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LOS NUEVE LIBROS DE LA HISTORIA TOMO 9 HERODOTO DE HALICARNASO Ediciones elaleph.com

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    H E R O D O T O D EH A L I C A R N A S O

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

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    LIBRO NOVENO.

    CALIOPE.

    Mardonio se apodera nuevamente de Atenas, aban-donada de sus ciudadanos, los cuales se quejan de laindiferencia de los Lacedemonios: decdense stos asocorrerlos, por lo cual Mardonio abandona la po-blacin despus de haber demolido sus muros yedificios. -Los Griegos son atacados a las inmedia-ciones del Citeron por la caballera persa, y muereen la refriega su jefe Masistio. Avanza el ejrcitogriego hacia Platea y se atrinchera contra el Persa.Disputa entre los Atenienses y los de Tegea sobrepreferencia en el campamento y mando: resea yformacin de ambos ejrcitos, los cuales, en vista delos ageros, permanecen indecisos, sin atreverse a

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    dar la batalla. Decdese Mardonio a embestir contralos Griegos, y Alejandro de Macedonia le avisa enpersona este proyecto. -Reto de Mardonio a los La-cones. Tratan los Griegos de retirarse para mejorarde posicin pero se opone un caudillo Lacedemo-nio, y entretanto algunos de los confederados huyena Platea. Al retirarse los Lacedemonios son atacadospor los Persas. -Muerte de Mardonio y fuga delejrcito persa, que atacado en sus trincheras es pa-sado a degello por los Griegos. Relacin de lossujetos que se distinguieron en aquella jornada y delbotn ocupado a los Persas. -El ejrcito Griegotrata de castigar a los aliados, y pone sitio a los Te-banos. Entretanto Leotiquides con la armada griegaintenta atacar a los restos de la persiana; pero susjefes saltan en tierra y se fortifican en Micale, endonde son atacados y vencidos por los Griegos. -Sublevacin de los Jonios contra los Persas.-Riaentre Masistes y Atraintes, generales persas. Amoresincestuosos de Jerges con la familia de Masistes. Elmanto de Jerges. Los Griegos atacan el Quersonesoy se apoderan de Sesto, plaza defendida por los Per-sas, y dan muerte a su gobernador, el impo Artaites.

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    Recibida, pues, dicha respuesta, dieron la vueltahacia Esparta los enviados; pero Mardonio, luegoque vuelto de su embajada Alejandro le dio raznde lo que traa de parte de los Atenienses, saliendoal punto de Tesalia dbase mucha prisa en conducirsus tropas contra Atenas, haciendo al mismo tiempoque se le agregasen con sus respectivas milicias lospueblos por donde iba pasando. Los prncipes de laTesalia1, bien lejos de arrepentirse de su pasadaconducta, entonces con mayor empeo y diligenciaservan al Persa de guas y adalides: de suerte queTorax el Lariseo, que escolt a Jerges en la huida,iba entonces abiertamente introduciendo en la Gre-cia al general Mardonio.

    II. Apenas el ejrcito, siguiendo sus marchas,entr en los confines de la Beocia, salieron conpresteza los Tebanos a recibir y detener a Mardonio.Representronle desde luego que no haba de hallarparaje ms a propsito para sentar sus reales queaquel mismo donde actualmente se encontraba;aconsejbanle, pues, con mucho ahnco, sin dejarlepasar de all, que atrincherado en aquel campo to-mara sus medidas para sujetar a la Grecia toda sin

    1 Tres eran los hermanos Alvadas, prncipes de Tesalia,Eupilo, Trasideo y Torax.

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    disparar un solo dardo, pues harto haba visto yapor experiencia cun arduo era rendir por fuerza alos Griegos unidos, aunque todo el mundo les aco-metiera de consuno. -Pero si vos, iban continuan-do, queris seguir nuestro consejo, uno os daremostan acertado, que sin el menor riesgo daris al suelocon todas sus mquinas y prevenciones. No habisde hacer para esto sino echar mano del dinero, ycon tal que lo derramis, sobornaris fcilmente alos sujetos principales que en sus respectivas ciuda-des tengan mucho influjo y podero. Por este mediolograres introducir en la Grecia tanta discordia ydivisin, que os sea bien fcil, ayudado de vuestrosasalariados, sujetar a cuantos no sigan vuestro parti-do.

    III. Tal era el consejo que a Mardonio sugeranlos Tebanos: el dao estuvo en que no le dio entra-da2, por habrsele metido muy dentro del corazn eldeseo de tomar otra vez a Atenas, parte por merocapricho y antojo, parte por jactancia, queriendohacer alarde con su soberano, quien se hallaba a lasazn en Sardes, de que era ya dueo otra vez de 2 Con esto desmiente Herodoto a los oradores Demstenesy Esquines, cuando afirman que pas en efecto al Pelopone-

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    Atenas, y pensando darle el aviso por medio de losfuegos que de isla en isla pasaran como correos.Llegado en efecto a Atenas, tom a su salvo la pla-za, donde no encontr ya a los Atenienses, de loscuales parte supo haber pasado a Salamina, partehallarse en sus galeras. Sucedi esta segunda tomade Mardonio diez meses despus de la de Jerges.

    IV. Al verse Mardonio en Atenas, llama a un talMuriquides, natural de las riberas del Helesponto yle despacha a Salamina; encargado de la misma em-bajada que a los de Atenas haba pasado Alejandroel Macedonio. Determinose Mardonio a repetirles lomismo no porque no diera por supuesto que le eracontrario y enemigo el nimo de los Atenienses,sino porque se lisonjeaba de que, viendo ellos con-quistada entonces el tica a viva fuerza, y puesta supatria en manos del enemigo, cediendo de su tena-cidad primera, volveran quiz en su acuerdo. Contal mira, pues, envi a Muriquides a Salamina.

    V. Presentado ste delante del Senado de losAtenienses, expuso la embajada que de parte deMardonio les traa. Entre aquellos senadores hubocierto Lcidas, cuyo parecer fue que lo mejor sera

    so un tal Artimio, con grandes sumas para desconcertar launin de los Griegos.

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    admitir el partido que Muriquides les haca y propo-nerlo a la junta del pueblo, ora fuera que l de suyoas opinase, ora bien se hubiese dejado sobornarcon las ddivas de Mardonio. Pero los Atenienses,as senadores como ciudadanos, al oir tal propo-sicin, mirronla con tanto horror, que rodeando aLcidas en aquel punto le hicieron morir a pedradas,sin hacer por otra parte mal alguno a Muriquides,mandndole solamente que se fuera luego de supresencia3. El grande alboroto y ruido que sobre elhecho de Lcidas corra en Salamina lleg veloz a losodos curiosos de las mujeres, quienes iban infor-mndose de lo que pasaba; entonces, pues, de im-pulso propio, exhortando unas a las otras a que lassiguieran, y corriendo todas juntas hacia la casa deLcidas, hicieron morir a pedradas a la mujer de s-te, juntamente con sus hijos, sin que nadie les hu-biese movido a ello.

    VI. El motivo que para pasar a Salamina tuvie-ron entonces los de Atenas fue el siguiente: Todo eltiempo que vivan con la esperanza de que en suasistencia y socorro haba de venirles un cuerpo de

    3 Herodoto no hace mencin de otro apedreado por motivosemejante, segn parece, llamado Cirselo, si estamos a lo quedicen Demstenes, Ciceron y otros.

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    tropas del Peloponeso, estuvironse firmes y cons-tantes en no desamparar el tica. Mas despus quevieron que los Peloponesios, dando treguas al tiem-po, dilataban sobrado su venida, y oyendo ya decirque se hallaba el brbaro marchando por la Beocia,les oblig su misma posicin a que, llevando prime-ro a Salamina cuanto tenan, pasasen ellos mismos adicha isla. Desde all enviaron a Lacedemonia unosembajadores con tres encargos; el primero de darquejas a los Lacedomonios por la indiferencia conque miraban la invasin del tica por el brbaro, nohabiendo querido en compaa suya salirle al en-cuentro hasta la Beocia; el segundo de recordarlescun ventajoso partido les haba a ellos ofrecido elPersa a trueque de atraerles a su liga y amistad; eltercero de prevenirles que los Atenienses al fin, sino se les socorra; hallaran algn modo como salirdel ahogo en que se vean.

    VII. He aqu cul era entretanto la situacin delos Lacedemonios: hallbanse por una parte muyocupados a la sazn en celebrar sus Hiacintias, asllamaban sus fiestas en honor del nio Hiacinto,emplendoles toda la atencin y cuidado el clebreculto de su dios; y por otra andaban muy afanadosen llevar adelante la muralla que sobre el istmo iban

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    levantando y que tenan en estado ya de recibir lasalmenas. Apenas entrados, pues, en Lacedemonialos embajadores de Atenas, en cuya compaa ve-nan los enviados de Megara y los de Platea, pre-sentronse a los Etoros, y les hablaron en estostrminos: -Venimos aqu de parte de los Atenien-ses, quienes nos mandan declararos los siguientespartidos que el rey de los Medos nos propone: pri-mero, se ofrece a restituirnos nuestros dominios;segundo, nos convida a una alianza ofensiva y de-fensiva con una perfecta igualdad e independencia,sin doblez ni engao; tercero, nos promete, y sale deello garante, aadir a nuestra repblica el estado yprovincia que nosotros queramos escoger. Pero losAtenienses, tanto por el respeto con que veneramosa Jpiter Helenio, patrono de la Grecia4, cuanto porel horror innato que en nosotros sentimos de sertraidores a la patria comn, no le dimos odos, re-chazando su proposicin, por ms que nos vira-mos antes, no como quiera agraviados, sino lo quees ms, desamparados y vendidos por los Griegos; yesto sabiendo muy bien cunta mayor utilidad nostraera la avenencia que no la guerra con el Persa. Ni

    4 Como tal haba sido escogido por Eaco, quien en Egina leerigi un templo.

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    esto lo decimos porque nos arrepintamos de lo he-cho, protestando de nuevo que jams nos coligare-mos con el brbaro, sino solamente para que se veaadnde llega nuestra fe y lealtad para con los Grie-gos. Vosotros, si bien estbais temblando entoncesde miedo, y por extremo recelosos de que no con-viniramos en pactos con el Persa, viendo despusclaramente, por una parte, que de ninguna maneraramos capaces por nuestras opiniones de ser trai-dores a la Grecia, y teniendo ya, por otra, concludaen el istmo vuestra muralla, no contis al presente nimucho ni poco con los Atenienses, pues no obs-tante de habernos antes prometido que con las ar-mas en la mano saldrais hasta la Beocia a recibir alPersa, nos habis vendido, faltando a vuestra pala-bra, y nada os importa ahora que el brbaro tenga eltica invadida. Los Atenienses, pues, se declaranaltamente resentidos de vuestra conducta, la que noconviene con vuestras obligaciones: lo que al pre-sente desean, y con razn pretenden de vosotros,es, que con la mayor brevedad posible les enviis unejrcito que venga en nuestra compaa, a fin depoder salir unidos a oponernos al brbaro en el ti-ca, pues una vez perdida por vuestra culpa la mayoroportunidad de recibirlo en la Beocia, la llanura

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    Triasia es en el tica el campo ms a propsito parala batalla.

