Lucero Carmona: Actriz
Embed Size (px)
Transcript of Lucero Carmona: Actriz

Lucero Carmona: Actriz
Lucero sube al escenario abrazando una camisa blanca, era la camisa favorita de Leonardo, “aún
conserva su olor” dice, luego huele la camisa y cierra los ojos. Así comienza a relatar su historia
mientras se mueve por el tablado con agilidad, la voz no le tiembla. Ella recuerda que hace muchos
años soñaba con ser actriz, ahora lo es, aunque no por las razones que hubiera querido. Sin embargo,
a través de esta experiencia Lucero ha podido resarcir el dolor, denunciar y visibilizar su caso en
muchas partes del mundo. “Mi nombre es Lucero Carmona, madre de Omar Leonardo Triana
Carmona, mi único hijo, quien fue asesinado por el ejército” así se presenta ante el Tribunal de
Mujeres. Lucero denuncia ante el público el horroroso crimen del que fue víctima.
Ella tenía una relación especial con su hijo Leonardo, habían pactado que la luna era su intermedio. La
noche que Leonardo murió estaba lloviendo, la luna estaba escondida entre las nubes. Lucero
recuerda que esa misma noche tuvo un sueño en que veía a su hijo amarrado de pies y manos en una
casa de madera, luego lo llevan en un camión militar a una zona de pasto muy espesa y ahí su hijo le
decía “mamá no me deje, no me deje solo mamá, no me deje, no me deje” y ellos trataban de tomarse
las manos, pero se comenzaban a alejar lentamente hasta que Lucero quedaba sola. Esa madrugada
Lucero despertó agitada, con un fuerte dolor en el vientre. Su hijo, el fruto de sus entrañas estaba
muriendo.
Fueron pasando los días, las semanas, los meses y nada se sabía de Leonardo. Lucero seguía sintiendo
su presencia, escuchaba su particular forma de tocar la puerta, soñaba con él, lo veía en la calle, lo
veía sentado en la sala, en el comedor almorzando con ella.
Una noche la luna estaba escondida entre las nubes, Lucero sueña que va a una casa donde se
encuentra con un hombre mayor, crespo, de abrigo café, bigotes enroscados y una barbita pequeña.
El hombre saca un libro grande, de cuero y ella le dice que busque el nombre de su hijo, pero no lo
encuentran. Luego ella vuelve a encontrarse con su hijo que le dice “Quiero ir allá, donde mueren las
cigarras”. Las cigarras era una canción que a Leonardo le gustaba, una ranchera mexicana que Lucero
cantaba.
Ya no me cantes cigarra
que acabe tu sonsonete
que tu canto aquí en el alma
como un puñal se me mete
sabiendo que cuando cantas
pregonando vas tu muerte.

Después de ir de entidad en entidad descubrió la verdad, en la Registraduría Nacional la cédula de
Leonardo aparecía cancelada por muerte, su cuerpo estaba en una fosa común en Barbosa, Antioquia.
Le dijeron que al parecer era un falso positivo. Esa noche media luna se alzó en el cielo, faltaba la
mitad de la luna, faltaba la mitad del corazón de Lucero, le faltaba media vida.
Fue en busca de las madres de Soacha, a quienes veía en televisión hace unos años denunciando los
asesinatos extrajudiciales de sus hijos. Recorrió Soacha tratando de encontrarlas hasta que finalmente
dio con Luz Marina Bernal y María Ubilerma, dos madres que estaban activas, en proceso de denuncia
y visibilización en el caso de las muertes de sus hijos. Lucero se unió a su causa, un camino de
denuncias y luchas constantes.
Meses después finaliza el proceso y papeleo que requería para recoger los restos de su hijo. Una tarde
parte hacia Barbosa. Al llegar al lugar donde murió su hijo ve árboles y ríos, un paisaje que ya había
visto recurrentemente en sus sueños. Leonardo le había hablado entre sueños, le mostraba el camino
hacia su tumba. El 8 de noviembre de 2011, Lucero va con la juez 24 penal militar al cementerio a
hacer la exhumación de Leonardo. Allá se encuentra con el mismo hombre que vio en el sueño, es
quien busca en un libro de cuero el nombre de Leonardo.
Su cuerpo se encontraba en un cajón largo de madera, ella lo identificó por su dentadura y un pie que
se había partido luego de un accidente. Lucero lloró al ver sus restos desgastados, un cuerpo con
cuatros años de descomposición, el olor a podredumbre impregnaba el lugar. El sepulturero le pasó
el cráneo y Lucero se aferró a él. Por fin lo había encontrado, por fin podía volver a sentirlo entre sus
brazos, “Dios mío, Leo” decía entre lágrimas. Lo sostuvo contra su pecho por varios minutos, sabía que
esta sería la última vez que sentiría el cuerpo de su único hijo.
Aunque esa tarde volvió a ver a Leo después de varios años, ella sabe que nunca se separó realmente
de él. El espíritu de Leonardo se mantuvo siempre con ella, durante los años de búsqueda ella seguía
sintiendo su presencia en la casa, percibía sus pistas y señales, en sus sueños le hablaba, sabía que
ambos permanecían juntos al ver la luna. Días después, Lucero trae los restos de su hijo a Bogotá para
darle cristiana sepultura.
Como una Antígona moderna, Lucero se enfrentó a la cúpula militar que asesinó a su hijo como
Antígona se enfrentó al rey que asesinó a su hermano. Ambas se negaron a obedecer y a tener miedo,
con el fin de darle a su ser querido una debida sepultura. Lucero es Antígona, cuida de sus seres
amados aún después de la muerte. Lucha en contra de las injusticias que vivió, vela por el honor de su
hijo, por limpiar su nombre. Antígonas: Tribunal de Mujeres lleva en la escena teatral bogotana más

