Lucha de Esclavos y Espartaco

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2 unidad, 3 semana Luchas de esclavos contra esclavistas Por: E. Sharevskaia y E. Shteerman. Los esclavos odiaban a sus explotadores y mantenían contra ellos una incesante guerra sin cuartel. “Los esclavos jamás serán amigos de los señores”, escribió Platón. Los romanos tenían inclusive un proverbio que decía: “Tantos esclavos, tantos enemigos”. En la lucha contra sus señores, los esclavos recurrían a diversos métodos. Despreciando las dádivas que el dueño les concedía por el esfuerzo y la buena voluntad, trabajaban lenta y descuidadamente, rompían los instrumentos de trabajo y estropeaban el ganado. LA FUGA DE ESCLAVOS Y LA CRUELDAD DE LOS SEÑORES En cuanto se presentaba la ocasión, los esclavos se fugaban. Destacamentos especiales de guardianes salían en su busca. Toda persona que hallara un esclavo ajeno estaba obligada a devolverlo a su dueño, bajo la pena de una gruesa multa. Si el señor sospechaba que un esclavo intentaba fugarse, le ponían un collar con este letrero: “¡ Detenedme; soy un fugitivo!”. A continuación figuraban el nombre y las señas del amo. El dueño podía encadenar al fugitivo e incluso destinarlo a pasto de las fieras. Pero el peligro no detenía a los esclavos. Todos confiaban en ocultarse en un país extranjero y vivir en libertad. Durante las guerras, se pasaban en masa al enemigo. Por ejemplo, en el año 413 antes de nuestra era, 20,000 esclavos se pasaron de las filas atenienses a las espartanas que luchaban contra ellos, en la pugna entre Atenas y Esparta, otra ciudad-Estado del sur de Grecia. No es raro que los esclavos, llevados a la desesperación, dieran muerte a los señores excesivamente crueles. El filósofo romano Séneca (siglo 1 de nuestra era) señalaba con sentimiento que a todo señor amenazaba constantemente el peligro de perecer a manos de sus esclavos, y que eran más las personas caídas víctimas del furor de los esclavos que del furor de los reyes. EL BANDIDAJE A veces ocurría que algunas decenas o centenares de esclavos fugitivos se agrupaban para atacar las caravanas de comerciantes y hasta las mismas villas. Las autoridades castigaban con particular crueldad a tales “bandidos”; los descuartizaban en el sitio en que los detenían, sin siquiera juzgarlos. Pero el bandidaje no cesaba. La gente y los esclavos rurales ayudaban a los bandidos a ocultarse de los soldados, los escondían y les proporcionaban comida. Existen leyendas que ensalzan a capitanes de bandidos. Una contaba que, ya en los siglos VI y V antes de nuestra era en la isla griega de Quíos, muchos esclavos refugiados en los montes hacían salidas para atacar las casas de los señores. Su caudillo, Drímaco, amedrentó de tal manera a los señores con sus afortunadas operaciones, que los obligó a concluir un acuerdo con él. Se comprometían a llevar sus pleitos con los esclavos al tribunal de Drímaco y someterse a sus decisiones.

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2 unidad, 3 semana

Luchas de esclavos contra esclavistas

Por: E. Sharevskaia y E. Shteerman.

Los esclavos odiaban a sus explotadores y mantenían contra ellos una incesante guerra sin

cuartel. “Los esclavos jamás serán amigos de los señores”, escribió Platón. Los romanos

tenían inclusive un proverbio que decía: “Tantos esclavos, tantos enemigos”. En la lucha

contra sus señores, los esclavos recurrían a diversos métodos. Despreciando las dádivas que

el dueño les concedía por el esfuerzo y la buena voluntad, trabajaban lenta y

descuidadamente, rompían los instrumentos de trabajo y estropeaban el ganado.

