Manifiestos Del Surrealismo

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Los males denunciados por el surrealismo no sólo persisten sino que se lian acentuado. Por eso, hoy más que nunca, los manifiestos surrealistas conservan su candente vigencia. Un profundo resquebrajamiento aflije a la sociedad contemporánea en todos sus planos. Sus esquemas aparecen falsos y sin validez para quien contempla los acontecimientos con el mínimo de objetividad. Los jóvenes lo sienten hondamente, y una sorda rebelión, que toma los más diversos caracteres, bulle en ellos. Para los; venes, que todavía son puros, el mensaje de Bretón está especialmente destinado. ; Aldo Pellegríni Q ü-i o> Andre Bretón Editorial Argonauta ismo Traducción, prólogo y notas de Aldo Pellegríni itorial Argonauta

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Los males denunciados por el surrealismo nosólo persisten sino que se lian acentuado. Poreso, hoy más que nunca, los manifiestossurrealistas conservan su candente vigencia.Un profundo resquebrajamiento aflije a lasociedad contemporánea en todos sus planos.Sus esquemas aparecen falsos y sin validez paraquien contempla los acontecimientos con elmínimo de objetividad. Los jóvenes lo sientenhondamente, y una sorda rebelión, que tomalos más diversos caracteres, bulle en ellos. Paralos; jó venes, que todavía son puros, el mensajede Bretón está especialmente destinado. ;

Aldo Pellegríni

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Andre Bretón

Editorial Argonauta

ismoTraducción, prólogo y notas

de Aldo Pellegríni

itorial Argonauta

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André Bretón

Manifiestosdel surrealismo

Traducción, prólogo y notasde Aldo Pellegrini

EDITORIAL ARGONAUTA

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EDITORIAL ARGONAUTAdirigida por Mario Pellegríni

Título del original en francés: «Manifestes du surrealismo»Traducción, prólogo y notas: Aldo Pellegrini

Segunda edición: julio 2001, Buenos AiresIlustración portada: Man Ray, «Objeto de destrucción», 1932

©1992 y 2001 Société Nouvelle des Éditions Pauvert, París©1992 y 2001 para todos los países de habla castellana:

Editorial Argonauta, Buenos Aires

ISBN: 950.9282.24.3Queda hecho el depósito de ley 11723Impreso en la Argentina. Printed in Argentine

PROLOGO

Después de más de cuarenta años de la publicación delPrimer manifiesto del surrealismo aparece por primeravez en español la serie de manifiestos surrealistas queconstituyerMa clave de un movimiento artístico e ideo-lógico de importancia excepcional. La presente traduc-ción de los tíos primeros manifiestos fue realizada hacemás de treinta años, y fracasó siempre en las distintastentativas qVpublicación. Relacionado este hecho conla casi monstruosa cantidad de imbecilidades que se tra-ducen y publican, revela la calidad altamente subversivade un texto que figura entre las expresiones fundamentalesde este sigloLY también porque este texto, esencialmentedisconformista, da justamente en la llaga del conformismoy la domesticidad, cualquiera que sea su color o su posi-ción, tanto cíe derecha como de izquierda.

La calidad subversiva de las ideas de Bretón se con-centra en uga lucha contra las convenciones, en la que

* ¿Este prólogo fue escrito por Aldo Pellegríni para lapríjnera edición en castellano de «Los manifiestos delsurrealismo», publicada originalmente en Buenos Airespoc-Ediciones Nueva Visión, 1965. (Nota del Editor)

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parte de la idea madre de que el hombre que comienzaa vivir debe rever todos los esquemas heredados. Y enesta lucha actúa con la clarividencia de un profeta, peroun profeta cuya grandeza se hace mayor porque esesencialmente humano, con todas las debilidades delhombre, con toda la pasión, hasta con los errores, quepor otra parte siempre está dispuesto a rectificar.

Las contradicciones forman la esencia misma delpensamiento de Bretón, constituyen su dialéctica delpensar, y ellas lo hacen particularmente vivo; pero nadaen estas contradicciones es gratuito; todas confluyen enuna última coherencia; todas concurren a darle su sen-tido definitivo. Los tres manifiestos que aparecen eneste volumen tiene una significación distinta. El primeroes expositivo, en él se presentan los principios del su-rrealismo y se revela una particular técnica poética,mejor dicho una técnica general para la creación, lainterpretación de la vida y la utilización de los verdade-ros instrumentos del conocimiento. El Segundo mani-fiesto plantea la importancia del surrealismo comoconcepción ética, y es en gran parte polémico. Quizásesa polémica peque por demasiado violenta, y quizáshaya en ella un exceso de interpretaciones de hechosocasionales que el tiempo ha demostrado erróneas,pero de todos modos es el documento de un estado deespíritu, de un modo apasionado y viviente de ser testigodel mundo y de lo que en él acontece. Este modo de vivircon pasión lúcida es el lema de un hombre que todo loha sacrificado a esa pasión y a esa lucidez. Los Prolegó-menos a un tercer manifiesto significan finalmente unbalance del surrealismo en sí, y del surrealismo en suconfrontación con el estado de la sociedad actual.

De la lectura de los manifiestos surge claramente queel surrealismo no es simplemente una escuela literaria

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o artística; representa ante todo una concepción delmundo. En esa concepción son los valores vitales delhombre los que se jerarquizan en más alto grado, y entreéstos, la imaginación, con sus resultantes, la accióncreadora y el amor. Todos estos valores sólo puedenrealizarse cuando el hombre goza de la plenitud de sulibertad.

En el desarrollo de estos textos se encadenan diver-sas ideas fundamentales de tipo general. Una de ellas esla desconfianza en los sistemas cuando se toman comoobjetivo y no como instrumento. En este sentido nuncase señalará lo bastante la lucidez con que, en los Prole-gómenos a un tercer manifiesto, muestra el destino detoda gran ideología o sistema que resulta fatalmentecorrompidíy desfigurada por los epígonos.

Para el rfombre que busca realizarse, es fundamentaluna conciencia ética. La lucha por la afirmación de unaética es para Bretón un objetivo torturante. A través deese objetivo se explican las denuncias, las exclusiones,las excomuniones. Y también los aparentes errores. ¿Encuántos militantes surrealistas depositó Bretón su con-fianza que fcvo luego que retirar? ¿A cuántos quitó suconfianza que tuvo que rectificar? Así, por ejemplo,Georges Baíaille es un sórdido fecalómano en el Segun-do manifiesto, mientras en los Prolegómenos al terceroes "uno de los espíritus más lúcidos y audaces de nuestrotiempo". Es,as contradicciones resultarían inexplicablessi no se advierte que los juicios de Bretón no estándirigidos contra las personas sino contra las conductas.Esta despersonalización del juicio constituye el funda-mento de toda verdadera moralidad. Mientras una per-sona está adjierida a una conducta incriminable, desdeel punto defvista moral de Bretón, esa persona resultaacusada y atacada con todas las armas; cuando la con-

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ducta de dicha persona deja de ser incriminable, eljuicio de Bretón cambia. Bretón se revela así comomoralista, uno de los más importantes de este siglo. Perocomo debe serlo todo verdadero moralista, lo es en lamedida en que se preocupa por el destino del hombre.

La honda preocupación por el destino del hombresurge muy claramente de la lectura de los manifiestos.La prédica de Bretón en pro de una vida más alta, en laque la dignidad del hombre sea respetada y contempla-da en toda su extensión, es paralela a su violenta conde-nación de un mundo actual sumido en la indignidad yencerrado por la "muralla del dinero salpicada de se-sos". Pero también su condenación se extiende a quie-nes, pretendiendo luchar contra la tiranía del dinero,permanecen aferrados a los mismos esquemas rígidos yfalsos del pasado, esquemas que coartan la libertad ensus dos ramas esenciales para la realización del hombre:la libertad de crear, la libertad de amar.

El hombre que se realiza en su integridad, norte delsurrealismo, se opone al hombre frustrado que nosofrecen las sociedades actuales de cualquier tipo. De lamateria de ese hombre frustrado se fabrican los tiranos,los lacayos, los rufianes, los falsos profetas, y toda lacohorte de la sordidez expandida por el mundo.

El amor de Bretón por el hombre no es una cosaabstracta o bobalicona, del tipo de las sociedades debeneficencia (que en el fondo no significan más que unaexaltación de la indignidad y un consecutivo despreciopor el hombre), sino un amor concreto lanzado a lalucha activa contra los males que mantienen al hombresumido en la mentira y la abyección, esas dominantesque subyacen al esquema moral de nuestra sociedad.Pero lo que considero fundamental en el surrealismo essu fuego graneado dirigido contra la imbecilidad, la

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sucia, perversa y siniestra imbecilidad, que tan fácil-mente se adueña del poder, y maneja a los hombres y alas conciencias.

El estilo de estos manifiestos no es el habitual en lasllamadas obras de pensamiento. Es un estilo apasiona-do, violento, de frases incisivas, arrebatadas, de ritmocambiante, a ratos sereno, a ratos agitado por una ex-traña vitalidad. Bretón utiliza en ellos el instrumento dela revelación poética; el instrumento y el lenguaje. Sólola poesía tiene ese carácter estremecedor que la hacedifícilmente soportable por las conciencias intranqui-las. Bretón es fundamentalmente un poeta, y al poetacorrespondí ese grado de lucidez irrenunciable quetodo lo cuestiona, ese tono de acusación que no sedetiene anís nada.

Para tener idea de las dificultades que ofrece latraducción íde un estilo tan nuevo y personal puedeservir de pajuta la respuesta del mismo Bretón a quienesen Francia ^criticaron su lenguaje: en el Discurso sobrela poca realidad dice: "Que tengan cuidado, conozco elsignificado lie todas mis palabras y cumplo naturalmen-te con la sintaxis (la sintaxis que no es una disciplina,como creeii-algunos tontos)". Esta frase es totalmenteesclarecedóra: la sintaxis de Bretón es de una granagilidad, sin llegar a romper nunca la esencial estructuradel idioma.^Muy por el contrario, aprovecha al máximolas posibilidades de expresión que le ofrece el lenguajevivo, estirando quizá estas posibilidades hasta el extre-mo límite. Isln mecanismo tan libre y controlado a la vezconfiere a su prosa una increíble ondulación que sepropaga a través de larguísimos párrafos, agitados porun borboteo de hervor, difícilmente alcanzable por lapalabra. Eri una versión puramente literal, todas estas

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virtudes —al tropezar con la estructura de un idiomadistinto — pueden convertirse en incoherencia y cojera.La difícil misión de un traductor consiste en mantenerel equilibrio entre la posibilidad de trasladar su estilo yla claridad en verter sus ideas.

Los males denunciados por el surrealismo hace cua-renta años no sólo persisten sino que se han acentuado.Por eso, hoy más que nunca, los manifiestos surrealistasconservan su candente vigencia. Un profundo resque-brajamiento aflije a la sociedad contemporánea en to-dos sus planos. Sus esquemas aparecen falsos y sinvalidez para quien contempla los acontecimientos conel mínimo de objetividad. Los jóvenes lo sienten honda-mente, y una sorda rebelión, que toma los más diversoscaracteres, bulle en ellos. Para los jóvenes, que todavíason puros, el mensaje de Bretón está especialmentedestinado.

Aldo Pellegrini

Buenos Aires, mayo de 1965

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Primer manifiestodel surrealismo

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Prefacio a la reedición (1929) del Primer manifiesto

Lo previsible era que este libro cambiara y —en cuantocomprometía la existencia terrestre recargándola de todolo que admite dentroy fuera de los límites que la costum-bre le asignan— que su suerte dependiera estrechamentede la mía propia, consistente, por ejemplo, en haber y nohaber escrito libros. Los que se me atribuyen no meparece que ejerzan sobre mí una acción más decisiva quemuchos otros, y, sin duda, ya no tengo de ellos la com-prensión total que correspondería. Cualquiera que sea eldebate a que haya dado lugar el "Manifiesto del surrea-lismo" desde 1924 hasta 1929, sin compromiso valederoni en favor ni en contra, es evidente que, al margen de esedebate, la aventura humana continuó desarrollándose,con el mínimo de probabilidades, casi simultáneamenteen todos los frentes según los caprichos de la imaginaciónque fabrica por sí sola las cosas reales. La autorizaciónpara reeditar la obra de uno mismo como si fuera la dealguien que se ha leído por encima, equivale al "recono-cimiento "no digo de un hijo, del que uno se ha aseguradopreviamente que tuviera rasgos bastante agradables yuna constitución bastante robusta, sino de algo que,habiendo existido, con el fervor que se quiera suponerla

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no puede existir más. Lo único que me queda por haceres condenarme por no haber sido siempre profeta en todo.Sigue teniendo actualidad la famosa pregunta dirigidaporArthur Gravan1 "con tono muy cascado y veterano",aAndré Gide: "Señor Gide, ¿en qué punto estamos conel tiempo? —Las seis menos cuarto", respondió esteúltimo sin advertirla malicia. ¿Ah! Es preciso confesarlo:estamos mal, muy mal con el tiempo.

Aquí y en cualquier parte la confesión y la retractaciónse mezclan. No comprendo por qué ni cómo vivo, cómoes que todavía vivo, y con mayor motivo, qué es lo que yovivo. Si queda algo de un sistema como el surrealismo,que hago mío y al que me acomodo lentamente, si que-dara sólo con qué enterrarme, de todos modos nuncahabrá habido con qué hacer de mí lo que yo quise ser, apesar de la complacencia que tengo para mí mismo.Complacencia relativa, en función de la que se puedetener hacia mi yo (o no-yo, no sé bien). Y, con todo, vivo,y hasta descubrí que amaba la vida.

Cuando a veces se me presentaban razones para ter-minar con ella, me sorprendía a mí mismo admirando untrozo cualquiera de parquet que me parecía de seda, unaseda con la belleza del agua. Me gustaba ese lúcido dolor,como si entonces todo el drama universal pasara a travésde mí, como si de pronto yo valiera la pena. Pero megustaba al resplandor —cómo explicarme— de cosasnuevas, que nunca había visto brillar de semejante ma-nera. Gracias a ello comprendí que, a pesar de todo, lavida estaba dada, que una fuerza independiente de la deexpresar y de hacerse comprender espiritualmente presi-día, en lo que concierne a un hombre que vive, las reac-ciones de un interés inestimable cuyo secreto desaparece-rá con él. Este secreto no me ha sido revelado, y en lo quea mí respecta, su reconocimiento no invalida en nada mi

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declarada ineptitud para la meditación religiosa. Creosolamente que entre mi pensamiento, tal como se des-prende de lo que ha podido leerse firmado por mí, y yomismo, a quien la verdadera naturaleza de mi pensa-miento enrola en algo que todavía ignoro, hay un mundo,un mundo irrevocable de fantasmas, de hipótesis que serealizan, de apuestas perdidas y de mentiras, cosas todasque, tras un rápido examen, me disuaden de aportar lamás mínima correción a esta obra. Para hacerlo seríanecesaria toda la vanidad del espírítu científico, toda esaingenua necesidad de tomar distancia que nos valen lasásperas consideraciones de la historia. Una vez más, fiela la voluntad, que reconozco en mí, de pasar de largo antecualquier especie de obstáculo sentimental, no me demo-raré en juzgar a aquellos de mis primeros camaradas quese atemorizaron y dieron marcha atrás, ni me dedicaré ala inútil sustitución de nombres que podrían hacer queeste libro pasara por estar al día. Limitándome a recor-dar solamente que los dones más preciados del espírituno resisten la pérdida de una parcela de honor, no harésino afirmar mi confianza inquebrantable en el principiode una actividad que nunca me ha decepcionado, y quea mi juicio merece que se consagren a ella más genero-samente, más absolutamente, más locamente que nunca.Y esto porque ella sola es la que dispensa, aunque sea alargos intervalos, los rayos transfiguradores de una graciaque persisto en oponer totalmente a la gracia divina.

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Tanto va la fe a la vida, a lo que en la vida hay de másprecario —me refiero a la vida real—, que finalmenteesa fe se pierde. El hombre, soñador impenitente, cadadía más descontento de su suerte, da vueltas fatigosa-mente alrededor de los objetos que se ha visto obligadoa usar, y que le han proporcionado su indolencia o suesfuerzo; casi siempre su esfuerzo, ya que se ha resigna-do a trabajar, o, por lo menos, no se ha negado a tentarsu suerte (¡lo que él llama su suerte!). Una gran modes-tia constituye actualmente su patrimonio: sabe cuálesson las mujeres que ha poseído y en qué ridiculas aven-turas se ha enredado; tanto su fortuna como su pobrezale son indiferentes —pareciéndose en esto a un niñorecién nacido — , y en cuanto a la aprobación de suconciencia moral, admito que prescinde de ella sin granesfuerzo. Si conserva cierta lucidez no le queda sinovolverse para mirar atrás, hacia su propia infancia que,por mutilada que haya sido gracias a los cuidados de susdomadores, no por eso deja de parecerle llena de en-cantos. En ella, la carencia de cualquier rigor conocidole otorga la perspectiva de vivir varias vidas simultáneas;se arraiga en esta ilusión y sólo quiere saber de la

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facilidad instantánea y extrema de todas las cosas. Cadamañana los niños parten sin preocupación. Todo estácerca, las peores condiciones materiales resultan mara-villosas. Los bosques son blancos o negros, no se dormi-rá jamás.

Aunque es cierto que no se puede llegar tan lejos, nodepende esto sólo de la distancia. Las amenazas seacumulan y uno cede, uno abandona parte del terrenoa conquistar. Aquella imaginación, que no reconocíalímites, ahora sólo se la dejan utilizar subordinada a lasleyes de una utilidad arbitraria; incapaz ella de asumirpor mucho tiempo empleo tan inferior, generalmenteprefiere, cuando el hombre cumple veinte años, aban-donarlo a su destino sin luz.

Cuando, con el andar del tiempo, el hombre — que notala pérdida progresiva de todas las razones de vivir y laincapacidad en que se encuentra ya de colocarse a la alturade cualquier situación excepcional, el amor por ejemplo—,quiera intentar una reacción, ya no podrá tener éxito.Pertenecerá en adelante, en cuerpo y alma, a una imperio-sa necesidad práctica que no admite postergaciones. Fal-tará a sus gestos amplitud, y a sus ideas, envergadura. Detodo lo que le ocurra o pueda ocurrirle, sólo tomará encuenta lo que relacione este acontecimiento con una mul-titud de acontecimientos análogos en los que no ha tomadoparte: acontecimientos fallidos. Yo diría que juzgará eseacontecimiento relacionándolo con uno de aquellos que,por sus consecuencias, resulte más tranquilizador que losotros. Bajo ningún pretexto verá en él su salvación.

Querida imaginación, lo que más quiero en ti es queno perdonas.

Lo único que todavía me exalta es la palabra libertad.La creo capaz de mantener indefinidamente el viejo

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fanatismo humano. Responde, sin lugar a dudas, a miúnica aspiración legítima. Entre tantos infortunios queheredamos hay que reconocer que también nos handejado lamáxima libertad espiritual. Depende de noso-tros no hacer de ella un uso equivocado. Reducir laimaginación a la esclavitud, aun cuando sea en provechode lo que se llama groseramente felicidad, significaalejarse de todo lo que, en lo más hondo de uno mismo,existe de justicia suprema. La imaginación sola me in-forma sobre lo qu&puede ser, y esto ya es suficiente paraatenuar algo la terrible prohibición, y quizá tambiénpara que yo me abandone a ella sin temor de engañarme(como si hubiera posibilidad de engañarse más aún).¿Dónde la imaginación comienza a hacerse peligrosa ydónde cesa la seguridad del espíritu? Para el espíritu, laposibilidad de errar ¿no constituirá quizás la contingen-cia del bien?

Queda la locura, "la locura que se encierra", comose dice con acierto. Ésa o la otra... Todos saben, enefecto, que los locos sólo deben su internación a unapequeña cantidad de actos reprimidos por las leyes yque, a no mediar tales actos, su libertad (por lo menoslo visible de su libertad) no estaría enjuego. Me inclinoa creer que tales seres son víctimas en alguna forma desu imaginación que los impulsa a la inobservancia deciertas reglas, al rebasar las cuales el género humano sesiente amenazado, hecho que todos hemos pagado connuestra experiencia. Pero la profunda despreocupaciónque demuestran hacia las críticas que se les dirigen, yaun hacia los diversos correctivos que se les infligen,permite suponer que ellos obtienen tan elevado confor-tamiento de su imaginación y gozan tanto con su delirioque no pueden admitir que sólo sea válido para ellos.Por esta razón, las alucinaciones, las ilusiones, etc., no

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constituyen fuentes de goce despreciables. La sensuali-dad mejor dispuesta saca de allí su provecho; y yo sé quemuchas noches retendría esa linda mano que en lasúltimas páginas de La Inteligencia de Taine se dedica acuriosos estragos. Me pasaría la vida provocando lasconfidencias de los locos. Son sujetos de escrupulosahonradez, y su inocencia sólo es igualada por la mía. Fuenecesario que Colón zarpara en compañía de locos paraque se descubriese a América. Y ved cómo esa locuraha ido tomando cuerpo y ha perdurado.

