Los ojos blancos

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Los ojos blancos es un inquietante relato que fue escrito en medio de un frenético viaje por México que realizó Munir con dos amigos y sin dinero apenas. Intentando buscar la Teoría de la Verdadera Inteligencia, el autor realizó un interesante ejercicio de imbricación de realidad y ficción al escribir el relato tratando de representar la parte del viaje que aún no había ocurrido y estaba por llegar: el futuro. De este modo, Munir nos sumerge en una disertación filosófica tan seductora e inaprensible como lo es nuestro propio futuro. En unos trazos sencillos pero de gesto firme y seguro se nos representa un México de paranoia colectiva, donde no se sabe quién puede ser amigo o enemigo, en el que se imbrica un viaje a lo hondo del ser humano, donde éste queda desposeído de todo lo material e ideológico que lo compone para buscar algo que ni él mismo sabe, pero intuye. Pero, como el propio autor dice: sólo cavo un túnel por el que tú puedes entrar, aunque si lo miras quedándote fuera...

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Munir

Los ojos blancos

C o l e c c i ó n l o s e s c r i t o r e s b á r b a r o s

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Autor: Munir Hachemi Guerrero.

Imagen de portada: Mónica García KoewandhonoColección Los escritores bárbaros.losescritoresbarbaros.blogspot.comCopyleft: esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento NoComercial3.0 Unported de Creative Commons.Se permite su reproducción total o parcial y su modificación, masticacióny defecación siempre y cuando éstas sean sin ánimo de lucro.Para la maquetación de este documento se han utilizado programas desoftware libre como Ubuntu, LibreOffice o Scribus.Maquetador: Munir.

Primera edición: diciembre de 2013

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Para Marta

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Cuando vea los ojosque tengo en los míos tatuados.

Alejandra Pizarnik

Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo.Federico García Lorca

Quienquiera que seas, temo estés vagando por los caminos de los|sueños,

Temo que estas realidades ficticias acaben disolviéndose bajo tus|pies y tus manos.

Walt Whitman

Para todo animal es un misteriola tierra que palpita suavemente.

Alberto Blanco

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Estoy elaborando la Teoría de la VerdaderaInteligencia.

En mil quinientos ochenta y dos, el españolHierónimo de Veracruz sobrevivió a un naufragiodestrenzando el paño de una vela y armando una balsa conlos maderos que aún flotaban. En mil seiscientos tres, yacon treinta y un años, evitó que se hundiera el barco en elque viajaba reuniendo la cera de los oídos de toda latripulación y moldeando un tapón perfecto para el agujeroque tenían en el casco. Murió en mil seiscientos siete, alcomer de una planta que resultó ser venenosa.

Creo que estoy a punto de rematar la Teoría de laVerdadera Inteligencia.

En el año novecientos ochenta y nueve, un sabioárabe llamado Rajul al Almín sobrevivió a una terrible olade frío quemando toda la biblioteca de la torre en la quevivía aislado con sus manuscritos. A partir de ese día, enlugar de desesperar por haber perdido el trabajo de toda suvida, se echó al desierto a intentar sobrevivir, pues entendióel incendio como una señal de Allah. Apareció diez añosdespués en el oasis de Tala, afirmando que era el hombremás sabio y feliz sobre la Tierra, en condiciones de totaldeshidratación, medio muerto, y el médico del oasis loacogió en su casa y le aplicó las más modernas técnicas desanación. Rajul pareció mejorar, pero lo invadió unaprofunda tristeza que lo llevó a la muerte una semana más

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tarde. Impelido por el médico a plasmar su historia sobre elpapel para que otros pudieran aprender de su sabiduríareplicó sus últimas palabras: no sé escribir.

No soy el primero en conocer la Teoría de laVerdadera Inteligencia.

El hombre apunta el arma a la cabeza del otro yrecita de memoria: y os aseguro que vendré a castigar congran venganza y furiosa cólera a aquéllos que pretendanenvenenar y destruir a mis hermanos. ¡Y tú sabrás que minombre es Yahvé, cuando caiga mi venganza sobre ti!, ydespués vacía el cargador sobre su víctima.

