Lourdes .frente al racionalismo

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A POLOGETlCA y MEDICINA hly LOURDES Lourdes .frente al racionalismo Er, el último octubre, una publicación francesa que blasona de salva- guardar los derechos de la razón juzgó indispensable dar el alerta a sus lect0res CO!1 motivo de celebrarse «el centenario de una superchería». Dos meses después, y bajo igual enseña, se intentaba forcejear «de nuevo so- bre las mixtificaciones de Lourdes». Y en tales páginas se cumplimentaba con elogio al autor de un virulento libro contra Lourdes, porque, tocante a este Santuario, como hay derecho al «odio a los clericales», lo hay a «Una fraterna compenetración entre los racionalistas». ASl, al cabo de casi un siglo, se perpetúa esa linea detractora y que virtualmente 110 tiene remedio, pues los desgraciados que la siguen, ce- rrándose en implacable negación, impiden que penetre hasta su alma la meno-r claridad divina, el más débil eco de las eternas verdades. ¿ Sonreiremos al leer que estos defensores de la razón pretenden ilu- minar la vía de la mentalidad contemporánea, contribuyendo al despertar universal, y propugnando la causa de la verdad histórica y la del progreso humano? . ¿Nos indignaremos al ver esta verdad histórica burlada y despreciada cuando dicen, no sólo que se carece de la menor certeza en cuanto a las Apariciones de Lourdes, sino incluso que no hay prueba histórica de que la Virgen María haya existido? O bien, ¿no experimentaremos una profunda tristeza al comprobar el estrago causado en las almas por el espíritu de mentira que no perdona a la Mujér,a'la Segunda Eva, haber sido constituída por Dios precisamente para aplastar la falsedad; al experimentar cuán encarnizadamente per- siste en su obra de cegar inteligencias y pervertir voluntades, para im· pedir la Misión que aquella Madre cumple en la tierra,' apareciéndose a los hombres como lo que es: Eva purísima, Santa María, Corredentora del género humano? A esos publicistas, escritores,propagandistas del error, que de todas

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A POLOGETlCA y MEDICINA hly LOURDES

Lourdes .frente al racionalismo

Er, el último octubre, una publicación francesa que blasona de salva­guardar los derechos de la razón juzgó indispensable dar el alerta a sus lect0res CO!1 motivo de celebrarse «el centenario de una superchería». Dos meses después, y bajo igual enseña, se intentaba forcejear «de nuevo so­bre las mixtificaciones de Lourdes». Y en tales páginas se cumplimentaba con elogio al autor de un virulento libro contra Lourdes, porque, tocante a este Santuario, como hay derecho al «odio a los clericales», lo hay a «Una fraterna compenetración entre los racionalistas».

ASl, al cabo de casi un siglo, se perpetúa esa linea detractora y que virtualmente 110 tiene remedio, pues los desgraciados que la siguen, ce­rrándose en implacable negación, impiden que penetre hasta su alma la meno-r claridad divina, el más débil eco de las eternas verdades.

¿ Sonreiremos al leer que estos defensores de la razón pretenden ilu­minar la vía de la mentalidad contemporánea, contribuyendo al despertar universal, y propugnando la causa de la verdad histórica y la del progreso humano? .

¿Nos indignaremos al ver esta verdad histórica burlada y despreciada cuando dicen, no sólo que se carece de la menor certeza en cuanto a las Apariciones de Lourdes, sino incluso que no hay prueba histórica de que la Virgen María haya existido?

O bien, ¿no experimentaremos una profunda tristeza al comprobar el estrago causado en las almas por el espíritu de mentira que no perdona a la Mujér,a'la Segunda Eva, haber sido constituída por Dios precisamente para aplastar la falsedad; al experimentar cuán encarnizadamente per­siste en su obra de cegar inteligencias y pervertir voluntades, para im· pedir la Misión que aquella Madre cumple en la tierra,' apareciéndose a los hombres como lo que es: Eva purísima, Santa María, Corredentora del género humano?

A esos publicistas, escritores,propagandistas del error, que de todas

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¡naneras siguen esparciendo ironía, sarcasmo y ataques contra Lourdes. contra la Virgen, contra la Iglesia y, en definitiva, contra Dios ... no les consideramos enemigos, sino hermanos extraviados por la pasión antirreli­diosa, y para los cuales creemos que también luce el Sol de la Verdad.

Lo grave y penoso de su caso ha sido serenamente analizado por Louis J .ocpel en un libro de notable elevación espiritual consagrado a las apari dones. ({El racionalista -dice- se encoge de hombros al hablarle de apa­riciones o milagros, porque no cree ni quiere creer. Precisamente lo que rechaza es la presencia de Dios, como Persona, en el mundo. Lo que no con­siente en admitir es una acción de Dios que se dirija a él y le pida una respuesta. Por eso, lo sobrenatural, encarnado en un hecho histórico, le horroriza e inspira repulsión ... Ante lo maravilloso, el racionalista no se ,"ncuentra libre para orientarse hacia una solución. Está anticipadamente atado. Ya tiene de antemano en entredicho una solución: la que le des­cubre la intervención de Dios. Como sea, no debe llegar hasta ella» (1).

y para eludir conclusiones que a priori le resultan sencillamente irre­eeptibles, ese incrédulo, si es preciso, negará la evidencia. Así ocurrió des­de el principio de Lourdes, y sigue sucediendo hoy. No exponen argu­mentos máR o menos cientificos que cambien algo, por poco que sea, el método menospreciante de la Aparición. Simplemente, declaran imposible el milagro, e inexistente la esfera sobrenatural. ¿Aportan siquiera una mí­nima justificación de sus postulados; consiguen, al menos, que sus conclu­sione.:: sean el término de una razonable o sólida demostración? Bastará re-­cordar el terreno sobre el cual los adversarios de Lourdes desencadenan sus asaltos y de qué modo conducen éstos para darse y darnos perfecta cuenta de su falta de imparcialidad y buena fe.

BERNARDITA, ¿SIMULADORA, ALUCINADA O VIDEN'l'E?

Si el 11 de febrero de 1858, y en tantas otras ocasiones posteriores, la adolescente que acudía a la Gruta de Massabielle no fuese más que una dE'generada, fácilmente sugestionable, histérica en mayor o menor grado, con ascendencia sospechosa física y moralmente ... , la autenticidad de las apariciones de que la pastorcita era objeto sería muy difícilmente defen-dible. .

Cuando, todavía en 1957, hay quien escribe que todo lo que se cuenta de Lourdes se basa en las visiones morbosas de una chiquilla cuyo testi­monio carece de valor, en realidad no se remoza la argumentación desfa­vorable a las Apariciones de Massabielle. No se hace más que reproducir, bajo formas diversas, lo que están cansados de vocear, sin originalidad y periódicamente, a lo largo de este siglo que pasó, muchos corazones y muchas mentes descarriadas.

