Machado

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Ian Gibson ‘Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado’. Edito- rial Aguilar. El autor exami- na con todo detalle la vida del poeta sevillano, uno de los máximos exponentes de la llamada ‘generación del 98’. El escritor y periodista hispano-irlandés ha publica- do biografías de Dalí, García Lorca, José Calvo Sotelo y Cela, entre otros. El texto que se publica corresponde a la relación amorosa que Machado mantuvo en los últimos años de su vida con Pilar Valderrama, la Guiomar de sus versos. O curre el milagro a principios de junio de 1928, cuando la poeti- sa madrileña Pi- lar de Valderra- ma, de 39 años, llega a Segovia con una tarjeta de presentación para Machado, facilitada por la hermana del actor Ricardo Calvo, María, muy amiga suya y profeso- ra particular de sus hijos. Valderrama es ferviente admi- radora de la poesía de Machado. “Le leía con tanta frecuencia”, re- cuerda en su autobiografía Sí, soy Guiomar (1981), “que yo que nun- ca tuve en la memoria ni los ver- sos míos, me sabía los suyos de tanto repetirlos en silencio”. En el mismo lugar dice que unos meses antes de conocer al poeta le había mandado un ejemplar de su nue- vo libro de versos, Huerto cerrado, publicado en Madrid por Caro Raggio —cuñado de Pío y Ricardo Baroja—, sin recibir contestación. El poemario, editado según ella a comienzos de 1928, con con- siderable éxito de crítica, no lleva colofón, pero parece seguro que para mediados de año estaba en la calle. Por otro lado, Machado de- bió de tener noticias ya de Valde- rrama por amigos comunes, empe- zando por los Calvo, e incluso de sentir curiosidad por conocerla. El encuentro tiene lugar en el ves- tíbulo del hotel Comercio. Valde- rrama es hermosa, a juzgar por la fotografía del frontispicio de Huer- to cerrado, con abundante pelo ne- gro y grandes ojos oscuros (ilustra- ción 36). Nada más verla, el poeta se enamora. Pilar de Valderrama Alday Martínez y de la Pedrera, para dar- le su nombre completo, nació en Madrid —al parecer, el 27 de sep- tiembre de 1889-, hija de Francis- co de Valderrama Martínez, natu- ral de Santurce (Bilbao), y Ernesti- na Alday de la Pedrera, de Santan- der. Según cuenta en Sí, soy Guio- mar, su padre fue abogado brillan- te, diputado por el Partido Liberal antes de los 25 años, y gobernador de Oviedo, Alicante y Zarazoga. En la capital aragonesa, a los cua- renta días de nacer, la niña —de ahí su nombre— fue presentada a la Virgen del Pilar. Poco después, cuando empezó a resentirse la sa- lud del padre, que sufría “trastor- nos nerviosos”, la familia se trasla- dó a Montilla, en Córdoba, donde los abuelos tenían propiedades. Allí murió Francisco de Valderrra- ma, a los 39 años. Pilar lo adoraba y su pérdida la marcó con un sello de tristeza in- deleble. Cuatro años después la familia regresó a Madrid para que se pu- diera atender a la educación de los hijos, pero volvían a veces en vera- no a Montilla. En la capital, Pilar recibió la formación otorgada en- tonces a las muchachas de su clase social, y, entre los 8 y los 14 años, estudió como interna en el Sagra- do Corazón de Chamartín, donde echó mucho de menos a su ma- dre, adquirió un buen conocimien- to del francés y, según recordará en un poema, era considerada al- go extraña por sus compañeras: “Cuando yo era niña —niña ya crecida— / me llamaban rara, / porque con las otras niñas, mis amigas, / apenas jugaba...”. Cuando la madre vuelve a ca- sarse es otro desgarro para Pilar. Y su infelicidad se exacerba al sur- gir tensiones con el padrastro y los hermanastros. Tiene la ventaja de poseer un físico agradable y una gracia de palabra. Pasan los años. Sus hermanos Fernando y Francis- co, mayores que ella, entran, res- pectivamente, en la Escuela de In- genieros Industriales y en la Facul- tad de Derecho. Cuando Pilar co- noce al palentino Rafael Martínez Romarate, amigo acomodado de Fernando, es un flechazo. Se ca- san enseguida. Es junio de 1908. Ella tiene 20 años; él, 22. Son jóve- nes, ricos, de gustos refinados. To- do parece sonreírles. Valderrama cuenta en sus me- morias que vivieron primero en el barrio de Argüelles, en un lujoso piso de la calle del Marqués de Ur- quijo, esquina al paseo del Pintor Rosales, cuyo dueño era el general Valeriano Weyler. El padrón mu- nicipal de 1915 los censa, en efec- to, en el número 41 de dicha calle, 1º A derecha (hoy es el número 47, y en la fachada se ha colocado una placa municipal en recuerdo de Weyler). Martínez Romarate cons- ta en dicho padrón como “ingenie- ro”. En