Lourau - Instituido, Intituyente, Contrainstitucional

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EL LENGUAJE LIBERTARIO / 123 INSTITUIDO, INSTITUYENTE, CONTRAINSTITUCIONAL RENÉ LOURAU I En el congreso anarquista de Carrara, en 1968, Daniel Cohn- Bendit, molesto por el arcaísmo de los “viejos anarcos”, lanzó esta paradoja: “No sacrificaremos nunca un minuto de nues- tra vida a la revolución”. Yo añadiría: “¡No sacrificaremos nunca un minuto de nues- tras vida a la autogestión!”. Entended: es perfectamente con- tradictorio sacrificar un minuto de nuestra vida hablando de la revolución o de la autogestión, “preparando” la revolución o la autogestión. Si la “revolución” es la transformación de las relaciones so- ciales en el sentido más autogestionario posible, está claro, en efecto, que todo lo que sea investigación intelectual sobre la revolución es una pérdida de tiempo y quizás una desviación del proyecto revolucionario. Digo esto no por antiintelectualismo (yo mismo soy un intelectual), sino para ser lógico conmigo mismo. Los problemas de la autogestión, de la transformación de las relaciones sociales, los vivo a diario, con mi mujer, con mis hijos, con mis vecinos y amigos, con mis colegas de trabajo, con los estudiantes –ya que soy profesor–, con los investigado- res –militantes de mi misma corriente de pensamiento–, ya sea a propósito de un proyecto de revista o de la supervivencia de una cooperativa obrera, a propósito de mis relaciones con la institución editorial (porque soy escritor) o de mis relaciones con la universidad. Cuando me instalo ante la máquina de es- cribir, con mi perro tumbado al lado, en medio de mis libros y mis papeles, instituyo relaciones sociales particulares con mi familia, con mis vecinos, con mis amigos, con la universidad, con las masas a las que, durante ese tiempo, les arrancan la plusvalía. Niego la autogestión. Ésta es la significación profun- da de la frase lanzada por Cohn-Bendit en el congreso de Carrara. Está claro, en todo caso, que no existe en ninguna parte un movimiento autogestionario, en el sentido de movimiento so-

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Ser partidario de la autogestión, como ser partidario de diversas formas de heterogestión, es hacer una apuesta sobre el futuro. Más exactamente, es imaginar ciertas líneas de fuerza en el futuro y reflexionar, a partir de ellas, sobre las condiciones de posibilidad de tal o cual forma social

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    INSTITUIDO, INSTITUYENTE, CONTRAINSTITUCIONALREN LOURAU

    I

    En el congreso anarquista de Carrara, en 1968, Daniel Cohn-Bendit, molesto por el arcasmo de los viejos anarcos, lanzesta paradoja: No sacrificaremos nunca un minuto de nues-tra vida a la revolucin.

    Yo aadira: No sacrificaremos nunca un minuto de nues-tras vida a la autogestin!. Entended: es perfectamente con-tradictorio sacrificar un minuto de nuestra vida hablando de larevolucin o de la autogestin, preparando la revolucin ola autogestin.

    Si la revolucin es la transformacin de las relaciones so-ciales en el sentido ms autogestionario posible, est claro, enefecto, que todo lo que sea investigacin intelectual sobre larevolucin es una prdida de tiempo y quizs una desviacindel proyecto revolucionario. Digo esto no por antiintelectualismo(yo mismo soy un intelectual), sino para ser lgico conmigomismo. Los problemas de la autogestin, de la transformacinde las relaciones sociales, los vivo a diario, con mi mujer, conmis hijos, con mis vecinos y amigos, con mis colegas de trabajo,con los estudiantes ya que soy profesor, con los investigado-res militantes de mi misma corriente de pensamiento, ya sea apropsito de un proyecto de revista o de la supervivencia deuna cooperativa obrera, a propsito de mis relaciones con lainstitucin editorial (porque soy escritor) o de mis relacionescon la universidad. Cuando me instalo ante la mquina de es-cribir, con mi perro tumbado al lado, en medio de mis libros ymis papeles, instituyo relaciones sociales particulares con mifamilia, con mis vecinos, con mis amigos, con la universidad,con las masas a las que, durante ese tiempo, les arrancan laplusvala. Niego la autogestin. sta es la significacin profun-da de la frase lanzada por Cohn-Bendit en el congreso de Carrara.

