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Luces y olores del siglo XVIII. El hombre de letras y el erudito “a la violeta” en el pensamiento ilustrado español. _Pero, señora, lo que siento es _le dije_ que éste que me ha murmurado es un vano hablador, un erudito a la violeta, un charlatán con casaca, y un necio que no es capaz, no digo de sostener conmigo una disputa literaria bajo la pobre capa que me veis, pero ni de señalar en mis obras los defectos que las supone. José Joaquín Fernández de Lizardi. 1 En el diálogo platónico entre Sócrates y Fedro, aquél refiere al discípulo una curiosa historia que le han contado. Ocurre en Egipto. El rey Tamus recibe la visita del dios Teut, inventor de los números, el cálculo, la geometría y la escritura. El dios da noticia de cada uno de sus inventos y de lo útil que puede ser su uso para los hombres. En cada caso el rey aprueba o cuestiona las características de cada uno de ellos; así llegaron a la noticia acerca del invento de la escritura. El dios pondera su extraordinaria virtud de servir a la memoria y a la sabiduría de los egipcios, pero el rey espetó: “Ella no producirá sino el olvido [...] Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias, y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables [...]”. 2 1 El personaje, quien es el mismo Lizardi, dada la feroz crítica que un “ignorante presumido” expone de sus escritos, se lo dice a la alegoría de la Verdad, que hace las veces de Virgilio, llevándolo a un recorrido onírico aleccionador. José Joaquín Fernández de Lizardi, Los paseos de la Verdad, México, Planeta/Joaquín Mortiz/CONACULTA, 2002, (Ronda de clásicos mexicanos), pp. 42 – 43. 2 Platón, “Fedro o del amor” en Diálogos, México, Porrúa, 1991, (Sepan cuantos... Núm. 13), p. 658. 1

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Luces y olores del siglo XVIII. El hombre de letras y el erudito “a la violeta” en el pensamiento ilustrado español.

_Pero, señora, lo que siento es _le dije_ que éste que me ha murmurado es un vano hablador, un erudito a la violeta, un charlatán con casaca, y un necio que no es capaz, no digo de sostener conmigo una disputa literaria bajo la pobre capa que me veis, pero ni de señalar en mis obras los defectos que las supone. José Joaquín Fernández de Lizardi.1

En el diálogo platónico entre Sócrates y Fedro, aquél refiere al discípulo una curiosa historia

que le han contado. Ocurre en Egipto. El rey Tamus recibe la visita del dios Teut, inventor de

los números, el cálculo, la geometría y la escritura. El dios da noticia de cada uno de sus

inventos y de lo útil que puede ser su uso para los hombres. En cada caso el rey aprueba o

cuestiona las características de cada uno de ellos; así llegaron a la noticia acerca del invento

de la escritura. El dios pondera su extraordinaria virtud de servir a la memoria y a la sabiduría

de los egipcios, pero el rey espetó: “Ella no producirá sino el olvido [...] Tú no has encontrado

un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias, y das a tus discípulos la

sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas

cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor

parte, y falsos sabios insoportables [...]”.2

1 El personaje, quien es el mismo Lizardi, dada la feroz crítica que un “ignorante presumido” expone de sus escritos, se lo dice a la alegoría de la Verdad, que hace las veces de Virgilio, llevándolo a un recorrido onírico aleccionador. José Joaquín Fernández de Lizardi, Los paseos de la Verdad, México, Planeta/Joaquín Mortiz/CONACULTA, 2002, (Ronda de clásicos mexicanos), pp. 42 – 43. 2 Platón, “Fedro o del amor” en Diálogos, México, Porrúa, 1991, (Sepan cuantos... Núm. 13), p. 658.

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Independientemente de la profética visión de la anécdota y su referente a la moderna

discusión entre la artificiosidad lingüística y trascendencia espacio - temporal de la palabra

escrita frente a la riqueza comunicativa verbal y no verbal de la expresión oral; lo que está

claro es que la intranquilidad por la sabiduría aparente, la indicación de oquedad en las falsas

pretensiones conceptuales, la crítica a la pseudo erudición y la propuesta de una verdadera vía

de adquisición y demostración del conocimiento, son preocupaciones constantes entre los

preceptores de la humanidad.

Caso de este desasosiego es la serie de ideas que, conceptuando al hombre de letras3 y

censurando la actitud social de aparentar el saber, aportaron algunos connotados escritores de

la Ilustración en idioma español. He aquí un breve recorrido presentando y analizando dichas

ideas a través de los textos de Benito Jerónimo Feijoo, José Cadalso y José Joaquín Fernández

de Lizardi, principalmente. Considérese un intento por explicar de qué manera se “dibujó” al

hombre de letras a través de su personaje antitético y de comprender el porqué la ironía y la

sátira se erigen como las vías más adecuadas para expresar el malestar de todos aquellos que

sabían en carne propia del esfuerzo por alcanzar prestigio social como pensadores.

Un letrado de la época ilustrada es un líder de opinión en diversas materias, artes y

ciencias, no se considera única la relación con el libro (que debe haberla) o específicamente

con la Literatura, las “bellas letras” o las Humanidades, como se concibe hoy en día. Ser un

“hombre de letras” significaba tener fama de erudito, haber escrito textos de cierta utilidad,

dominar conocimientos tan diversos como la Medicina, la Física, la Teología, y la Historia,

3 En este trabajo se usarán como sinónimos erudito, letrado, sabio, y hombre de letras, aunque sobra referir sus diferencias. Es así por comodidad en la redacción, sin embargo cada acepción quiere referirse a la idea que los propios autores discuten cuando se refieren a un tipo de hombre y su actividad intelectual, sobre todo para diferenciarlo de su antípoda, el “erudito a la violeta”.

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haber estudiado en instituciones superiores, impartir o difundir sus conocimientos para el bien

público e inclusive ser un mediano poeta.4

“La definición del hombre de letras dada por la Enciclopedia es, pues, la de un

enciclopedista: no un erudito que ha adquirido un saber profundo en una materia particular,

sino un hombre de estudio con conocimientos en todos los campos del saber.”5 Según Chartier

el artículo ilustrado al respecto, por cierto escrito por Voltaire, enfatiza que no se debe

ponderar un sólo género de estudio pues si bien no es posible que un hombre lo sepa todo, sí

puede acercarse con actitud de estudioso, gracias a su ingenio y su “bello espíritu”, a varias

materias. Por otro lado, no se ha abandonado del todo la acepción que lo ubica como un ser

especial que busca el retiro y el silencio para meditar, comprender el mundo y luego dar su

conocimiento a la sociedad para que ésta mejore.