aquel piso espacioso, con diez balcones, irán naciendo los hi- jos de la pareja: uno que muere pronto, luego Alicia (1912), María Luz (1913) y Rafael (1915). Según Valderrama, su marido no resultó cariñoso con ella y sus hijos. A és- tos no los acariciaba ni besaba nunca. Había algo que desde el principio no funcionaba. Chalé en Rosales En 1922 la familia se instala en el magnífico chalé —entonces se de- cía hotel— levantado por Martí- nez Romarate (según su propio proyecto y con el dinero de Pilar) sobre un cercano solar de Rosales, número 44 (después, 56). El pa- seo tiene a su inicio el Cuartel de la Montaña y al final la Cárcel Mo- delo, ambos desaparecidos hoy. Enfrente está el magnífico Parque del Oeste. Integran el chalé un semisótano, dos plantas, “una gran terraza con vistas a la sierra de Guadarrama que se erguía al fondo”, una espaciosa biblioteca y, detrás, un jardín con árboles don- de Pilar cuida sus plantas. La pare- ja tiene una vida social intensa. Al marido le gusta el teatro, con afi- ción especial a la escenografía y la decoración. Pilar escribe poemas, según ella “a escondidas como si cometiera un delito”, aunque Las piedras de Horeb llevaba ilustra- ciones de su marido, lo cual pare- ce demostrar su aprobación. Para finales de la década de los veinte pertenece al Lyceum Club Femeni- no —donde conoce a Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ra- món Jiménez, y a María de Maez- tu— y al Cineclub, regido por Er- nesto Giménez Caballero (con la colaboración, desde París, de Luis Buñuel). Pasan los veranos en San Rafael o en la finca solariega de la familia de Martínez Romarate, si- tuada a unos veinte kilómetros de Palencia. A veces hacen una esca- pada al extranjero: Francia, Suiza, Italia. En Sí, soy Guiomar, Valderra- ma evoca su primer encuentro con Machado. Refiere que unos meses antes su marido le había confesado, demudado, que acaba- ba de suicidarse —se había tirado de una ventana de la calle de Al- calá— una joven con la cual, a es- paldas suyas, mantenía relaciones desde hacía dos años. Valderrama no aduce la fecha del lúgubre suce- so, pero fue el 17 de marzo de 1928. La desafortunada mucha- cha, según los periódicos, se llama- ba Felisa Ernestina Castro Pérez, tenía 25 años y estaba domiciliada en la calle de Corredera Baja de San Pedro (donde unos años atrás habían vivido los Machado). Pilar conocía de sobra el cáracter don- juanesco de su marido, pero esto era diferente. Se trataba de un “he- cho trágico que me impresionó do- lorosamente, marcando un cam- bio en mi vida íntima, alterando su rumbo como si se partiera en dos etapas: el antes y el después”. ¿Qué hacer? Su primer impulso fue huir de casa, alejarse de una persona que ya le era insoporta- ble. Por fin dijo a su madre, igno- rante de lo ocurrido, que estaba mal de los nervios y se marchó a Segovia —con la tarjeta de presen- tación para Machado— “en busca de sosiego”. Y, sin duda, para me- ditar sobre lo que iba a hacer. Allí, según sigue relatando Val- derrama, llovía y hacía un frío in- tenso. A los pocos días, por lo visto sin tratar de ver al poeta, volvió a Madrid, donde se encontró con que su marido se había ido a Fran- cia. Pero no tardó mucho en regre- sar y, a finales de mayo, Pilar huyó otra vez a Segovia. Ahora hacía mejor tiempo. Después de algu- nos días mandó a Machado, a tra- vés de un botones, su tarjeta, y aquella misma noche —fue el 2 de junio— el poeta se presentó en el hotel Comercio. Y sigue la musa: “No puedo expresar la emo- ción que tuve al encontrarme con él y estrechar su mano. Era el poe- ta tan admirado el que estaba an- te mí, con su desaliño, sí, pero con un rostro bondadosísimo, una frente ancha y luminosa, una cabe- za, en fin, admirable sobre un cuer- po alto, desgarbado y poco atracti- vo. Al verme, no supe qué pasó por él, pero advertí que se quedó como embelesado, pues no cesaba de mirarme y apenas habló para decirme cuánto sentía estar tan ocupado con los exámenes, que no podía acompañarme ni aten- derme como sería su deseo. Aña- dió que dos días después termina- ba su actuación en el tribunal y te- nía que irse ineludiblemente a Ma- drid, lo que lamentaba, pues le agradaría verme y serme útil”. Valderrama le invita a cenar con ella en el hotel a la noche si- guiente. El poeta acepta gusto- so. Apenas come. Apenas habla. l l Y A X b l Antonio Machado, enamorado de ‘Guiomar’ El escritor Ian Gibson publica una exhaustiva biografía del poeta sevillano La última foto de Antonio Machado vivo, en el exilio francés. 16 LECTURA EL PAÍS, DOMINGO 26 DE MARZO DE 2006

