Malvinas y Literatura

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     ULTIMAS NOTICIAS EDICION IMPRESA   SUPLEMENTOS   TAPAS RO SARIO /12 F IERRO F UT BO L EN VIVO

    El eterno retornoDesde sus comienzos, la idea del retorno atraviesa la literatura argentina:

    ahí está la vuelta de Martín Fierro inaugurando toda una tradición de

    exilios políticos, desde los románticos del ’37 hasta la dictadura del ’76 y el

    regreso en democracia. Invitado a Inglaterra a presentar la traducción de

    su novela Las islas, en el marco del simposio “Narrativas de Malvinas”,

    organizado por el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad

    de Cambridge, Carlos Gamerro escribió y leyó este ensayo en el que

    aborda el tema hasta desembocar no sólo en la guerra, sino en las

    secuelas que Malvinas ha dejado en los ex combatientes y las distintas

    interpretaciones alrededor del deseo de regresar a la islas.

      Por Carlos Gamerro

    El libro Soldados, del poeta y ex combatiente de Malvinas Gustavo Caso

    Rosendi, abre con el siguiente poema:

    Las casas flamean porque partiremos

    Para no volver jamás

    Guillaume Apollinaire:

    Se asoman cada noche

    Uniformados de musgo

    Desde la tierra parturienta

    Miran las luces del muelle

    Y todavía sueñan

    Con regresar algún día

    Oler de nuevo el barrio

    Y correr hacia la puerta

    De la casa más triste

    Y entrar como entran

    Los rayos del sol

    Por la ventana

    En la que ya nadie

    Se detiene a mirar 

    Donde ya nadie

    Espera la alegría

    Este poema habla de algo que todos sus lectores podemos prever y también

    entender: el anhelo de los soldados que están en el frente por volver a casa;

    incluso, como en este caso, cuando se trata de soldados muertos. Pero hay

    algo más difícil de prever y entender, al menos para los que no fuimos a

    ninguna guerra.

    Corría el año 1992. Yo estaba trabajando en mi novela Las Islas y, entre

    otras investigaciones, me había decidido a entrevistar a un grupo de ex

    combatientes de La Plata, entre los que se contaban Gastón Marano,

    Rodolfo Carrizo, Martín Raninqueo y el propio Caso Rosendi, aunque a él no

    llegué a entrevistarlo. Los había elegido a ellos porque tenía los contactos,

    pero también porque sabía que sostenían posturas críticas frente la guerra y

    los militares, estaban vinculados con las Madres de Plaza de Mayo...

    Hablábamos el mismo idioma, pensaba, íbamos a saber entendernos. Una

    tarde de verano, entre cervezas y maníes, me habían contado lo que todos

    sabemos, pero que recién entendemos –o no entendemos, pero percibimos–

    cuando sentimos en el cuerpo, detrás de las conocidas y hasta predecibles

    palabras, la vibración de la vivencia física: el frío en los pozos, el hambre,

    los bombardeos, el miedo en la alta noche, el desamparo, las torturas de los

    DOMINGO, 10 DE JUNIO DE 2012

     

    RADAR LIBROS

    MIS RECORTES: 0  [0%]

     INDICE

    NOTA DE TAPA El eterno retorno Desde sus comienzos, la idea delretorno atraviesa la literaturaargentina: ahí está la vuelta de...Por Carlos Gamerro

    La vuelta al pagoPor Claudio Zeiger 

    Para quererte mucho, BaronPor Fernando Krapp

    Mea culpaPor Martin Kasañetz

    El giro tragicómicoPor Fernando Bogado

    Liberación o dependencia

    Por Carolina Kelly Asia donde vamosPor Martín Pérez

      INGRESAR | REGISTRARSE EDICIONES ANTERIORES BUSQUEDA AVANZADA CORREO

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      Domingo, 10 de junio de 2012  | Hoy

