Los Tres Reyes - Leduc

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    medio de dar contestación a las preguntas eternas e inquietadoras del proletario? ¿Quién puedeasegurarte que dentro de cincuenta años, o cien, o doscientos, no hayan desaparecido del orbe todaslas formas gubernativas actuales, todas las naciones y las sociedades modernas?”

    — ¡Calla, Daniel, por Dios! — repetía yo débilmente a cada instante, fatigado ya de escucharnecedades. Pero Daniel proseguía:

    — ¿Porqué no creer que todos los regímenes gubernativos son malos, que todos los gobernantesson pésimos, puesto que son hombres y por consiguiente, imperfectos y viciosos, incapaces, egoístasy ambiciosos insaciables; que sólo miran su bienestar? ¿Por qué no creer que la única manera deregenerar el mundo es destruirlo, fundir el oro, causa de todos nuestros males, convertir los Bancosen cenizas, hacer necrópolis de las capitales del mundo?...

    Daniel se levantó, extendió los brazos con la esclavina de la dragona, a semejanza de alas demurciélago; y, señalándome las callejuelas negras, siguió con su crispadora y cavernosa voz: ¡Destruirel mundo, sí! ¡Esa es la única manera de regenerarlo, formar montones de escombros con losadvenedizos y sus palacios; y si el mundo ha de renacer de sus cenizas, como el Fénix; de esemontón de catafalcos surgirá el mundo regenerado de esa necrópolis inmensa de sociedadespútridas, de ciudades inmundas, de gobiernos inmorales, de ahí surgirá la nueva sociedad, la nuevaRepública universal, la nueva humanidad… y si no surge nada, tanto mejor; siquiera habrándesaparecido el dolor, la miseria, el hambre, los crímenes y la prostitución, porque habrádesaparecido de la tierra la especie humana, causa única y primitiva de sus males, el hombre, pobreanimal sufriente, que toca con su frente lo infinito, con sus plantas el fango… Y parodiando así al

    inmortal poeta de las “Hojas secas” Daniel se embozó e inclinó su cabeza.Miré brillar lúgubremente sus ojos entre la esclavina y el ala del sombrero, le dije adiós, estreché

    su mano huesosa y me separé de él, deseando no encontrarle durante mucho tiempo, porque eran lasdos y media de la madrugada y las constelaciones australes se acercaban ya al cénit.

    “Los tres Reyes”

     A BERNARDO COUTO JR.

    Carolina X… murió en una celda del hospital de locas; Juan Reyes, su marido, se congestionócon alcohol en el patio de una comisaría, y sus tres hijos quedaron abandonados y sin amparo en elfondo de un cuarto húmedo de tercer patio. Luisa, María y Manuel, que éstos eran los nombres de pila

    de los tres Reyes, tenían sucesivamente: la primera, quince años; la segunda, trece, y el tercero, diez,que cumplía el 24 de diciembre.Carolina, como se ha dicho, murió demente dos años antes que Juan, su esposo, se embriagara

    por la vez postrera; pero ya desde en vida de Carolina y Juan, los tres Reyes salían, instigados por supadre, a limosnear a través de las calles de esta ciudad. Los tres Reyes tenían-rubios los cabellos,como Carolina, y muy negros y hundidos los ojos como Juan. Cuando salían a limosnear, Luisacaminaba entre María y Manuel; cuando caminaban se entre abrían los harapos con que Luisa cubríasu cuerpo y se miraban sus muslos blancos y delicados de mendiga virgen. Algunas veces los tresReyes iban a visitar a la esposa del clubman  C… y de ahí salían transformados y lujosamentegrotescos. Manuel, con la mitad superior de un frac viejo del clubman, se envolvía el busto y perdíasus manos en las anchísimas mangas. Luisa se abrigaba hasta los muslos con una matinée usadísima de la señora filantrópica, que también era alta y gruesa; y María ocultaba todo su cuerpo,desde el cuello hasta los pies, en un caracol  agujereado, ex propiedad de la misma dama.

     Algunos meses después de la muerte de Juan Reyes, Luisa se vio constantemente perseguida ysolicitada por Concepción. Esta Concepción habitaba un zaquizamí cerca del cementerio de SantaPaula; allí amontonaba diariamente las basuras y papeles viejos que juntaba en sus correrías a lascasas de comercio; y por la noche, después de amontonar su mercancía, iba a visitar a la niñaCarlotita. La niña Carlotita llevaba sesenta años de vida en este planeta sublunar, de los cuales quincese habían pasado aguadísimos bajo la férula paternal del cochero que la vio nacer; durante veintevendió su cuerpo, y los veinte restantes los había empleado traficando con la carne femenina de

     jóvenes vencidas por la vida. Así, pues, Concepción la trapera, a instancias de la niña Carlotita, perseguía a Luisa Reyes, y le

    ofreció diez pesos porque aceptara ir a vivir a la casa de la niña. Luisa aceptó, dejando a María y a

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    Manuel herederos universales de su profesión de mendigos y de sus relaciones con la esposa obesadel clubman. Desde que Luisa aceptó la protección de la niña Carlotita, se propuso también buscarprotectora para María; pero hubo que esperar algunos años, teniendo en cuenta su cortísima edad,aun cuando al decir de Carlotita, no era obstáculo la edad; así fue que, un año después de Luisa,María ingresó también en las filas de las niñas reclutadas.

