M. Abeles - La antropología política. Nuevos objetivos, nuevos objetos

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  • 8/2/2019 M. Abeles - La antropologa poltica. Nuevos objetivos, nuevos objetos

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    Revista Internacional de Ciencias Sociales- 1997No.153: Antropologa - Temas y Perspectivas: I. ms all de las lindes tradicionales.

    http://www.unesco.org/issj/rics153/titlepage153.html

    La antropologa poltica: nuevosobjetivos, nuevos objetos

    Marc Abls

    Los antroplogos empezaron a interesarse por la poltica como consecuencia de lasrepercusiones de las teoras evolucionistas. Sus investigaciones se dirigan principalmente alas sociedades remotas con sistemas polticos diferentes de los que prevalecen en lassociedades modernas. Estos trabajos, realizados en todos los confines del mundo, dieronlugar a monografas, sntesis comparativas, y reflexiones generales sobre las formas arcaicasdel poder. Hoy la antropologa debe estudiar las interdependencias cada vez ms estrechasentre estas sociedades y las nuestras, y las transformaciones que afectan a los procesospolticos tradicionales (Vincent, 1990). Tambin debe proponerse, igual que las demsdisciplinas antropolgicas, explorar los arcanos del mundo moderno y el funcionamientode los sistemas de poder en el marco del Estado moderno y de las crisis que lo debilitan.Esta renovacin no se limita a una ampliacin del campo emprico, sino que, dados los

    interrogantes inditos que se suscitan, requiere un nuevo planteamiento de conceptos ymtodos.

    La antropologa, partiendo de una visin comparativa que la llevaba construir taxonomasde "los sistemas polticos", se ha ido orientando hacia formas de anlisis que estudian lasprcticas y las gramticas del poder poniendo de manifiesto sus expresiones y sus puestasen escena. Este enfoque siempre ha hecho hincapi en la estrecha imbricacin entre elpoder, el ritual y los smbolos. Los antroplogos, lejos de pensar que hay un corte neto ycasi preestablecido entre lo que es poltico y lo que no lo es, pretenden entender mejorcmo se entretejen las relaciones de poder, sus ramificaciones y las prcticas a las que danlugar. La investigacin trae a la luz los "lugares de lo poltico" que no correspondennecesariamente a nuestra percepcin emprica, que tiende por su parte a limitarse a las

    instancias formales de poder y a las instituciones.

    A menudo se ha sealado el contraste entre cmo lo poltico impregna todos los aspectosen las sociedades tradicionales, lo que se manifiesta en la organizacin estatistamaterializada en sus mltiples instituciones, y la autonoma de que disfruta en el mundomoderno. Sin duda sta es la razn por la cual el enfoque antropolgico se ha limitadodurante mucho tiempo al universo de las sociedades exticas, en las que la falta dereferencias favoreca el entusiasmo de los investigadores por identificar estos lugares de lopoltico realizando as un trabajo profundo y de larga duracin. La prioridad que se daba alo de fuera, a lo remoto, a lo extico, tuvo el inconveniente de erigir una frontera entre dosuniversos que aparecan como dotados de propiedades ontolgicas diferentes. Al oponeras dos mtodos; uno apropiado para entender las sociedades en las que es difcil separar lo

    poltico de los dems aspectos de la realidad, el otro aplicable a la contemporaneidad en lacual la institucin poltica est claramente circunscrita, se estaban poniendo lmites

    Marc Abls es director de investigacin del Centro Nacional de Investigacin Cientifica. Dirige el

    Laboratorio de Antropologa de las Instituciones y de las Organizaciones Sociales, 59 rue Pouchet, 75017Pars, Francia y es profesor de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales. Es autor de numerosos

    artculos y obras de antropologa, entre los que destacan: Anthropologie de l'Etat, 1990, La vie

    quotidienne au Parlement europen, 1992,En attente d'Europe, 1991,Politique et institutions: lments

    d'anthropologie, 1997.

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    implcitamente al quehacer de los antroplogos, y reservando a los socilogos y politlogosel monopolio de las investigaciones sobre la modernidad. Sin duda este reparto de loscampos de estudio ha tenido efectos positivos, puesto que ha permitido a las diferentesdisciplinas profundizar en el conocimiento de sus respectivos mbitos.

    Poder y representacin

    Al mismo tiempo, este tipo de frontera no poda resistir mucho tiempo a un doblemovimiento: por un lado, la curiosidad de los antroplogos por sus propias sociedades lesllevaba a ampliar sus campos de investigacin; por otro, los politlogos se sentan cada vezms fascinados por algunas facetas de lo poltico hasta entonces fuera de sus campos deinvestigacin, como los ritos y los smbolos (Sfez, 1978). Si nos remitimos a las abundantesinvestigaciones antropolgicas que se produjeron a partir de los aos setenta, vemosperfilarse todo un nuevo horizonte de temas relacionados con el inters que suscitan lassociedades occidentales desarrolladas. Basta con observar la multiplicacin de los trabajoseuropestas para darse cuenta del cambio. Con el paso del tiempo se aprecia mejor hastaqu punto han evolucionado los temas en este aspecto. Al principio los antroplogosdieron prioridad a la diferencia, interesndose ms por las periferias que por el centro,

    prefiriendo estudiar las sociedades rurales tradicionales o las minoras urbanas queconservaban sus particularismos, como si implcitamente necesitaran mantener todavacierta distancia respecto a su objeto.

    Desde luego, el Estado moderno parece tener poco que ver con las estructuras arcaicas, lasinstituciones balbucientes que atrajeron el inters de los primeros antroplogos. Lacomplejidad de las administraciones, la existencia de un denso tejido burocrtico, laabundancia de jerarquas, es decir, la instancia estatista tal y como la encontramos ennuestras sociedades tiene muy poca relacin con los funcionamientos mucho ms difusosque caracterizan lo poltico en los universos exticos. Hay una verdadera disparidad deescala entre el fenmeno estatista contemporneo y los dispositivos que describieron losantroplogos, sobre todo en categoras como las de sociedad segmentaria o de distrito que

    designan realidades muy heterclitas. Y sin embargo, si se ven las cosas siguiendo el puntode vista de ese enfoque, se entienden de manera totalmente diferente. En efecto, sientendemos por antropologa el estudio de los procesos y dispositivos de poder que irrigannuestras instituciones, y de las representaciones que muestran el lugar y las formas de lopoltico en nuestras sociedades, entonces nos daremos bien cuenta de lo que estos estudiospueden ensearnos sobre nuestro propio universo y reconoceremos sus objetos favoritos.

