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Título:

1ra. Edición: Septiembre 2010.1000 ejemplares.

Autor:Luis Felipe De Jesús Ulerio.2010. Copyright by Luis Felipe De Jesús [email protected]

ISBN: 978-9945-16-366-7

Diagramación y diseño de portada:Fernando Mosquea.

Ilustración de portada:Pin-Hsuan (Sandy) Lee.

Impresión:Editora Búho.Derechos exclusivos del autor en esta ediciónpara todo el mundo.

Impreso en República Dominicana.Printed in Dominican Republic.

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LUIS FELIPE DE JESÚS ULERIO

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Dime, Diotima, dime, Filoxeno, ¿puede concebirse más seductor planteamiento poético del penoso y eterno motivo de la muerte que triunfa sobre el amor? ¿No son subyugadores esos versos, no os parecen deliciosos, ama-bles pese a que relatan una historia aciaga de ominoso fi nal? … ¿Cuál es la razón de que este romance, lejos de arrancar lágrimas o de inducirnos a compadecer la suerte del aturdido amante, hace esbozar al que lo lee una com-placida sonrisa de embeleso?

León David Filoxeno

Se les quedó pequeño el mundo/para un amor tan grandeNecesitaban tanto tiempo/para poder amarse…Decidieron volar/en un salto mortal.Y buscar un rincón solitario en el marMás allá de las olasUn lugar donde descubrir/que el amor es eterno…

José Luis Perales

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EL CICLO DEL MISTERIO

- El Misterio del Espíritu del Río- Catalepsia- El enigma de la Cabaña

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Esta es una historia de vida, una historia de amor, del más tierno amor que haya brotado en la tierra; una historia de pasión, no vulgar, no prosaica, sino de la

pasión que eleva al espíritu, propio de los seres pensantes; es una historia de muerte, de muerte no como exterminio de la vida, sino como principio de una nueva vida. Esta es la histo-ria de un amor imposible por la resuelta oposición del padre.

Martina, una muchacha salvajemente bella, de diecisiete años de edad, asediada por los enfermizos celos de Tomás, su padre y hastiada del cautiverio al que era sometida, se va a en-tregar a su novio-amante, Andrés, justamente en presencia del papá; en una cabaña abandonada por su dueño, el viejo Jacob.

Andrés, un noble muchacho de veinte años, con dotes de poeta, la va a esperar en la cabaña que se encuentra en el interior de un bosque que nace en el patio de la humilde casa de Tomás.

La historia se desarrolla en una tarde otoñal de la segun-da mitad del siglo XX, en una aldea llamada Villa Alegre, próximo al pueblo de Las Gordas.

Algunas historias de las que se cuentan aquí sucedieron en la vida real, sólo cambiamos los nombres de los persona-jes y los escenarios por discreción y principios éticos. Ven conmigo. Vamos a leer la novela.

Preludio

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En el límite del patio de la casa de Tomás comenzaba el bosque. Era tupido y de frondosos árboles, bordea-do por un río de aguas mansas y cristalinas. En cada

otoño se desnudaba de su follaje, creando un colchón de ho-jas secas, que con las lluvias de invierno se descomponían y preñaban la tierra para nutrir nuevamente el fértil suelo. Al llegar la primavera cada planta fl orecía con el esplendor de una virgen doncella deslumbrante de belleza. En verano los cálidos rayos del sol, se escapaban entre el follaje para iluminar su interior.

En el corazón del bosque, no lejos de la casa de Tomás, entre los más exóticos arbustos, estaba la cabaña. Sola, aban-donada. Vestida por las ramas de las plantas que se elevaban al infi nito. Perfecto refugio para los amantes. El viejo Jacob no pudo con el peso de los años y tuvo que irse a vivir al pe-queño poblado de Las Gordas, que se levantaba en los llanos del río Boba, bajo el amparo de un sobrino materno, dejando la cabaña al cuidado de Baco y de Eros.

