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Los Vélez en el relato de un viajero alemán (1599) 155 En los siglos XV y XVI fueron bastantes los alemanes que realizaron viajes por la Península Ibérica; algunos de ellos escribieron sus impresiones, visiones y recuerdos, y con ello ofrecieron datos inte- resantes acerca de Granada y de su antiguo Reino. Sin duda el más conocido de todos estos viajeros es Jerónimo Münzer, debido a que el mismo reflejó extensamente la realidad inmediata a la caída de la Granada musulmana. Entre los viajeros por España poco conocidos se encuentra el alemán Iacob Cuelbis, del cual se indica que era natural de Leipzig. EL MANUSCRITO: FUENTE DE INFORMACIÓN El manuscrito de su descripción de viaje realizado por España y Portugal tiene el nombre de Thesoro Chrorographico de las Espannas. En cuartilla en inglés, previa al inicio de su relato, se indica que el ma- nuscrito fue comprado en Alemania en el año 1725 por parte de Mr. Scott. Su relato, bastante extenso, de viaje por España se encuentra inédito en su conjunto, puesto que sólo se han utilizado distintas partes para tratar de zonas concretas, tales como el País Vasco (J. C. Santoyo), Sevilla (Domínguez Ortiz), Granada y la Alhambra (G. Gozalbes Busto y E. Gozalbes Cravioto), o Ta- rifa y el estrecho de Gibraltar (G. Gozalbes Busto). En el estudio sobre viajeros por Andalucía, realizado por Domínguez Ortiz, para la Historia de Andalucía (Madrid, 1980) de la Editorial Planeta, se hacen algunas referencias al relato de este alemán. Para el ilustre historiador, el relato de Cuelbis es la imagen más completa de Andalucía entre los viajeros extranjeros de la época. La existencia del relato no era desconocida. En la Bibliographie des voyages en Espagne et en Portugal (Pa- ris, 1896) de Raymond Foulché-Desboc, el viaje de Cuelbis aparece mencionado con el número 53. El autor menciona la relación de los principales lugares visitados, entre los que se encontraba Vélez Rubio (entre Baza y Lorca). Por el contrario, el texto no ha sido editado en ninguna ocasión, ni tampoco apare- ce en el monumental repertorio de Viajes de extranjeros por España y Portugal (Madrid, 1952; revisión y ampliación, Salamanca, 1979) de José García Mercadal. El Manuscrito de la obra de Cuelbis se encuentra en la British Library de Londres, en la sección de Manuscritos españoles del siglo XVIII (Colección Harley, 3.822). En el siglo XIX Pascual de Gayangos identificó por vez primera este relato, y realizó una copia bastante fidedigna del mismo, pero sin los dibujos y planos, copia que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (B. N., Ms. 18.472). Noso- tros trabajamos a partir del microfilm del original de Cuelbis en la British Library. LOS VÉLEZ EN EL RELATO DE UN VIAJERO ALEMÁN (1599) Enrique GOZALBES CRAVIOTO Universidad de Castilla-La Mancha

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En los siglos XV y XVI fueron bastantes los alemanes que realizaron viajes por la Península Ibérica; algunos de ellos escribieron sus impresiones, visiones y recuerdos, y con ello ofrecieron datos inte-resantes acerca de Granada y de su antiguo Reino. Sin duda el más conocido de todos estos viajeros es Jerónimo Münzer, debido a que el mismo reflejó extensamente la realidad inmediata a la caída de la Granada musulmana. Entre los viajeros por España poco conocidos se encuentra el alemán Iacob Cuelbis, del cual se indica que era natural de Leipzig.

EL MANUSCRITO: FUENTE DE INFORMACIÓN

El manuscrito de su descripción de viaje realizado por España y Portugal tiene el nombre de Thesoro Chrorographico de las Espannas. En cuartilla en inglés, previa al inicio de su relato, se indica que el ma-nuscrito fue comprado en Alemania en el año 1725 por parte de Mr. Scott.

Su relato, bastante extenso, de viaje por España se encuentra inédito en su conjunto, puesto que sólo se han utilizado distintas partes para tratar de zonas concretas, tales como el País Vasco (J. C. Santoyo), Sevilla (Domínguez Ortiz), Granada y la Alhambra (G. Gozalbes Busto y E. Gozalbes Cravioto), o Ta-rifa y el estrecho de Gibraltar (G. Gozalbes Busto). En el estudio sobre viajeros por Andalucía, realizado por Domínguez Ortiz, para la Historia de Andalucía (Madrid, 1980) de la Editorial Planeta, se hacen algunas referencias al relato de este alemán. Para el ilustre historiador, el relato de Cuelbis es la imagen más completa de Andalucía entre los viajeros extranjeros de la época.

La existencia del relato no era desconocida. En la Bibliographie des voyages en Espagne et en Portugal (Pa-ris, 1896) de Raymond Foulché-Desboc, el viaje de Cuelbis aparece mencionado con el número 53. El autor menciona la relación de los principales lugares visitados, entre los que se encontraba Vélez Rubio (entre Baza y Lorca). Por el contrario, el texto no ha sido editado en ninguna ocasión, ni tampoco apare-ce en el monumental repertorio de Viajes de extranjeros por España y Portugal (Madrid, 1952; revisión y ampliación, Salamanca, 1979) de José García Mercadal.

El Manuscrito de la obra de Cuelbis se encuentra en la British Library de Londres, en la sección de Manuscritos españoles del siglo XVIII (Colección Harley, 3.822). En el siglo XIX Pascual de Gayangos identificó por vez primera este relato, y realizó una copia bastante fidedigna del mismo, pero sin los dibujos y planos, copia que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (B. N., Ms. 18.472). Noso-tros trabajamos a partir del microfilm del original de Cuelbis en la British Library.

LOS VÉLEZ EN EL RELATO DE UN VIAJERO ALEMÁN (1599)

Enrique GOZALBES CRAVIOTOUniversidad de Castilla-La Mancha

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El autor entró en España, por el País Vasco, el 14 de mayo de 1599. Iba acompañado de su amigo Joel Koris. Algunos meses más tarde ambos llegaban a la ciudad de Granada, capital del antiguo reino. El re-lato de su viaje está hecho en español, bastante aceptable aunque con lógicos errores en determinadas ex-presiones. En ocasiones se ha puesto en duda la veracidad de su viaje, por ejemplo lo ha hecho Cristina Viñes Millet en su Granada en los libros de viajes (Granada, 1982). Debe tenerse en cuenta que muchos libros de viajes han reproducido textos “refritos”, que han tomado de autores anteriores, sin necesidad de visitar realmente los lugares citados.

En el caso de Cuelbis esto no es así, de forma independiente al uso de un libro español como guía, como luego indicaremos. En efecto, es cierto que Cuelbis de alguna manera pretendía magnificar la realidad de su relato, que se quedó en intento inédito, pero con iniciales pretensiones de ser el autor de un difundido libro de viajes por la Península Ibérica. Para ello llevaba consigo copias a tinta de los mag-níficos retratos de ciudades del famoso Civitatis Orbis Terrarum (Colonia, 1576), de Bruin y Hogenberg. De forma muy poco hábil realizaba copias a mano de dichos dibujos, tratando de mostrar un dibujo similar pero diferente, en el que la impericia es bien significativa. Sólo lo hace de Granada y de las villas occidentales del Reino, no así de las orientales por no tener éstas grabado en la obra de referencia. Pero Cuelbis no se inventa los datos, ni las estancias, pues refleja anécdotas y algunas novedades sobre las mismas. Por ejemplo, en Granada hablará de los descubrimientos (“invenciones”) que se estaban pro-duciendo en esos mismos momentos en el Sacromonte, y es el primero que además habla de la devoción y las cruces que allí se estaban levantando. Debe tenerse en cuenta que, en realidad, la guía que Cuelbis utilizó, y de la que en algunas partes copió literalmente trozos, no fue otra que el Libro de las grandezas y cosas memorables de España (Sevilla, 1549) de Pedro de Medina, escritor que no menciona el itinerario de Granada a Murcia.

Al final del manuscrito, en un texto de muchas cuartillas, Cuelbis recoge un Itinerario de los caminos reales y más frecuentados por todos los reynos de las Españas. En el mismo, y para el caso que nos interesa, recoge el itinerario que antes había descrito en el “Camino de Granada para la ciudad de Carthagena”, y que incluía las ventas de las que antes había hablado.

Dibujo de la ciudad de Granada efectuado por Diego de Cuelvis a finales del s. XVI.

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DESCRIPCIÓN DEL VIAJE: EL PASO POR LOS VÉLEZ

Desde Granada el viajero marcha en dirección a Cartagena, y describirá, antes de llegar a la comarca de los Vélez, las ciudades de Gaudix y Baza. Sobre esta última es muy elogiosa, desde su Historia (antigua cabeza de los pueblos bastetanos), a sus construcciones defensivas y artillería, a la gran cantidad de már-moles que se veían en su carnicería, matadero, y en la puerta de Vélez. Partiendo de Baza menciona una Venta a la que no da nombre, y a una legua grande de la anterior la Venta del Marqués (actual Chirivel). Por los repertorios de caminos de Juan Villuga (1530), y de Alonso de Meneses (1576), sabemos que en efecto, estas dos ventas se hallaban en el camino de Granada a Murcia, siendo la primera la que recibe el nombre de Venta del Álamo. Una vez pasada la Venta del Marqués, Cuelbis inicia la mención de la ciu-dad de “Velez del Rubio”:

“Es una villa no muy grande del Marqués de Vélez. Está assentada al pie de la montaña, teniendo un castillo alto, que está muy fuerte dentro de lo cual son los aposentos por el Señor Marqués de Vélez quando está allí. No es bien guarnecida esta villa de viviendas”.