La tarea hubiera sido sencilla si se hubiese podido acusar. a Bernar­dita de simulación; el pleito se habría fallado en seguida. Pero no es tan llano tachar de embustería a gente honrada. Por eso, se ensayará, a lo sumo manchar moralmente a Bernardita, subrayando ~desde luego, sin fundamento- los gravosos antecedentes con que se abruma a Francisco

(t) L. LOCHET, ApparLtions. Présence de Marie a notre temps. Bruges, Desclée <le Brouwer, 1957, 2.' ea., p. 46-47.

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y Luisa Solibirous. «La herencia alcohólica es indudable -se puede ieer en reciente obra-... el padre bebiendo y la madre disipándose, fueron de mal en peor, perdiendo el aprecio social que se concede a todo hogar de­cente. Cuando la niña tenía sus visiones, acababa de salir el padre de la cárcel por raterías; y la familia se alojaba en un infame tugurio» (2). Estas palabras pueden ser no más que insinuaciones, pero ¡qué pésima ~ntención las preside!

Como sea, no se considera farsante a Bernardita. El mismo Jean de Bonnefon reconocerá: «La buena fe de Bernardita Soubirous es cierta». Pero añade: «tan cierta como su histeria y su degeneración heredita­ria» (3), abriendo la puerta a otra explicación... i que este autor tampoco inventaba!

La invención hay que buscarla en la época del suceso. Para desacre­ditar a Bernardita, un redactor del Lavedan, periódico del cantón de LOUl'­des escribió en su primer artículo sobre las Apariciones: «Una jovencita, que todo hace suponer afecta de catalepsia, hace días llama la atención y excita la curiosidad entre los vecinos de Lourdes». Un segundo artículo del mismo terminaba con estas palabras: «¿Está Bernardita enferma o tendremos una «Ntra. Sra. de las Grutas?» Todo nos conduce a pronun­ciarnos por lo primero». Los comunicados' de la gendarmería, repercu­tiendo en superiores jerárquicos, como los comentarios y crónicas de pren­sa, airearon el tema del Lavedan, y así se extendió la versión que hizo de Bernardita una alucinada (4).

No se vaciló entonces en publicar que «los padres de la infeliz cata­léptica hubieran procedido mejor... recluyéndola en un hospicio» (5). Existe, además, un dictamen de tres médicos: J.-E. Balencie, V. Lacrampe y P. Peyrus, que al alcalde Lacadé transmitió el Prefecto Massy, diciendo: «De este documento resulta que esta joven puede sufrir una alucina­ción» ... En realidad, los tres facultativos encargados por el Prefecto de examinar a Bernardita, a quien las autoridades deseaban hospitalizar, se limitaron a concluir en conjetura, no sin antes haber descartado el su· puesto de que «Bernardita hubiera pretendido imponerse a la pública cre· dulidad». Pero esta insinuación de un comunicado de circunstancias fué pronto desmentida por los acontecimientos. Es atentar contra la verdad histórica invocar. en nuestros días no sabemos qué «terreno neuropático» para afirmar que Bernardita, predispuesta a imaginaciones o delirios, fuera tributaria de la Psiquiatría (6).

Cuando se ha empezado a tomar libertades con la verdad histórica y :ldvertido la invalidez de la propia invención, no se titubea entonces en improvisar nuevas trayectorias e inaugurar otras pistas conducentes a favorecer la tesis de la alucinación.

Si la sll1ceridad de Bernardita es indiscutible, ¿no podría entonces tra­marse que las visiones hubiesen venido preparadas por una hábil labor de sugestión? «Ella no se fabricó sus visiones -escribe J. de Bonnefon-, sino que se las han prefigurado.» Se incrimina, por tanto, al Cura de Lourdes. M. Peyramale; al Obispo de Tarbes, Mons. Laurence, y al «medio loco del

(2) T.-G. VALOT, Lourdes et l'Illusion en tltérapeutique. París, Maloine, 1957, 3.' edi-ción, p. 16. .

(3) J. DE BONNEFON, Lourdes et ses tenaneiers. París, Michaud, 1906, p. 67. (4) Citados por R. LAURENTIN, Lourdes. Dossier des doeuments autltentiques, l: Au

temps des seize premiilres apparitions. París, Lethielleux, 1957, P. 168-169 Y 178-179. Puede, además, verse fotocopia del primer artículo, ibid., p. 77.

(5) Artículo en el «Echo des Vallées». Cfr. LAURENTIN, o. e., P. 239. (6) VALOT, o. e., p. 17, 98.

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Abate Ader» , que fué Cura de Bartres cuando Bernardita se encontraba en esta villa en 1857 (7). . Sin embargo, J. de Bonnefon tampoco innovaba al imaginar que Ber­nardita fué víctima de sugestión. Tomaba el relevo de Zola, en la no­vela (8) en que podían leerse estas lineas: «Había en Bartres un tal Abate Ader que fué el primer director espiritual de Bernardita, que le enseñó e1 catecismo y pronosticó sus visiones». El Abate Ader habría «alborotado la cabeza» a su joven feligresa contemporánea contándole la aparición de la Virgen en La SaleUe pocos años antes, en 1846. «Sin duda -proseguía Zola--; Bernardita escuchó apasionadamente esta admirable historia, con su aire inexpresivo de sonámbula desvelada; y después la transportó al desierto sembrado de hojas en que transcurrían sus días, para revivirla tras de sus ovejas, mientras su rosario se deslizaba grano a grano entre sus frágiles dedos» (9).

Sobre bases como ésta es como preparan los sectarios esos como sutiles resbalamientos que acaban trastornando la realidad. i Con qué arte no in­culca el novelista a sus lectores la idea de la sugestión por parte del Abate Ader sobre su alumna Bernardita! Y con cinismo, a pesar de protestas nu­merosísimas y el mentís de personalidades en Lourdes y Bartres, deja Zola que su libro prosiga irrectificado su sombría carrera y quede como un hito al que se referirán no ya literatos, sino cualquira que, con animadversión contra Bernardita, alegue que la «educación mística» sufrida la preparaba e inducía especialmente a ser sugestionable y visionaria (10).

Todavía un poco más: como si el anterior «dispositivo» no bastase, se añade que el Abate Ader fué secundado en Lourdes por el Abate Pomian: ambos como sugestionadores inmediatos de Bernardita, i pero en realidad comisionados por Peyramale! (11).

Ni termina ahí la cosa: toda esta confabulación de Lourdes «venía ya planeada, esperada, organizada y urdida»; se trataba de un verdadero «complot eclesiástico», según precisaba J. de Bonnefon, citando un preten­dido documento oficial emanado de M. Falconnet, Procurador General en la Audiencia de Pau, y dirigido al Procurador Imperial cerca del Tribunal de Lourdes. Esta nota de servicio -- i «inédita» por algo! -- había asegu­rada: «Para fin de año se preparan manifestaciones, afectando un carácter sobrenatural y con aspecto milagroso ... Nuestro deber consiste en esfor­zarnos todo lo necesario para evitar retornen los escándalos de La Salette, pues el móvil religioso oculta otro móvil político» (12). Esta nota, fechada en 28 de diciembre de 1857, es una falsedad, de la que el espíritu impío de J. de Bonnefon no temió servirse para fundamentar en ella su absurda demostración de la superchería escenografiada en Lourdes por los clérigos. Tal procedimiento no puede ser mercenario más que de otra mala causa.

