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ALBERTO MAGGI EDICIONES EL ALMENDRO

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ALBERTO MAGGI

EDICIONES EL ALMENDRO

En torno al Nuevo Testamento, N.° 21

Los numerosos obstáculos que presenta la lectura de los evangelios plantean la cuestión ile si es posible un acercamiento a ellos en el que, además de la iluminación del Espíritu Santo, indispensable, se pueda recurrir a la luz, tan necesaria, del sentido com ún ¿Es po­sible acercarse a los evangelios mediante una lectura que suscite la fe y que no la exija previamente, porque baya que aceptar ciega­mente episodios y mensajes aparentemente contrarios a la razón y al sentido com ún?liste es uno de los muchos interrogantes que plantea una lectura que no sea acrítica ni fanática de los evangelios. Interrogantes que dependen, en parte, del hecho de encontrarse el lector ante una traducción de un texto transmitido hace Jos mil años en una lengua muerta y con imágenes provenientes de una cultura oriental muy diferente de la nuestra.En este libro se trata de dar respuesta a estos interrogantes propo­niendo una serie de reflexiones dirigidas a aquellos «no creyentes» que intenten una primera aproximación a los evangelios y a quienes, siendo «creyentes», deseen descubrir las riquezas escon­didas en textos tan importantes para la vida Jet cristiano.

Alberto Maggi, hermano de la Orden de los Siervos de María, ha cursado estudios en las facultades teológicas pontificias «Ma- rianum» y «Gregoriana» de Roma y en la "Ecole Bimique et Archéo- logique Fran^aise» de Jerusalén. Corno director del C.entro Studi liihlici «(, . Vanucci» de Montefano (Me), se dedica a la divulga­ción, a nivel popular, de la investigación científica en el sector bí­blico mediante publicaciones, programas de radio y conferencias en Italia y en otros países; colabora con la revista Rocca. Ha pu­blicado en Ediciones El Almendro Nuestra Señora de los Herejes y en la editorial Cittadella de Asís Roba Ja preti, Padre dei poveri, 2 vols. (traducción y comentario de las Bienaventuranzas y del Padre Nuestro de M ateo); ha sido responsable de la transmisión del programa l a liuona Notizia épertutti! de Radio Vaticana.

EN TO RN O AL NUEVO TESTAMENTOSerie dirigida por

JESUS PELAEZ

V o l ú m e n e s p u b l ic a d o s :

1. Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I.2. Juan Mateos-Fernando Camacho: El horizonte hnmano. La pro­

puesta de Jesús.3. Jesús Peláez: La otra lectura de los evangelios, II. Ciclo C.4. Juan Mateos-Fernando Camacho: Evangelio, figuras y símbolos.5. José Luis Sicre-José María Castillo-Juan Antonio Estrada: La Iglesia y

los Profetas.6. Alberto Maggi: Nuestra Señora de los Herejes.7. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser libres. «Seréis dichosos». Ci­

clo B.8. Juan Mateos: La utopía de Jesús.9. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser libres. -No la ley, sino el

hombre*. Ciclo B.10. Jack Dean Kingsbury: Conflicto en Marcos. Jesús, autoridades, discí­

pulos.11. josep Rius-Camps: El éxodo del hombre libre. Catequesis sobre el

Evangelio de Lucas.12. Carlos Bravo: Galilea año 30. Para leer el Evangelio de Marcos.13. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser libres. -Para que seáis hijos».

Ciclo C.14. Manuel Alcalá: El evangelio copto de Felipe.15. Jack Dean Kingsbury: Conflicto en Lucas. Jesús, autoridades, discí­

pulos.16. Howard Clark Kee: ¿Qué podemos saber sobre Jesús?17. Franz Alt: Jesús, el prim er hombre nuevo.18. Antonio Pinero y Dimas Fernández-Galiano (eds.): Los Manuscritos

del Mar Muerto. Balance de hallazgos y de cuarenta años de estu­dios.

19. Eduardo Arens: Asía Menor en tiempos de Pablo, Lucas y Juan. As­pectos sociales y económ icos para la comprensión del Nuevo Testa­mento.

20. J. Riches: El mundo de Jesús. El judaismo del siglo i, en crisis.21. Alberto Maggi: Cómo leer el evangelio y no perder la fe.22. Pheme Perkins: Jesús como maestro, la enseñanza de Jesús en el con­

texto de su época.

ALBERTO MAGGI

COMO LEER EL EVANGELIO

y no perder la fe

$EDICIONES EL ALMENDRO

CORDOBA

Traducción castellana de Jesús Peláez de la obrade Alberto Maggi, Come leggere i l 1'angelo e non perdere la fede, Citta-della Editrice, Asís, 1997

AgradecimientoMi más sincero agradecimiento a las Profesoras Annalú Martignago, Serenella Zanardl y a Fray Ricardo Pérez del Centro Studl Dibltct, que han colaborado generosamente en la preparación final del texto y en la revisión de la traducción de los textos originales de la Biblia.

Editor: J esús PelAez

© Copyright by A lb i í r t o M a g g i

EDICIONES EL ALMENDRO DE CORDOBA, S. L.

El Almendro, 10 Castaño, 11Apartado 5 066 Polígono Industrial -El Guijar»Teléfono y Fax 957 274 692 Tel.: 918 701 797. Fax: 918 702 40014006 C ó r d o b a 28500 Arganda del Rey (M a d r id )E-mail: [email protected]: http://www.indico.com/aea/asociados/almendro.lum

ISBN: 84-8005-038-1 Depósito legal: SE-1328-2005

Impresión: P u b l id is a

CONTENIDO

Siglas .............................................................................................................................. 9

In t r o d u c c ió n ............................................................................................................. 13

¿D ios? U n cuern o d e s a l v a c ió n ..................................................................... 1 9

E l prefer id o d e J esús ( Jn 13,23) .................................................................. 25

E l a bu elo d e J esús (M t 2 ,1 -1 2 ; Le 2 ,1 - 2 0 ) ............................................ 31

D ivina carnicería (M t 8 ,1 - 4 ) .......................................................................... 3 9

¿C uántas veces, hija mía? (Jn 4 ,1 - 4 2 ) ........................................................ 4 7

J esús y fl monseñor (M e 1 2 , 2 8 - 3 4 ) ............................................................ 5 5

E l adelantamiento d e una prostituta (L e 7 ,3 6 - 5 0 ) ...................... 6 3

P ec a d , hermanos (M t 9 ,1 - 8 ) ............................................................................ 7 1

E l D ios q u e margina (M e 5 ,2 5 - 3 4 ) ............................................................ 7 9

¿M ilagros? N o , gracias (Jn 4 ,4 6 - 5 4 ) ......................................................... 8 7

E nanos y bailarinas (M t 1 4 ,1 -1 2 ; M e 6 ,1 7 - 2 9 ) .................................. 9 5

R ico s y vendidos (M e 1 0 ,1 7 - 2 2 ) .................................................................. 1 0 3

L os calzoncillos d e los sacerdotes 0 n 8 ,1 - 1 1 ) ............................... 111

E l santo blasfem o (Jn 5 , 1 - 1 8 ) ........................................................................ 1 1 9

D em onios po r todas partes (L e 4 ,3 1 - 3 7 ) ............................................. 1 2 7

E xco m ulg ad o por gracia d e D ios (Jn 9 ) ............................................. 1 3 5

E l d io s v a m pir o (Me 11,12-25; 12,38-13,2) ...

C o r a z ó n d e m am á (Mt 20,17-34) ....................

La m u je r d e l e v a n g e l io (Me 14,3-9) ..............

Sa n ed r ín y s o b o r n o s (Mt 28) .........................

C o n c l u s ió n : E l s a n t o , e l p a p a y e l e v a n g e l io

G l o s a r io ..........................................................................................

B ib l io g r a f ía ..................................................................................

L ista d e p e r íc o p a s e v a n g él ic a s c o m e n t a d a s ..

8 Contenido

SIGLAS

Abd Abdías Is IsaíasAg Ageo Jds JudasAm Amós Jdt JuditAp Apocalipsis J1 JoelBar Bamc Jn JuanCant Cantar de los Cantares IJn 1.a JuanCol Colosenses 2 Jn 2.a Juan1 Cor 1 .a Corintos 3 Jn 3.a Juan2 Cor 2.a Corintos Job Job1 Cr 1.° Crónicas Jos Josué2 Cr 2.° Crónicas Jr JeremíasDn Daniel Jue JuecesDt Deuteronomio Lam LamentacionesEcl Eclesiastés Le LucasEclo Eclesiástico Lv LevíticoEf Efesios 1 Mac 1.° MacabeosEsd Esdras 2 Mac 2.° MacabeosEst Ester Mal MalaquíasÉx Éxodo Me MarcosEz Ezequiel Miq MiqueasElm Filemón Mt MateoFlp Filipenses Nah NahúnGál Gálatas Neh NehemíasGn Génesis Nm NúmerosHab Habacuc Os OseasHch Hechos 1 Pe 1.a PedroHeb Hebreos 2 Pe 2.a Pedro

10 Siglos

Prov Proverbios 2 Sm 2.° Samuel1 Re 1.° Reyes Sof Sofonías2 Re 2.° Reyes 1 Tes 1.a TesalonicensesRom Romanos 2 Tes 2.a TesalonicensesRut Rut 1 Tim 1.a TimoteoSab Sabiduría 2 Tim 2.a TimoteoSal Salmos Tit TitoSant Santiago Tob Tobías1 Sm 1.° Samuel Zac Zacarías

Abreviaturas de los tratados del Talmud

M MisnáY Talmud de JerusalénB Talmud de BabiloniaB.B. Baba Batra (daños)B.M. Baba Mezia (daños)B.Q. Baba qamma (daños)Ber. Berakot (bendiciones)Kel. Kelim (cosas impuras)Mek. Es. Mekhilta sobre el ÉxodoP.Ab. Pirqe Aboth (sentencias de dotes)Pea. Pea (límites)Pes. Pesahim (pascua)Qid. Qiddushim (matrimonio)Sanh. Sanhedrin (tribunales)Shab. Shabbat (sábado)

Fuentes antiguas

Fij\vio J o s e f o , Antigüedades Judías.— Guerra judía.L o t a r o i d i S e g n i, II disprezzo del mondo, edición a cargo de

R. D’Antiga (Pratica Editrice, 1994).P o s id ip o d e C a s a n d u a , El hermnafrodita.T á c i t o , Anales.

Siglas 11

Apócrifos del Nuevo Testamento

D e la in fa n cia d el Salvador.M em orias d e N icodem o (Actas d e Pilatos). Pistis Sophia.Protoevangelio d e Santiago.Evangelio d e Pedro.Evangelio copto d e Tomás.Evangelio d e M aría (Papiro Rylands).

INTRODUCCION

Los evangelios han sido escritos para suscitar la fe en Jesús de Nazaret.

El evangelista Juan afirma explícitamente que «Jesús rea­lizó... otras muchas señales que no están escritas en este libro; éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a Él* (Jn 20,31) y en la carta de Pablo a los Romanos se en­cuentra esta preciosa observación: «La fe sigue al mensaje y el mensaje es el anuncio del Mesías» (Rom 10,17).

Sin embargo, cuántos de los que se acercan a los evan­gelios se lamentan de que, con frecuencia, la lectura de estos textos no sólo no suscita la fe, sino que la lleva hasta el punto de ponerla en crisis; y esto no por la evidente difi­cultad de vivir una enseñanza que requiere madurez y cons­tancia, sino porque las formulaciones que hay en estos textos son muchas veces un desafío al sentido común. De ahí que se diga que hay que tener fe para creer lo que se dice en los evangelios.

Esta afirmación sitúa al no creyente en un círculo vi­cioso: no puede comprender el evangelio, porque no tiene aquella fe que solamente le puede venir del conocim iento del mismo evangelio...

En todo caso hay que reconocer que el primer en­cuentro con los evangelios no es alentador: desde el prin­

14 Introducción

cipio se tiene la sensación de hallarse ante un libro de fá­bulas o de relatos mitológicos.

Como en las fábulas, en los evangelios se dan situa­ciones inverosímiles, con revoloteos de ángeles que re­suelven todos los problemas y de demonios despreciables que los crean.

Es legítimo hacerse la pregunta: ¿De verdad existían en aquel tiempo los ángeles?

¿Y hoy?¿Por qué no se aparecen ya?Es fácil responder que no se «aparecen-, porque los

hombres no tienen fe.Pero el evangelio afirma que el sacerdote Zacarías tam­

poco tenía fe cuando un ángel de tanto renombre com o Ga­briel se le apareció (Le 1,20).

La actividad de Jesús no presenta menos escollos para su comprensión. Durante su vida, Jesús apenas curó una do­cena de leprosos.

¿Cómo no preguntarse por qué no curó a todos los que había en su tiempo?

Y sobre todo ¿por qué no los cura hoy ya?Él, que tiene el poder de devolver la vida a los muertos,

apenas resucitó en total a tres muertos: la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín y Lázaro... ¿Y los otros? ¿En lista de espera para el día de la resurrección, al final de los tiempos?

Trasmitidos para suscitar la fe, los evangelios plantean enormes interrogantes.

¿Qué puede significar que Jesús haya conseguido quitar el hambre de millares de personas con -cinco panes y dos peces- (Mt 14,17)?

Hoy sufren hambre muchas más personas que en tiempos de Jesús... ¿Para cuándo otras multiplicaciones de panes?

Jesús ha asegurado que cuantos creen en él harán «obras aún mayores* que las realizadas por él (Jn 14,12). Dado que,

Introducción 15

después de Jesús, no ha conseguido ninguno multiplicar ni panes ni peces, ¿quiere decir esto que en dos mil años de cristianismo no ha habido nadie con una fe tan grande «como un grano de mostaza»? (Le 17,5).

Jesús había garantizado a sus discípulos que ellos serían capaces com o él de «curar enfermos, resucitar muertos, lim­piar leprosos y echar demonios» (Mt 10,8), pero es fácil constatar que, incluso en el mundo llamado cristiano, los enfermos raras veces son curados, los muertos permanecen muertos, la lepra cambia de nombre, pero sigue siendo con­siderada un castigo divino y son los demonios los que apresan a los hombres en el infierno del odio.

El «sermón de la montaña», que se presenta en el evan­gelio com o el discurso más importante de Jesús, se abre con la desconcertante proclamación «Dichosos los pobres de es­píritu» (Mt 5,3).

En realidad nunca una bienaventuranza ha sido tan te­mida y evitada como ésta: cuantos viven pobres, a la pri­mera ocasión, abandonan sin ningún lamento la pobreza, mofándose de que Jesús la haya elevado a categoría de bien­aventuranza. Y aquellos que no son pobres no comprenden por qué deberían sentirse dichosos sumándose a la nutrida tropa de miserables de este mundo, en lugar de empeñarse en intentar reducir la miseria y la pobreza.

CUANDO JESÚS SE ENFURECE

El sentido común choca continuamente con los dispa­rates e incongruencias que se encuentran ya en el mensaje, ya en los episodios evangélicos.

Si puede comprenderse que «a quien tiene se le dará», cóm o no levantar una querella sindical por la injusta expre­sión «a quien no tiene, hasta lo que tiene, se le quitará?» (Me 4,25).

16 Introducción

¿Cómo conseguirá el ciego de Betsaida, al que Jesús, para curarlo, «lo sacó fuera de la aldea» volver a casa «sin en­trar en la aldea- (Me 8,36)?

Pero hay un episodio sobre todos que somete a dura prueba la fe del creyente: el de la maldición de la higuera (Me 11,12-14).

Tras buscar y no hallar fruto en la higuera, Jesús la mal­dice y ésta «se seca desde la raíz».

Es verdad que aquel día Jesús no debía estar de buen humor, pues después de maldecir la higuera corrió al templo con un látigo para «echar a los que vendían y com ­praban allí y volcar las mesas de los cambistas», pero no hay modo de superar el desconcierto provocado por el compor­tamiento airado de Jesús con un árbol inocente, máxime cuando el evangelista añade deliberadamente: «De hecho no era tiempo de higos» (Me 11,13).

La escena no puede sino provocar desorientación; o Jesús fue un insensato o el evangelista se equivocó al sub­rayar la imposibilidad de encontrar fruto en el árbol en aquella estación del año.

Los numerosos obstáculos que la lectura de los evange­lios presenta plantean la cuestión de si es posible un acer­camiento en el cual, más allá de la iluminación del Espíritu santo, indispensable, se pueda recurrir también a la del sen­tido común, igualmente necesaria.

¿Es posible acercarse a los evangelios por medio de una lectura que suscite la fe, y que no la exija de modo que tengan que ser aceptados ciegamente episodios o mensajes aparentemente contrarios a la razón y al sentido común? Éstos son algunos de los numerosos interrogantes y pro­blemas que plantea una lectura de los evangelios que no sea acrítica ni fanática.

Problemas que dependen, en parte, del hecho de que el lector se encuentra frente a una traducción de un texto tras­mitido hace dos mil años en una lengua ya muerta y con

Introducción 17

imágenes tomadas de una cultura oriental muy diferente de la occidental.

En este libro, que recoge los artículos (revisados y reor- denados) publicados en la revista Rocca bajo el título «Cómo leer el Evangelio sin perder la fe», se tratará de responder a estos interrogantes con una serie de reílexiones dirigidas a aquellos «no creyentes» que deseen descubrir las riquezas escondidas en textos tan importantes para la vida del cris­tiano.

¿DIOS? UN CUERNO DE SALVACIÓN

La buena noticia de Jesús es expresada por los evange­listas preferiblemente por medio de imágenes más que por formulaciones teológicas. Por esta razón cuando se lee el evangelio es necesario distinguir qué es lo que pretende co ­municar el autor y cóm o lo expresa.

El mensaje que transmite el evangelista es la Palabra de Dios siempre actual en el tiempo. El modo de presentarla, sin embargo, pertenece a su mundo cultural.

Algunos ejemplos tomados del lenguaje común ayudan a comprender esta distinción entre el mensaje y el modo de transmitirlo.

Fulanito se encuentra en precarias condiciones econó­micas es una frase formulada de modo correcto, pero será más incisiva si se expresa con una imagen: Fulanito está sin blanca. También se puede decir de uno que se ha quedado muy sorprendido, pero más gráfico es decir que se ha caído de las nubes.

Del descarado se dice que es un cara dura, un tempera­mento extravagante es el de tino que tiene pájaros en la ca­beza y si alguno es particularmente nervioso se dice que es un manojo de nervios. Igualmente el orador aburrido hace bostezar al público y del que le toca la lotería se dice que ha sido besado por la diosa Fortuna.

En la cultura española se comprende que estas expre­

20 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

siones son modos de hablar que no hay que entender al pie de la letra. Pero estas expresiones, leídas después de dos mil años en otras culturas, podrían ser tomadas literalmente.

Las figuras usadas en la cultura oriental no siempre equi­valen a las occidentales, y con frecuencia son diametral­mente opuestas; la oca, imagen de sabiduría en el mundo hebreo (Ber 9,57a) lo es de estupidez en el occidental. En el evangelio, Jesús se refiere a Herodes llamándolo «ese zorro...» (Le 13,32). Este animal, que en la cultura occidental representa la astucia, en el mundo semítico se consideraba el animal más insignificante: «es mejor ser la cola de un león que la cabeza de un zorro» (P. Ab. 4,20). Jesús no considera a Herodes astuto, sino insignificante.

En el lenguaje ordinario, las imágenes se ilustran fre­cuentemente con números: el vaso que se rompe lo hace en mil pedazos; las cosas se repiten cien veces, se dice «te llevo esperando tina hora», o «hace un siglo que no te veo; se dan dos pasos, se habla del tercer mundo y se dice algo a los cuatro vientos.

En la Biblia los números, por lo común, no tienen tanto un valor aritmético cuanto figurado.

Ya desde las primeras páginas se encuentran cifras con valor simbólico, de los siete días de la creación (Gn 2,2) a la edad de los patriarcas: Matusalén, el que vivió más que todos, llegó, ni más ni menos, a la edad de 969; Adán vivió sólo 930 y Noé, que fue padre a los 500 años de vida, llegó hasta los 950. Después el Creador se enfada con la huma­nidad y fija para todos el límite de 120 años de vida (Gn 6,3).

Los números tienen igualmente un valor figurado en los evangelios. El número tres significa completamente. Pedro reniega de Jesús tres veces y cuando anuncia Jesús que re­sucitará al tercer día (Mt 16,21) no da indicaciones para el triduo pascual, sino que asegura que volverá a la vida de modo definitivo, con la derrota completa de la muerte.

¿Dios? Un cuerno de salvación 21

El número siete significa todo, el doce Israel, cuarenta una generación, cincuenta es el número que designa la ac­ción del Espíritu Santo (Pentecostés) y setenta, el número de las naciones paganas.

En el lenguaje cotidiano para expresar la testarudez de un individuo se dice que está sordo para lo que no le inte­resa; el obstinado está ciego y quien tiene una conducta va­cilante cojea.

En la Biblia, ceguera y sordera indican obstinación (Is 42,18-19) y en los evangelios los ciegos no son los que no ven, sino aquellos que no quieren o no pueden ver el ideal de hombre propuesto por Jesús.

Por esto Jesús llama a los fariseos -ciegos y guías de ciegos» (Mt 15,14).

Los dos ciegos de Jericó representan a los discípulos Santiago y Juan que ambicionan los puestos de prestigio (Mt 20, 20-23). Cegados por una tradición que presentaba un Mesías guerrero según el modelo del violento rey David, no ven al Cristo que «ha venido no para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos» (Mt 20,28).

La misión de Jesús de devolver la vista a los ciegos (Le 4,18) y de curar otras enfermedades no mira tanto a lo físico de las personas cuanto a su interioridad.

Esta misión puede ser continuada por la comunidad de creyentes con propuestas y acciones que permitan a los hombres alcanzar la plenitud de la condición humana, co ­rrespondiente al designio de Dios sobre el hombre.

Los evangelistas, describiendo las curaciones realizadas por Jesús, no pretenden presentar un Cristo ambulante de primeros auxilios, sino la acción profunda del Señor que tiende a eliminar los obstáculos que impiden acoger su mensaje. Por esto los evangelistas evitan la palabra griega que significa milagro y en su lugar usan preferiblemente el término signo.

En los evangelios no hay milagros, sino signos que Jesús

hace y que la comunidad de los creyentes está obligada a continuar.

22 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

LOS CUERNOS DE IJUÍAS

En la Biblia existen numerosas expresiones idiomáticas que no tienen el significado que parecen presentar literal­mente.

Derramar aceite sobre la cabeza (Sal 23,5) equivale a perfumar y echar las sandalias (Sal 60,10), a conquistar. Amontonar carbones encendidos sobre la cabeza de alguien (Rom 12,20) no significa quemarlo, sino sacarle los colores a la cara, avergonzarlo.

Zacarías anuncia al Liberador esperado con la expresión bíblica un cuerno de salvación (Le 1,69), donde el cuerno, símbolo de fuerza, tiene el significado de potente y se refiere a la fuerza de Dios (Sal 18,3).

Cuando estos criterios no se tienen presentes en la tra­ducción, el texto resulta ininteligible.

El lector ordinario, que no tiene por qué conocer todos estos giros lingüísticos, encontrará incompresible la invita­ción que hace el rey David a su oficial Urías: «Anda a casa a lavarte los pies» ( 2Sm 11,8).

Lavarse los pies es un eufemismo para indicar dormir con la m ujeril Sam 11,11).

David, que «en el tiempo en que los reyes acostumbran a ir a la guerra» prefería quedarse en Jerusalén haciendo el amor, había obtenido los favores de la esposa de Urías, mien­tras éste estaba luchando contra los amonitas (2 Sm 11,1).

Llamado de nuevo, Urías a Jerusalén, el rey David in­tenta atribuirle la paternidad del niño que espera Betsabé.

Dado que Urías, cornudo pero no estúpido, rechaza la­varse los pies, David no tiene otra salida que asesinarlo (2Sm 11,14-17).

¿Dios? Un cuerno de salvación 23

Un claro ejemplo de cóm o una expresión puede ser comprendida sólo si se la sitúa en su contexto cultural, se encuentra en el bautismo de Jesús.

Juan anuncia la llegada de Jesús como aquél del que no es digno de desatar la correa de la sandalia (Jn 1,27).

En la cultura occidental la expresión puede parecer un ejemplo piadoso de humildad por parte de Juan Bautista.

El contenido de la frase es, en realidad, mucho más rico. La fórmula desatar la correa de la sandalia pertenece a las normas jurídicas que regulaban el matrimonio hebreo, y se refieren a la ley del Levirato (del latín levir, cuñado), institu­ción que se encargaba de conservar el patrimonio del clan familiar (Dt 25,5-10).

Cuando una mujer se quedaba viuda sin haber tenido hijos, el cuñado tenía la obligación de fecundarla (Gn 38). El niño nacido de esta unión debería llevar el nombre del marido difunto.

Si el cuñado se negaba, el pariente jurídicamente más próximo, adquiría el derecho de dejar embarazada a la viuda mediante la ceremonia llamada del descalce, que con­sistía en quitar la sandalia del pie del que tenía el derecho a hacerlo (Rut 4,7-8).

Conociendo este contexto cultural, la expresión usada por el Bautista se inserta en la simbología hebrea de la rela­ción matrimonial entre Dios-esposo e Israel-esposa (Os 2).

Juan, de quien el pueblo creía que era el Mesías espe­rado (Jn 1,19-20) afirma que el derecho a fecundar a Israel no le pertenece; él no es el esposo, sino Jesús (Jn 3,29-30).

EVANGELIOS PARA ANALFABETOS

Llegados a este punto surge una pregunta espontánea: ¿Los evangelios son tan difíciles de interpretar?

¿No han sido escritos con un lenguaje accesible a todos?

24 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Ciertamente es así.Los evangelios no han sido escritos para ser leídos, sino

oídos, dado que la mayor parte de los primeros creyentes eran analfabetos (Hch 4,13).

Los evangelistas, literatos idóneos de las comunidades cristianas, transmitían sus escritos a otras comunidades donde el lector, persona de cultura expresamente encargada para ello (Ap 1,3) no se limitaba a leer el texto, sino que lo interpretaba y lo explicaba a la gente.

En un lugar particularmente difícil del evangelio de Marcos, el autor hace expresamente una advertencia: «Que el lector preste atención» (Me 13,14).

Naturalmente para vivir en plenitud el mensaje de Jesús es suficiente incluso una lectura no profunda.

Expresiones como «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os maltratan» (Le 6,27) no necesitan tanto de explicación cuanto de ser llevadas a la práctica.

Pero si se quiere comprender «lo que es la anchura y lar­gura, la altura y profundidad» (Ef 3,18) del amor del Padre contenido en la Escritura es necesario un trabajo de investi­gación. Los evangelistas de hecho no presentan un relato histórico de lo que Jesús realizó, sino una teología de lo que la comunidad puede hacer: no una vida de Jesús, sino su significado en la vida de la comunidad. No hechos extraor­dinarios para suscitar la admiración en el lector, sino una in­vitación para continuar la obra de Jesús (Jn 14,12).

EL PREFERIDO DE JESÚS (Jn 13,23)

Jesús declara que su misión consiste en manifestar a todo hombre el amor de Dios, sumergiendo («bautizando») al hombre en el Espíritu, la fuerza creadora del Padre (Jn 1,33).

Esta acción de Jesús va dirigida a todos.Como el Padre, Jesús no ama al hombre gracias a sus

méritos, porque es bueno, sino que éste tiene la posibilidad de hacerse bueno, porque es objeto de un amor sin condi­ciones.

Dirigiendo este amor hacia los «ingratos y malvados» (Le 6,35), Jesús desmiente la visión de un dios justiciero. El Padre no le ha encomendado destruir, sino dar vida: «Dios no envió el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17). La actividad de Jesús no consistirá en «cortar y echar al fuego a todo árbol que no dé buen fruto» (Le 3,9), sino en «cavar al­rededor y echar estiércol» (Le 13,8), favoreciendo las condi­ciones vitales necesarias para producir fruto.

Cuando Jesús se encuentra con alguien, los evangelistas dicen que «lo vio» (Me 1,16), utilizando el mismo verbo usado siete veces en el libro del Génesis en el relato de la creación: «Y vio Dios que era bueno» (Gn 1,3.10.12.18.21. 25.31).

Jesús, el Hombre-Dios, cuando encuentra a alguien lo

26 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

«ve» con la misma mirada del Dios de la creación, una mi­rada que comunica amor («Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor», Me 10,21).

El creador mira «la tierra informe y desierta» y le parece buena (Gn 1,2.10), y su mirada la transforma, le comunica vida animándola: «Envías tu espíritu y los creas, y repueblas la faz de la tierra» (Sal 104,30).

Jesús fija su mirada creadora en el caos de la persona para re-crearla con su amor como canta el profeta Sofonías: «Te renovará con su amor» (Sof 3,17). El hombre, cuando encuentra al Señor, no es nunca humillado por la penosa vi­sión de sus propias miserias, sino embriagado por la inago­table riqueza del amor de Dios (Le 15).

En sintonía con el Dios que «no mira la apariencia, sino el corazón» (1 Sm 16,7), los evangelios enseñan que es ne­cesario encontrar a Jesús para aprender a mirar a las per­sonas, acontecimientos y cosas con la mirada misma del Creador, la misma con la que Jesús miraba incluso a sus ase­sinos: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Le 23,34).

Al fariseo piadoso que ve su casa manchada por la pre­sencia de «una pecadora» (Le 7,36-50), Jesús le reprende por su mirada y lo invita a ver a un ser humano: «¿Ves esta mujer?».

Igualmente, mientras los ojos del fariseo ven un «pe­cador y un publicano», los de Jesús ven «un hombre» sentado al mostrador de los impuestos (Mt 9,9) y en lugar de evitar al que era considerado la personificación del pecado, lo in­vita a com er a su casa.

El amor derramado escandalosamente sobre quien no lo merece provoca en todo momento las protestas de cuantos regulan la conducta propia de acuerdo con la fiel obser­vancia de la Ley.

A su protesta Jesús replica: «¿O ves tú con malos ojos (lit. tienes el ojo malo) que yo sea generoso?» (Mt 20,15).