Como puede observarse, el viajero confunde los datos referidos a las dos poblaciones, aplicando a Vé-lez-Rubio las observaciones referidas en realidad al castillo de Vélez-Blanco. En todo caso, la imagen que se ofrece de la ciudad es bastante pobre. Se destaca tan sólo el castillo, como alto y de gran fortaleza, señalando que era el palacio del Marqués de los Vélez, pero sobre la población se refleja la escasez de sus habitantes. Poca información más ofrece Cuelbis acerca de Vélez-Blanco:

“Una legua desta villa ay otro pueblo que se llama Vélez del Blanco, del Marqués, y como el otro parece de lejos de color bermejo por la naturaleza de la tierra de que está puesta, assí es todo blanco hecho como los otros pueblos moriscos son de ordinario en el Reyno de Valencia. En Vélez del Blanco casi todos son moriscos y po-quitos christianos viejos”.

El viajero alemán busca las causas visuales de los diferentes apelativos para las dos villas, naturalmente mezclando una y otra población. Si en Vélez-Rubio erróneamente lo único que destacaba era el castillo, en Vélez-Blanco destaca que era el centro principal de vivienda de los moriscos. Pueblo blanco, encala-do, curioso es que lo relacione con Valencia y no con Andalucía, pero con escasos cristianos viejos. Se trataba de un pueblo todavía morisco, en vísperas de la general expulsión de 1609. Le llama la atención, viniendo de Granada, porque allí había oído los recuerdos, pero los moriscos habían sido ya expulsados a raíz del levantamiento de las Alpujarras.

Esta visión de la comarca de los Vélez por parte del viajero alemán escapa de citar otras características económicas de la misma. Ibn al-Jatib había destacado su carácter de tierra remota, que disponía de algo

Detalle de la zona comprendida entre Lorca y Baza, según aparece dibujada en el mapa que representa los reinos de Andalucía y Murcia hacia 1630, de Blaeu, incluido dentro de la obra Atlas Mayor o Geografía Blaviana.

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de agua, con producción escasa de trigo de poca calidad, pero abundante en miel, poblada por gentes entregadas a la devoción. Y muy poco después de la visita de Cuelbis, las dos villas eran citadas de forma muy alambicada por Henríquez de la Jorquera; Vélez-Rubio, con casi 200 vecinos, “es buena población y fuerte, abundante de todos mantenimientos, regaladas caças, aguas y frutas”; Vélez-Blanco con poco menos de 100 vecinos, “su territorio es fértil y regalado de todos mantenimientos, con buenos pastos para sus gana-dos, con buena cría de seda y buenas, dulces agua, saludables vientos, abastecida de pescado, caças y regaladas frutas”.

Seguidamente, Cuelbis narra una de esas anécdotas sobre percances en el viaje que introduce en algunas partes de su relato. Sin mayor interés por estas villas señala que “fuera del Velez del Rubio está una venta o taverna donde pasan los pasageros y aquí vamos nosotros a la noche”. Entonces ocurrió un percance, puesto que en camino se toparon con “dos bellacos cocheros” que llevaban una mujer y a su hija:

“Y ellos no queriendo que estuviesemos en su compañía, fuimos conducidos por fuerça del Gobernador a Vé-lez, y siendo muy obscura noche perdimos el camino, hasta que llegamos al fuego de unos pastores que guarda-van el ganado, los quales por la gracia de Dios nos muistró el camino verdadero”.

No se refleja con claridad lo sucedido, pero se deduce que debido a las múltiples desconfianzas en la España del 1599, con el resquemor ante los extranjeros, Cuelbis y su acompañante fue objeto de una denuncia. Como resultado de la misma, tuvieron que acudir a Vélez-Rubio, perdiéndose por el camino debido a la oscuridad. Cuando se hizo de día reemprendieron la marcha: “caminamos con un soldado, o traydor que era, porque dijo mill mentiras”. No indica después cómo se resolvió el embrollo, no parece que ocasionaran al alemán más problemas. Vuelve entonces a mencionar que en Vélez (el Rubio) se veía el castillo, ubicado en lo alto, y que se tenía que pasar cerca de él. Entonces hace una observación gene-ral: “todo este camino es muy ruyn y peligroso porque tiene infinitos bosques y montañas”.

Lo cierto es que Cuelbis debió emprender la marcha acompañado de aquel soldado tan poco de fiar. Y con él llegó a la Venta Nueva, que era la que daba inicio al Reino de Murcia. Aquí señalaba que muy cerca se hallaban unos “baños muy saludables, como dizen los naturales, alto de las montañas, una media legua de la Venta”. El soldado “bellaco” entonces ofreció a Cuelbis el enseñarle los baños y esos parajes, lo cual rehusó el alemán, reflejando sus temores de que el resultado hubiese sido que, con ayuda de otros compinches, les hubiera robado la ropa y quizás matado: “no lo quiso Dios”. Era la Venta Nueva, en el camino, porque había a la derecha del camino otra destruida, la Venta Quemada. Entonces señala: “todo el camino de Granada es de montañas principalmente. Aunque no ay llanura de medio quarto de legua, no se ven cien passos que no sean de bajadas y subidas grandes y de muchos bosques”.

La llegada a Lorca dio fin a las cuitas y temores respecto al mal acompañante, y que sirven de muestra de las aventuras que para un extranjero suponían el transcurrir por los caminos de las Españas.

Fragmento del mapa de la península Ibérica llamado Nova descriptio Hispaniae, dibujado e impreso por G. Cook en 1553, donde se sitúa “Vélez el Rubio” en la ruta entre Murcia y Granada.

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D. Juan Rubio de la Serna, que descubrió en un predio de su propiedad, cerca de Vilasar, provincia de Bar-celona, la famosa necrópolis de Cabrera, ha comunicado a nuestra Academia, de la que es correspondiente, algunas noticias que no dejarán de interesar a los que siguen el movimiento de los estudios protohistóricos en la provincia de Almería, tan ventajosamente adelantados por los Sres. D. Enrique y D. Luis Siret, ingenieros belgas.

Encontrándome en Vélez Rubio, mi patria, meses pasados, hice una excursión al inmediato cerro del Castellón, en el que hasta poco después de la reconquista estuvo situado el Veladalhamar de los moros, o Vélez Rubio el viejo, con su fortaleza en la aguda cima y murallas; subsistiendo hoy las ruinas de una y otras desde lo más alto hacia un tercio de la pendiente del cerro.

En el revoque exterior de algunas de las torres y lienzos de pared de dichas murallas se advierten capri-chosos dibujos arabescos y, esparcidos por el suelo, bajo las ruinas, se encuentran fragmentos de cerámi-ca con bonitos dibujos y, al parecer, hasta con inscripciones árabes; de los cuales conservo alguno en mi poder.

UNA VISITA AL CEMENTERIO MUSULMÁN DEL CASTELLÓN

EN 1888Juan Rubio de la Serna

(1834-1917)

El excursionismo científico, naturalista o expansivo hunde sus raíces en el siglo ilustrado o “de las Luces”, pero se desarrolla y alcanza sus mayores logros en la segunda mitad del s. XIX y primeras dé-cadas del XX. En este contexto damos a la luz, tras más de un siglo de oscuridad, un sencillo y preciso apunte que nuestro paisano y viejo conocido Juan Rubio de la Serna de Falces Pelegero (Vélez Rubio, 1834 - Barcelona, 1917), erudito instalado en la capital catalana, esbozó para publicarse en el Bole-tín Oficial de la Real Academia de la Historia, donde, a vuela pluma, anota su visita a los restos árabes del Castellón y, en especial, la inspección y excavación que llevó a cabo en el cementerio musulmán. Aunque en la actualidad nuevos estudios han ofecido novedosas informaciones sobre el yacimiento arqueológico del Castellón, este breve texto de Rubio de la Serna aporta algunos datos de interés y, especialmente, revela su pasión por las antigüedades y, en general, por la historia de su localidad de nacimiento a la que, años más tarde, dedicaría la célebre Monografía de la villa de Vélez Rubio y su comarca (Barcelona, Tobellá y Costa, 1900), reeditada en 1989 por Revista Velezana. Aunque lejos de su patria chica desde 1855, en ocasiones colaborará en algunas de sus aventuras publicistas (Ideal Velezano, 23-IX-1912, ver Revista Velezana, nº 17, 1998, p. 200-201) o denunciaría con vehemencia y dureza la infamia por la venta del Castillo de Vélez Blanco, quejándose amargamente de la indiferen-cia velezana, la ignorancia de los pueblos por su pasado y exigiendo la promulgación de legislación que impidiera la exportación de obras de arte. El mencionado artículo reivindicativo se publicó, justa-mente, en otro medio de carácter científico-excursionista: la Revista de la Asociación Artístico Arqueoló-gica Barcelonesa (IV, 1903-1905), siendo igualmente reproducido por Revista Velezana, 23 (2004), p. 294-297.

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Al S.O. del monte, a media ladera del mismo, estaba el cementerio, hoy persistente, aunque nadie o muy pocos se dan cuenta de su importancia, y menos se cuidan de su conservación, siendo esto causa de que a veces, por mera curiosidad, para sacar un moro, como dice el vulgo, se abran sepulturas sin utili-dad alguna para la ciencia y en menoscabo del monumento.

Yo no lo había visitado antes hasta hace muy poco, por ser cortas y de tarde en tarde las temporadas que paso por mi pueblo, y creer además que lo que allí hay se parecería a lo que es muy frecuente en la vega y terreno inmediato de Vélez Rubio, en el que por doquiera se encuentran sepulturas aisladas con cadáveres o esqueletos humanos. Á esta clase pertenecen las que vio D. Manuel de Góngora entre el cerro del Judío y la cueva de los Letreros, a unos 3 kilómetros de Vélez y cuatro del Castellón. Las exis-tentes en este último, por su número y por su disposición en terreno explanado y sostenido por grandes hormas, revelan que allí estaba el cementerio de la villa, o núcleo mayor de población. Las sepulturas, cavadas en la tierra, se hallan en hileras, y se distinguen a primera vista por dos cantos de piedra graní-tica, clavados en sus dos extremos, cabeza y pie, sobresaliendo de la tierra unos 20 o 25 centímetros. A un metro de profundidad se colocaba el cadáver, de lado sobre el costado derecho, con la cara hacia el oriente. De este modo las cabezas de los cadáveres de una hilera se corresponden con los pies de otra, no estando separados más de unos 30 centímetros.

