Los viajes de Ariadna -...

download Los viajes de Ariadna - adaliz-ediciones.comadaliz-ediciones.com/pdf/inicio-los-viajes-de-ariadna.pdf · —Soy muy feliz —respondió ella, tapando con besos su boca para que no

If you can't read please download the document

Transcript of Los viajes de Ariadna -...

  • Los viajes de

    Ariadna

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    www.adaliz-ediciones.com

  • Primera edicin, octubre de 2017 Derechos de la primera edicin reservados adaliz ediciones

    www.adaliz-ediciones.com [email protected] facebook.com/adalizediciones twitter.com/adalizedic

    Coleccin: Novela

    Jos Antonio Jimnez-BarberoEdicin, maquetacin, cubierta y diseo: adaliz edicionesFotografa de cubierta Paradigma de la geometra interna agsandrewhttp://sp.depositphotos.com

    Impresin: CimapressImpreso en Espaa / Printed in SpainISBN: 978-84-947657-1-1Depsito Legal: SE 1647-2017

    Reservados todos los derechos. No est permitida la reproduccin total o parcial de este libro, ni su tratamiento informtico, ni la transmisin de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecnico, electrnico, por fotocopia, por registro u otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

  • Los viajes de

    Ariadna

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

  • A todas las vctimas de violencia de gnero Tenis derecho a algo mejor.

  • El poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente.

    Lord Acton

    En cada bsqueda apasionada, la bsqueda cuenta ms que el objeto perseguido.

    Eric Hoffer

    El que no cree en la magia, nunca la encontrar.Roald Dahl

  • ndicePrembulo ..................................................................................................13

    PRIMERA PARTELa bruma que nos ciega ........................................................... 17La herencia ................................................................................................19Cambios .......................................................................................................45Luca .............................................................................................................59Hasta que la muerte nos separe .......................................................87

    SEGUNDA PARTEA travs del espejo ...................................................................123Una mujer condenada ........................................................................ 125El olor de la sangre .............................................................................. 155Santuario ................................................................................................. 183Viaje oscuro ............................................................................................ 197Comenzando a vivir ............................................................................ 215Nunca jams ........................................................................................... 251El ltimo viaje ........................................................................................ 275Eplogo ...................................................................................................... 285Agradecimientos .................................................................................. 291

  • 13

    Prembulo

    Las cinco y media. A ver qu ponen en la tele, piensa Juan mientras empua el mando con expresin de hasto. Es el primer viernes de uno de los agostos ms bochornosos que se recuerdan en Orihuela, por lo que prev una tarde tediosa y solitaria, de esas que parecen eternizarse como un velatorio en fin de semana.

    Para su sorpresa, segundos despus de que las prime-ras imgenes de una rancia telenovela aparezcan en su ar-caico televisor, el alegre tintineo de la puerta le anuncia la llegada de un cliente. Levanta distrado la mirada y pergea una mecnica sonrisa de bienvenida que queda congelada en sus labios, como el rictus de un maniqu de escaparate. Un instante despus, su boca se abre en un sobrecogido Oh!, de repugnancia y miedo, mientras trata de gritar sin conseguirlo. Aterrado, se levanta de un salto y retrocede a trompicones hasta la trastienda, contemplando con horror al espanto que se arrastra hacia l.

    Un rostro tan hinchado que apenas permite adivinar los rasgos de una mujer joven, lo mira sin verlo a travs de un solo ojo, casi cerrado e inyectado en sangre; Juan ad-

  • 14

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    vierte consternado que, en el otro, el globo ocular ha sido sustituido por un informe amasijo de carne violcea. El ca-bello, largo y pegajoso, cae sobre sus hombros de manera desigual, como si algn desquiciado peluquero se hubiera entretenido en arrancar a puados los mechones que no le gustaban. De hecho, en algunas zonas de su cuero cabellu-do se dejan ver los espantosos crteres, de donde manan sin cesar pequeas gotitas de sangriento roco.

    La mujer, o muchacha ya que no es posible determi-nar su edad avanza con paso lento y doloroso, mantenien-do un inquietante equilibrio que le recuerda a los zombis de una pelcula de terror de serie B. Al cruzar el umbral, la lastimosa figura da un ligero traspi que a punto est de ha-cerla caer desplomada. Es entonces cuando Juan advierte que su visitante no ha entrado sola; bajo su brazo derecho, como si de un simple bolso se tratase, cuelga inerte un beb que oscila peligrosamente. Ese ltimo detalle consigue ven-cer el inmovilismo del aterrado comerciante. Tras saltar por encima del mostrador, corre hacia ella logrando sujetarla por la cintura justo a tiempo de evitar que caiga al suelo. A continuacin, dirige un rpido vistazo por su tienda y, loca-lizando la silla que guarda para sus clientas de ms edad, acomoda en ella como puede a la maltrecha mujer.

