Manifiesto por Madrid

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Omnia sunt communia!

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11ªª eeddiicciióónn:: 2000 ejemplaresMayo de 2009TTííttuulloo::Manifiesto por Madrid. Crítica y crisis del modelo metropolitanoAAuuttoorrííaa::Observatorio metropolitanoMMaaqquueettaacciióónn yy ddiisseeññoo ddee ccuubbiieerrttaa::Taller de diseño Traficantes de Sueñ[email protected]óónn::Traficantes de SueñosC/. Embajadores 3528012 Madrid. Tlf: 915320928e-mail:[email protected]://traficantes.netIImmpprreessiióónn::Queimada Gráficas.C\. Salitre, 15 28012, Madridtlf: 915305211IISSBBNN:: 8844-9966445533-4400-11DDeeppóóssiittoo lleeggaall::

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' 2009, del texto, Observatorio metropolitano.' 2009, de la edici n, Traficantes de Sueæos.

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L I C E N C I A C R E A T I V E C O M M O N SAtribuci n-Compartir igual 3 Espaæa

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Manifiesto por MadridCrítica y crisis del modelo metropolitano

Observatorio metropolitano

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Índice

I. Madrid, ciudad global __________________________________________ 11

La nueva centralidad de Madrid _________________________________________ 13Un paisaje social cada vez más polarizado ________________________________ 16Financiarización y segregación urbana ___________________________________ 23

II. La nueva intelligentsia política. Madrid como laboratorio de la gobernanza metropolitana ______ 29

La renovación ideológica y la construcción de una política mediática combativa __________________________________________________ 32La promoción de movimientos sociales agresivamente conservadores ________ 33Hacia la creación de una sociedad civil desde arriba _______________________ 34

III. Servicios ¿públicos?, más bien nichos de mercado _________ 37

El negocio de la salud _________________________________________________ 38Al borde de la crisis de la educación _____________________________________ 43La «gestión» del extranjero _____________________________________________ 47

IV. El territorio metropolitano: auge y caída del ciclo inmobiliario ______________________________ 53

Diez años de business inmobiliario ______________________________________ 53La crisis del urbanismo metropolitano ____________________________________ 59La ciudad sostenible ___________________________________________________ 61

V. La crisis que viene ____________________________________________ 67

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Este Manifiesto se ha escrito con un solo propósito: denun-ciar la destrucción de la bases elementales que hacen posi-ble la vida en común en una ciudad como Madrid. El espec-tacular crecimiento económico de la región durante la últimadécada ha venido de la mano de una constante dilatación delas desigualdades sociales y del expolio y privatización de loque propiamente podríamos llamar nuestros bienes comu-nes: la sanidad, la educación, los espacios públicos, el terri-torio, el medio ambiente, el agua... El nuevo contexto de cri-sis manifiesta, de la forma más aguda, que el «modeloMadrid» de crecimiento sólo es posible a costa del bienestarde la mayoría y de la igualdad de todos.

Este Manifiesto pretende contribuir así, aunque seamínimamente, a convertir la crisis en una posibilidad parapensar y devolver a la ciudad una nueva oportunidad. Elacicate para una apuesta por la innovación de base y enpro de instituciones que sirvan de soporte para el desa-rrollo de una democracia urbana de nuevo cuño.

En este texto se ha prescindido de notas, referencias y docu-mentación accesoria. A fin de ampliar la información o profundi-zar en algún aspecto se recomienda la visita de la web: www.observatoriometropolitano.org y la consulta del libro ObservatorioMetropolitano, Madrid ¿La suma de todos? Globalización, territo-rio, desigualdad, Madrid, Traficantes de Sueños, 2007 (http://traficantes.net/index.php/trafis/editorial/ catalogo/utiles/madrid_la_suma_de_todos_globalizacion_territorio_desigualdad).

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En donde se cuenta el ascenso de Madrid a la excelsa cate-goría de «ciudad global» y se cuestiona el precio que se hapagado por este «progreso»

El enorme cartel publicitario de un bebé durmiendo plá-cidamente nos devuelve la imagen de Madrid como «Unbuen lugar donde nacer. Donde vivir»; en el que, graciasa nuestros impuestos, disponemos de «los mejoresServicios Públicos de Europa». Una ciudad que «avanzamás», «comprometida» con su propio progreso, con «elmejor metro del mundo». Una ciudad prometedora: pri-mero «capital olímpica 2012», y ahora «ciudad aspirante2016». Anuncios y neones que nos devuelven una imagende orgullo cívico en una ciudad que siempre ha sido másbien anónima y «cutre», residiendo allí precisamente algode su encanto.

A pesar de su carácter panfletario, esta propagandadeja entrever algo de verdad sobre la evolución recientede la ciudad. En sólo una década, Madrid ha crecido enmás de un millón de habitantes, una poderosa dinamoeconómica ha permitido generar otro millón largo deempleos y sus límites geográficos se han extendido másallá de los márgenes de la comunidad autónoma, inva-diendo las zonas limítrofes de las provincias fronterizas.Tanto en términos demográficos como económicos,Madrid es la tercera metrópolis europea; su escalada de

I. Madrid, ciudad global

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posiciones en el ranking de las regiones del continente hasido impresionante y hoy se sitúa ya entre las 20 primeras (deun total de 240) en renta per cápita. Es, además, la sededel cuarto mercado bursátil de la Unión, el cuarto aero-puerto por volumen de pasajeros y el segundo centro ferialdel mundo, sólo detrás de Londres. En el marco estatal,Madrid ha dejado completamente atrás a sus posiblescompetidoras, superando en crecimiento a Cataluña, PaísVasco, Valencia o Andalucía. En pocas palabras: los gran-des hits macroeconómicos, el desarrollo de sectores estraté-gicos y la concentración de grandes empresas parecen sersiempre prerrogativas de este viejo «poblachón manchego».

Pero, ¿a qué debemos este éxito? ¿Sobre qué modelode ciudad se ha cimentado? Las respuestas apuntan endirección casi contraria a la de los rótulos luminosos. Elespectacular crecimiento de Madrid, la considerable crea-ción de empleo, la nueva proyección global de la ciudad...son a los ojos de nuestra queridísima clase política laexpresión viva del éxito de un modelo social abierto. Unmodelo que genera riqueza, crea empleo y se desperdigaen una lluvia de oportunidades sociales, incluso para unapoblación extranjera que en 2010 se acercará al millón, yque por mor de esta bonanza económica, radicalmentedemocrática, se han convertido en los «nuevos madrile-ños». Las recetas de este éxito (reza la cantinela) han sidouna economía abierta a las ventajas de un mundo globaly una «impecable» gestión económica. En definitiva unliberalismo responsable que ha hecho de Madrid la«nueva frontera», donde cada cual conseguirá medrar ymejorar sus condiciones de vida.

Más allá de que la evolución reciente de la ciudad seexplique, tal y como luego se verá, por factores muchomás complejos que los que se pueda atribuir la clase polí-tica madrileña, la pregunta y la sospecha es si este mode-lo de «éxito» no se ha producido (no se está produciendo)a costa de un expolio generalizado. Expolio de aquello quetodavía podríamos llamar, con una vieja palabra, «locomún»: los bienes sociales elementales. Bienes como lacapacidad de decidir colectivamente sobre el futuro y elmodelo social y económico; bienes comunes como un

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mínimo de renta para todos a partir de un reparto equitativode los recursos (especialmente frente a una situación deconcentración abusiva de la riqueza en un sector socialminoritario); bienes comunes como unos servicios públicosque si bien pueden ser mejorables (a partir sobre todo de sudemocratización) son ahora pasto de la privatización y de latransformación en nichos de negocio subvencionado; bienescomo la posibilidad de disponer de un medio ambiente sano,o cuando menos no venenoso; bienes como la vivienda, lasalud, la educación, cada vez más imposibles, en términosde calidad, para una parte mayor de la población. En estesentido, hablar de crisis en Madrid, una crisis que segura-mente amenazará su fulgurante trayectoria, es hablar de cri-sis antes de la crisis; es hablar de las contradictorias conse-cuencias de un determinado «modelo social y urbano». Ala luz de este prisma, la crisis, declarada ya como tal por ladepresión de las variables económicas, es sólo la últimalínea de tendencia que afilará los rasgos más agresivos delmodelo por medio de la aceleración de las máquinas dedesigualdad y de la liquidación de los pocos bienes colecti-vos que aún resten. Todo ello a costa de pasar por la tritura-dora, literalmente, a los sectores más desfavorecidos.

Pero vayamos por partes.

La nueva centralidad de Madrid

O de cómo Madrid se ha convertido en un gran centro finan-ciero y empresarial global, paraíso de una poderosa oligar-quía, con la inestimable colaboración de las institucionespúblicas y sus audaces medidas de redistribución a favor delos de arriba…

Ciertamente Madrid no tiene un diseño. No tiene un dise-ño porque su pauta de desarrollo no obedece a un planconfeccionado por astutos e inteligentes políticos. Y no

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tiene un diseño porque no puede ser imitada nada másque por un puñado de ciudades con unas característicasy coyunturas similares, ninguna de ellas por cierto enEspaña. Madrid sin embargo tiene un patrón que le ase-meja a otras grandes ciudades del mundo, es lo que sellama una ciudad global.

Las ciudades globales, grandes beneficiadas de la glo-balización, han construido su fortuna sobre una concen-tración de ciertos sectores estratégicos en las complejassecuencias de la producción transnacional. Se trata, prin-cipalmente, de sedes y oficinas centrales de grandesempresas que operan a escala multirregional —y que pue-den acumular una riqueza mayor que la de un país detamaño mediano—, y de grandes mercados financieros enlos que se negocian ingentes cantidades de dinero(¿podríamos decir de todos?) en forma de acciones, bonosy derivados financieros. También se trata de todas lasinfraestructuras que permiten y facilitan este movimientoglobal de información, órdenes, dinero y personas, comolos aeropuertos internacionales, los recintos feriales, lasplataformas logísticas, los hoteles de cuatro y cinco estre-llas, etc.

En todos estos sectores Madrid es ya una referencia.De hecho, si hace tan sólo veinte años hablar de multina-cionales españolas podía parecer un chiste —cuandoEspaña ingresó en la Comunidad Europea se podía ver elrótulo de «se vende» por todas partes—, hoy son ya 30 lasempresas de origen español que se encuentran entre las2.000 mayores del planeta, y algunas de ellas están entrelas diez primeras de su sector. La privatización de losgrandes monopolios energéticos y de telecomunicacionesdurante la década de los noventa nos ha hecho testigosdel nacimiento de gigantes como Telefónica, Endesa,Repsol, Cepsa o Unión Fenosa que, además, han conser-vado su posición de privilegio en los mercados locales. Deotra parte, la especialización en el sector inmobiliario y lavocación «constructora» de España —empeñada en tenermás kilómetros de autovías que cualquier otro Estadoeuropeo— ha elevado a alturas colosales a un puñado deconstructoras, al tiempo que la liberalización bancaria y el

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favoritismo público se ha traducido en el nacimiento dedos grandes tiburones financieros: el Banco Santander yel BBVA.

Por supuesto, esta spanish legion, como la bautizabarecientemente The Economist, siempre amparada por elparaguas del Estado y apoyada por la transferencia directa oindirecta de dinero público, sólo ha podido adquirir dimen-siones planetarias con la compra de otras grandes empresaspúblicas privatizadas; primero en América Latina, reinven-tando así una relación neocolonial que se había perdido enel primer tercio del siglo XIX, y más tarde en Europa, EstadosUnidos e incluso en Asia Oriental.

Madrid, capital del Estado, ha sido la gran beneficia-da de esta globalización ventajosa: convertida en sede dela mayoría de estos nuevos gigantes globales (23 de las30 primeras empresas españolas tienen su sede en estaciudad, que es ya la octava del mundo en número de cuar-teles generales de grandes empresas) y en nuevo centrode operaciones de los flujos financieros y decisionalesmundiales, brilla como una estrella emergente en el fir-mamento global, al lado de otras grandes urbes europeascomo París, Londres o Milán.

En este tablero de la «libre competencia» que supues-tamente acompaña a la globalización, parece que la «manoinvisible del mercado» ha decidido premiar así a los mono-polios y oligopolios naturales, sostenidos y alimentados porlas transferencias de dinero público, que no a las pequeñasempresas eficientes y dinámicas que decidieron optimizarsus recursos y apostar por la inversión productiva y la inno-vación tecnológica. Lejos pues de las retóricas neoliberales,la suerte de Madrid ha tenido que ver principalmente conla posición ventajosa del país, protegido por el euro de lasfluctuaciones monetarias, y con una política de privatiza-ciones y de promoción pública de determinados sectoreseconómicos como el de la construcción.

A escala exclusivamente regional, el resultado de estatransformación ha sido el nacimiento de una nueva oligar-quía urbana «llamada» a convertir su cuna de nacimiento en

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el palacio de exposiciones de su poder recién adquirido.Así lo manifiestan los nuevos rascacielos y espacios repre-sentativos que han proliferado en los últimos años en losgrandes ejes simbólicos de la ciudad. Una oligarquía quetampoco renuncia a utilizar la ciudad como su propio busi-ness (¿por qué no?), elevando el espacio urbano a un puestorelevante dentro de sus carteras de activos. Aquí, otra vez, elapoyo en los poderes públicos ha sido inestimable, ¿cómo noapoyar, incentivar, a nuestros forzados campeones internacio-nales? ¿Cómo no convertir la ciudad en un gran monopolyplagado de ambiciosas obras públicas, aunque sean de dudo-sa utilidad socioeconómica (M-30, M-45, radiales, todasellas en beneficio de grandes constructoras y entidades finan-cieras) y billonarias operaciones de recalificación de suelo enfavor de un puñado de agentes corporativos (Torres del RealMadrid, Valdebebas, Operación Chamartín)?

