Lutero - Contra Las Bandas Ladronas y Asesinas

5
Martin Lutero CONTRA LAS BANDAS LADRONAS Y ASESINAS DE LOS CAMPESINOS (1525) [Nota: texto escaneado a partir de la edición: Martin Lutero, Escritos políticos, Tecnos, Madrid, 2001, pp. 95-101.] A comienzos de mayo de 1525, pocas semanas después de escribir la Exhortación a la paz..., escribe Lutero el breve y duro folleto «Contra las bandas ladronas y asesinas de los campesinos». La rebelión de los campesinos había ido en aumento, extendiéndose a Turingia. En esta región Thomas Müntzer y Heinrich Pfeiffer se habían puesto a la cabeza del levantamiento, coordinando a los campesinos de la región con los de Hesse, Franconia y Suabia. El 27 de abril de 1525, en Mühlhausen, Müntzer hizo un llamamiento público a la acción. Los campesinos llegarían a sumar un ejército de 8.000 personas. El 15 de mayo se produciría el gran desastre: los campesinos, bajo la jefatura de Müntzer, fueron abatidos en Frankenhausen por las fuerzas del protestante Philipp de Hesse y del católico duque Georg de Sajonia (ducado). Müntzer fue capturado, después de poder huir, torturado y, finalmente, ejecutado, junto con Pfeiffer. La guerra fue un fracaso total para el campesinado. La traducción de Wider die räuberischen und mördischen Rotten der Bauern sigue el texto de la edición de Weimar: WA 18, 357-361. En el librito anterior 1 no me atreví a juzgar a los campesinos porque habían ofrecido someterse al derecho y a la mejor doctrina. No hay que juzgar, como ordena Cristo en Mateo 7, 1. Pero antes de que volviera la cabeza se han lanzado y están atacando con los puños y, olvidando su ofrecimiento, roban, hacen estragos y actúan como perros rabiosos. Ahora se está viendo muy bien lo que abrigaban en su falso espíritu y que era puro engaño lo que en los doce artículos habían puesto bajo el nombre del Evangelio. En una palabra, están haciendo realmente una obra diabólica y, en particu- lar, está ese archidiablo que reina en Mühlhausen 2 , que no hace otra cosa sino robos, asesinatos y derramamiento de sangre; es un asesino desde el principio, como dice Cristo de él en Juan 8, 44. Como ahora estos campesinos y estas miserables gentes se están dejando seducir y están actuando de manera distinta a como habían dicho, yo también escribiré sobre ellos en forma distinta y, antes que nada, les pondré sus pecados ante sus ojos, como ordenó Dios a 1 Vid. Ermahnung zum Frieden..., traducido en este volumen: Exhortación a la paz..., pág. 67. 2 El «archidiablo» de Mühlhausen es Thomas Müntzer.

Transcript of Lutero - Contra Las Bandas Ladronas y Asesinas

Page 1: Lutero - Contra Las Bandas Ladronas y Asesinas

Martin LuteroCONTRA LAS BANDAS LADRONAS

Y ASESINAS DE LOS CAMPESINOS (1525)

[Nota: texto escaneado a partir de la edición: Martin Lutero, Escritos políticos, Tecnos, Madrid, 2001, pp. 95-101.]

A comienzos de mayo de 1525, pocas semanas después de escribir la Exhortación a la paz..., escribe Lutero el breve y duro folleto «Contra las bandas ladronas y asesinas de los campesinos».

La rebelión de los campesinos había ido en aumento, extendiéndose a Turingia. En esta región Thomas Müntzer y Heinrich Pfeiffer se habían puesto a la cabeza del levantamiento, coordinando a los campesinos de la región con los de Hesse, Franconia y Suabia. El 27 de abril de 1525, en Mühlhausen, Müntzer hizo un llamamiento público a la acción. Los campesinos llegarían a sumar un ejército de 8.000 personas. El 15 de mayo se produciría el gran desastre: los campesinos, bajo la jefatura de Müntzer, fueron abatidos en Frankenhausen por las fuerzas del protestante Philipp de Hesse y del católico duque Georg de Sajonia (ducado). Müntzer fue capturado, después de poder huir, torturado y, finalmente, ejecutado, junto con Pfeiffer. La guerra fue un fracaso total para el campesinado.

La traducción de Wider die räuberischen und mördischen Rotten der Bauern sigue el texto de la edición de Weimar: WA 18, 357-361.

