y los no conformistas del siglo XIX me parecensorprendentes y asombrosas. Las palabras son espléndidamentesinceras y sencillas en su forma literaria: suenan claramentea sinceridad y experiencia, y son más convincentes porhaber sido escritas por alguien que no comparte midesesperada ignorancia y superstición. Pero pasa luego asugerir una razón y aclarar incidentalmente su propia

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independencia en la cuestión:Aparte del hecho de que sus mujeres dan a luz un

número increíble de hijos, su sumisión al sacerdote tieneotra consecuencia: que se crea un organismo social de valorincalculable en esa apartada región. La iglesia, la escuela,el cura, todos hacen que cada pequeño grupo sea unaunidad. No se piense ni por un momento que yo creo que unadifusión general del catolicismo nos volvería a convertir enun pueblo de pioneros. Sería tan poco razonable comorecomendar una vuelta al primitivo protestantismo escocés.No hago más que registrar un hecho: que la simplicidad deestas gentes resulta su salvación y que es una de lasmayores esperanzas del Canadá de hoy.

Desde luego, hay en este pasaje muchísimas cosasque una persona de mis opiniones podría discutir. Yopodría entrar en la interesante comparación que hace con elprimitivo protestantismo escocés. El protestantismo escocésmás primitivo, como el más primitivo protestantismoinglés, consistía principalmente en el pillaje. Pero si lotomamos como una referencia al entusiasmo perfectamentepuro y sincero de muchos reformistas escoceses oprimitivos calvinistas, nos encontraremos con el contrasteque es el nudo de toda la cuestión. El puritanismo primitivoera puro puritanismo; pero cuanto más puro, tanto másantiguo parece. No podemos imaginarlo como bueno ytambién como moderno. Puede haber sido una de las cosasmás sinceras de la Escocia de entonces, pero no se hallará anadie que lo considere una de las cosas más prometedoras delCanadá de hoy. Si mañana asomara John Knox al pulpito deSaint Giles, resultaría un ministro postizo. Sería miradocomo un salvaje descarriado a causa de su ignorancia de lametafísica alemana. Esa comparación no refuta el casoextraordinario de lo que es más antiguo que Knox y noobstante también más nuevo que Knox. Además, podríaseñalar que la connotación común de «sumisión alsacerdote» es engañosa, aunque sea verdadera. Es comohablar de la carga de la Brigada Ligera diciendo que fue

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sumisión al comandante en jefe lord Raglan. Es, más aún,como hablar del ataque a Jerusalén diciendo que fuesumisión al conde de Bouillon. En un sentido es muy cierto,aunque en otro es muy falso. Pero no tengo el más mínimodeseo de perturbar la imparcialidad de mi testigo. Notengo la más mínima intención de usar ninguna de lastorturas de la Inquisición para forzarlo a admitir algo que noquiere admitir. Lo que ya ha admitido hasta aquí me parecemuy notable; no tanto porque es un tributo a los francesescomo colonos, sino porque es un tributo a los colonos comogente piadosa y devota. Pero lo que me interesa sobre todo enla discusión general de mi propio tema es la insistenciaen la estabilidad. Se pegan al suelo; son un organismosocial; constituyen una unidad. Tal es la nota nueva que creonecesaria en toda idea de colonización, antes de que vuelva aser parte de la esperanza del mundo.

Una descripción reciente de la «fábrica feliz», talcomo existe en América o ha de existir en la utopía, fueelevándose cada vez más en idealismo hasta acabar en unaespecie de quietud, digna de la apertura final de los cielos, yen estas palabras sobre el obrero: «Sale para volver a su casacomo un miembro de la bolsa». Cualquier tentativa deimaginar a la humanidad en su perfección última siempretiene algo de ligeramente irreal, como si fuera demasiadobueno para este mundo; pero la ilusión de luz que sedesprende de la nube en esa última frase acentúa claramenteel contraste que se ha de poder trazar entre tal condición y ladel trabajo de los hombres corrientes. Adán abandonó elEdén como jardinero, pero emprenderá su viaje de vuelta acasa como miembro de la bolsa. San José era carpintero,pero resucitará como corredor de bolsa. Giotto era pastor,porque todavía no era digno de ser corredor de bolsa.Shakespeare era actor, pero día y noche soñaba como uncorredor de bolsa. Burns era labrador, pero si cantabamientras manejaba el arado, mucho más adecuadamentehubiese cantado en la bolsa. Este tipo de argumento dapor sentado que toda la humanidad ha esperado consciente

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o inconscientemente esta consumación; y que si los hombresno eran corredores, era porque no tenían capacidad paraello. Pero ese notable párrafo de la exposición de sirErnest Benn tiene otra aplicación, aparte de la más evidente.Un corredor de bolsa es en cierto sentido un personaje muypoético. En un sentido es tan poético como Shakespeare, y supoeta ideal, puesto que da albergue y nombre a la etéreanada. Comercia con aquello que los economistas (en supoética forma) llaman imaginario. Cuando cambia dos milcalabazas de la Patagonia por mil acciones de la Compañíade Grasa de Ballena de Alaska, no exige la satisfacciónsensual de comerse la calabaza o contemplar la ballena conel torpe ojo del cuerpo. Es muy posible que no hayacalabazas, y si hay algo parecido a una ballena, es muy pocoprobable que se entrometa en una conversación de la bolsa.Pues bien, lo que le sucede al mundo de las finanzas es queestá demasiado lleno de imaginación, en el sentido de ficción.Y cuando reaccionamos contra ella, naturalmentereaccionamos en primer lugar hacia el realismo. Cuando elcorredor de bolsa emprende el fatigoso camino de su casa yabandona el mundo a la oscuridad y a sir Ernest Benn,estamos dispuestos a insistir en que en verdad es él quienvive a oscuras y nosotros quienes tenemos la luz. Él no sólotiene oscuridad, sino que también tiene sueños, y todos losleviatanes irreales y calabazas sobrenaturales desfilan ante élcomo un mero conjunto de símbolos del Antiguo Testamento.Pero cuando el pequeño propietario cultiva calabazas, sonrealmente calabazas, y a veces hasta muy grandes parapropietario tan pequeño. Si alguna vez éste tuviera ocasiónde criar ballenas (lo cual parece imposible) serían ballenasreales, o de lo contrario no le servirían para nada.Naturalmente, nos impacientamos un poco cuando, en estascondiciones, la gente que se llama a sí misma gente prácticase burla del pequeño propietario como de un poeta menor.No obstante, existe el otro aspecto del caso, y en ciertosentido sería mejor que el pequeño propietario fuera un poetamenor, o, al menos, un místico. Más aún, hasta hay una suerte