El preferido de Jesús 27

Para tener la mirada de Jesús es necesario sustituir el ojo «malo» por el «generoso» (Mt 6,22-23), expresiones figuradas que indican, respectivamente, avaricia y generosidad (Dt 15,9-11), y sintonizar la capacidad de amor con la de un Dios generoso capaz de «tener misericordia de todos» (Rom 11,32).

Esta nueva visión es fruto de la fe de los individuos, único «colirio para untárselo en los ojos y ver» (Ap 3,18).

Jesús «toca» los ojos de los ciegos, pero éstos se abren en la medida de su propia fe: «Que se os cumpla, según la fe que tenéis» (Me 9,29) y como sucedió al celoso fariseo Saulo, que «incluso teniendo los ojos abiertos no veía nada», es necesario que le caigan «de los ojos una especie de es­camas» (Hch 9,8-18) para recuperar la vista y reconocer a Dios (Hch 9,5).

F.L NÚMEKO IJNO

Al presentar a los individuos vistos con los «ojos» de Jesús, los evangelistas tienen predilección por los «perso­najes representativos».

Éstos son individuos que se presentan de modo anó­nimo, por cuanto su realidad trasciende la dimensión histó­rica para proyectarse en la actualidad de cualquier tiempo. A través del recurso literario de eliminar toda referencia anagráfica, los evangelistas presentan personajes en los que cualquier lector se puede ver reflejado.

Una tradición, crecida de modo paralelo a los evangelios y que ha tenido su vértice en los evangelios apócrifos, «ha bautizado» de hecho a estos anónimos, creando no poca confusión en la comprensión de los evangelios.

Con el mismo procedimiento con el cual la pecadora anónima, protagonista del evangelio de Lucas (7,36-50), ha sido identificada con María de Magdala, al discípulo amado

28 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

(que no «predilecto») por Jesús se le ha dado el nombre de «Juan». Pero el evangelista, incluso presentando muchas veces a este discípulo, evita cuidadosamente darle otra identidad a no ser la de ser objeto del amor de Jesús. El evangelio no pretende dar a conocer las proezas del «nú­mero uno» entre los discípulos, una persona digna de recor­darse con admiración nostálgica, sino que muestra cuál es para Jesús el comportamiento del discípulo ideal que todos pueden aspirar a ser.

Por eso, desde el principio del evangelio, el autor pre­senta a un discípulo del que nunca dará detalles, siempre presente en los momentos clave de la vida de Jesús: el lla­mamiento, la cena, la muerte, la resurrección.

Al aparecer Jesús, este discípulo, ya seguidor de Juan el Bautista, abandona diligentemente a su maestro para seguir al nuevo maestro del que no se separará ya nunca, mos­trándose así dispuesto a acoger la novedad anunciada por el Bautista (Jn 1,26-39).

La tradición, además de bautizar con el nombre de «Juan» a este discípulo, lo ha considerado siempre el «benjamín» de los discípulos de Jesús y le ha dado el apelativo de discí­pulo «predilecto».

La representación iconográfica de la última cena ali­menta la interpretación de este discípulo com o el -preferido» de Jesús, representándolo reclinado lánguidamente sobre el pecho del Señor.

Naturalmente la responsabilidad de esta melindrosa re­presentación no es del autor del evangelio.

En el evangelio no hay discípulos «predilectos»: es sola­mente Jesús el «predilecto» del Padre (Mt 3,17). El discípulo anónimo se describe com o aquél a quien Jesús amaba» (13,23) o «al que Jesús quería bien» (Jn 20,2), términos que no indican un amor o amistad preferente, sino la relación normal que Jesús establece con todos los que lo acogen y le dan su adhesión.

El preferido de Jesús 29

En el mismo evangelio estas expresiones se encuentran referidas tanto a Lázaro com o a sus hermanas María y Marta: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (jn 11,5.3-11). Ser amado por Jesús y ser su amigo no son prerrogativas de un personaje particular, sino característica de todo miembro de la comunidad: -Vosotros sois mis amigos», asegura Jesús (Jn 15,14) y esta amistad se basa en la aceptación del ideal común de manifestar visiblemente el amor del Padre en la propia existencia (Jn 15,12).

En la descripción de la última cena, el evangelista, al decir que este discípulo -se reclinaba sobre el pecho de Jesús» (Jn 13,23), no pretende señalar la privilegiada posi­ción de un discípulo favorito del maestro, sino una pro­funda verdad teológica válida para todos los que intentan seguir a Jesús.

Al comienzo de su evangelio, Juan, para mostrar a Jesús como el que está en total sintonía con el Padre, usa una ex­presión figurada: Jesús está -en el seno del Padre» (jn 1,18). «Estar en el seno (o regazo) de alguien» significa tener con él una intensa e íntima comunión (el pobre Lázaro a su muerte es transportado -al seno de Abrahán», Le 16,22).

El término traducido por «seno» es utilizado por el evan­gelista sólo dos veces en su evangelio: en el prólogo, refe­rido a Jesús, y en la cena referido al discípulo anónimo, po­niendo los dos temas en estrecha relación.

Como Jesús goza de la plena intimidad con Dios, igual­mente sus discípulos y lodos los creyentes son llamados a esta relación con él y con el Padre (Jn 17,21).

Esta comunión, expresada en la cena, prepara y funda la escena siguiente, la crucifixión, donde estará también pre­sente el discípulo anónimo.

El cuarto evangelio es el único que no refiere la invita­ción a cargar con la cruz como condición para el segui­miento de Jesús, pero es también el único en señalar la pre­sencia de algunas personas junto a la cruz (Jn 19,25-27).

30 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Estar junto a la cruz de Jesús no es sólo un signo de compasión solidaria con el crucificado, sino que significa estar disponible como él para la donación de la propia vida.Y el discípulo anónimo, presente junto a la cruz, manifiesta haber comprendido el significado de la cena y muestra de este modo tener la misma capacidad de Jesús de entregar la vida por amor a sus amigos (Jn 15,13).

En la sucesión de acontecimientos que siguen a la muerte de Jesús, el discípulo anónimo llegará el primero al sepulcro de su maestro (Jn 20,2-8) y será el único en per­cibir la presencia del Señor vivo y vivificante (Jn 21,7).

Apareciendo al principio del evangelio com o el primer discípulo de Jesús, su presencia — siempre anónima— cierra el relato evangélico en el que el discípulo se presenta, no solamente como capaz de dar un testimonio autorizado de cuanto ha experimentado, sino también de transmitirlo a otros (Jn 21,24).

El evangelista, incluso presentando a este discípulo anó­nimo como el ideal de seguidor de Jesús, subraya que no es el modelo a seguir.

Simón Pedro, el discípulo que siempre se equivocó en todo, que llegó hasta a traicionar a su maestro negándolo, ahora quisiera tener un guía seguro para estar cierto de no errar y pide poder seguir las huellas del discípulo perfecto. Pero Jesús no se lo permite («Tú sígueme», Jn 21,22): es Jesús el único camino a seguir (Jn 14,6) y el único modelo para aprender a amar igual que nos sentimos amados.

EL ABUELO DE JESÚS (Mt 2,1-12; Le 2,1-20)

¿Cómo se llamaba el abuelo de Jesús?La respuesta depende del evangelio que se consulte. En

Mateo el nombre del abuelo de Jesús es Jacob (Mt 1,16), pero en Lucas es Eli (Le 3,23).

Ciertamente para la historia de la salvación no es impor­tante conocer el nombre exacto del padre de José, pero esta discrepancia entre los evangelistas es solamente el aspecto menor de las grandes diferencias que se encuentran entre un evangelio y otro.

Profundas divergencias que impiden conocer con exac­titud lo que Jesús hizo y dijo históricamente, incluso en aquellos aspectos considerados importantes en la tradición cristiana com o la -última cena». Este episodio es narrado por los tres evangelistas, que no se ponen de acuerdo ni en las palabras pronunciadas por Jesús sobre el pan y el vino, ni en los gestos que las acompañaron.

De hecho los evangelistas no se preocuparon de trans­mitir con exactitud los acontecimientos históricos, sino la verdad de fe contenida en ellos.

La verdad es una, los modos de formularla son dife­rentes, como sucede en Mateo y Lucas, que comienzan sus evangelios con una misma verdad presentada por medio de situaciones y personajes diferentes. La verdad que quieren transmitir es que los individuos, marginados por la religión

32 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

y mantenidos alejados de Dios, son en realidad los primeros en percibir su presencia en medio de la humanidad. Esto es lo que quieren transmitir los evangelistas. Los modos de transmitirlo, el cómo, son diferentes.

LOS DOCE REYES MAGOS

La tendencia, habitual en el pasado, a poner nombre a aquellos personajes que los evangelistas presentan de modo rigurosamente anónimo, no ha eludido hacerlo con los magos. La vaga información dada por Mateo de que «al­gunos magos llegaron de Oriente a Jerusalén» no pareció suficiente, hasta el punto que se quiso precisar su número, sus nombres e incluso su censo.

Para el número se parte de un mínimo de dos (com o se encuentra en una pintura de la catacumba de los santos Pedro y Marcelino), que se convierte en cuatro en el siglo tercero (catacumba de Santa Domitila), hasta llegar a un má­ximo de doce en algunas listas de la Edad Media.

Finalmente se establece el número por los regalos que llevan al niño («oro, incienso y mirra-) y queda fijado en tres.

Muy pronto se pasó de la hipótesis a la certeza de que los Magos fueron reyes, según lo escrito en el Salmo 72,10: «Que los reyes de Sabá y Arabia le ofrezcan sus dones-.

Más complicado resulta determinar sus nombres.Entraron en competencia una lista oriental y otra etíope.

De las dos predominó la propuesta occidental, y los Magos, definitivamente tres y reyes, pasaron a llamarse Gaspar, Melchor y Baltasar. En clima de paridad se estableció que uno fuese blanco, otro amarillo y el tercero negro.

Tanto folclore ha hecho pasar a segundo término la gran importancia de estos personajes, definidos por Crisóstomo los primeros padres de la Iglesia ( Comentario a Mateo, 7,4), transformados en simples figurillas del pesebre.

El abuelo de Jesús 33

En la antigüedad el término magos indicaba aquellos que se dedicaban a las artes ocultas, desde los adivinos a los astrónomos-sacerdotes.

En el Antiguo Testamento griego (versión de los Setenta) se los cita una sola vez, en el libro de Daniel, unidos a los astrólogos y a los encantadores como intérpretes de sueños (Dn 2,20; 2,2).

Charlatanes y embusteros por lo general, los magos no gozaban de buena fama, hasta el punto de que esta palabra terminó por significar engañador, corruptor.

Para la cultura y la religión judías los magos son perso­najes doblemente impuros, por ser paganos y por dedicarse a una actividad condenada por la Biblia (Lv 19,26) y severa­mente prohibida a los judíos: «El que aprende algo de un mago merece la muerte» (Shab. V, 75a).

También en el Nuevo Testamento el término mago tiene siempre connotaciones negativas (Hch 8,9-24); en la catc­quesis primitiva se prohíbe a los cristianos la práctica de la magia, situada entre la prohibición de robar y la de abortar (Did. 2,2).

Sin embargo, para Mateo, los magos, aquellos que la re­ligión declara excluidos de la salvación, son los primeros en darse cuenta de la presencia de Dios en la humanidad y en informar de ello a los judíos que, en lugar de alegrarse, se alarman: «Herodes se sobresaltó, y con él Jerusalén entera» (Mt 2,3). Herodes convoca a los sumos sacerdotes y escribas para informarse sobre el lugar donde debía nacer el Mesías: este título revela que a quien teme Herodes, y con él toda Jerusalén, es al Mesías, el liberador de Israel.

El terror que le sobrecoge es el mismo que, según la tra­dición, se apoderó del Faraón y de todos los egipcios al en­terarse del nacimiento de Moisés referido a ellos por los magos (Ant. 2,205): la llegada del liberador sumergió en el pánico a los dominadores que decidieron la matanza de todos los niños hebreos (Ex 1,16-22).

34 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Ahora el anuncio del nacimiento del nuevo rey alarma a Herodes (que en cuanto idumeo no tenía derecho a ser rey de los judíos y temía por la estabilidad de su trono), y con él se amedrenta «toda Jerusalén».

Isaías había profetizado para Jerusalén un futuro esplen­doroso: «Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti» (Is 60,1), pero en el evan­gelio de Mateo, Jerusalén, desde el primer momento al úl­timo, aparece envuelta en tinieblas.

La estrella, signo divino percibido solamente por estos paganos impuros, no brilla sobre Jerusalén: la luz del Señor no se aparece a aquellos que en su nombre excluyen, sino a los excluidos; en esta ciudad, tan santa como asesina, no será posible tener la experiencia de Jesús resucitado.

Sólo después de que los magos abandonen Jerusalén, comparada en el libro del Apocalipsis con Egipto, tierra de esclavitud (Ap 11,8), vuelve a brillar la estrella para indicar hacia donde deben dirigirse: «Al ver la estrella les dio mu­chísima alegría» (Mt 2,10). El evangelista subraya el con­traste entre el susto de Herodes (y de todo Jerusalén) y la alegría de los magos.

Cuando se manifiesta Dios, el rey y los habitantes de la Ciudad Santa temen por lo que perderán: el trono y el templo; los magos se alegran por aquello que han venido a ofrecer com o regalo: «oro, incienso y mirra».

«Al entrar en casa, vieron al niño» (Mt 2,11).No en un palacio real, sino en una habitación común

está la presencia del verdadero rey; no en el templo, sino en una casa reside el «Dios con nosotros» (Mt 1,23).

Los magos, advertidos por Dios de no volver a Ile- rodes en Jerusalén, se vuelven a su tierra «por otro ca­mino», expresión muy rara en el Antiguo Testamento que se utiliza para indicar el abandono del santuario de Bet-el, la Casa de Dios { IRe 13,9-10) donde se adoraba el becerro de oro (IR e 12,26.33), convertida, por esto, en sím bolo del

El abuelo de Jesús 35

lugar idolátrico por excelencia: Bet-Aven, Casa funesta (Os 4,15).

Jerusalén para el evangelista no es la ciudad santa donde se acoge a Dios, sino la casa del pecado donde Jesús será asesinado: lo que no logró Herodes lo conseguirán los sumos sacerdotes (Mt 26,65-66).

DE LOS ESTABLOS A LAS ESTRELLAS

La curiosidad hacia los misteriosos magos no se ha diri­gido hacia los pastores de Belén, que quedaron afortunada­mente en el anonimato (Le 2,1-20).

Si Mateo ha dado primacía a la dimensión universal po­niendo com o mensajeros del Señor a los magos paganos, que eran considerados los más apartados de Dios y ex­cluidos por Israel, el evangelista Lucas pone de relieve el as­pecto de los marginados dentro de la sociedad judía.

En la época de Jesús los pastores no gozaban de dere­chos civiles y eran tenidos por parias en la sociedad.

Embrutecidos por su trabajo vivían inmersos en el envi­lecimiento, y desde el punto de vista de las normas reli­giosas en la impureza total, sin ninguna posibilidad de re­dención, por cuanto eran ignorantes de la Ley divina y estaban imposibilitados para practicarla. Eran considerados y tratados del mismo modo que las bestias, con una dife­rencia a favor de éstas: «Se puede sacar fuera un animal caído en un foso, pero no a un pastor- (Tos. B.M. 2,33).

Los pastores, considerados pecadores empedernidos, no sólo no son excluidos de la salvación, sino que están entre los primeros en la lista de las personas que el Mesías deberá eliminar a su llegada, según la enseñanza del rey Salomón: En el reino del Señor «no habitará ningún hombre acostum­brado al mal» (Sal. Salom. 17,24-28)..

Precisamente a éstos, los más alejados de Dios, se vuelve el «Angel del Señor» (expresión que no indica un ser

36 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

distinto de Dios, sino el mismo Señor en la forma tangible con la que se manifiesta a los hombres): «y la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Le 2,9).

«Todos los impíos serán aniquilados en masa», pronosti­caba el piadoso salmista (Sal 37,38). Pero cuando Dios en­cuentra a los pecadores no los aniquila con el fuego des­tructor: los envuelve con su amor.

No palabras de condena, sino anuncio de «una gran ale­gría», el nacimiento de aquél que los librará de la margina- ción. Anuncio que es confirmado por «una muchedumbre del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: gloria a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres de su agrado» (Le 2, 13-14).

La gloria de Dios se manifiesta visiblemente comuni­cando paz (felicidad) a todos los hombres en cuanto desti­natarios de su amor.

En el mismo tiempo en que el Poder representado por el emperador Octavio, el «César Augusto», piensa hacer un censo de «toda la tierra» a él sometida, para que ninguno evada el pago de los tributos, el Amor se manifiesta con un mensaje de liberación dirigido a lodos los hombres: «Hoy os ha nacido un Salvador.»

Al dominador — a quien, embaucador como todos los poderosos, se le hacía llamar «salvador de todo el mundo»— se contrapone la «buena noticia» del nacimiento del verda­dero «Salvador».

Y los pastores van a Belén a transmitir la buena noticia que han recibido.

Para encontrar a Dios no hay que ir a Jerusalén, sino a Belén donde Dios había dicho: «Yo no veo com o los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón» (ISam 16,7).

Pastores y magos que, en cuanto pecadores y paganos, no pueden acercarse al Dios del templo, tienen acceso libre a Dios en el hombre.

El abuelo de Jesús 37

Aquellos a los que la religión ha recluido en las tinieblas, son los primeros en darse cuenta de la luz que brilla, mien­tras cuantos viven en el esplendor permanecen en las tinie­blas.

Cuando Jesús, don de Dios a la humanidad, se presenta en la historia, ningún sacerdote de Jerusalén se apercibirá de ello. La gente de mala vida (pastores) y los paganos (magos), sí.

Las dos categorías de personas que los sacerdotes man­tenían excluidas de la salvación a causa de su comporta­miento moral y religioso perciben los signos de Dios.

Sus censores, no.Escribe el evangelista que «todos los que lo oyeron, que­

daron sorprendidos de lo que decían los pastores- (Le 2,18).Desde que el mundo es mundo, Dios premia a los

buenos y castiga a los malos; ¿qué novedad es esta de un Dios «bondadoso con los ingratos y malvados?- (Le 6,35).

Si Dios en lugar de castigar a los pecadores les de­muestra su amor, ¡ya no hay religión!

Todos se desconciertan con esta tremenda novedad, in­cluso María. Pero ella no la rechaza, sino que la acoge, para continuar estando en sintonía con un Dios siempre nuevo.Y los pastores «se volvieron glorificando y alabando a Dios-: glorificar y alabar a Dios se consideraba una tarea exclusiva de los ángeles (Le 2,13-14). Después de haber tenido la ex­periencia del Dios-Amor, esta tarea es posible incluso para los pastores.

DIVINA CARNICERÍA (Mt 8,1-4)

Puede parecer extraño que un episodio tan grave com o la matanza de «todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus alrededores» (Mt 2,16), ordenada por 1 Ierodes, sea narrado solamente por Mateo e ignorado por los otros evangelistas; en particular llama la atención el si­lencio de Lucas, el evangelista que «lo ha investigado todo con rigor desde el principio» (Le 1,3) y, que narra, al igual que Mateo, los episodios relativos al nacimiento de Jesús (Le 1,3).

Que algunos hechos considerados importantes por un evangelista sean ignorados por otro, depende de la línea teológica que el autor del evangelio se fijó previamente, y que es propia de cada uno de ellos. Solamente se puede llegar a la plena comprensión de los episodios expuestos en un evangelio cuando se conoce el esquema seguido por el evangelista.

Mateo es el único que narra la matanza de los inocentes, porque su línea teológica tiende a seguir las huellas de la vida de Moisés, presentando, sin embargo, a Jesús com o su­perior a aquél de quien se había dicho: «No ha surgido en Israel otro profeta com o Moisés» (Dt 34,10).

Para hacer comprender a sus lectores el parangón entre Moisés y Jesús, el evangelista divide su obra en cinco partes, com o los cinco primeros libros de la Biblia (Penta­

40 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

teuco), considerados obra de Moisés, donde se desarrolla su vida y enseñanza.

Como Moisés fue salvado por una intervención divina de la matanza de los niños hebreos, decretada por el faraón (Ex 1,15-22; 2,1-10), igualmente Jesús se salvará de la ma­tanza de los niños betlemitas ordenada por Herodes.

El culmen de la vida de Moisés llega cuando sube a un monte (Sinaí) para recibir de Dios el Decálogo, com o códice de alianza con el pueblo (Ex 19-20); Jesús, com o Moisés, también sube a un monte, pero será él mismo, el hombre- Dios quien proclame con las Bienaventuranzas la nueva alianza. Finalmente, Mateo es el único evangelista que con­cluye su evangelio situando a Jesús en un monte, porque sobre un monte (Nebo) concluyó la existencia de Moisés (Dt 34,1-5); pero mientras la muerte de Moisés pone fin al libro del Deuteronomio, el evangelio de Mateo termina pre­sentando a Jesús resucitado, manifestando una vida capaz de superar la muerte. Y si Moisés, antes de morir, tuvo ne­cesidad de asegurarse un sucesor en la figura de Josué (Dt 34,9), Jesús, más vivo que nunca, no tiene necesidad de vicarios, y declara a los suyos: -Yo estoy con vosotros todos los días» (Mt 28,20).

¿PLACAS DE EGIPTO?

Moisés y Jesús son los liberadores de su pueblo.Los métodos usados son diversos.Si Moisés se recuerda por «los terribles portentos» que

había obrado en presencia de todo Israel (Dt 34,12), masa­crando a enemigos e israelitas en nombre de Dios, Jesús dará su vida y será asesinado en nombre de Dios.

Del Dios de Moisés.Moisés, para llevar a los hebreos a la fe en Dios, no

duda en desencadenar luchas fratricidas («mate cada uno,

Divina carnicería 41

aunque sea al hermano, al compañero, al pariente, al ve­cino») haciendo masacrar de una sola vez «unos tres mil hombres del pueblo» (Ex 32,27-28); para librar a su gente de la esclavitud egipcia desencadena contra el opresor una serie de prodigios tradicionalmente conocidos com o las doce plagas de Egipto, aunque en la narración el término plaga (Ex 11,1) se utiliza solamente para designar el último prodigio-, la matanza de «todos los primogénitos de Egipto, desde el primogénito del Faraón que se sienta en el trono hasta el primogénito de la sierva que atiende al molino, y todos los primogénitos del ganado» (Ex 11,5).

Antes de esta divina carnicería, Dios y Moisés dirigen contra los egipcios un creciente número de calamidades.

Se inicia con la transformación del agua del Nilo en sangre, prodigio realmente modesto que no impresionó grandemente a los egipcios por cuanto «los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos» (Ex 7,22); lo mismo sucedió con la invasión de las ranas. Los magos se rindieron, sin embargo, al tercer prodigio, al no conseguir «producir mosquitos» (Ex 8,14).

Después de los mosquitos tocó el turno a las moscas (Ex 8,17), seguido de la matanza del ganado (de los egip­cios, pero «del ganado de los israelitas no murió ni una res» (Ex 9,6) y de las «úlceras», que atacaron incluso a los magos poniéndolos definitivamente fuera de combate (Ex 9,8-11).

En el hit-parade de las desgracias, en el séptimo puesto se colocó «el terrible pedrisco» seguido de «las langostas» y de «las densas tinieblas» (Ex 9,13-10,23).

Mateo es el único evangelista que presenta, en contra­posición a las diez plagas, una concatenación de diez ac­ciones de Jesús dirigidas a liberar al pueblo, las cuales en lugar de sembrar desventuras comunicarán vida incluso a los «enemigos» (Mt 8,9).

Si en las plagas los elementos de la naturaleza y los ani­males se usan como medio para castigar a los hombres, en

42 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

los gestos de Jesús son los animales (cerdos, Mt 8,28-34) y los elementos de la naturaleza hostiles al hombre ( mar y vientos, Mt 8,23-27) los que son dominados.

Las diez plagas culminan con la muerte del faraón.A las diez acciones de Jesús sigue la resurrección de la

hija de un personaje que el evangelista presenta simple­mente com o «jefe» (Mt 9,18-26), omitiendo ya la especifica­ción «de la sinagoga», ya el nombre de «Jairo» (com o se lee en los otros evangelios, Me 5,22; Le 8,41), para colocarlo en paralelo con el faraón, el jefe de los egipcios.

SANIDAD Y COMISIONES

El sermón del monte termina con el desconcierto de las multitudes que se quedaron impresionadas de la enseñanza de Jesús que «enseñaba con autoridad y no com o los le­trados» (Mt 7,28-29).

La gente se da cuenta de que la enseñanza de Jesús viene de Dios y que la doctrina de los letrados no tiene la procedencia divina que ellos querían hacer creer.

Después de la exposición teórica del amor de Dios, Jesús pone en práctica lo anunciado y, a través de diez ac­ciones dirigidas a comunicar vida, demuestra hasta dónde llega el amor del «Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45).

La primera de estas acciones tiene por protagonista un leproso (Mt 8,1-4). La lepra, instrumento de castigo de Dios para con los culpables, era temida como una maldición di­vina (Nm 12,9-12; 2Re 15,5). El leproso era considerado com o un «aborto que sale del vientre, con la mitad de la carne comida» (Nm 12,12).

Rápidamente reconocibles, pues debían llevar las vesti­duras rasgadas y gritar: «¡Inmundo! ¡inmundo!» (Lv 13,45), los

Divina carnicería 43

leprosos vivían separados de la sociedad y no podían acer­carse a nadie ni nadie podía acercarse a ellos.

Equiparados a los cadáveres, su curación era conside­rada tan imposible com o la resurrección de un muerto (2Re 5,7). A lo largo de la Biblia se conocen solamente dos curaciones de leprosos: la de María, hermana de Moisés, lle­vada a cabo por Dios (Nm 12,9-15), y la del Naamán el sirio realizada por el profeta Elíseo (2Re 5,1-14).

La situación de los leprosos era de desesperanza, porque sólo Dios podía quitarles la lepra, pero la Ley enseñaba que, sólo tras ser purificados, podían dirigirse a Dios. Y para ello debían subir al templo de Jerusalén donde les es­peraban cuarenta latigazos si se aventuraban a entrar (Kel. Tos. 1,8).

Pero si el acceso al Dios del templo está prohibido, siempre es posible acceder al Dios que se manifiesta en el hombre Jesús.

Y un leproso, transgrediendo la Ley que le prohibía todo contacto humano, toma la iniciativa, se acerca a Jesús y le pide: «Señor, si quieres, tu puedes purificarme».

El leproso no pide ser curado de la lepra, sino ser puri­ficado , esto es, que se le quite aquella impureza que le im­pide dirigirse a Dios, el único que habría podido curarlo de la terrible enfermedad (la curación de la lepra no bastaría, sin embargo, para volver puro al hombre).

El evangelista subraya este propósito, omitiendo en la narración términos com o curación o curar, poniendo en evidencia el carácter religioso de la petición de purificación.

En el único caso de curación, narrado por la Biblia, lle­vada a cabo por un individuo, el profeta Elíseo, verdadero hombre de Dios, para respetar la ley rechaza todo contacto con el leproso a quien no quiere ni ver, curándolo a dis­tancia (2Re 5,10).

Jesús, por el contrario, no huye del leproso, sino que transgrediendo la Ley (Nm 5,1-4), -extendió la mano y lo

44 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

tocó» (Mt 8,3)- «Extender la mano» es la expresión con la que se describe la acción liberadora de Dios y de Moisés en las diez plagas: »Yo extenderé la mano y heriré a Egipto- (Ex 3,20). *Extiende tu mano sobre Egipto, haz que la lan- 'gosta invada el país» (Ex 10,12).

Si este gesto provoca destrucción y muerte, la acción de Jesús se realiza para restituir la vida: -Quiero, queda limpio» (Mt 8,3).

A la petición del leproso -si quieres, puedes limpiarme», el Señor no responde -puedo», sino -quiero»: por primera vez, demuestra Jesús que el designio de Dios, ya anunciado en el «Padre nuestro» (Mt 6,10), es la eliminación de cual­quier barrera que impida a su amor alcanzar a todos los hombres para darles la posibilidad de llegar a ser hijos suyos.

Jesús, el Dios con nosotros (Mt 1,23), revela la falsedad de una legislación que pretendía provenir de Dios y que en­señaba que era necesario ser puro para acercarse a él. Jesús demuestra que la acogida del amor de Dios es la que hace puros: «Y en seguida quedó limpio de la lepra» (Mt 8,3).

Y con la lepra se deshace también la enseñanza de los escribas basada en la discriminación entre los hombres en nombre de Dios; el Señor dirige su amor («queda limpio») también al individuo que se consideraba castigado por Dios.

Jesús no rehabilita al hombre por sus méritos, sino gra­tuitamente, com o don del amor de Dios.

No así los sacerdotes del templo que especulan con los sufrimientos humanos y cobran comisiones por cualquiercosa.

De hecho los sacerdotes tenían el poder de declarar cu­rado a un leproso o no, y de permitirle su reinserción en la sociedad (Lv 14,1-32).

Este precioso certificado de curación realizada era conce­dido mediante la extorsión (que los sacerdotes llamaban

Divina carnicería 45

«ofrecimiento») de «dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina de ofrenda, amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite» (Lv 14,10).

Impuesto sobre la salud que intentó cobrar también Guejazí. Este, criado de Eliseo, pensó sacar algo de la ac­ción del profeta, que había curado gratuitamente al leproso y, una vez sano, «porfió a Naamán, hasta que le metió en dos costales seis arrobas de plata con dos mudas de ropa, que entregó a un par de esclavos para que se los llevasen» (2Re 5,23). La codicia del criado sería severamente casti­gada: «Que la enfermedad de Naamán se te pegue a ti y a tus descendientes para siempre», le dijo Eliseo (2Re 5,27).

Como el profeta Eliseo, Jesús cura gratuitamente al le­proso, y ahora lo envía al sacerdote para «ofrecer el dona­tivo que mandó Moisés com o prueba contra ellos» (Mt 8,4).

No es un respetuoso obsequio de Jesús a la legislación (que él mismo ha transgredido), sino una invitación ten­dente a hacer tomar conciencia al leproso y a los sacerdotes de la novedad de la buena noticia de Dios.

