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Clínica y Salud, 2004, vol. 15 n°. 1 - Págs. 75-95 CLÍNICA Y SALUD 75 ARTÍCULOS Envidia, carcoma del alma: escorzo psico-literario Envy, soul woodworm: A psycho-literary foreshortening TERESA SÁNCHEZ SÁNCHEZ 1 RESUMEN Desde Aristóteles hasta Castilla del Pino, desde Covarrubias hasta María Zambrano, desde el clasicismo grecolatino a la modernidad de los Simpo- siums de Psicología y Psicoanálisis, el tema de la envidia ha sido objeto de análisis. Tan sutiles matices provienen de la filosofía como de la psicología, de la literatura como de la clínica. La envidia es sometida a la mirada benevolente que exige su rango de emoción universal humana, derivada de la alteridad, la comparación y la autovaloración negativa, así como de la deficiente instala- ción narcisística y el anhelo de suplantación del otro idealizado. La envidia es antesala del odio y de un cortejo de expresiones interpersonales y sociales muy variadas y sibilinas. Anida, incluso, tras el choque de civilizaciones gene- rador de los más atroces y destructivos episodios de fanatismo terrorista recientemente padecidos en nuestro mundo. ABSTRACT From Aristotle to Castilla del Pino, from Covarrubias to María Zambrano, from Greco-Latin classicism to modern psychology and psychoanalysis sym- posia, envy issues have been subject to analysis. Such subtle nuances come both from philosophy and psychology, from literature and clinical practice. 1 Pfra. Dra. Universidad Pontificia de Salamanca.

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Clínica y Salud, 2004, vol. 15 n°. 1 - Págs. 75-95

CLÍNICA Y SALUD 75

ARTÍCULOS

Envidia, carcoma del alma: escorzopsico-literario

Envy, soul woodworm: A psycho-literaryforeshortening

TERESA SÁNCHEZ SÁNCHEZ1

RESUMEN

Desde Aristóteles hasta Castilla del Pino, desde Covarrubias hasta MaríaZambrano, desde el clasicismo grecolatino a la modernidad de los Simpo-siums de Psicología y Psicoanálisis, el tema de la envidia ha sido objeto deanálisis. Tan sutiles matices provienen de la filosofía como de la psicología, dela literatura como de la clínica. La envidia es sometida a la mirada benevolenteque exige su rango de emoción universal humana, derivada de la alteridad, lacomparación y la autovaloración negativa, así como de la deficiente instala-ción narcisística y el anhelo de suplantación del otro idealizado. La envidia esantesala del odio y de un cortejo de expresiones interpersonales y socialesmuy variadas y sibilinas. Anida, incluso, tras el choque de civilizaciones gene-rador de los más atroces y destructivos episodios de fanatismo terroristarecientemente padecidos en nuestro mundo.

ABSTRACT

From Aristotle to Castilla del Pino, from Covarrubias to María Zambrano,from Greco-Latin classicism to modern psychology and psychoanalysis sym-posia, envy issues have been subject to analysis. Such subtle nuances comeboth from philosophy and psychology, from literature and clinical practice.

1 Pfra. Dra. Universidad Pontificia de Salamanca.

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Envy is kindly gazed at according to its position as universal human emotionderived from alterity, comparison and negative self-appreciation along with adefective narcissistic settlement and the craving for replacing the idealizedother. Envy is the anteroom both of hatred and a parade of assorted and siby-lline interpersonal and social expressions. Envy remains, even after the civili-zation clash that is causing the most atrocious and destructive actions com-mitted by terrorist fanaticism hitting our world nowadays.

PALABRAS CLAVE

Envidia, Narcisismo, Alteridad, Expresiones de la envidia, Relaciones envi-diado-envidioso.

KEY WORDS

Envy, Hatred, Narcissistic settlement, Civilization Clash, Fanaticism.

«Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué dedeleite consigo, pero el de la envidia no trae sino dis-gustos, rencores y rabias» (Cervantes. El Quijote).

1. ENVIDIA. SENTIMIENTOY ACTITUD

Es mi propósito no rebasar ellímite de la psicología al tratar untema fronterizo con tantas discipli-nas y tan proclive a enfoques maxi-malistas. Quiero ceñirme a un análi-sis de la envidia como sentimientoconstitutivo y estructurante del yo,que nace de la relación con un tú(representante simbólico de todo"lo otro" que me falta), que degene-ra en su exceso en una carcomadel alma, en una lepra invasora,que siempre destruye al envidioso ya menudo perjudica al envidiado.

Situémonos en la envidia como lohiciera Covarrubias (1611), al definir-la como "dolor conceptus ex alienaprosperitate" (dolor engendrado porla prosperidad de los otros) y como"un dolor, concebido en el pecho,del bien y prosperidad agena; latine,in-vidia (o ver mal)...; porque el embi-dioso enclava unos ojos tristazos yencapotados, en la persona de quientiene embidia, y le mira como dizende mal de ojo... Su tóssigo (veneno)es la prosperidad y buena andançadel próximo, su manjar dulce laadversidad y calamidad del mismo:llora cuando los demás ríen y ríecuando todos lloran". Parecidadenotación es la otorgada en el “Dic-cionario de Autoridades” (1726),donde se incide en la doble vertientede “tristeza del bien ajeno y pesar dela felicidad de otros”.

Unamuno, en un alarde sobrada-mente conocido de psicología delos pueblos, la designó como la"sangre de Caín", declarando en"La envidia hispánica" (1909) ´seréste el rasgo más fieramente espa-ñol; la íntima gangrena del almaespañola´. Si bien su argumentonunca fue contrastado empírica yfehacientemente con ningún estu-dio psicosociológico aceptable, haacabado por convertirse en un tópi-co del ‘carácter español’, aliñoindispensable de las esenciasnacionales o “pecado capital” porexcelencia de los españoles. Una-muno indicó el caldo de cultivoadecuado para el florecimiento dela envidia: tierra adentro, socieda-des rutinarias con uniformidad decostumbres y de intelectualidadroma. Apuntando a la envidia como"el vicio clerical por excelencia" ydándole tintes de enfermedad con-tagiosa sentenció que "la envidia esla roña íntima de los conventos"(Unamuno, 1909, p. 286).