Pero ¿a qué asombrarse por tan leve motivo, cuando hubo quien se hizo eco de un inverosímil y grotesto cuento, según el cual. la aparición a Bernardita habría sido natural a más no poder, pues la niña lo que habría tenido no habría sido sino la visión fugitiva de una esposa infiel que se había aventurado en el interior de la cueva? Pára quedar bien, declara J. de Bonnefon que ésta es una leyenda forjada por clericales, «f.ábula de

(7) DE BONNEFON, o. e., p. 67. (8) E. ZOLA, Lourdes. Parls, 1894. (9) Ibid., p. 100. (10) VALOT, o. e., p. 16-17. (11) DE BONNEFON, o. e., p. 122-123. (12) Ibid.

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sacristía inventada por los que fácilmente podían demostrar su false­dad» (13).

Reeditando semejantes engendros, ciertos publicistas piensan hoy que luchan a favor j de las prerrogativas de la razón! y añaden que en la época de las Apariciones se temió por la inhabilidad o incongruencias verbales en que pudiese incurrir Bernardita, y que por esta causa se la retenía encerrada en un convento de Nevers ... Como de costumbre: sin ser esta versión más original que todo el fárrago anterior. Ya en 1872, un tal Doc· tor Voisin, de la Salpetriere, ¿no afirmaba en un curso público: «El mila· gro de Lourdes se cimenta sobre el testimonio de una joven alucinada, que luego estuvo recluída en las Ursulinas de Nevers»? (14).

¿Qué le importaba al tal Dr. Voisin que con diferencia de diez años, por decreto de 18 de enero de 1862, Mons. Laurence, Obispo de Tarbes, bubiese proclamado los resultados de la minuciosa investigación realizada desde 1858 para apreciar el valor de las palabras de Bernardita? ¿ Igno· l'aba aquel médico el juicio formado por la Iglesia, que procede siempre «con sensata lentitud al calificar hechos sobrenaturales»? El Obispo de Tarbes decía de Bernardita: «Su sinceridad está fuera de discusión. ¿ Quién 110 admira, al conocerla, su sencillez y modestia, el candor de esta niña? ... Siempre de acuerdo consigo misma, en los distintos interrogatorios que se le han verificado ha sostenido cuanto ya había dicho, sin poner ni quitar nada ... Pero si Bernardita no ha querido engañar, ¿no se habrá confun· nido ella misma? ¿No habrá creído ver y oír lo que ni vió ni escuchó? ¿No habrá sido víctima de una alucinación? ¿Cómo podríamos creerla en f'ste casoY La prudencia de sus respuestas revela desde el primer momento su espíritu de rectitud, imaginación tranquila y un buen sentido por en­cima de su edad. El sentimiento religioso jamás presentó en ella carácter exaltado; ni se le ha observado desorden intelectual, alteración de los sen· tidos, rarezas temperamentales ni afecciones morbosas que la hubiesen predispuesto a figuraciones imaginarias ... » (15).

Ni simuladora, ni alucinada, Bernardita Soubirous debe ser considerada como una de esas almas privilegiadas de que el' Señor se vale para comu· nicar al mundo las maravillas de su Amor y de su Misericordia. Si los ra­cionalistas, como hemos dicho, blindados a lo sobreriatural, atrancados en su apriorismo negativo, todavía parlotean de mixtificaciones y superche­rías maquinadas por la Iglesia, no hay por qué turbarse. Los hechos tienen scbrada fuerza probatoria para que la sublime realidad de Lourdes sea universalmente reconocida con todo su contenido trascendente.

LAS APARICIONES Y SUS CONSECUENCIAS.

En el fondo, ¿ no las hemos demostrado ya? Con simple criterio natural y humano, ¿podría explicarse la perseve·

rancia con que, desde todos los puntos del horizonte, se encaminan hacia

(13) Ibid., p. 75. (14) Este curso fué publicado en la Unian Médioale del 27 de junio de 1872 y pro·

vacó sobre su autor una réplica vigorosa de E. ARTUS en su opúsculo Les médecins et les miracles de Lourdes (París, Palmé, 1873, 20 cm., 82 p.).

(15) El Decreto de Mons. Laurence, editado sucesivamente en sendos opúsculos en 1862 1886 Y 1920 ha sido reproducido in extenso en muchas obras que tratan de Laur· des. 'El autor de ~stas líneas lo ha insertado íntegramente en su obra Lo1trdes, cité des miracles 01t marché d'illllsi01l$? (París. Fayard, 1956, 19,5 cm;, 224 p,):

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Lourdes, hace cien años, millones de seres de toda edad, condición, e in­cluso de religión diversa?

Los racionalistas no cesan de alegar el atractivo desordenado que tiene lo maravilloso, en especial para los que están en estado de la que llaman «mentalidad pre-lógica» (16). Pero deben rendirse a la evidencia: tal ofus­cación no es perdurable, sobre todo en estos tiempos de febril prisa por las variaciones. A pesar de cuanto digan, el hecho está ahí: sin interrum­pirse; compactas, se las ve hacia orillas del Gave, las que Huysmans,de una vez para siempre, llamó «las multitudes de Lourdes».

Algo irritante hay para el racionalismo en este innegable fenómeno. Por eso se esfuerza en reconducir a un plano de materialidad y natura­leza la causa sobrenatural que rechaza.

Se ha insinuado que el· éxito de Lourdes estaría relacionado con las cualidades de un agua, parecida a la de Cauterets, cuyas virtudes curativas habían sido extremadamente elogiadas por el Dr. Dozous, contemporáneo de laR Apariciones de 1858. Invitado a constatar la curación del ojo del cantero Bourriette, «el Dr. Dozous, al afirmar que Bourriette había perdido la vista y la había recobrado aplicándose el agua de la Gruta de Massabiel­lE:'. hizo el primer milagro. La reacción en cadena se debía producir inme­diatamente por la credulidad popular» (17).

Esta presentación de los hechos concede demasiada influencia al Doc­tor Dozous, a quien los modernos detractores de Lourdes quieren hacer pagar todo el gasto. He ahí su conclusión: «Para unos, Lourdes sería obra divina; para otros, un negocio montado por el clero. Nuestra opinión será más suave: creemos haber demostrado que el éxito de Lourdes proviene de una hábil intervención del Dr. Dozous» (18).

Esta opinión sólo se basa en las deducciones imaginarias de las mentes que las patrocinan, enmarañadas al querer dar al fenómeno permanente de Lourdes correcta explicación. Porque negarlo o descartarlo no pueden: sería el colmo de la mala fe.

