Lourau Libertad de Movimientos Introduccion Al Analisis Institucional

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LIBERTAD DE MOVÌMÌENTOS Una iiNTRoducciÓN aI anàLìsìs ìinstìtucìoinaI RENÉ LOURAU TRAducciÓN, pRÓloqo, posfAcio y NOTAS dE GREqORÌO KAMÌlNsky REVÌSÌÓN TÉCNÌCA CRÌST'IÀN VAREIA eudeba

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Rene Lourau- Libertad de Movimientos Introduccion Al Analisis Institucional

Transcript of Lourau Libertad de Movimientos Introduccion Al Analisis Institucional

LIBERTAD DE MOVÌMÌENTOS Una iiNTRoducciÓN aI anàLìsìs ìinstìtucìoinaI

RENÉ LOURAU

TRAducciÓN, pRÓloqo, posfAcio y NOTAS dE GREqORÌO KAMÌlNsky

REVÌS ÌÓN TÉCNÌCA

CRÌST'IÀN VARE IA

eudeba

Eudeba

Universidad de Buenos Aires

Ia edición: abril de 2001

© 2001 Editorial Univers i tar ia de Buenos Aires

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CRcqûRio KAiviiNsky

quienes ilustran el valor antiguo de la palabra 'champs' (en plu-ral) como 'espacio libre'...".

En cuanto a su empleo moderno, "donner la clé des champs" corresponde a "poner en libertad":

"Il est d'une humeur bien bigearre [bizarre] et bien contraire à celle de tous les autres qui veulent avoir la clef des champs, car il ne désire rien tant que de se voir en cage". Ch. Sorel, Histoire comique de Francion, p. 79.

"Là chez-le pour de bon! Passez du chlore dans l'armoire et donnez-lui la clef des champs avec la clef des lieux!" J. Vallès, L'insurgé, p. 192.

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO

No parece aventurado apuntar que el libro, que hoy encuen-tra su edición castellana, constituye una anunciada y largamente esperada crónica del institucionalismo.

En primer lugar, esta introducción representa un recorrido por los antecedentes históricos, sus polémicos orígenes, al tiem-po que la evaluación de las fuentes genealógicas. También exami-na los alcances simbólicos y sus imaginarios sostenes que confi-guran aquello que el institucionalismo suele denominar la novela familiar del análisis institucional. Es que, en tanto corriente siem-pre preocupada por la implicación del analista, se interesa tam-bién en elucidar el vector implicacionista del análisis institucio-nal antes como proceso que como institución, esto es: el institucionalismo como movimiento y no como una entidad cien-tífico-intelectual instituida.

En este aspecto, también aquí sorprende el espíritu instituyente de René Lourau. Inscripto en los orígenes mismos del movimiento, no se detiene —y tampoco se solaza— en evacuar el carácter de tipo exegético de un puñado de nombres casi todos emblemáticos o en santificar en nombre propio la configuración grupuscular de un conjunto de iniciados.

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G R E G O R I O KAMiNsky

Este texto trata, más bien, de una introducción que da cuen-ta de importantes momentos -políticos, intelectuales- que con-figuran la creación, la producción, el emplazamiento mismo de un movimiento que adquirirá un significativo crecimiento en extensión y> asimismo, en intensidad.

Cabe destacar el espacio preponderante que el autor atribu-ye a los movimientos latinoamericanos y, muy especialmente, al argentino desde el movimiento grupalista encabezado por Pichón Rivière, hasta su consignación en la diàspora, debida a la perse-cución que sufrieron, con la dictadura militar, muchos intelec-tuales vinculados al institucionalismo.

Podrán leerse también aquí los vínculos que ese grupo de sociólogos y pedagogos franceses mantuvieron con las corrientes norteamericanas, con los intelectuales agrupados en revistas como Socialismo o Barbarie tales como Castoriadis, Lefort, Lyotard, entre muchos otros.

Se puede advertir la simultánea procedencia con dos campos de estudio y trabajo: la escuela y el hospicio, y, a partir de ellos, con dos corrientes paralelas e interferidas, la pedagogía institu-cional y la psicoterapia institucional.

Sin embargo, este texto introductorio, que da testimonio de tiempos, momentos y fuentes, es también un material de actuali-zación y de puesta al día.

René Lourau detestaba constituirse en exegeta de sí mismo, y expone en este libro no sólo el estado de la cuestión, sino la cuestión misma de los dos problemas que considera fundamen-tales para la concepción institucionalista: el problema de la im-plicación y el proceso de institucionalización.

En cuanto al primero, Lourau desarrolla una de las páginas más hermosas y apasionantes que le conocemos en esta lengua. Se trata de un estudio en torno a la concepción lacaniana de la contratransferencia, más precisamente, al rechazo de Lacan al empleo de este concepto. Y, por las mismas vías que tiende este autor, Lourau se remite al Banquete, el famoso diálogo de Platón.

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pRÓbqO A IA EdiCiÓN EN CASTEIIANO

El análisis que realiza, un análisis del discurso y del discurso como instirucionalización del lenguaje, no sólo nos restituye al origen de este concepto en el análisis institucional (la concepción de Werner Heisenberg, premio Nobel de física: el ojo del observa-dor está implicado en el campo de observación), sino que es una ac-tualización de los procesos transferenciales-implicacionales tanto de actores como del staff analista en el dispositivo institucional.

Respecto del segundo, Lourau evoca a un autor que, junto a Emile Durkheim, ha sentado las bases de la sociología moderna. Nos referimos a Max Weber, de quien destaca muy especialmen-te los denominados tipos de dominación (legal, racional y carismàtico). De estos tipos, en particular el carismàtico, es que Lourau desarrolla el PMW\ proceso Max Weber de institucionalización.

Cabe destacar que Weber desarrolla estos conceptos al mis-mo tiempo que Freud se encuentra escribiendo la obra donde for-mulará su concepto de institución: Psicología de las masas y análisis del yo (debe destacarse, aquí, su concepto de masa artificial).

La cuestión de lo político no es un capítulo especial y diferente, antes bien, se trata de una tensión cuya lectura po-drá encontrarse de principio a fin, y quienes se interesen por ello advertirán que no existe un plano o nivel político diferen-ciado, sino un vector indispensable que atraviesa la dimen-sión institucional.

La institución es también un campo, un campo de concen-tración de espacios y tiempos interferidos. No se superponen pla-nos sino que se interfieren dimensiones.

La institución como campo interferencial nos parece una adecuada síntesis de esta puesta al día a la que denomina Liber-tad de movimientos. Adoptar estas libertades; integrar sin corporativizarse a estos movimientos.

En el mes de enero de 2000, durante el viaje en tren que usualmente lo llevaba a su trabajo en la Universidad de París

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C R E Q O R Í O KAMINSKY

VIII, Rene Lourau sufrió un ataque cardíaco que le produjo la muerte a los sesenta y siete años de edad.

Sabía que este texto estaba próximo a ser publicado en Bue-nos Aires; ahora que ya no está, nos parece que lo escribió a título postumo.

Gregorio Kaminsky

P R Í M E R A PARTE

UNA INTRODUCCIÓN AL ANÁLISIS INSTITUCIONAL

PRESENTACIÓN

El primer capítulo de esta pequeña introducción al análisis institucional presenta casi arbitrariamente uno de los orígenes posibles de nuestra corriente. Es la denominada "revolución psicosociológica", la entrada en escena de lo microsocial cuando la observación directa estaba reservada a la antropología de cam-po. Intenté reemplazar al grupalismo lewiniano dentro del con-texto francés de su aparición. Este contexto, desde el punto de vista político y de los hábitos de la intelligentsia comprometida con el marxismo —que inició su "retirada de Rusia" al principio de los años '60-, está ejemplificado por las últimas apariciones de la revista Arguments, en las cuales se manifiesta aquello que, desde esa misma época, iba a inventar el análisis institucional (A.I.) en el sentido en que lo comprendemos desde entonces: Georges Lapassade. Retengamos de estas breves evocaciones una idea importante para la comprensión del proyecto, del paradig-ma y del programa del A.I.: nace al comienzo de un proceso, hoy todavía activo, de crítica de lo instituido (en materia de formas políticas de acción). Y esta crítica es una autocrítica que lleva en germen la noción de implicación del observador respecto de lo que observa.

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RFNÉ LOURAU

En el segundo capítulo, la fuerza de la novela familiar del A.I. se muestra a través del examen de uno de sus orígenes más o menos míticos: la psicoterapia institucional. Aquí, es todavía el imagina-rio francés el que habla. Para los argentinos, la novela familiar in-vocaría razonablemente el encuentro y las interferencias entre, por una parte, la corriente grupalista de Pichón Rivière, los grupos operativos, y, por otra, una politización en referencia a los escritos de Politzer y de Althusser. El contexto político de comienzos de los años '70 debería ser tomado en cuenta. Este período, de intensa actividad crítica y creativa, es, por desgracia, brutalmente detenido en 1976 por la dictadura militar. Una consecuencia "afortunada" de este nuevo contexto es que se produce una diàspora de los inte-lectuales argentinos, que permite la difusión de las investigaciones de la escuela argentina de A.I. en gran parte de América Latina, así como de la escuela francesa.

Otro caso de diversificación de las novelas familiares del A.I. es Italia. En primer lugar, habrá que considerar el contexto políti-co del "mayo rampante". Se verá, entre otras cosas, la importancia de la especificidad del partido comunista italiano, la riqueza de sus izquierdismos y de los pequeños grupos anarquistas (igual que en Argentina y Uruguay). La crítica radical de lo instituido de las formas políticas deviene política activa, virulenta, violenta, a veces hasta la lucha armada. La garantía y la legitimación de toda insti-tución -quiero decir de la superinstitución estatal, de la que no pocos italianos decían, riéndose, que en Italia no tenía la pregnancia que posee por ejemplo en Francia—, ha sido puesta al desnudo por los analizadores históricos. Levantando la hoja de parra con la que intenta disimular su desnudez, se advierte que el Estado-terrorista está munido del aparato transexual de la mafia.

Por otra parte, desde los años '60, la novela familiar del A.I. dará cuenta, ampliamente, de la crítica activa de la institución psiquiátrica, gracias a la corriente animada por Franco Basaglia. La estrategia de la institución negada, la teorización del mandato

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socialy sus desarrollos pragmatistas (en el verdadero sentido de la palabra) con la ley 180, que marca la decadencia de la institución asilar, hacen de la corriente basagliana, fuertemente impregnada de marxismo a la italiana, un movimiento mucho más consis-tente políticamente que el de la psicoterapia institucional france-sa, cuya institucionalización, en esa misma época, está cimenta-da por la hegemonía del psicoanalismo.

Sea como fuere, en lo que respecta a Francia, la novela familiar del A.I. se apoya en parte sobre otra novela familiar extremada-mente curiosa, la de la psicoterapia institucional: se nota - y ello se debe retener para la comprensión de la génesis teórica y social de nuestra corriente— que la plataforma politzeriana del neo-desalienismo ha sido, resueltamente, tirada a la basura (salvo por la tendencia de Lucien Bonnafé), en beneficio de una psicologización que va a la par con la despolitización de la teoría institucional.

Si el acto fallido de la corriente psiquiátrica repercute sobre nuestra novela familiar-institucional, ¿no puede decirse lo mis-mo respecto de nuestra investigación-acción pedagógica y su re-ferencia con la autogestión? La autogestión, en el contexto modernista de los años sesenta, podía, sin razón, ignorar las dife-rencias fundamentales entre las colectivizaciones de 1936-1937 de la España republicana y el sistema establecido por Tito en Yugoslavia inmediatamente después de su ruptura con Stalin. Sin embargo, una de las claves de la libertad de movimiento ( c l és du champ) del A.I. está en este sondeo experimental de un manojo de claves políticas. Visto desde 1996, algunos pueden pensar que la autogestión fue una falsa clave. O que nosotros hicimos mu-cho ruido alrededor de rarísimas experiencias en las que la no-directividad, el grupalismo lewiniano, la crítica de la institución escolar, intentaban fundirse dentro del proyecto macrosocialista de la autogestión. Fusión o confusión que se desplazaba sorprendentemente a la corriente paralela y rival de la pedagogía institucional, ella misma confundida con el psicoanalismo.

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Aun cuando los aportes de la investigación proveniente de la autogestión pedagógica no sean para desdeñar, es tal vez desde otro campo, el de la intervención socioanalítica, de donde proce-den las interrogaciones más heurísticas. No hay que olvidar que, aunque en el plano teórico Henri Lefebvre nos ha enseñado a ver la clave de la institución sobre el plano ausencia/presencia del Estado, es por un desvío sobre el plano práctico de la interven-ción psicosociológica que Lapassade ha tenido la intuición del A.I. Los principales conceptos socioanalíticos han devenido cen-trales y continúan alimentando la imaginación socioanalítica. El campo de intervención ha jugado un rol comparable al del traba-jo de transformación institucional en el asilo o en los otros tipos de establecimientos de salud mental.

Las profundas modificaciones del contexto político, a partir de fines de los años '70, han dado luz no solamente a las contradic-ciones prácticas entre profesionalización y militantismo (crítica radical en acto de lo instituido, por la colectivización del análisis), sino también a las contradicciones teóricas entre nuestro paradig-ma y los paradigmas instituidos en las ciencias humanas. La lógica de la implicación, en la medida que se desplaza más allá de algunas restituciones psicologistas o sociologistas, cuestiona la lógica hipo-tético-deductiva, binaria, antidialéctica, de los neopositivismos. Las condiciones de intervención devienen ultrasensibles. La sensibili-dad ante las condiciones iniciales, puesta al día por las teorías del caos, juega un rol en el primer plano. Para el A.I. en situación de intervención, el análisis de los encargos ( commande) y de las de-mandas, de las implicaciones de los socioanalistas en ese análisis, aparece como una clave muy delicada de manejar. La ideología capitalista neoliberal ha sacado provecho de nuestra distracción al cambiar todas las cerraduras. Ahora, la libertad de movimientos {ciédes champs) corre el peligro de ser percibida como una invitación a mirar para otro lado, para ver si estoy del lado de los tratamientos "cualitativos", que trastornan más que progresan en el problema

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del reino de la cantidad, o de aquel que plantea más que nunca una teoría del (de los) campo (s).

¿Quién habla de quién? ¿Quién observa a quién (y jamás "qué"), en las ciencias humanas? A partir de estas preguntas que la ciencia olvida plantear, reuniendo, sin saberlo, al sentido común, sus ru-mores y sus chismes, se puede abordar tímidamente el problema de un campo de investigación. ¿Cuál es, con el paradigma, el pro-yecto, el programa del A.I., el grado de colectivización y de restitu-ción —es decir, de socialización— de una gestión verdaderamente científica? Los dos o tres físicos que, incluso sin el fax ni la red Internet, después de haber obtenido el asentimiento de Einstein, han depositado sobre el escritorio del presidente Roosevelt la idea del proyecto Manhattan, obscena madre portadora de Hiroshima y de Nagasaki, hubieran podido operar una consulta mucho más amplía de la ciudad científica. Las implicaciones materiales (ven-cer a Alemania) les habrían entonces aparecido bajo el signo de las relaciones de incertidumbre de Heisenberg, y su decisión habría ganado situándose dentro de la lógica ambivalente de Schródinger, de Broglie y de la mecánica ondulatoria. Al parecer, ellos se con-tentaron con la lógica de la deducción y la inducción, que las implicaciones formales de sus investigaciones no obstante hubie-ran sobrepasado. Implicación, transducción, institucionalización, éstos son conceptos que luchan contra el rechazo salvaje a la tem-poralidad de la historia y sus horrores. En la última parte de esta introducción al A.I., se intenta, pues, hacer notar, más allá de las definiciones que vitriolan el devenir, su importancia heurística.

Se verá que la libertad de movimientos (cié des champs) no intenta ser la ganzúa de un ladrón ni la llave maestra de un por-tero o sereno, en esta fábrica de tinieblas que es la barbarie neoliberal, cuyos "programas científicos" propagan terror, cuan-do sueño con el oscuro futuro que a velocidad ultrasónica se cierne sobre mis hijos.

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LA REVOLUCIÓN PSICOSOCIOLÓGICA

Cuando durante los años '60 los métodos de grupo, a menu-do confundidos bajo el vocablo "dinámica de grupo", comenzaron a ser difundidos en Francia, los psicólogos —devenidos psicosociólogos— más críticos o politizados empezaron a interro-garse acerca de lo que aún no se denominaba implicaciones del trabajo grupal en torno a aquello que excluía, a saber: toda la "so-ciología" de la "psicosociología", lo sociológico o, más generalmente, el campo social.

Este reproche de exclusión es recurrente desde la aparición de los métodos de formación y de intervención grupales. Desde el fin de los años '50, la sociología durkheimiana y la corriente de la sociología marxista habían denunciado la maniobra de "mani-pulación" de lo macrosocial por medio de las técnicas microsociales (ignorando, a menudo, todo de estas técnicas!). Si la intelligentsia se interesaba en las experiencias teatrales en círcu-lo y en los primeros happenings, así como en la técnica del brain storming, los especialistas de las ciencias del hombre, salvo algu-nos psicólogos de tendencia sobre todo clínica, se esforzaban en descalificar o en marginalizar los enfoques microsociológicos, me-tiendo en la misma bolsa las técnicas terapéuticas y pedagógicas

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de la no-directividad (Cari Rogers), tachando todo (no sin razo-nes!) de psicologismo.

Comienzos de los años '60: casi el apogeo de este período que luego se ha denominado de los Treinta gloriosos del capitalis-mo modernista exportado a Francia por el Plan Marshall; debili-tamiento de la Guerra Fría gracias a la desestalinización empren-dida por Kruschev. En Francia, el fin de la guerra de Argelia marca un viraje para la intelligentsia "comprometida", tal como lo señala, el mismo año 1962, la autodisolución de la revista y del grupo Argumentsy su número final de autodisolución, plan-teado bajo el signo de "la cuestión política (II)". El número pre-cedente ya había sido consagrado a la cuestión política y, en gran medida gracias a la intervención de Georges Lapassade, dedica su primera parte a seis artículos reunidos bajo el copete: "Hacia una psicosociología política".

Canto del cisne del reagrupamiento relativamente ecléctico de los marxistas críticos, el número doble y último de Arguments señala el debut de la institucionalización del enfoque grupal en las ciencias del hombre. Naturalmente, y para la misma época, las revistas canónicas se ocupaban completamente de otra cosa... El otro elemento de esta pequeña revolución, tan importante para el nacimiento del análisis institucional, es que este enfoque grupal es de entrada "crítico", así como "comprehensivo", proceda ya sea de ex comunistas, como de izquierdistas o ex izquierdistas. Si uno juzga por el índice de la primera parte del número 25-26 y anteúltimo: Georges Lapassade firma, junto a Edgar Morin el artículo de cabecera, "La cuestión microsocial". El psicosociólogo Jean Claude Filloux, de la Asociación para la investigación y la intervención psicosociológicas (ARIP), que está en sus comien-zos, escribe "Decisión colectiva y socialismo". Otro miembro fun-dador de ARIP, Max Pagés, defiende "Por una psicosociología política", mientras que su homónino Robert Pagés, del Laboratorio de psicología experimental de la Sorbona, confronta "Marxismo,

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anarquismo, psicología social". Los dos experimentalistas, Serge Moscovici y Claude Faucheux, proponen "Notas críticas acerca de la cuestión microsocial" y, por fin, Joseph Gabel hace enfren-tar "Marxismo y dinámica de grupo".

Al menos, el tratamiento de su texto no se retrasa de una visión "comprehensiva" del nuevo fenómeno en las ciencias del hombre, un poco a la manera de Gurvitch, quien prefería exco-mulgar de la ciudad sociológica la noción de institución más que la de grupo.

El artículo de Gabel, como el resto de los otros artículos, merecería ser analizado en detalle. Gabel se pregunta "¿cuál es la orientación de la evolución social que ha hecho posible y necesa-rio el auge de estas investigaciones y en qué medida este hecho impone a los marxistas una revisión de su doctrina?".

Tal es la buena cuestión sociológica del "revisionismo" en-tonces atacado por los stalinistas ortodoxos. Uno de los elemen-tos de la respuesta que propone Gabel es el siguiente: "El ele-mento ideológico y utópico tiende a desaparecer de los progra-mas políticos, incluso de los partidos obreros". Y, en nota, preci-sa lo "Utópico" en el sentido de Mannheim y de Emst Bloch, es decir, no como proyecto irrealizable, sino como elemento de "tras-cendencia del ser" (Seinstranszendenz).

Es necesario insistir sobre la forma en que se plantea la cues-tión, porque ahí reside el criterio de la imaginación científica. Gabel no se entrega a una crítica metódica de la "dinámica de los gru-pos", efectuada por otros antes de 1962 y retomada a menudo posteriormente. Se interroga por las condiciones de posibilidad de su aparición y su éxito. Haciendo así debe, como no se decía toda-vía, "deconstruir" el marxismo como interpretante final (en el sen-tido de Charles S. Pierce, fundador del pragmatismo y la semióti-ca). En ocasión de esta enésima crisis del marxismo, bastante me-nos grave que la actual, que conoce una suerte de desterritorializa-ción total en Europa y una deslocalización en lo global bastante

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inestable de Asia, la crisis de los grandes interpretantes finales de tipo místico, comenzando por el comunismo, no está suficiente-mente avanzada para que sea decretado "el fin de las ideologías". Como prueba, en todo el último número de Arguments, otro artí-culo de Lapassade (con Romain Denis), "Aprendizaje de la autogestión". En el número precedente, el mismo Romain Denis publicaba un texto titulado "La voz del PSU", este pequeño parti-do de disidentes que a fines de los años '60 y al comienzo de los '70 debía llevar a la vez la crítica de la política instituida y la idea de autogestión, presente en eJ análisis institucional desde sus inicios, a comienzos y mitad de los años '60.

Mientras la autodisolución de Arguments permitía presagiar un curso nuevo para la intelligentsia, de Socialismo o Barbarie, con Castoriadis, Lyotard, Lefort y la Internacional Situacionista alrededor de Debord, aun cuando muy confidenciales, nos eran accesibles y mantenían los derechos de la utopía, el ARIP se fran-queaba una vía en el mundo de la formación y de la intervención psicosociológica. Su rol no podría ser subestimado. En 1962, aparece el número especial de L'Education Nationale, revista semioficial, sobre "El grupo maestro-alumnos". En 1964 aparece Pedagogie etpsychologie desgroupes, bajo el padrinazgo directo del ARIP Y en 1966 será La Psychosociologie dans la cité. Estas apari-ciones son el resultado de discusiones, de coloquios organizados por el ARIP, la Fundación Royaumont... Si los dos primeros es-tán centrados en la formación, el último aborda el problema del lugar de la intervención psicosociológica no solamente desde un punto de vista epistemológico, sino desde un punto de vista po-lítico. La introducción del lobo en la manada es ayudada por "porteros" como Gilíes Ferry (lo que no convendrá a su carrera en el Instituto Pedagógico Nacional), M. Debesse y Juliette Favez-Boutonier, profesores de la Sorbona. Procedentes del catolicismo militante de las juventudes obreras, son las ediciones del Epi, y no un gran editor, quienes publican los dos volúmenes.

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Esta ojeada de la situación intelectual y científica en los años '60 no pretende en modo alguno la exhaustividad, tampoco el punto de vista de mi simple autobiografía intelectual. Quisiera poner el acento sobre el fenómeno de politización y de interroga-ción de la visión macrosocial de las ciencias del hombre que los métodos de grupo han permitido emprender. El análisis institu-cional debe mucho a estas circunstancias. También en otra parte, por ejemplo en Argentina, es a partir de los grupos operativos de Pichón Rivière que, hacia la misma época, se produce una in-flexión en el medio psicológico y psiquiátrico.

La historiografía de las corrientes de investigación ligadas al análisis institucional permanece en los limbos, la historia que se cuenta y que uno se cuenta es todavía una novela familiar: uno se imagina que tiene padres a menudo diferentes de nues-tros verdaderos padres... Se derivan consecuencias molestas, y la corriente francesa lapassadiana de análisis institucional tiene su parte en la producción de imaginario. Nosotros nos hemos refe-rido regularmente a la psicoterapia institucional de los años '40, aun cuando esta última está mucho más nítidamente en el ori-gen, al menos en cuanto a la etiqueta, más próxima de la peda-gogía institucional de tendencia psicoanalítica. La pedagogía institucional de orientación psicosociológica y autogestionaria (Fonvielle, Lapassade, Lobrot, Lourau, etc.) habría debido de-nominarse "autogestión pedagógica". Ella es mucho más una sociopedagogía que una psicopedagogia. El deseo de inventarse ancestros es bien conocido: nos ha jugado una mala pasada. La noción de institución, que va a devenir paradigmática en nues-tra corriente, explica este acto fallido: los psiquiatras de Saint Alban, otros como Daumezon, habían puesto el acento en la ne-cesidad de "curar la institución", en este caso el establecimiento psiquiátrico. Nuestra corriente de análisis institucional ha pro-ducido la autogestión pedagógica y la intervención socioanalítica, lo que no está tan mal. Otra confusión, muy

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perjudicial, ya había desfigurado el proyecto de la psicoterapia institucional, con la victoria del psicoanalismo (lacaniano, etc.) sobre el marxismo (Bonnafé) y el anarquismo (Tosquelles) des-de los comienzos. Y es verdad que actualmente yo me siento mejor "en fase" con el siempre comunista Lucien Bonnafé que con algunos de los participantes de nuestra corriente, incluido su fundador...

Habiendo sido bosquejado el contexto de la revolución psicosociológica, aun muy rápidamente, será más fácil captar el proyecto y las experiencias de la autogestión pedagógica, así como el del socioanálisis. Lo más importante, según yo lo veo, esti-mando lo que ocurre desde hace algunos años, se trata de la exis-tencia en la ciudad científica, entre otras corrientes, de un análi-sis institucional como método de trabajo científico, que pone el acento en la descripción de las condiciones de investigación, so-bre la implicación permanente y no sólo mencionada puntual-mente, sobre el lazo entre implicación e institucionalización y más particularmente sobre la puesta en cuestión de la escritura (o toda otra forma de exposición) de las ciencias del hombre.

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Q PSICOTERAPIA Z INSTITUCIONAL

Es solamente intentando levantar —si esto fuera posible!— la confusión nacida de la inflexión de la psicoterapia institucional en dirección de un psicoanalismo puro y duro, que se podría, en ri-gor, conservar para la corriente pedagógica llamada a menudo "lapassadiana" la apelación de "pedagogía institucional".

En efecto, la psicoterapia institucional, en su origen, no es de ningún modo freudiana, menos aún, por el simple hecho de la cronología, lacaniana (no obstante, Lacan forma parte de los jóvenes formados en el ambiente de la revolución psiquiátrica de preguerra, bajo el signo del desalienismo, y Lucien Bonnafé se-ñala en diversas ocasiones sus fructuosos encuentros con el Lacan anterior al lacanismo). Lo que Balvet, Tosquelles, Bonnafé, Daumezon, etc., en Saint Alban y otros lugares, experimentaron durante la ocupación alemana en Francia en algunos "asilos" (fu-turos HP, futuros CHS) y que el largo artículo (1952) de los Annales portugaises de psychiatrie, bajo la firma de Daumezon y Koechlin, denomina "La psicoterapia francesa contemporánea", es más de inspiración politzeriana que freudiana.

La hegemonía del freudismo ha hecho olvidar, en las historias oficiales de la psiquiatría, el nombre de Politzer, filósofo y psicólogo, austríaco y después francés, antiguo miembro del grupo "Philosophie"

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durante los años '25 (con los futuros sociólogos Henri Lefebvre y Georges Friedmann, etc.), fusilado por los alemanes en 1943 en tanto que resistente, comunista, judío. Entonces, valía más ser de buena familia católica y no-resistente si uno esperaba hacer una bri-llante carrera en la posguerra. Bajo el nombre de "psicología concre-ta", Politzer proponía una teoría que en mucho toma nota positiva de ciertas precisiones freudianas (en particular, el interés por el mate-rial concreto de los sueños, y, en general, la superación o la voluntad de superación de la psicología tradicional, calificada como "abstrac-ta"). Pero le reprochaba a Freud haber caído en la abstracción al inducir, de la presencia de este material, la existencia de un incons-ciente con todo su aparato concebido in abstracto. Esta crítica, recu-rrente desde la época de Politzer, ha sido fuertemente descalificada por el estructuralismo, donde se pone el acento sobre el lenguaje como substrato escondido tanto de la institución (Lévi-Strauss) como del inconsciente (Lacan). Sin embargo, la epistemología actual, que critica el mecanismo newtoniano y la lógica aristotélica, muestra, siguiendo los descubrimientos de la física, la necesidad de una nueva batalla contra el "realismo" y el "sustancialismo", que son las bases filosóficas de la teoría freudiana del inconsciente.

Retomando la energía de los filósofos nominalistas de la Edad Media, de Abelardo a Buridan, de Duns Scoto a Ockham, los epistemólogos modernos, como el físico David Bohm, el psicólo-go Simondon, el matemático Ravatin, etc., con la ayuda de con-ceptos tales como el holomovimiento (Bohm), la transducción (Simondon), la ultratransducción global/local (Ravatin), intentan construir otra visión del mundo que la que nosotros creemos na-tural y racional bajo la presión de la razón clasificatoria y de la lógica binaria. Lupasco, por su lado, ha propuesto una nueva dia-léctica o lógica antagonista, basada en el reino absoluto de la con-tradicción. La clasificación instituida de las ciencias del hombre está forzosamente puesta en cuestión, como ella lo ha estado y no cesa de estarlo en las ciencias de la naturaleza.