La prueba que Jesús envía a los sacerdotes es que Dios actúa al contrario de ellos («sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero-, Mi 3,11), y el hombre es invitado a experimentar la diferencia entre el don gratuito del Dios de Jesús y la ava­ricia del insaciable Dios de los sacerdotes.

¿CUÁNTAS VECES, HIJA MÍA? (Jn 4,1-42)

«El que conversa mucho con una mujer se hace daño a sí mismo, olvida el estudio de la Ley y termina en la gehenna» (P. Ab. 1,5).

Así enseña la tradición judía tomando por modelo a aquel Dios que -no habló con mujer, a no ser justa, e in­cluso aquella vez con motivo» (Ber. r. 20,6). De hecho el Señor, ofendido por la inocente mentira de Sara que, porque estaba asustada, negó haberse reído (Gn 18,15), no dirigió nunca más la palabra a una mujer.

En este ambiente cultural la revolucionaria normalidad con que Jesús se relacionaba con las mujeres no debía ser bien vista, como aparece en el evangelio de Juan donde los discípulos, habiendo sorprendido al Señor hablando con una samaritana «se quedaron extrañados de que hablase con una mujer».

En efecto, este cara a cara entre Jesús y una mujer un tanto vivaz no solamente desconcertó a sus contemporá­neos, sino que puso siempre en apuros a los moralistas que, prontos a ver ocasiones de pecado en cualquier situación, se empeñaron en justificar a los discípulos, diciendo que «éstos no sospechaban ciertamente nada malo» (Agustín, Com. a Juan, 15,29).

Por otro lado, si la facilidad con que Jesús concedió la absolución a una mujer sorprendida en flagrante adulterio

Cómo leer el evangelio y no perder la fe

(Jn 8,2-11) o a la prostituta (Le 7,36-50), sin una palabra de reproche, ha escandalizado siempre a los santurrones y de­votos censores, éstos encuentran su revancha justamente en el episodio del diálogo entre Jesús y la samaritana (Jn 4,1- 42). Aquí, al fin, Jesús se reviste de celoso moralista y en­juicia la vida privada de la desdichada a la que pide cuenta exacta de sus numerosos amantes:

«Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí. La mujer le con­testó: — No tengo marido. Jesús le dijo: — Has dicho muy bien que no tienes marido, porque maridos has tenido cinco, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad» (Jn 4,16-18).

Esta es la primera y única vez que Jesús indaga sobre la vida privada de una persona.

Pero ¿es una lección de moral lo que quiere transmitir el evangelista Juan?

Como de costumbre son los evangelistas quienes enca­minan al lector hacia la justa interpretación de sus escritos, y lo hacen dándole claves de lectura que le ayuden a com ­prender lo que aquél quiere comunicar.

LAS ESPOSAS DE DIOS

La perícopa de la Samaritana se interpreta a la luz del libro de Oseas, el profeta de Samaría que, partiendo de su trágica situación matrimonial, fue el primero en utilizar la imagen nupcial para indicar las relaciones entre Dios y su pueblo.

A pesar de que Gomer, la mujer de la que había tenido tres hijos, lo traicionó con muchos amantes, el profeta con­tinuaba estando enamorado de su esposa de una manera tan obstinadamente fiel, que le sirvió para comprender la inmensidad del amor de Dios hacia su pueblo.

Cuando Oseas encuentra finalmente a su mujer después de la enésima fuga, la ataca de un modo furibundo pasán-

¿Cuántas veces, hija mía? 49

dolé lista de sus innumerables culpas de esposa infiel y madre infame, pero junto a la sentencia («Por esto...O, en lugar de una condena, sale de su corazón la propuesta de un nuevo viaje de bodas:

«Voy a seducirla, llevándomela al desierto y hablándole al corazón... Aquel día me llamarás «esposo mío» y no me llamarás: Idolo mío» (Os 2,16.18).

Habiendo comprendido Oseas que la mujer buscaba en sus amantes aquel amor que no podía recibir de un marido- dueño, cambia su comportamiento; el amor que fomenta con su esposa es incompatible con el estado de subordina­ción al cual la mujer se atenía en relación a su marido Cseñor mío) y le propone una relación más íntima ( marido mío)-. «Me casaré contigo para siempre» (Os 2,21).

El comportamiento del profeta, obviamente, no fue com ­prendido por sus contemporáneos que lo tomaron por in ­sensato y demente.

Pero Oseas, tan enamorado de su mujer como para con­cederle el perdón sin asegurarse de su arrepentimiento real, intuye que también para Israel la conversión no será la con­dición para recibir el perdón de Dios, sino su efecto.

Mientras la tradición religiosa predicaba que era nece­sario arrepentirse para obtener el perdón de los pecados (Eclo 17,24), Oseas comprende que el perdón de Dios se concede antes de que se solicite, como se formulará más tarde en el Nuevo Testamento: «El Mesías murió por noso­tros cuando éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos tiene» (Rom 5,8).

Jesús, a quien el evangelista ha presentado ya con los rasgos del esposo (Jn 3,29), sigue como Oseas las huellas de la adúltera y, al encontrarla, se dirige a ella llamándola se­ñora (lit. mujer con el significado de mujer/esposa). En el evangelio de Juan, Jesús se dirige con este apelativo a tres personajes femeninos: la madre (Jn 2,4; 19,26), la samari- tana (Jn 4,21) y María Magdalena (Jn 20,15).

50 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Son las tres «esposas de Dios»: la madre de Jesús repre­senta la esposa siempre fiel de la antigua alianza, de la que Jesús proviene; la samaritana, la adúltera que el esposo re­conquista con su amor y María Magdalena, la esposa de la nueva alianza.

QUF.MA DE SAMARITANOS

Dice el evangelista que, para ir de Judea a Samaría, Jesús «tenía que pasar por Samaría» (}n 4,4).

Este itinerario 110 se rige por motivos topográficos (los viajeros que eran precavidos evitaban la peligrosa Samaría y pasaban por Transjordania), sino por la necesidad de recon­quistar a la adúltera samaritana.

El encuentro con la mujer no comienza bien.Era bien sabido que los judíos despreciaban a las mu­

jeres samaritanas, consideradas inmundas desde la cuna (Nidda 4,1); no obstante esto, Jesús 110 se dirige a la mujer desde lo alto de su superioridad de varón hebreo, sino desde lo bajo de su condición de hombre necesitado: «Dame de beber»; la mujer reacciona de modo polémico re­cordándole los contrastes raciales: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (Jn 4, 9).

Y el evangelista explica que «los judíos no se tratan con los samaritanos» (Jn 4,9), expresión diplomática para decir que se creen religiosamente superiores, siempre en nombre de Dios, naturalmente.

El odio entre judíos y samaritanos se remontaba a siete siglos antes, cuando, después de la deportación de los habi­tantes de Samaría en Asiria, la región se repobló de colonos extranjeros, y pronto los samaritanos resultaron ser un fruto mestizo nacido del cruce entre colonos y habitantes del lugar (2Re 17,24-28).

La mescolanza racial había tenido también efectos reli­

¿Cuántas veces, hija mía? 51

giosos y los samaritanos, aunque continuaron adorando a Yahvé, le daban culto también a las divinidades traídas por los colonos (2Re 17,29-34).

Esta contaminación con divinidades paganas hacía a los samaritanos despreciables a los ojos de los judíos, que les impidieron colaborar en la reconstrucción del templo de Je ­rusalén (Esd 4,1-3) y, equiparándolos a los paganos, les prohibieron el acceso al santuario.

En la Biblia los samaritanos son como los filisteos, los enemigos por excelencia, y son piadosamente definidos como «el pueblo necio que habita en Siquén». En tiempos de Jesús, las personas piadosas evitaban pronunciar el tér­mino samaritano (Le 10,37), considerado uno de los peores insultos (jn 8,48). *

La hostilidad entre judíos y samaritanos se reavivó vio-\j lentamente del año 6 al 9 d.C. cuando los samaritanos con­siguieron interrumpir las celebraciones de Pascua espar- ̂ciendo de noche huesos humanos en el templo (Ant. 18,29).

Desde entonces, el odio entre judíos y samaritanos es- j tara tan extendido que llega hasta el grupo de Jesús y es conocido el deseo de los beligerantes discípulos Santiago ̂y Juan de ver a todos los samaritanos fulminados: «Señor, si quieres decimos que caiga un rayo y los aniquile» (Le 9,54).

A la agresividad verbal de la samaritana, Jesús responde superando las divisiones raciales, con la oferta de un regalo ̂extraordinario, el «don de Dios... el agua viva».

La samaritana se declara dispuesta a acoger esta miste­riosa «agua viva», capaz de quitar para siempre la sed.

Y es en este momento cuando Jesús cambia brusca­mente de argumento y pasa del agua al lecho, recordando a la adúltera los cinco maridos, más el que tiene actualmente.

En la lengua hebrea Baal, título que se daba a la divi­nidad, significa marido o Señor: el adulterio de Samaría consistía en haber abandonado a Dios para volverse a los

52 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

otro cinco dioses adorados en la región, para los que los sa­maritanos habían construido cinco templos en otras tantas colinas (2 Re 17,24-41; Ant. 9,288), dato que subraya el evangelista repitiendo en el relato cinco veces el término marido.

En este episodio no se procesa a una mujer ligera, sino que se denuncia la infidelidad de Samaría.

Para poder acoger el don del amor de Dios, Jesús invita a la mujer a romper con las otras divinidades, que prometen una felicidad que no pueden dar («Voy a volver con mi ma­rido, porque entonces me iba mejor que ahora», Os 2,9).

La mujer, una vez comprendido que lo que Jesús le está diciendo no toca a su vida privada, sino a su relación con Dios, va rápidamente al núcleo del problema: «Señor, veo que tú eres profeta. Nuestros padres celebraron el culto en este monte; en cambio, vosotros decís que el lugar donde hay que celebrarlo está en Jerusalén» (jn 4,19-20).

La samaritana cree que la relación con Dios se ve favo­recida con el culto en un determinado santuario y, ahora que está dispuesta a volver al verdadero Dios, quiere saber dónde encontrarlo. Pero Jesús declara terminada la época de los santuarios: «Créeme, mujer: Se acerca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén» (Jn 4,21).

Si el dios de la religión necesita un templo y un culto, el Padre, para ser tal, tiene necesidad de hijos que se le pa­rezcan.

La semejanza con su amor es el único culto que el Padre requiere.

A la mujer que deseaba saber dónde dirigirse para ofrecer culto a Dios, Jesús responde que es Dios quien se le ofrece, dándole su misma capacidad de amor.

El Señor no espera dones de los hombres, sino que él se hace don para ellos, porque «el Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, ese que es Señor de cielo y tierra, no

¿Cuántas veces, hija mía? 53

habita en templos construidos por mano de hombre, ni le Nirven manos humanas, como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento y todo» (Hch 17,24-25).

Este es el clamoroso anuncio del que se hace portavoz la mujer, invitando a los samaritanos a ir a «ver a un hombre...».

Jesús, que ha derribado las barreras religiosas y naciona­listas, no es considerado ya como un judío, sino com o un hombre.

La nueva época sin santuarios, inaugurada por él, hace su misión universal, consintiendo incluso a los herejes, los samaritanos excomulgados, acoger «al salvador del mundo».

JESÚS Y EL MONSEÑOR (Me 12,28-34)

En la parábola del sembrador {Me 4,1-20) Jesús advierte que su mensaje, comparado a una semilla portadora de vida, sembrada en cuatro terrenos, solamente se desarrolla plenamente en uno.

En los restantes, el fracaso es total.La plenitud de vida ofrecida por Jesús a todos, es acogida

por pocos: «Hay más llamados que escogidos» (Mt 22,14).Según Jesús, uno de los impedimentos para acoger el

mensaje es la riqueza, pues ningún rico ha entrado a formar parte de la comunidad de Jesús, si no es a condición de des­prenderse de sus bienes (Le 14,33; Mt 27,57).

El otro gran obstáculo es la religión.Los evangelios presentan esta paradoja; cuanto más lejos

se está de la religión tanto más fácil es percibir la presencia de Dios en la propia existencia; cuanto más religioso se es, más dificultad se encuentra en reconocer y acoger al Señor en sus manifestaciones.

Los que se consideran pecadores tienen posibilidad de en­trar en el reino; aquéllos que los consideran como tales, no.

Entre los adeptos a lo sagrado y Jesús se da una inco­municación total.

Ciertamente faltó poco para que Jesús implicase en el proyecto de su reino a uno de los exponentes más impor­tantes de la religión, un teólogo oficial.

56 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

En el evangelio de Marcos se describe el acercamiento de un letrado a Jesús (Me 12,28-34).

Los letrados eran personas piadosas que, después de una vida enteramente dedicada al estudio de la Biblia, a edad avanzada (cuarenta años), recibían, por medio de la imposición de las manos, el espíritu que bajó sobre Moisés (Nm 11,16-17); eran considerados los sucesores inmediatos de los profetas.

Tenían por tarea la salvaguardia de la Ley que era custo­diada fielmente «por siempre jamás, eternamente» (Sal 119,44) porque «todo lo que hizo Dios durará siempre: no se puede añadir ni restar» (Eclo 3,14).

Llevaban hábitos y distintivos religiosos que resaltaban su dignidad y el pueblo se dirigía a ellos llamándolos respe­tuosamente rabí ( monseñor) (Mt 23,7-8).

Su enseñanza se equiparaba a la misma palabra de Dios: «Todas las palabras de los letrados son palabras del Dios vivo» (Ber. M. 1,3), decreta el Talmud; su indiscutida auto­ridad era confirmada por la Biblia: el letrado «presta servicio ante los poderosos y se presenta ante los jefes... su fama vi­virá por generaciones» (Eclo 39,4.9).

Por su magisterio, considerado infalible, los letrados gozaban ante el pueblo de un prestigio e influencia que superaban los del sumo sacerdote e incluso los del mismo rey. Reputación que quedará arruinada apenas inicie Jesús su enseñanza.

La gente, oyéndolo, reconoce que Jesús tiene el man­dato divino de enseñar ( la autoridad) y no los letrados (Me 1,21-28).

Marcos inserta el episodio del letrado en la ofensiva final desencadenada contra Jesús por una coalición de fariseos, herodianos y saduceos con una serie de preguntas-trampa para cogerlo en falta y así poder denunciarlo.

Dado que las respuestas de Jesús han enmudecido a sus interlocutores, le llega el turno al letrado.

Jesús y el monseñor 57

Éste plantea a Jesús una pregunta, cuya respuesta se daba por descontado: ¿Qué mandamiento es el primero de lodos?- (Me 12,28).

Amantes de la casuística, estos letrados habían conse­guido identificar en la Ley unos 613 preceptos que regu­laban la vida del individuo.

De éstos, 365 (tantos com o días tiene el año) eran prohibiciones y 248 (número de los elementos que se creía que componían el cuerpo humano) las obligaciones que todo creyente debe observar.

Naturalmente el letrado conoce ya la respuesta a su pre­gunta: Mateo y Lucas subrayan que éste va «para tentar» a Jesús (Mt 22,35; Le 10,25).

Su pregunta no va dirigida a aprender, sino a confirmar o controlar las posiciones teológicas poco ortodoxas profe­sadas por aquel extraño galileo que pretende «conocer las escrituras sin haber estudiado» (Jn 7,15).

Los mandamientos han sido dados com o norma de com ­portamiento para los hombres, pero Dios mismo observaba al menos uno de ellos: el descanso sabático.

Para los letrados era éste indiscutiblemente el manda­miento más importante: el sábado «el Creador no trabaja» (Mek. Es. 20,11).

Esta convicción tenía sus raíces en las expresiones con­tenidas en el Génesis, donde se narra que Dios, terminada la creación en el séptimo día, «descansó de su tarea de crear» (Gn 2,3). Considerado el más importante de los man­damientos, su observancia equivalía al cumplimiento de toda la Ley (Ber. Y. 1).

Al contrario, la desobediencia al descanso sabático equi­valía a la transgresión de todos los mandamientos, siendo castigada con la muerte (Ex 31,14).

Jesús no sólo no observó nunca el descanso prescrito en día de sábado, sino que lo violó sistemáticamente.

58 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

¿Que el sábado está prohibido no sólo cuidar a los en­fermos, sino incluso visitarlos? (Shab. B. 12a). Pues bien, Jesús visita, cuida y cura a los enfermos ese día (Le 13,14).

¿Que el sábado no se puede caminar más de nove­cientos metros? («dos mil codos», Nm 35,5; Sota M. 5,3). Pues bien, ¿qué día mejor para las giras de Jesús con sus discí­pulos, que agravan la transgresión arrancando las espigas de grano, uno de los 39 trabajos principales prohibidos en día de sábado? (Me 2,23-28).

¿Que el sábado está severamente prohibido transportar cualquier peso? (Jr 17,21-27). Jesús invita al hombre en­fermo a no hacer caso: «Levántate, carga con tu camilla y echa a andar», suscitando la viva protesta de las autoridades: «Es día de precepto y no te está permitido cargar con la ca­milla» (Jn 5,8-10).

Con estos antecedentes era de esperar que Jesús no se habría atenido a la doctrina oficial.

Uno que no ha respetado nunca el sábado, no puede ciertamente considerar la observancia de este mandamiento la más importante.

De hecho, contrariamente a la expectativa del letrado que le ha preguntado cuál consideraba el mandamiento más importante, Jesús responde sobrepasando no sólo la teo­logía tradicional, sino incluso los mismos mandamientos.

Ignorando provocativamente las tablas de Moisés, Jesús se remonta al «Escucha Israel» (Dt 6,4-9), el «Credo» que los hebreos recitaban dos veces al día: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Me 12,29-30).

La pregunta del letrado giraba en torno a un solo man­damiento, el más importante.

Para Jesús, sin embargo, el amor a Dios no es perfecto si no se traduce en amor al próximo; por esto añade a su res­puesta un precepto contenido en el libro del Levítico

Jesús y el monseñor 59

(19,18): «El segundo es éste: Amarás a tu prójimo com o a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos».

La reacción del escriba a la provocación de Jesús es po­sitiva, demostrando estar en sintonía con la línea propug­nada por los profetas de la prevalencia del amor al prójimo sobre el culto que se debe rendir a Dios: «Muy bien, Maes­tro, es verdad lo que has dicho, que Él es uno solo y que no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y amar al prójimo, como a uno mismo supera todos los holocaustos y sacrificios».

El exponente de una tradición religiosa que sostenía la necesidad de innumerables prácticas religiosas para estar seguros de la comunión con Dios, comprende que éstas son totalmente secundarias y que el amor a Dios no se prueba por el culto que se le da, sino por al amor hacia el hombre, com o enseña el profeta Oseas: «misericordia quiero y no sa­crificios» (Os 6,6; Mt 9,13; 12,7).

LOS LETRADOS: SI LOS CONOCKS, EVÍTALOS

Al talante abierto demostrado por el letrado, responde Jesús con una invitación implícita: «No estás lejos del reino de Dios» (Me 12,34). Expresión que remite a la predicación inicial de Jesús: «Está cerca el reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia» (Me 1,15).

'Iodo el que está por el bien del hombre, no se halla lejos del reino, pero para entrar en él es necesaria la con­versión, un cambio radical de mentalidad en la escala de los valores que regulan la propia existencia, renunciando a toda clase de prestigio para poder poner la propia vida al servicio de los hombres.

Por esto Jesús, al único letrado que se había ofrecido vo­luntariamente a seguirlo («Maestro, te seguiré adonde quiera

60 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

que vayas»), le había objetado: «Las zorras tienen madri­gueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,19-20).

Mientras la Escritura enseñaba que no se puede fiar uno «de un hombre que no tiene un nido» (Eclo 36,27), Jesús avisa al letrado, acostumbrado a los «primeros puestos» (Me 12,39), que, para seguirlo, hay que abandonar toda am­bición de honores y de prestigio, aceptar ser considerados los últimos de la sociedad y valer menos que los animales considerados más inútiles (los pájaros, Le 12,6; Mt 6,26) e insignificantes (las zorras, Ne 3,35; P. Ab. 4,20).

Una invitación, una propuesta.Pero el letrado no da la adhesión a Jesús.Permanece con su saber teológico que no se trasforma

en práctica.Para él se trataba solamente de una cuestión teórica

(«dicen, pero no hacen», Mt 23,3), y no da el paso de la adhesión a un Jesús que lo invitaba a colaborar de hecho en la construcción de una sociedad nueva (el reino), desemba­razándose de todo elemento de injusticia, de toda preten­sión de superioridad.

La reacción de Jesús es inesperadamente dura. Co­mienza ridiculizando la enseñanza de los letrados, demos­trando su inconsistencia (Me 12,35-37), invitando a la gente a abrir los ojos y a librarse de su dominio: aquellos que pre­tenden ser los guías espirituales del pueblo no sólo no en­tran en el reino, sino que impiden el acceso incluso a los que quisieran entrar en él (Mt 23,13).

La invectiva termina poniendo en guardia ante esta cate­goría de personas, cuya religiosidad así exhibida y ostentada esconde en realidad intereses inconfesables (Me 12,38-40).

En compañía de Jesús se encuentran descreídos y peca­dores, pero no los pertenecientes a la jerarquía religiosa que en los evangelios son presentados siempre hostiles a Jesús hasta el punto de quererlo muerto.

Jesús y el monseñor 61

Personas y lugares religiosos se revelarán los más peli­grosos para el Hombre-Dios.

En una sinagoga se tomará la decisión de asesinarlo (Me 3,1-6) y en el templo intentarán apedrearlo (Jn 10,31-33).

La condena de Jesús a muerte emanará del más alto cargo religioso del país, el sumo sacerdote, con la aproba­ción de todo el Sanedrín: setenta y una excelentísimas y re­verendísimas personas que desencadenarán contra Jesús todo su rencor escupiéndole en la cara, abofeteándolo, g o l­peándolo y mofándose de él (Mt 26,65-68).

EL ADELANTAMIENTO DE UNA PROSTITUTA

(Le 7,36-50)

La primera y la última mujer que aparecen en el Nuevo Testamento son prostitutas (Mt 1,3-5; Ap 17,16-18), pero la pecadora del relato de Lucas (Le 7,36-50) es la única m ere­triz protagonista de un encuentro confidencial con Jesús.

Aunque el evangelista había mantenido el personaje anónimo, el deseo de asegurar su redención llevó en el pa­sado a identificar erróneamente a esta prostituta con María de Magdala, mujer que no tiene nada que ver con el perso­naje de Lucas, pero que, colocada por Juan junto a la cruz de Jesús (Jn 19,25), ha llevado a la tradición a ver en ella a la Magdalena arrepentida, para respiro de bienpensantes y moralistas.

El oficio más antiguo del mundo fue ejercido también por una antecesora de Jesús com o Rajab (Mt 1,5; Jos 2,1), ti­tular de un conocido y frecuentado albergue junto a los muros de la ciudad, púdica perífrasis utilizada por el histo­riador Flavio Josefo para indicar un burdel (Ant. 5,7), o com o Tamar que ejercía la profesión, pero con un toque de distinción: prostituta, sí, pero sagrada (G en 38,21). Cuando la autoridades judías echan en cara a Jesús «Nosotros no hemos nacido de prostitución» (Jn 8,41), el énfasis conte­nido en aquel «nosotros» es una alusión a los orígenes os­curos de Jesús y a las manchas de su familia.

Para comprender el escándalo suscitado por la presencia

64 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

de la prostituta en el banquete que el fariseo Simón dio en honor de Jesús, es necesario situar el episodio y los perso­najes en la cultura de la época.

LOS FARISEOS

Los fariseos son laicos piadosos que, para acelerar la lle­gada del reinado de Dios, se empeñan en vivir cotidiana­mente las prescripciones exigidas al sacerdote en el período limitado durante el que presta servicio en el templo (Lv 9- 10; 21-22,1-9).

Su estilo de vida los distingue y separa de la gente común (d e donde el término fariseo que significa sepa­rado). La vida de un fariseo está dominada por la preocu­pación de observar fielmente los seiscientos trece preceptos de la Ley.

Obsesionado por el exacto cumplimiento del descanso en día de sábado, el fariseo está atento a no realizar nin­guno de los 1.521 trabajos prohibidos y a no caer en la gra­vísima transgresión de escribir ni siquiera dos letras del alfa­beto (Shab. M. 12,3).

El otro gran cuidado concierne a la ley de la pureza que observa con una minuciosidad obsesiva, para evitar ser to­cado o tocar inadvertidamente objetos y personas impuras, vo lviendo de este m odo nulas las innumerables oraciones que jalonan su jornada: desde el canto del gallo («Bendito el que dio inteligencia al gallo para distinguir entre el día y la noche») cuando abre los ojos («Bendito el que vuelve v i­dentes a los ciegos») hasta que los cierra («Bendito aquél que hace caer los lazos del sueño sobre mis ojos») (Ber. B. 60b).

Todo un tratado, llamado de las Bendiciones prescribe cuáles y cuántas son las oraciones que hay que recitar para ser gratos a un Dios que pretende ser bendecido por el

El adelantamiento de una prostituta 65

hombre en todo momento del día y en cualquier lugar donde éste se encuentre, incluso desde la letrina: «Bendito el Señor que ha formado al hombre con sabiduría y ha creado en él muchos agujeros. Está claro que si uno se abre y otro se obtura no le sería posible vivir» (Ber. B. 60b).

Jesús define toda la categoría de los fariseos com o hipó­critas-. en lugar de practicar las buenas obras para que los hombres «glorifiquen al Padre del cielo» (Mt 5,16), hacen alarde de sus innumerables devociones para ser glorificados por los hombres (Mt 6,2).

Pervirtiendo las obras de piedad que, en lugar de ha­cerlas a favor de los hombres, las hacen en provecho propio, los fariseos desvían hacia sí la gloria que debía ser para Dios: creen rendir culto a Dios, pero en realidad se ponen idolátricamente en su lugar y, com o enseña la Escri­tura, «la invención de los ídolos es el principio de la prosti­tución (Sab 14,12). Pero esta forma de prostitución no sólo no es desaprobada por el mundo religioso, sino que es alentada y presentada com o m odelo de perfección.

LA PROSTITUTA

Si en todas las culturas el nacimiento de una niña nunca ha sido deseado (»Felicidades e hijos varones»), en el mundo judío, dominado por los varones, aquello se consideraba una auténtica desgracia ratificada por la Palabra de Dios («Por una mujer em pezó la culpa y por ella morimos todos» Sab 25,24), por el Talmud («El mundo no puede existir sin hombres y mujeres, pero felices aquellos cuyos hijos son varones y ay de aquél cuyos hijos sean hembras», B.B.B. 16b) y codificada por la oración, recitada tres veces al día por todo varón hebreo, que da gracias a Dios de este modo: «Bendito aquél que no me ha hecho ni pagano, ni mujer ni villano» (Ber. Y. 13b).

66 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Cuando en una familia había ya un par de niñas no era tolerada otra niña (cuyo nacimiento volvía impura a la madre por casi tres meses, Lv 12,2-5); en este caso era normal tomar a la recién nacida y «exponerla», esto es, aban­donarla fuera de la aldea, com o da testimonio la literatura de la época y la misma Biblia: «Un hijo lo educa cualquiera, aunque sea pobre; a una hija se la expone siempre, aunque se sea rico» (Posidipo de Casandra); «Te arrojaron fuera a campo abierto, asqueados de ti, el día en que naciste» (Ez 16,5).

Si la recién nacida sobrevivía a los animales vagabundos, era «salvada» por los comerciantes de esclavos que, al ama­necer, merodeaban la periferia de las aldeas y ciudades en su búsqueda. Acción en m odo alguno filantrópica, sino co ­mercial: la pequeña era recogida y criada para ser destinada a la prostitución.

A los cinco años la niña debutaba en los primeros juegos eróticos. A los ocho estaba ya preparada para una relación completa.

Todavía en el siglo n Justino denunciaba que «se criaban turbas de niñas para usarlas torpemente» (1.a Apol. 27.29).

UNA COM IDA QUF. ACABÓ MAL

El fariseo ha cometido la imprudencia de invitar a Jesús a comer.

Jesús no es un huésped conciliador. Todas las veces que fue invitado a comer por los fariseos hizo que se les indi­gestara la comida a quienes lo habían hospedado (Le 11,37- 54; 14,1-24).

El relato se desarrolla con una escalada de tensión.Los huéspedes, com o es costumbre en las comidas fes­

tivas, están ya reclinados sobre divanes situados en círculo en torno a una mesa, cuando entra «una de aquéllas mu­jeres».

El adelantamiento de una prostituta 67

La casa del fariseo, donde no entra nada que no haya sido previamente purificado (M e 7,3-4), se mancha con la presencia de una «mujer conocida en la ciudad com o peca­dora» (Le 7,37).

Subrayando la sorpresa de los presentes, el evangelista escribe que ésta «llegó con un frasco de perfume, se co locó detrás de él junto a sus pies, llorando, y em pezó a regarle los pies con sus lágrimas» (Le 7,38).

Com o si la escena no fuese ya bastante incómoda, el evangelista añade una pincelada de color rosa: los cabellos.

Considerados un arma irresistible, de gran impacto eró­tico (Judit Para seducir a Holofernes «se soltó el cabello», Jue 10,3), está prohibido a las mujeres mostrarlos.

La mujer siempre lleva ve lo y solamente el día de las bodas deja descubierta su cabeza. El resto de la vida no muestra nunca sus cabellos, ni siquiera en casa, y el marido puede repudiar a la mujer que se atreve a salir sin velo, porque «la mujer debe llevar en la cabeza una señal de suje­ción» (1 Cor 11,10).

Solamente las prostitutas sueltan su cabellera para se­ducir a sus clientes.

Y esta prostituta no sólo exhibe impunemente sus ca­bellos, sino que los utiliza para secar los pies de Jesús des­pués de haberlos perfumado y, con su boca, no deja de besarlos.

¿Y Jesús?Nada.Ninguna reacción.Dejarse solamente rozar por una de aquellas mujeres

vuelve al hombre impuro e inhábil para su relación con Dios (los rabinos prescriben que hay que estar distantes de una prostituta al menos cuatro codos (dos metros).

¿Cómo es que Jesús no se aparta?¿Por qué no la reprende?Para el fariseo Simón está claro que Jesús no es un pro­

68 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

feta; de serlo «sabría quién es la mujer que lo está tocando y qué clase de mujer es: una pecadora» (Le 7,39).