El «interés» corporativo por Madrid ha transformado laciudad, de este modo, en una máquina de crecimiento, per-fecta y minuciosamente articulada, o en otras palabras, en uninmenso terreno abonado para el beneficio privado a costadel suelo, los recursos y los servicios colectivos. Un caladerotan rico en especies y aprovechamientos que, tal y comoluego se verá, el agotamiento relativo de las plusvalías inmo-biliarias podrá ser compensado, gracias al inestimable apoyode una administración «liberal», por una nueva ola de priva-tizaciones en sectores por los que no podremos dejar depagar: servicios urbanos, servicios sociales y sanidad.

Un paisaje social cada vez más polarizado

Donde se explica que la nueva ciudad global ha generadouna gran desigualdad social y se nos hace saber que «el tra-bajador» ya no es, mayoritariamente, un señor español conmono de trabajo, sino una mujer latinoamericana o africanaque trabaja como camarera o asistenta o, lo que es máscomún, hoy como camarera, mañana como asistenta y pasa-do mañana en nada.

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En los años ochenta, con los barrios devastados por laheroína y las fábricas vaciadas por la crisis, ¿quién habríasoñado que Madrid podría llegar a ser una capital mun-dial? ¡Qué incontables beneficios se podrían derivar deesta nueva centralidad económica!

Lejos, sin embargo, de la imagen de la tierra de lasoportunidades y de la movilidad social a la que tópica-mente se recurre cuando se habla de un éxito urbano ins-pirado en políticas neoliberales, el espectro social deMadrid muestra una persistente tendencia tanto a produ-cir nuevas desigualdades, como a reducir a una parte con-siderable de la población a nichos de empleo deprimidose infrapagados, de los que es suficiente tener oídos parasaber lo difícil que es escapar de ellos.

Esta tendencia parece inscrita en la actual estructuraproductiva madrileña: así, si mientras en un extremo segenera una enorme masa laboral precarizada y pagada deforma miserable, en el otro se muestra la cara triunfantede la globalización. Una nueva nación de directores deempresas y profesionales de alta cualificación, de ejecu-tivos, economistas, abogados, publicistas, comunicado-res, etc... que cada día cabalga en coches de gran cilin-drada desde sus apartamentos y chalets en los suburbioshacia los centros financieros y empresariales. Es lo que enotra parte denominamos global class, un estrato socialque vive en ese territorio, a un tiempo tan abstracto y tanconcreto, que es el planeta Tierra. Se trata de un seg-mento de super-asalariados con remuneraciones de60.000 a 80.000 euros anuales como mínimo, alcanzan-do en ocasiones cifras 20 o incluso 100 veces mayores, yque en la estructura laboral de la ciudad no representanmás del 15 % de la población activa. Su retribución y sucategoría viene determinada por su función: organizar,chequear, adaptar y engrasar el aparato decisional de lasgrandes empresas. En este grupo se debieran incluir,naturalmente, los miembros de los consejos de direcciónde grandes empresas así como todos los altos cuadros delas mismas. Sin embargo, la global class comprendetambién a un gran número de técnicos y especialistas alos que las firmas recurren para tareas de asesoramiento

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—consultorías financieras, legales, técnicas o sociales—o para actividades como la publicidad o los desarrollosinformáticos. Es lo que en la jerga especializada se cono-ce como «servicios avanzados a la producción» y que, adía de hoy, supone el principal nicho de empleo cualifi-cado de la región madrileña.

Por contra, en el otro polo de la cadena productiva, laglobalización muestra su reverso oscuro. Del millón largode empleos creados en la última década, cerca de800.000 se han generado en sectores que no se caracte-rizan precisamente por sus altos salarios y sus buenascondiciones laborales. Se trata aquí de actividades comola construcción o la logística (que inevitablemente acom-paña la confirmación de Madrid como uno de los grandescentros de consumo planetario) pero sobre todo de unconjunto de sectores subsidiario de la expansión de estasnuevas corporations globales. Un ejército, esta vez sí, delimpiadoras, guardias de seguridad, recepcionistas,empleados de hoteles, camareros, cocineras, azafatas decongresos, guías turísticos, sirvientas e internas y un lar-guísimo etcétera de profesiones de «futuro», que a diariomantienen perfectamente engrasada la maquinaria delMadrid global. Un nuevo proletariado de servicios queparece reproducir a escala mastodóntica la estructura delas economías domésticas de las ciudades aristocráticasde otros siglos: una clase encargada fundamentalmentede «servir» a los nuevos patricios.

Este crecimiento bicefálico del empleo es el rasgo mássobresaliente de la profunda dualización social de Madrid.Cada vez es más patente la frontera que separa a aquéllosque trabajan en el sector central de las corporaciones glo-bales de quienes se ocupan del mantenimiento de estasfirmas y de los servicios de reproducción de los verdade-ramente beneficiados por la globalización. La disparidaden cuestión de renta y poder adquisitivo no puede ser másevidente. Madrid es la comunidad autónoma que presen-ta una mayor diferencia entre las rentas más altas y másbajas de su población asalariada: mientras que la nuevaclase global puede medir sus ingresos en centenares demiles de euros anuales, más de un millón de trabajadores

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de la región no alcanza los 15.000 euros brutos anuales.Más de un millón de personas con empleos precarios, quetrabajan especialmente en la hostelería, los servicios per-sonales, la limpieza y el empleo doméstico, o como peo-nes en la construcción y la industria. Más de un millón depersonas que se ven en apuros para acceder a derechoselementales como la vivienda en una ciudad en la que lahipoteca media cuesta anualmente la mitad de ese sala-rio (7.100 euros), y que serán progresivamente margina-das de unos servicios públicos (equipamientos, sanidad,educación, servicios sociales) progresivamente privatizadosy/o degradados.

Pero, y entre medias ¿qué queda? ¿Qué ha sido de lacélebre clase media que supuestamente sería la granbeneficiada de la nueva riqueza madrileña y que repeti-damente se nos dice es el objeto del mimo público y polí-tico? Sin duda en ésta deberíamos incluir un importantecontingente de cuadros medios (vendedores, profesiona-les de carrera, mandos intermedios) que si por un lado, ysiempre entre sueños truncados, se imponen como mode-lo de ascenso social la pertenencia a esa nueva globalclass, no es en realidad más que carne de cañón delestrés laboral y de una carrera constantemente amenaza-da por la precariedad. También a esta clase media perte-nece el viejo funcionariado, aquél que se suponía se ali-mentaba del gigantismo administrativo de Madrid (si bienhace ya mucho tiempo dejó de ser tal), y que parece con-servar lo que ya nadie tiene en estos «tiempos»: la segu-ridad de la renta a través del empleo de por vida. No obs-tante, todo parece apuntar a que aquí no estamos más queante un resto arqueológico que por motivos de estabilidadpolítica se mantiene como realidad para unos pocos. Losfuncionarios instalados en la decadencia de unos númerosmenguantes, recortados por las jubilaciones, la externaliza-ción de buena parte de los servicios públicos, sustituidos porcontratados laborales precarizados, en claro retroceso sala-rial frente al segmento de los superasalariados, son más bienun trapo que neoliberales y políticos agitan de cuandoen cuando, ya sea como refugio en la selva de la incerti-dumbre laboral, ya como diana de las iras sociales contra susupuesto privilegio y su proverbial ineficacia burocrática.

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En resumen, ni cuadros medios ni funcionarios puedenconstituir esa supuesta mayoría social que compondría elcentro y la brújula metropolitana. En tanto segmentosamenazados, poco más podremos esperar de ellos quepequeñas escaramuzas de resistencia o, si se quiere, sali-das corporativas en defensa de lo poco que les queda.Ésta y no otra es la auténtica clase media: un residuo polí-ticamente impotente que apenas se mantiene a flote enun océano en transformación.

Hay, además, otro importante elemento de esta nuevaestructura social de la «ciudad de las oportunidades» queno se puede dejar pasar por alto. Los efectivos que hannutrido las filas del proletariado de los servicios poco tie-nen que ver con la imagen tradicional del obrero indus-trial, heredero de una memoria de luchas, mayoritaria-mente varón y con los papeles en regla (con todos losderechos que ello implica). Hoy, en Madrid, de los cercade tres millones de empleados de la región metropolitana,más de 500.000 son extranjeros y 1,3 millones son muje-res. Sobra decir que la fragilidad del empleo y la renta setransmite de forma vertical sobre estos sectores. Los dis-positivos de explotación aprovechan la minorización deestos grupos relegando a mujeres e inmigrantes a losnichos de empleo peor remunerados y más precarizados.El resultado se puede resumir en una simple relaciónestadística: en Madrid un varón con nacionalidad españo-la cobra de media el doble, exactamente el doble, que unamujer sin la «condición nacional».

Frente a este crecimiento constante de la brechasocial entre favorecidos y desfavorecidos por la «globali-zación» se repite incesantemente que «primero se creariqueza y luego se reparte», que finalmente la «ciudadabierta» y el libre mercado acabarán por derramar oportu-nidades para todos. Pero, ¿cuánto hay de verdad en todoesto? ¿Por arte de qué transfiguración veremos a las lim-piadoras que sacan brillo a diario a las sedes empresaria-les convertirse en empleadas cualificadas, o siquiera entrabajadoras con sueldos y horarios que permitan vivir? Laformación no parece ser la respuesta. Sabemos que lasobre-cualificación es moneda corriente en buena parte

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de los trabajadores mal pagados. Sabemos incluso que lapoblación inmigrante, que realiza buena parte de estostrabajos, tiene en muchas ocasiones un nivel de estudiossuperior al de sus coetáneos españoles.

No, Madrid seguirá creando empleos de mierda para almenos la mitad de su población. Visto así, la reduccióndel nivel educativo que muestran las recientes encuestasy el recorte de los presupuestos de educación que pro-pugna Esperanza Aguirre son quizás medidas congruente.No hay ni habrá buenos trabajos para todos. Hay quienestendrán que limpiar los retretes de las grandes empresas.Quienes tendrán que cuidar a los hijos de la nueva globalclass aún a costa de los suyos. Y quienes tendrán quehacer las camas de los ejecutivos «en tránsito» para man-tener el liderazgo de Madrid como capital del «turismo denegocios». Y lo tendrán que hacer por salarios mensualesinferiores a 1.000 o incluso a 800 euros. Para garantizareste resultado «óptimo», ahí están las reformas del mer-cado de trabajo que en las últimas tres décadas se hantraducido en recortes en la duración de los subsidiosde desempleo, abaratamiento del despido y regulaciónde una amplia batería de contratos temporales y atípi-cos (por obra, en prácticas, etc.), para desembocar en laasimilación de la contratación indefinida a un empleo singarantías. A los «nuevos madrileños» les corresponde laley de extranjería, que asegura que cualquier despiste oindisciplina se traduzca en la retirada del permiso de resi-dencia y trabajo.

La crisis abre, pues, otro interrogante: por bajos quehayan sido los salarios y deplorables las condiciones labo-rales, lo cierto es que hasta ahora la máquina de creci-miento metropolitana ha repartido con generosidad dece-nas, centenares de miles de puestos de trabajo. ¿Pero quepasará, como todo parece apuntar, cuando esto deje desuceder? Efectivamente, si la tendencia a la caída gene-ral de la tasa de empleo se mantiene (y desde el tercer tri-mestre de 2007 la tasa de empleo viene cayendo a buenritmo), la famosa «máquina de crear crecimiento yempleo» se convertirá en otra ilusión más de la recientedécada de prosperidad.

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Desde luego, no cabe esperar que las transferencias delgasto social vayan a mitigar la pésima situación de los tra-bajadores: España sigue a la cola de la Unión Europea delos quince en gasto social, por más que su economía hayaestado creciendo a un ritmo superior que la de estos paí-ses. Y qué decir del sistema fiscal (no olvidemos que laComunidad de Madrid ha sido pionera en proponer la eli-minación del impuesto de patrimonio y de sucesiones),que no sólo no ha querido adaptarse a las innovacionesfinancieras y gravar los productos de ahorro de los másricos, sino que tampoco ha hecho ningún esfuerzo porperseguir el fraude de altos vuelos, como denuncian unay otra vez las asociaciones de inspectores de hacienda. Dehecho, se puede decir que la estructura de recaudaciónhace ya tiempo que perdió hasta el último atisbo de pro-gresividad; descansa cada vez más en los impuestosindirectos (que gravan por igual a ricos y pobres) y enlos salarios de los trabajadores de nivel medio, mientrasse muestra absolutamente generosa con los beneficiosempresariales, los dividendos de acciones, los fondos deinversión y demás prerrogativas de los más ricos.