El hombre se llamaba Carlo pero le decían Jules oMulo. Era alto, rubio, italiano. Murió poco después de esaejecución en concreto: lo acribillaron mientras conducía,que es uno de los asesinatos más fiables que existen (o temata el plomo, o te mata el choque). No quedará en lamemoria de nadie —aunque de algún modo esté en la detodos—, y en la vida sólo tuvo una convicción realmentesólida, que al mismo tiempo supuso su mayor angustia: lade vivir perdido, rodeado de personas y objetos que nocomprendía, como si de alguna manera le hubiesen tapadolos ojos y sólo conociese la realidad a través de sus manos ydel calor que emiten las cosas.

El Tecolote, noviembre de dos mil doce.

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Uno

Pero no no es verdad detrás de todos esos muros grises hayhombres.

Fayad Jamis

El ruido de mis palabras despierta mis pensamientos.José Martí

Tengo ganas de leer algo hoy.Francisco Madariaga

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No puedo dejar de pensar en lo sorprendente de lacasualidad y en la cantidad de cosas que ésta me harevelado. No puedo dejar de pensar en la enorme diferenciaque existe entre ver To Rome with love encerrado en unahabitación del centro de Madrid (una sola puerta y unaventana), bien alimentado y en compañía de la mujer másmaravillosa del planeta y, por otra parte, encontrarme tansólo unos días después a más de nueve mil kilómetros dedistancia, sin tenerla a ella aquí físicamente, viendoMidnight in Paris en el doblaje latino (la otra la vi enversión original con subtítulos) a bordo del camión que sesupone que me va a llevar a Matehuala, San Luis Potosí,México. La diferencia entre consumir una postal de Europa(como llamó una vez un amigo a las producciones másrecientes de Woody Allen) en una ciudad europea —por másque ésta sea Madrid, mi Madrid— y hacerlo en un camiónque huele intensamente a meados, intentando centrar lavista en la pequeña pantalla ubicada en un ángulo peligrosopara la integridad de mi cuello pero sin poder evadirme delas imágenes de cactus y piedras y vulcanizadoras ytaquerías que cruzan mi campo periférico de visión, en fin,del semidesierto. Y lo mismo pasa con la música y eltraqueteo y el llanto del mocoso de tres filas más adelante.Tele, montaña, llanto, París, lluvia, desierto, ventana jazzseñora tranquilice a su niño libro de Galeano ScarlettJohansson ventana tele traqueteo Cole Porter MéxicoMadrid Roma tele Chavela ella. Al menos al final todo acabaen ella y en su risa de manantial o, por ser un poco másanti, de toallita de ésas que dan en los aviones o en los

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restaurantes chinos después de comer y que supuestamentehuelen a limón y suelen acabar limpiando axilas o culos debebé. He sabido que Madrid la está atacando en miausencia, y de algún modo escribo esto con la esperanza deque una fuerza sin nombre y que desde luego no comprendosurque el océano y la ayude, y no por ella, no, sino porquienes la rodean, es decir, por el resto del universo, esdecir, por mí y por ellos y también por ti. Aunque por otraparte quizás todo esto no sirva para nada, pero quién sabe:experimento.

Una linda muchacha que era como un huracán y queluego me preguntó cómo la percibía y le dije: como unhuracán nos contó una historia a A y a G y a mí. Su nombre—el de ella— es M, como el mío y el de ella y el de otraspersonas pero no como el del protagonista de esta historia,que se llama J. Y cuando digo esta historia me refiero a mihistoria, es decir ésta, ésta que lees, y no a la que M noscontó a A y a G y a mí en una plaza cualquiera de Querétaro,es decir, tan psicodélica y tan líquida como cualquier otra delas de esa ciudad de noche; ojalá mi narración te evoque lomismo que a A y a G y a mí nos evocó la de M. M habló deautostop, del desierto, de Wadley, de El Tecolote, y G y yoescuchamos en religioso silencio mientras A tomaba notas(hay que aclarar que A es escritor, observa y anota, no comoyo, yo sólo cuento aquello que me ocurrió; espero que meperdonen la falta de arte). E, por el contrario, observabacallada y como intuyendo que en esa historia faltaba algo. Esuele callar y mirar, viajando a través de la vida yobservando cómo ocurren las cosas a su alrededor. E es

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mexicana. Aquí vivir es contener el aliento && pasar delargo, dijo un poeta mexicano. Eso o algo muy parecido.