    Igual que los antroplogos que abordaron el tema del poder en las sociedades africanas,podemos considerar la poltica como un fenmeno dinmico, como un proceso que escapaen parte a los empeos taxonmicos centrados en la nocin de sistema. La definicin de lopoltico que proponen Swartz, Turner y Tuden, segn los cuales se trata de "procesosoriginados por la eleccin y realizacin de objetivos pblicos y el uso diferencial del poder

    por parte de los miembros del grupo afectados por esos objetivos" (1966: 7) pone bien demanifiesto la combinacin de tres elementos en una misma dinmica: el poder, ladeterminacin y realizacin de objetivos colectivos, y la existencia de una esfera de accinpoltica. Como todas las definiciones, tambin sta tiene su punto dbil, pero tiene la

    ventaja de precisar lo que entra en juego en toda empresa poltica. No obstante, se apreciaun olvido de gran importancia en el discurso de estos antroplogos. El aspecto territorialno aparece, mientras que autores tan distintos como Max Weber y Evans-Pritchard hanhecho hincapi en este aspecto constitutivo de lo poltico. Recordemos la clebredefinicin weberiana del Estado como "monopolio de la violencia legtima en un territorio

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    determinado" o la caracterizacin en The Nuer de Evans-Pritchard, de las relacionespolticas como "relaciones que existen dentro de los lmites de un sistema territorial entregrupos de personas que viven en extensiones bien definidas y son conscientes de suidentidad y de su exclusividad." (1940: 19).

    Un enfoque antropolgico consecuente y deseoso de no cosificar el proceso poltico tiene

    que combinar, a nuestro entender, tres tipos de intereses: en primer lugar, el inters por elpoder, el modo de acceder a l y de ejercerlo; el inters por el territorio, las identidades quese afirman en l, los espacios que se delimitan; y el inters por las representaciones, lasprcticas que conforman la esfera de lo pblico. Salta a la vista hasta qu punto seencuentran entretejidos estos diferentes intereses. Difcilmente se podra imaginar unainvestigacin sobre los poderes que hiciera abstraccin del territorio en el que se ejercen:como tambin cuesta trabajo pensar aisladamente en la esfera pblica, el espacio y la accinde lo poltico. No obstante, desde un punto de vista analtico puede ser necesario ver porseparado y sucesivamente estos tres aspectos en el terreno que nos ocupa, es decir, lassociedades contemporneas y sus Estados.

    Para reflexionar sobre lo poltico en nuestras sociedades estatistas, hay que abandonar ese

    empeo ilusorio que consiste en considerar el sistema poltico como un imperio dentro deun imperio para a continuacin tratar de hacer coincidir las partes, en este caso, lainstitucin y la sociedad. Foucault que se ha visto confrontado en sus obras sobre la locura,el sexo, la crcel, a la omnipresencia de normas y aparatos, propuso una forma de anlisisque trata de superar esta dificultad esencial. "El anlisis del poder no tiene que partir comodatos iniciales, de la soberana del Estado, la forma de la ley o la unidad global de unadominacin; stas no son ms que las formas terminales del poder." (1976: 120). Sin llegara los datos ms inmediatos que representan la ley y la institucin, es importante considerarla relacin del poder y las estrategias que se tejen dentro de los aparatos; pero losinstrumentos tradicionales de las teoras polticas parecen inadecuados: "tenamos querecurrir a formas de pensar en el poder que se basaban en modelos jurdicos (qu es lo quelegitima el poder?), o bien en modelos institucionales (qu es el Estado?)." (Dreyfus,

    Rabinow 1984: 298).

    Foucault seala que, ms que cosificar al poder considerndolo como una sustanciamisteriosa cuya verdadera naturaleza habra que estar siempre tratando de descifrar,conviene plantear la cuestin de "cmo" se ejerce el poder. Pensar en el poder en acto,como "modo de accin sobre las acciones" (Ibd: 316), requiere que el antroplogoinvestigue sus races en el corazn de la sociedad y las configuraciones que produce. Elanlisis del poder "all donde se ejerce", tiene la ventaja de dar una perspectiva del Estadopartiendo de la realidad de las prcticas polticas. Lo nico que puede facilitarnos un mejorentendimiento de lo poltico, no ya como una esfera separada sino como la cristalizacin deactividades modeladas por una cultura que codifica a su manera los comportamientoshumanos, es tratar de tomar en consideracin el ejercicio del poder y su arraigo en un

    complejo en el que se mezclan inextricablemente sociedad y cultura.

    Los fenmenos polticos en el seno de nuestras sociedades se deben analizar dentro de estaperspectiva, recogiendo la temtica de la imbricacin que ha orientado a la antropologa ensus comienzos y en su desarrollo posterior. Para estudiar el poder en la inmanencia de losocial, para entender desde dentro cmo unos hombres gobiernan a otros, es necesariosaber las qu condiciones emergi este poder, esta aptitud para gobernar que en el contextodemocrtico se expresa bien con la palabra "representatividad". En dos puntosdiscrepamos de Foucault: por un lado, ste rechaza explcitamente la cuestin de la

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    representacin porque sta conlleva una metafsica del fundamento y de la naturaleza delpoder con estas dos preguntas punzantes: "Qu es el poder? De dnde viene el poder?"(1984: 309); por otro, rechaza todo cuestionamiento acerca de la legitimidad del poder portraicionar una forma de pensar legalista. Hemos sealado la aportacin positiva que suponela aportacin de Foucault sobre el poder como relacin y como accin sobre accionesposibles, pero a nuestro entender, esto no implica el rechazo de todo cuestionamiento

    sobre al representacin y la legitimidad. Se corre el riesgo de encerrarse en unaproblemtica que tiende a pensar en el poder como pura relacin dinmica entrecapacidades de actuar abstractas, en las que se pierde de vista el arraigo en lo que Foucaultllama "nexo social". El poder y la representacin son para el antroplogo dos caras de unamisma realidad y eliminar el interrogante relativo a la legitimidad del poder en nombre de lametafsica y de una crtica legalista sera una forma burda de soslayar el problema.