Ya no se sostiene con la misma fuerza la imagen “famélica” o “miserable” del sabio,

propia de chanzas zahirientes o aquella despreciativa hasta el vilipendio que habla de una

“Raza vociferante, cuanto se quiera; raza vanidosa, que se alimenta del humo del incienso;

raza dividida contra sí misma, y cuyos hijos, en lugar de unirse, se morderán; raza bastarda,

que contiene a la vez lo que hay de más grande y lo que hay de más vil.”6

Como parte de la imagen típica del hombre de letras, Chartier informa de la percepción

“patológica” y diferencias en la salud entre los que sufren por “agotamiento literario” y los

que se dedican a otros oficios, estudiada por el médico francés Tissot en su De la santé des

gens de lettres, percepción alrededor del prejuicio de que el estudioso vive menos tiempo que

otros.7

4 Al respecto se recomienda el apartado de Roger Chartier, “El hombre de Letras”, en Varios, (Edición de Michel Vovelle), El hombre de la Ilustración, Madrid, Alianza Editorial, 1992, pp. 151 a 195. 5 Ídem, p. 153. 6 Paul Hazard, El pensamiento europeo en el siglo XVIII, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 231. 7 Cfr. Roger Chartier, Op. Cit., pp. 188 y ss.

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Esta idea debió tener cierta aceptación popular debido a que, según Chartier, el propio

autor francés cita antecedentes de su tratado y principalmente porque, como un tema más

censurando errores populares, el padre Feijoo se dará a la tarea de contradecirla,

“desagraviando la profesión literaria”, lo cual es lo mismo que decir: defendiendo a la

ocupación del escritor de la acusación de recortar la existencia de sus practicantes: “Para

contrapeso de los hermosos atractivos con que las letras encienden el amor de los estudiosos,

se introdujo la persuasión universal, de que los estudios abrevian a la vida los plazos.”8

Metodológicamente procede mediante una comparación en paralelo, es decir, del

medio social que pudiesen componer los letrados (tomándolos de las universidades, por

ejemplo) y la población en general, ubica dos conjuntos, observa su longevidad y los compara.

Trata de ser prudente para cotejar sus datos, hasta el grado de probarlo con números cuando

revela la edad de algunos hombres dedicados al estudio.

Por supuesto que la labor correctiva del Padre Feijoo abundará en ejemplos, recurrirá a

la experiencia, apelará a la razón y citará argumentos de autoridad para “[...] persuadir que su

honesta ocupación no acorta los períodos a la edad. Conozco que abrazar este empeño es lidiar

con todo el mundo: pues todo está por el opuesto dictamen.”9 Como en el objetivo de su obra

toda, en este caso intenta probar que se trata de un “error común”, básicamente por falta de

reflexión seria en el tema.

Concluye diciendo que él mismo lo sabe porque toda su vida ha convivido con

hombres de letras. Cierra el discurso advirtiendo evitar los excesos en el propio estudio y las

comidas y aconsejando variar las lecturas y tomar recreos. Más puntualmente:

8 Feijoo, Ideas literarias, (Antología de José Vila Selma), Madrid, Publicaciones españolas, 1963, p. 19. Se utiliza esta compilación de textos feijonianos referidos a asuntos literarios, aunque se conoce y recomienda para contrastar la fuente original: Benito Jerónimo Feijoo, Discurso séptimo “Desagravio de la profesión literaria” en el Teatro Crítico Universal, Tomo I, Madrid, D. Joaquín Ibarra, edición de 1778, pp. 179 – 189. 9 Ídem, p. 20.

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1. No excederse en el estudio. Si se trata de cantidad es exceso, mas si se trata de

exceso en circunstancias, es pecado.

2. No excederse en comidas y bebidas.

3. Combinar el ejercicio corporal con el mental. Se aconseja practicar la disputa u

oratoria.

4. Alternar con el estudio las recreaciones honestas. Para reavivar el espíritu de

los genios melancólicos.

5. Variar los estudios de diferentes materias. Para deleite y confort del espíritu,

aunque entender de varias materias no es para todos.10

Siendo falso que los hombres de letras vivan menos tiempo que los demás,

precisamente porque es mentira que el estudio, el desempeño en la profesión literaria,

abrevian los años; es necesario, según la mentalidad ilustrada, vivir con moderación y

cuidado. El erudito no deja de ser motivo y centro de la sociedad, para bien o para mal el

vínculo concepción social – representante de la cultura, genera opiniones, confrontaciones y

acuerdos.

En cuanto a vinculaciones más particulares, durante la Ilustración se opera un cambio

conceptual y económico para el hombre de letras, por ejemplo sus relaciones, siempre difíciles

con los editores – libreros, se hacen más comerciales y fructíferas, son asiduos asistentes a las

asambleas, los salones, las tertulias y las Academias; sin abandonar la protección del

mecenazgo, por fin algunos pueden vivir de su oficio.

El otro polo de atención para el letrado es su público, sus lectores, mejor si son

suscriptores como en el caso del español Villarroel. “[...] cada miembro ilustrado de la

sociedad al comprar lo que escribe el hombre de Letras, contribuye a remunerarlo [...]”.11 El

10 Cfr. Ídem, pp. 31 – 33. 11 Paul Hazard, Op. Cit., p. 229.

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suscriptor, en este caso proveedor económico del erudito, se instala como una figura

relacionada con el tráfico cultural.

Si bien no hay riqueza en el oficio, se propicia cierta holgura e independencia

económicas. Las regalías provenientes de las letras son un ingreso más. Muchos de los

escritores siguen trabajando en otros menesteres, por ejemplo Lesage, Marivaux y por

supuesto Voltaire en Francia. En España los autores tenían actividades extras para cubrir sus

gastos: el dramaturgo Cañizares tenía una asignación de los duques de Osuna, el dramaturgo

Ramón de la Cruz era covachuelista y tenía mecenas, García de la Huerta trabajaba en la

Biblioteca Real, el poeta Meléndez Valdés era catedrático y abogado, el fabulista Tomás de

Iriarte era empleado del ministerio, Cadalso fue militar y se desempeñó como oficial de

caballería, y Leandro Fernández de Moratín fue traductor. Pocos autores vivían

exclusivamente de su obra, entre ellos estaban Villarroel y Francisco Mariano Nipho, quienes,

conocedores de su oficio y sujetos a la necesidad de agradar para vender, escribían según el

gusto del público.

En Alemania e Italia, aunque la queja del desdén social y gubernamental para con las

letras y sus autores subsiste, la situación no es mala; hay reconocimientos públicos y con ello

riquezas moderadas a la usanza de la época que relaciona estatus con economía, máxime si las

obras del escritor adquieren fama de verter utilidad, verdad y luz.

Hazard aclara que este panorama alteró las formas de producción literaria, limitó el

tiempo y la calidad del escrito.12 La apresuración y la necesidad de cumplir con los

compromisos llegaron a abrumar al letrado. Cantidad y rapidez parece ser la premisa, y la

creciente circulación de periódicos y protorevistas no mejoraron tal condición.