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UliÑo ha de ser el miedo ala/locura el que nosEiíponer a media astafa bañ§lerl|de la imaginaci

|Es indispensable instf üií j^proceso contra la actítudí;h'sta, que debe seguir aLproceso contra la actitud

-sjnaterialista; esta última^jrnasjpoética que la antefioi^i^implica indudablemente la existencia de un orgullo

monstruoso en el hombre, pero de ningún modo unanueva y más completa decadencia. Conviene ver en ella,ante todo, una feliz reacción contra algunas tendenciasirrisorias del esplritualismo. Después de todo, dichaposición no es incompatible con cierta elevación depensamiento. • •

La actitud realista, por el contrario, inspirada en elpositivismo deisde Santo Tomás a Anatole France, se merevela con un aspecto hostil hacia todo vuelo intelectualy ético. Me causa repulsión porque está constituida poruna mezcla demediocridad, odio y chata suficiencia. Enla actualidad es ella la que inspira esa multitud de librosridículos, de obras insultantes. Gracias al periodismo,su poder se acrecienta de modo incesante, y así mantie-ne en jaque a la ciencia y al arte, preocupándose por

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halagar a la opinión pública en sus más bajos apetitos:una claridad que linda con la estulticia, una vida deperros. De este modo se reciente la actividad de losmejores espíritus, y sobre ellos, igual que sobre los otros,triunfa la ley del menor esfuerzo. Una graciosa conse-cuencia de esta situación es, en literatura por ejemplo,la abundancia de novelas. Todos concurren con su mi-núscula "observación". Ante la urgencia de depurar,Valéry proponía recientemente reunir en una antologíala mayor cantidad posible de comienzos de novela, decuya insensatez esperaba excelentes resultados. Se hu-biejraJiecha contribuir a los más famosos autores. Se-

to ;honra a Pául^Valery, quien, tiempoa la novela, mej||eguraba que él seJ

salió aGo,m4tfa cumplido su Apalabra?

ura y simplemente informativo, del que-lá-frasMmlaroiohada es un ejémplófdomina exclusiva-mente a las novelas, débese — hay que reconocerlo — aque la ambición de los autores no va muy lejos. Elcarácter circunstancial, inútilmente minucioso, de todassus anotaciones, me induce a pensar si no se estarándivirtiendo a costa mía. No me perdonan ninguno de lostitubeos del personaje: "¿será rubio?, ¿cómo se llama-rá?, ¿lo buscaremos en verano?" Problemas todos quefinalmente se resuelven a la buena de Dios. No me dejanmás alternativa que cerrar el libro, lo que me apresuroa hacer casi desde la primera página. ¡Y en cuanto a lasdescripciones! Nada puede comparárseles en vacuidad;son meras ilustraciones de catálogo yuxtapuestas, queel autor utiliza cada vez con mayor desenfado, aprove-chando cualquier oportunidad para deslizarme sus tar-jetas postales y obligarme a concordar con él sobrelugares comunes, tales como:

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"La piedla en la que fue introducido el joven estabatapizada conpapel amarillo; había geranios y cortinas demuselina en las ventanas; el sol poniente derramabasobre estas cosas una luz cruda. La habitación no conte-nía nada de particular. Los muebles, de madera amarilla,eran muy viejos. Un diván con un gran respaldo vueltodel revés, una mesa oval frente al diván, una cómoda yun espejo adosado al entrepaño, sillas a lo largo de lasparedes, dos o tres grabados sin valor que representandamiselas alemanas con pájaros en las manos; a esto sereducía el moblaje" *.

| No tengo humor para admitirque tales asuntos pue-dan plantearse, al espíritu, nyiquiera de modo pasajero.pabrát[uien^Q§tengaque esta composición escolar estápn el sitió:que le corresponHé^yique justamente en esepitio del libro el autor tuvo sus motivos para abrumarmepon ella.:Con todo; ha pefdido^el tiempo, porque nopienso poner los pies en su habitación. La pereza, lafatiga de los otros no me entretienen. Tengo una ideademasiado inestable de la continuidad de la vida paradar a los momentos de debilidad y depresión el valor depus mejores minutos. Pretendo que se callen cuandohan dejado de experimentar sentimientos. Y entiéndaseClaramente que yo no recrimino la falta de originalidad¿n sí. Afirmo solamente que no convierto en situacionesIjos momentos nulos de mi vida, y que puede resultarifidigno de todo hombre el cristalizar tales momentos,permitidme, pues, que pase por alto la citada descrip-qión de un aposento, junto con tantas otras.! ¡Atención! Estoy en plena psicología, asunto que no

conviene tratar en broma.

i * Dostoievsky: Crimen y castigo.

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Nuestro autor se entusiasma con un carácter dado, yentonces lo hace peregrinar, convertido en héroe, porel mundo. Pase lo que pase, este héroe, cuyas accionesy reacciones están admirablemente calculadas, debepreocuparse por no defraudar —aunque aparente acada rato estar a punto de hacerlo — las previsiones delas que es objeto. Aun cuando pareciera que la corrientede la vida lo arrastra, lo hace rodar, lo hace caer, sólodependerá en última instancia de ese tipo humanojTO/n-

j7uesj<2.. Simple partida de ajedrez que no me interesa enabsoluto, siendo el hombre para mí, quienquiera quesea, un mediocre adversario. Me resultan intolerableslas mezquinas discusiones relativas a tal o cual jugada,ya que no se trataíni de ganar ni de perder. Si el juegono vale la candela y si la razón objetiva perjudica espan-tosamente, como es el caso, a quien recurre a ella, ¿novaldría más prescindir de; esas..categorías dejpensamien-to? "La diversidad es tan amplia como el conjunto detonos de voz, de modos de andar, toser, sonarse, estor-nudar..."* Si un racimo no tiene dos granos de uvaiguales, ¿por qué queréis que os describa éste grano envez de este otro, en vez de todos los otros, que haga deél un grano de uva comestible? La irritante manía queconsiste en reducir lo desconocido a conocido y clasifi-cado adormece los cerebros. El afán de analizar triunfasobre los sentimientos.** De este modo se logran expo-siciones interminables, cuya fuerza persuasiva reside ensu misma singularidad, y que sólo se imponen al lectormerced a un vocabulario abstracto, bastante confuso,por otra parte. Si las ideas generales que la filosofía seha propuesto debatir hasta ahora señalaran una incur-

* Pascal.** Barres, Proust.

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sión definitiva a más dilatados dominios, sería yo elprimero en alegrarme. Pero se trata, por el momento,tan sólo de escarceos retóricos; hasta ahora los rasgosde ingenio y otras buenas costumbres nos ocultan, a cualmás y mejor, el auténtico pensamiento que se busca a símismo en lugar de dedicarse a jugar un solitario. Creoque cada acto lleva su justificación en sí mismo, al menospara quien ha sido capaz de cometerlo, y posee, además,un poder de irradiación que el menor comentario puedellegar a debilitar o hasta a anular completamente. Nadagana, pues, con ser destacado de ese modo. Así, loshéroes de Stendhal se desploman por efecto de lasapreciaciones de ese autor, apreciaciones más o menosfelices, pero que no agregan nada a la gloria de losmismos. Donde volvemos a encontrarlos es dondeStendhal los pierde.

Todavía vivimos bajo el reinado de la lógica: justa-mente a esto quería llegar. Pero los procedimientoslógicos actuales se aplican únicamente a la solución deproblemas de interés secundario. El racionalismo abso-luto, que todavía está de moda, sólo permite tomar encuenta los hechos que dependen directamente de nues-tra experiencia. Los objetivos lógicos, por el contrario,se nos escapan, y es inútil insistir en que se le hanestablecido límites a la experiencia misma. Ella da vuel-tas en una jaula de la cual es cada vez más difícil hacerlasalir. Ella se apoya también en la utilidad inmediata yestá resguardada por el sentido común. Con el pretextode civilización, con el pretexto de progreso, se ha logra-do eliminar del espíritu todo lo que podría ser tildado,con razón o sin ella, de supersticioso, de quimérico, y seha proscrito todo método de investigación de la verdadque no estuviera de acuerdo con el uso corriente. En

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apariencia débese a un verdadero azar que se hayasacado a la luz, recientemente, una parte del mundomental — en mi opinión la más importante — a la quetodos aparentaban quitar importancia. Hay que jgstaragradecido por esto a los descubrimientos de Freud?)Confiada en dichos descubrimientos, se va formandouna corriente de opinión, con cuya ayuda cualquierexplorador de lo humano podrá hacer avanzar sus in-vestigaciones, facilitado el camino por el hecho de notener que depender ya exclusivamente de las realidadesescuetas. Es posible que la imaginación esté a punto dereconquistar sus derechos. Si las profundidades denuestro espíritu cobijan fuerzas sorprendentes, capacesde acrecentar las que existen en la superficie, o deluchar victoriosamente contra ellas, hay un justificadointerés en captarlas; en captarlas primero para some-terlas después, si conviene, al control de la razón. Losmismos analistas sólo obtendrán beneficios de esto.Pero es preciso destacar que no existe ningún procedi-miento que aparezca a priori como el más adecuadopara la prosecución de tal empresa, que debe conside-rarse, hasta nueva orden, tanto del resorte de los poetascomo de los sabios, no dependiendo sus posibilidadesde éxito de los caminos más o menos caprichosos quese utilicen.

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Con toda justicia, Freud ha centrado su crítica sobreel sueño. Es inadmisible, en efecto, que una parte tanconsiderable, de la actividad psíquica haya retenido tanpoco la atención de las gentes hasta ahora, ya que, desdeel nacimiento hasta la muerte, no presentando el pen-samiento ninguna solución de continuidad, la suma de

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los momentos de sueño, medidos como tiempo, y notomando en cuenta sino el sueño puro, en el dormir, noes inferior a la suma de los momentos de realidad,digamos mejor: de los momentos de vigilia. La extremadiferencia de importancia, de seriedad, que existe parael observador común entre los acontecimientos de lavigilia y los del sueño, me ha sorprendido siempre. Sedebe a que el hombre, cuando cesa de dormir, se con-vierte ante todo en juguete de su memoria. En estadonormal, ésta se complace en exponerle muy vagamentelas circunstancias del sueño, en privar a este último detoda consecuencia actual, haciendo partir la causa de-terminante del punto en que se cree haberla dejadoalgunas horas antes: esta esperanza sólida, aquellapreocupación. El hombre se forja así la ilusión de con-tinuar con algo que tiene valor. Queda el sueño limitadoa un paréntesis, como la noche. Y no es mejor consejeroque ésta. Tan singular estado de cosas merece algunasreflexiones.

1a Dentro de los límites en que se desarrolla (oparece desarrollarse), el sueño se nos presenta comocontinuo y poseyendo trazas de organización. Sólo lamemoria se arroga el derecho de efectuar cortes, deprescindir de las transiciones, ofreciéndonos más bienuna serie de sueños que el sueño. De igual modo tene-mos a cada instante, de lo real, apariencias distintas,cuya coordinación es privativa de la voluntad.* Interesadestacar, pues, que nada hay que nos autorice a admitir

* Es necesario tener en cuenta el espesor del sueño. Engeneral, yo retengo solamente lo que me llega de las ca-pas superficiales. Lo que más me gusta tomar en cuentaes todo aquello que se desvanece al despertar, todo loque no me ha quedado del empleo de la jornada prece-dente, follaje sombrío, ramas idiotas. De igual modo, enla "realidad" prefiero caer.

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en el sueño una mayor disipación de sus elementosconstitutivos. Lamento tener que expresarme según unafórmula que, en principio, excluye el sueño. ¿Cuándohabrá lógicos y filósofos durmientes? Quisiera dormir,para poder entregarme a los que duermen, del mismomodo que me entrego a los que me leen, con los ojosbien abiertos; para acabar con el predominio del ritmoconsciente de mi pensamiento en este asunto. Tal vezmi sueño de la última noche sea continuación del de lanoche anterior, y a su vez sea seguido por el de lapróxima noche, con un rigor digno de encomio. Todo esposible, como suele decirse. Y como no está de ningúnmodo probado que al suceder tal cosa, la "realidad" queme ocupa subsista durante el sueño y no se hunda en loinmemorial, ¿por qué no otorgaré al sueño lo que rehu-so a veces a la realidad, es decir, ese valor de certidum-bre en sí misma, que, en su oportunidad, no estéexpuesto a mi repudio? ¿Por qué no he de esperar delindicio del sueño;más de lo que espero de un grado deconciencia cada día más elevado? ¿No podría aplicarsetambién el sueño a la solución de los problemas funda-mentales de la vida? ¿Se trataría de idénticos problemasen uno y otro casó? ¿Ya estarían planteados esos pro-blemas en el sueño? ¿Está el sueño menos abrumado desanciones que todo lo restante? Yo voy envejeciendo y,más que esta realidad a la que me creo constreñido,quizás sea el sueño, la indiferencia en que lo tengo, loque me hace envejecer.

2e Retomo una vez más el estado de vigilia. Me veo \o a considerarlo un fenómeno de interferencia.

En tal condición ^el espíritu muestra no solamente unaextraña tendencia a la desorientación (es la historia delos lapsus y equivocaciones de toda especie, cuyo secre-to comienza a sernos revelado), sino que hasta en su

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funcionamiento normal parece sólo obedecer a suges-tiones procedentes de esa noche profunda con la que lovinculo. Por firme que parezca, el equilibrio del espíritues relativo. Apenas se atreve a opinar, y si lo hace, espara limitarse a comprobar que determinada idea odeterminada mujer lo impresiona. Especificar qué clasede impresión sea, no puede hacerlo, dando con ello tansólo la medida de su subjetivismo. Esa idea, esa mujer loperturban, inclinándolo a una menor severidad; el resulta-do es que lo aislan por un segundo de su disolvente y lodepositan en el cielo, tal vez como un hermoso precipitado,que sin duda es. No sabiendo qué hacer, invoca entonces

l el azar, divinidad más oscura que las otras, a la que endosatodos sus extravíos. ¿Quién me asegura que el ángulo bajoel cual se presenta esa idea que lo conmueve, o lo que loentusiasma en los ojos de esa mujer, no sea.precisamentelo que lo une a su sueño, lo que lo encadena a datosperdidos por su culpa? Y si no fuera así, ¿de qué cosassería capaz? Quisiera entregarle la llave de ese corredor.

3e El espíritu del que sueña se satisface ampliamentecon cuanto le ocurre. El angustioso dilema de la posibi-lidad ya no se plantea. Mata, vuela más velozmente, amatodo lo que quieras, y si mueres, ¿no estás seguro de quedespertarás de entre los muertos? Déjate llevar; losacontecimientos no admiten que los postergues. ¿Quérazón, pregunto, qué razón de mayor magnitud que otraconfiere al sueño esa actitud natural y me hace acogersin reservas una multitud de episodios cuya singularidadme fulminaría en el momento en que escribo? Y sinembargo tengo que creer a mis ojos, a mis oídos: hallegado el hermoso día, la bestia ha hablado.

Si el despertar del hombre es más duro, si se rompedemasiado bien el encanto, se debe a que lo han impul-sado a forjarse una pobre idea de la expiación.

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4Q Desde el momento en que se lo someta a unexamen metódico y en que — por medios que habrán dedeterminarse— se logre tener idea del sueño en su totali-dad (lo que presupone una disciplina de la memoria queexigirá muchas generaciones;lTornencernos, contodo,por registrar ahora los hechos salientes), en que sucurva se desarrolle con regularidad y amplitud sin pre-cedentes, se puede esperar que desaparezcan los mis-terios que no existen para dar lugar al Gran Misterio.Yo creo firmemente en la fusión futura de esos dosestados, aparentemente tan contradictorios: el sueño y 4-la realidad, en una especie de realidad absoluta, desuperrealidad. A su conquista me encamino, seguro de nolograrla, pero con la suficiente indiferencia hacia mi muer-te como para calcular un poco el placer de tal posesión.

Se cuenta de Saint-Pol-Roux que todos los días, enel momento de irse a dormir, hacía colocar en la puertade su residencia de Camaret un letrero en el que se leía:EL POETA TRABAJA.

Habría aún mucho que decir, pero he querido sólorozar de paso un tema que requeriría por sí solo unaexposición demasiado extensa y un rigor más estricto:ya volveré sobre él. Aquí fue mi intención tan sólo poneren claro el odio hacia lo maravilloso y el deseo de 1ridiculizarlo que corroe a ciertos hombres. Terminemosde una vez: lo maravilloso es siempre bello, cualquierespecie de maravilloso es bello, y no hay nada fuera delo maravilloso que sea bello.

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IEn el dominio literario, sólo lo maravilloso puede

fecundar obras tributarias de un género tan inferiorcomo la novela, o todo lo que participe, en líneas gene-

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Irales, de la anécdota. El Monje de Lewis2 constituye unaprueba admirable. El soplo de lo maravilloso lo animapor entero. Mucho antes de que el autor haya liberadoa sus personajes principales de toda coacción temporal^se los siente dispuestos a actuar con una altivez sinprecedentes. Esa pasión por lo eterno que los muevepresta continuamente acentos inolvidables a sus tor-mentos y al mío. Lo considero un libro que exalta, delprincipio al fin, y con pureza inigualable, aquella partedel espíritu que aspira a abandonar la tierra; considerotambién que, despojado de una parte insignificante desu intriga novelesca, al gusto de la época, constituye unmodelo de precisión y de inocente grandeza.* No creoque haya nada mejor, y el personaje de Matilde, enespecial, representa la creación más emocionante quepueda ponerse en el activo de ese modo figurado deliteratura. Más que un personaje es una tentación per-manente. ¿Y qué puede ser un personaje si deja de seruna tentación? Tentación extrema. El "nada es imposi-ble para el que se atreve" logra en El Monje toda suconvincente medida. Las apariciones tienen un papellógico, puesto que el espíritu crítico no se apodera deellas para refutarlas. De modo igualmente legítimo estátratado el castigo de Ambrosio, ya que finalmente elespíritu crítico lo acepta como desenlace natural.

Puede parecer arbitrario que yo proponga este mo-delo, cuando lo maravilloso ha sido el alimento constan-te de las literaturas nórdicas y orientales, sin hacermención de las literaturas religiosas de todos los países.Esto se debe a que la mayor parte de los ejemplos quehubiese podido presentar de tales literaturas están in-

* Lo admirable en lo fantástico es que desaparece lo ,fantástico: sólo existe lo real.

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festados de puerilidad, por la sencilla razón de que sedestinan a los niños. A éstos se les priva demasiadopronto de lo maravilloso, y más adelante ya no conser-van la indispensable virginidad de espíritu para sentirun placer intenso con Piel de Asno. Por encantadoresque sean los cuentos de hadas, el hombre creería sen-tirse disminuido si se nutriera de ellos, y convengo queno todos son adecuados a su edad. El tejido de adora-bles inverosimilitudes ha de ser cada vez más sutil amedida que se avanza, y todavía estamos a la espera deesa clase de arañas... Pero las facultades no cambianradicalmente: el miedo, la atracción por lo insólito, lasoportunidades, el gusto por el lujo son resortes a los quenunca se recurrirá en vano. Quedan por escribir cuentospara adultos, cuentos que han de ser casi fábulas tam-bién.

Lo maravilloso no es igual en todas las épocas; parti-cipa oscuramente de una especie de revelación general -4-de la que sólo nos llega algún detalle: las ruinas román-ticas, el maniquí moderno o cualquier otro símbolocapaz de conmover la sensibilidad del hombre durantecierto tiempo. Dentro de esos marcos que provocan unasonrisa, siempre aparece, sin embargo, la irremediableinquietud humana, y por eso los tomo en cuenta, juzgán-dolos íntimamente unidos a aquellas producciones ge-niales que están más dolorosamente afectadas por ella.Son las horcas de Villon, las griegas de Racine, losdivanes de Baudelaire. Coinciden con un eclipse del /gusto que estoy conformado para soportar, ya que me >forjo del gusto la idea de una gran mancha. En el malgusto de mi época me esfuerzo por superar a todos. Dehaber vivido en 1820, yo hubiese sido el de "la monjaensangrentada"3; yo no habría escatimado el cazurro ytrivial "Disimulemos" de que habla el parodista Cuisin;

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a mí me habría correspondido recorrer en metáforasgigantescas, como él dice, todas las fases del "Disco

4 plateado". Pero hoy pienso en un castillo, una de cuyasmitades no ha de estar forzosamente en ruinas. Esecastillo me pertenece; lo veo en un paisaje agreste, nolejos de París. Tiene infinitas dependencias, y los inte-riores han sido fabulosamente restaurados, de modoque nada quedara por desear en lo que respecta alconfort. Se detienen automóviles ante su puerta, ocultapor la sombra de los árboles. Algunos amigos míos seencuentran instalados allí definitivamente: ahí está LuisAragón que sale — apenas tiene tiempo para saludar-nos — ; Philippe Soupault se levanta con las estrellas, yPaul Eluard, nuestro gran Eluard, no ha vuelto todavía.Robert Desnos y Roger Vitrac están en el parque des-cifrando un antiguo edicto sobre el duelo; y GeorgesAuric y Jean Paulhan; y Max Morise, que rema tan bien,y Benjamín Péret con sus ecuaciones de pájaros; y Jo-seph Delteil; y Jean Carrive; y Georges Limbour, yGeorges Limbour (hay toda una retahila de GeorgesLimbour), y Marcel Noli; aquí está también T. Fraenkel,que nos hace señas desde su globo cautivo, y GeorgesMalkine, Antonin Artaud, Francis Gérard, Fierre Navi-lle, J. A. Boiffard; más allá Jacques Barón y su hermano,apuestos y cordiales, y tantos otros, y también mujeresarrebatadoras, os lo aseguro.

¿De qué podéis pretender que se abstengan todosestos jóvenes? Sus deseos son órdenes para la riqueza.Francis Picabia nos visita, y la semana pasada, en lagalería de los espejos, hemos recibido a un tal MarcelDuchamp, a quien todavía no conocíamos. Picasso sededica a cazar por los contornos. El espíritu de desmo-ralización ha instalado su sede en el castillo y nos lastenemos que ver con él cada vez que se trata de las

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relaciones con nuestros semejantes; pero las puertasestán siempre abiertas, y ya se sabe que no se comienzapor "dar las gracias" a las gentes. Por lo demás, lasoledad es amplia; no es fácil que nos encontremos amenudo. Y a la postre, ¿no es lo esencial que seamosnuestros propios amos y también los amos de las muje-res y del amor?