    Volviendo a la cuestin de la representacin poltica, las dos cuestiones del acceso al podery del ejercicio del mismo se plantean como indisociables. En cuanto a la primera, ennuestras sociedades todo gira en torno a la nocin de eleccinpor su repercusin prctica ypor el contenido simblico que le atribuimos. En la mayora de las democraciasoccidentales, dedicarse a la poltica equivale a estar en condiciones, ms tarde o ms

    temprano, de aspirar a un mandato que permitir acceder a un puesto de poder. Y en granmedida, la eleccin es un proceso misterioso cuyo efecto es transformar al individuo en unhombre pblico. De la noche a la maana, una persona que no era ms que un ciudadanocomo los dems es llamada a encarnar los intereses de la colectividad, a convertirse en suportavoz. Esta cualidad de mandatario es la que le da derecho a actuar sobre las acciones delos dems, a ejercer su poder sobre el grupo. Bourdieu ve en esta "alquimia de larepresentacin" una verdadera circularidad en la cual "el representante conforma al grupoque le conforma a l: el portavoz, dotado de plenos poderes de hablar y actuar en nombredel grupo y en primer lugar sobre el grupo... es el sustituto del grupo y existe solamente poresta autorizacin." (1982: 101). La delegacin que acta desde el grupo al individuo es unelemento constitutivo de la identidad colectiva. El representante lleva a cabo la mediacinentre estos dos trminos. Bourdieu interpreta el fenmeno de la representacin en

    trminos de desprendimiento, de alienacin de las voluntades a un tercero que se erigecomo poder unificador y como garante de la armona colectiva, en su discurso y en susprcticas. Desde esta perspectiva terica el anlisis de la representacin consiste endesmontar los mecanismos que hacen que los individuos se sometan al poder y a sussmbolos. Hay que realizar la crticade esta alienacin sacando a la luz sus races. Por suparte la antropologa no pretende llevar a cabo una crtica de la poltica, sino que trata msbien de comprender cmo el poder emerge y se afirma en una situacin determinada.

    Instituciones y redes polticas

    Los trabajos de campo llevados a cabo por los antroplogos en las sociedades occidentalesdesarrolladas dieron prioridad en un primer momento al estudio de lo poltico en

    comunidades limitadas: la poltica local se ha convertido as en un tema central y la cuestindel poder local, de su reproduccin y de sus ramificaciones ha pasado a ser lo msimportante. Los antroplogos, al prohibirse traspasar las fronteras de lo localdefinido comocampo idneo para su investigacin, estaban limitando su campo. Y as, implcitamente, seprodujo un reparto entre la periferia, terreno elegido por los etnlogos, y el centro, lapoltica nacional y del Estado cuyo estudio se dejaba a otras disciplinas. El espacio de laantropologa poltica se encontraba limitado a unos micro-universos dando la imagen deuna verdadera insularidad de los poderes autctonos en el mundo cerrado de su comunidadlocal. En lo que respecta a la historia, se dio prioridad sobre todo a los largos perodos de

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    tiempo, lo que poda parecer pertinente en situaciones en las que exista un desfase realentre las formas locales de poltica y el contexto en el que estaban englobadas. Losantroplogos se interesaban casi exclusivamente por los aspectos tradicionales de la vidapoltica. Curiosamente, mientras que los trabajos africanistas (Gluckman: 1963, Balandier:1967) haban hecho hincapi en la necesidad de pensar en las dinmicas, en el cambio, loseuropestas parecan quedar al margen de la modernidad, en la prolongacin de la historia

    ancestral.

    Esta orientacin no dej de suscitar nuevas perspectivas en fenmenos hasta entonces malconocidos como atestiguan los estudios monogrficos dedicados al clientelismo y a lasrelaciones de poder en el mundo mediterrneo (Boissevain: 1974; Schneider: 1976;Lenclud: 1988). Otro tema muy del gusto de los antroplogos "exotistas", el de las formasde devolucin y transmisin de las funciones polticas, moviliz a los investigadores: sededicaron profundas investigaciones a la construccin de las legitimidades y a las relacionesentre poder, parentesco y estrategias matrimoniales (Pourcher 1987; Abls 1989). Estostrabajos tienen el inters de mostrar cmo existen verdaderas dinastas de elegidos que seinstalan y reproducen siguiendo una lgica que no siempre encaja en una visin superficialde los sistemas democrticos. Tambin ponen de manifiesto que la representacin poltica

    moviliza todo un conjunto de redes informales con el que siempre tienen que contar lasestrategias individuales.

    En efecto, el trabajo del antroplogo consiste en reconstruir esta trama relacional puestoque sus interlocutores autctonos no le dan ms que una visin parcial y a vecesdeliberadamente sesgada. Esta construccin se puede llevar a cabo gracias a investigacionesde gran profundidad basadas en una observacin intensiva de la vida poltica local, y a untrabajo meticuloso de consulta de documentos en los archivos. Los anlisis realizados enmedio rural muestran claramente cmo las posiciones de elegibilidad se transmiten a largoplazo en el seno de redes en las que se mezclan ntimamente los vnculos de parentesco ylas estrategias matrimoniales. Los conjuntos relacionales que es posible sacar a la luz y quemerecen el nombre de redes se deben considerar como "arquetipos", en el sentido que le

    daba Max Weber, es decir, para emplear otra expresin propia de este autor, como"cuadros de pensamiento" (Weber 1965).

    Sin embargo, el "arquetipo" as creado tiene muchas posibilidades de quedarse corto anteuna realidad a menudo mucho ms compleja de lo que parece al menos en un primermomento, aunque el enfoque etnologista sea un buen medio de distinguir los principalescontornos de estas configuraciones relacionales. De ningn modo se debe subestimar elhecho de que las redes no sean entidades fijas; no se trata de hacer el inventario de los

    vnculos que existen entre un individuo y otros en un contexto tan general como el de lavida local. De hecho hay que considerar que las redes polticas son un fenmenoesencialmente dinmico: se trata no de grupos ms o menos identificables, sino de unconjunto de potencialidades que se pueden actualizar si las situaciones concretas lo

    requieren. La tesitura del voto es uno de los momentos en los que este sistema relacional seencuentra actualizado. Un candidato a la representacin poltica puede emplear con plenaconsciencia su potencial relacional exhibiendo los signos ms apropiados para recordar stea la colectividad. Esta estrategia es observable en los casos en los que el candidato seencuentra muy estrechamente ligado a las figuras clave de la red. Pero, a falta de indiciosaparentes, los habitantes de un municipio atribuyen espontneamente a uno de loscandidatos la pertenencia a una u otra de las configuraciones. En esta situacin, la red, lejosde aparecer como una realidad inerte, aparece como un potencial actualizable porque as lo

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    ven los dems; los miembros de la sociedad local son de alguna forma los depositarios deuna memoria que restituye unas afiliaciones en parte ya borrosas.