    En ese instante, el beb despierta y comienza a llorar con estridencia. Juan hace ademn de cogerlo, pero su madre reacciona con una furia inusitada, impensable en alguien de apariencia tan destrozada.

    NOOO! LUCAAA! MI HIJA, NOOO! grazna en tono desesperado.

    So solo pretenda POFAVOO! AYUDA! MI HIJA! Juan cree reconocer ahora los rasgos del rostro que bal-

    bucea bajo esa mscara inflamada y grotesca. Se trata de una muchacha llegada a la ciudad pocos meses antes, y que vive en uno de esos pequeos pisos del centro destinados a miembros

  • Los viajes de Ariadna

    15

    del Ejrcito. Las casas de los militares, como las llaman all. El comerciante recuerda que acudi a su mercera en una ocasin en busca de parches que disimularan un pequeo roto en los pantalones de su marido. Una muchacha casi una chiquilla de tmida mirada gris que sonri agradecida cuando, tras en-volver su compra, la acompa con galantera hasta la puerta donde la obsequi con un pequeo sonajero para su beb.

    Ahora est all, en su tienda una vez ms, postrada sobre una vieja silla de plstico blanco de IKEA, y convertida en poco ms que una pulpa aterrorizada y demente. A pesar de su te-rrible aspecto, el beb que llora de forma desgarrada se aferra a ella con desesperacin. Molida a golpes, pisoteada, apaleada, torturada, humillada Sigue viendo a su mam.

    Y Juan, un hombre sencillo, de gustos sencillos y mente sencilla, tiene que abandonarlas precipitadamente y refugiar-se tras el mostrador para vomitar en la intimidad y sacudirse su indignacin y su rabia.

    Un minuto despus, con los ojos arrasados en lgrimas, Juan Cucarella, El Mercero, consigue levantar el telfono.

    112, Servicio de Emergencias, en qu podemos ayudarle?Por favor, vengan rpido. En mi tienda hay una mujer

    herida de gravedad. Creo que ha sido vctima de malos tratos logra balbucear a la impersonal voz de la operadora.

  • 17

    PRIMERA PARTE

    La bruma que nos ciega

    Esclava ma, tmeme. mame. Esclava ma!Soy contigo el ocaso ms vasto de mi cielo,

    y en l despunta mi alma como una estrella fra.Cuando de ti se alejan, vuelven a m mis pasos.

    Mi propio latigazo cae sobre mi vida.Eres lo que est dentro de m y est lejano.

    Huyendo como un coro de nieblas perseguidas.Junto a m, pero dnde? Lejos, lo que est lejos.

    Y lo que estando lejos bajo mis pies camina.El eco de la voz ms all del silencio.

    Y lo que en mi alma crece como el musgo en las ruinas.

    Poema 10Pablo Neruda

  • 19

    CAPTULO UNO

    La herencia

    1

    Ariadna no pudo evitar un estremecimiento de emo-cin cuando el anciano sacerdote de beatfica sonrisa le hizo la pregunta. Desde nia, haba soado con ese momento; el instante de dar el s quiero a su prncipe encantador, al hombre que la hara feliz por el resto de su vida. Por eso, tras dirigir una mirada cmplice hacia mam, que la contempla-ba arrobada a pocos metros de ella, y clavar sus ojos en Ar-mando, pronunci con voz firme y clara, ante una multitud de rostros casi todos ellos desconocidos, las dos pala-bras ms importantes de su vida.

    Ojal pap estuviera aqu dira pocas horas despus a su madre, durante el esplndido convite que se celebr por todo lo alto en uno de los principales restaurantes de Sevilla.

    Lo est, cario. Y sonre orgulloso de ver a su hija tan feliz y tan guapa.

    Pap haba muerto haca ya diez aos, tras sufrir un in-esperado infarto mientras enseaba en la nica escuela p-blica del barrio. Les dej, al marcharse, un par de viejos libros de poemas escritos por l mismo, un Seat Crdoba con ms

  • 20

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    de doscientos mil kilmetros en su marcador, y una mins-cula casita en el corazn del Barrio de Triana que acumulaba todava quince aos de hipoteca. Y, ante todo, a dos mujeres desconsoladas que perdan, de forma tan cruel como intil, al hombre ms bueno y dulce del mundo. El resto de su familia, constituido por su frgil abuela, dos viejas tas, y sus risueas primas en cuyo rostro todava se adivinaban las huellas del acn ocupaba una sola mesa, muy cerca de ellos.