    Manuel, encontrándose desamparado, vivió algunos meses sacando pañuelos y después relojes,hasta que un policía lo atrapó en la Plaza de Armas un día 24 de diciembre, que Manuel cumplió doceaños. Esa Nochebuena la pasó Manuel Reyes en la comisaría; las otras posteriores a ésa las hapasado en el departamento de pericos en la cárcel de Belén, pues Manuel está encausado porhomicidio cometido en la prisión. Y de esa manera viven los tres Reyes en esta ciudad; Luisa y Maríaesperando el hospital, y Manuel esperando el jurado que ha de condenarlo, seguramente, a la penacapital, o por lo menos, a veinte años de prisión.

    “La visita”

    P ARA E. R. EN SU ÁLBUM DE CANTOS NEGROS 

    Si tuviera yo cien años, al llegar al centésimo, aún recordaría con matemática precisión todos losdetalles de la tarde en que la Visita llegó a mi hogar por primera vez.

    Fue tres horas después de medio día, cuando el Sol comienza a descender y las callesempapadas de luz y calor despiden pereza. La Visita venía esa vez por el ser que me dio su nombre,y a quien “Ella” venía a estrechar, lejos, muy lejos de donde la había arrojado la Otra Visitadora, la

     Alegre, la Sonriente, la encargada de poblar el mundo. Aquella tarde, pues, habiéndose anunciado ya,desde algunos meses antes, llegó la Invisible Visita, Huesosa y Pálida. ¡Oh!, yo la sentí muchasnoches rondar el lecho de aquel hombre honrado, de miradas azules que me dio su nombre. Cuandoél, durante su sueño fatigoso y delirante creía mirar en rápido desfile las playas de Normandía y deBretaña, su juventud en Argel, y su hogar, su paz, el reposo de su espíritu en esta tierra mexicana, deeterno cielo límpido, yo presentía a la Visitadora en un rincón de la alcoba, riéndose cruelmente de millanto, y del sueño delirante del desterrado.

    — Pronto, pronto — parecía decir —, pronto volverás a ver todos los años que mi rival te hahecho pasar aquí. Allá, cuando estés entre los míos, los mirarás cortos, cortísimos, fugaces, cualarenillas de ampolleta, comparados con la duración del reinado de mi soberana: La Eternidad…

     Así se pasaban los días, las semanas y los meses, esperando siempre que llegase de un instantea otro la Cruel, la Invisible, la miserable Visitadora inmunda, que no respeta edades, ni títulos nihonores. Y como para burlarse de los míos y de mí, nos chicaneaba, se acercaba mucho; yrepentinamente huía, como queriéndonos hacer creer de veras en su ausencia. Por fin se decidió allegar, a apoderarse de su preferido, a aprehenderlo después de tantas tentativas y a dejarme el almaenlutada… para siempre. Fue muy lenta la ceremonia nupcial entre la Visita y él. Desde por lamañana, apenas entreabría ya los párpados, sobre las pupilas se le había formado una gasa como dellanto detenido, y cuando quería hablar, la voz no le llegaba a los labios. A intervalos se enfriaba, yuna sofocación continua le hacía levantar angustiosamente el pecho. Allí esperaba Ella, por fin, yavenía por su preferido, ya no había que esperar nada de la Otra, de la Sonriente, de la Deliciosa quealegra los hogares. Tuvo un estremecimiento postrero, se le quedaron los miembros inertes yglaciales; la última imagen de esta existencia se le quedó grabada en las pupilas turbias, y por loslabios entreabiertos pareció escaparse envuelta en una queja, la Rival de la Pálida, para dejarle libre

    el dominio de aquel cuerpo.Después, durante muchos días, sentí como si mi frente estuviera ceñida con hierro calentado alrojo blanco, y como si sobre mi pecho hubiese pesadísima plancha de bronce. De cuando en cuando,me venían largas crisis de llanto, y todo aquel líquido amargo que me brotaba de las pupilas, aligerabael peso de la broncínea lápida que me oprimía el pecho.

    Lentamente fui acostumbrándome a ver cómo llegaba la Cruel; pero, ¡ay, consolante Visitadora!En espantosas horas tristes de soledad la he llamado creyendo sinceramente que vendría aconsolarme por fin; y ya alguna vez nos hemos visto frente a frente como el matador de toros y labestia, sin más obstáculo que una frágil barrera de tablones, pero es muy canalla, solapada ymarrullera. Me ha hecho creer que venía por mí y ha huido indiferente y despreciativa como el toro