    El hecho de destacar la acusada territorializacin de las prcticas polticas no quiere decirque se minimice el factor "nacional" ni por supuesto, la funcin de los partidos, sobre todoen la seleccin de los candidatos para las funciones parlamentarias.

    La representacin poltica es un fenmeno que cobra todo su sentido en la duracin."Hablar de poltica" es de una forma u otra, situarse en relacin a unas divisiones que seremontan a una poca ya lejana cuyas huellas todava no se han borrado. Es significativo elejemplo de la vida poltica francesa, en la que todava se ven las huellas de los grandesacontecimientos fundadores que son, adems de la Revolucin, la separacin de la Iglesia yel Estado y la Resistencia: estas peripecias conflictivas pesan durante mucho tiempo en lamemoria colectiva. Cuando se enconan las relaciones entre la Iglesia y la III Repblica afinales del siglo pasado, las redes polticas se organizan a un lado o a otro de esta lnea. Conel trascurso de los aos, el antagonismo ideolgico se ir atenuando pero queda todava hoyel trasfondo de muchas batallas electorales; hasta en casos en los que se hace gala de unapoliticismo aparente, a todo candidato se le identifica inmediatamente con referencia a

    esta bipolaridad ancestral. El acontecimiento fundador deja su huella y el comportamientode los electores est muy condicionado por esta memoria que se transmite de generacin engeneracin.

    Escenificaciones de lo poltico

    As pues, hacer ver es un aspecto consustancial al orden poltico. ste acta en la esfera dela representacin: no existe el poder ms que "en la escena" segn la expresin de Balandier(1980). Cualquiera que sea el rgimen adoptado, los protagonistas del juego poltico sepresentan como delegados de la sociedad entera. La legitimidad, tanto si tiene sufundamento en la inmanencia como en la trascendencia, es una cualidad asumida por elpoder. Es tarea suya remitir a la colectividad que encarna una imagen de coherencia y decohesin. El poder representa, esto significa que un individuo o un grupo se establececomo portavoz del conjunto. Pero el poder representa tambin, por cuanto pone enespectculo el universo del que procede y cuya permanencia asegura.

    Los antroplogos supieron estudiar los smbolos y los ritos del poder en las sociedadesremotas: no tiene nada de extrao que la modernidad ofrezca una amplia materia para susestudios. La dramaturgia poltica toma hoy en da unas formas ms familiares pero nodisminuye en absoluto la distancia que separa al pueblo de sus gobernantes. Al contrario,todo hace suponer que tiende a ahondarse el foso entre el universo de los hombrespblicos y la vida diaria de los simples ciudadanos. El espacio pblico de las sociedadesmediticas no es contrario al de las formaciones tradicionales porque lleva a cabo unacercamiento entre la esfera del poder y la sociedad civil. Hay todo un conjunto de rituales

    que trazan un crculo mgico en torno a los gobernantes hacindolos inalcanzablesprecisamente en la poca en que los adelantos mediticos nos permiten captar su imagencon una comodidad sin igual. Para entender estas simbolizaciones modernas de lo polticoes interesante repasar "The ritual construction of political reality" (Kertzer 1988: 77); yanalizar el funcionamiento de las "liturgias polticas" (Rivire 1988) y de las escenificacionesdel poder puede ser para el antroplogo muy revelador acerca del espacio pblicocontemporneo.

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    Estas escenificaciones son inseparables de una concepcin global de la representatividadsegn lacual la legitimidad y el territorio estn ntimamente relacionados: para construir y manteneresta legitimidad se reactivan los ritos que apelan a la nacin y a su memoria y materializanpor medio de la bandera, las medallas y las referencias a la nacin que salpican losdiscursos, un sistema de valores patriticos comunes. No es de extraar pues, que losgobernantes se entreguen a estas prcticas cuya funcionalidad puede parecer dudosa al que

    lo ve desde fuera. Estos ritos proporcionan material para una doble operacin poltica: porun lado, la expresin de una fuerte cohesin entre los gobernados que manifiestan su apegoa unos valores, a unos smbolos y a una historia comn; por otro, la reafirmacin de laaceptacin colectiva del poder establecido y de los que lo encarnan. En sociedades muydiferentes, los grandes ritos de entronizacin del soberano tambin adoptan la forma de unrecorrido del territorio por parte del nuevo Prncipe, en el que cada etapa supone unanueva oportunidad de practicar un ceremonial y reforzar los vnculos entre gobernantes ygobernados. Como demostr Geertz (1983), las formas ceremoniales por las cuales elmonarca toma posesin de su reino presentan variaciones significativas, como la procesinpacfica y virtuosa en Inglaterra con motivo de la toma del poder de Elizabeth Tudor en1559, o la esplndida caravana de Hayam Wuruk en la Java del siglo XIV.

    Hay otros grandes rituales que constituyen un elemento esencial en la vida poltica: losmtines y las manifestaciones callejeras. Estos ritos sealan los momentos en los que la vidapoltica toma un rumbo ms agitado. La manifestacin en la calle ofrece la oportunidad deexhibir un simbolismo muy especial: si los ritos anteriormente citados se referan a valoresde consenso, la manifestacin enarbola los smbolos del antagonismo. De entrada, elpueblo en la calle, las consignas, las pancartas. Se denuncia, se interpela, siempre hay untrasfondo de violencia. Se trata de una demostracin de fuerza que se ordena segn un planmuy preciso: la improvisacin se filtra en un protocolo de accin que no se puede sustraera las reglas colectivamente admitidas.

    La misma observacin se podra hacer respecto a otro rito de confrontacin, el mitinpoltico: "el mitin, en su desorden, en su agitacin y quiz en su sometimiento, no deja de

    ser el arma predilecta del debate poltico de la campaa electoral", seala Pourcher (1990:90). Cada bando hace una demostracin de poder: en el escenario, los oradores ydignatarios elegidos en funcin del lugar, las circunstancias y sus puestos jerrquicos en elpartido. En la sala, un pueblo al que a veces se ha ido a buscar en un amplio permetro.