Martina, la chiquilla adorada de Tomás, tomó el camino que nacía, justamente, en el patio de su casa y se dirigió al bosque antes que su padre regresara del conuco. Iba a ver-se con Andrés, su amante. Ella sabía exactamente donde se

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encontraba la cabaña y aunque nunca había entrado, ese día, al nacer la tarde, después de marcharse Margot, la tía que la custodiaba, se había internado en el interior de la misma, dejando todo primorosamente arreglado para su primer en-cuentro de amor.

En ocasiones había rondado los predios del bosque cor-tando algunas fl ores silvestres, pero siempre sentía pánico, un pánico aterrador. Al acercarse a la oscuridad de los mato-rrales, temía entrar y se devolvía con pasos presurosos. Co-rriendo. Con su larga cabellera rozando sus glúteos. Esta vez caminaba decidida a entregar la vida, a consumar el amor, a verse con el hombre que ella amaba, cegada por la pasión.

Llevaba en sus manos dos copas y un frasco de cristal con un extraño líquido. Las mismas copas que usaron sus padres cuando se casaron por la iglesia. Su amante ya la es-peraba como acordaron en su última cita. Con el corazón en la boca, caminaba con cierta determinación a dejar su alma en la cabaña.

Por un momento sintió miedo, un miedo pavoroso, el mismo miedo que sentía en aquellas ocasiones cuando re-corría los alrededores del bosque siguiendo una mariposa o cortando una rosa. Se detuvo y quiso devolverse, pero al percibir la silueta de Andrés corrió apresurada a la cabaña, con la respiración cargada de jadeos y los palpitantes latidos del corazón fuera de control. Lo abrazó. Se pegó de su cuello como hiedra que se pega a la pared, procurando, con el de-bido cuidado, no romper las copas de aquel brindis de amor. Besó su oreja derecha al tiempo que le susurraba al oído:

─ Todo está preparado para la más grande prueba de amor. Es lo mejor que puedo regalarte en tu cumpleaños.

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Andrés se soltó de Martina y estrechó, entre las suyas, sus manos. Las de él estaban temblando; las de ella, fría como la muerte inesperada. Fijó sus ojos en los suyos y con voz tierna le dijo:

Venid dulce amada mía,a la cabaña del bosque

brindemos con ambrosíaantes que llegue la noche.

Por el camino del bosquetoma la senda celeste

quiero que estemos juntitospara brindar con la muerte

Si este amor es imposibley vivir sin ti no puedo

para que quiero la vidaSin tu amor de pena muero

Vida, surquemos el muroy de las copas tomemos

que un amor tan grande y purosólo es posible en el cielo.

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Tomás conocía el romance de los muchachos y se opo-nía rotundamente. Alegando que ese rufi án, con quien tenía una cuenta pendiente, no se merecía a Martina.

Mientras él recordara a Tiburón, el último perro que tuvo, que no se dejara ver de él, que no se acercara por su casa. Acusaba a Andrés de la muerte de Tiburón, cinco años atrás. Ese era el pretexto para justifi car su conducta enfermiza frente al pretendiente de su hija.

Había despertado unos celos despiadados sobre su hija, entendiendo que cuidaba a su pequeña nena de los maleantes pasacantando que no sacaban una gata a mear. Era lo único que tenía y soñaba verla subir al altar vestida de blanco con el hombre que él eligiera para ella, un hombre de verdad, no esa mierda de gente que no tenía ni papá.

Desde el funesto día de la muerte de Marta, su esposa, en el parto de Martina; Margot se vino a vivir con ellos. Era la hermana menor de Tomás y despertó un cariño especial por la niña al verla tan vulnerable, inocente e indefensa. Al cabo de un tiempo y con la ayuda de su hermano, construyó una humilde casita en el extremo izquierdo del extenso patio de la casa de Tomás, circunvalándola de hermosos matorra-les de cayena. Martina, desde temprana edad, solía cortar sus

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fl ores para adornar su casa. En ocasiones llevaba una en su pelo recogido, que la hacía parecer una ninfa.

Margot nunca tuvo hijos y por ello acogió a Martina como la hija que siempre deseó. Aunque no se cumplió el dicho de que “a quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos”, por-que la niña sí que era un alma serena, santa, buena y pura. Gozó de todo el apoyo que la tía le pudo dar. Tomás se quejaba di-ciendo que no hay cosa más apoyadora que una tía jamona.