Por lo que se puede ver, por tanto, la «solución políti-ca» a la crisis no va a pasar por ninguna forma de redis-tribución o reparto. Antes al contrario, los primeros pasosde la administración anuncian una nueva batería de medi-das que refuerzan la precarización y feminización de losempleos peor remunerados. Además de lanzar un paque-te de subvenciones directas a las empresas y de pedirpara ellas todo tipo de reducciones de impuestos, cotiza-ciones a la seguridad social y costes del despido, laComunidad de Madrid ha puesto en marcha, a través dela Cámara de Comercio de Madrid, una serie de programasde «formación» y «ayuda» al empleo específicos para lossectores del comercio minorista y la hostelería; se tratasencillamente de refuerzos encubiertos a este proceso dereproducción de la precariedad y las desigualdades sala-riales. Así, al menos en el sector de los servicios no cua-lificados, antes que a una escasez global de empleo esta-mos asistiendo a un proceso de recorte de costes laboralesmediante la contratación de trabajo femenino inmigrante.Un proceso que viene favorecido por la extrema precariedad

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de las formas de contratación de los inmigrantes y lasenormes diferencias salariales existentes entre españolesy extranjeros, por un lado, y hombres y mujeres, por otro.

No es de sorprender, por tanto, la excelente acogidaque tuvo en el ejecutivo madrileño la propuesta de lapatronal local (CEIM) de favorecer «un estudio en profun-didad sobre la posibilidad de desarrollar agencias privadasde colocación» y mejorar la eficacia del Servicio Regionalde Empleo. Estos dispositivos orientados a acabar con loque en la jerga de los economistas liberales se llama«paro friccional», que se supone resulta del desconoci-miento de las espléndidas oportunidades laborales queestán a la vuelta de la esquina, serán los encargados dedinamizar una nueva ola de ataques al trabajo.

La creciente fractura social, en cualquier caso, no selimita simplemente al empleo. La dislocación social tam-bién se está dejando sentir en la geografía metropolitana,imprimiendo una poderosa huella en los procesos de loca-lización de las «nuevas especies sociales» y, por supues-to, en las formas de relación social, en los hábitos de con-sumo y de uso del espacio público.

Financiarización y segregación urbana

De cómo se han dispuesto los medios para que una mayoríahaya querido y podido convertirse en propietaria de vivien-das y acciones, algunos —los más— compensando la esca-sez salarial y otros —los menos— multiplicando milagrosa-mente sus salarios millonarios. Y de cómo esta crecientediferenciación social se va reflejando en el paisaje físicourbano.

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Otro importante factor ha contribuido a afianzar estaestructura social dualizada: se trata de la financiarizaciónde las economías domésticas, es decir, del proceso por elcual una parte cada vez mayor de la renta de los hogaresdepende de sus activos y su patrimonio financiero —acciones, bonos, fondos de inversión y de pensiones, asícomo también propiedades inmobiliarias. Por ende, laconsecuencia natural de la financiarización es que el sala-rio ya no es la principal fuente de la renta de las perso-nas, así como tampoco el principal factor determinante desu posición social.

La escalada de los precios de la vivienda en la últimadécada (que aumentaron hasta tres veces en el caso deMadrid) y la fiebre de las finanzas populares han permiti-do a muchos particulares convertirse en pequeños inver-sores. Los beneficios sociales de la constitución de estanueva «sociedad de propietarios» parecían infinitos: unasensación de riqueza casi generalizada, altos niveles deconsumo, la producción mágica de un dinero que parecíamultiplicarse casi por si solo bajo la forma de bienesinmobiliarios. La paradoja del experimento de este capi-talismo popular es que se ha apoyado de forma casi exclu-siva en aquellos bienes que resultan prácticamenteimprescindibles para la reproducción de la vida. No resul-ta así nada sorprendente que el producto financiero másatrayente para los madrileños hayan sido los fondos depensiones (¡justo cuando se amenaza con la crisis del sis-tema público!) y que la mayor parte de su riqueza pro-venga de la vivienda. Como de costumbre, en los momen-tos de plena efervescencia económica pocos ponían derelieve profundas debilidades del modelo como, por ejem-plo, el que una parte de la población se haya visto cadavez más alejada de la posibilidad de acceder a una vivien-da o que el endeudamiento de las familias se haya dispa-rado a niveles alarmantes, que ponen en peligro la propiacontinuidad del ciclo.

No obstante, la conversión de la vivienda en un biende inversión, más que de uso, ha tenido como resultadouna nueva ampliación de la segregación espacial. Como eslógico, el peso creciente de la vivienda en el patrimonio de

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las familias ha dirigido buena parte de las energías de lospropietarios a «defender» el valor de sus bienes, lo que seconsigue promoviendo la homogeneidad en el propiobarrio y evitando la promiscuidad étnica, racial y de claseasociada precisamente a lo urbano. En este sentido, lafinanciarización ha tendido a fomentar no sólo la segrega-ción, sino también un ideal de vida antiurbano. Las ren-tas medias y altas han proseguido su «vuelo» hacia al arcosuburbano del norte y del oeste, instaurando como están-dar de vida la vivienda unifamiliar de dos o tres alturas enurbanizaciones a menudo bunquerizadas, conectadas, y almismo tiempo separadas, de los centros urbanos por víasmotorizadas de gran capacidad.

Pero la penetración de la suburbanización en la geo-grafía madrileña ha ido mucho más allá de las familiascon posibles; ha alcanzado también a los hogares de ren-tas medias y medias-bajas, que aspiran a la «tranquili-dad» del chalé y del jardín privado. Así, también en el sury en el este del área metropolitana se han producido nue-vos ensanches «privados», destinados a quienes han podi-do escapar de los barrios del viejo cinturón obrero e indus-trial de la región. Una huida que paradójicamente ha sidofinanciada por los recién llegados, los inmigrantes, quecon la compra o el alquiler de las viejas viviendas obrerashan permitido a sus antiguos dueños costearse sus sueñosde felicidad privada.

El reciente boom inmobiliario ha contribuido, de igualmanera, a ampliar la diferencia de renta entre el norte yel sur de la región metropolitana. Los grandes municipiosdel sur (Parla, Fuenlabrada, Getafe o Móstoles) son ahoracomparativamente mucho más pobres que las grandes aglo-meraciones suburbanas del arco norte y oeste (Pozuelo,Majadahonda o Torrelodones). Esta segregación se ha vistoademás reforzada por la localización de servicios socialesprivados (clínicas, universidades…), complejos de ocioexclusivos (como los clubs de golf) y centros financieros ycorporativos (véanse las ciudades-empresa del Santandery Telefónica, o el complejo de las Cuatro Torres) en elnorte y oeste de la región. Mientras, los polígonos indus-triales, los centros logísticos y todas las instalaciones de

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desecho (incineradoras, depuradoras, escombreras…) sehan situado invariablemente en el sur y el este de lametrópolis.

Naturalmente, este mapa de ricos y pobres dibuja tam-bién las áreas de mayor tensión en el futuro próximo. Ahoraque la máquina de empleo y el ciclo inmobiliario comienzana flaquear, el viejo cinturón industrial, base de los movi-mientos vecinales de los años setenta y área de castigo de lagran crisis de los ochenta, vuelve a ser la zona potencial-mente más sensible a la crisis social. Con una poblaciónnativa envejecida, y que en muchos casos se siente atrapa-da, y una población joven autóctona y de origen inmigrantecon empleos precarios y sin expectativas ni vías de ascensosocial, estas zonas están desarrollándose como la «nuevaperiferia social metropolitana», escenario más que probablede los nuevos conflictos sociales por venir.

Por otro lado, en la medida en que la prosperidadmadrileña ha dependido del consumo financiado por elendeudamiento de las familias y el valor de sus patrimo-nios inmobiliarios, el hecho de que la crisis se esté mani-festando en primer lugar en la caída de los precios de lavivienda y en la destrucción de empleo está haciendo queuna cantidad considerable de hogares no pueda hacerfrente a sus deudas y entre literalmente en bancarrota. Elespejismo del efecto riqueza impulsado por las revaloriza-ciones del boom inmobiliario puede así tornarse en un«efecto pobreza» de consecuencias urbanas inciertas. Desdeluego, sin políticas sociales que compensen esta tendencia,la crisis revertirá en una ciudad más cruel y más segregada,en la que la pobreza será criminalizada y convertida enchivo expiatorio de las desgracias privadas.

En este paisaje social revolucionado, en el que se acu-san las tendencias a la polarización y la segregación y enel que la propiedad se ha convertido en criterio de distin-ción y de posición social, las formas de gobierno no pare-cen haberse quedado atrás. Si Madrid se ha transformadode forma radical, su clase política ha sabido estar a laaltura, ensayando formas de gobierno y medios de gestiónadecuados a las circunstancias: esto es, capaces de ser

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tanto funcionales a los nuevos grupos socioeconómicosdominantes, como de imponer una nueva hegemonía que,de momento al menos, se ha traducido en un amplio con-senso social.

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Donde se nos presenta a Gallardón (ese líder moderno, inclu-yente y dinámico que ha logrado desarticular las resistenciasque de otro modo habrían generado los favores que presta alas élites) y a la gran Esperanza Aguirre y Gil de Biedma (quecon modos y maneras más agresivos ha sido igualmentecomplaciente con los de arriba, armando todo un aparatoideológico a su medida).

Reformas radicales, administraciones decididamente agresi-vas y una vinculación precisa de los ordenes de gobierno alos intereses de la nueva oligarquía. Este conjunto de fenó-menos difícilmente se podría entender y calibrar sin atendera las transformaciones de la clase política madrileña. Desdeque en 1995 Alberto Ruiz-Gallardón rompiese el monopoliopolítico de los socialistas en la Comunidad de Madrid yrefundase en 2003 la derecha caciquil de Álvarez delManzano en el Ayuntamiento, la derecha madrileña ha sufri-do muchos cambios, al mismo tiempo que lograba unaincuestionable hegemonía política.

Y si aquí se habla de la «derecha» como el centro dela clase política madrileña, no es simplemente por sucapacidad para mantener a la vez la alcaldía de la capitaly el gobierno de la comunidad, sino porque la miseria dela oposición institucional ha hecho que el espectro políti-co de Madrid se haya estrechado considerablemente.

II. La nueva intelligentsia política.Madrid como laboratorio de la gobernanza metropolitana

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Una situación que ha sido provocada por el monumentaldespiste de los socialistas madrileños, carentes de discursospolíticos alternativos una vez ocupado su nicho ideológicopor Gallardón, y todavía hundidos por el Tamayazo, lacorrupción, las luchas internas y el fiasco de la candidaturade Miguel Sebastián. De este modo, el PSOE madrileño,subordinado en la práctica a los mismos intereses que lasadministraciones del PP, ha contemplado impasible la cons-trucción de una fuerza política hegemónica frente a la queno ha sido capaz de proponer nada que tuviera el más míni-mo sentido para las mayorías despojadas o perjudicadaspor el nuevo modelo social. Ni que decir tiene queIzquierda Unida apenas ha sabido hacer nada mejor.

Pero, ¿qué rasgos han hecho posible esta situación? Enprimer lugar, se debería reconocer la importancia de la figu-ra del nuevo alcalde. Con la llegada al gobierno del munci-pio de Madrid, tras su paso por la presidencia de laComunidad, Gallardón (rebautizado el alcalde-faraón) y suséquito de asesores de imagen impulsaron una operación deimagen política sólo equiparable a la que acompañó, veinteaños antes, a Tierno Galván. Todas las iniciativas políticashan ido así acompañadas de grandes campañas de marke-ting, al tiempo que el propio alcalde se proponía como unaparadójica figura «carismática» capaz de mediar entre losdistintos intereses colectivos que concurren en la ciudad.Con un discurso público, aparentemente «ciudadanista» yabierto, el nuevo gobierno municipal ha tratado así de esta-blecer alianzas incluso con sectores de la sociedad civil tra-dicionalmente adscritos a las viejas formaciones de izquier-das, como eran algunas ONGs o la Federación deAsociaciones de Vecinos. Los planes especiales para los dis-tritos más desfavorecidos, los proyectos de remodelación dela almendra central, la reconstrucción de un tejido culturaly de espectáculos en el centro de la capital o las candidatu-ras olímpicas de 2012 y 2016 han sido plenamente con-gruentes con esta idea de ciudad moderna, creativa, abierta.

Frente a esta imagen, los movimientos de protesta, salvoen algunas cuestiones relativa a la remodelación de la M-30,la deuda contraída por el Ayuntamiento o las protestas contralos parquímetros, no han ido, de momento, más allá de

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ámbitos concretos bien localizados. De hecho, cabe decirque éste ha sido el mayor logro de un alcalde que hapuesto el municipio a los pies del sector de la construc-ción y del empresariado multinacional, sin despertar porello una oposición suficiente. La imagen amable de estaadministración ha servido, de este modo, de dulce cober-tura para la nueva ciudad global convertida en máquinade crecimiento al servicio de los intereses de la oligarquíainmobiliaria y financiera.

De todas formas, Gallardón parece haber sido la puer-ta de entrada a esta revolución de las élites capaz deconstruir nuevas hegemonías. El primer experimento sí,pero quizás sólo eso. Las innovaciones más radicales, res-ponden a la iniciativa de la «lideresa», Esperanza Aguirre,presidenta de la Comunidad desde 2003.

Cuando Aguirre accedió en 2003 a la candidatura dela Comunidad de Madrid por el Partido Popular muy pocagente podía imaginar la fulgurante carrera que tenía pordelante. Famosa hasta la fecha por sus espantosos ridícu-los ante las cámaras (como la célebre referencia al PremioNobel «Sara Mago»), Aguirre no ha parado de escalarposiciones frente a Gallardón, a quien derrotó en su pugnapor controlar los mandos del Partido Popular madrileño en2004 y en su disputa en la renovación del Partido a nivelnacional en 2008.