de cinco años y se ha presentado alrededor del mundo. Lucero contará su historia al mundo los años
que le sea posible, para que no se olvide, para honrar la memoria de su eterno Leo.
“Este tribunal de mujeres busca que este país pueda llegar al día del nunca jamás ¡NUNCA JAMÁS
FALSOS POSITIVOS!”

Clara Gallego: La valiente
Clara nació en una vereda de Antioquia, creció en el núcleo de familia muy humilde, y por esto fue
fácil que las Farc la reclutara cuando era una niña. Su casa no tenía puertas, sino unas tablas que de
un solo empujón se abrían y cualquiera podía entrar. Así fue que un día tres guerrilleros se metieron
a su casa. Ella tenía doce años cuando estos hombres le dijeron “aliste una muda de ropa que nos
vamos para la guerrilla ya”. No hubo nada que su familia pudiera hacer, ella empacó algunas cosas y
se despidió de sus papás quienes también lloraron su partida.
Clara pasó a llamarse “alias Rocío”, cuando llegó al campamento supo que no tenía opciones. Tuvo
que ser guerrillera a las malas o sino la mataban. Entregarse no fue una opción pues decían que era
peor si la cogía el ejército, que a las guerrilleras primero las violaban y luego las mataban. Más allá del
radio que dominaba las Farc estaban los milicianos y luego los paramilitares, no había mucho qué
hacer, estaba rodeada de enemigos. Clara se tuvo que resignar a la realidad que le había tocado,
aunque nunca estuvo conforme. Siempre tuvo claro que tenía que salir de allí, sus ganas de irse fueron
aumentando a medida que experimentaba terribles sucesos.
A pesar del trauma que le dejó haber sido abusada sexualmente por el comandante que la reclutó,
alias Rocío decidió darse una oportunidad con Cocuyo, un guerrillero joven también, pero de un grado
mayor. Se conocieron cuando guerrilleros de otro frente llegaron hasta el campamento donde ella
estaba. Ambos eran muy niños, él la conquistó como tal, con cartas y chocolatinas. Al poco tiempo
pidieron permiso para asociarse (pedir permiso a un comandante para tener una relación), y los
dejaron. Cocuyo se convirtió en una escapatoria para ella, le devolvió la felicidad, que duró poco. No
tardaron en llegar las profundas tristezas y amarguras que generan una decepción amorosa.
Rocío le confió sus miedos, le confesó que no sería fácil estar con él después de los abusos que había
sufrido. Él la esperaba, la consolaba, le decía que no se preocupara, que él la iba a cuidar y que tratara
de hacer de cuenta que él era el primer hombre en su vida. Un día Rocío le propuso a Cocuyo que se
escaparan juntos, lo cual le molestó “No se le olvide que yo soy un comandante, yo de aquí no me
voy”. Cocuyo estaba convencido de que su lugar en el mundo estaba en las Farc, pero Rocío no lo
concebía de la misma manera. Cocuyo le decía “tienes que ser mala o no vas a sobrevivir, yo ya llevo
veinte muertos” y sin embargo Rocío no llevaba ni un muerto y tampoco tenía intenciones de tenerlo.
Cuando él le decía esas cosas se sentía con el mismo diablo, esto lo sintió por primera vez después del
hombre de las cruces.
“¡Rocío vaya a relevar, cuide al de las cruces!”. Ella se fue con fusil en mano loma arriba, llegó a
reemplazar a su compañero, y se paró junto a un árbol a cuidar al secuestrado que estaba amarrado.