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La noción de "concreto" en la teoría de Politzer es ciertamente muy problemática. Ella tiene, sobre todo, una virtud polémica contra los montajes de abstracciones que se hacen pasar por seres, substancias, esencias que metafísicamente no se ponen en cues-tión. La psicología concreta se interroga por la realidad del relato de sueños, relato "segundo" de algo que no pertenece al dominio del lenguaje articulado, ni sobre todo a la narración, al sentido donde el etnólogo, el sociólogo, el cineasta, el novelista, transcriben acontecimientos, fenómenos producidos con toda claridad diurna en una serie temporal (la selección de los elementos transcriptos plantean un problema más general). Un sentido es atribuido no a un verdadero relato sino a la interpretación-reconstrucción imagi-naria de un fenómeno que es bien concreto. La teoría edípica orga-niza el material onírico (como también el de las "asociaciones li-bres", los lapsus y actos fallidos, material diurno y "sociológico" muy diferente del sueño). Aunque Daumezon no recusa la validez del material onírico o asociativo en la clínica dual clásica, él se opone a la utilización del fantasma (de los enfermos mentales) en la terapia que él denomina gustosamente "colectiva" —y jamás, aparte del título del artículo, "institucional"-. La psicoterapia institucio-nal según su texto princeps es socioterapia, basada en la instaura-ción de actividades sociales de trabajo, de ocio. Es una tentativa de resocialización por la restitución de una cualidad total de la socialidad de la institución psiquiátrica. Tal es el sentido de la fa-mosa fórmula: "es necesario curar la institución". Treinta o cuaren-ta años más tarde, los establecimientos que se ubican bajo el signo de la psicoterapia institucional e incluso de un "psicoanálisis insti-tucional", han conservado del paradigma inicial lo que éste tenía de más dudoso —la institución que designa el establecimiento y no la construcción social global que es la psiquiatría— y a menudo ha puesto en segundo plano el proyecto político global en beneficio de una concepción localista de la institución y de una concepción individual de la psicoterapia: es, en efecto, demasiado evidente que

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nada en la o las teorías psicoanalíticas permite pensar lo institucio-nal. Esta observación trivial vale también para el resto del uso ha-bitual, anticientífico, del término institución (identificada con un establecimiento, esto es, una asociación) como para un uso con-ceptual, correcto, de este término, según el cual la institución no es de ninguna manera limitada (solamente vuelta visible) por los muros del asilo o las fronteras del grupo asociativo. Un gran mérito de la tendencia marxista, comunista, de la psicoterapia institucional ha sido poner en primer plano el combate desalienista, englobando alienación social y alienación "mental" dentro de una misma estra-tegia política. Pero, justamente este acento puesto sobre lo global no está acompañado de una reflexión dialéctica sobre las relacio-nes entre lo local y lo global y, sin duda también a causa del error teórico de Marx concerniente a concebir la institución solamen-te como superestructura, ha dejado el campo libre para la desig-nación cristiana tradicional de establecimiento como institución. El psicoanalismo podía precipitarse en este vacío teórico del mar-xismo. Es lo que ha ocurrido no solamente en Francia sino en Argentina, país donde, sin embargo, hacía 1970 la corriente crí-tica en psiquiatría tuvo un momento inspirado en Politzer, al punto incluso de publicar una revista ubicada bajo el signo de la psicología concreta. En Francia, el fusilado del Mont-Valérien no tuvo siquiera derecho a esta palabra postuma.

Este pequeño interludio para especialistas, acerca de los metamorfismos sufridos por la psicoterapia institucional, tendrá tal vez la ventaja de hacer menos oscuro el trayecto de la "peda-gogía institucional" lapassadiana, de la que los defensores del psicoanalismo, asociado a las técnicas Freinet, juzgan con pleno derecho que ella no tiene gran cosa que ver respecto de lo que Fernand Oury y Aída Vázquez denominaron en la editorial Maspéro "pedagogía institucional", cuando, al mismo tiempo, Michel Lobrot, en la editorial Gautier-Villars y gracias a Ardoino, designaba con el mismo nombre un proyecto y una experiencia por completo diferentes (1966-1967).

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5 AUTOGESTIÓN PEDAGÓGICA

La corriente llamada "lapassadiana" no habría denominado "pe-dagogía institucional" a las experiencias y proyectos que convocaba si no hubiera existido ya, desde hace una veintena de años, aquello que —tardíamente— se denominó "psicoterapia institucional".

Lo que se trama al comienzo de los años '60 con los disiden-tes del movimiento Freinet de la región parisina se refiere globalmente a una suerte de equivalente del desalienismo, apli-cado a la institución escolar: alienación del alumno (niño, ado-lescente) y alienación del maestro dentro de un dispositivo auto-ritario donde la (supuesta) transmisión de un saber garantiza ante todo la perpetuación de un poder, como si la "buena comunica-ción" exigiera este "despotismo" que Marx analizaba en los co-mienzos de la empresa industrial, despotismo que, aún hoy en día, y a pesar de todas las correcciones sucesivas en el sentido de las "relaciones humanas", parece una evidencia para la mayoría de nuestros contemporáneos!

Un estado de espíritu libertario es pues innegable entre los primeros experimentadores-investigadores de la autogestión pe-dagógica. La referencia a la autogestión está afirmada. Como se lo ve a raíz de los últimos números de la revista Arguments consagrados a

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la cuestión política e incluso micropolítica, la revolución epistemológica en favor de una rehabilitación de la intervención microsocial forma parte de un nuevo paradigma, ligado, sin nin-guna duda, con la aparición de los métodos grupales. Esto es lo que no entiende la tendencia psicoanalítica, cuando estaba en plena sumisión al lacanismo. Nosotros éramos sospechados de im-portar técnicas adaptativas made in USA al tiempo que refractarios al famoso psicoanálisis "del Yo", ortopédico, perdonado por Lacan. La tendencia psicoanalítica, por otras razones ideológicas (resabios del marxismo estrecho), no veía, tal como nosotros veíamos —si-guiendo, por ejemplo, a Robert Pagés—, la filiación entre los méto-dos de grupo y las grandiosas construcciones "utópicas" de Fourier u otros "iluminados, precursores del socialismo", para retomar el títu-lo del bello libro de Gérard de Nerval, aplicado a los curiosos "ilu-minados" del siglo dieciocho.

La creación del Grupo de pedagogía institucional en los pra-dos del Centro Cultural de Royaumont, cerca de París, en el oto-ño de 1964, es redhibitoria en cuanto a la fijación de la etiqueta "pedagogía institucional". Aun cuando en sus casi tres años de existencia atrajo a personas muy diversas, su nudo inicial, "ope-racional", es característico de su proyecto y su programa de tra-bajo. Por una parte, se trata de "controlar" la difíciles relaciones entre observadores/observados, las que, en la escuela de Gennevilliers, se anudan por una parte entre dos capacitadores {instituteurs) y dos observadores, colaboradores de Lapassade, él mismo investigador en el CNRS (Centro Nacional de Investiga-ción Científica, N. delT.). El dispositivo espontáneamente ins-talado en el curso de las primeras reuniones de trabajo compren-de a: los dos practicantes observados y sus clases; los dos estu-diantes de psicología observadores; los dos supervisores exter-nos, Michel Lobrot y yo mismo.

Estos dos supervisores son ellos mismos practicantes y experi-mentan en sus lugares de trabajo; Lobrot en un centro de formación

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de instructores de enseñanza especial, yo en un liceo donde soy pro-fesor de letras. Cada semana —y ésta es la segunda parte, más general, del programa—, Lobrot y yo, después de otros docentes, exponemos las actividades y dificultades; y este material es analizado colectiva-mente, y los menos exigentes no eran los dos jóvenes estudiantes a la vez militantes de extrema-izquierda y atraídos por el "lapassadismo".

¿Qué es pues el "lapassadismo"? Entonces, Georges Lapassade acababa de publicar su tesis La entrada en La vida (Madrid, Fun-damentos, 1973, N. delT.), manifiesto científicamente fundado en un rechazo biológico, psicológico, social y político de la no-ción de adulto. Tal vez, nadie ha medido la importancia de esta investigación que, apoyándose en la teoría del biologista Bolk acerca de la neotenia (el inacabamiento del hombre), proponía una nueva antropología, la cual, aun cuando subyacente, no ha sido todavía formulada con todas sus implicaciones teóricas y políticas por el análisis institucional. La tesis de una continui-dad, de una ausencia de ruptura entre el niño y el adulto, tan a menudo sugerida por poetas y novelistas, acuerda perfectamente con la práctica de la no-directividad de Cari Rogers, quien se comenzaba a conocer en Francia. Ella también concuerda con la idea de la autogestión pedagógica, variante extrema de la peda-gogía centrada en el grupo, de la que los primeros psicosociólogos franceses habían mostrado la necesidad desde el número especial de L'Education Nationale, que ha sido tratado. Por cierto, nuestra cultura política, libertaria y ultraizquierdista (también trotskista, o postrotskista, en lo que respecta a Lobrot y Lapassade, miem-bros o ex miembros de Socialismo y Barbarie, el grupúsculo de Castoriadis), era relativamente frágil para defender la autogestión dentro de los debates rituales con los comunistas y los trotskistas dogmáticos de tendencia "lambertista". La actualidad nos ofre-cía obras, artículos, intercambios en proximidad con Yugoslavia, respecto de la cual nos manteníamos escépticos: la autogestión "instituida" desde arriba, no nos parecía de mejor cosecha que la

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Ucrania de Makhno, lo de Cronstadt a los comienzos de los años veinte, o la de España republicana de 1936-1939. Por otra parte, de las experiencias de comunidades de trabajo todavía vivientes nos interesaba la muy reciente de los fellahs argelinos, al finalizar la guerra de Argelia, en 1962-1963. Nos entusiasmaban las frases líricas de la Carta de Argelia. El PSU, en particular con el soció-logo Serge Mallet, nos servía de referencia (véase más arriba los últimos números de Arguments), así como Socialismo y Barbarie, adonde Castoriadis preconiza la autogestión en relación con una nueva teoría de la institución, la cual, también, iba a inspirarnos mucho (lo instituyente y lo instituido).

Lewin y la psicología americana de grupos, en particular la experiencia llamada de los "tres climas" de Lippit y White, esta-ba en el corazón de las referencias científicas. Clima autorita-rio, clima laisser-faire y clima democrático: los análisis colecti-vos del GPI y nuestras propias experiencias en el campo de la Educación nacional buscaban ahí recursos. La extensión del Consejo de cooperativa de clase por disidentes del movimiento Freinet, como Raymond Fonvieille (uno de los dos practican-tes de Gennevilliers, él mismo un antiguo miembro dirigente de la Eco le Moderne y líder, con Fernand Oury, de la disiden-cia parisina), convergía junto a la idea de una colectivización por el grupo-clase: colectivización de la gestión del trabajo y del análisis del funcionamiento de la clase. El mismo Raymond Fonvieille ha podido definir claramente "nuestra" pedagogía institucional a partir de estos tres elementos:

- análisis colectivo del grupo-clase; - autogestión de la clase; - relaciones no-directivas.

Según los temperamentos o los matices ideológicos, cada uno de nosotros podía poner el acento sobre tal o cual de estos

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UBERTAD DE MOVÍMÍENTOS

elementos constitutivos. Fonvieille era tal vez el más activista autogestionario; Lobrot más radicalmente no-directivo; y yo mismo más inclinado al análisis colectivo. Para la misma época, 1964-1967, tuve la posibilidad de una formación en el Centro de socioanálisis de Van Bokstaele. Naturalmente, es en el GPI, en los fines de semana y pasantías de formación o de debates organizados por nosotros o por otros, a menudo en Royaumont, una vez en una sala mediana de la Mutualidad (en colaboración con Socialis-mo o Barbarie), y ante todo sobre el campo profesional de nuestras clases, que se efectúa nuestra autoformación. Por mi lado, y por consejo de Lapassade en la Sorbona, me inscribí en el seminario de posgrado en psicología clínica de Madame Fauvez-Boutonier; y otra preciosa supervisión, hacia el fin del primer año (equivalente al futuro DEA), un "oral" frente a mi profesor y a Didier Anzieu. Paralelamente, yo continuaba bajo la dirección de Henri Lefebvre (del cual iba a convertirme en asistente de sociología en Nanterre en 1966) la preparación de una tesis de Doctorado de Estado: el tema inicial era el surrealismo, y devino... el análisis institucional (el título fue encontrado por Lapassade).

Existieron relaciones poco regulares, algunas veces conflicti-vas, con lo que para ese entonces se constituía, al margen de la psicoterapia institucional de la clínica La Borde (Jean Oury, Félix Guattari), como pedagogía institucional en función sobre todo terapéutica. Es verdad que los contactos eran más directos con los psicosociólogos del ARIP, como Jean-Claude y Jeanine Filloux, Eugéne Enriquez, André de Perreti, Max Pagés, etc. Todo esto que pasaba antes de 1968 da para pensar que la autogestión pedagógi-ca constituía uña "oveja negra" más o menos aceptada en los bor-des de la ciudad científica. Y, como las primeras intervenciones resueltamente colocadas bajo el signo del socioanálisis (concepto tomado de Van Bokstaele) tuvieron lugar simultáneamente, el nom-bre de pedagogía socioanalítica (propuesto bastante después por Yves Etienne) me parece en retrospectiva más pertinente.

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SOCIOANÁLISIS

En el espíritu de Lapassade, el vínculo entre el nuevo socioanálisis y el del grupo de Van Bokstaele era, tal vez, menos estrecho que para mí. Van Bokstaele formaba parte de aquellos que habían importado directamente los métodos grupales proce-dentes de Lewin, después de un curso en Bethel, Maine (USA). La filiación lewiniana era inmediata. Pero, en su práctica y en sus investigaciones socioanalíticas (en particular la búsqueda de una "transferencia sociológica" equivalente de la transferencia psicoanalítica, pero, de hecho, poco propicia hacia una apertura de lo que iba a devenir en la teoría de la implicación), el grupo Van Bokstaele, bajo el impulso de su líder, deseaba darle la espalda a la psicología social y en general a todo enfoque psicológico, en pro-vecho de un paradigma resueltamente sociológico. En este sentido había una convergencia entre el enfoque que Daumezon había pri-vilegiado en su estudio sobre la psicoterapia institucional francesa, a expensas de la clínica psicoanalítica. Más tarde, se retoma, en los comienzos de los años '60, para la clínica de la Educación nacional en La Verriére, la misma preocupación por trazar un puente entre los datos psiquiátricos de orden psicológico y los datos sociológi-cos de la contratransferencia llamada "institucional".

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Todo esto aparecía confusamente en la época, cuando (1967), de acuerdo a las experiencias conducidas por Lapassade junto a un primer pequeño grupo de psicosociólogos de tendencia "ins-titucional", él y yo experimentamos, primero con la Parroquia estudiantil de la Universidad de Tours, un método de interven-ción por el cual el paradigma grupal, aunque presente, tiende a ceder el primer lugar al paradigma de la institución.

Sin volver a hablar sobre la experiencia princeps que algunos años antes, en Royaumont, durante un curso de formación de la Mutual estudiantil de los estudiantes de Francia (MNEF), había visto surgir espontáneamente (o casi!) la dimensión institucional oculta de la dinámica de grupos, digamos que durante las inter-venciones de Tours (luego, en el mismo año, Hendaya, al lado de una PU, Parroquia universitaria que reunía a profesores de se-gundo grado de la enseñanza pública, de obediencia católica) el concepto de implicación no era suficientemente operatorio para evitar numerosas y tal vez molestas interferencias entre los dos paradigmas antecitados. Sin embargo, en Tours I la presión invi-sible de la institución romana se manifiesta por una forma de competencia entre el grupalismo de la intervención y el grupalismo religioso. Después de todo, iglesia —ecclesia—, signifi-ca "asamblea", y la AGS (asamblea general socioanalítica) tiene lejanas filiaciones con el funcionamiento de los primeros cristia-nos, donde los oficios institucionalizados, como la misa, no son sino una pálida caricatura. Precisamente a propósito de institucionalización, el estado de nuestra teorización, centrada ante todo en la dialéctica instituido/instituyente, no permitía poner en evidencia el tercer término —la institucionalización— indispensable para develar y enunciar, en el devenir y no en el cuadro binario de las dos primeras instancias, las implicaciones de cada uno en la situación de intervención.

Si el título de mi pequeña monografía sobre Tours I, "La plegaria sobre las estrellas", subrayaba lo que todavía no se

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denominaba la sobreimplicación grupalista (con su ideología comunitarista, etc.) de la iglesia, el de la monografía deTours II, "El burdel de las finanzas del clero" (fórmula tomada prestada de un capellán!), revelaba la importancia de la base material, del analizador dinero, dentro de una empresa de salvación. En Hendaya, bajo el signo de la "misa de la condesa" estaba, una vez más, el poder material y político (de nuestra hospedante, la "con-desa") que surgía junto con la susodicha condesa, precedida de dos o tres grandes perros, para exigir a los sacerdotes presentes "su" misa, en "su" capilla que funciona en forma privada gracias a un viejo privilegio desde hace mucho abolido —el indulto! (Es-tas intervenciones han sido reeditadas por R. Lourau en Interventions socianalytiques 1996, París, Anthropos, 1997, nota de Remi Hess.)

El campo de la Iglesia romana y, un poco más tarde, aunque en grado menor, el de la Iglesia reformada de Francia, se ha ofre-cido como un regalo epistemológico en los comienzos de socioanálisis, del análisis institucional en situación de interven-ción. Pero precisamente, ¿a qué era, en esta fase de profecía ini-cial, según los términos de Max Weber, lo que iba a devenir ense-guida, junto con otros analistas como el GAI de París (Savoye, de Schietere, Ville, luego Laurence Gavarini, luego Dominique Jaillon, etc.) esta cosa exaltante: la intervención?

Si bien el ANDSHA de Ardoino es anterior al ARIP, es cierto que es esta última asociación de psicosociólogos la que, desde su misma demonización, enarbola la bandera de la intervención. No obstante, no cabe duda que el "consultante" según Ardoino no está muy alejado del "interviniente" según el ARIP o según... Lapassade y la corriente socioanalítica. Más tarde, Touraine, firmemente opues-to a la noción y a la actividad que ella designa, y para subirse al tren puesto en marcha, hará conocer lo que denomina la intervención sociológica. Hacía un buen rato que Van Bokstaele y su equipo la practicaban y la teorizaban bajo el nombre de "socioanálisis".

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En Francia, no somos muy consientes de las connotaciones militares de la palabra intervención. En América Latina, por ejem-plo en Brasil, aún actualmente, tal como me lo señalaba Heliana Conde, en Río de Janeiro, estas connotaciones, nacidas de la dic-tadura, son muy fuertes y entorpecen el empleo del término. Las connotaciones médicas no son menos evidentes. Y en nuestro país centralista es frecuente el tema de la intervención estatal.

La intervención se define, desde el origen del socioanálisis, como una operación (aun la connotación militar y también mé-dica!) externa de nuestro campo de actividad habitual, especial-mente profesional. Esta exterioridad está puesta de relieve por la comparación entre análisis interno (sin convocatoria a un interviniente externo) y análisis externo, sinónimo de interven-ción de un "hechicero", facilitador, experto, consultante, evaluador e, incluso, cada vez más a menudo desde las leyes de 1970-1971 sobre la formación continua: formador.

Del mismo modo que "institución" e "implicación", la no-ción de intervención es conocida por su empleo muy extendido. Su comprehensión sufre, como siempre ocurre cuando una no-ción se institucionaliza, se generaliza, se banaliza. La finalidad de una intervención es un punto capital, pero su enunciado no puede estar disociado de las condiciones sociales que permiten o no ma-terializarla, con el fin de no dejarla en el estado de una pura buena intención ideológica. La organización de estas condiciones es lo que nosotros denominamos dispositivo.

Teniendo el cuidado de evitar el dispositivismo, neologismo que me parece útil crear con el fin de designar un retorno solapa-do de cierto empirismo abstracto y del instrumentalismo, se puede hablar del dispositivo como la puesta a prueba de nuestras ideas. La puesta a prueba no es la "aplicación" y no tiene nada que ver con la así llamada "ciencia aplicada". Ella se inscribe, conforme al pragmatismo original, el de Pierce y de Dewey (no el de William James, ya contaminado por el utilitarismo) en el movimiento

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I IBERTAD DE MOVÍMÍEINTOS

mismo del pensamiento, en el momento que este pensamiento se sabe responsable (y no que se pretende responsable, es decir, cul-pable). La culpabilidad (¿judeocristiana?) forma parte de espec-tro semántico (en el sentido de espectro de colores) de la impli-cación. Por no tenerla en cuenta se volvería a proclamar implíci-tamente una culpabilidad. La puesta a prueba, dentro de la nue-va lógica que suscita el socioanálisis, funciona como dentro del cientificismo oficialmente enseñado. La administración de la prue-ba, consigna del cientificismo, abandona el lugar para la puesta a prueba de una situación de investigación dentro de una "confi-guración" social-histórica. En esta configuración y dentro de este contexto, existe una inclusión del dispositivo de investigación, de investigación-acción, de intervención. Y, al mismo tiempo, dialécticamente, exclusión de este contexto por la ciencia, en la medida en que ella se pretende autónoma, privilegiando las implicaciones lógicas, formales, a expensas de las implicaciones materiales, existenciales. Es necesario tener en la cabeza este do-ble proceso concomitante, de inclusión y exclusión, para com-prender el dispositivo a la vez como artefacto y como praxiología (prolongación de la práctica social general en un momento dado). He aquí por qué los viajes a países políticamente exóticos son útiles epistemológicamente: durante años de dictadura militar, algunos países de América Latina vivían la interdicción profesio-nal de los métodos grupales, muy simplemente porque este dis-positivo de formación, terapia, intervención, caía bajo el golpe de la interdicción de toda reunión. Aquí, la exclusión no tiene por origen a la ciencia sino a la política, es el Estado cuando se pone obscenamente en cueros —"su fuerza desnuda", como decía Max Weber.

Por lo tanto, uno no debe asombrarse si los conceptos que constituyen el dispositivo socioanalítico son, en tanto que con-ceptos operatorios, tal como lo había notado contundentemente Gérard Althabe durante la efímera existencia del GRI (Grupo de

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investigaciones sobre la implicación, Maison des sciencies de l'homme, hacia 1982), directamente políticos.

¿Qué ocurre cuando los socioanalistas parecen escuchar ha-blar de una demanda, de un eventual encargo ( c ommande ) de intervención? En el curso de esta breve descripción, intentaré mencionar las inflexiones que sobrevienen entre el estadio origi-nal y los estadios sucesivos.

La negociación de un encargo, con uno o varios individuos, consiste en discutir la demanda de este o estos individuos —por lo general, responsables en un cierto nivel— y eventualmente tam-bién de otras demandas de las que han sido encargados (commandi taires). Esta o estas demandas previas preceden pues al encargo oficial, el cual tal vez no es más que una etapa en la elaboración progresiva e interminable del encargo "provisoriamente definitivo". Esta propagación del encargo a partir de un centro o germen inicial (allí cuando las personas han tomado el primer contacto con los socioanalistas), en la direc-ción de la o las demandas iniciales, después las demandas que aparecerán en el curso de la intervención, y en la dirección de la oferta del interviniente o del staff interviniente, presenta un ca-rácter fluido y caracteriza a la lógica transductiva, en oposición a la lógica habitual, clasificatoria, binaria, no-contradictoria, que rige a la ciencia instituida.

Desde el primer contacto, la elaboración del dispositivo acom-paña la del encargo y la de la constitución del staff-cliente (el staff-interviniente que está por lo general constituido antes, aun-que tal vez sólo sea en el curso de negociación del encargo). La película ya ha comenzado cuando uno entra en la sala... La tem-poralidad muy intensa de la intervención está marcada por la débil localización de los puntos de orientación, disponibilidad y fluidez de la situación. Es cierto que la lógica tradicional tam-bién se impone, por la exigencia de señales de orientación espa-cio-temporales de la futura intervención. Estos puntos, tanto como

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otros, particularmente financieros, forman parte de la negocia-ción, y quedando sobreentendido (al menos en el modelo princeps) que todo podrá ser puesto en cuestión por la AGS (asamblea general socioanalítica). La lógica transductiva de la "puesta en escena" socioanalítica (donde algunos no han querido ver sino una falta de rigor de carácter anárquico o anarquista) produce aún antes de la instalación del AGS, esta famosa perturbación que Patrice Ville y el GAI de París, ya nombrado, han teorizado.

La pérdida de las marcas, las deslocalizaciones espacio-tem-porales de la práctica cotidiana —"el tiempo crítico", según la fe-liz expresión de Jacques Guigou— no son simples detalles moles-tos o estimulantes, sino un complejo emocional muy rico, en el que nuestros instrumentos conceptuales sin duda no han sabido aún dar cuenta. Los lectores que han conocido experiencias eró-ticas y/o estéticas y/o políticas intensas, fuertemente cargadas de libido, comprenderán más fácilmente que otros hasta qué punto el socioanálisis moviliza fuerzas y formas en general eyectadas por los dispositivos de trabajo (investigación, formación, etc.) más consagrados. De hecho, lo que es eyectado no son estos fe-nómenos de orden íntimo, pasional, emocional, sino su enun-ciado... Porque la emoción, la pasión, la intimidad de la vida privada en interferencia con las máscaras de la vida pública, es-tán siempre presentes, a menos que imaginemos una ciudad de sabios locos, lobotomizados y castrados.

La temporalidad de una intervención es diferente según se trate de una intervención breve (lo que en general era el caso en el primer período) o de larga duración —por lo tanto dividida en semanas, en meses, años—. De golpe el dispositivo también está modificado por estas condiciones de trabajo. Durante el disposi-tivo princeps, de la intervención breve, el AGS ocupa el centro del trabajo del staff-interviniente. El éxito de su desarrollo de-pende ampliamente de una cooperación entre los dos staffs; y entre los dos staffs y el colectivo de todas las personas concernidas,

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por estar implicadas en la intervención. Si Lapassade ha podido decir que "el socioanálisis" es el análisis de la institución del aná-lisis, yo lo precisaría en el mismo sentido diciendo: es el intento de colectivización del análisis del dispositivo.

Los elementos de este "análisis" (¡tal vez no sea ésta la palabra que convenga!) están todos ligados a la instalación y por el funciona-miento del dispositivo. He aquí que el riesgo del "dispositivismo" debe ser combatido por aquello que denominé más arriba las finali-dades, y que, junto con Jacques Ravatin, se inspiran en el hechicero don Juan de Castañeda. Uno puede igualmente denominarlo la in-tención, que no implica solamente un "sujeto", sino, como lo ha mostrado fuertemente Lacan hablando del deseo, en su sólida crítica a la noción de contratransferencia y el ser por completo (ver más abajo, parte).

En el origen, la autogestión de la sesión socioanalítica de algunos días determina intencionalmente la instalación y el fun-cionamiento del dispositivo AGS. Este concepto, salido directa-mente de lo político, se lo ha visto a propósito de la autogestión pedagógica y de lo que debe al Grupo-T lewiniano, no se con-tenta con producir la perturbación en la materialidad espacio-temporal. También, sobre el plano ideológico, a veces ocasiona tal vez una pérdida de las marcas habituales, de los que se sabe que son metafísicamente los supuestos heterogestionarios, en conformidad con la racionalidad instituida no sólo a propósito de gestión, de administración, de gobierno, sino aun filosófica-mente, por la creencia en un dualismo forma/materia. En la tem-poralidad crítica de la intervención, la colectivización del análi-sis significa autogestión del trabajo socioanalítico.

El interviniente o el staff-interviniente efectúa el trabajo que consiste en preservar permanentemente, en sus discursos y en sus actos, la referencia a la autogestión del dispositivo. Para ello, éste se apoya en ciertos conceptos, como el de perturbación o el de analizador; este último designa elementos o acontecimientos que

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en la situación son más provocativos que otros, más perturbado-res, aunque sean aparentemente banales, "insignificantes". Por ejemplo: la presencia/ausencia de tales o cuales categorías del personal del establecimiento o de la asociación o del servicio; o la cuestión del financiamiento de la sesión, incluido el o los intervinientes. El analizador dinero es el de los más sensibles en el socioanálisis, lo que no impide en modo alguno abordar multirreferencialmente, en otro campo de análisis, la cuestión del financiamiento desde un punto de vista ideológico, econó-mico o psicoanalítico...

Aun cuando el dispositivo princeps expone de manera atrevi-da la regla del "decir todo", transpuesto de las "asociaciones li-bres" de la cura psicoanalítica, la evolución de nuestra corriente hace que sea preferible hablar de la restitución de los aconteci-mientos, informaciones, conversaciones intercambiadas fuera de sesión, etc. Tomado del socioanálisis de Van Bokstaele, el con-cepto de restitución también es operatorio por fuera de la inter-vención. (Por ejemplo, por el método del "diario" en el que se apoya la elaboración teórica. En este punto, ver R. Lourau, Implication/transduction (1996) donde el autor, además, formula una conceptualización a la manera de un diario de esta elabora-ción. Nota de Remi Hess.)

La restitución de Van Bokstaele contribuye a mantener la tensión y la intención con vistas a reducir tanto como se pueda la indeterminación de la situación, mantenida y reforzada por la pérdida de las orientaciones profesionales habituales (marcas de orientación no solamente existenciales sino, como se ha visto, lógicas, porque la transducción contamina el tranquilo juego de las deducciones e inducciones).

Nada muestra de antemano esta perturbación por "otra lógi-ca" sino las relaciones, o más bien las interferencias, entre lo que denominamos el campo de intervención y el campo de análisis. Estas interferencias, producidas por los desfasajes permanentes

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entre los dos campos, producen el tercer término de esta dialécti-ca: la implicación.

Para captar en qué la implicación es libertad de movimien-tos {cié des champs) interferenciales no alcanza con dictar una regla según la cual "todo el mundo debe enunciar sus implicaciones". Una regla "implicacionista" de este tipo es inclu-so un freno, una "resistencia" al análisis colectivo de la implica-ción del staff-interviniente como la del grupo-cliente en su con-junto, comprendiendo al staff-cliente y al conjunto de las perso-nas positivamente concernidas, participantes, lo que por el prin-cipio de la implicación negativa obliga a interesarse en el análisis de los no-participantes, cuya postura es tan activa e implicada como la de los participantes. Sin estos "desertores" cuya defec-ción o la desafectación son altamente significativas en relación a la situación de intervención, la implicación positiva no existiría. Es lo que uno constata, en resumen, en las formas de sociabili-dad que exigen consenso, unanimismo, ausencia de negatividad, de crítica: agrupamientos religiosos o políticos que, con el fin de descartar el peligro del análisis colectivo de la implicación, optan por la sobreimplicación de los miembros, es decir, un compro-miso inanalizable.

El campo de intervención comprende un conjunto inmobi-liario, de mobiliario y de personas cuyas relaciones espacio-tem-porales están regladas por un organigrama y un sociograma im-plícito. Junto a los elementos más visibles y, de este conjunto, otros elementos también incluidos en el conjunto, escapan a la visibilidad del exterior: relaciones jerárquicas y empleo del tiem-po de cada uno pertenecen al campo y permiten recortar en lo imaginario un dentro y fuera de la organización, del estableci-miento, de la asociación, etc. En la situación socioanalítica, un afuera se inscribe arbitrariamente entre el grupo-cliente y la tota-lidad de las personas, espacios y temporalidades constitutivas del funcionamiento cotidiano. Un caso límite es aquel donde las

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fronteras del grupo-cliente coinciden perfectamente con esta to-talidad. Otro caso límite reside en la existencia de un grupo-cliente que se mantiene minoritario en relación a la totalidad de la unidad social considerada.

Figura I

Establecimiento ^ ^

o

El campo de análisis es paradójicamente poco tomado en cuen-ta por las teorías del campo en las ciencias del hombre, por ejem-plo la de Lewin (que toma directamente de la Gestalthéorie) o la de Bourdieu. Para Lewin, experimentalista más próximo que Bourdieu al laboratorio de física, el campo es tan metastable como para la Gestalthéorie-, es un "espacio de fases" y no un simple conjunto bien cerrado sobre sus elementos. Además, la cuestión de la inclu-sión del observador dentro de este espacio de fases se plantea, al menos teóricamente: en su método de investigación-acción, se ha notado a menudo que Lewin permanecía clásico, directivo, apenas "participacionista", porque el equipo de especialistas controla las operaciones de cabo a rabo y se cuida de proponer el análisis colec-tivo del encargo ( c ommande ) —por lo general estatal (encuestas para ministerios) o apoyadas por comandatarios privados (Fondo judío internacional). En fin, la última obertura acerca del "campo

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social" hace del fundador de la dinámica de los grupos, como se ha visto en el primer capítulo, un epistemólogo muy sensible, no so-lamente a la metastabilidad interna del campo, sino a la metastabilidad de las "fronteras de grupo". Se reconocía implícita-mente que los conceptos utilizados por la psicosociología de los pequeños grupos, que permitían analizar su dinámica, son nocio-nes procedentes de la vida social, incluso si el pasaje al laboratorio aporta nociones políticas que refinan la observación microsocial. La experiencia llamada de los "tres climas" pedagógicos es cons-truida sobre un protocolo que podría ser, a nivel macrosocial, el de Montesquieu o de Rousseau.