El sabio Aristóteles disociaba laenvidia en dos sentimientos diver-sos entre sí, aunque complementa-rios: la alegría por el mal ajeno yla tristeza por el bien ajeno .Cuando éste último fuere inmereci-do lo denominaba Némesis. Sobreella se han desgranado a lo largode la historia bellísimas metáforas,muchas de las cuales aluden aenfermedades deletéreas con unefecto devastador sobre la salud

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anímica del 'enfermo de envidia': lagangrena del alma de Unamuno, el´cancer de las sociedades y de lasdoctrinas' de A. Camús, o la 'pesteluzbeliana' de Quevedo, el dardoenvenenado de Voltaire, o el malsagrado de María Zambrano. Sinolvidar el más afilado símil de todoslos que he encontrado, de ReyesMate: "amargo pan de los venci-dos".

Juan Luis Vives fue un sagazestudioso de esta pasión en suTratado del alma, donde la dibujacomo "encogimiento del ánimo porel bien ajeno" (p. 201), y enunciasus efectos corporales, fruto delesfuerzo para disimular su corrosi-vo arañazo en el envidioso mismo:"palidez lívida, consunción, ojoshundidos, aspecto torvo y degene-rado" (p. 202). Por su parte, Danterepresentaba a los envidiosos conlos ojos cosidos, ciegos para lavisión de cualquier virtud ajena.Esta representación simbó l icaguarda relación, probablemente,con su etimología 'in-videre', lite-ralmente "no-ver", que se ha ido,sin embargo, metamorfoseandopor un significado distinto: el envi-dioso no es que no vea los méritoso la fortuna ajena, es que los miratorcidamente. (vide Unamuno,1934). La acepción moderna de laenvidia se torna en mirar mal alprójimo, y atribuye a esa mirada elpoder mágico de causarle daño operjuicio (el "no puedo ver" a tal

persona es un indicio más de envi-dia no reconocida que de hostili-dad declarada por enfrentamientoo discrepancia).

La creencia en el mal de ojoasigna a la envidia el poder dedañar al destinatario de la mirada.La envidia ha sido pródiga fuentede inspiraciones filosóficas, mora-les, literarias, pictóricas. Pero no esnuestro afán presentar un exhausti-vo desarrollo histórico de este con-cepto universal y clásico. Tampocolo es terciar en si la envidia sea unpecado, un arma de superación,acicate del progreso, un estímulorevolucionario que alienta la rupturade los límites de clase, una másca-ra de la justicia, un vicio o una des-gracia, porque todos estos etique-tados y diagnósticos se han hechosobre ella y aún muchos más.

2. LA HERIDA NARCISISTA

Centrando la reflexión sobre laenvidia en su perspectiva psicológi-ca, comenzaré por referirme a Cas-tilla del Pino, quien la juzga, másque como un sentimiento, comouna actitud cuya raíz es el incurableodio a sí mismo que se profesa elenvidioso, y que, por ello, no tolera"ser quien se es", lo que se siguede "desear no serlo y ocultarlo, tra-tar de ser otro y negarlo, y estarimposibilitado de serlo" (Castilla delPino, 2000).

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El origen psicogenético de laenvidia es la constatación de lospropios límites, de la propia finitud,de la comprobación de no serexclusivo, singular o excepcional:en definitiva, del hundimiento delnarcisismo primario infantil. Durantela fase temprana de egocentrismoinfantil, el niño incuba una fantas-magórica grandeza, una visióndeformada de su excelencia, quepor lo general el entorno alimentaembelesado por sus gracias ybelleza. Más tarde este primigenioendiosamiento narcisista y la fanta-sía omnipotente concomitante tro-piezan con unas evidencias que lasrefutan. La realidad va marcandodiques a "su majestad, el niño".Máxime, cuando irrumpe un otro,un segundo, a quien ve tratar comoa sí mismo, incluso a veces mejorque a sí mismo. Surge entonces loque se ha designado como "senti-miento adélfico" o "complejo frater-no", con independencia de que eseotro sea encarnado o no por unhermano.

La constitución de la mismidaddepende siempre de la relación yde la comparación con un semejan-te. En la vinculación con el prójimoes donde se construye la propiaidentidad. El otro pasa a ser unpolo ambivalente de atracción y dehostilidad, de amor y de envidia. Lograve surge cuando el otro esexperimentado como una amenazaa la propia identidad, como un peli-

gro para mí, pues entonces se vis-lumbra al otro no en un diálogodonde el yo y el tú coexisten, secomplementan y se fecundan, sinoen una disyuntiva excluyente: "o elotro o yo". Aquí hunde su origen laenvidia: se vivencia al otro comomensajero de mi finitud, de mi noexclusividad, de mi carencia decompletud. De ahí que Caparróssea rotundo al reflejar esta san-grante herida diciendo: "el otro esdonde yo no soy, el otro está ahoradonde antes el paraíso del narcisis-mo primario" (p. 73). Los paraísosson siempre, como diría Milton,'paraísos perdidos', sólo se recono-cen cuando ya no están, sólo sonhabitados desde la añoranza,desde el duelo de su falta. La envi-dia es resultado de un duelo norealizado por el narcisismo prima-rio.

Vemos desfilar la envidia comoun sentimiento que nace del miedoa la pérdida de los propios contor-nos, como señalamiento de la pro-pia precariedad, que exalta y defor-ma en su mente las conquistas, loslogros o las capacidades del otro.De ahí que resulten insuficientes lasdefiniciones de la envidia que laretratan como el anhelo codiciosode poseer lo que el otro tiene, puesno se trata tanto de tener lo que elotro tiene, para así henchirse depoder o fortuna, prestigio o éxitos,sino de ser lo que el otro es, de"ocupar el lugar del otro" (Bernand,

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2000), con el anhelo de llenar así elpropio vacío (Sanfeliú, 2000, p.121).