A falta de mecenas los lectores “cautivos” liberaron la profesión y anularon la

protección. Los escritores, por su parte, agradecieron no tener más el adeudo de escribir lo que

12 Cfr. Ídem, pp. 229 y ss.

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al noble satisfacía, se abrió la oferta y se añadió entre sus “clientes” al sujeto con cierto nivel

económico, recreando lo que al nuevo lector le gustaba. Si bien sólo se cambia de “amo”, el

nuevo es abstracto y multifacético. El camino hacia la profesionalización del quehacer

literario se abrió definitivamente. Aunado a las condiciones determinadas por el tiempo

histórico menudean los escritos contra los defectos e ignorancia de los nobles, aquellos que

ayer pensionaban al letrado.

Ahora el erudito y escritor se puede jactar de cumplir con una función en el nuevo

orden, de ser tan útil como cualquier otro profesional. Escribir no es más un asunto de

creatividad sino de técnica. El autor como tal ya está plenamente reconocido, obtiene

dividendos económicos y sociales por su trabajo. Es verdadera y principalmente “hombre de

letras” sin dejar de ser un fraile, un jurista, un médico o un militar.

Pero este auténtico representante del conocimiento y la expresión ilustrada no está solo

en su deambular cultural. Al hombre de letras le acompaña una sombra, un oportunista, un

hábil medrador de la sabiduría, un desfachatado tránsfuga de la rudeza de la ignorancia, un

personaje con muchas caras y mejores recursos, un pseudoerudito, un “erudito a la violeta”.13

La expresión ilustrada frente a la sabiduría en España conlleva una crítica, una queja,

una lamentación y una defensa de la situación cultural y educativa del país. En sus críticas,

casi siempre a manera de sátiras, realizan la autoevaluación de su estado frente a la temida

ignorancia; en sus lamentos y quejas reclaman la participación del poder para instalar

remedios y proponen métodos, reformas, vigilancias, cambios y mejoras a los sistemas,

instituciones y planes de estudio; en sus defensas responden indignados ante los desprecios y

ataques, principalmente franceses, que reciben del resto de Europa, en los cuales los tachan de

retrógrados y oscuros. Haciendo de esto último prácticamente un asunto de identidad nacional

y de civismo patriótico. Juan Sempere y Guarinos, Juan Pablo Forner, Manuel Lanz de 13 Expresión relacionada con la obra de José Cadalso, Los eruditos a la violeta, como se especificará más adelante.

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Casafonda, Ignacio Luzán, Benito Jerónimo Feijoo, José Cadalso y otros, son exponentes de

esta expresión letrada que, según los parámetros del siglo XVIII español, polemizan y

escriben acerca del estado de las letras españolas mientras defienden su pasado y presente

cultural de las percepciones, inicuas en su concepto, de los autores extranjeros, ironizan sobre

sí mismos, lamentan la ignorancia del vulgo y pretenden dar armas útiles para salir de la

ignorancia, el fanatismo y la superstición.

Pues bien, personaje central en esta situación es el “erudito a la violeta”. Parte

importante del discurso ilustrado español, cuando de analizar la situación en que se encuentra

la educación, el saber y sus representantes es la crítica a todos aquellos quienes aparentan

poseer el conocimiento para obtener fama de sabios, conservar o adquirir prebendas, o

simplemente por vanidad.

Puede explicarse de diversos modos en los textos del siglo XVIII, puede satirizarse,

denunciarse, anatemizarse; presentarse como un ser pernicioso para la sociedad que prefiere al

ciudadano útil, como una caricatura con ribetes de nobleza, como un individuo pervertido por

la “moda”, como un obstáculo para el progreso nacional; pero siempre estará ahí:

Hay de menos letrados buenos, habiendo tantos malísimos de más; bueno se entiende en la facultad y las condiciones, porque será muy malo el que siendo bueno en lo primero tenga de bronce lo segundo. El buen letrado, así como el oráculo, es el archivo de la confianza del pueblo de su domicilio, y el malo no otra cosa que influjo tan pernicioso como nocivo para que se pierdan muchos a fin de ganarse él.14

Si en el novohispano Lizardi el erudito “a la violeta” es el “médico”, como se verá más

adelante, en la obra del Padre Isla Fray Gerundio de Campazas, es el fraile predicador. El

14 José del Campillo y Cosío, Lo que hay de más y de menos en España, para que sea lo que debe ser y no lo que es, Biblioteca Virtual “Miguel de Cervantes”, Universidad de Alicante / Banco Santander Central Hispano, 1999-2000, www.cervantesvirtual.com

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ámbito “profesional” o contexto de desempeño de los personajes cambia (la medicina en uno,

la religión en otro) la actitud pseudoerudita no.

Siendo la verdad y la razón las banderas de todo ilustrado, es comprensible que la

apariencia, la simulación, la mentira y el engaño le despierten molestia. El erudito real sabe

que no hay peor decadencia de la sabiduría que la superficialidad y la manipulación. No le

molesta tanto el hecho de que exista ignorancia como el que el conocimiento se banalice y se

utilice para objetivos ajenos a la propia inquietud por saber de las cosas del mundo.

Pues el pseudoerudito, según sus críticos, no sólo es ignorante, es algo peor, es un

farsante que toma de rehén al saber para conseguir aviesos fines, rebajándolo, denigrándolo,

manchándolo. Y representa además un desprestigio real y serio ante los ojos de la sociedad, la

que difícilmente le ha cedido en préstamo un estrado al hombre de letras, pues es fácil que

ésta confunda al verdadero erudito con el falso, de ahí la preocupación por desenmascararlo.

La situación del sabio siempre está en entredicho, peligra si es altanero y exhibe su ciencia

con soberbia, peligra si es humilde y no demuestra lo que todos esperan de él. Inciden matices

éticos y prácticos demasiado serios como para no hacer caso a la presencia del embaucador.

Durante el siglo XVIII hay aún demasiada ambivalencia alrededor de la figura del

erudito y no es posible que el oficio se fortalezca si no hay el cuidado de acercar al sujeto que

sabe para ponerlo al servicio de la instrucción pública y de alejarlo de las preocupaciones y

ocupaciones que no le permiten producir beneficios sociales. Como señala Chartier en sus

conclusiones del tema: “Encarna así, a la perfección las contradicciones que recorren la

definición y la condición del hombre de letras en la época de la Ilustración: entre el privilegio

y la igualdad, entre la protección y la independencia, entre la prudencia reformadora y la

aspiración utópica.”15

15 Roger Chartier, en Op. Cit., pp. 194 – 195.

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Por otra parte no hay que perder de vista que el “erudito a la violeta”, como estereotipo

específico, es un producto de la propia Ilustración debido a la difusión masiva de la ciencia a

través de los periódicos y folletos y resultado de la confusión entre contradictorias

explicaciones del mundo propia de las etapas de transición social.