    Todo gira en torno a la relacin que se establece entre esta colectividad cuya tarea consisteen aplaudir, en gritar nombres y eslganes, y los oficiantes cuya obligacin es alentarconstantemente el entusiasmo popular. Efectos publicitarios, promesas, polmicas a las queresponden aplausos o abucheos: el mitin tiene que ser un verdadero espectculo. La puestaen escena, el decorado, las msicas, las posturas, todo contribuye a la construccin de laidentidad distintiva del candidato. El mitin tiene que ser un momento cumbre en el cual seponen todos los medios para crear a la vez una comunin en torno al orador y expresar lafirme voluntad de "hacer frente" y de "derrotar" a todos los dems candidatos, que para los

    participantes son adversarios.Los mtines y las manifestaciones tienen en comn con los rituales de consenso el hecho deque exigen una presencia fsica de los protagonistas; igualmente estn localizados, sedescomponen en una multiplicidad de secuencias, combinan palabras y smbolos no verbales:gestos, manipulacin de objetos de valor simblico, todo ello en una puesta en escena queintegra el conjunto accin/discurso segn un ordenamiento convencional. Otra analoga: elaspecto religioso de estas ceremonias que remiten todas ellas a algo trascendente (la Nacin, elPueblo, la clase obrera); trascendencia que se evoca en el discurso del (o de los) oficiante o

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    por medio de los smbolos empleados en estas ocasiones. Tambin hay que destacar elaspecto propiamente religioso de la relacin que se establece entre el oficiante y los fieles.Nos encontramos ante un ritual en toda la extensin de la palabra. Fragmentacin yrepeticin por un lado; dramatizacin por otro: todo contribuye a producir "la trampa depensamiento". Igualmente encontramos en funcionamiento los cuatro ingredientes,sacralidad, territorio, primaca de los smbolos, y valores colectivos.

    En la actualidad, el espectculo poltico es inseparable del desarrollo de los grandes mediosde comunicacin. La gente participa en la historia que se est haciendo principalmente atravs de la televisin. Las campaas electorales, los hechos y gestos de los gobernantes, losactos polticos relevantes, slo adquieren toda su importancia si aparecen en nuestraspantallas. La produccin de imgenes para el gran pblico ha creado una nuevadramaturgia. Una campaa electoral no logra todo su impacto ms que si su protagonistaest seguro de "salir en la pantalla". Los grandes mtines se organizan de manera que elmensaje tenga un eco televisivo inmediato; en la campaa presidencial, Franois Mitterrandapareca a las ocho en punto de la tarde para disfrutar de una retransmisin en directo en eltelediario (Pourcher 1990: 87). Hasta el estilo de estas reuniones termina por ser calcado alde las emisiones de televisin. Sucede que ahora la vida poltica est condenada a someterse

    a las reglas del juego meditico. El hombre pblico moderno quiere ser ante todo un buencomunicador: la elocuencia televisiva es sinnima de simplicidad: se le da tanta importanciaa la forma como al contenido. Hay que saber "vender" un "producto" poltico.

    Una de las consecuencias ms claras de la inflacin meditica es la trivializacin del acto. Larepeticin de las imgenes, la omnipresencia de rostros y discursos conocidos produce unefecto de desgaste. La posibilidad de cambiar de un programa a otro tiende a hacer de laescena poltica un elemento ms de un espectculo de facetas mltiples en el que lospartidos de ftbol o los programas de variedades tendrn ms atractivo que un actopoltico. Para que lo poltico se imponga se requiere toda una dramaturgia. En perodoelectoral, es necesario mantener cierta intriga, gracias a los sondeos y a las confrontacionesentre antagonistas, culminando todo esto en los programas en los que se dan a conocer los

    resultados electorales. Las elecciones se parecen cada vez ms a los folletines en los que seenfrentan ms las personalidades que las ideas. Es significativo el desprecio que las cadenasde televisin americanas manifestaron por la convencin republicana de 1996; ste fuedebido principalmente al escaso carisma del candidato Bob Dole, a su incapacidad deconquistar a un pblico. En Francia, la batalla entre Jacques Chirac y douard Balladur enlas elecciones presidenciales de 1995 atrajo el inters de los telespectadores porque setrataba de dos "amigos durante treinta aos" y porque dio lugar a un espectacular vuelcocuando el candidato tanto tiempo considerado perdedor termin por imponerse.

    La televisin se ha convertido en una forma de expresin que permite no slo retransmitirun acto, sino incluso crearlo. El viaje del Papa Juan Pablo II a su pas de origen en 1979, unao despus de su llegada al Vaticano, es un buen ejemplo de ejercicio de comunicacin

    cuyo xito rebas toda expectativa. Incluso antes de que tuviera lugar, el viaje del Papa sehaba convertido en un simblo que opona dos interpretaciones contradictorias. Cadabando tena como divisa una referencia histrica que deba orientar al pblico en suinterpretacin del acto: en uno, el asesinato de S. Estanislao y en el otro, la creacin delEstado comunista. La visita del Papa supuso un duro golpe para el rgimen. El rito, adiferencia de un discurso, por crtico que fuera, quebrantaba los cimientos mismos de sulegitimidad. Ofreca en actos concretos la imagen de lo que poda ser otro tipo decomunidad poltica (en el caso, de la unin del Papa con sus fieles), haca ver otralegitimidad posible. En resumen, el rito materializaba una alternativa. En este ejemplo se

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    puede ver el impacto extraordinario de lo que es a la vez un ritual, un acto poltico y unacontecimiento meditico. Claro est que, lejos de ser algo aislado, este tipo demanifestacin pblica es algo inherente a la accin poltica. Actuar y comunicar seconfunden en algunos momentos cruciales que exigen una relacin entre gobernantes ygobernados distinta de la que se da en la papeleta de voto. Se trata de una verdaderapruebade legitimidad. El viaje del Papa a Polonia produjo a travs de los gestos y de las palabras de

    su protagonista un fuerte mensaje que desestabiliz al poder comunista, pese a no rebasarlos lmites de lo simblico y lo ritual. Es lo que Aug (1994: 94) llama "dispositivo ritualampliado". Este dispositivo se caracteriza por la distancia entre el emisor y los destinatarios:no pretende solamente reproducir la situacin existente, sino hacer que sta evolucione.