Era un hombre alto, muy grande. Rocío lo observaba disimuladamente, le causaba curiosidad que se
pasara el tiempo armando cruces con ramas que encontraba en el suelo y las unía con hojas. Ellos
tenían prohibido hablar con los secuestrados, sólo podían observarlos en silencio. Ella lo miraba y se
sonreían de vez en cuando, siempre se preguntó por qué lo tenían ahí si se veía tan amable. Un día el
hombre le preguntó “¿Usted sabe si me van a matar?”, ella sabía que sí lo harían, pero no fue capaz
de decirle “la verdad no sé” le respondió. Para Rocío este hombre parecía un niño, jugando a armar
cruces. Disfrutaba el tener que vigilarlo, le transmitía cierta calma, ambos compartían el hecho de
estar asustados en un lugar en el que no querían estar.
Una tarde el comandante les dio la orden de matar al secuestrado. Rocío salió corriendo a suplicarle
a Cocuyo que no lo hiciera él, que dejara que Cachos lo matara o cualquier otro, pero no él. Cocuyo
no entendía, le parecía un capricho “Cocuyo usted sabe que a mí me da mucho pesar con ese señor,
por favor no lo mate usted”. Ante las suplicas de Rocío, Cocuyo aceptó, le dijo que iba a poner a Cachos
a matarlo.
Rocío se sentó a esperar a Cocuyo, esa tarde hubo poco ruido en la selva, la calma se vio interrumpida
por gritos y varios disparos. Rocío se tapó los oídos. Alcanzó a escuchar todo. Cocuyo volvió a los pocos
minutos y con cada paso dejaba una huella roja “Amor a que no adivinas lo que pasó. El tipo salió
corriendo y Cachos no lo alcanzaba”. Ella lo miró con asco “Ay no Cocuyo”. Tuvo nauseas, se fue
molesta, desconociéndolo, sintiendo miedo de su indolencia y sevicia. No podía sacarse de la cabeza
la imagen de las botas de Cocuyo bañadas en sangre.
Tiempo después el comandante del frente los separó, al parecer los vieron muy enamorados “uno se
tiene que enamorar es de la causa” les decían. A Cocuyo lo mandaron para otro frente y nunca los
volvieron a juntar. Se veían pocas veces al año, sólo cuando las tropas se reunían en fechas especiales.
Durante ese tiempo se enviaron cartas, pero la distancia cambió la relación. A oídos de Rocío llegó el
rumor de que Cocuyo ya estaba con otra guerrillera “alias Diana”. La guerra no cambia las reglas del
amor. La decepción, los celos y la tusa también se viven en la guerrilla. Para Rocío esto volvió a
encender en ella la idea de escapar.
Seis meses después de estar separados, Rocío se enteró de que la tropa donde estaba Cocuyo venía
en camino, en esa misma tropa estaba “alias Diana”. Dolida por su traición, Rocío se negó a recibir la
tropa y se quedó en el campamento. Horas después se encontró de frente con Diana quien le dice
“Vamos a ver con quién se queda Cocuyo”. Rocío le responde “Eso está por verse, aunque yo no estoy
acá para pelearme por ningún hombre, si tanto lo quiere se lo regalo.” Cocuyo llegó al día siguiente.
Las dos mujeres se encontraban en la zona central de la tropa, ambas esperando la reacción de Cocuyo
al verlas en el mismo lugar.

