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409 MOVILIZACIONES, PROTESTAS E IDENTIDADES POLÍTICAS EN LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO Los límites del territorio. Una hipótesis sobre la tesis de “territorialización de la política”. PAULA VARELA La noción de “territorialización de la política” ha cobrado especial impor- tancia de 2001 en adelante en las ciencias sociales académicas de nuestro país. Indisociable de las contrarreformas neoliberales y las transformaciones socio- económicas y estatales en la Argentina de los noventa, como así también del análisis sobre las transformaciones en el peronismo y la política de las clases subalternas, esta noción fue ganando espacio en los estudios socio-políticos (e incluso antropológicos) hasta transformarse más en un supuesto que en una pregunta de investigación. La crisis de 2001 y la emergencia de movimientos sociales de corte territorial (como los piqueteros e incluso las asambleas barriales de los centros urbanos), fortalecieron esta tendencia incorporando una nueva dimensión al concepto, la de la construcción de “poder territorial” desde abajo (en los márgenes o incluso enfrentando el entramado territorial dependiente del Estado). Por fuera del ámbito académico, esta idea también ha adquirido cierto status de verdad, como puede observarse en el periodismo y algunos círculos de discusión política que se expresan en los blogs 1 , entre quienes son frecuentes los debates sobre la importancia del poder territorial en la política Argentina, el papel de los intendentes, el clientelismo político y los sectores populares del conurbano bonaerense. En este trabajo abordaremos, críticamente, la noción de “territorialización de la política”, nos repreguntáramos 2 cuál es la productividad del concepto, cuáles sus límites, qué tipo de procesos designa. 1. Véase Deshonestidad intelectual, http://deshonestidadintelectual.blogspot.com; Artepolítica, http://artepolitica.com; Ramble Tamble http://rambletamble.blogspot.com; Conurbanos http://Conurbanos.blogspot.com 2. Muchas de estas preguntas surgen de nuestro trabajo de campo de tipo etnográfico en el conurbano bonaerense. En primer lugar, el que realizamos entre 2002 y 2003 en Monte Chingolo (Lanús) y El Tambo y barrios aledaños (Matanza) como parte del equipo que elaboró el “Informe etnográfico” para el proyecto “La vida organizacional en zonas populares de Buenos Aires” bajo dirección de Alejandro Grimson. El proyecto incluyó también trabajo de campo en Villa Lugano, en la Ciudad de Buenos Aires; y en el partido de San Martín. Véase Grimson et al., 2003. En segundo lugar, el trabajo de campo realizado entre 2004-2008

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Los límites del territorio. Una hipótesis sobre la tesis de “territorialización

de la política”.

paula varela

La noción de “territorialización de la política” ha cobrado especial impor-tancia de 2001 en adelante en las ciencias sociales académicas de nuestro país. Indisociable de las contrarreformas neoliberales y las transformaciones socio-económicas y estatales en la Argentina de los noventa, como así también del análisis sobre las transformaciones en el peronismo y la política de las clases subalternas, esta noción fue ganando espacio en los estudios socio-políticos (e incluso antropológicos) hasta transformarse más en un supuesto que en una pregunta de investigación. La crisis de 2001 y la emergencia de movimientos sociales de corte territorial (como los piqueteros e incluso las asambleas barriales de los centros urbanos), fortalecieron esta tendencia incorporando una nueva dimensión al concepto, la de la construcción de “poder territorial” desde abajo (en los márgenes o incluso enfrentando el entramado territorial dependiente del Estado).

Por fuera del ámbito académico, esta idea también ha adquirido cierto status de verdad, como puede observarse en el periodismo y algunos círculos de discusión política que se expresan en los blogs1, entre quienes son frecuentes los debates sobre la importancia del poder territorial en la política Argentina, el papel de los intendentes, el clientelismo político y los sectores populares del conurbano bonaerense.

En este trabajo abordaremos, críticamente, la noción de “territorialización de la política”, nos repreguntáramos2 cuál es la productividad del concepto, cuáles sus límites, qué tipo de procesos designa.

1. Véase Deshonestidad intelectual, http://deshonestidadintelectual.blogspot.com; Artepolítica, http://artepolitica.com; Ramble Tamble http://rambletamble.blogspot.com; Conurbanos http://Conurbanos.blogspot.com

2. Muchas de estas preguntas surgen de nuestro trabajo de campo de tipo etnográfico en el conurbano bonaerense. En primer lugar, el que realizamos entre 2002 y 2003 en Monte Chingolo (Lanús) y El Tambo y barrios aledaños (Matanza) como parte del equipo que elaboró el “Informe etnográfico” para el proyecto “La vida organizacional en zonas populares de Buenos Aires” bajo dirección de Alejandro Grimson. El proyecto incluyó también trabajo de campo en Villa Lugano, en la Ciudad de Buenos Aires; y en el partido de San Martín. Véase Grimson et al., 2003. En segundo lugar, el trabajo de campo realizado entre 2004-2008

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Dicotomía de base: el “antes” y el “después” del trabajo asalariado

La idea de “territorialización de la política” tiene distintos puntos de vista y abordajes3, pero un punto de partida común: la afirmación acerca de que, dado el proceso de “desindustrialización” y transformación radical del denominado “mundo del trabajo” en Argentina comenzado con la dictadura militar de 1976, la política, las luchas, la acción colectiva de los denominados sectores populares se habían desplazado hacia los barrios4. La frase que quizás mejor resume esta

en el barrio FATE de San Fernando (Zona Norte del AMBA) que dio origen a mi tesis doctoral: “Mundo obrero en la Argentina actual. La fábrica y el barrio como escenarios de prácticas políticas en el norte industrial del AMBA”. Véase, Varela, 2009.

3. Ya en la década del ̀ 80 encontramos estudios que centran su atención en el barrio. Elizabeth Jelín analiza el papel jugado por las sociedades de fomento como ámbito de resistencia durante la dictadura militar (Jelín, 1989) y estudia también la relación entre este proceso y el deterioro de los servicios públicos y surgimiento de nuevos barrios y villas que desemboca luego en el proceso de “vecinazos” de la zona sur del conurbano bonaerense. Inés González Bombal, que investigó el movimiento vecinal post dictadura militar y analizó específica-mente el conflicto vecinal masivo en el Gran Buenos Aires detonado por el aumento de la tasa municipal, va a destacar también la importancia de las sociedades de fomento y otras organizaciones como clubes barriales y bibliotecas populares en este proceso (González Bombal, 1989). Fara, por su parte, estudia las tomas de tierra planificadas en San Francisco Solano y la compleja organización que estas tomas implicaban (Fara, 1989). Para más detalle de este antecedente en el estudio con eje territorial, ver Grimson et al, 2003: “La agenda de los sectores populares: de la vivienda al trabajo”.

4. En algunas ocasiones se utiliza también la noción de territorialización para designar la importancia que cobró el territorio local como terreno de piquetes y puebladas en el caso de las pequeñas ciudades del interior del país denominadas company town que sufrieron la privatización de las empresas públicas como Cutral Co y Plaza Huincul –en Neuquén–, o General Mosconi y Tartagal –en Salta–. Aunque se utilice el mismo término indistintamente para ambos fenómenos, nosotros nos referiremos exclusivamente a su utilización barrial. En primer lugar porque es esta acepción la que más se ha extendido y la que más desarrollos analíticos y debates ha generado, particularmente como proceso en el conurbano bonaerense. De hecho, los autores que tomaremos a continuación aluden, con territorialización de la política, al proceso en los barrios. Segundo porque consideramos que la importancia que ha cobrado en determinamos momentos el territorio local en el caso de las ciudades del interior, es un fenómeno de naturaleza distinta al ocurrido en el conurbano bonaerense por el rol del Estado. Maristella Svampa y Sebastián Pereyra lo distinguen al afirmar que el movimiento piquetero reconoce “dos afluentes fundamentales (...) los piquetes y puebladas del interior (...) la acción territorial y organizativa gestada en el conurbano bonaerense” (Svampa y Pereyra, 2003: 17). En línea con esa distinción, es importante señalar que en el caso del interior, el territorio local y básicamente la ruta es el terreno de un enfrentamiento abierto (y en general esporádico) con el Estado que por ejemplo se cobró la vida de Teresa Rodríguez en el sur. En el caso de los barrios del conurbano bonaerense, como los mismos autores indican, la relación entre las organiza-ciones piqueteras y el Estado es más compleja en la medida en que la territorialización es una política estatal (a través de los planes sociales) y la respuesta piquetera se desarrolla en la tensión entre el desafío y la institucionalización. Esa diferencia, como se verá en la argumentación, resulta fundamental desde nuestra perspectiva a la hora de analizar la politicidad de los sectores populares.

