Los Llanos y Las Selvas

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 Antropólogo e historiador. Profesor auxiliar de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Investigador del grupo “Prácticas, saberes y representaciones en Iberoamérica” (COL0015221). Este capítulo hace parte de la investigación “Nación, civilización y alteridad en Colombia (1848-1941)”, realizada en el marco de la Convocatoria Nacional de Investigaciones 2008 de la Universidad Nacional de Colombia. l Los llanos  y las selvas: imaginación, territorio y progreso en Colombia  Álvaro Villegas Vélez * Introducción a nación ha sido una idea, un fenómeno, un proceso y un sentimiento que ha marcado la historia contemporánea de una forma tan radical e intensa que es imposible comprender los dos últimos siglos sin tener en cuenta la paulatina conformación de un sistema mundial de Estados nacionales. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, la aparente obviedad de este sistema hace que la organización estatal de grupos humanos, muy diversos entre sí, que se autodenominan naciones, sea considerado un hecho natural. La pertenencia de los individuos a las naciones es un acontecimiento en la mayoría de los casos fortuito (dado por el nacimiento), aunque inevitable, en cuanto todas las personas tendrían una nacionalidad. Esta forma de pensar la nación y su organización política ha sido construida justamente por los Estados y las élites nacionalistas: podría incluso denominarse historia nacionalista de lo nacional . Esto explicaría la existencia de un Estado nacional con base en la idea de que hay características objetivas históricas y territoriales que han llevado a su confor mación. De esta manera, aunque su constitución sea reciente, sus raíces se perderían en la oscuridad de los tiempos, lo que legitima al Estado ya que lo hace la concreción y el depositario de una tradición comunitaria que lo precedería. Desde esta perspectiva, el nacionalismo no crearía nada sino que simplemente descubriría y sacaría a la luz pública lo que ya estaba allí. Así, por ejemplo, Francia sería la actualización del pueblo galo, o México el renacer del impe- rio azteca. Por supuesto, la construcción de estas historias requiere un trabajo de selección de referentes considerados apropiados y la

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Antropólogo e historiador. Profesor auxiliar de la Universidad Nacional deColombia, sede Medellín. Investigador 

del grupo “Prácticas, saberes yrepresentaciones en Iberoamérica”

(COL0015221). Este capítulo hace partede la investigación “Nación, civilizacióny alteridad en Colombia (1848-1941)”,

realizada en el marco de la ConvocatoriaNacional de Investigaciones 2008 de la

Universidad Nacional de Colombia.

l

Los llanos 

y las selvas: imaginación,territorio y progresoen Colombia

 Álvaro Villegas Vélez*

Introducción

a nación ha sido una idea, un fenómeno, un proceso y un sentimientoque ha marcado la historia contemporánea de una forma tan radicale intensa que es imposible comprender los dos últimos siglos sintener en cuenta la paulatina conformación de un sistema mundial deEstados nacionales. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, la

aparente obviedad de este sistema hace que la organización estatalde grupos humanos, muy diversos entre sí, que se autodenominannaciones, sea considerado un hecho natural. La pertenencia de losindividuos a las naciones es un acontecimiento en la mayoría de loscasos fortuito (dado por el nacimiento), aunque inevitable, en cuantotodas las personas tendrían una nacionalidad.

Esta forma de pensar la nación y su organización política hasido construida justamente por los Estados y las élites nacionalistas:podría incluso denominarse historia nacionalista de lo nacional . Estoexplicaría la existencia de un Estado nacional con base en la idea

de que hay características objetivas históricas y territoriales que hanllevado a su conformación. De esta manera, aunque su constituciónsea reciente, sus raíces se perderían en la oscuridad de los tiempos, loque legitima al Estado ya que lo hace la concreción y el depositario deuna tradición comunitaria que lo precedería. Desde esta perspectiva,el nacionalismo no crearía nada sino que simplemente descubriría y sacaría a la luz pública lo que ya estaba allí. Así, por ejemplo, Franciasería la actualización del pueblo galo, o México el renacer del impe-rio azteca. Por supuesto, la construcción de estas historias requiereun trabajo de selección de referentes considerados apropiados y la

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exclusión de otros que contradicen el relato que sedesea difundir. Las historias patrias son un buenejemplo de este tipo de narración.

 A la par, se han generado otras modalidadesde narración histórica que enfatizan el caráctermoderno de los Estados nacionales. Desde estaposición, los Estados nacionales y los nacionalis-mos—entendidos como movimientos políticosque reivindican la organización estatal de las na-ciones—son fenómenos que surgen a nales del

siglo xviii en Europa Occidental y en América;las naciones serían creadas por los nacionalismos,pero éstos no harían más que expresar las fuerzasy las necesidades propias de la modernidad, conel capitalismo industrial a la cabeza. En denitiva,

se trata del resultado de los procesos de moderni-zación que destruirían las sociedades del AntiguoRégimen, organizadas en torno a la gura del

monarca, y las remplazarían por un nuevo tipode organización social que facilitaría la movilidadsocial y la iniciativa individual.