Los climas autoritario, democrático y laissez-faire son mar-cas para clasificar, sin solución de continuidad entre lo micro y lo macrosocial, no importa qué situación de la vida colectiva. Pero si existe transducción de lo local a lo global, la clasifica-ción da testimonio de un anclaje en la razón clasificatoria, aristotélica: es la propagación de lo uno a lo otro de estos tipos de "climas" políticos, por el juego de sus contradicciones, lo que constituye la verdadera "dinámica" histórica, la de la institucionalización analizada por Max Weber y por sus politólogos contemporáneos tales como Makhísnki, Péguy, Michels (a propósito de la negación del movimiento socialista por los partidos socialdemócratas).

! El campo de análisis —como conjunto no estable y no cerra-do de nociones que sirven para describir el campo de interven-ción y en primer lugar para hacerlo existir recortándolo en lo social— está, pues, en interferencia con lo social. Tal es la versión más general de los campos de interferencia. Esta visión, antes que se la apropie el análisis institucional, estaba implícita en la sociología del conocimiento, la cual ha tenido la tendencia de evacuar lo microsocial, lo que le ha impedido el acceso a la no-ción de interferencia. Pero, epistemólogos tales como David Bloor y Pierre Naville, entre otros, se asomaron sobre la sociología de la

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lógica, mientras que los historiadores de las ciencias ofrecen al-gunas rebanadas de la historia de la razón. Si un campo de inter-vención (o de observación) puede ser arbitrariamente recortado, por ejemplo, como campo profesional, y si este arbitrio puede ser justificado por motivos de accesibilidad o inaccesibilidad al campo, no sucede lo mismo con el campo de análisis, que se construye dentro de una dinámica social y construye simultánea-mente el campo de intervención. Aquí lo arbitrario tiende a re-ducirse, o más bien la tarea del investigador, que lucha contra la indeterminación de la situación de investigación, consiste en in-terrogarse acerca de lo que está en tren de construir. Se verá más abajo que esta postura implica el doblegamiento de la epistemo-logía en la temporalidad misma del acto de investigación.

La interrogación acerca de la construcción del campo de aná-lisis, por ejemplo el de la intervención socioanaiítica, se opera a medida que surgen las implicaciones del campo de análisis dentro del campo de intervención, y recíprocamente. Lo global social tra-baja los conceptos del campo de análisis: encargo ( commande) , demandas, asamblea general, autogestión, perturbación, etc. Y lo local de la intervención es trabajado por los conceptos del campo de análisis, incluso antes que se manifieste el discurso de los intervinientes: aquí el postulado es el del pragmatismo, parcial-mente retomado por la etnometodología, de un conünuum ( y no de un foso entre lo sagrado y profano) entre la actividad mental de cada hijo de vecino. Aquí la transducción, modo primitivo de in-teligencia para Piaget, modo nuevo de la lógica para Lefebvre y modo universa], tanto de la organización del mundo como de la organización del pensamiento, para Simondon, parece ser el con-cepto necesario que se espera, por parte del análisis institucional. Esta espera, como Elisabeth Marx lo ha mostrado en su tesis Implication et connaisance, proviene de la consciencia cada vez más neta de que es más que difícil "injertar" una teoría de la impli-cación sobre la lógica heredada. "Conjuntista-identitaria": la

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aproximación crítica de Castoriadis es paralela a la marcha transductiva en cuanto ella releva dentro del pensamiento conjuntista la ausencia de contradicción, el carácter binario y la creencia en la identidad —noción antidialéctica, si la hubiera—. La teoría matemática de los conjuntos y la teoría psicosociológica de la forma han tenido, ciertamente, avances notables. Pero ellas han, tal vez sin saberlo (los profetas no pueden controlar el trabajo de integración de los "patrones"!), confortado lo que tiene de más conformista dentro de la antropología implícita o explícita del "neoliberalismo" y de lo que Castoriadis ha cruelmente denomina-do su "pop ideología" (ella hace furor, incluso en el seno del análi-sis institucional). La lógica conjuntista gestáltica privilegia la "bue-na forma", en detrimento del análisis de la contradicción. Ella es "positiva" suponiendo la "lealtad" de su adoradores con respecto al orden establecido. Ella se prohibe y ella prohibe tomar las interferencias, por lo tanto, las implicaciones entre los campos.

El lingüista y semiólogo ruso Mijaíl Bajtin descubre, en el curso de sus investigaciones sobre literatura, centradas en el carác-ter "textual" y "dialógico" de todo enunciado, un nuevo modo de interferencia: no solamente en las fronteras del campo, como en Lewin, sino en el interior mismo del campo. Es mejor citar el pasa-je de su estudio sobre "Rabelais y Gogol. Arte del relato y comici-dad popular": "Es importante que este mundo de risa esté cons-tantemente abierto por nuevas interferencias. La noción tradicio-nal, habitual, de un conjunto, en el cual cada elemento no recibe su sentido más que relatado (reunido? nota de R. L.) por este con-junto, debe ser reconsiderada en profundidad. En efecto, cada uno de los elementos es al mismo tiempo el representante de otro conjunto (de la cultura popular, por ejemplo) que de antemano le da su significación" (destacado mío, R. L.). Y Bajtin agrega: "Es así que la entidad del mundo gogoliano se presenta radicalmente como no estando ni cerrada, ni es suficiente para sí misma". Aquellos que como yo han sido marcados para siempre por Las almas muertas,

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que describe el choque frontal del capitalismo con la visión del mundo feudal (Cervantes en el Quijote había descripto el mismo conflicto épico, en el estadio precapitalista), captaron inmediata-mente la importancia, para la lógica, de la tesis de Bajtin sobre los conjuntos. Ni estos últimos, ni las partes o elementos que los com-ponen, pueden reivindicar una identidad de observables, como es todavía el caso de la teoría del campo de Bourdieu. Todos los con-juntos, y no solamente todas sus partes, están en ligazón transductiva, y el recorte (necesario?) de un campo de análisis cual-quiera, incluso no designado como tal, y en la misma huella el recorte de un campo de observación o de intervención, no escapan a las interferencias, a la transducción a partir de un centro —la situación de un observador, del investigador, del interviniente— donde las implicaciones, en modo alguno fijadas y de hecho poco objetivables por los métodos tradicionales, pueden ser muy esque-máticamente representadas en una curva de desfasajes:

Figura 2 Curvatura del concepto de implicación

Desimplic

Pertenenc (identidad

Sobreimplicación

Compromiso (investimiento)

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Los desfasajes en la curvatura del concepto entre pertenen-cias, participación, compromiso, corresponden a las interferencias que trabajan los dos campos, quedando claro que en las zonas de "participación" —tal vez más que en las otras zonas—, el desfasaje es muy fuerte, sobre todo si uno le confiere a este concepto la extensión que le pertenece, por ejemplo en la "ley de participa-ción" de Lucien Lévy-Bruhl o en "el universo implicado" y some-tido al "holomovimiento" de David Bohm.

En cuanto a la línea horizontal discontinua, ella figura en el grafo la frontera bien teórica de lo analizable (por encima de la barra) y lo inanalizable (por debajo). Cortando la curva de Gauss, ella traza los dos límites o términos de la extensión del concepto de implicación: a la izquierda del grado cero de la desimplicación, de la objetividad, de la identidad pura, más pura que la de un cadáver que conoce a pesar de todo el devenir de la descomposi-ción. A la derecha, el grado extremo de la "participación" afectiva que caracteriza la sobreimplicación de la subjetividad.

Desde un punto de vista más dinámico que descriptivo, la curva de Gauss debería ceder su lugar a una curva casi cerrada, como en la "herradura" que Jean Pierre Faye reconstituye a pro-pósito de lo que se denomina habitualmente "el abanico de par-tidos": un abanico completamente desplegado, revelando todo lo que en él estaba implegado ( imp l i é , sinónimo de implicado en David Bohm) se ofrece como un círculo casi cerrado. El lector está pues invitado a tomar en sus dos manos las dos extremidades de mi grosera curva de Gauss con el fin de plegarla en forma de círculo casi cerrado. La débil distancia que subsiste entre las dos extremidades de la herradura es para Faye la zona de "descarga ideológica" donde se confrontan y se confunden los extremos. En el caso de la Figura 2, ésta produce el componente "implicacionista" de los identitarismos ( ident i tar ismes) religio-sos, políticos o... pasionales. El análisis de la implicación es ahí imposible, sea por prohibición, sea por ceguera.

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Este análisis -de la implicación- ¿es posible?, y ¿en qué con-diciones, por encima de la barra antepecho que he, precipitada-mente, trazado? Debemos al socioanálisis habernos planteado con insistencia la cuestión. La evolución en el sentido de una socie-dad neoliberal, en base al desempleo y la exclusión, conduce a muchos de nosotros a separar o a instrumentalizar (otro modo de dejar afuera) el concepto de implicación. Este fenómeno es muy instructivo para el devenir del análisis institucional. Obliga a interrogarse sobre la posibilidad de construir un campo de co-herencia que comprenda a la implicación como concepto cen-tral. Más allá del socioanálisis como modo de intervención en lo social -en vistas, tal vez, de un socioanálisis general- la investiga-ción de la implicación conduce a poner en bandeja la cuestión de la implicación en la investigación.

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5 LA INVESTIGACIÓN EN ANÁLISIS INSTITUCIONAL

¿Investigación en el A.I.? Es un estado de ánimo, una mar-cha en la cual, tanto como la deducción o la inducción, interesa la transducción. Tarde o temprano, todos los investigadores se han rozado con la imaginación socioanalítica y todos han su-cumbido alguna vez en ella. Platón, en El Banquete, cuando opta por un dispositivo de dinámica de grupo y no expresa lo que tiene para decir ni bajo la forma embrutecedora de los así llama-dos "diálogos" socráticos, ni solamente en la confrontación de exposiciones de symposium (esta palabra significa "banquete", gracias, Dimitri, por habérmelo señalado), sino a través de las tensiones de grupo en las cuales Sócrates, simulando como siem-pre estar menos ebrio que los otros, toma plena posición de parte de su ex amante Alcibíades. Como cuando, en lugar de conti-nuar sus construcciones políticas y pedagógicas, Rousseau se pone a copiar música para ganarse la vida (como Spinoza que pulía cristales de lentes) y a escribir sus Confesiones. Hegel, quien, en su correspondencia, pasa de una larga carta a un desconocido estu-diante, que le plantea cuestiones embarazosas, a una carta menos larga a su proveedor de vinos de Burdeos. Comte, quien consagra

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muchas veces por semana gran parte de su precioso tiempo a !a Ópera, y en escribir a Clotilde. Freud, al final de su vida, todavía produciendo algunas obras de circunstancia pero soñando día y noche en su libro "imposible" publicado, no obstante, antes de su muerte, el Moisés.

¿Investigación en el A.I.? Es algo más modesto que esto lo que aquí está en cuestión.

Las dificultades de la investigación en A.I. remiten en parte a sus orígenes y a su novela familiar, modificadas sin cesar por los comentadores-espectadores exteriores, así como por los institucionalistas mismos. Es significativo que sea Roberto Ma-ñero, un mexicano que vino a preparar y defender su tesis en Francia (París VIII, 1986) quien acomete este problema del rela-to mítico, de la novela familiar (La novela institucional del socioanálisis, México, Colofón, 1992).

Nuestra sagrada familia, título de un boletín del seminario de doctorado de A.I. en París VIII, no es un "afuera", como lo fue cuando Marx designaba por medio de esta polémica metáfora a los hegelianos llamados "de derecha", quienes competían dura-mente dentro del mercado cultural. Ella es un "adentro" en inter-ferencia permanente con el "afuera" de la ciudad científica, del mercado de trabajo, del combate político... Red multinacional que se institucionaliza diferencialmente según los países y en el interior mismo de un país, por ejemplo Francia, donde a veces las tendencias y "fracciones" suscitan turbulencias. Se han visto más arriba los extravíos, errancias y errores que presiden la cons-trucción de la imagen de la psicoterapia institucional. Las diver-gencias y malentendidos existen en el seno del A.I. actual, entre tales o cuales "pragmáticos" y tales o cuales que siguen tomando en serio el proyecto político y científico de nuestra corriente, proyecto que de ningún modo es considerado como "pasatista" en otras latitudes. La cacofonía, muy audible en el plano edito-rial (donde una obra puede ser percibida o reivindicada como

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"institucionalista" solamente porque su autor forma parte de esta corriente), es menos sensible, porque es menos pública, en los planos de la investigación y de la enseñanza. Con todo, la caco-fonía existe.

En estas condiciones, ¿se puede enseñar el A.I.? ¿Se puede enseñar la investigación en A.I.? ¿Se puede calificar a una investi-gación como siendo "del A.I"?

Aquí, nos contentaremos con puntualizar algunos de los te-mas que dan existencia a estas preguntas. La mayoría han apare-cido con mayor o menor insistencia en los capítulos precedentes: temas de la colectivización y de la restitución, de la implicación epistemológica (y ética) en la institucionalización, de la lógica transductiva, de la teoría de los campos... Este último tema se abrirá, subsidiariamente, con la pregunta en torno de un progra-ma de investigaciones.

Por su dimensión política (la autogestión) y, paradig-máticamente (centrar el análisis en la institución), la pedagogía grupal que nos gratificó con la revolución psicosociológicaya era para nosotros, tal vez sin saberlo, un campo de implicación de la imaginación socioanalítica. Más allá de una ideología comunicacional que, con instrumentos técnicos mucho menos avanzados que los de hoy, nos influía; más allá de la exaltación del modelo democrático considerado y, de manera utilitaria, como el más eficaz (¡y no más legítimo!), se perfila la idea metagrupalista de un doblamiento de lo global sobre lo local; proyectos demo-cráticos, autogestionarios, dentro del espacio-tiempo del aula. Atenerse a este programa microsocial, referido a lo macrosocial, permitía ciertamente no salir de las fronteras del pedagogismo utópico (utopía de creer que los colectivos infantiles, de adoles-centes, etc., podían realmente practicar lo que las instituciones políticas, dentro de la sociedad global, enuncian y no ponen más que prudentemente en práctica). El pasaje a la utopía política se efectuaba cuando la mayoría de nosotros (desde entonces, el

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número de esos utopistas ha disminuido fuertemente) pensába-mos que el movimiento de abatimiento de lo global sobre lo lo-cal podía y debía, dialécticamente, acompañarse del movimiento inverso, de lo local a lo global. En el léxico guattariano, era la revolución molecular como condición de una revolución molar.

Estas curiosas ideas se inscribían sin demasiadas dificulta-des en el clima de la modernidad triunfante. Era antes de la Crisis... Muchos institucionalistas han sacado de este cambio consecuencias derrotistas. Dejan a lo instituido el cuidado de ocuparse de lo global, de lo macrosocial, lo que epistemológica-mente equivale a un renunciamiento, porque nuestra singulari-dad estaba y está siempre en el proyecto de luchar contra la despolitización de lo local, tomando en cuenta, en el análisis colectivo, de la transversalidad estatal (que no se reduce a los burócratas de la administración). Son raros aquellos que, tal como Jacques Guigou, continúan interrogándose sobre el de-venir, sobre las metamorfosis de la modernidad, en lugar de contentarse con levantar actas del cambio de período. Es, ade-más, sobradamente significativo que la revista que desde hace algunos años anima Guigou lleva por título el mismo sintagma —casi en plural- que la fórmula propuesta hace tiempo por el mismo Guigou para caracterizar la temporalidad de la inter-vención socioanalítica: Temps critique(s).

El socioanálisis como intervención bajo encargo ( c ommande) no hizo más que poner de relieve, de cara a los avatares asociativos y asociacionistas del "clima democrático" caro a Lewin, la necesi-dad de repensar la noción de colectivo y de colectivización. El paradigma asociativo, que fuera de la familia mononuclear tradi-cional domina todas las formas institucionales sin excepción (com-prendidas las que se inscriben morfológicamente en el espacio: la ciudad), ha conocido durante los atroces años neoliberales 1980-1990 una inflación tal que la irresponsabilidad, la desimplicación (rechazo de analizar las implicaciones) han franqueado un peligroso

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umbral para la sobrevivencia de la especie. Entre decenas de miles de otras nuevas asociaciones, la Sociedad de Análisis Ins-titucional ha experimentado la triste constatación de la caída asociativa. El campo libre está abandonado, desde la otra extre-midad de la curva del concepto de implicación (cf. capítulo precedente) hasta el sobreimplicacionismo del carácter religio-so y su rechazo (simétrico del rechazo por desimplicación), a cuestionar lo instituido.

Colectivizar no significa magnificar las "interacciones" más o menos "simbólicas" entre individuos atomizados y orgullosos de serlo, sino, al contrario, cooperar, actuar en conjunto, sobre la base de un paradigma común (comúnmente discutido); en lo concreto de un programa de investigaciones totalmente abierto con la pasión "que revolotea" de Fourier sin por ello privarse de todas las referencias, en el pensamiento de un proyecto que no se disocia, por un lado, de lo científico-profesional o, por el otro, de lo político.

Una actividad de intercambio y de confrontación de los pro-yectos individuales o de subgrupos supone que sea puesto de antemano, permanentemente, la restitución de lo que se hace y de lo que no se hace, lo positivo y lo negativo. Aun cuando, técnicamente (?), la regla de restitución va casi de suyo en la in-tervención socioanalítica y también en la pedagogía socioanalítica, ella tiene mucho más para actualizarse en la investigación. Su urgencia se hace sentir al menos para algunos, sobre todo, en la pedagogía de la investigación, en el acompañamiento de estu-diantes-investigadores por enseñantes-investigadores. Un traba-jo de a dos —o tres— es siempre institucionalmente posible, en la universidad como en la editorial. Es excepcional desde la pers-pectiva de los estudiantes. Lo es mucho menos desde la perspec-tiva de los enseñantes en general, y particularmente para aquellos de la corriente del A.I. o próximos: Ardoino, Boumard, Hess, Gilon, Lapassade, Lourau, Marchat, Savoye, Ville, etc. Nótese

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de paso que el vocabulario usual deforma la realidad permitien-do pegar la etiqueta "colectivo" sobre trabajos que reúnen contri-buciones individuales. De hecho, se trata de publicaciones "plu-rales" que se deberían designar con mayor propiedad como "pu-blicaciones asociadas".

Del mismo modo, un conjunto de personas, sean del mismo status, sean de status diferentes, no constituye automáticamente un colectivo. Esto es así porque la institución lo ha querido o autorizado, y el primer cuidado autorreferencial, narcisista de grupo, es no analizar esta implicación inmediata y mayor. El A.I. comienza desde el momento que, no importa en qué agolpa-miento, alguien exclama "Pero, ¿qué es lo que hacemos aquí?". Cuestión banal, que los investigadores regularmente olvidan plan-tear y más aún de formular públicamente. La idea que este grupo podría estar ahí, con o sin el mandato o el beneplácito de la ins-titución, para ser cooperativo, en el mejor de los casos realza por desgracia la grata locura. Colectivizar nuestra neurosis de inves-tigación, socializar nuestra pasión (cf. Gregorio Kaminsky y su reflexión socioanalítica a partir de Spinoza), he aquí quien es pasatista, como si los constructores de porvenir no hubieran ac-tuado siempre de tal modo, del homo habilis al homo erectus y al homo sapiens. África, cuna de la humanidad, tiene bellas lecciones para ofrecernos. No es por azar si la insistencia sobre el paradigma colectivo emana particularmente de un estudiante-investigador de origen angoleño, Perpetuo de Andrade. Dicho esto, no hagamos multiculturalismo fácil: los africanos, en lugar de colectivizar su capital cultural, también ellos tienen muy a menudo la tendencia a adoptar el individualismo autorreferencial tomado de Occidente y favorecido -con excepción del A.I.— por la enseñanza universita-ria. ¿Pueden ellos autorizarse, en el sentido puesto a luz por Ardoino, en descolonizarnos de nuestro colonialismo?

Colonizadores-colonizados por los deseos imperiales de la institución, nosotros, los enseñantes, ¿tenemos consciencia de

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nuestra complicidad activa o pasiva con lo que en lo instituido parece ir de suyo en materia de restitución por la escritura de los resultados de un trabajo cualquiera? La escritura es la piedra de toque, el interpretante final de nuestras teorías y metodologías; lenguaje sombrío, clerical, santurrón, siempre reverencial ante el ídolo completamente desvencijado del Rigor Científico. Inten-tar describir comprendiendo, eventualmente, con el apoyo del diario de investigación, cómo transcurre la investigación es, no obstante, más riguroso y científico que autojustificarse tirando incienso sobre "los materiales empíricamente utilizados" y sobre "el método hipotético deductivo". Desde el momento en que se llega, incluso modestamente, a colectivizar por poco que sea a la investigación, uno no se atreve más a consumir sin reírse a este bajo latín de sacristía. Un científico verdaderamente serio sabe que restituir una investigación es describir y analizar las condi-ciones de su investigación. Por eso, no hay que contentarse sólo con las herramientas de la deducción y de la inducción, las que tienen el inconveniente de reducir una situación existencial de investigación en una situación cognitiva y virtuosa de investiga-ción. Una otra lógica, una otra racionalidad están puestas a tra-bajar en la información de un acto que nada tiene de "natural" con respecto a las preocupaciones de la vida cotidiana de la masa y del investigador mismo (incluso si los instrumentos cognitivos son idénticos). Las vacilaciones, las contradicciones, los silencios de una exposición oral improvisada acerca del estado de una in-vestigación, lo dicen todo sobre la lógica —de ninguna manera hipotético-deductiva— de nuestras prácticas que se quieren cientí-ficas. Esta lógica, que hace estallar las implicaciones del investi-gador, sea por medio de enunciados intempestivos, sea por silen-cios "cargados de sentido", rehabilita la singularidad del fenóme-no, de la marcha, de la situación. Contra la lógica instituida, clasificatoria, que recorta la singularidad del acto de investiga-ción en rebanadas cognitiva, epistemológica, ética, etc., la lógica

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transductiva intenta tomar en cuenta los encadenamientos de cir-cunstancias, las propagaciones de señales dentro de un desfasaje permanente, a partir de un centro, el que, sin ningún privilegio subjetivista, es la situación (individual o colectiva) de investigación.

Una contradicción muy productiva se introduce con la utili-zación del fuera de texto diarístico dentro de la textualización definitiva de los resultados de una investigación. Por cierto, aún se trata de una yuxtaposición, de un collage, de una suerte de trasposición de procedimientos estéticos en la escritura de las ciencias del hombre. El texto institucional y el fuera de texto institucional se confrontan, se enfrentan, y el efecto de espejo deformante así producido es el comienzo de un tercer término: el futuro hipertexto de las ciencias del hombre, de modo tal que he sugerido la realidad virtual en las aproximaciones posibles entre el texto institucional de algunos investigadores y su fuera de tex-to diarístico (Malinowski, Condominas, Favret-Saada, Leiris, Morin, Ferenczi, etc.).

En el Journal de Recherche (Diario de investigación, N. del T.) aparecido en 1988, he mostrado cómo el análisis de la implica-ción podía ser textualizado por la yuxtaposición "multimedia" de dos tipos de textos. Uno de los dos aportes del fuera de texto es liberar lo expuesto del día a día, del work in progress, de la elaboración lenta, del final expuesto como un todo. El plan de la elaboración, de la creación, de la formación, es claramente dis-tinto del plan de funcionamiento de un texto, este funcionamiento que ha interesado tanto al estructuralismo en su prejuicio antihistórico. Para tomar una comparación cara a Raymond Ruyer, es oportuno distinguir entre la producción de tubos y de canaletas en una fábrica (plan de funcionamiento) y la construc-ción de la fábrica, así como de máquinas-herramientas (plan de formación). Ahora bien, es este plan de elaboración, de la crea-ción, el que se interesa tanto por la ciencia como por la estética. Y... por el análisis institucional.

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El equivalente de la obra de arte o de canaletas es el informe o la memoria de investigación. El equivalente de la creación del objeto estético o de los canales es el análisis tan completo como sea posible de la situación de investigación como un todo (inclu-yendo al investigador). El devenir —lento o rápido (por lo general lento)— de la elaboración no tiene un ritmo distinto que las otras formas existenciales, por ejemplo, el "enamoramiento" estudia-do por el sociólogo Alberoni. De la súbita posesión del flechazo, a la larga e improbable alienación o alteración en el "objeto de amor", todos los ritmos son posibles. La cultura del investigador es una implicación muy fuerte, tanto como la cultura del hom-bre o mujer investigadora en cuanto a los que ellos consideran como una "buena" ligazón amorosa, un "buen" coito, una "bue-na" vida cotidiana compartida. Lo que ante los ojos de algunos puede ser considerado como miseria cultural o miseria sexual puede ser, para otros, realización satisfactoria de la vida como un todo. Es importante tomar en cuenta, en cada caso, la "completud" de la situación, en el sentido de John Dewey y Percy Hughes. Asimismo, Dewey nos puede enseñar a no separar más, durante el trabajo de investigación, un plan que sería puramente opera-cional (durante el proceso y en la exposición), del plan que sería epistemológico —o del plan que sería ético.

La actual ideología cuasidominante en la ciencias del hom-bre está, ella misma, dominada, por los valores de la privatización, de atomización y de reducción de toda operación a las así llama-das unidades de base (que permiten, como en la informática, infinitos juegos de funcionamiento, lo que reactiva placeres psicomotores infantiles). La institución científica se dota de pró-tesis o "antenas" epistemológicas y de comités de ética. Es para desresponsabilizarte mejor, mi niño, como podría responder el lobo disfrazado de abuela a la inocente Caperucita Roja. Es para desimplicarte mejor, individuo individualista; para confortarte en la denegación de tu individuación, en tu denegación de la

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génesis de las formas, de las relaciones de fuerza y otros "fantas-mas" de los que tu psicoanalista se ocupa tanto; y para reforzar tu ideología identitarista, tautológica y, así como diría Lucien Sfez, tautista (tautológica/autística).

Es en otra parte, o más tarde, o al cuidado de otros investiga-dores "especializados" en epistemología o en ética, que serán anali-zadas las implicaciones del acto de investigación. Los historiado-res se esforzarán por reconstituir lo vivido y el contexto de la situación de investigación. ¿Por qué te preocupas? ¿Por qué no tener confianza en el especialista, en el "profesional"?

Sobre todo, ninguna interferencia entre los campos. Recor-tad vuestro campo con el cutter. Sed rigurosos, rigurosamente ausentes de toda implicación en el acto de investigación. Un so-nambulismo de buen tono, tal como aquel que describe Broch a propósito de la Europa de entre las dos guerras mundiales. El sonámbulo olvida sus actos. La anamnesis en diván extrae, del abismo sin fondo de las infancias, los papá-mamás. Pero, ¿quién operará las anamnesis de las relaciones de fuerzas en las cuales tú te inscribes hoy, bajo el paraguas de lo instituido? De tu historia de Francia, de Alemania, de Italia, de México, de Brasil, de Ar-gentina, etc., ¿qué relámpago insostenible de Hiroshima vendrá a iluminar la situación presente, tu situación de investigación y tu situación existencial? Las olas de la historia, ¿no son aquellas que eternamente se estrellan sobre la playa y que intenta, en vano, analizar Monsieur Palomar en el libro de Italo Calvino, con toda clase de abstracciones? Alcanza con arremangarse los pantalones o huir velozmente para no ser mojado.

Es en el acto de investigación —o de cualquier interven-ción— que nuestra implicación en la institucionalización de la ciencia puede ser analizada colectivamente; la restitución de este análisis se hace ya sea in situ, ya sea, en el caso de la escritu-ra, en la resignificación de los acontecimientos, pero in situ de la producción textual.

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Para la mayoría de los investigadores que quieren existir en el mercado de la investigación, la producción textual es el mo-mento de verdad —el momento del conocimiento del conoci-miento, del conocimiento del desconocimiento, del desconoci-miento del desconocimiento (cf. Stéphane Lupasco, retomado por Edgar Morin). Es el momento cuando alguna cosa se institucionaliza sin saberlo en nosotros y por los otros. Las de-licias y venenos de la página en blanco o de la pantalla gris no puede hacernos olvidar completamente que es asunto de un tratamiento colectivo de texto (TCT), que el individualismo del fuera de texto diarístico (HTD), que plantea la singulari-dad de la situación de investigación, ayuda a acceder a un esta-dio incluso modesto del hipertexto, en el sentido que se expo-nen buena parte de las implicaciones que trabajan sin saberlo. La institución (científica) ya no es más este mal objeto que de-nuncia Feyerabend en su "anarquismo" o "dadaísmo", sino lo que, por su identificación con lo instituido, peligra en todo momento con aniquilar la temporalidad que atraviesa nuestro cuerpo y la situación de investigación. El devenir de las formas y de las fuerzas no puede estar fuera de nuestra comprehensión, tal como lo pensaba Hegel. La contradicción sujeto/objeto pro-cura muchas de las angustias epistemológicas. Pero, con Fran-cisco Varela "podemos abordar estaijí cuestión embarazosa des-de un punto de vista diferente, donde participación e interpre-tación, sujeto y objeto, están inseparablemente mezclados". Esta observación optimista de un sistémico de renombre, profeta de la circularidad, es... tangencial a la teoría de la implicación. En referencia a la filosofía medieval hinduista del Madhyamika, Varela no vacila además en referirse a la teoría de los fractales de Benoít Mandelbrot para evocar aquello que, según yo lo veo, es el secreto de la institucionalización: "cualquiera que sea mi punto de partida, se parece a un fractal que refleja justa-mente lo que yo estoy haciendo: describirlo".