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perspectiva es la acuñada por la CTA: “ahora la fábrica es el barrio”. En el propio nacimiento de la idea de territorialización de la política está inscripta, entonces, una polarización entre un antes y un ahora opuestos. La sociedad “salarial” antes de la dictadura militar y la sociedad “de la exclusión” en la década de los noventa. Esta polarización adoptó distintos pares dicotómicos: antes la fábrica ahora el barrio; antes los trabajadores ahora los pobres o los que viven en los márgenes o los excluidos5; antes la cultura del trabajo ahora la desafiliación o la vulnerabilidad o la descolectivización.

Esta dicotomía está fuertemente presente en los trabajos de Denis Merklen, que será uno de los autores que más importancia otorgue a la dimensión territorial a la hora de analizar la politicidad de las denominadas clases popu-lares. Partiendo de la idea de “desafiliación”6 acuñada por Robert Castel para establecer un contrapunto entre la Argentina previa al golpe militar de 1976 y la Argentina posterior marcada por el fin de la cultura del trabajo, dice “Las

5. Cabe señalar que la bibliografía sobre los denominados pobres urbanos o la margina-lidad no es un producto de los noventa aunque en esta década asume particularidades relacionadas con esta dicotomía que planteamos. Los orígenes de la problematización de dicho fenómeno nos remite a las décadas del 60 y 70. Por una parte, en las obras de Gino Germani en las que desarrolla la asincronía que se produce entre el proceso de urbanización y el de industrializació, y la importancia de los factores culturales y políticos (además de los demográficos y económicos) a la hora de estudiar la marginalidad (Gino Germani, 1961; 1973). Desde otro punto de vista los estudios de José Nun sobre los trabajadores industriales desocupados y lo que él denominó la “masa marginal supernu-meraria” en oposición a la noción marxista de “ejército de reserva” (Nun, 1969). En una reformulación de la teoría marxista, los desarrollos de la Teoría de la Dependencia que en sus muy diversas versiones, retomaron las nociones de ejército de reserva y su carácter “funcional” y combatieron la idea de “marginalidad” que colocaba a los pobres urbanos en una condición de exterioridad respecto del resto de las clases o sectores sociales. También en los 70, los estudios de Lomnitz acerca de “cómo sobreviven los marginados” (Lomnitz, 1975). Ya en la década del 80, desde la antropología, comienza una crítica a cualquier idea que explique la pobreza o las villas miseria a partir de pautas culturales tradicionales. Rosana Guber, a partir de los estudios antropológicos sobre los barrios populares del GBA, señalaba la imposibilidad de tomar las villas como una unidad económica y urbanística homogénea (Guber, 1991) y la necesidad de tomarla en relación a las políticas de Estado y a la situación de la sociedad en su conjunto. Años antes, Portes señalaba el carácter estructural de las villas miserias y descartaba toda explicación por “maneras de ser” o “cultura irracional” (Portes, 1972) En sentido similar Hermitte critica la idea de “cultura de la pobreza” de Lewis y cuestiona la teoría de la marginalidad según la cual la población villera se consideraba no integrada plenamente a las relaciones de producción capitalista aunque remarcaba características específicas como sector social (Hermitte, 1983). Para una descripción más detallada de este repaso bibliográfico ver el Informe Etnográfico realizado por Alejandro Grimson y equipo (Grimson et al, 2002).

6. La noción de desafiliación en Castel intenta dar cuenta de un proceso de desestructuración de la sociedad en su conjunto (a nivel estructural, pero también relacional y de las iden-tidades políticas) a partir del cual se generaría un sector denominado “supernumerario” que designa a aquellos individuos que se encuentran en una situación de des-integración respecto del todo social. Véase Castel, 1995.

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ciencias sociales argentinas han descripto perfectamente y con una firmeza irreprochable el proceso de desestructuración social. En términos globales, este proceso puede ser visto como un pasaje de la figura del “trabajador” a la del “pobre”, corrimiento categorial que da cuenta de la caída paulatina –primero- y del derrumbe -después- de las clases populares y de una parte de las clases medias” (Merklen, 2005: 34).

Maristella Svampa, también a partir del concepto de desafiliación, desarro-lla un análisis de la transformación general que sufrió la sociedad argentina desde el golpe militar de 1976 hasta nuestros días, teniendo a la década del noventa como el momento de consolidación de esta nueva “sociedad excluyente” (Svampa, 2005), y afirma “marcado por la desindustrialización, la informali-zación y el deterioro de las condiciones laborales, este conjunto de procesos fue trazando una distancia creciente entre el mundo del trabajo y el mundo popular urbano, cuyo corolario fue tanto el quiebre del mundo obrero como la progresiva territorialización y fragmentación de los sectores populares. Este proceso, que la sociología argentina contemporánea ha sintetizado como “el pasaje de la fábrica al barrio”, señala el ocaso del universo de los trabajadores urbanos, y la emergencia del mundo comunitario de los pobres urbanos” (Svampa, 2005: 160). Ese “mundo comunitario” se desarrolla en el barrio.

Un origen negativo

Si bien otros autores que también desarrollarán la idea de territorialización no siguen, necesariamente –o al menos expresamente–, la noción de desafilia-ción de la sociedad salarial, en todos el territorio local es visto como el terreno al que fueron “arrojados” e incluso “confinados” los sectores populares en el proceso de desestructuración de la sociedad salarial. Este carácter negativo que está inscripto en la noción de territorialización definida por defecto del espacio central ocupado previamente por la fábrica-trabajo, es central a la hora de preguntarse por la politicidad de las clases subalternas.

En este sentido, es interesante traer a colación el análisis que realiza María Maneiro7 sobre la bibliografía dominante en los estudios sobre las transfor-maciones en la vida politica de los sectores populares. Maneiro señala dos momentos en la producción académica: el primero, que podríamos denominar de “pura negatividad”, en el que la mayoría de los autores hacen hincapié en las nociones de desafiliación, vulnerabilidad, pérdida de lazos sociales, desestructuración como fenómenos centrales de las modificaciones expresadas durante la década del noventa. Y un segundo momento, que tomaría fuerza

7. María Maneiro realiza su tesis doctoral sobre las organizaciones piqueteras desde una visión clasista. Allí, la autora analiza críticamente las perspectivas de Javier Auyero, Marina Farinetti, Denis Merklen, Astor Massetti, Maristella Svampa y Sebastián Pereyra. Véase Maneiro, 2007.

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luego de las jornadas de diciembre de 2001, de “positividad relativa” que, a través de la figura de la protesta social, otorga matices de repolitización en los sectores populares. Dice Maneiro, “El ciclo inaugurado en la década del ’70 y profundizado durante los ’90 redundó en una enorme mutación de las relaciones sociales. Los entramados de socialización ligados al mundo laboral se vieron trastocados con la masificación del empleo precario, el aumento del desempleo y los consiguientes crecimientos de la pobreza, la indigencia y la desigualdad. Es en este marco que no resulta llamativo que las ciencias sociales atendieran a los procesos de individualización compulsiva por la crisis de los encajes y la ruptura de lazos sociales. Las preocupaciones por este tipo de procesos no son nuevas para la sociología. Ya Dukheim, por ejemplo, notaba el riesgo de la desestructuración relacional y veía en el culto al individualismo un camino hacia la anomia propia de las sociedades modernas. Castel, en una línea emparentada, centra su preocupación en la crisis salarial y en las modalidades que asume el individualismo negativo, refiriéndose a la vulnerabilidad y la desafiliación.” (Maneiro, 2008: 1-2).