LA FUGA DE ESCLAVOS Y LA CRUELDAD DE LOS SEÑORES

En cuanto se presentaba la ocasión, los esclavos se fugaban. Destacamentos especiales de

guardianes salían en su busca. Toda persona que hallara un esclavo ajeno estaba obligada a

devolverlo a su dueño, bajo la pena de una gruesa multa. Si el señor sospechaba que un

esclavo intentaba fugarse, le ponían un collar con este letrero: “¡Detenedme; soy un

fugitivo!”. A continuación figuraban el nombre y las señas del amo.

El dueño podía encadenar al fugitivo e incluso destinarlo a pasto de las fieras. Pero el peligro

no detenía a los esclavos. Todos confiaban en ocultarse en un país extranjero y vivir en

libertad. Durante las guerras, se pasaban en masa al enemigo. Por ejemplo, en el año 413

antes de nuestra era, 20,000 esclavos se pasaron de las filas atenienses a las espartanas que

luchaban contra ellos, en la pugna entre Atenas y Esparta, otra ciudad-Estado del sur de

Grecia.

No es raro que los esclavos, llevados a la desesperación, dieran muerte a los señores

excesivamente crueles. El filósofo romano Séneca (siglo 1 de nuestra era) señalaba con

sentimiento que a todo señor amenazaba constantemente el peligro de perecer a manos de

sus esclavos, y que eran más las personas caídas víctimas del furor de los esclavos que del

furor de los reyes.

EL BANDIDAJE

A veces ocurría que algunas decenas o centenares de esclavos fugitivos se agrupaban para

atacar las caravanas de comerciantes y hasta las mismas villas. Las autoridades castigaban

con particular crueldad a tales “bandidos”; los descuartizaban en el sitio en que los detenían,

sin siquiera juzgarlos. Pero el bandidaje no cesaba. La gente y los esclavos rurales ayudaban

a los bandidos a ocultarse de los soldados, los escondían y les proporcionaban comida.

Existen leyendas que ensalzan a capitanes de bandidos. Una contaba que, ya en los siglos VI y

V antes de nuestra era en la isla griega de Quíos, muchos esclavos refugiados en los montes

hacían salidas para atacar las casas de los señores. Su caudillo, Drímaco, amedrentó de tal

manera a los señores con sus afortunadas operaciones, que los obligó a concluir un acuerdo

con él. Se comprometían a llevar sus pleitos con los esclavos al tribunal de Drímaco y

someterse a sus decisiones.

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Otro de los caudillos más célebres de bandidos, a comienzos del siglo III de nuestra era, fue

Bulla, a quien llamaban “El feliz”. De toda Italia acudieron junto a él numerosos esclavos y

pronto formaron un grupo de seiscientos hombres. Bajo la dirección de Bulla, realizaron

exitosamente varias operaciones. Despojaban de sus bienes a los ricos y ayudaban a los

pobres. Destacamentos de soldados salieron en su busca y se ofreció una fuerte recompensa

por su cabeza. Mas no era fácil capturarlo. En una ocasión, se vistió de jefe militar y sus

hombres de soldados; luego anduvieron libremente por diversos lugares durante largo

tiempo, aparentando ser un destacamento enviado en busca del propio Bulla. Otra vez,

disfrazado de anciano campesino, se presentó a un jefe militar y se ofreció a enseñarle el

refugio del tan buscado caudillo. El jefe aceptó, lleno de júbilo. Bulla le llevó a lo profundo del

bosque, al mismo campamento de sus bandidos, y sin hacerle ningún daño le puso en

completa libertad, encargándole dijera a los señores que se portaran mejor con sus esclavos y

así éstos no huirían para unirse a los bandidos. Sólo la traición de una mujer, a la que Bulla

amaba, permitió su captura por los soldados.