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Ian Gibson

‘Ligero de equipaje. La vidade Antonio Machado’. Edito-rial Aguilar. El autor exami-na con todo detalle la vidadel poeta sevillano, uno delos máximos exponentes dela llamada ‘generación del98’. El escritor y periodistahispano-irlandés ha publica-do biografías de Dalí, GarcíaLorca, José Calvo Sotelo yCela, entre otros. El textoque se publica correspondea la relación amorosa queMachado mantuvo en losúltimos años de su vidacon Pilar Valderrama,la Guiomar de sus versos.

Ocurre el milagroa principios dejunio de 1928,cuando la poeti-samadrileña Pi-lar de Valderra-

ma, de 39 años, llega a Segoviacon una tarjeta de presentaciónpara Machado, facilitada por lahermana del actor Ricardo Calvo,María, muy amiga suya y profeso-ra particular de sus hijos.

Valderrama es ferviente admi-radora de la poesía de Machado.“Le leía con tanta frecuencia”, re-cuerda en su autobiografía Sí, soyGuiomar (1981), “que yo quenun-ca tuve en la memoria ni los ver-sos míos, me sabía los suyos detanto repetirlos en silencio”. En elmismo lugar dice que unos mesesantes de conocer al poeta le habíamandado un ejemplar de su nue-vo libro de versos,Huerto cerrado,publicado en Madrid por CaroRaggio—cuñadodePío yRicardoBaroja—, sin recibir contestación.

El poemario, editado segúnella a comienzos de 1928, con con-siderable éxito de crítica, no llevacolofón, pero parece seguro queparamediados de año estaba en lacalle. Por otro lado, Machado de-bió de tener noticias ya de Valde-rramaporamigos comunes, empe-zando por los Calvo, e incluso desentir curiosidad por conocerla.El encuentro tiene lugar en el ves-tíbulo del hotel Comercio. Valde-rrama es hermosa, a juzgar por lafotografíadel frontispiciodeHuer-to cerrado, conabundantepelone-groygrandes ojososcuros (ilustra-ción 36). Nadamás verla, el poetase enamora.