Desde otra perspectiva teórica, Silvia Sigal también señala el carácter negativo del concepto de desafiliación y su peligro mecanicista a la hora de explicar la conducta de los sectores populares. En el prefacio al libro de Denis Merklen Pobres ciudadanos Sigal destaca no sólo este aspecto negativo, sino también el carácter complementario de los conceptos de desafiliacion y de cohesión social y su raigambre en la tradición durkhemiana. “El término “desafiliación” encontró una recepción más que favorable en América latina, en buena medida gracias a su parentesco con el modo en que la mayoría de los sociólogos pensaron las consecuencias del agotamiento de la forma de desarrollo de posguerra: como una crisis que tuvo y tiene en su centro la desarticulación, la descomposición, la desagregación.... Se configuraba así un nuevo objetivo deseable, la cohesión social, que vendría a dar un suelo social estable a las instituciones democráticas. El bautismo como “lazo social” de las solidaridades aptas para crear esa cohesión fue, creo, uno de los aportes se-mánticos más exitosos de la ciencia social a la opinión pública. Esta manera de ver las cosas remite a una de las tradiciones sociológicas, que Emile Durkheim representa magistralmente, cuyo reino se extendió con el auge del funciona-lismo parsoniano; la otra, interesada en el conflicto, tiene en Carlos Marx su antecedente más notorio.” (Sigal, 2005:10). A partir de marcar este recorrido y establecer su inscripción en la sociología durkhemniana, Sigal se adentra en la utilización de esta herramienta conceptual (la noción de “desafiliación”) para el análisis de las denominadas clases populares en Argentina en general y el que realiza Merklen en particular, y señala que tanto la idea de desafiliación como el objetivo de la cohesión social a lo Durkheim, “conciben a marginales o desafiliados como la estricta contrapartida de procesos globales, definidos por consiguiente en términos negativos, por la pérdida de atributos propios de la condición asalariada. Al verlos como un haz de privaciones (“marginales”,

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“desafiliados de”), se estrecha considerablemente el arco de las hipótesis posibles sobre su conducta” (Sigal, 2005: 11).

Los “pobres” también hacen política

Las jornadas de 20018 marcarían el punto de inflexión de esta perspectiva de pura negatividad y búsqueda de la integración perdida. El florecimiento de las organizaciones piqueteras y su protagonismo en la política nacional, produjeron un corrimiento en los estudios académicos en los que comenzó a hacerse foco en el análisis de las características y condiciones de emergencia de la denominada “protesta social”9 en general, y de la piquetera en particular. Si el primer momento estuvo signado por las descripciones y análisis de la desarticulación de “lo viejo”, este segundo momento se preguntará por los “nuevos lazos sociales” y las “nuevas formas políticas” que se constituyeron en las grietas de la desintegración del “pasado asalariado”. La búsqueda de “lo nuevo” signará este segundo momento.

En el marco de esta discusión dicotómica entre lo viejo y lo nuevo, Javier Auyero será uno de los primeros que señale la insuficiencia de explicar los cambios en los sectores populares a partir de la desarticulación de la socie-dad salarial. Partiendo de aceptar dicha desarticulación y haciendo propio el marco conceptual de Charles Tilly y su noción de “repertorios de acción colectiva”, señalará, por el contrario, que para comprender el surgimiento de lo que él denomina una “nueva beligerancia” popular es necesario introducir elementos que hacen a la dimensión cultural y a la dimensión política. Auyero introduce, a partir de sus estudios del clientelismo político, la importancia de

8. Señalamos el 2001 como punto de inflexión dado que produjo un corrimiento notable en la producción académica. Sin embargo, ya desde mediados de los noventa en adelante (con el surgimiento de las protestas en el interior del país) había comenzado el interés por las protestas sociales como señalan los trabajos del Grupo de Protestas del IIGG-UBA, bajo dirección de Federico Schuster, las investigaciones de Marina Farinetti sobre Santiago del Estero, las invesigaciones del GER-UBA bajo dirección de Norma Giarraca, por mencionar los más relevantes.

9. Dice Maneiro al respecto “Es a partir de este momento que se constata una emigración hacia la indagación de las formas y los contenidos de la protesta social y fundamental-mente hacia la investigación de los movimientos piqueteros (...) Se fue constituyendo una interpretación que, remplazando la visión negativista que hemos explorado al principio de esta sección, tendió a mostrar que no todas las fracciones sociales subalternas aceptaron apáticamente las condiciones a las cuales se las intentaba someter. [...] ¿Cuáles son los elementos centrales que ingresan en las matrices interpretativas propuestas? Si la clave anterior tuvo que ver con fundamentar la vinculación entre la precarización laboral, la desocupación, la exclusión y la desafiliación social; los trabajos que ingresan en el estudio de la génesis de los movimientos piqueteros se esfuerzan en mostrar cómo algunos lazos débiles pero estructurales fueron los que posibilitaron la emergencia de estos movimientos. La desafiliación, entonces, no fue absoluta y es a partir de sus resquicios, que se constituyen estas germinaciones.” (Maneiro, 2008: 5)

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las modificaciones no sólo estructurales sino en las prácticas políticas a nivel local, específicamente las prácticas clientelelares como signo de época de la relación entre el Estado y los ciudadanos y, por ende, como signo de época del peronismo post “quiebre del mundo obrero”.

Siguiendo este planteo, otros autores comenzarán a remarcar esta necesi-dad de dar respuesta a una politización que no puede explicarse (al menos no en forma exclusiva) como efecto de la desectructuración salarial. Irá delineán-dose así, un elemento común a diversos autores en este segundo momento: el destacado rol que otorgan a la esfera política a la hora de dar cuenta del surgimiento de las organizaciones territoriales. Si analizamos las perspectivas que presentaremos más abajo sobre la territorialización, lo político constituye el elemento común que permite, en los distintos argumentos, explicar la mutación entre la pasividad o la desafiliación y la protesta o la acción colectiva. Intentando deshacerse de visiones mecanicistas que argumenten una relación directa entre crisis y protesta social, lo político (en distintas variantes) se erigió como un campo decisivo para todos los autores. Y será esta esfera de lo político, lo que permita restituir “la positividad”, como dice Maneiro, en el análisis de los sectores populares que habían sido transformados, durante la década del 90, en meros receptores de cambios estructurales tanto a nivel económico como político por la mayoría de los estudios académicos.

Esta restitución de la positividad no es el único mérito de estos análisis. Aunque parezca obvio es importante resaltarlo, otro mérito de estas perspectivas es haber puesto el foco allí donde no lo estaba, en el barrio como terreno de la política, un territorio que sufrió cambios radicales durante la década del `90 a partir de los cuales la política en las calles y también en las fábricas se ve, necesariamente, modificada.

De esta forma, fueron definiéndose los elementos que, junto a los deno-minados procesos de desafiliación o descolectivización, formarán la tríada sobre la que se desarrolle la noción de territorialización: las modificaciones en el Estado, en el peronismo y en el propio contexto barrial. Estos son los tópicos sobre los que reflexionan y teorizan los autores que desarrollan la idea de territorialización de la política, entre los que se destacan de Javier Auyero (1998; 2001; 2002) que, desde una mirada etnográfica, investigó el clientelismo político, sus dirigentes y sus vínculos, a partir de su trabajo de campo en la zona sur del conurbano bonaerense, en un territorio decididamente peronista. Los desarrollos de Sabina Frederic (2004; 2008), quien basada en Auyero, realiza su investigación antropológica en Lomas de Zamora, acerca del pasaje de una militancia política a una militancia social ligada a la gestión de recursos (materiales y políticos) provistos por el Estado. Las investigaciones de Denis Merklen (2000; 2005) sobre las estrategias de las clases populares frente al Estado y al territorio local, a partir de análisis del barrio El Tambo, en La Matanza. El trabajo de Maristella Svampa y Sebastián Pereyra (2003) sobre piqueteros, que si bien no está circunscripto a un barrio determinado

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del conurbano, presenta, como una de sus problematizaciones centrales, el papel que juega el territorio local en la conformación de las organizaciones de desocupados. Y los análisis de Alejandro Grimson (2003; 2008), que tuvieron como eje la pregunta por la “vida política”10 en barrios populares, centrándose en organizaciones políticas y sociales barriales (de diverso tipo y con diversas demandas) y su relación con el estado municipal, el PJ y el estado nacional.

Por un problema de espacio, no podemos desarrollar aquí un análisis deta-llado de cada uno de ellos11. Señalaremos, sin embargo, lo que consideramos problemas comunes a este intento de recuperar una idea “positiva” de la politicidad de las clases subalternas, a través de su localización en el territorio barrial.

Política territorial: entre el Estado y la nada

Hay una cuestión que se plantea en todos estos autores, ya sea de forma explícita o tácitamente: ¿en qué consiste esa “positividad” de “la política de los pobres” constituida sobre el territorio local? ¿cuáles son sus potencialidades y sus límites?. O dicho en otros términos ¿a qué nos referimos con lo político a nivel territorial?