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de extraño sentido paradójico en el que el corredor de bolsaes un hombre de negocios.

He dedicado mis últimas observaciones a ese otroaspecto de la pequeña propiedad del cual son ejemplo losfrancocanadienses y un artículo sobre ellos aparecido en elDaily Express. El punto realmente práctico de esaafirmación interesante es que, en este caso, ser progresista seidentifica en realidad con ser lo que se llama estático. Eneste caso, por extraña paradoja, un colono es una personaque realmente se establece. Se notará que el éxito delexperimento se funda en cierto poder de echar raíces quepodemos llamar casi rápida tradición, como otros hablan derápido tránsito. Y ciertamente el suelo que pisan los pionerossólo puede afirmarse si se hace sagrado. Sólo la religiónpuede producir tan rápidamente una especie de poderacumulado de cultura y leyenda en algo tosco o incompleto.Suena a broma decir que el hecho de bautizar a un niño lohace venerable; recuerda el viejo chiste del niño conanteojos que murió viejo, senil y debilitado a la edad decinco años. Sin embargo, es profundamente cierto que seagrega algo que no sólo es venerable, sino venerable enparte por su antigüedad, esto es, por la profundidadinsondable de su humanidad. En cierto sentido, un mundonuevo puede ser bautizado como se bautiza a un reciénnacido, y puede entrar a participar de un orden antiguo, nosólo en el mapa, sino también en el espíritu. En vez de llamarcolonización al hecho de que gentes toscas extiendansimplemente su brutalidad, sería posible que la gentecultivara el suelo como cultiva el alma. Pero para ello esmenester tener respeto tanto a la tierra como al alma, yreverenciarla, puesto que está relacionada con cosassagradas. Pero para llevar a cabo ese propósito hay quetener el sentimiento de que llevamos con nosotros lo sagrado,y de que lo llevamos a nuestra casa; no basta con elsentimiento de la existencia de la santidad como esperanza.Con frase más elevada, necesitamos presencia real. Confrase más popular, necesitamos algo que siempre esté a

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mano. Esto es, necesitamos algo que esté siempre a mano y nomás allá del horizonte. El instinto de pionero está empezandoa debilitarse, y de esto se lamentaba hace poco un conocidoviajero; pero dudo que pueda decirnos cuál es la causa.Hasta es posible que no me entienda, en un radiantearranque de comprensión, si le digo que soy partidario de lacaza del pato salvaje, con tal de que crea realmente que elpato salvaje es el ave del paraíso, pero que es necesariocazarlo con sabuesos celestiales. Si todo esto no lepareciera suficientemente claro, le explicaría que el viajerodebe poseer algo y perseguir algo, o de lo contrario nisiquiera sabrá qué perseguir. No siempre basta con seguir laestrella: a veces es menester descansar frente al fuego, sentirque hay algo tan sagrado en la llama de la fogata como en elresplandor de la Estrella Polar. Y esa misma voz misteriosa,señal de partida para algunos, voz única que nos dice que notenemos aquí ciudad perdurable, es también la única quedentro de los límites de esta tierra puede levantar ciudadesque perduren.

Como dije al comienzo de este capítulo, es vanopretender que semejante fe no sea lo fundamental en eseverdadero cambio. Y tiene una relación práctica con lareconstrucción de la propiedad: a menos que compren-damos este espíritu, no podremos superar la crisism ediante la colonización. La gente preferirá el nomadismode la ciudad al puro nomadismo del desierto. No tolerarála emigración si significa simplemente ser llevada de un ladoa otro por los políticos, como otros fueron llevados de aquípara allá por los policías. Preferirán pan y circo y langostasy miel silvestre en tanto que el que va delante no sepa paraqué prepara Dios el camino.

Pero aunque dejemos de lado por el momento losideales estrictamente espirituales que el cambio supone,debemos admitir que implica ideales seculares que debenser positivos y no meramente comparativos como el idealdel progreso. A veces se nos insulta diciendo que oponemosa todas las utopías lo que en verdad es la utopía más