Aun suponiendo que hubiese habido una intervención eficaz del Doc­tor Dozous -mantengamos un instante la hipótesis-, estos autores ¿po­drían sentirse ya plenamente satisfechos, o bien, como lo pide la lógica, tendrían que plantearse, además, la pregunta de saber qué es lo que deter­minó el entusiasmo del médico lurdenés?

Debemos, en efecto, llegar al origen del caso o, al menos, aclarar las circunstancias en que se encontraba Dozous. Esto nos obliga a enfrentarnos con las Apariciones de Massabielle.

Todo lo atestiguado por Bernardita, mental y moralmente sana, decla­rante sincera y dignísima de fe, permite aceptar como cierto que vió dieciocho veces a la Señora, que terminó confiándole que era la Inmacu-lada Concepción.. ..

Estas dieciocho apariciones componen un haz del que ningún elemento puede suprimirse. Hay que retener, por tanto, con las demás la aparición novena, del jueves 25 de febrero, día en que el agua manó en el suelo profundo de la Gruta; y ello según indicación de la Señora, que pidió, ade­más a la vidente que bebiese de ella y se lavase. Lo que no hay derecho a decir, como ha ocurrido recientemente, es que «la gruta estaba semillena de escombros, y éstos humedecidos por el líquido que filtraba debajo, transformando el sitio en barrizal» (19). Humedad la había en un ángulo.

(16) VALOT, O. C., p. 88. (17) VALOT, o. C., p. 23. (18) VALOT, o. c.,p. 99. (19) VALOT. o. c., p. 17.

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dondt. excavando la tierra, Bernardita hizo nacer la fontana; había algo de una hierba llamada dorina, de la cual Bernardita comió algunas hojitas; y Mons. Laurence, dando cuenta de esta aparición en su Decreto del 18 de enero de 1862, habla efectivamente de una «tierra remojada» y de una «especie de barro»; pero también detalla que Bernardita se dirigió de momento hacia el río, «al no ver agua en la Gruta», lo que nunca hubier¡;¡ sucedido si en ésta el terreno formase encharcamiento.

No es del caso dilucidar si ya antes había o no una fuente o si ésta se constituyó aquel 25 de febrero de 1858 al cumplir Bernardita el mandato de la Señora. Monseñor Laurence no falla el litigio, pero de todas maneras. y este es lo esencial, reconoce los efectos de «un agua privada de toda¡ cualidad natural curativa», y al final de dictámenes y reflexiones conclu­ye: «Estas curaciones son, por consiguiente, obra del Señor. Se producen'. estrechamente referidas a la Aparición, siendo ésta su punto de partida y' la que inspira confianza a los enfermos. Hay, pues, un íntimo entronque' ligando curaciones y Aparición. Ésta es divina porque aquéllas ostentan un sello divino. Y como lo que viene de Dios es verdad, la Aparición que se declara la Concebida Inmaculada, la que Bernardita ha visto y oído, ¡ es la Virgen Santísima! Escribamos, por tanto: ¡El dedo de Dios está aquí:! Digitus Dei est hie».

Los efectos consecutivos al uso del agua de la fuente de Lourdes en­cierran, categóricamente, un valor demostrativo, y convenía ponerlo de relieve.

Con todo, cuando se recorre la entera serie de apariciones, vemos otros' elementos del haz, inseparables del conjunto. Sería incomprensible e imper­donable olvidar los llamamientos de la Virgen a la penitencia y a la puri­ficación; las instancias de la Señora pidiendo procesiones a Massabielle y la erección de un Santuario. No por ser impermeables los racionalistas a cualquier lenguaje sobrenatural, han de considerarse incapaces de advertir la auténtica realidad de Lourdes, «el sentido de Lourdes». ¿Discutirían las curaciones, de las que pronto trataremos, y su carácter milagroso si tu­viesen conciencia de ese milagro espiritual permanente que es Lourdes, «Capital de la oración», como la designa René Schwob (20), Centro privi­legiado donde parece, como decía M. Barrés citando a Camille Jullian, que «un pueblo de hombres se transfigura en barrio de la Ciudad de Dios»? (21). Pero aquí también conviene penetrar más allá de las mani­festaciones externas. Sin duda, es elocuentísimo el cuadro de los peregrinos invadiendo los menores rincones en ese dominio de la Inmaculada; sin que ningún respeto humano les prive de orar arrodillados, en voz alta y brazos en cruz, y de unirse a la procesión del Santísimo, al rosario ves­pertino y al Vía Crucis; es extraordinario el panorama de los hombres postrados en público, cara al cielo, a los pies de un sacerdote, confesando sus culpas antes de unirse a la muchedumbre que participa en el Santo Sacrificio de la Misa y que comulga. Pero hay que entrar más dentro, pro­fundizar, y apropiarnos las palabras que pronunció en Lourdes, el 28 de abril de 1935, el futuro Pío XII: María se llegó a Bernardita «y la hizo su confidente, su colaboradora, instrumento de su maternal ternura y de la misericordia todopoderosa de su Hijo, para restaurar el mundo en Cristo mediante una nueva e incomparable efusión de la Redención» (22).

(20) Lourdes, capitale de la priere. París, Desclée de Brouwer, 1934, 20 cm., 270 1), (21) M. BARRES, La grande pitié des églises de France. París, 1914, 14.' ed., p. 392-(22) EUG. Cardo PACELLI, Discorsi e panegirlc!. Vaticano, .1956, 2." ed., p. 435. .

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El Santo Papa Pío X subrayaba y favorecía la admirable hermandad y armonía que en Lourdes existe entre el culto eucarístico y la plegaria mariana: «La piedad hacia la Madre de Dios -observa- hizo florecer una notable y fervorosa piedad hacia Cristo Nuestro Señor» (~3). Su Santidad Pío XII, que señaló esta «admirable conjuncióm>, escribía a su vez: «¿Po­día ser de otro modo? Todo en María hos lleva hacia su Hijo, único Sal­vador, en previsión de cuyos méritos fué inmaculada y llena de gracia; todo en María nos eleva a la alabanza de la adorable Trinidad, y bienaven­

,turada fué Bernardita desgranando su rosario ante la gruta, que aprendió de los labios y de la mirada de la Santa Virgen a tributar gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Por tanto, Nos tenemos la satisfacción, en este Centenario, de asociarnos a este homenaje tributado por San Pío X: «La gloria única del santuario de Lourdes consiste en el hecho de que los pue­blos se sientan atraídos allí por María a la adoración de Jesucristo en el A ugust) Sacramento, de tal modo que este santuario, a la vez centro de culto mariano y trono del misterio eucarístico, sobrepasa, al parecer, en glo­ria a todos los demás en el mundo católico» (24).