Cocuyo se acercó a Rocío y la saludó con un beso “¡Mi amor!” le dijo. Diana al ver esto se fue furiosa.
“Oiga tenga cuidado que su mujer se va a poner brava” le dijo Rocío a Cocuyo, él le dice que realmente
quiere es estar con ella, no con Diana, después de discutir un largo rato arreglan las cosas. La tropa de
Cocuyo duró varios días en el campamento. Durante esos días con él, Rocío estuvo más tranquila, se
sentía protegida. Hasta que un mal presagio llegó.
Una mañana Rocío caminaba sola cuando el guerrillero “alias Pepe” se le acercó. La tiró al suelo y la
apretó del cuello. “¿Qué le pasa? ¡Suélteme!” le gritó Rocío. “Usted está como muy contenta
últimamente, pero tranquila que dentro de poco se le acaba la felicidad” la soltó enseguida y se fue.
Rocío corrió a contarle a Cocuyo. Más tarde ese día vieron a Diana y a Pepe hablando muy cariñosos,
la amenaza era para Cocuyo.
La tropa se fue días después. Por esa época las Farc planeaba un atentado en la vía Medellín – Bogotá.
Para llevarla a cabo dividieron los frentes de Antioquia y les delegaron funciones distintas. A Cocuyo,
a Diana y a Pepe los mandaron juntos a poner una bomba cerca de la carretera. Esta no estalla en la
carretera, pero sí en manos de Cocuyo. Esa tarde Diana y Pepe vuelven solos.
Pasaban los meses y Rocío no había vuelto a recibir cartas de Cocuyo, había escuchado que un
comandante había muerto en la misión, pero nadie le decía quién había sido. Diciembre llegó y con
este sus celebraciones, el día 24 todos los frentes de la zona se reunieron, Cocuyo no llegó. Rocío
esperó a ver si el 31 llegaba, pero tampoco apareció. Esa noche Rocío se acercó a un guerrillero del
frente al que pertenecía Cocuyo y le dijo “Oiga que mataron a Cocuyo” y él le respondió “Sí, le explotó
la bomba que iban a estallar con Diana y Pepe en la carretera”. Rocío entendió todo y continúo una
corta conversación. Luego se despidió y salió corriendo a llorar al monte para que nadie la viera.
Los planes de escape se convirtieron en una obsesión, pasaba noche y día pensando en la manera de
escapar. Su íntimo amigo Cachos era el único que sabía de sus planes. Varias veces la contuvo de sus
intentos de suicidio. Él fue el único testigo de su desesperación, la veía planeando el asesinato de su
comandante para poderse volar. Un día le pidió ayuda a una mujer del pueblo, ella le dijo que le
ayudaba si mataba a la amante de su marido, eso tampoco pasó. De alguna forma Rocío consiguió
formol y se lo inyectó, le paralizó varias partes del cuerpo, pero eso tampoco acabó con ella.
Un día de enero Clara logró escapar, burló a las Frac, a los paramilitares y al Ejército. Con la ayuda de
alguien en un pueblo cercano a donde estaba su campamento llegó a Medellín. A sus quince años
llegó a vivir al ICBF, luego le tomó casi cinco encontrar a su familia, pues ellos habían sido desplazados
del pueblo donde la habían reclutado a ella. Actualmente Clara está casada y tiene dos hijos, su
situación legal está resuelta. Es una mujer a la que le gusta maquillarse y vestirse bien, consentir a sus

hijos, pasear a sus perros, trabaja y toma el transporte público como cualquier otra. Sin embargo, a lo
largo de su vida ha tenido que sufrir consecuencias por haber sido guerrillera, la discriminación y el
miedo de que un día se encuentre de frente con un guerrillero conocido.