Esta comunidad política se caracterizaría porla industrialización, la democracia, la formación demercados internos, el ascenso de la burguesía y del

proletariado (como actores sociales relevantes) y el declive de la aristocracia, la formación de unaesfera pública de discusión a través de los mediosde comunicación, y la relativa secularización de lasociedad. En última instancia, se trataría de trans-formaciones sociales estructurales que irían, por unlado, en pos de una mayor diferenciación social, y por el otro, a una mayor integración. Es decir, losindividuos y los grupos humanos serían cada vezmás distintos entre sí, pero su misma especializa-

ción y diferencia traería consigo un incrementomarcado de su interdependencia.

 A pesar de la importancia de la perspectivabrevemente descrita en los párrafos anteriores, éstadescuida los procesos culturales que también sonfundamentales a la hora de conformar y sostenerun Estado nacional, lo cual requeriría la creaciónde un sentido de pertenencia, de una identicación

de los ciudadanos con la nación, que se lograría a

través de un conjunto heterogéneo de prácticas y de representaciones, muchas de las cuales se incul-carían desde instituciones estatales como la escuelao el ejército, aunque no se limitarían a éstas. Este

conjunto estaría conformado, por supuesto, porla difusión de los símbolos patrios, pero tambiénpor todos los esfuerzos por denir e impulsar

música(s) o literatura(s) nacionales o, en la actua-lidad —y para referirse al caso colombiano—, porespectáculos deportivos, principalmente el fútbol,o acontecimientos aparentemente banales como elReinado Nacional de la Belleza.

Para Benedict Anderson, la nacionalidad y el nacionalismo son fenómenos culturales con

gran legitimidad y profundidad emocional, quenos atraviesan como sujetos. La nación sería, antetodo, “una comunidad política imaginada comoinherentemente limitada y soberana” (2006: 23). Elser imaginada no hace referencia aquí a su carácterfalso o etéreo, sino a que el vínculo que une a losintegrantes de la nación debe ser imaginado porcada uno de ellos, aunque sea implícitamente, yaque nunca se tendría contacto más que con unaminúscula parte de los compatriotas. Desde esta

perspectiva, lo importante es el estilo como esimaginada la nación, el cual se transforma en eltiempo. El mismo Anderson planteaba que loscensos, los museos y los mapas son artefactoscentrales para dar formas particulares a este tipo decomunidades (al igual que los medios de comunica-ción o los eventos deportivos). En buena medida,estos artefactos corresponden a la representación,respectivamente, de la población, de la historia y del territorio; esta última representación es la que

ocupa las páginas de este artículo.La imaginación geopolítica de la nación es

un proceso central a la hora de apropiarse sim-bólica y materialmente del denominado territorio

 patrio (Rajchenberg y Héau-Lambert, 2008). EnColombia, esta imaginación hizo de algunosespacios la síntesis de lo nacional: zonas produc-tivas, plenamente apropiadas por los ciudadanos(es decir, regiones nacionales en denitiva); otras

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fueron consideradas por fuera de la nación a pesar de pertenecer aésta: fronteras internas en las que lo nacional se disolvía violenta-mente ante el predominio del salvajismo y del desierto (término queno hacía referencia a la pluviosidad sino a la ausencia de poblaciónque se considerara civilizada). Los territorios del sur, la Orinoquia y la Amazonia, fueron los espacios desiertos por excelencia a nales

del siglo xix  y principios del xx . ¿Cómo fueron imaginados?, ésta esla pregunta que guía el presente escrito.

Dos momentos de la imaginación geopolíticaen ColombiaLos letrados colombianos pertenecientes a los partidos tradicionalesse adjudicaron a sí mismos la tarea de narrar el desenvolvimiento del

Estado nacional colombiano. En ese sentido, escribir hacía parte vitalde la experiencia de gobernar (tanto así que no ha habido gobierno sinregistro escrito, ni nación sin historia y geografía nacionales). Muchasde las narraciones producidas en este marco se concentraban en laexpansión o en el fracaso de la expansión del Estado nacional por elterritorio que poseía de derecho, mas no de hecho. Tradicionalmente,se ha considerado que buena parte de la debilidad de Colombia comoEstado y como nación depende justamente de su incapacidad decontrolar extensas áreas. Esta idea puede sintetizarse en la conocidaexpresión según la cual hay más territorio que nación y más nación

que Estado, lo cual hacía ver muchas partes del territorio como zonaspor conquistar.

Dos representaciones legitimaban este proyecto expansionista:la idea del vacío regional, y el escepticismo antropológico (FigueroaPérez, 2001). La primera imagen correspondía a la necesidad coloni-zadora de expandirse sobre espacios denidos como vacíos, baldíos,

bárbaros o salvajes, y, por ende, por fuera de la historia; territorios, enúltimas, sobre los que había que desplegar la civilización. La segundaimagen vinculaba a las personas que habitaban estas regiones aparen-temente vacías —personas generalmente marcadas por la diferencia

étnica— con un sentido comunitario y tradicional que los alejabade la racionalidad moderna con su cálculo de costos y benecios, es

decir, se les asignaba un proceso de individualización incompleto, altiempo que se les transformaba en verdaderos lastres para el progreso.Los letrados colombianos plantearon, entonces, una jerarquía que lesotorgaba diferentes grados de civilización a las diversas regiones queconformaban la república.