    VIII. Oda por los Eforos la embajada, difirie-ron para el otro da la respuesta, y al otro da la di-lataron para el siguiente, y as de da en da,dndoles ms y ms prrrogas, fueron entretenin-doles hasta el dcimo. En tanto, no se daban manoslos Peloponesios en fortificar al istmo, siendo yamuy poco lo que faltaba para dar fin y remate a lasobras. No sabra yo, en verdad, dar otra razn de laconducta de los Lacedemonios en haber tomadoantes con tanto ahnco el impedir la confederacinde los Atenienses con los Medos, cuando vino a laciudad de Atenas Alejandro el Macedonio, y en nodar luego a todo ello importancia alguna, sino eldecir que teniendo ltimamente del todo fortificadoel istmo, parecales ya que para nada necesitaban deAtenas, al paso que antes, al tiempo en que llegAlejandro a aquella ciudad, no habiendo murado to-dava y hallndose puntualmente en la mitad deaquellas obras, teman mucho en ser acometidospor el Persa, si no lo impedan los Atenienses.

    IX. Con todo, acordaron al cabo los Lacedemo-nios responder a los embajadores y mandar salir acampaa sus Espartanos con el siguiente motivo:

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    Un da antes del ltimo plazo para la decisin delnegocio, un ciudadano de Tegea, llamado Quileo,que era el extranjero de mayor influjo en Lacede-monia, habiendo odo de boca de los Eforos todolo que antes les haban expuesto los embajadores deAtenas, bien informado del negocio, respondilesen esta forma: -Ahora, pues, ilustres Eforos, vienetodo a reducirse a un punto solo, y es el siguiente: sipor acaso coligados los Atenienses con el brbarono obran de acuerdo con nosotros, por ms cerradoque tengamos el istmo con cien murallas, tendrnlos Persas abiertas por cien partes las puertas delPeloponeso. No, magistrados, eso no conviene deningn modo; es preciso dar audiencia y respuesta alos Atenienses, antes que no tomen algn partidopernicioso a la Grecia.

    X. Este consejo que dio a los Eforos el buenQuileo, y la reflexin tan exacta que les present,penetrles de manera que, prescindiendo de darparte del negocio pendiente a los diputados que ha-ban all concurrido de diferentes ciudades, al mo-mento, sin esperar a que amaneciera, mandaron salirde la ciudad 5.000 Espartanos, ordenando al mismotiempo que siete ilotas acompaasen a cada uno deellos, y encargndolos a Pausanias, hijo de Cleom-

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    broto, padre de Pausanias e hijo de Anaxandrides,pues habiendo poco antes regresado del istmo conla gente que trabajaba all en dicha muralla, acab lacarrera de su vida inmediatamente despus de suvuelta: el motivo que le oblig a retirarse del istmocon su gente, haba sido el haber visto que al tiempode celebrar all sacrificios contra el Persa, se les ha-ba cubierto el sol y oscurecido el cielo. Pausanias,pues, destinado a la empresa, se asoci por tenientegeneral a Eurianactes, el cual, como hijo de Dorieo,era de su misma familia. Esta fue, repito, la gente dearmas que sali de Esparta, conducida por Pausa-nias.

    XI. Apenas amaneci, cuando los embajadores,que nada haban sabido todava de la salida de tro-pas, se presentaron ante los Eforos con el nimoresuelto a despedirse para volverse a su patria. Ad-mitidos, pues, a la audiencia pblica, hablaron enestos trminos: -Bien podis, Lacedemonios, pornuestra parte, quedaros de asiento en casa sin sacarun pie fuera de Esparta, celebrando muy despacio, atodo placer, esas fiestas en honor de vuestro Hia-cinto, y faltando muy de propsito a la correspon-dencia que debis a vuestros aliados. Obligadosnosotros, los Atenienses, as por esa nueva injuria

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    que con vuestra estudiada tardanza y desprecio nosestis haciendo, como tambin por vernos faltos desocorro, nos entenderemos con el Persa del mejormodo que podamos. Manifiesto es que, una vezamistados con el rey, seguiremos como aliados susbanderas donde quiera que nos conduzcan. Voso-tros, sin duda, desde aquel punto comenzareis asentir los efectos que de una tal alianza se os podrnoriginar. La respuesta que dieron los Eforos a estebreve discurso de los enviados, fue afirmar con ju-ramento, que crean en verdad hallarse ya sus tropasen Orestio, marchando contra los extranjeros, puesextranjeros llamaban a los brbaros segn su frase.Pero como los embajadores, que no la entendan,preguntasen lo que pretendan significar con aque-llo, informados luego de todo lo que pasaba, qued-ronse admirados y suspensos, y sin perder mstiempo, salieron en seguimiento de los soldados,llevando en su compaa 5.000 infantes que se ha-ban escogido entre los Periecos5 (o vecinos libres)de toda la Lacedemonia.

    5 Estos vecinos de las ciudades subalternas del Estado eran lasegunda clase de tres que haba en Lacedemonia, inferiores alos Espartanos o moradores de la ciudad, y superiores a losilotas o esclavos.

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    XII. Entretanto que dicha tropa se apresuraba allegar al istmo, los Argivos, apenas oyeron la noticiade que ya Pausanias haba salido de Esparta con lagente de armas, echando mano luego del mejorposta que pudieron hallar, lo envan al tica porexpreso, en consecuencia de haber antes ofrecido aMardonio que procuraran impedir a Espartanos lasalida. Llegado, pues, a Atenas este correo Hemero-dromo, dio as a Mardonio la embajada: -Seor, meenvan los Argivos para haceros saber que la gentemoza sali armada ya de Lacedemonia, sin que aellos les haya sido posible estorbarles la salida: coneste aviso podris tomar mejor vuestras medidas.Dado as el recado, volvise el expreso por el mis-mo camino.

    XIII. Mardonio que tal oy, no se hall seguroen el tica, ni se determin a esperar en ella porms tiempo, siendo as que antes que tal nueva lellegara, se detena all muy despacio para ver en quparaba la negociacin de parte de los Atenienses,pues como siempre esperase que vendran al cabo asu partido, ni talaba entretanto su pas, ni haca da-o alguno en el tica. Mas luego que informado decuanto pasaba vio que nada a su favor tena que es-perar de los Atenienses, pens desde entonces en

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    emprender su retirada antes que con su gente llegaraPausanias al istmo. Al salir de Atenas dio orden deabrasar la ciudad, y dar en el suelo con todo lo res-tante, ora fuese algn lienzo de muralla que hubieraquedado antes en pie, ora pared desmoronada dealguna casa, ora fragmento o ruina de algn templo.Dos motivos en particular le persuadan la retirada:uno por ver que el tica no era a propsito paraque maniobrara all la caballera; otro el entenderque, vencido una vez en campo de batalla, no lequedara otro escape que por unos pasos tan estre-chos, que un puado de gente pudiera impedrselo.Parecile, pues, ser lo ms acertado retirarse haciaTebas, y dar all la batalla, ya cerca de una ciudadamiga, ya tambin en una llanura a propsito paramaniobrar la caballera.

    XIV. Ejecutando ya la retirada, llegle a Mardo-nio otro correo al tiempo mismo de la marcha, dn-dole de antemano aviso de que hacia Megara sediriga otro cuerpo de 1.000 Lacedemonios. Vnolecon esto el deseo de probar fortuna para ver si lesera dable apoderarse de aquel destacamento: man-d, pues, que retrocediera su gente, a la cual indujol mismo hacia Megara, y adelantada entretanto sucaballera, hizo correras por toda aquella comarca.

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    Este fue el trmino y avance hacia Poniente dondelleg en Europa el ejrcito persa.

    XV. En el intermedio llegle a Mardonio otroaviso de que ya los Griegos se hallaban en gran n-mero rcunidos en el istmo; aviso que de nuevo lehizo retroceder hacia Decelea. A este efecto losBeotarcas o jefes de la Beocia haban hecho pre-sentarse a los Beocios fronterizos de los Asopios,quienes iban guiando la gente hacia las Sfendaleas6 yde all hacia Tanagra, donde habiendo hecho altouna noche, y marchado al da siguiente la vuelta deSeolon, hallse ya el ejrcito en el territorio de losTebanos. Por ms que stos se hubiesen unido a losMedos, les tal entonces Mardonio las campias, nopor odio que les tuviera, sino obligado a ello poruna extrema necesidad, queriendo absolutamentefortificar su campo con empalizadas y trincheraspara prevenirse un seguro asilo donde guarecer elejrcito, caso de no tener el encuentro el xito de-seado. Empez, pues, a formar sus reales desde

    6 Tanto las Sfendaleas como Decelea, eran villas de la tribuHipontida, en la costa del tica, fronteriza a Eubea. Tanagraes la moderna Anatoria, y Scolon una ciudad de la Beocia alpie del Monte Citeron.

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    Eritras, continundolos por Hisias7 y extendindo-los hasta el territorio de Platea a lo largo de las ribe-ras del ro Asopo: verdad es que las trincheras conque los fortific no ocupaban todo el espacio arribadicho, sino solamente unos diez estadios por cadauno de sus lados. En tanto que los brbaros anda-ban en aquellas obras muy afanados, cierto Tebanomuy rico y acaudalado, Atagino, hijo de Frigon,prepar un excelente convite a aquellos huspedes,llamando a Mardonio con cincuenta persas ms,jefes todos de la primera consideracin. Admitieronstos el agasajo y celebrose en Tebas el banquete.

    XVI. Voy a referir aqu con esta ocasin lo quesupe de boca de Tersandro, sujeto de la mayor con-sideracin en Orcmeno, de donde era natural, yque haba sido uno de los convidados de Atagino encompaa de otros cincuenta Tebanos. Decame,pues, que no comiendo los huspedes en mesa se-parada de la de los del pas, sino que estando juntosen cada lecho un Persa y un Tebano, al fin del con-vite, cuando se haban sacado ya los vinos, el Persacompaero suyo de lecho, que hablaba el griego,preguntle de donde era, y respondindole l que de

    7 Pausanias pone las ruinas de Hisias y Eritras a las races deCiteron, en la comarca de Platea.

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    Orcmeno, hablle en estos trminos: -Caro Or-comenio, ya que tengo la fortuna de ser tu camaradaen una mesa, cama y copa misma, quiero partici-parte en prueba de mi estima mis previsiones y sen-timientos, para que informado de antemano mirespor tu bien. Ves, amigo, tanto Persa aqu convida-do, y tanto ejrcito que dejamos atrincherado allcerca del ro? Digote, pues, ahora, que dentro depoco bien escasos sern entre todos los que veasvivos y salvos. Al decir esto el Persa, aadameTersandro, psose a llorar muy de vras, y l le res-pondi confuso y admirado: -Pues eso no seramenester que lo dijeras a Mardonio y a los que mspueden despus de l? -Amigo, replicle el Persa ala sazn, como no hay medio en el suelo para estor-bar lo que en el cielo est decretado8, si alguno seesfuerza a persuadir algo en contra, no se da crditoa sus buenas razones. Muchos somos entre los Per-sas que eso mismo que te digo lo tenemos biencredo y seguro; y sin embargo, como arrastradospor la fuerza del hado, vamos al precipicio: y te ase- 8 Esta sentencia, que pone ya el autor en boca de Cambises,(lib. III c. LXV), demuestra que estaba extendido entre losPersas el fatalismo, error que, nacido de una fuente puracomo es la presencia de Dios, conduca a las ms fatalesconsecuencias.