“La Bogotana”
Esmeralda estaba exhausta, llevaba días sintiendo angustiada y nerviosa por sus hijos, temía que
corrieran la mima suerte de sus hermanos. Esa mañana recibió una llamada, una camioneta llegaría a
su casa en quince minutos, no había más tiempo. Estaba lavando la ropa en el río en ese momento,
pero tuvo que dejarla tirada, corrió a su casa y empacó lo que pudo. La camioneta llegó por ella, luego
fueron por su esposo y sus hijos. El ejército los escolta hasta Cali, donde unas monjas los reciben en el
terminal y los montan en una flota hasta Bogotá. Lo único que se le pasaba por la cabeza era “Si mi
hermano no hubiera recibido esos hombres en su casa, nada de esto habría pasado”.
Esmeralda Castillo nació en Tumaco, Nariño. Cuando estaba muy pequeña fue regalada, terminó
creciendo en Bogotá. Sin raíces en ningún lugar, decidió volver a su tierra natal veintisiete años
después de haberse ido, se fue con su esposo y sus hijos, dejando atrás la casa que habían comprado
en Bogotá. Descubrió lo que era vivir entre sus hermanos, sentir el amor familiar, se enamoró del clima
y de su tierra. Durante cinco años que vivió allá organizó una vida nueva, construyó un ranchito y lo
llenó de animales, vivía tranquila.
Lo peor estaría por llegar, todo comenzó cuando su hermano Iber recibió a tres hombres que llegaron
a su palmera en busca de un techo y trabajo. Pocos días después de haberlos recibido Esmeralda
comenzó a oír rumores. Preocupada, va a contarle a su hermano, quien reacciona de una forma
inesperada, decide no creerle y acusarla de ser una chismosa. El rumor era que estos tres hombres
eran asesinos a sueldo y tenían deuda con la guerrilla. Una deuda que incluía muertos, plata y coca.
Esmeralda hizo todo lo posible para persuadir a su hermano de sacar a estos hombres de la palmera,
no tuvo éxito. No tardó mucho en llegar la temida guerrilla en busca de venganza, ellos tomaron
represalias contra la familia Castillo, pensando que eran cómplices de los delincuentes que tenían bajo
su techo. Un tiroteo comenzó en la casa, las primeras víctimas fueron sobrinos de Esmeralda, quienes
corrieron a esconderse en el tejado, su sangre escurría de los techos. Germinton, su hermano mayor,
su figura paterna fue brutalmente asesinado a tiros frente a sus hermanas. Los tres criminales
culpables de todo el malentendido lograron huir.
Esmeralda denunció a la fiscalía los hechos, con tan mala suerte que el fiscal resultó ser un
comandante guerrillero. Él les dijo a los guerrilleros responsables de la matanza que “la bogotana”
estaba denunciándolos, así que su familia comenzó a recibir amenazas de nuevo. Una tarde Esmeralda
y su hermano Iber fueron a buscar una droguería al pueblo. Se encontraron con su hermana Sofía allá
y a su regreso tomaron un carro. En el trayecto, una camioneta y dos motos los acorralaron, los
encañonaron y obligaron a bajar del carro a su hermano. Comenzaron a golpearlo, a preguntarle a

dónde había ido a denunciar y por qué. A Esmeralda le dijeron que tenía que irse del pueblo por sapa,
a ella y a su hermana Sofía les dijeron que se fueran de inmediato porque ellos no mataban mujeres,
pero tenían 24 horas para irse.
Iber les dijo que se fueran tranquilas para la casa, que les dijera a sus papás que los quería mucho y
que lo perdonaran por todo. Al conductor le dijeron que las llevara hasta la casa y que no parara en
ningún lugar. Horas después, la familia Castillo comienza a recibir llamadas en las que les pedían
quince millones de pesos para devolver a Iber con vida y que debían ser entregados por “la bogotana”.
Finalmente, ellos no logran pagar la recompensa que los captores pedían. En la noche comienza la
búsqueda de su hermano. Horas después, en la madrugada, encuentran sus restos tirados en una
carretera. Su cuerpo tenía rastros de tortura, había sido desmembrado.
Esmeralda comenzó a ser amenazada, comenzaron a buscarla por todo Nariño. Ella le presentó su caso
al comandante de la Base Militar el Gualtal de Tumaco. En medio de todos estos sucesos Esmeralda
se dio cuenta de que no estaba bien, sentía como cada día se incrementaban los dolores de cabeza,
tenía la visión borrosa y su temperatura corporal era más alta de lo normal. Cinco días después de la
denuncia, los militares descubren que la familia de Esmeralda está siendo emboscada. Su esposo
afuera de la palmera de su hermano y sus hijos en el colegio. Esmeralda estaba en el río lavando la
ropa cuando recibió una llamada, le dijeron que tenía quince minutos para llegar a su casa y empacar
maletas, los iban a sacar de Nariño inmediatamente. Después de un largo viaje Esmeralda llega a
Bogotá añorando la casa que había dejado hace años. Cuando llegó la encontró invadida de
drogadictos, las paredes estaban negras, los pisos sucios y las ventanas rotas.
La casa había quedado encargada a un familiar de su esposo, esta persona nunca pagó servicios,
aunque se le enviaba el dinero y no fue nunca a revisar el estado en el que se encontraba. Además de
encontrar su casa irreconocible, Esmeralda descubrió que ya no era su casa, había sido embargada
por falta de pago de todos los servicios públicos. Durante algunos días tuvieron que quedarse ahí,
viviendo en medio de la suciedad y las ruinas. Esmeralda estaba harta, sentía que su tragedia no
cesaba. Una tarde salió a una tienda del barrio, Danubio azul, a llamar a su mamá a contarle todo lo
ocurrido. Tres hombres que estaban en la tienda la escuchaban, resultaron ser miembros de una
pandilla paramilitar del barrio la Fiscala. Esa noche a sus hijos los hieren de muerte, casi los matan, y
la familia tiene que volverse a desplazar.
Finalmente, llegan a vivir a Suba. Para entonces Esmeralda estaba gravemente enferma, todos los
sucesos que vivó se tradujeron en una grave hipertensión arterial y una epilepsia que según ella
comenzó a manifestarse después de los hechos. En medio de la lucha para mejorar su salud comienza
de nuevo todos los procesos de denuncia con la Unidad de Denuncia al Desplazado, el Ministerio de

