Los Problemas de La Edición de Textos

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LOS PROBLEMAS DE LA EDICIÓN DE TEXTOS La edición de textos literarios * Alberto Varvaro. Universidad de Nápoles La premisa fundamental y evidente de todo estudio serio de cualquier tradición literaria y lingüística es disponer de los correspondientes textos. El estudio resultará tanto más valioso cuanto mayor sea el número de los textos disponibles; y en caso extremo, resulta oportuno tener presentes todos los textos llegados hasta nosotros. Esto, que parece evidente para cualquier persona culta, no resulta, sin embargo, tan claro tanto en los círculos intelectuales como fuera de ellos, que junto al aspecto cuantitativo, al que aludía, exista uno cualitativo. De un mismo texto, de hecho, existen o pueden existir ediciones con un grado de fiabilidad completamente diversa. Quien sea capaz de darse cuenta de este desnivel admitirá la necesidad de disponer de los textos en ediciones que sean lo más fiables posible. ¿En qué consiste la fiabilidad de un texto? La respuesta debe contemplar al menos dos aspectos: 1. El texto debe estar publicado haciendo todos los esfuerzos para conservar o restablecer la forma deseada por su autor, ya que contamos los filólogos con el axioma según el cual toda copia (y por tanto, cualquier edición) implica la generación de errores. 2. El procedimiento seguido por el editor debe poder ser controlado (y por tanto, falsado) en todas sus fases por parte del lector. No es este el momento de pararse en equívocos que están muy difundidos, pero que no pueden ser tomados en serio. La cualidad textual de la edición nada tiene que ver con su calidad tipográfica o bibliográfica: libros y manuscritos de gran belleza y/o rareza pueden dar lugar a ediciones deplorables, y viceversa. Ni tampoco la fiabilidad filológica tiene que confundirse con la existencia y la calidad de eventuales comentarios histórico-críticos, que también son de interés literario: el trabajo ecdótico es premisa indispensable para la lectura crítica, pero ésta ni lo sustituye ni lo refuerza. Y así sucesivamente. Sin embargo, debo dedicar algunas palabras a equívocos más serios. En primer lugar, los relativos a la extendida creencia de que la fidelidad se identifica o se asegura por la reproducción paleográfica o además anastáticadel testimonio, especialmente si se trata de un texto único; y

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Los Problemas de La Edición de Textos

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  • LOS PROBLEMAS DE LA EDICIN DE TEXTOS

    La edicin de textos literarios*

    Alberto Varvaro. Universidad de Npoles

    La premisa fundamental y evidente de todo estudio serio de cualquier

    tradicin literaria y lingstica es disponer de los correspondientes textos.

    El estudio resultar tanto ms valioso cuanto mayor sea el nmero de los

    textos disponibles; y en caso extremo, resulta oportuno tener presentes

    todos los textos llegados hasta nosotros. Esto, que parece evidente para

    cualquier persona culta, no resulta, sin embargo, tan claro tanto en los

    crculos intelectuales como fuera de ellos, que junto al aspecto cuantitativo,

    al que aluda, exista uno cualitativo. De un mismo texto, de hecho, existen

    o pueden existir ediciones con un grado de fiabilidad completamente

    diversa. Quien sea capaz de darse cuenta de este desnivel admitir la

    necesidad de disponer de los textos en ediciones que sean lo ms fiables

    posible.

    En qu consiste la fiabilidad de un texto? La respuesta debe contemplar al

    menos dos aspectos:

    1. El texto debe estar publicado haciendo todos los esfuerzos para conservar

    o restablecer la forma deseada por su autor, ya que contamos los fillogos

    con el axioma segn el cual toda copia (y por tanto, cualquier edicin)

    implica la generacin de errores.

    2. El procedimiento seguido por el editor debe poder ser controlado (y por

    tanto, falsado) en todas sus fases por parte del lector.