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    superiores –un episodio que ingresó en las dos versiones de Las Islas, la

    novela y la obra teatral, el del estaqueamiento mejorado con la pinza que

    muerde el labio del yacente, me fue revelado ese día–. En un punto en que

    la conversación parecía agotada, en el cual sentí que ya no me serían

    relatadas nuevas atrocidades ni sufrimientos, se me ocurrió hacer una

    pregunta, en un tono canchero, casi cómplice: “Bueno, después de todo lo

    que me contaron, ¿ustedes volverían a las islas?”. Todos a una, sin dudar,

    respondieron: “Sí, claro”. En ese momento tuve una revelación: una

    revelación, si se quiere, de incomprensión, y supe cuál debía ser el centro,

    el núcleo duro de mi novela. Porque yo, Carlos Gamerro, no hubiera sido

    capaz de prever esa respuesta. Tampoco podía entenderla al escucharla de

    boca de ellos: apenas saber que era verdad. Pero mi personaje, Felipe Félix,tendría que entenderlo. Si no, la novela sería un fracaso; él, un ex

    combatiente trucho.

    La literatura argentina escrita hasta ese momento sobre la guerra no me

    ofrecía demasiada ayuda. Quizá por la necesidad de oponerse al registro

    épico de los relatos de la dictadura y de la prensa unánimemente cómplice,

    y al Gran Relato Argentino que los había precedido y les servía de

    fundamento, quizás por gravitación del texto fundacional de la literatura de

    Malvinas, Los pichi-ciegos, de Rodolfo Fogwill, el único registro válido

    parecía ser el de la picaresca, género antiépico por excelencia. La de Fogwill

    es una novela de desertores, de desertores que se organizan para hurtar su

    cuerpo a la guerra con el único e irrenunciable objetivo de sobrevivir el

    mayor tiempo posible. La deserción es el sueño o la fantasía de todo

    soldado, sobre todo del que no ha elegido ir a la guerra, pero también del

    voluntario arrepentido: aunque la mayoría nunca lo intente, la mera

    posibilidad de imaginarla ayuda a soportar el día a día de la guerra. Una de

    las más celebradas novelas sobre la guerra de Vietnam, Persiguiendo a

    Cacciato, de Tim O’Brien (él mismo un veterano de esa guerra), es toda ella

    la realización de una fantasía de deserción: el soldado Cacciato se harta de

    la guerra y decide irse caminando a París. El viaje puede parecer imposible,

    pero es al menos pensable: para comprobarlo basta mirar el mapamundi.

    Los combatientes de Malvinas ni siquiera tenían el consuelo de estas

    fantasías: estaban rodeados por agua, y por la flota inglesa, aislados en el

    sentido etimológico del término. Pero muchos de ellos podían convertirse en

    Cacciato mientras dormían: Fabián, uno de los entrevistados del libro Los

    chicos de la guerra, de Daniel Kon, cuenta el siguiente sueño: “Me acuerdo

    de que una vez me había dormido muy profundamente y había empezado a

    soñar. Era un sueño hermoso: yo volvía de las Malvinas y llegaba hasta

    acá, hasta este barrio, caminando; venía por la vereda de mi casa, y justoen el momento en que estaba por entrar, justito en el instante en que iba a

    abrir la puerta, alguien me sacudió para despertarme. ¿Qué hacés pelotudo?

    Me cortaste el sueño, le dije. ¿Qué dijiste?, me preguntó enojado el que me

    había despertado. Recién entonces lo reconocí: era el capitán”. Un

    personaje del cuento de Rodrigo Fresán, “La soberanía nacional”, quiere que

    los ingleses lo tomen prisionero para ir a Londres y conocer a Los Rolling

    Stones; el del cuento de Juan Forn “Memorándum Almazán” es un impostor 

    que se hace pasar por ex combatiente. El sueño del regreso está ausente de

    esas ficciones, es más, es incompatible con ellas: el desertor sólo quiere

    volver a casa; la línea de fuga del pícaro se orienta siempre hacia el futuro.