Me ruge el estómago. No he comido nada porque A yyo llevamos la plata bien ajustada y hemos decidido que lomejor es esperar a las seis y media más o menos y entoncescomer­cenar. En estos momentos maldigo mi costumbre deno desayunar, pero el hambre deja paso a una sonrisacuando ese pensamiento me trae su recuerdo, el de ella,obligándome a comer un sándwich de queso que parece unafotocopia del de la mañana anterior y que la engarza conésta, y comprando mi hambre a fuerza de besos. ¿Ya dijeque aquí hombres y mujeres se saludan dándose un beso yun abrazo fugitivo? Es como si en cada despedida hubieseun te quiero, por si acaso. En la Argentina es parecido,aunque a mí me gusta más porque los hombres entre sítambién se besan. Me trae recuerdos de mi infancia enParís, donde todo el mundo se daba tres besos, y éstos mehacen mirar a la película. En la pantalla veo la escultura deEl Pensador, de Rodin, en un plano desde arriba. Lo curiosoes que hace unos minutos estaba pensando en esa obra y,claro, la imaginé desde abajo, como yo la veía a los nueveaños, y ahora no logro rescatar esa imagen sino sólo la delplano elegido por Woody Allen. Es lo mismo que me pasacon Hogwarts. Te reto —si es que leíste Harry Potter (esaalegoría sobre el poder de la imaginación infantil o sobre laesquizofrenia o el coma de un chico inglés preadolescente—a que recuerdes cómo era para ti Hogwarts antes de ver lapelícula. ¿Cómo era la Hermione que imaginé a los nueveaños? Ha quedado sepultada en mi memoria para dejar

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paso a su nuevo y flamante doble (Emma Watson).Al fin llegamos a Matehuala. Es noche cerrada y

caminamos por ahí con las mochilas a cuestas en busca delcentro, en busca de un lugar para dormir. Tal vez no hayapeligro pero las historias que E nos ha contado hacen quemantengamos un alto nivel de paranoia. Un coche blanco:es narco. Lunas tintadas: es narco. Un chico cierra la puertade su casa cuando nos acercamos: va a avisar de que haycarne fresca. La policía: nos van a bajar la mota y la plataque llevamos. Al final, llegamos a un hostel y resulta serdemasiado barato para lo que ofrece: sospechamos, pero esnuestra mejor opción. Sin embargo, cuando llegamos alcuarto encontramos sobre la cama una colcha con dibujosdel cochinillo de Winnie de Pooh, y al fin nos miramos, nosreímos, y podemos descansar tranquilos.

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El sol es gente, gente muy importante, sise muere nosotros también moriremos. Laluna es gente. El fuego, el agua y el vientoson gente muy fuerte.

Dersu Uzala

Dos

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Me arrastro sobre la última de las piedras que creoque voy ser capaz de remontar, aunque ya he pensado esovarias veces. Sin embargo, creo que ésta sí es la definitivaantes de que el hambre, el cansancio y la deshidratación mevenzan. Al menos hay algo bueno en el hecho de ir a morir,y es que puedo fijarme bien en esta piedra que normalmenteapenas habría logrado llamar mi atención. Esta piedranegra con alguna que otra mancha blanca y porosa, condecenas o quizá cientos de cráteres distribuidos por toda susuperficie. Una piedra que casi podría ser una esponja. Medan ganas de morderla y sentir cómo cede bajo mis dientes.Pero no, ya basta, estoy delirando.

Al final no he sido capaz de alimentarme sólo decactus. Cuando ya estoy a punto de abandonarme a lamuerte, veo surgir un alacrán de debajo de la arena quecorre a ocultarse entre unas ramitas secas. Si puedo cazarlotal vez me dé alimento suficiente como para lograr buscaralguna otra cosa. Agua, tal vez. Eso sería hermoso. Tiendomi mano, siendo por primera vez consciente de que tengoun aguijón de cinco dedos mucho más peligroso que el decualquier escorpión. Hay que tener cuidado para no arrojarsombra sobre él. Lo siento, desierto, por devorar a uno detus hijos, pero algún día yo moriré y te devolveré esta vidaque ahora te arranco. Con mis últimas fuerzas, logroatraparlo. Noto cómo forcejea entre mis dientes. Cruje.Siento su fuerza recorriéndome. Me guardo el aguijón, talvez me sea útil. Puedo disfrutar de cómo palpitan las venasde mis ojos. Parece que hoy tampoco moriré.