En el librito anterior1 no me atreví a juzgar a los campesinos porque habían ofrecido someterse al derecho y a la mejor doctrina. No hay que juzgar, como ordena Cristo en Mateo 7, 1. Pero antes de que volviera la cabeza se han lanzado y están atacando con los puños y, olvidando su ofrecimiento, roban, hacen estragos y actúan como perros rabiosos. Ahora se está viendo muy bien lo que abrigaban en su falso espíritu y que era puro engaño lo que en los doce artículos habían puesto bajo el nombre del Evangelio. En una palabra, están haciendo realmente una obra diabólica y, en particu-lar, está ese archidiablo que reina en Mühlhausen2, que no hace otra cosa sino robos, asesinatos y derramamiento de sangre; es un asesino desde el principio, como dice Cristo de él en Juan 8, 44. Como ahora estos campesinos y estas miserables gentes se están dejando seducir y están actuando de manera distinta a como habían dicho, yo también escribiré sobre ellos en forma distinta y, antes que nada, les pondré sus pecados ante sus ojos, como ordenó Dios a Isaías y Ezequiel, por si algunos quisieran reconocerlos. Después instruiré a la autoridad secular sobre cómo ha de comportarse en este asunto.

Tres horribles pecados contra Dios y los hombres cargan sobre sí estos campesinos, con los que han merecido de diversas maneras la muerte del cuerpo y del alma. Primero: juraron fidelidad y homenaje a su autoridad y ser súbditos obedientes, como ordena Dios al decir: «dad al césar lo que es del césar» y, en Romanos 13, 1: «que todos se sometan a la autoridad», etc. Pero han roto de forma insolente y alevosa esta obediencia levantándose contra sus señores, con lo que han incurrido en la perdición del cuerpo y del alma, como malhechores desleales, perjuros, mentirosos y desobedientes. Por esta razón, también S. Pablo, en Romanos 13, 2, lanza sobre ellos este juicio: «los que se resisten a la autoridad atraerán un juicio sobre sí». Estas palabras alcanzarán también, tarde o temprano, a los campesinos, pues Dios quiere que se observen la fidelidad y el deber.

Segundo: provocan la rebelión, roban y saquean con malicia conventos y castillos que no son suyos; con estas acciones se hacen doblemente reos de muerte del cuerpo y del alma, como los salteadores de los caminos públicos y los asesinos. Además, un rebelde, de quien se pueda demostrar que lo es, es un proscrito de Dios y del emperador, de modo que el primero que pueda estrangularlo actúa bien y rectamente. Cualquiera es juez y verdugo de un rebelde público, lo mismo que, cuando se declara un incendio, el mejor es el que primero puede extinguirlo. La rebelión no es sólo un asesinato, es como un gran fuego que abrasa y devasta al país; la rebelión trae consigo un país lleno de muertes, de derramamiento de sangre, hace viudas y huérfanos y destruye todo como la más terrible de las calamidades. Por eso, quien pueda ha de abatir, degollar o apuñalar al rebelde, en pú -

1 Vid. Ermahnung zum Frieden..., traducido en este volumen: Exhortación a la paz..., pág. 67.2 El «archidiablo» de Mühlhausen es Thomas Müntzer.

Page 2: Lutero - Contra Las Bandas Ladronas y Asesinas

blico o en privado, y ha de pensar que no puede existir nada más venenoso, nocivo y diabólico que un rebelde; ha de matarlo igual que hay que matar a un perro rabioso; si tú no lo abates, te abatirá a ti y a todo el país contigo.

Tercero: encubren todos estos horrendos y crueles pecados con el Evangelio, se llaman hermanos cristianos, toman juramento y homenaje y obligan a la gente a seguirles en esta abominación; se convierten así en los mayores blasfemos y profanadores del nombre de Dios; honran y sirven al diablo bajo la apariencia del Evangelio, por lo que se hacen merecedores diez veces de la muerte del cuerpo y del alma, pues no he oído nunca de pecado más odioso. Creo, inclu-so, que el diablo presiente el día final y por eso emprende algo tan inaudito, como si dijera: esto es lo último, por eso tiene que ser lo peor; así remueve la sopa del fondo y socava el fondo también; Dios quiera impedirlo. Ahí ves qué príncipe tan poderoso es el demonio, cómo tiene al mundo en sus manos y puede confundirlo todo, pues puede cautivar, seducir, cegar, endurecer y sublevar con tanta rapidez a tantos miles de campesinos y puede hacer con ellos lo que su rabiosísimo furor se proponga.