    Este mensaje cuyas consecuencias geopolticas fueron considerables, slo poda causarimpacto si se inscriba en una dramaturgia de conjunto. Totalmente inmerso en el universotelevisivo, el viaje de Juan Pablo II a Polonia adquiri la dimensin de un acontecimientoplanetario. Se les ofreci a los espectadores como un momento excepcional cuyaretransmisin desorganizaba la programacin habitual. El viaje fue tratado como unanarracin, con sus diferentes episodios y su progresin. El pblico estaba conteniendo larespiracin delante de su pantalla, identificndose con el peregrino. Esta "presentacin del

    Papa como viajero" (Dayan 1990) pone de relieve el poder de los medios de comunicacin.La puesta en escena se ha convertido en un ingrediente esencial de la accin poltica. Elviaje de Juan Pablo II no fue slo una peregrinacin, sino que cobr el sentido de unareconquista. No era el simple reflejo de una comparacin de fuerzas, al fin y al cabodesfavorable al Vaticano. Todava se recuerda la ocurrencia de Stalin: "el papa, cuntasdivisiones?". La estancia del papa en Polonia, tanto por su desarrollo como por suorquestacin, produjo una situacin nueva.

    Aunque se suele oponer la representacin y la accin, el espectculo y la vida, cada vez esms evidente que la imagen es un aspecto constitutivo de "la realidad" polticacontempornea. sta se somete a las reglas del juego de la comunicacin. Se ha llegado aconsiderar el poder de la "pantalla" y de los medios de comunicacin como lo opuesto al

    ritual bien arraigado de la escena poltica ancestral: en el primero, se prima la innovacin,pues para estar presente en el escenario hay que renovar continuamente, a falta de mensaje,el soporte del mensaje; en el ritual poltico siempre se hace referencia a una tradiciny desta toma todo su relieve implcita o explcitamente. Otra diferencia caracterstica: lacomunicacin moderna tiende a acentuar con fuerza la individualidad. El espectador frente asu pantalla espera ver surgir un rostro, est atento a una voz, a un tono: un buen lder es elque ha sabido construir esta "diferencia" con ayuda de los especialistas en marketing y enmedios audiovisuales. Por el contrario, en el rito, el oficiante tiene tendencia a anularse paradejar que hablen mejor los smbolos, para que su accin se inscriba en un sistema de

    valores que est por encima de l y en una historia colectiva que todo lo engloba; lo queprima es el sistema de valores y de smbolosreactualizado por el acto ritual. Un ltimo aspectoimportante de la comunicacin poltica moderna es su carcter des-territorializado. Un lder

    puede comunicar inmediatamente el mensaje que quiera al conjunto del planeta; ya no haynecesidad de desplazar a las masas. Cada cual vive la poltica en su silln. ste es otroelemento de contraste con las prcticas rituales a las que nos hemos referido, ya que en ellasest presente el factor territorio.

    Todas estas observaciones ponen de relieve la existencia de una especie de vaco entre lacomunicacin poltica moderna y los diferentes aspectos de los rituales que han prevalecidohasta ahora en las sociedades tradicionales: sacralidad, tradicin, anulacin relativa del individuocomo soporte de los valores colectivos, territorializacin de las prcticas; al menos a primera vista, pues

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    se puede observar que las nuevas formas de comunicacin poltica no reemplazan demanera mecnica a unas prcticas que han conservado intacta su vitalidad: lasinauguraciones y las conmemoraciones no han desaparecido, y las manifestaciones y losmtines conservan su puesto en la vida poltica. No es que haya realmente una antinomiaentre el trabajo ritual y la utilizacin de los medios de comunicacin, ni mucho menos, perocabe preguntarse si stos ltimos no favorecen la emergencia de nuevas formas que

    combinan los antiguos referentes y los procedimientos modernos. Esta cuestin tienemucho que ver con la puesta en escena del poder y dicha combinacin se ha podidodemostrar (Balandier 1985, Rivire 1988, Aug 1995) en las puestas en escena del poderque tienen contenidos y formas simblicas heterogneas, referentes a contextos histricosdistintos y desfasados.

    De lo post-nacional a lo multicultural

    El inters que suscita en los antroplogos el tema de los espacios polticos en las sociedadesestatistas centralizadas hace que actualmente reflexionen sobre la recomposiciones queestn sufriendo estos espacios y los desplazamientos de escalas que implican. El hecho deque unos actores polticos puedan desempear una funcin local de primer orden y a la vez

    participar en el gobierno del pas induce a cuestionar la articulacin de los espacios polticosy la construccin histrica de las identidades locales que lejos de ser un dato estable ypermanente ha podido ser objeto de mltiples recomposiciones con el paso del tiempo. Laantropologa de los espacios polticos que tiende a reinscribir el "terreno" en un conjuntoramificado que engloba poderes y valores ofrece tambin un medio de pensar en el Estado"visto desde abajo" (Abls 1990: 79), partiendo de las prcticas territorializadas de losactores locales, ya sean polticos, gestores o simples ciudadanos. La necesidad de planear deun modo pluridimensional las estrategias y los modos de insercin de todos los que, directao indirectamente, participan en el proceso poltico no implica en absoluto renunciar alenfoque localizado cuya utilidad han demostrado los mtodos etnogrficos. Pero esimportante que se abandone la idea ilusoria del microcosmos cerrado, en beneficio de unareflexin sobre las condiciones de produccin de los universos a los que se enfrentan los

    etnlogos.

    Por otra parte, la descripcin de los hechos de poder en las culturas no occidentales nosolamente hace pensar que lo poltico se inscribe en unos sistemas de referencia diferentesdel nuestro, sino que induce tambin a reflexionar, desde un punto de vista comparativo,sobre la coherencia de nuestras propias concepciones. Para convencerse de esto basta conremitirse a las obras de L. Dumont y E. Gellner, pues si bien ambos se interesaron en unprincipio por sistemas de pensamiento muy diferentes del nuestro, ms tarde ofrecieronuna reflexin nueva sobre los conceptos que articulan la organizacin poltica moderna.Dumont no se conform con profundizar en el estudio de las castas en la India; aldescubrir la repercusin del principio jerrquico en este universo, se propuso definir esta"ideologa holista que valora la totalidad social", y que opona al individualismo dominante

    en nuestras sociedades. Tras haber estudiado las condiciones de aparicin delindividualismo y la naturaleza conceptual de estos "homo aequalis" que triunfa en el s.XIX, Dumont se asoma al contraste entre las concepciones francesa y alemana del Estado-nacin, lo que le lleva a estudiar las formas modernas de la democracia y del totalitarismo.La trayectoria y las preocupaciones de este antroplogo recuerdan a las de Gellner cuyosprimeros trabajos sobre Marruecos estaban en la misma lnea de los estudios clsicos sobrelos sistemas segmentarios. Su reflexin le condujo ms tarde a abordar el espinosoproblema del nacionalismo en los Estados modernos en una obra que constituye una de lasaportaciones ms importantes a la inteligibilidad de algunos temas de palpitante actualidad.