    Por el contrario, la familia del teniente del Ejrcito de Tierra, Armando Comesaa, era muy numerosa amn de conocida en la ciudad, por lo que, a pesar de las restriccio-nes impuestas por el propio Armando, no haba podido evitar que ms de doscientas personas acudieran ese da a la cele-bracin de los esponsales. Se trataba, por tanto, de una de las consideradas bodas importantes por la direccin del lujoso restaurante Los Olivos, que no escatim esfuerzos en agasa-jar a la joven pareja.

    Ariadna resplandeca de felicidad. Su perenne sonrisa haca brillar an ms sus ojos lnguidos y grises, camuflando en parte el aire melanclico que sola emanar de la chiquilla de piel aceitunada y esplendorosa cabellera negra. Su vida no haba sido un camino de rosas. Obligada a mirar a la muerte demasiado joven, tuvo que enfrentarse muy pronto a la rude-za de un mundo que rara vez otorga respiro a sus cados. La pensin de viudedad no llegaba nunca para hacer frente a la altsima hipoteca, y mam, que siempre fue ama de su casa, se vio obligada a salir de ella y aprender a ganarse la vida. Con ocho aos, la pequea Ariadna pas de ser una nia cubierta de sonrisas y enamorada de la vida, a una perpleja estatua de cartn piedra que escuchaba, sin comprender, que su pap no volvera a leerle un cuento antes de irse a la cama.

    De verdad crees que pap nos est viendo? pregunt de nuevo a su madre. Y esta, incapaz de contestar, se abraz a su hija para poder ocultar a los dems su rostro baado en lgrimas.

  • Los viajes de Ariadna

    21

    Salvo ese momento de emocin, el resto de la velada transcurri como si la felicidad y la alegra no fueran a desa-parecer jams. Ariadna agasaj a sus primas, bes incontables veces a sus tas, y bail con Armando, con su cuado Francisco y con varios amigos de stos, militares tambin, cuyos nom-bres no consigui retener. Y, aunque no prob una gota de al-cohol, esa noche lleg ebria a casa.

    Pareces un pajarillo que tratara de escapar le dijo Armando, al cruzar el umbral de su nuevo hogar. Entre sus nervudos brazos, moldeados durante aos a fuerza de inter-minables y severos ejercicios, Ariadna temblaba emocionada.

    Soy muy feliz respondi ella, tapando con besos su boca para que no siguiera hablando.

    Bienvenida a casa, seora Castro repuso l, entre risas.Bienvenido a casa, seor Comesaa aadi ella. Luego, la deposit con suavidad sobre la cama, como si se

    tratara de un mueble de fino cristal que pudiera romperse al mnimo roce, y acercndole el rostro, le susurr en tono serio.

    Te prometo que siempre sers feliz. Una tmida y solitaria lgrima recorri el emocionado

    rostro de Ariadna, que tuvo que tragar saliva varias veces, an-tes de balbucear avergonzada:

    Y yo te prometo a ti que siempre ser feliz, mientras t ests a mi lado.

  • 22

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    2

    Esa noche, sin embargo, Ariadna no tuvo sueos felices. Volvi a viajar. Solo que, en esta ocasin, result un

    viaje extrao, imposible y aterrador. Por eso, despierta en la cama junto a su marido, que an dorma profundamente, se esforz por convencerse de que, esta vez, se haba tratado de una pesadilla, sin duda motivada por la excitacin del da.

    Haba realizado su primer y nico viaje haca mucho tiempo, siendo an una chiquilla de siete aos. Su mam, en lugar de llevarla al mdico, cuando advirti que su nia haba permanecido durante ms de diez minutos inmvil, sorda y con la mirada perdida en un punto inexistente, haba acudido a la abuela Rosario.

    La abuela Rosario tena fama de bruja. En el pueblo, mu-chos crean que La Charo era capaz de adivinar el futuro. No lea las manos, ni echaba las cartas; ni tan siquiera elaboraba oscuros mejunjes a base de hierbajos. Pero la gente acuda a ella y le preguntaba. En ocasiones se marchaban igual que ve-nan. Si la abuela Rosario no era capaz de ayudarles, lo reco-noca enseguida, con franqueza:

    Lo siento. No tengo nada para ti o bien. No pue-do verlo.