Protección Social y demás entidades. En medio de tantas diligencias se da cuenta de la lentitud de los
trámites, de la falta de justicia en el país y cómo eran vulnerados los derechos de tantas víctimas. Así
mismo supo que mucha gente necesitaba apoyo psicológico y fortaleza, algo que a ella le sobra, esto
es algo que ella quería aportar, paz en el dolor de la gente.
Así comenzó a asistir a distintos talleres de fortalecimiento para víctimas y decidió hacer parte de la
solución. Apoyó a otras víctimas como ella acompañándolos en procesos de denuncias, ubicándolos
en la ciudad, compartiendo sus conocimientos. De esta manera llegó por votación, a hacer parte de la
Mesa local de víctimas. Perteneció a la Consejería de localidades con énfasis en las etnias. Su lucha ha
sido particularmente por ayudar a conseguir vivienda digna a las víctimas. Todos estos procesos han
dejado un sabor amargo para Esmeralda, quien se siente frustrada por la falta de justicia en este país.
Esmeralda dice que está convencida de que si fuera más joven y no tuviera tantos problemas de salud
seguramente se armaría para ajusticiar a los asesinos de sus familiares, ya que la justicia no ha hecho
nada.

Paloma sin nido
Luz Odilia León nació en el municipio de La Palma en Cundinamarca. Desde muy joven mostró tener
dos grandes gustos, las causas sociales y la escritura. Fue líder comunitaria desde los veinte años,
tiempo después comenzó a escribir poemas en un cuaderno. Años después ambas habilidades
marcarían su vida.
El primer suceso
Luego de haber sido desplazada forzosamente, ella y su familia llegaron a vivir al municipio El Castillo
en Meta. Fue lideresa en la Unión de Mujeres Demócratas y concejala por la Unión Patriótica. A
mediados de los años ochenta comienza el exterminio del partido.
Una noche de 1988, Luz Odilia y su esposo Parménides se encontraban llegando a casa, abriendo la
puerta, cuando comenzaron a dispararles. Ambos salieron a correr, pero ya era tarde, dejaron un
rastro de sangre en su camino. Entraron a un billar, la dueña trató de auxiliarlos, pero su esposo
Parménides había sido herido en el corazón. Murió en el billar pocos minutos después del atentado.
Devastada, Luz Odilia no pudo dormir en toda la noche, sintió que estaba en otro mundo, que su vida
había cambiado por completo. Ella y su hijo Olivey, de diez años, habían quedado solos. El entierro se
hizo en medio del asedio paramilitar, ese día los paramilitares asesinaron a cinco personas que iban
hacia el cementerio. Pocas personas asistieron, ni Luz Odilia pudo asistir. Los paramilitares esperaban
la llegada de otros líderes del partido como un depredador asecha a su presa, el señuelo era el
entierro.
Paloma solitaria
Tres días después, para proteger su vida y la de su hijo, Luz Odilia tuvo que desplazarse a Bogotá. Sus
hermanos y sobrinos se quedaron en El Castillo, ellos continuaron siendo perseguidos y amenazados
por los paramilitares varios años. El principio del fin de la familia León empezó en enero de 1996
cuando es asesinado el hermano menor de Luz Odilia. Él fue detenido en una vereda aledaña, fue
llevado al Cantón Norte en Bogotá donde fue torturado en medio de un interrogatorio, luego lo
trasladaron al Meta y fue asesinado entre Granada y El Castillo.