Dada pues la importancia del reconocimiento a la actividad intelectual y a sus

representantes, tanto genuinos como supuestos, no es extraño que el propio Benito Jerónimo

Feijoo y Montenegro, escritor prolífico y representante de la cultura europea de su tiempo,

dedicara un discurso de los muchos que integran su Teatro crítico universal al planteamiento

de su opinión respecto a la “sabiduría aparente”.16

Desde su punto de vista y como asienta en toda su obra, el vulgo se caracteriza por

apreciar más el engaño que la razón, es fácil presa de cuanto charlatán aparece presumiendo lo

que no es y fácilmente otorga credibilidad y fama a “indoctos” como si fueran sabios. Su

reclamo a tal conducta social permea todas las ideas expuestas alrededor de los farsantes en

las ciencias. Sugiriendo que si hay ignorantes en los lugares de los sabios se debe al oído del

vulgo, presto a la falsedad. Un poco de escepticismo aplicando la experiencia y la razón,

eliminarían las posibilidades de éxito social que tienen los falsos eruditos. Por otra parte

reconoce cierta habilidad actoral o destreza en aparentar lo que no son entre los que

desempeñan tal papel. Por supuesto que cita ejemplos precisos obtenidos de sus fuentes y

conocimiento del mundo clásico grecolatino y eclesiástico, aunque parece más preocupado

por explicar el cómo y el con qué es posible la impostura.

Ahora bien ¿porqué el vulgo está dispuesto a creerle al charlatán? según Feijoo y los

demás autores, esto se debe a una propensión natural del pueblo ignorante por apreciar la

superficialidad, el asombro es hijo de la ignorancia y causa un gusto por lo fantástico,

16 Benito Jerónimo Feijoo, Discurso octavo “Sabiduría aparente” en Op. Cit., Tomo II. No es el único apartado donde habla del tema sólo el principal. Se consultó la antología de Vila Selma antes indicada.

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maravilloso, aparatoso, grandilocuente, y aquello que no exija mayor esfuerzo de

razonamiento. Se trata de un problema educativo frente a la crédula naturaleza humana.

Todo se centra en la dualidad vulgo – pseudoerudito. Aquél le da la oportunidad y éste

ejecuta el engaño. Uno no sabe reconocer y diferenciar los méritos del sabio frente al

charlatán y otro es hábil en el fingimiento de la sabiduría. Si a esto se le añade arrogancia,

destreza verbal y sentido de la oportunidad, el olor a la violeta está asentado.

Un aspecto insospechado más agrava el esquema del engaño. Siendo una virtud para

Feijoo, la costumbre del sabio de alejarse de las glorias y las voces de la fama pública,

prefiriendo la modestia, la timidez, la discreción, la candidez y el anonimato, ayudan a todo

ignorante presuntuoso para robar una dimensión ética y social que obviamente no le

pertenece. Y aún más, la sinceridad del sabio que reconoce y expresa su ignorancia por su

respeto de la inconmensurabilidad del saber (pues conoce que no importa cuánto se sepa, el

saber es más grande todavía), perjudica su imagen social, ya que los oyentes lo pueden utilizar

en su contra.

Por dos vías, escribe Feijoo, optan los que quieren obtener reputación de sabios: la

locuacidad y la seriedad. En una u otra modalidad pueden tener éxito social. Si eligen la

primera hacen gala de “copiosa verbosidad”, ademanes eficaces y modulaciones en la voz. Si

optan por la segunda apariencia son circunspectos y adoptan un aire de gravedad propia de las

estatuas. E incluso advierte, “Entre hablar y callar observan algunos un medio artificioso muy

útil para captar la veneración del vulgo, que es hablar lo que alcanzan, y callar lo que ignoran,

con aire de que lo recatan.”17 Ante tal despliegue de artificiosidad ¿habrá duda y resguardo

contra el “erudito a la violeta”?

El Padre Feijoo asegura además que echar mano de expresiones confusas, cual si el

sujeto constituyera un oráculo grecolatino; despreciar a otros que saben más, presentándose

17 Feijoo, Ideas literarias, p. 49.

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como dueño de la única verdad; mostrar desvergüenza en las disputas, discutiendo con

procacidad para intimidar al contrincante; ser inflexible en lo dicho sin rendirse a los dictados

de la razón, hasta lograr decir la última palabra (recurso muy útil para conseguir el aplauso de

los ignorantes); manipular el tema tratado para que se lleve al terreno de lo que sí se conoce,

lo que permite opinar de todo con un sólo dato; y auxiliarse de ademanes persuasivos

estudiados y de gestos misteriosos, garantiza conseguir una plaza de sabios en el teatro del

mundo.

En síntesis, el Padre Maestro español, congruente con su objetivo general, censura la

credulidad del pueblo dibujando las “habilidades” que ostentan los falsos sabios y los tipos

que de ellos puede haber. Inicia en la general pretensión o vanidad humana de pasar por sabio

ante los ojos del vulgo, se centra en los aspectos arriba descritos y se extiende al papel que la

memoria, la preparación equivocada y la escritura de libros tienen en el esfuerzo por obtener

aplauso público aparentando sabiduría.

La expresión “erudito a la violeta” denotando al sujeto simulador de sabiduría para

obtener cierta fama está íntimamente relacionada con la obra que para satirizar tal conducta

publicó bajo seudónimo en Madrid durante 1772, José Cadalso.18

De esta obra Sempere y Guarinos escribió: “[...] es una sátira ingeniosa, y muy bien

escrita contra cierta clase de gentes, que aparentan saber mucho, habiendo estudiado poco. El

autor no solamente ridiculiza la superficialidad de semejante clase de eruditos, sino que

manifiesta al mismo tiempo el fino gusto y buen juicio de que estaba dotado, [...]”.19

18 El título completo, según dato de Juan Sempere y Guarinos es: Los Eruditos a la Violeta, o Curso completo de todas las Ciencias, dividido en siete lecciones para los siete días de la semana, compuesto por Don José Vázquez, quien la publica en obsequio de los que pretenden saber mucho, estudiando poco. Madrid en la Imprenta de Don Antonio Sancha, 1772. Para el presente trabajo se consultó la edición facsimilar de la publicación en Barcelona, Imprenta de Eulalia Piferrer Viuda, 1782, la cual ya contiene el Suplemento al papel intitulado Los eruditos a la Violeta y los Ocios de mi juventud, o poesías líricas de D. Josef Vázquez, en continuación de Los eruditos a la Violeta. Por lo tanto: Joseph Vázquez, (José Cadalso), Los eruditos a la Violeta o curso completo de todas las ciencias, (Edición facsimilar), México, CONACyT / Miguel Ángel Porrúa, 1991. 19 Juan Sempere y Guarinos, Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III, Tomo segundo, Madrid, Gredos, 1969, entrada CADALSO.