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Lo que yo (R. L.) estoy haciendo, respecto de la institucionalización, consiste efectivamente en describir el pro-ceso en el cual está totalmente implicada mi escritura. Pero, si la temporalidad de la institucionalización en devenir puede ser, en el acto de escribir, puestas las manos en la masa, no ocurre lo mismo que en otras prácticas, incluso si, según el efecto Goody —que tam-bién se podría denominar efecto Mallarmé—, cualquier cosa no existe sino para acabar en un libro. Los misterios de la institucionalización son aun más densos que aquellos que algu-nos grandes fotógrafos ven a través de la cámara oscura. Misterio de las delegaciones de poder, de los modos más opuestos de toma de decisión, comprendidos los más experimentales y vanguardistas y "comunitarios" (cf. Murray Bookchin). Señales progresivas, transducción en la insignificancia de la vida cotidiana, íntimos triunfos y derrotas, alegrías, malestares en donde solamente la poesía, en el encuentro amoroso o en la escritura multimedia, pueden dar cuenta. Todo nuestro ser está implicado, y podemos tranquilizarnos especulando en el hecho que el universo entero también lo está (David Bohm). Inútil poner en marcha los gran-des órganos de lo cosmológico: es menester y alcanza con inte-rrogarse acerca de lo que uno está por describir, lo que nos hace actualizar a virtualizando z, o a la inversa. No hay fatalidad de la institucionalización - traición - recuperación - decadencia. La neguentropía existe. La entropía no es la muerte, sino la muerte de la muerte. Todo es cuestión de "punto de vista" —una cuestión de campo, el cual conlleva nuestra vida— y profundidad de cam-po, como en los films de Orson Welles. Acuérdese de los plafonds que la cámara tira rápidamente sobre la figura del espectador, casi tan inquietantes como la locomotora de los hermanos Lumiére entrando en la estación de Séte. Acuérdese de este plan-secuencia al comienzo del Ciudadano Kane, en la barraca de madera donde los comprachicos llegan a quitar un chico de sus padres adoptivos, el futuro milliardaire Kane. Más allá de los

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comprachicos, después más allá de los padres, después más allá del cuarto, con la puerta abierta bajo la nieve que cae, el chico juega con el trineo, el famoso "Rosebud" que un gigantesco travelling de un águila herida de muerte sacará fuera del nido hacia el fin del film, en medio de una inmensa leonera de obje-tos coleccionados o tirados en los desperdicios. La profundi-dad del campo puesto en escena en el espacio, adquiere inme-diatamente una dimensión temporal: dentro del espacio inme-diatamente ganado: el retroceso de la parte trasera de la escena resuena como un adiós a la infancia. El fondo del cuadro, como en las experiencias más banales de la Gestalthéorie, deviene sú-bitamente en la figura central del cuadro. Esta profundidad tem-poral estará acomodada y "signada", al cabo del film, por el travelling que descubre la inscripción "Rosebud". El tiempo ha pasado, el tiempo de una vida de hombre, de una realización-destrucción del sueño infantil. En lo sucesivo, el sueño de la vida color de rosa yace sobre el nivel del interminable depósito de sueños. Por sus hallazgos de los techos, de los pisos y de la profundidad espacio-temporal del campo, Orson Welles nos invita a reflexionar acerca del fuera de sí, acerca de lo obviado en la noción de campo en la ciencias del hombre. Sumergido, contra-sumergido, zoom delante o detrás o cámara inmóvil que penetra el plano secuencial: la cámara oscura, antes de presidir los misterios del montaje en laboratorio, ya está presente en la construcción de las situaciones. L'Obs. (el observador en el sen-tido dinámico del término), según Jacques Ravatin, lanza un campo de coherencia y se tira adentro. La filmología de Orson Welles es la metáfora.

Cuando los fieldworks se hacen únicamente como "estudios al aire libre" (Malinowski), el cielo puro de los trópicos, o el bajo techo de las nubes en la estación de las lluvias, plafonan la pro-fundidad de campo de la etnología de lo exótico. Mucho antes que los arrepentimientos de los etnólogos de casco colonial,

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Segalen, con su teoría del "éxodo", había despeinado los paradig-mas de la antropología erudita. El observador, etnólogo o soció-logo, se viste gustosamente con traje sastre (si se permite esta suavidad) sobre el suelo barrido alrededor de las chozas o, en nuestros días, sobre el asfalto de los "metros cuadrados sociales" hundidos en los altos acantilados, que no son de mármol, de los grandes conjuntos urbanos. "Participa", efectúa la "observación participante". La restitución a los "indígenas", aun cuando exista tímidamente, desdeña las condiciones sociales de producción del TCT. Reserva su HTD para las conversaciones distendidas, en la oficina, en los pasillos, en el bar, en las noches entre amigos.

Otra es la postura del observador desde el interior, público o privado. Si ha tenido, como es la mayoría de los casos, una buena educación burguesa, sabe a qué atenerse, dejar fuera de campo —o fuera de la muestra marco— los espacios reservados al poder, al dinero y al sexo. Aceptado en un establecimiento —escuela, hospi-tal, taller (atelier), etc.— enarbola una vaga sonrisa idiota de turista a quien un guía trata de explicar las fechas de los vitrales de la iglesia de Monfort-Lamaury. Está tolerado, no está en casa como en las ágoras exóticas o sórdidas de los "estudios al aire libre". La última idea que le vendrá, salvo si es socioanalista, es la de produ-cir la menor perturbación. Conducirse bien en la situación, dene-gar lo que ella implica de pánico (incluso si el pánico es consustan-cial a la situación de investigación, como lo subraya John Dewey), tales son las reglas epistemológicas y éticas del buen observador. Si es preciso, porque para ganarse la vida uno se entrega a los son-deos, a los "cualis" (estudios cualitativos en base a entrevistas o cuestionarios), se podrá disimular la identidad, lo que ya constitu-ye una violación de domicilio. Encuestando sobre el presupuesto de las familias obreras (y campesinas), Frédéric Le Play se plantea algunas cuestiones sobre este asunto. El objetivo trascendente —el bien de la ciencia y el bien del pueblo— excusaba de antemano los interrogatorios y registros del tipo policía (///c)-asisten te social.

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Ante el espíritu del observador-entrevistador, no acontece que la construcción de su campo de investigación ocasione la denegación del campo existencial e intelectual de las personas observadas. No es por coquetería que el socioanálisis insista tan-to sobre el análisis del encargo y las demandas, análisis sin el cual la intervención del investigador no es más que un ejercicio de dominación so pretexto de objetivación. Es verdad que la famosa "distanciación" es mucho más cómoda cuando el objeto pertene-ce a una clase o a una cultura "inferiores". ¿Podríamos imaginar-nos a Le Play dedicándose a sus indagaciones en los medios de la alta o incluso media burguesía? La respuesta a esta pregunta me-rece las teorizaciones sobre la epistemología —y la ética— de las ciencias del hombre.

Estas consideraciones, triviales desde hace mucho, tienen que ver con la teoría del campo {field theorie, la palabra field, como la palabra campo en español, poseen la polisemia de "terreno" y de "campo" teórico). A partir de lo que ha sido sugerido en diversos pasajes de este texto, las nociones de implicación, de interferen-cia y de transducción emiten tal vez algunos resplandores sobre lo que pasa en la cámara oscura de la investigación.

Si la evolución de la humanidad conduce inexorablemente a la mundialización del mercado, el momento del destino ha sona-do. Las exigencias del mercado mundial son mucho más drásti-cas que las de una teoría, tan exigente como sea —por ejemplo, el análisis institucional. La que hasta una época reciente podía es-perar "competir" con el reino de la competencia—el "marxismo", el "comunismo", está enterrada en vida con mil chinos, a los cuales se pueden añadir algunos millones de coreanos y de cuba-nos, etc. En noviembre de 1991, el partido comunista de la URSS ha sido disuelto. "Mafia" ha reemplazado a "Partido" en los titu-lares de los periódicos. Ni un solo suplemento ha sido consagra-do a la lucha contra el virus del nacionalismo, mucho más rema-nente que el del cólera, mucho más pandémico que el del Sida.

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Toda epistemología, toda ética en las ciencias de la materia, de la vida, del hombre, están en lo sucesivo cubiertas por el paraguas del comercio mundial a modo de "gran relatonovela" o de "ideo-logía". En fin, es verdaderamente la ideología dominante, hegemónica —la del mercado, del "tráfico" como decía Marx en La cuestión judía— la que se impone en el laboratorio como en el terreno o de cara a las nuevas escribanías electrónicas. Los paradigmas o los proyectos políticos, los programas de investiga-ción o de acción por esto, contra aquello, están indexados al mis-mo Referente, al mismo Interpretante último: la democracia no es el fin a alcanzar, la libertad no es más una causa vital; éstas son condiciones de instalación y mantenimiento de una libre circu-lación del capital, de la mercancía. Dejando parlotear, indignar-se, conmover a las instituciones internacionales de fachada, el Banco Mundial y el FMI, a algunos cientos de metros de la Casa Blanca, construyen y controlan el nuevo orden internacional. Las ensoñaciones más utópicas que conciernen a la edificación de Europa se ajustan forzosamente a los requisitos del FMI y de la Banca Mundial. La pesadilla atómica no es más que un tema usado por un pacifista quejoso. Se ocupan de vigilar el tráfico de plutonio, de tecnologías, de misiles vendidos en subasta. Asunto de buena gestión de miembros asociados. Así como las ciudades de Hiroshima y Nagasaki han sido deslocalizadas, virtualizadas en algunos segundos, en agosto de 1945, la globalización asegura la deslocalización de las responsabilidades ciudadanas. La impli-cación: un campo de ruinas irradiadas; un universo virtual para el juego de roles, recomendado en el primer año de los estudios doctorales, o de pasantía para cuadros desocupados.

Aislamiento no es soledad: cómo no tener consciencia de nuestro aislamiento sahariano dentro del mundo del conocimien-to, y, al mismo tiempo, cómo denegar lo que a través de algunos humanos, en el mundo de la vida, trabaja la humanidad. La hu-manidad "como un solo hombre", aquella que muy oportunamente

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Augusto Comte, en su locura (?), atribuía a la sociología como único campo de análisis. Como un solo hombre, un hombre solo, o aislado, no es solitario desde el momento en que sus exigencias intelectuales se corresponden con los obstáculos prácticos de su sobrevivencia. Cuestión de medida, de punto de ebullición, de transformación de cantidad en calidad.

Un típico fantasma del universo del mercado consiste en de-plorar muy tristemente la inadecuación del análisis institucional respecto de los apremios de la vida profesional. Es necesario tener que ver con... Sin embargo, la contradicción no es un accidente en la génesis teórica y la génesis social del A.I. Está en el corazón del paradigma. Ella anima el proyecto. Ella no puede animar más que características del programa de investigación, si la noción de pro-grama es todavía utilizable.

La relación afectiva existe, en la especie humana, en la es-pecie animal, y, probablemente bajo formas no observables por el psicoanálisis o la psicología experimental, en el reino vegetal, en el reino mineral. Ese confín de montaña que usted ama tan-to, ¿qué le hacer creer que no le da nada? La nostalgia del ser, el fado de los portugueses, la saudade de los portugueses y brasile-ños, este lamento y tal vez esta vergüenza ante un provenir del que somos responsables, esta inquietud por amar o no amar, esto existe. "Viva el amor" jamás será falsificado por "muerte al amor", incluso si esto incomoda a Popper. La sensación, la ac-ción transitiva, alterada por el altruismo, he aquí el programa de la humanidad. La implicación en la institucionalización no es más que una hábil fórmula para investigadores, para intelec-tuales, para aquellos que tendrán la ocasión de sentir las ondas de forma de este texto. Alrededor de la transducción y de la implicación, alrededor de la implicación y del "método" (qué largo es el camino... el camino es largo...), yo sugiero algunas pistas en los siguientes capítulos, pero esto no es lo más im-portante. Vuestro programa de investigaciones consiste en

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comprender la contradicción que los instituye, el fading que los singulariza.

Lejos de constituir únicamente un obstáculo en la comuni-cación, el fading también es el mensaje —el mensaje de la interfe-rencia de los campos y de la nostalgia ante el improbable pero siempre posible campo unificado—. Fadingy fado. Cualquiera que sea la profundidad del campo, el alcance de sus pisos y de sus techos, uno siempre está alejado de la pura música de las esferas. Interferencias: en 1864 nace la primera Internacional, en parte gracias a la exposición universal que hace viajar hacia Londres a obreros franceses (como pago, el derecho de huelga es por fin reconocido). Por el mismo año, James Clerk Maxwell, físico es-cocés, inventa el campo electromagnético. Con él, con Boltzmann, Lorentz y Hertz, se efectúa la localización de las ondas, hasta allí deslocalizadas en lo global de la imaginación poética. La energía de las ondas de forma internacionalista hoy parece bastante ago-tada. En cambio, las del capital, de la mercancía (cuyo "efecto de forma" fue descubierta para la misma época en los primeros ca-pítulos del Capital) son todavía más poderosas que éstas, herztianas, que transportan a distancia, sin soporte intermedia-rio, mágicamente —como hubiera dicho Leibniz pensando en la atracción universal—, los mensajes multimedias.

Los surrealistas, prontos a conmemorar, en honor a Charcot, el cincuentenario de la histeria, hubieran podido tener un pensa-miento para Maxwell. Es cierto que durante su fase dadaísta, en 1919, Bretón y Soupault habían producido en común la experi-mentación escritural de la velocidad de la propagación de las ondas, por la escritura automática, con Los campos magnéticos {Les champs magnétiques).

El lector, legítimamente sediento por el título ( c i é des champs), ya utilizado por André Bretón para una colección de textos, de estos varios capítulos, está pronto a refunfuñar: "Y ahora, la clave, ¿nos será entregada?". Impaciencia fuertemente

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comprensible. La respuesta ha sido varias veces sugerida. En el capítulo IV, Bajtin nos puso la mosca detrás de la oreja: en su conjunto, "cada uno de los elementos es al mismo tiempo el re-presentante de otro conjunto que le da ante todo su significa-ción". La libertad de movimientos (La cié des champs) es que no se puede muy propiamente hablar de campo delimitable. El terri-torio deviene red. Las marcas huyen como vuelo de gorrión. No hay más que interferencias en los campos; campos de interferencias. Incluso si la lógica instituida es hasta nueva orden indispensable para la sobrevivencia, sabemos que el universo en-tero —incluidos nosotros— está implicado. Relacionar, contextualizar y globalizar (E. Morin) son operaciones urgen-tes. Buscar, acoger la interferencia. Pronto. Jamás subestimar la variable V. "Es necesario ir más rápido que esta parte de usted mismo que no escribe, que siempre está en la altitud del pensa-miento, siempre ante la amenaza de desvanecerse [...], que no descenderá jamás al nivel de la escritura, que rechaza las moles-tias" (Marguerite Duras, La vida material (La vie materielle),

POL, 1987, p. 31). Tome libertad de movimientos y échela tras suyo. Si quiere

evitar el estúpido accidente que sobrevino a la mujer de Lot, no retorne. El hombre que acaba de escribir este texto ya no existe más. La mujer, el hombre que acaban de terminar la lectura de este texto no existen más, ni tampoco existieron. Olvídeme.

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SEQUNCIA PARTE

CONTRATRANSFERENCIA O IMPLICACIÓN: EL APORTE DE LACAN

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la cuestión de la institución

El psicoanálisis francés, incluidas todas las obediencias, com-prendido aquel que se interesa por la institución (Castoriadis, Enriquez, etc.), raramente enuncia sus interferencias con el aná-lisis institucional. Hay como una violencia de partida en la teoría con respecto a la institución, y veremos hasta qué punto la expe-rimentó Lacan.

El problema es dejado de lado, no como en otros lugares, a menudo planteado, tal el caso de las corrientes latinoamericanas del análisis institucional ligadas a la escuela de Melanie Klein y a la de Pichón Rivière, donde existen relaciones entre contratransferencia e implicación.

Una de las razones de este apartamiento es el siguiente: a con-tinuación de una herencia lexical legada por la iglesia romana al trabajo social, a la psiquiatría y a la educación, el concepto de ins-titución es volcado sobre asociaciones, grupos, colectivos, estable-cimientos, lo que autoriza a la extensión por fuera de la clínica dual de las nociones de transferencia y de contratransferencia y explica (sin justificarla) la separación de la implicación como con-junto de relaciones, dentro de lo real, con la institucionalización, el devenir de las fuerzas y de las formas sociales.

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Sin embargo, la corriente de la psicoterapia institucional, ampliamente responsable durante decenios de este mal uso, ha reaccionado por boca de Tosquelles, Oury, etc. Progresivamente, la crítica de este hábito epistemológico efectuada por la corriente del análisis institucional gana a los psiquiatras, psicoanalistas y educadores que trabajan en establecimientos o en asociaciones locales. Deviene cada vez más claro que la institución no puede ser sino analizada sólo a partir del soporte de las formas singula-res, inscriptas en la morfología social, en el urbanismo y en el derecho, y ella no se confunde con estas formas singulares. La institución está presente/ausente en lo local, pero no está ence-rrada dentro de las fronteras de lo local, por ejemplo, dentro del espacio-tiempo de un establecimiento. Sus límites, tanto de lo instituido como de lo instituyente, huyen. En tanto que ella no existe más que por el operador supremo de institucionalización que es el Estado (comprendidas las formas del derecho privado), jamás es visible, ya-ahí, delimitable, identificable tal como sería un conjunto matemático. El análisis institucional consiste, si es posi-ble en situación (con el conjunto de personas implicadas: entonces se habla de socioanálisis), en investigar las marcas, en lo colectivo y en la base material concernida, de la transversalidad estatal. Esta transversalidad bien real opera masivamente por lo imaginario y lo simbólico. Es lo que he denominado el Estado-Inconsciente}

Al mismo tiempo, en la perspectiva así esbozada, la contri-bución de Jacques Lacan al trabajo teórico sobre la transferencia y la contratransferencia es, simultáneamente —involuntariamente— un aporte muy original para la teoría de la implicación.

1. René Lourau, El Estado-inconsciente, París, Minuit, 1978 (ha y trad. española:

El Estado y el inconsciente, Barcelona, Kairós, 1979. N. del T.).

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2 la situación anal ít ica

En su seminario sobre la transferencia, de 1960-1961, Lacan2

se apoya detenidamente en El Banquete de Platón. Constata, efec-tivamente, que el psicoanálisis no tiene casi nada que decir sobre el amor, de ahí procede la necesidad de tomar muchos antece-dentes de los discursos de los antiguos participantes de ese syrnposium de erotología. Enriqueciendo su teoría del objeto a y de A (el ggan Otro), afirma con contundencia la ausencia de si-metría constitutiva de la situación analítica, según él "la situa-ción más falsa" que pueda haber.

La disimetría se sostiene en el hecho que, si el analizado está allí para manifestar su transferencia con el analista, este último

2. Jacquq; Lacan, Le Seminaire, libro VIII, París, Seuil, 1991. Texto establecido

por Jacques-Alain Miller. Otra versión había sido publicada por el boletín

Stécriture, esta versión "no oficial", perseguida en la Justicia por Jacques-Alain

Miller, presenta variantes, lagunas sin llenar, plagadas de dificultades de

transcripción no resueltas. Un estudio más "textual", referido a los gajes del

"tratamiento de texto" a partir de la palabra de Lacan, exigiría una confrontación

sistemática - a la que no me dediqué- de las dos versiones (hay versión española:

El Seminario, Libro 8, Buenos Aires/Barcelona, Paidós, N. delT.).

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tiene por tarea la de trabajar sobre esta transferencia. Lacan re-chaza que tal trabajo se apoye en un diálogo entre transferencia y contratransferencia.

El psicoanálisis no es el tratamiento de la transferencia por medio de la operación técnica de la contratransferencia. Es un acto que toma en consideración todas las implicaciones de la situación analítica. Y, en primer lugar, la implicación existencial del analista en situación. Tal es la tesis lacaniana.

En cierto modo, analista y analizado están embarcados en el mismo barco, dentro de una misma (falsa) situación. Todo su ser está tomado —para ambos—, su deseo está afectado por ese encuentro en falso. Una suerte de simetría, de equivalencia, de-bidas al carácter existencial de la situación, ¿no contradicen la disimetría básica?

Lacan, a su manera, subraya la contradicción recordando las dos concepciones más generalizadas de la relación entre transfe-rencia y contratransferencia. Por un lado, "muy tempranamente, desde el comienzo de la elaboración de la noción de transferen-cia, todo aquello que en el analista representa su inconsciente en tanto que, diremos, no analizado, ha sido considerado como nocivo para su función y su operación de analista" (XIII, p. 216). Esta concepción, puesta además en relación con la idea de purificación, de catarsis, implica la importancia otorgada al análisis didáctico, a la formación de futuros psicoanalistas. Es sabido que las rupturas de Lacan con la institución (asociacio-nes psicoanalíticas nacionales reconocidas por la asociación in-ternacional) están efectuadas sobre este terreno ultrasensible de la formación.

Por otro lado, indica Lacan, "a propósito de esto, no se pue-de dejar de vincular que es en la comunicación de los inconscien-tes que, a fin de cuentas, sería necesario fiarse para que se produz-can lo mejor posible en el analista las apercepciones decisivas" (XIII, p. 217). Esta tesis, que Freud enuncia en su correspondencia con

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Ferenczi y que éste ha llevado muy lejos con su dispositivo de análisis mutuo (mutuel le) , no es directamente discutida por Lacan. Aunque él, brevemente, hace alusión a Ferenczi, prefiere exami-nar un texto anglosajón, de Money-Kyrle, que describe una des-viación de la contratransferencia. La desviación consiste en comu-nicar al paciente un estado afectivo idéntico al que había expre-sado este último. Además de la escuela húngara (Ferenczi, Balint, Devereux), algunos de los primeros analistas franceses, entre ellos René Allendy, usaban tal técnica (el Diario de Anái's Nin es muy rico en información a propósito de su analista Allendy). Para Lacan, en la descripción de Money-Kyrle no se trata de desvia-ción de la contratransferencia ni de contratransferencia: "No se trata allí más que de un efecto irreductible de la situación de transferencia, simplemente por ella misma" (XIII, p. 229).

Lacan especifica: "Por el solo hecho de haber transferencia, estamos implicados en la posición de aquel que contiene el agalma (el equivalente en Platón del objeto parcial, nota de R. L.), el objeto fundamental del que se trata en el análisis del sujeto, como ligaSo, condicionado por esta relación de vacilación del sujeto que caracterizamos como constituyendo el fantasma fundamen-tal, como instaurando el lugar donde el sujeto puede establecerse como deseo".

Se nota la insistencia con la cual Lacan se emplea, en cuanto al deseo, en destruir la idea aparentemente primera de una disi-metría entre analista y analizado: "Es, en efecto, legítimo para la transferencia. No hay necesidad de hacer intervenir por ello a la contratransferencia, como si se tratara de algo que fuera la parte misma, y, mucho más aún, la parte falible del analista".

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¿contra-transferencia "falible"? / /

El analista falible a causa de soporte de fantasma, ¿culpable de estar en posición de ser amado? Lacan, quien se niega a fundar una contratransferencia sobre la idea de culpabilidad, ve bien que los analistas están implicados en esta posición: implicación existencial, material, involvement, como diría John Dewey.3 Sin examinar la otra tesis, freudo-ferencziana, de la comunicación de inconsciente a inconsciente, tampoco impulsa el análisis de la implicación libidinal hacia el análisis de las implicaciones institucional e ideo-lógica. No llega más que a preguntarse si "estos efectos tan singu-larmente espantosos" de la transferencia (XIII, p. 230) no tienen alguna relación con la imagen médica o medicalizada del analista, portador de todo un imaginario de la institución de salud (de sa-lud mental). En 1960-1961, él se dirige gustoso en tanto médico (más que como maestro, analista, histérico) a un auditorio que

3. John Dewey, Logic: the Theory oflnquiry, 1938, New York; traducción francesa

de G. Deledalle, Logique: la theorie de la enquête, París, PUF, 1967 y 1993.

(Hay versión española. N. del T.). También, me permito remitir al capítulo II

de mi libro Actes Manques de la recherche, París, PUF, 1994 (existen traducciones

universitarias en mimeo. N. del T.).

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parece estar mayoritariamente compuesto por médicos. A dos o tres años de la ruptura que lo verá constituir su propia escuela, aún trata con guantes blancos a la institución médica. La aceptación de la posición del objeto a, del objeto de amor, plantea un problema para quien ha pronunciado el juramento de Hipócrates, uno de cuyos artículos proscribe el amor entre el médico y el enfermo. Aquí, las implicaciones institucionales interfieren con las implicaciones libidinales y con aquellas, las ideológicas, que cons-truyen la idea que cualquier hijo de vecino se hace de la medicina.

La extraordinaria confesión pública de Alcibíades, en El Banquete, confirma la idea según la cual las implicaciones libidinales (la transferencia) son un dato "objetivo, estructural" (XIII, p. 230). Alcibíades era considerado digno de amor (pla-tónico) por Sócrates. Hace, bajo el imperio de la embriaguez, su declaración a Sócrates y recordando sus avances no platóni-cos, no seguidos de efecto, toma el lugar del amante. El éróménos (el amado) deviene en érastis (el amante o acariciador). Sócrates no es Hipócrates. Aunque hay un médico dentro de los asisten-tes, Erixímaco: pero, si es hábil en curar el hipo de Aristófanes, su discurso es tan débil que Lacan sospecha en Platón una paro-dia con final cómico (Platón jugando al Molière atacando al médico). ¿Cómo es que Sócrates va a resolver el problema "sin-gularmente espantoso" planteado por los desbordes del bello Alcibíades? Refiriéndose a la institución: ni la institución médi-ca, ni la institución por venir del psicoanálisis sino, muy sim-plemente, lo instituido del banquete (en latín, traducido del griego: symposium) en honor del vencedor del concurso de tra-gedia, Agatón. Éste es, en efecto, el cuadro, el dispositivo, el setting. Desviando las pulsiones desencadenadas de Alcibíades sobre aquel quien es actualmente su amado, su éróménos (Agatón), Sócrates se ubica complementariamente sobre el pla-no de los juegos del deseo y sobre el plano institucional.

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4 fin de banquete

Aunque lo institucional pueda aparecer como secundario en vistas de esta sinfonía desconcertante de exposiciones sobre el amor, está sin embargo suficientemente indicado para no ser re-ducido a la banalidad de una convención literaria. El joven poeta Agatón acaba de llevarse el primer premio de tragedia con su primera obra. Según la tradición, ofrece un banquete. Este últi-mo ha comenzado en la víspera. La finalidad, esperada por los comensales —salvo Sócrates—, era la de emborracharse. Ai día si-guiente se siente la resaca. Por lo tanto, se ha decidido colectiva-mente no beber más que según el placer de cada uno y no en vistas de embriagarse nuevamente. Esto sin contar a algunos in-dividuos, quienes no se han desembriagado o que, entretanto, se reemBriagaron. Tal es el caso de Alcibíades. Tal es el caso de una banda de juerguistas que, de manera teatral, va a interrumpir bastante brutalmente el intercambio de discursos, en el momen-to preciso en que Sócrates iba a comenzar el elogio de Agatón —y del cual nosotros nada sabremos!

El fin de la sesión tiene lugar en medio de un bullicio o, más bien, de un desorden (comen y beben sentados o semiestirados so-bre las camas que, oportunamente, también sirven para dormitar o

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para dormir entre dos libaciones; tal vez también para "ligar" con los bellos jóvenes). Alcibíades es conminado a cambiar de lugar. Sócrates y Agatón son los dos otros compañeros (partenaires) de este agitado psicodrama. Como ocurre con la dimensión institucional, la dimensión psicodramática o grupal tampoco es valorizada por Lacan. Sócrates está en dificultades. Tal vez empáticamente, Lacan no ha querido demorarse con esta escena dramática que presenta menos a un filósofo extralúcido y suavemente arrogante que a un homosexual des-amparado, arreglando penosamente sus cuentas con dos pre-tendientes a la salida de un bar.

Primer plano sobre la escena en forma burlesca de amor envinado: por su intrusión inesperada (?), Alcibíades ha embaru-llado el dispositivo instalado por Erixímaco (este médico habría debido seguir un cursillo de dinámica de grupos!). Compitiendo con él a propósito de Agatón, Sócrates se libera de este último con un corte apremiante: "arréglate, le desliza, para no sufrir que nos desunan". El huésped y amado abunda en el sentido de la victimización con el auxilio de una sostenida observación sobre las posiciones espaciales de los invitados. Acusa a Alcibíades de haber tomado su lugar al lado de Sócrates, mientras que Erixímaco, un poco superado por los acontecimientos, creía es-tar haciéndolo. Sócrates, febril, ruega a Agatón venir a sentarse a su lado. ¿Todo conduce hacia una pelea? Alcibíades se deja llevar por sus lamentaciones de borracho y negocia: "por lo menos... deja a Agatón sentarse entre nosotros dos". "Imposible" replica Sócrates, repentinamente muy poco no-directivo, invocando bas-tante confusamente la regla de la sesión psicodramática, adap-tándola (para él) por la urgencia (para él) de la situación. Preten-de que, si Agatón no está ubicado a su derecha, no podrá hacer su elogio. El interesado, una vez más, vuela en socorro del filósofo acorralado. En un estilo muy de "loca", exclama: "¡quiero ab-solutamente cambiar (de lugar) para ser alabado por Sócrates!".

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A Alcibíades, no le resta más que denunciar suavemente la mani-pulación del verdadero psicosociólogo y psicodramatista de la se-sión: "Siempre es así... cuando Sócrates está aquí, es imposible para cualquiera acercarse a los bellos muchachos..."

¿Galanteo entre hombres o exposición clínica de esta "enfer-medad de amor", a propósito de un libro de Marguerite Duras que comenta Maurice Blanchot (refiriéndose de vez en cuando a Platón y a Lacan), indexada a la forma tan angustiante que denomina "la comunidad inconfesable"?4 ¿Los juegos de la transferencia están tan alejados de la escena de vodevil descripta por Platón? Inconfe-sable, el trío Alcibíades/Agatón/Sócrates: este último parece haber olvidado la magnífica prosopopeya de Diótima, con la que nos ha obsequiado antes de la llegada de su bello amante. En efecto, es por boca de Diótima, sacerdotisa pitagórica u órfica, por la que nos revela (al igual que en el Fedro) su teoría del amor y, para esa misma ocasión, su teoría de la iniciación en tres grados: purifica-ción, iniciación preliminar, contemplación. En este fin de ban-quete, en las primeras horas de la mañana, Sócrates, antes coloca-do en una postura de alumno de cara a un maestro que es una mujer, peligra con no ser admitido al primer grado.

Felizmente para él, el pequeño golpe teatral que sobreviene (intrusión de "toda una banda de bebedores", quienes controlan la situación y querrían obligar a los comensales a embriagarse aún más) produce la dispersión. Algunos se van. Otros se duer-men (las camas-asientos...). Solamente resisten o simulan hacer-lo, alrededor del irrompible Sócrates, los dos poetas: el trágico Agatón, el cómico Aristófanes. Fin de partida... El clima es con-movedor como el de una obra de Samuel Beckett. Vagando para no hacerse cargo de la situación, el filósofo reemprende con sus

4. Maurice Blanchot, La communauté inavouable, París, Minuit, 1983 (hay edición en español. N. del T.).

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dos oyentes agobiados de sueño un "diálogo" sobre la tragedia y la comedia. El primero, Aristófanes "se desmorona". Después, aun cuando ya es pleno día, es el turno de Agatón, el éroménos. "Sócrates, apunta con humor Platón, habiéndolos así adormeci-do, se levanta y se va". Nada se dice sobre cómo quedó Alcibíades, desvanecido en escena, deslocalizado, transferido a otro espacio-tiempo, tal como la sagrada mujer prostituta en La maladie de l'amour {La enfermedad del amor. N. del T.).

En el curso de los últimos momentos cuasioníricos en los que se ve a Aristófanes y Agatón luchar, por cortesía, contra el sueño, Sócrates (es decir, Platón) no elige por azar el tema del "diálogo" patético con sus dos víctimas agotadas por el inter-minable banquete. En una bruma que también invade a Aristodemo, testigo mudo y reportero de la velada, se cree com-prender que, según Sócrates, "pertenece al mismo hombre sa-ber tratar la comedia y la tragedia y que, cuando se es poeta trágico por arte, también se es poeta cómico". ¿Guardia dirigi-da hacia el muy querido Agatón, quien acaba de obtener el pre-mio de tragedia? El laureado, sobreprotegido por su amante, no es sin duda más que un pretexto. La hipótesis de un rito de purificación (el primer grado de la iniciación según la sacerdo-tisa Diótima) puede adelantarse: herido por la denuncia for-mulada con tal violencia por Alcibíades —tú no sabes amar, tú aparentas, en realidad tú sólo deseas ser amado por todos los bellos jóvenes— Sócrates experimenta la necesidad de desdramatizar y de tranquilizarse a sí mismo. ¿El drama se ha rozado con la tragedia? ¡Vamos!, mejor es reírse.