    Est claro, en todo caso, que no existe en ninguna parte unmovimiento autogestionario, en el sentido de movimiento so-

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    cial con su propia ideologa, sus bases sociales, sus formas deaccin y de organizacin. Aparte de las organizaciones polti-cas y sindicales de izquierda y de extrema izquierda tradiciona-les, que intentan llenar su vaco ideolgico cogiendo al vueloeste juguete que es para ellas la autogestin, no existen msque dbiles ncleos anarquistas que continan siendo los por-tadores del proyecto. Todava hay que sealar que la ms anti-gua corriente autogestionaria la corriente anarquista se divi-de sobre la cuestin de la autogestin, a propsito de las rela-ciones con la planificacin o sobre el papel de los sindicatos.Adems, un viejo trasfondo de militantismo arcaico frena elimpulso, sobre todo cuando se trata de analizar y transformarlas relaciones sociales a plazo inmediato, en la prctica cotidia-na, en las relaciones entre hombres y mujeres, en la educacin,en las relaciones profesionales, en las relaciones militantes.

    ste es el contexto ideolgico en que me sito para hablar oescribir sobre la autogestin. Deseo ahora abordar dos puntosmenos subjetivos y, a mi entender, de capital importancia parauna elucidacin de nuestro proyecto. Por una parte, el papel delos determinismos de dimensin mundial que pesan sobre no-sotros. Y, por otra, las posibilidades abiertas al proyectoautogestionario para el anlisis que puede hacerse de la nocinde institucin, en la perspectiva de las luchas antiinstitucionales.

    II

    Ser partidario de la autogestin, como ser partidario de di-versas formas de heterogestin, es hacer una apuesta sobre elfuturo. Ms exactamente, es imaginar ciertas lneas de fuerzaen el futuro y reflexionar, a partir de ellas, sobre las condicio-nes de posibilidad de tal o cual forma social.

    Lo imaginario influye ampliamente en las concepciones so-ciales ms cientficas, al igual que sobre las ms utpicas.Estamos determinados por la imagen que nos hacemos del fu-turo. Los comandos del futuro curvan nuestros ms ntimospensamientos, nuestras teoras ms abstractas. Lo mismo queen el nivel individual, biolgica y psicolgicamente no vivira-mos si nuestro futuro no estuviera programado de una forma u

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    otra, en el nivel colectivo una sociedad no sobrevive ms quetragando sin cesar intensas dosis de sueos, de proyectos mso menos irracionales que conciernen al porvenir inmediato olejano.

    Si la capacidad de prediccin de las ciencias sociales fueramenos miserablemente limitada, la cuota del imaginario en lareflexin y experimentacin social sera tan insignificante comola que ocupa la astrologa en la vida cientfica actual. Esto severifica experimentalmente en los regmenes polticos en losque el porvenir ya ha llegado, es decir, donde un dogma po-ltico y econmico, disfrazado con el nombre de marxismo,hace del capitalismo de Estado por tanto del Estado y delCapital la definitiva verdad. En ese contexto, se distingue en-tre un creador imaginativo, los dirigentes, y un imaginativoseuelo, el que se separa de la lnea oficial. En los pases decapitalismo monopolista, donde la planificacin econmica noes ms que un biombo o un elemento moderadamente regula-dor de las leyes del mercado, sucede, en revancha, que las cri-sis abren la puerta a varios futuros posibles, al menos a cortoplazo. Pero el choque del futuro est concebido, casi inva-riablemente, como el resultado de un desarrollo indefinido delas fuerzas productivas y, sobre todo, de la tecnologa. Estechoque, junto a duras realidades presentes o prximas, ge-nera nuevas contradicciones. Por ejemplo, la dominacinfetichista del automvil y del todo electrificado en la casa,cohabita con solemnes apelaciones en favor de una economaenergtica. Y la msica armoniosa de las leyes del mercadose mezcla con el tam-tam, cada vez ms irritante, de las esta-dsticas del desempleo. Con el capitalismo monopolista almenos mientras las multinacionales no controlen el conjuntode la vida social sobre el planeta, el futuro no llegar nunca,pero el mito de la penuria puede, y con ventaja, tomar el relevodel mito del crecimiento indefinido, sin que las bases del imagi-nario capitalista se cuestionen verdaderamente.