    El tópico del regreso a Malvinas aparece primariamente como forma de

    negar o redimir la derrota. Volver, en el sentido más literal, es volver a

    invadir las islas, esta vez para ganar la guerra. Oscar Poltronieri, único

    soldado conscripto condecorado con la Cruz de Valor en Combate, declara

    en Partes de guerra, de Speranza y Cittadini: “Si yo tuviera que ir a Malvinas

    a pelear de vuelta, iría. La mayoría de los veteranos iría. Porque ya tenemos

    experiencia y los que están acá no saben nada. Porque cuando nosotros

    recién fuimos no sabíamos lo que era una guerra, pero ahora sabemos cómo

    es y cómo es el terreno y todo. Entonces preferimos ir nosotros antes de

    que vayan otros pibes que no saben lo que es una guerra. Nosotros ya

    sabemos todo, lo malo y lo bueno. Y con todo, nosotros volveríamos”.

    Es en esta visión del regreso donde oficiales y soldados forman un bloque

    único: todo se subordina al fin de ganar la guerra perdida. Este sueño del

    regreso épico tiene un enemigo más implacable que cualquier ejército

    imperialista: el tiempo. Hoy, a los 50, mañana a los 60, los conscriptos que

    sueñan con volver a la guerra se parecen cada vez más a esos personajes

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    de Conrad que sueñan con

    redimirse de una flaqueza que los

    perdió, o a ese Pedro Damián de

    Borges, que le pide a Dios que

    vuelva el tiempo atrás para morir 

    como un valiente en la batalla en

    que supo que era cobarde. La

    muerte de Mohammed Alí

    Seineldín probablemente marcó el

    cierre simbólico de esta

    alternativa. No hay que perder de

    vista, de todos modos, que elobjetivo de recuperar las islas es

    importante para muchos

    combatientes. Así lo explica Juan

    Carlos, en Los chicos de la guerra,

    entrevistado a los pocos días del

    fin del conflicto: “Si las Malvinas,

    no digo por medios bélicos sino

    diplomáticos, llegan a recuperarse, pienso que nosotros nos vamos a sentir 

    satisfechos, vamos a sentir que no todo fue en vano. Pero si no las

    recuperamos, si lo que nosotros hicimos sirvió para que los ingleses

    reafirmaran sus pretensiones sobre las islas, yo, al menos, me voy a sentir 

    muy mal. Voy a pensar que por culpa de nosotros, que fuimos a las

    Malvinas, las perdimos definitivamente”. El regreso puede, también, tomar la

    forma de una expiación de la derrota, y cobra la forma de una peregrinación

    a Malvinas. Si las islas no vuelven a nosotros, nosotros volvemos a las

    islas.

    La nostalgia del regreso, de todo regreso, como sabemos, se construye con

    el tiempo. A los pocos días de volver de la guerra, Fabián E., de Los chicos

    de la guerra, responde de manera poco entusiasta a la pregunta: ¿Volverías

    a visitar Malvinas alguna vez?: “Sí, si se pudiera me gustaría ir por un ratito,

    nada más. ¿Sabés qué iría a ver? Si todavía existe el agujero en el que

    estuve enterrado vivo toda una noche”.

    Pero las islas y la experiencia de la guerra se magnifican en la memoria y la

    necesidad de volver a ellas se va haciendo cada vez más fuerte. Edgardo

    Esteban, el primer ex combatiente en cumplir ese sueño, lo cuenta así en su

    “Malvinas, diario del regreso”, apéndice a su conocido Iluminados por el

    fuego: “Siempre sentí la necesidad de volver a las islas. Quizá porque creíque si no pisaba Malvinas nuevamente, nunca llegaría al final de ese camino