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No le falta razón al biógrafo. Efectivamente la sátira es ingeniosa, la idea central es la

de “preparar” eruditos “a la violeta” aconsejándoles cómo evadir con donaire los “ataques” de

la razón, la vergüenza, la preparación, el estudio y la sabiduría, para, instruidos en la actitud

“violeta”, parecer que se sabe de todo y bien, gastando el mínimo esfuerzo. Hasta el propio

personaje que dicta las lecciones es un erudito “a la violeta” y su entusiasmo es contagioso. El

tono festivo y desvergonzado que utiliza refuerza la ironía: “[...] me hiela en fin el temor de la

crítica que me hagan unos hombres tétricos, serios y adustos; pero me inflaman los primorosos

aplausos de tanto erudito barbilampiño, peinado, empolvado, adonizado, y lleno de aguas

olorosas de lavanda, [...] y violeta, de cuya última voz toma su nombre mi escuela.”20 Subyace

por lo tanto una sátira a la propia pretensión “ilustrada”.

El tema además tiene una arista interesante de discusión acerca de la “brecha

generacional”. Añadido a la aversión a la moda y su vínculo con las apariencias, el erudito “a

la violeta” es más joven que el hombre de letras. Hay una distancia entre la madurez del

conocimiento en voz del crítico y las modas en la sociedad, incluida la de actuar como un

sabio petulante, de los jóvenes. Cadalso lo dice así:

Huyen veloces las tinieblas de la ignorancia, desidia y preocupación de una en otra extremidad de la tierra, y húndense en sus negros abismos, ilustrado todo el Orbe por un número asombroso de profundísimos Doctores de veinte y cinco a treinta años de edad. Hasta nuestra España, tierra tan dura como el carácter de sus habitantes, produce ya unos hijos que no parecen descendientes de sus abuelos. ¡Siglo feliz! Digo otra vez.21

Para estos “eruditos barbilampiños” que ya no siguen las costumbres de sus abuelos y

parecen entes extraños, acicalados hasta el exceso, “afiligranados”, “narcisistas”, “delicados”

y sobre todo “profundísimos” doctores olorosos a violeta de menos de treinta años, escribe el

20 José Cadalso, Op. Cit., p. 6. Para las citas textuales se ha actualizado la ortografía en sus aspectos más notorios. 21 Ídem, pp. 5 – 6.

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autor sus lecciones de manera que dichos individuos “dominen” la utilidad y el objeto de las

ciencias. Ni más ni menos que una burla de la preparación, las ocupaciones y la falta de

ubicación de la nueva generación. La misma crítica que expresa, por lo menos en lo que

respecta a la preparación de la juventud en los colegios y universidades, Manuel Lanz de

Casafonda en los Diálogos de Chindulza.22

En las Cartas que supuestamente envían al autor algunos “discípulos” luego de haber

leído e intentado iniciar o depurar su estilo de sabio “a la violeta”, se distingue aún mejor la

diferencia entre el hombre de letras y el pseudoerudito, a partir de la diferencia de educación y

formación generacional. Los lectores que ahora cuentan su experiencia son jóvenes que se

describen así:

Muy Señor mío, y mi Maestro: Mi edad es de diez y nueve años, ocho meses, tres semanas y dos días y medio, sobre minuto de diferencia; tengo buena vista, buena voz, dinero a mano, libros en mi estante, buena memoria, volubilidad de lengua, ademanes misteriosos, genio un poco extravagante por naturaleza, y otro poco por arte; distracciones naturales las unas, y artificiales las otras; mucha gana de ser tenido por hombre sabio, poca gana de estudiar, tertulia en que lucir, padres ancianos a quien embobar, criados que me adulen, tontos que me escuchen, y un concepto de mí cual pocos; de más a más he leído su papel de vmd. y con singular aplicación la lección de la Filosofía antigua y moderna, con que vea vmd. si seré verdadero Filósofo a la Violeta.23

Y en cada caso, el estudiante del método “a la violeta” narra una experiencia donde

utilizó sus “habilidades” para impresionar al auditorio, (excepto en la de un “teólogo a la

violeta” quien no narra una situación en particular pero se refleja el mismo resultado)

encontrando entre los oyentes una persona mayor de edad y con formación y experiencia

sólidas en la materia en que el farsante pretendía disertar (“un Oficial de bastante edad y

graduación en uno de los cuerpos facultativos que me había estado oyendo con mucha 22 Manuel Lanz de Casafonda, Diálogos de Chindulza (Sobre el estado de la cultura española en el reinado de Fernando VI, (Edición, introducción y notas de Francisco Aguilar Piñal), Oviedo, Cátedra Feijoo / Universidad de Oviedo, 1972, (Textos y estudios del siglo XVIII, 3). 23 José Cadalso, Op. Cit., pp. 115 – 116.

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humildad”, “Tengo sesenta años, los cuarenta de estudios mayores, a fe muy serios y

metódicos”, y poco más o menos así los demás) y obteniendo de dicha persona una

reprimenda por la retahíla de sandeces que ha expresado y la falta de consistencia y autoridad

en su decir. Esto turba al aprendiz, quien pide consejo al autor y aunque sacudido por la

realidad, en la mayoría de los casos pretende regresar a la práctica de la vida “violeta” porque

así se siente importante y de esta manera concibe la existencia. Tal como sucede con el

“Catrín” de Lizardi. El texto es una ironía, pues todo está escrito al revés y debe ser leído así,

mientras se descubre la crítica al egoísmo y la apariencia, resultados de la búsqueda de

felicidad terrenal.

De tal manera que siempre hay una voz madura, letrada y experimentada que le

reprocha la superficialidad al erudito “a la violeta”. La palabra de la conciencia que por

supuesto no escucha. Se trata de dos voces diferentes en franca guerra generacional y con

distinta percepción del mundo, separadas por la edad y la educación. Una, la joven, la

irreflexiva, se presume como equivocada y se somete a la crítica a través de la sátira y la

ironía; otra, la adulta, la del hombre de letras, la del erudito verdadero, se adjudica la razón,

amonesta e intenta corregir el rumbo de una “educación” que en un momento impreciso

perdió el camino correcto.

La primera lección es que las ciencias “[...] no han de servir más que para lucir en los

estrados, paseos, luneta de las comedias, tertulias, antesalas de poderosos, y cafés, y para

ensoberbecernos, llenarnos de orgullo, hacernos intratables, e infundirnos un sumo desprecio

para con todos los que no nos admiren.”24 Menudos objeto, naturaleza y uso de la ciencia

instala. A partir de esta idea general, las lecciones restantes sólo necesitan especificar un tipo,

materia o desempeño para el discípulo, así se aconseja cómo disputar de Poética, Filosofía,

Derecho, Teología, Matemáticas, cómo portarse durante los viajes y cómo criticar libros.

24 Ídem, p. 7.