A estas alturas hemos de remontarnos para descubrir el alcance de las Apariciones y advertir sus sublimes consecuencias. Tales aspectos ¿se­rán solamente perceptibles por los ojos del creyente? ¿Es que un espíritu r.ecto, sincero, ávido de verdad, aun incrédulo, no sentirá herida su aten­ción por el hecho de Lourdes, envuelto en misterios ciertamente, pero hecho al fin y al cabo, capaz, si se le considera desapasionadamente, de hacer meditar en las palabras que Shakespeare cincelara en su Hamlet: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de lo que imaginan los sueños de tu filosofía ... »?

Tantas conversiones se han fraguado en Lourdes, en lo que Lourdes tiene de rigurosamente espiritual, que no es posible a un alma equilibrarla mantenerse indiferente ante el mensaje cuyo eco repercute en los extremos cpnfines del mundo, y que son continuidad de las benditas palabras pro­nunciadaJ por María en Massabielle. Todo, como diría Mons. Laurence, está ligado a la Aparición, y, en consecuencia, i el dedo de Dios está ahí!

LA REALIDAD DE LOS MILAGROS DE LO URDES.

Es dificil inclinarse frente a ciertos hechos cuando se empieza por cla­sIficarlos en la categoría de «imposibles». En 1898, un profesor de la Fa­cultad de Medicina en Burdeos declaraba: «Si alguna vez se os hablase dE' las pretendidas curaciones milagrosas de Lourdes, no veáis en ello más que una vergonzosa explotación de la necedad humana». Doce años después, al Dr. Vourch se le prohibía presentar en dicha Facultad su tesis La 10i quí guérit, en la que estudiaba algunas de las curaciones en Lourdes en­t.re 1875 y 1908.

En 1955, un profesor de la Facultad de Medicina de París declaraba: «]\.ns tres colegas y yo estamos de acuerdo: no hay milagros». Y con los

(23) Carta del 12 de julio de 1914: AAS 6 (1914) 377. Citado por Pío XII en la Encí-clica Le Pelerinage de Lourdes: AAS 49 (1957) 610. .

(24) Breve del 25 de abril de 1911: Arch. Brev. Ap., Pius X, ano 1911, Div. Lib. IX, pal'S I. Citado por Pío XII en Le Pelerinage de L01!rdes: AAS 49 (1957) 610.

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tres adjuntos que componían un Tribunal de Doctorado, calificaba con una mención elevada a un nuevo Doctor en Medicina, Mme. Valot, por su te­sis Lourdes et l'illusion en thérapeutique (25), mediocre panfleto anticle­rical.

En Portugal, treinta años antes, un Ministro de Instrucción Pública, Helder Ribeiro, había mandado anular el examen y defensa de la tesis que hizo el Dr. Antonio Azevedo de Souto: Lourdes e a Medicina. Pero en Portugal había jueces: el Tribunal Supremo de Justicia declaró abusiva la orden ministerial, y los derechos del aspirante fueron reconocidos.

Tampoco se crea que el estudio del caso de Lourdes haya chocado siempre contra el ostracismo y la parcialidad de las Facultades de Medi· cina francesas. En los años 1930, 1939, 1952, notables trabajos sentaban con-o clusiones estableciendo la realidad de curaciones milagrosas en Lourdes. Los firmaban Monnier, Guarner, Guérin, Ferron, Forno, Boissaire de l'Epi­ne y fueron favorablemente acogidos por las Facultades de París, Argel, Burdeos y Marsella (26).

A pesar de todo, estas tesis -de objetividad y seriedad incontestables-­apenas llegaban al conocimiento del público por nuestra lamentable apa­tía. Los adversarios de Lourdes son mucho menos circunspectos. Clarinean. sus «adelantos»; se amparan tras de un título o cargo universitario -a ve­ces ust:rpando su significado o funciones- y difunden a gran resonancia publicitaria lo que sólo alcanza a miserable panfleto.

El racionalismo antirreligioso y librepensador pasa de este modo a en­riquecer su arsenal con una nueva pieza; pero nunca podrá presumir de haber renovado sus vetustos argumentos y su falta de pruebas contra ló\ posibilidad y realidad del milagro.

Examinando atentamente el proceder de un Dr. Valot -o de su émula inglés Dr. West, autor de Eleven Lourdes Miracles (Once milagros en Lourdes) (27)-, se revela un tal prejuicio negativo, que a primera vista parece insobrepujable (28). A mayor abundamiento, estos autores no están dispuestos a distanciarse de las viejas posiciones que en un pasado, ya superado, adoptaron, primero, Zola, y tras de él, unos cuantos pontífices de la ciencia médica, cuya información -o procedimientos- se alejan de la objetividad.

Si en 1858 el escepticismo oficial, apoyado por el ambiente racionalista, se oponía a cualquier manifestación sobrenatural, particularmente a las. Apariciones de Lourdes, no nos extrañará comprobar que las curaciones­obtenidas en la Gruta o gracias a la intercesión de Ntra. Sra. de Lourdes hayan sido blanco de tanta negación. Monseñor Laurence lo advirtió cIa,.. ramente cuando observaba (en su Instrucción del 28 de julio de 1858 ins­tituyendo una Comisión investigadora) que ciertas personas, «rehusando, todo examen, no ven en los hechos de la Gruta y en las curaciones atri­huídas al agua de la fuente más que superstición, trampas y estilos de timado:' ... La solución de negarlo todo, de acusar de malas intenciones, es la más fácil para salvar dificultades (convenimos en ello); pero, aparte de no ser leal, resulta contra razón y más apropiada a irritar los espíritus que a convencerlos. Negar la posibilidad del hecho sobrenatural es pro­pugnar una postura caducada, es abjurar de la religión cristiana y ul1cirse

(25) Esta tesis de Thérese Valot, preparada con el asesoramiento del Dr. Guy Valot. I'IU esposo, ha sido objeto de una refutación precisa y completa en mi libro ya citado: Lourdes, cité des miracles ou marché d'illusions?

(26) Doy un juicio de estas tesis en mi obra anteriormente citada, p. 15-22. (27) D. J. WEST, Eleven Lourdes Miracles. London, Duckworth & Ca., 1957. . (28) Es lo que resulta de la abundante correspondencia personal mantenida entre et

doctor Valot y el autor de estas páginas.

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a ese yugo pesadísimo que es la filosofía incrédula del postrer siglolt (29). En lo dicho, Zola no tenía remedio. En 1892 estuvo en Lourdes y fué

testigo directo de curaciones que la autoridad eclesiástica definió mila­grosas: las de Clémentine Trouvé, Marie Lebranchu y Marie Lemarchand; pero cuando publicó su novela Lourdes, trastrocó por completo cuanto con­cerníR a estas tres personas, que empezó por designar con los nombres de Sophie Couteau, La Grivotte y Elise Rouquet. Lo que él vió, y que tantas almas podían aseverar,. desapareció entre una fabulación denigrante para la verdad histórica. Zola anunció su novela como obra de buena fe, pero en realidad falsificó hasta los hechos más elementales; y, sobre todo, por medio de bromas e insinuaciones del peor gusto, convirtió en irrisión

· y oprobio a personas y cosas que en último extremo siempre debieron merecer el respeto debido a los adversarios.