Hice descubrir dos fosas bastante separadas y, a la profundidad indicada, se encontraron los esqueletos perfectamente conservados. Hice fotografiar los dos cráneos, cuyas fotografías acompaño. Si se compa-ran estos cráneos con los que el citado Góngora presenta en su obra sobre Antigüedades prehistóricas de Andalucía [1868], podrá verse si pertenecen a la misma raza, como presumo, siendo un indicio de ello el que el sistema de enterramiento es igual en unas y otras sepulturas.

El fuerte y murallas que defendían a Veladalhamar demuestran su importancia, corroborada con las atalayas o torres cilíndricas y macizas que desarrollaban en varias eminencias próximas, así como la for-taleza o castillo de Xiquena, a unos 10 kilómetros al Levante. Todo ello explica el empeño con que pro-curó y logró recuperar en persona dicha villa el rey de Granada Abén Ozmín en 1446; el cual se apoderó en la misma correría de la inmediata villa de Veladabiar (Vélez Blanco) y de la de Huéscar, quedando en poder de los árabes hasta que las conquistó D. Fernando el Católico [1488].

En Boletín Oficial de la Real Academia de la Historia, Madrid, t. XII (1888, 1º trimestre); p. 20.

Ruinas del Castellón o Vélez Rubio el Viejo.

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LAS PINTURAS RUPESTRES DE LOS VÉLEZ

TESTIMONIOS DE SUS DESCUBRIDORES, ESTUDIOSOS, VISITANTES Y/O DIVULGADORES,

1868-1953

La primera noticia escrita sobre la existencia e importancia de pinturas en la Cueva de los Letreros se deben al famoso anticuario Manuel GÓNGORA Y MARTÍNEZ (Tabernas, 1822 - Madrid, 1884). Profesor y arqueólogo, cursó estudios superiores en Granada (Derecho, 1844; Filosofía y Letras, 1847; Ciencias Naturales, 1849); im-partió docencia en Ávila (1853), Jaén y Granada (1858); ocupó los cargos de Inspector de Antigüedades de las provincias de Granada y Jaén (1859), académico de la Real Academia de la Historia (1860); vocal de la Comisión Estadística de Jaén (1857), miembro de las sociedades económicas de amigos del país de Almería y Jaén (1877), correspondiente de la Real Academia de San Fernando, también de Granada. Tras jubilarse, abrió una imprenta en Madrid para editar libros científicos. En 1868 publica un libro llamado a tener una trascendencia evidente sobre los estudios arqueológicos de Andalucía: Antigüedades prehistóricas de Andalucía. En esta obra recoge la estación de Vélez Blanco, reproduce por primera vez los dibujos y aporta una breve descripción del lugar e inter-pretación de los mismos.

“POR FORTUNA, un casual descubrimiento ha venido a aumentar la satisfacción que legítimamente me corresponde al sacar a luz los del docto Cárdenas y los del Sr. Fernández-Guerra. Este descubrimiento es exclu-sivamente mío, saca airosos los dibujos de Cárdenas, y me proporciona la gloria de ser el primero en España que da a conocer una escritura prehistórica enteramente nueva y desconocida. ¿Tiene alguna analogía con cier-tos caracteres de los monumentos pérsicos publicados por Creuzer? (XXIII, 119).

En las últimas estribaciones de la Sierra de María, en el cerro del Maimón, a kilómetro y medio de Vélez-Blanco y cerca de cuatro de Vélez-Rubio, en la provincia de Almería, existe una cueva apellidada de los Letre-ros, cuya apariencia razonable distancia nos ofrece la fig. 79, así como el grabado siguiente (fig. 80) nos brinda con el orden que tienen las siete inscripciones en el frente de la caverna (figs. desde la 81 a la 87). El suelo de ella estuvo asimismo escrito, y aún se notan en él vestigios de caracteres. El hombre los ha gastado con el piso, lo mismo que los signos de las paredes que estaban al alcance de su mano.

Cerca de allí, a 790 metros, en el cerro del Judío, subsisten vestigios de población romana; y a 720 metros, en el llano que entre esta altura y la del Maimón se extiende, hay un cementerio con sepulturas abiertas en la roca, largas de cinco pies por una tercia de ancho. Los cadáveres estaban de costado, vuelto el rostro hacia el

Selección, introducción y notas de José D. Lentisco Puche

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Dibujo de la cueva de los Letreros realizado por Ma-nuel Góngora para su libro Antigüedades prehistóricas de Andalucía (1868)

Sur y rectos los brazos. He aquí la forma de algunos cráneos (figs. 88 a 91) para el oportuno estudio de los que se ocupan en averiguar qué razas habitaron la Bastetania.

Séame permitido anotar que los signos y figuras de Vélez-Blanco están hechos con tinta rúbrica, como los de Fuencaliente; que en los letreros de Fuencaliente, monte Horquera, Zuheros y Vélez-Blanco hay algunos símbolos comunes; que Fuencaliente era límite de la Oretania y de la Bética; que los otros dos puntos pertenecían a la Bética, y el último, a la Bastetania. Mediando entre éste y el primero la distancia de doscientos diez kilómetros por el aire”

Hace poco tiempo, merced a las investigaciones de Inmaculada López Ramón, arqueóloga, investigadora y compañera en tareas culturales, realizadas en el fondo documental del Archivo Ducal de Medina Sidonia (San-lúcar de Barrameda, Cádiz), hemos tenido conocimiento de que, en 1872, Blas SEGOVIA NAVARRO, un rústico campesino al servicio de los marqueses de los Vélez, de forma absolutamente casual, da con la Cueva del Gabar (o Gavar) y, de inmediato, lo comunica al duque de Medinasidonia, marqués de Villafranca y los Vélez, en Madrid, adjuntándole un dibujo de los “jeroglíficos”:

“TENGO EL HONOR de remitir a v.e. copia de un jeroglífico encontrado por casualidad en una cue-va del término, perteneciente a v.e., pues siendo cosa antigua que aquí no puede descifrarse, lo envío por si acaso contuviera algo concerniente a su ilustre Casa...”

Desde Madrid se le solicita mayor información y, de nuevo, Blas Cerezuela responde a su señor:

“En contestación a la que v.e. se digna mandarme, el sitio en que se encuentra la cueva se llama Gavar. Es grande, la mayor parte de él pertenece a su ilustre Casa, como terreno de monte. La mencionada cueva no tiene nombre y, al parecer, habrá pocos que los sepan, pues el encontrarla fue una casualidad. En el techo, que es de piedra, es a donde está estampado el jeroglífico, con tinta encarnada y azul, y tan bien conservado que parece cosa del día; y regularmente tuvieron que hacer andamios para gravarlo, pus dista del suelo de dicha cueva como unas cuatro varas, poco más o menos.

Aquí no hay más conocimientos, que en algunas ocasiones se han presentado algunos forasteros de los pueblos circunvecinos buscando la mina del Gavar, que dicen ser de oro.

Quedo enterado de lo que me dice v.e. en la suya del 3 del actual, teniendo presente por si es casuali-dad que encontrásemos algunos objetos, mandándole una moneda de cobre encontrada en un labrado en el sitio de Santonge de este término. Vélez Blanco, 10 de julio de 1872”.

Los resultados de esta investigación y la reflexión sobre una posible interpretación de estos dibujos, que López Ramón relaciona con una representación geográfica de lugares, asentamientos recursos naturales y animales, fueron publicados en Revista Velezana, nº 24 (2005), p. 7-10.

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Dibujos de los signos pintados en la cueva del Gabar, según Blas Segovia (1872).

Dibujos de las pinturas de la cueva de los Letreros publicados en el libro de Góngora (1868)

A comienzos de siglo XX se publica la primera “historia” de Vélez Rubio por un erudito y arqueólogo velezano afincado en Barcelona. Se trata de Juan RUBIO DE LA SERNA DE FALCES Y PELEGERO (Vélez-Rubio, 1834 – Barcelona, 1917). Estudio derecho en Granada y llegó a ser juez de distrito; en 1866 se trasladó a vivir a Barcelona, volviendo esporádicamente a su pueblo natal. Escribió diversas monografías sobre temas arqueoló-gicos, aunque en la provincia se le conoce por haber escrito Monografía de la villa de Vélez-Rubio y su comarca, Barcelona, 1900. En ella, cita la obra de su paisano Góngora y, en relación con las pinturas rupestre de los Le-treros, añade:

“TENGO VISITADOS y muy conocidos aquellos sitios, y, en cuanto a la Cueva, si tal nombre puede darse a una mera concavidad de la roca, incapaz e servir de guarida a personas ni a bestias, se conocen todavía los dibujos de color rojo que el distinguido arqueólogo calificó de escritura indescifrable por lo desconocida, comparada con cualquiera de los alfabetos antiguos. Por esta razón, y sin negar una an-tigüedad más o menos remota a tales dibujos, me inclino a la opinión del sabio epigrafista D. Emilio Hübner que, al ocuparse de ellos en su obra La Arqueología de España, no les atribuye carácter alfabético.

No son estos de la Cueva de los Letreros los únicos que existen en aquella comarca, pues según me ma-nifestó D. Federico Motos, farmacéutico de Vélez-Blanco y aficionado a las antigüedades, en una visita que le hice para ver sus colecciones algunos años hace, en el mismo término de aquella villa, aunque dis-tante de la sierra de Maimón, hay otra cueva con signos y trazos de forma y color parecidos a aquéllos. Muy importante sería su inspección, que yo tuve el sentimiento de no poder hacer, pues de la compara-ción entre unos y otros dibujos podría llegarse a fijar y definir su verdadero carácter y antigüedad”.