    Y por eso las pesimistas previsiones del MIT o del Club deRoma, lo mismo que los anlisis de la corriente ecologista, en-tran, a ttulo de nueva variable, en la problemtica de la explo-tacin capitalista monopolista, un poco como la penuria degneros alimentarios se integra perfectamente en las previsio-

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    nes de los planes quinquenales rusos, desde la prioridad de laindustria pesada.

    La imagen motriz de un mundo en que el proyectoautogestionario tendiera a generalizarse est casi enteramentedifuminada por la sombra que proyectan los dos futuros do-minantes y de momento, rivales: el del liberalismo de lasmultinacionales y el del comunismo burocrtico del Estado.

    Puede considerarse que el porvenir de ambas (ms, even-tualmente, el de una o dos ms) formas de capitalismo, estasegurado en un perodo largo. Igual que, correlativamente,est asegurado el futuro de la forma estatista. La mundializacindel Estado est apenas perfeccionada, o en vas de perfecciona-miento. En todos los territorios que, desde los tiempos de lacolonizacin, al no poseer el estatuto jurdico de la indepen-dencia acaban siendo integrados al club de la ONU y comopuede verse todava en nuestros das con los movimientos deliberacin nacional de pueblos que reivindican un territorio(los palestinos) o derechos polticos iguales a los que sus colo-nizadores (en Africa del Sur), la exigencia de la libertad pasa,ms que nunca, por el estadio jurdico-poltico de su reconoci-miento como Estados. Incluso si el refuerzo de los bloques y laciencia-ficcin dibujan el porvenir de un nico Estado mun-dial, de momento la mundializacin del Estado no significa sunegacin dialctica sino la multiplicacin (hasta cerca de 150)de la forma estatal.

    III

    La visin de un futuro lleno de nubarrones puede inclinaral pesimismo al ms pintado. Pero para ello hay que adoptaruna actitud fatalista que no est de acuerdo con el proyectoautogestionario. En realidad, este futuro, que pesa enormementesobre nosotros, no es ms que uno de los futuros posibles. Loscristianos y los marxistas creen, cada uno por su lado y a sumanera, en una lnea temporal nica, en un sentido de la histo-ria determinado de antemano y conocido por los que creen enel dogma (cristiano o marxista). Est prohibido rechazar talcreencia?

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    Si un dios o un sentido divinizado de la historia mueven loshilos del tiempo desde lo alto de su trono situado en el final delos tiempos o en el final de la historia, todo lo que contradigala llegada del paraso cristiano o socialista se sita comouna peripecia en un Plan decidido de antemano. La autogestinest, entonces, condenada a ir viviendo marginalmente, comouna vaga ideologa de secta desesperadamente fuera de circu-lacin, fuera de las realidades econmicas e incluso psicolgi-cas de la humanidad.

    En cambio, si la historia, lejos de ser lineal, sufre viajes,torsiones, curvaturas inesperadas (y todo el pasado est ahpara demostrarlo), entonces tenemos la posibilidad de estardeterminados no slo por la lnea temporal descrita anterior-mente bajo el signo de mundializacin del Capital y el Estado,sino tambin por otra lnea temporal, la de los esfuerzosmilenarios ms intensos con resultados, hasta ahora, menosduraderos, la lnea de la resistencia, de la rebelin, de la luchaautogestionaria.

    Los esclavos romanos que se hundieron en la rebelin deEspartaco, los mineros alemanes que con Thomas Muntzer, enel siglo XVI, intentaron abolir las instituciones civiles y religio-sas, los Iracundos de 1794, los comunards de 1871, los campe-sinos aragoneses de 1936, los fellahs argelinos de 1962 e inclu-so los bolcheviques de 1905 y 1917 (intentando realizar unarevolucin proletaria en un pas que tena una dbil minora deproletarios) y tantos otros rebeldes del mundo, no han acari-ciado el sentido de la historia a contrapelo?