Lo que podríamos llamar, en cualquier caso, «gober-nanza esperanzista» no ha consistido sólo en ofrecer unaimagen agradable y en concertar reuniones con todos losagentes reconocibles de la ciudad, según la «dulce»forma del estilo Gallardón. Mucho más agresiva y radical,la novedad del nuevo experimento aguirrista consiste enintentar producir directamente «sociedad civil» un cuerposocial movilizado capaz de responder como un solo agen-te a las nuevas reformas económicas y sociales. Para elloha sido preciso componer una vasta operación de ingenie-ría social que, aunque un tanto caótica e improvisada, se hamostrado completamente funcional al modelo neolibe-ral y pro-oligárquico del gran laboratorio madrileño.Sus principales piezas habrían sido las siguientes:

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La renovación ideológica y la construcción deuna política mediática combativa

En un primer plano se sitúa la profunda renovación de losmedia y los think tanks conservadores. Por un lado, laFAES (Fundación para el Estudio y Análisis Sociales), elórgano que se diseñó para el retiro de Aznar después desu último mandato y que, tras la inesperada derrota en laselecciones de 2004, adquirió un papel protagónico en laformulación de propuestas políticas y en la demarcaciónde la nueva ideología de carácter liberal-conservador. Perotambién y de forma aún más destacada, Libertad Digital,creada en el año 2000 con Federico Jimenez Losantos ala cabeza. El objetivo: generar un discurso para la derechay desde la derecha que ganase en frescura y populismo,apoyado en un nuevo estilo mediático más cercano al agit-prop de la vieja extrema-izquierda (de la que por ciertoprovienen la mayoría de sus principales colaboradores)que al tradicional discurso conservador. De este modo,Libertad Digital ha suprimido muchos de los complejosmorales que ciertos sectores liberales tenían con respectoa temas como la guerra de Irak, el mundo árabe o la inmi-gración. Para ello ha confeccionado sofisticadísimas cam-pañas de contaminación y saturación mediática como laque promovió la sospecha acerca de la versión oficial del11-M y su relación con ETA.

En definitiva, con mezclas de tendencias neocon ylibertarians al estilo de Estados Unidos, Libertad Digitalha allanado el camino para la nueva revolución ideológi-ca, que en palabras de su presidente Alberto Recarte, sepodría resumir así: «El poder sea de derechas, centro oizquierda corrompe y por eso hay que desconfiar de él».Sobre estos principios, la nueva administración no hatenido sin embargo remilgos para convertir al ente públi-co, Telemadrid, en una prolongación de este nuevo clús-ter mediático, al tiempo que ha lanzado un segundo canalautonómico, La Otra, y ha dado licencia a nueva colecciónde canales de televisión digital de marcado carácter neo-liberal o neoconservador.

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La promoción de movimientos sociales agresiva-mente conservadores

Es en este ámbito, quizás, donde la apuesta ha sidomás arriesgada y en donde los resultados pueden sermás amplios y duraderos en las próximas décadas. Apartir de los experimentos —todavía anclados a los ima-ginarios tradicionales de la derecha hispana— protago-nizados en 2004 y 2005 por la Asociación de Víctimasdel Terrorismo y el Foro por la Familia, y a partir tam-bién de ciertos indicios de que existía un campo pro-metedor para la innovación en los discursos y en losmedios de movilización social (véase el movimientoPeones Negros, que puso en jaque la versión oficial del11-M), la nueva élite política y mediática se ha apro-piado, siempre de forma invertida, de las temáticasclásicas de los movimientos sociales: multiculturalis-mo, ecología, solidaridad internacional, intervenciónsocial. Baste señalar, en este sentido, la reciente cam-paña contra el Mayo del ‘68, o la oleada de ataquescontra todos los iconos «progres», al más puro estiloSarkozy. O estas declaraciones del joven esperanzistaPablo Casado, líder de las juventudes del PP: «Los jóve-nes idolatramos a mártires como Miguel Ángel Blanco,no a asesinos como el Che».

El anhelo de una regeneración ideológica, de unnuevo idealismo de derechas, se ha manifestado tam-bién en el ataque, con graves consecuencias sociales,al Estado del Bienestar, acusado de promover unapoblación vaga y dependiente de las ayudas estatales.Esta producción de movimientos sociales es, portanto, sólo una parte, importante por supuesto, delgran experimento de producción de una sociedad civildesde arriba.

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Hacia la creación de una sociedad civil desde arriba

En esta estrategia ha sido necesario, la articulación deuna pieza institucional clave: el control de las políticaspúblicas en materia social. Una estrategia que EsperanzaAguirre ha impuesto más allá de la Comunidad, alcanzan-do, a golpe de cañonazo, al municipio de Madrid, tal ycomo se puede comprobar con el nombramiento de res-ponsables de su confianza, como por ejemplo ConcepciónDancausa, concejala de Asuntos Sociales e Inmigraciónen el Ayuntamiento de Madrid y «cerebro» del nuevomodelo social madrileño.

El control de los presupuestos y del gobierno permite,en efecto, poner en práctica una flamante colección de dis-positivos capaces de ensayar modelos sociales de gestiónalternativos, a partir del apoyo, subvención y promoción deun nuevo tejido de ONGs, asociaciones, fundaciones y uni-versidades privadas vinculadas al ideario conservador.

Por ejemplo, en materia de inmigración, y comoveremos luego con más detalle, las medidas han idodirigidas en un doble sentido. En primer lugar, se hatratado de eliminar la mayoría de los instrumentospúblicos de asistencia y acogida de inmigrantes,cerrando gran parte de los Centros de AtenciónSociolaboral a Inmigrantes (CASI) y cancelando otrosmuchos dispositivos recogidos en los planes de inmi-gración municipales (Plan Madrid Convive de 2004) yregionales (Plan de Integración 2006). Al mismo tiem-po se han creado los Centros de Integración yParticipación (CEPI), con una atención dirigida pornacionalidades y más enfocados a cuestiones cultural-folklóricas que a prestar una ayuda real en materiascruciales como la vivienda o el trabajo. Esta forma degestión ha reforzado las fronteras que determinan lainclusión o exclusión de los migrantes, así como la con-sideración de los sin papeles como un desecho no reco-nocido, susceptible de una rápida expulsión.

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En un segundo momento, esta política se ha propuesto latransformación del sector de la intervención social, exter-nalizado desde hace años, en un auténtico tejido social alservicio de las estructuras políticas. El resultado ha sidola creación de una red asociativa y social integrada porentidades como la Universidad Católica Francisco deVitoria, (cuya Fundación Altius gestiona muchos de estosCEPIs) y una multitud de asociaciones que funcionancomo campo de experimentación de las nuevas políticassociales. Se trata de una innovadora modalidad de gobier-no que no pasa por crear dispositivos abiertamente racis-tas, sino mecanismos multiculturales capaces de generaruna perfecta segmentación de la sociedad con el objetivode diferenciar, separar y comprender los procesos socialesdesde una óptica de gestión y control de las poblaciones«de riesgo», al tiempo que ofrecen herramientas de movi-lización productiva adecuadas para una metrópolis cadavez más mestiza.

En conjunto, y aunque sólo se pueden mencionar deforma somera, la revolución de las prácticas y discursosde mando que caracterizan el experimento del modeloMadrid parece tener como propósito no sólo lograr ungobierno «cómodo y flexible», adaptado a las nuevas fun-ciones de la posición global de la ciudad, sino tambiénproducir una sociedad plenamente adaptada a eso que losneoliberales llaman «mercado». Es decir, una realidadsocial convertida en campo abonado para los dispositivosde explotación del nuevo bloque oligárquico.

Donde se da cuenta del saqueo de los servicios públicosmadrileños —a través de la privatización descarada o encu-

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bierta y del deterioro del servicio—, para engrosar el ya pin-güe botín de la oligarquía empresarial.

Territorio privilegiado de este revolución desde arriba,literalmente de este experimento de construcción de unasociedad nueva, perfectamente adecuada a las necesi-dades de la nueva oligarquía corporativa, lo han consti-tuido sin duda los servicios públicos. A medida, efecti-vamente, que la máquina de explotación madrileña haido agotando los caladeros del crédito, el capital trans-nacional y el negocio inmobiliario, se han abierto nuevosnichos de mercado que, invariablemente, han redunda-do en un expolio de los recursos comunes. De otro lado,la transferencia de competencias a las comunidadesautónomas ha puesto en manos de la administraciónmadrileña buena parte de los activos y servicios queotrora componían las principales partidas del Estado delBienestar: sanidad, educación y servicios sociales.Enormes partidas presupuestarias que pueden servirtanto para beneficiar a determinados agentes como parareforzar las nuevas divisiones que están abriendo encanal a la sociedad madrileña.

El negocio de la salud

III. Servicios ¿públicos?, más bien nichos de mercado

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Empezando por la ya afamada operación de acoso y derriboa la sufrida sanidad pública madrileña, que resiste a duraspenas los embates…

El principal capítulo de este experimento, el de mayorrelevancia mediática, y en el que se han producido las pri-meras batallas, ha sido la sanidad pública, que experi-menta una época de radical transformación desde queEsperanza Aguirre tomara posesión de su cargo en 2003.La primera legislatura se inició con la promesa de cons-truir ocho nuevos hospitales, una medida razonable envista de la saturación de los viejos hospitales de la capi-tal y del sur de la Comunidad. Los nuevos centros ibandestinados a la segunda o tercera corona metropolitana,en zonas de deficientes dotaciones sanitarias y condemandas antiguas en este sentido.

Tras esta propuesta, se ocultaba no obstante una sucu-lenta operación política y mediática. La mayoría de loshospitales se inauguraron poco antes de las eleccionesautonómicas de 2007. Las proclamas que hablaban deuno de los «mejores modelos sanitarios del mundo», en elque los hospitales públicos ya nada tendrían que envidiara las mejores clínicas privadas, ocultaban, sin embargo, elprimer episodio de privatización de la sanidad pública.

Un episodio particularmente escabroso, que habíatenido su prolegómeno unos años antes con la operaciónde descrédito de la sanidad pública en el conocido «CasoLeganés». La espectacular acusación a un jefe de servi-cio, el doctor Montes, de autorizar 300 sedaciones irre-gulares con resultado de muerte. Con esta campaña dederribo, además de dañar la imagen de la sanidad públi-ca apuntando a un hospital de referencia (pocos mesesdespués de iniciado el expediente el número de leganen-ses con seguro privado se había duplicado), la acusacióncumplió el objetivo de «advertir» al estamento profesionalde «con quién debían de habérselas de aquí en adelante»,

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tomando como cabeza de turco a un grupo de profesiona-les prestigiosos y claramente contrarios a la administra-ción. De poco sirvió que tres años después la justicia dierala razón a los acusados.

En cualquier caso, los nuevos hospitales se realizaronmediante un sistema de gestión público-privada emuladodel Reino Unido y conocido por sus siglas en inglés: PFI(Private Financial Iniciative). El propósito era dar entradaa la financiación privada tanto para la construcción delhospital como para su gestión y mantenimiento. Estemodelo lo habían hecho posible dos reformas legislativasaprobadas en el primer año de legislatura de José MaríaAznar con el voto favorable del PSOE (el Real Decreto Ley10/1996 y la Ley 15/1997) y que concedían nuevos pri-vilegios al sector privado en la gestión sanitaria, siempreen aras de una supuesta flexibilización y autonomía defuncionamiento de la sanidad. A través de la incorpora-ción de inversión privada y de modelos de gestión abierta-mente empresariales, se pretendía adecuar el sector a la rea-lidad económica imperante y reducir su impacto en las arcaspúblicas. Ya antes se habían dado pasos importantes con laexternalización de servicios básicos no sanitarios (limpieza,comida, transporte de ambulancias, seguridad, etc.).

El modo de funcionamiento y gestión de los hospitalesPFI consiste en ceder a una o varias empresas la cons-trucción, mantenimiento y contratación o subcontrataciónde determinados servicios sean sanitarios (como puedanser los laboratorios) o no (como la gestión administrativa,que incluye el manejo de las historias clínicas de lospacientes). Sin embargo, el modelo de gestión PFI puedeser la antesala de un sistema completamente privado(desde la titularidad hasta la contratación de personalsanitario), que ya se está experimentando en el nuevo hos-pital de Valdemoro, y que se quiere implantar en otroscuatro nuevos hospitales (Carabanchel, Villalba, Móstolesy Torrejón) así como en buena parte de la AtenciónPrimaria (réplica del modelo Fundación Jiménez Díaz/CapioSanidad).

Desde luego, la conclusión obvia de la aplicación de las

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nuevas fórmulas de gestión es que las decisiones serántomadas con criterios empresariales antes que sociales.Aunque el gerente del hospital sea nombrado por laConsejería de Sanidad, es sin embargo la empresa conce-sionaria o propietaria la que toma de facto las decisionesde gestión. Se supone que la calidad del servicio estágarantizada por agencias de evaluación independientes ypor una especie de «voto popular» donde, a través dela encuesta de satisfacción realizada a los usuarios por lapropia Consejería, se construye un ranking de hospitalesdestinado a estimular la «necesaria» competitividad inter-hospitalaria. Los hospitales con mejor posición en el ran-king y que atraigan más pacientes recibirán más recursose incentivos. Estamos aquí frente a la aventurada aplica-ción del principio de que «el dinero sigue al paciente»,que pronto se aplicará también a los centros de atenciónprimaria una vez se establezca el área única.