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imposible; que presentamos un campesino alegre que nopuede existir más que en el teatro, que confiamos en unapastora china que no se ha visto nunca, salvo en la repisa dela chimenea. Si en realidad presentamos cuadros imposiblesde una humanidad ideal, n o somos los únicos que lohacen. No sólo los socialistas, sino también loscapitalistas hacen desfilar ante nosotros sus figurasimaginarias e ideales, y los capitalistas más todavía quelos socialistas, si eso es posible. Por cada vez que leemosalgo acerca del último Paraíso Terrenal del señor Wells, enel cual hombres y mujeres se mueven graciosamente vestidoscon sencillez, y conservan su calma en una forma que aveces se hace difícil en este mundo (aunque seamos autoresde novelas utópicas), por cada vez que vemos este cuadroideal, vemos diez veces en un día el cuadro ideal de loscomerciantes que ponen anuncios. Se nos dice «sea como estehombre», o se nos recomienda que imitemos a una personaagresiva que nos señala con el dedo en forma muy groserapara alguien que se considera a sí mismo como modelo dela juventud. Sin embargo, es un retrato enteramente ideal; esmuy poco probable (nos agrada decirlo) que ninguno denosotros consiga desarrollar un mentón o un dedo de tipo tanpretencioso. Pero no culpamos a los capitalistas ni a lossocialistas por exponer un ejemplar o figura-talismán queimpresione la imaginación. No nos sorprende que nospresenten a la persona ideal para que la admiremos; nossorprende sólo la persona que admiran. Es muy cierto queen nuestro movimiento, tanto como en cualquier otro, existeesa pintura romántica. Los hombres nunca han hecho nadaen este mundo sin ella; pero la nuestra es mucho más realy también más romántica que los sueños de los demásrománticos. No puede haber una nación de millonarios, ytodavía no ha habido una nación de camaradas utópicos; peroha habido cantidad de naciones de campesinos bastantesatisfechos. Con relación a esto, sin embargo, loimportante es que si no pedimos directamente la religión de lapequeña propiedad, debemos al menos pedir la poesía de la

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pequeña propiedad. Es una cosa para la cual esdecididamente práctico, e incluso urgente, ser poético. Yaquellos que nos tachan de poetas son quienes no ven enrealidad el problema práctico.

Porque el problema práctico es la meta. El concepto depionero ha decaído, como el concepto de progresista, y por lamisma razón. La gente podía seguir hablando de progresomientras no estuviera pensando puramente en el progreso.Los progresistas poseían en realidad alguna noción del findel progreso; hasta el pionero más práctico tenía una ideavaga e indefinida de lo que quería. Los progresistasconfiaban en la tendencia de su época, porque creían, o almenos habían creído en un cuerpo de doctrinasdemocráticas que suponían un proceso de establecimiento.Y los pioneros o fundadores de imperios estaban llenos deesperanza y de valor porque, para hacerles justicia, lamayoría de ellos creían al menos en forma confusa que labandera que llevaban simbolizaba la ley y la libertad y unacivilización más perfecta. Por lo tanto buscaban algo y nobuscaban puramente por buscar. Pensabansubconscientemente en el final del viaje y no en un viaje sinfin; no sólo se estaban abriendo paso a través de una selva,sino que estaban construyendo ciudades. Conocían más omenos el estilo arquitectónico de sus futuras construcciones,y creían sinceramente que era el mejor estilo del mundo. Elespíritu de aventura ha fracasado porque se ha dejado enmanos de los aventureros. La aventura por la aventura seconvirtió en algo como el arte por el arte. Los que habíanperdido todo sentido de fin, perdieron todo sentido del artey aun de lo accidental. Ha llegado el momento de volver avivificar, a afirmar el objeto del progreso político o laaventura colonial en todos los campos, pero especialmenteen el nuestro. Incluso si pintamos la meta del peregrinajecomo una especie de paraíso campesino, esto será mucho máspráctico que emprender un peregrinaje sin meta. Pero estodavía más práctico insistir en que no queremos insistir sóloen lo que se llaman cualidades del pionero, que no queremos

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presentar solamente las virtudes que logran una aventura.Queremos que los hombres piensen no sólo en el lugar quetendrían interés en hallar, sino en el lugar en donde lesagradaría quedarse. Aquellos que quieren sólo hacer revivirlas esperanzas sociales del siglo XIX no deben ofrecer unaesperanza sin fin, sino la esperanza de un fin. Aquellos quedeseen continuar la construcción de la antigua idea colonialdeben dejar de decirnos que la Iglesia del Imperio se apoyaenteramente en una piedra que rueda. Porque es un pecadocontra la razón decir a los hombres que es mejor viajar llenosde esperanza que llegar; cuando llegan a creerlo, nunca másvuelven a viajar con esperanza.

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V

RESUMEN

Una vez discutí con un erudito que tenía el raro

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capricho de ordenar lo que uno y otro íbamos diciendosegún moldes matemáticos; primero de mil palabras,luego de cien, y luego cambiándolo todo a algún otromolde. Acepté ese desafío como aceptaría siemprecualquier otro, especialmente cualquier aparente exhortacióna la justicia, pero estuve tentado de decirle cuanabsolutamente impracticable es este método para algo tan vivocomo una discusión. Está claro que un hombre puedenecesitar mil palabras para responder a sólo diez.Supongamos que yo iniciara el diálogo filosófico diciendo:«Usted estrangula a niños». Él replicaría, naturalmente: «Esabsurdo; nunca he estrangulado a ningún niño». Y sólo en esaexclamación obvia ya habría usado más palabras que yo. Esimposible sostener un verdadero debate sin digresiones.Cada definición parecerá una digresión. Supongamos quealguien me presentara una declaración periodística comoésta: «Los jesuitas españoles censurados en el Parlamento».Yo no puedo referirme a ello sin explicar al periodista enqué diferimos acerca del alcance y comprensión de cada unode los términos. No puedo contestar rápidamente si sólo voydescubriendo poco a poco que el hombre es víctima de unaserie de errores extraordinarios, como creer que elParlamento es una asamblea representativa popular, queEspaña es un país estéril y decadente y que un jesuitaespañol es una especie de capellán de corte cauteloso,cuando en realidad fue un jesuita español quien anticipó todala teoría democrática de nuestros días, y hasta la lanzó comoun desafío contra el derecho divino de los reyes. Cada una deestas explicaciones tendrá que dar lugar a una digresión, ytodas serán necesarias. Ahora bien, tengo plena conciencia deque en este libro hay muchas digresiones, que a primera vistapueden no parecer necesarias, porque he tenido quecomponerlo con lo que originariamente era una especie decharla polémica, y era imposible cortar la charla y dejarsólo la polémica. Además, ningún hombre puede discutir conmuchos contrarios sin tocar muchos temas, como bien losabe todo aquel que ha sido interrumpido. Y en esta ocasión,