Poco después, el erudito local Fernando PALANQUES AYÉN (Vélez Rubio, 1863-1929), que llevaba años dedicado a investigar su pueblo y en tareas publicistas ((hasta ese momento había dirigido 6 semanarios y escri-to multitud de colaboraciones de fondo histórico y un par de opúsculos histórico-biográficos: Un filántropo y una obra pía, 1903; El guardián de San Francisco, 1904), interesado en todo tipo de antigüedades concernientes a su pueblo natal, como corresponsal de La Crónica Meridional, de Almería, dio a la luz, a comienzos de 1909, el siguiente trabajo sobre los Letreros en el diario almeriense La Independencia (3-II-1909) y que, meses más tarde, incluyó literalmente en su famosa Historia de Vélez Rubio (1909, p. 87-91) distribuida en fascículos:

“NO HE DE TERMINAR este somero examen arqueológico de nuestra comarca, sin hacer mención de la célebre Cueva llamada de los Letreros, situada, como es sabido, al extremo oriental de la sierra de Maimón, unos tres kilómetros y medio al N. de nuestro pueblo y cerca de dos al Sur de Vélez-Blanco.

Al regresar de esta última villa para emprender la carretera que conduce a Vélez-Rubio, demandan la atención del observador y del turista dos espectáculos a cual más sugestivo y atrayente. De un lado la escarpada eminencia en donde se recuesta voluptuoso el abigarrado y vetusto caserío coronado por las ruinas del morisco templo de la Magdalena (antigua mezquita) y por la majestuosa mole de su esbelto e histórico alcázar. Del otro, la inmensa hondonada que constituye su angosta y prolongada vega, la que,

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Dibujo de las pinturas de los Letreros publicado en su famosa Historia de la villa de Vélez Rubio (1909).

afectando en sus arranques una especie de pintoresco anfiteatro flanqueado por sendas cordilleras ma-tizadas de yermos blanquizares y raquíticos majuelos, se va ensanchando gradualmente en dirección a Levante, hasta simular en su conjunto el lecho gigantesco de primitiva ensenada o de prehistórico golfo, cuyas azules ondas lamieran en las edades geológicas los pies del empinado otero sobre que hoy se yergue la villa de Boabdil y los Fajardos.

Quinientos metros más acá y siguiendo el curso de la carretera, la decoración cambia de súbito, pues cortado el horizonte por las crestas y sinuosidades del Maimón, el viajero discurre un corto trecho como aprisionado por la estrecha garganta que forman los accidentes del terreno. Y entonces, comprimido el espíritu ante la aridez del paisaje, apresura instintivamente el paso con la esperanza de solazarse pronto en la contemplación del ancho y risueño panorama que sirve de fondo, allá a lo lejos, a la más moderna y populosa de las dos villas homónimas.

Poco observador será el viandante que al cruzar por aquellas angosturas y antes de doblar el recodo en que se alzó la extinta Cruz del Pinar, de donde parte la vieja senda de los Molinos, no fije una mirada escrutadora en una oscura oquedad irregular abierta en el costado oriental de la roquiza montaña, con ligera inclinación hacia N.E.. Aquella concavidad de la roca, de escasa altura y proporciones, es la que constituye al aludida Cueva de los Letreros, cuyas misteriosas e indescifradas pictografías de un color bermejo indeleble, le han hecho famosa entre los estudiosos, habiendo dado en que pensar a más de un epigrafista experimentado.

Aquellas arcaicas inscripciones en caracteres ideográficos o primitivos cuneiformes, -a los que el sabio doctor berlinés D. Emilio Hübner no encuentra ninguna relación de afinidad con los alfabetos anti-guos-, fueron descubiertos en 1863 por el docto arqueólogo y catedrático a la sazón de la Universidad de Granada D. Manuel de Góngora y Martínez, a quien tan peregrino hallazgo proporcionó la gloria de ser el primero en España que diera a conocer una escritura prehistórica enteramente nueva e ignorada, y en la que creyó hallar alguna analogía con ciertos caracteres de los monumentos pérsicos publicados años antes por Creuzer.

Las inscripciones que el Sr. Góngora vio en la caverna fueron siete, y según dice, el suelo de ella estuvo también escrito a juzgar por ciertos vestigios de caracteres que pudo observar en él. Estos aparecían ya desgastados por la planta del hombre, lo mismo que los signos de las paredes que estaban al alcance de su mano. Los dibujos que se ofrecen en el anterior cuadro son una reproducción parcial de tres de aque-llas inscripciones, marcadas por dicho autor en su interesante libro sobre Antigüedades prehistóricas de Andalucía, con los números 81, 82 y 86.

Un arqueólogo moderno, D. Viriato Díaz Pérez, en un breve y sustancioso estudio sobre Escrituras indescifrables, recientemente publicado, concede verdadera importancia a estos signos misteriosos de

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Los esforzados ex-cursionistas que subie-ron en 1911 al Maimón, donde se halla el abrigo de Los Letreros, posan para el fotógrafo; en-tre ellos, F. Palanques (izquierda), autor de uno de los textos que se recogen en esta se-lección de estudiosos e interesados por los signos prehistóricos.

nuestra Cueva de los Letreros, a los que encuentra no poco parecido con otros que ha observado en cier-tos restos prehistóricos americanos y con las casi desconocidas escrituras en forma de copa, de que no conoce sino una sola mención.

No creo a los que me aseguran –dice- que los signos de Vélez-Blanco sean toscos dibujos sin importan-cia. Este es el cómodo procedimiento que empleó simples adornos caprichosos, según él, de cualquier escultor. Aunque no creo –añade- que estos caracteres de Vélez-Blanco sean la clave de otras tablillas babilónicas, afirmo tienen suficiente interés para ser estudiados.

Otro distinguido escritor, D. Juan A. Martínez de Castro, a quien los estudios históricos y arqueoló-gicos de nuestra provincia deben una labor impulsiva tan culta como provechosa, pondera a su vez la importancia de la Cueva de los Letreros, notando las analogías y semejanzas de sus pictografías con las descubiertas y estudiadas en la Siberia, en Canarias y en América y con las peninsulares de Altamira, cer-ca de Montoro, y las que ofrece, sobre todas con la hallada en 1904 en el valle del Níger por Mr. Das-plagnes, concluyendo por impugnar la afirmación de Mr. Emile Cartailhac en su obra Ages préhistoriques de l’Espagne et du Portugal, de que no son letreros aquellas figuras vagas e irregulares.

No está demás consignar –añade- que el mismo autor negó, contra toda lógica a mi juicio, que fuesen auténticas las pinturas de la cueva de Altamira, y que recientemente se ha visto precisado a reconocer que lo son ante los descubrimientos realizados en Bernifal, en Font de Gaume, en la Gréze, en Comba-relles y en Calévie por varios arqueólogos sus compatriotas y por él mismo.

Un farmacéutico y anticuario muy culto de Vélez-Blanco, D. Federico de Motos, parece ser que ha descubierto recientemente unas inscripciones borrosas de caracteres iguales o muy análogos a los ante-riores, en otra cueva del término de la misma villa.

¡Quién sabe si esos dibujos toscos y enigmáticos de nuestras Cuevas de los Letreros (se trata, según se ve, de más de una), tan enigmáticos, por lo menos, como la raza que les diera forma, guardarán la mis-teriosa clave de la existencia de viejas civilizaciones o de un pasado remoto eternamente impenetrable quizá para la arqueología, para la crítica y para la historia!”.

Pero, sin duda, el personaje más interesado por la arqueología en la historia de la Comarca, quien más desve-los, sacrificios y esfuerzos dedicó a esta pasión descubridora fue Federico de MOTOS FERNÁNDEZ (Vélez Blanco, 1865-1933). De profesión farmacéutico, pero aficionado a la arqueología, exploró diversos abrigos con pinturas rupestres de la Comarca desde la década de 1890. Años más tarde, acompañado por el abate Henri Breuil (Mortain, Manche, 1877–L’Isle-d’Adam, Seine-et-Oise, 1961), Cabré (1882–1947) y Siret (Bélgica, 1860 - Cuevas, 1934), entre 1911 a 1914, registró otros, de los que publicó algunos trabajos en solitario y jun-to con Breuil. Éstos fueron sus verdaderos maestros en las investigaciones que emprendió, pues su formación

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Federico de Motos. A la de-recha, en el interior de la mina de los Ojos de Luchena (Lorca) acompañado de dos rústicos guías locales.

autodidacta fue deficiente en los periodos históricos. En 1913 descubrió el Cerro de las Canteras, que excavó por su cuenta entre 1914 y 1917 y del que publicó La Edad Neolítica en Vélez Blanco (Madrid, 1918), a la vez que investiga otros yacimientos. En 1917 envió a Fidel Fita una larga carta con los calcos de las inscripciones y otros materiales hallados en la zona. Apercibida la Academia del interés de las piezas, llamó la atención a Cabré, con el que excavó la necrópolis de Tútugi en los años siguientes dando a la luz conjuntamente la monografía La necrópolis de Tútugi (Galera, provincia de Granada), publicada en Madrid en 1920. Como resultado de estos descubrimientos, Motos fue nombrado correspondiente de la Academia de la Historia (1921-1931). Pocos años antes de morir vendió la mayor parte de su colección al Servicio de Investigaciones Prehistóricas de Valencia, junto a lotes menores que llegaron a los museos de Ciencias Naturales y Antropológico Nacional, desde el que pasó al Museo Arqueológico Nacional, intentando buscar, quizás, el aprecio y la conservación que no podía asegurarle su estancia en la provincia, donde al poco se creaba el muy precario Museo Provincial1.