    Otras veces, tras mirar al esperanzado consultor a los ojos durante unos minutos, le deca cosas. Cosas sobre su pasado, sobre su presente y sobre su futuro. Y nunca, nadie, jams, haba desmentido a La Charo. Muchos llegaron a ase-gurar que era infalible.

    Sin embargo, Rosario no era una bruja. Era capaz de viajar. Durante esos viajes, perda la nocin del tiempo y del espacio por completo; en realidad ya no estaba all, se marchaba lejos. Tan solo permaneca su cuerpo, mientras su mente se trasladaba a otro lugar o a otro momento, hacia

  • Los viajes de Ariadna

    23

    delante o hacia atrs. Y vea. Ella no saba nada sobre bruje-ra, ciencias msticas, o cualquiera de esas cosas. Tampoco se comunicaba con los muertos, ni era capaz de curar mila-grosamente a los enfermos. Se trataba de algo que le ocurra desde bien pequea, y para lo que no tena explicacin (o al menos, eso deca a sus hijas). Era su don.

    Por eso quiz, cuando acudi con su madre una fra tar-de de invierno a la desvencijada casita en la que viva sola, ya pareca conocer el motivo de la visita:

    Cundo ha sido? les espet nada ms abrir la puerta. Hace una hora, mam.Pasad dijo en tono grave.Ariadna, a preguntas de su abuela, solo pudo decir que ha-

    ba visto a su pap dormido, y mucha gente llorando alrededor. T tambin llorabas?No. Yo no estaba con los dems, abuelita flotaba en

    el aire, cerca del techo contest la Ariadna/nia, con te-mor reverencial.

    Rosario, tras un instante de silencio, tom su cabecita entre las manos y la bes. Despus, hizo un leve gesto de asen-timiento a su mam, que pareca extraamente acongojada.

    Ariadna nunca olvid aquello, ya que su pap muri un mes despus. Con la conciencia envuelta en una espesa bruma, ese da la nia volvi a verlo todo. La escena era idntica a la de su viaje; mam, llorando desconcertada en un rincn y escol-tada por las tas, la abuela en la cocina preparando caf para la silenciosa concurrencia que haba acudido a dar el pesame, y pap en el centro del saln, vestido con el traje de los domin-gos, con los ojos cerrados, como si durmiese. Ese da se hizo la solemne promesa de no volver a viajar nunca ms. En lo ms ntimo de su ser, y a pesar de las explicaciones de la abuela, se-gua convencida de que ella haba sido la responsable. De que, de alguna forma misteriosa, su viaje lo haba desencadenado todo. Ese pensamiento la tortur el resto de su infancia.

  • 24

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    Ariadna se esforz por cumplir su promesa. En realidad, desconoca la forma exacta de hacerlo, de viajar, como le gus-taba decir a la abuela. De aquella aciaga maana, solo recorda-ba que, en un momento dado, haba comenzado a pensar en pap. Ni siquiera saba por qu, ya que acababa de despedirse de l, con un beso como siempre, poco antes de irse a trabajar al colegio. De repente, not una especie de desgarro indoloro que le produjo una breve sensacin de vrtigo, y acto seguido, comenz a flotar, alejndose con rapidez de su cuerpo; por un instante, pudo verse a s misma, inmvil frente al plato del de-sayuno. Tambin estaba su mam, que la miraba entre asusta-da y resignada, y despus, todo desapareci. Y aunque, durante esos aos, haba sufrido en ms de una ocasin experiencias similares a la de aquel da, nunca ms se permiti a s misma dejarse ir. Tena mucho miedo de lo que poda ver si lo haca.

    Precisamente hasta esa noche. Su noche de bodas. Fue poco despus de que Armando se quedara dormido, tras ha-cerle el amor. Era joven, tena el marido perfecto y un futuro maravilloso por delante; estaba tan excitada que, a pesar del cansancio, le resultaba imposible conciliar el sueo. Su men-te era un torbellino de pensamientos alegres en cuyo centro siempre se encontraba su flamante marido. El hombre perfec-to: guapo, inteligente, carioso qu ms poda desear? Pa-reca que, al final, la vida haba decidido darle la oportunidad de ser feliz, despus de todo

    Entonces, sucedi. Quiz fuera por el extremado agota-miento que acumulaba esos das, pero a Ariadna, en esta oca-sin, le result imposible evitarlo. Angustiada, volvi a notar la sensacin de desgarro seguida de la sbita ingravidez. En-seguida vio cmo se alejaba hacia arriba, igual que un globo de helio que se hubiera escurrido de las manos de un nio, dejando fuera, en el mundo real, a su durmiente marido y la inmvil figura de cera en que ella misma se haba converti-do Todo se desvaneca de forma vertiginosa, hasta quedar reducido a un minsculo punto negro.