En esta jerarquía, algunas zonas fueron marcadas por una dife-rencia tan extrema que el mismo Estado ordenó su excepcionalidad

jurídica y un tratamiento diferen-

cial para los grupos humanos queallí habitaban. Si bien hubo leyesprecedentes, ninguna fue tanenfática como la Ley 089, “Porla cual se determina la maneracomo deben ser gobernados lossalvajes que vayan reduciéndosea la vida civilizada”. Esta ley,promulgada en 1890, ordenó ensu primer artículo que la legis-

lación de la república no rigieraentre estos salvajes en proceso dereducción en las misiones. “Enconsecuencia, el Gobierno, deacuerdo con la Autoridad ecle-siástica, determinará la maneracomo esas incipientes socieda-des deban ser gobernadas”. Enlo práctico, esto significó quebuena parte de la débil autoridad

estatal se trasladó a las órdenesreligiosas, que se repartieron elterritorio e intentaron incorporara los indígenas a la patria y a laIglesia por medio del pobla-miento nucleado, la adhesión alcatolicismo, la castellanización y la plena integración en las redesde intercambio capitalista. Se

La imaginacióngeopolítica de la

nación es un procesocentral a la hora deapropiarse simbólicay materialmente del

denominado territoriopatrio.

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trataba, en denitiva, de una estrategia de nacionalización a

través de la escisión retórica, jurídica y de hecho de la nación,dado que se aceptaba que más de la mitad de los territorioslegalmente reconocidos como parte de la patria no estaban

controlados por el Estado, y que sus pobladores no estabancapacitados para el ejercicio de la ciudadanía.

Esta ley fue el producto de un largo proceso de apropia-ción e imaginación geopolítica, en el cual Colombia era narra-da a través de la retórica del asombro. Los letrados andinosobservaban desde las cordilleras los valles interuviales, las

sabanas de la costa Caribe, los llanos de la Orinoquia, las selvasde la costa Pacíca y de la Amazonia, y descubrían territorios

sobre los cuales debía descender la civilización, para cumplirasí con la obligación de llevar el progreso, pero también paraconseguir los múltiples recursos que dichos territorios guar-daban. Al respecto, el escritor Luis Enrique Osorio expresó:

Hoy ni siquiera merecen los territorios tropicales llamarsenación. Son campamentos establecidos en las altas montañas,al amparo de climas benignos, para sostener desde allí unacampaña contra la enemistad de la naturaleza ecuatorial queguarda la más rica herencia del planeta. A nuestra vista se ex-tienden los valles miasmáticos, y hacia ellos desciende la razanueva con vaivenes de mares […]. Los ríos caudalosos esperan,con su poder latente, que esa raza predestinada los conviertaen emporio de bienestar humano. Y lo logrará, porque el

dolor y la adversidad son los más sólidos pilares de grandeza (1932: 83).El sur de Colombia se convirtió en el territorio de frontera por

excelencia, al ser imaginado simultáneamente como frontera interna-cional y frontera de la civilización, un verdadero desierto verde; deacuerdo con los términos de la época, se consideraba como un espacio

 vacío de personas —entiéndase de personas consideradas civilizadas— y, por ende, un espacio para ser llenado. La Orinoquia y la Amazoniase representaron como el revés de los espacios nacionalizados, dadala ausencia del Estado, la distancia que los alejaba de las ciudadesandinas y la inapropiada presencia de numerosas etnias consideradas

salvajes (Serje, 2005; y Villegas Vélez, 2006). En denitiva, se tratabade un territorio en el que la diferencia reinaba, un espacio poseídopor los Otros y en el cual el Nosotros corría el riesgo de disolverse y 

 volverse un extraño.

 A pesar de su ubicación en las márgenes, no se trataba de un espa-cio periférico puesto que allí el Estado nacional se jugaba su existencia,como lo comprendieron los sectores dirigentes del momento y comose corroboró con la pérdida de Panamá en 1903. En el caso que nosocupa, el peligro provenía de los países vecinos: Brasil, Venezuela y 

Perú, país con el que se llegaría ala confrontación armada en 1933por diferencias territoriales.

La OrinoquiaDurante la segunda mitad

del siglo xix , la Orinoquia fuesimultáneamente frontera internay tierra de promisión (Rausch,1999; González Gómez, 2009). Su

cercanía a la capital de la república,su extensión y el halo de misterioque la rodeaba la hacían utópica;allí la república se fortalecería y garantizaría su lugar en el con-cierto de las naciones civilizadas.El hacendado Emiliano RestrepoEchavarría armó, originalmente

en 1869, que:

Sin título, Rusbel Álvarez, 1998.