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El texto es de una comicidad fina gracias a la contradicción constante. Lo novedoso, la

altanería, lo superficial, lo excéntrico, la voluntad propia de reconocimiento ha de preferirse

en cada caso. No siendo necesario el estudio, el esfuerzo, el trabajo, la disciplina, la ética, la

seriedad, la autoridad, etc., para escalar socialmente; conservar el estilo de vida “moderno”,

que en la obra se empareja a la vanidad en el peor de sus conceptos, sólo requiere de

apariencia en la expresión del conocimiento, habilidades de impostor y nula vergüenza. Todo

lo cual, en realidad ya tienen los discípulos y candidatos a eruditos “a la violeta” a quienes se

habla en las lecciones del texto, lo que se logra, en el sentido ficticio de la sátira, es su

depuración y graduación. “Cumplí mi promesa. Llené mi objeto: sereis felices si os

aprovechais de mi método, erudición y enseñanza, para mostraros completos eruditos a la

Violeta.”25

No deja de causar inquietud el pensar que como resultado del problema de

comprensión del método que se utiliza para criticar, más de un lector u oyente lo tomaran

como un lenguaje directo y no irónico, para terminar imitando lo que se censura. Es el riesgo

del tipo de lenguaje al que se podría llamar “de espejo”.

La obra de Cadalso relaciona un acontecer social con los efectos escondidos que una

conducta ligera frente a la sabiduría acarrearía, es decir, el avance de la hipocresía y la caída

inmediata de las posibilidades de progreso que no tendrían representantes dignos sino

charlatanes y falsarios. Rodeando la preocupación por el estado de la cultura y la pregunta de

¿hacia dónde se iría si se la deja en manos de los eruditos “a la violeta”? se encuentra la

ceñuda cara del real hombre de Letras, del sabio que ha edificado su fama con sacrificios, que

ha aprendido a respetar la difícil relación entre las ciencias y la humanidad y que no puede

menos que preocuparse por el rumbo destructivo que la frivolidad y la simulación han trazado

para el estudio.

25 Ídem, p. 60.

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En Nueva España una de las sátiras que reflejan la pretensión del saber mostrada para

alardear de docto, muy “a la violeta”, fue escrita por Joaquín Fernández de Lizardi, a través de

su personaje “periquillo”. Sobre todo en los pasajes en los que el célebre pícaro incursiona en

el mundo de la medicina,26 pues sin saber una palabra de ella, le bastará ligar dos o tres frases

ininteligibles y otros cuantos latinajos para pasar por facultativo, con las previsibles

consecuencias. La crítica de Lizardi se extiende de la conducta individual del personaje a toda

la actividad, enseñanza y práctica profesionales.

José Joaquín Fernández de Lizardi (1774 (?) - 1827) logra con El periquillo

sarniento27 una síntesis de la conducta convenenciera y la desfachatez del ciudadano “violeta”

de su época.

Los médicos son vistos en la obra como seres de lenguaje y escritura incomprensibles,

como sujetos jactanciosos deambulando con aires de doctos, persiguiendo intereses personales

26 Como sistema, la práctica de la medicina hipocrática en Nueva España, no inicia hasta que el 7 de noviembre de 1582 se establecen formalmente los estudios en la Real y Pontificia Universidad de México, sin embargo, existen bases suficientes para afirmar que desde 1570 por lo menos, la medicina ya había incursionado como materia de estudios en el incipiente programa educativo de la Universidad. Es claro que la medicina española, impuesta en la Nueva España a través de una cátedra que proclamaba con orgullo en la Universidad "enseñar medicina hipocrática" no contó con popularidad entre los mismos españoles. Sus egresados, __ excepción hecha de un puñado de doctos personajes con fama individual, como Juan Alcaraz, Juan Alcázar, Juan de Amézquita, Francisco Bravo, Pedro López, Juan Vázquez de Ávila, y otros ilustres médicos, físicos y protomédicos__ llegaron a ser la vergüenza de la profesión y sus acciones contradecían gravemente el espíritu de Hipócrates y sus colegas de Cos, plasmado en los tratados. El supuesto sistema de enseñanza terminó requiriendo el aprendizaje memorístico de algunas partes contenidas en una especie de libro de texto que esquematizaba, resumía y evadía la ciencia y preceptos hipocráticos pasados por el tamiz interpretativo de Galeno, obra, que ante su carácter compilador, (ni siquiera antologador), terminaba siendo insignificante, por ello, su aprendizaje era engañoso y fraudulento; se conoció como Articella o "pequeña ciencia". A tal grado llegó la facilidad para obtener el permiso universitario para ejercer, que incluso personas de otra preparación profesional intentaron presentar examen para impartir la Cátedra Prima de Medicina, como fue el caso de un profesor miembro del claustro de Retórica y Gramática llamado: Gerónimo Herrera, argumentando dominar la Articella o Ars parva. Así las cosas, la implantación relajada de los estudios de educación formal, la práctica diaria (escasa, pues hasta los médicos notables, integrantes del Protomedicato y otros autores de libros importantísimos sobre el tema, se negaban de continuo a ejercer o a impartir sus conocimientos), el poco desarrollo y la memorización exclusiva de partes teóricas de los tratadistas de Cos, hicieron de la medicina de Nueva España, una especie de contradicción a la ética que los hipocráticos originales tanto buscaron instalar. Más propia de charlatanes pseudoeruditos que de reales facultativos. 27 Comenzado a publicar en 1816, los tres volúmenes iniciales en el mismo año, un cuarto luego de acaecido el fallecimiento del autor

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y borbotando latinajos sin venir al caso. En la literatura ilustrada este personaje es un actante

lleno de posibilidades irónicas, como lo muestra el “periquillo sarniento”.

El personaje, divertido y funesto, más próximo al contexto carnavalesco que a la

descripción costumbrista local _y he ahí uno de sus grandes aciertos_, tiene su vínculo

complementario en Don Catrín de la Fachenda,28 otro de los textos de Lizardi.29

El autor parece haber encontrado en el infortunado "perico" y el filosófico "catrín", la

virtud irónica de un pueblo despojado de su riqueza ancestral, obligado a desempeñar todo

tipo de actividades dolosas y triquiñuelas aprendidas en la única escuela que su posición

socio-económica pudo darles: la vida de la calle.

Hijo de médico, Lizardi no está describiendo un prototipo, un personaje acabado, de

esencia y circunstancia, más bien refleja el espíritu inconforme, desviado, de un pueblo.

Aunque se refiere a una sociedad específica, los vicios y contradicciones que denuncia están

vigentes, por eso su sociedad criticada es una sociedad sin espacio ni tiempo. Mucho tiene

todavía la sociedad mexicana del vago errante de la barriada y su derrotero de "mil usos” y del

sabio en apariencia.