PARTICIPACIÓN DE LOS ESCLAVOS EN LA LUCHA DE CLASES DE LOS HOMBRES LIBRES

Cuando la lucha entre los pobres y los ricos alcanzaba la mayor agudeza, transformándose

en abierta guerra civil, los esclavos se incorporaban a ella. La falta de combatientes hacía

que ambos bandos trataran de atraerse a los esclavos de su lado, ofreciéndoles la libertad. A

veces, en Grecia, los jefes populares -cuando tomaban el poder por cierto tiempo- declaraban

realmente libres a los esclavos y les entregaban bienes que pertenecían a los señores

expulsados o huidos. Esto les granjeaba el odio de los ricos. Expresando esos sentimientos, los

escritores y oradores solían pintar con tétricos colores la crueldad de los “tiranos”

nombrados por el pueblo. Describían cómo los “generosos” señores se retiraban de sus fincas

en medio de la miseria, mientras la “plebe” y los esclavos se apoderaban de sus bienes y

obligaban a las esposas e hijas de sus antiguos señores a humillantes matrimonios con

esclavos. En realidad, eran los señores los que reprimían cruelmente a los esclavos

sublevados. Todos los que habían tomado parte en la lucha al lado de los “tiranos” eran

crucificados.

Los jefes de diferentes movimientos recurrían también a la ayuda de los bandidos durante las guerras civiles que se producían en Roma. Compraban y armaban a los gladiadores, formando con ellos destacamentos de su guardia personal. Otros enviaban sus agentes a los campos itálicos y a las tabernas urbanas, para ofrecer la libertad a los esclavos que se incorporaran a sus tropas. Los esclavos creían en las palabras de esos agentes, especialmente aquellos que iban a intervenir bajo la bandera de la defensa de los pobres, y abandonaban en tropel a sus señores para ayudar a quienes les prometían la libertad. Pero sus esperanzas nunca se cumplieron. Después de valerse de ellos, los falsos libertadores sometían de nuevo a los esclavos.

Así fue como a mediados del siglo I antes de nuestra era, se desencadenó una guerra

sangrienta entre Sila, dirigente del partido de la nobleza y Mario, jefe del partido popular.

Mario, derrotado y deportado por Sila, al cabo de algún tiempo regresó secretamente a Italia

y, después de reunir a su gente, pidió ayuda a los esclavos. Estos llegaron desde muchos

sitios al campamento de Mario y lucharon valientemente contra sus antiguos señores. Pero

cuando Mario triunfó, sus partidarios decidieron que los esclavos eran demasiado rigurosos

con sus antiguos dueños, ya que los mismos compañeros de Mario eran también esclavistas y

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temían que sus propios esclavos dejaran de obedecerles. Una noche, rodearon el campamento

y asesinaron a todos los esclavos que les habían ayudado a lograr la victoria.

Augusto, el primer emperador romano fue de una crueldad extraordinaria con los esclavos.

Antes de encabezar el imperio, debió sostener largas guerras contra otros pretendientes al

poder supremo del Estado. Uno de sus enemigos más fuertes, Pompeyo Sexto, conquistó la isla

de Sicilia. En torno suyo se agruparon todos los enemigos de Augusto. Como necesitaba

soldados y marinos para su importante flota, Pompeyo admitía con gusto incluso a esclavos

fugitivos. Tras una larga lucha, Pompeyo fue derrotado y huyó. Augusto prometió

solemnemente perdonar a todos los que se refugiaron en Sicilia, y admitió en su ejército a los

esclavos que lucharon a las órdenes de Pompeyo. Pero, pasado cierto tiempo, envió a todos

los campamentos sendas cartas con la indicación expresa de abrirlas el mismo día y a la

misma hora. En ellas se ordenaba a los jefes desarmar a todos los esclavos de sus unidades

que hubieran pertenecido al ejército de Pompeyo. Sin sospechar el ataque, los esclavos fueron

sorprendidos y entregados a la venganza de sus antiguos amos. Se reunieron cerca de treinta

mil. Aquellos pertenecientes a los señores ya desaparecidos fueron ejecutados en las ciudades

de donde habían huido. Esta traición aseguró al emperador gran popularidad entre los ricos

y nobles esclavistas de Italia. Todos los intentos de los esclavos por liberarse, mediante su

participación en la lucha entre los libres, terminaban siempre trágicamente para ellos.

INSURRECCIONES DE ESCLAVOS

Los esclavos se levantaban en lucha abierta contra los esclavistas. En Grecia no hubo grandes

movimientos de este tipo, pero en Roma se produjeron bien pronto focos aislados de

rebeldías. En el primer período de la historia de Roma, aprovechándose de las guerras de los

romanos contra las tribus vecinas y de las discordias internas, los esclavos organizaban

conspiraciones, para incendiar la ciudad y asesinar a los señores. Pero los insurrectos eran

aplastados rápidamente.