    No es este el momento de pararse en equvocos que estn muy difundidos,

    pero que no pueden ser tomados en serio. La cualidad textual de la edicin

    nada tiene que ver con su calidad tipogrfica o bibliogrfica: libros y

    manuscritos de gran belleza y/o rareza pueden dar lugar a ediciones

    deplorables, y viceversa. Ni tampoco la fiabilidad filolgica tiene que

    confundirse con la existencia y la calidad de eventuales comentarios

    histrico-crticos, que tambin son de inters literario: el trabajo ecdtico es

    premisa indispensable para la lectura crtica, pero sta ni lo sustituye ni lo

    refuerza. Y as sucesivamente.

    Sin embargo, debo dedicar algunas palabras a equvocos ms serios. En

    primer lugar, los relativos a la extendida creencia de que la fidelidad se

    identifica o se asegura por la reproduccin paleogrfica o adems anastticadel testimonio, especialmente si se trata de un texto nico; y

  • que este tipo de reproduccin hace intil cualquier otro tipo de control. Hay

    que decir en seguida que debemos estar contentos por la frecuencia con la

    que hoy se ponen a disposicin de los lectores reproducciones cada vez ms

    perfectas de manuscritos e impresos raros. Pero stas no hacen ni superflua

    ni intil la produccin, bastante ms laboriosa, de ediciones de un tipo

    completamente diferente.

    Resulta obvio que las reproducciones pueden ser utilizadas por un nmero

    de lectores bastante menor que los de las ediciones de otro tipo. Para leer

    directamente los manuscritos de El Cantar del Cid o del Libro de buen

    amor o las poesas de San Juan de la Cruz o incluso, por lo que se refiere a

    los impresos, textos desde finales del siglo XV hasta el XVII, es necesaria

    una capacidad propia de los estudiosos y no del lector no especializado.

    En segundo lugar, es necesario distinguir entre los manuscritos autgrafos

    (o impresos cuidados por el autor) y simples copias o impresos raros o

    nicos, pero no cuidados por el autor. Est claro que el texto de los

    primeros tiene ya de por s un valor del que carecen los segundos. Pero

    tambin entre los autgrafos (o impresos cuidados por el autor) hay que

    hacer distinciones: podemos tener el autgrafo de una fase de redaccin

    anterior a la final, y que, por el contrario, solamente nos queden copias de

    sta; en este caso, el texto del autgrafo resultara de gran inters (ms

    adelante volver a hablar de este tipo de problemas), pero el valor que

    tendran las copias de la redaccin final sera, en definitiva, mucho mayor.

    Por otra parte, es un mito que el autgrafo final, en los casos en que existe,

    sea de por s un texto que no necesite ninguna elaboracin crtica. Todos los

    escritores, incluso los grandes autores, cometen errores, se distraen, no son

    consecuentes, y siempre y en todo caso tienen que ser interpretados. Baste

    pensar en los usos grficos (grafa, puntuacin, uso de las maysculas,

    separacin de las palabras, etc.), que son siempre significativos ya por

    respetar una determinada tradicin, que es una tradicin cultural, ya por

    innovar, separndose de ella. Las costumbres grficas tienen que ser

    interpretadas, y por tanto deben ser comprendidas por el editor y ser

    comprensibles para el lector en su significado, cosa que a menudo lleva a la

    decisin de sustituirlas con signos modernos de aspecto diferente, pero de

    funcin anloga. Basta pensar en el cambio que con el tiempo ha sufrido el

    empleo de la coma: el fetichismo del documento puede oscurecer la

    comprensin real del mismo.

    Admitamos tambin que la reproduccin anasttica de autgrafos de las

    fases de redaccin finales de un texto puede considerarse suficiente por s

    misma: habremos resuelto as una pequea parte de los problemas que se

    derivan de la exigencia de tener un corpus amplio y fiable de textos

    literarios espaoles de cada poca. De hecho, es mucho mayor el nmero de

    textos de los que no poseemos este tipo de autgrafos o de ediciones

  • revisadas cuidadosamente por el autor. En ese caso seguir siendo

    necesario trazar los procedimientos que han de seguirse en los casos en los

    que no disponemos de un autgrafo.

    La operacin preliminar es la fatigossima y poco gratificante, pero

    indispensable, de la recensio. Los fillogos usan el trmino testimonio,

    considerando que el texto es como un enigma policaco respecto al que

    cualquier fuente (manuscrita, impresa o citada indirectamente) puede ser

    comparada con un testigo, que est en disposicin de aportar al juicio su

    versin de los hechos, su punto de vista, ms o menos autntico y til para

    una reconstruccin, siempre opinable, de lo que realmente ha sucedido.