Maristella Svampa (2005) es quien más abiertamente plantea este proble-ma, al preguntarse por la autonomía de la política de los sectores populares, a partir de trazar un recorrido que va de la despolitización y pérdida de esta autonomía política durante las décadas del ´80 y ´90, hasta un momento de repolitización, situado entre 1997 y 2002 y expresado, básicamente (aunque no exclusivamente) en las organizaciones de desocupados12. Aunque los otros

10. “En un sentido muy preciso puede decirse que nuestro estudio ha hecho foco en la vida política de zonas populares de Buenos Aires. Ahora bien, la fórmula “vida política” nos exigía más aclaraciones aún. Podía entenderse que sólo nos interesaban aquellas activi-dades sociales vinculadas a los partidos políticos o, en el otro extremo, que estudiábamos al conjunto de las relaciones de poder de esos espacios. La fórmula “vida organizacional”, entonces, nos permite precisar qué dimensión específica de la vida política hemos analiza-do: aquella que implica el agrupamiento formal o informal de un conjunto de habitantes de esas zonas para afrontar colectivamente la solución de sus problemas urgentes (vivienda, alimento, trabajo, salud, seguridad) que los hacen establecer un reclamo o una demanda ante algún sector del Estado” (Grimson et al., 2003: 17).

11. Véase Varela, 2009: capítulo IX. 12. Para establecer este recorrido la autora identificará, como clave de la matriz neoliberal,

lo que ella denomina la “subordinación de la política a la economía” (Svampa, 2005) en oposición a cierta autonomía de la política en la sociedad argentina pre golpe de 1976. A nivel estatal esta subordinación se expresaría en el “pasaje a un determinado modo de “hacer política” vinculado al mandato de los organismos multilaterales, que puede ser sintetizado como un nuevo modelo de gestión estatal. Las nuevas estructuras de gestión se asientan sobre tres características fundamentales: la exigencia de profesionalización, la descentralización administrativa y la focalización de la política social [...] la focalización indicó un claro giro de la política hacia el mundo de las necesidades básicas, mediante la

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autores de la territorialización no lo planteen de este modo, la pregunta por la autonomía política de las clases subalternas sobrevuela sus teorizaciones e involucra, necesariamente, la problematización del clientelismo13 como relación específica (aunque polisémica) entre los miembros de los sectores populares con el Estado y con el peronismo (como Partido Político y como tradición y/o pertenencia identificatoria).

Hemos encontrado dos tipos de respuestas (con variaciones internas) ante este nudo conflictivo que cruza la idea de territorialización de la política. De un lado, aquellos razonamientos que, en la defensa de los vínculos de tipo clientelar como formas activas de la política de los pobres en el territorio (y contra miradas elitistas), transforman esos mismos vínculos entre los sectores populares, el Estado y el PJ, en el techo legítimo de la su politicidad. De otro lado, aquellos que con espíritu crítico del clientelismo y con ambición de “otra política desde abajo”, intentan buscar vías de superación de este vínculo

multiplicaicón de las formas de intervención territorial en el mundo popular. Recordemos que los signos iniciales de este viraje comienzan a manifestarse a partir de 1987, con la implementación de las primeras políticas sociales focalizadas, destinadas a los habitantes carenciados de los barrios.” (Svampa, 2005: 62[...]66).

13. Merklen critica duramente la noción de clientelismo de Javier Auyero por considerar que los “pobres” juegan allí un rol pasivo, “pre-político” (Merklen, 2005). Dice “Como consecuencia de un verdadero proceso de desafiliación, las clases populares se encontraron en un estado de creciente dependencia respecto al Estado y a sus rendimientos en materia de políticas públicas. Es sobre todo el caso de aquellos a quienes encontramos hoy viviendo por fuera de todo sistema de protección social y excluidos del empleo. No obstante, poner todo el peso de la explicación del lado de la heteronomía y del clientelismo es desconocer una vez más la producción política de los sectores populares durante el período democrático. Indudablemente, el complejo lazo de las clases populares con el peronismo forma parte de su producción política, y es este movimiento el que ha comprendido mejor las transformaciones de la politicidad popular (al mismo tiempo que las orientaba y contribuía a su instalación). El peronismo reconstruye su lazo social con las clases populares principalmente por medio del control del Estado posreformas. Y la clave de la relación de los sectores populares con el Estado se encuentra en el desdoblamiento de este último. Por una parte, representa la conducción centralizada de la economía y de la sociedad en la figura del gobierno nacional. Por la otra, se ha convertido en una estructura compleja y descentralizada en diversos gobiernos locales (aumentando las funciones de municipalidades y provincias). Es a través de estas últimas estructuras territoriales que el peronismo ha sabido recomponer en parte su lazo con las clases populares, pues éstas construyen sus mundos de vida en el seno de los diversos marcos locales” (Merklen, 2005: 40-41).Consideramos que la crítica a Auyero no es acorde a los planteos de este autor quien señala, lejos de la idea de apatía, el carácter racional de los pobres urbanos que operan en una relación clientelar que tiene como característica la reciprocidad. A su vez, consideramos también que la propia noción de “lógica del cazador” de Merklen es un concepto perfectamente compatible con el de clientelismo en la medida en que analiza la relación entre los miembros de las clases populares (a nivel del individuo) y las instituciones estatales a nivel local y redes territoriales. Por su parte, Frederic utiliza la noción de Auyero de clientelismo, Svampa la retoma a través de la noción de “clientelismo afectivo”, y Grimson a través de la idea de “cultura clientelar”.

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político aunque sin encontrarlas. Por defecto (y no por expresa legitimación), esta segunda respuesta termina colocando el techo de la política de las clases populares, también en la política clientelar.

Dentro del primer tipo de respuesta, encontramos la argumentación de Javier Auyero quien coloca el clientelismo como condición de posibilidad de la emergencia de organizaciones piqueteras (por su debilidad), al mismo tiempo que como manifestación última de la fortaleza de la política (peronista) en el territorio, debido a su carácter relacional a través de las redes. El clientelismo es, en definitiva, origen y fin de la política de los pobres, en la medida en que se desarrolla en el “entramado de redes de relaciones y representaciones culturales construidas diariamente entre políticos y “clientes”. Es en las relaciones donde yace la acción social, y es allí donde debemos dirigir nuestra mirada” (Auyero, 1998: 79). Bien, estas relaciones tienen un protagonista estelar: el peronismo. “El clientelismo es construido desde el peronismo, se sobreimpone a él, y éste es imbuido por una nueva táctica de poder. Las unidades básicas son los sitios donde esta convergencia entre peronismo y ‘política clientelar’ toma forma; son el soporte organizacional de este proceso” (Auyero, 2001: 230). El clientelismo asume así un doble carácter: como “nueva táctica de poder” (Auyero, 2001) del peronismo en el dominio del Estado, pero también como relación recíproca a partir de la cual los sectores populares intercambian, obtienen beneficios, “hacen política”. De este modo, ya sea la política que emana de las unidades básicas, o la política que se coló por las brechas del peronismo y generó las organizaciones piqueteras, ambas manifiestan, como politicidad de los pobres urbanos, las relaciones de tipo clientelar. Origen y fin de la acción política de “los pobres”, se torna difícil en Auyero pensar la política más allá del Estado en su forma clientelar, es decir, su forma neoliberal.

Dentro de esta misma línea de razonamiento, pero llevándolo más lejos en sus consecuencias, se encuentra Sabina Frederic a través de su idea de “estatalización de la política de los sectores populares”. Dice la autora, “Los militantes sociales fueron producidos por ese Estado ya a comienzos de los años ’90 y en desmedro de los militantes políticos acusados de todas las formas de hacer política inmorales, como el clientelismo. Dicha categoría política dio abrigo al reconocimiento del trabajo barrial previo y posterior al estallido de la crisis de 2001 (...) Así, el trabajo barrial que ocupa a piqueteros y vecinos, implica un sinnúmero de instancias de interacción con los agentes estatales que autorizan pero también reconocen el “trabajo bien hecho”. Es decir que estas organizaciones no escapan a la socialización política que instala cotidianamente el reconocimiento social o político. Los militantes sociales son consagrados en su relación con los agentes políticos estatales que, para reconocerlos, les exigen ser y hacer de un determinado modo. Reciben porque son reconocidos. Reciben dos clases de cosas, mercancía e identidades públicamente reconocidas. Esta última ofrenda incluye el hecho de que a

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través del reconocimiento de vecinos y piqueteros por el Estado, ellos consiguen la inscripción del barrio en él, es decir la estatalización del barrio, más que su control del territorio como sugiere Merklen (2005).” (Frederic, 2008: 211). Si Auyero dejó abierta la puerta para una indiferenciación entre punteros y piqueteros, Frederic la teoriza explícitamente y define a ambos como productos de la política Estatal. Si en Auyero son las unidades básicas, el locus de la política de los pobres, en Frederic es el barrio el territorio en el cual lo político y lo social se imbrican configurados estatalmente. De allí la importancia de este territorio local y su reconocimiento como espacio privilegiado de la vida política de los sectores populares. En esta autora, la pregunta por la autonomía política de los sectores populares pierde completo sentido en la medida en que no hay margen posible para dicha autonomía.