Tuvo importancia, por ejemplo, la conspiración organizada por los prisioneros cartagineses

convertidos en esclavos el año 199 de nuestra era, después de la segunda guerra de Roma con

Cartago, poderoso Estado esclavista del norte de Africa con el cual -durante el siglo III y

principios del II antes de nuestra era- Roma sostuvo tres cruentas guerras. Los prisioneros

que se hallaban en la ciudad itálica de Setia entraron en relaciones secretas con los esclavos

de algunas ciudades vecinas. Decidieron que durante las fiestas inmediatas matarían a los

señores y se apoderarían de las ciudades. Pero fueron denunciados al gobierno por dos de los

confabulados, a quienes se recompensó con la libertad y una cantidad de dinero. Cerca de

quinientos implicados fueron apresados y ejecutados. El Senado ordenó mantener a los

demás prisioneros en la cárcel y ponerles grilletes de no menos de diez libras de peso.

Desde mediados del siglo II antes de nuestra era los levantamientos de esclavos conmovieron

a todo el mundo esclavista. El primer movimiento insurreccional de esclavos verdaderamente

importante tuvo lugar en Sicilia (años 137-132 antes de nuestra era). En esa fértil provincia

dominaban los grandes terratenientes locales y extranjeros y existían extensas plantaciones

esclavistas, a diferencia de Italia, donde predominaban las villas relativamente pequeñas. En

sus campos trabajaban masas de esclavos encadenados y marcados con hierro candente,

originarios de Siria y otros países del Asia Menor. Sicilia era a la sazón el principal granero

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de Roma. Una décima parte de la cosecha iba a parar gratuitamente al tesoro romano; otra

décima parte, los comerciantes estaban obligados a venderla al gobierno a precios bajos.

Para satisfacer esas exigencias de los romanos y, además, enriquecerse, los terratenientes

explotaban con especial saña a sus esclavos. Los obligaban a trabajar más de lo que

permitían sus fuerzas, los mantenían en un estado de semiinanición y les aplicaban los más

rigurosos castigos por la mínima falta. Los esclavos huían, formaban grupos y asaltaban los

caminos en procura de alimentos y ropa. Por último, comenzaron a prepararse para una

insurrección general, encabezada por el esclavo sirio Euno, que había pertenecido a un tal

Antion.

La insurrección estalló en la ciudad de Enna, en las plantaciones de Demófilo, rico esclavista

de extrema crueldad. Cuatrocientos de sus esclavos acudieron a Euno, declararon que no

podían esperar más y decidieron actuar inmediatamente. Bajo su jefatura se armaron, y

luego asaltaron y se apoderaron de la ciudad. Los demás esclavos de Enna se unieron a ellos.

Los insurrectos se hicieron fuertes en la ciudad y proclamaron rey a Euno. Los más capaces y

arrojados formaron el consejo real. Se destacó entre ellos el griego Ajeo, quien en tres días

armó a 6,000 personas con hachas, lanzas y hoces y comenzó con ellos la marcha. No tardó

en mandar un ejército de 10,000 combatientes.

Un grupo de 5,000, encabezado por el esclavo Cleón, dirigente de otra insurrección que había

triunfado a su vez en la ciudad de Agrimento, siciliana también, se unió a Euno quien nombró

a Cleón segundo jefe de los esclavos. El ejército de rebeldes crecía con asombrosa rapidez.

Treinta días más tarde llegaba a 200,000 hombres. Además de los esclavos se incorporaron a

sus filas los propietarios arruinados, los campesinos sin tierra. Los esclavos ocuparon

algunas ciudades de Sicilia, dieron muerte a los propietarios ricos y confiscaron sus tierras.

Los pequeños propietarios fueron respetados.