Se me acusará de impostura poética; todos se iránmurmurando que yo vivo en la calle Fontaine y que nobeberán de esa agua.4 ¡Caray! Pero ¿quién puede afir-mar que ese castillo del que le hago los honores es merailusión? ¿Y si ese palacio existiera, a pesar de todo? Allíestán mis huéspedes para atestiguarlo, llegados allí porel sendero luminoso de sus caprichos. Cuando estamosallí vivimos realmente según nuestra fantasía. ¿Y cómopodrían molestarse unos a otros, allí, donde se está acubierto de la persecución sentimental y donde las oca-siones se dan cita?

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El hombre propone y dispone. Solamente de él de-pende llegar a pertenecerse por entero, o sea, manteneren estado anárquico las huestes cada vez más temiblesde sus deseos. Se lo enseña la poesía, que lleva en símisma la compensación perfecta de las miserias quesoportamos. Puede hasta convertirse en ordenadora, apoco que bajo los efectos de una decepción menosíntima se decida a tomarla por lo trágico. ¡Llegará eltiempo en que ella decrete el fin del dinero y parta solael pan del cielo para la tierra! Habrá aún asambleas enlas plazas públicas y movimientos en los que no teníaispensado intervenir. ¡Adiós las absurdas selecciones, lossueños de abismos, las rivalidades, las largas paciencias,

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la fuga de las estaciones, el orden artificial de las ideas,la pendiente peligrosa, el tiempo para todo! Que setomen simplemente el trabajo de practicar la poesía.¿No nos corresponde a nosotros, que ya estamos en ella,intentar que prevalezca lo que consideramos nuestramás amplia fuente de conocimiento?

No importa que haya cierta desproporción entre estadefensa y los ejemplos que seguirán. Se trataba de re-montarse hasta las fuentes de la imaginación poética, ylo que es más importante, mantenerse ahí. No pretendohaberlo logrado. Tiene que afrontar una gran responsa-bilidad quien quiera establecerse en esas regiones apar-tadas donde todo parece, en un comienzo, andar tanmal, especialmente si se quiere conducir allí a algúnotro. Por otra parte, nunca se puede estar seguro deencontrarse efectivamente allí. Para estar igualmentemal, muchos hay que están dispuestos a detenerse encualquier otra parte. De todos modos ya existe unaflecha que señala la dirección de ese país; el arribo a laverdadera meta depende ahora solamente de la fortale-za del viajero.

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Se conoce, con bastante aproximación, el caminoseguido. Tuve ocasión de contar, en el desarrollo de unestudio sobre el caso de Robert Desnos, intitulado "Laentrada de los médiums"*, de qué modo me sentí impul-sado a "fijar la atención en algunas frases más o menostruncas que, en estado de completa soledad y a puntode caer vencido por el sueño, se hacen perceptibles alespíritu, sin que sea posible descubrir en ellas ninguna

* Ver Les Pos Perdus, N. R. F.

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determinación preliminar". Por entonces abordaba yola aventura poética con las mínimas perspectivas, lo quesignifica que, con las mismas aspiraciones que hoy,confiaba empero entonces en la lentitud de la elabora-ción para ponerme a cubierto de contactos superfluos;contactos que yo desaprobaba enérgicamente. Había enesto un pudor del pensamiento del que todavía conservorastros. Al final de mis días llegaré, sin duda con dificul-tad, a hablar como hay que hablar, disculpando mi vozy mi limitado número de gestos. La virtud de la palabra,y más aún la de la escritura, me parecía residir en lafacultad de abreviar de modo sorprendente la exposi-ción (ya que había una exposición) de un pequeñonúmero de hechos, poéticos o de otra índole, de los queyo constituía la substancia. Me imaginaba que no deotro modo había procedido Rimbaud. Con un pruritode variedad, digno de mejor suerte, compuse los últimospoemas de Monte de Piedad 5, es decir que llegué aobtener de las líneas blancas de ese libro un partidoincreíble. Esas líneas significaban cerrar los ojos anteoperaciones de la mente que yo creía imprescindibleescamotear al lector. No había trampa de mi parte, sinoafán de violentar. Lograba la ilusión de una complicidadposible, de la cual podía prescindir cada vez menos. Mehabía puesto a pulir exageradamente las palabras, te-niendo en cuenta el espacio que toleran a su alrededoro los contactos con un sinnúmero de palabras que yo nopronunciaba. El poema Selva Negra procede íntegra-mente de este estado de ánimo. Tardé seis meses enescribirlo y puede creérseme que no descansé un solodía. Pero entonces estaba enjuego la estima que sentíapor mí mismo; no es una razón, ustedes sabrán com-prender. Me complacen estas confesiones idiotas. Poraquel tiempo intentaban implantar la seudo-poesía cu-

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bista; pero había nacido inerme del cerebro de Picasso;y en lo que a mí respecta, pasaba por ser más aburridoque una ostra (y aún paso por serlo). Por otra parte, yosospechaba haber errado el camino desde el punto devista poético; pero salvaba lo que podía, desafiando allirismo a fuerza de definiciones y recetas (no debíatardar en producirse el fenómeno Dada) y haciendocomo que buscaba una aplicación de la poesía en lapublicidad (yo afirmaba que el mundo no acabaría conun buen libro, sino con un hermoso anuncio para el cieloo el infierno).

Hacia la misma época, un hombre, Fierre Reverdy,por lo menos tan aburrido como yo escribía:

La imagen es una creación pura del espíritu.No puede nacer de una comparación sino del acerca-

miento de dos realidades más o menos alejadas.Cuanto más distantes y precisas sean las relaciones

entre las dos realidades que se ponen en contacto, másintensa será la imagen, y tendrá más fuerza emotiva yrealidad poética...'

Estas palabras, aunque sibilinas para los profanos,eran profundamente reveladoras, y medité sobre ellasmucho tiempo. Pero la imagen se me escapaba. Laestética de Reverdy, de índole absolutamente a poste-riorí, me hacía tomar los efectos por causas. Por esaépoca sucedió que me vi impelido a renunciar definiti-vamente a mi punto de vista.

Ocurrió una noche que, al empezar a dormirme,percibí claramente articulada, de modo tal que resulta-ba imposible cambiar una palabra, pero carente del

* Nord-Sud, marzo de 1918.

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sonido peculiar a cualquier voz, una frase asaz singular,que me llegaba sin tener relación con los acontecimien-tos que, por confesión de mi conciencia, me ocupabanen ese momento. Era una frase insistente, una frase queme atrevería a decir: llamaba a la ventana. Yo la captéinmediatamente, y me disponía a pasar a otra cosa,cuando su carácter orgánico me retuvo. Realmente esafrase me desconcertaba; desgraciadamente no la heconservado con precisión hasta hoy; era algo así como:"Hay un hombre cortado en dos por la ventana". Y nopodía haber confusión, ya que iba acompañada de ladébil representación visual* de un hombre que camina-ba, cortado en la^ mitad de su altura por una ventanaperpendicular al eje de su cuerpo. Se trataba sin dudadel simple efecto de enderezamiento en el espacio de lafigura de un hombre asomado a una ventana. Perohabiendo la ventana acompañado al hombre en su des-

* De ser pintor, hubiera predominado, sin duda, estaimpresión visual sobre la otra. Mi particular predisposi-ción fue lo'decisivo. Desde ese día me ha ocurrido a me-nudo concentrar voluntariamente la atención sobreanálogas apariciones, y puedo asegurar que no ceden unápice en nitidez a los fenómenos auditivos. Provisto delápiz y papel, me sería fácil reproducir los contornos,puesto querno se trata en estos casos de dibujar, sino decalcar. Habría podido así diseñar un árbol, una ola, uninstrumento musical, cosas de las que normalmente soyincapaz de dar el bosquejo más elemental. Me introduci-ría sin temor de extraviarme en un dédalo de líneas queal comienzo no parecen llevar a nada concreto. Y alabrir los ojos tendría una muy fuerte impresión de cosa"nunca vista". La prueba de lo que digo ha sido suminis-trada repetidas veces por Robert Desnos: bastará hojearel número 36 de Feuilles Libres, que contiene varios di-bujos suyos; (Romeo y Julieta, Un hombre ha muerto es-ta mañana,': etc.), publicados inocentemente por dicharevista como dibujos de alienados.

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plazamiento, me di cuenta de que me encontraba frentea una imagen bastante extraña, y repentinamente medominó la idea de incorporarla a mi material de cons-trucción poética. No bien habíale acordado este mere-cimiento cuando se presentó una retahila de frases queme pasmaron en igual medida, dejándome una impre-sión tal de gratuidad que se me apareció como ilusorioel dominio que hasta entonces había tenido sobre mímismo, y no pensé más que en poner término a lainterminable querella desarrollada en mi interior.*

Estando, por entonces, totalmente absorbido porFreud, con cuyos métodos de examen — que tuve oca-sión de practicar sobre algunos enfermos durante laguerra— me había familiarizado, decidí obtener de mímismo lo que se busca obtener de ellos, es decir, unmonólogo de elocución lo más rápido posible, sobre elcual el espíritu crítico del sujeto no pudiera dirigirningún juicio; que no estuviera trabado por ningunareticencia ulterior; que constituyera, en fin, lo más exac-tamente posible, un pensamiento parlante. Me habíaparecido siempre —y también ahora me parece— (laforma como había entrado en contacto con la frase delhombre cortado lo atestiguaba) que la velocidad delpensamiento no es superior a la de la palabra, de modo

* Knut Hamsun hace depender del hambre este tipo derevelación que ha hecho presa de mí, y probablementeno esté equivocado (el hecho es que en esa época yo nocomía todos los días). Seguramente relata experienciasde esa índole cuando se expresa en los siguientes térmi-nos: "Al día siguiente me desperté temprano. Todavía erade noche. Hacía ya un buen rato que tenía los ojos abier-tos, cuando oí que el reloj del departamento inferior dabalas cinco. Quise volver a dormirme pero no lo conseguí:estaba completamente desvelado y mil cosas bullían en micabeza. De golpe acudieron a mi mente algunos excelentes

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que no supera fatalmente ni a la lengua, ni siquiera a lapluma que escribe. Fue con esta disposición de espírituque Philippe Soupault, a quien había hecho partícipe demis primeras conclusiones, y yo, nos pusimos a borro-near cuartillas, con loable menosprecio por las conse-cuencias literarias de esta empresa. La facilidad derealización hizo el resto. Al cabo del primero día nosleímos unas cincuenta páginas obtenidas con dicho pro-cedimiento, y nos pusimos a comparar los resultados.En general, había una notable analogía entre los textosde Soupault y los míos: se notaban los mismos vicios deconstrucción, los mismos decaimientos, pero tambiénen todos la ilusión de una facundia extraordinaria, unaemoción desbordante, una considerable selección deimágenes de tal calidad como no hubiésemos sido capa-ces de preparar igual ni una sola en mucho tiempo, unacento pintoresco muy peculiar y, aquí y allá, algunas

fragmentos apropiados para utilizarlos en una nota o unartículo; el azar me ofrecía frases muy hermosas, comonunca se me habían ocurrido antes. Las repetía lentamentepalabra por palabra; eran espléndidas. Y venían incesamen-temente. Entonces me levanté y busqué lápiz y papel en lamesa detrás de mi lecho. Era como si una vena se hubieraroto dentro de mí, las palabras se sucedían unas a otras, seadaptaban a cada situación, las escenas se acumulaban, laacción se desarrollaba, las réplicas surgían en mi cerebro.Sentía un placer prodigioso. Los pensamientos acudían contal rapidez y seguían fluyendo en abundancia tal que yoperdía un sin fin de detalles sutiles a causa de que mi lápizno era suficientemente veloz, a pesar de que yo me apresura-ba, con mi mano en constante movimiento, sin perder unminuto. Las frases continuaban atropellándose en mí. Yoestaba repleto de mi tema..."Apollinaire sostenía que los primeros cuadros de Chiricofueron pintados bajo el influjo de trastornos cenestésicos(jaquecas, cólicos).

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frases agudamente burlescas. La única diferencia entrelos textos de ambos me pareció que estribaba en lodistinto de nuestros temperamentos (menos estático elde Soupault) y -si me permite una ligera crítica- enque cometió el error de colocar en la cabecera dealgunas páginas -sin duda por espíritu de mistifica-ción- ciertas palabras a guisa de títulos. Tengo quehacerle justicia, en cambio, por haberse opuesto tenaz-mente al menor retoque, a la más mínima corrección,cuando algún pasaje me parecía poco logrado. En estotuvo la más completa razón*, ya que resulta, en verdad,muy difícil estimar en su justo valor los diversos elemen-tos presentes, y puede asegurarse que es imposiblehacerlo en una primera lectura. Para quien escriba, alprincipio esos elementos le resultarán ton extraños co-mo a cualquier otro, y naturalmente sentirá desconfian-za. Desde un punto de vista poético se recomiendansobre todo por un grado muy alto de inmediata absur-didad, que cede lugar, después de un examen más pro-fundo, a cuanto hay de más legítimo y admisible en elmundo, o sea la divulgación de cierto número de pro-piedades y hechos no menos objetivos, en suma, quecualesquiera otros.

Como homenaje a Guillaume Apollinaire, que aca-baba de fallecer, y que nos pareció haberse entregado,

* Estoy cada vez más convencido de la infalibilidad demi pensamiento con respecto a mí mismo, lo que es muyfundado. Con todo, en esta escritura del pensamiento,donde se está a merced de cualquier distracción exterior'pueden producirse "mejunjes". No tendría disculpas tra-tar de disimularlos. El pensamiento es, por definición,fuerte e incapaz dé incurrir en errores. Las evidentes de-bilidades que aparezcan hay que achacarlas a las suges-tiones que le llegan de afuera.

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en oportunidades, a ejercicios de esa índole, sin sacrifi-car empero totalmente los recursos literarios triviales,Soupault y yo designamos con el nombre de surrealismola nueva forma de expresión pura de que disponíamos,y de la cual nos urgía hacer partícipes a nuestros amigos.Creo que hoy ya no es necesario insistir sobre estapalabra, puesto que la acepción que nosotros le hemosdado ha prevalecido sobre la acepción apollineriana.Con más razón todavía, hubiéramos podido adoptar elvocablo supematuralismo, empleado por Gérard deNerval en la dedicatoria de las Hijas del Fuego'. Nervalposeía, a lo que parece, en el más alto grado ese espírituque nosotros remvindjcamos,^en tanto que Apollinaire sóloalcanzó a poseer ]ajetra, todavía imperfecta, del surrealis-mo, y se mostró impotente para forjar una concepciónteórica que nos coñqüistaTaT He aquí dos frases de Nervalque me parecen a este respecto muy significativas6:

"Quiero explicarle-querido Dumas, el fenómeno queusted mencionó más arriba. Ya sabe que existen cienosnarradores que no pueden inventar fábulas sin identifi-carse con los personajes de su imaginación. Recuerde concuánta convicción nuestro viejo amigo Nodier contabacómo le había ocurrido la desgracia de ser guillotinadodurante la Revolución, llegando a tal grado de persuasiónque uno se preguntaba cómo logró que le pegaran otravez la cabeza.

"... Yya que usted cometió la imprudencia de citar unode los sonetos compuestos en ese estado de ensueñosupernaturalista, como dirían los alemanes, es necesarioque los conozca todos. Los encontrará al final del volu-men. No son más oscuros que la metafísica de Hegel o

* Y también por Tilomas Carlyle en Sartor Resartus (ca-pítulo VIII: Supematuralismo natural), 1833/34.

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los Memorables de Swedenborg, y perderían su encantoal explicarlos, aún en el caso de que fuera posible hacerlo.Concédame, al menos, el mérito de la expresión... »*

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Sólo por mala fe se nos podría discutir el derecho deemplear la palabra surrealismo en el peculiar sentidoque nosotros le damos, puesto que resulta evidente queesta palabra antes de nosotros no había conocido fortu-na. La defino, pues, de una vez por todas:

SURREALISMO: s.m. Automatismo psíquico puro porcuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente comopor escrito o de cualquier otro modo el funcionamientoreal del pensamiento. Dictado del pensamiento, conexclusión de todo control ejercido por la razón y almargen de cualquier preocupación estética o moral.

ENCICLOPEDIA: Filos. El surrealismo se basa en lacreencia en la realidad superior de ciertas formas deasociación que habían sido desestimadas, en la omnipo-tencia del sueño, en la actividad desinteresada del pen-samiento. Tiende a provocar la ruina definitiva de todoslos otros mecanismos psíquicos, y a suplantarlos en lasolución de los principales problemas de la vida. Hanhecho profesión de fe de SURREALISMO ABSOLUTO:Aragón, Barón, Boiffard, Bretón, Carrive, Crevel, Del-teil, Desnos, Eluard, Gérard, Limbour, Malkine, Mori-se, Naville, Noli, Péret, Picón, Soupault, Vitrac.

Parecen ser éstos los únicos hasta el presente, y nohabría posibilidad de error a no ser por el caso apasio-nante de Isidore Ducasse, sobre el que carezco de datossuficientes. Cierto que, teniendo en cuenta de un modo

* Ver también el IDEORREALISMO de Saint-Pol-Roux.

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superficial los resultados, buen número de poetas po-drían pasar por surrealistas, comenzando por Dante y,en sus buenos momentos, Shakespeare. En el curso dediversas tentativas de reducción, a las que me he libradode lo que, por abuso de confianza, se denomina genio, nohe encontrado nada que pudiera atribuirse concluyentc-mente a un proceso distinto del que estamos tratando.

Las Noches de Young son surrealistas de un extremoal otro; desgraciadamente es un sacerdote el que habla,un mal sacerdote sin duda, pero sacerdote al fin.

Swift es surrealista en la malignidad.Sade es surrealista en el sadismo.Chateaubriand es surrealista en el exotismo.Constant es surrealista en política.Hugo es surrealista cuando no es estúpido.Desbordes-Valmore es surrealista en el amor.Bertrand es surrealista en el pasado.Rabbe es surrealista en la muerte.Poe eslsurrealista en la aventura.Baudelaire es surrealista en la moral.Rimbaud es surrealista en la práctica dé la vida y en

cualquier parte.Mallarme es surrealista en la confidencia.Jarry es surrealista en el ajenjo.Nouveau es surrealista en el beso.Saint-Pol-Roux es surrealista en el símbolo.Fargue es surrealista en la atmósfera.Vaché es surrealista en mí.Reverdy es surrealista en su casa.Saint-John Perse es surrealista a la distancia.Roussel es surrealista en la anécdota.Etcétera.Insisto en que no siempre son surrealistas, puesto

que puedo descubrir en ellos cierto número de ideas

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preconcebidas a las cuales ingenuamente se aferran; ylo hacen porque no llegaron apercibir la voz surrealista,la que continúa predicando aún la víspera de la muertey por sobre las tempestades; o porque no se resignarona hacer de meros orquestadores de una maravillosapartitura. Al hecho de constituir instrumentos demasia-do arrogantes se debe que no hayan dado siempresonidos armoniosos*.

Pero nosotros, que no hemos efectuado el menortrabajo de filtración, que nos hemos convertido en nues-tras obras en receptores pasivos de múltiples ecos, enmodestos aparatos registradores que no se hipnotizanante el trazado que registran, creemos servir una causamás noble; devolvemos con probidad el "talento" quenos prestan. Podéis hablarme, si queréis, del talento deese metro de platino, de aquel espejo, de esta puerta,del cielo.

No, no tenemos talento; preguntad a Philíppe Sou-pault:

"Las manufacturas anatómicas y las habitacionesbaratas destruirán las más elevadas ciudades ".

A Roger Vitrac:

"Apenas había invocado almármol-almirante, cuan-do éste giró sobre sus talones como un caballo que seencabrita ante la estrella polar, designándome en el plano

* Lo mismo podría decirse de algunos filósofos y de al-gunos pintores, limitándome a citar entre estos últimos aPaolo Uccello en los tiempos antiguos, y en los moder-nos a Seurat, a Gustave Moreau, a Matisse (en La músi-ca, por ejemplo), a Derain, a Picasso (el más puro, delejos), a Braque, a Duchamp, a Picabia, a De Chineo(por tanto tiempo admirable), a Klee, a Man Ray, a MaxErnst, y muy cerca de nosotros, a André Masson.

de su bicomio una región en la que yo debía pasar el restode mis días".

A Paul Éluard:"Relato una historia muy conocida; releo un poema

célebre; estoy apoyado contra un muro, con orejas quereverdecen y labios calcinados ".

AMaxMorise:"El oso de las cavernas con su compañera la abutar-

da, el 'mil hojas'con su mucama la hoja, el gran cancillercon su señora la cancela, el espantapájaros con su com-padre el pájaro, la probeta con su hija la aguja, el carní-voro y su hermano el carnaval, el barrendero y sumonóculo, el Mississipi y su faldero, el coral y su jarralechera, el Milagro con su Buen Dios, no tienen más quedesaparecer de la superficie del mar".

A Joseph Delteil:"¡Ay! Yo creo en la virtud de los pájaros; basta sólo

una pluma para hacerme morir de risa ".

A Louis Aragón:"Durante una interrupción del partido, mientras los

jugadores se reunían alrededor de una llameante taza depunch, le pregunté al árbol si conservaba todavía su cintaroja".

Y a mí mismo, que no he podido evitar el escribirlas líneas serpenteantes, enloquecedoras, de este pre-facio.