Además ¿cómo era posible que pasase por hombre de Dios «un comilón y un borracho, amigo de recaudadores y descreídos»? (Le 7,34).

En el episodio se confrontan dos visiones: la del fariseo, acostumbrado a juzgar de acuerdo con los parámetros reli­giosos, y la de Jesús, manifestación visible del amor del Padre que no ha venido a juzgar sino a «buscar lo que es­taba perdido y a salvarlo» (Le 19,10).

Al fariseo Simón, que no ve una mujer, sino una peca­dora, Jesús le corrige su forma de mirar: «¿Ves esta mujer?».

Pero es el fariseo quien, aun llamándolo Maestro, quiere enseñar a Jesús («Este, si fuese profeta, sabría quién es la mujer que lo está tocando y qué clase de mujer es: “una pe­cadora”», Le 7, 39).

Aquello que a los ojos del religioso es una transgresión de la moral y una incitación al pecado, para Jesús no es otra cosa que una manifestación reconocida de fe («Tu fe te ha salvado», Le 7,50).

El fariseo ve muerte (pecado) en lo que era una mani­festación de vida (fe ).

Jesús ve vida allí donde parece que hay pecado: «Dios no ve com o los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón» (ISam 16,7).

La pecadora no ha ido a Jesús para pedirle el perdón de sus pecados, sino para darle gracias por un perdón que sabe que ha obtenido ya de antemano de aquel Dios que Jesús ha anunciado com o «bondadoso con los ingratos y malvados» (Le 6,35); y ha expresado su reconocimiento a Jesús del único m odo que es capaz, usando todas las armas de que dispone: cabellos, boca, perfume y manos expertas en el tocar (e l verbo em pleado por el fariseo para describir la acción de la mujer tiene una fuerte carga erótica: «palpar», «tocar»).

El adelantamiento de una prostituta 69

Jesús no la invita a «no pecar más» (com o ha hecho con la adúltera, Jn 8,11) y no le pide cambiar de oficio, porque a una mujer de esta clase no le es posible.

N o puede vo lver a la familia (si la ha tenido alguna vez), pero puede entrar en la comunidad del reino: inmediata­mente después de este episodio el evangelista añade que se habían unido al grupo de Jesús algunas mujeres curadas de malos espíritus y enfermedades (Le 8,2).

Mientras los fariseos se lamentan de que el reinado de Dios tarda en manifestarse a causa de los pecados de las prostitutas y de los publícanos, Jesús les advierte que si echan una ojeada verán que incluso los publícanos y las prostitutas le han cogido ya la delantera (Mt 21,31).

El reino esperado por estos religiosos era reservado a unos pocos privilegiados que podían presentar una con­ducta inmaculada: los justos que entraban en él por sus pro­pios méritos.

Lo inaugurado por Jesús es la esfera del amor del Padre, donde no se entra por méritos, sino por la misericordia de aquél que «encerró a todos en la rebeldía, para tener miseri­cordia de todos- (Rom 11,32) y donde hay lugar para «malos y buenos- (Mt 22,10), incluidos los publícanos (Mt 9,9) y las prostitutas.

PECAD, HERMANOS (Mt 9,1-8)

Mientras truenan contra el pecado y lanzan rayos contra los pecadores, los sacerdotes se auguran para sus adentros no sólo que la gente continúe pecando, sino que cometa pecados en abundancia.

Ésta es la denuncia dirigida por Dios contra los sacer­dotes que «se alimentan del pecado de mi pueblo y con sus culpas matan el hambre» (O s 4,8), no diferenciándose de los sacerdotes paganos que «venden las víctimas de sus sacrifi­cios para aprovecharse de ellas».

El clero vive con las ofrendas de alimentos que el pueblo hace a Dios para obtener el perdón de los pecados.

Para mantener un flujo continuo de dones, los sacer­dotes alimentan continuamente en el hombre el sentido de su indignidad de cara a Dios, de su irremediable condición de pecador, poniéndose com o los únicos indispensables mediadores entre Dios que puede conceder el perdón y el hombre que es perdonado.

En el caso funesto de que la gente no pecase más o en­contrase un sistema diverso del que la religión impone para obtener el perdón de los pecados, los sacerdotes no ten­drían de qué comer.

Como la rapacidad de los pastores de Israel (definidos por el profeta Isaías «perros hambrientos e insaciables», Is 56,11), también la avidez de los sacerdotes era conocida y temida:

72 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

«Como bandidos al acecho se confabulan los sacerdotes; asesinan camino de Siquén, perpetran villanías» (O s 6,9).

Los sacerdotes, habiendo tomado por leyes divinas las propias codicias, no tenían ningún reparo en exhibir sin pudor su propia voracidad: «Cuando una persona ofrecía un sacrificio, mientras se guisaba la carne, venía el ayudante del sacerdote empuñando un tenedor, lo clavaba dentro de la olla, caldero, puchero o barreño, y todo lo que engan­chaba el tenedor se lo llevaba al sacerdote. Así hacían con todos los israelitas que acudían a Siló. Incluso antes de quemar la grasa, iba el ayudante del sacerdote y decía al que iba a ofrecer el sacrificio: «Dame la carne para el asado del sacerdote. Tiene que ser cruda, no te aceptaré carne co ­cida». Y si el otro respondía: — «Primero hay que quemar la grasa, luego puedes llevarte lo que se te antoje». Le repli­caba: «No. O me la das ahora o me la llevo por las malas» (1 Sm 2,13-16).

PAGUE TRES POR EL PRECIO DE UNO

Beneficiarios de los pecados de los hombres no eran so­lamente los sacerdotes, sino el mismo templo de Jerusalén.

Considerado la banca más importante del M edio Oriente, el templo debía su riqueza a las ofrendas que todo el pueblo tenía que llevar para obtener el perdón de las culpas o para recibir particulares favores.

Todo hebreo tenía la obligación de ir a Jerusalén con ocasión de las tres grandes fiestas agrícolas religiosas ( Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, Ex 23,14-17).

La subida a Jerusalén no era solamente devocional.La perentoria advertencia atribuida a Dios por la Biblia

en beneficio de los sacerdotes es explícita: «Nadie se pre­sentará ante mí con las manos vacías» (Ex 34,20; Eclo 35,4),

Pecad, hermanos 73

y para evitar malentendidos los sacerdotes establecían cóm o y de cuánto debían estar llenas estas manos.

El libro del Levítico contiene una lista precisa de tarifas donde se indica qué hay que ofrecer por cada culpa para obtener el perdón.

Por la culpa de un jefe del pueblo, Dios pide «un macho cabrío sin defecto» (Lv 4,23), pero «si es un propietario el que por inadvertencia traspasó alguna prohibición del Señor, incurriendo así en reato, al darse cuenta de la trans­gresión cometida, ofrecerá una cabra sin defecto en sacri­ficio expiatorio» (Lv 4,27-28).

Com o alternativa, Dios se contenta incluso con un cor­dero (Lv 4,32).

Para otras culpas está previsto solamente un carnero (Lv 5,15).

Si el oferente es pobre, Dios aplaca su enojo por «dos tórtolas o dos pichones» Lv 5,7), y si no tiene medios bastará con un poco de harina, pero que sea «flor de harina» .

En el momento del sacrificio del animal, estaba estable­cido por decreto divino que las partes mejores (pechuga y pierna) fuesen para los sacerdotes (Lv 7,28-35) y, siempre por voluntad de Dios, estaba destinado a los sacerdotes «lo mejor del aceite, del vino y del trigo» (Nm 18,12).

Todos los días se ofrecían en el tem plo millares de ani­males para expiar las innumerables transgresiones de la Ley que hacían impuro al hombre.

En tiempos de Jesús los mercados de animales para los sacrificios eran gestionados por la familia del sumo sacer­dote Anás.

Verdadera víctima sacrificial, el peregrino se veía ob li­gado a comprar al sumo sacerdote un animal que luego le debía ofrecer también... y si quería comer debía comprar la carne en las carnicerías de Jerusalén, todas controladas por Anás, el sumo sacerdote y carnicero de Dios.

SACFRDOTFS EN SUSPENSIÓN DF PAGOS

I¿i acción de Jesús se dirige a eliminar de raíz este co ­mercio sagrado.

Remontándose a la más genuina tradición profética de denuncia de un culto no requerido por Dios (pero que por desgracia es el que gusta a los hombres, Am 4,5), Jesús de­nunciará el templo com o «cueva de ladrones» (Mt 21,13) donde se ofrece a Dios aquello que se le roba al hombre.

Ya el profeta Oseas había dicho claramente que el que se hace ilusiones de buscar al Señor «con ovejas y vacas no lo encontrará jamás» (O s 5,6) y a Miqueas, que se preguntaba con qué cosas se podría presentar dignamente ante el Señor (si «con becerros de un año» o «con un millar de carneros o diez mil arroyos de aceite»), Dios le había respondido: «Hombre, ya te he explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad y que seas humilde con tu Dios» (M iq 6,6-8; 1 Sm 15,22).

La relación con Dios no se establece a través del culto, sino con la vida: «Misericordia quiero y no sacrificios» (O s 6,6; Mt 9,13).

Los evangelistas desarrollan esta temática en la narración de la curación del paralítico de Cafarnaún (Mt 9,1-8), ep i­sodio importante porque es la única vez en los evangelios en los que Jesús perdona los pecados (en Lucas el perdón es concedido también a la prostituta, Le 7,48).

A Jesús que, tanto con su enseñanza com o con sus obras, ha presentado a un Dios que dirige hacia todos su amor (Mt 8,1-13), «intentaban acercarle un paralítico echado en un catre» (Mt 9,2).

Jesús que ve en esta gente la fe, se vuelve al paralítico con palabras cargadas de afecto: «¡Animo, hijo! Se te per­donan tus pecados» (Mt 9,2).

La fe , esto es, la adhesión a Jesús, cancela los pecados del hombre.

Pecad, hermanos 75

A simple vista puede parecer que la acción de Jesús de­frauda las expectativas del enfermo que quizá contaba con ser curado.

Pero no era ésta la esperanza del paralítico que, en la cultura de la época, era tenido por un cadáver que respi­raba y, por tanto, tenido por incurable.

En toda la Biblia no existe un solo caso de curación de personas completamente paralizadas, y en el Talmud, donde se ruega por todo y por todos, no se encuentra una sola oración para pedir la curación de un paralítico.

La frase pronunciada por Jesús desencadena la reacción encolerizada de los teólogos oficiales presentes, que en­cuentran incompatible la fácil absolución concedida por el Señor con la doctrina tradicional enseñada por ellos y emiten inmediatamente su sentencia con autoridad.

Aludiendo a Jesús en tono fuertemente despectivo, co ­mentan escandalizados: «Éste blasfema- porque, com o en­seña su catecismo, «sólo Dios puede perdonar los pecados» (Me 2,7).

El evangelista subraya la total incompatibilidad entre Dios y la institución religiosa que pretende representarlo: la primera vez que los miembros de la jerarquía religiosa escu­chan a Jesús, no sólo no reconocen en él la palabra de Dios, sino que lo denuncian com o blasfemo.

La acción de Jesús de restituir vida es para los defen­sores de la ortodoxia un crimen digno de muerte (Lv 24,16), y de hecho Jesús será condenado com o blasfemo a la pena capital por el sumo sacerdote, máxima autoridad religiosa, y por todo el sanedrín: «El sumo sacerdote se rasgó las vesti­duras diciendo: — «Ha blasfemado, ¿qué falta hacen más tes­tigos? Acabáis de oír la blasfemia, ¿qué decidís?» Contes­taron: «Pena de muerte» (Mt 26,65-66).

El gesto de Jesús es peligroso para el sistema.Ha perdonado los pecados de aquel fulano sin ni si­

quiera nombrar a Dios y sin que el paralítico le haya pedido

76 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

perdón, confesado sus pecados, recitado el mea ctdpa y, sobre todo, sin que haya pagado en penitencia ni siquiera un polluelo.

Si se toma en serio la enseñanza de Jesús de que, para obtener el perdón de los pecados, basta perdonar las culpas a otro (M e 11,25), porque «donde el perdón es un hecho, no hay necesidad de más ofrendas por el pecado» (H eb 10,18), el pueblo no tendrá por qué ir más al santuario para ob ­tener la absolución, y vendrá la bancarrota del tem plo y el desem pleo de los sacerdotes.

La institución se alarma: «Este hombre realiza muchas se­ñales. Si lo dejamos seguir así, todos van a darle su adhe­sión» (Jn 11,47).

Es el primer choque entre Jesús y las autoridades reli­giosas.

Mientras Jesús ve en los portadores del paralítico la fe, en los teólogos ve la maldad de sus pensamientos.

Jesús no los encara en el plano teológico, sino en el de la vida: «¿Qué es más fácil, decir “se perdonan tus pecados" o decir “levántate y echa a andar”»?

Que una persona haya sido perdonada realmente por Dios no es un hecho visible y ninguno lo puede garantizar, pero la curación de un enfermo considerado incurable es verificable por todos.

Y, sin esperar respuesta alguna, Jesús pasa a la acción y cura al paralítico que «se levantó y se marchó a su casa». Jesús no se ha limitado a perdonar al hombre su pasado de pecador, sino que le ha transmitido fuerza vital para una nueva vida, y la gente presente en el episodio, habiendo comprendido que esta capacidad no es una facultad exclu­siva de Jesús, «da gloria a Dios, que ha dado a los hombres tal autoridad». El montaje teológico de los escribas cae por tierra junto con la imagen del Dios predicado por ellos. Si sólo Dios puede al mismo tiempo «perdonar las culpas y curar las enfermedades» (Sal 103,3), Dios está con Jesús.

Pecad, hermanos 77

No es él quien blasfema, sino las autoridades religiosas las que calumnian a Dios presentándolo deseoso de los sa­crificios del hombre.

Teólogos y sacerdotes que tenían la tarea de enseñar, •hacen perecer al pueblo por falta de conocimiento» (O s 4,6).

Para tutelar los propios intereses y el propio prestigio, éstos han llegado hasta el punto de falsificar la misma ley de Dios que se glorían de observar escrupulosamente: «¿Por qué decís: “Somos sabios, tenemos la Ley del Señor?” si la ha falsificado la pluma falsa de los escribanos» (Jr 8,8).

Las autoridades religiosas y espirituales transmiten al pueblo una idea falsa de Dios y de sus exigencias, em pu­jándolo de hecho a adorar un ídolo falso creado para uso y abuso propio. Y el pueblo es conducido a la absurda situa­ción de que cuanto más cree venerar a Dios más se aleja en realidad de él: «Ha multiplicado los altares para pecar» (O s 8,11).

EL DIOS QUE MARGINA (Me 5,25-34)

«Hemorroisa»: con este poco elegante apelativo se pre­senta en los evangelios a una mujer anónima que «llevaba doce años con flujo de sangre-, y protagonista del en­cuentro con Jesús (M e 5,25-34).

El evangelista inserta en la narración un detalle muy im­portante que amplía el significado del episodio: el número «doce-, cifra que alude idílicamente a Israel formado desde el principio por doce tribus (Gen 49, 1-28); la especificación de que la mujer está afectada por la enfermedad desde los «doce años- es un apunte literario con el que el evangelista indica que este personaje representa a Israel; el significado del relato no se limita a la protagonista del episodio, sino que se extiende a todo el pueblo judío. En el pasado, el deseo de poner nombre a todo y a todos, hizo que se lla­mase Verónica a esta mujer anónima, haciéndola protago­nista después del encuentro con Jesús en el camino del cal­vario (Evangelio de Nicodemo, 7).

En el mundo oriental, cuando una persona estaba en­ferma, se consideraba señal de poco amor llamar a un único médico; en este caso se convocaba el mayor número po ­sible de médicos con el resultado de multiplicar las pres­cripciones contradictorias y los honorarios.

Probablem ente por esta causa es poco lisonjero el juicio que los contem poráneos tenían de los m édicos,

80 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

que eran considerados com o una asociación de delin ­cuentes.

Si la Biblia resalta el comportamiento del médico («la en­fermedad es larga, el médico se ríe», Eclo 10,10), el Talmud, de m odo mucho más expeditivo, condena a toda la clase médica: «El mejor de los médicos es digno de la gehenna» (Q idd. 4,14).

Habiendo sobrevivido a los médicos que la habían lle­vado a la miseria total, la mujer está ahora en una situación desesperada.

El evangelista la describe com o afectada por una «hemo­rragia/flujo de sangre» (clínicamente «metrorragia crónica», pérdida de sangre independientemente del flujo menstrual).

En la cultura hebrea, en la que la sangre es la misma vida de la persona («La vida de todo ser viviente es su sangre», Lv 17,14), la pérdida de la sangre significa la pér­dida de la vida; esta mujer está muriendo lentamente.

Pero no sólo esto.Una mujer por esta enfermedad es considerada impura y

equiparada a una leprosa (Zab. 5,1.6): no puede acercarse a nadie ni nadie puede acercársele; si está desposada, no puede tener relaciones con su marido, y si es soltera, no puede casarse.

Por su situación la religión la condena a la esterilidad; el constante flujo de sangre la lleva a la muerte. La mujer no tiene ninguna esperanza ni otra salida que no sea esperar la muerte.

FL DIOS GINECÓLOGO

El único que podría salvarla es Dios.Pero ella, «impura», no puede ni siquiera pensar en vo l­

verse al «tres veces Santo» (Is 6,3) que ha establecido tajan­temente que todo lo relativo al sexo sea clasificado com o «impuro».

El Dios que margina 81

No fiándose de los hombres, el mismo Señor tiene cui­dado de enumerar con abundancia detalles, dignos de un manual médico, todos los casos que hacen «impuros» al hombre y a la mujer, condición que imposibilita la comuni­cación con Dios (Lv 5,2-3; 22,3).

El nacimiento de un niño hace -impura por siete días» a la madre, que «pasará treinta y tres días purificando su sangre» (Lv 12, 1-5) (los números se duplican cuando el na­cimiento es de una niña, Lv 12,1-5).

El hombre es considerado impuro, no sólo en caso de gonorrea (blenorragia), enfermedad venérea conocida en la época, sino también por la mera «emisión de semen» que lo hace «impuro hasta la tarde»; «si un hombre se acuesta con una mujer y tiene una polución, se bañará y quedará im­puro hasta la tarde» (Lv 15,18).

Más complicada se presenta la situación de la mujer: «Ésta, cuando tenga su menstruación, quedará manchada durante siete días» (Lv 15,19).

Durante este tiempo es semejante a una contagiada de peste. A las mujeres en estas circunstancias les está prohi­bido entrar en el santuario y participar en el culto; Flavio Jo­sefa las coloca entre «los leprosos y los que tienen gonorrea» en el elenco de personas que no pueden ni siquiera ce le­brar la Pascua (Guerra Judía 6,9,3).

No sólo «quedará impuro hasta la tarde quien la toque», sino que la mujer contaminará «el sitio donde se acueste o donde se siente; mientras esté manchada, quedará impuro» (Lv 15,24).

La situación se agrava en caso de irregularidad en las menstruaciones que hacen impura a la mujer durante todo el tiempo del flujo.

Una vez -curada del flujo, contará siete días y después quedará pura. El octavo día tomará dos tórtolas o dos p i­chones, los presentará al sacerdote, a la entrada de la tienda del encuentro» (Lv 15,28-29).

82 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Las ya fatigosas y mortificantes prescripciones dictadas por Dios mismo serán aceptadas y ampliadas por la tradi­ción rabínica que hará tragicómicos estos preceptos.

En la última sección del Talmud, donde se enumera todo lo que puede hacer a alguien impuro, se dedica todo un tra­tado a las impurezas menstruales de la mujer, pero, no siendo bastante, el tema de las menstruaciones se encuentra disperso por todo el Talmud, con prescripciones que son una mezcla de primitivismo por tratarse de conocim ientos ginecológicos aproximativos, tabúes, supersticiones y terro­rismo religioso.

Se enseña que -una mujer irregular (en su regla) no debe tener relaciones y no tiene derecho a la dote ni a la devolu ­ción de sus bienes; su marido la debe repudiar y no tomarla nunca más» (N id B. 12b); el descuido en la observancia de los preceptos de la menstruación causa la muerte de la mujer (Ber. B. 31b).

Se describe con precisión incluso el tamaño de la gota de sangre suficiente para tener que recurrir a los ritos de purificación (del tamaño de un grano de mostaza, Ber. B. 31a) y se avisa que es peligroso tener relaciones con una mujer durante su menstruación porque «cuando una mujer con la menstruación pasa entre dos hombres, si es al co ­m ienzo del período, provoca la muerte de uno de ellos y si, al final, hace surgir una pelea entre ambos» (Pes 3a).

EL DIOS QUE LIBERA

En un mundo donde los rabinos parecían más expertos en ginecología que en teología, Jesús lleva la relación con Dios a su verdadera dignidad.

Es el comportamiento hacia los otros el que permite o no la comunión con Dios y no la observancia de reglas in­ventadas por los hombres (Mt 15,1-20).

El Dios que margina 83

El encuentro de la desesperada «hemorroísa» — mujer moribunda— , con la vida que Jesús comunica tiene lugar mientras éste se dirige hacia la casa de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, para ir a «imponerle las manos» a su hija a punto de morir (M e 5,23).

El evangelista subraya que la mujer ha oído hablar de Jesús, y lo que ha o ído suscita en ella una nueva esperanza, dándole fuerza para llevar a cabo su gesto.

Jesús tiene ya fama de anunciar con palabras y gestos concretos que el amor de Dios se dirige a todos y no reco­noce las discriminaciones morales y religiosas que dividen a los hombres en categorías de puros e impuros (M e 1,40-45; 2,1-17).

Sobre todo, Jesús no acepta ningún impedimento puesto por los hombres entre el amor de Dios y éstos.

La mujer coge al vuelo la oportunidad de este encuentro con Jesús y piensa: «si le toco, aunque sea la ropa, me sal­varé».

La ley de Dios le impide tocar a cualquiera, pero el deseo de vida es más fuerte que todo tabú moral y religioso.

Si continúa observando la Ley no cometerá pecado, pero morirá; si intenta transgredirla tiene una esperanza de vida.

La mujer se esconde entre la multitud que sigue a Jesús y cuando se encuentra de espaldas a éste, esperando que ninguno se dé cuenta, le toca el manto e «inmediatamente se secó la fuente de su hemorragia, y notó en su cuerpo que estaba curada de aquel tormento».

Pero a la pobrecilla no le ha dado tiempo de sentirse cu­rada cuando se le presenta un mal trance. De hecho Jesús, dándose cuenta, se vuelve inmediatamente y pregunta: «¿Quién me ha tocado la ropa?».

Solamente los discípulos, entre toda la multitud, no se han dado cuenta de la tensión del momento, y con poco respeto se vuelven a Jesús tratándolo de irreflexivo: «Estás

84 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

viendo que la multitud te apretuja ¿y sales preguntando “quién me ha tocado”»?

Obtusos, com o siempre, acompañan a Jesús, pero no lo siguen.

Están junto a él, pero no le son cercanos; por esto son siempre refractarios a la vida que Jesús transmite y comu­nica a cuantos se le acercan.

Según los discípulos Jesús «está mirando a la multitud», pero la mirada del Señor busca a su alrededor «para distin­guir a la que había sido».

A la pobrecilla no le queda ahora otra cosa que ser des­cubierta y esperar una terrible reprimenda: «¿Cómo has po­dido, mujer impura, tocar a un hombre de Dios?».

Su gesto ha transmitido su impureza a Jesús, que ahora está también infectado.

El libro del Levítico avisa que transgredir la ley de la pu­reza ocasiona el castigo de parte de Dios: «Precaved a los is­raelitas de la impureza, para que no mueran por su impu­reza, por haber profanado mi morada entre vosotros» (Lv 15,31).

La mujer la ha liado y ahora espera la humillación pú­blica y el castigo.

Pero todo esto no le quitará la alegría de haber sido cu­rada y devuelta a la vida. Y así saca fuerzas de flaqueza y, asustada y temblorosa, confiesa la transgresión.

A la mujer que estaba excluida por causa de su enfer­medad del amor de Dios, en lugar de un reproche le llega un e logio alentador, al oír cóm o su transgresión es conside­rada un gesto de fe: «Hija, tu fe te ha salvado»; en la versión de Mateo, Jesús la alienta expresamente («Animo», Mt 9,22).

Aquello que, a ojos de la religión, es un sacrilegio, para Jesús es una expresión de fe.

En lugar de ser castigada por la transgresión, Jesús le au­gura un futuro de serenidad: «Márchate en paz y sigue sana de tu tormento».

El Dios que margina 85

El abismo que la religión había puesto entre la santidad de Dios y la impureza de los hombres es anulado por Jesús que se vuelve a la mujer llamándola «Hija», expresión tan cargada de íntima comunión com o para anular toda dis­tancia.

La mujer, que ha encontrado a Jesús, oprimida por su mal (lit.: «tormento»), una vez que ha experimentado la cu­ración, no es enviada a ir al templo para la ofrenda prescrita de agradecimiento (Lv 15,29), sino a «marchar en paz», donde el hebreo «shalom», paz, expresa todo el conjunto de circunstancias que hacen plenamente feliz a una persona.

¿MlIJiGROS? NO, GRACIAS (Jn 4,46-54)

Los -signos» cumplidos por Jesús y narrados en los evan­gelios son manifestaciones del amor de Dios a la huma­nidad, no perceptibles por cuantos esperan demostraciones de poder (Jn 2,18):

«Pues mientras los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Mesías calcificado, para los judíos escándalo, para los paganos locura» (IC o r 22-23).

Los sedientos de lo extraordinario, incapaces de reco­nocer a Dios en lo cotidiano, piden insistentemente a Jesús que les muestre «una señal del cielo» (Mt 16,1-4).

Com o el profeta Elias buscan a Dios en «el huracán tan violento, que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor, en el terremoto y en el fuego» (IR e 19,11- 12). A cuantos le piden «milagros» que vuelvan en beneficio propio las leyes físicas que regulan el mundo, Jesús res­ponde con una invitación a la «conversión», un cambio en las leyes que regulan las relaciones sociales en beneficio de los otros.

Su enseñanza no deja espacio a la espera de interven­ciones espectaculares de lo alto, sino que es una invitación a practicar con fidelidad un amor al alcance de todos: -Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis, estuve des­

88 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

nudo y me vestísteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme- (Mt 25,35-36).

No hay necesidad de que el Señor «multiplique» los panes. Basta con distribuir proporcionadamente los que ya hay (Mt 14,13-21).

No es menester gritar «Sálvanos Señor» (Mt 8,25), sino darse cuenta de que la salvación se ha realizado ya y ha­cerla operativa (M e 16,16).

Por esto en los evangelios no se encuentra nunca la pa­labra griega que significa «milagro», y Jesús presenta siempre un duro rechazo a la petición de hacer «signos y prodigios».

La expresión «signos y prodigios», que se refiere a los tan estrepitosos com o funestos portentos de Moisés (Ex 7,3-9), se atribuirá siempre a los que se llaman a sí mismos ungidos del Señor y falsos profetas que «ofrecerán señales y prodi­gios, que engañarían, si fuera posible, también a los e le­gidos» (Mt 24,24), pero no será nunca utilizada para indicar la actividad vivificadora de Jesús.

Por las acciones del Señor, los evangelistas prefieren uti­lizar los términos «signos» y «obras», gestos que potencian la vida de los hombres desde dentro comunicándole la misma capacidad de amar de Jesús.

Estas acciones no son una prerrogativa exclusiva de Jesús, sino una facultad que todo creyente está obligado a mostrar com o efecto de la adhesión a Cristo: «Sí, os lo ase­guro: Quien me presta adhesión, hará obras com o las mías y aún mayores» (Jn 14,12).

¿QUIÉN DEBE MAJAR?

El paso que va de la espera pasiva de milagros para cambiar el mundo al em peño activo por transformarlo, se presenta en el evangelio de Juan de m odo figurado.

Escribe el evangelista que «había un dignatario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaún» (Jn 4,46).

¿Milagros? No, gracias 89

N o se habla com o sería de esperar de «un padre (o un hombre) cuyo único hijo...*, sino de un -dignatario real» (e l término griego indica a alguien perteneciente a la familia real, más que a un simple dependiente o «funcionario»).

El protagonista de la narración se identifica hasta tal punto con su papel que no se presenta com o hombre, ma­rido o padre, sino sólo com o «dignatario real».

A través de la figura rigurosamente mantenida en el ano­nimato de un individuo que goza de gran autoridad y pres­tigio en la sociedad, el evangelista representa a cualquier persona que ejerza poder.

El dignatario se da cuenta (un poco tarde) de que su único hijo, su heredero, está en las últimas.

Sabiendo que Jesús se encontraba en Caná de Galilea, le salió al encuentro pidiéndole «que bajase y curase a su hijo, que estaba a punto de morir». No dice qué clase de enfer­medad tiene, porque ésta, como se desvelará más tarde, se llama «dignatario real».

El dignatario, hombre importante, cuyo papel en la corte lo ha colocado en el vértice de la sociedad, no interpela a uno a quien considera inferior, sino a aquél que tiene por más poderoso: Jesús Mesías, el Hombre-Dios.

Y le suplica entrar en acción, «que baje», con una inter­vención que actúe con eficacia y rapidez desde fuera sobre su propio hijo moribundo.

Puede parecer desconcertante el áspero reproche que Jesús dirige a un padre lleno de angustia por el propio hijo: «Como no veáis señales portentosas, no creéis».

Jesús no responde a una sola persona, sino que usando el plural («com o no veáis... no creéis») se dirige a todos aquellos que se reconocen en el personaje del dignatario: aquellos que buscan siempre soluciones desde fuera, que sean tal vez costosas, difíciles, «con señales portentosas» a su exclusiva disposición.

Incapaces de escudriñarse por dentro, éstos no se dan

90 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

cuenta de que el remedio sería sencillo, al alcance de la mano, pero tal que los obligaría a mirar en su propio inte­rior; pero esta visión no sería demasiado hermosa (aquellos que buscan «signos» son calificados por Jesús com o «genera­ción perversa y adúltera», Mt 16,4).

El dignatario no comprende el reproche de Jesús diri­g ido a que no busquen soluciones portentosas de lo alto, e insiste: «Señor, baja antes que se muera mi chiquillo».