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    guro que no cabe entre hombres dolor igual al quesienten los que piensan bien sin poder nada, paraimpedir el mal. Esto oa yo de boca del Orcome-nio, Tersandro, quien aada que desde que lo oy,antes de darse la batalla en Platea, l mismo lo fuerefiriendo a varios.

    XVII. Despus de invadir a Atenas, haban uni-do sus tropas con Mardonio, que tena entonces elcampo en Beocia, todos los Griegos de aquelloscontornos, excepto los Focenses, quienes, si bienseguan al Medo con empeo, no proceda del cora-zn este empeo a que la fuerza solamente les obli-gaba. Reunironse stos al campo genera, no muchodespus de haber llegado a Tebas el ejrcito de losPersas, con 1.000 infantes mandados por Armoci-des, sujeto de la mayor autoridad y aceptacin entresus paisanos. En el momento de llegar a Tebas,mandles decir Mardonio, por medio de unos sol-dados de caballera, que plantasen aparte sus tiendasen los reales, separados de los dems: apenas acaba-ron de hacer lo que se les mandaba, cuando se vie-ron circuir por toda la caballera persiana. Estanovedad fue seguida de un rumor esparcido luegoentre los Griegos aliados del Medo, y comunicadoen breve a los Focenses mismos, de que vena aque-

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    lla a exterminarlos a fuerza de dardos: en conse-cuencia de ello, el general Armocides les anim coneste discurso: -Visto est, paisanos, que esos hom-bres que nos rodean quieren que todos perezcamos,presentando a nuestros ojos la muerte en castigo delas calumnias con que sin duda nos han abrumadolos Tsalos. Esta es, pues, oh compatricios, la horade que, mostrando el valor de nuestro brazo, vendacada cual cara su vida. Si morir debemos, muramosantes vengando nuestra muerte, que no vilmenterendidos dejndonos asesinar como cobardes: sepanesos brbaros que los Griegos a quienes maquinanla muerte no se dejan degollar impunemente comocorderos.

    XVIII. As les exhortaba su general a unamuerte gloriosa, cuando ya la caballera Persiana,cerrndoles en medio, embesta apuntadas las armasen ademn de quien iba a disparar y dudase aun sialguien, en efecto, haba ya disparado algn tiro. Derepente, formando un crculo los Focenses, y api-ndose por todas partes cuanto les fue posible, sedisponen para hacer frente a la caballera; ni fuemenester ms para que sta se retirase viendo aque-lla cerrada falange. En verdad que no me atrevo aasegurar lo que hubo en el caso: ignoro si los Persas,

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    venidos a instancia de los Tsalos con nimo deacabar con los Focenses, al ver que stos se dispo-nan como valientes a una vigorosa defensa, volvie-ron luego las espaldas, por habrsele prevenido asMardonio en aquel caso, o si ste con tal aparato nopretenda ms que hacer prueba del valor y nimode los Focenses. Este ltimo fue por cierto lo quesignific Mardonio cuando, despus de retirada sucaballera, les mand decir por un pregonero:-Bien, muy bien, Focenses! Mucho me alegro deque seis, no los cobardes que se me deca, sino losbravos soldados que os mostris Animo, pues! ser-vid con valor y esfuerzo en esta campaa, segurosde que no sern mayores vuestros servicios que lasmercedes que de m y de mi soberano reportaris.

    XIX. Tal fue el caso de los Fecenses; pero vol-viendo a los Lacedemonios, luego de llegados alistmo, plantaron all su campo. Los dems Pelopo-nesios, que seguan el sano partido a favor de la pa-tria, parte sabiendo de odas, parte viendo por susmismos ojos que se hallaban acampados ya los Es-partanos, no creyeron bueno quedrseles atrs enaquella jornada, antes bien fueron a juntrseles lue-go. Reunidos en el istmo, viendo que les lisonjeabancon los mejores ageros las vctimas del sacrificio,

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    pasaron a Eleusina, donde repetidos los sacrificioscon faustas seales, iban desde all continuando susjornadas. Marchaban ya con las dems tropas Ate-nienses las que pasando desde Salamina a tierra fir-me se les haban agregado en Eleusina. Llegadostodos a Eritras, lugar de la Beocia, como supiesenall que los brbaros se hallaban acampados cercadel Asopo, tomando acuerdo sobre ello, plantaronsus reales enfrente del enemigo, en las races mis-mas de Citeron.

    XX. Como los Griegos no presentasen la batallabajando a la llanura, envi Mardonio contra ellostoda la caballera, con su jefe Masistio, a quien sue-len llamar Macisio los Griegos, guerrero de muchocrdito entre los Persas, que vena montado sobresu caballo Niseo, a cuyo freno y brida de oro co-rresponda en belleza y valor todo lo dems de lasguarniciones. Formados, pues, los Persas en susrespectivos escuadrones, embistiendo con su caba-llera a los Griegos, a ms de incomodarles muchocon sus tiros, les afrentaban de palabra llamndolesmujeres.

    XXI. Casualmente en la colocacin de las briga-das haba cabido a los Megarenses el puesto msprximo al enemigo, y tal que siendo de fcil acceso

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    daba ms lugar al mpetu de la caballera. Vindose,pues, acometidos del enemigo que les cargaba yoprima con bizarro continente despacharon a losgenerales griegos un mensajero, que llegando a supresencia, les habl en esta forma: -Los Megaren-ses me envan con orden de deciros: Amigos, nopodemos con sola nuestra gente sostener por mstiempo el ataque de la caballera persa, y guardar elpuesto mismo que desde el principio nos ha cabido;y si bien basta ahora hemos rebatido al enemigo conmucho vigor y bro por ms que nos agobiase, ren-didos ya al cabo, vamos a desamparar el puesto sino enviis otro cuerpo de refresco que nos releve ylo ocupe: y mirad que muy de veras lo decimos.Recibido este aviso, iba luego Pausanias brindandoa los Griegos que si algn cuerpo, entrando en lugarde los Megarenses, querra de su voluntad cubriraquel puesto peligroso: y viendo los Atenienses queninguna de las dems brigadas se orfreca espont-neamente a arrostrar tal riesgo, ellos se brindaron alreemplazo de los Megarenses, y fueron all con uncuerpo de 300 guerreros escogidos, a cuyo frenteiba por comandante Olimpiodoro, hijo deLampson.

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    XXII. Esto cuerpo, al que se agreg una partidade ballesteros, fue entre todos los Griegos que sehallaban presentes el que quiso, apostado en Eritras,relevar a los Megarenses. Emprendida de nuevo laaccin, dur por algn tiempo, terminando al cabodel siguiente modo: Acaeci que peleando sucesi-vamente por escuadrones la caballera persiana, ha-bindose adelantado a los dems el caballo en quemontaba Masistio, fue herido en un lado con unasaeta. El dolor de la herida hzole empinar y dar conMasistio en el suelo. Corren all los Atenienses, yapoderados del caballo logran matar al general de-rribado, por ms que procuraba defenderse, y porms que al principio se esforzaban en vano en qui-tarle la vida. La dificultad provena de la armaduradel general, quien vestido por encima con una tni-ca de grana, traa debajo una loriga de oro de es-camas, de donde naca que los golpes dados contraella no surtiesen efecto alguno. Pero notado estopor uno do sus enemigos, metile por un ojo lapunta de la espada, con lo cual, cado luego Masis-tio, al punto mismo espir. En tanto, la caballera,que ni haba visto caer del caballo a su general, nimorir luego de cado a manos de los Atenienses,nada saba de su desgracia, habiendo sido fcil el no

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    reparar en lo que pasaba, por cuanto en aquella re-friega iban alternando las acometidas con las retira-das. Pero como salidos ya de la accin viesen quenadie les mandaba lo que deban ejecutar, cono-ciendo luego la prdida, y echando menos a su ge-neral, se animaron mutuamente a embestir todos auna con sus caballos, con nimo de recobrar almuerto.

    XXIII. Al ver los Atenienses que no ya por es-cuadrones, sino que todos a una venan contra elloslos caballos, empezaron a gritar llamando el ejrcitoen su ayuda: y en tanto que ste acuda ya reunido,encendise alrededor del cadver una contiendamuy fuerte y porfiada. En el intermedio que la sos-tenan solos los 300 campeones, llevando notoria-mente la peor parte en el choque, veanse obligadosa ir desamparando al general difunto; pero luegoque lleg la dems tropa de socorro, no pudieronresistirla los Persas de a caballo, ni menos llevarconsigo el cadver, antes bien alrededor de stequedaron algunos ms tendidos y muertos. Retira-dos, pues, de all, y parados como a dos estadios dedistancia, pusironse los Persas a deliberar sobre elcaso, y pareciles ser lo mejor volverse hacia Mar-donio, por no tener quien les mandase.

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    XXIV Vuelta al campo la caballera sin Masistioy con la nueva de su desgraciada muerte, fue excesi-vo en Mardonio y en todo el ejrcito el dolor y sen-timiento por aquella prdida. Los Persasacampados, cercenndose los cabellos en seal deluto y cortando las crines a sus caballos y a las de-ms bestias de carga, en atencin a que el difuntoera despus de Mardonio el personaje de mayorautoridad entre los Persas y de mayor estimacinante el soberano, levantaban el ms alto y ruidosoplaido, cuyo eco resonaba difundido por toda laBeocia. Tales eran las honras fnebres que los br-baros, segn su usanza, hacan a Masistio.

    XXV. Los Griegos por su parte, viendo que noslo haban podido sostener el mpetu de la caballe-ra, sino que aun haban logrado rechazarla de modoque la obligaron a la retirada, llenos de coraje, co-braron nuevos espritus para la guerra. Puesto desdeluego el cadver encima de un carro, pensaron enpasearlo por delante de las filas del ejrcito. La altaestatura del muerto y su gallardo talle, lleno de ma-jestad y digno de ser visto, circunstancias que lesmovan a aquella demostracin, obligaban tambin alos dems Griegos a que, dejados sus respectivospuestos, concurriesen a ver a Masistio. Despus de

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    esta hazaa, pensaron ya en bajar de sus cerros ha-cia Platea, lugar que as por la mayor abundancia deagua como por otras razones, les pareci muchoms cmodo que el territorio Eritreo para fijar allsus reales. Resueltos, pues, a pasar hacia la fuenteGargafia, que se halla en aquellas cercanas, y mar-chando con las armas en las manos por las faldasdel Citeron y por delante de Hisias, se encaminarona la comarca de Platea, donde por cuerpos ibanatrincherndose cerca de la fuente mencionada y deltemplo del hroe Androcrates, en aquellas colinaspoco elevadas y en la llanura vecina.