Pues, digámoslo ya: lo quecorroe en la envidia es la propiaherida narcisista, la carencia noasumida, el déficit de identidad nolograda, que lleva a percibir al otrocomo el obstáculo que impidióconsumar la propia perfección. Lafantasía del envidioso se desarrollaasí: "Si el otro no existiera, yo sería;si el otro no obtuviera, a mí se medaría; si el otro no poseyera, yoconseguiría; porque lo que el otrotiene me lo arrebata a mí; lo que elotro es a mí me lo usurpa; la visióndel otro, a m í me ocluye, meensombrece".

En esta fantasía, el envidiosoproyecta sobre el otro la culpa desus carencias, de este modo seevita reconocerlas y enfrentarse aellas para subsanarlas. La carenciapropia se deposita obsesivamenteen el otro como su posesión, suatributo, su don, pero en lugar deorientarse hacia ello con el amor,anhelando fundirse con él merced ala identificación amorosa, se recibecon amargura y resentimiento, sequeda fijado en la observacióncompulsiva del otro. Luis Vives laemparentaba con la soberbia y lapequeñez. Con aquella pues sólouna persona soberbia se arredra dereconocer sus carencias e incapa-cidades, esperando seguir proyec-

tando una imagen de plenitud ysuficiencia, y con la pequeñezpuesto que quien valora su propiacapacidad sin falsa humildad, no sedetiene en devorar las capacidadesajenas. Raimundo Lulio dec ía"Envejos sa enveja lo auclu tot dia"(La envidia mata de continuo alenvidioso). Amor y envidia tienenuna fuente común: la carencia, perocon Zambrano, podríamos pregun-tarnos "¿qué significará este otroen la envidia que tan lejos la llevade su hermano el amor?" (p. 283).Pregunta que quizá responde unautor reciente, pues señala en "Laenvidia y el deseo" lo siguiente:

"El deseo hace de la carenciauna oportunidad, la entiende comouna llamada hacia otros horizontesy se despliega como una búsquedaindefinida, en festejo y prodigali-dad. La envidia (en cambio) aborre-ce la carencia y la siente como unaprivación, como un insulto, seretrae afectadamente y congeniacon el odio..." (Germain, 2000, p.129).

El vínculo con el otro que naceen toda interacción dual se divorciay desgarra en senderos opuestosen el amor y en la envidia. Lo otrose transforma, en lo uno, en lo mío,cuando hay amor, pero se mantieneirreductiblemente otro en la envidia;incluso el yo del envidioso se difu-mina, pierde su consistencia, sedisuelve en la identidad del envidia-

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do, a quien habita. Como apuntaTubert (1994), insistiendo en la indi-ferenciación que el envidioso sienterespecto al envidiado:

"El otro no coincide con el yo,pero tampoco se diferencia sufi-cientemente del yo" (Tubert, 1994,p. 49).

El envidioso vive en su envidia,ensimismado y proyectado en elotro, hacia donde orienta todos sussensores. Su empeño es tan coar-tativo que poda toda posibilidad decrecimiento personal y lo abisma auna succión de los atributos aje-nos, a una alienación o enajenaciónen su sentido más etimológico,pues degenera en la "servidumbrede sufrir la fascinación del otro queimpide proseguir el camino hacia louno" (Zambrano, 1995, p. 294).

Fascinación del otro en el amor yen la envidia, que se trasmutan endeseo en el primero y en destruc-ción en la segunda. En el amorquiero que el otro se anexe a miidentidad para calmar mi penuriacon la riqueza que el otro me apor-ta. En la envidia, he de destruir lariqueza del otro, para negar la dife-rencia y que mi carencia no mesuma en la desesperación.

A mi entender, la envidia es unaposición anterior al deseo, posiciónevolutiva en la que sin embargo elsujeto puede quedar fijado de por

vida, pero que ordinariamenteforma parte de la transición desdeel egocentrismo infantil (narcisismoprimario, en terminología psicoana-lítica) a la plena constitución del yo,a la definitiva subjetivación, quesólo puede consumarse cuando sereconoce plenamente al otro comodiferente de mí, si bien compatibleconmigo, y sobre todo cuando seaceptan los propios límites y caren-cias personales, renunciando a lafantasía de omnipotencia. Sólo asíentraríamos en lo que Abrahamdenominó fase de relación objetalpostambivalente. Explico lo antedi-cho: acceder al deseo sólo es posi-ble desde la asunción de la castra-ción, de la falta, de la imperfección.El envidioso no puede desear por-que niega su castración y necesitadestruir todo aquello que implica elFalo, la fuerza, la potencia, para asíno tener que contraponer su vacíoa la plenitud colmada del otro. "Laenvidia es deseo mutilado" procla-ma P. Hassoun-Lestienne (2000). Elenvidioso no es capaz de desear,porque al desear aceptamos lodiferente del prójimo, sin que taldiferencia nos empequeñezca onos humille, pero en la envidia nose concibe una relación de horizon-talidad, de igualdad, con el otro,una relación de tú a tú, sino quesólo se conceptúan relaciones ver-ticales en las que el otro forzosa-mente ha de estar arriba o abajo.

Coincido con Tubert (1994) al

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pensar que la envidia puede ser unsentimiento estructurante cuandoaparece en una fase de construc-ción de la individualidad y de transi-ción hacia la identidad básica par-tiendo de la fase previa de fusión ode simbiosis con el otro. Deviene,en cambio, peligrosísima desorgani-zadora cuando se implanta en un yoinseguro y desvalorizado. En estecaso, la envidia no es más que unsentimiento estéril que no engendramejoras, perfeccionamientos, o afa-nes para asemejarse al objeto delanhelo, sino que debilita, impacien-ta y entristece al envidioso. Al decirde Quevedo, la "envidia es flacaporque come pero no se alimenta,devora sin que deje huella lo engu-llido". Quevedo aquí se hace ecodel aforismo medieval, de resonan-cias orales: “la lengua (del envidio-so) no tiene huesos pero los tritura”.