El segundo tipo de respuesta que encontramos a la tensión que genera la pregunta por la autonomía política de las clases subalternas vistas desde el barrio es, como hemos dicho, mantenerla como una tensión irresuelta. En esta dirección están las teorizaciones, con diferencias internas de envergadura, de Denis Merklen, Maristella Svampa y Alejandro Grimson.

En el caso de Denis Merklen el debate interno sobre los límites de la poli-ticidad de las clases populares está presente en la tensión entre las nociones de “inscripción territorial” y de “lógica del cazador”14. La inscripción territorial es un aspecto determinante de la politicidad de los sectores populares y es la puerta, en su teorización, de una politicidad propia del “desafiliado”. Es decir, la puerta a una “positividad” de la acción política de las clases populares. Sin embargo, esta inscripción estaría atravesada (y hasta constituida) por el Estado en su versión neoliberal (focalizada y asistencialista), resultado de lo cual surge la segunda característica de la politicidad de las clases populares: la lógica del cazador15 que, en oposición a la lógica del agricultor, es pragmática, inestable, no acumulativa. Es decir, no construye ciudadanía (como la construía el trabajo asalariado según Merklen16) y además es una politicidad “estatal-dependiente”. Los piqueteros se construyen así en las zonas de este territorio local en los que se juegan los paquetes de ayuda estatal. Y lo hacen a través de la protesta y la negociación. En resumen, esta lógica del cazador, definida por el autor como un modo de hacer política, pone el techo de la politicidad de las clases populares en un lugar semejante al de Auyero, con la salvedad

14. Silvia Sigal plantea la tensión entre estos dos términos en el prefacio al libro de Merklen. Véase, Sigal, 2005.

15. “En fin, la “lógica del cazador” viene a despejar tanto un comportamiento microsociológico, de vida cotidiana y sociabilidad, como un modo de hacer política.” (Merklen, 2005: 18)

16. Si bien no desarrollaremos este punto en el actual artículo, consideramos que en Merklen hay una visión romántica o idealizada del trabajo asalariado como “mecanismo de inclu-sión”, que se contradice con las tensiones propias de la sociedad Argentina hasta el golpe de Estado, y que está basada en el impacto del boom de la posguerra y su interpretación como período “normal” del capitalismo, y no como excepcionalidad.

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de que Merklen evita el concepto de clientelismo en la búsqueda de la mayor positividad posible para los individuos de las clases populares. De allí que, la inscripción territorial (como piso de integración dada la desestructuración del trabajo y las instituciones) y la lógica del cazador configuren para Merklen una “ciudadanía” propia del mundo popular.

Ahora bien, lo que no está explicitado en el autor es cuál es el contenido de esa ciudadanía, cuáles son los derechos de los “pobres ciudadanos” y cuál el horizonte al que pueden aspirar. El reclamo de “trabajo” por parte de las clases populares que el autor destaca como marca de una tradición nacional (argentina) en la que el Estado debe garantizar el derecho a trabajar, indica-ría para Merklen el “enclave” de una dimensión ciudadana de inclusión (de acumulación del tipo del agricultor) en la politicidad de los pobres urbanos. Sin embargo, como el mismo autor reconoce, el Estado territorializado no garantiza trabajo, garantiza –en el mejor de los casos– bolsones de comida y planes sociales obtenidos, no como derecho universal, sino como “presa” del cazador. Así, en el planteo de Merklen, el reclamo por trabajo que sería lo que le da el carácter de “ciudadanía” a la politicidad de las clases populares, es más una nostalgia que el propio autor tiene respecto del pasado (nostalgia de la cohesión salarial perdida), que un rasgo de ciudadanía de la política en los barrios. Qué performatividad política tendría este “enclave”, qué posibilidades de retorno a una sociedad de inclusión salarial habría, son temas que el autor no desarrolla.

En el caso de Svampa, el proceso de recomposición política en el conur-bano tiene dos claves en tensión: una tendencia a la dependencia propia del clientelismo político y del peronismo que lo encarna (como relación entre el peronismo y el “mundo popular”); y una tendencia a la autonomía existente en las tradiciones clasistas, de izquierda, encarnadas en ex delegados sindicales, dirigentes de asentamientos o incluso de partidos de izquierda que fueron condición de posibilidad de que aquella carencia del peronismo deviniera una forma activa, la de la “auto-organización” desde abajo. De allí que los ejes de la politización “desde abajo” hayan sido, como plantea junto a Pereyra (Svampa y Pereyra, 2003), la crítica al clientelismo político y la reivindicación de la dignidad ligada a la lucha y al “trabajo genuino”. Ahora bien, una vez señalada su importancia, cabe preguntar cuál es la potencialidad política de la tradición clasista o de izquierda en general para operar como punto de quiebre de la “relación más pragmática con los poderes públicos” (Svampa y Pereyra, 2003:22) que establecieron las organizaciones piqueteras. Esta pregunta es respondida por Svampa dos años después, al señalar los límites que se hicieron visibles en 200217 ante la política estatal de masivización

17. Svampa señala tres puntos de inflexión del peronismo: 1) 1989-1995 como debilita-miento del peronismo en términos socio-culturales; 2) 1996/7 el desarrollo de formas de organización por fuera del peronismo y en confrontación con él (piqueteros); 3) 2002/3 la masificación de los planes sociales (Svampa, 2005, 187)

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de los planes sociales. “De manera casi paradojal, la crisis del 2001 otorgó al peronismo una nueva oportunidad histórica, pues le permitió dar un enorme salto a partir de la masificación de los planes asistenciales y recomponer los históricos –y deteriorados– vínculos con los sectores populares. Así, en un contexto de penuria y exclusión, los dispositivos del clientelismo afectivo se potenciaron y, a la vez, se transformaron, asegurando la posibilidad de la reproducción del peronismo «desde abajo»” (Svampa, 2005: 8). La puja entre “clientelismo afectivo” y procesos de auto-organización tuvo una resolución (provisoria) a favor del primero. Los motivos que señala Svampa son muchos: la propia política estatal “de inclusión de los excluidos en tanto excluidos” (Svampa, 2005), pero también las divisiones internas en el movimiento pique-tero, acercamientos al Estado por parte de un sector de ellos, y el cambio de clima en las clases medias que alentaron a una separación progresiva con las organizaciones de desocupados y a una desactivación de otras manifestaciones de auto organización desde abajo como las asambleas barriales.

Una de las virtudes del desarrollo de Svampa es que plantea explícitamente el conflicto, la tensión, entre estas dos formas de politicidad. De este modo, pone sobre la mesa dos discusiones: la diferenciación entre punteros y piqueteros18, y la pregunta por los márgenes de autonomía de la recomposición política desde abajo. Esto marca una diferencia con Javier Auyero (que no formula la pregunta), pero también con Denis Merklen, que si bien la formula, opta por no diferenciar dos politicidades sino intentar encontrar la potencialidad de las clases populares en la propia “lógica del cazador”. En Svampa, la pregunta está claramente formulada, aunque queda sin respuesta en la medida en que no se visualizan cuáles serían (o son) las formas a través de las cuales los “excluidos” podrían ser incluidos en tanto incluidos19. Es decir, si el contexto es el de la “sociedad excluyente”, de qué forma estas tradiciones de lucha que

18. Grimson también es claro en la diferenciación entre piqueteros y punteros peronistas. “Los dirigentes o referentes de esos grupos presentan un contraste claro con los punte-ros peronistas con quienes compiten cotidianamente en el barrio: no tienen un vínculo de lealtad alguna con los gobiernos, sino que son parte de la oposición. Hay una gran diversidad de grupos piqueteros y orientaciones políticas. Ningún grupo, sin embargo, se identifica con el menemismo, duhaldismo o el radicalismo. Se trata de grupos que van desde la centroizquierda hasta la izquierda. El “piquete” surge porque los planes no se consiguen cambiando favores evidentes con un gobierno, sino “luchando”. Eso no implica, obviamente, que no haya acuerdos circunstanciales entre el gobierno y algunos grupos. Pero ninguno de esos acuerdos implica un apoyo político abierto como es condición obvia de los punteros. En síntesis, hay distintos vínculos entre esos referentes y el Estado, pero ninguno es de alineamiento”, (Grimson, 2002: 22)

19. En principio, en La sociedad excluyente, una respuesta parcial (negativa) a esta pregunta es. “Nuestra hipótesis es que existe una figura de la ciudadanía restringida, reservada a los excluidos de la matriz neoliberal, que podemos designar con el nombre de “modelo participativo-asistencial”. Este se halla montado sobre tres ejes mayores: el desarrollo de una política focalizada, la omnipresencia del Estado y la participación en redes comuna-tarias” (Svampa, 2005: 88)

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enfrentaron y cuestionaron el “clientelismo afectivo” podrían haber evitado su metabolización por este mismo clientelismo que es la forma de hacer política del Estado neoliberal ¿Cuál sería la fuente de su capacidad de recuperar la autonomía relativa perdida?20 Consideramos que allí hay un punto débil de la conceptualización.