Volviendo al tema que nos interesa, tras no pocos desvelos y gestiones, consigue que varios “anticuarios ilus-trados” se desplacen hasta su pueblo en la Primavera de 1911, a la que siguieron otras dos campañas más: 1912, 1913. El relato y los buenos resultados de estas exploraciones las podemos seguir de cerca en los textos escritos por los protagonistas: Motos, Breuil y la elogiosa reseña del Marqués de Cerralbo. Veamos, en primer lugar, el testimonio del velezano Motos escrito en Vélez-Blanco el 27 de octubre de 1913 y titulado “Nuevas pinturas rupestres en Vélez-Blanco”.

“HACE POCO MÁS DE DOS AÑOS (1911) sólo eran conocidas en esta región las pinturas rupes-tres que decoran la Cueva de los Letreros en el cerro del Maimón, que describe el Sr. Góngora en su obra Antigüedades prehistóricas de Andalucía. Estudiando la topografía del terreno, adquirí la convic-ción de que dichas pinturas no debían ser únicas y por ello emprendí una serie de reconocimientos en las inmediaciones, teniendo la suerte de ver confirmadas mis presunciones con el descubrimiento de tres nuevos sitios pintados muy semejantes al mencionado por el Sr. Góngora. Animado por estos hallazgos, decidí continuar mis rebuscas en otros sitios de la misma formación jurásica que abundan en este térmi-no, dando por resultado el encuentro de otra cueva pintada en el cerro del Gabar.

Teniendo que añadir a éstos el descubrimiento realizado en el mes de Junio último, en el sitio conoci-do por el Estrecho de Santonge, y que, por creerlo de arte distinto a los anteriores, considero ha de tener interés para los que con tanto éxito se dedican a esta clase de estudios.

Ante de hacer descripción de este sitio creo oportuno hacer una ligera reseña historiando el por qué de estos descubrimientos y a quién, verdaderamente, es debido hayan tomado esta importancia. Apenas

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1 Una aproximación biográfica de este autor puede consultarse en “D. Federico de Motos Fernández: imágenes y testimonios de un célebre arqueólogo velezano”; en Revista Velezana, 9 (1990); pp. 35-44.

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Dibujo de la cueva de Chiquita de los Treinta, según Cabré y Motos.

hube realizado el encuentro de las rocas pintadas del Maimón y Cueva del Gabar y suponiendo fuesen de alguna importancia estos descubrimientos, escribí, participándoselos, a mi distinguido amigo el ilus-trado Ingeniero de Minas y eminente arqueólogo, D. Luis Siret; dicho señor, teniendo conocimiento de estarse haciendo estudios de esta índole en las provincias de Santander y Lérida, por los sabios arqueó-logos y profesores del Instituto de Paleontología humana de París, MM. Henri Breuil y Hugo Ober-maier, que tan brillantes éxitos han obtenido por sus descubrimientos y estudios de las cuevas pintadas de Altamira, Alpera, Cogul y otras, y aprovechando una visita que realizaron a estudiar en su magnífico Museo Arqueológico, les hizo venir en su compañía, teniendo el honor de conocerles y acompañarles a los sitios por mí descubiertos; bien impresionados por mis hallazgos, alentado y ayudado de su valiosa cooperación, hizo que encontráramos nuevos sitios con pinturas, y esta primavera, que es la tercera cam-paña en esta región, ha sido bastante fructuosa, encontrando varias cuevas pintadas en la próxima Sierra de María; después, visitando un yacimiento Paleolítico que descubrí hace dos años y que exploramos en colaboración los Sres. Breuil y Cabré, hizo que, llamándole la atención al Sr. Breuil sobre varias cuevas que hay en el sitio llamado Arroyo del Moral, al Poniente y a unos tres kilómetros del referido yacimien-to, manifestando deseos de conocerlo y acompañado por mí, nos trasladamos al indicado sitio, siéndoles sumamente agradable la primera impresión tanto por la abundancia de cuevas cuanto por lo ameno del lugar. Una vez empezado el examen de estas cuevas, no tardó el señor Breuil en encontrar algunos trozos con pinturas; animado por este descubrimiento, dada su mucha práctica y su espíritu observador nota-ble, enseguida fue encontrando más pinturas que nadie había logrado ver; llegado a un trozo pintado, sus ojos escrutadores se animaron ante el descubrimiento de una bella pintura representando dos ciervos de gran tamaño, demostrando en sus actitudes y correcto dibujo algo que hasta aquella fecha nadie ha-bía logrado encontrar en este país, revelando un arte muy semejante al de Cogul, y que dicho Sr. Breuil, después de estudiado, dará a conocer.

Terminada esta campaña tan fructuosa, a la que tuve el honor de acompañarles, y retirados de este tér-mino para proseguir sus estudios por Sierra Morena, decidí el hacer una pequeña excursión por si logra-ba encontrar nuevos sitios para la próxima campaña, trasladándome al efecto al sitio mencionado del Estrecho de Santonge, distante de este pueblo unos catorce kilómetros por la parte Norte, donde el año anterior, en un ligero reconocimiento que hice, logré encontrar trozos de cerámica neolítica, algunos molinos de la misma época y en la cima del cerro de la derecha una gran fortificación consistente en un robusto muro de piedras rodeando toda la parte vulnerable de la meseta, por la parte Norte y Levante, que es la única accesible, pues por el Mediodía y Poniente existe un profundo tajo casi vertical de más de cuarenta metros de altura. Frente a este cerro, y a distancia de unos trescientos metros, existe otro de igual altura, de subida difícil por lo escarpado, viéndose numerosas cuevas y abrigos en que, por su posición estratégica admirable, por la proximidad de las aguas, la abundante vegetación que demuestra haber tenido y la mucha caza que habría, haría fuese elegido por aquellas remotas gentes como lugar de su residencia. No me equivoqué en mis apreciaciones, pues, una vez escalada la pendiente ladera, llegué a una cueva de regulares dimensiones, orientada al Norte; después de un ligero examen logré ver algunas

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Juan Cabré.

Dibujos de las pinturas rupestres de Los Letreros tal como las interpretó y publicó el célebre sabio abate Breuil.

pinturas en las superficies más a propósito; estas pinturas parecen estar deterioradas y confusas, pudien-do distinguirse únicamente algunas figuras esquemáticas, pues sólo en la parte inferior hay una figura bastante bien conservada representando, al parecer, un pequeño caballo; llamó mi atención el suelo de dicha cueva, formado de la misma roca, en que las partes más salientes están perfectamente bruñidas, dato que he observado en todas las cuevas pintadas, pareciendo ser debido esto al haber sido visitadas por muchas gentes durante infinidad de años, asemejándose su pulimento al que adquieren los empe-drados de las viejas poblaciones por donde el tránsito ha sido muy activo durante muchas centurias.

Próximo a esta cueva existe otra de mayores dimensiones, con el piso igualmente pulido, apreciándose en sus paredes algunas pinturas, existiendo al frente una pequeña figura, de pintura negra, junto a una gran macha roja, siendo ésta la única que hasta el presente he visto en negro, que son las que en el dibu-jo número 2 están el pequeño recuadro; en la parte de la izquierda tuve la dicha de encontrar otra pin-tura, en mi concepto más interesante, de mayor tamaño y bastante bien conservada, representando esta figura dos ciervos afrontados, de muy buen dibujo, no logrando descubrir más que medio cuerpo, como se ve en dicho dibujo núm. 2; el color también es rojo oscuro; guarda esta composición mucha relación con los descubiertos por el señor Breuil en los lavaderos de Leria, de que antes hago mención, y cuyo arte, desconocido hasta el presente en esta región, lo compara el Sr. Breuil con el de Cogul. Esta cueva está orientada al Norte, frente a una abundante fuente llamada de los Pastores. Habiendo notado en es-tas pinturas dos tonos de rojo, especialmente en los ciervos, pareciendo estar repintados con un rojo más oscuro, siendo el profundo rojo bermellón, no siendo difícilmente que este cambio de coloración pudie-ra obedecer a la sobre-oxidación de la materia colorante en la capa superficial y a los agentes exteriores con quienes está en contacto más inmediato.

Hice un calco de los trozos más conservados, que son los que acompaño en esta Memoria, reducidos a la mitad de su tamaño, dejando a otras personas más eruditas su interpretación, así como también fijar la fecha en que fueran pintadas. Con objeto de si podía aportar algún dato que pudiera fijar o compro-bar la época de estas pinturas, examiné el suelo de las referidas cuevas y, careciendo de relleno en donde no hubiese sido difícil el encontrar algún útil de sílex, únicamente puedo referir el hallazgo de trozos de cerámica neolítica, que en la ladera de este cerro encontré en el año anterior.

A esta información, denominada “Rocas y cuevas pintadas de Vélez Blanco” y publicada en el Boletín de la Real Academia de la Historia (1915, p. 408-413), le responde en el mismo medio Enrique de AGUILERA Y GAMBOA (Madrid 1845-1922), XVII Marqués de Cerralbo, uno de los más destacados coleccionistas de an-tigüedades del periodo, bienes que donó al Estado junto a su palacio y que hoy constituyen el magnífico museo que lleva su nombre. Representante del partido carlista, fue también senador. Licenciado en Filosofía y Letras y Derecho, costeó y dirigió más de un centenar de intervenciones y consiguió repercusión internacional para la cultura celtíbera. Fue uno de los redactores de la Ley de Excavaciones de 1911, iniciativa pionera en Europa.

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De la contribución del MARQUÉS DE CERRALBO, titulada “Nuevas pinturas rupestres en Vélez-Blanco” (BRAH, 1915, pp. 413-416), reproducimos sólo los párrafos correspondientes a la zona velezana:

“CON SU HABITUAL PERSPICACIA y acierto, el señor Director [del BRAH] dispuso que se infor-me sobre una comunicación del Sr. D. Federico de Motos, muy interesante, por descubrir y relatar un nuevo dato para la primitiva historia del Arte en España, de la que ya tantos ha ofrecido la región pleis-tocena y neolítica de Vélez Blanco (Almería).