    XXVI. Movise aqu entre Tegeatas y Atenien-ses un porfiadsimo altercado, sobre qu puesto de-ban ocupar en el campo, pretendiendo cada cual delos pueblos que le tocaba de justicia el mando deuna de las dos alas del ejrcito, y produciendo a fa-vor de su derecho varias pruebas en hechos anti-guos y recientes. Los de Tegea hablaban as por suparte: -En todas las expediciones, as antiguas co-mo modernas, que de consuno han hecho los Pelo-ponesios, contando ya desde el tiempo en que pormuerte de Euristenes procuraban volver al Pelopo-neso los Herclidas, nos han reputado siemprenuestros aliados por acreedores a lograr el puesto

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    que ahora pretendemos, cuya prerrogativa mereci-mos nosotros por cierta hazaa de que vamos a darrazn cuando plantamos en el istmo nuestras tien-das, saliendo a la defensa del Peloponeso, en com-paa de los Aqueos y de los Jonios, que tenan alltodava su asiento y morada. Porque entonces Hilo,segn es fama comn, propuso en una conferenciaa los del Peloponeso que no haba razn para quelos dos ejrcitos se pusieran a peligro de perderse enuna accin general, sino que lo mejor para entram-bos era que un solo campen del ejrcito pelopone-sio, cualquiera que escogiesen por el ms valiente detodos, entrase con l en batalla cuerpo a cuerpo,bajo ciertas condiciones. Pareci bien la propuestadel retador, y bajo (le juramento fue otorgado unpacto y condicin de que si Hilo venca al campeny jefe del Peloponeso, volvieran los Herclidas aapoderarse del Estado de sus mayores; pero que siHilo fuese vencido, partiesen de all los Herelidascon su ejrcito, sin pretender la vuelta al Pelopone-so dentro del trmino de cien aos. Sucedi, pues,que Equemo, hijo de Heropo y nieto de Foees, elcual era a un tiempo nuestro rey y general, habiendosido muy a su gusto elegido de entre todos los alia-dos para el pactado duelo, venci en l y quit la

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    vida a Hilo. Decimos, pues, que en premio de talproeza y servicio, entre otros privilegios con quenos distinguieron aquellos antiges Peloponesios,en cuya posesin aun ahora nos mantenemos, noshonraron con la preferencia del mando en una delas dos alas siempre que se saliera a una comn ex-pedicin. No significamos con esto que pretenda-mos apostrnoslas con vosotros, oh Lacedemonios,a quienes damos de muy buena gana la opcin deescoger el mando de una de las dos alas del ejrcito:slo s decimos que de razn y de derecho nos tocael mandar en una de las dos, segn siempre se hausado. Y aun dejando aparte la mencionada hazaa,somos, sin duda alguna, mucho ms acreedores aocupar el pretendido puesto que esos Atenienses,pues que nosotros con prspero suceso hemos en-trado en batalla, muchas veces contra vosotrosmismos, oh Espartanos, muchas otras contra otrosmuchos. De donde concluimos que mejor es nues-tro derecho a mandar en una de las alas que el delos Ateniense, quienes en su favor no pueden pro-ducir hechos iguales a los nuestros ni en lo antiguoni en lo moderno.

    XXVII. Eso decan los Tegeatas, a quienes res-pondieron as los Atenienses: -Nosotros, a la ver-

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    dad, bien comprendemos que no nos hemos junta-do aqu para disputar entre nosotros, sino para pe-lear contra los brbaros. Mas ya que esos Tegeatashan querido apelar a las proezas que ellos y noso-tros en todo tiempo en servicio de la Grecia lleva-mos hechas, nos vemos, oh Griegos, obligadosahora a publicar los motivos de pretender que a no-sotros pertenece, en fuerza de los servicios presta-dos a la nacin, el derecho antiguo y heredado denuestros mayores, de ser preferidos siempre a los deArcadia. Decimos, en primer lugar, que fuimos no-sotros los que amparamos a los Herclidas, a cuyocaudillo ellos se jactan aqu de haber dado la muerte;y les amparamos de modo que, cuando al huir de laservidumbre de los de Micenas se vean arrojadosde todas las ciudades griegas, no slo les dimos aco-gida en nuestras casas, sino que, venciendo en sucompaa en campo de batalla a los Peloponesios,hicimos que dejase Euristenes de perseguirlos. Ensegundo lugar, habiendo perecido los Argivos quePolinices haba conducido contra Tebas, y quedn-dose en el campo sin la debida sepultura, nosotros,hecha una expedicin contra los Cadmeos, y reco-gidos aquellos cadveres, los pasamos a Eleusina,donde les dimos sepultura en nuestro suelo. En ter-

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    cer lugar, nuestra fue la famosa hazaa contra lasAmazonas, las que venidas desde el ro Terdomon-te, infestaban nuestros dominios all en los antiguostiempos. Por fin, en la empresa y jornada penosa deTroya, no fuimos los que peor nos portamos. Perobastante y sobrado dijimos sobre lo que nada sirvepara el asunto, pues cabe muy bien que los que fue-ron en lo antiguo gente esforzada, sean al presenteunos cobardes, y os que fueron entonces cobardessean ahora hombres de vala. As, que no se hable yams de hechos vetustos y anticuados: solo decimosque, aun cuando no pudiramos alabarnos de otrahazaa (que muchas y muy gloriosas podemos os-tentarlas, si es que hacerlo pueda alguna ciudadgriega), por sola la que hicimos en Maratn somosacreedores a esta preferencia de honor y a otrasmuchas ms, pues peleando nosotros all solos sinel socorro de los dems Griegos, y metidos en unaaccin de sumo empeo contra el Persa, salimos deella con victoria, derrotando de una vez a 46 nacio-nes9 unidas contra Atenas. Y habr quien diga que

    9 En este discurso, verdaderamente tico, al lado de muybuenas sentencias e ideas, se notan algunas ms brillantesque exactas, como la presente exageracin de 46 nacionesunidas en Maratn, y de las proezas ticas, que no se descui-

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    por solo este hecho de armas no merecimos el pre-sidir a una ala siquiera del ejrcito? Pero nosotrosrepetimos que no viene al caso reir ahora por estasetiquetas de puesto: Lacedemonios, aqu nos tenisa vuestras rdenes; apostadnos donde mejor os pa-rezca; mandad que vayamos a ocupar cualquier sitioque nos destinis, y en l os aseguramos que nofaltaremos a nuestro deber.

    XXVIII. As respondieron, por su parte, los deAtenas, y todo el campo de los Lacedemonios vota voz en grito que los Atenienses eran ms dignosque los Arcades del mando de una de las alas delejrcito, la cual, sin atender a los Tegeatas, se lesconfi en efecto. El orden que se sigui luego en lacolocacin de las brigadas griegas, as las que denuevo iban llegando, como las que desde el princi-pio haban ya concurrido, fue el siguiente: apostseen el ala derecha un cuerpo de 10.000 Lacedemo-nios, de los cuales los 5.000 eran Espartanos, aquienes asistan 35.000 ilotas armados a la ligera,siete ilotas por cada Espartano. Haban queridotambin los Espartanos que a su lado se apostaranlos de Tegea, quienes componan un regimiento de

    daron en hacer valer Demstenes, Iscrates, Lisias y otrosoradores de aquel pueblo.

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    1.500 Oplitas (infantes de armadura pesada), hacien-do con ellos esta distincin en atencin a su mritoy valor. A stos segua la brigada de los Corintios,en nmero de 5.000, quienes haban obtenido dePausanias que a su lado se apostasen los 300 Poti-deatas que de Palena haban concurrido. Venandespus por su orden 600 Arcades de Orcmeno;luego 3.00 Sicionios; en seguida 800 Epidaurios, ydespus un cuerpo de 1.000 Trecenios. Al lado destos estaban 200 Lepreatas, seguidos de 400 solda-dos, parte Micenos, parte Tirintios; tras stos venan1.000 Fliasios; luego 300 de Hermionia, y en seguida600 ms, parte de Eretria y parte de Stira, cuyo ladoocupaban 400 Calcidenses. Inmediatos a ellos, dej-banse ver por su orden consecutivo: los de Ampra-cia, en nmero de 500; los Leucadios y Anactorios,que eran 800; los Paleenses de Cefalenia, no ms de200, y los 500 de Egina. Junto a stos ocupaban lasfilas 3.000 Megarenses, a quienes seguan 600 dePlatea. Los ltimos en este orden, y los primeros enel ala izquierda, eran los Atenienses, que suban a8.000 hombres, capitaneados por Arstides el hijo deLismaco.

    XXIX. Los hasta aqu mencionados, sin incluiren este nmero a los siete ilotas que rodeaban a ca-

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    da Espartano, suban a 38.700 infantes; tantos y noms eran los Oplitas armados de pies a cabeza. Lossoldados de tropa ligera componan el nmero si-guiente: en las filas de los Espartanos, siendo sietelos armados a la ligera por cada uno de ellos, secontaban 35.000, todos bien apercibidos para elcombate. En las filas de los dems, as los Lacede-monios como Griegos, contando por cada infanteun armado a la ligera, ascenda el nmero a 34.000.De suerte que el nmero total de la tropa ligera dis-puesta en el orden de batalla, era de 69.500.

    XXX. As que el grueso del ejrcito que concu-rri a Platea, compuesto de hombres de armas ytropa ligera, constaba de 110.000 combatientes:porque si bien faltaba para esta suma la partida de1.800 hombres, la suplan con todo los Tespienses,quienes, bien que armados a ligera, concurran a lasfilas en nmero de 1.800. Tal era el ejrcito que te-na formados sus reales cerca del Asopo.

    XXXI. Los brbaros en el campo de Mardonio,acabado el luto por las exequias de Masistio, infor-mados de que ya los Griegos se hallaban en Platea,fueron acercndose hacia el Asopo, que por all co-rre; y llegados a dicho lugar, formbalos Mardoniode este modo: contra los Lacedernonios iba orde-

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    nando a los Persas verdaderos, y como el nmerode stos era muy superior al de aquellos, no slodispona en sus filas muchos soldados de fondo,sino que las dilataba an hasta hacer frente a losTegeatas, pero dispuestas de modo que lo ms ro-busto de ellas correspondiese a los Lacedemonios, ylo ms dbil a los de Tegea, gobernndose en estopor las sugestiones de los Tebanos. Seguanse losMedos a los Persas, con lo cual venan a hallarse defrente a los Corintios, a los Potideatas, a los Orco-menios y a los Sicionios. Los Bactrianos, inmediatosa los Medos, caan en sus filas fronteros a las filas delos Epidaurios, de los Trecenios, de los Lepreatas,de los Tirintios, de los Micenos y de los de Fliunte.Los Indios, apostados al lado de los Bactrianos, co-rrespondan cara a cara a las tropas de Hermione, deEretria, de Stira y de Clcide. Los Sacas, que eranlos que despus de los Indios venan, tenan delantede s a los Ampracianos, a los Anactorios, a los Pa-leenses y a los Eginetas. En seguida de los Sacascoloc Mardonio, contra los cuerpos de Atenas, dePlatea y de Megara, las tropas de los Beocios, de losLocros, de los Melienses, de los Tsalos, y un regi-miento tambin de 4.000 Focenses, de quienes nocoloc all ms por cuanto no seguan al Medo to-

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    dos ellos, siendo algunos del partido griego, loscuales desde el Parnaso, donde se haban hechofuertes, salan a infestar y robar al ejrcito de Mar-donio y de los Griegos adheridos al Persa. Contralos Atenienses orden, por fin, Mardonio a los Ma-cedones y a los habitantes de la Tesalia.