Grabado en linóleo 20x28 / 32x46 cm

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Los llanos y las selvas: imaginación, territorio y progreso en Colombia Octava

Nosotros hemos traído de allí la convicción de queel Llano debe ser y será en un porvenir no muy remoto, el asiento de una nación rica, civilizada y populosa. El Llano será para Colombia en general,y muy especialmente para Boyacá, Tolima y Cun-dinamarca, lo que fue y lo que es para los EstadosUnidos de Norte América, la hoya del Missisipi y de sus numerosos auentes. Y porque tenemos esa

convicción, y porque esperamos que ella se realice,queremos contribuir a extender y propagar lasideas sobre la excepcional importancia de tan bellay magníca región. Puede que así se acerquen más

y más los tiempos en que la numerosa poblaciónque hoy se agita en la miseria, en la desnudez y enel embrutecimiento sobre las abruptas crestas dela cordillera Oriental, descienda a aquellas ferací-simas llanuras a regenerarse por medio del trabajo,

a elevarse por medio del capital, a hacerse rica pormedio de la industria ejercida en una comarcadonde la más generosa naturaleza sólo aguarda eltrabajo inteligente para colmar de bienes y riquezasa los que allí vayan a buscarlos (1955: 35).

La pregunta que rondaba a algunos misio-neros, hacendados y políticos colombianos era:¿de qué país será esa numerosa población queaprovechará las inmensas riquezas de los llanos?Para Restrepo Echavarría era claro que Brasil y 

 Venezuela se expandían sobre el costado orientalde Colombia, país que no corroboraba con hechosconcretos la posesión jurídica de esta zona (por elcontrario, el Estado y los ciudadanos colombianosobservaban a los llanos con desidia). El misionerodominico José de Calasanz Vela señalaba al respec-to, en las memorias de un viaje realizado en 1889,que “es necesario que el patriotismo se despierte, y lance hasta las lejanas riberas del Orinoco nuestracivilización y nuestras leyes” (1988: 113).

Emiliano Restrepo Echavarría considerabaque el patriotismo implicaba la colonización delos llanos por parte de la población del interiordel país, el despliegue del ejército nacional y laincorporación de las “almas salvajes” que habita-ban este territorio a la patria, a través del afecto,las instituciones, el idioma y las costumbres de lagran familia colombiana; esta incorporación actua-ría como muralla contra los intereses extranjeros

y como garantía de soberanía. La integración delelemento indígena a la nación, además de hacer

parte de las más elemental caridad cristiana, seríaun instrumento útil a la república en cuanto ali-mentaría la economía nacional y “colombianizaría”una población que estaba ya adaptada y asentadaen ese espacio.

La amenaza que los letrados colombianospercibían era, entonces, doble. Por un lado, estabafundada en una agresión externa, pero por otrolado residía en la misma incapacidad del Estadopara cumplir su deber en la Orinoquia, el cual

era, entra otros, integrar a los salvajes que estabansimultáneamente adentro y afuera de la nación, y respaldar los esfuerzos privados de los llanerosy de algunos hacendados y colonos. La ausenciadel Estado era tan notoria que la acción de losciudadanos colombianos estaba por fuera de todaregulación y traía consigo dicultades para la na-cionalización y la apropiación de estos territorios,ya que en vez de atraer hacia la familia colombianaa los indígenas que allí habitaban, hacía que el solo

nombre de Colombia se les volviera odioso y quela civilización fuera una palabra hueca, en cuantoescondía el ejercicio de la violencia más cruel contralos nativos.

Los civilizados, en vez de tenderles una manode compatriotas a los indígenas, los trataban comobestias feroces que no merecían el don de la vida. La

 violencia contra los nativos estaba tan generalizada,según el escritor y diplomático Santiago Pérez Triana

La ausencia del Estadoera tan notoria que la acción

de los ciudadanos colombianosestaba por fuera de toda regulación

y traía consigo dicultades

para la nacionalizacióny la apropiación de estos territorios.

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(1905), que era narrada con total desparpajo por losllaneros, colonos y hacendados que se habían fami-liarizado tanto con la bestialidad que la considerabannatural e incluso necesaria. Para el viajero francés

 Jorge Brisson, el hostigamiento de los “salvajes” alos “civilizados” estaba plenamente justicado:

Nos cuentan que algunos propietarios que tenían varias quejas contra los indios que inocentementeles roban ganado para comer (ellos no tienen ideade lo que es la propiedad), hicieron que se convi-dara á una especie de banquete á los principalesjefes de ellos, y en el momento en que estabancomiendo y bebiendo con conanza, los hicieron

fusilar villanamente. Asesinaron en esta horrorosaemboscada unos 22, de los más conspicuos indios

conocidos y queridos en Arauca, á donde venían de visita varias veces al año (1896: 107-108).

 Así, la frontera interna implicaba relacionesde carácter profundamente asimétrico, que poníanen tela de juicio la ciudadanía real y los derechosde los habitantes de los territorios consideradosperiféricos. Se trataba, entonces, de relaciones mar-cadas por lo que se ha denominado la colonialidad 

de poder, noción que hace referencia a una matrizo un patrón de ejercicio del poder que parte de

la codicación y jerarquización de las diferenciaspoblacionales en términos de raza/etnia, y en la ar-ticulación de las diversas formas de control del tra-bajo y de sus productos en torno a la acumulacióny reproducción del capital. En nuestro contexto,esto implicó que las poblaciones que habitaban laOrinoquia o la Amazonia fueran catalogadas comono-blancas y, por ende, poco aptas para el trabajo,y que como consecuencia de esto fuera más fáciljusticar formas de sujeción laboral que no pasa-

ban por el salario,1

aunque estuvieran articuladasa la producción para el mercado internacional(Quijano, 2007).