La suya no es una oración, sino una orden: baja..., in- tervén..., cura», insistiendo en el equ ívoco de pedir a Jesús aquello que se espera deba hacer el mismo dignatario.

Y mientras tanto se pierde el tiempo: el hijo está mu­riéndose, el dignatario real insiste y Jesús no da un paso.

La persistente súplica del dignatario es un intento de ad­judicar a Jesús la responsabilidad del agravamiento de la condición del propio hijo: «antes que muera».

Jesús tiene la culpa si el hijo se agrava.«Si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto»,

reprocha Marta a Jesús (Jn 11,21); «¿No te importa que mu­ramos?, claman los discípulos contra un Jesús adormecido (M e 4,38).

IMPOTENTE PODER

Frente a la espera del acontecimiento prodigioso que se le ha pedido, Jesús replica: «Eres tú quien debe bajar y tu hijo vivirá». En esta invitación se encuentra el núcleo del problema y la causa de la enfermedad del hijo del digna­tario: «baja tú».

El dignatario ha pedido a Jesús que «baje» de lo alto de su omnipotencia para obrar un milagro.

Pero Jesús no puede.Quien está «en lo alto» no es Jesús, que «no ha venido

para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28), sino el digna­tario.

¿Milagros? No, gracias 91

Éste debe bajar y abandonar su privilegiada posición, porque los títulos honoríficos, en cuanto prestigiosos, son incapaces de comunicar vida, y un hijo, si no recibe la vida del padre, no puede existir: muere.

El dignatario, habituado a concebir jerárquicamente las relaciones con los otros, habla del hijo utilizando la palabra •chiquillo», término que en la lengua griega significa tam­bién -siervo» e indica la inferioridad y la sumisión del hijo respecto al padre.

Jesús le recuerda que es su “hijo», vocablo que ex ige una relación de igualdad debida a la comunicación de vida entre padre e hijo.

La dinámica del relato se comprende mejor si se inserta en la cultura de la época, en la que se creía que la vida era transmitida íntegra y exclusivamente por el padre (por esto no existe en la lengua hebrea el término «progenitor» sino «padre» y madre» con papeles completamente diversos: mientras el padre es el que «engendra» al hijo, la función de la madre consiste en alimentarlo y después «darlo a luz», Is 45,10).

La causa de la enfermedad mortal del hijo es la falta de relación con el padre; el evangelista subraya lo dramático del caso indicando que se trata de un hijo único («el» hijo).

La grave responsabilidad del dignatario real es el haber sido separado del papel a él atribuido por la sociedad, sa­crificando «paternidad» por «dignidad». Solamente ahora éste se da cuenta de que con todo su poder es impotente para salvar al hijo.

Pero siempre es posible — com o en este caso— la con­versión: «Se fió el hombre de las palabras que le dijo Jesús y se puso en camino».

Jesús lo ha invitado a una auténtica relación con el hijo enfermo, a no esperar de Dios el milagroso «maná del cielo» para alimentarlo y darle vida, sino a convertirse él mismo en pan para el hambriento.

92 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Mientras los hombres le piden una «señal para que vién­dola le crean» (Jn 6,30), Jesús lo invita primero a creer para hacerse después señal visible; el dignatario en lugar de es­perar «señales y prodigios- de lo alto, comprende que debe ser él mismo una señal eficaz para el hijo.

Aquél que había comenzado pidiendo a Jesús «ponerse en camino- comprende que la causa de la enfermedad era su «estar en lo alto- y que debía bajarse, despojarse de su dignidad real, para vo lver a ser un hombre. Sólo desde el momento en que empieza a bajar, a ponerse en camino, Juan lo llama «hombre».

En cuanto el potente abandona el pedestal de su propia posición, comienza la metamorfosis: ya no es un «digna­tario- que ordena, sino un hombre que cree («Se fió el hombre...-) y el personaje importante vuelve a ser persona. «Cuando iba ya bajando lo encontraron sus siervos y le di­jeron que su chico vivía».

El hombre continúa descendiendo, se pone en el nivel del enfermo y éste vive.

Está claro cuál era la enfermedad del hijo: la ausencia del padre.

Aquél que debía transmitirle la vida, no existía ya.Era solamente un personaje tan distante com o para no

poder transmitir otra cosa que muerte.El hombre «les preguntó a qué hora se había puesto

mejor, y ellos le contestaron: «Ayer a la hora séptima se le quitó la fiebre». Cayó en la cuenta el padre de que había sido aquélla la hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive, y creyó él con toda su familia».

El hijo no sólo ha mejorado, sino que está curado. Porque el dignatario, «bajando- ha vuelto a ser en primer lugar «hombre» y después «padre», aquel que transmite al hijo la vida para hacerlo igual a sí.

Por primera vez en el relato aparece la «familia» que antes no existía, porque no se podía llamar así a la casa del

¿Milagros? No, gracias 93

dignatario real donde todos eran sus subordinados. El d ig­natario que había ido a Jesús para pedirle que curase a su hijo ha descubierto ser él mimo el enferm o que debía ser curado.

ENANOS Y BAILARINAS (Mt 14,1-12; Me 6,17-29)

Mateo y Marcos, los dos evangelistas que narran la e je­cución de Juan el Bautista (Mt 14,1-12; Me 6,17-29), omiten deliberadamente en su versión de los hecho dar el nombre de la principal protagonista del relato, presentada sola­mente com o «hija de Herodías».

En una narración en la que todos los personajes llevan nombre (e l festejado es Herodes, el muerto es Juan, la que pide el asesinato, Herodías) llama la atención la omisión del nombre de la hija de Herodías, Salomé, de «Shalom», «paz» (Ant. 18,136.137).

Habitualmente los evangelistas presentan un personaje anónimo cuando, más allá de su real dimensión histórica, lo creen representativo de cuantos se pueden reconocer en sus rasgos: es raro que de una persona, de la que se sepa cóm o se llama, se evite el nombre.

En el episodio la omisión del nombre se explica porque Salomé es presentada com o persona sin carácter ni v o ­luntad propia, sólo com o peón de una intriga macabra en la que los evangelistas prefiguran el complot que llevará al asesinato de Jesús.

LA CORTE DEL ZOMBI

Herodías está furibunda.

96 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Un fanático salvaje predicador está a punto de hacer saltar por tierra su plan fatigosamente llevado a cabo.

Se había casado con uno de los hijos de Herodes el Grande, Filipo, un buen hombre sin ninguna ambición.

Éste, acusado de complot y desheredado, se había ido con su familia a Roma donde llevaba una vida de simple ciudadano.

Demasiado poco para la ambiciosa Herodías, que so­ñaba con una existencia más agitada de la que le permitía su gris marido.

La oportunidad le vino con ocasión de una visita a Roma de su cuñado, Herodes Antipas, de cincuenta años.

Amante del lujo com o su padre, había heredado de él una «tetrarquía» (la cuarta parte del reino) que abarcaba las regiones de Galilea y Perea.

Herodías, consciente de no poder perder esta ocasión para cambiar de marido, seduce y conquista a su cuñado.

Abandonado Filipo y repudiada por Herodes su legítima mujer, Herodías se instala finalmente en la corte.

Para Herodes esta mujer será el principio de sus desdi­chas y total ruina: ya sólo para comenzar, el suegro, Aretas, rey de los nabateos, se vengará del ultraje sufrido por su hija aniquilándole su ejército (Ant. 18,9-1 ü).

A continuación, empujado por la insaciable Herodías, que ya se veía de reina, a pedir al emperador Calígula la an­siada corona de «rey» (en lugar de contentarse con el simple título de «tetrarca-), Herodes será depuesto por Calígula y enviado al exilio a Lión en las Galias (39 d.C.), donde será matado poco después por orden del mismo emperador.

Pero ahora el peligro para Herodías está representado por Juan Bautista, que denuncia a Herodes por haber ac­tuado contra la Ley de Dios: «No te es lícito tener la mujer de tu hermano».

Juan no reprocha a Herodes haber repudiado a la pri­mera mujer o ser polígam o (hechos permitidos por la Bi­

Enanos y bailarínas 97

blia), sino haber tomado por mujer a la mujer de su her­mano, en contra de la expresa prohibición del libro del Le- vítico (20,21).

La ira y el m iedo de Herodías se deben al hecho de que no sólo Herodes considera a Juan un hombre «justo y santo», escuchándolo con gusto, sino que para protegerlo de las in­trigas de su mujer lo ha recluido en la cárcel de su palacio (según Flavio Josefo, la fortaleza de Maqueronte junto al Mar Muerto, Ant. 18,5,2).

Finalmente llegó para Herodías el día propicio para de­sembarazarse del incóm odo profeta («quería quitarle la vida, pero no había podido») «cuando Herodes por su aniversario dio un banquete». El término griego utilizado por los evan­gelistas para indicar este día no es el de «cumpleaños», sino otro vocablo que indica la conmemoración del nacimiento de una persona ya difunta.

La elección de los evangelistas es intencionada: Herodes que representa el poder, la esfera de la muerte, aunque, fí­sicamente vivo, está ya muerto, y cuando cumple años no puede añadir vida sino sólo muerte sobre muerte.

En el día siniestro de su cumpleaños-aniversario fú­nebre, Herodes ofrece una cena «a sus magnates, a sus o fi­ciales y a los notables de Galilea», la acostumbrada fauna de enanos y bailarinas que, obsequiosa, rodea desde siempre a los poderosos de turno que, conscientes de no ser amados, gustan de ser adulados.

Durante la fiesta sucede un hecho inaudito para una corte oriental: la hija de Herodías se pone a bailar para los comensales.

La danza de una princesa no tiene precedentes en aquel mundo, por cuanto eran sólo las bailarinas-prostitutas las que bailaban durante los banquetes.

Herodías, que, para conservar el poder alcanzado consi­dera lícito cualquier medio, no duda en prostituir a su propia hija que es poco más que adolescente: los evange­

98 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

listas la presentan con un término griego que indica una muchacha en edad casadera, hecho que tenía lugar en el mundo hebreo entre los doce o trece años de edad.

La escena del banquete resalta un m odelo querido por la literatura judía, el de Ester y del rey Asuero.

Pero mientras Ester seduce al rey para salvar al pueblo de la muerte (Est 5-7), Herodías prostituye a su hija para asesinar au n inocente.

Herodes está satisfecho: ha ofrecido a sus comensales un espectáculo impensable en las otras cortes orientales y digno de la gran Roma.

Aunque princesito de provincia, se siente ya un gran rey que puede disponer de su reino y promete a la muchacha: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré».

Una fanfarronada.Herodes es una nulidad, un simple administrador de un

territorio no suyo, sino de los conquistadores romanos, del que no tiene ni siquiera poder para ceder ni un palmo de terreno: con singular ironía, el evangelista Marcos, desde este momento en adelante, lo llamará siempre «el rey».

De hecho Herodes Antipas no es sino un mediocre prín­cipe de poca monta que Jesús define com o «zorro» (Le 13,22), animal que en la cultura hebrea no representa la astucia sino la insignificancia.

La «hija de Herodías», sin identidad ni personalidad, tiene que preguntar a la madre qué es lo que quiere, y Herodías tiene ya preparada la petición que debe hacer al marido: «la cabeza de Juan Bautista».

La hija, dispuesta a todo con tal de complacer a su madre, va precipitadamente a Herodes («entró ella en se­guida adonde estaba el rey») y transmite la petición de la dulce mamaíta; y con un añadido propio relativo al m odo («ahora mismo... en una bandeja»), ordena terminantemente: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan Bautista».

MF.NÚ MACABRO

La larga narración de la muerte de Juan Bautista, la única en la que Jesús no es protagonista, sirve a los evangelistas para preparar a los lectores a la muerte del Mesías.

Conforme se van delineando los perfiles de los perso­najes aparece clara la analogía con los protagonistas de la pasión de Jesús.

Herodes y Pilatos se comportan del mismo modo: ambos saben que el hombre, cuya muerte se pide, es ino­cente, y quisieran librarlo.

Pero no pueden, porque no son libres.Creen deber juzgar a un prisionero, pero son ellos

mismos los prisioneros del propio poder.Herodes no puede salvar a Juan, porque ha dado su pa­

labra delante de todos los comensales y, ya se sabe, un po ­deroso no puede decir nunca «me he equivocado», porque pone en juego su prestigio; entre la propia infalible palabra y la vida de un inocente es ésta última la que debe sacrifi­carse, aunque ello pueda producir pasajeras lágrimas de co ­codrilo («el rey se puso triste»).

Pilatos es el gobernador que, a pesar de haber pasado a la historia por la teatral exhibición con la que había mos­trado las manos limpias («se lavó las manos cara a la gente», Mt 27,24), las tenía bien sucias de sangre, com o recuerda el evangelio de Lucas cuando refiere el episodio de «aquellos galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con la de las víctimas que ofrecían» (Le 13,1).

Éste, aunque convencido de la inocencia de Jesús, lo deja morir cediendo a la extorsión de las autoridades reli­giosas: «¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César! (Jn 19,12).

Para Pilatos no está en juego una amistad, sino su ca­rrera.

De hecho «Am igo del César» era un ambicionado honor concedido por el emperador com o prem io por la lealtad,

100 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

que permitía entrar a formar parte del círculo exclusivo de los íntimos del César (1 Mac 2,18).

Y Pilatos, debiendo elegir entre el sacrificio de un ino­cente y la propia carrera, no tiene dudas.

Unidos en el permitir la injusticia, Pilatos y Herodes en­cuentran su amistad en la condena de Jesús: «Aquél día .se hicieron amigos Herodes y Pilatos» (Le 23,12).

La hija de Herodías, que lo hace todo con tal de com­placer a los dos poderes, el de la madre y el de Herodes, a los que está sometida, anticipa el comportamiento de los habi­tantes de Jerusalén, capaces de aplaudir a Jesús («¡Llosanna!», Mt 21,9) y unos minutos después, instigados por las autori­dades religiosas, también de gritar «¡Crucifícalo!» (Mt 27,22).

El comportamiento de Herodías, presentada en la narra­ción con los rasgos de la terrible Jezabel — reina que no contenta con «exterminar a todos los profetas del Señor- buscaba asesinar al profeta Elias (1 Re 18,13; 19,2)— , re- ; cuerda la actuación de las autoridades religiosas que matan a los profetas y apedrean a los invitados de Dios (Mt 23,34- 37).

La denuncia de Juan constituía un peligro para la posi­ción alcanzada por Herodías.

Jesús será una amenaza para el prestigio de los sumos sacerdotes, que, interesados de verdad por su muerte, se comportan exactamente com o la mujer de Herodes.

Como ella, también ellos han cometido adulterio, abju­rando de Dios, único rey de Israel (Sal 5,3), y aceptando el dominio de un rey pagano («N o tenemos más rey que el César», Jn 19,15).

En la cena de Herodes, la única comida que aparece es un macabro plato con la cabeza de Juan: «un verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, le llevó la cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha: y la muchacha se la dio a su madre».

El día en que Herodes habría debido dar gracias por el

Enanos y bailarinas 101

don de la vida, él la quita y la ofrece de comida en el ban­quete donde los muertos se alimentan de muerte y generan fantasmas: Herodes oyendo hablar de Jesús creerá que se trata de «aquél Juan a quien yo le corté la cabeza» y cuya muerte continúa obsesionándolo (M e 6,14-16).

La única luz en un episodio tan tétrico la ponen los dis­cípulos de Juan que, a riesgo de encontrar el mismo final que su maestro, van a recoger el cadáver y lo ponen en un sepulcro.

Pero la muerte del grano de trigo se convierte en ali­mento para la vida (Jn 12,24), y los evangelistas hacen se­guir inmediatamente después del banquete de la muerte el de la vida: el episodio del reparto de los panes y peces, e le­mentos vitales que alimentan a «cinco mil hombres» (M e 6,30-44).

RICOS Y VENDIDOS (Me 10,17-22)

¿Qué es lo que puede impedir al hombre alcanzar la p le­nitud de su condición humana, anunciada por Jesús y pro­puesta por los evangelistas com o «buena noticia»?

El rechazo de una oferta de plena felicidad puede estar motivado solamente por algo más atractivo que lo que se propone.

Esto «más atractivo» es identificado por los evangelistas con la seguridad que la sociedad ofrece al hombre a cambio de la plena aceptación y sumisión a tres grandes poderes: el económ ico, el religioso y el político, sobre los cuales aquélla se cimenta.

Jesús denuncia com o enem igo número uno de Dios y su eterno antagonista a -Mammón», ídolo que en los evangelios representa la divinización de la riqueza. Este dios-dinero, de fascinación irresistible, delante del cual todos están dis­puestos a inclinarse, seduce a los hombres alentándolos con la perspectiva de la felicidad que la acumulación de bienes puede garantizar (Mt 6,24).

En realidad, com o todos los ídolos, esta divinidad, falsa y embustera, engaña a los hombres y traiciona a quien le da culto. En lugar de dar la felicidad prometida, -Mammón» destruye a cuantos lo adoran.

El rey Acab que, empujado por la codicia, se adueña de la viña de Nabot, es acusado por el profeta Elias de haberse

104 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

«vendido- a los bienes que creía haber adquirido (IR e, 21,20.25).

Los profetas enseñan que uno se hace igual a lo que se ama: «Se consagraron a la Ignominia y se hicieron abomina­bles com o su idolatrado- (O s 9,10; cf. Jr 2,5).

El ansia de poseer conduce en realidad a la posesión («venta-) del individuo que, en lugar de servirse de sus pro­pios bienes, es dominado por ellos.

Los evangelios refieren un episodio que muestra clara­mente cóm o el hombre prefiere permanecer en la infeli­cidad, pero con abundancia de bienes, a ser feliz con poco.

El evangelio de Marcos (19,17-22) presenta a «un indi­viduo-, acuciado por una fuerte angustia, que, en cuanto ve a Jesús, se echa a correr hacia él y se le postra «de rodillas».

En este evangelio corren solamente el endem oniado (M e 5,6) y este personaje anónimo, y se arrodillan delante de Jesús únicamente el leproso (Me 1,40) y este «individuo». Haciendo seguir este episodio al del leproso y el endem o­niado, el evangelista trata de poner al lector en el camino de la recta interpretación.

La utilización de los verbos «correr» y «postrarse de rodi­llas» unen temáticamente los tres episodios, indicando que estos personajes están oprimidos por una angustia tan inso­portable com o para empujarlos a transgredir públicamente las convenciones que regulan la vida social. En Oriente, de hecho, no existe la prisa y correr es un comportamiento re­prochable.

Com o el leproso era tenido por castigado y rechazado por Dios a causa de sus pecados (Nm 12,9-10) y el ende­moniado era prisionero de su propia violencia («se golpeaba con piedras», Me 5,5), el «individuo», que va corriendo al en­cuentro de Jesús, «postrándose ante él», muestra ser también una persona excluida por Dios, esclava de un poder que lo domina, lo vuelve prisionero y lo destruye.

Creadas estas expectativas en el lector, Marcos sola­

Ricos y vendidos 105

mente al final de la narración desvela la identidad de «tal in­dividuo», mostrándolo con la única característica que lo hace reconocible: la riqueza.

El anónimo personaje tiene «muchas posesiones», expre­sión con la que se indica a los terratenientes; Mateo y Lucas apuntan que es «muy rico» (Mt 19,22; Le 18,23; 12,19).

Aquella condición social que, para la mentalidad común, ofrece el máximo grado de seguridad, produce según los evangelistas solamente angustia.

El ansia de este individuo de «muchas posesiones» es de­bida a la inseguridad de poder «merecer» (lit. ser acreedor de ) la vida eterna».

En los evangelios los únicos preocupados por el más allá son las personas bien situadas en esta tierra: los ricos y religiosos que quieren asegurarse poder estar tan bien y tan seguros en la otra vida com o lo están en ésta (Le 10,25; 18,18). En el evangelio de Marcos, así com o en el de Mateo y Lucas, las raras veces que Jesús habla de la vida eterna es siempre a petición de alguno que está preocupado, intere­sado o que siente curiosidad por ella.

El Mesías no ha venido a anunciar cóm o poder «heredar la vida eterna», sino cóm o construir el «reino de Dios».

Por esto responde de m odo brusco a la petición.Si su interlocutor está preocupado solamente del «cómo»

heredar la vida eterna, se ha equivocado de dirección. En todo caso Jesús le refresca el catecismo: para entrar en la vida eterna basta observar los mandamientos.

CINCO MANDAMIENTOS MÁS UNO

Enumerando al individuo en cuestión los mandamientos que permiten alcanzar la vida eterna, Jesús omite aquellos que miran a las obligaciones para con Dios.

Según Jesús no son indispensables para la «salvación» los

Cómo leer el evangelio y no perder la fe

lies mandamientos exclusivos de Israel, cuya observancia ga­rantizaba a esla nación el «status» de pueblo elegido, al tiempo que confirma el valor de cinco mandamientos esenciales vá­lidos para cualquier hombre, hebreo o pagano, creyente o no, que contemplan comportamientos básicos de justicia en relación con el prójimo: «no matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio, honrar al padre y a la madre*.

Para comprender el significado de los dos últimos man­damientos es conveniente situarlos en el contexto cultural de la época.

«No dar falso testimonio» no equivale simplemente a «no mentir».

El «falso testimonio» es la acusación injusta con la que se condena a una persona a la pena capital (D t 19,18).

El «honor» que hay que dar al padre y a la madre no con­siste solamente en el «respeto» o en la «obediencia» debida a los padres, sino en su manutención económica, en cuanto que los padres ancianos quedaban totalmente a cargo de los hijos, y la pobreza se consideraba com o un gran deshonor: «¿En qué consiste el honor al padre? En alimentarlo, ves­tirlo... (Pea 15b; Eclo 3,1-16).

Entre los cinco mandamientos enumerados, Jesús in­serta también, con gran habilidad, el de «no defraudar», alu­diendo a un precepto contenido en el libro del Deutero- nomio: «No defraudarás al asalariado pobre y necesitado, le darás su salario el mismo día, antes de que se ponga el sol» (D t 24,14).

Jesús introduce este precepto antes del mandamiento de honrar (mantener) a los padres: las obligaciones hacia la fa­milia no eximen del deber hacia los otros, en este caso los asalariados; y al individuo de «muchas posesiones» le re­cuerda que en la base de toda riqueza puede estar el fraude (cf. Sant 5,4).

«Maestro», responde triunfante el tal — «todo esto lo he observado desde pequeño».

Ricos y vendidos 107

Ahora se siente mejor.Se le ha pasado, aunque por poco tiempo, la angustia.Él es un perfecto observante de la Ley, practicándola

desde la infancia. Es muy rico y también muy religioso.Por lo demás a los ricos no les resulta difícil ser reli­

giosos: cuando se tiene la panza llena es más fácil que nazca un deseo de reconocido conjuro hacia Aquel a quien se considera la fuente de tanta providencia.

Pero ¿cómo este individuo, tan rico y tan piadoso, está angustiado por la vida eterna?

La motivación está contenida en la respuesta de Jesús: «Entonces Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor diciéndole: Te falta todo (lit. «una cosa te falta**): ve a vender lodo lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu seguridad (lit. “tu riqueza”); y anda, ven y sígueme**.

Jesús le quita su seguridad ilusoria de hombre rico y pia­doso: «¡Te falta todo!» La traducción: «Una sola cosa te falta» induce a pensar en un cumplido por parte de Jesús («eres tan bravo, haz un esfuerzo más y pondrás la guinda en la tarta»).

En la simbología numérica hebrea, cuando falta a una cifra la unidad es com o si faltase todo (e l pastor que tiene 100 ovejas y la mujer que tiene 10 monedas, cuando se le pierde el uno se quedan sin nada (Le 15,4.8).

Jesús no reconoce los méritos del piadoso rico y no lo elogia, sino que le hace notar que le falta todo, pues tanta riqueza y la constante práctica religiosa no lo han hecho un hombre feliz (en la versión de Mateo el individuo es cons­ciente de sus carencias y pregunta: «¿Qué me falta»?, Mt 19,20).

La observación de Jesús nace de la mirada creadora del Hombre-Dios que «no mira la apariencia» (1 Sm 16,7), sino que ve el corazón.

Mientras los hombres ven la riqueza y la envidian, la mi­rada de Dios desenmascara la miseria y la compadece: «Tú

108 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

dices: soy rico, tengo reservas y nada me falta. Aunque no lo sepas, eres desventurado y miserable, pobre, ciego y des­nudo» (A p 3,17).

Jesús propone al rico angustiado poner la propia segu­ridad en Dios ocupándose de la felicidad de los otros. Esto permitirá al Padre tener cuidado de su felicidad.

A quien le falta todo, Jesús le propone fiarse de Dios para poder, com o el salmista, exclamar «no me falta nada» (Sal 23,1).

El don de sí mismo es un camino practicable por todos y permite a cualquiera asemejarse al Cristo que «siendo rico se hizo pobre para hacer ricos a los pobres» (2 Cor 8,9) y reali­zarse plenamente alcanzando el ideal deseado por el Crea­dor de la humanidad: la condición divina (Jn 1,12).

Encontrar a Jesús no trae siempre bienes.El piadoso rico va angustiado al encuentro de Jesús y

vuelve de él «entristecido y afligido».Ha ido a Jesús para tener más y Jesús lo invita a dar más.Se ha vuelto al Señor para saber cóm o obtener en el fu­

turo la vida eterna y Jesús lo invita a tener ya en el presente la condición divina.

El obstáculo para la plenitud de vida a la que Jesús lo in­vita es la riqueza, y el motivo de la aflicción es «porque tenía muchas posesiones».

En la comunidad de los creyentes, Jesús no admite ningún rico (rico es quien tiene), sino solamente señores (señor es quien da) com o él.

Mientras el leproso, después del encuentro con Jesús, se curó (M e 1,42) y el endemoniado recuperó su sano juicio («se fue de allí y se puso a proclamar por la Decápolis lo que Jesús le había hecho», Me 5,20), el rico, precisamente por no renunciar a cuanto posee, ha elegido venderse otra vez al di­nero, prefiriendo estar angustiado, triste y aíligido, pero rico.

Jesús le había propuesto experimentar dimensiones ili­mitadas: «Tendrás un tesoro en el cielo».

Ricos y vendidos 109

El rico, «siervo de sus propios haberes, en lugar de señor ile ellos- (Am brosio), ha preferido el angosto y obtuso hori­zonte de quien cree solamente en aquello que se puede tocar: el dinero, la riqueza. Es más fácil para Jesús liberar a un hombre de los demonios que lo poseen que de la ri­queza, com o «es más fácil que un camello pase por el o jo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dios- (Mc 10,25); el rico es el único personaje en todos los evan­gelios que rechaza la invitación a seguir a Jesús.

LOS CALZONCILLOS DE LOS SACERDOTES (Jn 8,1-11)

La imagen de Dios que se deduce de la lectura de la Bi­blia es un tanto contradictoria. La contradicción refleja las diferentes culturas, espiritualidad y circunstancias de las de­cenas de autores que han compuesto aquellos escritos que después han confluido en la Biblia y que se declaran glo- balmente «Palabra de Dios».

De una primera lectura de la Biblia salen al menos dos imágenes contrastantes de Dios: la de «Creador» y la de «Le­gislador».

El Creador se entusiasma con su creación y no puede menos de exclamar cada vez que todo lo que va haciendo es «bueno... muy bueno» (Gen 1).

El Legislador no hace otra cosa que poner carteles con el letrero de «prohibido» (Lv 11).

El Creador eleva a la dignidad de su palabra la serenata un poco «audaz» de un enamorado a su querida: «¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! (Cant 4,1). «Esa curva de tus caderas como collares; tu ombligo, una copa redonda re­bosando licor; tu vientre, montón de trigo, rodeado de azu­cenas; tus pechos como crías mellizas de gacela (Cant 7,2.4).

El Legislador llega a prescribir con meticulosidad obse­siva hasta el material y la largura de los calzoncillos de los sacerdotes: «de lino que les cubran sus partes, de la cintura a los muslos» (Ex 28,42).

112 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

El Dios creador ama la vida.El Dios legislador la hace imposible.Para el primero todo es puro (Tit 1,15).Para el segundo todo es pecaminoso.El Creador quiere elevar al hombre a su mismo nivel.El Legislador lo aleja.El Dios creador busca personas que se le asemejen.El Legislador, súbditos que le obedezcan. Mientras la se­

mejanza desarrolla al hombre y lo conduce a la plenitud de la libertad, la obediencia le quita la serenidad y le produce angustia.

La observancia religiosa separa de los no practicantes y crea la superioridad.

La semejanza aproxima a todos y lleva al servicio.Insertándose en la línea de los profetas, Jesús no sólo

tomó partido decididamente a favor del Dios creador, o p o ­niéndose al Legislador y a sus representantes, sino que llevó el conocim iento de Dios a un nivel todavía más profundo, presentándolo com o «Padre»: aquél que no se limita a crear algo externo a sí, sino que por amor comunica su propia vida a la humanidad.

Un amor que no es condicionado por las respuestas del hombre, sino que se propone incesantemente para trans­mitir vida.

Con esta actitud, Jesús, manifestación visible de este Dios, se vuelve a los individuos que encuentra o que le salen al encuentro, -bautizándolos», esto es, sumergiéndolos en la realidad del amor del Padre.

Los personajes varones que aparecen en los evangelios son en su mayoría negativos.

Incluso los mismos discípulos son presentados com o ob ­tusos y hostiles a Jesús.

Hasta durante la última cena, después de la comunión, en lugar de dar gracias, se ponen a discutir violentamente entre ellos sobre quién es el más importante: «Surgió entre

Los calzoncillos de los sacerdotes 113

ellos una disputa sobre cuál de ellos debía ser considerado el más grande» (Le 22,24).

Al contrario, los aproximadamente veinte personajes fe ­meninos presentes en los evangelios son todos positivos, a excepción de la ambiciosa «madre de los hijos de Zebedeo» (Mt 20,20-28), y de Herodías, adúltera y asesina (Mt 14,1- 11).

Las mujeres son presentadas en los evangelios com o las que, cronológica y cualitativamente, han acogido y com ­prendido primero a Jesús: desde la madre, que es grande no porque lo haya dado a luz, sino porque ha sabido hacerse discípula del hijo, a María Magdalena, primera testigo y anunciadora de la resurrección.