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y ello me alegra decirlo, fui interrumpido con preguntasformuladas por muchos contrarios que eran a la vez amigos.Estaba desempeñando la doble función de escribir ensayos ycharlar frente a la mesa del té, o mejor dicho frente a lamesa de una taberna. Ha sido absolutamente imposibleconvertir esta especie de mezcla de chisme y Evangelio enalgo así como un tratado del distributismo. Pero me imaginoque, aun considerado como una serie de ensayos, parece másinconsecuente de lo que en realidad es, y muchos tal vez leanlos ensayos sin ver su ilación. Por eso he decidido agregareste último ensayo, con el único propósito de abarcar laintención de la totalidad, aunque el resumen sea sólo unarecapitulación. Para muchas de mis digresiones he tenido unmotivo que tal vez no se manifieste hasta que no se vea latotalidad con cierta perspectiva; y donde la digresión no sejustifica así, sino que se debe al deseo de responder a unamigo o (peor aún) a mi tendencia a la alegría ociosa eimpropia; sólo puedo pedir disculpas sinceramente al sabiolector y prometerle que haré todo lo que pueda para queeste resumen final resulte lo más insulso posible.

Si siguiéramos, como en la actualidad, en formametódica, desaparecería hasta la idea de propiedad. Y noserá la violencia revolucionaria la que la destruya. Serámás bien la costumbre desesperada y descuidada de nosufrir revoluciones. El mundo será ocupado, o mejor dichoya está ocupado, por dos fuerzas que ahora son una sola.Hablo, claro está, de esa parte del mundo en la que imperanuestra organización, y de esa parte de la historia del mundoque perdurará mucho más que nuestra época. Tarde otemprano, sin duda, los hombres redescubrirán ese placertan natural de la propiedad. Pero quizá lo descubrandespués de siglos, siglos iguales a aquellos en que reinabala esclavitud pagana. Puede que lo descubran después deuna larga decadencia de toda nuestra civilización. Puedenredescubrirlo los bárbaros e imaginar que es cosa nueva.

De cualquier modo, es probable un progreso hacia lacompleta unión de dos combinaciones. Ambas son fuerzas

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que sólo creen en la unión, y nunca han comprendido ni hanoído decir que haya nada digno en la división. Nunca hantenido imaginación suficiente para comprender la ideapresente en el Génesis y los grandes mitos: que la creaciónmisma fue división. El principio del mundo fue la separaciónde cielo y tierra; el principio de la humanidad fue la divisiónde varón y mujer. Pero esas mentes chatas y romas nuncapercibirán la diferencia entre la separación creadora de Adány Eva y la separación destructiva de Caín y Abel. Sea comofuere, estas dos fuerzas o espíritus están ahora en la mismasituación: en situación de incomodarse con toda división ypor lo tanto con toda distribución. Creen en la unidad, en launanimidad, en la armonía. Una de estas fuerzas es elsocialismo de Estado; la otra, la gran empresa. Ya son unsolo espíritu, pronto serán un solo cuerpo. Porque, puesto queno creen en la división, no pueden permanecer divididas;como creen sólo en la unión, se unirán también ellas.Actualmente una de ellas llama solidaridad a la unión; laotra la llama consolidación. Parecería que sólo faltase queambos monstruos aprendieran a decir «consolaridad». Perosea cual fuere el nombre que le den, no cabe duda sobre elcarácter del mundo que entre ambas crearían. Cada vez seva haciendo más preciso y conocido. Será un mundo deorganización, o sindicatos, o estandarización. La gentepodrá tener sombreros, casas, días de fiesta ymedicamentos según fórmulas reconocidas y universales;y los hombres serán alimentados, vestidos, educados yexaminados según un sistema amplio y complicado. Pero sien determinado momento se les preguntara si la agencia queles ha proporcionado la casa o el sombrero es todavíasimplemente comercial o se ha convertido en municipal,probablemente no lo sabrían. Y es muy posible que no lesimportara saberlo.

Muchos creen que la humanidad será feliz con estanueva paz; que se conciliarán las clases sociales y que lasalmas vivirán en paz. Yo no creo que las cosas lleguen aestar tan mal como todo eso, aunque admito que hay muchas

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cosas que quizás hagan posible tan catastrófica satisfacción.Gran número de hombres se han sometido a la esclavitud;los hombres se someten naturalmente a un Gobierno y hastaen especial a un Gobierno despótico. Pero creo que paracualquier persona inteligente será cosa evidente que eseGobierno ha de ser algo más que despótico. Lo esencial deltrust es que no solamente tiene el poder de suprimir todarivalidad militar o rebelión del pueblo, como lo tiene elEstado, sino que también tiene el poder de suprimir todacostumbre, o moda, u oficio, o empresa privada que no leagrade. El militarismo sólo puede impedir que el puebloluche; pero el monopolio puede impedir que compre o vendatodo menos el artículo (generalmente inferior) que lleva lamarca registrada del monopolio. Si de la historia y lanaturaleza humana puede inferirse algo, es absolutamenteseguro que el despotismo se irá haciendo cada vez másdespótico y que el artículo se irá haciendo cada vez peor. Nohay argumento psicológico concebible que nos haga creer quelas personas que mantienen semejante poder generación trasgeneración no abusarán cada vez más de él, o que nodescuidarán cada vez más todo lo restante. Sabemos lo quehan llegado a ser gobiernos menos rígidos, incluso losinstituidos por gobernantes magnánimos e inteligentes. Ypodemos adivinar confusamente el efecto de poderes mayoresen manos de hombres menos grandes. Y si el nombre deCésar llegó por fin a representar todo aquello que llamamosbizantino, ¿qué grado de estupidez podemos predecir paracuando el nombre de Harrod suene aún más estúpidamenteque ahora? Si por último llegó a ser proverbial la monotoníade la China, después de haberse nutrido ésta de Confuciodurante siglos, ¿en qué condiciones quedarán los cerebrosque durante siglos se hayan nutrido de Calístenes?