La magn ífica ensayista Mar íaZambrano dibuja el estigma de laenvidia como un infierno terrestre,dándole un sentido nuevo a lafamosa frase sartriana de "el infier-no son los otros", pero no ya por eldaño que me ocasionan, sino sen-cillamente porque su presencia realo virtual despierta mi avidez (Casti-lla del Pino, 1994). Este símil de laenvidia aparece también en Delibes(1983), quien se pregunta: “¿Nolleva el envidioso el infierno en supecado? ¿No daría media vida porno serlo, por no arrastrar a cuestastan pesada carga?”.

El mal está en que, en la medi-da de mi propio sentimiento deinferioridad, voy a incurrir en laidealización o distorsión hiperboli-zante del otro, abultando el valorde aquellos atributos de los queyo adolezco. Señalaba PedroMexía, en Silva de varia lecciónque "lo que más ayudava a lavista era la embidia, porque hazíaparecer las cosas grandes" (p.415). Aún antes de este autorrenacentista, el sabio y poéticoOvidio en su Ars amandi (1, 349)confirmaba esta distorsión visual.Con aguda ironía señala Ovidioque “en los campos ajenos, lacosecha es siempre más abun-dante”. Consiguientemente, pues,en la emergencia de la envidia laparidad se rompe y nos catapultaa la supresión del otro como fór-mula inevitable y única que no meobligue a confrontarme con mi pri-vación. Vemos, pues, que se tratade un juego de espejos deforman-tes. El OTRO es a un t iempomedida y baremo de nuestro ser yvaler, metro de nuestra estatura,pero metro deformado por elastigmatismo de la envidia queenaltece el reflejo y envilece alreflejado.

En el pensamiento psicoanalíti-co se diría que el envidiado ocupael lugar de un Yo Ideal grandiosoque subraya la pequeñez del yoreal de quien se contempla en él.Mientras el otro sea, yo sólo seré

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su sombra (a propósito de estaexpresión relacionada con la envi-dia y que enfatiza la verticalidaden dicha relación, J. A. Marina(2000) señala un término francés,s in equivalente castel lano,Ombrage, que alude al que ‘noshace sombra ’ o ‘nos hace demenos’ ). Obsérvese que, en elfondo, el envidioso no ha renun-ciado jamás a ese Yo Ideal mega-lómano, sino que como sagaz-mente advirtiera Santo Tomás pre-senta una "presunción desespera-da de superar a todos los demás"y padece "un deseo de excelenciadesordenado, que no nace del notener sino del querer más". Confir-man esta visión moral unas pala-bras que se atribuyen a Cervan-tes, procedentes de un Diálogo(¿en torno a 1613?), donde seseñala:

"... el que tiene envidia, que leroe como carcoma las entrañas, ycon ella reprueba y abomina de lasbuenas y virtuosas obras del otro,nos quiere persuadir a que creamosque es deseo de bondad, y que sumaligno parecer se tenga por celovirtuoso, siendo una punta endia-blada de quererse aventajar detodos, por este encubierto camino"(M. de Cervantes ?, 1613 ?, p. 8 delmanuscrito).

La envidia se dora y cubre con elcelo protector que busca aumentarla perfección y completar la virtud

del envidiado, acudiendo al recursode sacar a flote los defectos delotro, para, tras la maledicencia,quedar el envidioso en el contrasteenaltecido por su pundonor y afánde virtud, medrando a costa de lasospecha ajena.

3. ¿EXISTE UNA ENVIDIA SANA?

Es fácil constatar que quien seatreve a admitir su envidia, suelepuntualizar que es sana, mientrasque la que observa en los demáses 'cochina' -envidia buena y envi-dia mala, "como el colesterol" dis-crimina una graciosa psicoanalistabilbaina, Usobiaga-. La presunta-mente 'sana' es, en realidad, admi-ración o, a lo sumo, emulación,pero en ambas falta un ingredienteesencial en la envidia verdadera: lanecesidad de destruir lo otro. Sinembargo, es importante subrayarlas coincidencias existentes entreadmiración y envidia.

LO OTRO sustantivado, es laesencia tanto de la envidia comode la admiración. Ambas tienen encomún la percepción de una falta,de una incompletud, sólo que en laadmiración dicha constatación esfecunda porque dirige hacia el otroel eros anhelante, para suturar consu existencia complementarianuestra privación, pero en la envi-dia la falta sólo provoca dolorosoresentimiento, bloqueo, parálisis

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destructiva. La admiración incita ala imitación; la envidia incita a lasupresión del otro. La película deMankiewicz "Eva al desnudo"constituye el más fino análisis psi-cológico de la diferencia entreambas emociones. El admiradorreconoce la superioridad del admi-rado, al t iempo que admite suseparación e individualidad, asícomo el derecho a ocupar el lugarque tiene. El envidioso, por contra,no admite la superioridad del otro ola atribuye a una injusticia, a unazar, a un enchufe, ... y sólo conci-be una solución: si el otro desapa-reciera (enfermara, muriera, fueradesprestigiado, se demostrara sufalta de calidad, etc...), su lugarquedaría vacante y podría ser paraél. Por tanto, el destino de la envi-dia no es el esfuerzo o el ascensobasado en el mérito, sino la suplan-tación, la negación del otro. Grego-rio Marañón puntualiza en este sen-tido que suele achacarse a la envi-dia ajena, con sus trabas, entorpe-cimientos, y zancadillas, la culpadel propio fracaso o la propiamediocridad, pues a fin de cuentas,quien no reúne merecimientos paraser admirado, cree ser blanco de laenvidia. Vuelvo en esto a Unamuno,en otro lugar "Ni envidiado ni envi-dioso" (1917), cuando sentencia:"Apenas queda por ahí, en efecto,quien no envidia a otros y se creaenvidiado por otros... Y así encon-traréis tantos ánimos amargados,entristecidos, quisquillosos y rece-

losos" (p. 775). El creerse envidiadopor alguien deviene a menudo en elpretexto ideal para evitar la autocrí-tica; permite al individuo justificarracionalmente su fracaso atribuyén-dolo a las trabas y boicots impues-tos por su maligna cohorte de envi-diosos.