Las tropas enviadas por los romanos sufrían derrota tras derrota. Durante cinco años los

invencibles legionarios romanos no pudieron triunfar sobre los insurrectos. Por último,

asediaron la imponente fortaleza de Tauromenia, refugio de los sublevados. Los sitiados

sufrían un hambre terrible, pero no se entregaban. Sin embargo, la traición de uno de ellos

abrió a los enemigos las puertas de la ciudadela. Los esclavos apresados fueron torturados y

lanzados a un precipicio de rocas sobre el cual se alzaba Tauromenia.

Después, las tropas romanas avanzaron hacia Enna y la sitiaron también. Cleón intentó

romper el cerco, pero fue derrotado y pereció en el combate. Aunque las fuerzas de los

sublevados disminuían, los romanos sólo pudieron tomar Enna mediante una nueva traición.

Cuando los soldados irrumpieron en la ciudad, muchos insurrectos -para no caer en manos

de los vencedores- se mataron mutuamente. Los 20,000 esclavos apresados, murieron en la

cruz. Euno fue arrojado a una prisión subterránea, donde no tardó en morir entre horribles

torturas.

A pesar de la cruenta derrota sufrida, 30 años después los esclavos de Sicilia volvieron a

levantarse. Por entonces ya había aumentado de nuevo el número de esclavos. Al principio se

sublevaron pequeños grupos, que gradualmente se unieron en destacamentos y formaron

una tropa de 6,000 comabientes. Los esclavos eligieron por rey a Salvio que, como Euno se

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consideraba experto en magia y oficios religiosos. El ejército crecía rápidamente. Salvio

exigía de sus soldados que hicieran constantemente instrucción militar. Cuando tuvieron la

cantidad suficiente de caballos organizó, además de la infantería, un destacamento de

caballería de 2,000 hombres. Después de derrotar al gobernador de la isla, que les presentó

combate, se equiparon con buen armamento.

Otro jefe de un grupo de 10,000 esclavos sublevados fue Atenión. Buen organizador, aceptaba

en su destacamento sólo a los esclavos más fuertes y combativos. Los demás debían trabajar

en las haciendas ocupadas por los sublevados. Los romanos confiaban en que entre Atenión y

Salvio comenzaráin las discordias y la lucha por el poder, pero Atenión por propia decisión

unió su ejército al de Salvio y se subordinó a éste. Los esclavos lograron conquistar una gran

parte de Sicilia. Los señores permanecían en las ciudades bien defendidas, sin atreverse a

salir fuera de sus murallas; además, temían que los esclavos de la ciudad se unieran a Salvio

y Atenión. Salvio eligió como capital la ciudad-fortaleza de Tricala. Allí se le construyó un

palacio. Todo lo hacía previa consulta con el consejo elegido por los insurrectos. Cuando

murió, nombraron rey a Atenión.

La guerra entre los romanos y los insurrectos se prolongó 4 años (del 104 al 101 antes de

nuestra era). Pero cuando en uno de los combates Atenión fue muerto en duelo por el jefe

supremo de los romanos, su ejército perdió ánimos y sufrió una dura derrota. Los

sobrevivientes retrocedieron a Tricala. Los romanos cercaron la ciudad y, al no poder resistir

los rigores y calamidades del cerco, los esclavos se rindieron.

Asustados por las insurrecciones de esclavos, los terratenientes sicilianos renunciaron a las

grandes plantaciones. Se quedaron con un reducido número de villas, y arrendaron el resto

de la tierra en pequeñas parcelas. Los esclavos de Sicilia fueron sometidos a un riguroso

control. Se les prohibió tener armas, bajo pena de muerte. Se conoce el siguiente caso: En

cierta ocasión, el gobernador romano de Sicilia llegó a la finca de un rico propietario.

Deseoso de agasajar a tan distinguido huésped, el anfitrión ordenó servir en la comida un

enorme jabalí. El gobernador se interesó en saber quién había dado muerte a la peligrosa

fiera. Supo así que lo había hecho un esclavo de la casa. El huésped mandó que lo llamaran.

El esclavo se presentó confiando recibir elogios y algún premio. -¿Con qué has matado a la

fiera? -preguntó el gobernador. -Con una lanza -contestó el esclavo. -Entonces has violado las

leyes -dijo el gobernador, y ordenó que lo crucificaran inmediatamente.