    El estudio de la literatura espaola, desde el punto de vista de la recensio,

    no parece estar en desventaja respecto a otros, en cuanto que dispone ya de

    instrumentos de trabajo utilsimos, pero no es poco lo que todava queda

    por hacer. Se podran citar obras ms antiguas y a veces todava tiles, pero

    la Bibliografa de la literatura espaola de Jos Simn Daz ofrece un

    punto de partida indispensable, en ella antes que una bibliografa crtica, se

    ofrece un repertorio de los testimonios textuales. Pero debo decir que hay

    una obra de mbito ms limitado, la Bibliography of Old Spanish Texts,

    dirigida con una admirable tenacidad por Charles Faulhaber (Berkeley), que

    al principio podra parecer poco til e incluso burda, pero que a medida que

    se han ido sucediendo las ediciones est demostrando con insistencia lo til

    que puede ser, en este campo, la investigacin sistemtica. La Bibliography

    demuestra ya lo que podemos esperar de un banco de datos, impreso o en

    disco, cada vez ms completo que identifique y haga un listado de todos los

    testimonios de una franja cronolgica de produccin literaria, en este caso

    la medieval en lengua castellana. Aparecen manuscritos totalmente

    desconocidos u olvidados, pero a veces de gran importancia; en todo caso,

    salen a la luz incluso textos desconocidos o redacciones desconocidas de

    textos importantes.

    Quiz haya quien dude de que estas operaciones sean tiles, incluso aunque

    se hagan con instrumentos tan complejos como los ordenadores. Para

    demostrar lo contrario, aludo brevemente a la experiencia que llev a cabo,

    hace ya ms de treinta aos, al empezar a preparar la edicin de las poesas

    de uno de los mayores escritores del siglo XV castellano. No se puede decir

    precisamente que Juan de Mena haya sido alguna vez olvidado: se habr

    convertido en un modelo negativo, pero siempre ser un modelo. En

    definitiva, no haba podido imaginar que, teniendo en cuenta los

    poqusimos testimonios usados por los editores, iban a aparecer al menos

    52 manuscritos y que de ellos fuera posible recuperar siete poesas todava

    inditas, de un total de 151 versos. Y esto por no hablar de las ventajas que

    una base de documentacin tan amplia ha supuesto para la posterior edicin

    de las poesas menores, recientemente llevada a cabo por Carla De Nigris.

  • La Bibliography de Faulhaber y de sus colaboradores y los ejemplos que he

    dado afectan a la literatura medieval. Se podran aadir otros para las obras

    posteriores, pero creo que debe decirse que la situacin es menos

    satisfactoria. En Espaa no existe todava nada comparable al Institut de

    Recherche et dHistoire des textes de Pars. Sera oportuno y deseable que la Real Academia de la Lengua o el Instituto Cervantes se propusieran

    constituir algo anlogo, que impulsara, por ejemplo, la constitucin y el

    progresivo enriquecimiento de un banco de datos electrnico con el fin

    ltimo de recoger todas las informaciones accesibles sobre todos los

    manuscritos y todas las obras impresas en lengua espaola y en sus

    variantes dialectales. Es una compilacin grandiosa pero irrenunciable.

    Igualmente oportuno sera la constitucin de algo similar al Institut des

    Textes et Manuscrits Modernes, tambin en Pars, o al Fondo Manoscritti di

    Autori Contemporanei de Pava, para recoger con inmediatez los

    manuscritos de los autores contemporneos, antes de que entren en la

    circulacin del comercio de la bibliofilia y sobre todo antes de que se

    dispersen o, incluso, sean destruidos.

    Es oportuno aclarar inmediatamente que, cuando dispongamos del

    inventario, por muy completo que tienda a ser, de los testimonios

    manuscritos e impresos de todos los textos literarios espaoles, tampoco

    habremos resuelto todava el problema de sus ediciones. Dispondremos

    slo del mejor punto de partida, podremos solamente comenzar a interrogar

    a estos testigos con la garanta de una base informativa amplia y sin

    demasiado temor a que aparezca de improviso un testigo desconocido y

    valioso.