Preguntadle también a Robert Desnos, que de todosnosotros es el que está, quizá, más próximo a la verdad

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surrealista, y quien en obras aún inéditas* y a lo largo demúltiples experiencias a las que se ha prestado, justificaplenamente la esperanza que yo cifraba en el surrealis-mo y me obliga a esperar todavía mucho más. Hoy endía, Desnos habla el idioma surrealista a voluntad. Laprodigiosa agilidad con que sigue oralmente su pensa-miento nos da, cuantas veces querramos, espléndidosdiscursos que se pierden, pues a Desnos le ocupan cosasmás importantes que el retenerlos. Lee en sí mismocomo en un libro abierto y no hace ningún esfuerzo porconservar las cuartillas que se desparraman con el vien-to de su vida.

* Nouvelles Hébrides, Désordre Formel, Deuilpour Deuil.

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SECRETOS DEL ARTE MÁGICO SURREALISTA

Composición surrealista escrita, o el borrador primeroy definitivo.

Hazte traer con qué escribir, después de haberte insta-lado en un lugar lo más favorable posible para la con-centración del espíritu en sí mismo. Colócate en elestado más pasivo o receptivo que puedas. Haz abstrac-ción de tu genio, de tus talentos y del de todos los demás.Di bien alterque la literatura es uno de los más tristescaminos que conducen a todo. Escribe velozmente, sintema previo, con tal rapidez que te impida recordar loescrito o caer en la tentación de releerlo. La primerafrase vendrá sola, puesto que cada segundo hay unafrase, ajena a nuestro pensamiento consciente, que pug-na por manifestarse. Es bastante difícil pronunciarsesobre el caso de la frase siguiente, la que sin dudaparticipa a la vez de nuestra actividad consciente y dela otra, si se admite que el haber escrito la primera fraseimplica un mínimo de percepción. Pero esto no debepreocuparte, porque allí reside en su mayor parte elinterés del juego ¡.surrealista. Siempre sucede que lapuntuación se opone a la absoluta continuidad del flujoverbal, aunque parezca tan indispensable como la dis-tribución de los nudos en una cuerda vibrante. Continúaasí todo el tiempoTque te plazca. Confía en el carácter

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inagotable del murmullo. Si el silencio amenaza imperaraprovechando la menor falla -que se podría llamarfalla de distracción — , tacha entonces sin vacilar unalínea demasiado clara, y a continuación de la palabracuyo origen es sospechoso, coloca una letra cualquiera,la/, por ejemplo, y siempre la/, retornando de ese modoa lo arbitrario al imponer dicha letra como inicial delvocablo que ha de venir.

Para dejar de aburrirse en compañía

Es muy difícil. Trata de no estar en casa para nadie y, aveces, aunque ninguno haya quebrantado la consigna,interrumpiéndote en plena actividad surrealista y cru-zándote de brazos contesta: "Tanto da; quizá haya algomejor que hacer o que no hacer. El interés de la vida nose mantiene. ¡Simplicidad, lo que me está pasando to-davía me fastidia!" o cualquier otra indignante triviali-dad.

Para hacer discursos

Hacerse inscribir la víspera de las elecciones, en elprimer país que juzgue oportuno recurrir a ese génerode consultas. Cualquiera lleva en sí la materia de unorador: telas multicolores y pedrerías de palabras. Gra-cias al surrealismo podrá sorprender en toda su pobrezaa la desesperación. Un atardecer, subido a un estrado,destrozará él solo al cielo eterno, esa Piel de Oso7.Prometerá tanto, que cumplir algo, por poco que sea,causará asombro. Dará a las reivindicaciones de todoun pueblo un rumbo parcial e irrisorio. Conciliará a losadversarios más irreductibles en un secreto deseo quehará estallar todas las patrias. Y logrará todo esto con

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sólo dejarse levantar por la palabra inmensa que sederrite en piedad y echa a rodar en odio. Incapaz dedesfallecimientos, jugará ganando sobre el tapete detodos los desfallecimientos8. Será realmente elegido, ylas mujeres más dulces lo amarán con violencia.

Para escribir falsas novelas

Quienquiera que seas, si el corazón te lo pide, comienzapor quemar unas hojas de laurel, y sin preocuparte pormantener ese magro fuego, prepárate a escribir unanovela. El surrealismo te lo permitirá: basta cambiar laaguja pasándola de "Tiempo estable" a "Acción", y sehabrá realizado el truco. He aquí diversos personajesde apariencia bastante desorbitada; sus nombres en tuescritura se reducen a una cuestión de mayúsculas, y secomportarán frente a los verbos activos con la mismasoltura que tiene el pronombre impersonal francés Ufrente a las palabras: pleut, y a, faut, etc.9 Los dirigirán,por así decir, y ten por seguro que cuando la observa-ción, la reflexión y las facultades de generalización fa-llen, ellos te prestarán mil intenciones que nunca tuviste.Así, provistos de un número limitado de característicasfísicas y morales, esos seres, que realmente te debenbien poco, no se apartarán de una determinada línea deconducta, del cual ya no necesitas ocuparte. Resultaentonces una intriga de apariencia más o menos orde-nada, que justificará punto por punto el desenlace emo-cionante u optimista que te importa poco. Tu falsanovela imitará maravillosamente una novela verdadera;harás dinero, y todos concordarán en reconocer que"tienes algo en las tripas", ya que, con toda seguridad,allí es donde suele estar ese algo.

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Asimismo, por análogo procedimiento, y con la con-dición de ignorar aquello de lo que vas a tratar, podrásdedicarte con éxito a la falsa crítica.

Para hacerse agradable a una mujer que pasa por la calle

Contra la muerte

El surrealismo te introducirá en la muerte que es unasociedad secreta. Te enguantará la mano y enterrará laprofunda M con la que comienza la palabra Memoria.No olvides tomar felices disposiciones testamentarias:en lo que a mí respecta, pido que se me conduzca alcementerio en un carro de mudanzas, y que mis amigosdestruyan hasta el último ejemplar de la edición delDiscurso sobre la poca Realidad.

El lenguaje ha sido dado al hombre para que lo utilicede modo surrealista. En la medida en que le es indispen-sable para hacerse comprender, llegar a expresarse bieno mal, asegurando así el cumplimiento de algunas de lasfunciones más elementales. Hablar, escribir una carta,no ofrecen para él ninguna dificultad real, siempre queal hacerlo no se proponga un objetivo superior al térmi-no medio, o sea, siempre que se limite a conversar (por

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el placer de conversar) con alguien. No demuestra ai1"siedad por las palabras que vendrán, ni por la frase qt»e

ha de seguir a la que está pronunciando. Será capaz de

responder a quemarropa a las preguntas muy simple8-Si carece de los tics que se contraen en el trato con &prójimo, puede llegar a pronunciarse espontáneament6

sobre un pequeño número de temas, no necesitan^0

para ello "morderse la lengua", ni prepararse con anti"cipación. ¿Quién le habrá hecho creer que la faculté"de responder a boca de jarro sólo puede acarrear!6

perjuicios cuando se tata de establecer relaciones más

delicadas? No existe ninguna cosa sobre la cual ten0a

que negarse a hablar o escribir abundantemente. Quien

se escucha o se lee sólo consigue interrumpir lo ocult°'la admirable ayuda. No tengo apuro por comprenden^6

(al fin y al cabo me comprenderé siempre). Cuando t^o cual frase mía me provoca en el momento una ligeí"a

decepción, confío en la frase siguiente para rescatar st>s

errores, y me cuido bien de rehacerla o perfeccionarla-La mínima pérdida del impulso sería lo único fatal pafa

mí. Las palabras, los grupos de palabras que se sucedíunos a otros, mantienen entre ellos la máxima solidar i"dad. No me corresponde a mí favorecer a unos en

detrimento de otros. Le corresponde intervenir a ur*a

milagrosa compensación, y, en efecto, interviene.Este lenguaje sin reservas al que trato de volv£r

siempre válido, que me parece adaptarse a todas l#s

circunstancias de la vida, no solamente no me priva de

ninguno de mis recursos, sino que, por el contrario, n*e

presta una extraordinaria lucidez precisamente en Un

dominio donde menos lo esperaba. Llegaré hasta a

pretender que me instruye; y, en efecto, me ha tocad0

usar surrealmente!palabras cuyo significado había olví"dado, habiendo podido verificar después que las habí3

Page 27: Manifiestos Del Surrealismo

\o de acuerdo con su definición precisa. Esto indu-

ciría a sospechar que en realidad nada se "aprende",4- sino que únicamente se "rememora!!. Así han llegado a

hacérseme familiares muchos giros felices. Y no men-ciono la conciencia poética de los objetos, que no hepodido adquirir sino con su contacto espiritual mil vecesrepetido.

I-- Es el diálogo la forma que más conviene al lenguajesurrealista; se enfrentan en él dos pensamientos, demodo tal que mientras uno se entrega, el otro se ocupade él. ¿Pero de qué modo se ocupa? Si supusiéramosque se lo incorpora habría que admitir que en algúnmomento podría vivir por completo de este otro pensa-miento, lo que resulta muy improbable. Y, en efecto, laatención que le presta es completamente externa: dis-pone del tiempo para aprobar o desaprobar (general-mente desaprobar), con todas las atenciones de que escapaz el hombre. Un lenguaje así no permite, desdeluego, abordar lo profundo de un tema. Mi atención,exigida por una solicitación que no puede razonable-mente rechazar, trata al pensamiento del interlocutorcomo enemigo; en la conversación corriente lo "reto-ma" casi siempre en las palabras o figuras de que sesirve, y me coloca en situación de sacar partido de ellasen la réplica, desnaturalizándolas. Esto es tan cierto queen algunas psicopatías, en las que los trastornos delsensorio absorben totalmente la atención del enfermo,éste, al seguir respondiendo a las preguntas, se limita aapoderarse del último vocablo que oye o del últimotrozo de frase surrealista que flota en su espíritu:

"-¿Qué edad tiene usted? -Usted." (Ecolalia)" — ¿Cómo se llama? — Cuarenta y cinco casas". (Sín-

toma de Ganser o de las respuestas laterales).

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No existe conversación en la que no apunte algo deeste desorden. Sólo logran disimularlo pasajeramenteel esfuerzo de sociabilidad que domina en aquélla y lagran costumbre que tenemos. En semejantes razonesradica también la gran debilidad de todo libro, que debeentrar en incesante conflicto con el espíritu de susmejores lectores, es decir, los más exigentes. En elbrevísimo diálogo que he improvisado más arriba entreun médico y un alienado, a éste le corresponde la mejorparte, ya que se impone con sus respuestas a la atencióndel médico que lo examina, sin ser el que interroga.¿Puede decirse que su mente es, en ese instante, la másfuerte? Tal vez. Ya está libre de no tener en cuenta nisu edad ni su nombre.

El surrealismo poético, motivo de este estudio, se hadedicado hasta ahora a restablecer el.diálogo en suverdad absoluta, liberando a los interlocutores de lasobligaciones de la cortesía. Cada uno prosigue simple-mente su soliloquio, sin tratar de obtener un goce dia-léctico particular, ni de imponerse por nada del mundoa su prójimo. La palabra no se propone, como de ordi-nario, desarrollar una tesis, por insignificante que sea;es desinteresada al máximo. En cuanto a la respuestaque provoca es, en principio, totalmente indiferentepara el amor propio del que ha hablado. Los vocablos,las imágenes, se ofrecen sólo como trampolines al espí-ritu del que escucha. Así deben considerarse en LosCampos Magnéticos,10 primera obra puramente surrea-lista, las páginas agrupadas bajo el título "Barreras", enlas que Soupault y yo mostramos esos interlocutoresimparciales.

o o o

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P R I M E R M A N I F I E S T O

El surrealismo no permite que quienes se le entregan loabandonen cuando les venga en gana. Todo nos inclinaa pensar que actúa sobre el espíritu al modo de losestupefacientes; como ellos crea cierto estado de nece-sidad, pudiendo impulsar al hombre a terribles rebelio-nes. Puede admitirse que sea un verdadero paraísoartificial, y que determine goces expuestos al examencrítico que hizo Baudelaire de los otros paraísos. Elanálisis de los efectos misteriosos y de los placeresespeciales que llega a producir no puede dejar de ocu-par un lugar en este estudio. Por muchos de sus aspectosel surrealismo se presenta como un vicio nuevo, que noparece ser atributo exclusivo de algunos hombres, y que,como el haschisch, puede satisfacer a los consumidoresmás exigentes.

le Las imágenes surrealistas, como las que produceel opio, no son evocadas voluntariamente por el hombre,sino que "se le presentan de un modo espontáneo ydespótico. No puede alejarlas porque la voluntad ya notiene poder ni gobierna las facultades mentales"." Que-da por saber si alguna vez alguien ha "evocado" imáge-nes. Si uno se atiene — como yo lo hago — a la definiciónde Reverdy, no parece que fuera posible acercar volun-tariamente lo que él denomina "dos realidades distan-tes". El acercamiento se produce o no se produce, y esoes todo. Niego, por mi parte, del modo más categóricoque las siguientes imágenes de Reverdy:

o:En el arroyo hay una canción que corre

El día se desplegó como un mantel blanco

* Baudelaire.

o:El mundo se mete en una bolsa

demuestren el menor grado de premeditación. Es falso,a mi criterio, pretender que "el espíritu ha captado lasrelaciones" entre las dos realidades en contacto. Enprimer término, no ha captado nada conscientemente,sino que del acercamiento fortuito de dos términos habrotado un fulgor particular, el fulgor de la imagen, acuyo brillo somos infinitamente sensibles. El valor de laimagen depende de la belleza de la chispa obtenida, ypor lo tanto es función de la diferencia de potencialentre los dos conductores. Cuando esta diferencia esmínima, como pasa en la comparación*, la chispa no seproduce. Ahora bien: opino que no está dentro delpoder del hombre el concertar el acercamiento de dosrealidades tan distantes. El principio de asociación deideas, tal como lo conocemos, se opone a ello; o habríaque retornar a un arte elíptico que Reverdy condenatanto como yo. Es forzoso admitir, entonces, que elespíritu no deduce los términos de la imagen uno delotro con miras a engendrar la chispa, sino que sonproductos simultáneos de la actividad que yo denominosurrealista, limitándose la razón a comprobar y valorarel fenómeno luminoso.

Y así como la longitud de la chispa es mayor cuandoésta se produce a través de gases enrarecidos, la atmós-fera surrealista producida por la escritura mecánica,que he intentado poner al alcance de todos, se prestasingularmente para producir las más bellas imágenes.Hasta puede decirse que las imágenes aparecen en esacarrera vertiginosa como los únicos conductores del

* Ver la imagen en Jules Renard.

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espíritu. Éste se va convenciendo poco a poco de lasuprema realidad de esas imágenes. Comienza por to-lerarlas, pero pronto advierte que halagan a la razón yque al mismo tiempo acrecientan sus conocimientos.Llega así a darse cuenta de la extensión ilimitada dondese manifiestan sus deseos, donde el pro y el contra sereducen sin cesar y donde su oscuridad no lo traiciona.Avanza conducido por esas imágenes que lo arrebatany que apenas le dan tiempo para soplar sobre el fuegode sus dedos. Es la noche más bella, la noche de losrelámpagos: el día, a su lado, es la noche.

Los innumerables tipos de imágenes surrealistas re-querirían una clasificación que ahora no me propongointentar. Agruparlas según sus particulares afinidadesme llevaría demasiado lejos. Sólo quiero tener en cuentalo común de todas ellas. No oculto que para mí la imagenmás poderosa es la que presenta el grado más elevadode arbitrariedad; la que exige más tiempo para sertraducida al lenguaje práctico, sea porque encubre unaenorme dosis de contradicción aparente, sea porqueuno de sus términos haya sido escamoteado curiosa-mente, sea que anunciándose de un modo sensacionaltermine resolviéndose débilmente (cerrando brusca- jmente el ángulo de su compás), sea que deduzca de sí Jmisma una justificación formal irrisoria, sea que entreen el orden alucinatorio, sea que, con la mayor natura-lidad, preste a lo abstracto la máscara de lo concreto oviceversa, sea que implique la negación de alguna pro-piedad física elemental, sea que desencadene la risa. Heaquí, por orden, algunos ejemplos:

El rubí del champaña. (Lautréamont)

Bello como la ley que detiene el desarrollo del pecho en

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los adultos, cuya propensión al crecimiento no es propor-cional a la cantidad de moléculas que su organismoasimila. (Lautréamont)

L_

Una iglesia se erguía resonante como una campana.(Philippe Soupault)

En el sueño de Rrose Sélavy hay un enano que sale de unpozo y va a comer su pan por la noche. (Robert Desnos)

Sobre el puente, el rocío con cabeza de gata se balancea-ba. (André Bretón)

Algo a la izquierda, en mi firmamento adivinado, percibo—pero sin duda sólo se trata de un vapor de sangre y decrimen— el diamante en bruto de las perturbaciones dela libertad. (Louis Aragón)

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En la selva incendiadaLos leones eran frescos. (Roger Vitrac)

El color de las medias de una mujer no es forzosamenteigual al de sus ojos, lo que ha hecho decir a un filósofo,cuyo nombre no vale la pena mencionar: "Los cefalópo-dos tienen más motivos que los cuadrúpedos para odiarel progreso". (MaxMorise)

Quiérase o no hay allí material para satisfacer diver-sas exigencias del espíritu. Todas esas imágenes pare-cen testimoniar que el espíritu está maduro para cosasmás importantes que las benignas alegrías a las que seentrega habitualmente. Es el único medio a su alcance

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de utilizar en provecho propio la cantidad ideal deacontecimientos de los que está cargado.* Esas imágenesle dan la medida de su modo habitual de malgastarse y delos inconvenientes que esto le ocasiona. Y no es perjudicialque acaben por desconcertarlo, pues desconcertar al es-píritu es probarle su error. Las frases transcriptas másarriba contribuyen grandemente a ello. Pero el espíritu quelas saborea obtiene la certeza de encontrarse en el buencamino; por sí mismo no podría hacerse culpable deargucia; no tiene nada que temer, puesto que además estáseguro de abarcarlo todo.

22 El espíritu que se sumerge en el surrealismo revivecon exaltación lo mejor de su infancia; un poco, quizás,como la certidumbre de aquel que, estando a punto deahogarse, repasa en menos de un minuto todo lo que nopudo superar en su vida. Se me dirá que eso no es muyalentador; pero a mí no me interesa alentar a quienesarguyen tal cosa. De los recuerdos de infancia, y dealgunos otros, se desprende un sentimiento de algoinsumiso y al mismo tiempo descarriado, que considerolo más fecundo que existe. Quizás sea la infancia lo queestá más cerca de la "verdadera vida". La infancia, queuna vez transcurrida, deja un hombre que sólo posee,fuera de su pasaporte, algunos billetes de favor. Lainfancia, en la que todo concurría a la posesión eficaz ysin restricciones de uno mismo. Gracias al surrealismoparece probable que retornen tales perspectivas. Es

* No olvidemos que, según la fórmula de Novalis, "hay unaserie de acontecimientos que se desarrollan paralelamente alos reales. Los hombres y las circunstancias modifican gene-ralmente la marcha ideal de los acontecimientos, de modoque esa marcha parece imperfecta; y hasta sus consecuenciasson igualmente imperfectas. Una cosa semejante ocurrió conla Reforma: en lugar del Protestantismo adivino el Lutera-nismo ".

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como precipitarse de nuevo hacia la propia salvación ola propia ruina. Se vuelve a experimentar en lo oscuroun delicioso terror. Gracias a Dios no es más que elPurgatorio. Cruza uno temblando lo que los ocultistasdenominan paisajes peligrosos. Mis pasos hacen surgirmonstruos que acechan: aún no demuestran intencionesdemasiado amenazadoras hacia mí, y yo no estoy perdi-do, puesto que los temo. Allí están "los elefantes gino-céfalps y los leones alados" que, un tiempo, Soupault yyo temíamos encontrar; allí también el "pez soluble"que todavía me hace estremecer un poco. ¡PEZ SOLU-BLE, no soy acaso yo el pez soluble; nací bajo el signo dePiséis, y el hombre es soluble en su pensamiento! Lafauna y la flora deí surrealismo son inconfesables.

33 No creo en Je! próximo establecimiento de unareceta surrealista. Los caracteres comunes a todos lostextos de ese género, tales como los que ya he mencio-nado y muchos otros que sólo podrían suministrarnosun análisis lógico y un análisis gramatical riguroso, nose oponen a cierta evolución de la prosa surrealista enel tiempo. Llegadas después de una cantidad de ensa-yos, a los que me he dedicado desde hace cinco años, ya los que tengo la debilidad de juzgar extremadamentedesordenados en su mayor parte, las historietas queforman la continuación de este volumen suministranuna prueba flagrante.11 No las considero, a causa delmencionado desorden, ni más dignas ni menos dignasque otras de presentar a los ojos del lector los beneficiosque el aporte surrealista puede hacerle obtener a suconciencia. ,

Por lo demás, los procedimientos surrealistas recla-man mayor amplitud todavía. Cualquier medio es buenopara obtener de ciertas asociaciones la instantaneidadrequerida. Los papeles pegados de Picasso y de Braque

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tienen el mismo valor que la introducción de un lugarcomún en el desarrollo literario del estilo más pulido.Hasta se vuelve lícito denominar POEMA al resultadoobtenido por la reunión lo más gratuita posible (conser-vando, si se quiere, la sintaxis) de títulos y fragmentosrecortados de los periódicos:

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P O E M A

Una carcajada

de zafiro en la isla de Ceylán

Los más hermosos sombreros de paja

ESTÁN DESCOLORIDOSBAJO LOS CERROJOS

^\

en una granja solitariaDÍA A DÍA

7- I -

se agrava

lo agradable

Un camino transitableos conduce al borde de lo desconocido

el cafépredica en su provecho

el artífice cotidiano de vuestra bellezaL

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P R I M E R M A N I F I E S T O

gENORA,

un par

de medias de sedano es

un salto en el vacíoUN CIERVO

Primero el amor

Todo podría arreglarse tan bienPARÍS ES UN PUEBLO GRANDE

Vigilad

Los rescoldos tapadosLA ORACIÓN

Del buen tiempo ]

Sabed quelos rayos ultravioletas

han acabado su tareapronto y bien

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EL PRIMER DIARIO BLANCODEL AZAR

Será el rojo

el cantor errante

¿DONDE ESTA?en la memoria

¿en su casaEN EL BAÍLE DE LOS ARDIENTES

Hagobailar,

lo que se ha hecho, lo que se hará

o o o

Y se podrían multiplicar los ejemplos. Llegarían qui-zás a encontrarse allí el teatro, la filosofía, la ciencia, lacrítica. Me apresuro a declarar que las futuras técnicassurrealistas no me interesan.