Zola hizo escuela. Un buen medio siglo ha desfilado y todavía encon­tramos discípulos suyos que se dedican a desfigurar los hechos y que no se empachan ante procedimientos más o menos recusables: difamar repu­taciones o afrentar a personas dignas, incluso colegas de su misma pro­fesión.

As! sucedió singularmente en el célebre caso de Pierre de Rudder, cu­rado, no en Lourdes, sino en un Santuario dedicado a Ntra. Sra. de Lour­des en Oostakker, cerca de Gante. Se rompió una pierna al abatir un árbol en 1867, y fué curado el 7 de abril de 1875; el estudio de esta cura­ción fué objeto de un expediente a partir de 1892 y dió origen a discu­siones, ásperas por cierto. Es de ver cómo los Dres. Valot y West exponen cuanto concierne a De Rudder, no concediendo crédito sino a las conclu­siones del Dr. Roger en su libro Les miracles; conclusiones que inspiran

· a los Dres. Valot y West esta fórmula-síntesis: «Este asunto fué, dn duda alguna, uno de los más espléndidos ejemplos de fraude en la esfera de lo maravilloso» (30).

En los Dres. Valot y West se cita al Dr. Roger, ex Decano en la Fa­eultad de Medicina de París, como indiscutible autoridad para decidir y rechazar como fraudulento el caso De Rudder. Se toma de Roger esta afirmación: De Rudder fué tan sólo un hábil simulador (31), pues podía andar, aunque fuese con auxilio de muletas, incluso antes del milagro (32); se trata, pues, de una superchería (33). Además, De Rudder, viéndose privado de su pensión por haber muerto el Vizconde de Bus, que era su patrono, ningún interés tenía ya en seguir haciendo el enfermo Había

· así una buena ocasión para hacerse pasar como milagrosamente curadn (34). 'roda esto, que el Dr. Roger se permite escribir para presentar la curación De Rudder en Oostakker como una mixtificación, no fué investigado per-

· sonalmente por el autor, que se limitó a reproducir calumnias lanzadas hacia años por otros dos autores (35), sobre quienes había'n caído, a su

· vez, enérgicas y acerbas censuras (36). Averiguaciones ulteriores que varios estudiosos prosiguieron evidencian meridianamente que la hipótesis

(29) Como el Decreto de 1862, también esta Orden de Mons. Laurence ha sido publi­cada íntegramente en mi obra Lourdes, cité des miracles ou marché d'i!lusions? (con­frontar nota 15).

(30) VALOT, o. e., p. 83. (31) Cfr. H. ROGER, Les rníraales. París, Cres, 1934, p. 302. (32) WEST, o. e., p. 9. (33) Cfr. R. FERRON, Étude sur .les guérisons dites miraauleuses (Tesis doctoral). Pa­

·t'is, 1939, p. 36. (34) ROGER, O. e., p. 303; VALOT, o. e., p. 83; WEST, o. e., p. 9-10. (35) F. VERHAS, Un rniraale de Lourdes-Oostakker. Bruxelles, 1911; P. SAINTYVES, La

simulation du merveilleu.T. París, Flammarion, 1912. (36) A. DEscHAMPs, Le aas de Pierre de Rudder et les objeetions des rnédecins. Bro­

xelles Librairie d'Action Catholique, 1913; H. BOLSlUS, Un mi1'acle de Lourdes: Fterre de Rúdder et son rCcent historien, París, Téqui, 1913, 19'5 cm., X + 124 p.

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de simulación y granujería en este caso es gratuita. Resulta irrefutable que De Rudder tenía el 7 de abril de 1875 una fractura supurada abierta en el tercio superior de los dos huesos de la pierna izquierda. Esta fractura se consolidó instantáneamente, cerrándose la úlcera y quedando los ejes óseos reconstruídos a plena robustez, ante una gruta dedicada a Nuestra Señora de Lourdes, en Oostakker, en dicho día 7 de abril de 1875. El autor de este artículo tiene desde hace poco la suerte de tener en su poder el conjunto de documentos relativos al caso De Rudder, consistentes en tes­timonio.:;, resultados de investigaciones, relaciones de la Comisión canó­nica, cuyas conclusiones permitieron al Obispo de Brujas, Mons. Waffelaert, pronunciarse a favor de la autenticidad del milagro el 25 de julio r!e 1908 (37).

Por mucho que Zola se empeñó en presentar las curaciones de Lourdes como efímeras y sin persistencia alguna, y que otros se esforzaran en mostrarlas fingidas, queda, no obstante, afirmadísimo, como lo reconoce el Doctor Pi erre Vachet, que «existen incuestionablemente «curaciones mila­grosas». Pero -añade en seguida- Lourdes no tiene la exclusiva. También las obtuvieron sacerdotes paganos, taumaturgos de todos los tiempos, y hoy día se realizan sin cesar en las clínicas de los médicos modernos» (38).

Este mismo texto y otros análogos nos llaman la atención respecto de algo que sería «cuestión previa»: en las palabras «curación milagrosa» puede haber un empleo equívoco. La voz milagro o milagroso usadas por pluma sectaria o irreligiosa no deben interpretarse, evidentemente, en el sentido estricto y definido con rigor que le damos en nuestro lenguaje teológico cristiano. Pero no es éste el lugar de entrar en distinciones y perfiles relativos al milagro. Nos· ceñimos a indicar que dicho término se emplea abusivamente cuando se etiquetan con él curaciones cuyo escenario fué el templo de Epidauro. El Dr. Vachet menciona, evidentemente, el Asclepéion, y refiere a su taumaturgia cuanto Charcot atribuía a la «fe que cura». Después, los enemigos de Lourdes no han tenido nada que inventar, y reinciden con gusto en la eficacia de la «faith healing» o «di­vine healing» (<<curación divina» en sentido pagano, desde luego), a no ser que, pura y simplemente, busquen similitudes con los resultados pro­pios de vulgares curanderos.

La tesis de Mme. Valot, que no se para en barras y moviliza todos los recursos posibles, incluso los contradictorios e inmorales, pretende demos­trar «que los milagros de Lourdes se parecen· como hermanos a los de los curanderos» (39). Como explicación, invoca la «faith healing», y escribe: «Después de un hechizo místico practicado desde la niñez, de la exaltación religiosa cultivada sabiamente a lo largo del viaje y del cuadro impre­sionante de la Gruta de Massabielle, lo que sería prodigioso es que no se produjeran curaciones espectaculares en Lourdes» (40).

A lo cual en el acto contestaríamos que el pequeño Justin Duconte­Bouhohorts, de dos años, y curado en 1858, o aquel otro, Francis Pascal, de cuatro años, y curado en 1938 (41), no pudieron experimentar encanta­miento místico alguno o exaltación religiósa con la edad que tenían; que J eanne Frétel, transportada a Lourdes en estado de caquexia y curada

(37) A. DE MEESTER, De wonderbare genez!ng van Pieter de Rudder: Het kanoniek Onderzoek (1907-1908). Oostakker, 1957, ·258 p. Esta obra reúne las actas de las diversas sesiones tenidas por la Comisión canónica y reproduce los documentos en su lengua ori­glnal: flamenco, francés y latín.