    XXXII. Estas fueron las naciones ms nombra-das, ms sobresalientes y de mayor consideracinque orden en sus filas Mardonio, sin que dejase dehaber entre ellas otra tropa mezclada de Frigios, deTracios, de Misios, de Peones y de otras gentes, en-tre quienes se contaban algunos Etopes, y tambinalgunos Egipcios que llamaban los Herimotibies ylos Calisirios, armados con su espada, siendo stoslos nicos guerreros y soldados de profesin en elEgipto. A estos, el mismo Mardonio, all en el Fate-ro, habales antes sacado de las naves en que venanpor tropa naval, pues los Egipcios no haban segui-do a Jerges entre las tropas de tierra en la jornada deAtenas. En suma, los brbaros, como ya llevo antesdeclarado, ascendan a 30 miradas, o sean 300.000combatientes; pero el nmero de los Griegos alia-dos de Mardonio nadie hay que lo sepa, por no ha-berse tenido cuenta en notarlo, bien que porconjetura puede colegirse que subira a 50.000. Esta

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    era la infantera all ordenada, estando apostada se-paradamente la caballera.

    XXXIII. Ordenados, pues, los dos ejrcitos aspor naciones como por brigadas, unos y otros al dasiguiente iban haciendo sus sacrificios para el buenxito de la accin. En el campo de los Griegos elsacrificador adivino que segua a la armada era untal Tisameno, hijo de Antoco y de patria Eleo,quien siendo de la familia agorera de los Iamidas10,haba logrado naturaleza entre los Lacedemonios.En cierta ocasin, consultando Tisameno al orculosobre si tendra o no sucesin, respondile la Pythiaque saldra superior en cinco contiendas de sumoempeo; mas como l no diese en el blanco deaquel misterio, aplicse a los ejercicios de la gim-nstica, persuadido de que lograra salir vencedor enlas justas o juegos gmnicos de la Grecia. Y conefecto, hubiera l obtenido en los juegos olmpicosen que haba salido a la contienda la palma en elPnetazo o ejercicio de aquellos cinco juegos, si

    10 En el original se aade de los Clciadas, pero esta palabradebi ser una nota marginal inclusa en el texto, pues siendotres las familias de Elide insignes por sus adivinaciones, la delos Iamidas, la de los Cliciadas y la de los Taliadas, no pudoser a un tiempo Tisameno, Iamida y Cliciada, a no decir quela dos familias haban emparentado.

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    Hieronimo Andrio, su antagonista, no le hubieravencido, bien que en uno slo de ellos, que fue el dela lucha. Sabedores los Lacedemonios del orculo, yal mismo tiempo persuadidos de que las contiendasen que vencera Tisameno no deberan de ser defiestas gmnicas sino marciales justas, procurabanatraerlo con dinero para que fuese conductor de sustropas contra los enemigos en compaa de sus re-yes los Heraclidas. Viendo el hbil adivino lo muchoque se interesaban en ganrsele por amigo, muchoms se haca de rogar, protestando que ni con dine-ro ni con ninguna otra propuesta convendra en loque de l pretendan, a menos que no le dieran elderecho de ciudadana con todos los privilegios delos Espartanos. Desde luego pareci muy mal a losLacedemonios la pretensin del adivino, y se olvida-ron de ageros y de victorias prometidas; perovindose al cabo amenazados y atemorizados con laguerra inminente del Persa, volvieron a instarle denuevo. Entonces, aprovechndose de la ocasin, yviendo Tisameno cambiados a los Lacedemonios yde nuevo muy empeados en su pretensin, no sedetuvo ya en las primeras propuestas, aadindolesser preciso que a su hermano Egias se le hiciera Es-partano no menos que a l mismo.

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    XXXIV. Parceme que en este empeo queraTisameno imitar a Melampo, quien antes se habaatrevido en un lance semejante a pretender en otraciudad la soberana, no ya la naturaleza, pues comolos Argivos, cuyas mujeres se vean generalmenteasaltadas de furor y mana, convidasen con dinero aMelampo para que, viniendo de Pilo a Argos, viesede librarlas de aquel accidente de locura, este astutomdico no pidi menor recompensa que la mitaddel reino o dominio. No convinieron en ello los Ar-givos; pero viendo al regresar a la ciudad que susmujeres de da en da se les volvan ms furiosas,cediendo al cabo a lo que pretenda Melampo, pre-sentronse a l y le dieron cuanto peda. CuandoMelampo los vio cambiados, subiendo de punto ensus pretensiones, les dijo que no les dara gusto sinocon la condicin de que diesen a Biante, su her-mano, la tercera parte del reino; y puestos los Argi-vos en aquel tranco tan estrecho, vinieron en con-cedrselo todo.

    XXXV. De un modo semejante los Espartanos,como necesitaban tanto del agorero Tisameno, leotorgaron todo cuanto les peda. Emprendi, pues,este adivino, Eleo de nacimiento y Espartano porconcesin, en compaa de sus Lacedemonios, cin-

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    co aventuras y contiendas de gravsima considera-cin. Ello es as que estos dos extranjeros fueron losnicos que lograron el beneficio de volverse Espar-tanos con todos los privilegios y prerrogativas deaquella clase. Por lo que mira a las cinco contiendasdel orculo, fueron las siguientes: una, y la primerade todas, fue la batalla de Platea, de que vamos ha-blando, la segunda la que en Tegea se dio despuscontra los Tegeanos y Argivos, la tercera la que enDipees11 se trab con los Arcades todos, a excep-cin de los de Mantinea; la cuarta en el Istmo,cuando se pele contra los Mesenios; la quinta fuela accin tenida en Tanagra contra los Atenienses yArgivos, que fue la ltima de aquellas cinco bienreidas aventuras.

    XXXVI. Era, pues, entonces el mismo Tisame-no el adivino que en Platea serva a los Griegosconducidos por los Espartanos. Y en efecto, lasvctimas sacrificadas eran de buen agero para losGriegos, en caso de que invadidos se mantuvieran ala defensiva; pero en caso de querer pasar el Asopoy embestir los primeros, eran las seales ominosas.

    11 Una de las poblaciones que se unieron para formar la ciu-dad de Megalopolis, al presente pobre aldea llamada Leonda-ri.

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    XXXVII. Otro tanto sucedi a Mardonio en sussacrificios: ranle propicias sus vctimas mientrasque se mantuviese a la defensiva para rebatir alenemigo; mas no le eran favorables si le acometasiendo el primero en venir a las manos, como l de-seaba. Es de saber que Mardonio sacrificaba tam-bin al uso griego, teniendo consigo al adivinoHegesistrato, natural de Elea, uno de los Teliadas yel de ms fama y reputacin entre todos ellos. Aeste en cierta ocasin tenan preso y condenado amuerte los Espartanos, por haber recibido de l milagravios y desacatos insufribles. Puesto en aquelapuro, vindose en peligro de muerte y de pasarantes por muchos tormentos, ejecut una accinque nadie pudiera imaginar; pues hallndose en elcepo con prisiones y argollas de hierro, como porcasualidad hubiera logrado adquirir un cuchillo, hizocon l una accin la ms animosa y atrevida decuantas jams he odo. Tom primero la medida desu pie para ver cunta parte de l podra salir por elojo del cepo, y luego segn ella se cort por el em-peine la parte anterior del pi. Hecha ya la opera-cin, agujereando la pared, pues que le guardabancentinelas en la crcel, se escap en direccin a Te-gea. Iba de noche caminando, y de da detenase

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    escondido en los bosques, diligencia con la cual,pesar de los Lacedemonios, que esparciendo laalarma haban corrido todos a buscarle, al cabo detres noches logr hallarse en Tegea; de suerte queadmirados ellos del valor y arrojo del hombre decuyo pie vean la mitad tendida en la crcel, no pu-dieron dar con el cojo y fugitivo reo de este modo,pues, Hegesistrato, escapndose de las manos de losLacedemonios, se refugi en Tegea, ciudad que a lasazn corra con ellos en buena armona. Curado allde la herida y suplida la falta con un pie de madera,se declar por enemigo jurado y mortal de los La-cedemonios verdad es que al cabo tuvo mal xito elodio que por aquel caso les profesaba, pues cogidoen Zacinto, donde prosegua vaticinando contraellos, le dieron all la muerte.

    XXXVIII. Pero este fin desgraciado sucedi aHegesistrato mucho despus de la jornada y batallade Platea. Entonces, pues, como deca, asalariadopor Mardonio con una paga no pequea, sacrificabaHegesistrato con mucho empeo y desvelo, nacidoen parte del odio a los Lacedemonios, en parte delamor propio de su inters. En esta sazn, como porun lado ni a los Persas se les declarasen de buenagero sus sacrificios, ni a los Griegos con ellos

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    acampados fuesen tampoco favorables los suyos(pues tambin stos tenan aparte su adivino, naturalde Leucadia y por nombre Hipmaco), y como porotro lado, concurriendo de cada da al campo ms yms Griegos, se engrosase mucho su ejrcito, un talTimegnides, hijo de Herpis, de patria Tebano, pre-vino a Mardonio que convena ocupar con algunosdestacamentos los desfiladeros del Citeron, dicin-dole, que puesto que venan por ellos diariamentenuevas tropas de Griegos, le sera fcil as in-terceptar muchos de ellos.

    XXXIX. Cuando el Tebano dio a Mardonio esteaviso, ocho das haca ya que los dos campos se ha-llaban all fijos uno enfrente de otro. Pareci el con-sejo tan oportuno, que aquella misma noche destacMardonio su caballera hacia las quebradas del Cite-ron por la parte de Platea, a las que dan los Beociosel nombre de los Tres Cabos, y los Atenienses lla-man los Cabos de la Encina. No hicieron en vanosu viaje, pues top all la caballera al salir a la llanu-ra con una recua de 500 bagajes, los cuq1es venandesde Peloponeso cargados de trigo para el ejrcito,cogiendo con ella a los arrieros y conductores de lascargas. Dueos ya los Persas de la recua, llevbanlotodo a sangre y fuego, sin perdonar ni a las bestias

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    ni a los hombres qua las conducan, hasta tanto quecansados ya de matar a todo su placer, cargando conlo que all quedaba, volvironse con el botn hacialos reales de Mardonio.