Dejo aquí de lado el caso particular de mi propiopaís, donde no nos amenaza una decadencia lenta, sino másbien un derrumbe desagradablemente rápido. Porque cuandoobservamos el capitalismo monopolizador en un país en elcual, en un sentido vulgar, todavía tiene éxito, como

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Estados Unidos, sólo vemos con mayor claridad y en escalamás colosal las perspectivas largas y descendentes queapuntan a Bizancio o Pekín. Es evidente que todo el asuntoconsiste en una máquina montada para fabricar un artículo demuy mala calidad y mantener a la gente en eldesconocimiento de los de primera calidad. La mayoría delos sistemas civilizados ha caído desde una cumbre; peroéste empieza a caer desde poca altura y en lugar llano; ypara la imaginación más mórbida será difícil imaginar loque sucedería si realmente hubiera vencido a todos suscríticos y rivales y hubiera establecido firmemente sumonopolio para los próximos doscientos años. Pero,cualquiera que haya de ser la última etapa de la historia,ningún hombre cuerdo duda ya de que estamos presenciandolas primeras. Ya no hay diferencia de tono ni de clase entreel orden colectivista y el orden comercial ordinario; elcomercio tiene su burocracia y el comunismo suorganización. Las cosas privadas ya son públicas en el peorsentido de la palabra, es decir, son impersonales ydeshumanizadas. Y las cosas públicas ya son privadas en elpeor sentido de la palabra; esto es, son misteriosas y secretasy están muy corrompidas. El nuevo tipo de Gobiernocomercial combinará todo lo malo con todos los planes paraun mundo mejor. No habrá excentricidad, ni buen humor, ninoble desdén del mundo. No habrá nada, salvo una cosaabominable llamada «servicio social», que significaesclavitud sin lealtad. Este servicio será uno de los ideales.Olvidé mencionar que habrá ideales. Los hombres más ricosdel movimiento han manifestado muy claramente que poseencierto número de estos pequeños consuelos. La gentesiempre tiene ideales cuando ya no puede tener ideas.

El filántropo en cuestión probablemente sesorprenderá cuando sepa que algunos de nosotrosconsideramos este proyecto como algo semejante a la teoríade que todos deberíamos involucionar hasta llegar al mono.Por eso nos preguntamos si será todavía concebiblerestablecer eso que se llama autonomía, olvidado hace tanto

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tiempo; esto es, la posibilidad de que todo ciudadano dirijaen cierto grado su propia vida y construya su propio entorno,coma lo que le agrada, vista lo que quiera y tenga (cosa queel trust necesariamente le niega) un campo de elección. Enestas notas acerca de tal concepto me he interesado enaveriguar si es posible rehuir ese mal enorme de lasimplificación o la centralización, y lo que he dicho seresume mejor bajo dos títulos o en dos declaracionesparalelas. A algunos quizás les parezca que se contradicenuna a otra, pero en realidad se confirman.

Primero, digo que esto es algo que podría hacerlo elpueblo. No es cosa que pueda hacerse al pueblo. En estodifiere de casi todos los sistemas socialistas, como difiere dela filantropía plutocrática. No digo que yo, que miro conodio y des precio este proyecto, pueda salvarlos de él. Digoque ellos pueden salvarme a mí de él y salvarse ellosmismos si también lo miran con odio y desprecio. Perodeberá hacerse con espíritu de religión, de revolución y(añadiré) de renunciación. Se debe desear hacerlo como sedesea expulsar a los invasores de un país o detener una plagaque se extiende. Y con respecto a esto, nuestros críticostienen un modo extraño de discutir en círculo vicioso.Preguntan por qué nos molestamos en censurar lo que nopodemos destruir y en ofrecer un ideal que no podemosalcanzar. Dicen que lo que hacemos es volcar el agua suciaantes de conseguir agua limpia, o más bien que analizamoslos microorganismos del agua sucia en tanto que no nosarriesgamos a volcarla. ¿Por qué hacemos que los hombresestén descontentos en condiciones que deberíancontentarlos? ¿Por qué denigramos una intolerableesclavitud que debe ser tolerada? Sin embargo, cuando pornuestra parte preguntamos por qué es imposible nuestro ideal,o por qué el mal es indestructible, contestan: «Porque no sepuede convencer a la gente de que quiera destruirlo». Esposible, pero según sus propias manifestaciones no puedenacusarnos de que tratemos de hacerlo. No pueden decir quela gente no odia la plutocracia lo suficiente para aniquilarla,

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y luego reprocharnos que les pidamos que la miren losuficiente para odiarla. Si no han de atacarla hasta que laodien, entonces estamos haciendo lo más práctico que puedehacerse: mostrarles que es odiosa. Un movimiento espiritualdebe comenzar en algún punto, pero yo afirmo positivamenteque debe haber un movimiento espiritual. No se trata de unaagitación financiera, ni de un reglamento policial, ni de unacuenta particular o un detalle de contaduría. O es unesfuerzo poderoso de la voluntad del hombre, como el deeliminar cualquier otro mal, o no es nada. Digo que si loshombres lucharan por esto podrían vencer; en ningún momentohe sugerido que haya forma alguna de vencer sin luchar.