Pilar de Valderrama AldayMartínez yde laPedrera, paradar-le su nombre completo, nació enMadrid—al parecer, el 27 de sep-tiembre de 1889-, hija de Francis-co deValderramaMartínez, natu-ral deSanturce (Bilbao), yErnesti-naAldayde laPedrera, deSantan-der. Según cuenta en Sí, soyGuio-mar, supadre fue abogadobrillan-te, diputado por el Partido Liberalantes de los 25 años, y gobernadorde Oviedo, Alicante y Zarazoga.En la capital aragonesa, a los cua-renta días de nacer, la niña —deahí su nombre— fue presentada ala Virgen del Pilar. Poco después,cuando empezó a resentirse la sa-lud del padre, que sufría “trastor-nosnerviosos”, la familia se trasla-dó aMontilla, en Córdoba, dondelos abuelos tenían propiedades.AllímurióFranciscodeValderrra-ma, a los 39 años.

Pilar lo adoraba y su pérdida lamarcó con un sello de tristeza in-deleble.

Cuatro años después la familiaregresó a Madrid para que se pu-diera atender a la educaciónde loshijos, pero volvían a veces en vera-no a Montilla. En la capital, Pilarrecibió la formación otorgada en-tonces a lasmuchachasde su clasesocial, y, entre los 8 y los 14 años,estudió como interna en el Sagra-do Corazón de Chamartín, dondeechó mucho de menos a su ma-dre, adquirióunbuenconocimien-to del francés y, según recordaráen un poema, era considerada al-go extraña por sus compañeras:

“Cuando yo era niña —niña yacrecida— / me llamaban rara, /porque con las otras niñas, misamigas, / apenas jugaba...”.

Cuando la madre vuelve a ca-sarse es otro desgarro para Pilar.Y su infelicidad se exacerba al sur-gir tensiones con el padrastro y loshermanastros. Tiene la ventaja deposeer un físico agradable y unagracia de palabra. Pasan los años.SushermanosFernandoyFrancis-co, mayores que ella, entran, res-pectivamente, en laEscuela de In-genieros Industriales y en laFacul-tad de Derecho. Cuando Pilar co-noce al palentinoRafaelMartínezRomarate, amigo acomodado deFernando, es un flechazo. Se ca-san enseguida. Es junio de 1908.Ella tiene20años; él, 22. Son jóve-nes, ricos, de gustos refinados. To-do parece sonreírles.

Valderrama cuenta en sus me-morias que vivieron primero en elbarrio de Argüelles, en un lujosopisode la calle delMarquésdeUr-quijo, esquina al paseo del PintorRosales, cuyo dueño era el generalValeriano Weyler. El padrón mu-nicipal de 1915 los censa, en efec-to, en el número 41 de dicha calle,1ºAderecha (hoy es el número47,y en la fachada se ha colocado unaplaca municipal en recuerdo deWeyler).MartínezRomarate cons-ta endichopadrón como “ingenie-ro”. En aquel piso espacioso, condiezbalcones, iránnaciendo loshi-jos de la pareja: uno que muerepronto, luego Alicia (1912), MaríaLuz (1913) y Rafael (1915). SegúnValderrama, sumarido no resultócariñoso con ella y sus hijos. A és-tos no los acariciaba ni besabanunca. Había algo que desde elprincipio no funcionaba.