    que empezó el 2 de abril de 1982. Necesitaba ganarles a la guerra, a mi

    propia guerra, esa que deambulaba por mi mente y no me dejaba estar en

    paz, esa que constantemente me acechaba, con sus fantasmas y sus

    muertos. Jamás perdí la ilusión de volver, esa esperanza de regresar y

    visitar las tumbas, mis lugares, esos que me marcaron a fuego cuando tenía

    tan sólo diecinueve años y que no olvidaré por el resto de mi vida [...] Los

    recuerdos de la guerra están en mi cuerpo, son marcas que nunca se

    borrarán. Necesitaba cerrar viejas heridas, cicatrizarlas y dejarlas por 

    siempre en las islas”. Llama la atención esta secuencia: cerrar las heridas,

    cicatrizarlas y dejarlas en las islas. La metáfora, como siempre, dice más de

    lo que el hablante pretende: dice, en este caso, la imposibilidad de su

    ilusión.

    Los países-isla, como Australia, Cuba o –en otro tiempo– el Reino Unido

    pueden abrigar la ilusión de que su forma está determinada por Dios o la

    naturaleza. La mayoría de las naciones no tienen esa suerte: su forma es

    contingente, el resultado temporario de una serie de maniobras militares y

    políticas. Pero la idea de la integridad de territorio nacional cobra fuerza

    emotiva a partir de la metáfora de la patria como cuerpo y la identificación

    de un mapa ideal de la patria con éste. En un texto fundacional de nuestros

    reclamos por las islas, el padre literario de la patria, José Hernández, define

    así la usurpación inglesa: “Es como si se nos arrebatara un pedazo de

    nuestra carne”. La metáfora de la patria mutilada o castrada aparece con

    fuerza simbólica (tanta que uno duda si se trata de un relato verídico o

    apócrifo) también en Los chicos de la guerra, donde se presenta “la historia

    de H. que, también por congelamiento, sufrió la amputación de sus

    testículos. Actualmente viaja tres veces por semana desde su casa en el

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    La traducción fue publicada por la Editorial And Other Stories con el título The Islands en traducción de Ian

    Barnett.

    sur del Gran Buenos Aires hasta el consultorio de una psicóloga de la

    Capital Federal. H. tiene totalmente negado el hecho de su castración, no

    quiere hablar del tema. Sólo sigue repitiendo, orgulloso, que él estuvo en la

    guerra de las Malvinas”. Si la pérdida se vive como mutilación, el regreso

    restaurará sin duda los miembros y la potencia perdidos.

    Otra metáfora, vinculada con la anterior, es la de la patria como familia. La

    incorporación de las islas al territorio nacional está concebida como un

    regreso familiar: las islas descarriadas vuelven a casa. “Ay, hermanita

    perdida, hermanita, vuelve a casa” es el estribillo del poema de Atahualpa

    Yupanqui (1971) musicalizado por Ariel Ramírez y convertido, junto con el

    himno de Malvinas, en una de las canciones patrióticas de la guerra.Numerosos testimonios de ex combatientes invocan a sus familias al hablar 

    de la guerra. La familia es a la vez lo opuesto de la guerra, aquello que se

    añora, a lo que se anhela volver, y también la continuación de la guerra: por 

    su familias los soldados aceptan ir a las islas, por sus familias no se

    atreven a desertar, por sus familias pelean, por sus familias sienten

    vergüenza de volver vencidos a la casita de su viejos. La familia a la vez

    protege y envía a la muerte. “Por eso tenía que volver, debía volver,

    necesitaba volver, por mí, por mi familia, por mi madre”, escribe Edgardo

    Esteban. “Gracias por tener tu apellido, gracias por ser católico, argentino e

    hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser 

    como soy, que es el fruto de este hogar donde vos sos el pilar. Un fuerte

    abrazo. Dios y patria o muerte”, le escribe el teniente Roberto Estévez en

    una muy citada “carta al padre”, desde las Malvinas. Padre y patria,

    potestad y soberanía pueden ser términos intercambiables, como señala

    Julieta Vitullo en el capítulo titulado “En el nombre del padre” de su Islas

    imaginadas. Allí señala cómo la metáfora de la paternidad es arma de doble

    filo: las islas están unidas a la patria como un hijo a su padre, pero la

    incertidumbre inherente a la paternidad (a diferencia de la certeza de la

    maternidad) también puede albergar las dudas sobre nuestros derechos

    tantas veces proclamados como indudables, incuestionables e inobjetables

    sobre las islas. Así, el soldado que pelea prueba, a la vez, que es hijo de su

    padre y que las Malvinas son argentinas.