4. ENVIDIA Y CREATIVIDAD

Melanie Klein acertó plenamenteen su magistral ensayo "Envidia ygratitud" (1957) al indicar que loque inspira la mayor envidia en loshombres es la creatividad de otroshombres, su capacidad de genera-ción, de producción. Mientras elenvidioso es mimético y reproduc-tor, el verdadero genio es empren-dedor, ocurrente, original, artista. Elenvidioso no puede permitirseadmirar la energía generadora deotros, por ello trata de socavarla,trivializarla o arruinarla para mer-mar la admiración que podría cau-sar en los demás. La envidia mar-chita la productividad. El pecadosimbolizado en Luzbel, la envidia,no lo es tanto del poder cuanto dela capacidad creadora de Dios.Con razón, Meltzer ha dicho que laenvidia es admiración fracasada,puesto que no se logra integrar elamor y el deseo que despierta lacualidad o la posesión del otro.Carballo (1958) diseccionó la envi-dia como ausencia de capacidadcreadora. En una obra reciente, De

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Santis (2001) recalca esta relaciónenvidia-creatividad constatada pordoquier en la vida artística, literariao científica de nuestro entorno cul-tural, y que conduce al ninguneodel talento verdadero y a la alaban-za y apología del mediocre, garan-tizándose así no ser preteridos osobrepasados por la creacióngenuina:

“¡Cómo nos ayudan los amigosmientras no conf ían en nuestracapacidad! Pero en cuanto sabenlo que valemos, se nos vuelven encontra. Nada hay peor que la envi-dia literaria…” (De Santis, 2001,82).

La envidia supone el cénit de laambivalencia, o, como dicen lospsicólogos franceses, en expresiónneologística y bizarra: el "Odioamo-ramiento". Nicolás Caparrós aludea esta compleja imbricación deopuestos que se dan en la envidiacon la afortunada expresión de"amor tanático": es un amor quemata, sobre todo al envidiosomismo.

Vemos crecer la envidia comoun cáncer metastásico que atrofiala potencia creadora o la traba, queaporta sentimientos de indignidad,humillación y denigración en el quese sabe no poseedor de este don otalento. Es la enfermedad quedevora a Salieri ante el genio prodi-gioso de Mozart (Sopena, 1985), a

Joaqu ín Monegro frente a AbelSánchez (Unamuno, 1923 ).

El doble movimiento de la envi-dia es, por un lado, la voracidad oavidez frustrada que reclama insis-tentemente en forma de queja y deexpresión rencorosa lo que no setiene, y por otro, el victimismo per-secutorio al considerarse merece-dor de los dones que injustamentele han sido arrebatados. La envidiase disfraza de autoconmiseraciónpor la mala suerte o la adversidadque nos priva de lo que nos corres-ponde por derecho.

"El otro es un 'doble prodigioso'que goza en mi lugar de lo que yodebería ser o hubiera sido (de noser por él)" (Sopena, 1985, p. 295).

El envidioso a menudo es un hol-gazán, le repugna el esfuerzo quepodría hacer para proveerse de losbienes que apetece en el otro. Pre-fiere falsificar, apropiarse con enga-ño, practicar fraude e impostura,pero todo ha de ser urgente, apre-miante, dada su impaciencia.

El envidioso es un ladrón enpotencia: lejos de dar algo, deseaapropiarse el bien de otro. Sudeseo no le dinamiza e impulsa aavanzar hacia lo desconocido;antes al contrario, lo bloquea en elinstante de la carencia y luego loempuja regresivamente a usurpar loque ya sabe que está ahí.

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5. ENVIDIADO Y ENVIDIOSO:LA INSUFRIBLE ALTERIDAD

D. Hume supo ver que la envidiasurge de la comparación y, a su jui-cio, lo es siempre de la felicidad delos otros comparada con la nues-tra:

"La desgracia de los otros nosproporciona una idea más vivaz denuestra felicidad, y su felicidad, unaidea más vivaz de nuestra miseria.La primera, por consiguiente, pro-duce placer, y la última dolor" (vol.II, p. 154).

De hecho, él señalaba dos condi-ciones para que brote la envidia:

a) que exista un elemento comúnque permita la comparación,

b) y que haya proximidad y pro-porción entre las partes.

En efecto, una condición necesa-ria para que aflore la envidia es laexistencia de simetría entre losintegrantes del tándem. Simetríareal que es percibida distorsionada-mente como asimetría valorativa. Sila relación es demasiado desigual oasimétrica, podrán gestarse otrasemociones: resignación, conformis-mo, impotencia, fatalismo. Ordina-riamente, uno se compara con suhermano, con su vecino, con sucompañero de clase, y de la ruptu-ra de la equidad esperada puede

surgir la envidia. Con respecto alsuperpoderoso, famoso o hermoso,no brota la envidia porque no hayequivalencia en el punto de partida,ni en la expectativa, como tampocoen el mérito o en la propiedadsobre el bien que es objeto de lacomparación. Los envidiados sonretratados por Valcárcel como"aquellos que (siendo originaria-mente como yo) parecen habertenido más suerte que yo y notoman precauciones de no mostrar-se orgullosos de ello" (p. 94). Sesuma en ello a Quevedo cuandocertificaba que "los que más sequejan porque los invidian son losque siempre están haciendo por-que los invidien".

Es por envidia por lo que nadiees profeta en su tierra, aún cuandosea admirado y reconocido fuerade ella, ya que a todos es más fácilalabar a un extranjero que a unconciudadano, admitir influenciasforáneas que mostrar gratitud conun próximo. Ello se debe a quereconocerse deudor de un compa-ñero se vive como humillante, puesmengua la propia estatura o logropersonal, en tanto que el parangóncon lo remoto no devalúa tanto elmérito propio. Tácito supo verantes que nadie que “el odio (envi-dia) de los parientes es el másferoz” (Historias 4, 70,3).

Envidioso y envidiado componenuna entente bifronte, un Jano míti-

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co, "máscaras distintas de un únicoser dividido" (Zambrano, 1955, ibid,p. 263). Entrambos se estableceuna relación especular, en la que -como en el caso de las soberbiasobras unamunianas "El Otro" (Una-muno, 1926) y "Abel Sánchez"(Unamuno, 1923), la desaparicióndel otro, lejos de suponer la oportu-nidad definitiva para consagrar lapropia existencia del envidioso yafirmar su lugar en el mundo, signasu propia muerte:

"Puesto que el envidiado era elsoporte de la existencia del envi-dioso, la desaparición real del otroacaba con él mismo. Si su vida sealimentó del deseo de muerte delotro, en el contexto de una relaciónespecular, no puede sobrevivirle"(Tubert, 1994, p. 60).