•o o o

Una gravedad distinta tienen a mi juicio* —ya lo he

Por más reservas que me permita hacer sobre la res-ponsabilidad en general y sobre los considerandos me-

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dado a entender suficientemente — las aplicaciones delsurrealismo a la agrión. Por supuesto, no creo en lavirtud profética de la palabra surrealista: "lo que yo digoes oráculo"* Sí, mientras yo lo acepte, pero el oráculomismo, ¿qué es?**. La piedad de los hombres no me

dico-legales que influyen en el establecimiento del gradode responsabilidad de un individuo: responsabilidad total,irresponsabilidad o responsabilidad limitada (sic); y pordifícil que me sea admitir el principio de un culpabilidadcualquiera, me gustaría saber cómo serán juzgados losprimeros actos delictuosos cuyo carácter surrealista noofrezca dudas. ¿Absolverán al acusado o soto se beneficia-rá de circunstancias atenuantes? Lástima que ya casi no serepriman los delitos de prensa, porque podríamos asistir aun proceso de este tipo:, el acusado ha publicado un libroque atenta contra la moral pública; algunos de los ciuda-danos "más honorables" lo acusan también de difamación; ]se acumulan además contra él una serie de cargos a bruma -dores como ser: injurias al ejército, incitación al crimen ya la violación, etc. Por otra parte, el acusado inmediata-mente coincide con la acusación para "condenar" la mayorparte de las ideas expresadas. Se limita a alegar en sudescargo que no se considera autor de su libro, por consti-tuir éste una producción surrealista donde se excluye todacuestión de mérito o falta de mérito del firmante, quien selimita a transcribir un documento sin emitir opinión, sien-do por lo tanto tan ajeno al texto incriminado como elmismo presidente del tribunal.Todo lo dicho sobre la publicación de un libro podráextenderse a miles de otros actos el día en que los métodossurrealistas alcancen la suficiente difusión. Entonces seránecesario que una nueva moral sustituya a la moral corrien-te, causa de todos nuestros males.* Rimbaud.** Sin embargo, SIN EMBARGO... Habría que terminar conla duda. Hoy, 8 de junio de 1924, más o menos a la una, lavoz me susurraba: "Béthune, Béthune". ¿Qué quería de-cir? Yo no conozco a Béthune y tengo una idea muy vagade la ubicación de ese punto en el mapa de Francia. Be-

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engaña. La voz surrealista que sacudía a Cumes, Dodo-na y Delfos no es distinta de la voz que dicta mis palabrasmenos enfurecidas. Si mi tiempo no debe ser el suyo,¿por qué habría de ayudarme a resolver el problemapueril de mi destino? Por desgracia debo fingir actuaren un mundo en el que, para llegar a tener en cuenta sussugestiones, tendría que acomodarme a dos clases deintérpretes: unos para traducirme sus sentencias y otros- imposible encontrarlos — para imponer a mis seme-jantes la interpretación que yo les daría. En este mundoen el que soporto lo que soporto (no pretendan saber-lo), ¡este mundo moderno!, en fin, ¡demonios!, ¿quéqueréis que haga? Aunque la voz surrealista llegara acallarse, ya no estoy de humor para contar mis desapa-riciones. Nunca máá entraré, ni en mínima parte, en elcómputo maravilloso de mis años y mis días. Me pasarácomo a Nijinski que, al ser llevado el año pasado alBallet Ruso, no supo a qué clase de espectáculo asistía.Me quedaré solo,!_completamente solo dentro de mímismo, indiferente hacia todos los ballets del mundo.Os entrego todo lo que hice y lo que no hice.

L

thune no me evoca nada, ni siquiera una escena de Los tresmosqueteros. Hubiera debido partir para Béthune, dondequizás me espera algo; francamente hubiese sido demasia-do simple. Me han contado que en un libro de Chestertonaparece un detective que para encontrar a alguien en unaciudad, se limita a visitar a fondo todas las casas cuyoexterior presenta algún detalle ligeramente anormal. Estesistema vale tanto como cualquiera.Análogamente, en 1919, Soupault entraba en una cantidadde inmuebles imposibles para preguntar si allí vivía Philip-pe Soupault. Pienso que no se hubiera asombrado ante unarespuesta afirmativa de la encargada. Habría llamado a supropia puerta.

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P R I M E R M A N I F I E S T O

" Y entonces me invade un deseo inmenso de juzgarcon indulgencia el ensueño científico, tan impropio, alfin de cuentas, desde cualquier punto de vista. ¿Los sinhijos?12 Bueno. ¿La sífilis? Como usted quiera. ¿Lafotografía? No tengo inconveniente. ¿El cine? Bravopor las salas oscuras. ¿La guerra? Nos divertimos bien.¿El teléfono? Hola, sí. ¿La juventud? Encantadorescabellos blancos. Trate de hacerme decir gracias: "Gra-cias". Gracias... La gran estima que demuestra el vulgopor las investigaciones de laboratorio propiamente di-chas se debe a que conducen a la invención de máqui-nas, al descubrimiento de sueros, cosas todas en lascuales se considera directamente interesado. No dudani un instante que tienen por objeto mejorar su suerte.No podría decir yo exactamente en qué proporciónentran los puntos de vista humanitarios en el ideal de lossabios, pero no creo que lleguen a constituir un cúmuloexcesivo de bondad. Hablo, entiéndase bien, de lossabios auténticos y no de los vulgarizadores de todacalaña que se hacen extender un diploma. Creo, tantoen éste como en otros terrenos, en la pura alegría su-rrealista del hombre que, consciente del fracaso reite-rado de todos los demás, no se da por vencido, partedesde donde quiere y por un camino absolutamentedistinto del camino razonable, llega hasta donde puede.Tal o cual imagen con que le parecerá oportuno irjalonando su derrotero, y que quizá le signifique elreconocimiento público, me dejan — debo confesarlo —absolutamente indiferente. El material que necesitaacumular a su alrededor tampoco me impone respeto:ni sus tubos de vidrio ni mis plumas metálicas. En cuantoa su método, no doy más por él que por el mío; he vistoactuar al inventor del reflejo cutáneo plantar; manipu-laba sin descanso sus sujetos; y lo que practicaba era

algo muy distinto de un examen: resultaba evidente queno se subordinaba a ningún plan. Aquí y allá hacía unaobservación, como de lejos, sin dejar su alfiler y sininterrumpir la carrera de su martillo de reflejos. Latarea fútil de tratar los enfermos la delegaba en otros.Estaba totalmente absorbido por esa fiebre sagrada.

El surrealismo tal como lo concibo proclama lo bas-tante nuestro disconformismo absoluto para que se lepueda citar en el proceso al mundo real como testigo dedescargo. Por el contrario, sólo sabría justificar el esta-do de completa distracción que tenemos la esperanzade alcanzar aquí abajo. La distracción de la mujer enKant, la distracción "de las uvas" en Pasteur, la distrac-ción de los vehículos en Curie, son, a este respecto,profundamente sintomáticas. Sólo de un modo muyrelativo este mundo está hecho a la medida del pensa-miento, y las incidencias de este género constituyen tansolo los episodios sobresalientes de un guerra de inde-pendencia en la que me precio de participar. El surrea-lismo es el "rayo invisible" que nos permitirá un díatriunfar de nuestros adversarios. "No tiembles, adefe-

Este verano las rosas son azules; la madera essiovidrio, la tierra-envuelta en su verdor me impresiona tanpoco como un aparecido. Vivir y dejar de vivir sonsoluciones imaginarias. La existencia está en otra parte.

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Segundo manifíestodel surrealismo(1930),

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Advertencia para la reedición del Segundo manifiesto

(1946)

Estoy persuadido, al permitir que reaparezca hoy el Se-gundo manifiesto del surrealismo, de que el tiempo se haencargado de suavizar por mí sus aristas polémicas.Descoque haya corregido, aunque sea hasta cierto puntoa mis expensas, los juicios a veces apresurados que emitísobre diversos comportamientos individuales tal comocreí verlos delinearse entonces. Este aspecto del texto sólopuede justificarse ante quienes se tomen el trabajo desituar el Segundo manifiesto en el clima intelectual delaño que lo vio nacer. Justamente alrededor de 1930, losespíritus liberados adquieren conciencia del próximo eineluctable retorno de la catástrofe mundial. A la difusadesorientación resultante, admito que se superpuso en míotra preocupación: ¿cómo sustraer a la corriente cadavez más imperiosa, la barca que algunos de nosotroshabíamos construido con nuestras propias manos pararemontar esa misma comente ?Ante mis propios ojos, laspáginas que siguen evidencian molestos rasgos de nervio-sidad. Tienen en cuenta agravios de importancia desi-gual: no hay duda que algunas defecciones fuerondolorosamente sentidas, y que la actitud —completa-

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mente incidental— frente a los casos de Baudelaire, deRimbaud, induciría a pensar, en un primer momento, sise la toma aisladamente, que los más vapuleados po-drían muy bien ser aquellos que fueron deposítanos de lamayor confianza inicial, aquellos de quienes más se ha-bía esperado. Con la perspectiva del tiempo, la mayorpane de ellos han llegado a comprenderlo tan bien comoyo, de modo que entre nosotros se produjeron cienosacercamientos, al mismo tiempo que acuerdos de apa-riencia más durable eran a su vez denunciados. Unaasociación de hombres como la que permitió la edifica-ción del surrealismo —tan ambiciosay apasionada comono se había conocido igual por lo menos desde el sansi-monismo— no deja de obedecer a cieñas leyes de fluc-tuación que justifican muy humanamente la incapaci-dad de una firme decisión desde el interior. Los recien-tes acontecimientos, al encontrar alineados en le mis-mo frente a todos aquellos que el Segundo manifiestoenjuicia, demuestran que su formación común fue sa-na, y confieren objetivamente un límite razonable a susaltercados. En la medida en que algunos de ellos hanpodido ser víctimas de los acontecimientos o, de unmodo más general, víctimas de la vida —pienso enDesnos, en Artaud— me apresuro a declarar que losyerros que me aconteció adjudicarles caen por su pro-pio peso, como también en el caso de Politzer —cuyaactividad se ha concretado permanentemente fuera delsurrealismo, razón por la cual no tenía por qué rendiral surrealismo cuentas de ella— no me avergüenza ,']reconocer que me equivoqué en un todo en cuanto a supersonalidad.

Lo que a quince años de distancia aparece comovulnerable en algunas de mis presunciones contra unos yotros, no me quita libertad para alzarme contraía afir-

mación recientemente emitida' de que en el seno delsurrealismo las divergencias políticas habrían estado de-terminadas por "cuestionespersonales". Las cuestionespersonales sólo fueron discutidas por nosotros a poste-riori y no llegaron a hacerse públicas sino en los casosen que podían pasar por flagrantes transgresiones —querepercutirían en la historia de nuestro movimiento— alos principios fundamentales sobre los cuales se asentabanuestro acuerdo. Se trataba entonces, y todavía se trata,del mantenimiento de una plataforma lo bastante móvilpara enfrentar los cambiantes aspectos del problema dela vida, al mismo tiempo que lo bastante estable paratestificar sobre la no ruptura de cierto número de com-promisos mutuos ---y públicos— contraídos en la épocade nuestra juventud. Los panfletos con que unos surrea-listas fulminaban, como ha podido decirse, a los otros,atestiguan, ante todo, la imposibilidad para ellos de si-tuar el debate a menor nivel. Si la vehemencia de laexpresión parece en ellos desproporcionada, a veces, a ladesviación, al error o a la "falta " que pretenden estigma-tizar, creo que, fuera del juego de cierta ambivalencia desentimientos a la queya hice alusión, ello debe atribuirseal malestar del tiempo, y también a la influencia formalde buena parte de la literatura revolucionaría, en la queconviven la expresión de ideas generales y rígurosas contodo un alarde de arranques agresivos de poca montadirigidos a tal o cual de sus contemporáneos. **

* Ver Jules vMonnerot: La poésie modeme et le sacre,pág. 189. [* * Ver Miseria de la filosofía, Anti-Dühring, Materialismoy empiriocriticismo, etc.

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ANALES MÉDICOS - PSICOLÓGICOSDIARIODE LA

ALIENACIÓN MENTAL^ Y DE

LA MEDICINA LEGAL DE LOS ALIENADOS

CRÓNICA*

LEGITIMA DEFENSA

En el último número de los Anales Médico - psicológi-cos, el doctor A. Rodiet, en el curso de una interesantecrónica, habló de los riesgos profesionales del médico dehospicio. Citó los recientes atentados de los que fueronvíctimas muchos de nuestros colegas e investigó los me-dios de protegemos eficazmente contra el peligro querepresenta el contacto permanente del psiquiatra con elalienado y su familia.

Pero el alienado y su familia constituyen un peligroque yo calificaría de "endógeno"; está ligado a nuestramisión, y es su corolario obligado. Simplemente lo acep-tamos. No sucede lo mismo con un peligro que yo deno-minaría "exógeno"y que, éste sí, merece toda nuestra

*Ann. médpsych., 12a serie, t. II, noviembre de 1929.

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atención. Pareciera que debiera provocar reacciones másimportantes de nuestra pane.

He aquí un ejemplo particularmente significativo: unode nuestros enfermos, maníaco reivindicador, perseguidoy especialmente peligroso, me proponía, con suave ironía,la lectura de un libro que circulaba libremente en lasmanos de otros alienados. Ese libro, recientemente publi-cado por las ediciones de la Nouvelle Revue Fran^aise,parecería recomendable por su origen editorial y su pre-sentación correcta e inofensiva. Era Nadja, de AndréBretón. Florecía allí el surrealismo con su voluntariaincoherencia, sus capítulos, hábilmente deshilvanados, yese arte delicado que consiste en mistificar al lector. Enmedio de extravagantes dibujos simbólicos, se encontra-ba la fotografía del profesor Claude. Un capítulo, enefecto, nos estaba especialmente consagrado. Los infor-tunados psiquiatras eran allí copiosamente injuriados, yun pasaje (marcado con un trozo de lápiz azul por elenfermo que nos había ofrecido tan amablemente eselibro) atrajo muy particularmente nuestra atención; con-tenía estas frases: "Sé que si estuviera loco, a los pocosdías de estar internado aprovecharía una remisión de midelirio para asesinar fríamente al que se pusiera a mialcance, con preferencia al médico. Por lo menos gana-ría, como los locos furiosos, que me colocaran en unacelda individual. Quizás también me dejaran en paz."

No se puede encontrar una incitación al homicidiomás característica. Sólo provocará nuestro orgullosodesdén o quizás apenas llegue a rozar nuestra indolenteindiferencia.

Recurrir, en casos semejantes, a la autoridad superior,nos parecería dar muestras de un alborotamiento tan Juerade lugar que no nos animaríamos ni a pensarlo. Y sinembargo, hechos de ese género se multiplican todos los días.

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Considero que nuestra displicencia es culpable engran parte. Nuestro silencio puede hacer sospechar denuestra buena fe, y alentar todas las audacias.

¿Por qué nuestras sociedades, nuestra corporación, nohan de reaccionar ante tales incidentes, trátese de unhecho colectivo o de un caso individual? ¿Por qué nohacer llegar una nota de protesta a un editor que publicauna obra comoNaá]a,yporquéno intentar una acciónjudicial contra un autor que, en nuestra opinión, harebasado los límites del decoro?

Creo que sería interesante (y constituiría nuestro úni-co medio de defensa) encarar en el marco de nuestracorporación, por ejemplo, la constitución de un comitéencargado especialmente de estas cuestiones.

El doctor Rodiet terminaba su crónica con estas pa-labras: "El médico de hospicio puede reivindicar conjusto título el derecho de ser protegido sin restricción porla sociedad que él mismo defiende..."

Pero la sociedad parece olvidara veces la reciprocidadde los deberes. A nosotros toca el recordárselo.

PaulAbéty

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SOCIEDAD MEDICO - PSICOLÓGICA

SESIÓN DEL 28 DE OCTUBRE DE 1929

Habiendo presentado el señor Abéfy una comunicaciónsobre las tendencias de los autores que se denominansurrealistas y sobre los ataques que dirigen contra losmédicos alienistas, esta comunicación da lugar a la si-guiente discusión:

DISCUSIÓN

DR. DE CLÉRAMBAULT: Pregunto al profesor Janetqué vínculos existen entre el estado mental de los sujetosy los caracteres de su producción.

P. JANET: El manifiesto del surrealismo incluye unaintroducción filosófica digna de atención. Los surrealis-tas sostienen que la realidad es fea por definición; labelleza sólo existe en lo que no es real. El hombre intro-duce la belleza en el mundo. Para producir lo bello hayque apañarse en lo posible de la realidad.

Las obras de los surrealistas constituyen principal-mente confesiones de obsesos y escépticos.

DR. DE CLÉRAMBAULT: Los artistas excesivistas quelanzan modas impertinentes, a veces con el apoyo demanifiestos que condenan todas las tradiciones, me pa-rece que, desde el punto de vista técnico,}' cualquiera quesea el nombre que ellos adopten (y cualquiera que sea el

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género de arte y la época incriminada), pueden ser todoscalificados de "procedistas". El procedismo consiste enahorrarse el esfuerzo de pensar, y especialmente el de laobservación, para aplicarse a una factura o a una fórmu-la determinadas, con el cuidado de producir un efectoúnico, esquemático y convencional: de ese modo se lograuna producción rápida, con las apariencias de un estilo,y soslayando las críticas que una similitud con la vidafacilitaría. Descubrir esta degradación del trabajo resultaparticularmente fácil en el terreno de las artes plásticas;pero puede ser igualmente demostrada en el dominioverbal.

El género de orgullosa pereza que engendra o quefavorece el procedismo, no es privativo de nuestra época.En el siglo XVI los conceptistas, gongoristasy eufuistas;en el siglo XVII, los preciosistas fueron todos procedistas.Vadiusy Trissotin eran procedistas, aunque más mode-rados y laboriosos que los de hoy, quizás porque ellosescribían para un público más selecto y erudito.

En los dominios de la plástica, el auge del procedismoparece datar tan sólo del último siglo.

P. JANET: En apoyo de la opinión delDr. Clérambaulttraigo a colación cienos "procedimientos "de los surrea- Tlistas. Sacan, por ejemplo, cinco palabras al azar delinterior de un sombrero y realizan series de asociacionescon esa cinco palabras. En la Introducción al Surrealis-mo se da a conocer toda una historia con estas dospalabras: pavo y sombrero de copa.

DR. DE CLÉRAMBAULT: En una pane de su exposi-ción, el doctor Abéfy les ha revelado una campaña dedifamación. Este punto merece ser comentado.

La difamación forma pane de los riesgos profesiona-les del alienista; ella nos ataca, si la ocasión se presenta,con motivo de nuestras funciones administrativas o de

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nuestra acción como expertos: sería justo que la autori-dad que nos designa nos protegiera.

Contra todos los riesgos profesionales, de cualquiernaturaleza que fueren, el técnico debería estar garanti-zado por disposiciones precisas que le aseguraran ayudainmediata y permanente. Estos riesgos no son sólo deorden material, sino también moral. La preservacióncontra esos riesgos implicaría socorros, subsidios, apoyojurídico y judicial, indemnizaciones, y hasta, a veces, unapensión permanente y total. En la fase de urgencia, losgastos de asistencia pueden ser cubiertos por una Caja deseguro mutuo;pero en última instancia deben ser solven-tados por la autoridad misma durante cuyo servicio sehan sufrido los daños.

La sesión se levanta a las 18 horas.

Uno de los secretarios,Guiraud

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A despecho de los caminos particulares de cada uno delos que han proclamado o proclaman su afinidad con elsurrealismo, se acabará por conceder que éste no pro-pendió sino a provocar, desde el punto de vista intelec-tual y moral, una crisis de conciencia de una índole lomás general y lo más grave posible: el haber o no alcan-zado este objetivo será lo único que decidirá sobre suéxito o fracaso histórico.

Desde el punto de vista intelectual se trataba, y aúnse trata, de comprobar por cualquier medio, y de poneren evidencia, a cualquier precio, el carácter facticio delas viejas antinomias hipócritamente destinadas a pre-venir toda inoportuna agitación del hombre, sea incul-cándole el convencimiento de la indigencia de susposibilidades, sea prohibiéndole zafarse, en una valede-ra medida, de la opresión universal. El espantajo de lamuerte, los cafés cantantes del más allá, el naufragio dela más bella razón en el sueño, la abrumadora cortinadel porvenir, las torres de Babel, los espejos de lainconsistencia, el infranqueable muro del dinero salpi-cado de sesos, todas esas imágenes tan impresionantesde la catástrofe humana no son quizás sino imágenes.