    La literatura y la historia

    argentinas están hechas de idas

    y vueltas. La Ida y la Vuelta del

    desertor Martín Fierro, la ida y la

    vuelta de los inmigrantes y sus

    descendientes, las de los exiliospolíticos en los siglos XIX y XX.

    En este aspecto al menos, el

    tango “Volver”, de Gardel y Le

    Pera es, casi, una canción

    patria. En el siglo XX, los

    perdidos objetos del deseo

    fueron dos pares: Juan y Eva

    Perón, Soledad y Gran Malvina.

    En su Montoneros o la ballena

    blanca, Federico Lorenz lo

    resume en la frase “es un país

    que ama encolumnarse en el

    reclamo de ausencias: nos

    quitaron las Malvinas, Perón

    estuvo en el exilio”. Las

    Malvinas –recurro a las palabras

    de Borges en “El tango” tienen “el sabor de lo perdido / de lo perdido y lo

    recuperado”. Deberíamos agregar, para ser mas precisos, de lo perdido, lo

    recuperado y lo vuelto a perder. La muerte inaceptable de Eva Perón

    también engendra el mito de un regreso a la vez imprescindible e imposible,

    resumido en la frase “Volveré y seré millones” que míticamente se le

    atribuye, aunque no consta en ninguno de sus discursos (también se le

    atribuye a Tupac Amaru, pero la única atribución comprobable es a un

    lugarteniente de Espartaco, en la novela de Howard Fast del mismo título).

    Estas conexiones entre el tópico del regreso en la historia del peronismo y

    en la de Malvinas permiten comprender, en parte, la sorprendente afirmación

    del dirigente peronista Alberto Brito Lima, en ocasión de su boicot a la

    filmación de escenas del film Evita en Buenos Aires: “Los argentinos

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    amamos las Malvinas. Eva Perón es la corporización de Malvinas. Yo

    defiendo a la Eva como si fueran las islas Malvinas”. En 1963, algunos

    integrantes de Tacuara habían puesto en marcha el operativo Edmundo

    Rivero (clave que ocultaba el nombre del mítico gaucho Rivero, supuesto

    defensor de las islas contra la ocupación inglesa), que consistía en comprar 

    un avión y un barco y retomar las islas y luego llevarlo a Perón a ellas desde

    el exilio, para que desde esa porción de suelo doblemente recuperado (por 

    argentino y por peronista) comandara el regreso del peronismo al poder. No

    sé si Perón alguna vez supo de este plan ni qué opinión le habrá merecido.

    En su novela, Lorenz conjuga estos dos anhelos en uno: el de los

    sobrevivientes de una célula montonera por retomar las Malvinas en plenadictadura para “quitarle al enemigo un símbolo”. Estos Montoneros han sido

    doblemente derrotados: por la dictadura por supuesto, pero también por el

    regreso de Perón –uno de ellos reproduce llorando, a bordo del submarino

    alemán que los acercará a las islas, el discurso del 1º de mayo de 1974 en

    que Perón rompe con la Juventud Peronista (discurso en el cual, simbólica y

    a la vez pragmáticamente, Perón separa a los bastardos de los hijos

    legítimos). En ese sentido es significativo que la empresa de volver a

    Malvinas la lleve a cabo el grupo de los Montoneros más viejos, que venían

    de la resistencia o de organizaciones anteriores como las FAR y las FAP,

    “los oxidados”, como se llaman a sí mismos, que se diferencian de los

    pendejos fierreros del engorde del ‘73, que pensaban “que Montoneros había

    salido de la nada, sin ninguna lucha peronista del pueblo detrás, ni

    resistencia [...] lo único que sabían de Perón es que los había traicionado”.