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Y antes que el cadáver se enfriara ya todoshabían vuelto a sus platos y se oíanpicotear los cubiertos.

Felisberto Hernández

Tres

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Tras otra noche en Matehuala —esta vez en un lugarmás asequible (cincuenta pesos compartiendo la cama)— Ay yo nos juntamos con G en la estación y nos encaminamoshacia aquí, hacia Real de Catorce. Anoche tuve un sueñoinquietante, tal vez por la ingente cantidad de picante quehabía tomado o quizás porque a medianoche se coló ungallo en nuestro cuarto por la ventana y se puso a cantar, locual ha de inquietar profundamente a cualquiera que hayaleído a Lorca de forma medianamente cabal. Real deCatorce es un poblado que promete más de lo quetendremos tiempo de conocer de él, pues debemos seguircamino. Salgo de casa de ella y me encuentro con untodoterreno blanco con las lunas tintadas. Vamos a dormiren casa de uno de los paisanos de acá dándole veinte pesospor noche cada uno; es bastante razonable. Lo raro es quemiro a derecha e izquierda y no logro ver otra cosa sinouna enorme hilera de coches en fuga hacia Atocha por unlado y hacia Embajadores por el otro. El poblado está enuno de esos desiertos de piedra que siempre me han hechocosquillas en la imaginación y que me recuerdan alRunaway. Y otra cosa que me sorprende es que todo estátotalmente cubierto de sangre. De algún modo me sientocomo si estuviese en una aventura gráfica; es una impresiónque ya había tenido alguna vez, lo mejor es pararse yrespirar hondo. El todoterreno que tengo delante, porejemplo, está cubierto por una densa capa de sangre amedio coagular que resbala por su superficie con unacontinuidad incómoda. Lo primero que hago después dereponerme es preguntar por un lugar con internet. Sin

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embargo, la calle no se encharca porque la sangre se vapor las alcantarillas. Parece que no hay ninguno y decidopreguntar por el camino que baja el Cerro del Quemado, elsiguiente paso antes de El Tecolote. También hay gente quepasea con aire de total indiferencia. Me dicen vaya hacia elnorte por ese camino, pero tenga cuidado con los federales,que no lo agarren con nada, y asiento. Hago algo que mesorprende: cruzo la calle como cada mañana: debo ir a laUniversidad. Real de Catorce tiene todas las papeletas paraconvertirse en una gasolinera en algún universo ciberpunktipo Mad Max o Fallout; ahora empieza el verdadero viaje.Me subo al autobús y al ir a picar miro mi mano con terroral ser repentinamente consicente de que yo también estoycubierto de sangre, meto el boleto y saludo al conductor.

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Entonces se dijeron unos a otros: “Venid, hagamosadobes y quemémoslos con fuego.” Así empezarona usar ladrillo en lugar de piedra, y brea en lugarde mortero.

La torre de Babel

Cuatro

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Ya hace tiempo que no hablo. De día me cubro bajoun techo que construí y que empieza a ser un hogar para mí.De noche me resguardo del frío cavando un pequeñoagujero en la tierra, que me ofrece el calor que acumulódurante el día. Hay algunos chacales y he aprendido acazarlos utilizando el veneno de los alacranes. No tengoropa ni la necesito. Tampoco medicina. Hace poco, frotandodos piedras entre sí para comprobar qué ocurría, vi unachispa. Luego conseguí hacer fuego y descubrí que la carnees más blanda y sabrosa si la expongo a Su Fuerza duranteun tiempo. Las cosas funcionan así en esta parcela delplaneta, que para mí es el planeta. Las hojas del nopal, trasunas semanas a la sombra, liberan un sabroso líquido queme embriaga. Los nopales endulzan la vida, aunque hay quetener cuidado al pelarlos, pues buscan venganza contraquien los arranca. Estoy descubriendo cosas que jamás pudeimaginar, o tal vez ya las sabía y mi memoria, que cada díaes más débil, ya no las puede retener. Es una sensacióndeliciosa ésta de perder el recuerdo, de romper la cadenaque me ata al pasado. Ni siquiera me apena saber quecuando este proceso llegue a su fin no podré recordarlo... osiendo sincero sí, a ratos me asalta la nostalgia, pero cadavez con menos frecuencia.