(38) P. VACHET, Lourdes et ses mystilres. París. Éd. Revue de l'Université, 1924, p. 16. (39) VALOT, o. c., p. 37. (40) VALOT. o. e., p. 98. (41) Sólo hacemos mención en este estudio de curaciones declaradas milagrosas des­

pués de investigaciones canónicas.

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en 1946, o Marie Bigot, literalmente emparedada por parálisis, ciega y sorda y curada completamente en 1953 y 1954, no pudieron tener con­ciencia de lo que ocurría a su alrededor, mientras se las transportaba pe­sada, pasivamente, en la peregrinación.

Como, a pesar de todo, le hacen falta al racionalismo más elementos cientfficos para paliar la insuficiente argumentación fundamentada en prácticas curanderiles, entonces acude, y de buen grado, a las maravillas de la medicina psicosomática. Y se olvida de precisar que la terapia psico­somática puede tan s6lo aplicarse en casos determinados, y que, de todas maneras, no produce curaciones espontáneas y repentinas (42). Ahora bien, en las curaciones de Lourdes, la instantaneidad, la ausencia del factor tiempo, es criterio constante de posible milagro; así como también la interrupción y aun la supresión de todo tratamiento. Ya sabemos que la comprobación de todos estos fenómenos había impresionado fuertemente al Dr. Carrel, que se aprovechó de ellos para perfeccionar sus estudios sobre cicatrización (43).

¿Se inclinarán nuestros racionalistas y reconocerán la magnitud del úl­timo te.:;timonio? No; nada parece poder prevalecer contra sus arraigadas prevenciones y apriorismos. A ojos del racionalismo, el médico que ad­mite la realidad de curaciones en Lourdes muestra una tara que le desca­lifica, y entonces hacen suyas con gusto las palabras del Dr. Paul Dubois, de Berna: «Ante todo, he sorprendido en los médicos de la Oficina de Comprobaciones, pese a su evidente buena fe, una mentalidad tal, que hace pierdan sus observaciones, a mis ojos, todo valor. Se convencen al primer impulso; no tienen el menor espíritu crítico, y su confianza en el testimonio, no sólo de médicos, sino de cualquier persona, excede todo límite» (44).

Conviene que sepa el Dr. Dubois y adláteres que ya desde el principio. en tiempos del Dr. Vergez, se fijaron en Lourdes las bases y se impu­sieron los métodos que de siempre, pero sobre todo desde 1947, presiden la comprobación y reconocimierto de las curaciones susceptibles de ser declaradas milagrosas. A raíz de pUblicar su Decreto de 1862, Mons. Lau· rene e, Obispo de Tarbes, retuvo siete curaciones entre treinta; y no carece de interés repasar las observaciones que formuló a cada una de ellas dicho Dr. Vergez, profesor agregado de las Facultades de Medicina (45).

Después de cien años, pero, sobre todo, como hemos intercalado, des­pués de 1947, crece sin cesar el rigor de la Oficina Médica de Lourdes. La organización del Comité Médico Internacional de Lourdes hace algunos años, al cual Comité son transmitidos en última instancia los casos filtra­dos por la Oficina de Lourdes, es de una calidad que da garantía al espí­ritu más exigente, y ~añadiremos- al más escéptico, siempre que no sea tal sistemáticamente.

Pero si se es por sistema escéptico y, por tanto, enemigo de la fe; si se pretende que la cualidad de católico creyente en la pOSibilidad del mi­lagro es vicio que inhabilita, entonces se procede a la manera de los Doc­t.ores Valot. Para empezar, queriendo discutir los casos de curación de

(42) Cfr. L. FORNO, Le miracle dans la perspectivo de la Médecine psychosomatique (Tesis doctoral). Facultad de Medicina de Marsella, 1952.

(43) En el punto de partida de la sorpresa luego tan fecunda del Dr. Carrel está la extraordinaria experiencia tenida en Lourdes y narrada en Le Voyage de Lourdes (Pa· rís, Plon, 1949, 20 cm., 164 p.). r.

(44) P. DUBOIS, Les psychonévroses et leur traitement moral. Cit. por VIiliOT, o. e., pa-gina 30.

(45) Cfr. A. FOURCADE, UApparLtion a la Grotte de Lourdes en 1858. Tarbes, Fouga. 1862, X + 106 p. (Hay otras ediciones en 1862, 1863 Y 1902).

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Lourdes, no van a documentarse en Lourdes, pretextando de antemano que allí no hay archivos. Después, los documentos que se usan (i porque, a pesar de todo, hay documentos!) se tamizan, se mutilan y se les hace expresar lo que uno quiere que digan: inexistencia de milagros en Lourdes y de milagros en general. Por fin, en tercer lugar, desde el punto de vista de la . ttscnica médica, se desconsidera al médico, sea el que sea, práctico, espe­cialista, consultante, relator, que en relación con cualquier enfermo curado manifieste una actitud, misión o lenguaje favorable a esta conclusión: Tal enfermo, afecto de tal enfermedad, ha sido inexplicablemente curado en Lourdes. Y esta conducta se adopta particularmente en el examen de los casos de Evasio Ganara, curado en 1950 de enfermedad de Hodgkin, y de la señorita Gertrud Fulda, curada, también en 1950, de una insuficiencia suprarrenal crónica addisoniana. Sin tener conocimiento de los expedientes -impresionantes en verdad- en ambos casos, los Dres. Valot pretenden saber más que los expertos, tanto generales como especialistas, que vieron y trataron a esos enfermos, practicaron los análisis y los examinaron cu­rados después de tres y cuatro años de curación. Con artimaña sutil, ponen en duda la existencia del Hodgkin o del Addison; y ello si no introducen la sospecha de una superchería (46), y concluyen que no puede haber cu­ración: «Ninguna de estas temibles enfermedades, para las que el médico sólo puede recetar buenas palabras y terapéutica paliativa, no se cura ni por el agua milagrosa de Lourdes, ni por la fe, ni por poderes sobrenatu­rales que valgan» (47).