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    Como consecuencia de un vaivn fecundo entre el aqu y el all, estamos viendo perfilarseuna verdadera renovacin de problemticas, acorde con las transformaciones de este fin desiglo.

    De este modo, la antropologa de lo poltico ha venido a liberarse de los lmites queexplcitamente se haba impuesto ella misma, desde el doble punto de vista del espacio y de

    la duracin, y en la actualidad experimenta un nuevo auge que se hace eco de la mspalpitante actualidad. No tiene nada de extrao que los interrogantes del mundocontemporneo movilicen a los antroplogos. Basta con fijarse en las mutaciones quecaracterizan el ltimo cuarto del siglo XX para darse cuenta de que la nocin misma depoltica rebasa ampliamente la nocin de los modos de gobierno y abarca todo un conjuntode procesos que desembocan en la desestructuracin y en la recomposicin de formashistricas que parecan insuperables. Hay algunos acontecimientos que han sidodeterminantes en la reciente coyuntura y el primero ha sido el derrumbamiento de unsistema que, adems de generar tensiones, era un elemento de equilibrio de las fuerzasmundiales. La cada del socialismo y del imperio sovitico, al desestabilizar un ordenmundial, ha vuelto a introducir la contingencia a escala planetaria. Una consecuencia de estasituacin es la fragmentacin de unidades geopolticas cuya fragilidad intrnseca no siempre

    se haba considerado. Ya se trate de las fronteras de Rusia o de la antigua Yugoslavia, elproceso de descomposicin de la estructura estatista ha vuelto a introducir el conflicto enlas entraas de un continente que pareca haberlo suprimido reemplazndolo por el famoso"equilibrio del miedo". Pareca que la guerra ya no poda afectar a los pases desarrollados.Sin embargo, reapareci con todo su cortejo de horrores. Adems, de nuevo se ha vuelto aplantear el tema de la naturaleza de la comunidad poltica y sus fundamentos.

    Durante mucho tiempo las prcticas polticas han estado circunscritas a la figura delEstado-nacin que era el modelo dominante. Y es este modelo el que est en tela de juicioen el contexto de despus de la guerra fra y de los conflictos que ha causado en losBalcanes y en la ex-Unin Sovitica, pero tambin por la acentuacin de lasinterdependencias econmicas en los conjuntos multinacionales. La construccin europea

    es un buen ejemplo de la aparicin de estos nuevos espacios polticos. Los Estados estncada vez ms comprometidos en un proceso de negociacin a gran escala en el que ya no esposible conformarse con instalarse en las propias posiciones. As pues, la cuestin de laredistribucin o recomposicin de los espacios polticos est pasando al primer plano demanera evidente. Forzosamente estos procesos tienen que suscitar una reflexin enprofundidad sobre las pertenencias y las identidades polticas. Territorio, nacin, etnia(Amselle 1990) nunca estos trminos se haban empleado tanto. Nos remiten a fenmenosmuchas veces subestimados por un discurso poltico al que obsesiona el aumento de poderde las organizaciones polticas centrales, concebidas como el triunfo de la racionalidad y delprogreso.

    La afirmacin de lo especfico, la instauracin de relaciones entre los espacios territoriales

    infra-nacionales y las instancias europeas, no contribuye necesariamente a debilitar alEstado, sino a incorporar unos dispositivos ms complejos. Puede dar lugar a rivalidadesentre diferentes niveles de colectividades como en Francia, o al contrario, a fortalecer losequilibrios existentes entre el Estado federal y las regiones como es el caso de Alemania. Entodo caso, esta evolucin induce al investigador a replantearse la cuestin del lugar de lopoltico, asociada durante mucho tiempo a la preeminencia del referente Estado-nacin.Gellner (1983, 11) defini el principio nacionalista como el principio que afirma que "launidad poltica y la unidad nacional deben ser congruentes". Ahora bien, esta congruenciaes la que plantea los problemas en la actualidad. Otra cuestin oportunamente planteada

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    por B. Anderson (1983) se refiere a la naturaleza del vnculo que existe entre los miembrosde una misma nacin. Este autor destaca el carcter "imaginario" de esta comunidad. Lanacin, imaginada como limitada y como soberana, viene a reemplazar la influencia de lascomunidades religiosas y de los reinos dinsticos caractersticos de la poca anterior.

    Gellner y Anderson, desde perspectivas diferentes, nos remiten a la necesidad de una

    reflexin en profundidad sobre las pertenencias y las identidades polticas. Sin duda no escasualidad que esta temtica suponga un reencuentro fecundo entre los antroplogos y loshistoriadores: la produccin de una tradicin comn (Hobsbawn & Ranger 1983), laconstruccin simblica de la nacin, han sido objeto de profundas investigaciones como lasque M. Agulhon (1979; 1989) dedic a Marianne y al simbolismo de la nacin republicanaen Francia. El historiador pone de relieve los avatares que presidieron la construccin deuna comunidad poltica y las imgenes que ha generado. Una de las lecciones que se puedesacar de estos estudios es que la preeminencia de una representacin nacional del vnculopoltico es inseparable de una configuracin y de un equilibrio cuya perennidad esimposible predecir. La memoria patritica sigue siendo una cuestin esencial: el estudio dela imbricacin de lo simblico y de lo poltico en los actos conmemorativos como laconstruccin del memorial dedicado a los combatientes americanos en Vietnam y los

    debates que suscit entre los veteranos (Bodnar 1994: 3-9) o las exequias de los dirigenteshngaros que fueron eliminados por los rusos en los sucesos de 1956 (Zempleni 1996),permite entender mejor cmo se cristalizan las representaciones de una ciudadana comn yde una patria dividida.

    Los interrogantes que afloran de todas partes sobre la nocin de ciudadana indican que setrata de una figura histrica singular de la relacin entre lo individual y lo colectivo. Estafigura se suma a la idea de nacin y es inseparable de un tipo de espacio poltico cuyaespecificidad los antroplogos estn en condiciones de sealar. Al mismo tiempo, esteespacio poltico est experimentando hoy en da profundas transformaciones y no se puedesubestimar esta nueva circunstancia histrica. A la antropologa le corresponde analizar susconsecuencias, dado que siempre le gust relativizar la forma estatista moderna haciendo

    ver la diversidad de formas histricas y geogrficas que puede asumir el ejercicio de lapoltica. Pero este trabajo se realiza en un contexto indito, caracterizado por laintensificacin de las relaciones entre los diferentes puntos del globo. La mundializacin,en estrecha relacin con las mutaciones tecnolgicas y el fortalecimiento de lasinterdependencias econmicas, constituye uno de los fenmenos ms significativos de estefin de siglo. El planeta se ha empequeecido y el sentimiento de rareza que rodeaba a lospueblos calificados de "exticos" ha desaparecido por completo. La rpida circulacin de lainformacin y de las imgenes contribuye a despojar a estas sociedades del aspecto mticoque podan revestir y que las converta en el objeto predilecto del inters de los etnlogos.