He hecho un amigo. Es redondo y amarillo y tímidoporque no se acerca, aunque bravo, porque es difícilsostener su mirada. Parece más fuerte que yo. Y digo que esmi amigo porque, si bien cuando está me hiere, cuando semarcha sufro una sensación terrible que me hace pensar enla muerte. Es algo complicado, pero sé que ya varias veces la

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he rozado. Cuando aquella piedra hizo flaquear la estructurade mi casa, sin ir más lejos, un alacrán clavó su aguijón enmi pie izquierdo. No lo maté, porque entendí que era elprecio por haberme alimentado de su hermano, pero eldolor fue rojo y negro y terrible y, de no haber comidoalgunos cactus que encontré, estoy seguro de que ya habríamuerto.

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Y caminaba, semejante a la noche.La Ilíada

Cinco

Nuestro lecho florido,de cuevas de leones enlazado.

San Juan de la Cruz

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Caminamos sin descanso hacia nuestro últimodestino y según el Cerro del Quemado va quedando atrásme siento más profundamente enamorado de esta roca, deesta arena y de la oscuridad de esta noche azteca que nosenvuelve. Formas rectas allá donde miremos o formascurvas que se hacen rectas bajo el influjo de todas lashistorias que alguna vez oímos. A nos habla de un libro queestá leyendo, algo sobre la mafia, pero una risa provenientede lo más hondo del desierto le corta la historia por la mitady G y yo notamos que no quiere seguir hablando. Entonces,G nos dice que en esta tierra quemada ha encontrado sulugar, pero la voz se le debilita mientras lo dice y al finaltermina por desaparecer cuando nos contaba algo sobredemoler el pasado y construir uno nuevo con los escombros.Pero un pasado al fin y al cabo. Sin embargo, en estedesierto donde la única luz a la vista proviene de nuestrostres cigarros sólo hay presente, sólo hay un color. El sudordel día se ha convertido en los escalofríos de la noche y esome recuerda lo que he soñado. G calla. ¿Qué has soñado?,dice A, y de repente soy consciente de que hablaba en vozalta. Me veía desde afuera, les cuento, ¿entiendes? Sí,entiendo, dice A, pero —respondo— era como si a la vezviese desde los ojos de esa persona que se suponía que erayo. Pero eso es imposible, dice A mientras me mira. Sí, yasé, ya sé, pero es como fue, una especie de desdoblamientode los puntos de vista o algo así. Por un momento, el sonidodel desierto se impone, pero hay que silenciarlo, hay queevitar que de todas partes nos asalten esas luces de atrás,esos sonidos de risas, aullidos, esos pasos, y A dice bien, y

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qué más pasaba. No sé si pasaba algo realmente, digo, peroel caso es que me veía y delante de mí había una ciudad,diría que Madrid pero ninguna de las cosas me eraconocida, y detrás de mí no había nada. ¿Nada?, interrumpeG, ¿y cómo se ve la nada? Bueno, le digo, era todo blanco, yasabes, un blanco plano. Ya, pero la nada no puede verse,contesta A, la luz no rebota en ella. Si entre nosotros doshubiese millones de kilómetros cúbicos de Nada yo te veríaigual que te veo ahora. Pienso que sólo quiere alargar unpoco más la conversación, pero le respondo: ya, ya sé, peroen el sueño yo sabía que era la Nada, es una de esasconvicciones absolutas e irracionales que podemos disfrutarcuando soñamos. Vale, dice A, OK, dice G. Y el caso es que amí, como también estaba fuera de mi ser, digamos, pero sinconnotaciones metafísicas, me daba por mirar a la Nadadesde mis ojos, y me giraba, les digo. A y G me miranexpectantes, y yo sé que es porque tienen frío, porque tienenmiedo, y que en el calor de nuestra casa mi historia jamásles habría interesado. En esta situación, en cambio, meempujan a seguir. El hambre y el frío y el peligro avivan lahistoria, pienso, y continúo: y bueno, cuando me giraba veíaque sólo había algo allí donde yo pusiese los ojos, es decir,que la Nada huía de mis pupilas. ¿Y ya está?, preguntan. Yaestá, respondo, en ese momento el sueño se convirtió enpesadilla, añado, y seguimos internándonos en la noche,siempre mirando hacia adelante.

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Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentreconsigo misma.