    Utopa, sueo, delirio, dominio de la imaginacin sobre larazn: he aqu lo que responden los razonables. Y no se equi-vocan. Pero en lo que s estn terriblemente equivocados es encreer que la imaginativa social no tiene nada que ver con lavida social, con el cambio social, con la revolucin. Este rol dela imaginacin, del proyecto lanzado hacia el futuro que rebo-ta, a veces, en las experiencias ms brillantes de los mejoresmomentos histricos, ha sido claramente definido porCastoriadis a propsito de la nocin de institucin, al criticartodo el pensamiento heredado, de Aristteles a Marx y susmodernos seguidores: El verdadero hito histrico... tanto enAristteles como en Marx, es la cuestin de la institucin. Es la

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    imposibilidad, para el pensamiento heredado, de tener en cuentalo social-histrico como forma de ser, no reducible a lo que seconoce por otra parte (Las encrucijadas del laberinto, Pars,1978). Y precisa: La cuestin de la institucin excede conmucho a la teora: pensar la institucin como es, como crea-cin social-histrica, exige romper el cuadro lgico ontolgicoheredado; proponer otra institucin de la sociedad revela unproyecto y una puntera polticos que, naturalmente, puedandiscutirse y argumentarse, pero no basarse en una Naturalezay una Razn cualesquiera (aunque fueran la naturaleza y larazn de la historia) (pg. 314).

    Los significados imaginarios juegan un papel primordialen el proyecto cualquiera que sea, conservador o revolucio-nario que sustenta y sostiene toda forma social, toda institu-cin. Dicho de otra manera, y para retomar mis formulaciones,aparentemente de ciencia-ficcin, hay uno o ms futuros ima-ginados, imaginarios, que determinan nuestra accin o inac-cin, es decir, nuestra postura en relacin con las formas socia-les existentes.

    Yo aadira a esto que lo imaginario acta no slo en elproyecto encaminado hacia el futuro, sino tambin en la ideaque se tiene generalmente del pasado, de los orgenes de lainstitucin. Como creacin social-histrica (Castoriadis), lainstitucin desarrolla sin cesar un discurso oficial cargado defantasa, de arreglos con la realidad de los hechos, a fin dejustificar su existencia y su funcionamiento. Este discurso dela institucin acerca de ella misma, que a menudo los usua-rios, y tambin los historiadores y socilogos, usan comomoneda corriente, es una novela familiar (en el sentido psi-coanaltico del trmino), un mito de los orgenes, como ocurreen la mayor parte de las religiones y las doctrinas estatistasoficiales. Se inventa una filiacin imaginaria para disimular o,mejor, para hacer olvidar, rechazar, la verdadera filiacin. Todainstitucin, por modesta que sea, posee, como todo Estado(en tanto que superinstitucin), un cadver en su alacena, unahuella de la violencia sacrificada que presidi su nacimientoo, sobre todo, su reconocimiento por las formas sociales yaexistentes e instituidas. En torno del relato oficial, que inten-ta, casi siempre, maquillar los orgenes y las sucesivas fases de

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    desarrollo de la institucin, otros relatos ms o menos clan-destinos intentan recuperar el proyecto de los orgenes que lainstitucionalizacin ha deformado, escarnecido e incluso in-vertido. Tras los estudios del etnlogo alemn Muhlmann, yohe llamado efecto Muhlmann o muhlmannizacin a esta cons-truccin imaginaria de la institucin, construccin que viene alegitimar los cambios y las orientaciones contrarias al proyec-to inicial, a la profeca original (la palabra profeca seexplica por el hecho de que Muhlmann estudia los movimien-tos revolucionarios de carcter religioso, mesinico, del Ter-cer Mundo). El efecto Muhlmann puede enunciarse como si-gue: la institucionalizacin es funcin del fracaso de la pro-feca. Es un proceso que los trminos normalizacin,burocratizacin, traicin de los dirigentes, etc., descri-ben muy mal. No se trata de un fenmeno extrao, y menosan de una consecuencia de la perversidad de la naturale-za humana, sino de un proceso poltico muy claro. Lainstitucionalizacin no es ms que la negacin del proyecto deque era portador el movimiento social al reclamarsemticamente de la misin o la funcin de la institucin.