  • Los viajes de Ariadna

    25

    De repente, ya no estaba all. Haba viajado a un lugar y un tiempo desconocidos. Nada le resultaba familiar: eleva-dos estantes cubiertos de lanas de diversos colores, un par de maniques exhibiendo toscas gorras de pana y anticuados pauelos de seda, y un hombrecillo que la contemplaba entre aterrorizado y asqueado. Esta vez no se haba quedado fue-ra para ver la escena de lejos, como en una sala de cine que proyectara una pelcula desenfocada. Estaba all, sentada. Era ella. Sinti dolor. El dolor ms atroz que haba sufrido en su vida. Cada movimiento era una horrible tortura, y el mundo le pareci desdibujado e irreal. Sin embargo, solo pensaba en la preciosa carga que transportaba y hacia la que senta un pro-fundo amor, mucho ms intenso y apasionado que cualquier otro que hubiera experimentado antes.

    El hombrecillo se aproxim a ella, titubeante: Acabo de llamar a los servicios de emergencia. Me

    han asegurado que la ambulancia no tardar en llegar Qu ha sucedido?

    Ella no lo saba. En su mente no apareca ms que el rostro sonriente de Armando. Trat de contestar, pero le re-sultaba imposible pronunciar palabra alguna; la lengua se le haba pegado al paladar, y era incapaz de emitir ms que ininteligibles balbuceos. Adems del dolor estaba el miedo. Y la vergenza. Cerr los ojos con fuerza para huir de aquello, alejarse cuanto antes de esa terrorfica pesadilla. Porque eso deba ser, eso tena que ser: un aterrador sueo y nada ms. Ya en la oscuridad, la voz del hombrecillo comenz a alejarse despacio, convirtindose en un eco distante, y por ltimo en un rumor, hasta que volvi el silencio.

    Abri los ojos; estaba en su dormitorio, con Armando durmiendo al lado. Ariadna lo mir, tentada de despertarlo y contrselo todo. En el ltimo momento, una vocecilla interna (que se pareca mucho a la de la abuela), le inst a que no lo hiciera. As que, todava temblando y con el rostro empapado en sudor, se recost de nuevo y cerr los ojos. Y, esta vez s, se durmi profundamente.

  • 26

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    3

    Aquella maana de sbado estaba resultando un autn-tico desastre. Aunque haba comenzado la jornada ms tem-prano de lo habitual, la asfixiante aglomeracin de gente que atestaba el mercado, la haba retrasado ms de dos horas. Ms tarde, en la carnicera, varias seoras cargadas de aos y sobradas de gracia y picaresca consiguieron colarse ante la pasividad del mofletudo dependiente, por lo que tuvo que invertir media hora ms en conseguir dos simples bistecs de ternera. Por si fuera poco, el cajero automtico decidi, por su cuenta y riesgo, que por alguna razn ese da su tarjeta re-sultaba sospechosa, as que se neg a escupirla. La atribula-da Ariadna, cargada de bolsas, y sudando a chorros a causa del calor abrasador que asolaba Sevilla esa semana, entr por ltimo en la cmo no, concurrida farmacia. Despus de aguardar con paciencia a que terminaran de atender a una errtica anciana que traa consigo un interminable listado de medicamentos, pidi con voz apagada:

    Una prueba de embarazo, por favor.Tan joven y tan guapa y ya esperando, chiquilla?

    observ el mozo en el tono zumbn tan particular de Sevilla.Ariadna, tmida por naturaleza, se limit a ruborizarse y

    bajar la mirada con una sonrisa de vergenza. El dependiente, al parecer regocijado por su reaccin, y tras una breve bs-queda, se apresur a mostrarle una cajita rosada de forma rectangular:

    El Predctor. Es recomendable hacerla un da des-pus de la primera falta, y con la primera orina de la maana le explic algo ms serio.

    Es fiable? pregunt ella, enrojeciendo de nuevo.Depende. Si el resultado es positivo, puedes dar por

    hecho que ests embarazada. Y si es negativo mejor no te fes contest con un guio.

  • Los viajes de Ariadna

    27

    Parece sencillo Espero que tengas suerte, chiquilla repuso el mozo

    en un tono que no permita adivinar si le deseaba un resulta-do positivo o ms bien todo lo contrario.