La perseguida «claridad» a la hora de destinar recur-sos tiene, no obstante, muchos puntos oscuros: las ratiosde personal por paciente son mucho menores que en losantiguos hospitales públicos; el personal sanitario estásiendo «recolocado» de los viejos a los nuevos hospitales,sin que por ello se amplíe su número; los nuevos hospita-les no tienen el tamaño crítico (la mayoría son demasiadopequeños) para albergar la mayor parte de las especiali-dades; las externalizaciones de servicios como la limpiezarepercuten en una mayor incidencia de epidemias enlos centros sanitarios, etc. Tampoco suele decirse que en lospaíses pioneros de la «fórmula PFI», como Canadá o ReinoUnido, este tipo de partenariado ha sido fuertemente cues-tionado por usuarios y médicos, hasta el punto de que algu-nos centros han sido «recuperados» por el sector público yorganizados según los antiguos modelos de gestión.

Más allá, sin embargo, de que la calidad del serviciode salud a los ciudadanos madrileños pueda ser un asun-to relativamente banal para la administración, el puntomás fuerte de la gestión concertada de la sanidad, elsupuesto ahorro presupuestario, puede ser también com-pletamente falso. La comunidad autónoma, a cambio dela delegación en las empresas concesionarias, tiene que

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hacerse cargo de la financiación general del hospital, quegarantiza mediante el pago de un canon anual. Un canonque incluye los gastos de gestión así como el normal«beneficio» para las empresas y una parte destinada asufragar el coste de la construcción de la infraestructura,siempre con unos intereses altísimos, durante un periodode 30 años. El resultado de todo esto, tal y como demues-tran los estudios realizados (consúltese la web de laCoordinadora Anti Privatización http://www.casmadrid.org/) es que los nuevos hospitales PFI salen más caros porpaciente que los viejos hospitales de la red pública. Ladiferencia estriba en que lo que antes aparecía en la par-tida de gastos sanitarios pasa a contabilizarse como pasi-vo y pago de intereses.

Pero ¿tanto embrollo para un asunto puramente con-table? ¿Cuáles son las razones para animar semejantereforma? El motivo es el mismo que en el caso de la obrapública en general —y en el de la reforma de la M-30 enparticular—: la transferencia de dinero público al sectorprivado. Y también los beneficiarios son prácticamente losmismos: así, FCC y Caja Madrid se han hecho cargo del hos-pital de Arganda, Sacyr Vallehermoso de los de Coslada yParla, Dragados del de Majadahonda, Acciona del de SanSebastián de los Reyes, Apax Partners del de Valdemoro,Hispánica del de Aranjuez y Begar del de Vallecas. Y nosólo del hospital, sino también de algunos servicios tanrentables como la cafetería o el parking.

De otra parte, si bien los hospitales son la parte delleón de este programa de «fomento del negocio sanitario»,otros experimentos se vienen sumando en áreas tan sen-sibles como los centros de especialidades, la atención pri-maria o la propia carrera médica. Así, por ejemplo, doscentros de especialidades (Pontones y Quintana) han sidoya vendidos a una entidad privada: la poderosa multina-cional sueca Capio (empresa transnacional de serviciossanitarios participada principalmente por fondos de inver-sión), que ya posee en Madrid los hospitales Infanta Elenade Valdemoro y la Fundación Jiménez Díaz, además deotros dos hospitales privados. La privatización de estosdos Centros de Especialidades Periféricas (CEP), situados

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en el área sanitaria de la Fundación Jiménez Díaz, es sim-plemente parte de un contrato de colaboración por elque se deriva a esta entidad la asistencia hospitalariaurgente y programada de atención especializada, asícomo los diagnósticos de laboratorio, radiodiagnóstico,anatomía patológica y endoscopias de la población de14 Zonas Básicas de Salud (400.000 personas).

Por su lado, la atención primaria, mermada en recur-sos y con una grave carestía de medios y personal, tam-bién está siendo objeto de una profunda remodelación.Con argumentos de tinte populista (situar a las personasen el centro de decisión del sistema sanitario, estable-ciendo su derecho a elegir sobre dónde y por quién quie-ren ser tratadas) se pretende eliminar el actual sistema dezonificación sanitaria en 11 áreas (donde cada una tieneasociados un Hospital, un CEP y varios centros de aten-ción primaria) y pasar a un sistema área única, con uncoste económico asociado de adaptación de los sistemasde información de 10,3 millones de euros (y esto es sóloel principio) y un coste social que se estima altísimo. Porun lado se separará a un buen número de pacientes de suzona de referencia, donde se tendrán que hacer la mayo-ría de las pruebas médicas, lo que evidentemente corto-circuitará toda comunicación entre el médico (de otrazona) y los centros de diagnóstico. Por otro, se introducenlos mismos criterios de competitividad interhospitalariaen los centros de atención primaria: creación y uso de ran-kings e indicadores de atención para fijar los recursosnecesarios de cada centro

Por último, la formación sanitaria tampoco podía esca-par a la supuesta fiebre del ahorro y la eficacia privada.Por orden administrativa, cuatro hospitales han estado apunto de albergar facultades universitarias, tres de lascuales estarían asociadas a universidades privadas comola Alfonso X El Sabio, la Francisco de Vitoria y laUniversidad Europea de Madrid. En estas nuevas faculta-des se debía formar un cuerpo médico y sanitario con uncódigo moral bien alejado de las posturas comunes en lapráctica médica laica y moderna en materias como elaborto, los cuidados paliativos o la investigación con célu-

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las madre. De momento, el rechazo del Ministerio deEducación ha impedido que esta iniciativa saliera adelan-te, pero tiempo al tiempo…

En conjunto, el nuevo modelo sanitario parece apuntara un servicio público cada vez más degradado. La supues-ta eficacia del sector privado en la provisión de un servi-cio como la salud parece limitarse al ahorro de costes, unahorro que, como hemos visto, revierte en el beneficio delas empresas, no en los presupuestos públicos. Al mismotiempo lo que hasta ahora había sido la garantía de la cali-dad del servicio, la autonomía y vocación del personalsanitario, se ve día a día erosionada por las reformas de laadministración Aguirre. El resultado previsible: la conver-sión del sistema sanitario madrileño, que hasta hace pocoera un servicio público con unos altos niveles de calidad(considerado de hecho uno de los mejores del mundo), enun servicio residual e infradotado destinado a aquellaspersonas y familias que no puedan asumir el coste de laatención privada.

Como no podía ser menos, serán sin duda aquéllos sinalternativas sanitarias (que la Comunidad ya reconoce conla aplicación de distintas tarjetas sanitarias) los que mássufran las consecuencias del experimento neoliberal. Perotodos, incluso aquéllos con seguros privados, padeceránel deterioro de un sistema sanitario público, que cuandose presentan enfermedades graves ha sido y todavía es lamejor solución médica.

Al borde de la crisis de la educación

…continuando con el sistema educativo madrileño, igual-mente maltratado en tanto que servicio público, aunquemodélico cuando se considera su tradicional papel de repro-ducir y ahondar esas desigualdades que, de siempre, hancimentado un cuerpo social bien jerarquizado…

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Si en la sanidad la diferenciación del servicio en razón dela renta o la clase de los pacientes está siendo uno de losresultados de la política de privatizaciones, en materia deeducación se podría decir que éste es directamente elobjetivo. No a otro fin responde la existencia, desde haceya décadas, de numerosas congregaciones, fundaciones yempresas que gestionan colegios de educación primariay secundaria. La justificación de esta situación, que fueratificada en la Transición al tiempo que se aseguraba lafinanciación pública de estos centros a través de la figu-ra del «concierto escolar», apela al reconocimiento de lalibre elección de la educación de los hijos. Así, los cole-gios concertados y privados llevan décadas provocando defacto una formación diferenciada según un criterio de clasey/o renta que, si bien generalmente no se traduce en un«mejor» nivel académico (por más que se oculte sistemá-ticamente, el mejor rendimiento académico corresponde ala enseñanza pública, tal y como muestran las pruebasrealizadas en Primaria y Secundaria, además de los resul-tados de Selectividad), sí impide el encuentro durante lainfancia y adolescencia de grupos sociales distintos. Estosencillamente favorece la reproducción de las diferenciasde capital social y simbólico. Por lo demás, si el objetivodeclarado y el principio legitimador de la educación públi-ca ha sido propiciar la igualdad de oportunidades, parecelógico sospechar que la externalización de servicios edu-cativos alterará este fundamento al introducir lógicas degestión que pasan por la maximización del beneficio eco-nómico y la atención diferenciada del alumnado.

Las transferencias en materia de educación a lascomunidades han supuesto una nueva oportunidad parareforzar la segregación en la escuela. El gobierno del PPno se ha caracterizado por su discreción a la hora de apo-yar la enseñanza concertada, tal y como señalan medidasrecurrentes como la cesión de suelo para centros de titu-laridad privada, los importantes beneficios fiscales de losque gozan, la omisión de construcción de escuelas públi-cas en nuevos barrios, etc. De este modo, la enseñanzapública ha ido perdiendo terreno frente a la concertada yprivada, hasta el punto de que Madrid es una de las pocascomunidades autónomas en las que la mayor parte del

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alumnado acude a escuelas de gestión privada. De hecho,en el curso 2006-07 sólo el 37 % de los alumnos escola-rizados en Enseñanzas de Régimen General asistió a uncentro público en el municipio de Madrid. La distribucióngeográfica de este porcentaje manifiesta la clara especia-lización social de la enseñanza pública en los segmentossociales más desfavorecidos. Baste comparar que en eldistrito de Salamanca (el tradicional barrio burgués de laciudad), sólo el 15 % de los alumnos asistían a un centropúblico, mientras que en Villaverde (núcleo del sur indus-trial) este porcentaje se elevaba al 61 %.

La inmigración ha venido a reforzar además esta fron-tera de clase en materia educativa con otra de carácterétnico, que se manifiesta de forma meridiana en el hechode que en ningún distrito existe una correspondenciaentre las ratios concertado-privado-público de los alum-nos nativos y aquéllos que provienen del extranjero. Así,si solamente el 33 % de alumnos nativos acuden a cole-gios públicos madrileños, el porcentaje de los alumnos deprocedencia extranjera es casi el doble. Si se consideranlos casos por distrito, teniendo especialmente en cuentaaquéllos en los que la población inmigrante no es de ori-gen europeo, el porcentaje suele superar el 70 %. De estemodo se declina la famosa «libertad de educación» esgri-mida repetidas veces frente a cualquier denuncia contralos privilegios de la enseñanza concertada y privada: lospadres prefieren el colegio concertado, aunque sea peor,que «mezclar» a sus hijos con pobres e inmigrantes.

De otra parte, a esta segregación se ha añadido recien-temente un conjunto de nuevos dispositivos que promuevenuna fuerte diferenciación interna dentro de los propioscentros públicos. Se trata de la diversificación curricular,las diferentes compensatorias (interna, externa, aulas decompensatoria externa, etc., que separan a los alumnossegún su rendimiento y actitud) y las aulas de enlace(para una supuesta inmersión lingüística rápida) recogi-das como Medidas de Atención a la Diversidad, y que sesupone deberían facilitar la integración y «poner al nivel»a alumnos que por distintos motivos no pueden seguir lasclases de su curso de referencia. Obviamente, lo que se

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observa es que una parte importante de la población inmi-grante en edad escolar, así como de los chicos y chicas delos grupos sociales «menos favorecidos» y de todos aqué-llos que no se comportan en clase como se espera, hanacabado siendo derivados a estos servicios, convertidosahora en una suerte de cuneta o escombrera del sistemaescolar. Valga como botón de muestra que si bien en elcurso 2006-07 los extranjeros sólo suponían el 12,2 % detodos los alumnos de Enseñanza General en la Comunidad,representaban el 52,8 % de los alumnos que asistían a lasaulas de compensatoria.

A pesar de las buenas intenciones declaradas y de losrecursos invertidos, estas medidas de atención a la diver-sidad parecen haber sido muy poco eficaces en términosde inclusión escolar. Pocos son los alumnos que se rein-corporan a la vida escolar «normal», pocos los que redu-cen su absentismo, y pocos también los que sacan prove-cho de estos dispositivos para su inserción laboral. Dehecho, en muchos casos esta diversificación conlleva lainteriorización de una posición de inferioridad. La proba-da falta de eficacia de estas medidas induce la sospechade si no serán otros sus objetivos reales. Por otra parte, nosólo son los grupos minoritarios —migrantes extranjeros yalumnos de bajo nivel socioeconómico— los derivados aestos servicios, sino que muchas veces las propias dife-rencias que, en teoría, valorizan estos dispositivos, sonutilizadas como coartada para explicar el fracaso escolar,desestimando los factores socioeconómicos. En definitiva,la operación última de este modelo educativo parece serla de convertir la segregación de etnia y clase social en unproblema de nivel académico o de disciplina, soslayandolas causas reales de los problemas que amenazan a unainstitución al borde del colapso.

Como era de esperar por todo lo dicho, la Comunidadde Madrid no sólo no ha intentado solucionar estos pro-blemas, sino que ha creado una lista paralela de interinospara estas medidas, de lo que resulta una gran rotaciónlaboral de profesionales y una gran falta de coordinación conlos profesores «regulares». De hecho, algunos de los disposi-tivos de diferenciación educativa, como la Compensatoria

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Externa, se están subcontratando a empresas privadas,derivando así el problema al sector privado al tiempo quese genera un nuevo «nicho de negocio».