No les sirve de nada a los campesinos aducir que, en Génesis 1 y 2, todas las cosas fueron creadas libres y comunes ni que todos nosotros estemos bautizados. En el Nuevo Testamento no es Moisés quien cuenta, aquí está nuestro maestro Cristo, quien nos somete con nuestro cuerpo y nuestros bienes al emperador y al derecho secular al decir: «dad al césar lo que es del césar». También S. Pablo, en Romanos 13, 1, dice a todos los bautizados: «que todos se sometan al poder», y Pedro: «someteos a toda ordenación humana». Y estamos obligados a vivir de esta doctrina de Cristo, como ordena el padre celestial al decir: «éste es mi hijo amado, escuchadle». El bautismo libera las almas, no los cuerpos y los bienes. Tampoco el Evangelio establece la comunidad de bienes, salvo en los casos en que se quiera hacer voluntariamente, por sí mismos, como hicieron los apóstoles y los discípulos, Hechos de los Apóstoles 4, 3 y s. Estos, sin embargo, no exigieron que se hicieran comunes los bienes ajenos de Herodes y Pilatos, como reclaman nuestros insensatos campe-sinos, sino los suyos propios. Nuestros campesinos, en cambio, quieren hacer comunes los bienes ajenos y mantener para ellos los suyos propios. ¡Vaya cristianos! Creo que ya no hay ningún diablo en el infierno, pues todos se han trasladado a los campesinos. Esto es una locura que sobrepasa toda medida.

Puesto que ahora pesan sobre los campesinos Dios y los hombres, puesto que se hacen de tantas maneras reos de muerte en cuerpo y alma y puesto que no aceptan ni esperan ningún derecho y siguen haciendo estragos, he de instruir ahora a la autoridad secular sobre cómo ha de actuar en este asunto con recta conciencia. En primer lugar, no me opondré a que la autoridad que pueda y quiera golpee y castigue a estos campesinos sin ofrecerles previamente justicia ni equidad, aunque sea una autoridad que no tolere el Evangelio; la autoridad tiene buen derecho a actuar así. Desde que los campesinos ya no luchan por el Evangelio, sino que se han convertido abiertamente en desleales, perjuros, desobedientes, rebeldes, asesinos, ladrones, y blasfemos, incluso la autoridad pagana tiene derecho y poder para castigarlos; más aún, está obligada a castigar a esos canallas, para esto porta la espada y es servidora de Dios contra el que hace el mal, Romanos 13, 4.

Si la autoridad es cristiana y tolera el Evangelio, con lo que los campesinos no tienen ningún pretexto para atacarla, ha de actuar con temor. Antes que nada ha de encomendar el asunto a Dios y reconocer que nos hemos merecido esto. Ha de pensar, además, que quizá sea Dios quien excite de esta suerte al diablo como castigo colectivo a Alemania. Después, que pida humildemente ayuda contra el diablo; nosotros luchamos aquí no sólo contra la carne y la sangre, sino contra los malos espíritus del aire, a los que debemos atacar con la oración. Si el corazón está ahora tan dirigido a Dios que deja actuar a la divina voluntad —quiera Dios o no tenernos por príncipes o señores— se ha de ofrecer a estos locos campesinos el derecho y el acuerdo hasta el exceso (aunque realmente no se lo merecen). Después, si esto no sirve de nada, que echen mano de la espada.

Un príncipe o señor ha de pensar que él es un ministro de Dios y un servidor de su cólera, Romanos 13, 4, al que se ha encomendado la espada sobre esos canallas. Si no los castiga o no les opone resistencia o no desempeña su oficio peca ante Dios tanto como el que asesina sin que se le haya confiado la espada. Si pudiendo no castiga con la muerte o con el derramamiento de sangre es culpable de todas las muertes y de todos los males que cometan esos canallas, lo mismo que quien, descuidando deliberadamente el mandato divino, permite que estos canallas hagan maldades cuando él puede evitarlas y está obligado a ello. Por eso, no hay que dormirse ahora. Ya no valen la paciencia ni la misericordia. Es tiempo de la espada y de la cólera y no de la gracia.