Cumplo, pues, el encargo con la satisfacción que produce a quienes nos ocupamos en exploraciones arqueológicas, de las que vemos ir resurgiendo la siempre grandiosa y originalísima figura de España.

Con gusto entro a la obligación de elogiar, en parte, lo mucho que merece el farmacéutico Sr. Motos, por-que, siendo otros sus estudios y sus trabajos, se lanzó casi el primero a rebuscar por aquellas sierras nuevas pictografías al aire libre, cuando sólo eran conocidas las misteriosas y entonces inexplicables, descubiertas por el célebre historiador de Prehistoria andaluza, Sr. Góngora. Resulta así mayor merecimiento en quien, sin otros estímulos que los nobles y generosos de servir a su país y a la Ciencia, se impone las penosas molestias de recorrer tajados peñascos por muchos kilómetros, sin otro apoyo que la Ciencia pleistocena, entonces tan en sus comienzos, que aún no le explicaba los significados y simbolismos de aquellas pictografías al aire libre, como las tituladas Peña Escrita, de Fuencaliente, y la de los Letreros de Vélez Blanco.

Mucho le animaba y valía la amistad que desde antiguo le une al sabio arqueólogo, cuanto persistente y afortunadísimo inventor de miles de descubrimientos, todos admirables, nuestro tan singularmente estimado compañero el Sr. Siret, quien proporcionó al Sr. Motos una dilucidadora visita que, en breves días de explicaciones magistrales y de, por doctas, casi intuitivas recorridas por la sierra, le sirvieron de guías y maestros los especialistas investigadores Sres. Breuil y Cabré, acompañados por el Sr. Siret, quie-nes estimaron en mucho e interpretaron en su clasificación artística los notables descubrimientos del Sr. Motos, que, con los realizados por aquéllos en las Batuecas (Salamanca), atestiguaban la novedad de existir en esos lugares un arte diferente del característico para la Cantabria y Oriente de España.

Ya, afortunadamente, publicados están por el abate Breuil los primeros notables descubrimientos del Sr. Motos en la Fuente de los Molinos y cerro del Gabar.

Nueva visita al año siguiente, acompañado por el Sr. Obermaier, para estudiar otra estación descu-bierta por el infatigable Sr. Motos, y esto ofreció la afortunada ocasión de que, unido a los Sres. Breuil, Obermaier y Cabré, se descubriese una cueva con pinturas, contigua a la de los Letreros, y otra segunda llamada de la Yedra, y aún otra más, que se titula de la Solana del Maimón, todas ellas en el cerro de éste último nombre, y término municipal de Vélez Blanco.

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Vista actual del emplazamiento de los abrigos del Estrecho de Santonge, en término de Vélez Blanco.

Casi todas las pinturas de esas cuevas pertenecen a un estilo común, pero a fases distintas, de una va-riedad múltiple, no tanto en el fondo como en la forma, lo que descubre pertenecer a diversas fases de la vida de aquel primitivo pueblo.

Pero motiva este informe un importantísimo descubrimiento del Sr. Motos en el llamado Estrecho de Santonge, distante 14 kilómetros al Norte de Vélez Blanco, pues viene a corroborar un dato de trascen-dencia, hasta entonces único, el hallado por el abate Breuil y Sr. Cabré en término de Vélez Blanco, y sitio llamado Lavaderos de Leria.

El hallazgo del Sr. Motos en Santonge, se constituye por la pintura en rojo de dos ciervos afrontados, de los que acompaña dibujo, y como son de un realismo artístico notable, declara una invención y unas afirmaciones tan interesantísimas como antes indiqué, pues se creía que el arte rupestre en España se dividió en familias repartidas geográficamente, y tan diversas, como que no se hallaba en la región del Oriente arte del estilo del Sur, y mucho menos en el Norte, o viceversa; pero este hallazgo corrobora al anterior ya citado, y vienen y logran rebatir por completo tal teoría: el buen arte realista que represen-tan, el ser de mucho mayor tamaño que las del estilo propio del Sur de España, así como por la gran semejanza que ofrecen con los animales de Cogul, y su coincidencia en técnica, se las puede y debe clasi-ficar como paleolíticas y correspondientes al período magdaleniense.

Los otros dibujos que acompañan a los de ambos ciervos son de los característicos a las pinturas rupes-tres del país; y por sus estilizaciones acusan el simbolismo neolítico, el que ofrece la gran singularidad, para Vélez Blanco y su comarca, de estar pintado en negro, es aún más exagerada estilización de las que descifra el abate Breuil, por representaciones femeninas, y el que nos ocupa en bastante se asemeja a uno publicado por tan eminente arqueólogo, y el no menos estimados Dr. Obermaier, en el último lugar de su lámina 21 de la tirada aparte del tomo XXIII de L’Anthropologie: emblema que corresponde a Peña Escrita, de Fuencaliente (Ciudad Real)”.

El abate Henry BREUIL, tan insistentemente citado en los textos anteriores, era, en aquellos momentos, el arqueólogo de más prestigio a nivel internacional y, aún hoy, se le considera como uno de los padres de la moderna arqueología. Motos, animado por dar a conocer sus descubrimientos y hallar una explicación a los enigmas de la pinturas rupestres, logra ponerse en comunicación con el francés y desplazarlo hasta tierras ve-lezanas. Hoy sabemos que la relación Motos-Breuil fue muy intensa. Eduardo Ripoll Perelló, antiguo director del Museo Arqueológico Nacional y catedrático de Prehistoria en la UNED, quien, por cierto, excavó la cueva de Ambrosio en los años 50-60, conserva “en el pequeño archivo de papeles españoles que en 1958 el abate Breuil (1877-1961) donó al que suscribe (...), 67 cartas de don Federico de Motos (...) relacionadas con los trabajos de ex-ploración de ambos. Esta correspondencia se escalona entre el 28 de agosto de 1911 y el 20 de enero de 1920. Cerca

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de la primera fecha debe situarse la primera visita del abate Breuil a la región velezana para estudiar las pinturas de la Cueva de los Letreros (con Louis Siret). Como es lógico, estos escritos sólo constituyen una parte de la corresponden-cia, pues nos faltan las cartas del propio Abate Breuil, que se desconoce si se han conservado”2.

Breuil da cuenta de sus expediciones en tierras velezanas, junto a su anfitrión y amigo Motos, hasta en tres ocasiones: 1911, 1915 y 1924. Veamos cuáles fueron sus impresiones y los resultados de las campañas:

VÉLEZ BLANCO, Abril, 1911.Procedente de Las Batuecas (Castilla), Plasencia, Madrid, Torralba (Sierra Ministra), Albarracín, Alpera (Albacete), en abril de 1911, “hicimos una visita de varios días a Herrerías (Cueva de Vera, Almería), donde el gran arqueólogo belga Louis Siret (1860-1934), nos acogió. El magnífico explorador de toda aquella región y fundador de su ciencia prehistórica reciente, desde el comienzo del Neolítico hasta la llegada de los cartagineses, vivía allí como un ermitaño, entre su mina y los materiales de su colección.

Gracias a él, subimos a Vélez-Blanco, muy al norte de aquella provincia sub-desértica. Queríamos vi-sitar “Los Letreros” de Góngora y muchos otros lugares que nos indicó el distinguido farmacéutico de dicha población don Federico de Motos, dotado de un gran sentido y de una verdadera pasión por la arqueología. Su amistad y el encanto de su trato me conquistaron y, gracias a su preciosa y agradable ayuda, pude contar durante varios años con nuevas rocas pintadas en aquella comarca. Además, median-te su operario agrícola Juan Llamas, al que hice venir a Alpera, se descubrió la magnífica roca pintada de Minateda (1914). Desde un punto dominante en las proximidades de Chinchilla, señalé a Juan Llamas, lejanas hacia el sur, sus sierras nativas del Maimón y del Gigante, encargándole que viajara a pie hasta Vélez-Blanco buscando rocas pintadas en su camino. Así se encontraron dichas pinturas de Minateda que no pude estudiar hasta 1917, durante un permiso”.

En Abate Henri Breuil, antología de textos, recopilación, traducción y comentarios por Eduardo Ripoll Perelló, Madrid,

UNED, 2002.

LAS ROCAS CON PINTURAS naturalistas encontradas en España hasta el momento se distribuyen por toda la región oriental, desde Cogul (Lérida) hasta Alpera (Albacete) y El Arabí (Murcia). Gracias a las bús-quedas que han realizado nuestros prospectores, hemos podido constatar que la zona de repartición de estos interesantes monumentos baja hasta las cercanías de Sierra Nevada, entrando un poco en el territorio del

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2 RIPOLL PERELLÓ, Eduardo. “Cartas del Abate Henri Breuil referentes al descubrimiento de Minateda (Albacete)”, en Homenaje a Samuel de los Santos, Albacete, IEA, 1983, p. 59-64. El propio Breuil dice que volvió a Vélez Blanco en 1912, 13 y 16. Ripoll, sin em-bargo, afirma que fueron los años 1911, 13 y 14.

Federico Motos sujetando el caballo, Breuil sentado y unos desconocidos acompañantes a la salida de Vélez Blanco por la carretera de María hacia 1911, con motivo de una de las visitas que hizo el sabio anticuario francés en busca de pinturas rupestres.

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antiguo reino de Granada. Por desgracia, las superficies pintadas que se han conservado son muy escasas y la naturaleza de la roca de estos parajes no es favorable a la existencia de vastos abrigos como el de Alpera.