Borges

Seis

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El otro tipo. Es distinto a mí. Es rubio. Habla mucho.Yo hacía tiempo que callaba; es difícil. Vive en una caseta.Ha hecho un camino desde su hogar al mío. Es parecido,pero es diferente. Quién eres, le he dicho, y me ha sonreídocon dientes que parecían armas, picados por algunaenfermedad desconocida. No me ha gustado pero si la tierrale permite quedarse yo no debo evitarlo; ella es mucho mássabia. De todos modos ya no puedo odiar ni sentir miedo,así que le digo: yo no me llamo J, hace tiempo que no tengonombre. Sí, hombre, claro que sí. Se ríe. Su ropa me clavaagujas en la memoria. Tú eres El Jefe, y yo soy Johnny, yseguro que podemos hacer un buen negocio con la genteque pronto vendrá a visitarte. Cierra el ojo derecho de unamanera grotesca y sonríe, pero sólo con la boca. Algo medice que es mejor alejarse. Me alejo.

. . .

Hoy Johnny me ha traído galletas de chocolate perolas he rechazado. También me ha traído una bebida oscuraque arde en la boca. Tampoco la he aceptado, siguiendo unconsejo que yo mismo me di en momentos en los que fuimás sabio que ahora. Sin embargo, hay algo contra lo quemi voluntad no siempre puede y que ya casi había olvidado:el aguardiente. Creo que esto es una batalla entre Johnny yyo, y ésa es su arma. Yo también tengo un arma conmigo, oun escudo más bien. Veremos cómo acaba todo esto.Veremos si acaba.

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El ángel de los hombres tenía un nombre secreto.Había nacido en un pueblo desaparecido…

Homero Aridjis

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A este lugar se llega a través de un camino que hanacido de los pasos de todos aquéllos que alguna vez hanvenido a conocer al Jefe. Extrañamente, ni A ni G ni yologramos recordar el nombre del lugar, pero qué importa elnombre si lo tenemos ante nosotros, con sus cactus y suspiedras y el viento seco que ningún nombre puedecomprender. Me agacho y como. A la vera del camino hayuna pequeña caseta y un hombre rubio sale de ella. Por unmomento pienso tal vez sea El Jefe pero A me susurra aloído ése es Johnny. Nos saluda amablemente, tiene uncierto acento gringo. ¡Hey!, ¿qué tal están ustedes amigos?¿Vienen a por diversión? Nos guiña un ojo. No, muchasgracias, digo. El miedo me invade pero contengo el alientoy paso de largo. ¡Eh, amigo!, ¡qué grosero!, dice sin dejar desonreír. Por lo que M nos contó, Johnny se gana la vidafingiendo ser un tipo amistoso y vendiendo a la gente que vaa buscar al Jefe a los federales. Sin embargo, hay que pasarante Johnny para poder hablar con El Jefe: muchos nollegan. ¡Amigo!, ¿no quieren tomar un poquito deaguardiente? La voz de Johnny se pierde en la lejanía.

. . .

La primera vez que vi al Jefe no pude evitar pensarque me había equivocado, si no de persona, sí en midecisión de buscarle. Un alemán le sujetaba la largacabellera mientras él expulsaba con violencia un vómito queolía intensamente a alcohol. El alemán se llamaba Nick,¿Nick qué más?, sólo Nick, nos dijo. El Jefe repetía sin

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descanso unas palabras como un mantra: “puedes hacerlopero no puedes tenerlo, puedes hacerlo pero no puedestenerlo…”, y Nick nos explicó: esto es culpa de Johnny, ynos señaló una botella de aguardiente vacía. Parecía quehabía terminado cuando, tras unos segundos callado,añadió: pero El Jefe acabará por vencer; es fuerte. Nick nosexplicó que se había quedado a vivir allá —él tampoco caíaen cuál era el nombre del lugar, o tal vez nunca lo supo—para aprender del Jefe, y no para ayudarle como aventuréyo en un principio. “Puedes hacerlo pero no puedestenerlo”. Nos preguntó a qué habíamos ido y se loexplicamos. Nos dijo que El Jefe nos ayudaría cuandoestuviese mejor, dijo: El Jefe es un guía, y por eso losayudará, y señaló un pequeño pedazo de vidrio que pendíade un finísimo hilo y explicó: cuando viene una tormenta dearena, su rumor llega aquí antes que su azote. Nosotros nopodemos oírlo, pero “él” sí puede, dijo señalando al vidrio,como si eso legitimase la condición de sabio del Jefe. Sellama Tzum, añadió.