La situación de la medicina en general y de sus representantes en particular durante el

periodo colonial, provoca que Lizardi reproche el papel del médico. En la novela, el primer

indicio crítico se presenta en el capítulo XVIII, cuando “Perico”, a causa de una riña va a

parar a un hospital con el nombre de "San Jácome", título que no refiere a ningún hospital

según nota del propio autor, pero a cambio señala ciertos los abusos y penas sufridos por su

personaje en dicho hospital, hace votos por su remedio. "[... ] y un practicante me tomó el

28 J.J. Fernández de Lizardi, Don Catrín de la Fachenda. Noches tristes y día alegre, Fábulas, México, Oasis, (Los esenciales, 2), 1986, pp. 31-108. 29 Menos conocido pero indudablemente tan valioso como aquél, en tanto son parte de una misma idiosincrasia, hijos de una misma fantasía, interactores de la visión humorística y mordaz del autor. Con uno u otro que parecen ser uno mismo, no puede el lector dejar de remitir el pensamiento a Aristófanes y su Fidípides, (Las nubes), a Moliere y su Argán (El enfermo imaginario), a Rabelais y su Gargantúa (Gargantúa y Pantagruel).

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pulso, me hizo morder una cuchara y hacer no sé qué otras jaramallas, y decretó que no moría

en la noche."30

En el transcurso de la noche en la cual guarda cama el personaje, un enfermo se queja

lastimeramente y él grita cuanto puede para que los enfermeros le auxilien, pero estos

disimulan, “perico” les arroja el recipiente con el atole que había estado bebiendo y los

amonesta con amenazas, mientras el enfermo muere: "En cuanto aquellos enfermadores o

enfermeros vieron que ya no resperaba, (sic) lo echaron fuera de la cama calientito como un

tamal, lo llevaron al depósito casi en cueros, y volvieron al momento a rastrear los trebejos

que el pobre difunto dejó [...]"31

La inclusión de enfermeros32 como apoyo al médico, no requirió durante mucho

tiempo de un estudio especializado, así que cualquier desocupado sin escrúpulos, al no

representar el cargo un estudio profesional, podía ejercer como tal. Careciendo a veces de

sentido humanitario _como se distingue en la cita_, un carácter esencial del médico.

A poco rato entró el médico a hacer la visita acompañado de sus aprendices. Habíamos en la sala como setenta enfermos y con todo eso no duró la visita quince minutos. Pasaba toda la cuadrilla por cada cama, y apenas tocaba el médico el pulso al enfermo, como si fuera ascua ardiendo, lo soltaba al instante, y seguía a hacer la misma diligencia con los demás ordenando los medicamentos según era el número de la cama; v. gr., decía: núm. 1, sangría; núm. 2, íd.; núm.3, régimen ordinario; núm. 4, lavativas emolientes; núm. 5, bebida diatorética; núm. 6, cataplasma anodina, y así no era mucho que durara la visita tan poco.33

30 José Joaquín Fernández de Lizardi, El periquillo sarniento, México, Editores Mexicanos Unidos, 1991, p. 174. 31 Ídem, p. 175. 32 A propósito del lugar de los enfermeros en este ámbito, es pertinente saber que los hipocráticos tuvieron varios tipos de médicos, los más importantes son iatrós (médico) y el jeirotéjnes (artífice de las manos, paramédicos). En la Nueva España practicaron curaciones los médicos propiamente dichos, los practicantes (el legendario eremita Gregorio López fue uno de ellos), los flebotómanos (cortadores de venas), los barberos (sangradores, sacadores de muelas), los boticarios (dueños o dependientes de los locales expendedores de la farmacopea) y los veterinarios. 33 Ibidem. Nada tiene qué ver el médico descrito con el rigor del sistema para diagnosticar del tratado hipocrático de las Predicciones o la reflexión y comentario que merece lo conducente frente a la enfermedad expresado en Sobre las enfermedades.

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El colmo llega cuando por error y por falta de atención el médico receta "caústicos y

líquidos" para “Perico”, ya que se encontraba en la cama número 60, antes ocupada por un

paciente con fiebre.34 "De que yo vi que a las once fueron entrando dos con un cántaro de una

misma bebida, y les fueron dando su jarro a todos los enfermos, me quedé frío. ¿Cómo es

posible, decía yo, que una misma bebida sea a propósito para todas las enfermedades? Sea por

Dios."35

Después de sufrir curaciones lastimadoras por el cirujano y sus oficiales, testificar

otras desgracias de la actitud "hospitalaria" y presenciar muertes por el franco abandono

médico, “Perico” deja de mala gana el hospital, a pesar del mal trato recibido: "Salí sano,

según el médico; pero según lo que rengueaba, todavía necesitaba más agua de calahuala y

más parchazos; mas ¿qué había de hacer? El facultativo decía que ya estaba bueno, y era

menester creerlo, a pesar de que mi naturaleza decía que no.”36

La aventura del personaje de Lizardi, demuestra la baja calidad de la atención en los

hospitales, los abusos de los trabajadores auxiliares y la falsa sabiduría de los facultativos.

Aspectos que tienen que ver directamente con la percepción de “hombre de letras” y

“pseudoerudito” en el siglo XVIII.

La vida azarosa del “periquillo sarniento” lo lleva a vivir en casa de un barbero y a

instalarse en una botica.37 Aprovechando la ausencia del barbero titular y sin haber aprendido

el oficio, el “periquillo” practica con un perro callejero y un indígena a los que hace sufrir

rapándoles la cabeza entre tirones de cabello y cortadas, luego es una pobre anciana a quien

34 Lo cual contraviene el más puro pensamiento hipocrático, pues en el tratado de las Epidemias, establece que el médico lo menos que puede hacer es no ocasionar daño adicional alguno al paciente. 35 Ídem, p. 176. En Sobre las enfermedades y el Pronóstico, principalmente, se vierte la idea de un estudio analítico para cada caso, una dieta especial, un conocimiento no sólo de cada enfermo como persona y particular, sino de su familia y hábitos. Esto significa hacer de la medicina una relación personal e individualizada, tanto que ya proponía la curación por la palabra en el diálogo continuo entre médico y enfermo. 36 Ídem, p. 177. 37 Desarrollado en el capítulo IV de la segunda parte.

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intenta sacar una muela, lastimándola en las encías y quebrándole la muela, a tal grado que la

hace proferir gritos y maldiciones de dolor: "Vaya usted mucho noramala _dijo la anciana_, y

sáquele otra muela a cuantas tenga a la grandísima borracha que lo parió. No tienen la culpa

estos raspadores cochinos sino quien se pone en sus manos. Prosiguiendo en estos elogios se

salió para la calle, sin querer ni volver a ver el lugar del sacrificio."38

El oficio de barbero, como muchos, no tenía el nivel distintivo del médico, pero su

aplicación constante permitía ejercer curaciones como sangrados (inclusive con sanguijuelas,

en la novela, cuando “Perico” se encuentra con el barbero, su ayudante lleva un recipiente con

algunas) y algo de odontología incipiente. A falta de médicos para el pueblo, los barberos se

convirtieron, junto con los boticarios, en los “sanadores” de la gente humilde, cuyos hijos

podían, mediante el sistema de los oficios, servir de aprendices y algún día trabajar como

barberos. Tal era el personal paramédico de la Nueva España.