Esta hipótesis no desmiente la versión lacaniana, según la cual se encuentran rasgos cómicos en El Banquete. Teniendo a mano al poeta cómico —Aristófanes— y al poeta trágico —Agatón—, Sócrates se aprovecha para jugar él sólo a ser juez del concurso teatral. Lo cómico es reenviado a lo trágico, lo trágico es reenviado a lo cómico. Ya es Shakespeare y Calderón. Cansado de jugar el juego

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ÜBERTAD DE MOVÍMÍENTOS

de la relación de objeto (ocnófilo), Sócrates se escapa con Balint5

hacia los espacios libres (philobates). La ocnofilia, podría haberlo dicho Ionesco, conduce a lo peor —allí donde uno no quiere ir-. La transferencia, está bien, sobre todo con la carne fresca de los jóvenes, pero viva las máquinas deseantes! Tragi-cómicas, ¿o bien las máquinas no son trágicas ni cómicas? Deleuze y Guattari no han sido verdaderamente tajantes. Entretanto —y esta forma de demorarse sobre los últimos gestos, como en ralenti, del hom-bre herido, está llena de emoción—, Sócrates va a hacer su jogging habitual al gimnasio (este Liceo que será subalquilado por el meteco Aristóteles para instalar su propia escuela debido a que el nepotismo lo ha descartado de la sucesión de Platón en la Academia). Realiza algunas brazadas o bien hace la plancha y luego pasa el resto de su jornada "en sus ocupaciones ordina-rias" que el lector es invitado a imaginar. Después de lo cual decide, finalmente, volver a su casa para descansar de sus no-ches blancas y felinas ( f a u v e s ) .

5. Michael Balint, Thrills and Regressions, Londres, 1959. Traducción francesa,

Les voies de la régression, París, Payot, 1972 (hay versión española. N. del T.).

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r verdaderamente / implicado

¿Qué ocupaciones son "habituales" para un hombre tan poco habitual? ¿Observar el mundo con el fin de alimentar su frecuente técnica de hostigamiento pedagógico —interrogatorios dogmáticos abusivamente vestidos de la apelación mayéutica sin que sea precisa-do el modo de alumbramiento y el nivel de dolor soportable?

Seguramente no. ¿Meditar sobre Eros y los otros dioses? No. En el Fedro, otro libro platónico sobre el amor, él nos confía con toda simplicidad su método: "En cuanto a mí, yo para nada he hecho estas investigaciones, y la razón, mi amigo, es que todavía no he podido conocerme a mí mismo, tal como lo demanda la inscripción de Delfos, y me parece ridículo que, ignorándome, yo intente conocer cosas tan extrañas"; "...en lugar de examinar estos fenómenos, yo me examino a mí mismo".

Con el fin de no olvidar el carácter nebuloso, inestable, de la teoría del amor, aquí se ha querido marcar la importancia de la atmósfera glauca, en el límite de lo trágico, que baña la última parte de El Banquete. Muchas de las fórmulas alusivas de Lacan muestran que él percibe, aun cuando no la valorice, esta atmósfe-ra. Objeto de transferencia, él mismo incapaz de amar, según la terrible acusación de Alcibíades llevado por el despecho amoroso,

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Sócrates podría hacer la economía de toda catarsis bajo la condi-ción de que la realidad sea completamente otra: él ama a Agatón (quien ya tiene un amante, Pausanias); él ha amado furiosamente a Alcibíades, como testimonio de la magnífica obertura del Alcibíades mayor, obra de juventud de Platón. Felizmente, él sabe, tal vez con el fin de imponer su ley tal como lo afirma Alcibíades, ventilar las transferencias, porque Eros es hijo de Pobreza; el amor mendicante está hecho para mantenerse insatisfecho. Entre ac-tualizaciones y potencializaciones, la vida psíquica vive en con-tradicción. El deseo, la afectividad, ofrecen, más allá de la con-tradicción, un carácter indecible, ontològico. Sócrates-el analista "sabe lo que es el deseo, pero... no sabe lo que con este tema {sujet), con el cual él está embarcado en la aventura analítica, desea" (Lacan, XIII, p. 230). Y de su propio deseo, ¿qué sabe, si no es que está implicado en la situación?

"Embarcado en la aventura analítica". Si el trabajo sobre la transferencia es el material privi legiado de la cl ínica psicoanalítica, la "pseudosituación analítica" exige igualmente un trabajo sobre las implicaciones de dicha situación. Lacan ha sugerido muchas veces la importancia de estas implicaciones. Vuelve sobre eso desde el comienzo de la clase siguiente, co-mienzo que se une a la evocación o al resumen de la clase prece-dente: "comprendo por contratransferencia la implicación ne-cesaria del analista en la situación de transferencia, y es precisa-mente lo que hace que debamos desconfiar de este término impropio. En verdad, se trata, pura y simplemente, de las con-secuencias necesarias del fenómeno de transferencia mismo, si se lo analiza correctamente" (XIV, p. 233).

Más lejos aún, en una clase consagrada a la "Descomposi-ción estructural", él utiliza a su debido turno los términos de participación y de implicación. "La cuestión que yo planteo es, pues, la de nuestra participación en la transferencia" (XXII, p. 368). Para él, la contratransferencia es "un desván de experiencias, que

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comprende, por lo que parece, casi todo lo que somos capaces de experimentar en nuestro oficio (metier)". Por lo que, se conven-drá, implica la totalidad o, si se prefiere, la completud de nues-tros sentimientos, de nuestras emociones. Lacan prosigue plan-teando la cuestión decisiva: "La necesidad que tenemos de res-ponder a la transferencia, ¿interesa a nuestro ser, o se trata sim-plemente de una conducta a mantener [...]?". La respuesta no se demora: "Donde se trata de nuestra implicación en la transferen-cia es del orden de lo que acabo de señalar diciendo que eso interesa a nuestro ser..." Y de insistir: "Además, todo lo que se desarrolla con Freud y que tiene el alcance de la transferencia pone en juego al analista como un existente" (XXII, p. 369).

Estas proposiciones concuerdan bien con lo que ha sido evo-cado más arriba respecto del carácter ontològico de la afectivi-dad, del deseo. La situación analítica es existencial ("el analista como existente") antes de ser de cualquier orden simbólico (freu-diano, junguiano, kleiniano, lacaniano). El simbolismo, del que Whitehead había subrayado el carácter de falibilidad, opuesto a la intangibilidad en la que uno cae muy cómodamente en ridícu-lo con el fin de recuperar inconscientemente una trascendencia religiosa, está indexado a las culturas, a los devenires social-histó-ricos, tan diferentes y contradictorios como pueden serlo el del imperio de los Habsburgos que toca a su fin para el judío Freud como la indesarraigable confederación helvética para el "buen ario" Jung. Con Dewey (ya citado), quien habla no de la vida cotidiana en general sino precisamente de la situación de investi-gación, se dirá que las implicaciones existenciales, materiales, son primeras en relación a las implicaciones formales, lógicas.

Siempre para poner de relieve la línea directriz de su teoría, Lacan regresa en otra clase sobre el "malentendido" de la situación analítica en curso de institucionalización: "No hay coincidencia entre lo que es el analista para el analizado en el comienzo del análisis, y lo que el análisis de la transferencia nos permitirá develar

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en cuanto a lo que está verdaderamente implicado, no inmediata-mente, sino implicado verdaderamente, por el hecho de que un sujeto se compromete en esta aventura, que no conoce, del análi-sis" (XXIII, p. 385). "Implicado verdaderamente" no es una fór-mula neutra, una comodidad de lenguaje; es testimonio de lo si-guiente: "es la dimensión de lo verdaderamente implicado (subraya-do en el texto publicado) por la apertura, la posibilidad, la riqueza, todo el desarrollo futuro del análisis, lo que plantea una cuestión del lado del analista".

El analista está implicado en la situación en devenir de la cura. Es en este devenir de la institucionalización donde él debe encon-trar su lugar, en tanto que está afectado por la transferencia de su cliente. Está igualmente implicado en la comunidad analítica, a la que Lacan no denomina institución, prefiriendo los términos de "grupo" o de "masa". La implicación del analista en la institucionalización de su comunidad (todavía aquí se trata de un devenir, no del funcionamiento puro y simple, intemporal, de una estructura) se vuelve sensible, según Lacan, por el hecho que Freud no aborda los problemas de Psicología de las masas y análisis del Yo y no propone su segunda tópica (el yo, el superyo y el ello) más que a partir del momento en que existe una sociedad de analistas. Con-clusión un poco apresurada6 pero muy significativa de la visión "institucional" de Lacan.

Los "deslizamientos de sentido del ideal" (título de esta lec-ción XXIII) describe bastante bien el proceso de institucionalización" del psicoanálisis y, de golpe, la transversalidad institucional-estatal de una situación analítica cualquiera. Cierto, Lacan no habla de

6. La segunda tópica sobreviene más de diez años después de la primera asociación.

Su génesis social, justamente subrayada por Lacan, está marcada por otros

acontecimientos traumatizantes (guerra mundial, enfrentamiento del imperio de

Austria, etc.); y por los cambios en el pensamiento freudiano lo que sugiere que

también deben tener su parte la génesis teórica del giro de la segunda tópica.

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ÜBERTAD DE MOVÍMÍENTOS

análisis institucional sino curiosamente (¿presiente, tal vez, resis-tencias en su auditorio?), de un "esfuerzo de análisis en el sentido propio del término, que concierne a la comunidad analítica (aquí soy yo, R. L., quien destaca) en tanto que masa organizada por el ideal del yo analítico, tal como es efectivamente desarrollado bajo la forma de un cierto número de ilusiones, de las cuales está en pri-mer plano la del yo fuerte, a menudo tan equívocamente implica-do allí donde se cree reconocerlo". Y concluye: "Para invertir la pareja de términos que forman el título del artículo de Freud al cual acabo de referirme, uno de los aspectos de mi seminario po-dría llamarse Ich-Psychologie und Massenanalysé' (XXIII, p. 391) Inversión que, en efecto, despsicologiza la aproximación a las "ma-sas" y desplaza el acento analítico puesto sobre las masas —sobre la institución—. La psicología del yo, cuya génesis se ve implicada en la institucionalización de una "masa organizada por el ideal del yo analítico", no es un simple error técnico o teórico. Está ligada a la constitución de un poder psicoanalítico cada vez más autorreferencial. Bella intuición socioanalítica en un hombre que habla en tanto miembro de una "masa" de psicoanalistas cuya institucionalización (que comienza a principios de siglo en Viena con Jung como primer presidente de la primera asociación!) se ope-ra, a partir de los años '50-'60, excluyendo y marginalizando a este hombre —Jacques Lacan—. Su intuición podría autorizarnos a tradu-cir, no sin alguna fantasía, massenanalysepor... socioanálisis! En todo caso, saludemos esta, aunque rápida, incursión en el análisis institu-cional. En efecto, es allí adonde nos debería conducir su apasionante trabajo sobre la transferencia, sobre la inutilidad del concepto de contratransferencia y sobre el necesario análisis de las implicaciones "necesarias" de la situación (y de la institución) analíticas.

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onto log ìa de la con t ra-transferencia

Cualesquiera sean las controversias a las cuales Lacan y los lacanismos han dado lugar, es importante para el análisis institu-cional apuntar que, en el seminario sobre la transferencia, una teoría de la implicación toma el lugar que deja vacío la crítica radical de la contratransferencia.

Otros aportes lacanianos, sobre todo anteriores al trabajo de 1960-1961, podrían esclarecer el debate. Por ejemplo, en 1951, con su "Intervención sobre la transferencia",7 a propósito de Freud ante al caso Dora, no es todavía el momento para discutir el concepto de contratransferencia. Muy impregnado de dialéctica hegeliana, Lacan llega a poner en cuestión... a la transferencia misma, transformada en un puro "momento" dialéctico. "¿No se la puede considerar como una entidad totalmente relativa a la contratransferencia definida como la suma de los prejuicios, de las pasiones, de las perplejidades, inclu-so de la insuficiente información del analista en tal momento del

7. Jacques Lacan, "Intervention sur le transfert", Ecrits, Seuil, 1966 (hay versión

española: "Intervención sobre la transferencia", Escritos, Siglo XXI, México, 1971. N. del T.).

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proceso dialéctico?" O aun: "Así, la transferencia no resulta de algu-na propiedad misteriosa de la afectividad, y aun cuando se revele bajo un aspecto emotivo, este último no adquiere sentido sino en función del momento dialéctico en que se produce" (Ecrits, p. 225. Escritos, p. 46. N. delT.).

En cambio, en 1958, ha comenzado la ofensiva que apunta a la contratransferencia.8 Lacan evoca las "propuestas de moda" sobre este tema, así como su "impropiedad conceptual" (Ecrits, p. 585). Tratándose de la "puesta a fondo de la empresa común" del analizado y el analista, este último también debe pagar: "pa-gar palabras [...] pero también pagar de su persona, en tanto que, cualquiera sea, él la pone como soporte de los fenómenos singu-lares que el análisis descubre en la transferencia; ¿se olvidará que debe pagar lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser (Kern unseres Wesens, escribe Freud): se quedará solo fuera de juego?" (p. 587). La fórmula de Freud está tomada de la Interpretación de los sueños.

El carácter ontològico está ya, aquí, atribuido a la contratransferencia. Lo que será afirmado un poco después, en 1960-1961, ya está presente desde 1958. La metáfora del pago, la imposibilidad constatada de estar "solo fuera de juego", con-vergen hacia la idea de una implicación existencial en la situa-ción. El trabajo de análisis de la implicación es sugerido como sigue: "Yo volvería a poner al analista sobre el banquillo, en tanto que yo mismo lo soy, para remarcar que está tanto menos seguro de su acción en cuanto está ahí más interesado en su ser" (p. 587). Más lejos, habla del "efecto de las pasiones del analista" y afirma: "No se trata solamente de la contratransferencia con tal o

8. Jacques Lacan, "La direction de ia cure et les principes de son pouvoir",

comunicación al coloquio de Royaumont, Ecrits, op. cit. ("La dirección de la

cura y los principios de su poder", Escritos. N. del T.).

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LibERTAcl dE MOVIMIENTOS

cual: se trata de las consecuencias de la relación dual, si el tera-peuta no la supera, ¿y cómo la va a superar si hace de ella el ideal de su acción?" (p. 595).

El ideal engañoso (¡es muy necesario pasar por allí!) de la rela-ción, de lo "relacional", debe ser puesto en relación con el ideal de la institución psicoanalítica (como diría Max Weber, la "profecía" de los analistas como masa institucionalizada). La desigualdad de esta relación dual permite el ejercicio de un poder, a falta de una práctica reflexionada: "Pretendemos mostrar que la impotencia para sostener auténticamente una praxis, se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un poder", dice en el comienzo de este mismo estudio sobre "la dirección de la cura" (Escritos, p. 218. N. del T.).

Tal como una sombra amenazante (para aquellos que la de-niegan), la institución psicoanalítica está presente/ausente en la situación analítica. A pesar de la ausencia de una filiación directa con los investigadores practicantes de la psicoterapia institucio-nal, el aporte de Lacan permite situar mejor la tentativa valiente aunque consagrada al fracaso (si uno se refiere al descarte lacaniano de la contratransferencia) de elaboración de la contratransferencia institucional realizada por el equipo de la clínica de la MGEN en La Verrière (Yvelines), precisamente a comienzos de esos años '60 que ven a Lacan sustituir el concepto de contratransferencia por el concepto de implicación.

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TERCERA PARTE

PMW (PROCESO MAX WEBER) INSTITUCIONALIZACIÓN Y MODOS DE ACCIÓN

max y la l ibertad de movimientos

Con la teoría de la institucionalización, Max Weber (1864-1920) opera una doble transgresión:

A) En relación a la separación instituida de las disciplinas, supera la visión jurídica del fenómeno, visión según la cual la institucionalización es una estasis necesaria, que impone la ley, al término de un proceso a menudo muy largo, indeterminado, agitado y contradictorio. Con su antes y su después, esta última instituye, al menos formalmente, por la entrada en la institución del derecho, una temporalidad nueva de las prácticas autorizadas o prohibidas u obligatorias, en tal o cual dominio.

Por ejemplo, en Francia, la Ley Veil sobre la regulación de los nacimientos y los abortos hace aún actualmente visible el pro-ceso sociopolítico subyacente al acto del legislador de los años '70. La institucionalización de prácticas corporales sumidas has-ta entonces a la esfera privada y a la clandestinidad por una vieja ley drástica, hace posible y sostenible -pero no obligatorio-el uso de medios anticonceptivos y, en ciertas condiciones, la operación del aborto.

En Francia y en otros países, como los EE. UU., este tipo de institucionalización de prácticas anómicas tan viejas como el

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mundo chocan con la oposición de ciertas corrientes religiosas, en particular, entre nosotros, los integristas católicos. Incluso cier-tos médicos rehusan aplicar la ley que, sin embargo, en modo alguno fuerza a las mujeres a abortar, pero fuerza a los médicos a dar respuesta a la demanda de aquellas mujeres para quienes las prácticas contraceptivas son inexistentes o insuficientes por ig-norancia o falta de cuidado de ellas mismas o de la pareja, lo que los lleva a recurrir al aborto cuando ellas se rehusan a tener un niño. Notemos que aquí se manifiesta la diferencia radical entre ley e institución. Cuando aquellos que fingen combatir el carác-ter forzado imaginario de la ley Veil, invocan la obligación y la coacción sagrada de una ley de preservación de la vida, esta ley crea una institución, es decir un campo de posibles, una libre elección que no existía antes de su promulgación.

Aparte del caso de resistencia a la institucionalización por razones ideológicas, se encuentran frecuentemente casos de resis-tencia por diversas manifestaciones de delincuencia, una de las cuales es de las más pesadas para la sociedad (fuera de la muerte y las sevicias corporales y psicológicas): la delincuencia fiscal de "cuello blanco". La delincuencia fiscal de este tipo se hace posi-ble gracias al sistema fiscal del Estado que, por su poder ejecuti-vo, puede "olvidar" también publicar los decretos y reglamentos de aplicación de una ley votada por el legislador. En cuanto al poder judicial, encargado, incluso antes de aplicar la ley, de in-terpretarla (incluidas las situaciones más simples y objetivas de flagrante delito), su rol en términos jurídicos de institucio-nalización es tan pesado que merecería un estudio aparte, en la medida que las implicaciones cognitivas, afectivas e ideológicas ejecutadas en la función ordálica de interpretante último, que es la del juez (y del jurado popular), son parientes muy próximas de aquello que afronta o debería afrontar el psicoanalista interpre-tando los sueños de sus clientes. La ley es el sueño o, más bien, como diría Politzer, el relato segundo del sueño de justicia —relato

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hipercodificado, fijado, hierático, sin sujeto de enunciación y que intenta desesperadamente, mágicamente, borrar los lapsus del pasado y prevenir los actos fallidos del porvenir.

En lo que concierne al Weber sociólogo, proveniente del de-recho y de la filosofía del derecho, lo que nos interesa en su aproxi-mación a la institucionalización es menos el dominio estricto de la ley como regla de conducta impuesta que el dominio de los modos de legitimación que hacen acceder, en el devenir históri-co, un movimiento, fuerzas sociales, reagrupamientos orienta-dos hacia un fin, hacia el estado de institución. Aquí, más que en el dominio de elaboración de las leyes, lo interesante no es más la estasis jurídica, sino el proceso que lleva a la estasis. Por cierto, incluso los movimientos de opinión que preceden a la institucionalización de una práctica (y tienen el reconocimiento de un tipo de asociación) se apoyan a menudo en reagrupamientos más o menos lícitos (lícitos en los países donde existe el derecho de asociación). Pero, con Weber, quien toma una gran parte de sus materiales de los movimientos religiosos, lo que cuenta es el rol de los movimientos instituyentes que, voluntariamente o sin advertirlo, convencen u obligan a lo instituido a legitimarlos. Weber se da cuenta que la morfogénesis del derecho no puede contentarse con el solo aporte de la filosofía del derecho, que explora la génesis teórica de las construcciones jurídicas. El juris-ta deviene sociólogo cuando percibe la importancia de la génesis social de los conceptos de su dominio, de la violencia de la que son portadores, de las huellas que conservan de una lucha fre-cuentemente histórica. Una lucha, de tipo espectacular y subte-rránea, que conduce a la sociología del derecho y a la filosofía del derecho a abrir de par en par las puertas a lo político.

B) Ésta es la segunda transgresión de Weber. No contento con haber abierto el campo jurídico a la sociología, abre esta última al campo político.

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La sociología académica francesa, de Durkheim a Bourdieu, se edifica tratando de plantear la existencia, al lado del poder político, de un otro poder, el del conocimiento científico de las relaciones sociales. La autonomización completa de la ciencia es lo que produce el cientismo como poder soberano. Contra la sociología marxiana, pero también la anarquista de Proudhon o la católica de Le Play, el proyecto es el de cerrar con doble vuelta el campo sociológico, dejar a los "amateurs" la llave de la libertad de movimientos {cié des champs) que permite percibir entre estos últimos tantas interferencias —y, finalmente, un carácter más ins-titucional que epistemológico de la noción de campo.

El proyecto voluntarista y desesperado de la sociología aca-démica francesa proporciona un elemento de explicación a la puesta "fuera de campo" sociológico de un fenómeno tan clara-mente político como es el PMW. Durkheim y los durkheimianos se cuidaron bien de poner en primer plano de su análisis el gi-gantesco episodio (de resonancia mundial) del affaire Dreyfus, con su proceso de legitimación de la intelligentsia moderna; ellos no estudiaron la curva de burocratización de los —a pesar de todo— jóvenes partidos socialistas. Abandonaron esa tarea a los "amateurs" y a los militantes (cf. más abajo, Clark y Péguy). Weber mismo no desdeñó (del mismo modo que su discípulo Roberto Michels, militante de la Segunda internacional) la consideración de este género de fenómenos, cuando producía la primera teoría de la burocracia por fuera del marxismo y el anarquismo. La po-sición durkheimiana y la del weberismo son muy diferentes en cuanto al problema central de las implicaciones del sociólogo respecto de su investigación, y, por lo tanto, en la institucionalización de su disciplina, de su campo.

Aunque aquí no se trate de una presentación del análisis ins-titucional a través del concepto de institucionalización, sino más bien de la presentación de este concepto a través del análisis insti-tucional, es posible subrayar, de paso, la estrecha relación existente

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entre institucionalización e implicación. Esta relación jamás ha sido en verdad del orden de la lógica de lo habitual, deductiva/ inductiva, porque ni el derecho, ni la filosofía del derecho, ni la sociología durkheimiana han querido hacerla visible.

La relación sociología/política aparece en Max Weber tanto en su práctica de ciudadano comprometido como en sus obras. Así es cómo multiplica los altercados con los "socialistas de cáte-dra" (kathedrersozialisten) que ya había denunciado Engels en el Anti-Dühring: en la práctica universitaria, sucede que esos porta-voces del marxismo se comportan como los más reaccionarios de sus colegas. Weber no vacila en sostener en la prensa a los colegas reprimidos por sus opiniones o sus pertenencias. Aun cuando es políticamente moderado (centro-izquierda), frecuenta los círcu-los de intelectuales socialistas; será un experto, después de la de-rrota de 1918 y el advenimiento de la república, en las negocia-ciones del Tratado de Versalles; en el mismo año 1919 también ocupa funciones de experto jurídico en el comité encargado por el presidente socialista Ebert para preparar la constitución de la república (cierto, se puede imaginar que sus simpatías no llegan hasta la ultraizquierda de Karl Liebknecht y de Rosa Luxembur-go, asesinados por el régimen de Ebert a comienzos de 1919). En sus estudios epistemológicos, acerca de la "sociología comprensi-va" o sobre "la neutralidad axiológica", no se inhibe de elegir ejemplos de la política universitaria de su tiempo. En su enorme trabajo inacabado, Economía y Sociedad donde se encuentran bastantes elementos de su teoría de la institucionalización,9 a ve-ces hace alusión, dentro de la exposición de las tres formas de do-minación (carismàtica, tradicional, racional), al funcionamiento

9. Max Weber, Economie et Société\ traducido del alemán, París, Pion, 1971

(traducido al español del alemán, Economía y Sociedad, México, primera edición

1944, sexta reimpresión 1983. N. del T.).

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de los consejos obreros que aparecieron en 1918 en el ejército y en las empresas y, durante un breve período de poder, en Munich —la "República de los Consejos de Baviera"—. Munich, adonde precisamente en ese año 1919 retoma sus cursos, anteúltimo año de su vida.

Weber, con su sensibilidad a flor de piel, un comportamiento que no tiene nada de apacible, se siente muy implicado en la institucionalización de la universidad alemana, la universidad humboldtiana10 que, desde la primera mitad del siglo diecinueve, había conquistado la primacía mundial, aunque poco a poco se convirtió, con Bismarck , en una de las instituciones más serviles del imperio. Su espíritu de libertad, que él no manifiesta solamen-te jugando la libertad de movimientos (cié des champs), no tolera ver sólo los colores en la paleta. Por razones siempre difíciles de desenmarañar, una grave depresión nerviosa lo aqueja a la edad de 35 años, luego de algunos brillantes años de enseñanza universita-ria y una misión en los EE. UU. La depresión durará más de cua-tro años y, devenido de modo bizarro "profesor honorario" bastan-te antes de la jubilación, Weber renuncia a la enseñanza. Aun cuando es de salud frágil, de todos modos renueva la enseñanza, casi veinte años después, sin duda, en parte, bajo la influencia de los aconteci-mientos políticos (caída del imperio a fines de la primera guerra mundial, comienzos sangrantes de la república). Muere dos años después. Emile Durkheim, su contemporáneo, se había dejado morir en 1917, después de la desaparición de su hijo, muerto en el campo de batalla.

La implicación psíquica y física en el duro combate por la profesionalización universitaria permite comprender los relám-pagos de su "pensamiento compulsivo", para retomar los términos

10. Rene Lourau, "Chercheur surimpliqué", en L'homme et la societé, n° 115,

1995.

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de uno de sus traductores franceses, Eric de Dampierre. Estos relámpagos son enceguecedores cuando, debido a la institucionalización, Weber anticipa la hipótesis de una "comu-nidad emocional" que acompañará el devenir del poder carismàtico. La emoción, ¿es un concepto sociológico? La auda-cia es bella. Después de sus comienzos como especialista en dere-cho romano y en derecho comercial, Weber se convierte en teóri-co y práctico de una sociología comprensiva que trabaja cada vez más las interferencias entre el campo del derecho, la economía, la historia, la sociología y la ciencia política. Su obra, caótica, es una de aquellas que dan ganas para obtener libertad de movi-mientos (cié des champs).

La aproximación, que aquí proponemos, de tres orientacio-nes posweberianas de la institucionalización se pretende prag-mática: estas orientaciones están brevemente descriptas por los modos de acción a que corresponden. Además de algunas preci-siones teóricas —por ejemplo, la implicación del PMW en la so-beranía estatal y la teoría metaweberiana del fracaso de la profe-cía del fracaso (cf. nota 26 y última)— se privilegian, pues, las posiciones prácticas e ideológicas, en las relaciones más o menos conscientes con la institución, de la que derivan tales o cuales orientaciones del PMW. Evito el término "estrategia" con el fin de no proyectar una racionalización (en el sentido psicoanalítico del término), tan frecuente en la sociología. Utilizo el modelo ternario, ya antiguo, de los tres modos de acción:

1) modo de acción institucional (MAI); 2) modo de acción antiinstitucional (MAAI); 3) modo de acción contrainstitucional (MACI).

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2 acc ión institucional

Se trata de una teoría "positiva" de la institución. Sus partisanos pueden ser asimilados a los weberianos de derecha, si uno se refiere a la compleja dialéctica de la institucionalización (privilegiando tanto lo instituyente como lo instituido) por los modos sucesivos o simultáneos de dominación carismática, tra-dicional, racional. El primer modo tiene sus raíces en la doctrina teológica cristiana del carisma como modo libidinal, personal, "emocional", de dominación, tal como se lo encuentra en los profetas bíblicos y, para el catolicismo, en los santos (y también, en muchas culturas, en los héroes). La segunda supone el planteo de teorías y de prácticas de transmisión genealógica o de casta o electiva, etc., del poder. En cuanto al modelo de dominación racional, del que la burocracia es el modelo, Weber ve allí el movimiento más general de las sociedades. La creciente racionalización'1 puede coexistir con los dos modos precedentes

11. Es debido a ello que, en otra oportunidad, había planteado "el efecto Weber"

apoyándome en el pasaje siguiente del Essai sur quelques catégories de la sociologie

comprehensive (1913): "El progreso que se constata en la diferenciación y la

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presos dentro de la desacralización del carisma y del tradiciona-lismo —en el "desencantamiento del mundo".

"La dominación carismàtica, en tanto que es extraordi-naria, se opone muy claramente tanto a la dominación racional, burocrática en particular, como a la domina-ción tradicional, en particular patriarcal y patrimonial, o la de un orden [...]; la dominación carismàtica trastor-na (en su propio dominio) el pasado y es, en este senti-do, específicamente revolucionaria." (Max Weber, Economie et Société, p. 251.) "La dominación carismàtica que no existe, por así decir, en la pureza del tipo ideal, más que en stata nascendi, y es llevada, en su esencia, a cambiar de carácter: ella se tradicionaliza o se racionaliza (se legaliza), o ambas al mismo tiempo, desde puntos de vista diferentes." (Max Weber, op. cit., p. 253.) "La acción del carisma —por regla general fuertemente revolucionaria en el dominio económico— en principio a menudo destructiva por su nueva orientación y 'sin presuposición', se transforma pues en su contraria." (Max Weber, op. cit., p. 261.)

Con la ACJF (Acción católica de la juventud cristiana), en 1945, la acción institucional, ya teorizada antes de la guerra a

racionalización social significa, pues, que, si no siempre, al menos normalmente

cuando se considera el resultado los individuos se alejan en forma creciente de

la base racional de las técnicas y de los reglamentos racionales que en la práctica

les conciernen y que, en el conjunto, ocurre que esta base les está habitualmente

más oculta que el sentido de los procedimientos mágicos del hechicero para el

'salvaje' " (p. 397, en Essais sur la théorie de la science, traducido del alemán,

París, Plon, 1965).

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LibERTAd dE MOVÍMÍENTOS

raíz de los "buenos" sindicatos, ofrece la fórmula del buen com-promiso como existiendo del lado de lo instituido. El católico actúa bajo el mandato de la institución eclesiástica y participa (después se dirá: se implica) en la vida de las instituciones laicas. Esto es, sin referencia a Trotski, una suerte de entrismo. Bajo el toque de llamada proclamado por el papa León XIII, se trata de penetrar la sociedad laicizada y de extender la influencia religiosa.12

Lo instituyente es evacuado como revolucionario, ligado a los "rojos", y lo que se institucionaliza es lo que ya está ahí, las fuer-zas conservadoras, teñidas tal vez de reformismo.