    XL. Despus de este lance, pasronse dos dasms sin que ninguno de los dos ejrcitos quisiera serel primero en presentar la batalla o en atacar al otro,pues aunque los brbaros se haban avanzado hastael Asopo a ver si los Griegos les saldran al encuen-tro; con todo, ni brbaros ni Griegos quisieron pa-sar el ro: nicamente, si la caballera de Mardoniosola acercarse ms e incomodar mucho al enemigo.En estas escaramuzas suceda que los Tebanos, msMedos de corazn que los Medos mismos, provo-cando con mucho ahnco a los Griegos avanzados,principiaban la ria, y sucedindoles en ella los Per-sas y los Medos, stos eran los que hacan prodigiosde valor.

    XLI. Nada ms se hizo all en estos diez das delo que llevo referido. Llegado el da undcimo, des-pus que quietos en sus trincheras, cerca de Platea,estaban mirndose cara a cara los dos ejrcitos, encuyo espacio de tiempo haban ido aumentndosemucho las tropas de los Griegos, al cabo, el generalMardonio, hijo de Gobrias, llevando muy a mal tan

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    larga demora en su campamento, entr en consejo,en compaa de Artabazo, hijo de Farnaces, uno delos sujetos de mayor estima y valimiento para conJerges, para ver el partido que tomarse deba. Estu-vieron en la consulta encontrados los pareceres. Elde Artabazo fue que convena retirarse de allcuanto antes, y trasplantar el campo bajo las mura-llas de Tebas, donde tenan hechos sus grandes al-macenes de trigo para la tropa, y de forraje para lasbestias, pues all quietos y sosegados saldran al cabocon sus intentos; que ya que tenan a mano muchoacuado y mucho sin acuar, y abundancia tambinde plata, de vasos y vajilla, importaba ante todo noperdonar a oro ni a plata, enviando desde all rega-los a los Griegos, mayormente a los magistrados yvecinos poderosos en sus respectivas ciudades, puesen breve, comprados ellos a este precio, les vende-ran por l la libertad12, sin que fuera menesteraventurarlo todo en una batalla. Este mismo eratambin el sentir de los Tebanos, quienes seguan elvoto de Artabazo por parecerles hombre ms pru- 12 Herva ya entre los Griegos, en medio de tanto calor yesfuerzo por la defensa de la libertad, esa raza de traidoresms amigos del oro que de la patria, peste de las repblicasaun en su mayor auge, contra la que declamaba tanto De-mstenes.

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    dente y previsor en su manera de discurrir. Mardo-nio se mostr en su voto muy fiero y obstinado sinla menor condescendencia, parecindole que, Porser su ejrcito ms poderoso y fuerte que el de losGriegos, era menester cerrar cuanto antes con elenemigo, sin permitir que se le agregase mayor n-mero de tropas de las que ya lo haban hecho; quedesechasen en mal hora a Hegesistrato con sus vc-timas, sin aguardar a que por fuerza se les declara-sen de buen agero, peleando al uso y manera de losPersas.

    XLII. Nadie se opona a Mardonio, que as creadeberse hacer, y su voto venci al de Artabazo, puesl y no ste era a quien el rey haba entregado elbastn y mando supremo del ejrcito. En conse-cuencia de su resolucin, mand convocar los ofi-ciales mayores de sus respectivos cuerpos, yjuntamente los comandantes de los Griegos y supartido; y reunidos, les pregunt si saban de algnorculo tocante a los Persas que les predijera quepereceran en la Grecia. Los llamados no se atrevana hablar; los unos, por no saber nada de semejanteorculo; los otros, que algo de l saban, por no cre-er que pudiesen hablar impunemente; pero el mis-mo Mardonio, continu despus explicndose as:

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    -Ya que vosotros, pues, o nada sabis de semejanteorculo, o no osis decir lo que sabis, voy a dec-roslo yo, que estoy bien informado de lo que enesto hay. S, repito, hay un orculo en esta con-formidad: que los Persas, venidos a la Grecia, pri-mero saquearn el templo de Delfos, y perecerndespus que lo hubieren saqueado. Prevenidos no-sotros con este aviso, ni meteremos los pies en Del-fos, ni mis manos en aquel templo, ni daremosmotivo a nuestra ruina con semejante sacrilegio. Noqueda ms que hacer, sino que todos vosotros losque sois amigos de la Persia, estis alegres y segurosde que vamos a vencer a los Griegos. As hablMardonio, y luego les dio orden que lo dispusiesentodo y lo tuviesen a punto para dar la batalla el dasiguiente al salir el sol.

    XLIII. Por lo que mira al orculo que Mardoniorefera a los Persas, no s, en verdad, que existieracontra los Persas tal orculo, sino slo para los Hi-rios y para la armada de los Enqueleas. S no msque Bacis dijo lo siguiente de la presente batalla: Laverde ribera del Tormodente13 y del Asopo debe verte, oh grie-ga batalla debe orte, oh brbara gritera, donde la Parca

    13 Nota Plutarco que en su tiempo no se conoca en Beocatal ro, a no ser que fuese el llamado Hermon.

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    har trofeo tanto de cadver cuando inste al flechero Medo sultimo trance. De este formal orculo de Bacis y deotro semejante de Museo, bien se que hcran direc-tamente a los Persas, puesto que se dice del Teri-modente debe entenderse de aquel ro as llamadoque corre entre Tanagra y Glisante.

    XLIV. Despus de la pregunta de Mardonioacerca de los orculos, y de la breve exhortacinhecha a sus oficiales, venida ya la noche, dispusi-ronse en el campo los centinelas y cuerpos de guar-dia. Luego que siendo la noche ms avanzada, y sedej notar en l algo ms de silencio y de quietud,en especial de parte de los hombres entregados alsueo y reposo, aprovechndose de ella Alejandro,hijo de Amintas, rey y general de los Macedones,fuese corriendo en su caballo hasta las centinelasavanzadas de los Atenienses, a quienes dijo que te-na que hablar con sus generales. La mayor parte deldestacamento avanzado se mantuvo all en supuesto, y unos pocos de aquellos guardias furonsea toda prisa para avisar a sus jefes, diciendo que allestaba un jinete que, venido del campo de los Me-dos, tena que hablarles.

    XLV. Los generales, odo apenas esto, siguen asus guardias hacia el cuerpo avanzado, y llegados

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    all hblales de esta suerte Alejandro: -Ateniensesmos, a descubriros voy un secreto cuya noticia co-mo en depsito os la fo para que la deis nica-mente a Pausanias, si no queris perderme a m, quepor mostrarme buen amigo vuestro os la comunico.Yo no os la diera si no me interesara mucho por lacomn salud de la Grecia, que yo como Griego deorigen en pasados tiempos no quisiera ver a mi an-tigua patria reducida a la esclavitud. Digoos, pues,que no alcanza Mardonio el medio cmo ni a l ni asu ejrcito se le declaren propicias las vctimas sacri-ficadas; que a no ser as, tiempo ha estuviera ya dadala batalla. Mas ahora est ya resuelto a dejarse deageros y sacrificios, y maana as que la luz ama-nezca quiere sin falta principiar el combate. Todoesto sin duda nace en l, segn conjeturo, del miedoy recelo grande que tiene de que vuestras fuerzas novayan creciendo ms con el concurso de nuevastropas. Estad, pues, vosotros prevenidos para lo queos advierto, y en caso de que no os embista maanamismo, sino que lo difiera algn tanto, manteneosfirmes sin moveros de aqu; que l no tiene vveressino para pocos das. Si salireis de este lance y deesta guerra como deseis, parceme ser razn quecontis con procurarme la independencia y libertad

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    a m, que con tanto ahnco y tan buena voluntad meexpongo ahora a un tan gran peligro solo a fin deinformaros de los intentos y resolucin de Mardo-nio, y de impedir que los brbaros os cojan despre-venidos. Adios, amigos; amigo soy y Alejandro, reyde Macedonia. Dijo y dio la vuelta a su campo ha-cia el puesto destinado.

    XLVI. Los generales de Atenas, pasando inme-diatamente al ala derecha del campo, dan parte aPausanias de lo que acababan de saber de boca deAlejandro. Conmovido con la nueva Pausanias, yatemorizado del valor de los Persas propiamentetales, hblales as: -Puesto que al rayar el alba ha deentrarse en accin, menester es que vosotros, ohAtenienses, os vengis a esta ala para apostaros en-frente de los Persas mismos, y que pasemos los La-cedemonios a la otra contra los Beocios y demsGriegos que all tenais fronteros. Dgolo por lo si-guiente: vosotros, por haberos antes medido en Ma-raton con esos Persas, tenis conocida su manera depelear. Nosotros hasta aqu no hemos hecho laprueba ni experimentado en campo de batalla a esoshombres, pues ya sabis que ningn Espartano ja-

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    ms midi ni quebr lanzas con Medo alguno14: conlas Beocios y Tsalos s que tenemos trabado cono-cimiento. As que ser preciso que tomis las armasy os vengis a esta ala, pues nosotros vamos a pasara la izquierda. A lo cual contestaron los Ateniensesen estos trminos: Es verdad que nosotros desde elprincipio ya, cuando vimos a los Persas apostadosenfrente de vosotros, tenamos nimo de indicaroslo mismo que os adelantis ahora a prevenirnos;pero no osbamos, ignorando si la cosa sera devuestro agrado. Ahora que vosotros nos lo ofrecislos primeros, sabed que nos dis una agradable nue-va, y que pronto vamos a hacer lo que de nosotrosqueris.

    XLVII. Ajustado, pues, el asunto con gusto deentrambas partes, no bien apunt el alba, cuando seempez el cambio de los puestos. Observronlo losBeocios, y avisaron al punto a Mardonio. Luego que

    14 Plutarco tacha a Herodoto de haber querido deprimir eldecoro de un general Espartano, suponiendo quera evitar elataque de los Persas y mintiendo con decir que los Lacede-monios no se haban medido con los Persas con quienes tanvalientemente pele Leonidas; pero no veo por qu la me-moria de la batalla de Maraton no haga verosmil el modo depensar de Pausanias, y por qu no pueda asegurar que losEspartanos no haban peleado con los Persas, pues los deLeonidas quedaron todos muertos en el campo.

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    ste lo supo empez asimismo a trasladar sus briga-das trasplantando sus Persas al puesto frontero al delos Lacedemonios. Repara en la novedad Pausanias,y manda que los Espartanos vuelvan de nuevo al aladerecha, viendo que su ardid haba sido descubiertopor el enemigo, y Mardonio por su parte hace quevuelvan otra vez los Persas a la siniestra de su cam-po.