    Sobre el procedimiento que debemos seguir cuando se entra a fondo en el

    problema de las ediciones hay profundas divergencias, y no es menor la

    separacin entre la teora y la prctica. Hace un siglo y medio se formaliz

    un mtodo que tom el nombre de Karl Lachmann (editor de textos

    bblicos, latinos y germnicos), que asume una analoga entre los

    testimonios manuscritos y los descendientes biolgicos de un origen comn

    y pretende reconstruir las relaciones genealgicas entre ellos mediante la

    identificacin de los errores que, al encontrarse los mismos en dos o ms de

    ellos, prueban la descendencia de un mismo antepasado, en el que tales

    errores se han producido. En el caso de que haya errores comunes a todos

    los testigos, entonces ser posible afirmar que todos descienden de una

    nica copia que los tena ya, copia a la que llamaremos arquetipo.

    De esta forma resulta posible disear un verdadero y autntico rbol

    genealgico de los testimonios (el stemma). El texto del arquetipo se

    reconstruye con seguridad gracias al testimonio concordante de ramas

    genealgicas diversas; por el contrario, en los casos en los que ramas

    diferentes dan lecturas diversas igualmente valiosas, la eleccin del texto se

    deja a juicio del editor, as como a su criterio corresponde reparar los

  • errores que se refieran al arquetipo.

    El mtodo lachmanniano parece tener una objetividad pareja a las

    exigencias de una cultura embebida de positivismo y hace albergar la

    esperanza (o ilusin) de operaciones puramente mecnicas. En realidad, el

    concepto, absolutamente bsico, de error carece de cualquier objetividad y

    otros muchos aspectos tericos del mtodo pueden estar expuestos a

    importantes crticas. En el plano prctico, todo el que haya intentado aplicar

    tal procedimiento sabe que funciona mucho mejor para los estratos ms

    bajos del esquema que para los altos, mejor en las tradiciones poco nutridas

    de testimonios que en las ricas, mejor en los casos de copias pasivas que en

    las que han sufrido la contaminacin y la refundicin.

    El xito del mtodo recibi un serio golpe a finales del primer decenio de

    nuestro siglo, mucho antes de que se adoptara por los historiadores de la

    literatura espaola: fue a causa de la comprobacin de Joseph Bdier de que

    gran parte de los stemmas lachmanianos construidos por los editores daba

    como resultado dos ramas; en esta situacin, que tena muy poco que ver

    con la realidad, sin embargo, les dejaba libres para intervenir ampliamente

    en la constitucin del texto, con lo que actuaban de una manera mucho ms

    subjetiva de lo que pretendan. Frente a una manera de proceder como sta,

    muy dependiente de la intervencin del editor en la constitucin del texto,

    Bdier reivindicaba los derechos de la historicidad concreta de los

    testimonios, que haba que privilegiar frente a los artificios de los editores,

    para lo que propuso un mtodo alternativo: la seleccin del mejor

    testimonio al que atenerse, siempre que no estuviera equivocado. Un caso

    ejemplar fue el de la Chanson de Roland, cuya tradicin manuscrita, a pesar

    de todo, est constituida por un cdice que todos reconocen como superior

    a los dems, muy reelaborados, por lo que la eleccin tras sopesarlo todo resulta obligada, pero no se puede decir lo mismo del mtodo utilizado con el cdice privilegiado.

    El mtodo de Bdier insiste mucho ms en la pars destruens que en la

    construens. La llamada a la historicidad y a la realidad del testimonio es

    saludable y justificada, pero bastante ms problemtica es la eleccin del

    mejor testimonio. En realidad, el xito de esta propuesta est sometido a la

    circunstancia de que parece que as se justifica la ignorancia o al menos el conocimiento superficial del resto de la tradicin, con ventaja para el texto de aquel testimonio que ha sido considerado el mejor con razones ms

    o menos vlidas: su integridad, legibilidad, coherencia, aparente correccin,

    incluso el hecho de que est en una biblioteca fcilmente accesible.