Chalé en RosalesEn 1922 la familia se instala en elmagnífico chalé—entonces se de-cía hotel— levantado por Martí-nez Romarate (según su propioproyecto y con el dinero de Pilar)sobre un cercano solar deRosales,número 44 (después, 56). El pa-seo tiene a su inicio el Cuartel delaMontaña yal final laCárcelMo-delo, ambos desaparecidos hoy.Enfrente está elmagnífico Parquedel Oeste. Integran el chalé unsemisótano, dos plantas, “unagran terraza con vistas a la sierrade Guadarrama que se erguía alfondo”, una espaciosa biblioteca y,detrás, un jardín con árboles don-dePilar cuida susplantas.Lapare-ja tiene una vida social intensa. Almarido le gusta el teatro, con afi-ción especial a la escenografía y ladecoración. Pilar escribe poemas,según ella “a escondidas como sicometiera un delito”, aunque Laspiedras de Horeb llevaba ilustra-ciones de su marido, lo cual pare-ce demostrar su aprobación. Parafinales de la década de los veintepertenecealLyceumClubFemeni-no —donde conoce a ZenobiaCamprubí, esposa de Juan Ra-món Jiménez, y aMaría deMaez-tu— y al Cineclub, regido por Er-nesto Giménez Caballero (con lacolaboración, desde París, de LuisBuñuel). Pasan los veranos enSanRafael o en la finca solariega de lafamilia deMartínez Romarate, si-

tuada a unos veinte kilómetros dePalencia. A veces hacen una esca-pada al extranjero: Francia, Suiza,Italia.

En Sí, soy Guiomar, Valderra-ma evoca su primer encuentrocon Machado. Refiere que unosmeses antes su marido le habíaconfesado, demudado, que acaba-ba de suicidarse —se había tiradode una ventana de la calle de Al-calá— una joven con la cual, a es-paldas suyas, mantenía relacionesdesde hacía dos años. Valderramanoaduce la fechadel lúgubre suce-so, pero fue el 17 de marzo de1928. La desafortunada mucha-cha, según losperiódicos, se llama-ba Felisa Ernestina Castro Pérez,tenía 25 años y estaba domiciliadaen la calle de Corredera Baja deSanPedro (donde unos años atráshabían vivido los Machado). Pilarconocía de sobra el cáracter don-juanesco de su marido, pero estoeradiferente. Se tratabadeun “he-cho trágicoqueme impresionódo-lorosamente, marcando un cam-bio en mi vida íntima, alterandosu rumbo como si se partiera endos etapas: el antes y el después”.¿Qué hacer? Su primer impulsofue huir de casa, alejarse de unapersona que ya le era insoporta-ble. Por fin dijo a su madre, igno-rante de lo ocurrido, que estabamal de los nervios y se marchó aSegovia—con la tarjetadepresen-tación paraMachado— “en buscade sosiego”. Y, sin duda, para me-ditar sobre lo que iba a hacer.

Allí, según sigue relatandoVal-derrama, llovía y hacía un frío in-tenso.A los pocosdías, por lo vistosin tratar de ver al poeta, volvió aMadrid, donde se encontró conque sumarido sehabía idoaFran-cia.Perono tardómuchoen regre-sar y, a finales demayo, Pilar huyóotra vez a Segovia. Ahora hacíamejor tiempo. Después de algu-nos díasmandó aMachado, a tra-vés de un botones, su tarjeta, yaquellamisma noche—fue el 2 dejunio— el poeta se presentó en elhotel Comercio. Y sigue la musa:

“No puedo expresar la emo-ción que tuve al encontrarme conél y estrechar sumano. Era el poe-ta tan admirado el que estaba an-temí, con su desaliño, sí, pero conun rostro bondadosísimo, unafrenteanchay luminosa, una cabe-za, en fin, admirable sobreuncuer-poalto, desgarbadoypocoatracti-vo. Al verme, no supe qué pasópor él, pero advertí que se quedócomo embelesado, pues no cesabade mirarme y apenas habló paradecirme cuánto sentía estar tanocupado con los exámenes, queno podía acompañarme ni aten-derme como sería su deseo. Aña-dió que dos días después termina-ba su actuación en el tribunal y te-níaque irse ineludiblementeaMa-drid, lo que lamentaba, pues leagradaría verme y serme útil”.