Desde que comenzaron a nacerle los senos y la libido se despertó, Tomás encerró a Martina en su casa como ave cautiva y solía exigirle a Margot que no le quitara la vista de encima que muchos hombres la estaban mirando.

La muchacha encarnaba la belleza de una diosa capaz de encender la fogosidad a un vil misógino. Tenía el candor misterioso de una hembra que enloquece con la mirada. Sus grandes ojos negros, radiantes de luz, cual llameante dragón en las noches oscuras y su larga cabellera color azabache, la hacían superior a Venus. Ante ningún hombre pasaba des-apercibida por su gracia y su beldad, nació bella, pero ella no se percataba de sus dones. Se creía una muchacha común y corriente. Tomás la celaba hasta con su propia sombra. Sólo su tía la veía en libertad y era para que la cuidara cuando él tenía que salir. Sus amigas podían visitarla sólo en presencia del padre. La sacó de la escuela al enterarse de una compañe-ra suya que salió embarazada a temprana edad, alegando que le quedaba muy lejos, en realidad fue porque tenía la idea de que las mujeres que estudian son libertinas e incontrolables y con cualquiera se acuestan. La sepultó en su casa, pero en la misma medida que crecía y entraba en pleno desarrollo se ha-cía más bella y atractiva cual princesa de cuentos de hadas.

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Creció buena, obediente, sumisa y pura de corazón. Procuraba tender su mano a quien la necesitara. Aunque no pudo continuar la escuela, cultivó la virtud de la sabiduría, esa sabiduría innata que provee la convivencia con la natu-raleza. Desarrolló una capacidad de observación única. Era penetrante en su mirada y analítica en sus juicios, de poco hablar. Incapaz de arrancar un pétalo a una fl or. Era tres ve-ces hermosa: bella, sabia y buena.

Andrés, desde que se enteró de su existencia, enloque-ció de amor. Para no verla en la calle y despertar los incó-modos comentarios de los chismosos, después de vencer una miríada de obstáculos, decidió visitarla por las tardes. Ella se lo permitió bajo la condición de que se fuera antes de que su padre regresara.

Un funesto día Tomás llegó más temprano de lo acos-tumbrado, alertado por Valerio, un mísero fracaso de la na-turaleza por lo feo y despiadado que era, quien le dijo que en su casa había un hombre detrás de su hija, inventándose cuantas mentiras se pueden imaginar. Fue justamente el día que Tomás amenazó de muerte a Andrés con el machete en la mano.

─ ¡Te me vas ahora mismo de mi casa y si vuelves por aquí te mato!

Enervado, Andrés, no iba a pelear con alguien que tam-bién amara tanto a su amada, aun cuando fuera un amor sen-timental. Menos con su padre que se desvivía por ella. Hasta llegó a pensar “qué bueno que tanto me la cuida”. Se confa-buló con la vieja Margot, quien desde la tarde que lo vio salir detrás de un árbol de mango, cerca de su casa, percibió una luz en los ojos del muchacho que la dejó atónita, viéndose

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obligada a aceptar su romance, a sabiendas del peligro que corrían tanto ella como Martina con Tomás.

El perfi l del muchacho era un rostro tan familiar para la tía de Martina como el de un hijo al que nunca se ha visto después del parto y de pronto te encuentras fortuitamente con él. Margot los iba a ayudar. Eso sí, que el viejo nunca supiera de su complicidad porque era capaz de matarlos a los tres. Ella conocía los sentimientos de los amantes y no iba a ser piedra de tropiezo en un amor tan tierno y puro como el de su sobrina con Andrés.

Fue un domingo por la mañana cuando él, desesperado, interceptó a Margot, saliendo de la iglesia y casi implorán-dole le decía:

─ Margot, haga algo por nosotros, mire que muero de amor.

─ No te preocupes que a esa no le va a pasar lo que me pasó a mí. Esa es tuya, pero si la tratas mal te mato.