    La discusin entre partidarios de Lachmann y de Bdier ha sido

    interminable, a veces encendida, pocas veces provechosa. En Espaa ambos

    mtodos fueron acogidos tarde, aunque hayamos tenido ptimos ejemplos

    de ediciones cientficas. Ha prevalecido un empirismo un poco diletante,

  • que podra ser considerado como una forma dbil (y a menudo ignorante)

    de bedierismo: se da preferencia a un testimonio elegido sin demasiada

    sutileza y se concede al editor amplia licencia para intervenir, ya sea

    conjeturando o recurriendo a otros testimonios, elegidos ms o menos al

    azar. La mayor parte de las ediciones corrientes de clsicos espaoles es de

    este tipo. Su fiabilidad est por debajo del umbral exigido a la ciencia, ya

    sea porque la base testimonial es bastante escasa y casual, o porque las

    comprobaciones por parte del lector son muy limitadas o nulas. As, se

    entiende la reaccin que me atrevo a llamar fetichista. Aludo, por ejemplo,

    al gran trabajo del Seminario Hispnico de Madison, Wisconsin, que

    produce ediciones de textos medievales basados en un nico testimonio y

    casi sin intervencin del editor, ni el recurso a otras correspondencias

    crticas, salvo el aparato de variantes ms o menos utilizables.

    Pero tambin en este caso estamos lejos del objetivo de lograr disponer de

    un corpus crtico adecuado de los textos literarios espaoles de todos los

    tiempos. Estamos lejos por dos motivos diferentes: no slo por el hecho de

    que la mayor parte de las ediciones suelen basarse en un nico testimonio,

    sino tambin porque olvidamos un aspecto fundamental de la historia de la

    cultura, que es la historia de la tradicin.

    Esto resulta claro a travs de la metfora por la que llamamos testimonio, es

    decir, testigo, a cualquier ejemplar manuscrito o impreso de un texto. Cualquier lector de novelas policacas sabe bien que lo que dice un testigo,

    para recabar una verdad que desconocemos, debe ser valorado en relacin

    con su mentalidad, su capacidad, sus intereses y su punto de vista. En

    definitiva, el testimonio adquiere sentido en, y a travs de, la situacin del

    testigo ante la realidad. En la crtica textual esto es an ms cierto: todas las

    copias (y todas las ediciones) constituyen un fenmeno cultural, resultan de

    unos intereses especficos, responden a unas exigencias de gusto, y se

    sitan en lo que se denomina historia de la recepcin de un texto. Copias y

    ediciones tienen cada una un sentido y un valor por s mismas, aparte de lo

    que nos muestran de otra copia o edicin perdida o ausente, de la que

    proceden inmediatamente o del arquetipo o incluso del original.

    Por tanto, los testimonios son fenmenos culturales de la historia. Pueden

    tener poca o mucha originalidad, poco o mucho valor, pero rara vez carecen

    de sentido. El conjunto de estos fenmenos culturales de los que se han conservado y de los que se han perdidoconstituye una historia, la de la tradicin del nico texto en conexin con la historia de las tradiciones de

    otros textos, que es un captulo importante de la historia de la cultura en su

    conjunto. Por tanto, en cualquier caso sera preciso estudiarlo. Incluso los

    que no compartan las posturas de la escuela alemana que tiende a

    identificar historia de la literatura con historia de la recepcin, admitirn

    que es bastante significativo saber dnde y cmo ha sido compilado y

    difundido un texto. La historia de la tradicin de las obras literarias

  • medievales espaolas resulta as un captulo de la historia de la cultura

    espaola posterior a la Edad Media. Es muy significativo que despus de

    1500 hayan sido poqusimas las obras anteriores a los Reyes Catlicos que

    han encontrado la va de la impresin (o incluso de la copia manuscrita) y

    que estas pocas fueran casi siempre jurdicas o histricas, pero no literarias.

    La historia de la tradicin del Romancero, por citar otro ejemplo, es de por

    s una contribucin a la reconstruccin de la historia de la cultura espaola.