Esta idea es retomada, desarrollada de una manera hábil, en el estructural-funcionalismo del sociólogo americano Talcott Parsons. Su sociología de la acción, que habría podido denomi-nar "institucional", inspira durante los años 1950-1960 a las co-rrientes más tradicionales, aunque maquilladas de modernismo, de la sociología francesa.

Después, el neoinstitucionalismo americano, al cual, en el fuego de la polémica, el marxista althusseriano Nicos Poulantzas no te-mió asimilar nuestra joven corriente del análisis institucional, ma-nifiesta una originalidad, muy relativa, de cara a su maestro Parsons, diferenciándose de la teoría dominante del individualismo neoliberal —la teoría de la elecciones racionales de Arrow.13

Cualquiera que sea el sistema de voto (Arrow se inspira en los primeros trabajos en la materia, los del matemático y filóso-fo francés Condorcet, a comienzos de la revolución francesa), no existe solución democrática que permita concluir en una

12. Rene Lourau, Interventions socianalytiques. Les analyseurs de l'église, París,

Anthropos, 1996.

13. Keneth Arrow, Social choice and Individual Valúes, 1951. Premio Nobel de

economía en 1972, Arrow jamás sostuvo la tesis de la elección racional,

mecanismo que solamente describe como pertinente a nivel microsocial o

microeconómico.

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RENÉ LOURAU

elección óptima para todos, es decir, dando cuenta lo mejor po-sible de las preferencias individuales. Es el teorema de la imposi-bilidad. Por lo tanto, la solución óptima no puede más que ser impuesta, lo que supone un poder soberano autocràtico. Pero, un dictador ¿es objeto de una "elección racional" individual?

Desplazando el paradigma de la ciencia política del indi-viduo a la institución, el neoinstitucionalismo americano res-ponde de rebote a la teoría de las elecciones racionales. Con todo, la originalidad más grande está en la preocupación de la génesis (nacimiento y desarrollo) de las formas sociales. En Parsons, la institucionalización era una abstracción, algo que va de suyo, un mecanismo social ciertamente esencial pero que funciona en circuito cerrado. El PMW según Parsons (y más tarde según Bourdieu) privilegia la reproducción —la cual no es más que un elemento, el menos dinámico, del PMW. La dinámica es la de las contradicciones, que el institucionalismo parsoniano no quiere ver, cuando los weberianos ven (cf. más abajo) la contradicción, al punto de analizar el PMW como inversión total del proyecto inicial (para Weber "la acción carismàtica [...] se transforma en su contrario", Economie et Société, p. 261).

Existe para el análisis institucional, y en referencia al PMW, una posibilidad de diálogo con el neoinstitucionalismo. Las otras orientaciones teóricas que después serán presenta-das tienen en común que recusan el postulado filosófico del neoliberalismo, según el cual los PMW son naturales (ausen-cia de toda transversalidad estatal), funcionales (son la ema-nación de una homología de estructura entre los proyectos individuales y las estrategias institucionales), confirmando así la pertinencia de la acción institucional, del "correcto" com-promiso cívico —es necesario y suficiente con "implicarse", es decir, comprometerse en el sentido de las autoridades estable-cidas y del capitalismo moderno, que Galbraith califica como

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UBERTAD DE MOVÍMÍENTOS

autodestructor porque institucionaliza "el permiso que consagra la devastación financiera".14

Ese compromiso presupone un sentimiento moral, la lealtad, sobre la que vienen a caer las prácticas sociales de desafección y toma de palabra, como modos opuestos pero complementarios de lo instituyente esclarecido por Hirschman.15 Para el neoinstitu-cionalismo, el compromiso sería la expresión del capital social, con-cepto que Putnam16 toma prestado de Coleman (1990): conjunto de recursos que el individuo encuentra (o no) a su nacimiento y, sobre todo, que él emplea para prosperar. Según Putnam, la dismi-nución del capital social produce la desagregación del lazo social, por sobrestimación del individualismo. "Mientras que, para la teo-ría del rational choice, el individuo, su comportamiento, su raciona-lidad son esenciales, son más bien las instituciones, sus normas y reglas, su rol en la sociedad lo que constituye el punto mayor para las teorías del new institutionalism }7 Relevemos el hecho que, aquí, la teoría subyacente de la institución es la de Durkheim y de Parsons, todavía muy jurídica y estática. El proceso dialéctico (PMW) por el cual las fuerzas sociales devienen formas que a su tiempo producen fuerzas, el trabajo de lo negativo, de la contradicción, son por com-pleto extrañas a las nuevas variantes del institucionalismo.

14. John Kenneth Galbraith, The Culture of Contentment, 1992.

15. Albert Hirschman, Exit, voice and loyalty. Responses to Decline in Firms,

Organizations and States, 1970. Traducido del inglés bajo el indigente título de

Face au déclin des entreprises et des institutions, Paris, Editions ouvrières, 1972.

16. Robert Putnam, Making Democracy Work. Civic Traditions in Mockm Italy, 1993.

17. Según comentadores franceses, la noción de capital social en Coleman no se

confunde con la que, aparentemente más restrictiva, utiliza Bourdieu, y que designa

más estáticamente las ventajas que procuran a un individuo su posición, sus redes de

pertenencia, etc. Coleman y Putnam insisten en el compromiso, la sobreinversión,

la sobreimplicación comunitarista a partir de las posiciones o redes dadas, ver la

ausencia de esta herencia cultural en el individuo "partido de nada".

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5

acc ión anti institucional

La teoría crítica nihilista del PMW considera a éste como una pérdida debida al maquiavelismo o a una fatalidad de la psi-que humana, cuando no es el realismo de la realpolitik (estúpida-mente denominado "pragmatismo") lo que es invocado. Esta pérdida para nada dudosa de la fuerza instituyente, de la eferves-cencia creativa, de la utopía, de lo negativo, condena a todo el PMW. El mito de la revolución permanente, enunciado por Trotski pero no menos aplicado por tantas corrientes libertarias, reenvía la menor estasis de organización, de consolidación, al infierno de la "traición de los burócratas". En La revolución trai-cionada, el gran líder comunista indexa claramente el PMW a aquello que él denomina "Termidor", momento histórico (1794) del viraje de la revolución francesa, marcado por la caída de Robespierre. Aunque el juego de lo instituyente y lo instituido (aquí, del jacobinismo y de las fuerzas reaccionarias) sea más com-plejo que como lo muestra la historiografía de la época de Trotski, el efecto Termidor tiene la ventaja de indicar (aún inexactamente) el comienzo más visible de la institucionalización de la corriente revolucionaria, el desmoronamiento de un poderoso carisma —el de Robespierre y sus amigos— hasta que el ciclo del PMW queda

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RENÉ LOURAU

simétricamente cerrado (1789-1794-1799) por el carisma de Bonaparte a partir del golpe de Estado del 18 de Brumario.

Si se toma a la sociología misma como material de análisis, la fórmula por la cual un historiador americano, T. Clark,18 resume al PMW de la escuela francesa de sociología —la escuela durkheimiana—, "de los profetas a los patrones", vale para el estu-dio de muchas otras temporalidades de las formas sociales que llegan a instalarse en equivalencia con las otras formas ya ahí. Bajo la Segunda internacional, algunos militantes, el más cono-cido Roberto Michels {op. cit.) con su libro sobre los partidos políticos, habían observado al PMW transformando la profecía marxiana en poderosas organizaciones burocráticas, autorreferenciales y cada vez más reformistas. Un poco más aba-jo será evocado, a través del juicio de un historiador israelí, el proceso autorreferencial del sindicalismo judío dentro de la institucionalización del Estado hebreo.

Charles Péguy había lanzado, a propósito del PMW del mo-vimiento dreyfusiano del cual él formaba parte, la famosa y muy weberiana fórmula: "Todo comienza en mística y termina en política".19 En la ocasión, según Péguy, la mística republicana de la justicia se pierde en el nepotismo de las mafias organizadas alrededor de la universidad, la sociología durkheimiana, la Es-cuela normal superior, la Liga de los derechos del hombre, los partidos de izquierda, el diario L'Humanité fundado por Jaurès, etc. Ambas fórmulas, la de Clark y la de Péguy, tienen en común entre sí y con la formulación de Weber el hecho de referirse ex-plícitamente a la religión (profetas, mística...).

18. Terry Clark, Prophets and Patrons, 1973. Del mismo autor, "Les étapes de

l'institucionalisation scientifique", Revue internationale des sciences sociales Unesco,

vol. XXIV, N" 4, 1971.

19. Charles Péguy, Notre jeunesse, Paris, Cahiers de la Quinzaine, XI-12, 1910.

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LIBERTAD de MOVÍMÍENTOS

"Todo comienza en mística y termina en política. Todo comienza por la mística, por una mística, por su (pro-pia) mística y todo termina en nombre de la política [...] El interés, la cuestión no es que tal política la lleva sobre tal o cual otra y de saber que será llevada en todas las políticas. El interés, la cuestión, lo esencial es que en cada orden, en cada sistema, la mística no sea en nada devo-rada por la política a la que ella ha dado nacimiento." (Charles Péguy, Notre jeunesse, 1910.)

Uno no deberá asombrarse, pues, si algunos discípulos de Weber, como Mühlmann20 o, en menor grado, Alberoni21 ha-blan del fracaso de la profecía como condición paradojal del PMW. Reúnen así, involuntariamente, las conclusiones sacadas de la psicosociología de los grupos (para el caso, la investigación sobre una secta) por Festinger, el cual a propósito de ello forja el concepto de disonancia cognitiva.22

20. Wilhem Mühlmann y otros, Mesianismos revolucionarios del tercer mundo, 1961.

Traducido del alemán, París, Gallimard, 1968 (hay edición española. N. delT.).

21. Francesco Alberoni, Movimento e istítuzione. Theoria generale, 1977y 1981,

Milano, II Mulino. Del mismo autor, Genesis, Mouvements et institutions.

Traducido del italiano, París, Ramsay, 1989. Alberoni sustituye la noción de

estado naciente por la de profecía inicial; él se consagra a una violenta crítica de

Mühlmann y de su "concepción racista insostenible". Por mi lado, he polemizado

con Alberoni a través de una revista anarquista de Milán, a raíz del pretendido

"racismo" de Mühlmann.

22. León Festinger, Hank Rjecken y Stanley Schachter, L'echec de la prophétie,

1956, traducido del inglés, París, PUF, 1993. Ver también de Festinger y EUiot

Aronson, "Eveil et réduction de la dissonance dans les contextes sociaux",

traducido del inglés por André Levy, Psychologie Sociales. Textes Fondamentaux,

París, Dunod, 1970, y en Psychologie Sociale théorique et expérimentale,

compilación de textos por Claude Faucheux y Serge Moscovici, París, La Haya,

1971. Segunda parte, "Dissonance cognitive". O también, Festinger, Theory of

cognitive dissonance, 1957.

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RENÉ LOURAU

Aunque la posición de Weber y sus discípulos directos no sea para nada revolucionaria, la teoría crítica nihilista puede pres-tarles la idea de una pérdida de la energía social o, más bien, de una captación de esa energía, tal como la formula la filósofa Simone Weil (nada que ver con la ministra de la Ley Veil) en su misticismo libertario. Ella no se refería a Weber sino al estudio de la curva de los movimientos religiosos como el judaismo, de donde, tardíamente convertida al catolicismo, ella provenía.

"A mi parecer toda esta cultura política anterior al Esta-do no era más que una compensación psicológica con-cedida al trabajador como contrapartida a su inferiori-dad concreta. La igualdad en el seno de la Histadrout, organización sin paralelo dentro del mundo obrero, a la vez central sindical y gigante económico, la que, en las vísperas de la independencia, cubría al 25% de la econo-mía nacional y controlaba toda la agricultura colectivis-ta, también ella no era más que un mito [...]. Detrás de todo esto, la realidad era la de una sociedad banalmente europea. Ya había abogados que ganaban 1.000 libras esterlinas por año, cuando el obrero de la construcción apenas recolectaba 60 [...]. Igualdad y trabajo manual constituían el objeto de un verdadero culto, aún cuan-do, desde fines de los años '20, habían dejado de repre-sentar un objetivo verdadero y un valor en sí." (Zeev Sternhell, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, entrevista en Le Monde, 21 de mayo de 1996, a raíz del sionismo de los padres fundadores del Estado de Israel.)

Para la acción antiinstitucional, toda institución es mala, por-que confisca la energía instituyente de lo social en provecho de las formas en las cuales el Estado es el vampiro (mi padre, que ignoraba todo del anarquismo y de la ultraizquierda, jamás

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LibERTAd dE MOVÍMÍENTOS

designaba de otro modo a los dirigentes políticos y militares que por la expresión "chupasangres"). El tema sartreano de las "ma-nos sucias" se adecúa totalmente a esta visión trágica de la insti-tución. De Proudhon a Bakunin y al socialismo de los Consejos, la teoría antiestatal acompaña y peina la teoría antiinstitucional, proponiendo la alternativa de la asociación generalizada del go-bierno directo (autogestión) y del federalismo como red de co-munas y de regiones sustituyendo a la soberanía trascendente de un centro. Rousseau y sus discípulos extremos como Sade ha-bían mostrado la vía. Sade, en 1792, en tanto secretario de la sección de las Piques, proponía un "modo de sanción de las le-yes" constitucionales recusando la idea de representante, en favor de mandatarios, puros intermediarios elegidos, revocables, carga-dos de mandato imperativo, es decir, con el único rol de canal, médium o media, entre las pequeñas unidades del pueblo sobera-no y el órgano general de regulación que era la asamblea general.

La delegación de poder que es la rampa deslizante hacia la profesionalización de los políticos y, por lo tanto, hacia la tras-cendencia estatal, la lógica estatista, la sobrepolitización del go-bierno directo puede, inversamente, dar lugar, por el consecuen-te nihilismo, a una despolitización por el rechazo de la idea de una implicación cualquiera, dentro de la institucionalización. El antiinstitucionalismo moderno, cuando está despolitizado, opta por la idea y el mito grupalista como alternativa a la institución. El rechazo de las ciencias del hombre (economía, sociología, cien-cias políticas...), cómplices de la acción institucional, del servi-lismo general, de la servidumbre voluntaria (La Boétie), conoce ahora una excepción en favor de una psicología, o, más bien, de un psicologismo (la grilla psicológica o psicoanalítica deviene el interpretante final de todo lo que nos acontece o acontece a los otros). Con este psicologismo de grupo, el mito de la comunidad espontánea como base del lazo social, tan presente en el neoinstitucionalismo americano (la necesidad de investirse en el

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comunitarismo de tipo protestante constituye una buena parte del social capital), se retoma en las corrientes antiinstitucionales a las que mejor valdría diferenciarlas denominándolas corrientes favorables al modo de acción no-institucional (MANI), porque no se preocupan más en combatir a la institución, pero se con-tentan con campear en lo que ellos imaginan es el "extramuros" de la institución. No se excluye que esto sea asunto de un estalli-do ideológico, en el sentido de Jean Pierre Faye, es decir de un encuentro imprevisto entre ideologías extremas, aparentemente diametralmente opuestas, entre las dos extremidades de la herra-dura ideológica. Esto es lo que se constata en algunas tendencias "californianas" o "New Age", donde el sincretismo tiene algo de sorprendente (místicas árabes, escritos filosóficos de físicos, ar-queología caprichosa, neo-reichismo, drogas, médicos suaves, fi-losofías orientales, ocultismo, astrología, etc.).

Las referencias huyen. Las interferencias son muy fuertes y las clasificaciones muy ricas. No obstante, acabemos con nuestro trabajo clasificatorio, sin perder de vista que entre los modos de acción nada es absolutamente separable (salvo por el modo insti-tucional de exposición, aquí utilizado), que todo es transitivo, transductivo, es decir, menos sometido a la causalidad que a una propagación progresiva o a distancia.

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a acc ión con t ra-h institucional

Esta variante de la teoría crítica es la de los weberianos de izquierda, lo que los coloca en una posición centrista respecto de los dos modos de acción que acaban de ser, rápidamente, bos-quejados. Ésta es la orientación de gran parte del "institucionalismo" francés y latinoamericano. Su paradigma ex-hibe la particularidad de estar indexado al devenir, a la periodización de una historia que comenzó en los años '60. Tam-bién, vuelta a vuelta el concepto de institución despliega su folla-je en favor de la autogestión (en líneas generales, años '60), del analizador (en líneas generales, años '70), de la implicación (en líneas generales, años '80), para introducir poco a poco más ade-lante, en los años '90, la institucionalización.

La tardía llegada de este elemento del paradigma que son los PMW se explica en parte por la dificultad práctica, cualquiera sea el modo de acción, para observar los fenómenos, dialécticamente contradictorios de la autodisolución, mucho más visibles:

a) en el campo microsocial,23

23- Rene Lourau, Autodissolution des avant-gardes, París, Galilée, 1980.

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RENÉ LOURAU

b) a destiempo (apres coup), salvo en situación de catástrofe,24

o de estrategia afirmada,25

c) y, naturalmente, en los otros antes que en uno...

La institucionalización, comprendida ante todo aquella en la cual estamos implicados en tanto "institucionalistas" de izquierda, en la sociología, la psicosociología, el trabajo social, la educación, se mantiene forzosamente exterior, demasiado objetivable a gran escala en el movimiento histórico (las organizaciones revoluciona-rias, las experiencias de autogestión como en Yugoslavia o en Arge-lia, sin hablar del gran sueño comunista mundial, etc.) y, en todos estos últimos años del siglo, en los demás. La implicación dema-siado fuerte, que se dirige a la sobreimplicación, valida el viejo proverbio según el cual es más fácil percibir la paja en el ojo del vecino que la viga en el nuestro. En efecto:

a) la ocupación de "plazas" en la institución universitaria y, para algunos, en la institución editorial (sea por publicaciones, sea por la dirección de colecciones, sean ambas a la vez) produce efectos mal analizables colectivamente en la medida en que acre-cienta la sobreimplicación en la intelectocracia. El acceso a los juegos del poder se inscribe en sobreimpresión y, de última,

24. Juan Antonio Carrillo, "Lo que el sismo reveló", en la obra colectiva Psicología

para casos de desastre, México, Pax México, 1987. En el contexto del terremoto

en México, Carrillo describe a los psicólogos y psicoanalistas como "profesionales

siniestrados".

25. Franco Basaglia y otros, La institution en négation, 1968, traducida del

italiano, París, Le Seuil, 1970. Y de Franco y Franca Basaglia, Les criminéis des

paix, obra colectiva, 1973, traducida del italiano, PUF, 1980 (participación de

R. L.). Ver, también, Giorgio Antonucci, II pregiudizio psichiatrico, Milano,

Eleuthera, 1989. (hay versiones españolas: La Institución negada, Barcelona,

Barral, 1970; Los crímenes de la paz, México, Siglo XXI, 1977. N. delT.).

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ÜBEOTACS ÓE MOVIMIENTOS

borra las viejas relaciones afectivas de la comunidad emocional en el sentido de Weber;

b) la implicación del paradigma en el devenir contradictorio de los períodos -por ejemplo, el de los años '80- ha producido, incluso, adhesiones poco explícitas a la corriente del neoliberalismo, con consecuencias en los planos científico e ideo-lógico como el alejamiento de la regla colectiva y autogestionaria en favor de comportamientos individuales y de subgrupos, de ahí una menor legibilidad del paradigma institucional, un poco a la manera de la teoría de las elecciones racionales.

Este deslizamiento ha tocado el dominio ultrasensible del socioanálisis. La contradicción en el seno del análisis institu-cional, que aparece desde fines de los años '70, se había incluso anticipado a la ola neoliberal orquestada por los gobiernos so-cialistas, en Francia o en España: una escisión intervino al gru-po "vincennois" (de París VIII, Vincennes. N. del T.) en 1978. El campo de coherencia del socioanálisis, construido alrededor de la autogestión y de los analizadores, se vio desestabilizado por la influencia subterránea del neoinstitucionalismo ameri-cano. Paralelamente, nuestro campo de análisis vio regresar, a la fuerza, lo local a expensas de lo global, lo que permite eva-cuar las transversalidades, las implicaciones en el "afuera" del campo de intervención.

"La gran mayoría de los románticos acaba por llegar a los grados más serios [...] se ve a nuestros románticos que se transforman en cascarones tan hábiles (esta palabra "cas-carón" la empleo con amor), ellos dan bruscamente prue-ba de un sentido tal de las realidades y de un conocimien-to tan positivo que sus superiores pasmados y el público no pueden más que aplaudir la lengua con estupefacción." (Dostoievski, Memorias del subsuelo, 1864.)

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"Esta clase de nuevos ricos ahonda pues el pozo lanzán-dose en el mercantilismo. En lo sucesivo, los 'revolucio-narios' realizan ahora exitosamente la importación-ex-portación, gracias a los favores de los funcionarios de las autoridades portuarias o a las cartas de crédito abiertas con tasa oficial, el dólar a un costo diez veces más barato que en el mercado paralelo." (Le Monde, 12-13 de mayo de 1996, Alexandre Buccianti sobre Libia.)

La acción institucional, en el sentido de los vientos dominan-tes del oeste, ha hecho su reaparición, incluidas las tendencias ex izquierdistas que, en los años '60-'70, preconizaban la acción antiinstitucional: esta inflexión en la intervención socioanalítica, entraña un apartamiento del análisis colectivo del encargo, uno de los puntos teóricos que diferencian nuestra corriente respecto de otras escuelas de intervención psicosociológicas o sociológicas.

A la acción contrainstitucional, marcada a la derecha por la acción institucional, a la izquierda por la acción antiinstitucional (o, como se ha visto, no-institucional) le cuesta trabajo situarse. Nuestro modo de acción en la intervención, en la consulta, la terapia, la formación o como actividad más distanciada del mé-todo de análisis general —epistemológico, histórico, sociológico, ético, etc.— quisiera liberar las potencialidades o las virtualidades de una situación en relación a lo instituido; quisiera montar los dispositivos de una alternativa a lo instituido, por la emergencia de las fuerzas y de las formas instituyentes. Pero la energía pulsional de la ideología hegemónica mundial se ejerce a través del terror nuclear, la cuasisoberanía del imperium americano, el desarrollo del subdesarrollo, los conflictos étnicos, el desempleo, la preca-riedad y el psicoterror en el trabajo, las pandemias humanas y animales. Esta ideología rebate la estrategia contrainstitucional sobre una imagen deformada de nuestra corriente, percibida a veces o a la vez como "utópica" o "peligrosa".

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LIBERTAD DE MOVÍMÍENTOS

Es verdad que la palabra, si no la idea de contrainstitución sale de la contracultura americana de los años '69-'70. Esa época es signo de una interferencia fuerte entre nuestra corriente y las variantes grupalistas, no-institucionales, de la acción antiinstitucional. La idea de contrainstitución se materializa en-tretanto, en la actualidad, en las prácticas autogestionarias, parti-cularmente en la educación.26

El encuentro entre la contracultura de los años '60-70 y la corriente autogestionaria es una de las particularidades de la politización del análisis institucional. El vínculo con las prácti-cas e ideologías anarquistas nunca ha sido verdaderamente anali-zado, salvo precisamente en lo que concierne a las pedagogías de vanguardia. No obstante, en este dominio la confusión continúa reinando. El Panteón pedagógico mezcla, muy cómodamente, la no-directividad de Karl Rogers con los anarquistas francmasones Sébastian Faure y Francisco Ferrer, el funcionario de la Tcheka (futura KGB) Makarenko, el freudismo libertario de Neil, la uto-pía crítica de Iván Illich, las educaciones centradas en el niño con Korczak en Polonia o Freinet en Francia, etc.

Es a través de los marxismos críticos de Henri Lefebvre o de Cornelius Castoriadis que nuestra corriente ha podido decantar mejor la herencia marxista y hegeliana, aun cuando el diálogo no se ha podido entablar con los althusserianos (con excepción del ya citado Nicos Poulantzas). La presencia/ausencia del Estado en el corazón de la institución, en el PMW y en nuestras cabezas27

es una experiencia teórica que debe mucho más a Lefebvre que a Foucault; incluso, la dialéctica de lo instituyente y lo instituido

26. Les pédagogies autogestionnaires, obra colectiva, coordinada por Patrick

Boumard y Ahmed Mamihi, ívan Davy editor (participación de R. L.).

27. René Lourau, L'Etat-inconscient, París, Editions de Minuit, 1978 (hay versión

española: El estado y el inconsciente, Barcelona, Kairós, 1979. N. del T.).

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debe más a Castoriadis que a Durkheim o a los neodurkheimianos. En cuanto a la teoría de la institucionalización, se ha constatado que a menudo sus fundadores actuaban (por fuera de la corriente weberiana) en un orden disperso. De allí la necesidad de explorar más seriamente el campo teórico de esta noción. Este campo, si se saca la sociología académica, está lejos de quedar desierto. To-davía pueden citarse, por ejemplo, los aportes contemporáneos del politòlogo Jacques Chevallier28 —o el del sociólogo y filósofo Michel Freitag,29 cuyo trabajo no está muy alejado del análisis institucional e ilumina vivamente nuestra linterna cuando cons-truye una teoría del Estado y de la soberanía como "institucionalización de la capacidad de institucionalización".

El vínculo entre institucionalización y soberanía, en la lógi-ca estatal, es largamente estudiado en mi libro Le principe de subsidiarité contre l'Europe (1997) de la editorial PUF. En ese mismo estudio, propongo una relectura del famoso episodio de la Leyenda del Gran Inquisidor de Los Hermanos Karamazov, de Dostoievski, como "tipo ideal", en sentido weberiano, de la institucionalización. Evoco que, en retrospectiva, en esa novela el cardenal gran inquisidor explica a Cristo, llegado a la tierra, que él debe condenarlo a muerte por sabotaje del PMW de la institución romana: en efecto, en el mencionado pasaje, la igle-sia, portadora del mensaje crístico no ha podido sobrevivir más que negando todo lo que tiene de utópico, de optimista. En el mismo trabajo formulo, siguiendo las investigaciones de Bernard Elman acerca del liceo autoadministrado de París (Lespedagogies autogestionnaires, 1995) y Débora Sada (sobre el movimiento de las Madres de la Plaza de Mayo de Buenos Aires) la teoría del

28. Jacques Chevallier, "L'analyse institutionelle", en L'institution, obra colectiva,

París, PUF, 1981. Especialmente "Le processus d'institutionalisation", pp. 54-60.

29. Michel Freitag, Dialectique et société, 2, Saint-Martin, 1986, Segunda parte.

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LIBERT/wJ De MOVÍMÍENTOS

fracaso de la profecía del fracaso, revelando la presencia de lo negativo, de la contradicción, no solamente después del período profético, carismàtico (como en Péguy, Weber o Mühlmann), sino en la profecía, en el proyecto original; eso es lo que denomi-no el efecto Elman. Una investigación extensiva a los dominios mitológico, literario, autobiográfico y diarístico pondría a luz del día muchos materiales comparables a los que revela la Leyen-da del Gran Inquisidor. Además, este relato forma parte de una muy antigua tradición hagiográfica, proveniente ante todo de Oriente y más particularmente de Irán, pasando por Egipto y Grecia y que heredan las tres religiones monoteístas. La utiliza-ción de sueños adivinatorios con un fin profético o hagiográfico desborda ampliamente a los monoteísmos, si se cree al gran mi-tólogo y folklorista Pierre Saintyves, quien revela un efecto Elman en este dominio del onirismo institucionalizado: "Los primiti-vos han constatado perfectamente que todos los sueños proféticos no se realizan; pero esto no ha disminuido su fe en su valor adi-vinatorio. Para evitar lo que ellos denominan su error, los Zulúes declaran que a veces es necesario explicar los sueños por el senti-do opuesto [...]. En verdad... (apunta con humor Saintyves, quien aquí reúne la tesis de Festinger acerca del rol de la creencia en los PMW) la fe supera todas las dificultades" (Songes dans la littérature hagiographique (Sueños en la literatura hagiográfica)), en la reco-pilación de obras de Saintyves, París, Robert Laffont, colección Bouquins, 1987, pp. 536-537).

Dentro de la literatura contemporánea, señalemos la novela del escritor americano negro, Chester Himes, La croisade de Lee Gordon (Lonely Crusade, 1945, traducción francesa UGE, coli. 10/18, 1984 y 1991). El fracaso de la profecía (sindicalista) del fracaso se manifiesta desde el origen en la contradicción entre la esperanza en una comunidad de iguales y el miedo, muy justifi-cado, de reencontrar en el sindicato obrero la reproducción de las barreras raciales. Del otro lado de la barrera, el sindicalismo

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americano blanco, con su novela Au Sud de la fente (Alsur de la grieta, N. del T.), Jack London es uno de los apologistas más deslumbrantes en cuanto a los PMW: el sociólogo, héroe de la historia, regresa finalmente a los bellos barrios después de haber-se "establecido", por militantismo sindical, en los barrios pobres. El mismo fenómeno es estudiado por el sociólogo Stanley Aronowitz en False promises. The Shaping of American Working Class Consciousness, 1973. El modelaje ( shap ing ) de la conscien-cia de clase de los trabajadores americanos tiene por motivo cen-tral el fracaso programado de las "falsas promesas" originales...

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conc lus ión ALREDEDOR DE LA NOCIÓN DE CAMPO

"La sociología nos enseña que...". "La psicología nos dice que...". En realidad, este tipo de fórmulas sustancializan metafí-sicamente las disciplinas cuya identidad presumida no existe más que por y para los organismos estatales, quienes definen las fron-teras (en desmedro del contenido) y el modo de cooptación se-lectiva de sus representantes oficiales. Del mismo modo, sería pretencioso y ridículo (¡y no escaparía yo a ello!) expresarse de una manera análoga a propósito del análisis institucional. La crí-tica de la noción de campo y la idea, que de ahí deriva, de cam-pos de interferencias, se aplica directamente en la presente "in-troducción" al análisis institucional. Los textos que la componen ofrecen una "entrada" entre otras. Es la puerta trasera, la de la cocina conceptual: no se la percibe de buenas a primeras, aunque en lo que a mí respecta la utilizo más a menudo que la puerta principal, forjada en hierro y que lleva en el frente la inscripción "Institución y basta". Tal es el obsequio de la imaginación socioanalítica como libertad de movimientos.

"Hay muchas moradas en la casa del Padre". No seamos menos abiertos que la palabra bíblica. Otra palabra, aún más ecuménica, dice: "El Espíritu sopla donde quiere". Para unos, el

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análisis institucional es una referencia vagamente teórica y polí-tica con olor a pasado, con la fragancia de la calle salvaje de 1968; 0 un pensamiento salvaje, marchito, olvidado entre las primeras páginas de El Capital de Marx o de un folleto de Bakunin acerca del fin del Estado. Para otros, será una zona franca, estimulante o poco recomendable, apoyada en los territorios de la psicosociología, del psicoanálisis, de la sociología de campo, in-cluso la historiografía y la ciencia política. Algunos, todavía, se contentan con reagrupar bajo esta bandera experiencias, prefe-rentemente alejadas en el tiempo, en psicoterapia, en pedagogía, en la consulta, en la intervención, etc.