Alejandro Grimson, por último, toma tres elementos como los centrales para la explicación del surgimiento de las organizaciones piqueteras como politicidad de inscripción territorial. El primero, será la importancia de la segregación espacial21 de los sectores populares durante la década del noventa como condición sine qua non para el surgimiento de organizaciones de desocupados. “Nuestra hipótesis afirma que el guetto social paradójicamente coadyuva al surgimiento de organizaciones de desocupados.” (Grimson: 2002, 16). Pensada en términos de dinámica, la idea de guettificación explica en buena medida, para el autor, la importancia que asume el territorio en la vida política de los sectores populares. De allí que, pese a las diversas formas organizativas en los barrios populares (comedores populares, emprendimientos productivos, roperos, bibliotecas, organizaciones piqueteras), el componente común a todas ellas sea su “carácter territorial”. El segundo elemento, es la importancia de la presencia estatal a nivel local a través de los comedores comunitarios y los planes sociales. Estableciendo un diálogo con los desarrollos de Svampa y Pereyra sobre el retiro del Estado, la deserción de los sindicatos y la insuficiencia de las redes sociales para contener la caída de la desocupación, Grimson dirá “parece claro que estas tres insuficiencias (del Estado, de los sindicatos y de las redes comunitarias) pueden mirarse también desde el otro lado: como presencias destacables en la historia argentina que permiten explicar el fenómeno piquetero”. (Grimson, 2003: 13). Y esta “presencia” en la

20. Esta pregunta introduce un debate de estrategias políticas que se ha dado entre las organizaciones piqueteras provenientes de distintas vertientes político-ideológicas como el autonomismo cercano a Tony Negri, John Holloway o Paolo Virno, el marxismo en diversas expresiones (trotskistas, maoistas y comunistas) y el populismo.

21. Svampa y Pereyra ya habían señalado la importancia de la segregación espacial a la hora de analizar el surgimiento de organizaciones piqueteras, particularmente en las denominadas company town “fue la presencia de una dimensión comunitaria `fuerte´, producto de la separación espacial, la que sentó las bases del tipo de acción claramente confrontativo de la UTD. En fin, no hay que olvidar que, históricamente, las comunidades segregadas han dado origen a experiencias de lucha altamente combativas” (Svampa y Pereyra, 2003: 137). Aunque la idea tiene puntos de contacto con la planteada por Alejandro Grimson, hay dos diferencias que encontramos de envergadura. En primer lugar, que Svampa y Pereyra refieren estrictamente a los proceso del interior del país en los que el movimiento piquetero estuvo ligado a la privatización de empresas públicas (como YPF en General Mosconi) y en los que la segregación espacial refería a las denominadas “company town”. En segundo lugar, que la segregación espacial en Grimson es un proceso de transformación del espacio urbano que constituye fronteras fuertes (no absolutas) allí donde no las había en la sociedad estructurada alrededor del trabajo asalariado. Y son estas fronteras las que conforman un elemento (el barrio como institución total de la miseria) que es condición de posibilidad de la aparición de organizaciones piqueteras.

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historia socio-política del país, estará atravesada en la actualidad por lo que él denomina la “cultura clientelista” surgida de la interacción entre el Estado (operado por el Partido Justicialista) y los sectores populares. “El peronismo además de estructuras clientelares construyó una profunda cultural clientelar. Por “cultura clientelar” entendemos la institución de un sentido común que supone que algunas necesidades cruciales pueden resolverse a través de vínculos de reciprocidad asimétrica con intermediarios políticos, a través de una gestión personalizada sobre alguien que tiene acceso a recursos públicos” (Grimson, 2003: 76). El tercer y último elemento (también en diálogo con Svampa y Pereyra, 2003), es el papel fundamental de los militantes sociales y políticos en el surgimiento de organizaciones piqueteras. “La existencia de un grupo de militantes sociales y políticos con cierta trayectoria es una condición necesaria para la emergencia de un grupo piquetero.” (Grimson, 2003: 81). La necesariedad de estos grupos de militantes residiría, justamente, en la difrenciación entre la cultura clientelar del peronismo y la cultura de “lucha” de los militantes. Por ende, conduce, directamente a la pregunta por la posibilidad o no de una politicidad de los sectores populares que exceda el marco de la “cultura clientelar”.

Al respecto, Grimson responderá introduciendo una diferenciación entre cultura política e identificación política. “En general lo que sucede es que ya sea contactando otras organizaciones clientelares, ya sea generando nuevos mediadores que reemplacen a los anteriores, se reorganice una red clientelar que reemplace la anterior. Si en algunos casos esa red permanecerá en la órbita peronista (seguramente en una facción diferente), en muchos casos se produce un quiebre con el peronismo en términos de institución y de referencia identitaria. Lo que resulta equivocado es leer ese quiebre como absoluto y general. No es general porque involucra hasta ahora una porción minoritaria de los sectores populares. No es absoluta porque busca nuevas referencias identitarias mucho más que nuevos modelos relacionales” (Grimson, 2003: 78). Con esta diferenciación entre referencia identitaria y modelo relacional, el autor afirmará que, aún las diferencias entre organizaciones piqueteras y punteros peronistas, la cultura clientelar está presente en ambas formas políticas. En forma semejante a lo que ocurre con la perspectiva de Svampa, si bien en el planteo del autor queda abierta la puerta hacia un horizonte de cambio (un “proyecto de cambio” como el autor lo denomina) que podría suponer una política que exceda el marco del peronismo-estado-clientelismo, la tensión reaparece alrededor de la pregunta por los elementos territoriales (espaciales-urbanos), político-organizacionales y culturales (por tomar los ejes de su análisis) que permitirían el mencionado cambio22. Es decir, de qué forma podría producirse una ruptura con la cultura clientelar.

22. Excluyo los aspectos sociales porque, a diferencia de Svampa que apela a una idea de inclusión social, en Grimson no aparece esa figura y no hay un tratamiento particular de

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Entre el barrio y la fábrica, el abismo

Bien, desarrollados escuetamente los planteos de cada autor, pretendemos comprender esta tensión que recorre las distintas respuestas. Nuestra hipótesis, como adelantamos al comienzo, es que esta dificultad es producto de una serie de dicotomías que están en la base del concepto de territorialización de la política. La primera es la establecida entre “el barrio” y “la fábrica”. La noción de territorialización de la política (tal como está planteada) se basa y produce una división absoluta entre lo que sucede en el barrio y lo que sucede en la fábrica, entre el ámbito de la producción y el de la reproducción. Esta división, que en su carácter absoluto resulta ficticia, supone además, que tanto el barrio como la fábrica son unidades homogéneas e independientes23 que constituyen mundos separados: el “mundo del trabajo” y el “mundo del territorio local”. Partimos, claro, de diferenciar barrio y fábrica y de reconocer, como ya hemos dicho, la importancia de estos estudios al poner el foco allí donde no lo estaba e indagar en las particularidades del barrio como espacio de la política. Pero la transformación de esta diferenciación en frontera absoluta entre dos unidades independientes deviene en un obstáculo para el análisis de los límites y potencialidades de la política “desde abajo” del conjunto de las clases subalternas en la actualidad. A riesgo de ser esquemáticos, señalaremos los problemas empíricos y teóricos que encontramos en esta concepción de regiones dicotomizadas.