    IV

    El efecto Muhlmann, pronto o tarde, arrastra a las fuerzassociales ms revolucionarias a diluirse y negarse en forma talque reproducen a las restantes fuerzas sociales institucionalizadas.El principio de equivalencia entre todas las formas sociales ac-ta igual en el nivel de una sociedad deportiva que en el nivel deun Estado. Bajo costumbres jurdicas diferentes, las fuerzas seinstitucionalizan, no obstante, en formas cuya estructura co-mn reposa en el reconocimiento estatal (o el de la ONU, paralo que concierne al reconocimiento de nuevos Estados).

    Hay que ver este fenmeno como una especie de lucha, aveces silenciosa pero siempre violenta, entre las fuerzasinstituyentes, antiinstitucionales, que quieren invertir el ordenexistente, y las fuerzas instituidas, siempre superiores en poten-cia, en nmero, en prestigio ideolgico. Bien entendido, lainstitucionalizacin tambin reacciona, con ms o menos fuer-

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    za, sobre lo instituido. Es necesario, a veces, transformar unaparte del Derecho, cuidar alianzas polticas nuevas y sacrificarotras ms antiguas, librar nuevos crditos. En una palabra, hayun remanente parcial de consenso en el interior de los lmitesque el poder instituido juzga razonables, pero puede equivocar-se. Por ejemplo, en Francia, en 1979, existi una fuerte corrien-te de derecha para cuestionar las leyes votadas por esta mismaderecha, influida por el pnico (ley sobre el aborto y la contra-cepcin, de 1975). Lo mismo en lo que concierne a la ley auto-rizando los sindicatos, que en Francia data de 1884, peridica-mente, sobre todo en los momentos de crisis econmica, semanifiesta una corriente antisindical. Algunos quieren inclusolimitar o abolir el derecho de huelga, que en Francia se remontaal segundo imperio (1864); sin embargo, la institucionalizacindel movimiento obrero en la estructura sindical ha rendido a laclase dominante ms servicios que los que le habra prestadoun movimiento dejado a su aire, incontrolado por una buro-cracia salida de sus propios rangos. En el nivel de los partidospolticos es conocida la demostracin sociolgica de Trotsky,en Cours nouveau: la institucionalizacin del movimiento re-volucionario en Rusia ha consistido, no slo en la separacin oexterminacin de otras corrientes en particular la corrienteanarquista sino tambin en la autodestruccin del propio mo-vimiento bolchevique, tanto por la depuracin de los elementosms activos como por la constitucin de una gigantesca buro-cracia reclutada, al menos en los comienzos, entre las filas demilitantes de la primera hornada.

    En todos los casos de institucionalizacin lo que se nota esla destruccin de las fuerzas ms instituyentes, como las tenta-tivas autogestionarias, cualquiera que sea su forma e ideolo-ga. La institucionalizacin del movimiento protestante en Eu-ropa en el siglo XVI signific la destruccin de las experienciasmilenaristas tendientes a restaurar un cristianismo primitivo(puesta en comn de las tierras y otros bienes, rechazo de lajerarqua feudal y eclesistica). La institucionalizacin definiti-va de la Revolucin Francesa en 1794 Termidor ha podidoservir de modelo a muchas otras estabilizaciones, por ejem-plo, la destruccin del movimiento revolucionario en Rusia porStalin. Las tendencias ms audaces que haban aparecido antes

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    de Termidor fueron recluidas en el granero de las utopas. Lomismo ocurri en Francia en 1848: siguiendo la curva represi-va de la legislacin sobre clubes y asambleas populares, desdefebrero de 1848 hasta 1850, se sigue la curva de lamuhlmannizacin del movimiento revolucionario. Laautogestin es poco a poco reemplazada por la heterogestin,a medida que se reglamentan los clubes, que se cierran los msrecalcitrantes, que se los desarma y, finalmente, que se los su-prime completamente. Uno de los ejemplos ms hirientes es elde la revolucin mexicana al comienzo de este siglo. A partirde movimientos de rebelin animados en el Norte por Villa yen el Sur por Zapata, se va a construir una organizacin tpica-mente burguesa, cuya apelacin final expresa todo el humorde que es capaz la institucin: Partido RevolucionarioInstitucional (PRI). Este partido, sesenta aos despus del ini-cio de la institucionalizacin del movimiento, est todava hoyen el poder! Y qu decir del reconocimiento del potentemovimiento autogestionario de 1962 en la Argelia de la inde-pendencia: aun conservando, al menos al principio, un pocodel entusiasmo instituyente, la legislacin que no cesa de acu-mularse bajo Ben Bella y Boumedian es un entierro de primerade la iniciativa revolucionaria de los fellahs al decidir ocupar ygestionar ellos mismos los bienes dejados por los grandes pro-pietarios coloniales.