    La lección de la novela de Lorenz es clara: a las islas sólo volverán los

    verdaderos peronistas. O, dicho de otra manera: volver a las islas es volver 

    a ser peronistas.

    ¿Se puede volver a un lugar en el que nunca se estuvo? Es la oración que

    abre otro libro de Lorenz, Fantasmas de Malvinas, y que orienta esta crónica

    de su primer viaje a Malvinas: “Mientras vamos rumbo a Puerto Stanley en

    la camioneta que nos traslada, me pregunto si de verdad es la primera vez

    que me encuentro con estos cerros. ¿Por qué brotan sus nombres de mi

    boca: Harriet, Two Sisters, Sappper Hill? [...] como en un flashback, aun

    quien viaje por primera vez a las Malvinas estará volviendo. Acaso,

    conjeturo mientras reviso mis notas, escucho mis cintas, veo mis fotos,

    nunca nos hayamos ido del todo de allí”. Este texto de Lorenz se hace eco

    de un cambio decisivo que tiene lugar en nuestra relación con las Malvinas a

    partir de la guerra. Hasta el 2 de abril de 1982, las islas Malvinas eran el

    territorio privilegiado de la imaginación, el símbolo nacional, el significantevacío de la nacionalidad. La experiencia de las islas no iba, en la mayoría de

    los casos, más allá del reconocimiento de su silueta: y en esa silueta, que

    en mi novela Las Islas alguien compara con un Rorschach, cada uno veía lo

    que quería. Después de la guerra, las islas pasan a ser parte de la memoria

    viva de más de 10.000 argentinos, y a través de la amplificación mediática,

    cinematográfica y literaria de éstas, de nuestra memoria colectiva.

    En su Anábasis, Jenofonte narró la expedición de diez mil mercenarios

    griegos hacia el interior de Asia Menor y, tras la muerte del rey persa que los

    comandaba, su ordenada retirada hacia el mar, que constituye la Katábasis.

    Etimológicamente, anábasis es un viaje tierra adentro y katábasis, desde el

    interior hacia la costa. El título de la obra sugiere que lo fundamental es la

    expedición hacia Mesopotamia, pero lo que se ha vuelto famoso es el

    avistaje del mar, el grito de “¡Thalassa, thalassa!” que para los griegos

    significa que ya están en casa. En poco se parecen la ordenada marcha de

    los diez mil griegos a la caótica desbandada y prisión de los diez mil

    argentinos; quizás en nada más que en la coincidencia del número (mítico

    más que empírico, en nuestro caso) de los diez mil. Pero en términos más

    generales estos dos movimientos pueden tomarse como variaciones sobre

    el tema de la ida y la vuelta. En ese sentido ampliado, toda guerra implica

    una ida y una vuelta que luego se vuelven incesantes, un movimiento

    pendular entre anábasis y katábasis. Porque con el regreso a casa, el viaje

    recién comienza: el soldado volverá en sus recuerdos, en sus relatos, en

    sus pesadillas, a lo que creía dejado atrás para siempre. A diferencia de

    otros recuerdos, el de la guerra, lejos de desdibujarse con el tiempo, se

    vuelve más vivo y candente.