La gestión de la heterogeneidad en la escuela a travésde la diferenciación por nivel apunta hacia un tipo de polí-ticas públicas que ya no se dirigen, ni siquiera de mane-ra formal, a un futuro inclusivo y equitativo. En conjunto,la reducción relativa del peso de los centros públicos, eltrato de favor a los centros concertados y privados y laexternalización progresiva de servicios produce un vacia-miento de este pilar social que es la educación pública.

La «gestión» del extranjero

…para finalizar con las audaces innovaciones que se hanpuesto en marcha para tratar con los infieles que llegan anuestro territorio y con otras gentes del este y de allende losmares, y que han logrado mantenerlos aparte y garantizarunas condiciones óptimas para su rentable explotación.

Con 800.000 extranjeros empadronados, la Comunidad deMadrid es uno de los primeros centros receptores de flujosmigratorios transnacionales. Como hemos visto, la enormeeficacia de la máquina de empleo madrileño ha creado enestos años algunas oportunidades para gran cantidad demigrantes procedentes en su mayoría del Sur del planeta. Yesto a pesar de unas leyes de extranjería que condicionan elacceso a cualquier derecho a la obtención de permisos deresidencia y trabajo muy difíciles de obtener.

Conscientes de que la riqueza de la ciudad ha depen-dido en gran medida del trabajo barato proporcionado porestos nuevos residentes y de que el «futuro social» de laciudad pasará en buena medida por ellos, Ayuntamiento yComunidad presentaron en 2004 y 2006, respectivamente,

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sendos Planes de actuación para hacer frente al crecien-te aumento de la población extranjera. Concebidos toda-vía desde una perspectiva de «integración social», el Plande Integración 2006-08 de la Comunidad (conocido comoPlan Madrid) trataba de promover la implicación de la pobla-ción autóctona y de la población migrante en el proceso deintegración. Sobre el papel, el Plan buscaba reforzar a travésde programas, actividades, cursos, campañas y estudios losrecursos ya existentes en áreas tan diversas como empleo,vivienda, educación, servicios sociales, salud, opinión públi-ca o participación. A su vez, se preveía la consolidación delos Centros de Atención Social a Inmigrantes (CASI), cuyasfunciones vendrían a complementarse con la creación delos Centros de Participación e Integración (CEPI), concebidoscomo lugares de encuentro entre autóctonos y migrantes,aunque separados por nacionalidades de origen.

Por su parte, el Ayuntamiento de Madrid, presentó suI Plan Madrid de Convivencia Social Intercultural, un planinnovador y ambicioso que afirmaba querer ir más allá dela mera integración de la población migrante y «perseguirel impulso y la mejora de la convivencia entre todos losmadrileños». La actuación del Ayuntamiento quedabadefinida en torno a tres ejes (articulación del modelo con-vivencial, normalización en el acceso a los recursos, eimpulso y mejora de la convivencia) entre los que se dis-tribuirían 37 dispositivos de nueva creación, aunquefinalmente sólo 34 llegarían a materializarse.

Ahora bien, a pesar de las retóricas de inclusión quedesde el Ayuntamiento califican a los extranjeros como«nuevos madrileños», al finalizar el periodo de coberturade los planes, los resultados no podrían ser menos hala-güeños. Todos los indicadores muestran un crecienteaumento de la desigualdad entre la población española yla extranjera: los migrantes sufren invariablemente mayormovilidad laboral, mayor temporalidad (más de la mitadtienen un contrato temporal, frente a menos de un tercio delos españoles), mayores tasas de desempleo (un 16,46 % aprincipios de 2009, frente al 9,34 % de los españoles) y,por supuesto, salarios entre un 20 y un 35 % menoresque los españoles para el mismo tipo de empleo.

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Y todo esto en una atmósfera en la que, a escala europea,cada vez es más perceptible el aumento del racismo ins-titucional (véase la mal llamada «directiva de retorno», lasmodificaciones introducidas por el nuevo gobierno deBerlusconi o el proyecto de la nueva Ley de Extranjeríaespañola), así como la utilización de los discursos securi-tarios abiertamente antiinmigrantes como moneda electo-ral (Sarkozy, Berlusconi, Merkel…) y la proliferación deepisodios de racismo popular (como los incendios en cam-pamentos de rumanos en el sur de Italia). En este senti-do, no deja de sorprender la aparente miopía tanto de laComunidad como del Ayuntamiento, que si bien en prin-cipio apostaron por un cierto principio de igualdad (enten-dida como el acceso a las mismas oportunidades que elresto de los madrileños) y de normalización (evitar lageneración de dispositivos o prestaciones segregados delos que existen para el conjunto de la ciudadanía), final-mente han optado, en su propia evaluación de los resul-tados obtenidos, por limitarse a una simple cuantificaciónde las actuaciones realizadas. La falta, sin embargo, decualquier análisis serio de su incidencia social real, desdeñalos mecanismos de segregación socioeconómica y deja porcompleto de lado todo análisis cualitativo del proceso de inte-gración y convivencia real.

En cualquier caso, conscientes o no de la ineficacia deestos planes —que en público merecen una «positivísima»valoración—, lo cierto es que en los dos últimos años se haemprendido una política de cierres, reducciones de plan-tilla y cambios en las entidades gestoras. Es el caso de los18 CASI integrados en el Plan Madrid, de los que hoy endía sólo quedan dos en funcionamiento, o de algunos dis-positivos recogidos en el Plan de Convivencia delAyuntamiento. Escuelas de formación, programas de aco-gida, de atención jurídica o los servicios de mediaciónintercultural (este último, con una trayectoria de más deonce años a sus espaldas) han cerrado sus puertas en losúltimos meses. Otros recursos se han librado del cierre,pero no así de reducciones de presupuesto y plantilla: así,por ejemplo, el Servicio de Traducción e Interpretación haquedado limitado a ser un mero call-center, mientrasque en el Observatorio de las Migraciones, las áreas de

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investigación y de participación y coordinación han que-dado reducidas prácticamente a la nada. Evidentemente,los cierres o traspasos de estos dispositivos implican unclaro derroche de tiempo, dinero público y capital huma-no materializado en infraestructuras, formación de profe-sionales y creación de redes sociales.

De otra parte, el nuevo contexto de crisis económicaparece que va a acusar aún más estas tendencias. A medi-da que aumentan las desigualdades sociales y se repitenlos llamamientos a «apretarse el cinturón», los riesgoseconómicos se van transfiriendo cada vez más a los estra-tos más bajos de la escala social. ¿Cuál es por tanto lalógica que subyace a estas actuaciones del gobierno auto-nómico y municipal? ¿Se trata de una mera reducción pre-supuestaria? ¿Tal vez de cambios en las entidades gestorasdestinados a favorecer a las ONGs más «afines»? ¿Quizás,simplemente, cunde la insensatez generalizada?

En las últimas décadas, el ámbito de la intervenciónsocial, al igual que el de la educación o la sanidad, hasido terreno abonado para una progresiva generalizaciónde formas de gestión público-privada dominadas por la«lógica de mercado». La gestión de los recursos tanto delPlan Madrid como del Plan de Convivencia ha sido sub-contratada a todo un abanico de ONGs, fundaciones yempresas sociales con unas condiciones laborales deabsoluta precariedad: salarios bajos, contratos a tiempoparcial, inestabilidad laboral, subcontrataciones a travésde empresas o consorcios, etc. De hecho, la consolidacióndel proceso de externalización ha conducido a una proli-feración de organizaciones y asociaciones que compitenferozmente entre sí. El Tercer Sector se ha convertido, deeste modo, en un mercado de saldos. Todo lo cual redunda,como es natural, en una merma no sólo de las condicionesde trabajo sino también de la calidad de las prestaciones.En un mercado en el que sólo se valora el presupuestomás bajo, son las empresas de servicios (bajo la máscarade fundaciones o ONGs) las que acaban por quedarse conlos principales contratos; se fomenta así la rápida con-centración del sector al tiempo que se convierte tambiénen otro nicho de negocio más.

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En definitiva, por más que Comunidad y Ayuntamiento seenorgullezcan en presentar en términos triunfalistas loque se han atrevido a llamar el «Modelo Madrid» de polí-ticas migratorias y de convivencia, lo cierto es que, másque a un modelo, la realidad parece responder a unaspolíticas públicas que funcionan al albur de pequeñosacuerdos, urgencias y necesidades concretas y no siempreprevistas. Iniciativas en clave de ensayo y error: pequeñasactuaciones, móviles y flexibles, dirigidas allí donde sedetectan riesgos (coyunturales o estructurales), parahacer frente a necesidades concretas (entre las que tam-bién se encuentran las electorales y propagandísticas). Elcoste es evidente y catastrófico: la intervención social vadejando de lado sus funciones relativas a la protecciónsocial y a la redistribución de recursos para convertirse enun «muro de contención» frente a situaciones cada vezmás extremas.

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Diez años de business inmobiliario

De cómo el sector de la construcción ha sido, por decretolegal, dueño y señor del territorio de la Comunidad deMadrid, contando para ello con todo el dinero público y lasinfraestructuras de que ha requerido.

Durante toda una década el uso intensivo del territorio hasido el factor clave del crecimiento económico madrileño.En el periodo 1993-2003 el suelo comprometido para sudesarrollo urbanístico aumentó un 49 %, una cantidadequivalente, nada más y nada menos, que a la mitad delo que ha crecido Madrid en toda su historia. Un grannúmero de municipios de la Comunidad ha duplicado susdimensiones y algunos han multiplicado su tamaño cua-tro, seis e incluso diez veces. La fiesta del desarrollo urba-no ha llevado las expectativas de crecimiento a ampliosespacios de la región antes considerados periféricos o quehabían permanecido completamente al margen de lasdinámicas metropolitanas como las Sierras Norte y Oeste,las Vegas del Sureste y el límite sur de la región. La explo-sión urbana de Madrid se ha trasladado incluso a las pro-vincias vecinas (Segovia, Ávila, Guadalajara y Toledo)todas ellas ahora a tiro de AVE. Todavía en 2008, y ya al

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borde de la crisis inmobiliaria, el número de viviendasprevistas (¡un millón en España!) mostraba una inamovi-ble confianza en la capacidad de generar plusvalías a tra-vés del simple mecanismo de construir más casas y esti-mular el endeudamiento de la población.

Como era de prever esta explosión urbana ha sidodirectamente fomentada mediante políticas basadas en elincremento de la oferta de suelo. Políticas amparadasinvariablemente en el argumento de que la causa delencarecimiento del suelo era su escasez y que la solu-ción a tal problema se encontraba en la liberalizacióndel mercado. Y efectivamente, la Ley del Suelo autonó-mica aprobada en 2001, heredera de la ley estatal de1998, y conocida como la «ley del todo urbanizable»,establecía la clasificación de todo el suelo de laComunidad como urbanizable a menos que hubiera unaley sectorial (de Aguas, de Montes, etc.) que determinarala necesidad de protegerlo. Sobra decir que esta políticade liberalización como supuesto remedio a la carestía dela vivienda ha sido pura ilusión. De hecho su resultado hasido precisamente el contrario. Mientras duró la bonanza,a más suelo y más viviendas mayor precio.

Pero la colonización del territorio madrileño no sólo seha apoyado en una «legislación liberal», también ha teni-do que recurrir —paradojas del (neo)liberalismo— aldesarrollo de grandes infraestructuras de comunicación.Todas ellas sufragadas con dinero público y todas ellasrealizadas por las grandes constructoras, al tiempo quesobre préstamos a las principales entidades financieras.Sin duda todo un «progreso», que ha convertido a Madriden la ciudad europea con mayor número de kilómetros deautovía por millón de habitantes (un total de 1.000 ade-más de otros 200 más previstos). De este modo, se hapodido incrementar la velocidad motorizada, aun a costade irse a vivir más lejos debido a que los espacios centra-les resultan cada vez más caros.

Algunas de estas operaciones (curiosamente las másambiciosas) han sido aprovechadas por los principalesagentes empresariales de la ciudad: ¿cómo renunciar a

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que la ciudad a la que tanto benefician estos «campeonesglobales» no les proporcione también algún aliciente,algún regalo? Nos referimos, obviamente, al llamado«Centro dotacional Cuatro Torres» (convertido posterior-mente en CTBA: «Cuatro Torres Business Area» según supropia página web). Una feliz ampliación del skyline deMadrid con cuatro grandes rascacielos, a su vez sedessociales de grandes entidades corporativas, y orgullo de lanueva condición global de la ciudad. Ante esta nueva ima-gen de postal para Madrid (que ya no necesitará de los«toros y flamencas de las Ventas»), pocos deberíamosrecordar que este complejo se levantó, mediante unaextraña recalificación, sobre al antiguo suelo deportivoque albergaba las instalaciones del Real Madrid. Unamodificación nimia (de uso de dotacional a terciario lucra-tivo), que sin embargo llevó aparejada la consiguienterevalorización de los terrenos, así como sustanciosas plus-valías que permitirían saldar la deuda histórica del clubde fútbol. Pero esto dista de acabar aquí, simultánea-mente, dichas instalaciones se trasladaron a unos terre-nos cercanos al aeropuerto, a su vez comprados a preciorústico, que comprendían lo que en un futuro casi inme-diato se iba a convertir en un desarrollo residencial de lujo(Valdebebas). El beneficiario, como no podía ser de otramanera, no ha sido sólo el Real Madrid, sino especial-mente la empresa de su antiguo presidente, ACS, queademás de construir algunas de las nuevas torres, tam-bién construirá el nuevo barrio de Valdebebas, colindantecon la nueva ciudad deportiva.