La familia León siguió soportando constantes amenaza. Varios de los amenazados en el pueblo
comenzaron a desplazarse, quedaban pocos. Una tarde, en 1997, Luz Odilia recibió una llamada. El
peso de la guerra vuelve a caer sobre su familia. Su hermano Pedro Julio, quien fue amenazado y se
desplazó a otro municipio, fue asesinado. Ese día Luz Odilia viajó hacia el Meta a recibir los restos de
su hermano. Después de las exequias se devolvió para Bogotá, su hijo ya no estaba, su hijo se había
ido, se había unido a la guerrilla.
Una antigua vecina de Luz Odilia en El Castillo la llamó para decirle que había visto a su hijo y que
corría el rumor de que se había unido a la guerrilla. En medio de una desesperación nerviosa Luz Odilia
empacó una pequeña maleta como pudo, las manos le temblaban y casi no podía hablar. Se
preguntaba ¿Por qué a mí Dios mío, por qué lo hizo? Cruzó ríos, atravesó montañas a caballo, caminó
hasta que le temblaban las piernas, habló con varias personas en cada pueblo que recorría, recorrió
varios municipios del Meta buscando campamentos guerrilleros, hizo de todo por seguirle el rastro.
Un día llegó hasta un campamento guerrillero donde no la dejaron pasar, pero le dijeron que él sí
había llegado allá, pero que se fuera, porque él no estaba en esa zona por esos días. Algunos días
pasaron y ella recibió una llamada de él, ella no pudo persuadirlo para hacerlo volver. Tres meses
después Luz Odilia vuelve al Meta, cree firmemente que puede traerlo de vuelta a casa.
En su segunda visita al Castillo logra convencer a un comandante que la deje hablar con su hijo. Su
rostro se descompuso cuando vio a su hijo bajando del monte con uniforme, botas pantaneras y un
fusil cruzado. Luz Odilia le reclamó por lo que había hecho y el firmemente le respondió “Madre, no
se le puede olvidar que mataron a mi padre, que mataron a mis tíos, que tienes un tiro en una pierna,
que nos han perseguido, que mis primos se quedaron sin hogar. Yo quería ser un líder político, pero si
me quedo en Bogotá siendo un líder me van a matar por la espalda como a mi papá y yo prefiero
morirme peleando. Así que yo me quedo acá madre, no sufra”.
Durante el tiempo que Olivey permaneció en la guerrilla se comunicaron por teléfono, él la llamaba
seguido para saber cómo estaba. Luz Odilia siempre estaba feliz de hablar con él y saber que estaba
bien. Por ese mismo medio llegó el peor presagio. Un fin de semana ella se quedó esperando su
llamada, al día siguiente ella lo llamó y le contestaron unos militares. Olivey había muerto en un
enfrentamiento con el ejército. Esa tarde se fue a reclamar sus restos a la séptima brigada del ejército
en Villavicencio. En un terreno baldío, una tierra de nadie, fue enterrado Olivey.

La jaula
Después del funeral de Olivey, Luz Odilia se quedó en El Castillo para estar acompañada en su dolor.
Trabajaba haciendo labores del campo en fincas de sus amigos. Un día llegaron unos militares a
comprar comida en la finca donde ella estaba, parecían buscar a alguien, se veían sospechosos. Tres
días después los militares vuelven a llegar, detienen a Luz Odilia y la obligan a irse con ellos. En el
interrogatorio le preguntan por qué está en El Castillo, que si es guerrillera. Deciden llevarla a la cárcel
de mujeres de Villavicencio, allí es víctima de un montaje judicial, en el que la culpan de participar en
un plan terrorista. Después de seis meses en la cárcel logra demostrar su inocencia y que, en realidad,
todo era un falso positivo jurídico.