    A las dos y media de la tarde, agotada, aburrida y ar-diendo de impaciencia, lleg finalmente a casa, un pequeo piso propiedad del Ejrcito ubicado en el cntrico barrio de San Bartolom.

    Se trata este de un barrio perteneciente al distrito Casco Antiguo, emplazado en la antigua judera de Sevilla. A pesar del tiempo transcurrido, conserva parte de su fisonoma origi-nal, conformndolo largas e intrincadas callejuelas que cons-tituyen un complejo y laberntico entramado para aquellos que no conocen bien la zona. El piso, de unos escasos sesenta metros cuadrados, formaba parte de una antigua edificacin construida en los aos setenta, por lo que adoleca de distin-tos achaques, ya difciles de disimular. A pesar de que alguien, quiz su antiguo inquilino, haba tratado de remediar en parte el aire prstino y decadente que emanaba del pequeo aparta-mento, Ariadna no pudo menos que lanzar un hondo suspiro al contemplar por primera vez lo que sera su hogar.

    Lo arreglar dijo, a pesar de ello, despus de estudiarlo con detenimiento. En realidad, tiene muchas posibilidades

    Armando, que haba previsto la decepcin de su joven novia, suspir aliviado.

    Claro que s, cario. Es todo tuyo. Haz lo que puedas.Y Ariadna, con un poquito aqu, y otro poquito all,

    consigui que aquello llegara a parecerse un poco a una vivienda acogedora. Retir el arcaico empapelado de las pa-redes que sustituy ella misma por pintura lisa ahuesa-da, orden poner tarima flotante, cambi algunas puer-tas, retir los viejos y amarillentos interruptores de la luz sustituyndolos por otros mucho ms modernos de color cromado, y cambi los intiles ventiladores por un par de potentes mquinas de aire acondicionado. En definitiva, po-

  • 28

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    da decirse que, dos meses despus de iniciar las reformas, Ariadna se senta ms que orgullosa por el resultado obteni-do. Ahora s que empezaba a sentirse en casa.

    Nerviosa, subi los tres tramos de angosta escalera por fortuna, vivan en un tercer piso de un total de seis plantas que careca de ascensor, y abri la puerta para encontrarse cara a cara con su marido.

    Dnde estabas? le espet este, en tono fro, y apa-rentemente tranquilo.

    De compras, dnde esperabas?Es ya muy tarde. Haba mucha genteEstaba a punto de decirle que el retraso se deba a la pa-

    rada que haba tenido que hacer en la farmacia, pero el tono de recelo de Armando haba conseguido molestarla.

    Tienes telfono mvil, podas haber llamado comen-zaba a preocuparme por ti insisti l, clavndole los ojos. A pesar de su expresin sosegada, la mirada que le dirigi le pareci llena de suspicacia.

    Qu tontera, pens Ariadna, sorprendida. Acta como si estuviera celoso.

    Se me qued sin batera a media maana, lo siento. Tampoco pens que lo tomaras as.

    Puedo verlo? Tu telfono?Ariadna no sala de su asombro haba entendido bien?

    Armando le haba pedido el mvil? Hablas en serio? Es que no te fas de m? contest

    irritada, dejando caer las bolsas al suelo. Su marido la mir unos instantes; una vaga expresin de

    vergenza cruz por su rostro, antes de asentir con la cabeza.S, cario claro que s. Lo lo siento se excus,

    por ltimo, recogiendo la compra del suelo y acarrendola hasta la cocina.

    Llevaban ms de tres meses casados, adems del medio ao de noviazgo, y era la primera vez que Armando se com-

  • Los viajes de Ariadna

    29

    portaba de ese modo. Hasta ese momento, siempre se haba mostrado como el chico simptico y bienintencionado que co-noci en la fiesta de su barrio, Triana.

    Fue l quien tom la iniciativa, esa noche. Ella rea, acom-paada de sus primas, las gracietas de un conocido mono-loguista, contratado ex profeso por la asociacin de vecinos. Con un vaso de limonada ya tibia en la mano, se ruboriz al reconocer al atractivo militar que se acercaba, con paso tmi-do y gesto titubeante, hacia el lugar desde donde ella y sus primas observaban con aparente disimulo a los jvenes que haban acudido a la verbena. No le haba quitado ojo en toda la noche ni ella, ni sus primas, ni, crea, el resto de chicas solteras que bailoteaban por all, as que su sorpresa y tur-bacin fueron maysculas.

    Hola nia, me llamo Armando. No he podido dejar de mirarte desde que llegu fue su torpe presentacin . Esos dos luceros que tienes en lugar de ojos, me lo impiden.