Bajo este título he examinado en su lugarcorrespondiente, por ejemplo, la posibilidad de un boicotorganizado contra las grandes tiendas. Indudablemente,boicotearlas implicaría algún sacrificio: sería algo molestobuscar tiendas pequeñas. Pero sería la centésima parte delsacrificio y la molestia que a menudo han soportado masasde hombres que hacían una protesta patriótica o religiosa,cuando realmente querían protestar. Según esta misma reglageneral, he señalado que la verdadera vida del campo, dehombres que no sólo viven en la tierra, sino que viven de latierra, sería una aventura que implicaría tanta obstinacióncomo abnegación. Pero no significaría ni la mitad delascetismo que una aventura como la que en general seatribuye a colonos y fundadores de imperios; no sería nadacomparada con el ascetismo de millones de soldados ymonjes. Sólo que es verdad que los monjes tienen una fe ylos soldados una bandera, y hasta los fundadores de imperiose s presumible que tuvieran la impresión de que podíanayudar al imperio. Pero no me parece del todo inconcebible,dentro de la variedad de la experiencia religiosa, que loshombres atiendan tanto a la tierra como los monjes al cielo;que la gente tenga realmente tanta fe en las azadas que creancomo en las espadas que matan; y que los ingleses quehan colonizado en todas partes puedan empezar a colonizaren Inglaterra.

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Una vez que admití, o más bien que insistí en que estono puede llevarse a cabo a menos que la gente considere quevale la pena, procedí a indicar que en estas esferasdiferentes, el número de personas que consideran que valela pena hacerlo es mayor de lo que creen las personas queopinan que no vale la pena señalarlo. Así, incluso entre lasmultitudes que colman las grandes tiendas se oyen enrealidad muchas protestas contra esas grandes tiendas, notanto porque sean grandes como porque son malas. Peroestas críticas reales no están organizadas como lasalabanzas y elogios irreales, o como cualquierconspiración. Cuando se critica al millonario dueño de lastiendas, las críticas provienen de sus clientes. Cuando loelogian generosamente, los elogios provienen de él mismo.Cuando se lo maldice, es en la habitación más recóndita;cuando es alabado (por él mismo), las alabanzas sepregonan desde las azoteas de las casas. Publicidad quieredecir eso: una voz suficientemente potente para ahogarcualquier observación hecha por el público.

En el caso de la tierra, como en el caso de lastiendas, señalé que existe, si no una agitación espiritual, almenos los elementos de ella. Así como encontramosdescontentos entre los que están comprando, así también sepercibe un anhelo de tierra entre aquellos a quienes apenasse permite caminar sobre el suelo. Di el ejemplo de loshabitantes de los arrabales de Limehouse, que a la fuerzaeran alzados hasta pisos altos y que se lamentabanenérgicamente por la pérdida de los corrales pequeños yextraños que se habían construido en los rincones de subarrio. Parece absurdo decir que ninguno de los habitantesde un país podría ser labrador cuando hasta los cockneystratan de ser campesinos. Señalé también que, en el casodel campo, existe ahora un descontento general tanto porparte de los propietarios como por parte de losarrendatarios. Todo parece apuntar a una vida más sencilla,la vida de un hombre en un campo, libre en la medida de loposible de todas las complicaciones de las rentas y el

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trabajo, especialmente cuando la renta a menudo ni secobra ni rinde, y cuando los trabajadores estánfrecuentemente en huelga o en la miseria. También aquí puedehaber un millón de individuos que piense así; pero el millónno se ha convertido en multitud porque la multitud es cosaespiritual. No seré nunca tan poco patriota como parainsinuar que los ingleses nunca podrían sostener una luchaagraria en Inglaterra como la sostuvieron los irlandeses enIrlanda. Por lo tanto, según este primer principio, habría quepredicar esto como se predica una cruzada. Y es totalmentefalso y contrario a la historia afirmar como regla que unavez predicada la cruzada no habrá cruzados.

Y el segundo de mis principios generales, que talvez parezca contradictorio, pero que es confirmatorio, eseste creo que: la transformación debería realizarse paso apaso, con paciencia y concesiones parciales. No creo, sinoesto porque tenga fe alguna en ese culto tonto a la lentitudque a veces se llama evolución a causa de lascircunstancias particulares del caso. Primero, las multitudespueden saquear, quemar y robar al rico para gran beneficioy edificación espiritual de éste. Tal vez lo hagannaturalmente, casi distraídamente, pensando en alguna otracosa, como en el caso de su antipatía por judíos o hugonotes.Pero de nada serviría que nosotros sacudiéramosviolentamente el sentimiento de propiedad, incluso dondeestá mal colocado o mal proporcionado, porque sucede queése es precisamente el sentimiento que estamos tratando dehacer revivir. Psicológicamente sería disparatado insultar auna feminista poco femenina a fin de despertar unadelicada caballerosidad hacia las mujeres. Sería imprudenteutilizar como garrote una imagen sagrada para aporrear a uniconoclasta y enseñarle a no tocar dichas imágenes. Allídonde todavía es sincero ese anticuado sentimiento depropiedad, creo que debería ser tratado gradualmente y concierta consideración. Allí donde el sentimiento de propiedadno existe en absoluto, como entre los millonarios, bienpodría ser mirado en forma bastante diferente; allí se

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plantearía el problema de si la propiedad adquirida endeterminada forma es o no propiedad. En cuanto al caso delacaparamiento y la formación de monopolios en perjuiciodel comercio, eso cae dentro del primero de mis dosprincipios. Es simplemente cuestión de saber si tenemos lavalentía espiritual de castigar lo que ciertamente esinmoral. No cabe mayor duda sobre estas operaciones dealtas finanzas que sobre la piratería en alta mar. Essimplemente el caso de un país gobernado tan mal y tandesordenadamente que se infecta de piratas. Por lo tanto, mehe ocupado en este libro de los trust y de la ley de antitrustcomo de una cuestión que no sólo ha de originar la protesta,en forma de un boicot o una huelga, sino propiciar que elEstado inicie una acción directa contra los criminales. Perocuando los criminales son más fuertes que el Estado, decualquier tentativa de castigarlos se dirá ciertamente quees rebelión, y con justicia puede llamarse cruzada.