    XLVIII. Vueltos ya entrambos a ocupar susprimeros puestos, despacha Mardonio un heraldo alos Espartanos con orden de retarles en estos tr-minos: -Entre esas gentes pasmadas de vuestrovalor, corre la voz que vosotros los Lacedemoniossois la flor de la tropa griega, pues en la guerra nosabis qu cosa sea huir ni desamparar el puesto,sino que a pie firme escogis a todo trance o vencero morir. Acabo ahora de ver que no es as verdad,pues antes que cerremos con vosotros, viniendo alas manos, os vemos huir ya de miedo y dejar vues-tro sitio; os vemos ceder a los Atenienses el honorde abrir el combate con nuestras filas para ir aapostaros enfrente de nuestros siervos; lo que enverdad no es cosa que diga bien con gente brava yhonrada. Ni es fcil deciros cun burlados nos ha-llamos, pues estbamos sin duda muy persuadidos

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    de que, segn la fama que vosotros gozis de va-lientes y osados, habais de enviarnos un rey de ar-mas que en particular desafiara, cuerpo a cuerpo alos Persas a que pelesemos solos con los Lacede-monios. Prontos, en efecto, nos hallamos a admitirel duelo, cuando lejos de veros de tal talante y bro,os vemos llenos de susto y miedo. Ya que vosotros,pues, no tenis valor para retarnos los primeros,seremos nosotros los primeros en provocaros aldesafo, como os provocaremos. Siendo vosotrosreputados entre los Griegos por los hombres msvalientes de la nacin, como por tales nos precia-mos nosotros de ser tenidos entre los brbaros,por qu no entramos luego en igual nmero encampo de batalla? Entremos, digo, los primeros enel palenque, y si pretendis que los otros cuerposentren tambin en accin, entren en hora buena,pero despus de nuestro duelo; mas si no pretendistanto, juzgando que nosotros nicamente somosbastantes para la decisin de la victoria, vengamosluego a las manos, con pacto y condicin de que semire como vencedor aquel ejrcito cuyos campeo-nes hayan salido con la victoria en el desafo.

    XLIX. Dicho esto, esper algn tiempo el he-raldo retador; y viendo que nadie se tomaba el tra-

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    bajo de responderle palabra, vuelto atrs dio cuentade todo a Mardonio. Sobre manera alegre e inso-lente ste con una victoria pueril, fra e insustancial,echa al punto su caballera contra los Griegos.Arremete ella al enemigo, y con la descarga de susdardos y saetas perturba e incomoda no poco todaslas filas del ejrcito griego: lo que no poda menosde suceder siendo aquellos jinetes unos ballesterosmontados, con quienes de cerca no era fcil venir alas manos. Lograron por fin llegar a la fuente Gar-gafia, que provea de agua a todo el ejrcito griego, yno slo la enturbiaron, sino que cegaron sus rauda-les; porque si bien los nicos acampados cerca dedicha fuente eran los Lacedemonios, distando deella los dems Griegos a medida de los puestos quepor su orden ocupaban, con todo, no pudiendo va-lerse los otros del agua del Asopo, por ms que lotenan all vecino, a causa de que no se lo permita lacaballera con sus fechas, todo el campo se surta deaquella aguada.

    L. En este estado se encontraban, cuando los je-fes griegos, viendo a su gente falta de agua, y almismo tiempo perturbada con los tiros de la caba-llera, juntronse as por lo que acabo de indicar,como tambin por otros motivos, y en gran nmero

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    se encaminaron hacia el ala derecha para verse conPausanias. Si bien ste senta mucho la mala situa-cin del ejrcito, mayor pena reciba de ver que ibanya faltndole los vveres, sin que los criados a quie-nes haba enviado por trigo al Peloponeso pudiesenvolver al campo, estando interceptados los pasospor la caballera enemiga.

    LI. Acordaron, pues, en la consulta aquelloscomandantes que lo mejor sera, en caso de queMardonio difiriera para otro da la accin, pasar auna isla distante del Asopo y de la fuente Gargafiadonde entonces acampaban, la cual isla viene a caerdelante de la ciudad misma de Platea. Esta isla for-ma en tierra firme aquel ro que al bajar del Citeronhacia la llanura se divide en dos brazos, distantesentre s cosa de tres estadios, volviendo despus aunirlos en un cauce y en una corriente sola: preten-den los del pas que dicha Oeroe, pues as llaman ala isla, sea hija del Asopo. A este lugar resolvieron,pues, los caudillos trasplantar su campo, as con lamira de tener agua en abundancia, como de no ver-se infestados de la caballera enemiga del modo quese vean cuando la tenan enfrente. Determinaronasimismo que sera preciso partir del campo en lasegunda vigilia, para impedir que vindoles salir la

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    caballera no les picase la retaguardia. Pareciles,por ltimo, que aquella misma noche, llegados ape-nas al paraje que con su doble corriente encierra ycie la Oeroe15 Aspida bajando del Citeron, desta-casen al punto hacia este monte la mitad de la tropa,para recibir y escoltar a los criados que haban idopor vveres y se hallaban cortados en aquellas emi-nencias sin paso para el ejrcito.

    LII. Tomada esta resolucin, infinito fue lo quedio que padecer y sufrir todo aquel da la caballeracon sus descargas continuadas. Pas al fin la terriblejornada; ces el disparo de los de a caballo, fuselesentrando la noche, y lleg al cabo la hora que sehaba aplazado para la retirada. Muchas de las briga-das emprendieron la marcha; pero no con nimo deir al lugar que de comn acuerdo se haba destinado,antes alzado una vez el campo, muy complacidas dever que se ausentaban de los insultos de la caballe-ra, huyeron hasta la misma ciudad de Platea, noparando hasta verse Cerca del Hereo, que situadodelante de dicha ciudad dista 20 estadios de lafuente Gargafia.

    LIII. Llegados all los mencionados cuerpos, hi-cieron alto, plantando sus reales alrededor de aquel 15 Pausanias la llama Peroe.

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    mismo templo. Pausanias que les vio moverse y le-vantar el campo dio orden a sus Lacedemonios detomar las armas e ir en seguimiento de las tropasquo les precedan, persuadidos de que sin falta seencaminaban al lugar antes concertado. Mos-trndose entonces prontos a las rdenes de Pausa-nias los dems jefes de los regimientos, hubo ciertoAmomfareto, hijo de Poliades, que lo era del de Pi-tanatas, quien se obstin diciendo que nunca haratal, no queriendo cubrir gratuitamente de infamia aEsparta con huir del enemigo. Esto deca, y al mis-mo tiempo se pasmaba mucho de aquella re-solucin, como quien no se haba hallado antes enconsejo con los dems oficiales. Mucho era lo quesentan Pausanias y Eurianacte el verse desobedeci-dos; pero mayor pena les causaba el tener que de-samparar el regimiento de Pitana por la mana ypertinacia de aquel caudillo, recelosos de que dejn-dolo all solo, y ejecutando lo que tenan convenidocon los dems Griegos, iba a perderse Amomfaretocon todos los suyos. Estas reflexiones les obligabana tener parado todo el cuerpo de los Lacones, esfor-zndose entretanto en persuadir a Amomfareto queaquello era lo que convena ejecutar, y haciendo to-do el esfuerzo posible para mover a aquel oficial, el

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    nico de los Lacedemonios y Tegeanos que iba aquedarse abandonado.

    LIV. Entretanto, los Atenienses, como conocanbien el humor poltico de los Lacedemonios, hechosa pensar una cosa y a decir otra, mantenanse firmesen el sitio donde se hallaban apostados. Lo que hi-cieron, pues, al levantarse los dems del ejrcito, fueenviar uno de sus jinetes encargado de observar silos Espartanos empezaban a partir, o si era su ni-mo no desamparar el puesto, y tambin con la mirade saber de Pausanias lo que les mandaba ejecutar.

    LV. Llega el enviado y halla a los Lacedemoniostranquilos y ordenados en el mismo puesto, y a susprincipales jefes metidos en una pendencia muy re-ida. Pues como a los principios hubiesen procura-do Pausanias y Eurianacte dar a entender conbuenas razones a Amomfareto que de ningn modoconvena que se expusiesen los Lacedemonios a tanmanifiesto peligro, quedndose solos en el campo,viendo al cabo que no podan persuadrselo, par ladisputa en una porfiada contienda, en que al llegarel mensajero de los Aterienses los hall ya enreda-dos, pues cabalmente entonces haba agarradoAmomfareto un gran guijarro con las dos manos, ydejndole caer a los pies de Pausanias, gritaba que

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    all tena aquella chinita con que l votaba no quererhuir de los huspedes, llamando huspedes a losbrbaros al uso lacnico. Pausanias, tratndole en-tonces de mentecato y de furioso, volvise al men-sajero de los Atenienses que le peda sus rdenes, yle mand dar cuenta a los suyos del enredo en quevea se hallaban sus asuntos, y al mismo tiempo su-plicarles de su parte que se acerasen a l, y que en lotocante a la partida hicieran lo que a l le vieran ha-cer.

    LVI. Fuese luego el enviado a dar cuenta de to-do a los suyos. Vino entretanto la aurora, y hall alos Lacedemonios todava riendo y altercando.Detenido Pausanias hasta aquella hora, pero credoal cabo de que Amomfareto al ver partir a los Lace-demonios no querra quedarse en su campo, lo queen efecto sucedi despus, dio la seal de partir,dirigiendo la marcha de toda su gente por entre loscollados vecinos, y siguindole los de Tegea. For-mados entonces los Atenienses en orden de batalla,emprendieron la marcha en direccin contraria a laque llevaba Pausanias, pues los Lacedemonios, portemor de la caballera, seguan el camino entre loscerros y por las faldas del Citeron, y los Ateniensesmarchaban hacia abajo por la misma llanura.

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    LVII. Amomfareto, que tena al principio porseguro que jams se atrevera Pausanias a dejarlesolo all con su regimiento, instaba obstinadamentea los suyos a que, tranquilos todos en el campo, na-die dejase el puesto sealado; mas cuando vio alcabo que Pausanias iba camino adelante con sugente, persuadise de que su general deba gober-narse con mucha razn en dejarle all solo, reflexinque le movi a dar orden a su regimiento de que,tomadas las armas, fuera siguiendo a marcha lenta ladems tropa adelantada. Habiendo avanzado stacosa de 10 estadios, y esperando a que vinieseAmomfareto con su gente, habase parado en unlugar llamado Argiopio, cerca del ro Moloente,donde hay un templo de Cres Eleusina: haba he-cho alto en aquel sitio con la mira de volverse atrsal socorro de Amomfareto, en caso de que no qui-siera al fin dejar con su regimiento el campo dondehaba sido apostado. Sucedi que al tiempo mismoque iba llegando la tropa de Amomfareto, venacargndoles ya de cerca con sus tiros toda la caballe-ra de los brbaros, la cual, salida entonces a hacerlo que siempre, viendo ya desocupado el campodonde haban estado los Griegos atrincherados poraquellos das, sigui adelante, hasta que, dando al

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    cabo con ellos, torn a molestarles con sus descar-gas.