Pero hay un personaje femenino inquietante, cuya em ­barazosa historia constituyó una especie de «patata caliente-, que, al menos por un siglo, ninguna comunidad cristiana aceptó en su evangelio y que en los siguientes siglos, fue cuidadosamente censurada por los Padres de la Iglesia de lengua griega.

Solamente en el siglo m los once escandalosos versículos encontraron hospitalidad en un evangelio que no era el ori­ginario y debieron esperar otros doscientos años antes de ser insertados en la lectura litúrgica.

Actualmente este episodio conocido con el título de «La mujer adúltera», se encuentra en el evangelio de Juan (8,1-11).

El estilo de este relato, su gramática y los términos usados en él excluyen que haya sido compuesto por el autor del evangelio de Juan, siendo atribuido unánime­mente a Lucas.

En efecto, si esta perícopa se quita del evangelio de Juan, éste es más lineal, mientras que si se inserta en Le 21,38 encuentra en él su contexto natural.

Su estilo, temática y lenguaje son propios de Lucas, el evangelista que ha hecho del amor misericordioso de Jesús el leitmotiv de su evangelio.

114 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Pero la actitud del Señor con relación a la adúltera fue considerada peligrosa por la vacilante estabilidad conyugal en las comunidades cristianas, y contradictoria con el rigor del sacramento de la penitencia en liso en la Iglesia primi­tiva, de m odo que ninguna comunidad quería este relato in­serto en su evangelio porque — com o escribe preocupado Agustín— podía hacer creer «a las esposas la impunidad de su pecado» {De Coniug. Adult. 11,7,6).

El relato está ambientado en el templo de Jerusalén. El espacio donde Dios debía manifestar su amor se convierte en una trampa mortal.

La temática del episodio censurado se refiere a la elec­ción del Dios en el que hay que creer: el Dios legislador que castiga con la muerte la desobediencia a sus leyes o el Padre que no condiciona su amor al comportamiento del hombre.

Un Dios que mala o uno que salva.Conducen a Jesús a «una mujer sorprendida en adulterio».El matrimonio en Israel se contraía en dos etapas: los

«esponsales», ceremonia durante la que la muchacha de doce años y el hombre de dieciocho son declarados marido y mujer, volviendo después cada uno a su casa; y, un año después, las «bodas», momento a partir del que comienza la vida en común.

Si se comete adulterio entre el espacio de tiempo que va de los esponsales a las bodas, la pena prevista es de lapida­ción (D t 22,23-24), com o piden a Jesús los escribas y fari­seos para la adúltera sorprendida en el acto.

Para el adulterio después de las «bodas», la mujer es es­trangulada (Sanh 11,1.6). Así pues, la «mujer», arrastrada hasta Jesús, apenas tiene doce-trece años.

En una cultura en la que los matrimonios se decidían por las familias y los esposos se conocían con frecuencia so­lamente el día de los esponsales, el adulterio era común (aunque no fácil).

I.os calzoncillos de los sacerdotes 115

Los varones que hacen las leyes (para después enmasca­rarlas com o «Palabra de Dios») se previenen al respecto.

Mientras un hombre es culpable de adulterio sólo si la mujer con la que se une es hebrea y casada (teniendo, por tanto, permiso para sobrepasarse con todas las nubiles o pa­ganas), para la mujer «adulterio» es cualquier relación con un hombre (Dt 22,22-29; Lv 20,10).

¿Y en caso de duda?Se deja la decisión al juicio de Dios.En el libro de los Números (5,11-31) se prescribe que la

mujer sospechosa de adulterio sea llevada al sacerdote que le descubrirá la cabeza (solamente las prostitutas llevan la cabeza descubierta) y le hará beber un jarro lleno de agua donde ha esparcido ya la ceniza del suelo del santuario y disuelto la tinta con la que había escrito en un rollo todas las acusaciones del marido.

Si a la pobre le da dolor de barriga es señal inequívoca de que es culpable y es condenada: Palabra de Dios.

A Jesús, «los escribas y fariseos» le han preparado una trampa.

La mujer ha sido cogida en «flagrante adulterio» (e l evan­gelista subraya hasta el momento: “al alba”). Moisés, por­tavoz de Dios, mandó apedrear a «mujeres com o ésta». ¿De parte de quién se alinea Jesús?

Sea cual fuere la respuesta, Jesús se perjudica perdiendo la reputación o la libertad.

Si está de acuerdo con el Dios legislador, sufrirá inme­diatamente un descenso en el índice de popularidad ante aquella masa de marginados y pecadores que lo siguen por haber visto en él un mensaje de esperanza y misericordia.

Si es contrario a lo que Moisés ha mandado, la policía del templo está preparada para arrestarlo com o sacrilego blasfemo y peligroso subvertidor de la Ley dictada palabra a palabra por Dios mismo.

Jesús responde escribiendo -en la tierra», gesto simbólico

que alude a la denuncia del profeta Jeremías hacia cuantos ■han abandonado la fuente de agua viva» y «serán escritos en el polvo- (Jr 17,13), esto es, entre los muertos. Para Jesús aque­llos que cobijan sentimientos de muerte están ya muertos.

Jesús denuncia que tan celosa defensa de la Ley por parte de los escribas y fariseos sirve solamente para enmas­carar su od io mortal.

A la vista de la insistencia de los acusadores para que se pronuncie, Jesús da una respuesta que desactiva sus planes de muerte.

«Quien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra contra ella».

El evangelista anota que «se fueron uno a uno, com en­zando por los ancianos».

Com o en la historia de Susana narrada en el libro de Da­niel (Dn 13), estos «ancianos» no son los «viejos», sino los -presbíteros», esto es, los influyentes miembros del Sanedrín, que gozaban entre los escribas y fariseos de gran prestigio y tenían el derecho de juzgar.

Este grupo, que se había mostrado compacto cuando se trataba de condenar, se disgrega cuando se ve en peligro de ser desenmascarado («se fueron uno a uno»).

Comprendido bien por Pablo («¿Quién condenará? Cristo Jesús, que ha muerto, más aún, que ha sido resucitado, y que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros», Rom 8,34) y descrito magistralmente por Agustín («Quedan solo dos, la miserable y la misericordia», Com. a Juan 33,5), el comportamiento de Jesús, el único «en el que no hay pe­cado» ( l jn 3,5) no es de condena.

Los jueces han conducido a Jesús a una adúltera para condenarla; él ve una mujer a la que hay que ayudar.

Jesús que «no ha ven ido a juzgar», sino a salvar (Jn 3,17), no reprueba a la mujer y ni siquiera la invita a arrepentirse y a pedir perdón cuando menos a Dios: éste le ha sido ya concedido incondicionalmente.

116 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Los calzoncillos de los sacerdotes 117

Y con el perdón del Padre ha recibido también la fuerza necesaria para volver a vivir: «vete, y de ahora en adelante no peques más».

El Dios legislador, abandonado de sus policías, ha de­jado la escena del linchamiento al legítimo Dios del templo, un Padre que manifiesta su amor y no «rompe la caña cas­cada» (Mt 12,20), sino que la refuerza con su perdón viv ifi­cante.

EL SANTO BLASFEMO (Jn 5,1-18)

Una sola fiesta de las seis que jalonan el evangelio de Juan no tiene otro calificativo que la fiesta de -los judíos» (Jn 5,1), expresión con la que el evangelista no indica casi nunca a los pertenecientes al pueblo de Israel, sino a las au­toridades religiosas y los jefes del pueblo.

Siguiendo la cronología de Juan, esta fiesta anónima puede ser identificada con Pentecostés, en la que se con­memoraba la promulgación de la Ley en el Sinaí: «Pente­costés es el día en que fue dada la Ley» (Pes 68b).

El evangelista sitúa la fiesta en Jerusalén, en una «pis­cina» (más exactamente en una cisterna-aljibe de recogida de agua de lluvia) de la que da el nombre: «Bethesda».

Tres veces se citan en el evangelio de Juan nombres «en hebreo», y siempre en relación con el asesinato de Jesús:

— En las piscina de «Bethesda» se toma la decisión de matarlo (Jn 5,2.18);

— En el tribunal llamado «Gábbata» se le condena a muerte (Jn 19,13-16).

— En el «Gólgota» se ejecuta la sentencia (Jn 19,17-18).El hecho de que el evangelista diga que es la fiesta de

«los judíos» subraya que es fiesta solamente para los jefes, mientras la gente es descrita com o «una muchedumbre de enfermos: ciegos, tullidos, resecos (lit. entumecidos) y no com o un pueblo en fiesta.

120 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

El día en que los jefes celebran la ley, el evangelista de­nuncia los efectos de su uso en el pueblo.

La Ley, convertida en instrumento de dominio, sirve para reprimir y atrofiar los estímulos vitales del hombre, vo lvién­do lo incapaz de ver (c iego ), sin autonomía (tu llido) y va­ciado de vida (entumecido).

Indiferentes ante la triste situación del pueblo, los jefes hacen fiesta, y el esplendor de la ceremonia oculta el sufri­miento de la gente: «Había un hombre allí que llevaba treinta y ocho años con su enfermedad».

El número «38» alude a la tragedia del Exodo que, de promesa de libertad, se transformó en un gran fracaso, en cuanto que ninguno de los hombres escapados de la escla­vitud de Egipto, alcanzó la tierra de la libertad, sino que todos murieron en el desierto: «Anduvimos caminando treinta y ocho años, hasta que desapareció del campamento toda aquella generación de guerreros, com o les había ju­rado el Señor» (Dt 2,14; Nm 14,20-33).

El uso intencionado del número 38 y la ausencia de es­pecificación de la dolencia indican que en la enfermedad de este hombre se representa la trágica situación del pueblo sin esperanza: com o los antecesores en el desierto, no ha al­canzado la libertad y está en espera de la muerte.

La tierra prometida se ha transformado en tierra de escla­vitud y la felicidad garantizada por Dios a su pueblo es una quimera que, cada vez más lejana en el tiempo, se trans­forma en desesperación en lugar de ser fuente de esperanza consoladora: «Nuestros huesos están calcinados, nuestra es­peranza se ha desvanecido; estamos perdidos» (Ez 37,11).

F.L DIOS AGUAFIESTAS

Las autoridades hacen fiesta, fingiendo ignorar que para Dios la verdadera fiesta consiste en «enderezar al oprim ido y defender al huérfano» (Is 1,17) y no en pomposos rituales:

El santo blasfemo 121

-Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé...» (Is 1,14-15); «retirad de mi presencia el barullo de los cantos, no quiero oír la música de la cítara» (Am 5,23).

Dios no oye las cantilenas litúrgicas sino -el clamor de los pobres» (Job 34,28).

El Creador ignora los ritos que le ofrecen los «pastores de Israel», y su mirada se vuelve al pueblo, verdadera víc­tima sacrificial de esta fiesta: «Viéndolo Jesús echado y no­tando que llevaba mucho tiempo....»

Jesús, que ve lo que las autoridades ignoran, toma la ini­ciativa con el enfermo («¿quieres ponerte sano?») y lo esti­mula a reemprender el camino de la libertad: «Levántate, carga con tu camilla y echa a andar».

En la acción de Jesús se realiza la promesa de Dios de cuidar de su pueblo: »Yo mismo conduciré mis ovejas al pasto... vendaré a las heridas, curaré a las enfermas...» (Ez 34,1-31), com o estaba profetizado en el libro de Eze- quiel contra los pastores de Israel «que se apacientan a sí mismos» y no «han fortalecido a las débiles, ni curado a las enfermas, ni vendado sus heridas».

El ep isodio en cuestión es la primera de las dos trans­gresiones del descanso sabático por parte de Jesús narradas en el evangelio de Juan.

Que Dios hubiese terminado la creación el séptimo día era una verdad revelada indiscutible que ninguno se atrevía a poner en duda.

Jesús, sí.Él no está de acuerdo con el autor del libro del Génesis

y con la doctrina oficialmente enseñada de que -Dios había concluido toda su tarea y descansó en el día séptimo de toda su tarea» (Gn 2,1), y afirma: -Mi Padre, hasta el pre­sente, sigue trabajando y yo también trabajo» (Jn 5,17).

122 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Para Jesús la creación no sólo no está terminada, sino que «espera con impaciencia- la plena realización de los hombres com o «hijos de Dios» (Rom 8,19)-

Éste es el designio del Padre para quien Jesús trabaja in­fatigablemente, con la finalidad de extender a todos los hombres la acción vivificante de Dios.

Y Jesús prolonga la acción del Creador comunicando vida aun en sábado, día en el que está prohibida cualquier actividad y en el que el Talmud veta expresamente curar a los enfermos: «No se puede curar una fractura, ni siquiera meterla en agua fría» (Shab.M. 20,5).

Una vez más la acción del Dios Creador agua la fiesta al Dios legislador, y la aséptica ceremonia litúrgica se arruina por la irrupción de la vida.

TEMPLO DEL PECADO

El hombre que durante años ha sido esclavo de su propio lecho, señor al fin de quien lo había dominado y capaz de autonomía («echó a andar»), cae bajo la ira de las autoridades que, ante su curación, reaccionan de modo negativo.

No hay un sentimiento de solidaridad hacia el enfermo completamente restablecido y capaz de caminar con sus propios pies, sino un reproche amenazador: «Es día de pre­cepto y no te está permitido cargar con tu camilla».

De hecho, la transgresión comenzada por Jesús ha sido completada por el enfermo con el transporte de su camilla, acción prohibida en día de sábado, y por cuya desobe­diencia estaba prevista la pena de muerte: «Guardaos muy bien de llevar cargas en sábado y de meterlas por las puertas de Jerusalén» (Jr 17,21).

En el relato, la expresión «carga con tu camilla», aparece cuatro veces para subrayar que éste es el hecho que alarma a las autoridades.

El santo blasfemo 123

Jesús ha ordenado al enfermo: «Levántate, carga con tu camilla y echa a andar».

Las autoridades ordenan exactamente lo contrario: «No te está permitido cargar con tu camilla».

La obediencia a las autoridades mantiene al hombre en la enfermedad; la acogida de la palabra de Jesús vuelve al individuo capaz de caminar con sus propios pies.

Por esto ahora los jefes están más preocupados por el autor de la curación: «¿Quién es el hombre que te dijo: Carga con tu camilla y echa a andar?».

Lo que de hecho les alarma no es tanto la transgresión cometida por el enfermo, sino que haya uno que incite a la gente a no observar la Ley, y acompañe esta invitación con eficaces signos de vida.

La curación obrada por Jesús puede ser para las multi­tudes la tan esperada señal del cielo para la liberación de todo el pueblo (el agua que «se agita»), realizando lo des­crito por Ezequiel en la visión de la llanura llena de «huesos calcinados que eran el pueblo de Israel» a los que el espíritu vuelve a dar vida: «Penetró en ellos el aliento, revivieron y se pusieron en pie» (Ez 37,10-11).

Mientras tanto, el hombre curado, hallado por Jesús en el templo, es amonestado severamente a «no pecar más, no sea que te ocurra algo peor».

Para el evangelista quedarse en el templo significa aceptar voluntariamente ser dominado por la institución re­ligiosa, renunciando a la plenitud de vida que Jesús comu­nica e incurriendo en algo peor que la enfermedad: la muerte.

El «pecado», citado por primera vez en el evangelio de Juan com o «pecado del mundo» (1,29), es la voluntaria re­nuncia a la vida y la sumisión a las tinieblas, símbolo de muerte.

Mientras para Jesús el pecado es ir contra la vida, para los dirigentes consiste en ir contra la Ley.

124 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Para las autoridades el bien y el mal dependen de la ob ­servancia de la Ley; para Jesús, del comportamiento con re­lación a los hombres. No es el hombre quien debe respetar la ley, sino ésta la que debe tener respeto al hombre.

En realidad, a los jefes les importa un comino la Ley; ellos son los primeros en transgredirla cuando va contra sus intereses: « ¿No fue Moisés quien os dejó la Ley? Y, sin em ­bargo, ninguno de vosotros cumple esa Ley» (Jn 7,19).

Su interés por la obediencia de la Ley es solamente el instrumento para someter al pueblo que reconoce de este m odo su poder y permite a las autoridades saber hasta dónde puede llegar su dominio, cargando cada vez más «a los hombres con cargas insoportables» (Le 11,46).

Si la violación del descanso sabático marca el inicio de la persecución de los dirigentes contra Jesús, su pretensión de llamar Padre suyo a Dios desencadena los instintos homi­cidas de las autoridades que «trataban de matarlo, ya que no sólo suprimía el descanso del precepto, sino también lla­maba a Dios su propio Padre, haciéndose él mismo igual a Dios» (Jn 5,18).

El proyecto de Dios sobre la humanidad — que todos los hombres lleguen a ser hijos suyos (Jn 1,12)— es considerado por las autoridades religiosas un crimen digno de muerte, por minar las mismas bases del sistema religioso, conside­rado indispensable mediador entre Dios y los hombres.

Jesús denuncia que aquellos que pretenden enseñar en nombre de Dios, en realidad no lo conocen: -Nunca habéis escuchado su vo z ni visto su figura, y tampoco conserváis su mensaje entre vosotros; la prueba es que no dais fe a su enviado» (Jn 5,37).

Cuando esta palabra se les manifiesta, la consideran una execrable herejía que hay que extirpar con el homicidio: «No te apedreamos por ninguna obra excelente, sino por blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te haces Dios» (Jn 10,33).

El santo blasfemo 125

El Dios, cuya santidad se había manifestado en la libera­ción de su pueblo (Ez 20,41), será considerado blasfemo por cuantos pretenden dominar a los hombres en su nombre: las autoridades religiosas que tienen -por padre al diablo, homicida desde el principio» (Jn 8,44).

DEMONIOS POR TODAS PARTES (Le 4,31-37)

En el uso atento de los vocablos empleados para trans­mitir el mensaje de Jesús, los evangelistas distinguen entre «diablo» y «demonio», términos diferentes y de significado distinto que se confunden con frecuencia.

«Diablo» es el equivalente griego del vocablo hebreo «sa­tanás» («adversario», «enemigo»), que en la Biblia hebrea se usa indistintamente para indicar ya la acción del «Angel del Señor» (expresión que indica a Dios mismo, Ex 16,7), ya a personas, com o David, enem igo de los filisteos (1 Sm 29,4) o Amán, adversario del pueblo hebreo (Est 7,4).

De las diez veces que aparece en el AntiguoTestamento, la única en que «Satanás» es utilizado com o nombre propio es en el libro de las Crónicas (1 Cr 21,1), donde el autor, en una teología más desarrollada, imputa a «Satanás» la inten­ción de hacer el censo de Israel, acción que había sido ori­ginalmente atribuida al Señor: «El Señor vo lv ió a encoleri­zarse contra Israel e instigó a David contra ellos: Anda, haz el censo de Israel y ju d á » (2Sam 24,1).

Con el término «Satanás» se representan también figuras genéricas com o el «acusador» (Sal 109,6), título de un fun­cionario de Dios que forma parte de la corte celeste: «Un día fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás» (Job 1,6).

En un apócrifo tardío, «Satanás» se convierte en el

128 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

nombre del ángel que rechaza adorar a Adán, el primer hombre creado, y que es arrojado por eso a la tierra con sus ángeles ( Vida lat. de Adán y Eva 12-16).

Contrariamente a lo que muchos creen, en la Biblia no aparece la fábula del bellísimo y muy ambicioso ángel, de nombre Lucifer, arrojado por Dios para siempre del paraíso y transformado en un horrible diablo.

DKMONIO GAY

En lengua hebrea no existe el término «demonio» (del griego «devorador de cadáveres»).

Cuando la Biblia, en una sociedad culturalmente más desarrollada, se tradujo a la lengua griega, se tomaron dis­tancias con relación no sólo a aquellos seres intermedios entre divinidades y hombres, sino también a los personajes mitológicos que se encontraban por doquier en el texto com o sirenas, arpías, centauros, sátiros, faunos, duendes, gnomos y espectros, que fueron traducidos todos con el mismo término genérico de «demonio» (Lv 17,7).

Con esta misma palabra se designaron también las divi­nidades extranjeras, polémicamente degradadas a espíritus malignos, com o Gad, el dios arameo de la fortuna, y el «genio protector» de la casa (Is 65,11; Dt 32,17).

Tal vez los traductores exageraron algo y designaron también com o demonios a los gatos salvajes (Is 34,14) y a las cabras (Is 13,21).

El dem onio más popular del Antiguo Testamento es As- m odeo («Aquél que hace morir»): enem igo declarado de las uniones conyugales. A Sara «le fue matando todos los ma­ridos (hasta siete) cuando iban a unirse a ella, según cos­tumbre» (Tob 3,8). Tobías, también aspirante a marido suyo, preocupado de que pudiera sumarse a los siete precedentes cadáveres, salvó la vida con un remedio extraño.

Demonios por todas partes 129

Sabiendo que Asm odeo, dem onio particularmente débil de estómago, no soporta «el «olor del hígado y del corazón del pez», echó esos ingredientes en el brasero del incienso y «el olor del pez contuvo al demonio, que escapó hasta el confín de Egipto» (Tob 8,3).

La sobriedad de la Biblia hebrea y griega respecto a dia­blos y demonios (no registra ningún caso de posesión dia­bólica y desconoce el término «endemoniado»), contrasta con su proliferación en el judaismo, época precedente a la actuación de Jesús, en que el número y la variedad de de­monios creció con desmesura dejando espacio a la fantasía más desenfrenada: «Cada uno de nosotros tiene mil [dem o­nios] a la izquierda y diez mil a la derecha» (Ber. 6a).

En un mundo en el que algunos no comían alubias, con­vencidos de que contuviesen las almas de los muertos (Plinio, Hist. nat. 18,118), todo lo que aparecía maravilloso o proveniente de causas desconocidas (com o la insolación, causada por el «demonio del mediodía», Sal 91,6) era identi­ficado com o dem onio o acción demoníaca.

Cada dem onio tenía su especialidad: la borrachera era provocada por el dem onio Shimadon (Ber. R. 36,3), la ce­guera por Shabrirri (Ab. Z. 3a. bar) y la peste por Queteb (Dt 32,24).

En el Talmud, las hipótesis sobre el origen de los dem o­nios son de lo más variado.

Se cree que son herederos de los •■Nephiiim», gigantes orientales nacidos de la unión entre seres celestes y las pri­meras mujeres: «En aquel tiempo — es decir, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas del hombre y engen­draron hijos— habitaban la tierra los gigantes» (Gn 6,4).

También hay quien sostiene la teoría de la evolución: «La hiena, después de siete años, se hace murciélago, el mur­ciélago vampiro, el vampiro hortiga, la hortiga espino, y éste, al fin después de siete años, se convierte en demonio» (B.Q. 16,1).

130 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Otros piensan que son criaturas incompletas: D ios había creado ya sus almas, pero cuando iba a m odelar sus cuerpos llegó el sábado, lo observó dejando de trabajar, y estas almas, que habían quedado sin cuerpo, resultaron ser los demonios (Ber. r. 7,5).

La noche es su reino incontrastable («De noche está prohibido saludar a quien sea por temor a que pueda ser un demonio», Sanh. 44a).

Si el sexo de los ángeles era un enigma, el de los d em o­nios que, com o los humanos «comen y beben, se repro­ducen y mueren» (Hag. B. 16a), estaba claro: eran machos, hembras y gays.

La demonisa más célebre es Lilith (Is 34,14), insaciable doncella lujuriosa que se introduce hábilmente en la cama de los hombres para hacer el amor con ellos. El Talmud ad­vierte: «El que duerme será cogido por Lilith» (Shab 151b).

En la cama le plantea una despiadada com petencia Ormas, el dem onio que se viste de mujer con la intención de engañar y seducir incluso a los hombres.

Quien desea saber si ha sido visitado de noche por un dem onio basta con que: «tome ceniza cernida, la esparza en torno a la cama, y por la mañana verá las huellas de patas de gallo» (Ber. 6a), y «quien le quiera ver, que lleve la pla­centa de una gata negra, nacida de una gata negra p rim ogé­nita, nacida a su vez de una primogénita, y la seque en el fuego, la triture, se ponga una poca en los ojos, y entonces lo verá» (Ber. 6a).

QUIÉN ENDEMONIA A QUIÉN

En contraste con la exuberante dem onología del ju­daismo, los evangelistas tratan el tema con mucha so­briedad.

El diablo aparece poquísimo en los evangelios, que no

Demonios por todas partes

registran ningún caso de posesión por parte de Satanás, sino só lo por parte de los demonios, definidos también com o -espíritus impuros».

A excepción del evangelio de Juan, donde no aparece ningún caso de endemoniado, los evangelistas aplican la ca­tegoría d e posesión demoníaca a aquellos impedimentos in­teriores (prejuicios, ideologías, intereses) que dominan al hombre y lo vuelven refractario al proyecto de Dios.

Estos obstáculos son individuados por los evangelistas en la tradición religiosa y en la doctrina oficial, impuesta por los escribas y practicada por los fariseos.

La primera vez que Jesús se encuentra frente a un ende­m oniado es, por cierto, en un ambiente dominado por la institución religiosa: la sinagoga.

Jesús, huido de la sinagoga de Nazaret, donde han in­tentado matarlo (Le 4,16-30), trata de exponer de nuevo su mensaje en la de Cafarnaún (Le 4,31-37).

Al contrario que en Nazaret donde la escucha de sus pa­labras había provocado un furor homicida, en Cafarnaún se produce una explosión de entusiasmo por parte de la gente que se siente finalmente liberada, «impresionada por su en­señanza, porque hablaba con autoridad».

Hablar con «autoridad» era prerrogativa exclusiva de los escribas, los únicos que habían recibido oficialmente por mandato divino la potestad de enseñar la Escritura.

Con su enseñanza, Jesús desmiente esta pretendida auto­ridad de los escribas que no sólo no hacen que se conozca la palabra de Dios, sino que la sustituyen por una miserable «com ponenda de usos humanos» (Is 29,13), haciendo pasar de contrabando doctrinas que son «preceptos humanos» por el único mandamiento de Dios (Mt 15,9).

Pero hay uno que no soporta la reacción entusiasta del auditorio: «un hombre que tenía un espíritu, un dem onio in­mundo y se puso a gritar a grandes voces: ¿Que tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos?»

132 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

¿Quién se siente amenazado de destrucción por las pala­bras de Jesús?

El evangelista resalta pretendidamente la extrañeza de una sola persona anónima («un hombre-) que habla en plural en defensa de una ciase («contra nosotros-).

La enseñanza de Jesús no se había dirigido contra nin­guno, pero fue la reacción positiva de la gente la que arrojó el descrédito sobre el prestigio de los escribas, dejando claro a todos que éstos no tenían ningún mandato divino. Jesús, enseñando «con autoridad, no com o los letrados» (M e 1,22), destruye de raíz toda su autoridad.

El endemoniado se siente amenazado por el mensaje de Jesús: junto con el prestigio de los escribas, la enseñanza del Señor destruye también las certidumbres del poseído, fundadas en la obediencia a aquellas autoridades que ha considerado siempre expresión de la voluntad divina.

Defendiendo la fe en las instituciones religiosas, el p o ­seído defiende su misma fe.

El «grito fuerte» del endemoniado amplifica la alarma lan­zada por las autoridades: «¿Qué hacemos?, porque ese hombre realiza muchas señales. Si lo dejamos seguir así, todos van a darle su adhesión...» (Jn 11,47-48).

El mensaje de Jesús desenmascara a los escribas y fari­seos: son las autoridades religiosas y espirituales las que en­demonian al pueblo, haciéndole adherirse a una enseñanza que no viene de Dios.

Los escribas y fariseos no sólo no entran en el reino de Dios y no dejan entrar a los que quieren entrar en él (Mt 23,13), sino que arrastran a la perdición a cuantos creen y obedecen su doctrina y los hacen «dignos del fuego» el doble que ellos (Mt 23,15).

Mientras la enseñanza religiosa de los escribas tendía a someter al hombre, privándolo de la capacidad de juicio y de libertad, el mensaje de Jesús hace al hombre libre y le descubre nuevas posibilidades y capacidades de amor.

Demonios por todas partes 133

Por esto la palabra de Jesús, más eficaz que las nume­rosas palabras de los escribas, obtiene el efecto de liberar al poseído «sin hacerle ningún daño-.

Éste creía que el abandono de la Ley habría sido la causa de todos los males y experimenta al contrario que el mal consistía justamente en la sumisión a la Ley.

Las modalidades de la liberación del poseído causan to­davía más admiración por parte de todos los presentes que unánimemente la atribuyen a la «palabra» de Jesús («¿Qué palabra es ésta?»), considerada eficaz no sólo para el caso presente, sino capaz de expulsar todos los «espíritus in­mundos».

Jesús ha conseguido poner en práctica en la sinagoga de Cafarnaún aquello que solamente había podido anunciar en la de Nazaret: «Me ha enviado... a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos» (Le 4,18).

Y la gente experimenta que la fuerza contenida en el mensaje de Jesús es capaz de liberar de los condiciona­mientos creados por la religión que impiden descubrir el verdadero rostro del Padre a toda persona esclava.

EXCOMULGADO POR GUACIA DE DIOS (Jn 9)

«Bien y mal, vida y muerte... todo viene del Señor» (Eclo 11,14) que se define a sí mismo «creador de la des­gracia» (Is 45,7) y asegura que «no sucede una desgracia en la ciudad que no sea causada por Yahvé» (Am 3,6).

La creencia, contenida en el Antiguo Testamento, de que Dios es el autor de las desdichas que se abaten sobre la hu­manidad, deja al hombre solamente la posibilidad de aceptar resignado lo que el Señor le envía, esperando que éste no apriete mucho la mano.

«Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?» (Job 2,10), replica Job a la mujer que lo reprende por haber bendecido al Señor por todas las desgracias que le han caído encima: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor» (Job 1,21).

La convicción de que los males y las enfermedades son un castigo, enviado por Dios a causa de las culpas de los hombres, estaba tan arraigada en la época de Jesús que cuando un hebreo encontraba a una persona con alguna minusvalía bendecía al Señor, autor del merecido castigo: «Quien ve a un mutilado, un ciego, un leproso, un cojo, diga “Bendito el juez justo”» (Ber. 58b).

Pero si la enfermedad guarda siempre relación con el pecado del hombre, ¿cómo podía explicarse el sufrimiento de los niños sin duda inocentes?