Valderrama le invita a cenarcon ella en el hotel a la noche si-guiente. El poeta acepta gusto-so. Apenas come. Apenas habla.

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Antonio Machado,enamoradode ‘Guiomar’El escritor IanGibson publica unaexhaustiva biografía del poeta sevillano

La última foto de Antonio Machado vivo, en el exilio francés.

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Machado discursea en el mitin republicano en Segovia el 14 de febrero de 1931.

El poeta con su esposa Leonor, fallecida prematuramente en 1912 a los 18 años.

Pilar de Valderrama, Guiomar para el poeta.

Pilar dijo al poeta desde elprimer momento que porfidelidad a sus creencias, asus hijos y a sí misma “nopodía ofrecerle más queuna amistad sincera, unafecto limpio, espiritual”

No hace más que mirarla. “Des-pués de la cena”, sigue contandola escritora, “como hacía unamagnífica noche de fines de ju-nio, estrellada y tibia, no re-cuerdo si él o yo, propusimos unpaseo hasta el Alcázar”. Duranteel mismo explica al poeta que es-tá atravesando por momentosamargos, sin contarle “exacta-mente los motivos”.

El paisaje castellanoMachado nunca olvidará aquelpaseo, y la belleza del paisaje cas-tellano visto bajo la luna desdela explanada del aquel palaciode hadas, a cuyo pie se juntan ru-morosamente los ríos Eresma yClamores. Fue uno de los mo-mentos estelares de su vida.

El poeta pidió a Valderramasus señas, y, según ella, le dijoque le mandaría enseguida unejemplar de la recién aparecidasegunda edición de sus Poesíascompletas. Ella le advirtió queno podía decir cuándo estaríaotra vez en Madrid, por razonesde su salud. Prometió ponerleunas letras en cuanto lo supiera.Y así lo hizo.

Hasta aquí la versión de lamusa, que merece una lecturacautelosa. ¿Fue a Segovia con elpropósito concreto de conocer alpoeta? No lo dice, pero parecemuy probable (para el “alivio” desu espíritu podía haber elegidootros lugares). (...)

Antonio Machado, que buscacon desesperación la plenitudamorosa, no la va a poder encon-trar fácilmente en una mujermuy católica para quien lo únicoque parece tener importancia enel amor es la fusión de almas, decorazones, y la ternura sin con-tacto físico. Durante el veranode 1928 los dos se ven secreta-mente en La Moncloa, a kilóme-tro y medio del chalé de Pilar,después del Parque del Oeste.Allí, cerca del “palacete” del sigloXVIII —hoy residencia oficialdel presidente del Gobierno—había un jardín que pertenecíaentonces, así como el edificio, alMinisterio de Instrucción Públi-ca. Ambos habían sido cedidospor un Real Decreto de 1918, pa-ra su restauración, a la Sociedadde Amigos del Arte, y estabanabiertos al público. Desde el jar-dín, según escribió en 1930 surestaurador, el pintor y jardine-roXavier deWinthuysen, se divi-sa un paisaje maravilloso de am-plísimo horizonte. De un lado, laCasa de Campo; de otro, la masadel encinar de El Pardo, y, comofondo, la sierra de Guadarrama.Las puestas de sol desde estos lu-gares son tan maravillosas quese las cita en las guías extranje-ras. Musa y poeta se veían en lafrondosa glorieta, con fuente re-donda y banco de piedra alrede-dor, que había en medio del jar-dín. La llamaban “El Jardín de laFuente”, y Machado apodó elbanco como “El Banco de losEnamorados”. En enero de 1929el poeta le rogó a la amada queincluyera en el nuevo libro queestaba preparando, Esencias, lapoesía inspirada por aquel locusamoenus, argumentando que nohabía en ella nada “comprometi-do”. Ella accedió. (...)