    Pero limitmonos a considerar la tradicin en funcin del propio proceso de

    edicin: en rigor, cualquier tradicin textual resulta diferente a cualquier

    otra, pues es el medio a travs del que se destaca la problemtica especfica

    de un texto. Dado que el trabajo del editor es fundamentalmente una

    restauracin, slo la verificacin de su historia particular le permite

    intervenir en l, encontrar y aplicar una frmula nica que se adapta a ese

    texto pero que puede no adaptarse a otros: exactamente lo mismo que

    sucede con un edificio o con un cuadro. Cualquiera de los presentes

    recordar, por citar un ejemplo concreto, cmo la reciente restauracin de

    Las Meninas ha ido acompaada de un profundo estudio de la historia del

    cuadro, documentado por una excelente exposicin en el Prado. Anlogo

    debe ser el modo de proceder del editor de textos.

    Pudiera alguien tener la impresin de que rechazo tanto el mtodo de

    Lachmann como el de Bdier, o incluso cualquier mtodo. Nada menos

    cierto, pues trato slo de mostrar que ningn mtodo editorial puede tener

    un valor absoluto, ni puede aplicarse sin atender a la naturaleza de la obra y

    a su tradicin histrica. El fin que nos proponemos al publicar

    cientficamente un texto sigue siendo el mismo que enunci al principio (la

    restauracin de la voluntad de autor), los criterios de mxima son

    igualmente constantes (inventario de todos los testimonios, su estudio en

    profundidad, conocimiento de sus relaciones recprocas, etc.). Lo que no

    puede ser constante es la terapia de restauracin, que debe depender caso

    por caso de las circunstancias.

    Hasta ahora he hablado del original como de un texto fijo, ne varietur, pero

    muchas obras literarias del pasado o del presente tienen, por el contrario,

    una compleja historia de redaccin, pasan a travs de ms de un original.

    Antes o junto a la historia de la recepcin est la del texto. Para las obras

    del pasado ms lejano este segmento gentico frecuentemente se ha

    perdido, o es indemostrable o altamente problemtico, como en el caso del

    Libro de buen amor. Ms tarde la situacin cambia, al menos a partir, de

    casos como los de San Juan de la Cruz o de Fernando de Herrera.

    En estos casos no tiene sentido invocar a Lachmann o a Bdier. Para estos

    problemas, ms que nunca, el mtodo editorial debe depender del estado de

    los testimonios y de la reconstruccin de su dinmica. Slo una slida

    hiptesis sobre la diacrona de los materiales de redaccin permite

  • encontrar una solucin concreta que ponga a disposicin del lector cada una

    de las fases autnomas, sin subordinar a la final o a la que consideramos

    como la mejor. Todos los materiales intermedios, las aproximaciones, las

    correcciones, los progresos, se muestran en relacin a la fase textual

    autnoma hacia la cual llevan o de la cual se apartan. El texto, que

    consideramos entidad finita y cerrada, se convierte en un proceso. Se

    entiende cmo en este caso, ms que nunca, el editor debe mostrar todos los

    materiales y explicar por qu los ha valorado y ordenado en un determinado

    modo. Slo as un texto se hace comprensible y verificable en su

    elaboracin.

    Insisto una vez ms sobre la verificacin. Obviamente la exigencia es

    anloga en todos los tipos de ediciones, y es fundamental. Para que una

    operacin sea cientfica es necesario que se pueda verificar, en definitiva,

    que sea explcita y que el recorrido realizado por el cientfico pueda

    repetirse y eventualmente ser refutado. El principio vale para todas las

    ciencias, incluso para la ecdtica, de forma que las ediciones que no

    satisfagan esta exigencia no son cientficas; puede que sean tiles e incluso

    estar bien hechas, pero seguirn siendo intrnsecamente diletantes. Tenemos

    hoy cierto nmero de ediciones cientficas de textos literarios espaoles,

    pero son todava pocas. El deber que nos podramos imponer es que por

    cada texto relevante de la literatura espaola exista en un plazo breve de

    tiempo al menos una edicin de nivel cientfico.