    LVIII. Al or Mardonio que de noche los Grie-gos se haban escapado, y al ver por sus ojos aban-donado el campo, llama ante s a Torax el Lariseo,juntamente con sus dos hermanos, Euripilo y Trasi-deio, y venidos les habla en estos trminos: -Qume decs ahora, hijos de Alevas, viendo como veisese campo desamparado? No bais diciendo voso-tros, moradores de estas vecindades, que los Lace-demonios en campo de batalla nunca vuelven lasespaldas, y que son los primeros hombres del mun-do en el arte de la guerra? Pues vosotros les vsteispoco ha empeados en querer trocar su puesto porel de los Atenienses, y todos ahora vemos cmoesta noche pasada se han escapado huyendo. Heaqu que con esto acaban de darnos una prueba evi-dente de que cuando se trata de venir a las manoscon tropa como la nuestra, la mejor realmente deluniverso, nada son aun entre los Griegos, soldadosde perspectiva tanto unos como otros. Bien veo serrazn que yo con vosotros disimule y os perdonelos elogios que hacais de esa gente, de cuyo valortenais alguna prueba, no sabiendo por experiencialo que era el cuerpo de mis Persas. Lo que me cau-

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    saba mucha admiracin era ver que Artabazo temie-se tanto a esos Lacedemonios, que lleno de terrordiese un voto de tanto abatimiento y cobarda, co-mo fue el de levantar los reales y retirarnos a Tebas,donde en breve nos hubiramos visto sitiados. Deeste voto dar yo cuenta al rey a su tiempo y lugar.Lo que ahora nos importa es el que esos Griegos nose nos escapen a su salvo; es menester seguirles elalcance, hasta que cogidos venguemos en ellos to-dos los insultos y daos que a los Persas tienen he-chos.

    LIX. Acab Mardonio su discurso, y puesto alfrente de sus Persas, pasa con ellos a toda prisa elAsopo, corriendo en pos de los Griegos como deotros tantos fugitivos. Mas no pudiendo descubriren su marcha entre aquellas lomas a los Atenienses,que caminaban por la llanura, cae sobre el cuerpo delos Lacedemonios, que estaban all con los Tegea-nos nicamente. Los dems caudillos de los brba-ros, al ver a los Persas correr tras de los Griegos,levantando luego a una voz sus banderas, metiron-se todos a seguirles, quien ms poda, sin ir forma-dos en sus respectivos cuerpos, y sin orden nidisciplina, como hombres que con suma algazara y

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    confusin, iban de tropel no a pelear con los ene-migos, sino a despojar a los Griegos.

    LX. Al verse Pausanias tan acosado de la caba-llera enemiga, por medio de un jinete que despacha los Atenienses hizo decirles: -Sabed, amigos Ate-nienses, que tanto nosotros los Lacedemonios co-mo vosotros los de Atenas, en vsperas de la mayorcontienda en que va a decidirse si la Grecia quedarlibre o pasar a ser esclava de los brbaros, hemossido vendidos por los dems Griegos nuestros bue-nos aliados, habindosenos escapado esta noche.Nosotros, pues, en el lance crtico en que nos ve-mos, creemos de nuestro deber el socorrernos mu-tuamente, cerrando con el brbaro con todas nues-tras fuerzas de poder a poder. Si la caballeraenemiga hubiera cargado antes sobre vosotros, de-biramos de justicia ir en vuestro socorro, acompa-ados de los de Tegea, que unidos a nuestra genteno han hecho traicin a la Grecia. Ahora, pues, quetoda ella ha cado sobre nosotros, razn ser quevngalo a socorrer esta ala, que se ve al presentemuy agobiada y oprimida. Y si vosotros os hallisacaso en tal estado que no os sea posible concurrirtodos a nuestra defensa, hareisnos siquiera la graciade enviarnos vuestros ballesteros. A vosotros acu-

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    dimos, ya que sabemos que estis en esta guerrasumamente prontos a darnos gusto en lo que pedi-mos.

    LXI. Oda apenas esta embajada, pnense enmovimiento los Atenienses para acudir al socorrode sus aliados y protegerlos con todo su esfuerzo.El dao estuvo en que al pasar all los Atenienses,se dejaron caer de repente sobre ellos los Griegosque seguan el partido del rey, de manera que por lomucho que los apretaban sus enemigos presentesno fue posible auxiliar a los Lacedemonios sus alia-dos. De donde result que quedaron aislados losLacedemonios nicamente con los Tegeatas, quenunca les dejaban, siendo aquellos 50.000 comba-tientes, inclusa en ellos su tropa ligera, stos sola-mente en nmero de 3.000. Mas no se mostrabanlas vctimas faustas y propicias a los Lacedemonios,y en el nterin muchos de ellos eran los que caanmuertos, y muchos ms los que all quedaban heri-dos, pues que defendidos los Persas con cierta em-palizada hecha con sus escudos, no cesaban dearrojar sobre ellos tal tempestad de saetas, que poruna parte viendo Pausanias a los suyos muy maltra-tados con tanta descarga, y no pudiendo por otracerrar ellos con el enemigo, por no serles todava

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    favorables los sacrificios, volvi los ojos y las manosal Hereo de Platea, suplicando a la diosa Juno queno le abandonara en tan apretado trance, ni permi-tiera se malograsen sus mejores esperanzas.

    LXII. Entretanto que invocaba Pausanias el au-xilio de la diosa, los primeros de todos en dirigirsecontra los brbaros son los soldados de Tegea, yacabada la splica de Pausanias, empiezan luego aser de buen agero las vctimas de los Lacedemo-nios. Un momento despus embisten stos corrien-do contra los Persas, que les aguardan a pie firmedejando sus ballestas. Pelebase al principio cercadel parapeto de los escudos atrincherados; pero rotaluego, y pisada esta barrera, rmase luego en las cer-canas del templo de Cres el ms vivo y porfiadocombate del mundo, en que no slo se lleg al armacorta, sino tambin al mpetu inmediato y choquede los escudos. Los brbaros, con un coraje y valorigual al de los Lacedemonios, agarrando las lanzasdel enemigo las rompan con las manos; pero tenanla desventaja de combatir a cuerpo descubierto, deque les faltaba la disciplina, de no tener experienciade aquella pelea, y de no ser semejantes a sus ene-migos en la destreza y manejo de las armas: as que,por mas que acometan animosos, ora cada cul por

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    s, ora unidos en pelotones de diez y de ms hom-bres, como iban mal armados, quedaban maltrechosy traspasados con las picas, y caan a los pies de losEspartanos.

    LXIII. Mas por el lado en que andaba Mardoniomontado en un caballo blanco, y rodeado de uncuerpo de mil Persas, tropa la ms brillante y esco-gida de todo su ejrcito, por all realmente era pordonde con ms viveza y bro se cargaba al enemigo.Y en efecto, todo el tiempo en que, vivo Mardonio,animaba a los suyos, no slo hacan rostro los Per-sas, sino que rebatan de tal modo al enemigo, quedaban en tierra con muchos de los Lacedemonios.Pero muerto una vez Mardonio, muerta tambin lagente ms brava que a su lado tena, empezaron losotros Persas luego a volver el pie atrs, a dar las es-paldas al enemigo, y ceder el campo a los Lacede-monios. Lo que ms incomodaba a los Persas y lesobligaba casi a retirarse, era su mismo vestido, sinninguna armadura defensiva16, habiendo de contri-buir a pecho descubierto, con unos Oplitas o cora-ceros armados de punta en blanco. 16 No con mucha razn acusa Plutarco este pasaje, constan-do que la veste talar y la falta de escudo paraba de modo a

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    LXIV. All fue, pues, donde los Espartanos,conforme a la prediccin del orculo, vengaron enMardonio la muerte de su Leonidas; entonces asi-mismo fue cuando alcanz la mayor y ms gloriosavictoria de cuantas tengo noticia el general Pausa-nias, hijo de Cleombroto y nieto de Anaxandrides,de cuyos antepasados, los mismos que los de Leo-nidas, hice antes mencin, expresndolos por sumismo nombre. El que en el choque acab conMardonio fue el guerrero Aimnesto, varn clebre yde mucho crdito en Esparta, el mismo que algntiempo despus de la guerra con los Medos, capita-neando a 300 soldados, entr en batalla con todoslos Mesenios, a quienes Esparta haba declarado porenemigos, en la cual qued muerto en el campo contoda su gente cerca de Steniclero.

    LXV. Deshechos ya los Persas en Platea y obli-gados a la fuga por los Lacedemonios, iban esca-pndose sin orden alguno hacia sus reales, y alfuerte que en la comarca de Tebas haban levantadocon sus empalizadas y muros de madera. No acabode admirar una particularidad extraa: de que ha-bindose dado la batalla cerca del bosque sagrado

    los Persas, que con razn parecan inermes contra hombresarmados.

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    de Cres, no se vio entrar Persa alguno en aquelreligioso recinto, ni menos morir cerca del templo,sino que todos se vean muertos en lugar profano.Estoy por decir, si es que algo se me permite acercade los secretos juicios de los dioses, que la diosamisma no quiso dar acogida a unos impos que ha-ban reducido a cenizas aquel su Anactoro17 y tem-plo principal de Eleusina.

    LXVI. Tal fue, en suma, el resultado de aquellaaccin y batalla: respecto de Artabazo, hijo de Far-naces, no habiendo aprobado ya desde el principiola resolucin tomada por el rey de dejar en la Greciaal general Mardonio, y habiendo ltimamente di-suadido el combate con muchas razones, bien quesin fruto alguno, quiso en este lance tomar apartepor s sus medidas. Mal satisfecho de la actual con-ducta de Mardonio, en el momento en que iba adarse la batalla, de cuyo fatal xito no dudaba, orde-n el trozo de ejrcito por l mandado (y mandabauna divisin nada pequea, de 40.000 soldados), yluego de ordenado, se dispona sin duda con l alcombate, habiendo mandado a su gente que todos auna le siguieran, adonde viesen que les condujera,

    17 Esta voz significa a veces un templo simple; otras particu-larmente se aplica al de Proserpina y Crcs en Eleusina.

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    con la misma diligencia y presteza que en l obser-varan. As que hubo dado estas rdenes, march alfrente de los suyos, como quien iba a entrar en ba-talla, y habindose adelantado un poco vio que ro-tos ya los Persas se escapaban huyendo delcombate. Y entonces Artabazo, sin conservar porms tiempo el orden en que conduca formada sugente, emprendi la fuga a carrera abierta, no haciael castillo y fuerte de madera, no hacia los muros deTebas, sino que en derechura torn la vereda por laFcide, queriendo llegar con la mayor brevedad queposible lo fuera al Helesponto: as marchaba con lossuyos Artabazo.

    LXVII. Volviendo a los Griegos del partido delbrbaro, aunque los ms slo peleaban por meraficcin, los Beocios por bastante tiempo se empea-ron muy de veras en la accin emprendida con losde Atenas, y los Tebanos especialmente, siendoMedos de corazn, tombanlo muy a pechos, nopeleando descuidada y flojamente, sino con tantobro y ardor, que 300 de los ms principales y esfor-zados quedaron all muertos por los Atenienses.Pero los dems, rotos al cabo y destrozados, entre-gronse a la fuga, no hacia donde huan tanto losPersas como las otras brigadas de su ejrcito que ni

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    haban tomado parte en la batalla ni hecho en ellaaccin de importancia, sino en derechura hacia laplaza de Tebas.

    LXVIII. Cuando reflexiono en lo acaecido, escosa para m evidente que la fuerza toda de los br-baros dependa nicamente del cuerpo de los Per-sas, pues advierto que las dems brigadas, aun antesde cerrar con el enemigo, apenas vieron a los Persasrotos y fugitivos, tambin ellas al momento se en-tregaron a la fuga. Huan todos a un tiempo comodeca, menos la caballera enemiga y en especial labeocia, pues sta entretanto serva mucho a los br-baros, a quienes en la fuga amparaba y