En la zona de colinas de perfiles suaves que se extienden al norte de las altas montañas jurásicas de Vé-lez-Blanco, los riachuelos han abierto unos desfiladeros que ponen en comunicación dos zonas, la llanu-ra de Topares y la de María. Dichos cortes están acompañados de afloramientos de bancos con nódulos de sílex, que fueron explotados desde los tiempos del Paleolítico superior, como lo atestiguan diversos yacimientos bajo abrigo, el más importante de los cuales es la Cueva de Ambrosio. En estos lugares exis-ten abrigos con pinturas, unos paleolíticos, otros, con mayor número, neolíticos. El lugar principal es llamado los Lavaderos de Tello, cerca de los cortijos de Leiría (Leria). El acantilado está horadado por un gran número de alvéolos poco accesibles, en los que se ocultan las pinturas de estilo esquemático, pero en medio, en una pequeña cueva menos difícil de alcanzar, sobre la pared izquierda se pueden ver dos siluetas de ciervos enfrentadas y los fragmentos de otros varios.

El segundo grupo pictográfico se encuentra en la cortadura occidental, llamada Estrecho de Santonje (Santonge). Se compone de tres cuevas con figuras.

La tercera localidad de este estilo que debemos describir es la Cueva Chiquita, cerca de los cortijos de los Treinta, situada al pie de la vertiente meridional de la Sierra de María, al borde de la llanura de Chi-rivel. La cueva es una cámara en la que pudo habitarse de forma agradable y que contuvo un yacimiento parcialmente destruido por el arreglo de la cavidad para ser usada por los pastores y sus rebaños. Su pa-red del fondo, frente a la entrada, forma un friso bastante ancho de superficie extremadamente rugosa y, a pesar de ello, pintada con tres grandes ciervos de color rojo...”

En Breuil y Motos, “Les peintures rupestres d’Espagne. VIII. Les roches peintes à figures naturalistas de la región de Vélez

Blanco (Almería)”, L’Anthropologie, XXVI, 1915, p. 332-336.

“FUE EL MES DE MARZO de 1912, acompañado de M. Luis Siret y de Juan Cabré, éste como fo-tógrafo, cuando llegué a Vélez-Blanco, pintoresco pueblecito situado a seis horas de coche de la estación de Lorca, y escondido entre las montañas del Maimón, del Gigante y de la Muela de Montalviche. Gra-cias a la consagrada colaboración de don Federico de Motos, muy interesado a los vestigios en todo lo concerniente a los vestigios arqueológicos de esta región, me fue fácil encontrar la cueva de los Letreros, conocida en todo el mundo, y situada a unos centenares de metros sobre la carretera de Vélez-Blanco a Vélez-Rubio. Tendré oportunidad, en otros trabajos, de dar a conocer otra serie de pinturas rupestres esquemáticas que mi colaborador ha descubierto y yo he estudiado en los años siguientes, sea en el Mai-món o en la Sierra de María, sea en otros puntos más alejados. Me limitaré hoy a la cueva de los Letre-ros, descubierta y publicada por primera vez por Góngora.

El paraje de la cueva de Chiquita de los Treinta, al pie de la solana de Sierra de María, en término municipal de María.

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Interpretación de las figuras animales representadas en los abrigos del Estrecho de Santonge (izqda) y Lavaderos de Tello (dcha), según Breuil.

La cueva de los Letreros es un abrigo rocoso orientado al Noroeste, de 25 metros de larga, alrededor de unos 6 metros de profundidad y de una altura, en el centro, de 8 a 10 metros. Se abre en la parte baja del flanco oriental, muy abrupto, del cerro del Maimón, pirámide calcárea del jurásico, muy compacto y completamente denudada. Se llega fácilmente allí siguiendo hasta el pie del abrigo un sendero que bor-dea al pie del escarpado, dejando entre él y la carretera una suave pendiente de antiguos derrumbes recu-biertos por una agradable vegetación de gramíneas y de romeros. La altitud del abrigo puede tener unos 50 metros por encima de la carretera y unos 20 por encima del sendero. Es preciso escalar este último trepando por los derrumbes de piedras sueltas y entre las rocas fuertemente escarpadas. De esta forma se puede subir allí por la extremidad meridional; las otras faldas son casi inaccesibles desde abajo. El suelo muy irregular y resbaladizo debido a la pulimentación de las superficies por lo frecuentado, antigua y modernamente, de personas y rebaños, sube virando de izquierda a derecha, y no presenta ningún relle-no antiguo. El origen del abrigo se debe al derrumbamiento de una masa rocosa aislada entre dos grietas de fallas oblicuas. Hacia la izquierda las paredes de la falla superior forman anchos paneles desplomados, o unidos, donde se encuentran los principales conjuntos pictográficos, bien conservados a pesar del poco avance de la cubierta del abrigo de este lado; hacia la derecha, una gruesa masa rocosa protege mucho mejor la cavidad, pero su superficie irregular se presta mucho menos a la ejecución de frescos; sin em-bargo, allí se encuentran también pequeños paneles, así como varios salientes rocosos del suelo”.

“Las pinturas rupestres de la Cueva de los Letreros.

Vélez-Blanco (Almería)”, por H. Breuil, en Las pinturas rupestres esquemáticas de España. Los descubrimientos antiguos. Bar-

celona, 1924.

Después de la Guerra Civil, otros investigadores se sintieron atraídos por los testimonios anteriores y qui-sieron visitar personalmente estos “santuarios” del arte rupestre. Este fue el caso de nuestro siguiente invitado: Juan CUADRADO RUIZ (Vera, 1886-Almería, 1952). Abogado y profesor de dibujo en la escuela de Artes y Oficios de Almería. Aficionado a la arqueología, acompañó a Luis Siret durante las vacaciones en sus ex-cursiones, le ayudó en sus últimos trabajos arqueológicos (por ej., Villaricos) y excavó personalmente algunos yacimientos murcianos de la zona de Lorca y Totana, con lo que obtuvo una importante colección de piezas que, tras su muerte, fueron compradas por la Diputación Provincial. Promotor y primer director del Museo Arqueológico almeriense (1933), expuso junto a los indalianos en Madrid (1947), de los que fue uno de los principales propagadores de su símbolo prehistórico. Comisario Provincial de Excavaciones y asesor del Minis-terio de Educación Nacional en el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico, contribuyendo activamente a organizar los Congresos Arqueológicos del Sudeste Español (Cartagena, 1945; Albacete, 1946; Murcia, 1947; Elche, 1948; Almería, 1949 y Alcoy, 1950). Publicó diversos trabajos de arqueología. Apasionado también por la arqueología, amigo y seguidor de Siret, de quien tanto aprendió, recuerda la visita que realizó y escribió en junio de 1950 con el título de “Yacimientos prehistóricos almerienses: la cueva de los Letreros en Vélez Blanco”, publicada años después por José María Artero en la editorial Cajal con el título de Apuntes de arqueología alme-riense (1977):

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Juan Cuadrado con su maestro L. Siret.

Algunos de los arqueólogos y anticuarios que fueron acompañados por Motos en los Vélez: Juan Cabré, Breuil, Luis Siret, Hugo Obermaier, Henri Siret en la entrada de la cueva de Altamira (1912).

“HACE UNOS DÍAS visitábamos en el cerro del Maimón, a dos kilómetros al sur de Vélez Blanco, la muy notable bajo varios aspectos “Cueva de los Letreros”, estación rupestre que Góngora diera a cono-cer a los estudiosos y amantes de la Arqueología en 1863, dieciséis años antes del descubrimiento por Sautuola de la “Cueva de Altamira”, en Santillana del Mar (Santander).

El magnífico yacimiento almeriense constituye, como es sabido, por su prioridad y por su reconocida importancia, un verdadero “monumento” entre los del Arte prehistórico mundial y, no obstante las re-lativas dificultades de su acceso, ha sido visitado y estudiado desde entonces por las más destacadas per-sonalidades españolas y extranjeras del campo de la Ciencia, y dado origen a diversas teorías y a más de una discusión entre eminentes arqueólogos.

De acuerdo todos en la rigurosa autenticidad y en el arcaísmo de las pinturas del Maimón, no lo están, en cambio, en lo que a su interpretación y a su verdadero significado se refiere, ni tampoco respecto al período a que pertenecen, dentro de la Prehistoria, los diversos signos y estilizaciones del interesantísimo abrigo de Vélez Blanco.

Algunos creyeron ver en las aludidas pictografías (sobre todo en la época inmediata a su descubrimien-to) signos alfabetiformes de una antiquísima escritura rudimentaria y en parte jeroglífica. Hübner, por el contrario, no halló relación alguna entre aquellos trazos y los alfabetos primitivos, ni siquiera les en-contró paralelo con los de escritura cuneiforme. Góngora quiso observar cierta analogía entre los signos de la Cueva y los de algunos antiguos monumentos persas que habían sido publicados por Créuzer. Por su parte Cartailhac no conceptúa como “letreros” dichos trazos, sino más bien como “signos de magia”, opinión que ha sido luego compartida por muchos prehistoriadores...

Pero antes de seguir adelante con la “Cueva de los Letreros”, expongamos algunas consideraciones de índole general (...)

En más de una ocasión tuve el honor de acompañar a arqueólogos de fama mundial en su visita a la Cueva de los Letreros, entre otros, recuerdo los siguientes: D. Luis Siret (con él fui muchas veces, como también a la de la Fuente de los Molinos, también el Maimón; a las del Gabá, y de Ambrosio, Cueva Chiquita de los Treinta, etc). Al Abate Breuil, a quien, como Siret, y a cuantos cito a continuación, in-teresó extraordinariamente la región del Maimón y todo el término de los Vélez y Chirivel. A D. Hugo Obermaier, el conocido sabio alemán, a D. José Ramón Mélida, director ilustre del Museo Arqueológico Nacional y gran amigo de Siret, a D. Juan Cabré Aguiló, director del Museo Cerralbo y magnífico exca-vador, etc.

En casi todas las excursiones nos acompañó el entonces farmacéutico de Vélez Blanco y entusiasta de la arqueología española, don Federico Motos, de feliz recuerdo, y en más de una ocasión fue también nues-

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El padre Tapia acompañado de unos visitantes en la Comarca en los años 50.

tro amable acompañante el ilustre historiador D. Fernando Palanques y Ayén, autor, entre otros merití-simos trabajos, de la Historia de la villa de Vélez Rubio.