    La contradiccin entre la energa hirviente y desordenadade un movimiento social, por una parte, y las necesidades deuna organizacin para asegurar la supervivencia, por otra, losintercambios y la regulacin de conflictos no explican, real-mente, esta especie de fatalidad que es el efecto Muhlmann y laaplicacin del principio de equivalencia. Ciertamente, el movi-miento es antiinstitucional por naturaleza en su fase instituyente.La crtica de lo instituido, el anlisis institucional generaliza-do, el rechazo global al viejo mundo, todo esto que se calificade juventud del movimiento o incluso de infancia del mo-vimiento, va acompaado, sin embargo, de otra forma deactuacin: la forma de accin contrainstitucional. Adems, yambas cosas son indisociables, est el debilitamiento de la he-gemona estatal que (en las revoluciones antiguas o modernas,religiosas o laicas, agrarias o industriales) es, en general, recha-

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    zado o desviado, quiz porque todas las teoras revoluciona-rias son demasiado confusas sobre este asunto capital, lo quepermite a la burocracia justificar siempre el regreso por fuerzadel estatismo.

    Intentamos, pues, para acabar, precisar estos puntos: la cues-tin de las contrainstituciones y la cuestin de la desaparicinde la hegemona estatal.

    En la lucha antiinstitucional se crean modos de organiza-cin de la vida cotidiana, de la produccin, de la distribucin,eventualmente, del combate militar. Nuevas formas socialesaparecen en lugar de las antiguas: son las contrainstituciones.

    Estas formas se caracterizan por su maleabilidad, su capa-cidad de cambio, de adaptacin. Ponen su legitimidad en lasiniciativas de la base y no en un principio jurdico o polticofijo. Son ante todo dinmicas, a la bsqueda de frmulas cadavez ms alejadas de las normas instituidas. Combaten la divi-sin del trabajo existente entre viejos/jvenes, hombres/muje-res, dirigentes/dirigidos, docentes/alumnos, gestores/ejecutantes,etc. Bien contemplen la totalidad de la existencia o solamenteun aspecto de ella (por ejemplo, la produccin), tienden todashacia la autogestin, hacia la puesta en comn de los servicios.

    Todos los perodos calientes, calificados o no de revolu-cionarios por los expertos en ciencias polticas, han visto apa-recer estas formas. Se ha dicho a menudo que eran formas al-ternativas a las formas sociales existentes.

    Falta saber si la definicin de la contrainstitucin como for-ma alternativa corresponde, si no a la intencin, al menos ala realidad de estas experiencias. Para ofrecer una alternativa alas instituciones existentes no es suficiente, a mi entender, conmultiplicar las innovaciones y acumular trofeos demarginalidad. Mientras contine all, la contrainstitucinpuede, ciertamente, jugar un papel de lugar propicio para lastreguas antes de entrar en la edad adulta y seria, ascomo funciones teraputicas no desdeables. Si la adolescen-cia y la juventud tienen necesidad de pasar por lo queKierkegaard denomina la fase stetica (antes de instalarse en lafase tica o seria), la descomposicin de las instituciones fami-liar y escolar implica tambin que hay que cubrir una funcinpedaggica y teraputica, so pena de graves inconvenientes,

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    tanto por los responsables como por los jvenes. No se vecmo en Gran Bretaa se estn creando institutos concebidosespecialmente para acoger a los nios y adolescentes que handesertado de la escuela y la familia?

    Ms que de alternativa habra que hablar de prtesis social.La mayor parte de estos experimentadores sociales no eligendeliberadamente vivir al margen. En revancha, se ven obliga-dos a luchar en el seno de la autogestin con el fin de dar uncontenido a su marginalidad. Autogestin esttica, autogestinpedaggica, autogestin teraputica... El proceso no alcanzauna dimensin verdaderamente alternativa hasta que variosncleos no sienten la necesidad de aliarse, federarse en una red(de produccin, de distribucin, de servicios...).