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Todo nos induce a creer que existe un punto del espíritudonde la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, lopasado y lo futuro, lo comunicable y lo incomunicable,lo alto y lo bajo, dejan de ser percibidos como contradictónos. Sería vano buscar en la actividad surrealistaotro móvil que la esperanza de determinar ese punto.De aquí se desprende claramente cuan absurdo resul-taría adjudicarle una orientación exclusivamente des-tructora o constructora: el punto en cuestión esafortioriaquel en que la construcción y la destrucción dejan deser blandidas la una contra la otra. También es evidenteque el surrealismo no está interesado en todo lo que seproduce a su alrededor con los pretextos de arte oanti-arte, de filosofía o antifilosofía; en una palabra, entodo aquello cuya finalidad no sea el aniquilamiento delser en un diamante interior y ciego, que puede ser tantoel alma del hielo como la del fuego. ¿Qué puedenesperar de la experiencia surrealista quienes todavíaconservan alguna preocupación por el lugar que ocupa-rán en el mundo! En ese lugar mental donde sólo cabeemprender para sí mismo un peligroso aunque —asícreemos— supremo reconocimiento, no puede sercuestión de atribuir la menor importancia a los pasos delos que llegan o se van, ya que esos pasos se producenen una región donde, por definición, el surrealismo notiene oídos. No sería deseable que éste dependiera delhumor de tales o cuales hombres. La declaración de sucapacidad para arrancar al pensamiento, por métodosque le son propios, de una servidumbre cada vez másdura, y para restituirlo al camino de la comprensiónintegral, devolviéndole su pureza primitiva, es justifica-tivo suficiente para que se le juzgue sólo por lo que hahecho y por lo que le resta hacer para dar cumplimientoa su promesa.

Antes de proceder a una rendjcjón de cuentas esimportante saber a qué clase de virtudes morales recu-rre el surrealismo, ya que hunde sus raíces en la vida — yno es, sin duda, por azar que lo hace en la vida de estetiempo — en el momento en que yo recargo esta vida deanécdotas tales como el cielo, el ruido de un reloj, elfrío, un malestar, vale decir que vuelvo a hablar de ellade un modo corriente. Nadie está exento de pensar enesas cosas, o de tener apego a un peldaño cualquiera deesa escala degradada, a no ser que haya superado laúltima etapa del ascetismo. Es justamente desde elrepugnante hervidero de esas representaciones caren-tes de sentido que nace y se nutre el deseo de ir más alláde la insuficiente y absurda distinción entre lo bello y lofeo, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal. Y como delgrado de resistencia que esta idea de elección encuentradepende el vuelo más o menos seguro del espíritu haciaun mundo por fin habitable, se concibe que el surrealis-mo no tema hacer un dogma de la rebelión absoluta, dela insumición total, del sabotaje sistematizado, y que noespere ya nada que no provenga de la violencia. El actosurrealista más simple consiste en salir a la calle empu-ñando revólveres y tirar sobre la multitud al azar cuantasveces sea posible. Quien no ha tenido, siquiera una vez,deseos de acabar de ese modo con el pequeño sistemade envilecimiento y cretinización en vigor tiene su lugarseñalado en esa multitud, con su vientre a la altura deltiro*. La legitimidad de tal acto no es — en mi criterio —

Sé que estas dos últimas frases van a colmar de gozo acierto número de babiecas que tratan, desde hace muchotiempo, de oponerme a mí mismo. ¿Así que yo digo que"el acto surrealista más simple..."? Pero entonces... y mien-tras unos, que se sienten aludidos, aprovechan para pre-guntarme "qué estoy esperando", los otros me acusan de

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en absoluto incompatible con la creencia en ese resplan-dor que el surrealismo intenta descubrir en el fondo denosotros. Sólo he querido dar entrada aquí a la deses-peración humana, fuera de la cual no hay nada capaz dejustificar esta creencia. Es imposible estar de acuerdocon una prescindiendo de la otra, y quien fingiera adop-tar dicha creencia sin participar realmente de esta de-sesperación no tardaría en tomar apariencia de enemigoa los ojos de los que comprenden. Parece cada vezmenos necesario buscar precursores de esta disposiciónespiritual, que encontramos tan ocupada consigo mis-ma, y que denominamos surrealista. En lo que a mírespecta no me opongo a que los cronistas, judiciales yotros, la consideren específicamente moderna. Deposi-to más confianza en este instante actual de mi pensa-

anarquía y quieren hacer creer que me han sorprendido enflagrante delito de indisciplina revolucionaria. Nada meresulta más fácil que echar a perder a esas gentes su pobreefecto. Es verdad, me preocupa saber si un ser está dotadode violencia antes de preguntarme si en ese ser la violenciatransige o no transige. Creo en la virtud absoluta de todo loque se ejerce, espontáneamente o no, en el sentido deldisconformismo, y no son las razones de eficacia generalen las que se inspira la larga paciencia prerrevolucionaria—razones ante las cuales me inclino— las que me volveráninsensible al grito que pueda arrancarnos, a cada instante,la terrible desproporción entre lo que se ha ganado y lo quese ha perdido, entre lo que ha sido otorgado y lo que se hasoportado. Está claro que no es mi intención recomendareste acto que llamo el más simple nada más que porque essimple, y buscarme querella a causa de él sería igual quepreguntar burguesamente a todo no conformista por qué

,£ no se suicida o a todo revolucionario por qué no va a vivira la URSS. ¡Con buena música se vienen! La prisa quetienen algunos por verme desaparecer y mi gusto naturalpor la agitación bastarían para disuadirme de dejar libretan fácilmente el "campo".

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miento que en toda la significación que quiera dárselea una obra acabada, a una vida humana llegada a sutérmino. Nada más estéril, en definitiva, que esa perpe-tua interrogación a los muertos: ¿Se convirtió Rimbaudla víspera de su muerte? ¿Se encuentran en el testamen-to de Lenin los elementos para una condenación de lapolítica actual de la III Internacional? ¿Un defectofísico insoportable y de índole puramente personal fuela causa del pesimismo de Alfonso Rabbe? ¿Se mani-festó Sade en plena Convención como contrarrevolu-cionario? Basta con plantear estas cuestiones para teneridea de la fragilidad del testimonio de los que ya noexisten. Hay demasiados canallas interesados en el éxitode esta empresa dé desvalijamiento espiritual para queyo los siga en ese terreno. En cuestión de rebeldíaninguno de nosotros debe tener necesidad de antepasa-dos. Tengo que precisar que, en mi opinión, es necesa-rio desconfiar del[cju3to_jüo&Jiojnbres, por grandes queen apariencia seañ^Con la excepción de uno solo, Lau-tréamont, no veo-quién no haya dejado algún rastroequívoco de su paso por el mundo. Inútil discutir sobreRimbaud: Rimbaud se engañó, Rimbaud quiso enga-ñarnos. Es culpable ante nosotros de haber permitido,de no haber hechü imposibles, ciertas deshonrosas in-terpretaciones de su pensamiento al estilo Claudel.Tanto pero también para Baudelaire ("Oh Satán...") yesta regla eterna de su vida: "Rezar todas las mañanasmi plegaria a Dios, fuente de toda fuerza y justicia, a mipadre, a Mariette, y a Poe, como intercesores". El dere-cho a contradecirse, admitámoslo; ¡pero hay un límite!¿A Dios, a Poe? ¿Poe, a quien en las revistas policialesse lo tiene, con justo título, por el maestro de los policíascientíficos (De Sherlock Holmes a Paul Valéry...)? ¿Noes vergonzoso presentar bajo una luz seductora de inte-

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lectualidad a un tipo de policía, siempre de policía, ydotar al mundo de un método policíaco? Escupamos depaso sobre Edgar Poe.*

Si gracias al surrealismo podemos desechar sin vaci-laciones la idea según la cual las cosas que "existen" sonlas únicas posibles, y si sostenemos que por un caminoque "existe", que podemos mostrar y ayudar a seguir, sepuede llegar hasta lo que se afirmaba que no existe; sino encontramos palabras suficientes para estigmatizarla bajeza del pensamiento occidental; si no tememosentrar en insurrección contra la lógica; si no juráramos

En el momento de la publicación original de Mane Roget,las notas colocadas al pie de página habían sido considera-das superfinas. Pero muchos años han transcurrido despuésdel drama en el que está basado este relato, y nos ha parecidobien agregarlas aquí, junto con algunas palabras de explica-ción relativas al propósito general. Una muchacha, MaryCecilia Rogers, fue asesinada en los alrededores de NuevaYork, y aunque su muerte excitó un interés intenso y persist-ente, el misterio de que estaba rodeada todavía no se habíaresuelto en la época en que este trozo fue escrito y publicado(noviembre de 1842). Aquí, con el pretexto de contar eldestino de una chiquilla parisiense, el autor ha trazado mi-nuciosamente los hechos esenciales, así como losno esencia-les y simplemente paralelos del homicidio real de MaryRogers. De este modo, todo argumento fundado en la ficciónes aplicable a la verdad;y la búsqueda de la verdades la meta.El misterio de Mane Roget fue compuesto lejos del teatrodel crimen, y sin otros medios de investigación que los perió-dicos que el autor pudo procurarse. De este modo careció demuchos documentos que le hubiesen sido útiles, de haberestado en el país e inspeccionado los lugares. No resultainútil recordar, sin embargo, que las confesiones de dospersonas (una de ellas la Madame Deluc de la novela),hechas en épocas distintas y mucho tiempo después de estapublicación, han confirmado plenamente no sólo la con-clusión general sino también todos los principales detalleshipotéticos en los que esa conclusión se había fundado".(Nota de introducción al Misterio de Mane Roget).

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nunca que un acto cumplido durante el sueño tienemenos sentido que uno ejecutado despierto; si ni siquie-ra estamos seguros de que no terminaremos un día(mientras tanto yo escribo: un día; yo escribo: mientrastanto), que no terminaremos de una vez con el tiempo,vieja farsa siniestra, tren en perpetuo descarrilamiento,pulso loco, inextricable amontonamiento de bestias querevientan o ya reventaron, ¿cómo se pretende que de-mostremos ternura o incluso tolerancia frente a unaparato de conservación social de cualquiera clase?Sería el único delirio realmente inaceptable para noso-tros. Todo está por hacerse y todos los medios debenser buenos para Destruir las ideas de familia, patria,religión. Por conocida que sea la posición surrealista aeste respecto, es riecesario insistir que no implica con-cesiones. Los que hemos tomado la responsabilidad desostenerla persistimos en anteponer esa negación liqui-dando todo otro criterio de valor; estamos dispuestos agozar plenamente de la aflicción también fingida con laque el público burgués (siempre tan innoblemente dis-puesto a perdonarnos ciertos "errores de juventud")acoge la irresistible necesidad que nunca nos abandonade revolearnos dé risa ante la bandera francesa, devomitar de asco al rostro de todos los sacerdotes, y hacerblanco en la ralea de los "deberes esenciales" con elarma de largo alcance del cinismo sexual. Combatimosla indiferencia poética en todas sus formas; el arte comodistracción, la investigación erudita, la especulaciónpura; no queremos nada en común con los pequeños ograndes ahorristas del espíritu. Todas las cobardías,todas las abdicaciones, todas las traiciones posibles nonos impedirán que acabemos con esas bagatelas. Esinteresante observar además que, librados a sí mismos,aquellos que nos han puesto en la necesidad de dejarlos

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de lado, bien pronto perdieron pie, teniendo que recu-rrir a los más miserables expedientes para recobrar elfavor de los defensores del orden, grandes partidariostodos de un rasero que iguala las cabezas. Una fidelidadsin desfallecimientos a las obligaciones del surrealismosupone un desinterés, un desprecio por los riesgos, unrechazo de toda transacción, que muy pocos son capa-ces de mantener por largo tiempo. Aunque no quedaraninguno de los que en los comienzos hicieron dependersus perspectivas de significación y su afán de verdad, delsurrealismo, éste seguiría viviendo. De todas manerasya es demasiado tarde para que el grano no germinehasta el infinito en el terreno humano, en compañía delmiedo y otras variedades de malezas que han de darcuenta de todo. A esto se debe que me haya propuesto,como lo atestigua el prefacio a la reedición del Mani-fiesto del surrealismo (1929), abandonar silenciosamen-te a su triste destino a cierto número de individuos queme dan la impresión de haberse hecho justicia a símismos: es el caso de Artaud, Carrive, Delteil, Gérard,Limbour, Masson, Soupault y Vitrac, citados en la pri-mera edición del Manifiesto (1924), y de otros más.Habiendo cometido el primero de estos señores la im-prudencia de lamentarse, creo oportuno modificar miprimera intención:

"Hay —escribe Artaud a L'Intransigeant, el 10 desetiembre de 2929— en la nota sobre el Manifiesto delsurrealismo aparecida en L'Intransigeant del 24 deagosto último, una frase que despierta muchas cosas: 'Elseñor Bretón no ha considerado oportuno hacer ningu-na corrección en esta reedición de su libro — especial-mente en lo que se refiere a nombres —, y tal cosa lehonra, aunque de todos modos las rectificaciones sehacen solas'. Lo que Bretón invoca como honor para

juzgar a cierto número de personas a las que se refierenlas rectificaciones supradichas tiene que ver con unamoral de secta con la que ha estado infectada hastaahora sólo una reducida minoría literaria. Hay que dej ara los surrealistas esos juegos de papelillos comprome-tedores13. Por otra pane, todo lo ocurrido hace un añoen el asunto Ensueño se aviene mal con la palabrahonor".

Me cuidaré de polemizar con el firmante de tal cartasobre el sentido absolutamente preciso que yo le doy ala palabra honor. No hubiese yo dado importancia alhecho de que un actor, teniendo como norte el lucro ola pequeña gloria, pusiera en escena suntuosamente unaobra del vacío Striiídberg, a la que ni él mismo concedeimportancia; repito, que no encontraría nada de parti-cularmente reprochable si este actor no se hubiese pre-sentado de cuando en cuando como hombre depensamiento, de furor y de sangre, o no hubiese sido elque en algunas paginas de La Révolution Surréalisteardía, según él, en el deseo de quemarlo todo, y preten-día no esperar nada sino de "ese grito del espíritu quese vuelve hacia sí mismo, decidido a pulverizar desespe-radamente todas sus trabas". Mas, iay!, fue ése tan sóloun papel que representó como tantos otros. Montó ElEnsueño de Strindberg al saber que la embajada suecacostearía los gastos (Artaud no ignora que yo puedodemostrarlo), y aun advirtiendo que con eso calificabael valor moral de la empresa, no le importó. Siempreevocaré a Artaud con dos polizontes a sus flancos en lapuerta del teatro Alfred Jarry azuzando a una veintenamás de gendarmes contra los únicos amigos que todavíala víspera había reconocido como tales, habiendo pre-viamente negociado en la comisaría el arresto de losmismos. Todo esto justifica de sobra que Artaud en-

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Icuentre molesto el que yo hable de honor.

Aragón y yo hemos podido comprobar, por la acogi-da que tuvo nuestro aporte crítico en el número especialde Varíete: "El surrealismo en 1929", que la molestiacada vez menor que experimentamos, a medida quepasa el tiempo, para establecer la calificación moral delas personas, que la desenvoltura con que el surrealismose jacta de agradecer los servicios prestados a quien-quiera que sea, ante la menor claudicación, no es delgusto de algunos canallas de la prensa, para quienes ladignidad del hombre sólo constituye motivo de mofa.¿Qué idea es esa de exigir tanto de la gente de undominio que, salvo algunas excepciones románticas:suicidio y demás, hasta ahora resulta muy poco contro-lado? ¿Para qué seguir afectando repulsión? Un policía,algunos vividores, dos o tres rufianes de la pluma, algu-nos desequilibrados, un cretino, a los cuales nada seopondría a que se les reunieran un pequeño número deseres sensatos, firmes y probos, que se calificaría deenergúmenos, ¿no tendríamos aquí todo lo necesariopara formar un equipo divertido, inofensivo, exacta-mente a la imagen de la vida, un equipo de hombrespagados por partido, y que ganan acumulando tantos?MIERDA.

La confianza del surrealismo no puede estar ni bienni mal colocada, por la simple razón de que no estácolocada en ninguna parte. Ni en el mundo sensible, nide un modo sensible fuera de tal mundo, ni en la conti-nuidad de las asociaciones mentales que hacen depen-der muestra existencia de una necesidad natural o de uncapricho superior, ni en el interés que podría tener el"espíritu" en entendérselas con nuestra clientela depaso. Y mucho menos aún —y esto se sobreentiende —

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en los recursos cambiantes de los que han comenzadopor depositar su fe en él. No es un hombre cuya rebeldíase canaliza y se agota quien podrá impedir que esarebeldía siga rugiendo amenazadora, ni podrán tampo-co impedir por muchos que esos hombres sean — y lahistoria es casi sólo una crónica de su ascender derodillas — que esta rebelión logre domar, en los grandesinstantes oscuros, a la bestia siempre renaciente del"conviene más". A estas horas hay todavía por el mun-do, en los colegios, hasta en los talleres,* en las calles,en los seminarios, en los cuarteles, seres jóvenes, puros,que rehusan doblegarse. Sólo a ellos me dirijo, paraellos acometo la empresa de defender al sjjmrealismodela^acusación^e ser¿ape^sIuH"pMasatiempo intelectualcomacjjal^uier otrjÉ-Qiie ellos indaguen, sin prejuicios,qué es lo que hemos querido hacer, que nos ayuden o,de lo contrario, que nos releven uno a uno, si fueranecesario. No vale la pena que nos defendamos de laacusación de haber pretendido formar un círculo cerra-

f -¿Hasta? se dirán. Nos corresponde a nosotros, en efecto

—sin tolerar por eso que se embote la punta de curiosidadespecíficamente intelectual con la que el surrealismo irritaen su propio terreno a los especialistas de la poesía, delarte y de la psicología a puerta cerrada—, a nosotros noscorresponde, repito, aproximarnos, con la paciencia quese requiere, y sin sacudidas, al entendimiento con el obre-ro, poco apto, por definición, para seguirnos en una seriede pasos que no implican, en todos los casos, el punto devista revolucionario de la lucha de clases. Somos los pri-meros en deplorar que la única parte interesante de lasociedad sea mantenida sistemáticamente apartada de loque ocupa la cabeza de la otra, y que sólo tenga tiempopara las ideas que han de servir directamente a su emanci-pación, lo que la induce a confundir en una desconfianzasumaria todo lo que se emprende al margen de ella, debuen o mal grado, por la sola razón de que el problema

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do, y únicamente pueden sacar provecho de propagartal rumor aquellos cuyo acuerdo más o menos breve connosotros ha sido denunciado por nosotros por vicioredhibitorio. A éstos pertenece el señor Artaud, comoya se ha visto, y como se hubiese podido confirmarcuando clamaba por su madre al ser abofeteado porFierre Unik en un corredor de hotel. A éstos tambiénpertenece el señor Carrive, incapaz de encarar proble-mas como el político y el sexual de otro modo que nofuera bajo el ángulo del terrorismo gascón, mísero apo-logista, al fin de cuentas, del Carine de Malraux. A ellospertenece el señor Delteil con su innoble crónica sobreel amor en el número 2 de la Révolution Surréaliste(Dirección Naville) y su aporte a la literatura desde suexclusión de nuestro grupo: "Los poilus", "Juana deArco", con lo que no vale la pena insistir. También

social no se puede plantear aislado. No resulta, pues, sor-prendente que el surrealismo refrene la ambición de dis-traer, por poco que sea, del curso de sus reflexionespropias, admirablemente activas, a la juventud que trajina,mientras que la otra, más o menos cínica, la observa traji-nar. Por el contrario, ¿qué corresponde al surrealismo sinocomenzar por detener, al borde del conformismo definiti-vo, a un número limitado de hombres armados únicamentede escrúpulos, pero en los que no todo permite afirmar—ni las duras experiencias que han sufrido permiten pro-bar— que estarán, también ellos, a favor del lujo y encontra de la miseria? Deseamos continuar manteniendo alalcance de estos hombres un conjunto de ideas que noso-tros mismos hemos considerado perturbadoras, evitandosiempre que la comunicación de esas ideas se convierta demedio —que es lo que debe ser— en objetivo, ya que elobjetivo debe ser la ruina total de las pretensiones de unacasta a la que pertenecemos a pesar nuestro, y que sólopodremos contribuir a abolir en los demás una vez que lashayamos suprimido en nosotros mismos.