    Ahora se impone el reino de la comunicacin: los medios de comunicacin y el turismoofrecen un fcil acceso a esta lejana que constituy la poca dorada de la antropologa. Sihay una alteridad, ya no se identifica con lo remoto, sino que forma parte de nuestra

    cotidianeidad. Y salta al primer plano una cuestin poltica esencial, la de las relacionesinterculturales, la promiscuidad y la pluralidad de culturas que alteran los espacios polticosy las instituciones de poder. Este interrogante concierne a los antroplogos en la medida enque, como dice Balandier: "El conocimiento de las aculturaciones provocadas desde fuera...parece que puede ayudar a un mejor entendimiento de la modernidad auto-aculturante" (1985166).

    Un objetivo de la antropologa poltica es informar de las consecuencias que puede tener lamundializacin en el funcionamiento de las organizaciones y de las instituciones que

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    gobiernan la economa y la sociedad. El transnacionalismo no es slo una caracterstica delcapitalismo contemporneo, sino que condiciona igualmente las relaciones de poder y losreferentes culturales. As, vemos aparecer nuevas configuraciones institucionalessupranacionales, como la Unin Europea en la que se encuentran reunidos representantesde culturas y de tradiciones polticas diferentes que trabajan en la armonizacin de laslegislaciones y en la construccin de un proyecto globalizante. Esta configuracin plantea

    varios interrogantes a la antropologa respecto a las consecuencias de esta confrontacinpermanente entre identidades diferentes (McDonald, 1996) entre lenguajes y tradicionesadministrativas heterogneas (Bellier 1995) dentro de una empresa poltica comn; lainvencin de formas de cooperacin en un marco burocrtico ms amplio (Zabusky 1995);los efectos prcticos y simblicos de la desterritorializacin y del cambio de escala en estosnuevos lugares de poder (Abls 1992, 1996).

    El caso de las administraciones nacionales en las que la homogeneidad de pensamiento y deaccin puede aparecer garantizada por la unicidad de la lengua y por el hecho de que losfuncionarios poseen el mismo tipo de formacin parece contradecir este tipo deafirmaciones. Se podra pensar que una burocracia sumada a un corpus vigoroso de valoresy conceptos que contribuye a reproducir, est relativamente al abrigo de evoluciones

    exteriores. En la prctica no es as. Para convencerse, hay que remitirse a los estudios deHerzfeld (1992) sobre la burocracia griega moderna y la forma como se ha puesto enprctica un lenguaje, metforas y estereotipos que constituyen los principales elementos deuna verdadera retrica. sta ltima, lejos de ser la simple expresin de un "sistema"previamente constituido aparece como un elemento esencial del proceso estatista. Ademsdel recurso permanente a los estereotipos y al uso de un lenguaje que cosifica y fetichiza, estoda una configuracin simblica lo que perfila las posturas respectivas de unos y otros.Pero los enunciados que circulan en la "mquina" burocrtica apelan a recursossignificantes que remiten a estratos histricos tan heterogneos como la democracia antiguay el imperio otomano. Ms prximo a nosotros citaremos el caso del servicio pblico enFrancia y las agitaciones que experimenta la institucin, dividida entre la vieja concepcinrepublicana y la necesidad de incorporar una problemtica liberal en el contexto de la

    apertura a la competencia europea. Esta perspectiva tiene una repercusin directa en laprctica cotidiana de los funcionarios pues ahora la partida se juega en un espacio quesupera el estricto marco nacional. El empleo de conceptos y de un vocabulario de"management" que mezcla el francs y el ingls, y la referencia frecuente a "Bruselas"ponen bien de manifiesto esta remodelacin intelectual. Sin ninguna duda, algo hacambiado en el corazn mismo del marco estatista-nacional: unas fronteras hasta ahoraimpermeables se encuentran difuminadas por esta circulacin acelerada de ideas. Acaso seimpone un modelo global uniforme y hegemnico?

    Esto es lo que parece que debera confirmar nuestro segundo ejemplo, el de las empresasmultinacionales implantadas en un pas recin convertido a la economa de mercado. Puesbien, en la prctica, las cosas son ms complejas: en los pases del Este, se comprueba que

    la inyeccin de una cultura de empresa made in USA no significa la sustitucin pura ysimple del antiguo orden por otro nuevo. Reapropiacin y reinterpretacin son conceptosms adecuados para referirse a un proceso que pone en juego parcelas de poder y haceintervenir elementos cognitivos de una historia anterior. El doble trabajo dedescontextualizacin y recontextualizacin que tiene lugar en las organizaciones no sepuede reducir a un fenmeno de asimilacin que se traducira en la dispersin, por todo elmundo de copias conformes al paradigma dominante. Las Ciencias sociales tienen queestudiar cmo se construyen las representaciones y los procedimientos conceptuales que

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    condicionan las modalidades de negociacin y de adopcin de decisiones y sondeterminantes en el funcionamiento de la institucin.

    La dialctica de lo poltico y de lo cultural en el universo transnacional en el que estamossumergidos hoy en da requiere nuevos estudios en los que la aportacin de la antropologacobra todo su relieve sin que esto suponga un menosprecio a las aportaciones especficas

    de la ciencia poltica y de la sociologa de las organizaciones. Los procesos de poder quetraspasan las instituciones en unas organizaciones sociales y culturales cada vez mscomplejas se entendern mejor partiendo de un enfoque que tenga en cuenta elentrecruzamiento de las relaciones de fuerza y sentido en un universo en plena mutacin.ste es el desafo que la evolucin del mundo moderno lanza a la antropologa. Aceptarlono supone renegar de una tradicin que nos ha ayudado a entender mejor las sociedadesms alejadas de las nuestras, sino ensanchar un campo de investigacin que d cabida a losproblemas de nuestros contemporneos.

    Traducido del francs

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