Él le juró que nunca la tocaría para mal ni con el pétalo de una fl or. Margot, que no era vieja fácil, le dijo:

─ Todos los hombres dicen lo mismo, mientras andan detrás de una y cuando consiguen lo que quieren se olvidan.

Andrés, que presumía de poeta desde el día que amane-ció abruptamente enamorado de Martina, le quitó un peque-ño pisapelo metálico que tenía la vieja en su cabeza. Se abrió una herida, escribió dos versos con su sangre en un pedazo de papel y se lo pasó a Margot:

“Por mis venas corre un fuego cual calorCon Martina me convierto en el amor”

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─ Los pactos más grandes de la humanidad se han fi r-mado con sangre y éste es un pacto de amor. El amante de verdad es incapaz de dañar lo amado. Le juro que la amo y no sería capaz de hacerle daño.

Margot se asustó. Nunca había visto una muestra de amor tan grande. Tomó el papel, todavía humedecido de san-gre, con los dos versos escarlatas e iba a marcharse, con la última frase resonando en su cerebro. Se lo entregaría a su sobrina. Andrés la detuvo. Sacó otro papelito de un bolsillo con un poema que guardaba para Martina. Un poema escrito con dolor. La miró, al tiempo que le decía:

─ Esta poesía la escribí para ella. Procure que el viejo no la encuentre.

Firmó el papel con sangre, con la misma sangre que sa-lía de la vena que se pinchó y se lo entregó. Margot se mar-chó, intrigada por el acto de amor de Andrés, por el acto de valentía y por el contenido de aquel poema.

Ella no iba a ser correo sin saber qué decía ese papel. En cuanto llegó a la casa soltó todo y se acomodó, con los pies sobre una mesita, leyó la poesía.

SONETO A MARTINA

Virgen misteriosa es la amada míahenchida de candor y gracia plenaque va por la vida altiva y serena

manjar de los dioses, cual ambrosía

Resplandor de beldad divina y puraesa mujer de rostro inquisidor

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ha hechizado mi vida con su amorcon su candor, su gracia y su ternuraMuero en la noche oscura del pasado

si por su padre no correspondieraque me alcance la muerte repentina

Si vivir lejos de mi amor tuvieravivo por ti, amada, si estoy a tu ladoprefi ero morir, sin tu amor, Martina

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Al día siguiente, por la tarde, cuando pensaba entre-gar el poema a Martina entró Tomás a su casa como de costumbre, venía de su conuco, y se quedó con-

versando con ella, por largo rato. El papel con la poesía de Andrés estaba todavía sobre la mesa con el nombre de Mar-tina visible. Tomás lo miró con cierto detenimiento, Margot sudó frío, pero el viejo no se percató. Aprovechando el buen humor del hermano le dijo:

─ Deja esos malditos celos. Te vas a enfermar y se nos va a perder la muchacha antes de tiempo. Los celos son sig-no de desconfi anza y sólo conducen a desgracia. Cuando ella lo quiera hacer, lo hará por encima de ti y de mí y de todo el que se oponga. Es que tú no conoces a las mujeres. Mejor hazte su cómplice y ayúdala.

─ Ella no sabe lo que quiere todavía. Es una niña. Con ese baladí no se va a meter y si se mete, se va de mi casa, que no cuente conmigo. Él sabe lo que me hizo.

Margot se asustó al oír las palabras de su hermano por-que no solamente estaba metida la muchacha, ella también era cómplice de los amoríos de Martina y Andrés, y ¡ay! si este viejo se enteraba. Quiso contarle lo que realmente pasó con Tiburón, pero no se atrevió. Este hombre era muy casca-

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rrabias. Sigilosamente quitó el poema de la mesa y lo escon-dió. Necesitaba encontrar argumentos más sólidos que lo hi-cieran cambiar, pero el hombre era recalcitrante. Llevada por la ira del momento, frente a su hermano, dijo sin mirarlo:

─ Una niña, una niña. Ya tiene diecisiete y pronto cum-ple dieciocho ¿Es que tú quieres que haga como Marcia, la hija de Moreno, tu compadre?