Durante las veinticuatro horas que El Jefe tardó enreponerse, Nick me explicó algunos de los extrañosmecanismos que había aquí y allá en el poblado —todos consus respectivos nombres—, en los cuales yo no habríareparado de otro modo, y me presentó a otros que habíanvenido en busca de lo mismo que nosotros: Claude, Angelo,Juan Diego, Clara, Nishi, Harold… y nos dio algunosconsejos sobre la mejor manera de montar la tienda decampaña. Muchas gracias, le dije. No, de qué, respondió, amí me lo enseñó todo El Jefe… y sonrió con toda la cara.

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Ocho

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Bajo la colina. Me giro y ahí está El Jefe. No dicenada pero yo oigo lo que no dice y es: olvida. Me relajo ysigo descendiendo. Primero me quito la camiseta y meenfrento al desierto con el torso descubierto. Después lospantalones, las botas, todo, y entonces ya no lucho contra eldesierto sino que soy el desierto. Sigo viajando. Recorromiles de kilómetros y me giro: ahí sigue El Jefe. Me sientolleno de una alegría volátil que se desborda de mi ser, y eldesierto también está alegre entonces. Pienso en mi viaje deantes y recuerdo El Aleph, de Borges, y todo está a punto dedesvanecerse. Pero El Jefe me ayuda a mantener laestabilidad del espacio y el tiempo que se están encontrandoen mí. Luego me quito el nombre, dejo de ser Munir. Creoque paso largo tiempo escupiendo cada letra en la arena, noes fácil. Mmm… Uuu… Nnn… quizás tardo segundos o talvez sean horas. Para mí pasan siglos. Después de eso, norecuerdo nada, pero sé que vi, que amé todas las cosas quevi, y que éstas fueron el Universo entero, que en realidad —ylo pondré en palabras a pesar de que sé lo inocente que esoresulta— no es tal, no es un universo porque no tiene límitesy las cosas que hay en él tampoco los tienen: somos unamasa sobre la que el espacio y el tiempo copulan mientrasviajamos más allá… sin embargo, todo eso son palabras, ycuando uno vive eso comprende que sólo hay una palabraposible: todo, que no puede existir, y entonces se baña en elsilencio. Sólo cavo un túnel por el que tú puedes entrar,aunque si lo miras quedándote fuera sólo obtendrás unacosa: oscuridad.

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Es bueno para este ejército proponerse como su meta más altadesaparecer.

Subcomandante Marcos

Nueve

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Salimos de El Tecolote (dejando atrás al Jefe) conuna fuerte nostalgia que apenas ha empezado a crecer en lanariz. Él me mira y me sonríe. Dice: recuerda que no esposible que te alejes de ninguna parte. La voz del Jefe es unbálsamo, como la risa de ella, y todos nos reímos. Apenas sipodemos imaginar la que se nos viene encima.

. . .

En México, el fusil cuyo cañón me está aplastando lacabeza contra el suelo se llama cuerno de chivo. El pie de unmilitar presiona mi tórax contra la tierra de la caseta, demodo que me cuesta respirar. Veo a Johnny por el rabillodel ojo; sonríe junto al que parece el militar de rango másalto. Ante mí tengo la cara de G, que llora una sola lágrimaenorme que rueda lentamente por su mejilla hasta alcanzarla tierra, secándose cuando se tocan. Le sonrío y muevo loslabios formando las palabras nadie puede matarnos ytambién: no puedes tenerlo, pero puedes hacerlo. Gcomprende y ahora también sonríe. De atrás nos llegan lasvoces de los militares, pero no somos capaces de distinguirninguna palabra, hasta que uno de repente grita: ¡Eh!, ¡túde qué te ríes!... y a G se le borra la sonrisa… ¿Así que sonespañoles, eh? La voz que se ha adueñado del silencio queahora reina contiene una enorme fuerza. Tardamos enresponder porque ya casi lo habíamos olvidado, pero aquífuera la palabra español significa algo y A responde que sí,que lo somos. Los militares vuelven a su discusión, y yodistingo la voz de Johnny: ¿limpios? ¡Eso no es posible!, y el