Todo esto no quita, empero, que estos enfermos hayan quedado perfec­tamente curados. Es lo que nos hemos limitado a comunicar personalmente al Dr. D. J. West, que en Eleven Lourdes Mirades no se ha privado de citar a los Dres. Valot, ni de adoptar determinados procederes de éstos. Trabajando bajo los auspicios de la «Society for Psychical Research», el Doctor West no deja de mencionar lo que caería en el terreno de «divine hE:'aling» (48). Mas para invalidar las decisiones canónicas que consideran milagnsas algunas curaciones escalonadas entre 1937 y 1952 (49), plantea la cuestión de si en tal y tal caso, sí o no, había una enfermedad bien característica y catalogada. Luego se dedica a destruir el valor de los diag­nósticos, a disminuir la importancia del pronóstico, y de un modo general concluye (salvo quizá en un enfermo): «En ningún caso la evidencia fué realmente satisfactoria» (50). Sus posiciones y prejuicios sobre ciertos pun­tos son tan cerrados, que ante la elocuencia de un expediente sobre cierto milagro se le escapa una exclamación: «No tiene una disposición típica» (i el expediente!). Relativamente a la señorita Fulda, se admira el Doc­tor West de que el tratamiento hormonal no tuviese la eficacia espera­da (51). ¿Pero no tomó él mismo la precaución de observar al principio de su libro: «Todo clínico experimentado sabe que las enfermedades en

(46) T. VALOT ha escrito, v. gr.: .Se haría preciso admitir que el sujeto no tenga Interés en curarse milagrosamente, lo cual nos llevaría muy lejos •. O. C., p. 90.

(47) V ALOT, O. C., p. 91. (48) Apela a un informe del Couneil of the British Medieal Assoeiation, como con·

secuencia de una petición de la Arehbishop's Commission on Divine Healing and Coope· ration between Doetors and Clergy. Este informe no desvirtúa en nada la realidad y los hechos de Lourdes. Ni ataca tampoco la competencia y honradez de los médicos de Lour· des. (Está editado por la British Medieal Association, London, 1956.)

(49) Estos once milagros son los de Mlle. Clauzel, Mme. Gestas, Mme. Martin, Fran­cia Pascal, Teniente coronel Pellegrin, Sor Marie-Marguerite, Mlle. Canin, MUe. Jamain, MUe. Frétel, Srta. Fulda, Mme. Couteault. Además, informa y discute sobre otros casos, unos considerados y aprobados como milagrosos, v. gr., los de De Rudder y Ganora, y otros no tenidos canónicamente como tales, v. gr., los de Gérard Baillie, MUe. Brosse. etcétera ...

(50) WEST, o. C., p. 97. (151) WEST, o. C., p.95.

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la vida real tienden a ser más complicadas y variables que los casos del libro de texto»? (52). Sí, pero no importa; ahora se desmiente y parapeta tras la propia figuración que se hace en cada enfermedad. N o da crédito más que a los médicos que exponen dudas sobre la naturaleza de las afec­ciones curadas en Lourdes o sobre la autenticidad de los milagros, y pre­senta sus conclusiones personales como únicas infalibles.

He aquí adónde conduce el espíritu de sistema y exclusivismo. Auto­res como éstos pueden apelar a la ciencia y blasonar de objetividad, pero les falta imparcialidad para levantar sana y lealmente, con justo discer­nimiento, una obra que sirva a la verdad.

Son racionalistas; pero impulsados más por pasión antirreligiosa que por una serena reflexión, dejan de ser razonables. ¿Hay algo más para· dójico que este enunciado del profesor Abrami, que toman alegres por lema: «Una curación es un hecho; y para quien apela a la ciencia, la ne­gación de un hecho es tan inadmisible como la creencia en el milagro»? (53). Entonces, el milagro ¿no sería, ante todo, un hecho capaz de observación y control? Cuando una curación termina por ser médicamente inexplica­ble, pero curación comprobada, ¿cesa de ser un hecho porque la autoridad eclesiástica la dictamina milagrosa luego de haber examinado minuciosa­mente todas las circunstancias y sopesado todas sus condiciones?.. ¿Y en­tonces cesa de ser por eso una verdadera curación? .. ¿En qué queda­mos? ..

«La ciencia racional... nunca debe repudiar un hecho exacto y bien observado", decía Claude Bernard (54). Las curaciones en Lourdes no dejan de ser observadas con todas las posibles garantías. Las celebridades médicas que sucesivamente se encorvan sobre los folios de sus archivos médicos aportan un saludabilísimo rigor: . basta acercarse a sus informes para per­der el menor rastro de duda a estos efectos.

Podemos, pues, estar seguros de la realidad en las curaciones registra­das, sufrido el duro examen por los responsables de la Oficina Médica como del Comité Internacional de Lourdes. Y debemos saber que los es­tudios de las Comisiones canónicas están sometidos a normas severas y detalladas, de suerte que jamás un milagro se proclame ni pueda procla­marse a la ligera. Se cuentan en esta hora cincuenta y cuatro curaciones milagrosas, entre las cuales, algunas -principalmente las de estos últimos años- corresponden a casos muy notables. j Cuántas otras curaciones se habrán producido en cien años sin transferirse a Comisiones canónicas, y sin que por ello sean menos curaciones! Que no se nos venga hablando de fracaso o quiebra de Lourdes, y menos de mixtificaciones en su sa­grado recinto. Demasiados hechos seriamente demostrados constan en su activo para que de buena fe se les pueda oponer el menor reparo.

Recordemos, necesitamos recordar, que estos hechos milagrosos se in· sertan en un contexto de fe confiada, de caridad, sacrificios y plegaria, que prestan a Lourdes su fisonomía impar, conmovedora, a la que sería imposible encontrar rival. La «Ciudad de los milagros» y «Capital de la oración» ha venido a serlo en consecuencia de un acto de amor divino, disponiendo Dios que la Inmaculada hiciese brotar del roquedal de Mas­sabielle una fuente rica, colmada de bienandanza corpórea y espiritual.

Ante el caso de Lourdes, el creyente sin dificultad traduce su alegría,

(52) WEST, o. e., p. 12. (53) Cfr. «Presse Médicale», 1936, p. 2085. Cit. por VALOT, O. e., p. 97. (54) C. BERNARD, Introd1wtion a l'étnde de la science expérimentale. C. JI, pAr. VII.

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su júbilo y gratitud, magnificando al Señor por las maravillas que Él de­rrama y estructura con la intercesión de María.

Delante de ese mismo cuadro, el racionalista no puede permanecer in­sensible, y la prueba es que se encarniza en destilar el veneno de su iro­nía y en salpicar de su propio cieno a la Iglesia y a sus fieles, reos del gran delito de creer que la Bondad del Señor se prodiga a través del Co­razón de la Virgen.

Porque creen en la Bondad del Cielo, porque están convencidos del po­ner de Nuestra Señora, los creyentes, con ocasión del Centenario de Lour­des rogarán y rogarán para que el puro manantial de Massabielle ejerza su acción bienhechora y milagrosa sobre las miradas ciegas, las inteligen­cias cerradas, las voluntades rebeldes y los corazones hostiles; para que se abra.l a la Luz y a la Vida esas almas, que solamente acaso aguardan el fruto d2 nuestra caridad para acercarse amorosas hacia María y, con Ella, hacer subir hasta Dios un ferviente y filial Magnificat.

Lille. ANDRÉ DEROO

Profesor en el Instituto de Ciencias Sociales y Políticas y en la Escuela Superior de Periodismo de las Facultades

Católicas de Lille