    He dicho ya que las explicaciones de los criterios editoriales es algo

    completamente diferente de la lectura crtica en sentido literario. Pero ahora

    debo precisar que un grave error muy difundido entre quienes practican la

    crtica del texto consiste en sostener que el trabajo de constitucin del texto

    se pueda separar en sentido abstracto del de interpretacin. Esto slo es

    verdad en el sentido de que el texto, una vez constituido, es el punto de

    partida para mltiples lecturas e interpretaciones, pero es peligrosamente

    falso si pretende que la operacin de restauracin del texto sea autnoma y,

    separable de la de entenderlo. Si es verdad lo que hemos dicho antes, que

    publicar cientficamente un texto significa elaborar de forma racional y,

    verificable todo el material tradicional, esto supone como consecuencia que

    cualquier operacin llevada a cabo por el editor, no sea nunca automtica,

    pues ha de estar fundada en un juicio interpretativo. Por otra parte, es

    evidente que la misma nocin de error, que en cualquier caso resulta

    esencial para realizar una edicin, se basa en un juicio hermenutico. El

    error es lo que no tiene sentido en relacin al contexto o a cuanto

    atendemos por las ms diversas razones; el error no es tal de por s,

    ontolgicamente, sino en cuanto lo consideramos como tal. Una lectura,

    naturalmente, puede ser errnea en un autor o en un contexto y correcta en

    otros.

    Esto no significa que la interpretacin haya de servir para prevaricar el

  • texto. sta no debe vincular al lector a la eleccin del editor y debe ser clara

    pero con discrecin, sin extenderse bajo o junto al texto. Vuelvo a un

    ejemplo aparentemente nimio, pero a menudo decisivo: la puntuacin.

    Cuando un texto est muy lejano del uso moderno, ya por la escasez de

    signos de puntuacin (como en la Edad Media), ya por exceso de ellos

    (como en la poca barroca), el lector puede encontrarse con problemas,

    motivo por el que el editor debe actualizar la puntuacin de forma que

    transmita las mismas informaciones que quera dar el autor, pero con los

    convencionalismos de hoy, y debe explicar aparte los criterios a los que se

    ha atenido. En bastantes casos, las soluciones posibles sern mltiples y

    algunas decisiones editoriales podran anular esta multiplicidad; es

    oportuno, por tanto, adoptar una puntuacin clara pero ligera, que sugiera

    pero que no condicione, que ayude pero que no ate. En cuanto al

    comentario interpretativo, cuando es exuberante, acaba por distraer e

    imponerse. Lo que es obvio y claro no es necesario comentarlo, pero en los

    pasos difciles u oscuros creo que el editor debe declarar lo que ha

    entendido y, si es necesario, reconocer que no lo ha entendido, para que el

    lector colabore con l en la operacin abierta de la interpretacin.

    En un congreso de Lengua Espaola sera imperdonable no tratar de los

    problemas lingsticos que plantea cualquier edicin. Cada texto, y si es

    literario especialmente, es en primer lugar una construccin lingstica

    compleja, y por otra parte, precisamente por esto, no puede ser editado sin

    ser interpretado. Pero de esta circunstancia fundamental derivan

    consecuencias complejas. No siempre resulta claro que las decisiones que

    tome el editor en relacin con la constitucin de un texto, proporcionen

    resultados importantes para quien usa el texto como fuente lingstica.

    Pondr un solo ejemplo relativamente fcil de enunciar (pero dificilsimo

    de resolverse). De algunas obras medievales tenemos testimonios con un

    aspecto dialectal divergente, por ejemplo uno con trazos occidentales

    (leoneses) y otro con orientales (aragoneses). Si decidiramos que es

    posible o necesario publicar un texto compuesto, insertaramos lecturas de

    aspecto dialectal oriental sobre un fondo occidental, o viceversa? El

    resultado sera un vestido de Arlequn. Traduciremos una lectura

    occidental pintndola de forma oriental o viceversa? Sobre qu base o

    con qu autoridad? Decidiremos, por ejemplo, sobre la base de las rimas,

    cul sera la variedad dialectal original y lo volveramos a escribir todo en

    esta forma? Sera algo falso, y sobre todo absurdamente homogneo, donde

    ninguna realidad lingstica lo es. Nuestra situacin de editores no mejora

    mucho si decidimos seguir un mtodo conservador. Si tenemos motivos

    para defender que el original tena un determinado colorido dialectal, pero

    ninguno de los testimonios lo conserva, en ningn caso podremos

    reescribirlo de nueva planta. Y si lo que se conserva es un testimonio muy

    defectuoso, la eleccin tendr que hacerse entre dar un texto mejor, pero

    con un colorido no original, o con el colorido original pero con continuas

    correcciones.