Sea como fuere, si pasamos al segundo principio,existe otra razón menos abstracta para reconocer que lameta debe alcanzarse por etapas. Aquí he tenido queconsiderar varias cosas que pueden llevarnos a un paso máscerca, aun cuando en sí mismas no satisfagan mucho a losdistributistas ardientes y austeros. Tomé el ejemplo delautomóvil Ford, que se fabrica en serie, pero que se usa parala aventura individual; porque, después de todo, un autoprivado es más privado que un tren o un tranvía. Tambiénusé el ejemplo de la planta general de electricidad, quepodría hacer que muchos pequeños talleres tuvieran porprimera vez una oportunidad. No pretendo que todos losdistributistas estén de acuerdo con esta decisión mía; peroen general me inclino a decidir que deberíamos usar estascosas para romper el desesperado bloque del capital y laadministración concentrados, aun cuando solicitáramos suabandono una vez cumplida la tarea. Nos interesa formar untipo particular de hombre, el tipo de hombre que noreverencia a la máquina aunque la use. Pero en cada etapaes esencial insistir en que no sólo conservamos la libertad

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de dejar de reverenciar a las máquinas, sino también la dedejar de usarlas. En este sentido critiqué ciertasobservaciones del señor Ford y toda esa idea de«estandarización» que puede decirse que representa. Peroen todas partes percibo una diferencia entre los métodos quepodemos usar para crear una sociedad más sana y las cosasque una sociedad más sana puede tener la cordura de hacer.Así, por ejemplo, un pueblo que realmente hubieradescubierto la alegría de hacer cosas nunca querría hacer lamayoría de ellas mediante máquinas. Los escultores noquieren dar formas a su estatua con un tomo, ni los pintoresimprimir su cuadro con un molde; y un artesano que fuera enrealidad capaz de modelar cacharros o cacerolas no estaríamás dispuesto que ellos a condescender con lo que se llamamanufacturarlas. Es extraño, dicho sea de paso, que la mismapalabra «manufacturar» signifique lo contrario de lo que sesupone que debería significar. Es en sí testimonio detiempos mejores, cuando no significaba el trabajo de unafábrica moderna. En el sentido estricto de la palabra, elescultor manufactura la estatua y el obrero de la fábrica nomanufactura el tornillo.

Pero, de cualquier modo, un mundo en el cualhubiera muchos hombres independientes sería probablementeun mundo en el cual habría más artesanos individuales.Cuando hayamos creado semejante mundo, podremos confiaren que éste sentirá más intensamente que el mundo modernoel peligro de la maquinaria que desvirtúa la creación, y elvalor de lo que desvirtúa. Y sugerí que tal mundo bienpodría tomar medidas especiales con respecto a lasmáquinas, como hacemos nosotros con respecto a las armas:aceptarlas para fines determinados, pero mantenerlas bajouna vigilancia especial.

Pero todo esto pertenece a la etapa más adelantadade la evolución, cuando ya existe una república dehombres libres; no lo creo incompatible con el uso deinstrumentos inofensivos en sí mismos a fin de ayudar a esosciudadanos a encontrar un apoyo. También he señalado que

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así como no considero que la maquinaria sea uninstrumento de suyo inmoral, así tampoco considero laintervención del Estado como instrumento inmoral en sí.El Estado podría hacer mucho en las primeras etapas,especialmente educando para los oficios nuevos y necesarios,mediante subsidios o tasas que protejan los experimentosdistributistas y mediante leyes especiales, como la deimpuestos sobre los contratos. Todo esto cae bajo lo que yollamo el segundo principio, que acepta el uso deinstrumentos intermedios imperfectos; pero sigue al primerprincipio, que dice que no sólo debemos ser perfectos ennuestra paciencia, sino también en nuestra cólera y en nuestraconstante indignación.

Por último, están los problemas corrientes y evidentes,como el de la población, y con respecto a eso convengoplenamente en que el proceso llevará tarde o temprano a laemigración. Pero creo que deberían encargarse de laemigración aquellos que comprenden a la nueva Inglaterra yno los que quieren escapar de ella o de la necesidad de ella.Los hombres tendrán que darse cuenta del sentido nuevo dela vieja frase «el carácter sagrado de la propiedad privada».Tendrá que haber un espíritu que haga que el colono sesienta en su casa y no en el extranjero. Y ahí admito quesurge una dificultad; confieso que conozco una sola cosaque daría al suelo nuevo la santidad de algo ya antiguo ypleno de misticismo. Y esa cosa es un altar. La presencia realde una religión sacramental.

Así, inevitablemente, desemboco en otra controversiaque no tengo interés en proseguir aquí. Pero no sería sincerosi no lo mencionara, y cualquiera que sea el caso, esimposible negar que existe una doctrina detrás de todanuestra posición política. No es, necesariamente, ladoctrina de la autoridad religiosa que yo sí admito; pero nopuede negarse que debe ser religiosa en cierto sentido. Esdecir, que debe tener al menos cierta relación con el finúltimo del universo y especialmente con la naturaleza delhombre. Aquellos que están dispuestos a ver atrofiada la