Para los rabinos la solución era muy sencilla: los pe­queños son el chivo expiatorio de las culpas de los adultos, com o enseñan la Biblia y el Talmud al presentar un «Dios celoso: que castiga la culpa de lo padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando lo aborrecen* (Ex 20,5): «Cuando en una generación hay justos, éstos son castigados por los pecados de esa generación. Si no hay justos, los niños sufren en­tonces por los males de la época» (Shab 33b).

136 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

LA MIRADA CREADORA

Fruto de esta mentalidad es la pregunta que los discí­pulos hacen a Jesús al ver a un hombre ciego de naci­miento: «Maestro, ¿quién tuvo la culpa de que naciera ciego: él o sus padres?».

La ceguera no era considerada una enfermedad cual­quiera, sino que, por impedir el estudio de la Ley, se creía una maldición divina, agravada por el anatema del rey David que odiaba a los ciegos hasta el punto de prohibirles la entrada en el templo de Jerusalén: «A esos cojos y ciegos los detesta David. Por eso se dice: “Ni cojo ni ciego entre en el tem plo”» (2Sam 5,8).

Jesús responde excluyendo taxativamente cualquier rela­ción entre culpa y enfermedad («ni él ha pecado ni sus pa­dres») y advierte a los discípulos que incluso en aquel indi­viduo, tenido por pecador por la religión y excluido de la sociedad (se trata de un mendigo), se manifestará visible­mente la obra de Dios.

El evangelista ha com enzado la narración subrayando que la mirada de Jesús se ha posado sobre el hombre in­merso en las tinieblas para completar en él la obra del Dios autor de la luz: «Al pasar vio Jesús a un hombre ciego de na­cimiento».

Jesús repite en el ciego los gestos del Creador, que «mo­

Excomulgado por gracia de Dios 137

deló al hombre de arcilla del suelo» (Gen 2,7): -hizo barro con la saliva y le untó barro en los ojos».

Enviado a ir a lavarse en la piscina de Siloé, el hombre -volvió con vista».

Las personas presentes en la escena, incapaces de eva­luar el suceso, en lugar de alegrarse con el hombre curado, lo conducen a los fariseos para oír su parecer, desconcer­tados por el hecho de que Jesús «había hecho barro y le había abierto los ojos en sábado», quebrantando el más im­portante de los mandamientos.

La curación del ciego pone alerta a los fariseos. Éstos, cultivadores de la muerte, no toleran ninguna manifestación de vida, y habituados a referirse a los hechos con la ley en mano, no se felicitan por el hombre curado, sino que se alarman por las circunstancias de esta curación (hacer barro es uno de los treinta y nueve trabajos prohibidos en día de sábado, Shab 7,2) y le piden información únicamente sobre «cómo» ha sido curado.

De la respuesta del hombre, los fariseos deducen que Jesús «no viene de parte de Dios, porque no guarda el pre­cepto».

Ellos saben lodo lo que Dios puede hacer o no.Y dado que Dios no puede ir contra su propia Ley, es

evidente que el autor de la grave infracción (la curación no interesa) ha actuado contra el Señor que ha mandado con­denar a muerte a quien, incluso haciendo prodigios, desvía al pueblo (Dt 13,1-6).

Aquellos a los que Jesús ha llamado antes esclavos del pecado (Jn 8,34) sentencian ahora que Jesús es el pecador.

Pero en algunos fariseos la ostentosa seguridad teológica se resquebraja frente a la evidencia del hecho («¿cómo puede un hombre, siendo pecador, realizar semejantes se­ñales»?) y vuelven a interrogar otra vez al hombre, pregun­tándole su opinión sobre el individuo que lo había curado.

La respuesta de que se trata indudablemente de un en­

138 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

viado de Dios («es un profeta») hace entrar en escena a las autoridades religiosas («los judíos»).

Éstas no pueden admitir que, transgrediendo el manda­miento del sábado, que incluso el mismo Dios observa, al­guien pueda haber obrado el bien.

N o pudiendo aceptar contradicción alguna en su doc­trina, buscan negar la verdad del hecho, insinuando la duda del fraude y, convocados los padres del ciego que decía haber sido curado, los acusan de estar al frente del em ­brollo: «¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?».

La curación del hijo es considerada por las autoridades un crimen del que deben responder sus padres.

Atemorizados y llenos de pavor, éstos descargan toda responsabilidad sobre su hijo: «Preguntádselo a él, ya es mayor de edad; él dará razón de sí mismo».

La cobardía de los padres es justificada por el evange­lista aduciendo que «los padres respondieron así por m iedo a los dirigentes judíos, porque los dirigentes tenían ya con­venido que fuera excluido de la sinagoga quien lo recono­ciese por Mesías».

Esta expulsión comportaba sanciones no sólo a nivel re­ligioso, sino graves consecuencias en el ámbito social: el ex ­pulsado era tratado com o un contagiado por la peste, con quien no se podía ni comer ni beber y de quien había que mantenerse a dos metros de distancia (M.Q.B. 16a).

Y SIN EMBARGO VE

Por tercera vez el hombre que había estado ciego es convocado e interrogado por las autoridades, que intentan hacerle reconocer que ha sido algo malo para él la recupe­ración de la vista a manos de un pecador.

Habiendo cambiado en un abrir y cerrar de ojos de la

Excomulgado por gracia de Dios 139

condición de beneficiario de un milagro a la de imputado, el hombre evita la trampa que le tienden las autoridades re­ligiosas y no entra en el terreno teológico. Entre la verdad dogmática y la propia experiencia vital, es esta última la más importante: «Si es pecador o no, no lo sé; una cosa sé, que yo era ciego y ahora veo».

Pero la alegría del hombre, que había pasado de las ti­nieblas a la luz, ni siquiera es tomada en consideración por las autoridades, porque para éstas no puede haber nada de bueno en la transgresión de la Ley de Dios.

Habituados a encontrar en los libros sagrados, escritos siglos atrás, una respuesta válida para cada situación de sus contemporáneos, los jefes religiosos piensan no tener nada que aprender o modificar y ven cualquier novedad com o un atentado contra Dios, que ha determinado para siempre en su Ley el comportamiento del hombre, al que no le queda sino someterse a las normas establecidas en otros tiempos y para otros hombres.

Los dirigentes, a costa de negar la evidencia, no pueden admitir la curación del hombre, porque esto dañaría la au­toridad de su enseñanza. Si alguno debe sufrir a causa de esto en adelante, paciencia, Dios proveerá.

Pero la obstinación del hombre que no se doblega a su autoridad y que no quiere reconocer que para él habría sido mejor permanecer ciego, aumenta la ira de los jefes que vuelven de nuevo a interrogarlo acerca de las circunstancias de la curación: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?» «Abrir los ojos a los ciegos» es una imagen con la que el profeta Isaías indica la liberación de la tiranía (Is 35,5; 42,7). La repe­tición de esta expresión siete veces en la narración quiere su­brayar aquello que preocupa realmente a las autoridades: que la gente abra los ojos.

Los dirigentes religiosos pueden avasallar e imponer sus verdades, mientras que el pueblo no ve, pero si alguien co ­mienza a abrir los ojos a la gente, están perdidos.

140 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Cansado del enésimo interrogatorio, el hombre curado se niega a responder y pregunta a las autoridades si tanto interés no se deba acaso a que quieran hacerse también ellos discípulos de Jesús.

Jamás: ellos son discípulos de Moisés, no pretenden se­guir a un vivo, sino venerar un muerto.

Defensores del Dios Legislador, no pueden comprender las acciones del Creador que se manifiesta comunicando vida al hombre.

Aparentemente animados por el celo del honor de Dios («Da gloria a Dios»), en realidad solamente piensan en sal­vaguardar su poder, usando el nombre de Dios para sofocar la vida que él comunica.

El evangelista subraya la gravedad del comportam iento de las autoridades que no sólo no quieren ver, sino que impiden que la gente vea y que, para no perder su propio prestigio, «llaman bien al mal y mal al bien» (Is 5,20), in­curriendo en lo que es defin ido en los otros evan­gelios com o imperdonable «blasfemia contra el Espíritu» (Mt 12,31). Las autoridades, no sabiendo ya qué argumen­tación teológica oponer a la evidencia del hecho, toman el atajo de los insultos. Recordando al hombre, culpable de ver, que es un maldito de Dios («Empecatado naciste de arriba abajo, ¡y vas tú a darnos lecciones a nosotros!»), re­curren a la violencia institucional («lo echaron fuera») y hacen realidad en él la amenazada expulsión de la sina­

goga.Pero los jefes religiosos que excomulgan a los hombres

en nombre de Dios son en realidad los verdaderos exco­mulgados.

Su indiferencia por el bien de los hombres, unida a la pretensión de indicarles el camino, los hace culpables de su ceguera, «guías ciegos» (Mt 23,16) que causan la ruina del pueblo: «Si fuérais ciegos, no tendríais pecado; pero com o decís que veis, vuestro pecado persiste».

Excomulgado por gracia de Dios 141

Jesús, una vez que supo que el hombre curado por él había sido echado de la sinagoga, corrió en su búsqueda.

La expulsión de la institución religiosa no causa en el hombre la ruina tan temida, sino que es la ocasión provi­dencial para el encuentro con el Señor. Expulsado por la re­ligión, el hombre encuentra la fe.

EL DIOS VAMPIRO (Me 11,12-25; 12,38-13,2)

Para la comprensión de los evangelios es importante co ­nocer las particulares técnicas literarias con las que éstos han sido compuestos; de otro m odo los episodios narrados resultan incomprensibles o francamente desfigurados.

Para la elaboración del texto, los evangelistas usan es­quemas y estructuras que responden a reglas bien precisas en el arte de la escritura, comunes a su cultura.

IJna de las estructuras narrativas frecuentemente usada en los evangelios es la del «tríptico».

En arte se entiende por «tríptico» un cuadro compuesto por una tabla central y dos laterales: lo que aparece pintado en éstas no se entiende si no se pone en relación con lo que se representa en la parte central.

LA HIGUERA Y LA CUEVA DE LADRONES

Una de las acciones más extrañas e insensatas de Jesús es la de haber maldecido a una pobre higuera culpable de no dar frutos en una estación que no era la de higos (M e 11,12-14.20-22).

Indudablemente este episodio, separado del contexto, puede hacer nacer sospechas acerca del equilibrio psíquico de Jesús.

144 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

La perícopa de la maldición de la higuera, construida según el esquema del tríptico, forma parte de las dos tablas laterales que adquieren su significado solamente en relación con la tabla central, que es la de la entrada de Jesús en el templo de Jerusalén (M e 11,15-19).

En la primera parte del tríptico (M e 11,12-14) escribe el evangelista que Jesús buscando frutos de una higuera, «no encontró más que hojas».

El árbol engaña: el esplendor exterior enmascara su total esterilidad. El motivo de la ausencia de frutos, subrayado por el evangelista con la expresión «no era tiempo de higos» une este episodio a la primera palabra pronunciada por Jesús en este evangelio: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena no­ticia» (M e 1,15).

Junto a la vid, la higuera era una de las plantas con las que se representaba a Israel: «La higuera es la casa de Israel» (Apoc. de Pedro, 2; 1 Re 5,5; Os 9,10). Dios había estable­cido con Israel un pacto: si el pueblo hubiese practicado sus enseñanzas, él lo habría protegido, y los hebreos con su vida refulgente de justicia y santidad habrían debido hacer ver a los pueblos colindantes que el Dios de Israel era el verdadero Dios (Dt 6-7).

Pero la infidelidad del pueblo había hecho que si Israel era igual a las naciones paganas en cuanto a la opresión y violencia, su posición era más grave, puesto que la injusticia se ejercía en nombre del verdadero Dios.

Jesús, venido para pedir cuenta del fruto de esta alianza, encuentra que Israel se había convertido en un lupanar de injusticias y perversidades, donde «profetas y sacerdotes son unos impíos, hasta en mi templo encuentro maldades» (Jer 23,11).

El «tiempo» no había sido de frutos, haciendo vanos todos los cuidados del Señor para con su pueblo, com o constataron amargamente los profetas: «Esperó que diese

El Dios vampiro 145

uvas, pero dio agrazones. Esperó de ellos derecho, y ahí te­néis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos» (Is 5,2.7).

Por esto Jesús declara caducada la alianza porque, com o la higuera sin frutos, aquélla es ya inútil. En la otra tabla del tríptico (M e 11,20-21) está la confirmación de lo anunciado por Jesús: “la higuera se secó de raíz».

En el centro de los dos episodios relativos a la higuera, el evangelista inserta la irrupción de Jesús en el templo (M e 11,15-19).

El episodio es conocido com o la «expulsión de los mer­caderes del templo», pero Jesús no expulsa solamente a los vendedores: junto a éstos expulsa también a los compra­dores («se puso a echar a los que vendían y compraban allí»).

La acción de Jesús no tendía a purificar el templo, sino a abolir su culto.

Por esto se lanza contra el sacro mercado e impide el paso de los utensilios necesarios para el culto.

Privándolo de las ofrendas, Jesús golpea en su fuente la vitalidad del templo que, com o la higuera sin linfa vital, «se seca de raíz».

En la figura de la higuera estéril el evangelista representa el templo, símbolo de la institución religiosa que, con todo su esplendor de palacios sagrados, sagradas ceremonias, sa­grados adornos, sagrada vajilla, esconde la ausencia total de Dios.

En este lugar donde todo es demasiado santo, no hay ya lugar para el único Santo: de él, en verdad, no se siente gran nostalgia, en cuanto que está bien reemplazado por la presencia de su más concreto r iva l«Mammón», el dios-lucro.

Jesús denuncia que el templo, llamado a ser la casa de oración para todos los pueblos, se haya transformado en realidad en una «cueva de ladrones».

Esta expresión, que indica el lugar donde los bandidos

146 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

esconden lo robado, está tomada de una invectiva contra el templo y el culto en la que el profeta Jeremías anunciaba la destrucción total del templo: «¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?... Por eso trataré al templo que lleva mi nombre, y os tiene confiados, y al lugar que di a vuestros padres y a vosotros lo mismo que traté a Siló» (Jr 7,11.14).

Las autoridades religiosas han transformado el lugar santo en una cueva de la que no tienen ni siquiera nece­sidad de salir para andar a depredar a sus víctimas: la gente acude allí voluntariamente, creyendo que para ellos es un bien ser expoliados para gloria de Dios (y los bolsillos de los sacerdotes).

LA VIUDA Y LAS SANGUIJUELAS

La única vez que en los evangelios se lanza una maldi­ción es en el episodio de la higuera, y la sola vez que Jesús dirige palabras de drástica condena hacia alguien en el evangelio de Marcos es en la invectiva a los escribas que «recibirán una sentencia muy severa» (M e 12,40).

Maldiciones y condena dirigidas a la institución religiosa, representada por el templo, y a los escribas, que con su teo­logía justifican sus pretensiones, son el hilo conductor que une las escenas de la higuera y del episodio conocido com o «el óbo lo de la viuda» (M e 12,41-44).

Este episodio, estructurado también según el esquema del tríptico, presenta en la primera tabla la denuncia de Jesús a los escribas que «se comen los hogares de las viudas» (M e 12,38-40); en la parte central, la ofrenda de la viuda (M e 12,41-44), y en la última tabla el anuncio de la destruc­ción del templo (Me 13,1-2).

Después del episodio de la irrupción de Jesús en el templo, las autoridades llenas de m iedo y alarmadas «bus­

El Dios vampiro 147

caban una manera de acabar con él», pero desisten a causa del pueblo que «estaba impresionado de su enseñanza» (M e 11,18).

N o pudiendo por ahora lanzar el ataque final, todo el sa­nedrín compuesto por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, desencadena contra Jesús una oleada de em ­boscadas, tendente a desacreditarlo y hacerle perder la aprobación de la gente: una vez aislado será más fácil elim i­narlo.

Considerado elemento peligroso por las autoridades reli­giosas y civiles, se lanzan contra Jesús todos unidos, o lv i­dando rivalidades y animadversiones, desde los piadosos «fariseos» revueltos con los disolutos «herodianos» (M e 12,13) que es com o decir el diablo y el agua santa (e l diablo son los herodianos), a los ultraconservadores saduceos y toda la inteligentsia, representada por los escribas (M e 12,18-37).

El resultado de los ataques a Jesús, una vez esquivadas hábilmente todas las trampas e insidias contra él tendidas, es que el índice de su popularidad crece más aún: «la mul­titud, que era grande, disfrutaba escuchándolo» (M e 12,37).

Y justamente dirigiéndose a la multitud, Jesús la pone en guardia contra los escribas, categoría fácilmente identifi- cable por tres características: en lugar de vestirse com o el común de los mortales, «les gusta pasearse con sus largas vestiduras», haciendo ostentación con un hábito religioso particular que los hace rápidamente reconocibles y que, sobre todo, indica claramente que son personas en contacto directo con Dios.

Pero la abundancia de tela empleada para mostrar a los otros tanta asiduidad con el padre-eterno no consigue es­conder su desenfrenada sed de honores, su ansia de ser re­verenciados y de «ser saludados en las plazas»; y com o no se vive solamente para la gloria y para el espíritu (la carne es siempre débil), el deseo de ser bien vistos y reconocibles en las ceremonias, junto con el de «tener los primeros asientos

148 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

en las sinagogas» va de la mano con el de asegurarse -los primeros puestos en los banquetes».

Dado que el apetito se hace al comer, los escribas tienen adiestradas sus voraces mandíbulas «devorando las casas de las viudas bajo pretexto de largos rezos».

Es éste el crimen más grave que Jesús les imputa.La figura de la viuda en la Biblia ha representado siem­

pre (junto con los huérfanos y los extranjeros) a aquellos a los que les falta protección y que están a la total merced de los prepotentes (Is 1,17; Jr 7,6).

Por este motivo Dios, que se preocupa de los miembros más débiles de la sociedad, establece que, con una parte de las ofrendas al templo, se asista a las viudas y a los huér­fanos (Dt 14,28-39).

Jesús no tolera que cuantos pretenden ser la voz oficial de Dios, en lugar de alimentar a las viudas, las hagan morir de hambre.

Y justo cuando está poniendo en guardia a la multitud frente a aquellos que en nombre de Dios explotan a las viudas, ve a «una pobre viuda echar dos monedas» en el te­soro, la banca del templo, la estancia especial «repleta de ri­quezas indescriptibles, tantas que era incontable la cantidad de ofrendas» (2Mac 3,6).

He aquí quién es el verdadero dios del templo.N o el Padre que se ocupa de los pobres, sino el tesoro,

el dios-lucro cuyo culto cruento exige continuamente víc­timas para despojar.

En lugar de ver saciada su hambre con los impuestos del templo, la viuda echa «todo lo que tenía para vivir» en el te­soro, monstruo que engulle con las monedas la vida misma de la pobre viuda para vomitarlas después en los bolsillos de los sacerdotes y de los adeptos al culto, que ofrecen a Dios lo que sustraen a los pobres.

Jesús constata la ineficacia de su enseñanza que choca con la fuerza de una tradición de la cual incluso las víctimas

El Dios vampiro 149

son las más convencidas sustentadoras, y con una institu­ción que debe su misma razón de ser a la explotación de la gente.

Jesús no aprecia el gesto de la mujer. Sus palabras no son un elogio de la generosa fe de la viuda, sino un lamento sobre esta pobre víctima de la religión que se desangra por mantener en pie la estructura que la explota.

Jesús no puede tolerar que el Padre, conocido con el tí­tulo de -defensor de las viudas» (Sal 68,6), sea transformado en un vampiro que las desangra.

Por esto, en la última tabla del tríptico, inmediatamente después de este episodio, Jesús anuncia que la única solu­ción ya posible es la definitiva desaparición del templo opresor de los pobres: «No dejarán ahí piedra sobre piedra, que no derriben» (M e 13,2).

CORAZÓN DE MAMÁ (Mt 20,17-34)

De las cuatro madres nombradas en el Evangelio de Mateo, la de los Zebedeos es la única que no tiene nombre, y cuando es citada no se la recuerda com o mujer de Ze- bedeo, sino únicamente com o la madre de sus hijos.

Esta mujer, que vive en función de sus hijos, de hecho es conocida solamente com o «la madre de los hijos de Ze- bedeo» (Mt 20,20). Es nombrada además formando parte del grupo de mujeres que han «seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo» (Mt 27,55). Pero el fin último de este servicio se desvela en una intervención que desenmascara una am­bición desde tiempo incubada, y arroja una luz tan negativa sobre esta mujer que Lucas, el evangelista que exalta el papel de las mujeres en su evangelio, se ve obligado a cen­surar todo el episodio.

Jesús contempla Jerusalén y por tercera vez trata de hacer comprender a los discípulos su programa: «Mirad, es­tamos subiendo a Jerusalén y el Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen» (Mt 20,18-19).

Jesús no podía ser más claro: en Jerusalén, el hijo de Dios no será coronado rey de la Ciudad Santa, sino clavado en un patíbulo donde morirá com o un «maldito de Dios* (D i 21,23; Gál 3,13).

152 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Jesús trata de hacer comprender a sus discípulos que no sube a Jerusalén para quitar el poder a cuantos lo detentan, sino que va para ser matado por los representantes de Dios y del César.

Las otras dos veces en las que Jesús ha intentado hacer comprender a sus discípulos el significado de la subida a Je­rusalén, la acogida por parte de ellos no había sido buena; más aún, la primera vez, Jesús había sido expresamente in­crepado por Pedro a quien no agradaba su funesto pro­grama (Mt 16,21-23). Al segundo intento los discípulos se habían inquietado momentáneamente, pero, después, la perspectiva de permanecer sin un jefe había tenido com o efecto el desencadenamiento de un litigio sobre la común aspiración de todo el grupo: «¿Quién es más grande en el reino de Dios?» (Mt 18,1).

Esta tercera vez, la declaración de Jesús sobre la ya cer­cana muerte y resurrección es interrumpida por la inopor­tuna acción de una mujer: «Entonces se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos para rendirle hom e­naje y pedirle algo».

El evangelista subraya el gesto de la mujer que se inclina delante de Jesús, pero en realidad el bajarse en gesto de hu­mildad esconde el deseo de elevarse por encima de los otros. De hecho la imperativa demanda de la mujer es: «Dispon que cuando tú reines, estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».

Con esta demanda la madre, y con ella los hijos, de­muestran ser completamente sordos a cuanto ha sido anun­ciado por Jesús, porque están cegados por sus sueños de gloria («Por mucho que oigáis no entenderéis», Mt 13,14).

Sentarse a derecha e izquierda de alguien significa tener el mismo poder (IR e 2,19). La mujer del Zebedeo, deseosa de una carrera ascendente para sus propios hijos, ordena a Jesús proceder rápidamente al nombramiento de Santiago y Juan com o «primeros ministros» de su reino.

Corazón de mamá 153

Comentando esta escena, Jerónimo liquida la interven­ción de la madre de los hijos de Zebedeo com o «causada por la impaciencia típicamente femenina... un error de mujer dictado por el amor materno- (111,21).

Qué cosa no haría una madre con tal de ver colocados a sus propios hijos.

Pero la madre no sabe que está empujando a la ruina a sus hijos y dividiendo al grupo de los discípulos.

En lugar de responder a la mujer, Jesús se vuelve direc­tamente a los dos discípulos y les pregunta si también ellos están de acuerdo con la petición de su madre, si son cons­cientes de las crecientes dificultades que habrán de afrontar para permanecer a su lado y que se concretarán en la con­dena a muerte.

El d iá logo se desenvuelve en un plano equívoco. M ien­tras que para los discípulos «sentarse a derecha e izquierda- de Jesús significa asegurarse los primeros puestos en pa­lacio, para Jesús se trata de ser capaces de afrontar el des­honor y la muerte infamante: «¿Sois capaces de pasar el trago que voy a pasar yo?-.

Los dos presuntuosos discípulos, dispuestos a todo con tal de conseguir el poder, no tienen ninguna duda y res­ponden descaradamente: «Podemos».

Cuestión de tiempo.Un par de días después, durante la cena con Jesús, afir­

marán heroicamente estar preparados para morir con él (Mt 26,35), pero de pronto, después de la cena, en Getse- maní, cuando finalmente se encuentren de cara al «cáliz» que hay que beber, se revelarán pusilánimes, fuertes sola­mente en su torpeza.

A la petición de Jesús de estar cerca de él en aquellos te­rribles instantes que precederán al arresto del hijo de Dios «con machetes y palos, com o si fuera un bandido» (Mt 26,55), responderán durmiéndose profundamente, prontos, sin em ­bargo, a despertarse de golpe al primer atisbo de peligro

154 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

para su integridad física y a huir com o conejos: «Todos los discípulos lo abandonaron y huyeron» (Mt 26,56).

«El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga», había dicho Jesús (Mt 16,24); pero en el patíbulo, a derecha e iz­quierda, no estarán los dos discípulos, sino «dos ladrones» (Mt 27,38). Mientras tanto el resultado inmediato de la re­comendación de la madre de los discípulos es la enésima disputa en el interior del grupo de los seguidores de Jesús, que «se indignaron contra los dos hermanos» no ciertamente por sus pretensiones, sino por haberse adelantado con en­gaño en la carrera sin exclusión de zancadillas para ocupar los puestos más importantes (Mt 18,1).

Todos los discípulos están convencidos de seguir a un Mesías victorioso por el camino del triunfo. Y Jesús, con pa­ciencia verdaderamente divina, intenta una vez más ha­cerles comprender quién es y qué quiere hacer, y que su reino no tiene nada que ver con lo imaginado y esperado por ellos.

Su idea de un reino basado en el poder y en el dominio, no sólo los separa del reino anunciado por Jesús, sino que los vuelve en todo semejantes a los paganos, donde «los jefes de las naciones las dominan y los grandes les imponen su autoridad».

A continuación Jesús advierte a los discípulos que su co ­munidad no deberá imitar la estructura del poder existente en la sociedad: «No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande sea servidor vuestro y el que quiera ser primero sea siervo vuestro».

Jesús había enseñado a los suyos que «le basta al discípulo con ser como su maestro» (M 10,25), y ahora les pide aprender de él, que «no ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos» (Mt 20,28).

A la petición de la madre de Santiago y Juan, y al suce­sivo encuentro con el resto del grupo, el evangelista hace

Corazón de mamá 155

seguir un episodio muy importante, la última curación reali­zada por Jesús, última ocasión para recibir de él la vida antes de que sea matado.

La escena que sigue a la petición de los dos discípulos tiene por protagonistas a dos ciegos, personajes en los que el evangelista representa la ceguera de Santiago y Juan, dis­cípulos que, tentados por la ambición del poder, no llegan a «ver» la voluntad de Dios en el itinerario de Jesús.

Mientras Jesús se ha presentado a sí mismo com o uno que saldrá al paso de calumnias y persecuciones, y ha invi­tado a sus discípulos a afrontar valientemente el desprecio de la sociedad («si al cabeza de familia le han puesto de mote Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa», Mt 10,25), estos ciegos son figura de los discípulos, incapaces de ver porque, en lugar de seguir al Mesías despreciado «en su tierra y en su casa» (Mt 13,57), siguen sueños de gloria.

Para facilitar la identificación de los dos ambiciosos dis­cípulos con los dos ciegos, el evangelista, con un artificio li­terario, hace desaparecer del relato a todos los discípulos dejando en escena únicamente a los ciegos y la multitud. Después coloca toda una serie de términos que permiten al lector identificar en los dos ciegos de Jericó a los hijos de Zebedeo.

Santiago y Juan habían pedido estar sentados a la de­recha y a la izquierda de Jesús en su reino. Los dos ciegos son presentados sentados, pero «junto al camino», expresión que en el evangelio de Mateo se encuentra únicamente en la parábola del sembrador (Mt 13,1-23).

Com o «una semilla sembrada junto al camino», la ense­ñanza de Jesús se ha perdido a causa de la ambición y el deseo de poder («el Malo»): «Siempre que uno escucha el mensaje del Reino y no lo entiende, viene el Malo y se lleva lo sembrado en su corazón» (Mt 13,19).

A través de estas imágenes, el evangelista quiere signi­ficar que cuantos están dominados por la ambición y el

156 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

poder son completamente refractarios a la simiente-mensaje de Jesús, igual que los dos discípulos que, mientras Jesús habla de muerte, persiguen ideales de grandeza: «Por mucho que veáis no percibiréis» (Mt 13,14).

Los dos ciegos, oyendo que pasaba Jesús, se pusieron a gritar: «¡Señor, ten piedad de nosotros, hijo de David!».

En esta invocación está la causa de la ceguera. Los dos ciegos, com o los discípulos, reconocen en Jesús al Señor, pero entendido com o «hijo de David».

El «hijo» en la cultura hebrea es aquél que se asemeja al padre en el comportamiento.

Los discípulos están ciegos, porque piensan que Jesús es «hijo de David», esto es, que se comporta com o el gran rey de Israel que unificó todas las tribus y dio gran expansión al reino, y que asignó a sus más íntimos amigos los puestos más importantes (2 Sam 8,15-18).

Pero Jesús es el «hijo de Dios vivo» (Mt 16,16, no el «hijo de David», Mt 22,41-45).

En el programa de Jesús hay un reino, pero el de Dios, no el de Israel.

También Jesús ensanchará los confines del reino, pero dando la vida y no quitándola a los otros, com o el sangui­nario David, que «no dejaba con vida hombre ni mujer» (1 Sm 27,9).

Si a David no se le permitirá construir el templo a Dios, porque sus manos «han derramado mucha sangre» (lC r 22,8), Jesús, fuente de vida, con su sangre, será el ver­dadero templo de Dios (Jn 2,19-21).

Jesús se vuelve a los dos ciegos con la misma pregunta formulada a la madre de sus discípulos (¿Qué quieres?): «¿Qué queréis que haga por vosotros?».

Los dos ciegos/discípulos piden a Jesús poder recuperar la vista, y Jesús, enviado de Dios «para abrir los ojos a los ciegos» (Is 42,6), «les tocó los ojos y al momento recupe­raron la vista».

Corazón de mamá

Los discípulos parecen ahora capaces de seguir a Jesús y no solamente de acompañarlo... pero la curación obrada por Jesús se mostrará ineficaz y aquellos mismos ojos libe­rados volverán a las tinieblas; el seguimiento de Jesús se de­tendrá en Getsemaní «porque sus ojos no se les mantenían abiertos» (Mt 26,43).