    Ten cuidado, no vayas a quedarte ciego replic ella en tono burln.

    Por supuesto, bailaron el resto de la noche, casi hasta que la ltima banda dej de tocar. Aunque poda intuir que sus adolescentes primas se sentan molestas por verse abandona-das de ese modo, esa noche flotaba en una nube de algodn. Solo tena ojos para el chico fuerte y alto, de rostro cuadrado y serio e inmensos ojos azules, que la llevaba en volandas de baile en baile, de sevillana en sevillana. Al apagarse el ltimo acorde comenz a sospechar, sin demasiada sorpresa, que se haba enamorado de l. A su pesar, la tradicional educacin recibida y su timidez natural, le impedan dar ningn paso ms. Rezaba, por tanto, para que Armando no olvidara pedirle el telfono antes de despedirse.

    Te vas a rer, pero al principio no iba a venir me con-vencieron unos amigos mos le dijo entre risas, sealando a los dos jvenes, tambin de apariencia militar, que se apo-yaban de forma descuidada sobre la barra de las bebidas.

  • 30

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    Pensaba que esta noche me iba a aburrir de solemnidad y, por el contrario, ahora deseara que no terminara nunca.

    No me ro Yo me alegro de que al final cambiaras de opinin dijo ella, bajando la mirada.

    Sera muy atrevido si te pidiera volver a vernos?Creo que no.Y l le dedic una sonrisa que Ariadna nunca olvidara. Y sin embargoY, sin embargo, esa maana Armando pareca un extrao. Mientras guardaba las compras, no paraba de darle vuel-

    tas a la ridcula disputa que acababan de mantener. Su pri-mera discusin, en realidad. Nunca antes se haba mostrado tan agresivo. Ms que sus palabras, a Ariadna le causaba te-mor la expresin de sus ojos: fiera, resentida, fra

    No pudo dejar de pensar en ella hasta la maana siguiente. Armando, tengo que hablar contigo.Era domingo, por lo que se haban permitido dormir has-

    ta que los rayos de sol comenzaron a filtrarse a travs de las cortinas. A las once de la maana, su marido an hojeaba sa-tisfecho el peridico despus de haber dado buena cuenta del desayuno. Ella, ruborizada a su pesar, ocup una silla frente a l y le cogi una mano con dulzura a travs de la mesa.

    Armando dej a un lado su lectura, y la mir con gesto extraado.

    Ocurre algo, cario? Es por lo de ayer? Ya te dije que lo senta

    No. Eso ya est olvidado. Es otra cosa mucho ms im-portante replic, volviendo a guardar silencio.

    Su marido, ya preocupado, se levant de la silla y se apro-xim hasta ella, abrazndola.

    Qu es? Ha sucedido algo malo?No. Todo lo contrario, creo Estoy casi segura de que

    me he quedado embarazada.Ariadna dio la noticia y baj la mirada. No saba cmo

    iba a reaccionar su marido; en realidad, no haban buscado

  • Los viajes de Ariadna

    31

    un hijo. Formaba parte de sus planes para dentro de un ao o dos, ya que haban acordado disfrutar de su recin estrenado matrimonio durante un tiempo, antes de aumentar la familia; por esa razn, utilizaban el preservativo habitualmente. Salvo que, en ocasiones, Armando retrasaba el momento de usarlo, argumentando que era capaz de controlar. Es solo cuestin de disciplina, sola decir. Aunque Ariadna estaba convencida de que la actitud de su marido era arriesgada, no deca nada. Al fin y al cabo, estaban casados qu ms daba?

    A pesar de ello, ahora no poda dejar de sentir cierto te-mor a su reaccin. El hijo que esperaban supona una drstica alteracin de los planes que tan meticulosamente haban tra-zado; ignoraba cmo lo tomara.

    Armando se qued en silencio un par de segundos, mi-rndola embobado. Despus, la volvi a abrazar y besndola con pasin en los labios, le susurr al odo:

    Hoy es, sin duda, el da ms feliz de mi vida. Gra-cias, cario!

    Entonces, no te importa convertirte en pap un poco antes de lo planeado?

    Mi madre, que es beata como la que ms, acostumbra a decir: el hombre hace planes, mas la palabra final la tiene Dios. Yo no soy tan creyente como ella, pero estoy de acuerdo en que no se puede controlar todo. Adems, cuanto antes empecemos, ms tiempo tendremos para disfrutar de nuestra vejez, no?