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propiedad estarán dispuestos, en último extremo, a ver quese amputan brazos y piernas. Creen realmente que éstospodrían convertirse en órganos muertos, como el apéndice.Dicho con otras palabras, hay en verdad una diferenciafundamental entre mi opinión y esa visión del hombre comocosa meramente intermedia y variable (un eslabón, si no uneslabón perdido). Se afirma que el hombre andaba antessobre cuatro patas y ahora anda sobre dos. La inferenciaobvia sería que en la próxima etapa de su evolución tendráque apoyarse en una sola pierna. Y esto tendría granimportancia para el capitalista o para los poderesburocráticos que cuidan del hombre. Significaría, por unlado, que sólo sería necesario proporcionar a la claseobrera la mitad de zapatos. Significaría que todos losjornales serían medios jornales. Pero yo declararé al final,como al principio, que creo en el hombre que se apoya sobredos piernas y necesita dos zapatos, y deseo que esos zapatossean suyos. Podrán decir que querer esto es serconservador, que tratar de conseguirlo es serrevolucionario. Si eso es ser conservador, yo soyconservador; si es ser revolucionario, soy revolucionario...pero, de cualquier modo, demasiado demócrata para serevolucionista. Lo que hay detrás del bolchevismo y muchasotras cosas modernas es una duda nueva. No es puramente laduda acerca de Dios; es más bien una duda acerca delhombre. La moral antigua, la religión cristiana, la Iglesiacatólica se apartaron de toda esta nueva mentalidad porquecreían realmente en los derechos de los hombres. Esto es,creían que los hombres corrientes estaban investidos depoderes y privilegios y de una forma de autoridad. Así, elhombre corriente tenía derecho a disponer, dentro de lorazonable, de los otros animales; ésa es una objeción alvegetarianismo y a muchas otras cosas. El hombre corrientetenía derecho a juzgar sobre su propia salud, y sobre losriesgos que correría con las cosas ordinarias de su contorno;ésa es una objeción al prohibicionismo y a muchas otrascosas. El hombre corriente tenía derecho a opinar sobre la

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salud de sus hijos, y en general a criarlos como mejorpudiera; ésa es la objeción a muchas interpretaciones de lamoderna educación por el Estado. Ahora bien, en todasestas cosas primordiales en las que la antigua religiónmostraba su confianza en el hombre, la nueva filosofíamuestra su desconfianza. Insiste ésta en que debe ser unarara especie de hombre para tener algún derecho en esascuestiones; y cuando pertenece a esa especie rara, tienetodavía más derecho a gobernar sobre los otros que sobresí mismo. Este escepticismo profundo con respecto alhombre corriente es el punto donde coinciden los elementosmás contradictorios del pensamiento moderno. Por eso elseñor Bernard Shaw quiere producir un nuevo animal queviva más tiempo y llegue a ser más sabio que el hombre.Por eso el señor Sidney Webb quiere reunir a los hombresen rebaños, como a las ovejas o cualquier otro animal muchomás tonto que el hombre. No se rebelan contra lo queconsideran una tiranía anormal; se rebelan contra lo queconsideran una tiranía normal, esto es, contra la tiranía delos seres normales. No se alzan contra el rey. Se alzancontra el ciudadano. El viejo revolucionario, cuando seencontraba en el techo (como el revolucionario del Eldinamitero de Stevenson) y contemplaba la ciudad, solíadecirse: «Miren cómo disfrutan en sus palacios príncipes ynobles, miren cómo los capitanes y sus cohortes pasan acaballo por las calles y pisotean a las gentes». Pero no sonésas las cavilaciones del nuevo revolucionario. Éste dice:«Miren a todos esos hombres estúpidos que habitan en casasvulgares y barrios ordinarios. Piensen en lo mal que educana sus hijos, piensen en lo mal que tratan al perro y en cómohieren los sentimientos del loro». En resumen, estos sabios,acertada o equivocadamente, no confían en que el hombrecorriente pueda gobernar su casa, y menos aún quieren quegobierne el Estado. En realidad, no quieren concederleningún poder político. Están dispuestos a otorgarle el votoporque hace tiempo que descubrieron que ese voto no leotorga ningún poder. No están dispuestos a darle una casa, ni

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una mujer, ni un hijo, ni un perro, ni una vaca, ni un pedazo detierra, porque esas cosas sí le otorgan poder.

Ahora bien, queremos que se comprenda quenuestra política consiste en otorgarle poder concediéndoleestas cosas. Queremos insistir en que ésta es la verdaderadiferencia espiritual que está en la base de todas nuestrasdisputas, y quizá sea la única sobre la que vale realmente lapena discutir. Estamos lejos de negar, especialmente en estemomento, que la otra parte tenga mucho que decir. Esprobable que insistamos en solitario en que en todo sentidoel ciudadano medio y respetable debería tener algo quedirigir. Sólo nosotros, en la misma medida y por la mismarazón, tenemos derecho a llamarnos demócratas. Solíallamarse a la república nación de reyes, y en nuestrarepública los reyes poseen realmente sus reinos. Todos losgobiernos modernos, ya sean prusianos o rusos, todos losmovimientos modernos, ya sean capitalistas o socialistas, lequitan su reino al rey. Porque les desagrada la independenciade ese reino, se oponen a la propiedad. Porque les desagradala fidelidad de ese reino, se oponen al matrimonio.

Por ello, divertido aunque algo triste, señalo lasvisiones encumbradas que van unidas a los salarios quebajan. Observo que los profetas sociales ofrecen todavía aquienes no tienen hogar algo mucho más alto y puro que unacasa, prometiendo una superioridad por encima de lo normala gentes a quienes no se les permite ser normales. Por mi parteme conformo con soñar con la antigua tarea de la democracia,de dar a todo ser humano tanta humanidad como sea posible; yentretanto, sin duda, el autor de Los primeros hombres en laLuna pronto se burlará de nosotros en una novela que llamaráLos últimos hombres en la Tierra. Y en verdad creo quecuando pierdan el orgullo de su propiedad personal,perderán algo que pertenece a su actitud erguida y a su pasoy equilibrio sobre el planeta. Mientras tanto, me siento en elmetro o en un tranvía entre manadas de empleados a quienesse hace trabajar demasiado y obreros a quienes se les pagademasiado poco, y al leer algo sobre la gran concepción de

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Hombres Como Dioses me pregunto cuándo serán los hombrescomo hombres.

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