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registro vuelve a dar comienzo, esta vez de forma másexhaustiva. Nos quitan las camisetas, los pantalones, ypalpan todo nuestro cuerpo mientras otros miran nuestraropa y nuestras mochilas. Cuando terminan, oímos un golpey Johnny rueda por el suelo. La voz fuerte de antes exclamapendejo… ¡vamos, suéltenlos! y llena toda la casa deJohnny, que es donde parece que estamos. Nos devuelvennuestras cosas y, cuando ya hemos terminado de recoger,les miramos en busca de alguna orden, pero parece que noexistamos para ellos, que se ocupan en patear lo que quedadel ya inconsciente cuerpo de Johnny. Al salir de la casa depiedra comprobamos si está todo: sólo nos falta el dinero delas carteras. Sin embargo, la alegría de estar vivos es másque suficiente, casi ni sentimos el frío del desierto. Además,A y yo teníamos la mayor parte del dinero bien escondido, lode la cartera sólo era un señuelo. Vamos, vamos, digoasustado, y marchamos. Curiosamente, charlamosalegremente, no hay silencio, y reímos de la manera en quelas personas ríen cuando saben que nadie las mira.

Una vez lejos de la caseta, nos abrazamos eufóricos ynos besamos los ojos sin saber bien por qué, sin necesitarsaberlo, y cantamos y bailamos durante un buen rato antesde seguir nuestro camino.

Dos días después, estamos de nuevo en Matehuala.

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Camino, miro a mi alrededor y me pregunto si, finalmente, laliteratura no sera esto: un infinito de arboles sin nombre que haesperado durante siglos la llegada de un hombre voluntarioso quelos bautice y que los haga reales para el resto de los mortales.

Rodrigo Fresán

Diez

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Y éstos, Marta, son los papeles que te prometí. Quizáte resulten molestos, por la cantidad de incógnitas que teplantearán, pero créeme si te digo que a mí también. ¿Quédemonios me pasaba por la cabeza cuando escribí eso de la“Teoría de la Verdadera Inteligencia”? Si te he de sersincero, hay algunos párrafos que ni siquiera recuerdo, perosin duda la letra es mía en todos los casos. Otras cosas sí lasencuentro sin dificultad en mi memoria. Personas, lugares,sensaciones.

Aun a riesgo de que me tomes por loco, te diré algo:desde que releí todo esto, tengo una sospecha: ¿puede serque El Jefe sea yo de algún modo? ¿Una proyección alfuturo? ¿Una meta? No sé. Lo cierto es que desde aquel díael tiempo no es algo que me tome demasiado en serio. Séque hubo un momento en que lo vi todo claro, pero estamaldición que es la memoria se extiende según pasan losdías y ya apenas puedo alcanzar algún pedacito de lo queviví. Sin embargo, algo me dice que esto no ha acabado, queviviré todo aquello de nuevo, y que tal vez lo haga contigo…que quizá podamos instalarnos para siempre en uno de esosmomentos.

Pero basta ya de dudas, también he sacado de estoalgunas cosas en claro. Por ejemplo, que ya siempre podrétomar aire profundamente y volver por un instante a estarcon El Jefe cuando lo necesite. Si quieres, podemos respirarjuntos. Otra seguridad que ha nacido en mí es la de que lopróximo que escriba lo tendré que escribir solo, sin Chejov,sin Borges y sin Bolaño, sin Cortázar o di Benedetto, en fin,solo, abajo de los hombros de los gigantes. Y lo que surja

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será, sin duda, algo nuevo. Tal vez idéntico a alguna otracosa, quizás letra por letra incluso, pero nuevo al fin y alcabo porque mis palabras serán yo. Pienso en PierreMenard.

Ya me despido. Escucha: no he sacado copia de estospapeles, cuídalos bien, por favor. Lo más importante que heaprendido es que hay que escribir, escribir, escribir. Noimporta el qué. Porque escribir es buscar, buscar lo otro. Yporque por mal que lo hagamos —si es que es posibleescribir mal— lo que importa no es el resultado (que nuncaexiste, en realidad), sino el proceso. De alguna manera, untexto literario es un relato del camino que hemos seguidopara llegar a escribirlo.

Curiosamente, es hablando como he aprendido aescuchar otras voces que me cuentan cómo llegaron hasta laamistad o el horror o el odio o la esperanza.

Cuento los días para que nos veamos; me muero deganas.

Te quiero,Munir.

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