    Ja, ja, ja! Visto as repuso ella aliviada. Despus, mirndolo con ternura a los ojos, le susurr:

    Te amo, cario.Y yo a ti contest l, volvindola a besar. Si no te importa, voy a decrselo a mi madre. Esta-

    r encantada con la idea de convertirse en abuela aadi emocionada.

    Haban recogido los platos del desayuno bueno, en realidad, fue ella quien lo hizo. Armando era un poco anti-cuado respecto a ciertos aspectos de las tareas domsticas,

  • 32

    Jos Antonio Jimnez-Barbero

    algo que Ariadna quera cambiar con el tiempo, y acababa de ponerse el vestido de los domingos, uno muy ligero y con estampado de rosas que le haba regalado su marido. Abri su pequeo bolso de piel negra, pero tras una rpida mirada a su interior, advirti que no estaba su telfono.

    Lo habr dejado encima de algn mueble, pens mo-lesta, y comenz a buscar por el resto de la casa. Sin embargo, tras media hora de abrir y cerrar cajones, seguido de un minu-cioso examen de los lugares ms probables, como la mesa del saln, el televisor, o la mesita de noche, tuvo que convencerse de que lo haba perdido.

    No puede ser. Estoy segura de que lo tena ayer, cuan-do volv de comprar. Y despus no he salido a ninguna par-te, se rega a s misma. Por ltimo, dndose por venci-da, y como sola hacer cuando se enfrentaba a un problema aparentemente insoluble, recurri a su marido. Por alguna razn quiz su mentalidad metdica y ordenada, Ar-mando posea la extraa cualidad de saber siempre dnde encontrar los objetos perdidos.

    Estaba todava en la ducha, cantando una marcha militar preconstitucional que sola tararear mientras se enjabonaba la cabeza. Descorri la cortina, y aguard a que terminara la ltima estrofa, antes de preguntar con cierto azoramiento:

    Perdona, cari esto Sabes dnde he podido dejar mi mvil? Te puedes creer que no lo encuentro?

    Armando, por su parte, en lugar de mostrar la consabida sonrisa de suficiencia que sola emplear en estas ocasiones, recibi su pregunta con cierta turbacin. Casi pareca aver-gonzado, advirti Ariadna con cierta sorpresa.

    Pues no s has buscado en el dormitorio? En la mesita de noche, quiz? balbuci, evitando mirarla.

    Ariadna, extraada por la actitud de su marido, lo ob-serv con ms atencin. All, en el fondo de sus grandes ojos azules, crey descubrir la vergonzosa huella de la mentira. La sbita comprensin de lo ocurrido, la llen de zozobra. Una

  • Los viajes de Ariadna

    33

    insidiosa sensacin de fro, recorri todo su cuerpo, y por un instante, Ariadna tuvo la impresin de estar contemplando a un desconocido.

    Lo haba cogido l. Haba estado espindola.Y ahora, qu hago?, se pregunt. No saba qu decir

    a continuacin, as que permaneci en silencio, mirando a su marido, que ahora, adems de avergonzado, pareca irritado.

    Siempre pierdes las cosas Deberas tener ms cui-dado, mujer! le espet, desabrido.

    Tienes razn musit. Cuando termines, te impor-tara ayudarme a buscarlo?

    Claro que no. Aguarda un poco. Vers como enseguida doy con l.

    Minutos despus, Armando hall el telfono medio ocul-to tras unos revueltos documentos, en el primer cajn de la mesita de su dormitorio. Los papeles facturas y recibos en su mayora, haban sido desordenados por la propia Ariad-na minutos antes, tras registrar a conciencia ese lugar.

    l mismo lo haba puesto all. Y despus, haba fingido encontrarlo.

    Ariadna no dejaba de dar vueltas a la conducta de su ma-rido. Quera hablar con l, enfrentarlo a la verdad, aclararlo todo pero intua que se limitara a negarlo con aire ofendido, y en cambio, la acusara a ella de paranoica y desconfiada. Y no deseaba discutir. Al fin y al cabo, no haba ocurrido nada

    Tan solo, que haba descubierto que Armando la espiaba. Finalmente, guard silencio.

  • Si te ha gustado, te agradeceramos que le dieras Me gusta en nuestra pgina de Facebook y lo compartieras.

    http://facebook.com/adalizediciones

    Recuerda, as mismo, que puedes comprar el libro en papel y te lo enviamos al domicilio que nos indiques. Envo gratuito para toda la pennsula.

    http://adaliz-ediciones.com/home/28-los-viajes-de-ariadna.html

    Gracias!