Esta colonialidad también se expresaba en unprofundo escepticismo sobre la humanidad de losOtros, escepticismo que inauguraría, según Maldona-do-Torres (2007), la duda moderna. Para este autor,

la dualidad fundadora del pensamiento modernono fue la duda cartesiana y la dicotomía entre el yoque piensa y el mundo pensado, sino el escepticismosobre la humanidad del Otro y el dualismo entre elconquistador y el conquistado. El venezolano SimónRodríguez se planteó este problema ya en 1849, al ar-mar que la enseñanza letrada provocaba que se pensaracon silogismos como los siguientes: a) los indios sondiferentes a mí, b) yo soy humano, c) los indios noson humanos; lo que traía como consecuencia que

hacerlos trabajar, aunque fuera violentamente, no seconsiderara una práctica negativa. En buena medida,esto fue lo que ocurrió en el holocausto cauchero delPutumayo.

Este escepticismo trajo consigo la radicaliza-ción y la naturalización de la guerra,2 que justicó

la esclavización, la servidumbre, la desposesión, elgenocidio y la violencia sexual, y que, por supues-to, además de estar marcada por las diferenciasraciales, operó diferencialmente según el género e

incluso la edad, haciendo de las mujeres y de losniños los sujetos más vulnerables. De esta forma,armaciones como “eres humano” o “tienes de-rechos” se transforman en preguntas como “¿eresen realidad humano?” o “¿por qué crees que tienesderechos?”

La colonialidad, como matriz de poder, dioforma a las relaciones entre el Estado nacional, lossectores hegemónicos de la nación, los colonos y los diferentes pueblos indígenas. Incluso quienes

criticaron la crueldad contra éstos estaban deacuerdo en la necesidad de colonizar y explotareconómicamente los llanos, lo cual requería una

1 Formas que incluían, como ejemplo extremo, la esclavitud que caracterizó el trabajo por endeudamiento de los indígenasdel Putumayo a principios del siglo xx .

2 La legitimidad de la conquista fue un asunto de capital discusión desde la denominada “Polémica de los naturales” (1550-1551) entre Juan Ginés de Sepúlveda, quien defendió la guerra justa contra los indios (lo que implicaba la servidumbre oesclavitud natural de los indígenas), y fray Bartolomé de las Casas, quien atacó esa posición.

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Los llanos y las selvas: imaginación, territorio y progreso en Colombia Octava

transformación radical de las sociedades nativas. Elhorizonte que compartían los letrados colombia-nos y los “racionales”, como se autodenominabanlos mestizos, era el mismo: el deseo civilizador, elcual implicaba la desaparición del desierto y del“salvajismo de los salvajes”, valga la redundancia, através del progreso, que aparecía no sólo como po-

sible sino además como indispensable e inevitable.Pensábamos que esas selvas y esos bosques encie-rran riquezas abundantes para remunerar todos losesfuerzos del hombre, y soñábamos nalmente

con el día en que gobiernos ilustrados y enérgicoshagan surcar esas aguas por raudos bajeles quelleven la civilización de una orilla á la otra y esta-blezcan en esos bosques, en donde hoy impera unanaturaleza bravía y agresiva, centros de civilizacióny de libertad. ¿Cuándo llegará ese día?... Nadie losabe, pero él no puede tardar indenidamente,

porque el progreso y la civilización no pueden ser

detenidos por las pequeñeces ó las pasiones de loshombres (Pérez Triana, 1905: 316).

Sin embargo, el progreso no estaba presentede momento; era necesario identicar los factores

que dicultaban su cumplimiento, considerado una

ley natural inquebrantable (Brisson, 1896). El ca-rácter malsano del clima fue una de las principalescausas esgrimidas. El letrado Joaquín Díaz Esco-bar, al describir las causas que atrasaban el avance

de la civilización en los llanos, llegó a enumerardieciocho factores que remitían al clima:

1. La inmensa extensión y rara sonomía del área

de esos territorios;

2. Lo agreste y repulsivo de aquel suelo;

3. Lo intrincado y sucio del manto que lo cubre;

4. Lo inconmensurable y aterrador de la vida ani-mal que allí domina;

5. El extraordinario vigor de toda su vida orgánica;

6. La perniciosa combinación de ésta con la dema-sía humedad de aquel suelo;

7. Lo incalculable y mortífero de los sedimentosy despojos que allí constantemente deponen losreinos animal y vegetal;

8. Las fuentes germicidas que allí elaboran y ro-bustecen esos exponentes;

9. La insalubridad de aquellas regiones;

10. Lo contradictorio de esos elementos hoy, conla debilidad, el progreso y la existencia del hombre;

11. Los vapores que otan y se concretan en algu-nos puntos de la atmósfera;

12. La morbosidad y exhalación miasmáticas quetales fuentes producen;

13. Lo deletéreo y palúdico del clima de esa región,por consecuencia de esas causas y desconcierto deesa naturaleza;

14. El difícil sometimiento, conquista y desarrolloindustrial por consecuencia de todos esos ante-cedentes;

15. Lo precario de la salud y vida del hombre allí,por lo mortífero del clima y de la vida orgánica,como existen hoy;

16. La anticipada mortalidad del hombre civilizadopor las ebres paludianas;

17. Lo inútil y pernicioso de aquel mar de gra-míneas sin cultivo y sin aprovechamiento por suestado de abandono; y 

18. Lo contrario de esos elementos y circunstan-cias calamitosas y climatéricas á toda medida defomento industrial, que no empiece por combatir,destruir y debilitar esas fuentes germicidas y losinconvenientes citados (1879: vii).