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pertenece a ellos el Sr. Gérard, único en su género,eliminado realmente por imbecilidad congénita, conuna evolución distinta del caso anterior: quehaceresmenudos en La Lutte de classes, en La Venté14, nadaimportante. Tenemos el señor Limbour, casi desapare-cido también: escepticismo y coquetería literaria en elpeor sentido de la palabra. También el señor Masson,cuyas convicciones surrealistas, aunque ostentosamen-te pregonadas, no resistieron a la lectura de un librotitulado El surrealismo y la pintura15 en que el autor,poco respetuoso-en verdad de tales jerarquías, no creyónecesario darle más espacio que a Picasso, que Massonconsidera un crápula, o a Max Ernst, a quien acusa tansólo de no pintar tajn bien como él. Estas explicacioneslas recogí de boca del mismo Masson16. A ellos perte-nece Soupault17, y con él la infamia total: no hablemosde lo que publica con su firma sino de lo que no firma:las notículas que desliza furtivamente — aunque lo nie-gue con una agitación de rata ques da vueltas en elratódromo —, como la siguiente, aparecida en el diariochantajista Aux Ecoutes: "El señor André Bretón, jefedel grupo surrealista, ha desaparecido de la guarida de labanda en la calle Jacques Callot (se trata de la antiguaGalería Surrealista). Un amigo surrealista nos informaque han desaparecido junto con él algunos libros decontabilidad de la extraña sociedad del barrio latinodedicada a la supresión de todo. Se nos hace sabertambién que el exilio del señor Bretón se ve suavizado porla deliciosa compañía de una blonda surrealista". ReneCrevel y Tristan Tzara saben ya quién es el autor dedeterminadas revelaciones asombrosas sobre sus vidas,y de otras imputaciones calumniosas. Por mi parte,confieso que experimento cierto placer cuando el señorArtaud intenta hacerme pasar gratuitamente por des-

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honesto, así como cuando el señor Soupault tiene ladesfachatez de insinuar que soy un ladrón. Y menciona-remos finalmente al señor Vitrac, auténtico estercolerode las ideas —dejémosle la "poesía pura" en compañíade esa cucaracha de abate Brémond—, pobre pelele deuna ingenuidad tal que le ha hecho confesar que su idealcomo hombre de teatro — ideal que naturalmente com-parte con Artaud— sería organizar espectáculos querivalizaran en belleza con las batidas policiales (declara-ción del teatro Alfred Jarry, publicada en la NouvelleRevue Franqaise)*. Todo esto es —como puede apre-ciarse— bastante jocoso. Y muchos, muchos más queno encuentran cabida en esta enumeración, sea porquesu actividad pública es en extremo insignificante, seaporque su trapacería se ha desarrollado en un terrenomás limitado, o porque hayan salido del paso con algúnrasgo de humor; todos han servido para probarnos quehay muy pocos hombres, entre los que se ofrecen, capa-ces de estar a la altura de la intención surrealista, ytambién para convencernos de que aquello que a laprimera flaqueza los juzga y los precipita irrevocable-mente a su pérdida, aunque el número de los que que-den sea menor que el de los que caen, obra en provechode esa intención.

Sería demasiado pedirme que me abstuviera por mástiempo de este comentario. En la medida de mis recur-sos estimo que no estoy autorizado a pasar por alto a losabyectos, a los simuladores, a los arribistas, a los falsostestigos y a los soplones. El tiempo perdido en la esperade poder confundirlos puede todavía recuperarse, perosólo recuperarse contra ellos. Pienso que esta discrimi-

* "¡Estoy hasta la coronilla de la Revolución!", su histó-.rica frase en el surrealismo. Evidentemente.

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nación muy precisa es la única perfectamente digna delobjetivo que perseguimos, pienso que habría cierta ce-guera mística en subestimar el alcance disolvente de laestada de estos traidores entre nosotros, como sería lamás lamentable ilusión de carácter positivista suponerque esos traidores, que sólo han hecho un tanteo, pue-dan permanecer insensibles a nuestra sanción*.

Y el diablo proteja, una vez más, la idea surrealista,así como cualquier otra idea que tienda a tomar unaforma concreta, para que pueda someter a ella todo loque sea posible imaginar de mejor en el orden de loshechos, del mismo modo que la idea de amor tiende acrear un ser, que lardea de revolución tiende a precipi-tar el día de la re|plución, hechos sin los cuales esasideas carecerían djfsentido — recordemos que la ideade surrealismo tieirde simplemente a la recuperacióntotal de nuestra energía psíquica por medio del descen-so vertiginoso en nosotros mismos, la iluminación siste-mática de los lugares ocultos y el oscurecimientoprogresivo de otros lugares, el paseo perpetuo en el

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F:No podía haber dado mejor en el clavo: desde que estas

líneas aparecieron por primera vez en la Révolution Surréa-liste, he podido gozar de tal concierto de imprecacionescontra mí, que si alguna cosa tuviera que hacerme perdo-nar en todo[esto, sería el haber tardado en provocar estahecatombe. Si hay una acusación a la que reconozco haberdado motivos por mucho tiempo, es seguramente la deindulgencia^y fuera de mis verdaderos amigos hubo espí-ritus lúcidos que la formularon. Tengo inclinación, esverdad, a uní tolerancia muy amplia en cuanto a los pre-textos personales de actividad particular y, más todavía, encuanto a losrpretextos personales de inactividad general.Con tal qué-un corto número de ideas definidas comocomunes no-fueran puestas en discusión, he dejado pasar—puedo insistir en decirlo: he dejado pasar— a éste susdisparates, aaquél sus tics, a ese otro su falta casi total decapacidad. Téngase la seguridad de que me corregiré.

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icorazón mismo de la zona prohibida, y recordemos queno hay ninguna perspectiva seria de que su actividad ceseen tanto que el hombre sea capaz de distinguir un animalde una llamarada o de una piedra—, el diablo protejarepito, la idea surrealista de comenzar a andar sin avalaresEs absolutamente necesario que hagamos como si estuvié-ramos realmente en el mundo para atrevernos después aformular algunas reservas. Aunque disguste, pues, a losque se desesperan de vernos abandonar a menudo las

No me molesta haberles dado, yo solo, a los doce firmantes de Un cadáver (así denominan demasiado fútilmente alplanfleto que me han consagrado), la oportunidad de ejer-cer una verba —que en unos había dejado de existir y enotros nunca había existido—, para hablar con exactitud,despampanante. Pude comprobar que el asunto que estavez tenían entre manos había por lo menos logrado llevar-los a una exaltación que hasta ahora nada había podidolograr, hasta el punto de que podría creerse que los másjadeantes de entre ellos necesitaran, para recobrar aliento,contar con mi último suspiro. Con todo, gracias, me sientobastante bien; veo con placer que el profundo conocimien-to que algunos tienen de mí, por haberme frecuentadoasiduamente durante años, los deja perplejos en cuanto ala clase de agravio "mortal" que podrían hacerme, y sóloles sugiere injurias absurdas del tono de las que reproduz-co, a título de curiosidad, al final del segundo manifiesto.Juzgan criminal que haya comprado algunos cuadros sinconvertirme después en esclavo de ellos: de creerle a di-chos señores, en esto estriba positivamente mi culpabili-dad... y en haber escrito el presente manifiesto.

Que, por propia iniciativa, los diarios, siempre más omenos mal dispuestos hacia mí, hayan concedido que enesta circunstancia no ven muy bien lo que se me puedareprochar moralmente, me dispensa de entrar a este res-pecto en detalles ociosos, y me da la medida precisa del malque pueden hacerme para que no quiera convencer aúnmás a mis enemigos del bien que se me puede hacerencarnizándose en hacerme ese mal:

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alturas a las que nos relegan, emprenderé la tarea dehablar aquí de la actitud política, "artística", polémica,que puede, al final de 1929, ser la nuestra, y fuera deella, poner en evidencia la oposición que en realidad lehacen algunos comportamientos individuales, elegidosentre los más típicos y los más particulares de hoy.

"Acabo, escribe M. A. R. de leer Un cadáver: sus amigosno podían haberle rendido mejor homenaje.

Su generosidad, su solidaridad son impresionantes. Do-ce contra uno.

Para usted soy un desconocido, pero no un extraño.Espero que me permitirá testimoniarle mi estima, enviarlemis saludos, 'i.

Si usted quisiera —y en el momento en que lo desee—organizar una concentración de fuerzas, esa concentraciónsería inmensa, y le daría el testimonio de seres que losiguen, muchos de los cuales son distintos de usted, perocomo usted generosos y sinceros, y en soledad. En cuantoa mí, he estado muy interesado estos últimos años en suacción, en su ^pensamiento". ,

En efecto, espero, no mi día, sino que me atrevo a decirnuestro día, el de todos nosotros que nos reconoceremostarde o temprano por un signo: que no llevamos los brazoscolgando delante como los otros —¿se han dado cuenta,hasta los más apurados?— Mi pensamiento no está enventa. Tengo treinta y cuatro años y creo capaz a mipensamiento, más que nunca, de azotar como una carcaja-da a los que no tienen pensamiento y a los que, habiéndolotenido, lo han vendido.

Me gusta pasar por fanático. Quienquiera que deploreel establecimiento en el plano intelectual de costumbrestan bárbaras como las que tienden a instituirse y reclamela infecta cortesía, deberá considerarme uno de los hom-bres que, metidos en la lucha, menos habrán admitido salirde ella con algunos tajos decorativos. Nada podrá hacer enesto la gran nostalgia de los profesores de historia de laliteratura. Desde hace cien años, graves intimaciones sehan hecho. Estamos muy lejos de la dulce, de la suave"batalla" de HemanL

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No sé si corresponde contestar aquí a las objeciones 'pueriles de los que, computando las conquistas posibles idel surrealismo en el dominio poético, donde se iniciósu acción, se inquietan de verle tomar partido en laquerella social, y pretenden que lleva todas las de per-der. Se debe, sin discusión, a pereza de parte de ellos, oa la expresión desfigurada del deseo que tienen delimitarnos. En la esfera de la moralidad — creemos que ]Hegel ha dicho de una vez por todas — , en tanto sedistingue de la esfera social, sólo se tiene una convicciónformal, y si mencionamos la verdadera convicción espara destacar la diferencia, y para evitar la confusión en ique se podría incurrir al considerar la convicción talcomo es aquí, o sea la convicción formal, como si Juera íla convicción verdadera, en tanto que ésta sólo se produceprimeramente en la vida social. (Filosofía del Derecho).Un enjuiciamiento de la suficiencia de esta convicciónformal carece hoy de sentido, y querer que a todo precionos atengamos a ella no honra ni la inteligencia ni la Jbuena fe de nuestros contemporáneos. No existe, desde |Hegel, sistema ideológico alguno que pueda, sin de-rrumbarse inmediatamente, sustraerse de colmar el va-cío que dejaría en el pensamiento mismo el principio deuna voluntad que actúa por su propia cuenta y entera-mente encaminada a reflejarse en sí misma. Cuandohago recordar que la lealtad, en el sentido hegeliano de \\a palabra, sólo puede ser función de la penetrabilidad

de la vida subjetiva por la vida "sustancial" y que, seanlas que fueren las divergencias, esta idea no ha encon-trado ninguna objeción fundamental por parte de espí-ritus tan diversos como Feuerbach, quien terminanegando la conciencia como facultad particular; comoMarx, enteramente dominado por la necesidad de mo-dificar de cabo a rabo las condiciones externas de la vida

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social; como Hartmann, que extrae de una teoría delinconsciente de base ultrapesimista una afirmación nuevay optimista de nuestra voluntad de vivir; como Freud, queinsiste cada vez más sobre la presión propia del superyo,pienso que nadie se asombrará de ver al surrealismoaplicarse, al pasar, a cosas distintas de la resolución de unproblema psicológico, por interesante que éste sea. Es ennombre del reconocimiento imperioso de esta necesidadque estimo imposible evitarnos el planteo, del modo máscandente, de la cuestión del régimen social bajo el quevivimos: me refiero a la aceptación o no aceptación de eserégimen. En nombre de este reconocimiento resulta másque tolerable que yo incrimine, de paso, a los tránsfugasdel surrealismo, pala quienes lo que yo sostengo aquí esdemasiado difícil Á demasiado elevado. Hagan lo quehagan, aunque saluden con gritos de falsa alegría su propiaretirada, y por más que nos hagan objeto de una groseradecepción —y con ellos todos los que dicen que tanto valeun régimen como otro porque de todas maneras el hombreserá vencido — no nle harán olvidar que no será a ellos, asíespero, sino a mí a quien corresponderá gozar de esa"ironía" suprema que se aplica a todo y también a losregímenes. Esa ironía les será rehusada porque está másallá —pero lo implica previamente— de todo acto volun-tario que consiste en describir el ciclo de la hipocresía, delprobabilismo, de la voluntad que quiere el bien y de laconvicción. (Hegel: Fenomenología del espíritu).

El surrealismo, si entra especialmente en el caminode enjuiciar las nociones de realidad e irrealidad, derazón y sinrazón, de reflexión e impulsión, de saber y"fatal" ignorancia, de utilidad e inutilidad, etc., presentacon el materialismo histórico por los menos esa analogíade tendencia que parte "del colosal aborto" del sistema

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hegeliano. Me parece imposible asignar límites —losdel marco económico, por ejemplo —, al ejercicio de unpensamiento definitivamente agilizado en la negación,y en la negación de la negación. ¿Cómo admitir que elmétodo dialéctico no puede aplicarse con validez sino ala solución de los problemas sociales? Toda la ambicióndel surrealismo es suministrarle posibilidades de apli-cación desvinculadas del dominio consciente más inme-diato. No veo — aunque disguste a ciertos revoluciona-rios de espíritu limitado— por qué tendríamos queabstenernos de agitar; siempre que encaremos desde elmismo ángulo que ellos encaran la Revolución (y tam-bién nosotros) los problemas del amor, del sueño, de lalocura, del arte y de la religión . Ahora ya no temo decirque antes del surrealismo no se había hecho nada siste-mático en ese sentido, y que en el punto en que lohabíamos encontrado, también para nosotros "el méto-do dialéctico bajo su forma hegeliana era inaplicable".Se trataba, también para nosotros, de la necesidad de

La falsa cita es uno de los sistemas, que desde hace poco,se usan más frecuentemente contra mí. Doy como ejemplola manera como Monde ha creído sacar partido de estafrase: "Pretendiendo encarar desde el mismo ángulo quelos revolucionarios los problemas del amor, del sueño, dela locura, del arte y de la religión, Bretón tiene la osadía deescribir... etc." Es verdad que, como puede leerse en elnúmero siguiente de la misma revista: "La Révolution Su-rréaliste arremete contra nosotros en su último número. Sesabe que la estupidez de esa gente no tiene límites". (Sobretodo, ¿no es cierto?, después de que esa gente declinó, sinsiquiera tomarse la molestia de contestar, vuestro ofreci-miento de colaboración en Monde, ¡Qué hacer!) Del mis-mo modo, un colaborador del Cadáver me regañaduramente con el pretexto de que he escrito: "Juro no llevarjamás el uniforme francés". Lo siento, pero no se trataba demí.

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acabar con el idealismo propiamente dicho, para lo cualsólo la creación de la palabra surrealismo nos significa-ba una garantía y, para retomar el ejemplo de Engels,de la necesidad de no atenernos al desarrollo pueril:"La rosa es una rosa. La rosa no es una rosa. Y sinembargo, la rosa es una rosa", pero que se me permitaeste paréntesis, para arrastrar a "la rosa" en un movi-miento provechoso de contradicciones menos benignas,en el que ella sea sucesivamente la que proviene deljardín, la que ocupa un lugar destacado en un sueño, laque no es posible apartar del "ramillete óptico", la quepuede cambiar totalmente de propiedades al pasar porla escritura automática, la que ya no tiene más que loque el pintor ha querido que conservara de rosa en uncuadro surrealista, y finalmente, la que, completamentedistinta en sí misma, retorna al jardín. Lejos está esto deuna visión idealista cualquiera y ni siquiera nos defen-deríamos si pudiéramos dejar de ser blanco de losataques del materialismo primario, ataques que proce-den a la vez de quienes, por conservadurismo subalter-no, no tienen ningún interés en poner en claro las rela-ciones del pensamiento y de la materia, y de quienes,por un sectarismo revolucionario mal entendido, con-funden, menospreciando lo que se pregunta, este mate-rialismo con el que Engels distinguía esencialmente, yque definía ante todo como una intuición del mundollamada a ser puesta a prueba y a realizarse: En eltranscurso del desarrollo de la filosofía, el idealismo setornó insostenible y fue negado por el materialismo mo-derno. Este último, que es la negación de la negación, nosignifica la mera restauración del antiguo materialismo:agrega a los fundamentos durables de éste, todo el pen-samiento de la filosofía y de las ciencias de la naturalezaen el transcurso de una evolución de dos mil años, más

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el producto mismo de esa larga historia. Nosotros que-remos también partir de una posición tal que la filosofíanos resulte superada. Creo que es el destino de todosaquellos para los que la realidad no tiene únicamenteuna importancia teórica sino que, además, es una cues-tión de vida o muerte hacer un llamamiento apasionado,como lo quería Feuerbach, a esa realidad: nuestro des-tino es dar como damos, totalmente, sin reservas, nues-tra adhesión al principio del materialismo histórico, elde ellos, arrojar al rostro del mundo intelectual atónitola idea de que "el hombre es lo que come", y que unarevolución futura tendría mayores perspectivas de éxitosi el pueblo recibiera una alimentación mejor, de la clasede los guisantes en lugar de patatas.

Nuestra adhesión al principio del materialismo his-tórico... no puede haber equívoco en esto. Si no depen-diera más que de nosotros — quiero decir, con tal queel comunismo no nos trate sólo como bichos curiososdestinados a poner en práctica en sus filas la necedad yla desconfianza— nos mostraríamos capaces de cum-plir, desde el punto revolucionario, todos nuestros de-beres. Desgraciadamente es un compromiso que anadie interesa sino a nosotros. En lo que a mí concierne,no he podido, por ejemplo, cruzar hace dos años elumbral de la casa del Partido francés, libre e inadvertidocomo era mi deseo; esta casa en donde, en cambio,tantos individuos no recomendables, policías y demás,están autorizados a retozar a voluntad. En el curso detres interrogatorios de muchas horas me tocó defenderal surrealismo de la pueril acusación de ser en esenciaun movimiento político de orientación netamente anti-comunista y contrarrevolucionaria. Inútil agregar queyo no podía esperar un enjuiciamiento a fondo de mis

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ideas de parte de los que me juzgaban. "Si usted esmarxista, vociferaba en ese entonces Michel Marty di-rigiéndose a uno de nosotros, no tiene necesidad de sersurrealista". Y entiéndase bien que no éramos nosotrosquienes nos habíamos preciado de ser surrealistas enesa circunstancia: la calificación nos había precedido apesar nuestro, como hubiese podido ocurrir con la de"relativistas" para los einstenianos, o de "psicoanalis-tas" para los freudianos. ¿Cómo no inquietarse terrible-mente ante tal debilitamiento del nivel ideológico de unpartido que surgió otrora tan magníficamente armadode las dos cabezas más potentes del siglo XIX? Todo estoes bien conocido; Jo poco que puedo extraer a esterespecto de mi experiencia personal da la medida delresto. Se me pidió*en la célula "del gas" un informesobre la situación italiana, especificando que sólo debíabasarme en datos estadísticos (producción del acero,etc.) y sobre todo, riada de ideología. No pude.

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Con todo, acepto que como consecuencia de unmalentendido, y nada más, me hayan tomado en elpartido comunista [por uno de los intelectuales másindeseables. Por otra parte, mi simpatía está demasiadoexclusivamente volcada a la masa de los que harán laRevolución social para poder resentirse de los efectospasajeros de tal accidente. Lo que no admito es que,seducido por especiales posibilidades de actividad, al-gunos intelectuales que conozco y cuyos imperativosmorales no inspiran ninguna confianza, habiendo ensa-yado sin éxito la poesía, la filosofía, se desvíen hacia laagitación revolucionaria. Aprovechando la confusiónque allí reina, logran un relativo engaño, y para estarmás seguros, se apresuran a renegar estrepitosamentede aquello que, como el surrealismo, aunque les hizo

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pensar con mayor claridad de lo que piensan, al mismotiempo los compelía a rendir cuentas y a justificar hu-manamente su posición. El espíritu no es una veleta, porlo menos no es sólo una veleta. No significa muchopensar de pronto que uno se debe a una actividadespecial, y por eso mismo significa muy poco si se sienteincapaz de exponer objetivamente cómo llegó a ella, yen qué punto exacto tenía que estar para poder llegar.Que no me hablen de esa clase de conversiones revolu-cionarias de tipo religioso, de las que algunos se limitana ponernos al tanto, agregando que están muy compla-cidos de no tener ningún comentario que hacer. Nopodría haber, en ese plano, ni ruptura ni solución decontinuidad en el pensamiento. O bien sería necesariovolver a pasar por los viejos rodeos de la gracia... Yobromeo. Pero se sobreentiende que mi desconfianza esextrema. ¡Pero vamos; yo sé lo que es un hombre; quierodecir que me represento de dónde viene y también unpoco adonde va, y se pretende que de pronto estesistema de referencias sea nulo; que ese hombre alcanceuna cosa distinta de aquella a la que se dirigía! Y si estofuera posible, ¿ese hombre que sólo habíamos conocidoen el simpático estado de crisálida, para poder volar consus propias alas hubiera acaso necesitado salir del ca-pullo de su pensamiento? Una vez más, no lo creo.Considero que debería haber sido una exigencia extre-ma, no sólo práctica sino moral, para todos aquellos quede ese modo se apartaron del surrealismo, el haberlopuesto en discusión en el plano ideológico haciéndonosconocer desde su punto de vista la parte denunciable:nunca hubo nada de esto. Lo cierto es que parecenhaber sido casi siempre sentimientos mediocres los quedecidieron esos bruscos cambios de actitud, y creo quees necesario buscar el secreto de ello, como el de la gran

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movilidad de la mayor parte de los hombres, más bienen una pérdida progresiva de conciencia que en lairrupción de un motivo repentino, tan diferente de laprecedente como lo es la fe del escepticismo. Para gransatisfacción de aquellos a quienes disgusta el control delas ideas, tal como se ejerce en el surrealismo, esecontrol no tiene razón de ser en los medios políticos,con lo que están libres, desde ese momento, de darforma a su ambición; esa ambición que ya existía — y esoes lo grave — antes del descubrimiento de su pretendidavocación revolucionaria. Vale la pena verlos predicarcon aires de superioridad ante los viejos militantes; valela pena verlos quejnar, en menos tiempos del que senecesita para quedar su portaplumas, las etapas delpensamiento criticó, más severo aquí que en cualquierotra parte; vale la pena ver cómo uno toma por testigoun pequeño busto de Lenin de tres francos noventa ycinco, mientras otro palmea familiarmente a Trotsky.Lo que no puedo aceptar de ningún modo es que gentescon las que mantuvimos contacto y de las que hemosdenunciado, en todo momento desde hace tres años,por haberlo comprobado a nuestra costa, la mala fe, elarribismo y los objetivos contrarrevolucionarios: losMorhange, los Politzer y los Lefévre, encuentren elmodo de ganarse la confianza de los dirigentes delpartido comunista, hasta el punto de poder publicar,con su aparente aprobación por lo menos, dos númerosde una Revue de Psychologie concrete y siete números dela Revue Marxiste, al cabo de los cuales se encargan deilustrarnos definitivamente sobre su bajeza, ya que elsegundo, después de un año de "trabajo" en común y decomplicidad, decide —porque se habla de suprimir lapsicología concreta que no se vende— denunciar alprimero al partido como culpable de haber disipado en

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un día, en Montecarlo, una suma de doscientos milfrancos que se le había confiado para utilizar en lapropaganda revolucionaria. Y este último, enfurecidoúnicamente por el proceder de su compañero, se meacercó sin más para descargar su indignación, aunquereconociendo sin reparos que el hecho era exacto. Hoyestá, pues, permitido en Francia, con la ayuda del señorRappoport, abusar del nombre de Marx sin que nadievea en ello nada malo. En estas condiciones, reclamoque se me explique dónde se encuentra la moralidadrevolucionaría.