La palabra "institución", empleada cada dos por tres, a modo de encanto, bastará a muchos para exhibirse como "institucionalistas". A éstos no les inquieta verdaderamente la existencia, en las instituciones universitarias y de investigación, de una corriente sociológica norteamericana homologada como tal, incluso en las obras generales, diccionarios y manuales fran-ceses. El análisis institucional de origen francés, en su diversidad mal identificable, apenas tiene relación con el institucionalismo de Talcott Parsons o con el neoinstitucionalismo de sus discípu-los. A la institución durkheimiana parsoniana que designa una estructura estática de normas y de funciones, estructura exterior a nosotros —individuos y grupos— nuestro paradigma opone el modelo dinámico de la institucionalización y de la implicación dentro de la institucionalización.

Asimismo, la palabra "implicación" servirá de "ábrete sésa-mo" para aquellos, numerosos, que creen poder analizar las prác-ticas con la ayuda de los conceptos arcaicos de sujeto y de objeto, remozados por algunas corrientes filosóficas modernas. A guisa de consigna que sirve de clave mágica, se podría preferir, desde una óptica más freudiana, el grano de sésamo del cuento árabe que sugiere Nicolás Chamfort (1741-1794) en sus Caractéres et anecdotey. "M. de Calonne, queriendo introducir mujeres en su

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gabinete, advierte que la llave no entra de modo alguno en la cerradura. Suelta un 'carajo' de impaciencia; y, notando su falta: 'Perdón, señoras, dice, ¡yo hago bien las cosas en mi vida, y he visto que no hay más que una palabra que sirve!'. En efecto, la llave entra enseguida".

No existe consigna, abracadabra o fórmula mágica compli-cada para entrar en el análisis institucional. Los conceptos que uno separa o enumera para entregar signos de pertenencia no son más que palabras, términos que se describen por el uso lingüísti-co de las líneas de fuga de procesos relaciónales, y no sustancias identitarias, fijas como en la metafísica de Aristóteles y en la ac-tual lógica binaria, no contradictoria. El trámite consiste no en identificarse imaginariamente con el "análisis institucional", sino, al contrario, en perseguir ferozmente a todas las identificaciones y todo identitarismo dentro de nuestros propios razonamientos.

Respecto del identitarismo es necesario acomodarse al míni-mo en la así llamada "comunicación" que el Estado impone por la cédula de identidad, el pasaporte y todo tipo de registros ma-nuales y electrónicos donde funciona lo mismo, en el refugio sal-vaje de lo otro. Un niño nacido en Francia, puede ser identificado como "expulsable" si es hijo de nativos de Malí sin papeles. Sin embargo este niño es tan respetable y sobre todo adorable como el vuestro, si es de la misma edad.

La libertad, la igualdad, la fraternidad de nuestra divisa re-publicana son terriblemente "simbólicas": pretenden estable-cer, por un lado, una ecuación entre un discurso jurídico y cons-titucional y, por el otro, ideas y pulsiones tan universales como contradictorias.

La identidad de a igual a a, o uno igual a uno, revela la peor de las certezas, de las que se nutren bastantes manifestaciones de lo "simbólico" caras a la ideología del sector terciario en plena expansión. El programa del análisis institucional está resumido por Marc Richir: "La puesta al revés de las trampas de la institución

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simbólica comienza, en un sentido, con el señalamiento de lo no-tautológico en ella, de todas las incertezas que se socavan des-de dentro de sus certezas" ( P h é n o m é n o l o g i e et institution symbolique, 1988).

* * *

Desidentificar los conceptos, con todo útiles, indispensables, consiste en explorar la relación que designan y hacen visible entre ellos. Los conceptos no se articulan, tal como dicen y hacen las palabras en una lengua articulada. El lazo entre ellos no está cons-truido por ellos, por su proximidad o su oposición (como es el caso en la lengua), pero preexiste a su aparición y a su petrificación bajo la forma de palabras mágicas, contraseñas —sésamo, institu-ción, carajo, inconsciente, implicación, libertad, etc.—. Son las re-laciones las que construyen los conceptos, no los conceptos que construyen las relaciones. Sin embargo la razón clasificatoria nos fuerza a creer lo contrario, a pesar de sus límites, valorizados por Foucault quien se divierte evocando las tipologías delirantes a lo Borges. Con respecto a la implicación, recordemos la curva del concepto: por un lado la mortal estabilidad del grado cero, de la desimplicación, del desapego, de la dependencia absoluta, pura identidad manipulable por un régimen totalitario. Es la de los niños judíos conducidos directamente a la cámara de gas, tenien-do los adultos derecho, si se puede decir, de ser clasificados y apartados. Por otro lado, la fuga de referencias ligada a la sobreimplicación: toda la gama de grados de participación des-pliega las posibilidades de los modos de relación. Esta modula-ción, esta transducción progresiva o a distancia, son la realidad del devenir. En el ejemplo del campo de concentración o de ano-nadamiento, es la modulación de las relaciones posibles e impo-sibles lo vivido, experimentado por el cuerpo en un pensamiento sin concepto, bastante antes de que David Rousset, Bruno

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Bettelheim (a partir de su propia experiencia) o Hanna Arendt, o tantos otros escritores del totalitarismo, vengan a marcar algunos jalones, fijar algunos rótulos para esbozar las fronteras y el modo de empleo de un campo sociológico donde todas las referencias han huido —el campo en ruinas del espíritu humano occidental—. Si hablo de un pensamiento sin concepto es sin duda porque el horror se introdujo subrepticiamente dentro del campo estético kantiano —el goce estético se caracteriza por la ausencia o la pues-ta en segundo plano de los criterios conceptuales que habitual-mente legitiman el conocimiento reflexivo, sea filosófico, cientí-fico o del sentido común—. La fórmula aparentemente provoca-tiva del pensamiento sin concepto no se aplica completamente a la instancia política que instituye el campo como invención-lí-mite de la morfología social. A la entrada del campo de Auschwitz-Birkenau, una modesta pancarta indicaba: "Campo de anonada-miento". Frente a la entrada a otro campo, la finalidad pregona-da en letras de hierro forjado no era tanática sino ergológica: "El trabajo os hará libres". Los conceptos actuales de campo de tra-bajo, de campo de anonadamiento, etc., no son creaciones origi-nales ni de los nazis ni de aquellos quienes, luego, escriben sobre los campos: lo que entendemos a través de estos sintagmas sono-ros está producido a la vez por los teóricos nazis y por los histo-riadores-analistas y por la experiencia o el recuerdo de las expe-riencias de quienes han sobrevivido. En otras palabras, no hay ruptura clasificatoria sino ligazón transductiva, encadenamiento de enunciados entre diversos modos de discurso de registros en genera] bien separados, definiendo cada uno un campo cerrado —tal como hay ligazón transductiva entre las acciones, los aconte-cimientos, sean éstos físicos, biológicos, psíquicos o colectivos; y que sean llevados al lenguaje, por el lenguaje o, al contrario, se-pultados en el aparente autismo de la reproducción física, bioló-gica y psíquica, y, también, en una gran medida, de la institucionalización sociohistórica.

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La desidentificación de un concepto (como el de implica-ción) no se acaba con este primer trabajo de clarificación de las relaciones entre dos límites arbitrarios del campo abierto por el concepto. Estos límites, estos mojones, son utilizados para que la comprensión del concepto (lo que quiere decir, su "definición") sea trabajado permanentemente, negado por su extensión (las cosas a las cuales se aplica, su campo de aplicación). La opera-ción de desidentificación se acompaña haciéndose cargo de las interferencias entre tal concepto y tal(es) otro(s). Se está implica-do en algo, en un proceso vital, en un entorno cualquiera desde que el proceso de individuación efectúa el pasaje entre lo inde-terminado, lo homogéneo, por una parte, y, por la otra, lo hete-rogéneo, lo determinado —lo viviente—. El ser, cualquiera que sea, está implicado en situaciones existenciales, en un devenir e in-cluso en los reinos mineral y vegetal, con o sin consciencia de su desarrollo y de su metamorfismo (no sabría debatir aquí esta cues-tión) se trata de un entorno primero, que no es otro que el tiem-po. Por lo que nos concierne, nosotros, los humanos, mamíferos "superiores" (autoproclamados como tales y no por un instituto o una asamblea general que también comprende a los minerales y a los vegetales, sin olvidar de convocar al agua, al aire y al fue-go), la temporalidad individual y colectiva, el devenir de nuestra individuación y el devenir sociohistórico, planetario y cósmico, con los antagonismos y desfasajes constitutivos de esos devenires entrecruzados, son nuestro "entorno". En el estado actual de nues-tros conocimientos, estado ampliamente determinado por la se-paración instituida entre el campo de la ciencias exactas y el cam-po de la ciencias humanas, sin mencionar al campo extracientífico, podemos tener acceso sobre todo, más o menos confusamente, a nuestra implicación en la institucionalización. Esa es una supe-rioridad de la ciencias humanas por sobre las ciencias llamadas exactas, las cuales no nos dicen exactamente nada sobre la revo-lución política y cognitiva que permitiría responder a la única

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pregunta vital —la de la sobrevivencia y felicidad de la especie humana dentro de su entorno—. Para esclarecer estos dos concep-tos de implicación y de institucionalización en su encadenamien-to, las entradas teóricas que he elegido —la de Jacques Lacan y la de Max Weber prolongada por algunas otras— no son más que unas entradas entre otras. La primera trabaja la interferencia del análisis institucional con el campo psicoanalítico en lo que tiene de particularmente problemático (la validez de la noción de con-tratransferencia, puesta en duda por Lacan). La segunda, en in-terferencia con el campo sociológico, da cuenta de las investiga-ciones que casi siempre se apoyan en las teorías de los modos de dominación de Weber con vistas a refinar las contradicciones del proceso de institucionalización (del fracaso de la profecía al fra-caso de la profecía del fracaso). La finalidad es poner el acento sobre dos conceptos paradigmáticos del análisis institucional te-niendo presente en el espíritu una desvelada interrogación acerca de la muy relativa validez del concepto de campo dentro de las ciencias humanas.

Con preocupación didáctica, el concepto de transducción (Simondon) y el de ultratransducción (que para Ravatin inte-rroga aún más el preestablecimiento de la realidad por la lógica clasificatoria, identitaria), pueden ser vistos como los produc-tos del "demonio de la analogía". Pero esto no es más que una... ¡analogía!

Más ejemplar tal vez, en el campo poético, es la teoría de la metáfora emitida por Pierre Reverdy, y retomada por André Bretón. La metáfora consistiría en la aproximación de dos reali-dades muy alejadas. Transpuesta, según el principio de los cam-pos de interferencia, al dominio del conocimiento intelectual, este modelo daría cuenta de la acción a distancia. Pero, ¿da cuen-ta de la propagación de lo contiguo a lo contiguo, como en la cristalización que para Simondon es el modelo paradigmático de la transducción?

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De hecho, es el trabajo poético (de la metáfora) lo que pro-duce el acercamiento, opera la transducción de realidades llama-das alejadas (por la lógica clasificatoria) en realidades próximas las unas a las otras. El intransitivo cede el lugar al transitivo. Todo no es sino transición, mediación, relación. La creación es-tética prolonga o completa la acción de la realidad, tanto "exte-rior" (física o social) como íntima (biológica, psíquica).

En este sentido, se comprendería mejor el axioma tan contro-vertido según el cual "el arte imita a la naturaleza". El decurso transductivo revela pues una interferencia entre campo estético y campo cognitivo, lo que es a la vez más y menos que una simple analogía: más, porque los dos campos están verdaderamente en con-tacto y actúan el uno sobre el otro; menos, porque este acercamiento y esta acción recíproca no permite concluir en una cuasiidentidad y en el reino de lo "mismo", como es el caso de ciertas derivas holísticas del "todo está en el todo y recíprocamente".

Validez muy relativa o, más precisamente, contradicción. El campo pretende a la vez recubrir en sus envolturas y despliegues la realidad que se mueve, y recortar esta realidad en pedazos bien etiquetados, tal como el carnicero con el animal muerto. Sin embargo, una vaca de verdad nunca es un conjunto de bifes y otros "trozos" seleccionados o recortes. Como tampoco un cerdo soñando ante sus comensales es identificable con una cantidad de salchichas. La dificultad, la imposibilidad de producir un enun-ciado colectivo coherente de las implicaciones de una situación proviene, tal vez, de la vana tentativa de trasplantar este concepto sobre un "real" predescuartizado por el cuchillo de carnicero de la lógica clasificatoria, indentitaria. Cómo pretender hacer visi-ble y legible la implicación en un sistema de referencia sujeto/ objeto, que autoriza al observador a inclinarse desde su ventana para contemplar con toda quietud la fanfarria o la procesión del devenir (para esto, le alcanza con subrayar con dedo glotón el corte de su "método"). La cuestión epistemológica que así se plantea

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tiene desde luego una ligazón transductiva con la cuestión políti-ca de la sobrevivencia y la felicidad de las grandes masas, que, cada vez más, viven en la miseria, la precariedad, el desempleo o la angustia del desempleo. El enunciado colectivo, significativo de una relación de fuerzas, de las implicaciones cada vez más graves en el trabajo asalariado, es reducido a silencio, por ejem-plo en Francia, en el sector privado que, a diferencia de sus colegas del sector público, a los trabajadores de lo privado los vuelven (em-presas industriales, comerciales, de servicio) incapaces de utilizar el instrumento de todos modos legal de la huelga (y, a fortiori, de hacer un encargo de una intervención socioanalítica!). Alienados, reificados, reducidos a la condición de objeto por el psicoterror del sistema llamado "liberal", los obreros y empleados harían mal en actuar en tanto sujetos, porque esta palabra no significa nada, inclusive cada vez menos, para los gerentes. El fin del trabajo como valor universal acompaña la autodestrucción del campo de actividades humanas regladas en función de la sobrevivencia, las reglas relativas al tiempo-mercancía, el empleo del tiempo de vida cotidiana, el cuerpo y sus ritmos. De golpe, todos los campos de estudio de las ciencias sociales, desde la educación hasta el traba-jo, del ocio a los transportes y a la comunicación, de la salud al goce, etc., sufren un sismo epistemológico. Acabada la ciencia tranquila y positiva de la época de los Treinta Gloriosos, con los gentiles objetos humanos posando complacientes, la mirada sur-cada por una gran sonrisa, ante el aparato por donde el pequeño pájaro de Minerva no deja de salir...

Se habrá comprendido que un campo de investigación y/o de intervención no está construido por un agrimensor tan abs-tracto, diáfano (y reducido al desempleo técnico!) como el Agri-mensor de Kafka en El Castillo. La imagen que viene al espíritu

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es, más bien, la historia tragicómica que cuenta Louis Ferdinand Céline al principio del Viaje al fin de la noche (1932): cómo el anarquista, el pacifista absoluto, está "enganchado" (en el senti-do propio, militar, de la palabra) porque, siendo su capricho la-mentablemente irreversible, dado que está atrapado, en compa-ñía de otras cabezas quemadas, en el sistema que él mismo de-nunciaba algunos instantes antes, a golpe de grandes peroratas antimilitaristas:

"Pero vea usted que, justamente, un regimiento se digna a pasar ante el café en donde estábamos sentados, y con el coronel por delante a caballo, que incluso tenía un aire muy gentil, rico y gallardo, ese coronel! No hago más que saltar de entusiasmo. — ¡Quisiera ver si es así! le grité a Arturo, y he aquí que partí para engancharme, y a paso de carga también. — ¡No sos nada boludo, Ferdinand! me grita Arturo que regresa, vejado sin duda alguna por el efecto de mi he-roísmo ante todo el mundo que nos mira. [...] Entonces marchamos mucho [...] En resumen, qué me he dicho entonces cuando he visto el giro que esto tomaba, esto es muy extraño! [...] Hemos hecho, como las ratas".

Tal es el Fedinand Bardamu de Céline, el investigador, el interviniente se encuentra embarcado. Toman el tren ya en mar-cha, un tren que, tal vez, no es el adecuado. Ningún convoy ex-cepcional, ningún Transiberiano metodológico los espera con todos los honores debidos a su rango, antes de soltar amarras hacia un destino conocido. Por cierto, el investigador, el interviniente, pueden ilusionarse, autohipnotizarse al punto de creer que ellos controlan la situación, que inmovilizan a esta última en una estasis epiléptica, o un éxtasis de trance mediúmnico. Pueden

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imaginar un plan fijo, un plan secuencia ("teatro filmado" du-rante un largo rato) por ejemplo, en las entrevistas en profundi-dad a una única persona con el método de las "historias de vida". Las preguntas del entrevistador pueden estar pegadas al montaje (en la transcripción), a menos que la técnica no directiva no las haya borrado de la grabación. El investigador está él mismo esca-moteado en su sombrero de mago, el entrevistador parece haber olvidado la situación singular de la entrevista —lo que conforma esta situación: la aceptación de acuerdo con una negociación breve o larga, la elección del lugar, el momento, el final señalado para la entrevista, la presencia del sociólogo o del grabador— y colabo-rar, con mucha naturalidad en su propia objetivación, para la mayor gloria de la institución científica. Esta institución aprecia los "planos fijos" (y los campos cerrados) de la investigación, de-bido a que ellos alimentan la ilusión de que no hay nadie en la situación de investigación, que el "sujeto" ha sido abolido. En el límite, no hay nadie; el entrevistador puede irse a pasear mien-tras la banda magnética continúa dando vueltas, siempre y cuan-do el entrevistado esté decidido a, y sea capaz de, cambiar la cinta cuando se acabe. No hay más que "objeto", conocimiento "rigu-roso". Pero, con ello, ¿no se olvida bastante rápido que el peligro de perturbación o de interferencia sujeto/objeto reside no sola-mente en el funcionamiento de la situación de investigación (para el caso, la entrevista) sino, más bien, en su construcción, en su elaboración social antes y después de la entrevista (modalidades de restitución o no restitución) —dicho brevemente, su institu-ción, en el sentido activo de este término—?

Hacer investigación, observar, encuestar, registrar palabras e imágenes, reunir documentos, lo mismo que intervenir según una finalidad normativa cualquiera (encubierta, tal vez, como "ayuda" o "acompañamiento"), todo esto es lo que plantea la cuestión de la intervención. Incluso en el caso, cada vez más raro en la investigación institucional, del investigador de biblioteca,

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completamente solitario; allí también hay intervención del in-vestigador, por las horas/hombre consagradas al "trabajo" y las horas/hombre residuales consagradas a la vida íntima o social. Toda investigación es intervención de la institución de investiga-ción en los flujos o los pantanos de la vida cotidiana del investi-gador tanto como, y a menudo antes que, la vida cotidiana de la poblaciones estudiadas. Toda intervención es creación de interferencias sociales en una situación social, al igual que interferencias cognitivas dentro de un modo de conocimiento considerado como natural o normal antes de la intervención nor-mativa de un nuevo paradigma, el del investigador interviniente. Toda investigación, incluso si ella nada produce o si sus resulta-dos no tuvieran aplicación alguna, es investigación-acción, cual-quiera sea su dispositivo y sus modalidades de restitución (si se planteara la cuestión de la restitución) a la población que fue momentáneamente encerrada, a sabiendas o sin saberlo, dentro de las fronteras del campo. La tesis que aquí defendemos con la ayuda de la metáfora de la libertad de movimientos (la cié des champs) es la de la actividad cognitiva como proceso de socializa-ción o de resocialización, lo cual, soy consciente de ello, da la espalda a la concepción evidentemente implícita, que va de suyo, y a veces cínicamente explícita de la investigación como momen-to de la trascendencia, fuera de la temporalidad y de los arreglos de la vida cotidiana. Esta concepción, tantas veces caricaturizada bajo la figura del sabio extravagante en los dibujos animados (pro-fesor Nimbus, profesor Cosinus, profesor Tornasol, etc.) es, en realidad, la concepción dominante, el cientismo habitual de los pequeños funcionarios sombríos de la investigación.

La acción dé la investigación, incluso la más "fundamental" o "pura", más allá de la simple legitimación de los investigadores en tanto cuerpo, produce, sin duda, la actitud maníaco-depresiva que consiste en el interrogar sin fin la idea misma de investigador y, en consecuencia, la idea de campo de investigación. La toma

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de consciencia, de ningún modo narcisista (y, si ella es tachada de narcisismo, ¡viva el narcisismo!), de nuestras implicaciones en la institucionalización de un campo de investigación puede tener efectos autodestructores. Pero, ¿qué es una toma (pr i s e ) de consciencia si no la consciencia de estar preso, de estar im-plicado —y, por lo tanto, el acceso a la visibilidad de una presa o de una empresa en situaciones sociales y dentro de dispositivos de conocimiento?

Si la reflexión sobre la implicación, la institucionalización y las dificultades para construir un campo de investigación ayuda a esta toma de consciencia, entonces cierta concepción del análi-sis institucional, probablemente minoritaria, no es tal vez del todo obsoleta.

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índice de los autores citados (EN LA PRIMERA PARTE)

Abelardo Padre, filósofo y teólogo francés, 1079-1142. Alberoni, Francesco, sociólogo italiano contemporáneo. Althabe, Gérard, etnólogo y sociólogo francés contemporáneo. Althusser, Louis, filósofo francés contemporáneo. Andrade, Perpetuo de, socioanalista angolés-francés contemporáneo. Anzieu, Didier, psicoanalista francés contemporáneo. Ardoino, Jacques, psicosociólogo francés contemporáneo. Aristóteles, filósofo macedonio, vivió en Grecia, 348-322 AC.

Bajtin, Mijaíl, teórico ruso contemporáneo de literatura. Balvet, Paul, psiquiatra francés contemporáneo. Basaglia, Franco, psiquiatra italiano contemporáneo. Bloor, David, sociólogo y epistemólogo inglés contemporáneo. Bolk, Louis, biólogo holandés 1866-1930. Boltzmann, Ludwig, físico austríaco, 1844-1906. Bonnafé, Lucien, psiquiatra francés contemporáneo. Bookchin, Murray, ecologista social contemporáneo (USA). Boumard, Patrick, socioanalista francés contemporáneo. Bourdieu, Pierre, sociólogo francés contemporáneo. Bretón, André, escritor dadaísta y surrealista, 1896-1966.

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Broch, Hermann, escritor austríaco, 1866-1951. Broglie, Louis de, físico francés contemporáneo. Buey, Francesco, sociólogo español contemporáneo. Buridan, Jean, filósofo y lógico francés, circa 1300-1366.

Calvino, Italo, novelista italiano contemporáneo. Castoriadis, Cornélius, filósofo francés contemporáneo. Cervantes, Miguel de, escritor español, 1547-1616. Charcot, Jean-Martin, médico francés, 1825-1893. Comte, Auguste, filósofo francés 1798-1857. Conde, Heliana, socioanalista brasileña contemporánea.

Daumezon, Georges, psiquiatra francés contemporáneo. Debesse, M., psicólogo francés contemporáneo. Debord, Guy, teórico situacionista contemporáneo. Deleuze, Gilles, filósofo francés contemporáneo. Denis, Romain (cf. capítulo I). Descartes, René, filósofo francés, 1596-1650. Devereux, Georges, psicoanalista, etnólogo contemporáneo. Dewey, John, filósofo, USA, 1859-1952. Dostoievski, Fedor, novelista ruso, 1821-1881. Duns, Scoto John, filósofo escocés, circa 1270-1308. Duras, Marguerite, escritora francesa contemporánea. Durkheim, Emile, sociólogo francés, 1858-1917.

Einstein, Albert, físico alemán-suizo-USA, 1879-1955-Enriquez, Eugène, psicosociólogo francés contemporáneo. Etienne, Yves, socioanalista francés contemporáneo.

Favez-Boutonier, Juliette, psicoanalista francesa contemporánea. Faucheux, Claude, psicosociólogo francés contemporáneo. Faye, Jean-Pierre, escritor, filósofo, historiador francés contemporáneo. Ferenczi, Sandor, psicoanalista húngaro, 1873-1933.

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Ferry, Gilíes, psicosociólogo francés contemporáneo. Feyerabend, Paul, epistemólogo USA contemporáneo. Filloux, Janine, psicosocióloga francesa contemporánea. Filloux, Jean-Claude, psicosociólogo francés contemporáneo. Freinet, Célestin, pedagogo francés contemporáneo. Friedmann, Georges, sociólogo francés contemporáneo. Fonvieille, Raymond, pedagogo francés contemporáneo. Fourier, Charles, filósofo y sociólogo francés, 1772-1837. Freud, Sigmund, psicoanalista austríaco, 1856-1939.

Gabel, Joseph, sociólogo francés contemporáneo. Gavarini, Laurence, socioanalista francesa contemporánea. Gauss, Cari, astrónomo, matemático alemán, 1777-1855. Gilon, Christiane, socioanalista belga contemporánea. Gilli, Gian Antonio, sociólogo italiano contemporáneo. Gogol, Nicolás, novelista ruso, 1809-1852. Goody, Jack, etnólogo, epistemólogo, USA, contemporáneo. Guattari, Félix, esquizoanalista francés contemporáneo. Guigou, Jacques, socioanalista francés contemporáneo.

Hegel, Georg, filósofo alemán, 1770-1831. Heisenberg, Werner, físico alemán contemporáneo. Hertz, Heinrich, físico alemán, 1857-1894. Hess, Remi, socioanalista francés contemporáneo. Hughes, Percy, filósofo USA, contemporáneo.

James, William, psicólogo y filósofo, USA, 1842-1910. Jaillon, Dominique, socioanalista francés contemporáneo.

Kaminsky, Gregorio, filósofo, socioanalista argentino contemporáneo.

Lacan, Jacques, psicoanalista francés, 1901-1981. Lapassade, Georges, socioanalista francés contemporáneo. Lefebvre, Henri, sociólogo y filósofo francés, 1901-1991.

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Lefort, Claude, sociólogo y filósofo francés contemporáneo. Le Play, Frédéric, sociólogo francés, 1806-1882. Lévi-Strauss, Claude, etnólogo francés contemporáneo. Levy-Bruhl, Lucien, etnólogo francés, 1857-1939. Lewin, Kurt, psicosociólogo alemán-USA, 1890-1947. Lobrot, Michel, psicosociólogo francés contemporáneo. Lorentz, Hendrik, físico holandés, 1853-1895-Lupasco, Stéphane, filósofo francés contemporáneo. Lyotard, François, filósofo francés contemporáneo.

Makhaiski, politòlogo polaco. Makhno, Nestor, revolucionario ucraniano, 1889-1935. Mallarmé, Stéphane, poeta francés, 1842-1898. Mallet, Serge, sociólogo francés contemporáneo. Mandelbrot, Benoit, matemático francés contemporáneo. Mañero, Roberto, socioanalista mexicano contemporáneo. Marchat, Jean-François, socionalista francés contemporáneo. Marx, Karl, filósofo, economista, sociólogo alemán, 1818-1883. Marx, Elisabeth, socioanalista francesa contemporánea. Maxwell, James, físico escocés, 1831-1879. Meyerson, Emile, filósofo francés, 1859-1933-Michel, Roberto, politòlogo alemán, 1876-1936. Morin, Edgar, sociólogo y filósofo francés contemporáneo. Moscovici, Serge, psicosociólogo, filósofo francés contemporáneo. Mühlmann, Wilhelm, etnólogo francés contemporáneo.

Naville, Pierre, sociólogo, epistemologo francés contemporáneo. Nerval, Gérard de, escritor francés, 1808-1855. Newton, Isaac, matemático, astrónomo inglés, 1642-1727.

Ockham, Guillermo de, teólogo británico, fin del siglo XIII-1349. Oury, Fernand, pedagogo francés contemporáneo. Oury, Jean, psiquiatra, psicoanalista francés contemporáneo.

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Pagès, Max, psicosociólogo francés contemporáneo. Pagès, Robert, psicosociólogo francés contemporáneo. Péguy, Charles, escritor francés, 1873-1914. Pierce, Charles S., semiotico, filósofo USA 1839-1914. Perreti, André de, pedagogo francés contemporáneo. Piaget, Jean, psicólogo, epistemologo suizo contemporáneo. Pichon-Rivière, Enrique, psicoanalista, psicosociólogo argentino. Platón, filósofo griego, 428-348 AC. Politzer, Georges, psicólogo francés contemporáneo. Popper, Karl, filósofo, epistemologo austríaco-inglés contemporáneo.

Ravatin, Jacques, matemático francés contemporáneo. Rousseau, Jean Jacques, escritor, filósofo suizo, 1712-1778. Rogers, Karl, psicólogo, pedagogo USA contemporáneo. Ruyer, Raymond, filósofo francés contemporáneo.

Savoye, Antoine, socioanalista francés contemporáneo. Schietere, Alain de, socioanalista francés contemporáneo. Schrôdinger, Erwin, físico austríaco, 1887-1961. Sfez, Lucien, politòlogo, sociólogo francés contemporáneo. Simondon, Gilbert, psicólogo, epistemologo francés contemporáneo. Sócrates, filósofo griego, 470-399 AC. Soupault, Philippe, dadaista y surrealista francés contemporáneo. Spinoza, Baruch, filósofo holandés, 1632-1677. Stern, Daniel, psicólogo contemporáneo, USA.

Tosquelles, François, psiquiatra francés contemporáneo. Touraine, Alain, sociólogo francés contemporáneo. Trotski, León, revolucionario, politòlogo ruso contemporáneo.

Várela, Francisco, epistemologo contemporáneo. Van Bockstaele, Jacques, socioanalista francés contemporáneo. Van Bockstaele, Marie, socioanalista francesa contemporánea.

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Weber, Max, sociólogo alemán, 1864-1920. Welles, Orson, cineasta contemporáneo, USA.

NB: Por ausencia de datos, los contemporáneos fallecidos figu-ran bajo la misma rúbrica que los vivientes. La calificación de muchos autores es muy a menudo arbitraria. Aque-llos que no se reconozcan de este modo tengan a bien excusarme.

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bibliografía anal í t ica

(Si existe edición española, se acompañará con (*) N. del T.)

Alberoni, Francesco: Movimento e instituzione. Theoria Generale, Milano, II Mulino, 1977 y 1981. Del mismo, Genesis. Mouvementet institutions, traducido del italiano, París, Ramsay, 1989. Alberoni sustituye la noción de estado naciente por la de profecía inicial, se entrega a una crítica violenta de Mülhmann y "su insostenible concepción racista". Por mi parte, he polemizado con Alberoni en una revista anarquista de Milán, a raíz del pretendido "racismo" de Mühlmann.

Antonucci, Giorgio: Ilpregiudiziopsichiatrico, Milano, Eleuthera, 1989.

Aronowitz, Stanley: False Promises, The Shaping of American Working Class Consciousness, 1973-

Arrow, Kenneth: Social choice and Individual Valúes, 1951 (*). Nobel de Economía en 1972, Arrow jamás sostuvo la tesis de la elección racional, mecanismo que describe solamente como pertinente al nivel microsocial o microeconómico.

Balint, Michael: Thrills and Regressions, London, 1959. (*) Basaglia, Franco y otros: L'institution en negation, 1968. (*)

1 4 9

RENÉ LOURAU

Basaglia, Franco y Franca: Les criminels de paix, obra colectiva, 1973 (participación de R. L.). (*)

Blanchot, Maurice: La communauté inavouable, Paris, Edit. de Minuit, 1983. (*)

Chevallier, Jacques: "L'analyse institutionelle", en L'institution, obra colectiva, París, PUF, 1981. Especialmente "Le processus d' institutionalisation".