    “Juan Carlos”, uno de los soldados entrevistados por Daniel Kon para Los

  • 8/18/2019 Malvinas y Literatura

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    4/4/2016 Página/12 :: libros

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    chicos de la guerra (todas las entrevistas se realizaron entre el 23 de junio

    de 1982, es decir, a una semana del regreso, y agosto del mismo año)

    apunta: “Fijate qué curioso, allá siempre soñaba con mi familia y, ahora,

    quince días después de volver, empiezo a soñar con la guerra”. Otro de

    ellos, Fabián E., comenta perplejo: “Quiero hablar de algo que pasa acá, en

    Buenos Aires, y digo allá. O sigo diciendo el continente, como decíamos en

    Malvinas”. Ha sido habitual comparar y aun homologar la situación de los ex

    combatientes con la de las víctimas del terrorismo de Estado; estos

    testimonios también permiten la comparación (no la homologación) con la de

    los exiliados de la dictadura. Como el exiliado, el ex combatiente puede

    terminar por no saber cuál es su patria verdadera; como el exiliado, debe

    regresar para descubrirlo. Exiliados en su patria, en su barrio, en su casa,así se sienten muchos de los soldados que vuelven. En el frente de batalla,

    el soldado sueña con volver a casa; en su hogar, sueña con volver a la

    batalla, o al menos a los lugares donde esta transcurrió.

    La Guerra de Secesión fue la primera guerra moderna; Ambrose Bierce, que

    combatió en ella, el primer escritor en romper claramente con la tradición

    épica y narrar la guerra como sucesión de horrores donde no hay lugar para

    los héroes. Su texto autobiográfico “Lo que vi de Shiloh” es un interminable y

    por momentos insoportable catálogo de horrores, por lo que el lector se

    sorprende bastante al llegar a un párrafo final como éste:

    “Oh los días cuando el mundo entero era extraño y hermoso; cuando

    desconocidas constelaciones brillaban en las medianoches del sur y el

    sinsonte derramaba su corazón en la magnolia tocada de luz de luna;

    cuando había algo nuevo bajo un sol nuevo; ¿no dejarán sus hermosos y

    lejanos recuerdos de superponer sus cuadros contrastantes a los rasgos

    más ásperos de este mundo posterior, acentuando la fealdad de la vida más

    mansa y más larga? ¿No es extraño que los fantasmas de una época

    manchada de sangre tengan una gracia tan etérea, nos miren con ojos tan

    tiernos, que yo deba hacer un esfuerzo para recordar el peligro y la muerte y

    los horrores de aquella época, y sin esfuerzo acuda a mí todo lo que era

    lleno de gracia y pintoresco? ¡Ah, juventud, no hay hechicera como tú!

    Dame así sea un toque de tu mano de artista sobre la opaca tela del

    presente; toca con tu oro las sombrías y desabridas escenas del hoy, y con

    gusto entregaré esta vida, tan distinta a la que debí haber tirado en Shiloh”.

     A Ambrose Bierce le fue concedido s u deseo, o s e lo concedió él mismo: en

    1914, a la edad de 72 años, se internó en los laberintos de la Revolución

    Mexicana y nunca más se supo de él. En su carta de despedida había

    escrito lo siguiente: “Adiós. Si escuchan que me estamparon contra unapared mejicana y me ardieron a balazos, por favor comprendan que lo

    considero una muy buena manera de dejar esta vida. Mejor que la vejez, la

    enfermedad o caerme por las escaleras. Ser un gringo en Méjico –¡ah, eso

    es eutanasia!”.

    El libro Soldados, de Gustavo Caso Rosendi, cierra con este poema:

    Nosotros que escuchamos sobre

    Las cabezas el relincho del mortero

    Que leímos el porvenir en las tripas

    De los nuestros

    Nosotros que olimos las letrinas del espíritu

    Que tocamos el temblor de la piedra

    Como un corazón desesperado

    Nosotros que lamimos el meado vientre

    De la tierra que persistimos pese a todo

    Y a nosotros

    Somos los que aun permanecemos

    En cuclillas los que todavía tenemos

    Las pupilas como estrellas candentes

    Los que a veces nos seguimos

     Arrastrando por la noche

    Los que todavía soñamos

    Con regresar algún día.

     

    http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/libros/10-4695-2012-06-10.html

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