Para Díaz Escobar, los miasmas eran loscausantes de las ebres palúdicas que dicultaban

Sin título, César A. Montoya, 1999.

Litografía, 20x26 / 35x50 cm

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enormemente el poblamiento de la Orinoquia;éstos no eran más que las emanaciones pútridas y fétidas de la materia orgánica, el suelo y las aguasen descomposición, consideradas como causantes

de las enfermedades. A pesar de que la “explicaciónclimática” fue la de mayor aceptación en la época,la mayoría de viajeros y escritores plantearon quese presentaba junto a otras causas. Jorge Brisson(1896), por ejemplo, fue mucho más concienzudoen su caracterización del problema e identicó

como factores determinantes, a la par de la in-salubridad del clima, la falta de brazos y la pocadisposición para el trabajo de los colombianos, laausencia de grandes capitales y la falta de un marco

legal adecuado para la posesión de las tierras.Emiliano Restrepo Echavarría se concentró,

en el relato de su excursión, en los problemaspara el establecimiento de la ganadería, actividadeconómica a la que consideraba más lucrativa enla zona. Para él, en un territorio en el que podían

 vivir 600.000 cabezas de ganado vacuno sólo había50.000, debido a la desidia y falta de racionalidaden la explotación ganadera y a la informalidad enla posesión de la tierra. La propiedad privada e

individual de la tierra ja a la población, requisitoindispensable para la civilización, ya que el noma-dismo permitía sólo cierto grado de progreso apartir del cual la población se estancaba, como lodemostraban, a su juicio, los árabes: “La propiedadraíz ja al hombre a la tierra, y establece entre

ésta y aquél vínculos que generan los primerosmovimientos que lo ponen verdaderamente en elcamino de la civilización. La propiedad raíz enal-tece la dignidad del hombre, estimula su actividad

y fecunda su independencia” (1955: 207). La faltade propiedad privada legal hacía que, a su juicio,los hacendados no tuvieran el menor interés enmejorar los prados ni en comprar tierras, ya queambas cosas las obtenían gratis; tampoco mejora-ban las vías de comunicación, ya que la producciónse hacía con el menor costo posible.

  Junto a la identicación de los problemas también debía ir, por supuesto, la enunciación de

las soluciones. La mayoría de los letrados coinci-dían en armar que había que evangelizar a los

indígenas, lo cual era considerado simultáneamenteun deber cristiano y patrio y una necesidad, pues a

través de la evangelización se garantizaría que losnativos dejaran de atacar los hatos y a las personas,al tiempo que se captarían miles de brazos útiles y ya adaptados al clima deletéreo de la zona.

La modicación del clima mediante la trans-formación del entorno fue considerado el segundogran punto. Si bien es cierto que el ambiente fueconsiderado nocivo y como un factor que limitabalas capacidades de los seres humanos, también escierto que éstos podían modicarlo a través del

trabajo. En este punto concreto, Díaz Escobar(1879) recomendó la quema metódica y “cientíca”

de las praderas en los meses de verano, con el n

de controlar la putrefacción y, por ende, la prolife-ración de los miasmas, recomendación acorde conlas doctrinas médicas y geográcas de la época.

 También se propuso fundar colonias milita-res para controlar a los indígenas, disuadir a lospaíses vecinos y dar cuerpo al Estado; reformarla administración de los territorios de los llanos;

mejorar la comunicación con el interior del país y entre los mismos poblados de la región, a través delfomento de la navegación uvial, la construcción

y reforma de caminos y la ampliación de la red detelegrafía; rmar tratados con los países vecinos,

especialmente con Venezuela, para prevenir con-ictos y garantizar la navegación colombiana por

el Orinoco; fomentar la colonización a través dela entrega de tierras y herramientas, y facilitar elacceso barato a la sal, elemento central pero que

era escaso en los llanos, y con el cual se pensabaatraer a los “salvajes”, mejorar el ganado vacuno y abastecer a los colonos. Hubo otras propuestas, queno causaron tanto consenso ni fueron tan discuti-das, como el impulso de la agricultura mediante laenseñanza práctica en jardines botánicos creadospor el gobierno (Balderrama, 1955).

La mayor parte de estas soluciones se quedaronen el papel, lo que no impidió que la Orinoquia si-

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Los llanos y las selvas: imaginación, territorio y progreso en Colombia Octava

guiera haciendo parte fundamental de la imaginacióngeopolítica de la nación y que buena parte de estospuntos fueran retomados, aunque transformados,cuando a principios del siglo xx  la Amazonia seconvirtió en un territorio clave para la república.