La Estación del Norte, testigode las llegadas y salidas semana-les del poeta, se encuentra al piede la ladera en cuya cresta seasienta el paseo deRosales, lade-ra que forma parte del Parquedel Oeste. A veces, nada más re-gresar a Madrid, el poeta sube apie hasta delante del chalé de lamusa y, oculto entre las frondas,espera ansioso que salga al bal-cón. A veces tiene suerte, a vecesno. Un día le manda una coplaalusiva a este rito: “Hora del últi-

mo sol. / La damita de mis sue-ños / se asoma a mi corazón”.

A menudo, al volver a Sego-via, el poeta imagina que desdela ventanilla puede vislumbrar ala musa allí arriba, con su trajeazul, cuando el tren llega al pasode nivel situado al lado de la igle-sia de San Antonio de la Florida.Cerca del paso, a unos pocosme-tros del pequeño cementeriodonde yacen los cuarenta y tresmadrileños fusilados por losfranceses en la madrugada del 3de mayo de 1808, se habían des-

pedido una tarde. ¡Cómo olvidar-lo! Pilar es ya una obsesión.

Dice Valderrama en Sí, soyGuiomar que su obra de teatroEl tercer mundo, publicada en1934, se inspiraba, “en su fon-do”, en la relación que tenía conel poeta. Ello es indudable, perotambién en la relación,muy ator-mentada, que tenía en casa.Cuando elmisterioso amante ita-liano de Marta es arrollado porun coche frente al chalé de ésta eintroducido en elmismo, nos da-mos cuenta de que el marido—dramaturgo de éxito demasia-do ocupado con su fama y consus proyectos para hacerle caso asu mujer— se parece mucho aRafael Martínez Romarate. Eltercer mundo es un espacio ima-ginario ubicado entre el mundodel sueño y el de la vigilia, don-de, a fuerza de voluntad, todo esposible, hasta el amor prohibidopor las convenciones religiosas ysociales. “Yo ideé ese tercermun-do”, escribe Valderrama en susmemorias, “¡qué distinto del queahora llaman así!, para tener ple-na certeza de la conexión denuestros pensamientos, ya quepor la separación real de nues-tras vidas era un consuelo sentiren esos momentos su compañía,su calor espiritual a través de ladistancia que nos separaba”.Ma-chado hizo suyo el concepto, y sereferirá con frecuencia al tercermundo en su correspondenciacon la amada.

Un café en Cuatro CaminosEn el otoño de 1928, cuando lashojas del Parque del Oeste sevan tornando amarillas y ya em-pieza a hacer frío, la pareja co-mienza a frecuentar un café deCuatro Caminos que, según reve-ló la escritora Justina Ruiz deConde en 1961, casi seguramen-te informada al respecto por lapropia Valderrama, se llamabael Franco-Español y estaba situa-do “por la avenida Reina Victo-ria, en su primera bocacalle a laizquierda”. La descripción es só-lo un poco inexacta. Se tratabadel restaurante o merendero detal nombre que, de acuerdo conla Guía Directorio de Madrid ysu provincia correspondiente a1929, se encontraba al inicio dela calle del Doctor Federico Ru-bio y Galí (hoy Pablo Iglesias).El hecho de que había al lado delFranco-Español otro merende-ro, La Terraza, sugiere que se tra-taba de un lugar de esparcimien-to popular.

Cuatro Caminos, entonces ba-rrio más obrero que burgués, ca-si en el extrarradio de la ciudad,tenía la virtud de estar alejadode las miradas curiosas de ami-gos y familiares. Por ello el poetahabía buscado allí un esconditepara sus entrevistas con lamusa.Quizá le atrajo también el nom-bre del establecimiento, acercadel cual caben todas las hipóte-sis. En sus cartas a la amadaMa-chado lo llama “nuestro rincón”,o “nuestro rincón conventual”.Valderrama, por su parte, recuer-da con nostalgia, en Sí, soy Guio-mar, “un salón grande” donde sesentaban “en unas incómodas si-llas ante una mesa de mármol,acompañados siempre de algu-nas parejas de empleados y obre-ros, bajo la atención asidua delmozo Jaime”.