En este mismo capítulo se deberían también mencio-nar la construcción de los túneles de la M-30 (realizadapor cuatro grandes constructoras, endeudando al munici-pio para los próximos 30 años), la M-45 (por la que todoslos días la Comunidad paga un «peaje en la sombra» a ban-cos y constructoras), los próximos desarrollos en el solar delEstadio del Calderón (de orden similar a los del Real Madrid)o la ambiciosa Operación Chamartín. Esta última tanespectacular que merece un breve comentario. Pensadosobre suelo mayoritariamente público, este proyecto pre-tende la construcción de al menos 16.000 viviendas, 10ó 12 grandes rascacielos y la prolongación en 2,8 kilómetros

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del principal eje de la ciudad: el Paseo de la Castellana. Lasplusvalías generadas (y previstas en 8000 millones de euros)por una operación realizada masivamente sobre suelo públi-co, serán por descontado revertidas al sector privado.

No pensemos, de todos modos, que se ha tratado sólo depromover ambiciosas obras de infraestructuras y grandespolígonos de vivienda. También se han emprendido numero-sas operaciones de reforma y embellecimiento de la ciu-dad, se han construido edificios emblemáticos y se hafomentado las artes, la cultura y el deporte. Así, por ejem-plo, la candidatura olímpica de Madrid, o los distintos pla-nes de «revitalización del centro», o la conversión de la GranVía en el nuevo «Broadway madrileño» (gracias a los nuevosMusic Halls), o las licencias de apertura de 24 horas paraalgunos grandes centros comerciales del centro.

De hecho, parece que la inversión pública y privadavolverá con ímpetu renovado al centro de Madrid.Efectivamente, en el actual contexto de crisis y a causa delas restricciones del crédito necesario para acometer gran-des operaciones urbanísticas (que siempre precisan de unfuerte desembolso previo en obras de infraestructura y lar-gos plazos de amortización) probablemente vamos a asis-tir a un renovado interés por los centros urbanos y sus pla-nes de regeneración. Planes que en el caso de Madridrecogen tanto iniciativas paralizadas durante años (comola remodelación del Paseo del Prado, las construccioneseclesiásticas en el muy disputado Parque de la Cornisa deLas Vistillas, la reforma del mercado de La Cebada, etc),como futuras «revitalizaciones» (plan de reforma de laGran Vía, área Pez-Luna o calle Hortaleza) o incluso ope-raciones de «limpieza de agujeros negros» promovidas porempresas privadas.

Se trata del sonado caso «triBall», promovido por unaempresa que recientemente adquirió gran número de pro-piedades en una de las zonas de peor fama de Madrid(Ballesta-Luna-Desengaño) con el propósito de atraerpoblación de mayores recursos y un comercio «chic».Obviamente esta operación «gentrificadora» se ha ejecu-tado en plena connivencia con el mismo Ayuntamiento.

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De hecho, en esta zona se ha realizado la primera implemen-tación extensiva de cámaras de CCTV en las calles de Madrid(antes recluídas exclusivamente a la Plaza Mayor). De estaforma, lo que objetivamente es un urbanismo securitario yexcluyente, que más recuerda a una maniobra militar que auna práctica de regeneración urbana, ha quedado recubiertopor una sofisticada campaña de «marketing», que ha conver-tido una de las zonas más lumpen de la ciudad, el Triángulode Ballesta, en triBall: un barrio de compras y moda para pijosy pseudoalternativos aburridos.

Se podría seguir desgranando ad nauseam el rosariode actuaciones que muestra la «inteligencia» urbanísticade nuestras administraciones. Pero a fin de no recargarmás esta exposición, mencionemos aquí sólo algunosejemplos del nuevo deporte de la Comunidad: la cons-trucción de un mini-campo de golf en uno de los pocosespacios libres en el centro de la ciudad (el parque delCanal), el destino de tierras dedicadas a la investigaciónagrícola a la construcción de otro campo en Alcalá deHenares o la extensión de la fiebre del green a distintosespacios protegidos de la región: ¿o es que los campos degolf no son, al fin y al cabo, espacios verdes?

En muchos casos, estas actuaciones, que difícilmentese podrían acoger a un planeamiento serio, se han reali-zado de forma improvisada y a golpe de silbato. De hecho,el «normal hartazgo» de la presidenta por los «pequeños»escándalos de corrupción que han salpicado la región (yque llevaron a la dimisión del Director General deUrbanismo en 2006) y el anuncio de la molesta crisis,que seguramente detendría la buena marcha del negocioinmobiliario le ha llevado a promulgar la Ley 3/2007, de26 de julio, de Medidas Urgentes de Modernización delGobierno y la Administración de la Comunidad de Madrid.Una ley extraña, que además de no permitir a los foresta-les madrileños «espiar» en las fincas de la familia Aguirre(es obvio que los grandes propietarios no son propensos alos delitos ecológicos), impuso una limitación de cuatroalturas para la nueva edificación en toda la Comunidad.El propósito declarado de no afear el entorno con altosedificios (ya se sabe que sólo son chulos cuando superan

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las 30 alturas) coincide, sorprendentemente, con unafuerte intervención a favor de los intereses de los propie-tarios de suelo, que aseguran un nada desdeñable apro-vechamiento a costa de un urbanismo disperso. Pero nosólo eso, el modelo de las cuatro alturas «aparece» (y yaes casualidad...) en un momento en que el negocio inmo-biliario comenzaba a dar señales de agotamiento. Se tratade una limitación que obliga a ajustar todos los planes pen-dientes de aprobación, con lo que se ralentiza su incorpora-ción al proceso urbano, en clara línea de tendencia con lanueva contracción del ciclo inmobiliario. Por último, no estampoco irrelevante la aparente presentación de las medidascomo un urbanismo «moderado» que no busca el «lucro»,tratando de lavar la dañada imagen del urbanismo madrile-ño, mientras una nueva ley de suelo, más liberal aún que laanterior, no pudo ser llevada a cabo por la aprobación de la leydel suelo estatal en 2007: ¡lástima!

De todas formas, el gobierno autonómico no ha estadosolo en su intento de echar una mano al sector de la cons-trucción en estos tiempos difíciles: también el Estado hapuesto su granito de arena. Además de promover unanueva ley hipotecaria que fomenta el endeudamiento parala compra de segundas residencias, el gobierno ha optadopor favorecer la vivienda de protección oficial como típicorecurso anticícilico ante la caída generalizada del merca-do inmobiliario y lo ha hecho estableciendo ayudas direc-tas a los promotores que quisieran recalificar su stock deviviendas como VPO en régimen de alquiler. Además haflexibilizado los criterios para optar a esta calificación(como los precios máximos) con el propósito de dar salidaal enorme excedente acumulado de nuevas construccio-nes. Pero que nadie piense que se acusa al gobierno deno perseguir un fin social justificado: tal y como se seña-la en la exposición de motivos de la nueva ley hipotecaria,«la vivienda supone la mayor parte del patrimonio de lasfamilias y por tanto debe ser protegido»; donde «protegi-do» quiere decir que su valor debe conservarse aun acosta de que los que no tienen casa tengan que renunciara ello o pagar hipotecas de por vida con salarios misera-bles. Tal es la virtud de la financiarización y del «exceso»patrimonial de las familias.

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La crisis del urbanismo metropolitano

De cómo los «nuevos barrios» nacieron muertos y de cómomunicipios y hogares descubrieron de pronto que el endeu-damiento generalizado y creciente tenía un límite…

¿Qué resultados ha dejado esta década larga de desarro-llo ininterrumpido? Acostumbrados a los bosques degrúas, a la rápida construcción de nuevos barrios, a losflamantes corredores de autopistas que atraviesan lacomunidad, el paisaje de Madrid parecía haberse adapta-do a la perfección a ese universo social de pequeños pro-pietarios, cuya más acabada expresión sería el green y elchalé unifamiliar. Ejemplo paradigmático de este nuevomodelo urbano es el de los nuevos barrios de Madrid, losPAUs, conjunto de ambiciosas operaciones en la periferiadel municipio que han agotado el suelo vacante delmismo con la construcción de 200.000 nuevas viviendas(algunas aún en fase de proyecto): alojamiento potencialpara más de 500.000 personas

No obstante, en esta perfecta huida de la ciudad y delo urbano, del mestizaje y la imprevisibilidad que implicavivir en una aglomeración de sujetos distintos y heterogéneos,hay sin embargo una pérdida de la que nadie habla. Pocose dice, en efecto, del número de horas de coche que unavida así implica; de la soledad y el aislamiento que se pro-ducen en estos lugares. Pocos estudios existen todavía deltipo antropológico que se constituye en esta perfectasociedad de propietarios, la debilidad, el raquitismo y lapobreza de una ecología social que se limita al trabajo, alocio dirigido y a la vida privada en el interior de unavivienda tan rígidamente separada de la ciudad.

En cualquier caso, la crisis no se ha limitado simple-mente a las relaciones sociales que los nuevos espaciosurbanos pudieran generar. Antes bien, la crisis está adqui-riendo los perfiles nítidos de un dinero que se ha gastado

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y que en tiempos de contracción económica, será muchomás difícil de recuperar. Si durante estos años, los ayunta-mientos y la comunidad podían invertir en infraestructuras,«regalar» dinero a espuertas a constructoras y promotoras, yconfiar aún así en que el crecimiento proporcionaría nuevasentradas fiscales, la coyuntura actual es bien otra. Sin movi-mientos de compra-venta de suelo y sin obras, los muni-cipios hace ya tiempo que han dejado de ingresar. Y comoa las familias que creyeron invertir al comprar una vivien-da por encima de sus posibilidades, lo único que quedaahora es la deuda. Así el valor de los intereses de una ciu-dad de buen tamaño como Alcorcón alcanza el 45 % desu presupuesto, mientras que en un municipio como ElÁlamo supone el 86 %.

Pero, en un contexto de crisis, ¿qué otra cosa puedenhacer estos municipios más que intentar trasladar unaparte de sus problemas a los ciudadanos? Ya sea a travésde la subida de impuestos o de una nueva ronda de des-trucción del patrimonio público (suelo, empresas y servi-cios) la víctima será, una vez más, el interés general. Peroque nadie se apure, todo apunta a que lejos de cuestionarla ausencia de herramientas para la gestión democráticadel territorio que evidencian las numerosas barbaridadesurbanísticas cometidas, los desmanes van a ser premiadoscon más financiación en forma de transferencias estatalesbajo la figura del Fondo de Inversión Local. ¿La trampa?Esta medida no está pensada para pagar las deudas queacumulan muchos ayuntamientos, aliviando la situaciónde proveedores y demás víctimas del impago público, sinopara emprender nuevas obras que se hayan podido suspen-der por la crisis. ¡Viva la insistencia! la cuestión clave es denuevo mantener el ciclo. Desde luego, de todos los munici-pios altamente endeudados, es Madrid el que merece, debi-do a su importancia, más atención. Gracias a las grandesobras realizadas en los últimos años y especialmente ala nueva red de túneles de la remodelación de la M-30, ladeuda de Madrid era a principios de 2009 de 5.936 millo-nes de euros, es decir, casi 2.000 euros por habitante, un44 % más que hace sólo cuatro años. Es significativo quelas entidades bancarias ingresen cada día 750.000 euros enconcepto de intereses sobre la deuda madrileña.

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Parquímetros, impuestos sobre la recogida de basuras y sobretodo «mucha, mucha austeridad» parecen constituir el pro-grama de salida del agujero. Pero obviamente, la austeridadsólo debe dejarse notar en inversiones poco rentables, comolos servicios sociales, los equipamientos de barrio o los presu-puestos de las bibliotecas. De hecho, las privatizaciones enMadrid capital han sido tan importantes en estos años queigual ya no queda mucho por vender. Desde la privatizaciónde los servicios funerarios (precursora allá por el año 1992 yque causó, según la sentencia judicial emitida dieciséis añosmás tarde, un «daño a los intereses públicos» de casi ochomillones de euros), se han privatizado total o parcialmente lamayor parte de los servicios públicos dependientes de lasJuntas de Distrito (polideportivos, centros culturales, casas debaños, bibliotecas, etc.), se han «vendido» 15 equipamientos(fundamentalmente deportivos), y alrededor de 359.175 m2

de suelo (sólo entre 2000 y 2007). Aparte se han «remodela-do» varios mercados municipales (con la introducción desupermercados, usos «complementarios» privados e incluso,en algunos casos, viviendas), convertidos en ocasiones enmercados de altstanding (como el de San Miguel) y se hancedido 50 parcelas públicas para colegios concertados.

La ciudad sostenible

Donde se cuenta cómo se envenena el aire y se despilfarran losrecursos naturales de todos para el beneficio de unos pocos

Al tiempo que Madrid se convertía en un monstruo, unasuerte de octupus urbano con muchos más de ocho brazos,la proliferación del discurso de la sostenibilidad encontra-ba eco institucional, incluso cuando se trataba de losmayores desmanes. Pero lo cierto es que Madrid «marcaverde» no ha engañado, ni siquiera a los más dispuestos.Durante la década gloriosa de crecimiento ininterrumpidolos atentados ecológicos se han sumado sin pausa.