En primer lugar, esta concepción ha hecho a la generalización de la tesis de territorialización de la política, transformándola en una afirmación unilateral que opera como reverso de la despolitización en los lugares de trabajo (también como afirmación unilateral e irreversible). Como muestran los recientes fenómenos de reactivación de la militancia gremial de base en la Argentina postdevaluación24 (cuyo caso emblemático en la Ciudad de Buenos Aires es

“lo social”, en su planteo. De todas formas podría ser pertinente una discusión sobre la relación entre lo “cultural” y lo “social” en este autor.

23. Virginia Manzano, en un estudio reciente refiere también al problema de colocar el barrio y la fábrica como pares opuestos. Dice en referencia a algunos trabajos sobre el surgimiento de organizaciones piqueteras “Un denominador común en estos trabajos académicos es el uso analítico de un esquema dicotómico que contrapone el barrio al mundo del trabajo. Este instrumento de análisis aporta en el sentido de localizar problemas de investigación, pero en términos de interpretación tanto el barrio como el mundo del trabajo aparecen como categorías homogéneas. En este artículo propongo descentrar la mirada del barrio como totalidad y colocar el objeto de indagación en la formación y funcionamiento de grupos barriales coordinados por la figura de líderes locales, para mostrar cómo esos vínculos cobran relevancia para la acción dentro de tramas más amplias de relaciones políticas y cotidianas.” (Manzano, 2008: 219). La continuidad entre un territorio y el otro, Manzano la plantea a través de la trayectoria de los militantes o dirigentes locales. Si bien consideramos que esas trayectorias, en el caso de las organizaciones piqueteras, han atravesado la frontera entre un territorio y el otro, nosotros hacemos hincapié en que ambos son espacios de politización o despolitización de los trabajadores como conjunto heterogéneo.

24. Una breve reseña de esta reactivación de las luchas de asalariados se encuentra Varela, 2009: capítulo I. Distintos análisis de las características de esta oleada de huelgas pueden encontrarse en Meyer y Gutiérrez (2005); Cotarelo, Celia (2007) y en Varela (2009b).

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el Cuerpo de Delegados de Metrovías), ni la política en el lugar de trabajo se había ido de una vez y para siempre, ni el barrio se ha transformado en el locus obligado y privilegiado de las clases subalternas25. En este sentido, la territorialización de la política es un proceso relativo, estrechamente vinculado al proceso de transformación de los barrios obreros en “instituciones totales de la miseria”. Aquellos barrios obreros que mantuvieron una composición de trabajadores asalariados (es decir, que la reproducción de la vida social se realiza a través del trabajo asalariado) son terrenos en los que la territoriali-zación es una pregunta y no una afirmación.

En segundo lugar, esta concepción de regiones dicotomizadas abona la idea de esferas independientes de la vida social. Como señala el geógrafo David Harvey (2007), el neoliberalismo lleva al extremo (y modifica, en cierta forma) la lógica de producir fronteras propia del capitalismo, y una de las principales ha sido profundizar la brecha entre los espacios de la producción y de la reproducción26, generando una semblanza de absoluta autonomía entre esferas. La reproducción de esta semblanza por parte de las ciencias sociales tiende a realizar una doble operación. Una naturalización del confinamiento geográfico de los “pobres urbanos” a los barrios estatalizados y de los “traba-jadores” a la fábrica, como terrenos autónomos de politización. Y con ello, una disociación teórica entre lo social y lo político. La dificultad que se presenta en los autores citados para pensar la posibilidad de autonomía política de los sectores populares respecto del Estado y, por ende, del clientelismo político encarnado en el peronismo, reside (al menos en parte) en esta división ficticia que confina a los pobres al barrio y con ello niega la posibilidad de su “autono-mía social”27. ¿Cómo podrían los “pobres urbanos” construir autonomía política

25. Para dar un ejemplo, en el barrio FATE (contiguo a la fábrica de neumáticos), encontramos un territorio sin “vida política” e invadido por una presencia totalitaria del trabajo que ha desplazado aspectos de la vida social, cultural y política de los asalariados que habitan en él. Como cuentan habitantes de muchos años del barrio, el barrio de “antes” está poblado por las imágenes de los fines de año festejados en la vereda –donde ponían largos tablones para comer y recibir el nuevo año–, o el relato de cómo se turnaban entre los vecinos del barrio para ir construyendo las casas de cada uno en una “rotación de los fines de semana”. El barrio “de ahora”, por el contrario, fue poblándose de operarios o empleados que, bajo el régimen de turnos rotativos o de horas extras compulsivas, han perdido tiempo de vida social, cultural o por supuesto, política, y han desplazado su sociabilidad hacia dentro de las fronteras de su hogar.

26. Esta tendencia a profundizar la brecha entre espacios está relacionada con la modificación de patrones de acumulación y consumo entre el modelo denominado fordista y el deno-minado neoliberal. En este sentido Harvey diferencia entre la forma de acumulación del fordismo y lo que el denomina “acumulación por desposesión” del neoliberalismo. Véase Harvey, 2007.

27. Ante este peligro de desacople entre lo político y lo social que transforme a los margina-les en puro objeto sin autonomía social posible (como plantea Frederic), la perspectiva autonomista desarrolla la posibilidad de esta autonomía social a partir de lo que deno-minan el “trabajo no explotado” o “no alienado” que se llevaría adelante en los micro

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respecto del Estado y el peronismo sin poder construirla socialmente respecto de la asistencia estatal vía clientelismo? Lo político, disociado de lo social, no puede sino ser político-estatal y en tal sentido absorbido por el Estado. En este sentido, Sabina Frederic es quien más claramente plantea la respuesta a esta encrucijada naturalizando la estatalización de la política de los pobres, lo que requiere, en su planteo, estatalizarlos también en términos sociales para cerrar el “desacople” entre lo social y lo político. Los “pobres”, pasan así a un status de “dopados políticos” cuyo margen de autonomía es el que produce el propio Estado. Más allá que esta estatalización que plantea Frederic, probablemente no sería compartida por el conjunto de autores aquí mencionados, al tomar los barrios como unidades independientes, opuestas a las fábricas, y como único terreno de politización de las clases populares, la pregunta por la autonomía de las clases subalternas tiende a tener, en definitiva, la respuesta que da Frederic: la imposibilidad de autonomía.

Sin embargo, las organizaciones piqueteras niegan empíricamente esa respuesta porque constituyeron un intento, contradictorio y conflictivo, de construcción de independencia relativa del Estado asistencialista y del peronismo clientelar. Para hacerlo rompieron los márgenes del barrio y desdibujaron su carácter de unidad homogénea e independiente, saliendo a las rutas. Las rutas, en tanto espacio de tránsito de personas y bienes, es también espacio de transición entre la fábrica y el barrio, entre la producción y la reproducción. Es la relación, no la división absoluta, entre la fábrica y el barrio que los piqueteros establecieron en la ruta, como espacio de transición28, la que permitió sus márgenes de autonomía. En algunos casos específicos29, la perforación de la frontera entre producción y reproducción llegó del “barrio a la fábrica” y de “la fábrica al barrio” en forma directa, como es el caso de la

emprendimientos, huertas, panaderías, etc. Todas formas que intentarían la constitución de una subjetividad social no dependiente ni del Estado ni del trabajo asalariado. A partir de ese lugar de autonomía sería posible, siempre según esta perspectiva, una nueva subjetividad y politicidad de la multitud. Si bien excede los marcos de la discusión que estamos planteando, pese a que esta teorización autonomista tiene la virtud de sostener una perspectiva de cambio social y buscar, a partir de allí, formas de autonomización, consideramos que los supuestos de un Estado en extinción y del fin del trabajo asalariado, que requieren esta concepción no son sostenibles.

28. En este sentido, siguiendo el planteo de Grimson sobre la diferenciación entre la “lucha” y la “negociación” como formas políticas (nunca absolutas) que distinguen a piqueteros de punteros, agregamos nosotros que también hay una distinción a nivel espacial que es la distinción entre la ruta y el barrio. La ruta (en una acepción amplia) es el espacio de la lucha, y el barrio, es el espacio de la negociación.

29. Hubo también una experiencia de relación entre un sector de organizaciones piqueteras de la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, y la lista de oposición a la dirección de la Unión Ferroviaria en el Ferrocarril Roca, a partir de la cual, trabajadores desocupados de dichas organizaciones entraron a trabajar como parte del plantel ferroviario, luego de una serie de cortes de vías realizados en forma conjunta entre los trabajadores del ferrocarril y los piqueteros.

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relación entre la fábrica Zanón y el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Neuquén, en la que conformaron organismos asamblearios comunes (como la Coordinadora del Alto Valle30) y, a partir de esa política de coordinación, se incorporaron alrededor de 200 piqueteros del MTD, el Polo Obrero, Barrios de Pie y otras organizaciones piqueteras, a la fábrica31.