Pronto se establece un ritmoy un protocolo para los encuen-tros. A finales de los años veinte,después de una década en Sego-via, Machado sólo tiene clase lostres primeros días de la semana,y vuelve a Madrid el miércolespor la noche. Luego, el domingopor la tarde, regresa a Segovia.Los dos suelen verse los viernespor la noche en su “rincón”, y a

veces los sábados por la mañanao por la tarde (si ella no puedeacudir —a menudo hay un con-tratiempo inesperado— le llamaallí por teléfono o deja unmensa-je con el mozo). Luego, despuésde separarse, se escriben prolífi-camente: ella a Segovia, paraque el poeta tenga carta el mar-tes o el miércoles antes de volvera Madrid; él, a través de una delas confidentes de Pilar —Hor-tensia Peinador,María Estreme-ra yMarta Valdés— o de la agen-cia de mensajería Continental(ubicada en la carrera de San Je-rónimo, 15).

Desde el primer momento, sihemos de creer a Valderrama,ella impuso las condiciones quedebieron regir la relación, y le di-jo al poeta que por fidelidad asus creencias, a sus hijos y a símisma “no podía ofrecerle másque una amistad sincera, un afec-to limpio y espiritual, y que deno ser aceptado así por él, no nosvolveríamos a ver”. Y Machado,según ella, contestó: “Con tal deverte, lo que sea”.

Valderrama reconoce queMa-chado, en virtud de tal pacto, pa-deció la tortura “de la barreraque nos separaba materialmen-te”. Cabe deducir, sin embargo,que el poeta, ante tal plantea-miento del asunto, pensaría quecon el tiempo, y al irse conocien-do ambosmejor, la situación po-dría cambiar a su favor. Entre-tanto su posición frente a la dio-sa se parecía mucho a la del tro-vador medieval: amor cortés, sí;sexo, no.

Toda vez que, como dice Ma-chado en un poema no publica-do en vida, Pilar le había busca-do a él, no al revés, las condicio-nes impuestas se podían conside-rar harto injustas: “Tú me bus-caste un día / —yo nunca a ti,Guiomar, / y yo temblé al mirar-me en el tardío / curioso espejode mi soledad...”.

240 cartas en siete añosValderrama calcula, en sus me-morias, que Machado le escribióunas 240 cartas a lo largo de lossiete años de su relación, de lascuales ella quemó todas menos“unas cuarenta” en vísperas de laGuerra Civil, antes de salir paraPortugal, escogidas “al azar lasque estaban encima, sin releer-las siquiera por la premura deltiempo”. De las dirigidas por ellaal poeta no parece haberse salva-do ninguna. La pérdida de estacorrespondencia es una trage-dia. Las deMachado constituían—lo sabemos por las pocas quehan sobrevivido— una especiede diario íntimo, y hoy serían undocumento de inmenso valor pa-ra conocer mejor, mucho mejor,la intimidad de uno de los gran-des poetas de Europa.

Para empeorar esta situación,las cartas de Machado salvadasde las llamas fueron manipula-das después por su destinatariacuando decidió darlas a conoceren parte. Se recurrió entonces acortes e incluso a tratamientoscon decolorantes para borrar pa-sajes considerados imprudenteso arriesgados (¡algunos de elloshan vuelto a ser legibles con elpaso de los años, incluso en co-lor rojo, como para mofarse detales prevenciones!). Gracias aCartas a Pilar, la magnífica edi-ción de Giancarlo Depretis—descubridor de estas manio-bras tan destructivas e hipócri-tas— la correspondencia existen-te, conservada en la BibliotecaNacional de España, se puedeleer ahora en su correcto ordencronológico (Machado casi nun-ca fechaba sus cartas), y con larestitución de algunos pasajesde extraordinario interés.

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