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En términos estrictamente territoriales, el desarrollo urba-no y la construcción de infraestructuras han ido fragmen-tando cada vez más la geografía natural hasta reducirla aun conjunto de islas que conservan la etiqueta de «natu-raleza» más en calidad de parques urbanos que de espa-cios naturales. Ejemplos, demasiados. Proyectos absolu-tamente ilegales (con sentencias judiciales en contra) queacaban saliendo adelante, como el desdoblamiento de laM-501, conocida como la Carretera de los Pantanos y queha abierto definitivamente la Sierra Oeste a la urbaniza-ción, con crecimientos previstos de hasta el 1.000 % enalgunos municipios. O la futura radial de la A-6, la M-62,todavía en fase previa, pero que necesariamente partirá endos algunos de los parques naturales del pie de monteserrano. O las autovías que van componiendo, en el extre-mo del área metropolitana, una suerte de M-60 encubier-ta. O las obras del AVE a Valladolid. O el enterramientobajo el Monte del Pardo de la M-50. O las 100.000viviendas previstas en la Sierra…

Y por supuesto, en tiempos de crisis el ritmo de cons-trucción no debe ser interrumpido; antes al contrario,es ahora cuando los «prejuicios ecologistas» deben sereliminados en aras de un «bien mayor»: estimular de nuevoel crecimiento. En palabras de la presidenta, y siguiendo lasteorías de un ilustre invitado de la FAES: «La población esmás importante que el planeta». Por ello, los estudios deimpacto ambiental y las reservas relativas a la contamina-ción tendrán que pasar a un lugar aún más secundario. Enefecto, ya se está preparando el terreno para una nuevaola de desarrollo inmobiliario que pueda compensar lapérdida de negocio que acarrea la crisis. De ahí que,mientras se resienten los presupuestos de educación,sanidad y servicios públicos, para 2009 esté previsto unnuevo crecimiento de la inversión en infraestructuras,especialmente en autopistas (un 16 % más que en 2008)y en el AVE (un 21,5 % más que en 2008).

De otro lado, la actitud de desprecio institucional haciala protección del medio ambiente y su afán por convertir losvalores naturales en un activo más para los negocios sehan manifestado de la forma más aguda en la política de

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desprotección del principal pulmón de la metrópolis: laSierra de Guadarrama, garantía de la calidad de su aire ysus aguas. La conquista, largamente esperada, de sudeclaración como parque nacional ha sido, de hecho, unavictoria envenenada. Los sucesivos planes de ordenaciónde recursos de estos dos últimos años, lejos de proteger laSierra parecen querer convertirla en un gran parquemetropolitano, un decorado con vistas a las urbanizacio-nes de unifamiliares que se desperdigan por sus faldas. Paracomprobarlo, basta mencionar algunos elementos del últimode los planes aprobados, como la reducción de la superficieprotegida (especialmente la de máxima protección), la intro-ducción de un urbanismo «regulado» en zonas hasta ahoraprotegidas por otras leyes o la autorización de actividadesdifícilmente compatibles con una política seria de conserva-ción (pesca, caza, tala). Todo ello acompañado de una estra-tegia de marketing que vende la Sierra como «atracciónverde» para aquellas familias con posibles que quieran ins-talarse en el «campo».

La misma actitud de desprecio por la conservación delpoco patrimonio natural que sobrevive en un espacio sobre-saturado de infraestructuras se ha dejado notar también enlas políticas de privatización y externalización de los dis-positivos de prevención y conservación. Es el caso delcuerpo de bomberos forestales, los retenes de verano o laprevisible privatización del Plan de Protección Civil deEmergencia por Incendios Forestales en la Comunidadde Madrid (INFOMA), amén de la reducción de compe-tencias de los guardias forestales.

Pero ¿acaso es este modelo infinitamente reproduci-ble? ¿Cómo puede mantenerse una ciudad que aspira auna incesante reproducción ampliada? Hay ya daños ycostes tan evidentes que no se pueden negar. Por consi-derar un tema especialmente preocupante, Madrid es unade las ciudades de la Unión Europea con mayor índice decontaminación atmosférica, derivada tanto de la fuerteintensidad de su tráfico como de las calefacciones. Comoes sabido, todos los veranos y todos los inviernos saltanlos niveles de las estaciones de medición alertando de lasuperación de los umbrales aceptables para la salud.

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Invariablemente el protocolo del Ayuntamiento consisteen callar primero, luego negar y más tarde «recomendarno hacer deporte al aire libre», aunque la UE y la OMSexijan en estos casos la inmediata interrupción del tráfi-co. Ozono, nitratos de azufre, óxidos de nitrato y micro-partículas de ceniza son, todos ellos, potentes agentescancerígenos, causantes de centenares de miles de cuadrosalérgicos, de extraños asmas infantiles y, de forma cada vezmás reconocida, de centenares de muertes prematuras.

De otro lado, en lo que al abastecimiento de agua serefiere, el límite parece haberse sobrepasado ya con cre-ces. El llamado déficit hídrico es noticia cada verano. Ycada verano se barajan las más peregrinas «soluciones»:explotar los acuíferos e inyectarles agua en épocas deabundancia, bombardear las nubes con yoduro de platapara que «llueva a gusto», construir nuevos embalsestanto en Madrid como en la vecina Guadalajara…Obviamente nadie habla de los 33 campos de golf de laComunidad que consumen tanta agua como medio millónde habitantes o de los nuevos desarrollos urbanísticos dis-persos en los que sólo el mantenimiento de la presión dela red consume tanta agua como el municipio de Madrid.Esto no debe ser tocado. Es mejor pensar en la privatizacióndel Canal de Isabel II, aunque esta empresa pública seacompletamente rentable, y en abordar la extensión del sis-tema de abastecimiento para dar cobertura a la demandagenerada por los nuevos municipios y sus respectivos desarro-llos, que sólo en 2009 supondrán una inversión de 135millones de euros.

Del mismo modo, poco se piensa sobre la situaciónenergética de la Comunidad. En un territorio caracteriza-do por una enorme dependencia exterior (que ronda casiel 100 %) y por un consumo en continuo crecimiento (un91 % en los últimos trece años, del que casi el 70 % sederiva del petróleo) y mientras que algo más de la mitaddel consumo energético (el 52 %) se debe al sector deltransporte, la política territorial sigue girando en torno ala construcción de nuevas infraestructuras viarias y favo-reciendo la urbanización dispersa, que generará unamayor necesidad de desplazamientos. Eso sí, se sigue

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promoviendo el discurso de lo sostenible haciéndonos atodos responsables del «despilfarro y el derroche», fomen-tando la ética ciudadana con consejos de ahorro energéti-co, al tiempo que en el sureste de la Comunidad, dondeya están las graveras, las grandes depuradoras y la inci-neradora, se planifican hasta siete centrales térmicas parahacer frente a la creciente demanda energética. Dehecho, en todo este capítulo se debería reconocer que allado de todas las geografías de la desigualdad que se handescrito en este texto, hay otra más, la geografía ecológi-ca. Una geografía en la que el Norte y el Oeste, las gran-des concentraciones suburbanas, disfrutan todavía de unpaisaje verde y un aire aparentemente sano (si bienambos cada vez más degradados). Y una geografía en laque el Sur y el Este tendrán que conformarse con los pai-sajes industriales, tan familiares en su historia, así comocon las nuevas infraestructuras de desecho del metabolis-mo urbano.

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Durante los últimos años, la entera región madrileña se hatransformado por el impacto combinado de su ventajosaincorporación a la globalización, una espiral de creci-miento y especulación inmobiliaria que parecía no tenerfin y una administración agresiva y dispuesta a diseñar laciudad a su antojo. Los costes de lo que hemos llamado«modelo Madrid» parecen evidentes a la luz de todo lodicho. La ciudad ha experimentado una profunda dualiza-ción social, entre aquéllos beneficiados por las «oportuni-dades económicas» del nuevo contexto metropolitano, yaquéllos que han tenido que conformarse a la nueva situa-ción de empleos precarios, deterioro de los serviciospúblicos y endeudamiento generalizado. A su vez, laestructura económica se ha costrificado en favor de losbeneficios de la oligarquía corporativa, al tiempo que seperdía una década preciosa para reinvertir los jugososbeneficios obtenidos en cimentar una economía más sos-tenible, mejorar la calidad de vida de los madrileños,aumentar el acceso a renta y expandir los servicios públi-cos. Por último, el nuevo modelo se ha basado en unaacelarada destrucción de los bienes «comunes», como lasanidad, la educación y el territorio. La pendiente de esteproceso de destrucción ha derivado así en una «ecologíasocial» cada vez más frágil y en una progresiva privatiza-ción de las bases de la vida (la reproducción, el espaciopúblico, el medio ambiente, etc.), destruyendo las con-quistas sociales de décadas y aumentando los umbralesde riesgo de la mayoría.

V. La crisis que viene

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Conviene insistir en que este modelo se ha gestado no apartir de una mera «inhibición» del Estado, como si fuerala conclusión natural de la libertad de mercado, sino queha sido el producto, al menos parcialmente, de las políti-cas de unas administraciones (tanto Aguirre como ante-riores) activas y agresivas. Su presunto «liberalismo» no sóloha requerido fuertes dosis de intervención pública, a tra-vés de la legislación y de la permanente transferencia dedinero público a unos pocos, sino también el ensayode ciertas formas de producción de sociedad y de hege-monía social: la expansión de un imaginario individualis-ta y competitivo; un «tonto el último» en la explotación derecursos. Una oposición seguidista e incapaz, o más bienla falta de oposición, frente a la mirada atónita de lamayoría, han hecho el resto.

Éste es el escenario en el que ha hecho su apariciónel fantasma de la crisis. Y es también el marco que nospermite comprender por qué el vertiginoso crecimientoexperimentado por la región madrileña en poco más deuna década, lejos de haber permitido avanzar algunas ini-ciativas para afrontar la época de vacas flacas, sitúa a laregión en una posición particularmente vulnerable.Ninguna de las administraciones públicas —estatal, auto-nómica o municipal— ha querido hacer frente al hecho deque un crecimiento basado en el sector inmobiliario y laconstrucción, y financiado gracias a unos niveles de cré-dito nunca vistos, era una apuesta de riesgo que mástarde o más temprano iba a terminar en batacazo. En elcaso de la Comunidad de Madrid, la caída se está dejan-do notar con particular dureza en la destrucción deempleo, la amenaza de bancarrota para los hogaresendeudados, las políticas de austeridad que amenazancon recortar aún más el exiguo gasto social y el torpedeoconstante de unos servicios públicos ya bastante maltra-tados y cuya privatización es entendida como una posibi-lidad de seguir alimentando las cuotas de beneficio de laoligarquía local.

Tampoco parece que la crisis vaya a traducirse en nin-gún cambio de orientación del modelo. Antes al contrario, pro-bablemente ahondará en una nueva oleada de privatizaciones

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y de políticas pro-crecimiento. Pero no cabe duda de quela apisonadora deja tras de sí escombros y ruinas en formade corrupción, espionajes y bandidaje especulativo.Incluso la hegemonía inquebrantable de la administraciónAguirre ha empezado a dar síntomas de debilidad. Enefecto, escándalos judiciales, casos flagrantes de corrup-ción, malversación de fondos... han dejado al descubierto lasredes clientelares y de interés que verdaderamente sostienenla arquitectura del poder en Madrid. De momento, las cade-nas de mando del PP, el más puro estilo «aguirrista», hanvuelto a defenderse atacando, pero quizás estemos asistien-do a la primera crisis institucional de envergadura.

De otro lado, la crisis y los graves riesgos de fracturasocial que conlleva pueden abrir posibilidades para unverdadero cambio de rumbo. Una constelación de peque-ños conflictos, resistencias y malestares anuncian que lacrisis es también una oportunidad de politización. Así lasluchas de los hipotecados y los desahuciados puedencolocar en primer plano la necesidad de un derecho reala la vivienda. Las luchas por la sanidad, la educación y losservicios sociales públicos pueden promover debatessobre un nuevo sentido de lo público y de defensa de locomún frente a la predación privada. Las luchas por elterritorio pueden verse fortalecidas en sus argumentosante la hecatombe del sector inmobiliario. El paro y laescasez de trabajo, incluso precario, pueden provocarreacciones insospechadas ante el modelo laboral flexiblede esta estructura económica. La pérdida generalizada derenta puede promover formas colectivas de hacer frente alas necesidades comunes. Y, por supuesto, los migrantestendrán mucho que decir ahora que se les trata como un«excedente», un resto del que se puede prescindir.

Efectivamente, cuando la insistencia en el modelo anteriores sólo la repetición del mismo reparto injusto de la renta y losrecursos, la multiplicación de los conflictos que apuntan alnúcleo del modelo de acumulación —vivienda, empleo y dere-cho a una renta garantizada, sanidad y cuidados, espaciospúblicos y territorio, derechos de los migrantes— se presentacomo el momento crítico para la reinvención del vínculosocial. La posibilidad de pensar la crisis como una coyuntura

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que deja al descubierto todos los planos que recorren elgobierno de la ciudad global se transforma, de este modo, enla gran oportunidad para reactualizar ese viejo «derecho a laciudad» que animó las revueltas urbanas de los años sesentay setenta. El acicate para una apuesta por la innovación debase y en pro de instituciones que sirvan de soporte para eldesarrollo de una democracia urbana de nuevo cuño.

Lo que suceda está sencillamente en nuestras manos.

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