Page 3: Lutero - Contra Las Bandas Ladronas y Asesinas

Así pues, la autoridad ha de proceder ahora sin temor y golpear con buena conciencia, mientras corra la sangre por sus venas. Cuenta con la ventaja de que los campesinos actúan con conciencia errónea y con que tienen una causa injusta y cuenta con que el campesino que pierda la vida en esa lucha se perderá con cuerpo y alma y será eternamente del diablo. La autoridad, en cambio, tiene buena conciencia y una causa justa y puede, por tanto, decirle a Dios con todo su corazón seguro: Mira, Dios mío, tú me has hecho príncipe o señor, no puedo dudar de ello, y me has encomendado la espada sobre los malhechores, Romanos 13, 4. Es tu palabra y no puede mentir. Así que he de desempeñar este oficio so pena de perder tu gracia; también es conocido que estos campesinos merecen por muchos motivos la muerte ante ti y ante el mundo y que tú me has encomendado su castigo. Pero si quieres que ellos me maten, si quieres retirarme la autoridad y dejarme perecer, ¡bien!, hágase tu voluntad, yo moriré y pereceré cumpliendo tu mandato y tu palabra y me encontrarán obediente a tu mandato y a mi oficio. Por eso castigaré y golpearé mientras corra sangre por mis venas. Tú serás quien lo dirija y lo haga.

Puede suceder, por tanto, que quien muera del lado de la autoridad sea un verdadero mártir ante Dios, si ha luchado con esta conciencia, como se ha dicho, pues camina en la palabra de Dios y en su obediencia. Por el contrario, quien muera del lado de los campesinos arderá eternamente en el infierno, pues esgrime la espada contra la palabra de Dios y su obediencia y es un secuaz del diablo. Si sucediera que vencieran los campesinos (Dios no lo quiera) —aunque para Dios todo es posible y no sabemos si él quizá quiere, por medio del diablo, destruir toda institución y toda autoridad y convertir al mundo en un desierto, como preludio del último día, que no estará lejos—, los que mueran en el ejercicio del oficio de la espada morirán y perecerán en la certeza y en la buena conciencia; dejarán al diablo el reino del mundo tomando a cambio el reino eterno. Estos tiempos son tan extraños que un príncipe puede ganar el cielo derramando sangre mejor que otros rezando.

Existe, finalmente, otra razón para mover a la autoridad. Los campesinos no se conforman con pertenecer al diablo; obligan y coaccionan a muchas buenas gentes, que no lo hacen gustosamente, a que les sigan en su diabólica liga, haciéndoles partícipes, por tanto, de su iniquidad y condenación. Quien con ellos se alía, con ellos va también al diablo y es culpable de todas las fechorías que cometan y que, sin duda, cometerán, pues son tan débiles de fe que no se les opondrán a aquéllos. Un buen cristiano tendría que sufrir cien muertes antes que comprometerse en el asunto de los campesinos ni siquiera el espesor de un cabello. ¡Oh!, cuántos mártires podrían florecer ahora mediante los sanguinarios campesinos y los profetas asesinos. La autoridad, no obstante, debería compadecerse de los prisioneros de los campesinos. Si no tuvieran otra razón para dejar caer su espada sin temor sobre los campesinos, arriesgando incluso su cuerpo y sus bienes, ésta sería una razón suficientemente grande para hacerlo: salvar y ayudar a esas almas obligadas por los campesinos a ingresar en esa liga diabólica, que, contra su voluntad, han de pecar tan cruelmente con los campesinos y se han de condenar. Estas almas están justamente en el purgatorio, incluso en el infierno y en las garras del diablo.

Por esto, queridos señores, liberad, salvad, ayudad, tened misericordia de estas pobres gentes. El que pueda, que apuñale, raje, estrangule; y si mueres en esa acción, bienaventurado tú, pues jamás alcanzarás una muerte más dichosa. Mueres en la obediencia a la palabra y al mandato de Dios, Romanos 13, 5 y s., y en servicio al amor para salvar a tu prójimo del infierno y de las garras del diablo. Por eso yo te suplico que, si puedes, huyas de los campesinos como del mismo diablo. Para los que no huyan, yo ruego a Dios que quiera iluminarlos y convertirlos. Pero los que no se convier-tan, que Dios haga que no tengan fortuna ni éxito. Que todos los fieles cristianos digan aquí: amén. Quien crea que esto es demasiado duro, piense que la rebelión es intolerable y que en todo momento hay que esperar la destrucción del mundo.