La Amazonia

En la primera década del siglo xx , la Amazonia co-bró una inusitada importancia gracias a las disputaslimítrofes con Perú (1910 y 1934), a las denunciasque del Putumayo se habían realizado en el ReinoUnido, sobre el genocidio de los indígenas y al pos-terior juicio emprendido contra el cauchero Julio

César Arana en ese mismo país. La selva amazónicaera ya la frontera por excelencia y el territorio quedebía ser conquistado para completar el Estado na-cional luego de un siglo de vida republicana, en uncontexto en el cual “ni nuestros límites territorialessiquiera han sido todavía denitivamente jados,

de suerte que se hallan en tela de juicio extensionesde terreno tan grandes y tan ricas, que bastaríanellas solas para ser el asiento de una nación grandey próspera (Pérez Triana, 1907: xiii).

 Arana, propietario de la Casa Arana, habíacomenzado sus operaciones caucheras en el Pu-tumayo en 1889, y pronto su dominio se expandiópor buena parte de la Amazonia occidental, gracias,en parte, a que se convirtió en el proveedor de loscaucheros colombianos que vieron sus suministrosinterrumpidos por la denominada Guerra de losMil Días (1899-1902). Este cauchero compró pocoa poco, utilizando la persuasión y la fuerza, las dife-rentes empresas caucheras de sus competidores co-

lombianos, aprovechando la pasividad del gobiernonacional y el beneplácito del Estado peruano,que estaba interesado en la “peruanización” de la

 Amazonia, aun bajo manos privadas y a un altocosto de vidas humanas (Pineda Camacho, 2000).

La negligencia del Estado frente al avanceperuano, y la indiferencia de las élites, daban lugara profundas lamentaciones, como las del letradocolombiano Joaquín Rocha, quien señaló:

 Triste cosa es presenciar en la lucha de la civiliza-ción con la naturaleza salvaje, la derrota de la pri-mera y la victoria decisiva de la última, y dolorosoes confesar que no sólo en Mocoa, sino en todoColombia, el siglo xx nos ha sorprendido cami-nando para atrás y desandando lo ya adelantadoen el camino de la riqueza, y no sólo en éste sinoaun el de la moralidad y la cultura, éstas junto conaquélla los tres factores de la civilización (1905: 40).

 Ante la expansión extranjera en un territorioque Colombia consideraba suyo, pero que estabaen disputa, una serie de intelectuales y políticosnacionales buscaron defender el derecho que sobreesa zona daba la acción civilizadora colombiana,acción que hasta las misiones coloniales de jesuitas

y franciscanos hicieron retroceder, es decir, ¡hastaantes de la existencia de Colombia, y que la repú-blica habría continuado con las dicultades propias

de la férrea oposición de una naturaleza salvaje y de una población que no lo era menos.

En el territorio del Caquetá la naturaleza, semejanteá la diosa Kali de los hindúes, se contenta á la vezen toda la grandiosidad de su belleza y en toda supotencia homicida y traidora. Allí el hombre enperpetuo contacto con esa naturaleza salvaje, llegaá ser tan salvaje como ella, y lejos de las sanciones

morales y sociales, cede al imperio de sus pasiones,las cuales se hacen tan formidables en su desbordecomo aquella en sus energías de muerte y extermi-nio (Rocha, 1905: 29).

En este sentido, se estableció una relaciónde continuidad y equivalencia entre territorio y población: a un territorio salvaje correspondía unapoblación igualmente salvaje; de la misma forma,los espacios apropiados por los seres humanos através de su agricultura y de la vida urbana eran

el reejo de su civilización. Esta representaciónde la Amazonia, que también cobijaría a la Ori-noquia, hacía parte de un imaginario mucho másamplio que se construyó alrededor de la nociónde lo tropical en el siglo xix , en la cual los territo-rios tropicales serían ontológicamente diferentesy opuestos a las regiones templadas y estaríancaracterizados por una población racialmenteheterogénea, unas enfermedades particulares y 

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terribles y un paisaje exuberante (Castrillón Aldana,2000; y Stepan, 2001).

Los letrados no podían, entonces, dejar dereconocer las dicultades que para la civilización

presentaba el trópico, tal y como se describió en lasección anterior, pero la mayoría de ellos participóde una argucia argumentativa que se aprovechó dela idea decimonónica de la oposición entre tierrasbajas y tierras altas, para recluir la tropicalidad enlas primeras y velar el carácter tropical de las segun-das, que fueron representadas como equivalentesal mundo temperado/civilizado (Villegas Vélez y Castrillón Gallego, 2006).

Las naciones civilizadas eran aquellas quelograban imponer su impronta en el territorio queposeían jurídicamente. Al respecto, el general, abo-gado, geógrafo acionado y caudillo liberal Rafael

Uribe Uribe (1908: 95) realizó un urgente llamadode atención cuando comentó un escrito de AlfredMahan, que era, según él, una de las lecturas decabecera de Theodore Roosevelt, presidente deEstados Unidos.