Como certeramente indicó Zam-brano, el otro no está fuera, sino enun abismal y alucinatorio dentro.He ahí el empeño de suprimirlo,calumniarlo, desprestigiarlo o des-merecerlo, porque sólo así se reba-jará de la posición de superioridadque ocupa en el imaginario mentaldel envidioso. Sólo así quedarápostrado y sojuzgado, a sus plan-tas.

Sin comparación, sin cotejo, nohay envidia. Lechartier-Atlan (2001),habla de una "fantasía siamesa"aplicable a la relación mental que elenvidioso mantiene con el envidia-

do, similar a la mantenida por loshermanos siameses, donde algoque debería estar individualizado yposeído como identidad personal,separada y diferenciada, es sentidocomo hurtado por un otro, del cualno puede separarse sin riesgo parala propia vida, pero en la que secree que sólo la aniquilación delotro puede dar acceso a una identi-dad completa. En dicha 'fantasíasiamesa', acceder a la identidadsupone el sacrificio de destrozar alotro, pero al hacerlo se destroza así mismo. Atacar al hermano, alsemejante, en tanto proyección delpropio yo, es tanto como atacarsea sí mismo. Hallamos magníficasilustraciones de esta problemáticadel doble en obras consagradas dela literatura universal, siendo las deDostoyevski, Rank y recientementela de Irene Gracia, "Mordake o lacondición infame", las que vislum-bran la relación con el otro siamésen la envidia como el vínculo delnegativo con el positivo de la pro-pia identidad. Vuelve a emerger laimposibil idad de compartir, deaceptar la semejanza, la simetríacon un otro. Afirma Carballo que"... si ante la magnanimidad crea-dora (del otro) la actitud es de agra-decimiento, la persona crecerá enarmonía, fundiéndose etapa trasetapa, cada vez en una unidadmejor integrada; si la reacción esde envidia, la íntima escisión seráirremediable, el yo quedará parasiempre agrietado, dividido, o en

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riesgo constante de dividirse; unaparte de su ser odiando a la otra"(1958, p. 4.).

Es digno de subrayarse que, enrealidad, el envidioso padece untrastorno narcisista de la persona-lidad, pero que no teniendo méri-tos obvios que adornen y acredi-ten su deseo de descollar (puessabido es: la envidia es vicio quearraiga en los mediocres, pero dela que ellos nunca son objeto), laúnica oportunidad de cumplir supropósito es destruyendo los méri-tos ajenos. La necesidad de des-truir al otro se alterna con el deseode fagocitarlo, de vampirizarlo, demimetizarlo, de ocupar su lugar sinque nadie se percate del trueque.Pensamiento Inconsciente que setraduce en su espíritu atormentadoasí: "si no puedo estar en la cum-bre, al menos puedo no sentirmeridículo si consigo que los triunfa-dores pasen al subsuelo". La oca-sión de que la propia mediocridaddescubra su aura es apagando losbrillos de toda luminaria que luzcaen derredor. La envidia deviene,así, el arma del vanidoso mediocreque reivindica por 'ley democráti-ca' lo que por natura o gracia le hasido negado: "si yo no puedotenerlo, que no lo tenga nadie". Enuna declamación sobrecogedorade "Las criadas", Genet (1945)resalta la desgarrada ofuscaciónde las personas grises, fruto de su soberbia golpeada, y el torren-

cial odio envidioso en que desem-boca:

"¡La odio! Odio su pecho lleno deexhalaciones balsámicas. ¿Supecho... de marfil! ¡Sus muslos... deoro! ¡Sus pies... de ámbar!...¿Creeque puede robarle la belleza al cieloy privarme de ella? ¿Elegir sus per-fumes, sus polvos, su laca para lasuñas, la seda, el terciopelo, elencaje y privarme de ellos?"(Genet, 1945, p. 60).

La envidia es un sentimiento dual,a diferencia de los celos que confi-guran una emoción triangular queimplica la rivalidad con un segundopor el amor de un tercero. La envi-dia, sin embargo, es una relaciónsimbiótica, generalmente unilateral,aunque a menudo alimentada por elenvidiado, sobre todo si cree en elrefrán que reza: "quien de nadie esenvidiado, ése es desgraciado". Jac-tarse de las propias conquistas oexcelencias no se hace siempre pormera presunción o egolatría, cuantopor ponderar el valor propio que cali-brar el valor propio en la envidiaajena se suscita. No pocos pensado-res insisten en culpar al envidiado dela envidia, pues consideran que laostentación y arrogancia que exhi-ben deliberadamente acaba siendoel veneno que germina en el ánimodel desfavorecido como envidia yresentimiento. Por ejemplo, Lavede-ze acusa al triunfador de alentar laenvidia en los subordinados:

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“Cuando alguien acude al pedes-tal de la vida pública no está allísolo para recibir aplausos; pues elmero hecho de encaramarse ya esun modo de agresión para el quemira desde abajo”.

Pero no deja de ser cierto que enmuchas ocasiones el envidiado nisiquiera sospecha serlo, pues noposee nada que crea digno deenvidia. De hecho, a menudo laspersonas afortunadas, famosas oricas envidian la sencillez, la pobre-za o el anonimato: esto es, laausencia de dones o bienes quepresuntamente despiertan envidiauniversal.

No ha de sorprendernos quetanto el envidiado como el envi-dioso coincidan en la ra íz delpadecimiento: la inseguridad en lapropia identidad, el uno por mirar-se en los éxitos del otro, amar-gándose por la falta propia, y elotro por necesitar para reafirmarsu valor el tormento y la amarguradel envidioso que se espía en sumirada. Otro refrán avisa que"quien descuella, la envidia des-pierta". Por eso, contra la opiniónde San Agustín, que salvaba cier-tas formas de soberbia con elaforismo de "la humildad es laverdad", se comprueba que laverdadera nobleza y cal idadhumanas se acompañan de unagenuina sencil lez, sin alardes,petulancias o falsas ostentacio-

nes que, por lo general, sólo sonropaje grandilocuente de la faltade elocuencia de los méritos ate-sorados.