Los precitados arqueólogos, con rara unanimidad, convinieron en la importancia extraordinaria del yacimiento y en el carácter de “lugares de magia” de los abrigos del Maimón. Circunscribiéndonos a la “Cueva de los Letreros” observa en efecto el visitante a primera vista que aquello no tiene en realidad condiciones de habitación ni de refugio de los hombres prehistóricos por la poca profundidad del abri-go, lo difícil de la subida en momentos de apuro y la carencia de protección contra las tormentas. Esto igualmente ocurre en los abrigos prehistóricos de Alpera, Minateda, Tahol, etc., que, como los de Mai-món, corresponden en el orden del Arte Prehistórico: a la que se ha dado en llamar “Cultura Levantina”.

Otro célebre prehistoriador, conocido profesor y científico en el campo de la arqueología, entonces, joven arqueólogo y profesor ayudante en la Universidad de Barcelona, sintió deseos de conocer las estaciones de los Vélez. Se trató de Antonio ARRIBAS PALAU (Palma de Mallorca, 1926-2002), alumno de Luis Pericot (1899-1978) y, sobre todo, Martín Almagro (1911-1984), en Barcelona, donde entabló amistad con Miquel Tarradell (1920-1995). Director de las excavaciones de Los Millares (1953, 1955 y 1956), la etapa almeriense se continuaría en 1978, cuando ya era catedrático de Prehistoria de la Universidad de Granada, al Proyecto Milla-res, sobre los inicios de la metalurgia. En 1980 se trasladó a Mallorca, donde continuó excavando el yacimiento romano de Pollentia (desde 1970).

En realidad, el itinerario del joven Arribas no se circunscribió exclusivamente a las pinturas rupestres, sino que reconoció varios yacimientos arqueológicos de la zona, los más importantes en ese momento, pero nos ha parecido conveniente reproducirlo completo por su desconocimiento e interés actual. El testimonio no procede de él mismo, si no del corresponsal de La Voz de Almería en esos años en Vélez Blanco,0 quien, con el título de “Del mundo antiguo. Una visita a las estaciones prehistóricas de Vélez Blanco”, publicó el siguiente comentario de la visita de Arribas.

“EN ESTOS DÍAS hemos tenido el honor de hospedar en esta villa al joven arqueólogo Dr. D. Antonio Arribas Palau, profesor ayudante de la Universidad de Barcelona y conservador del Museo Arqueológico de aquella ciudad, el cual actualmente está encargado de las excavaciones en la estación prehistórica de Los Mi-llares. Invitado por el señor don José Ángel Tapia, cura párroco, accedió gentilmente a esta visita.

El primer día se organizó la excursión al yacimiento solutrense de la cueva de Ambrosio, situado en un agreste paisaje muy pintoresco, a unos dieciocho kilómetros de Vélez Blanco. En dicho lugar el señor Arribas visitó minuciosamente la cueva del Tesoro y el abrigo inmediato de cueva Alta, que fue explo-rado por vez primera por el arqueólogo francés H. Breuil, quien le situó en la cultura solutrense, consi-derándolo un eslabón preciosísimo entre los yacimientos de este período del Levante español. Posterior-mente fueron explorados, en parte, por F. Motos, primero, y, luego, por el llorado don Juan Cuadrado y

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Jiménez Navarro. Cabe aún efectuar en él una comprobación de niveles para ponerlo al día en el momento arqueológico actual, e incluso una excavación a fondo y exhaustiva que daría abundante material y de interés.

Al día siguiente nos encaminamos a los parajes denominados Rivera y Cercado. En el primer lugar, muy ameno, en las faldas del monte Maimón y en torno al caudaloso nacimiento de la Fuente de los Molinos, se encuentran im-portantes estaciones prehistóricas de la cultura almeriense y del Bronce avanzado.

El abrigo o piedra de los Letreros presenta pinturas rupestres esquematizadas, algunas en buen estado de conservación, otras dete-rioradas por la acción del tiempo o de des-aprensivos, ignorantes. Precisamente se va a poner remedio a estas destrucciones, pues en estos días se procederá a colocar a su entrada una verja protectora por cuenta de la Excma. Diputación Provincial, obras que se deben al celo e interés con que su digno presidente, don Lorenzo Gallardo, y el señor ponente de Cultura y Arte de la misma, don Manuel Her-nández, velan por los intereses arqueológicos de nuestra provincia.

También acompañando al Dr. Arribas, visitamos la cueva de la Fuente de los Molinos, situada a unos cien metros sobre el nacimiento de dichas aguas. Aunque se conocían algunas piezas del paleolítico su-perior procedentes de dicha cueva, aún no había sido explorada y el hecho de que su suelo permanezca intacto ofrece buenas perspectivas para una excavación concienzuda.

Entre la fuente de los Molinos y el cerro del Judío se extiende un pequeño llano en el que Góngora, que fue el primero en estudiar la cueva de los Letreros, descubrió unas sepulturas; en el último verano encontró otras en el mismo paraje el ilustre decano de la Facultad de Medicina de Granada Dr. D. Mi-guel Guirao Gea, en investigaciones que lleva a cabo para sus estudios de Craneología. Se trata de fosas abiertas en la roca porosa, de distintos tamaños, la mayor de las cuales mide un metro ochenta por vein-ticinco centímetros, con un rebaje en su borde para colocar la losa de cubierta. En tales sepulturas se han encontrado los cadáveres sin ajuar alguno al parecer.

Pasamos a recorrer la cumbre del inmediato cerro del Judío, que se presta por su forma y situación ha haber sido asiento de algún poblado prehistórico; y efectivamente, en una prospección ligera encontra-mos abundante cerámica superficial, que indica la existencia de un poblado de las primeras edades del Bronce. Góngora, en sus Antigüedades prehistóricas, creyó ver restos de construcciones romanas en dicho cerro, pero hasta ahora no se había prestado atención ninguna a este yacimiento y algunos negaban la existencia del mismo. También aquí una excavación detenida sería interesante para demostrar la existen-cia y caracteres de este yacimiento.

Acabada nuestra misión en estos parajes nos encaminamos por el valle de Turruquena al cerro de la Canteras, distante unos cinco kilómetros. En el camino y en el lugar denominado Hoya del Serval

Visitantes en la cueva de los Letreros hacia finales de los años 50.

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nos detenemos brevemente en una loma, en la que don Federico Motos encontró una necrópolis; se pueden apreciar bastantes fosas descubiertas por él, y queda la mayor parte por excavar aún. Dichas fosas, según don Federico Motos, ofrecen características especiales. Están situadas al mediodía del poblado explorado por él en el cerro de las Canteras y a unos dos kilómetros del mismo. Se trata de unas fosas abiertas en el suelo, en cuyo fondo se halló un piso de lastras sobre el cual descansaba el cadáver cubierto a su vez por una hilera de losas; los restos humanos encontrados se deshacían al tocarlos. En unas no se encontró ajuar; otras lo tenían muy escaso (algunas cuentas de collar, armas y vasijas). Una modalidad de las tumbas es aquella separada en dos compartimentos por una losa, en uno de los cuales aparecieron los restos humanos. Los agricultores han encontrado en alguna ocasión más sepulturas al trabajar la tierra, pero como no rindieron cuenta de los hallazgos no se pudieron estudiar. Una de ellas, descubierta en una de las laderas dando frente al mediodía, estaba tapada con dos piedras que presentan tallas muy rudimentarias en una de sus caras; por ahora no tenemos ningún indicio de su procedencia. Buena parte de esta necrópolis está por explorar aún. F. Motos se proponía trabajar en ella y así lo afirmaba en su estudio monográfico sobre el cerro de las Canteras, pero no llegó a hacerlo.

Alcanzamos finalmente el cerro de las Canteras, en cuya cima F. Motos descubrió y excavó un poblado completo, perteneciente a las primeras épocas del metal, encontrando dos niveles diferentes que perte-necen a otros tantos poblados, cuyo rico material hoy se guarda en el Museo Arqueológico de Valencia y en el Nacional de Madrid. Aún podría hacerse en este lugar una exploración más detenida y metódica, que seguiría dando con toda seguridad abundante material y permitiría constatar las apreciaciones de la excavación primera.

Después de estas jornadas duras e intensas de exploración, volvemos a Vélez-Blanco con la ilusión de llevar a cabo en su día una excavación detenida y completa de los yacimientos más interesantes por in-éditos. El señor Arribas, muy bien impresionado por la riqueza arqueológica de la zona de Vélez-Blanco y lleno de entusiasmo, se propone informar sobre la conveniencia de que se efectúen nuevas excavacio-nes en estos lugares. Se muestra muy complacido por las facilidades y atenciones que han tenido con motivo de su visita del señor alcalde de Vélez-Blanco, don Miguel Ballesteros Motos, y por en entusias-mo con que le ha prestado ayuda nuestro párroco don José Tapia. Al regresar a Almería para seguir su trabajo normal en Los Millares de Santa Fe, nos dice adiós y, nosotros, hasta muy pronto”.

“Estaciones prehistóricas de Vélez Blanco”, La Voz de Almería, 8-IV-1953.

Para la elaboración de las brevísimas reseñas biográficas nos hemos servido de la información proporcionada por nuestro

amigo Lorenzo Cara Barrionuevo, en parte dada a conocer en el artículo “Antigüedades velezanas en la Real Academia de la

Historia y la construcción de la Historia en la comarca”, publicado en Revista Velezana, 22 (2003); pp. 15-28.

El padre Tapia con Miguel Guirao y otros acompa-ñantes en la cueva de Ambrosio (años 50).

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Aspecto parcial de los Lavaderos de Tello (Vélez Blanco), lugar de peregrinaciones naturalistas y prehistóricas.