Marcia era cinco años mayor que Martina. Tomás, su padrino, era como su padre y hasta quiso quitársela a Mo-reno. Con el tiempo Dios le dio a Martina, su niña y al que-darse solo por la muerte de Marta, su esposa, en el parto, no insistió más con el compadre para que le diera a la ahijada. Vivían cerca hasta el día de la desgracia.

Asediada por los celos de sus padres, quienes no la de-jaban ir sola ni a la esquina de su casa, costumbre de los padres campesinos, Marcia se acostó con el primero que se lo propuso. Estaba hastiada. No le importaba nada ni nadie. En ese preciso momento un óvulo, escondido en las trompas de Falopio, esperaba para ser fecundado. El prolongado re-traso, los incómodos malestares y el abultado vientre fueron su primer indicio. Fue cuando cayó en cuenta de la grave-dad de su situación y la magnitud de su problema. Marcia estaba embarazada con apenas quince años de edad y de un desconocido. La mente se le ofuscó y no veía salida. Estaba perdiendo el juicio. Desesperada, decidió contárselo a sus padres para que la ayudaran.

Sollozando contó lo que había sucedido. Se creó un con-fl icto indescriptible en su casa. Moreno, sin piedad, culpaba a la madre de la irresponsabilidad de la hija y hasta quiso echarlas a las dos. La infeliz, para no oír más el vozarrón de

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su papá, salió sin rumbos. A la llegada de la noche, el pesar consumía a la madre y, entre lágrimas, le dijo a Moreno:

─ Sal en busca de ella, no ves que la pobre está emba-razada.

A moreno lo invadió el remordimiento por todo lo que dijo y porque no concebía la idea de su niña embarazada andando por el pueblo como una huérfana. Salió a buscarla. Muchos pensamientos surcaban su mente. En lugar de pe-lear, debió ayudarla y orientarla. Los celos lo cegaron. An-duvo todas las casas del pueblo, quizás estaba con alguna amiga, pero Marcia no tenía amigas, él se lo había impedido. Pasó por la casa de Tomás y éste se sumó a la búsqueda con su compadre y en cada vuelta volvían a la casa para saber si había regresado. Llegaba la media noche y a Marcia se la había tragado la tierra. Moreno se estaba muriendo de dolor por su niña. A poca distancia de su casa, había una casona abandonada, sin puertas ni ventanas. Pasaba una y otra vez por su frente y no se le ocurría entrar. De regreso a su casa, Tomás le preguntó:

─ ¿Compadre, usted entró a la casona?─ ¿Y qué va a hacer ella ahí? ─ dijo Moreno más turba-

do que nunca.─ Espéreme. ─ Dijo Tomás y se encaminó a la casona.Un grito desesperado de Tomás, desde el interior de la

casona, acuchilló a Moreno, quien corrió como una bala dis-parada para encontrarse con la silueta de Marcia colgando, en medio de la oscuridad. Se había ahorcado al caer la tar-de llevada por la desesperación. La familia no pudo con el peso de conciencia y se mudaron lejos de allí. Tomás perdió el juicio. Al día siguiente corrió desesperado a la casona y

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entre puñetazos y patadas, y hasta con la cabeza, la derribó. Ensangrentado, se fue adonde Moreno y junto a su compadre lloró todo el día. Jamás olvidó aquella dolorosa escena.

Margot se volvió sobre su hermano y para rematar a quemarropa como quien descarga un cañón a una diana de dos metros, le dijo:

─ ¿¡Eso es lo que quieres de tu hija, coooño!?Tomás no respondió. Un hondo dolor lo invadió, porque

él fue quien encontró a su ahijada colgando. Porque Margot nunca le había hablado así, le faltó al respeto y porque eso era lo último que desearía para Martina, pero su destino ya estaba escrito. Pasó tres días sin ir adonde su hermana. Hasta que, fi nalmente, se reconciliaron.

Cuando Martina leyó los dos versos de su amado, se dejó caer de espalda en la cama de Margot. Luego vio el pa-pel fi rmado con su sangre y entre temblores lo fue leyendo letra a letra. Aprovechó el malestar de su padre con la tía para planear un encuentro con Andrés. Necesitaba verlo.