ESPARTACO

La insurrección más grande y peligrosa para los romanos se produjo en la misma Italia bajo

la dirección de Espartaco (años 74-71 antes de nuestra era). Espartaco había nacido en

Tracia, antiguo país ubicado en el territorio de la futura Bulgaria. Por aquel entonces no era

aún provincia romana, pero sus reyes, dependientes de Roma, estaban obligados a proveer a

los romanos de destacamentos auxiliares. Cuando lo alistaron para las tropas romanas,

Espartaco huyó. Fue capturado y, en castigo, vendido a la escuela de gladiadores de Capua,

gran ciudad del sur de Italia. Este territorio era región de ricos pastos y grandes fincas. En

las tierras de los ricos vivían muchos esclavos, peones y pequeños arrendatarios que eran

campesinos arruinados. Incluso aquellos que aún conservaban su parcela eran pobres en

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extremo y sufrían el despotismo de sus ricos vecinos. En la misma Capua, había no pocos

esclavos propiedad de los comerciantes artesanos y contratistas de obras locales.

En las escuelas de gladiadores había numerosos galos, tracios y germanos, fuertes y robustos,

aprisionados por los romanos. De naturaleza orgullosa y libre, sobrellevaban dolorosamente

la vida de esclavos. Estaban siempre dispuestos a sublevarse y a sacrificar hasta la última

gota de su sangre por la libertad, pero les hacía falta un jefe. Lo hallaron en Espartaco. Era

fuerte, arrojado, generoso e inteligente, y los esclavos lo querían y respetaban. Convenció a

70 gladiadores de su escuela para que se fugaran. “Es mejor -decía- arriesgar la vida en

busca de la libertad que morir en la arena del circo para divertir a los odiosos romanos”.

Asaltaron la guardia, se escaparon de los cuarteles y huyeron de la ciudad.

Por el camino tropezaron con carros cargados de armas para los gladiadores de Capua. Los

detuvieron y se apoderaron de las armas. Luego se retiraron a las montañas del Vesubio

donde establecieron su campamento. No tardaron en sumárseles esclavos y peones fugados

de las fincas cercanas. Los insurrectos se estuvieron organizando todo el otoño y el invierno:

preparaban alimentos, forjaban armas. Espartaco prohibió a los combatientes tener oro y

plata. No quería que el ansia de riqueza los volviera tan viciosos y rastreros como sus

antiguos señores. Pero ordenó traer todo el hierro y cobre que se pudiera hallar para

confeccionar armas. En pequeños destacamentos dirigidos por el mismo Espartaco y sus

ayudantes Erixo y Enomao, los esclaavos descendían del Vesubio y atacaban los lugares de

las cercanías y recogían cuanto precisaban para sus futuros combates.

Al principio el gobierno romano absorbido por su guerra contra Mitrídates y los españoles

sublevados, no prestó atención a los “despreciables” gladiadores. Pero cuando el ejército de

éstos creció y sus ataques fueron en aumento, se intranquilizó y envió contra ellos una fuerza

de tres mil hombres. Las tropas se instalaron en el único lugar viable hacia el Vesubio,

sabiendo que los demás sitios eran inaccesibles por el corte de los precipicios, y esperaron

confiadas en la seguridad de vencer a los esclavos por hambre. Pero Espartaco dio muestras

de una iniciativa excepcional. Por la noche, en el más completo silencio, sus soldados

cortaron las parras silvestres que cubrían la ladera del monte, hicieron con ellas largas

escaleras y descendieron por el lado que sus enemigos menos esperaban. Penetraron en la

retaguardia de los confiados romanos y los derrotaron completamente. El propio jefe

romano estuvo a punto de caer prisionero y huyó vergonzosamente, dejando a Espartaco su

caballo.