Jesús había pedido a Santiago y a Juan (junto a Pedro) vigilar y orar para «no ceder a la tentación» (Mt 26,41).

Los tres que aspiraban a ser «tenidos por columnas» de la comunidad (Gál 2,9), en lugar de vigilar se duermen; la ten­tación los ha vencido.

LA MUJER DEL EVANGELIO (Me 14,3-9)

Juan Bautista desarrolló su actividad solamente con hombres y para hombres.

La única vez que se encontró con una mujer perdió la cabeza en el sentido literal de la palabra: fue «decapitado» (M e 6,17-29).

En el Talmud está escrito que es mejor que «las palabras de la Ley sean destruidas por el fuego en vez de ser ense­ñadas a las mujeres» (Sota B. 19a) y en la lengua hebrea no se conoce un término para indicar «discípula»; esta palabra existe solamente con terminación masculina. En un mundo donde se afirma que «la mejor de las mujeres practica la ido­latría» (Q id. Y. 66cd) y se consideran desgraciados aquellos padres a los que les nace una niña (Q id B. 82ab), el com ­portamiento de Jesús hacia las mujeres encontró dificultades para ser comprendido y aceptado por parte de la comu­nidad cristiana primitiva. Incapacidad que se refleja en los apócrifos, escritos menos preocupados por la ortodoxia, pero quizá más cercanos a la realidad histórica.

En estos textos se advierten todas las tensiones entre los hombres, capitaneados por Pedro, y las mujeres, represen­tadas por María Magdalena.

Pedro, en nombre de los discípulos, se dirige al Señor la­mentándose de que «nosotros no seamos capaces de so­portar a esta mujer {María Magdalenal, porque ella nos quita

160 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

toda ocasión de hablar: no lia dejado hablar a ninguno de nosotros, sino que es ella la que habla siempre» ( Pistis Sophia 36).

María Magdalena responde por su parte acusando a Pedro «que está acostumbrado a amenazarme y odia nuestro sexo» (Pistis Sophia 2,72).

La presencia de las mujeres en la comunidad cristiana debía ser totalmente insoportable para los discípulos cuando en el Evangelio de Tomás (apócrifo de la mitad del siglo n) Pedro pide expresamente que las mujeres sean arro­jadas de la comunidad: «Simón Pedro dijo: ¡Que María se aleje de nosotros, porque las mujeres no merecen la vida!».

Jesús acoge la petición de Pedro, transformando a Mag­dalena en Magdaleno: «Jesús respondió: Ea, yo la vo lveré hombre», para llegar a la deducción teológico-espiritual de que sólo «si la mujer se hace hombre entrará en el reino de los cielos» (Evangelio de Tomás, 114).

Probablemente la igual dignidad y libertad de palabra connaturales al mensaje de Jesús habían llevado a cierto de­sorden a las mujeres que, hambrientas de saber, después de milenios de forzado mutismo, finalmente podían tomar la palabra.

Su locuacidad en las asambleas, que parecía confirmar lo escrito en el Talmud («d iez medidas de palabras descen­dieron al mundo, de las que nueve cogieron las mujeres, y una los hombres», Q id B. 49b), empujó a Pedro a preguntar: «¡Señor mío, que cesen de preguntar las mujeres, de m odo que nosotros también preguntemos!». Y una vez más Jesús, condescendiente con las lamentaciones de Pedro, «dice a María y a las mujeres: «Dadle a vuestros hermanos varones la oportunidad de preguntar también ellos» (P.S. 2,146).

En estos apócrifos parecen reflejarse las consecuencias de las gravosas y discriminatorias limitaciones introducidas por un interpolador en la Carta a los Corintios.

Éste, buscando quitar la palabra concedida por Pablo a

Ixi mujer del evangelio 161

las mujeres (IC o r 11,5), y no pudiendo remitirse a la ense­ñanza de Jesús, debe recurrir al Antiguo Testamento: «Las mujeres guarden silencio en la asamblea, no les está permi­tido hablar; en vez de eso, que se muestren sumisas, com o lo dice también la Ley. Si quieren alguna explicación, que les pregunten a sus maridos en casa, porque está feo que hablen mujeres en las asambleas» (IC o r 14,34-35; Gn 3,16).

En la primera carta a Timoteo está escrito: «La mujer, que escuche la enseñanza quieta y con docilidad. A la mujer no le consiento enseñar ni imponerse a los hombres» (IT im 2,11-12).

Para justificar tanta misoginia, el autor hace lo imposible, llegando incluso a incomodar a Adán y Eva, porque -a Adán no lo engañaron, fue la mujer quien se dejó engañar y co ­metió el pecado» (IT im 2,14). Para las pobres mujeres, la única salvación consiste en imitar a las conejas y traer hijos sin parar: «Llegará a salvarse por la maternidad» (1 Tm 2,15), dejando abierto el problema de si el consejo es válido tam­bién para las núbiles y las vírgenes.

Pero la rivalidad hombre-mujer se vislumbra también en las diversas líneas teológicas seguidas por los evangelistas: ¿A quién se concede la primera aparición de Jesús resuci­tado? ¿A María de Magdala y a las mujeres (Jn 20,11-18; Mt 28,1-9) o a los hombres? (Le 24,13-43; 1 Cor 15,3-8).

En este clima de impronta masculina (e l envuelto de espiritualismo es el más despiadado), aparece aún más sorprendente lo que está escrito en el evangelio de Marcos, donde el único ep isodio que Jesús pide que sea dado a conocer al mundo entero es la acción realizada por una mujer: «Os aseguro que en cualquier parte del mundo entero donde se proclame esta buena noticia, se recorda­rá también en su honor lo que ha hecho ella» (M e 14,9; Mt 26,13).

LA CASA DF.L LEPROSO

La acción se desenvuelve en «Betania, en la casa de Simón, el leproso», cuando «faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos, y los sumos sacerdotes y los letrados andaban buscando cóm o dar muerte a Jesús prendiéndolo a traición» (M e 14,1).

Betania, situada frente a Jerusalén, es la aldea de la que Jesús salió para subir al templo y arrojar «a los que vendían y compraban» (M e 11,12-15).

Mientras en Jerusalén, en el sanedrín, se decide el asesi­nato de Jesús, en Betania, en la casa de un leproso, consi­derado maldito por Dios, encuentra refugio el Dios con los hombres (es significativo que la etimología popular man­tenga com o significado de Betania «Casa de los pobres»).

En la escena de Betania se describen tres reacciones di­ferentes a la decisión de matar a Jesús, tomada por las au­toridades: la acción de la mujer representa a cuantos han eleg ido seguir hasta el límite a su maestro afrontando con ’ él la cruz; la reacción indignada de los discípulos mani­fiesta la incomprensión por la muerte de Jesús, considerada «una pérdida», y la traición de Judas indica el abandono de Jesús por parte de cuantos miran sobre todo su prop io in­terés.

«Estando él [Jesús] reclinado a la mesa... llegó una mujer». Esta mujer, cuyo gesto deberá ser dado a conocer al «mundo entero», es anónima (solamente en el evangelio de Juan la mujer es identificada com o María, hermana de Lá­zaro, Jn 12,3): más allá de la realidad histórica, en este per­sonaje el evangelista representa el m odelo de adhesión a Jesús con el que todo lector puede identificarse.

La mujer, que tiene consigo «un frasco de perfume de nardo auténtico de mucho precio, quebró el frasco y se lo fue derramando en la cabeza».

En los evangelios cualquier detalle que de suyo no

La mujer del evangelio 163

ayude a arrojar luz sobre el texto (que el perfume sea de nardo o de jazmín, ¿qué cambia?) tiene siempre un signifi­cado cargado de connotaciones teológicas. En esta acción, la única del evangelio en que Jesús pide que se divulgue por todos sitios, el evangelista cuida los detalles enrique­ciéndolos de significado.

El perfume es símbolo de vida que se opone al hedor de la muerte (mientras Lázaro, muerto, yace en el sepulcro «despide mal olor»), pero después, en el banquete al que asiste resucitado, «toda la casa se llena de la fragancia del perfume» (Jn 11,39; 12,2-3).

Pero el perfume es también símbolo de amor, y para ev i­denciar este significado el evangelista especifica que es de nardo.

Este preciosísimo ungüento, extraído de las raíces de una planta típica de la India es hasta tal punto costoso que era con frecuencia falsificado (Plinio, Hist. nat. 12,72); en toda la Biblia aparece únicamente en el Cantar de los Can­tares para expresar el amor de la esposa para con el esposo: «Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume» (Cant 1,12; 4,13.14).

Marcos, que reconoce en Jesús abiertamente al Esposo (M e 2,19), simboliza en la mujer anónima la comunidad-es- posa y presenta la relación de amor entre Jesús y cuantos lo siguen con la imagen, querida por los profetas, de la rela­ción nupcial entre Dios y su pueblo (O s 2).

El evangelista, para precisar que este nardo es -genuino», utiliza un término que significa «auténtico» referido a cosas, y «fiel» cuando se atribuye a personas.

Este recurso literario sirve a Marcos para representar con la imagen del perfume genuino el amor fiel de la mujer.

Finalmente se subraya que este perfume de «gran valor», es valorado por los escandalizados comensales «en más de trescientos denarios».

Teniendo en cuenta que el salario medio de un obrero

164 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

era de un denario al día (Mt 20,2), el valor del perfume co­rresponde a casi un año de salario.

El -gran valor» de este perfume, expresión del amor au­téntico, es una ulterior alusión al Cantar de los Cantares: «Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable» (Cant 8,7).

Mientras Judas piensa ganar algo traicionando al amor, la mujer demuestra a Jesús un amor que no tiene precio, porque el amor, el auténtico, no calcula, «no busca su in­terés» (1 Cor 13,5).

También la acción de romper el vaso y derramar el un­güento sobre la cabeza de Jesús es rica en significado sim­bólico. El amor no puede ser verdadero si no se hace don, y en el gesto de quebrar el vaso la mujer intenta expresar la ofrenda de su vida, com o hará Jesús (M e 10,45).

Marcos precisa además que el ungüento es derramado por la mujer sobre la cabeza de Jesús.

El evangelista equipara la acción de la mujer a la de los profetas encargados de ungir al rey de Israel: «Coge la acei­tera y derrámasela sobre la cabeza, diciendo: “Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel”» (2Re 9,1-3; 1 Sm 10,1).

Con su acción la mujer reconoce en Jesús el verdadero rey y se declara dispuesta a dar su vida con aquel que, al­gunos días después, será crucificado com o «Rey de los Ju­díos» (M e 15,26).

Gracias a este gesto la mujer se convierte para Jesús en «perfume de su conocimiento» («D oy gracias a Dios, que constantemente nos asocia a la victoria que él obtuvo por el Mesías y que por m edio nuestro difunde en todas partes el perfume de su conocimiento», 2 Cor 2,14).

Pero si la mujer, derramando el perfume, se muestra dis­puesta a dar su propia vida, otros, aquellos que «acom­pañan» a Jesús, pero no lo «siguen», encuentran inútil la muerte del Mesías y reaccionan enojados: «¿Por qué se ha malgastado así el perfume?».

La mujer del evangelio 165

Jesús había dicho: «El que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo- (M e 8,35).

La mujer ha aceptado esta «pérdida» de la vida, y lo ha manifestado en la «pérdida de perfume» para convertirse ella misma en «perfume de Cristo... olor que da vida y sólo vida» (2 Cor 2,15-16).

En la reacción indignada del grupo, que considera un derroche el derramamiento del perfume, el evangelista re­presenta a cuantos no han aceptado la invitación a la en­trega total de sí mismos.

Éstos, que quieren «salvar la propia vida», consideran un error la muerte de Jesús y no están dispuestos a seguirlo por el camino de la cruz.

De hecho, según Marcos, en el Gólgota no habrá ningún hombre, sino solamente las mujeres «que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían prestándole servicio, y además otras muchas que habían subido con él a Jerusalén» (M e 15,40).

SANEDRÍN Y SOBORNOS (Mt 28)

La tradición iconográfica de Pascua consagra la imagen de Jesús resucitado que sale victorioso del sepulcro con el estandarte de la cruz en mano, con alborozo de ángeles y terror de guardias.

Esta fantasiosa descripción, contenida en un apócrifo del siglo ii ( Evangelio de Pedro, 36-40), está ausente de los cuatro evangelios reconocidos como auténticos Por Ia Iglesia.

Los evangelistas no describen el momento de la resu­rrección de Jesús, sino solamente lo acaecido después: si ninguno ha sido testigo de la resurrección, todos pueden serlo de Jesús resucitado.

En el evangelio de Mateo, son dos mujeres las protago­nistas del encuentro con el resucitado, -María Magdalena y la otra María1' (madre de Santiago y de José), yu presentadas com o las que «habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo» y testigos de la crucifixión y sepultura (M t 27,55- 56).

Mientras las dos discipulas están junto al sepulcro, «la tierra tembló violentamente, porque el ángel del Señor bajó del cielo y se acercó, corrió la losa y se sentó encima».

«El ángel del Señor», expresión con la que se indica la ac­ción de Dios mismo cuando se comunica con la humanidad (Ex 3,2-6), ha aparecido ya al comienzo del evan ge lio de

168 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Mateo para anunciar la vida de Jesús y luego para defen­derla de la trama homicida de Herodes (Mt 1,20.24; 2,13).

Esta tercera intervención suya tiende a confirmar que la vida, cuando procede de Dios, es indestructible.

El terremoto que acompaña su venida es uno de los signos que en el Antiguo Testamento precedían a la mani­festación de Dios: en el libro del Éxodo está escrito que, antes de que Yahvé descendiese sobre el Sinaí, «toda la montaña temblaba» (Ex 19,18).

También este terremoto precede a una revelación divina, com o cuando Jesús expiró y «la tierra tembló» (Mt 27,51): en la muerte de Jesús se había revelado todo el amor de Dios, en la resurrección se manifiestan las consecuencias de su amor fiel.

F.L MUERTO ESTÁ VIVO. LOS VIVOS, MUERTOS

El ángel corre la piedra del sepulcro, que separaba defi­nitivamente el mundo de los muertos del de los vivos, y se sienta sobre ella, con la posición típica del vencedor (A p 2,21): con la resurrección de Jesús la muerte ha sido de­finitivamente vencida.

La irrupción de la vida se convierte, sin embargo, en una experiencia funesta para cuantos son guardianes de la muerte: en lugar de ser vivificados por la manifestación del Dios de la vida, los guardias se vuelven «como muertos».

N o teniendo vida en sí, no sólo no consiguen percibirla cuando ésta se manifiesta, sino que se introducen aún más «en tinieblas y en sombras de muerte» (Le 1,79).

Ellos se autoexcluyen del anuncio del ángel que, igno­rando a los guardias que han tenido m iedo de la aparición hasta el punto de desfallecer, anima solamente a las dos mujeres: «No tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado; no está aquí, ha resucitado, com o tenía dicho».

Sanedrín y sobornos 169

Y les encarga ir a decir a los discípulos que Jesús, resucitado de los muertos, los precederá en Galilea; allí lo verán.

Una vez comprendido que no se puede buscar entre los muertos al que vive (Le 24,5), las dos mujeres abandonan rápidamente el sepulcro, y conforme se alejan de la tumba, su temor se desvanece, sustituido por una gran alegría que es confirmada por el encuentro con Jesús.

La fe de las discípulas en la resurrección no se basa en la visión de un sepulcro vacío, que había sido también visto por los guardias, sino en la experiencia de Jesús v ivo y v iv i­ficante que se les acerca y las saluda diciendo: «Alegraos». Esta expresión, que aparece solamente dos veces en el Evangelio de Mateo, es la misma que se utiliza al final de las bienaventuranzas: «Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persi­guieron a los profetas que os han precedido» (Mt 5,12).

La primera palabra pronunciada por Jesús resucitado está unida a la recompensa por la fidelidad a las bienaven­turanzas incluso en la persecución. Esta «recompensa» es una vida capaz de superar la muerte, ahora visible en Jesús, que confirma a las mujeres cuanto les había anunciado el ángel: los discípulos si quieren verlo deben subir a Galilea.

La necesidad de ir a Galilea, que en el relato de la resu­rrección aparece tres veces para subrayar la importancia del encuentro en esta región, no es comprensible desde el punto de vista histórico.

La incongruencia es que, mientras Jesús está muerto, es sepultado y resucita en el sur, en Judea, en Jerusalén, y los discípulos están en aquella ciudad, se les dice que si quieren verlo deben subir al norte, a Galilea: ¿por qué reco­rrer más de cien kilómetros y aplazar por tanto al menos tres o cuatro días el importante encuentro con Jesús resuci­tado?

En los evangelios de Lucas y de Juan, Jesús se aparece a sus discípulos en Jerusalén el mismo día de la resurrección:

170 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

«Aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por m iedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: Paz con vosotros» (Jn 20,19; Le 24,36).

El evangelio de Marcos contiene la cita en Galilea com o en Mateo (M e 16,7), pero luego el último redactor, aña­diendo los episodios de las apariciones, escribe que Jesús el mismo día de la resurrección «se apareció a los Once, es­tando ellos a la mesa» (M e 16,14).

Mateo es ciertamente el único evangelista que condi­ciona la aparición de Jesús resucitado a Galilea (Mt 26,32), indicación que no guarda relación con un itinerario geográ­fico, sino con un camino de fe.

Com o las mujeres han encontrado a Jesús solamente después de haberse alejado del sepulcro, así los discípulos comprenden que, si quieren ver al Señor, deben abandonar Jerusalén, ciudad de muerte «que mata a los profetas y ape­drea a cuantos Dios sigue enviándoles» (Mt 23,37), ciudad donde, según Mateo, Jesús resucitado no se aparecerá nunca.

Por esto los once discípulos suben a Galilea, y a pesar de que Jesús no había especificado el lugar preciso para el encuentro, van «al monte que Jesús les había indicado» (Mt 28,16).

Ni el «monte» (sin nombre), ni tampoco Galilea, indican un punto topográfico, sino teológico. El único monte de Ga­lilea que aparece en el evangelio de Mateo es el lugar donde Jesús anunció con las bienaventuranzas el programa del reino de Dios.

El evangelista quiere hacer comprender que, si se quiere encontrar a Jesús resucitado, es necesario situarse en el ám­bito de las bienaventuranzas y practicarlas (Mt 5,1-10).

Experimentar a Jesús resucitado no es un privilegio con­cedido hace dos mil años a una decena de privilegiados, sino una posibilidad ofrecida a los creyentes de todos los

Sanedrín y sobornos 171

tiempos: la visión de Dios no es un premio reservado para el futuro, sino una constante, cotidiana experiencia en el presente para los «limpios de corazón», las personas lím­pidas y transparentes, proclamadas dichosas porque «verán», experimentarán a Dios de m odo permanente en su exis­tencia (Mt 5,8).

Los discípulos son once, está ausente Judas, el hombre a quien «más le valdría no haber nacido» (Mt 26,24).

El «monte» es el lugar de aquellos que, aceptando las bienaventuranzas, han elegido voluntariamente junto con la pobreza el compartir generosamente cuanto tienen y son. Judas no puede estar entre ellos. Él, «ladrón» (Jn 12,6) es un adorador del dios Mammón, cuyo culto cruento pide conti­nuamente sacrificios humanos.

Por treinta sidos de planta, el precio de un esclavo, Judas ha vendido a Jesús y a sí mismo (Mt 26,14-16; Ex 21,32).

Pero si Jesús, por dinero, ha encontrado la muerte física, Judas, el «hijo de la perdición» (Jn 17,12), por dinero, ha ido al encuentro de la aniquilación definitiva de su persona, en­gullido por la muerte eterna (Mt 19,28; 27,3-10).

SACERDOTES DEL DIOS «MAMMÓN»

Mientras las mujeres van a llevar un anuncio de vida, también los guardias llevan un mensaje, pero de muerte: las mujeres van a los discípulos, que ahora por primera vez Jesús llama sus «hermanos», por cuanto «cumplen la v o ­luntad del Padre» (Mt 12,50); los guardias van a sus ene­migos, aquellos que cumplen los deseos de su padre, el diablo, «homicida desde el principio» (Jn 8,44).

«Los sumos sacerdotes se reunieron con los senadores, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una suma considerable, encargándoles: «Decid que sus discípulos

172 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dor­míais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo calmaremos y os sacaremos de apuros»».

Aquéllos, tomada la considerable suma de dinero, «si­guieron las instrucciones. Por eso corre esta versión entre los judíos hasta el día de hoy».

Los guardias eran romanos al servicio del gobernador. Eran los dom inadores de Palestina: y sin em bargo los con ­quistadores fueron conquistados por la «suma conside­rable».

Dispuestos a traicionar al gobernador, a jurar en falso, los guardias, con tal de embolsarse unas pocas monedas, son en realidad mercenarios prontos a venderse a quien más ofrezca.

El ep isod io de los guardias comprados se narra sola­mente en el evangelio de Mateo, donde el dinero aparece siempre con una luz siniestra y com o instrumento de muerte de parte del rival de Dios, Mammón, el dios-lucro.

Con el dinero los sumos sacerdotes se habían apoderado de Jesús, traicionado y vendido por Judas, y con el dinero ahora intentan impedir el anuncio de la resurrección.

Jesús había dicho que no era «posible servir a Dios y a Mammón».

Si de cara a esta alternativa «los fariseos, que eran amigos del dinero, se burlaban de él» (Le 16,13-14), los sumos sacerdotes habían elegido sin duda a qué dios servir.

Ellos son sacerdotes de Mammón, el dios falso que oprime y comunica muerte.

Quien tiene por dios el dinero no puede ser testigo de la resurrección, sino sólo su negador.

Judas, por dinero, ha traicionado a su maestro, pero los sumos sacerdotes con el dinero han traicionado a Dios.

Los sumos sacerdotes y fariseos esconden la verdad para mantener sus propios privilegios, definen a Jesús «un em ­bustero» y a la resurrección com o «una impostura» (Mt 27,63-

Sanedrín y sobornos 173

64), incurriendo en lo que se define en los evangelios com o -calumnia contra el Espíritu» (Mt 12,31-32).

El sanedrín, que se había reunido ya para dar muerte a Jesús (Mt 26,3-59; 27,1.7.62), lo hace ahora para impedir la noticia de la resurrección.

Y el evangelio de Mateo se cierra con el pretendido con­traste entre «enseñanzas»: mientras las últimas palabras de las autoridades religiosas son las instrucciones dadas a los guardias para ocultar la vida del resucitado, la última ense­ñanza de Jesús a sus discípulos se dirige a comunicar vida indestructible a la humanidad entera: «Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo» (Mt 28,19).

CONCLUSIÓN EL SANTO, EL PAPA Y EL EVANGELIO

Hay dos personajes que, para bien o para mal, han in­fluido ampliamente en la historia del cristianismo.

Uno se había enamorado de la buena noticia traída por Jesús hasta identificarse con ella.

El otro apenas ha sido tratado de refilón.Uno llegó a santo, el otro a papa. El papa fue refractario

al evangelio.Hoy el santo es más actual que nunca y el papa es igno­

rado.De hecho, mientras el humilde Juan, hijo de la señora

Pica y Bernardone de Asís, conocido con el nombre de Francisco, está presente con su estilo de vida y con sus en ­señanzas, ninguno se acuerda del belicoso Lotario, hijo de los condes de Segni, llegado a papa con el nombre de Ino­cencio III.

Los dos vivieron en la misma época y fueron hijos de la mentalidad y de la cultura de aquel tiempo.

Ambos leyeron el mismo evangelio y eligieron seguir a Jesús.

Pero los modos de manifestar este seguimiento son ex ­tremadamente diferentes.

Si todavía hoy se ora y se canta con las palabras de Fran­cisco («Alabado seas mi Señor...-), los escritos de Lotario, por suerte, se han olvidado.

176 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Lotario escribió cuando todavía era cardenal El desprecio del m undo , libro que durante casi seis siglos fue un bestse- 11er y formó, o mejor deformó, la espiritualidad cristiana. Francisco escribió sólo unas pocas, pero incisivas líneas to­davía válidas.

Lotario, confundiendo su tétrico pesimismo con santas inspiraciones, escribió:

«El hombre es concebido de la sangre putrefacta por el ardor de la lujuria, y se puede decir que ya están junto a su cadáver los gusanos funestos. De vivo engendró lombrices y piojos, de muerto engendrará gusanos y moscas; de v ivo ha creado estiércol y vómito, de muerto producirá pudre­dumbre y hedor; de v ivo ha cebado a un solo hombre, de muerto cebará gusanos sin número... Felices aquellos que mueren antes de nacer y que antes de conocer la vida han probado la muerte... mientras vivimos morimos continua­mente y dejaremos de ser muertos cuando acabemos de vivir, porque la vida mortal no es otra cosa que una muerte viviente...» (D e con t. m und i 3,4).

Según Lotario, cuando Jesús resucita a Lázaro llora «no porque Lázaro había muerto, sino más bien porque lo lla­maba de la muerte a la miseria de la vida» (1,25).

Si para Lotario todo es horrible y fuente de llantos, para Francisco todo es bello y fuente de bendición: «Alabado seas mi Señor con todas tus criaturas... Tu eres santo, Señor Dios único, que haces cosas estupendas... Tú eres belleza...» ( Cántico de la Criaturas y Alabanzas de Dios Altísimo').

Frente a los problemas de la época ambos respondieron con soluciones diferentes.

El Papa Inocencio III es el papa más poderoso del me­dievo, aquél que llevará hasta el culmen la concepción de la realeza papal, y el estado de la Iglesia a su máxima extensión.

Es él quien sueña que la iglesia está a punto de derrum­barse, pero ésta será salvada por el hermano Francisco: «Ve, repara mi casa que, com o ves, está toda en ruinas».

Conclusión. El santo, el papa y el evangelio 177

El papa pensó salvar la Iglesia anunciando la cuarta cru­zada contra los sarracenos y convocó incluso un concilio (Lateranense IV ) para definir aproximadamente unos se­tenta modos de hacer la -guerra santa» o bien cóm o matar a los infieles del modo más eficaz (y nunca se mata con tanto gusto com o cuando se asesina en nombre de Dios).

Francisco fue desarmado al sultán y se hizo su amigo.Inocencio, hombre belicoso y violento, dio com ienzo a

la primera forma de Inquisición (la episcopal) y quem ó en la hoguera a cuantos en la Iglesia no estaban de acuerdo con él. Tétrico en vida, su fin fue macabro.

Murió cuando estaba a punto de subir en su caballo con la espada en mano para combatir a los enem igos y su ca­dáver, abandonado de lodos y en avanzado estado de des­composición, fue despojado y robado por los ladrones en la catedral de Perugia.

Francisco, al acercarse la muerte, se hizo desvestir y poner desnudo en tierra y murió cantando un himno de ala­banza, rodeado del amor de sus hermanos.

Un único Señor, un solo evangelio, dos respuestas d ife­rentes, un solo santo.

GLOSARIO

Apócrifo:

A rameo.-

Baal:

Diezmo:

Escriba:

Fariseos:

Gehenna:

Judaismo:

LXX:Mesías:Rabbí:

Escrito considerado como no inspirado y, consi­guientemente, no admitido en el canon o lista de li­bros sagrados.Lengua semítica, muy semejante al hebreo, hablada en Israel en tiempos de Jesús.(Señor). Propietario. Patrono. Marido. A veces indica el nombre de divinidades paganas.Décima parte de los productos de la tierra y de los animales que hay que ofrecer para el mantenimiento del templo.Máxima autoridad judía en el campo legislativo y re­ligioso.Grupo de laicos observantes de las mínimas prescrip­ciones de la Ley, especialmente de los preceptos re­lativos a lo puro y lo impuro.(en hebreo: ge-binnoti, abreviación de ge-ben- bimnon: valle del hijo de Hinnom). Valle al sur de Je- insalén donde se realizaban sacrificios humanos en honor al Dios Moloc; transformado en basurero en tiempos de Jesús.Movimiento religioso originado después de la vuelta del destierro de Babilonia.Traducción griega de la Biblia Hebrea -Ungido» (del Señor). Cristo es la traducción griega. Título honorífico usado en Israel para designar a los estudiosos e intérpretes de la Biblia.

Rabino:Sábado:

Sinagoga.

Talmud:

Yahvé:

180

Guía espiritual-jurídico de la comunidad hebrea.Día de descanso, de absoluta abstención del trabajo y culmen de la semana hebrea. El sábado comienza la tarde del viernes al despuntar la primera estrella y termina la tarde del sábado.(Casa de la asamblea). Lugar de reunión y de oración de la comunidad hebrea.(Estudio). Indica el conjunto de la Misná, más el co­mentario a la misma hecho por los rabinos. Es cono­cido como Talmud de Jerusalén (o palestinense) y Babilonio, según el lugar de formación.Vocalización de YIIWH, tetragrama sagrado del nombre de Dios, cuya exacta pronunciación se des­conoce. En su lugar los hebreos leen Adonai (Señor mío).

Glosario

BIBLIOGRAFÍA

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LISTA DE PERÍCOPAS EVANGÉLICAS COMENTADAS

Visita de los magos y pastores (Mt 2,1-12; Le 2,1-20) ........ 31Donativos al templo. La viuda pobre (Me 12,41-44) .......... 146El principal mandamiento (Me 12,28-34) ........................... 55El enfermo de la piscina (Jn 5,1-18)................................... 119La Samaritana (Jn 4,1-42) ................................................... 47Maldición de la higuera (Me 11,12-25) .............................. 143El hombre rico (Me 10,17-22) ............................................ 103La pecadora y el fariseo (Le 7,36-50) ................................. 63El paralítico (Mt 9,1-8) ....................................................... 71La muerte de Juan Bautista (Mt 14,1-12; Me 6, 17-29) ....... 95La adúltera (Jn 8,1-11)........................................................ 111El funcionario real (Jn 4,46-54) ......................................... 87El leproso (Mt 8,1-4) .......................................................... 39La hemorroísa (Me 5,25-34) ............................................... 79El endemoniado (Le 4,31-37)............................................. 127El discípulo amado (Jn 13,23) ........................................... 25El ciego (Jn 9) .................................................................... 135La madre de los hijos del Zebedeo (Mt 20,17-34) ............. 151La unción en Betania (Me 14,3-9) ...................................... 159La tumba vacía (Mt 28) ...................................................... 167