Lo que se envidia, por lo gene-ral, es ese factor azaroso, gratui-to, que rompe la simetría entreambos miembros del tándem, loque marca las diferencias entreellos. En efecto, no es el don con-quistado por el esfuerzo, sino elbien obtenido por el capricho gra-cioso de la Naturaleza que desni-vela in justamente los donesdados a sus criaturas. Así, el bienenvidiado suele ser fruto de facto-res accidentales como la genéti-ca, la suerte o la veleidosa fortu-na, pues ¿por qué al otro le tocóla lotería y no a mí, por qué el otrome supera en belleza, en inteli-gencia natura l , en s impat ía?Reparemos en que el azar, Dios,la Naturaleza, etc, son quienesfavorecen a unos y soslayan aotros, los que esparcen diferen-cias, implantando la ruptura de lajusticia distributiva o de la equi-dad. Y eso llena de rabia y resen-timiento a todo aquel que se hayaconvencido de la equivalencia encuanto a los derechos, méritos oprebendas. Por tanto, la envidiase acompaña de una percepcióndel desequilibrio: "mientras el otroes elegido, yo soy repudiado;mientras el otro asciende, yo meestanco, y aún permaneciendodonde estaba, mi virtud queda

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atenuada por el favor otorgado alotro, que antes era mi igual". Ensu magnífico y programático libro“El laberinto sentimental”, Marina(1996) conjeturaba que el anheloadherido al envidioso es el deseode ser preferido a todos. De seresto así, no es la restitución de laequidad lo verdaderamente bus-cado por el envidioso, sino undesequilibrio que le favorezca aél, que le encumbre.

La alteridad es ruptura de lasemejanza. La secuencia dinámicadel proceso comienza cuando sesustituye el ‘soy como todos losdemás’ por el ‘soy menos que elotro ’ aunque necesitar ía ‘sermejor o más amado que el otro’.La merma del valor propio es cali-brada como devaluación. Comien-za así el proyecto de la envidia,que con todas sus añagazas ydisfraces va a pretender nivelarnuevamente los elementos de lacomparación: el otro y yo. A fin decuentas, lo intolerable no es queel otro posea lo que yo no poseo,sino la plenitud y la felicidad queeso le aporta, pues me señalacomo carente, privado, desposeí-do... desigual, en suma. (Matton,2000).

"Lo que el envidioso no logra essu proyecto de ser el envidiado"(Castilla del Pino, p. 40, 1994 ó2000).

6. EL CORTEJO EMOCIONALDE LA ENVIDIA. DISFRACESY ESTRATAGEMAS

"Nuestros tiranos son nuestrosvicios.

El más cruel de todos en sussombríos caprichos,

el más infame a la vez y másencarnizado,

que hunde en el fondo del cora-zón un dardo envenenado,

ese verdugo del espíritu, ¿quiénes? La envidia" (Voltaire. Discursosobre la envidia)

Puesto que se trata de un senti-miento complejo, la envidia serodea de un séquito de emocionesque van desde el odio a la fascina-ción por el otro, desde la admira-ción y el deseo de emulación a lacrueldad destructiva, desde elautoconcepto exaltado y soberbiode sí mismo hasta el melancólicoautomenosprecio. Sentimiento depequeñez o futilidad del envidiosoque se agiganta y distorsiona por lano asumida soberbia: el deseo deser grande y reconocido torna insu-frible la prosperidad ajena, pues sepercibe como la usurpación de lagloria a él reservada. La soberbia,pues, lejos de ser opuesta a laenvidia, es o bien su fuente, ocuando menos uno de sus afluen-tes.

Vives (1957), en su "Tratado del

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alma" enfatiza el parentesco entreambas emociones al señalar que"son envidiosos los soberbios y lospusilánimes" (p. 202), porque ambi-cionando lo máximo no valen másque para conseguir lo mínimo, yesperando el reconocimiento de losdemás se mueren de ver que elaplauso se vuelve en otra dirección.Pero cada una de estas paradojasesconde el haz y el envés de unamisma producción emocional, sonno más que formaciones reactivas omecanismos de transformación ensu contrario para disimular o contra-rrestar el alcance de la envidia. Pues,como dijimos antes, de todos los'vicios' y 'pecados' hay quien presu-me o se jacta, excepto de la envidia,fácil de reconocer e interpretar enotros, jamás en uno mismo, salvoque se aduzca sea una 'envidiasana' o se confunda como hacen losfranceses con el 'avoir envie': eltener gana o apetito de algo. Pero elanhelo o deseo de algo es, comohemos visto, antónimo de la envidia,pues mientras ésta se alimenta deimpulsos destructores, el deseo lohace de estímulos unitivos con elobjeto.

Hemos de tener en cuenta que laenvidia es, con diferencia, la emo-ción más secreta y celosamenteocultada, la que más avergüenza y laque más se niega. Nadie está dis-puesto a admitir que envidia, porquesería reconocer la falta propia, y estoes incompatible con la imagen de

suficiencia y potencia que cualquierapretende fingir. Por ello, sus disfra-ces y máscaras son múltiles: calum-nia, maledicencia, murmuración,delación, crítica sibilina, insinuaciónperversa, conspiración traidora,silencio inconveniente… Sutilmentemanipulados, estos recursos puedenconseguir el objetivo sin desenmas-carar al envidioso que ladinamentelos prende. De Carlos Fisas (1991)entresaco un refrán que alude a estarelación: "Si envidias a un hombre,por inferior a él te reconoces". Lamera dificultad para reconocer enuno mismo y aceptar la propia natu-raleza envidiosa obstaculiza grande-mente la lucha contra ella, pues, "alaceptarla, al llamarla por su nombrese desactiva su carácter destructivo"(Valcárcel, 1994, p. 106).

