Luxury Forum 2013 - Presentación Gilles Lipovetsky

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TODOS SOMOS ARTISTAS La premonición de Oscar Wilde es realidad: “El arte no se enseña más en la Academia. No es lo que se escucha, sino lo que se hace. El arte está en la calle”. POR GILLES LIPOVETSKY El artista suizo Jeremie Gindre montado su exhibición, “Meanings in a Meadow”, en Chert Gallery, Berlín. DICIEMBRE 2013 ENERO 2014 LIFE & STYLE 171

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TODOS SOMOS

ARTISTASLa premonición de Oscar Wilde es realidad: “El arte no

se enseña más en la Academia. No es lo que se escucha, sino lo que se hace. El arte está en la calle”.

POR GILLES LIPOVETSKY

El artista suizo Jeremie Gindre montado su exhibición, “Meanings in a Meadow”, en

Chert Gallery, Berlín.

DICIEMBRE 2013 ! ENERO 2014 LIFE & STYLE ! 171

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CIERTO ES QUE LA ERA HIPERMODERNA aparece dominada por el crecimiento de los mercados y por la espiral de la tecnociencia; será menester observar, sin embargo, que se antoja igualmente marcada por una escalada de género asaz diferente: la de los mundos del arte y, de manera más general, la del dominio estético. He aquí que los mundos estéticos se han visto engarzados a su vez en el reino de lo híper, al incorporar el capitalismo contemporáneo a muy grande es-cala las lógicas del estilo, del anhelo y de la seducción en los distin-tos sectores del universo del consumo. Es así que la sociedad hiper-mercadológica e hipertécnica se ve ahora, además, sobreestetizada.

LA COTIDIANIDAD DEL ARTEYa no estamos en la época en que producción industrial y cultura remitían a universos separados: vivimos un momento en que el or-den económico promueve la estetización generalizada de los mer-cados del consumo y del entorno cotidiano. Los diseñadores, los artistas plásticos, los estilistas rediseñan la forma de los productos industriales básicos, muchos de los cuales devienen accesorios de moda. Las tiendas, los hoteles, los bares y los restaurantes son ob-jeto de un trabajo de decoración personalizada, de teatralización de los ambientes, de concepto, de color, de iluminación. Las marcas masivas de moda copian los códigos estéticos del lujo. El patrimonio es rehabilitado y puesto en escena como si de un decorado de cine se tratara. Los centros urbanos son remozados, escenografiados, “disneyficados” con miras al consumo turístico. Fábricas, bodegas, cárceles, monasterios en desuso son reconcebidos como hoteles chic o centros culturales.

En paralelo, la publicidad se pretende creativa y no pocos desfi-les de moda se asemejan a shows o a performances artísticos. La ar-quitectura de la imagen triunfa, vale por sí misma, por su atractivo, por su dimensión espectacular, y funciona como vector promocio-nal en el competido mercado del turismo cultural. Nunca antes se habían producido tantas películas, tantas series televisivas, tanto espectáculos y músicas de todo género: los sitios de música bajo de-manda Deezer y Spotify ofrecen unos veinte millones de títulos. Vi-vimos en un universo cotidiano desbordante de imágenes, de músi-ca, de conciertos, películas, revistas, aparadores, museos, galerías de arte, sitios turísticos, bares de moda. He ahí el capitalismo artista o transestético, sistema que incorpora lo estético a lo económico, que integra sistemáticamente el orden del estilo y de la moda, de la emoción y del divertimento, a la elaboración, la comunicación y la distribución de los bienes de consumo.

El capitalismo estético ha no sólo creado un nuevo modo de pro-ducción sino que ha favorecido el advenimiento de una sociedad y de un individuo estéticos o, para ser más preciso, transestéticos. Al

tiempo que multiplica las creaciones estilísticas, el capitalismo ar-tista desarrolla un consumo cada vez más abundante de experien-cias estéticas en el sentido original de sensaciones, de experiencias sensibles y emocionales: la Aisthetikos de los griegos. En nuestros días, el proceso de estetización ha alcanzado el consumo, los mo-dos de vida, la relación con el cuerpo, la mirada al mundo. El gusto por la moda, los espectáculos, la música, el turismo, el patrimonio, los cosméticos, la decoración de interiores se ha generalizado a to-das las capas de la sociedad. Nos topamos ahora con un consumidor cada vez más antojadizo de diseño, de gadgets, de juegos, de mo-das, de decoración de interiores pero también de productos cosmé-ticos, de spas, de cirugías estéticas. También cada vez más deseoso de descubrimientos, de sensaciones, de turismo. Nunca antes en las grandes metrópolis las exposiciones y los museos habían alcanza-do tales índices de visita; y nunca antes se había consumido tanta música, tantos conciertos, tantas series, tantas películas, tantos fes-tivales. La estética ha entrado en la era del hiperconsumo masivo.

Asunto cotidiano, el consumo transestético toca en nuestros días casi todos los aspectos de la vida social e individual. A medida que recula el predominio de los imperativos de clase, comer, beber, vestirse, viajar, residir, escuchar música devienen cosa de gustos subjetivos, de emociones personales, de elecciones individuales: es una estética autorreflexiva la que estructura el consumo hiperindi-vidualista. Habrá que reconocerlo: el capitalismo ha acarreado no tanto un proceso de empobrecimiento o de decadencia de la exis-tencia estética sino la democratización masiva de un homo aestheti-cus hasta ahora inédito.