Mayra: Activista
Mayra López heredó su voz de las cantaoras ancestrales del Caribe. Acompañada de tambores,
maracas y gaitas, canta esta canción que compuso hace varios años. Su voz es la herencia que le
dejaron las raíces de su tierra y sus cantos narran una historia de injusticia en esta, es un reflejo de las
problemáticas que se han apoderado del caribe colombiano. Mayra es un símbolo de las dos caras de
la costa atlántica, simboliza la riqueza cultural de su hermosa tierra y al mismo tiempo el conflicto y la
corrupción. Una corrupción que tiene azotada la región, que la tiene inmersa en la pobreza y la
injusticia y de la que ella fue víctima.
Mayra es una víctima de Estado, en el 2006 cuando terminaba su pregrado en ingeniería agrícola en
la Universidad de Sucre, fue acusada por un delito que no cometió y llevada a la cárcel. Mayra era una
líder estudiantil, era miembro de la Organización Red de Mujeres del Caribe, integrante de la
Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios, miembro del Polo Democrático Alternativo y
pertenecía a la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios. Durante su rol como activista
estudiantil denunció varios casos de paramilitarismo en su región, cosa que no le gustaba a la clase
política corrupta de Sincelejo. Mayra disfrutaba tener espacios de tertulia con sus grupos
estudiantiles, se reunían para debatir sobre temas relevantes para la región. Además, se interesaba
por los asuntos de género, hacía parte del colectivo Jaibaná, un colectivo universitario conformado
por varias mujeres y algunos hombres en el que se le daba un espacio a temas de mujer y feminismos.
En la universidad era conocida por ser una de las grandes líderes del plantel, ella y un grupo de
estudiantes eran quienes se encargaban de exigir mejoras en los laboratorios, la calidad de los
profesores, infraestructura y varios asuntos relacionados a la academia. La elección del rector y otros
cargos también pasaba bajo la supervisión del grupo, para garantizar la transparencia de la asignación
de los puestos públicos. En esta tarea había mucho trabajo, reuniones, revisión de documentos, etc.
Mayra repartía su tiempo en numerosas actividades como estudiante de ingeniería y como activista.
El espíritu implacable y rebelde de Mayra fue molestia para muchos que hacían de las suyas con
dineros públicos, corruptos. No pasó más de una semana después de terminar un paro que ellos
habían convocado cuando a ella y a su compañera de apartamento las detuvieron sin orden de captura
cerca a su casa. Las subieron a la fuerza a una camioneta y las llevaron hasta las oficinas del DAS en
Sincelejo. Allá no les dieron explicación, sólo les pidieron todos sus documentos y datos para llenar
unos papeles. En la madrugada a Mayra y a un compañero de la universidad los llevaron al DAS en

Cartagena para interrogarla. Allá la acusaron de ser responsable de haber puesto unas bombas en un
restaurante de la ciudad. Le imputaron cargos por rebelión y terrorismo.
Las audiencias comenzaron al poco tiempo, Mayra fue llevada a la Cárcel Distrital de San Diego en
Cartagena. En ese momento comenzó su lucha contra el Estado colombiano, una lucha en la que debía
demostrar su inocencia y no sería fácil ganar. Al paso que avanzaban sus audiencias Mayra supo que
la estadía en la cárcel no sería corta, algo típico de la lentitud de la justicia colombiana. La frustración
y la rabia que sintió fueron reemplazadas por sus ganas de salir adelante, de permanecer en pie.
Decidió aprovechar el tiempo, se dio cuenta de que muchas de las presas no sabían leer ni escribir,
ella comenzó a enseñarles, esto se volvió una ayuda, una razón para resistir, ayudar a esas mujeres la
mantuvo en pie. Ahí en la cárcel conoció a Adela, una estudiante que como ella había llegado a la
cárcel debido a un falso positivo judicial. Estudiaba filosofía en la Universidad de Cartagena, llevaba 6
meses presa cuando Mayra llegó. Durante este tiempo ambas se unieron, compartían la misma lucha,
dos jóvenes estudiantes universitarias contra el Estado que las encarceló injustamente.
Seis meses después, a pesar de ser una lucha en la que suele ganar el más fuerte, Adela ganó su
libertad. No pudieron probar que estuviera involucrada en ninguno de los casos por los que estaba
acusada y los términos se vencieron. Seis meses después ocurrió lo mismo con Mayra, se cumplió un
año y no se pudo comprobar nada, los términos se vencieron y volvió a la universidad. Durante seis
meses Adela y Mayra compartieron la misma experiencia, se hicieron muy amigas. Pero tiempo
después de que Adela fue liberada, no se volvió a saber nada de ella, la desaparecieron. La última vez
que Mayra vio a Adela fue caminando hacia su libertad, nunca más volvió a verla. Desde hace varios
años, con el grupo Tramaluna teatro, Mayra canta esta canción que compuso para su amiga
desparecida Adela.
“Bonita, bonita
yo le canto a la tristeza ya tú no estás, bonita, bonita
estoy sólo aquí sentao tú me dejaste”