La envidia va asociada al sufri-miento provocado por "la restric-ción que le impone la existencia delotro" (Hassoun-Lestienne, 2000, p.57), a la autoconmiseración, quejasy percepción deformada de la pro-pia ruina y demérito (Alberoni,1991), al sentimiento de fracaso eincompetencia. por comparacióncon el otro idealizado, a la ingratituy a la crítica mortífera de lo envidia-do. Villamarzo (2000) subraya, aeste propósito, la descalificación yla hostilidad respecto al objeto deenvidia, que deja siempre entrever-se un pero, una sospecha, unaobjeción, en medio de cualquieralabanza.

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La envidia se emparenta tambiéncon el pesimismo, la resignación, lapercepción de incontrolabilidad, defatalismo e indefensión. Alberoniexplica que la envidia individual esconservadora y bloqueante; en con-trapartida, la envidia social, grupal,colectiva o de clase es un acicatepara la reivindicación, la revolución yla reclamación de una justicia másdistributiva, siempre que no se admi-ta la desigualdad como algo inmuta-ble y natural. Así ocurrió en la Revo-lución Francesa, por ejemplo. VictoriaCamps (1994) analiza la envidiacomo máscara de la justicia, cuandose arraiga como exigencia de igual-dad y protesta contra las arbitrarieda-des. Si el sentimiento de injusticia porla desigualdad no se hace conscientey no se encauza positivamente haciala restauración del equilibrio, apare-cerá el victimismo, el resentimiento yel rencor. El sentimiento de perjuicioanida en la querulancia del envidioso,así como su satisfacción maliciosacuando descubre que el envidiadotambién sufre (Lazarus, 2000). No enbalde, Orthony y Clore (1988), ubicanla envidia entre las emociones rela-cionadas con las vicisitudes de losotros, pero como un estado de malavoluntad, pues engendra la necesi-dad de vengarse o de manchar yenturbiar el bien del otro. Un clásicocomo Vives (1957), ya advirtió contraestas consecuencias:

"... (el envidioso) se complace enla maledicencia y se apodera de

cuanto hace o dice otro como élpara infligir una mala nota o difundiruna mancha..." (p. 202).

Una reciente interpretación delos atentados del 11 de septiembrerealizada por el polémico Fukuya-ma apuntaba en esta dirección.Piensa é l que la envidia de losmusulmanes hacia el éxito de Occi-dente, con su progreso y su moder-nidad, está en la raíz del odio des-tructivo de los terroristas de AlQaeda. En su lectura, el ataque alos epicentros simbólicos del podery del desarrollo occidental estabapropulsado por la retaguardia isla-mista que, lejos de reconocer suatraso y su fracaso como civiliza-ción, otrora próspera y vanguardis-ta, opta por mantener y enorgulle-cerse de su regresión y su primiti-vismo, destruyendo lo ajeno parano asumir el esfuerzo y el reto de lasuperación. Paralelismo con estaaudaz conjetura de Fukuyama loofreció nuevamente Unamuno alseñalar la envidia como origen delodio antisemita de los nazis:

"El antisemitismo de los presun-tos, supuestos y sedicentes arios,¿qué es sino envidia, envidia tapa-da por un fingido orgullo que ocultala conciencia de un complejo deinferioridad" (Unamuno, 1934, p.1348).

La envidia, además, supone ungasto inútil de energía, autoconsu-

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me al sujeto, invita a la rumiaciónobsesiva (Cubero, 2000), ancla alhombre en la misma posición queno sufre alteración ni con el pasodel tiempo, ni con el cambio de cir-cunstancias, ni siquiera con lamuerte del envidiado. Caparrós(2000) destaca que el objeto deenvidia es perdurable y no inter-cambiable; confina en la soledad yen la desconfianza al envidioso(Germain, 2000). La envidia noencuentra nunca su catarsis. Unavez que prende en el ánimo, lo roey lo devora.

Ahora bien, el lento trabajo de laenvidia (Alberoni, 1991) se disfrazade desprecio o menosprecio, trans-valorando el valor de lo valorado oañadiendo un contravalor que loatenúe ("la manzana es apetitosa,pero tiene un gusano"); a menudose enmascara de cínico agradeci-miento, con el retintín altivo con queexpresa gratitud el envidioso. Secubre también de una falsa lealtad("A menudo el énfasis en la lealtaddelata al traidor", Cercas, 2001), ode adulación (Mexía, 1550), de falsoestoicismo (para evitar la envidia ocontrarrestarla, Séneca aconsejapensar que muchos que alcanzansu dignidad, fortuna, prestigio, etc,se han dejado la vida en ello: "hantrabajado para el epitafio de susepulcro", p. 52).

Se recubre también del disfrazde emulación o imitación que

mientras no llegue al límite de laimpostura, el plagio o la suplanta-ción, puede pasar por ser la envi-dia socialmente correcta o, comodice I. Sanfeliu (2000), pasada porel crisol de la decencia. Se disfra-za de modestia (hace poco oí aalguien que decía a otra persona:"llevamos la misma falda, pero latuya es más bonita") , a vecesincluso de jactancia exagerada yorgullosa en los méritos propiosacompañada de compasión porlos lastres que acarrea la fortuna ola fama a los otros ("pobrecillos losricos, todo el día preocupados porsu dinero, angustiados de no per-derlo o de que no se lo roben",etc). Nadie tan atinado a la hora dedesenmascarar la envidia tras losropajes hipócritas de la adulación,la cortesía, la falsa modestia o lareivindicación encendida de justi-cia igualadora, como el perpetuoUnamuno. Todos quedamosemplazados a reflexionar acercade las raíces de esta envidia hipá-nica, cuya cúspide literaria encon-tramos en su "Abel Sánchez".Estemos ojo avizor no para evitar-la, pues inevitable es, pero sí paramitigar sus efectos destructivos.Examinemos si se encuentran ennuestra vida o en nuestro entornoalguno de los tres gérmenes que lahacen fermentar: ociosidad espiri-tual, superficialidad mental, caren-cia de grandes y genuinas preocu-paciones (Unamuno, 1909). Sóloasí habremos de remediarla.

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