Mahan planteaba que la política mundial estaba

dominada por la relación entre la tierra y la pobla-ción; mientras la primera se mantenía estable, lasegunda crecía, lo que hacía cada vez más intensoslos conictos territoriales entre los Estados nacio-nales que ya habían ocupado las tierras que teníana su alcance, y las naciones salvajes e incompetentesque poseían grandes y hermosas regiones inapro-

 vechadas. Desde esta perspectiva, Uribe Uribe con-sideraba que la política mundial era abiertamentedarwiniana, dado que el socialismo planteaba la

expropiación entre las clases, y el imperialismo laexpropiación entre las razas. Lo único, entonces,que garantizaba la posesión era la constante laborde conquista que disuadía de intervenir a los demásEstados nacionales que veían cómo la poblacióncrecía y los territorios representados como vacíosy llenos de riquezas escaseaban.

Lo preocupante, señalaba este caudillo eintelectual, era que en Colombia las dos terceras

partes de la república eran territorios en los cualeslos colombianos no podían establecerse sin peligrode ser atacados por los salvajes que guardabancelosa, pero improductivamente, extraordinariasriquezas, lo que hacía evidente que la conquistaen Colombia no había terminado, y que ésta erauna conquista de almas y cuerpos, pero tambiénde tierra. Estos “salvajes” eran considerados comoseres en proceso de humanización y que oscilabanentre la más completa inocencia y las más grandes

perversiones. Uribe Uribe agregaba:El complemento de la Conquista, de que estoy hablando, vale por sí solo millones, pues con ellaconseguiríamos convertir de nominal en real la po-sesión de la tierra —único título que hoy se respeta,desde que los hechos y la fuerza están sustituyendoal derecho— y conseguiríamos también 300.000trabajadores aclimatados, los más útiles para laclase de industrias que por muchos años todavíaserán posibles en nuestro país: las extractivas y lapastoril (1908: 108).

Dómala, Alejandro Lobo, 1999.

Grabado en linóleo, 22x30 / 35x50 cm

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La consecución de estos trabajadores, deno-minada reducción de salvajes , constaba, en su propues-ta, de tres elementos: colonias militares, cuerpos deintérpretes y misiones. Las primeras garantizarían

la seguridad y el orden; los segundos estarían con-formados por indígenas entrenados desde niñospara ser intérpretes —labor muy importante, pueslos salvajes siempre han considerado enemigos aquienes no hablen su lengua—. En este sentido,el camino sería aprender primero la lengua de losindígenas y luego enseñarles el castellano para quelo transmitieran. Y las terceras serían las encarga-das de educar a los intérpretes y a los indígenasen general.

La reducción  de salvajes permitiría la posteriorcolonización de la Amazonia y de regiones simila-res del territorio nacional, con colonos nacionalesy luego con inmigrantes extranjeros. Incluso si lacolonización no se realizara, las ventajas de la re-ducción serían por sí solas enormes, ya que evitaríauna confrontación con los salvajes y, por ende, underramamiento de sangre, garantizaría la soberaníaal tener una población, aunque fuera parcialmentenacionalizada, y cumpliría con el deber cristiano de

dar luz a quienes viven en la oscuridad. Además,por supuesto, esta acción traería ingentes bene-cios económicos:

Pues bien: tenemos 300.000 indios que ya estánen el país, como nacidos en él. Por cuanto notodos son hombres ni todos útiles, pongamos quesólo valgan a cien dólares, la décima parte de uninmigrante europeo. Estoy seguro de que sabiendoaprovechar el trabajo del indígena, dará el interésdel capital en que se le aprecia. Luego la población

indígena vale 30 millones de peso oro, mínimo(Uribe Uribe, 1908: 126).

Reexiones nalesLa primacía de la violencia en las relaciones entrecolonos, empresarios, caucheros e indígenas, lapresencia de estos últimos, la precaria e incons-tante presencia del Estado y la amenaza extranjeramarcaban las percepciones de los letrados andinossobre la Orinoquia y la Amazonia. En estas regio-nes conuían el pasado atávico y el retorno de lo

reprimido, condensado por la selva y los indígenas;la contemporaneidad que instauraba el avance de

los intereses extranjeros, sobre todo peruanos, enun territorio que se consideraba nacional, aunqueno nacionalizado, y el deseo de fundar una nuevasociedad a través de la conquista, el control y laapropiación productiva de los desiertos de la patria.

 Todas estas representaciones marcaron laimaginación geopolítica de los colombianos, de lacual se ha mostrado aquí sólo un fragmento, peroque puede ser rastreada hasta la actualidad y enmúltiples fuentes: novelas, artículos periodísticos,

películas, noticieros, series de televisión, canciones,etc. Esta concepción continúa aún marcada porla idea de marginalidad, exuberancia y violencia,pero ahora, a diferencia de hace un siglo, está cada

 vez más atravesada por las argumentaciones sobrela biodiversidad, el multiculturalismo y la luchacontra las drogas. Repensar esas representacionesa la luz de la historia puede ser una buena formade transformar nuestra imaginación geopolítica.

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