  • En conclusin, resulta evidente que el problema de la sistematizacin

    lingstica del texto es todava ms delicado que el de la fijacin del texto

    mismo. Aqu es fcil aceptar, aunque con cierta prudencia, un cierto

    nmero de intervenciones (seleccin de lecturas de testimonios diversos o

    conjeturas), pero para la lengua las dificultades son tanto mayores cuanto

    menos estandarizada est. Quien trabaja con textos latinos o espaoles de

    los ltimos siglos, da por descontado (con razn o sin ella) que en ellos el

    polimorfismo lingstico es excepcional y, por tanto, se cree autorizado a

    intervenir basndose en el principio de analoga, que en este caso se llama

    usus scribendi. Pero si el texto est en espaol medieval, el polimorfismo

    es la regla y no estamos autorizados a crear una variacin no documentada,

    de la que no estamos en situacin de definir reglas ni lmites, ni a hacer

    desaparecer la existente.

    Tambin desde este punto de vista, volvemos a la exigencia de un

    escrupuloso respeto de lo que es autntico. Ntese que digo autntico y

    no original. Para el lingista, de hecho, lo que es autntico es tambin, a

    su modo, original. Si, por ejemplo, en un manuscrito del siglo XV de don

    Juan Manuel tenemos una lectura que podemos demostrar que no ha salido

    de la pluma del escritor, para el lingista sta es igualmente autntica, slo

    que no se refiere al autor sino al copista, no al siglo XIV, sino al XV. Por el

    contrario, una correccin de un editor moderno, en el mejor de los casos

    (cuando se reconoce como tal) no le sirve de nada al lingista, y en el peor,

    lo engaa, porque le hace pensar que el propio don Juan Manuel hubiera

    escrito la forma que ha sido creada por el editor moderno.

    Se dice que en los momentos creo raros en que don Ramn Menndez Pidal se dedicaba a sus nietos, a stos les gustaba hacer con l un juego que

    pona a prueba la extraordinaria erudicin del abuelo: le lean unas cuantas

    lneas de un texto y le pedan que adivinara qu era. Si el texto era breve y

    sin otros indicios, don Ramn deba juzgar basndose en los aspectos

    lingsticos. Pero a veces ocurra que su respuesta era rechazada por sus

    nietos triunfantes, porque el texto era ms antiguo de cuanto crea el

    doctsimo abuelo. Lo que ocurra era que ellos haban tomado el prrafo de

    la Biblioteca de Autores Espaoles, cuyas ediciones, poco respetuosas,

    destrozaban el prestigio domstico del gran maestro.

    Ahora bien, las ediciones de textos literarios hechas con el fin de servir

    tambin al lingista, deben ser extremadamente respetuosas con su vestido

    habitual y, por las razones de explicitud Y control a que me he referido

    antes, no pueden faltar las anotaciones lingsticas. No me refiero a un

    glosario de las palabras difciles o desusadas, que es ciertamente til, pero

    que afecta slo a un aspecto particular de la lexicografa. Hoy, se puede

    despojar ntegramente un texto, sin moverse uno de su domicilio, con un

    ordenador personal normal y con simples, pero ptimos, programas. Esto

  • permite realizar exmenes bastante ms variados, complejos y profundos,

    que van de los usos grficos a la sintaxis, de la morfologa a la semntica.

    Para obras de una cierta dimensin podran prepararse en volmenes

    separados el texto y el estudio lingstico.

    En cualquier caso, sera oportuno que la Real Academia o el Instituto

    Cervantes se propusieran realizar una nueva coleccin de textos literarios

    espaoles de todos los tiempos, de elevada fiabilidad cientfica y que

    estuvieran adems acompaados de glosarios o concordancias y de estudios

    lingsticos. La coleccin sera, por los textos, el punto de referencia para

    reimpresiones de tipo ms comercial y proporcionara, por los glosarios o

    concordancias, una base de materiales ricos y homogneos para una nueva

    consideracin del espaol en todas las pocas y en todas sus formas.

    * Traduccin del italiano de D. Pilar Palanco.