La noticia de la victoria voló por las ciudades y fincas. el ejército de Espartaco crecía sin cesar y contaba ya con 70,000 hombres. La insurreccón abarcó todo el sur de Italia. Los esclavistas y el Senado se alarmaron seriamente. Temían que Espartaco y sus amenazadoras tropas cayeran sobre Roma. Y en efecto, una parte de sus combatientes proponía atacar precisamente esa ciudad. Espartaco, en cambio, consideraba que a pesar de todo no lograrían tomar Roma. Propuso marchar al norte de Italia, atravesar los Alpes y conseguir la libertad en tierras aún no conquistadas por los romanos. El desacuerdo entre los insurrectos produjo la escisión. Un destacamento de 10,000 hombres, bajo la dirección de Erixo, se separó del ejército principal y fue vencido y aniquilado por los romanos. Murió el propio Erixo.

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Pero rápidamente, los insurrectos recuperaron con creces las pérdidas sufridas. A los dos

años de iniciada la insurrección, Espartaco llegó a tener 120,000 hombres. Los sublevados

avanzaban más hacia el norte. El Senado envió contra ellos un ejército comandado por los

dos cónsules. No debían permitir que Espartado saliera de las regiones centrales de Italia.

Pero éste obtuvo de nuevo un brillante triunfo que abrió a los esclavos un camino directo

hacia el norte, a los Alpes. El gobierno, aturdido por la derrota, no pudo reaccionar ni

reorganizar sus fuerzas rápidamente.

Por causas desconocidas, Espartaco no aprovechó su superioridad. Quizá prevaleció la

opinión de aquellos que, embriagados por los éxitos, confiaban en conquistar toda Italia y la

misma Roma, o bien, Espartaco temió atravesar la parte norte, donde no había tantos

esclavos y preponderaban los campesinos acomodados, hostiles a la insurrección. Lo cierto es

que volvió sus tropas de nuevo hacia el sur y fraguó un nuevo plan: trasladarse a Sicilia y

encender allí la llama de la insurrección. Sabía que los esclavos de esa isla le apoyarían

gustosos. Cuando llegó al estrecho que separa a Italia de Sicilia, se puso de acuerdo con los

numerosos piratas que entonces había en el Mar Mediterráneo, acordando el uso de las

embarcaciones necesarias para el paso de su ejército a Sicilia. Mas a última hora supo que los

piratas lo habían traicionado. Los soldados de Espartaco comenzaron febrilmente a

improvisar balsas. Pero una tempestad las destrozó, arrastrándolas mar adentro.

Entretanto, avanzaba hacia los insurrectos un ejército al mando de Craso, un destacado

político y uno de los mayores potentados de Roma. Cuando se hizo cargo de las tropas,

comenzó por matar a uno de cada diez soldados que habían sido derrotados por Espartaco.

Los romanos solían restablecer así la disciplina y la capacidad de combate de sus huestes

después de sufrir una derrota. Craso se proponía encerrar a Espartaco en una ratonera:

ordenó abrir una zanja en el istmo que unía el continente con la lengua de tierra ocupada

por el ejército de insurrectos y que esperaba allí su embarque para Sicilia. La zanja fue

fortificada con barreras y muros. Los insurrectos quedaron aislados del continente. Los

líderes tocaban a su fin.

“Es mejor morir por la espada que de hambre”, dijo Espartaco a sus soldados. Decidieron

abrirse camino a través de la zanja, las fortificaciones y el ejército de Craso. Con tal

propósito, una noche tormentosa, en que la borrasca no dejaba ver, Espartaco ordenó cegar

un pequeño trozo de la zanja con ramas y hojarasca. La mayoría de sus combatientes pereció

en encarnizado combate con los romanos, pero una tercera parte logró atravesar la zanja y

salir a la retaguardia del ejército de Craso. Parecía que la fortuna volvía a sonreir a esos

valerosos hombres, pero aparecieron de nuevo divergencias entre ellos. El ejército se escindió

y una de sus partes fue fácilmente aplastada por Craso.