Cuando Merklen hace mención del reclamo de trabajo genuino por parte de los piqueteros, refiere, justamente, a un reclamo que perfora la frontera entre el barrio y la fábrica y que involucra la politicidad tanto de trabajadores ocupados como desocupados, y restituye los vínculos entre ambos sectores de las clases subalternas. Sin embargo, la relación directa entre espacio de la producción y de la reproducción no fue la tendencia general en el movimiento piquetero. Ni a través del intento de establecimiento de políticas comunes con sectores de trabajadores ocupados, ni a través del mantenimiento de la política de exigencia de trabajo genuino al Estado. Esta consigna, aunque fue mantenida en los programas de las organizaciones, fue sustituida en los hechos, por el reclamo de planes sociales a los gobiernos nacional y local. De todas formas, el movimiento piquetero, en forma contradictoria y sin poder, finalmente, escapar a la estatalización a través de los planes, muestra las relaciones y no la disociación entre un ámbito y otro, y muestra su potencialidad a la hora de preguntarse por la autonomía relativa de las clases subalternas. Por el contrario, la negación de las relaciones entre los ámbitos de la producción y de la reproducción, y de la posibilidad de perforar esas fronteras, dificulta la reflexión sobre la autonomía “desde abajo”, en tanto debilita la posibilidad de solidaridades y potenciación entre ambos sectores de clase32.

En tercer lugar, la dicotomía que plantea la noción de territorialización de la política genera una división disciplinar al interior de la producción académica en ciencias sociales. Por una parte, se desarrollan los estudios que indagan en la politicidad de los sectores populares (ya sea bajo el paradigma de los nuevos movimientos sociales o la protesta social). Es decir, los estudios

30. La Coordinadora del Alto Valle nucleaba también, además de trabajadores desocupados y obreros de Zanón, gremios estatales de docentes y de la salud, organizaciones estudiantiles de la Universidad Nacional del Comahue, entre otros.

31. Para un análisis de la experiencia de Zanon véase Aiziczon (2007), Meyer y Cháves (2008),

32. En un sentido similar, y discutiendo alrededor del problema de la pobreza como concepto homogéneo, Verónica Maceira y Ricardo Spaltemberg afirman “Esta representación plana de la “exlcusión” es alimentada no sólo en los medios sino también en parte de la producción académica local, especialmente en aquella que se ha centrado en el estudio focalizado de la pobreza, dejando de lado el carácter social de quienes la padecen y de quienes la producen. Nuestra hipótesis es que esta representación de “la pobreza” deja en penumbras a las líneas de continuidad entre las experiencias de clase de quienes actualmente son presentados como marginales y el conjunto de trabajadores del país, contribuyendo en esa dirección, a fortalecer una imagen de fragmentación creciente al interior de las clases subalternas” (Maceira y Spaltemberg, 2001)

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concentrados (mayoritariamente, aunque no exclusivamente) en los barrios de desocupación masiva. Por otra, se desarrollan los estudios del denominado “mundo del trabajo”33 que hacen foco en las modificaciones organizativas y tecnológicas en los lugares de trabajo, los mecanismos de disciplinamiento y control en el proceso de trabajo, los impactos en la subjetividad de los traba-jadores, etc. Todas temáticas que si bien de importancia fundamental para comprender las modificaciones en la formas de explotación, opacan la pregunta por las formas de hacer política de los trabajadores, tanto dentro como fuera de las fábricas. Esto ha producido una invisibilización relativa de la vida política de los trabajadores asalariados34 y por ende de la indagación sobre sus características principales, sus cambios en los últimos años, los hilos de continuidad y ruptura con las tradiciones del movimiento obrero en nuestro país. Habiéndose concentrado los estudios sobre nuevas formas de politicidad desde abajo exclusivamente en los barrios de desocupación masiva, se dejó afuera todos aquellos “barrios populares” o barrios obreros, en los cuales la década del noventa implicó, en el sector de la clase trabajadora que conservó el empleo, modificaciones también sustanciales de su politicidad. Es decir se dejó afuera la vida política de los barrios de trabajadores asalariados, que representan, especialmente en nuestro país, un porcentaje muy alto35 de los denominados “sectores populares”.

En sentido opuesto a la visión dicotómica entre fábrica y barrio, conside-ramos, que la diferenciación entre estos dos ámbitos no constituye mundos separados ni autónomos sino que, por el contrario, constituyen terrenos de ejercicio de la política de los trabajadores en los que los procesos de politización

33. Es interesante lo que señala Nicolás Iñigo Carrera al respecto. “Paralelamente a la negación de la existencia de las clases, y de la lucha, se cambió también el nombre con que se denomina el área de estudios sobre los trabajadores: ya no se trata de sociología o historia de la clase obrera, ni siquiera de sociología o historia de los trabajadores. Ahora, llevando al paroxismo el sueño capitalista, no sólo desaparecen las clases y su lucha sino también los mismos seres humanos (los obreros) y sólo queda su actividad productiva (de plusvalía): se estudia “el mundo del trabajo”” (Iñigo Carrera, 2007: 55).

34. Como afirman Stéphane Beaud y Michel Pialoux en su investigación sobre Montbéliard, la “condición obrera” no había desaparecido, ésta “se había vuelto invisible”. Lo que estamos describiendo es parte de esta invisibilización de la que también es responsable la produc-ción académica. Iñigo Carrera, dice al respecto, “El discurso acerca de la desaparición o pérdida de centralidad de la clase obrera en Argentina no limitó su argumentación al volumen de esa clase. Se dirigió principalmente al lugar que la clase obrera había perdido en los procesos de luchas económicas y políticas, reemplazado por los “nuevos movimientos sociales”, de base cultural. En la década de 1990 se potenciaron otras tres falacias: los obreros no luchan y la huelga desaparece como forma de lucha; las huelgas sólo se realizan en el marco de disputas político partidarias, contra los gobiernos radicales; los efectos de las luchas son nulos porque siempre son derrotadas”. “Falacias y realidades sobre la clase obrera” (Iñigo Carrera, 2007: 55)

35. En la actualidad los asalariados en Argentina se calculan en 13.000.000.

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y despolitización se desarrollan de una manera desigual y combinada36. Es decir que, considerando como unidad de análisis no el barrio ni la fábrica sino los procesos de politización o despolitización del conjunto heterogéneo de trabajadores, el barrio y la fábrica operan como espacialidades en las que los ritmos de politización o despolitización pueden darse en forma discordante, generando como resultado configuraciones particulares en la fábrica y en el barrio, y combinaciones específicas del proceso en su conjunto.

El retorno de la actividad política a los lugares de trabajo de 2004 en adelante requiere, a nuestro juicio, una reevaluación de la relación entre los procesos de experiencia política territorial y fabril en los últimos años en Ar-gentina. Dicho de otro modo, ¿qué puentes podrán tejerse entre la experiencia de organización y lucha de corte territorial concentrada entre 2001 y 2003, y la experiencia en los lugares de trabajo que viene desarrollándose desde 2004 en adelante? ¿qué reapropiaciones originales de ambas experiencias hará la nueva generación de trabajadores y trabajadoras ocupados y desocupados que pueblan barrios y fábricas? Con esta breve caracterización de los problemas que encontramos en la noción de territorialización tal como ha sido planteada, pretendemos aportar en el sentido de estas reflexiones.

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36. La noción de “desarrollo desigual y combinado” es de León Trotsky y la elabora a partir de su análisis de la Revolución Rusa, dice “Las leyes de la historia no tienen nada de común con el esquematismo pedantesco. El desarrollo desigual, que es la ley más general del proceso histórico, no se nos revela, en parte alguna, con la evidencia y la complejidad con que la patentiza el destino de los países atrasados. Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados vense obligados a avanzar a saltos. De esta ley del desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de las formas arcaicas y modernas” (Trotsky, 1997: 15). Esta concepción, aunque aplicada a un proceso completamente distinto al que está analizando Trotsky, nos es muy útil en la medida en que permite pensar la relación entre el proceso de conjunto (en este caso la politización de los trabajadores de 1997 a la actualidad) y las formas específicas (y en casos, contradictorias) que adopta dicho proceso en aspectos particulares (por ejemplo, en el ámbito barrial y en el fabril y en su combinación). En definitiva, nos permite establecer una relación dinámica entre el todo y las partes que supere las dicotomías planteadas.

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