Clark, Terry: Prophets and Patrons, 1973: "Les étapes de l'institutionnalisations scientifique", Revue internationale des sciences sociales, Unesco, vol. XXIV, n° 4, 1971.

Carrillo, Juan Antonio: "Lo que el sismo reveló", en la obra co-lectiva Psicología para casos de desastre, Mexico, Edit. Pax Méxi-co, 1987. En el contexto del terremoto de México, Carrillo describe a los psicólogos y psicoanalistas como "siniestrados profesionales".

Coleman, James: Foundations of Social Theory, 1990. Dewey, John: Logic: the Theory oflnquiry, New York, 1938. (*) Festinger, León; Riecken, Hank y Schachter, Stanley: L'échec d'une

prophetie, 1956, traducido del inglés, París, PUF, 1993. (*) Festinger, León y Aronson, Elliot: "Eveil et réduction de la

dissonance dans les contextes sociales" (trad. al francés por André Lévy), en Psychologie Sociale, Paris, Dunod, 1970. (*)

Freitag, Michel: Dialectique et société, 2, Montréal, Ed. Saint Martin, 1986.

Galbraith, John Kenneth: The Culture of Contentment, 1992. (*) Hirschman, Albert: Exit voice and loyalty. Responses to Decline in

Firm, Organizations and States, 1970. (*) Lacan, Jacques: "Intervention sur le transfert", Ecrits, Seuil, 1966. (*) — "La direction de la cure et les principes de son pouvoir", co-

municación al Coloquio de Royaumont, 1958, Écrits. (*) — El Seminario, libro VIII, París, Seuil, 1991. Texto establecido

por Jacques-Alain Miller. Otra versión publicada por el Bo-letín Stécriture, esta versión "no oficial", perseguida en la

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LIBERTAD CIE MOVÍMÍEINIOS

Justicia por Miller, presenta variantes, lagunas incompletas, dificultades de trascripción no resueltas. Un estudio más "tex-tual", referido a los gajes del "tratamiento del texto" a partir de la palabra de Lacan, exigiría una confrontación sistemáti-ca de las dos versiones, a la cual no me he dedicado. (* —no establecida—)

Lapassade, Georges: L'entrée dans la vie, Anthropos, nueva edi-ción 1997. H

— Les pédagogies autogestionaires (obra colectiva, participación de R. L.) Ivan Davy Ed., 1995.

Lourau, René: L'Etat-inconscient, Paris, Minuit, 1978. (*) — Autodissolution des avant gardes, Paris, Galilée, 1980. — Le journal de recherche, Méridiens Klincksieck, 1988. — Actes manqués de la recherche, Paris, PUF, 1994. — "Chercheur surimpliqué", en L'homme et la société, 115, 1995. — Le principe de subsidiarité contre l'Europe, Paris, PUF, 1996. — Interventions socianalytiques. Les analyseurs de l'église, Paris,

Anthropos, 1996. — Implication, transduction, Paris, Anthropos, 1996. Mühlmann, Wilhelm y otros: Messianismes révolutionaires du tiers

monde, 1961, traducido del alemán, París, Gallimard, 1968. (*) Péguy, Charles: Notre jeunesse, Paris, Cahiers de la Quinzaine,

XI-12, 1910. (*) Richir, Marc: Phénoménologie et Institution symbolique, s. 1, J.

Millón éd., 1988. Weber, Max: Economie et société, trad. del alemán, París Pion,

1971. (*) Zuber, Martha y Ruano-Borbalan, J. C.: "Voyage au pays du

pouvoir. Regards sur la science politique américain", Sciences humaines, n° 58, 1966.

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la obra de rené lourau CRISTIAN VARELA

Institución e implicación son los conceptos principales del le-gado teórico de Rene Lourau. El desarrollo de cada uno de ellos traza un arco en cuyo recorrido se ubican, como momentos pun-tuales, los textos que alumbra. Sólo momentos puntuales, claves o novelas, pues a pesar del peso propio que poseen, más allá de la vida autónoma que cobran, los libros —y esto Lourau lo tiene presente— no son el autor, la acción del autor, su obra, su pensa-miento..., no son metáfora del autor, sino mediatizada por la institución editorial.

La construcción del concepto de institución —la institución como concepto- atraviesa el primer tramo de su producción lite-raria, que va desde L'instituant contre l'institué (1969) (Lo insti-tuido contra lo instituyente) cuyo título remite rápido al año de su edición, siguiente al del "mayo francés", hasta L'analyseur Lip (1974) (El analizador Lip) que trata sobre la larga huelga en esa fábrica de relojes, en cuyo transcurso los operarios la autogestionan en defensa de la fuente de trabajo. En este primer tramo se destacan dos textos: El análisis institucional (1970) editado en castellano por Amorrortu seis años después, y Les analyseurs de l'église (1972) (Los

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RENÉ LOURAU

analizadores de la iglesia) donde se trabajan tres intervenciones de-sarrolladas en "el medio cristiano", como reza su subtítulo.

Existe en todo creador una suerte de pudor que lo inhibe de mirar tras de sí los productos que deja. "No es bueno retroceder para contemplar la propia obra", escribe —palabras más, palabras menos— en alguna oportunidad Lourau y cita el caso de Gaudí, quien retrocediendo para contemplar su Sagrada Familia, baja de la vereda a la calle y muere atropellado por un ómnibus. De modo que, si fuera posible indagar su preferencia respecto de los dos libros citados, tal vez no se obtuviera respuesta. A cambio de ello, será siempre posible indagar el contexto de producción de cada texto, tarea que estaría en línea con su pensamiento, en el sentido de restituir a la obra escrita su génesis social, la dimensión propia de lo cotidiano, el trabajo de lo contingente, todo aquello que resulta obliterado, desplazado, negado, invertido, por efecto de la institución editorial, científica, etc., que consagra escrituras como efectos de partenogénesis, como logros asexuados, donde el producto oculta la producción y la visión de la arquivolta desvía la mirada del arquitrabe.

Los dos textos en cuestión constituyen obras muy distintas que, sin embargo, comparten una historia común. Las tres inter-venciones en medios cristianos —dos con Georges Lapassade, la otra con Eugène Enríquez— se desarrollan entre 1967-68. Lourau las redacta al mismo tiempo en que prepara su tesis doctoral de Estado. Para integrarlas a ella, las precede de una larga introduc-ción teórica al análisis institucional. Finalmente, el relato de las intervenciones queda relegado al lugar de un anexo de la tesis; luego son excluidos cuando ésta es publicada por Minuit bajo el título de El Análisis Institucional.

Los lectores en castellano que conocen la corriente del análi-sis institucional (A. I.) a través de ese libro son víctimas de un efecto institucional -académico, editorial— que los sumerge a pri-meras aguas en un texto teórico, apretado, exigido, destinado ante

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LA obRA CÍE RENE LOURAU

todo a un jurado de la talla de Lefebvre, Touraine, Favez-Boutonier, Daumezon; al mismo tiempo, ese gesto institucional priva a tales lectores del relato de la práctica socioanalítica que antecede al constructo conceptual. En este sentido, la edición en castellano de La cié des champs (Libertad de Movimientos), que realiza Eudeba dentro de la colección que dirige Gregorio Kaminsky, viene a poner las cosas en mejor lugar, porque abre una buena vía de entrada a la corriente del A.I. En Francia, los relatos de Les analyseurs de l'église vieron una nueva edición un cuarto de siglo después, en 1996, bajo el título Interventions socianalytiques, con lo cual la improbable pregunta al autor sobre sus preferencias encuentra alguna respuesta.

Claves de la Sociología (1971, con versión española de 1977), escrito en coautoría con Lapassade —con quien Lourau com-parte la paternidad del A.I - es el tercer texto que debe ser men-cionado dentro de este primer tramo signado por la preocupa-ción por una teoría de la institución. Esta preocupación, en un principio se centra en el problema de la autogestión, no tanto para enarbolarla como consigna cuanto para echar luz sobre las razones que la impiden. De modo que la lucha de lo instituyeme contra lo instituido, si quiere leerse como pro-puesta militante, no debiera dejar de entenderse como trabajo de elucidación de las formas sociales instituidas, en tanto fuer-zas que obstaculizan el surgimiento de nuevas formas de ges-tión, instituyentes. Así, el análisis de las relaciones sociales encuentra en el concepto del analizadorX'A. clave que permite hacer presente, en el aquí y ahora de una intervención institu-cional o de una practica social, las dimensiones evanescentes pero concretas de la institución; tanto las que obstruyen la transformación como las que contribuyen a su construcción. Pues, si la institución implica lo instituido y lo instituyente, lo hace bajo formas y pliegues que eluden su percepción para el sentido común (instituido, plegado).

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CRI'STÍÁN VAREIA

En este punto, la curva se tuerce generando un nuevo arco signado por el trabajo sobre el concepto de implicación. Quizás quepa decir, con mayor precisión, que el intradós, la cara interior del arco, se vuelve extradós, pues el concepto ya estaba presente. La teoría de la implicación se despliega, entonces, desde Sociologue a plein temps (1976) (Soció logo "full time') donde se plantea que el profesional que trabaja lo social lo hace a tiempo completo, incluso en sueños, pues él no está por fuera de la materia que trabaja, hasta precisamente Le réve (El sueño), que queda en car-peta al fallecer el autor. En la imposta de este arco está también Le gai savoir des sociologues (1977), cuyo título, "La gaya ciencia -o el alegre saber- de los sociólogos" remite al supuesto de poder hablar de lo social esquivando el contexto (social) de enunciación. Cues-tión de implicación, la investigación sociológica ¿investiga la so-ciedad o investiga la sociología? Los problemas que esto plantea encuentran distintas vías, no de solución, sino de análisis, que es lo que cuenta para el tratamiento de la implicación.

Por un lado, una de las vías es el intento de dilución de la barra que separa la lógica nocturna de la diurna; en esta línea está L'Etat-inconscient {1978), donde el título con que se edita en cas-tellano, El Estado y el inconsciente, pierde algo de la polisemia original, pues trata no sólo de la presencia del Estado en el in-consciente, del inconsciente instituido por el Estado en calidad de última legitimación de toda institución, sino también de la inconsciencia, la irracionalidad propia de la lógica estatal; Le lapsus des intellectuells (1981) (El lapsus de los intelectuales) y Actes manqués de la re cherche (1994) (Actos fallidos de la investi-gación) siguen en esta misma línea, que a la vez muestra cómo la crítica —a veces el rechazo— de Lourau al psicoanálisis refiere no a la validez de la teoría ("...el postulado de una.continuidad onírica no es más delirante que el postulado de una continuidad del movimiento social..."), sino a los efectos de avasallamiento de lo social que su uso pregnante produce.

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LA OBRA DE RENE LOURAU

Por otro lado, la cuestión de la implicación se aborda me-diante el recurso diarístico, donde el investigador de campo o de gabinete expone la cotidianeidad, la subjetividad de la vigilia y los sueños, la transversalidad de aquello que acontece en el trans-curso de la obra de su obra. Este planteo ya presente en Sociologue áplein temps, adquiere en El Estado-inconsciente la forma de una "Carta a los Lectores sobre el Contexto Emocional en que Com-puse este Libro" que abre su lectura con un racconto de hechos de violencia estatal; luego, es trabajado como materia explícita en Le journalde recherche (1988) traducido en México con el título de El diario de investigación. El recurso del diario adquiere su vértice en Implication, transduction (1997) donde el del propio autor ocupa más páginas que la parte conceptual específica; a la vez, hay en esta última un nuevo giro orientado a la búsqueda de una lógica transductiva que permita el sobrepaso de la lógica ya inductiva, ya deductiva. Si éstas son propias de la episteme insti-tuida, presente en nuestra manera de pensar, se ve la dificultad que implica pensar lo otro, lo nuevo, con las categorías de lo mismo, de lo ya dado.

Dos grandes arcos, entonces, en la obra de Lourau; uno, tra-zado por la construcción de una nueva teoría de la institución, con sus momentos distintos centrados en la autogestión y en el analizador, otro, por el concepto implicación, desarrollado en torno a la cuestión diarística, por una parte, y a la lógica transductiva, por la otra. Finalmente, un tercer arco, inacabado, referido al problema de la institucionalización, donde no dejan de incluirse los dos anteriores. Pues la preocupación por la institucionalización -tercer momento de la dialéctica de la insti-tución— comienza a tomar cuerpo en el período signado por la cuestión de la implicación, más precisamente con Autodissolution des avant-gardes (1980) (Autodisolución de vanguardias), donde analiza los raros casos de movimientos instituyentes que resisten la institucionalización. Sigue con Le principe de subsidiarité contre

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CRÍSTÍÁN VAREIA

l'Europe (1997) {Elprincipio de subsidiariedad contra Europa), a propósito de las delegación ascendente de poder de los estados miembros hacia el mega-estado de la Unión; y se detiene luego con el aún inédito Le dispositijf de l'assambleé general du Jeu de Pomme (El dispositivo de la asamblea general en el Jeu de Pomme).

Estos tres trayectos —no puede dejar de mencionarse— están atravesados por la constante del interés por la pedagogía. Desde su actividad como profesor en el nivel secundario, hasta su res-ponsabilidad como director del Laboratorio de Análisis Institu-cional que funda en la Universidad de París 8, pasando por su participación en la cátedra de Henry Lefebvre en Nanterre y la dirección del Departamento de Sociología en la Universidad de Poitiers, la docencia es un trabajo genuino que no reconoce dife-rencias entre el aula, el café y el domicilio particular, donde atiende a sus alumnos aun los fines de semana. Es al mismo tiempo la pedagogía una preocupación teórica presente a lo largo de toda su obra, que comienza temprano con L'illusion pédagogique (1969) sigue con Analyse institutionelle et pédagogie (1971) y llega hasta Les pédagogies institutionelles (1994).

Octubre 2000

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LA INTERFERENCIA RL EN LA LIBERTAD DE MOVIMIENTOS GREGORIO KAMINSKY

En sus últimos textos, René Lourau reivindicó la importan-cia de las interferencias constitutivas de las instituciones que, en la libertad de movimientos, Nietzsche denomina perpectivismo. Este interés por abrir las interferencias en el socioanálisis reside en re-atribuir la noción de positividad como afirmación y des-atribuir toda pertenencia mecánica o procedencia conceptual a positivismo alguno.

Al modo lourauniano, el proceso interferencial se elucida a través del ¿qué es lo que está ocurriendo aquí? fisto, al menos, cons-tituye una doble provocación. El primer gesto apunta al positi-vismo y su apegada devoción aséptica por los hechos. Sin embar-go, y con la semántica actual de su uso, el lourauniano es el modo que remite a lo positivo en su calidad de afirmatividad del pensa-miento. En segundo lugar, el gesto provocativo remite a aquellos que sólo ven en el Análisis Institucional (como en Nietzsche) las formas crítico-negativas de pensamiento y temen la positividad como afirmación por los riesgos o peligros que la misma supone.

Sin embargo, la teoría de la implicación -inspirado por-taestandarte del análisis institucional- no empobrece sus regis-tros ni solamente se restringe en alusiones a la negatividad, a la

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GRECJORÍO KAMÍNsky

contradicción, incluso cuando dispone sus actos iniciáticos de intervención en torno a lo que el dispositivo "no" es y a otros rituales de ausencia institucional. Más aún, el concepto de "dia-léctica institucional" es herramienta indispensable pero, impug-nando la afirmatividad, se oblitera una idea justa y radicalizada de positividad, y ello es un déficit; como si del mismo modo fuera una exigencia necesaria abjurar, aislar al análisis institu-cional del mercado porque eso pertenece en exclusiva al libera-lismo, una pura cosa suya. Respecto del mercado, eso no lo hizo ni hubiera hecho Marx, así como Freud no delegó en los humoristas el análisis del chiste.

En efecto, el Análisis Institucional, una corriente que no teme hacer gala de cierto eclecticismo como vacuna epistémica ante las recurrentes pesadillas dogmáticas que suelen aturdir al pensa-miento en ciencias sociales, apoya y autoriza su piso teórico —Marx o Weber, Freud o Lacan, Pierce y Dewey o Spinoza y Deleuze, Maxwell o Simondon...— en la implicación del campo interferencial de análisis.

La teoría de la implicación funda sus criterios a partir de una frase emblemática de Werner Heisenberg, padre de la mecánica cuántica, quien dice: "El ojo del observador está implicado en el campo de observación...", esto es, que en física para ver no hay que cerrar o quitarse edípicamente los ojos; por el contrario, en la observación la mirada misma es un "adentro".

El método también forma parte del territorio observacional que nunca es pura técnica. Dicho en lenguaje más próximo a las ciencias sociales: aquellas epistemologías cuya tarea princeps es el denuedo, el esfuerzo por escindir subjetividad de objeto, son pensamientos que viven en el entrecejo umbilical de los limbos. El sudoroso subjetivismo no sólo es inevitable sino pre-ferible a la artificiosa neutralidad que odia el objeto que la mis-ma teoría construye y odia porque, en verdad, son teorías odio-sas y se odian a sí mismas.

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LA ÍNTERÍERENCÍA RL EN IA l ibERTAd DE MOVÍMÍENTOS

Si, como tantos lo quieren, la subjetividad es una peste, al menos no es la enfermedad metastable o sidásica del cientismo que sólo quiere "objetos formales y abstractos" y cuanto más for-males y abstractos mejor, para sacarse problemas de encima o, en verdad, para quitarse a sí mismo de encima. Nueva York, por ejemplo, supo de pestes freudianas y allí la tenemos rozagante de globalismo y disputas de intimidades sexuales de Estado.

El implicacionismo interferencial es el "quanta insti-tucionalista". Consiste en algo bastante más interesante y atracti-vo que los anacrónicos positivismos y funcionalismos, pero tam-bién del relacionalismo totalizante de corte negativo o dialéctico, ese recurso que empieza por hipótesis y termina con ese rito de que "todo tiene que ver con todo".

Por otro lado, no es poco lo que puede hacerse con el recurso serio de la "puesta entre paréntesis" del observador; la epojé fenomenológica es buen método para actos o momentos trascen-dentales del pensamiento, pero, en eso que denominamos cien-cias sociales, los paréntesis agregan, califican, pero jamás quitan o reducen; suman pero no restan.

Es por cierto sabia la actitud fenomenológica, el llamado "giro", que conocieron Sartre, Merleau-Ponty, Ricoeur o Lévinas, entre otros; pero ciertamente esto no es lo mismo que dictar cla-ses sobre Husserl en la universidad.

El sujeto, el científico, digamos, el observador, está interferi-do en el laboratorio entrópico de la vida social y, si en su trabajo quiere ganar en radicalidad —es decir, cientificidad—, entonces debe aspirar a tener y analizar todo a la mano, todo lo que se puede, y esto quiere decir que debe concernirse consigo mismo como acto de método.

Es en este punto donde advierto una interferencia intensa entre la cuántica institucionalista y la cuántica nietzscheana. A este punto del campo interferencial lo denomino, modo usual en el institucionalismo y como homenaje a René Lourau: Interferencia RL.

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CREqORÍO KAMiNsky

Interferencia RL; allí donde filosofía y vida, pensamiento y acto, alma y cuerpo, fi losofía y filósofo, institución e institucionalista se invocan, se convocan, se aluden aun omitiéndose; es decir: se interfieren, implicándose hasta en sus propias diferencias.

La pregunta por la figura del investigador, la pregunta por la eminencia del autor, del observador, merece desde esta perspecti-va una sola respuesta (que prolongan las que formulara Lourau en Libertad de movimientos: ¿qué importa quien es, si esta pregunta no alude a su psicología, a su inconsciente desgajado o separado de toda implicación? ¿Qué importan las atribuciones individuales si lo que interesa son los modos y formas de implicarse o estar implicado? Implicarse o estar implicado, se sobreentiende que no son la mis-ma cosa, el mismo acto.

Modos y formas que incumben a espacios y tiempos diferen-ciales, pero, ante todo, nos introducen en la genealogía social de lo propio existente como instituido.

Lo que implica, quién, cómo implica: ésta es la interferencia institucional de la investigación (harto rotulada y roturada, clasi-ficada por los incentivos y categorizaciones de Estado), la insti-tución de las ciencias en lo político o, dicho sumariamente, im-plicación del (los) método(s) político(s) públicos de las ciencias, por ejemplo, cuando (nos) decimos o (nos) reclamamos nietzscheanos o freudianos o marxistas o, digamos, institucionalistas.

Esta plataforma interferencial del analista está disponible, es condición de posibilidad de todo acto de intervención institu-cional desde los reductivismos psicoanalíticos hasta los maximalismos sociopolíticos.

No es necesario abundar demasiado en ello, a este apriorilo conocen y lo han discutido no pocos sociólogos y pedagogos; también los antropólogos: en los modos de Malinowski, Dumézil, Mauss, incluso Lévi-Strauss y Pierre Clastres...

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LA ÍNTERfERENCÍA RL EN 1A libERTAcI d i MOVÍMÍENTOS

Porque, para nosotros, en estas tierras extremas, adonde Lourau advierte y registra visibles signos genealógicos, el Análisis Institucional no es otra cosa que antropología, más precisamen-te: es una etnología.

¿Qué otra cosa es el socioanálisis sino una etnología de nosotros mismos? Nosotros mismos, suena a buena metáfora grupalista pero, filósofos interferidos en las ciencias sociales: ¿quiénes so-mos nosotros mismos? Somos, por ejemplo, ¿el universal de la institución académica?, o ¿acaso no somos la institución de un campo de interferencia de saberes, prácticas, escrituras, emble-mas académicos y profesionales que tienen espacios, fechas, unos rituales y otros fetiches, una transversalidad que ninguna univer-salidad espiritual podría transferir?

Interferencia también incumbe a la contratransferencia, como dice Freud, pero no la del alma buena, profesional y liberal —agrega Lacan y analiza Lourau—, porque la contratransferencia no existe, toda ella es la misma institución que opera, que habla por y en boca del sujeto implicado.

Su pregunta, la pregunta del quanta interferencial es la si-guiente: ¿cómo se llega a ser el que se es? Pregunta inquietante o, como se dice en discursos menos audibles, pregunta jodida.

Llegar a ser el que se es y ¿cómo ? Desagreguemos las inflexiones semánticas de esta pregunta: primero, ¿cómo, pero no quién llegamos a ser?; segundo, ¿cómo llegamos a ser lo que somos, y cómo hemos llegado a ser ya, ahora mismo?; tercero, el tiempo que se es, ¿es un devenir que no implica sucesión o sólo una pura o impura negatividad esencial?; cuarto, aquello que se es ¿presupone algún estatismo inmovilista o constituye la afirma-ción de la existencia móvil y presente del ser lo que se es?; quinto, ¿las respuestas implican una transversalidad, ella misma política o, mejor dicho, una "micropolítica"?

Cabe aquí consignar al propio René Lourau, en su último y más reciente libro Libertad de movimientos, un texto en el que no

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GREC|0R¡0 KAMÌNsky

advertimos una historia institucional globalizada —término que no dudo que a todos nos induce a horror— pero sí es una historiografía expandida que recorre México, Brasil, Italia, USA y, en destacado lugar, Argentina.

Curioso y trágico analizador histórico que implica la historia de nuestros recientes años, analizador que subraya la forma sinies-tra - o sea familiar- institucionalizada de la tragedia política.

En este libro, como en anteriores, Lourau indaga y reexamina su oficio para no ser confundido, por ejemplo, con sociólogos como Touraine o Bourdieu. En la sociología crítica argentina, el socioanálisis no brilla siquiera con ausencia de negatividad. Como a Bataille, Blanchot, Foucault, Deleuze, Derrida... les acontece ante la intempestividad de Nietzsche, el sociòlogo Lourau se siente còmodo ante Hegel y Weber, ante Lacan y Sifnondon.

Ésta es la novela del socioanálisis, pero no la del socioanálisis universal, sino de su matriz francesa que, nos incumbe y mucho, dentro de nuestra novela autóctona, aunque, por cierto, no bajo la especie del calco mimetico y reproductivo. No aspiramos a ser concesionarios, delegados, intermediarios. Lo francés nos inter-fiere haciendo mapa con ellos, y, paradigmáticamente, con la ins-titución Lourau.

Se trata de un autor que siente una íntima vecindad respec-to de los argentinos. Lourau no es un francés que se siente más a gusto con el narcisismo autorreferencial nacional; se advierte todavía en él a un francés que prefiere a los sajones Pierce, Dewey, a Maxwell, al centroeuropeo Ferenczi, hasta incluso el positi-vista Comte y no muy distante de Pichón Rivière. ¿Será que el padre del grupalismo argentino es un institucionalista pregenealógico?

Lourau es un socioanalista con dedicación exclusiva, inven-tor del campo institucional de interferencias en la propia institu-ción de la subjetividad; el mismo que enfatiza que la implicación no es la de mi "Yo" y que tampoco es la del "yo" de la metafísica;

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LA ¡NTERÍERENCÍA RL EN IA ÜBERTAD DE MOVÍMÍENTOS

ni siquiera del "yo" del psicoanálisis, del cual se apropia pero sin adiposidades ni adherencias religiosas. Lourau aplaude la crítica que Robert Castel denomina "psicoanalismo" y puede ser lacaniano sin ser un párroco santurrón.

Implicarse..., estar implicado..., ya sabemos que no es ejerci-cio de lógica inferencial sino interferencial, a la que Lourau lla-ma "transductiva" que toma de jóvenes físicos y matemáticos. Curioso giro, porque no se trata de la vida instituida sino la de un nombre antes propio que apropiado; que no se consuela con los tics de la identidad que el "identitarismo" disuelve entre las fugas de la transversalidad.

Como revés de la trama novelada, Lourau es el nombre que desinviste lo que de institucional ignorado habita en el acto de intervención. Acto institucional que es acontecimiento múltiple por el que soy, que llego a ser el socioanalista que me instituye, como aquello que llego a ser el que soy.

Ninguna interioridad puede ser atestada, invocada, porque eso que llamamos "mundo interior" ya es una mala orografía: el sujeto es un revoltijo de institucionesy Lourau es aquel que lo supo, mejor que muchos.

La institución con óptica lourauniana es un campo turbu-lento y generalmente en ebullición. No es otra cosa que pura vida interferida —ni inferida ni referida, es un territorio o campo de multiplicidad en el que un "Yo" me amuralla panópticamente.

Las interferencias también son las experiencias de cada insti-tución, cada una las suyas... Todas con su nombre propio, como yo con el mío.

Interferencias... existenciales..., sexuales..., lingüísticas..., so-ciales..., políticas..., aquellas que tienen como materia de acción el campo del cuerpo propio o aquellas cuya existencia rizomática cubren el campo singular de lo colectivo.

Vida argentina la nuestra, interferida por los desaparecidos que implican, enceguecen, pero no quitan, mis ojos ante todo

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GREQOR ÍO KAMINSKY

acto de observación y análisis institucional. Mis ojos, implicados en el campo de observación, videntes de seres que ya no están; ojos interferidos por desaparecidos.

Es claro que todo esto es más fuerte que "Yo" y, sin embargo, lo soy, llego a serlo. ¿Cómo llego a ser el que soy? No sólo se trata de contradicciones sensibles ni de pura dialéctica histórica; tam-bién es pura materia afirmativa, inmanente, positivismo abso-luto, hecho social que no tiene el consuelo de taxonomía, de la clasificación, ni siquiera un dedo índice para apuntar. Se puede portar armamento discursivo, hasta se nos puede premiar por ello. La dialéctica implicada de mi cuerpo sensible es vidente de lo desaparecido, lo desaparecido en mí, y de todos los otros... que están o no.

Es una protesta ante la recargada inercia académica, univer-sitaria, de todos los discursos que clasifican pero tachan cuerpos; ciencia de la experiencia de la consciencia inquisitorial, un Hegel redivivo... de los informes que exigen la minucia maximalista de toda forma vaciada de contenido, de epistemologías procedimentales que idolatran más la anatomía de la neutralidad denegada que la vibración implicada de sus propias existencias.

Sobre desapariciones y desaparecidos somos tristes, mudos ex-pertos; vidas de madres, abuelas e hijos que escriben la historia de 30.000. Treinta mil en mí mismo, todos en "Yo" mismo; una vida hecha de interferencias y por demás instituida. Un sujeto, un do-cente, que debe tanto a tantos, que su nombre es un compacto de multiplicidades, el profesor que traduce y escribe el texto que se acaba de leer marca un nombre pero no edifica una identidad.

"...una cosa es lo que soy y otra lo que escribo", dice Federico Nietzsche. ¿Es que esto que escribo es alguien otro que yo mismo? No, la escritura soy yo pero lo que escribo no es el espejo, el calco, de mi identidad. ¿Qué es, pues? La escritura, mi vida, no es ni más ni menos que mi implicación de lo que llego a ser con lo que escri-bo. Llego a ser lo que escribo y sigo..., como puedo.

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LA ¡NTERÍERENCÍA RL EN IA LIBERTATI d e MOVÍMÍENTOS

La identidad, los ídolos de la identificación disuelven y no forjan la multiplicidad que califica aquello que cualquiera puede llamar vida.

O, llegar a ser...; lo más triste es vivir creyendo que ya se es, que se es un Yo que, en cada acto individual, uno fotocopia su alma buena poniendo cara de querubín. Spinoza, Nietzsche, Lourau, ellos saben que sus obras figuran y desfiguran, compo-nen y descomponen, aunque todas son a título postumo. Saben que pensar y escribir no tienen otro remedio que pagar los pre-cios de la inactualidad, de lo intempestivo.

Saben, aprendieron, que lo que uno escribe, atribuye e ins-cribe, implica la interferencia intensiva de la escritura, la lectura, el pensamiento, la academia junto al amasijo de otros ruidos ins-titucionales que nos perturban.

¿Soy "Yo" o son mis interferencias? Campo interferencial, ésta y no otra es la inquietante, apasionante travesía a la que convoca el Análisis Institucional.

Octubre de 2000

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Indice

Nota del traductor 5

Prólogo a la edición en castellano 7

Primera Parte Una introducción al análisis institucional

Presentación 13

Capítulo I: La revolución psicosociológica 19

Capítulo II: Psicoterapia Institucional 25

Capítulo III: Autogestión Pedagógica 29

Capítulo IV: Socioanálisis 35

Capítulo V: La Investigación en Análisis Institucional 53

Segunda Parte Contratransferencia o implicación:

el aporte de Lacan

Capítulo I: La cuestión de la institución 75

Capítulo II: La situación analítica 77

Capítulo III: ¿Contratransferencia "falible"? 81

Capítulo IV: Fin de Banquete 83

Capítulo V: Verdaderamente implicado 89

Capítulo VI: Ontología de la contratransferencia 95

Tercera Parte PMW (proceso Max Weber):

Institucionalización y modos de acción

Capítulo I: Max y la libertad de movimientos 101

Capítulo II: Acción institucional 109

Capítulo III: Acción antiinstitucional 115

Capítulo IV: Acción contrainstitucional 121

Conclusión: alrededor de la noción de campo 129

Indice de los autores citados (en la primera parte) 143

Bibliografía analítica 149

La obra de René Lourau 153 Cristian Varela

La interferencia RLen la libertad de movimientos 159 Gregorio Kaminsky