Con mejor suerte corría el boticario, pues era el contacto directo entre las indicaciones

en latín del médico y las medicinas. A aprendiz de boticario va a parar Pedro Sarmiento.

Cuando llega como mozo a un establecimiento del ramo, sorprende al jefe con su "dominio"

del latín. Característica del médico retórico y “a la violeta”:

_A ver tu letra _dijo_; escribe aquí. Yo por pedantear un poco y confirmar al amo en el buen concepto que había formado de mí, escribí lo siguiente: Qui scribere nesciunt nullum putant esse laborem. Tres digiti scribunt, coetera membra dolent. _¡Hola!_ dijo mi amo todo admirado_; escribe bien el muchacho y en latín. ¿Pues qué entiendes tú lo que has escrito? _Si señor_ le dije_; eso dice que los que no saben escribir piensan que no es trabajo; pero que mientras tres dedos escriben se incomoda todo el cuerpo.39

38 Ídem, p. 265. 39 Ídem, p. 272.

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Con tal "conocimiento" no fueron pocos los médicos que deambularon por la sociedad

novohispana, jactándose de conocer los tratados hipocráticos en latín, aunque sus expresiones

fuesen ininteligibles. Luego de aceptado como aprendiz, a “Perico” le es dado un puesto en el

laboratorio y le señalan: "Aquí está la Farmacopea de Palacios, la de Fuller y la Matritense;

está también el curso de Botánica de Linneo y este otro de química. Estudia todo esto y

aplícate, que en tu salud lo hallarás."40 El caso es que se trata de aparentar aprender para

engarzar vocablos técnicos y frases especializadas sin ton ni son, y no para aplicar la teoría en

la práctica.

Lizardi da indicios de la “calidad profesional” de un boticario cuando incluye el refrán:

“Estudiante perdulario, sacristán o boticario”. Repito que se deja notar una jerarquía mayor

que la de barbero (al nuevo aprendiz se le asignan ocho pesos mensuales) a pesar de que no

requería profundizar en sus estudios de farmacopea: "Mi estudio se redujo a hacer algunos

mejunjes, a aprender algunos términos técnicos, y a agilitarme en el despacho."41

Otro personaje típico contradictorio de los preceptos hipocráticos y para nuestro

estudio, de la imagen del hombre erudito, es el llamado “doctor Purgante”, debido a que a

todo enfermo recetaba un purgante como cura: "Era este pobre viejo buen cristiano, pero mal

médico y sistemático, y no adherido a Hipócrates, Avicena, Galeno y Averroes, sino a su

capricho. Creía que toda enfermedad no podía provenir sino de abundancia de humor pecante;

y así pensaba que con evacuar este humor se quitaba la causa de la enfermedad."42

La actividad de los médicos y de los boticarios estaba vigilada y regida en teoría por el

Protomedicato, este organismo daba mucho prestigio a sus miembros, pero el trabajo de

supervisión que los sabios médicos debían ejercer, junto con otras pesadas tareas burocráticas

y administrativas, fueron desdeñadas e ignoradas. Lizardi narrando en voz de “Perico” las

40 Ídem, p. 273. 41 Íbidem. 42 Íbidem.

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injusticias hechas por los boticarios con el pueblo, dice que es: “¡Gracias a la indolencia del

protomedicato que los tolera!"43

Después de ser denunciada la botica precisamente al Protomedicato y ejercida acción

penal en contra del responsable, debido a un error del “periquillo”, éste busca acomodo en

casa del “doctor Purgante”, la imagen típica del médico supuestamente hipocrático. Su

perorata latín-español lo identifica: "_ ¡Qué estulticia!_ exclamó el doctor_; la verecundia es

optime bona cuando la origina crimen de cogitato, mas no cuando se comete involuntarie,

pues si en aquel hic et nunc supiera el individuo que hacía mal, absque dubio se abstendría de

cometerlo. En fin, hijo carísimo, ¿tú quieres quedarte en mi servicio y ser mi consodal in

perpetuum?"44

Luego de “aprenderle” a este personaje, “Perico” fabrica su propio “título”,

graduándose como falsario, y se va a ejercer la medicina, violando, por falta de preparación

real, la verdadera esencia del médico. Como impostor se entiende, pero su actitud es similar a

profesionistas reales.

Como figura literaria en el rol de barbero, boticario y por fin médico, el “periquillo

sarniento” corrobora la figura del erudito “a la violeta” y alecciona sobre las consecuencias

que la impostura, la apariencia y la falsa sabiduría acarrean.

A manera de conclusiones se propone abrir algunas hipótesis de trabajo respecto al

papel que el hombre de letras y el erudito “a la violeta” jugaron durante la Ilustración española

y novohispana, o mejor, como representantes de actitudes frente al estudio en un siglo que

supuestamente exigía en sus eruditos un cambio de patrones estéticos y metodología

científica. Entre otras cosas es importante realizar una investigación que verifique la

efectividad o las carencias de los planes de estudios en las instituciones; determinar si

ciertamente la figura del erudito se deterioró al grado de que desde el seno familiar los hijos 43 Ídem, p. 275. 44 Ídem, p. 279.

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eran educados para conseguir objetivos con el mínimo de los esfuerzos; agrupar los

estamentos sociales y los grupos generacionales para distinguir sus diferencias; e incluso,

reformular la figura de ambos estereotipos a través de los textos de la época, tal como se

intentó hacer en el presente ensayo.

La presencia de una percepción o imagen del erudito y su antítesis en la literatura no es

única ni exclusiva del siglo ilustrado o de los textos representantes del pensamiento en idioma

español; sin embargo, la existencia de una obra específica que recoge y crea al mismo tiempo

el concepto de erudito “a la violeta” y la constante referencia crítica a través de fórmulas

satíricas, precisamente en este periodo y en este tipo de literatura, permiten acercarse a un

análisis que puede concluir en el estudio del cómo concibe el escritor ilustrado el

conocimiento y el estudio.

Si como se plantea en este trabajo, el “dibujo” de ambos personajes estereotipados se

debe a un reclamo de los que han ocupado tiempo y esfuerzo para alcanzar algo de prestigio

como hombres de letras, a una discusión generacional con una sola voz dominante, a una

reprobación a los desempeños de roles profesionales y todo se acrisola en una crítica al

tiempo, a la sociedad y a todo lo que alienta una incorrecta predisposición frente al

conocimiento; el retrato resultante muestra un esfuerzo por autodiagnosticar el pulso de la

realidad que se vive, aún instalando ciertos prejuicios que no permiten explicar las causas,

pero que buscan corregir, señalando y ridiculizando el mal.

Dr. Alberto Ortiz. Doctorado en Humanidades y Artes. Universidad Autónoma de Zacatecas.

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