LA DEMOCRATIZACIÓN DEL ARTEEl capitalismo contemporáneo es también ese sistema en el que asistimos a un crecimiento considerable de las profesiones ligadas al arte y a las industrias culturales. En Francia, el sector creativo emplea a 546 mil personas frente al automotor con sólo 225 mil; en Alemania a 719 mil, frente a 444 mil en el sector químico. En Es-tados Unidos se cuentan 2 millones de “artistas” profesionales, lo que equivale al 1.5 por ciento de la población activa, cifra que se ha cuadruplicado desde 1965. También en Estados Unidos, el número de artistas plásticos ha aumentado en un 60 por ciento entre 1980 y 2000, para pasar de 153 mil a 246 mil. En las artes del espectáculo, los efectivos se han visto multiplicados por 2.4. En Estados Unidos, en 2002, el Bureau of Labor Statistics contaba 215 mil músicos pro-fesionales; y se cuentan cerca de 200 mil escritores.

El capitalismo artista es también el sistema que contribuye a de-mocratizar ampliamente la ambición de crear, al expresar cada vez más individuos el deseo de ejercer una actividad artística en parale-

Izquierda: publicidad de Berluti, otoño-invierno 2013-2014. Derecha: Museo Universitario de Arte Contemporáneo, en CU. Abajo: interior de La Soupe Populaire, restaurante-galería en Prenzlauer Alle, Berlín.

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lo a su trabajo profesional. En nuestros días, tres de cada diez fran-ceses tienen una actividad artística, frente a 1.5 en los años 70. La práctica amateur de un instrumento musical y la del teatro se han duplicado; la de la danza triplicado. Y vivimos una época en que numerosos aficionados, gracias a las herramientas informáticas y a internet, tienen niveles equivalentes al de ciertos profesionales. Son incontables los artistas plásticos, videoastas y fotógrafos amateur; los miembros de coros se multiplican; nunca antes los editores ha-bían recibido tantos manuscritos; y son legión los que se inscriben en concursos de telerrealidad a fin de devenir estrellas de la can-ción. El individuo hipermoderno no sólo se confunde con el consu-midor; coincide cada vez más con el impulso del deseo creativo.

LA NUEVA IDENTIDAD ARTISTAEse proceso tiene por fuerza que estar vinculado con el auge de una cultura neoindividualista centrada en los deseos de autonomía, de

realización y de autoexpresión. La cultura hedonista y psicologista ha provocado un fuerte aumento de las aspiraciones a ser uno mis-mo a través de realizaciones singulares, personales, expresivas. En la cultura “post materialista”, ganar dinero no basta ya: soñamos con desempeñar un trabajo poco rutinario y libre, queremos flore-cer, expresarnos, crear, realizar cosas estimulantes y personales a menudo imposibles en el marco de la actividad profesional. El arte es ese campo que permite traducir la propia singularidad, la dife-rencia subjetiva, en una época en que religión y política no ofrecen ya como antes la posibilidad de afirmar la identidad. A lo que se suma el deseo narcisista de visibilidad, de reconocimiento, amplia-mente reforzado por los medios de comunicación y por el auge de la individualización. El arte es justamente la actividad susceptible de satisfacer semejantes esperanzas, más cuando su banalización por medio de programas televisivos, revistas y reportajes da a cada cual la idea de que no se trata de un dominio exclusivamente reservado a

Vista de la fábrica de producción en el campus de Vitra, en Weil am Rhein, Alemania, por el

estudio japonés SANAA.

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Interior de una habitación en el Hotel St. Regis.

otros sino de uno en el que puede desempeñarse con toda legitimi-dad. El artista no es ya el otro, el profeta, el marginal, el excéntrico: puedo ser también yo, y cada quien. En la hora del capitalismo ar-tista, en cada uno late un deseo artista: “todos somos artistas”.

La edad moderna vio afirmarse el ascenso social de los artistas y su reconocimiento en tanto genios visionarios capaces de revelar el Absoluto, el Ser, “las verdades más fundamentales del Espíritu” (Hegel). Esa época ha quedado atrás. En la era hipermoderna, la re-ligión moderna del arte se ha extinguido pero pervive la magia de la vida de artista, identificada con un trabajo rico, estimulante, no rutinario y susceptible como el que más –en una sociedad mediática en que el artista ya no es maldito sino estrella– de acarrear pingües beneficios y notoriedad a quienes triunfan. En nuestros tiempos,

el trabajo democrático ya no se lee en el ascenso de los artistas al seno de los círculos de élite de la sociedad sino en la banalización de la reivindicación de la identidad de artista, en la legitimidad de la autoafirmación artística de cada uno. Y, finalmente, en un muy fuerte aumento de las aspiraciones a crear. Lo que queda disuelto es la excepcionalidad artística investida de la misión superior de ex-presar la verdad del Ser: el imaginario de la igualdad democrática y el capitalismo transestético han logrado diluir la oposición entre el creador y el hombre común, entre lo “alto” y lo “bajo”, al banali-zar el estatuto de artista, más allá de la consagración mundial de la que se ven beneficiadas las divas del mercado. La era del capitalismo artista contemporáneo es la de la desacralización de la creación que acompaña a la estelarización de los creadores.

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