Por último, como los esclavos ya no tenían combatientes para cubrir las bajas, Craso -tres

años después de la fuga de los gladiadores de Capua- se encontró frente a frente con el

ejército de Espartaco, muy poco numeroso entonces. El combate fue de una crueldad

extraordinaria. Los esclavos, sabiendo lo que les esperaba si sus enemigos los capturaban

vivos se batieron con un valor sin igual. Sesenta mil esclavos cayeron como héroes. Espartaco

mismo, herido varias veces, manando sangre, siguió combatiendo hasta que fue literalmente

descuartizado, de tal manera que ni siquiera pudo hallarse su cuerpo. Los propios romanos

dijeron que “el jefe de los esclavos había muerto como un gran general”.

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Los seis mil insurrectos aprisionados por Craso murieron crucificados en las seis mil cruces levantadas con ese fin a lo largo del camino de Capua a Roma. Tan sólo algunos pequeños destacamentos de los soldados de Espartaco lograron salvarse. Diez años después todavía se batían en guerra de guerrillas al sur de Italia hasta que fueron exterminados totalmente.

La gran insurrección de esclavos bajo la dirección de Espartaco pasó a la historia de la

humanidad como uno de los ejemplos más brillantes de la lucha de los pueblos oprimidos

contra sus opresores. Fue la última acción importante que los esclavos realizaron

independientemente. Respecto a esa epopeya, V. Lenin vertió esta opinión: “Espartaco fue

uno de los héroes más prominentes de una de las grandes rebeliones de esclavos”.

La fuga de esclavos y la matanza de señores continuaron. De vez en cuando se producían

pequeños disturbios que atemorizaban profundamente a los señores. La fuga de unos

cuantos gladiadores o la noticia de que algún impostor despertaba el interés de los esclavos

hacía ver de nuevo a Espartaco y a Atenión. Cada vez eran más frecuentes las voces que

aconsejaban no llevar a los esclavos hasta la desesperación, desviarlos de la insurrección con

atenciones y condescendencia más que por el terror impuesto por golpes y torturas. Pero no

encontraban eco en los señores y los emperadores -temiendo la insurrección de los esclavos-

se vieron obligados a fijar, a mediados del siglo II de nuestra era, cierto límite a la autoridad

de los señores. Los propietarios perdieron el derecho a matar impunemente a sus esclavos, a

mantenerlos toda la vida encadenados o en las ergástulas. Por dar muerte a sus esclavos

respondían lo mismo que por matar a los extraños. Sin embargo, si el esclavo moría por

haber sido apaleado y el señor juraba que no lo había querido matar, sino “corregirle”, se le

liberaba de culpa.

Estas fueron las concesiones ganadas por los esclavos en la lucha contra los esclavistas. Sin

ser muy significativas, tenían su importancia, el régimen esclavista estaba basado en el

completo y absoluto derecho del señor sobre la vida y la muerte de su esclavo. Sin ese

derecho, le era mucho más difícil imponer la sumisión a su esclavo y obligarle a realizar todo

trabajo, hasta el más duro y odioso. Las limitaciones legislativas del poder de los señores, por

débiles que hayan sido, socavaron en cierto grado aquel derecho. A partir del siglo III los

esclavistas tuvieron que cambiar también en alguna medida el método de explotación de los

esclavos, imperante en sus haciendas.

Así pues, la historia del régimen esclavista es al mismo tiempo la historia de una lucha incesante de los esclavos contra los esclavistas, que tomaba diferentes formas: la resistencia pasiva, el asesinato de los señores, la fuga, el bandolerismo y la insurrección. Esa lucha mantenía en los esclavistas un pánico incesante y tal terror aumentaba en la misma medida en que el trabajo de los esclavos desempeñaba un papel más importante en la producción.

Las contradicciones entre los esclavos y los esclavistas alcanzaron su máxima agudización en

los primeros siglos de nuestra era, cuando las relaciones esclavistas se habían desarrollado

hasta llegar a su plenitud. Los esclavistas, temiendo los disturbios de los esclavos en masa

tuvieron que hacer algunas concesiones que socavaron uno de los puntales esenciales de la

sociedad esclavista: el poder ilimitado e incontrolado sobre la suerte y la vida de los esclavos.

La heroica y multisecular lucha de éstos por su libertad conmovió los fundamentos del

régimen esclavista.