    En efecto, la contrainstitucin no puede costearse el lujo deser o de pretender ser una alternativa si no dispone de unmnimo de medios, o si se contenta con utilizar el modo deaccin contrainstitucional en un sector limitado de la prctica.Por ejemplo, la red Alternativa a la Psiquiatra, muy activa enItalia, Francia, Blgica, etc., rene estas dos condiciones: estanimada por personas de estatus social elevado y no afecta alconjunto de la vida cotidiana de estas gentes.

    Admitidos estos dos lmites (entre otros) y bien entendidoque cualquier intento contrainstitucional que se las arregle parano concernir ms que a un aspecto fragmentario de la vidacotidiana pertenece, ms o menos, a la fase que he denomina-do esttica, hay que decir algo acerca de experiencias com-pletamente diferentes, colocadas bajo el signo de la lucha revo-lucionaria armada o no y que a lo largo de la historia ofrecenformas contrainstitucionales parciales o totales.

    Estas experiencias son, a menudo, subestimadas, burladaso incluso silenciadas, a causa de un defecto que parecedescalificarlas a los ojos de los historiadores: duran demasiadopoco tiempo, por lo tanto no son vlidas.

    La caracterstica efmera de estas experiencias debe, sinembargo, ser relativizada. Entre los quince das de Kronstadt,los dos meses de la Comuna de Pars en 1871, los varios mesesde la revolucin agraria argelina en 1962 y los dos aos y me-dio de la experiencia de las colectividades en la Espaa repu-blicana (1936-38), existen diferencias cualitativas notorias.

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    Lo mismo para los intentos parciales, ms polticos y me-nos econmicos, que son, por ejemplo, los clubes revoluciona-rios de 1789 a 1794, de nuevo los clubes en 1848, o las asam-bleas generales permanentes de 1968 en Italia, Francia,Checoeslovaquia: de varios meses a algunos aos, el grado deobsolescencia vara enormemente.

    La lucha antiinstitucional, antiestatal, es lo que a veces con-fiere ese aspecto grotesco, inasequible, a las experiencias queestamos tratando aqu. Todo est por inventar y re-inventar.La palabra libre crculo se entremezcla con los discursos delmundo viejo, hace subir las apuestas. Es el reino del gora,opuesto al de la cripta, el del secreto burocrtico. Los observa-dores razonables hablan de delirio, de psicodrama. Bajola Asamblea Legislativa, durante la Revolucin Francesa, sevio a un ciudadano obtener los aplausos de la sesin despusde haber confesado que se orinaba en la cama. En 1968 seescucharon las extravagantes propuestas de gentes que, a fuer-za de no hablar con nadie, se encontraban encerradas en unaidea fija. Las asambleas populares adquieren sin esfuerzo elaspecto de un concurso para inventores un poco locos. Lossoviets de 1905 en Rusia fueron lanzados por el pope Gapon,que no se saba muy bien si era pope, revolucionario o agentesecreto del zar. En una palabra, hay fuertes tensiones entre lacrtica radical y casi patolgica de lo instituido, por una parte,y la necesidad de sobrevivir, de organizarse para combatir, porotra. Pero es esta tensin entre la lucha antiinstitucional y lalucha contrainstitucional, entre el rechazo de todo y la necesi-dad de organizarse, la que confiere su coloracin antiestatal alas experiencias en caliente, en los perodos revolucionarios.En esta perspectiva, la brevedad de las experiencias no consti-tuye una limitacin o un defecto: al contrario, la intensidad delo vivido entraa necesariamente tal brevedad. Y la historia noavanza, tmidamente y en zig-zag, para rebasar el orden exis-tente, ms que gracias a estos perodos intensos pero breves,breves pero intensos.

    Entre estos dos modelos por una parte la experiencia est-tica y pedaggico-poltica de las comunidades de base y porotra la experiencia poltica de la autogestin como instrumen-to de lucha poltica en perodos calientes son posibles otras

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    formas de autogestin, segn la relacin de fuerzas en un mo-mento dado. No es cuestin de hacer aqu un inventario. Encambio, quera sealar, para terminar, un tipo de experienciaque, en el contexto actual, puede estar directa o indirectamen-te relacionada con el aumento del desempleo.

    La crisis del empleo en los pases industrializados, ac-tualmente, es una dura realidad que obliga a nuestras repre-sentaciones a curvarse, lo quieran o no, en el sentido de unagran prudencia.

    Esta crisis forma parte de una puesta en escena ms global,el montaje de crisis econmica, con sus diversos aspectos,desde la inflacin hasta la reconversin industrial en beneficiode las multinacionales, pasando por la crisis de la energa. Elcapitalismo se ha hecho experto en crisis como instrumentode regulacin. Est lejos el tiempo en que Marx, y despus losmarxistas ms dogmticos que el propio Marx, esperaban lasiguiente crisis econmica como las sectas milenaristas cristia-nas acechan los signos de los tiempos, el anuncio del Apocalip-sis. Desde 1929, sobre todo despus de la Segunda GuerraMundial, est claro que la desorganizacin es tan importantepara el capital como la organizacin. Acentuar los flujos decirculacin (de capitales, de bienes, de mano de obra, de ideas,etc.) implica, a la fuerza, fases de desorden controlado.

    La cada ms real de la crisis, por el momento, est en elaumento del desempleo y en el trastorno que sufren las relacio-nes de trabajo: desaparicin de la nocin de calificacin, diso-ciacin entre renta y salario, aumento del trabajo temporal yprecario, destruccin del propio valor-salario en lo que tenade sagrado.

    Al mismo tiempo, la institucin empresa padece una cri-sis ampliamente provocada por la concentracin en unidadesmultinacionales, con la consiguiente liquidacin de pequeas ymedianas empresas. Las formas institucionalizadas de la pro-duccin y la distribucin no son ms que un sector de la vidaprofesional. Un sector cada vez ms extendido de actividadesprovisionales, temporales, marginales o clandestinas (trabajonegro) tiende a instaurarse. En este sector se ven surgir expe-riencias autogestionarias colocadas no ya bajo el signo (o almenos no bajo el nico signo) de la esttica, de lo pedaggico-

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    teraputico o de la eventual lucha poltica, sino bajo el signo,mucho ms modesto, de la supervivencia econmica.

    La autogestin no est siempre implicada en actividades deeste gnero. Pero tiene muchas posibilidades de aparecer a par-tir del momento en que un colectivo de trabajo (o de supervi-vencia) decide lanzarse en ausencia de un patrn-empresarioy... en ausencia de capital inicial.

    Si la crisis de la energa contina, al menos durante algntiempo, como una penosa realidad (electricidad, gasolina...),es posible que la gestin de la escasez junto a la gestin delparo hagan florecer la autogestin como una de las bellas artessociolgicas pobres (como se habla de arte pobre, por ejem-plo, en pintura).

    Ms an que las formas estticas, pedaggico-teraputicasde la autogestin, y en el mismo grado que la autogestin delas luchas polticas, este tipo de autogestin econmica de su-pervivencia se caracteriza por la tendencia a la autodisolucinno como lmite indispensable, sino como forma de funciona-miento normal precisamente con vistas a trabajar para reba-sar las contradicciones a medida que se van presentando en laprctica.

    En este sentido, el movimiento autogestionario, libertario ocooperativo, etc., debera interesarse ms en conquistar la van-guardia poltica, artstico-poltica y artstica. Ciertamente, estemovimiento est casi siempre marcado por la preeminencia dela fase esttica que ya se ha cuestionado a propsito de lascomunidades de trabajo y de vida. Pero esto no significa quelos vanguardistas sean necesariamente, o siempre, burgueses opequeoburgueses para los cuales la autodisolucin sera unplacer sin ningn riesgo. Una vez que se consuma la ruptura,ms o menos abiertamente, con las instituciones (con el merca-do del arte y de la cultura, con las organizaciones polticashegemnicas, con el Estado), y el desempleo impide apoyarseen la idea de un segundo trabajo de supervivencia, laautodisolucin, en ciertas circunstancias, es la prctica msradical en la lucha antiinstitucional. No slo frente a las insti-tuciones existentes, sino de cara a su propia institucionalizacin,para el grupo o el movimiento vanguardista en cuestin.