Se comprende que la facilidad con que señores comolos mentados pueden llegar a impresionar enormemen-te a aquellos que los acogen —ayer en el seno delpartido comunista, mañana en la oposición a ese parti-do — ha sido y debe ser aún de tal naturaleza como paratentar a ciertos intelectuales poco escrupulosos, algunossurgidos también del surrealismo, el cual no tuvo des-pués adversarios más enconados*. Unos, al estilo del

Por molesta que pueda resultar, por diversas causas,esta comprobación, considero que el surrealismo, peque-ñísimo puente tendido sobre el abismo, no debe estar flan-queado de parapetos. Hay motivos para que nos fiemos enla sinceridad de aquellos a quienes, un día, su buen o malgenio los condujo hacia nosotros. Sería excesivo exigirlesen este momento una garantía de alianza definitiva, y seríainhumano prejuzgar en ellos la imposibilidad de desarrollóulterior de cualquier apetito vulgar. ¿Cómo comprobar lasolidez del pensamiento de un hombre de veinte añoscuando él mismo sólo piensa en hacer valer la calidadpuramente artística de algunas cuartillas que presenta, enlas que, si bien aparecen las coerciones que él manifiestaaborrecer, no prueban que sea incapaz de hacerlas sufrir?Y sin embargo, de este hombre muy joven, de su soloimpulso, depende hasta el infinito la vivificación de unaidea sin edad. ¡Pero cuántas contrariedades! Apenas el

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señor Barón — autor de poemas bastante hábilmentecopiados de Apollinaire, y además juerguista empeder-nido; desprovisto en absoluto de ideas generales; pobrey mínimo crepúsculo sobre una charca estancada en laselva inmensa del surrealismo- aportan al mundo "re-volucionario" el tributo de una exaltación de escolar, deuna "crasa" ignorancia amenizada con visiones del 14de julio. (En un estilo impagable, el señor Barón mecomunicó, hace algunos meses, su conversión al leninis-mo integral. Conservo su carta en la que las frases másridiculas se mezclan con tremendos lugares comunestornados del lenguaje de L 'Humanité y con protestas deamistad conmovedoras que pongo a disposición de loscuriosos. No volveré sobre esto salvo que él mismo meobligue). Los otros, al estilo del señor Naville, de quienesperamos pacientemente que sea devorado por su in-saciable sed de notoriedad — en menos de lo que cantaun gallo fue director del Oeuf dur, de La RévolutionSurréaliste, tuvo parte dominante en L'Étudiantd'avant-garde, fue director de Ciarte, de La Lutte deClasses, casi llegó a ser director de Camarade, y lovemos ahora con un papel de primera fila en La Ven-té—, los otros se reprocharían de llegar a deberle a lacausa que fuere algo más que un ligero saludo protectorcomo el que dirigen a los necesitados las damas debeneficencia, para inmediatamente después indicarlesen dos palabras lo que tienen que hacer. Basta con verlopasar al señor Naville para que el partido comunistafrancés, el partido ruso, la mayor parte de los opositores

tiempo para reflexionar sobre ello y ya aparece otro hom-bre de veinte años. Desde el punto de vista intelectual, laverdadera belleza no se diferencia bien, a príori, de labelleza del diablo.

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de todos los países en cuya primera fila hay hombres conlos que pudo haber contraído alguna deuda: Boris Sou-varine y Marcel Fourrier, así como el surrealismo y yomismo, todos hagamos el papel de mendicantes. Elseñor Barón que escribió L'allurepoétique (La actitudpoética) es a esa actitud lo que Naville es a la actitudrevolucionaria. Una estada de tres meses en el partidocomunista, se dijo Naville, es más que suficiente, ya queel interés para mí es hacer valer que yo lo he dejado. Elseñor Naville —por lo menos su padre— es muy rico.(Para aquellos de mis lectores a quienes no les disgustelo pintoresco, agregaré que la oficina de la dirección deLa Lutte de Classes está situada en el número 15 de lacalle de Grenelle, en una propiedad de la familia deNaville, que es ni más ni menos el antiguo palacio de losduques de La Rochefoucauld). Este tipo de considera-ciones me parece más oportuno que nunca. Asimismodestaco que cuando el señor Morhange emprende lafundación de La Revue Marxiste, lo hace mediante lafinanciación del señor Friedmann por cinco millones defrancos. Aunque su mala suerte en la ruleta le hayaobligado poco después a reembolsar la mayor parte deesa suma, queda firme el hecho de que gracias a estaayuda financiera exorbitante llegó a usurpar, el consabi-do puesto, y a hacerse perdonar su notoria incompeten-cia. Asimismo, al suscribir cierto número de acciones defundación de la empresa "Les Revues" (Las Revistas)de la que dependía La Revue Marxiste, el señor Barón,que acababa de heredar, pudo creer que horizontes másvastos se le abrían. Ahora bien, cuando el señor Navillenos participó, hace algunos meses, su intención de pu-blicar el periódico Le Camarade, que respondía, segúnél, a la necesidad de dar nuevo impulso a la críticaopositora, pero que, en realidad, le permitiría apartarse

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de Fourier —demasiado clarividente — , de ese modosigiloso que le es habitual, tuve la sorpresa de saber desus propios labios quiénes corrían con los gastos de esapublicación de la que él sería el director, y por supuestoúnico director. ¿Se trataba dé esos misteriosos "amigos"con los que se entablan largas conversaciones muy di-vertidas al acabar la última página de un periódico, y alos que se procura interesar profundamente en el preciodel papel? Absolutamente no. Se trataba pura y simple-mente del señor Fierre Naville y su hermano, que par-ticipaban con una suma de quince mil francos sobreveinte mil en total. El resto lo suministraban unos pre-tendidos "compinches" de Souvarine, cuyos nombrestuvo que confesar el señor Naville que ni siquiera cono-cía. Se ve que para; hacer prevalecer un punto de vistaen medios que a este respecto deberían ser absoluta-mente estrictos, importa menos hallar un punto de vistaconvincente que ser el hijo de un banquero. El señorNaville, que practica con arte, con vistas al clásico re-sultado, el método de sembrar la discordia entre lagente, no retrocederá — es bien evidente — ante ningúnmedio que le permita llegar a manejar la opinión revo-lucionaria. Pero como en esta misma selva alegórica— en la que yo veía hace unos instantes a Barón desple-gar gracias de renacuajo— ya hubo días malos para esaserpiente boa de pobre aspecto, por suerte no está dichoque domadores de la fuerza de Trotsky y aun de Souva-rine, no acaben por hacer entrar en razón al eminentereptil. Por ahora sólo sabemos que vuelve de Constan-tinopla en compañía del pequeño volátil Francis Gé-rard. Los viajes, que forman a la juventud, no alcanzana deformar el bolsillo del señor Naville, padre. Tambiénexiste un interés de primer orden en llegar a distanciara León Trotsky de sus únicos amigos. Una última pre-

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gunta, completamente platónica, a Naville: ¿Quién man-tiene La Venté, órgano de la oposición comunista, en lacual su nombre se agranda cada semana y desde elmomento actual aparece en primera página? Muchasgracias.

Si me pareció conveniente extenderme con ciertaamplitud sobre estos temas, lo hice, en primer término,para señalar que, contrariamente a lo que pretenderíanhacer creer, todos nuestros antiguos colaboradores quese proclaman desengañados del surrealismo fueron ex-cluidos por nosotros sin una sola excepción; y, además,resultaba útil que se conocieran los motivos. En segundotérmino, para señalar que, si bien el surrealismo seconsidera indisolublemente ligado, como consecuenciade las afinidades que acabo de indicar, a la marcha delpensamiento marxista, y sólo a ella, se abstiene, y segu-ramente se abstendrá todavía por mucho tiempo, deelegir entre las dos grandes corrientes que enfrentan enla hora actual a hombres que, aunque no participen dela misma concepción táctica, se han revelado, tanto deun lado como de otro, como auténticos revolucionarios.El momento en que Trotsky, en una carta fechada el 25de setiembre de 1929, admite que en la Internacional elhecho de una conversión de la dirección oficial hacia laizquierda resulta evidente, y en la que prácticamenteapoya con toda su autoridad el pedido de reincorpora-ción de Racovsky, de Cassior y de Okoudjava (reincor-poración susceptible de acarrear la suya propia) no esel apropiado para que nosotros nos mostremos másirreductibles que él mismo. El momento en que la sim-ple reflexión sobre el más penoso conflicto que puedadarse impulsa a dichos hombres, dejando de lado, pú-blicamente por lo menos, sus más definitivas reservas, a

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un nuevo paso en la vía de la reunificación, no es elindicado para que procuremos emponzoñar la heridasentimental provocada por la represión, como lo hacePanait Istrati, con la felicitación de Naville, quien nodeja por ello de darle un amable tirón de orejas: "Istrati,hubiese sido mejor no publicar un fragmento de tu libroen un órgano como la Nouvelle Revue Frangaise*, etc."Nuestra intervención en semejante asunto tiende sólo aprevenir a los espíritus serios contra un pequeño núme-ro de individuos, los cuales sabemos por experienciaque son estúpidos, mistificadores o intrigantes y, encualquier forma, sujetos malintencionados desde unpunto de vista revolucionario. Esto es poco más o menostodo lo que podemos hacer por ese lado. Somos losprimeros en sentir; que sea tan poco.

* Sobre Panait Istrati y el asunto Rusakof, ver la N. R.F. del 1° de octubre y La Venté del 11 de octubre de1929.

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Para que tales desviaciones, cambios de frente, abusosde confianza de toda clase, se hagan posibles en elterreno mismo en el que acabo de ubicarme, es preciso,sin duda alguna, que todo sea un magnífico césped deescarnio, y que apenas se pueda contar con la actividaddesinteresada de pocos hombres a la vez. Si la tarearevolucionaria misma, con todo lo que su cumplimientosupone de rigor, es incapaz, por su propia índole, deseparar de entrada los malos de los buenos y los falsosde los sinceros; si, para su mal, le es forzoso esperar queuna serie de acontecimientos exteriores se encarguen dedesenmascarar a unos y de adornar con un resplandorde inmortalidad el rostro descubierto de los otros, ¿có-mo pretender que la cosa no funcione aún más lastimo-samente en lo que no es específicamente esta tarea,como por ejemplo en la tarea surrealista, en la medidaen que esta última ni siquiera se confunde con la prime-ra? Es natural que el surrealismo se manifieste en elcentro mismo —y quizás al precio de una sucesión inin-terrumpida de decaimientos— de zigzaguees y defec-ciones que exigen a cada momento retomar la discusiónde sus premisas originales, vale decir la remisión al

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principio inicial de su actividad, junto a la interrogacióndel mañana azaroso que quiere que los corazones se"unan" y se desunan. No todo ha sido intentado — debodecirlo— para llevar a buen término esta empresa,aunque sólo fuera sacando el partido máximo de losmedios que fueron definidos como nuestros y ensayan-do a fondo los modos de investigación que, en losorígenes del movimiento que nos ocupa, fueron preco-nizados. El problema de la acción social es — me inte-resa insistiFsobTe^Ilo — sólo una d^JSsIPOTmasIfféljiín,problema más generál7 qlie^l^w^alismojeJhaJiechaun"3eber agitar, y quejís eljteJg_expie$iótLhumana-eti~tocias ̂ üs formas. Quien dice expresión, dice ante todolenguaje. Ño hay, pues, que asombrarse de que el su-rrealismo se ubiqué, de entrada, casi exclusivamente enel plano del lenguaje, ni tampoco de que — al cabo deuna incursión por donde sea — vuelva por el placer deactuar en un país conquistado. Nada, en efecto, puedeya impedir que, en gran parte, ese país sea conquistado.Las hordas de palabras, literalmente desencadenadas,a las que Dada y el surrealismo han querido abrirles laspuertas, por más que nos pese, no son de las que seretiran sin dejar rastros. Ellas penetrarán sin prisa,seguras del éxito, en las pequeñas ciudades idiotas de laliteratura que todavía se enseña, y confundiendo sindificultad los barrios bajos y los residenciales, haránsosegadamente un buen consumo de atalayas. Con elpretexto de que, por causa nuestra, la poesía es en estaépoca lo que se encuentra más seriamente trastornado,la población no desconfía mucho, y construye aquí y allábarreras sin importancia. Se simula no advertir conclaridad que el mecanismo lógico de la frase se muestrapor sí solo cada vez más impotente para desencadenaren el hombre la sacudida emocional que da realmente

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algún valor a la vida. Por otro lado, ahora se rodea delos productos de esta actividad espontánea o más es-pontánea, directa o más directa —como los que leofrece cada vez en mayor número el surrealismo, enforma de libros, cuadros, films que en un comienzocontempló con estupor — y les confía más o menostímidamente el cuidado de trastornar su modo de sentir.Lo sé: ese hombre no es todavía cada hombre y hay quedarle "tiempo" para que llegue a serlo. Pero observadde qué admirable y perversa penetración se han yademostrado capaces un pequeño número de obras muymodernas, de las que lo menos que se puede decir esque reina en ellas un aire especialmente insalubre: Bau-delaire, Rimbaud (a despecho de los reparos que hice),Huysmans, Lautréamont, para circunscribirme a la poe-sía. No temamos hacer una ley para nosotros de estainsalubridad. Ojalá que no pueda decirse que no hemoshecho lo posible por aniquilar esa estúpida ilusión debienestar y de alianzas que constituirá la gloria del sigloXIX haber denunciado. Ciertamente, no hemos dejadode amar con fanatismo esos rayos de sol llenos demiasmas. Pero a la hora en que los poderes públicos enFrancia se aprestan a celebrar grotescamente y congrandes festividades el centenario del romanticismo,nosotros decimos —sí, nosotros— que ese romanticis-mo del que nos consideramos históricamente como lacola,/?ew una cola prensil, hoy, en 1930, por su esenciamisma, consiste enteramente en la negación de esospoderes y de esas festividades; que tener cien años deexistencia significa para él la juventud; que lo que se hadenominado erróneamente su época heroica sólo puedepasar honradamente por el vagido de un ser que co-mienza a revelar sus deseos a través de nosotros, y quesi se admite que todo lo pensado antes de él — "clásica-

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mente"— fue el bien, quiere ineludiblemente todo elmal

Cualquiera que haya sido la evolución del surrealis-mo en el terreno político, por apremiante que haya sidola orden de sólo tener en cuenta para la liberación delhombre —primera condición de Ja liberación del espíritu —la revolución proletaria, puedo afirmar que no hemosencontrado ninguna razón valedera para cambiar de cri-terio sobre los medios de expresión que nos son propios yque la experiencia nos ha permitido demostrar que nosresultaban útiles. Es en vano que traten de condenaralguna imagen específicamente surrealista que pude em-plear al acaso en un prefacio; no por eso habremos termi-nado con las imágenes. "Esta familia es una carnada deperros" (Rimbaud). Cuando con una frase como ésta,separada de su contexto, se hayan reído hasta desterni-llarse, sólo habrán logrado reunir a un montón de igno-rantes. No habrán llegado a acreditar, a expensas de losnuestros, los procedimientos neo-naturalistas, mejor di-cho, a liquidar todo aquello que, a partir del naturalis-mo, resume las más importantes conquistas del espíritu.Traigo a colación aquí las respuestas que di en setiem-bre de 1928 a dos preguntas que me plantearon: 1Q ¿Creeusted que la producción artística y literaria es un fenóme-no puramente individual? ¿No piensa usted que puede odebe ser el reflejo de las grandes corrientes que determi-nan la evolución económica y social de la humanidad?2e ¿Cree usted en la existencia de una literatura y un arteque exprese, las aspiraciones de la clase obrera ? ¿Quiénesson, a su juicio, sus principales representantes?

le Es indudable que en el caso de la producciónartística y literaria como en el de todo fenómeno inte-

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lectual no podría plantearse más problema que el de lasoberanía del pensamiento. Lo que quiere decir que noes posible responder a su primera pregunta por la afir-mativa o por la negativa, y que la única actitud filosóficaobservable en tal caso descansa en valorizar "la contra-dicción [que existe] entre el carácter del pensamientohumano que nos representamos como absoluto y larealidad de este pensamiento en una multitud de seresindividuales de pensamiento limitado: contradicciónque sólo puede resolverse en el progreso infinito, en laserie prácticamente infinita de las generaciones huma-nas sucesivas. En este sentido el pensamiento humanoposee soberanía y no la posee; y su capacidad de cono-cer es tan ilimitada como limitada. Soberano e ilimitadopor su naturaleza, por su vocación; soberano e ilimitadoen potencia y en cuanto a su objetivo final en la historia;pero sin soberanía y limitado en cada una de sus reali-zaciones y en uno cualquiera de sus estados" (Engels:La moral y el derecho. Verdades eternas). Este pensa-miento, en el terreno en que ustedes me piden queconsidere tal expresión particular, sólo puede oscilarentre la conciencia de su perfecta autonomía y la de suestrecha dependencia. En nuestro tiempo, la produc-ción artística y literaria me parece sacrificada por ente-ro a la necesidad de encontrar un desenlace a ese drama,al cabo de un siglo de filosofía y poesía verdaderamentedesgarradoras (Hegel, Feuerbach, Marx, Lautréamont,Rimbaud, Jarry, Freud, Chaplin, Trotsky). En estascondiciones, hablar de que una producción puede odebe ser el reflejo de las grandes corrientes que deter-minan la evolución económica y social de la humanidadsería arriesgar un juicio bastante vulgar, que implicarael reconocimiento puramente circunstancial del pensa-miento y liquidara su naturaleza esencial: a la vez incon-

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dicionada y condicionada, utópica y realista, que en-cuentra su objetivo en sí misma y que aspira a ser útil,etc.

2- No creo en la posibilidad actual de existencia deuna literatura o de un arte que expresen las aspiracionesde la clase obrera. Si me rehuso a creerlo es porque enun período prerrevolucionario el escritor o el artista, deformación necesariamente burguesa, resulta por defini-ción inapto para traducirlas. No niego que pueda for-marse una idea y que, bajo ciertas condiciones moralesque bastante excepcionalmente se cumplen, sea capazde concebir la relatividad de toda causa en función dela causa proletaria. Sé que para él tiene que ser unproblema de sensibilidad y honradez. No escapará poreso a la duda atendible, inherente a sus propios mediosde expresión, que lo obliga a considerar en sí mismo ysolamente para sí, desde un ángulo muy especial, la obraque se propone realizar. Para que esta obra sea viableexige que se la sitúe en relación a algunas otras yaexistentes, y a su vez debe abrir un camino. Guardandolas proporciones, sería tan inútil protestar, por ejemplo,contra la afirmación de un determinismo poético cuyasleyes pueden ser promulgables, como contra la del ma-terialismo dialéctico. Sigo estando convencido de quelos dos órdenes de evolución son rigurosamente seme-jantes y de que, además, tienen en común que no perdo-nan. Así como las previsiones de Marx, en loconcerniente a casi todos los acontecimientos exterio-res sobrevenidos desde su muerte hasta nuestros días,se han revelado justas, no veo qué es lo que podríainvalidar una sola palabra de Lautréamont tocante a losacontecimientos que sólo interesan al espíritu. Por elcontrario, tan falso como cualquier intento de explica-

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ción social distinto del de Marx, es para mí cualquierensayo de defensa y exposición de una literatura y de unarte llamados "proletarios", en una época en que nadiepodría invocar una cultura proletaria, por la excelenterazón de que semejante cultura no ha podido todavíarealizarse, ni siquiera en un régimen proletario. "Lasvagas teorías sobre la cultura proletaria, concebidas poranalogía y antítesis con la cultura burguesa, se obtienenpor comparaciones, desprovistas totalmente de espíritucrítico, entre el proletariado y la burguesía. No hay dudade que llegará el momento, en el desarrollo de la nuevasociedad, en que lo económico, la cultura y el artetendrán la más amplia libertad de movimientos, de pro-greso. Pero sólo nos podemos entregar, sobre este tema,a conjeturas fantásticas. En una sociedad que se hayadesembarazado de la abrumadora preocupación delpan cotidiano, en donde las lavanderías comunales la-varán la ropa de todo el mundo, en donde los niños— todos los niños — , bien nutridos, saludables y alegres,absorberán los elementos de la ciencia y el arte como elaire y la luz del sol, en donde no habrá ya "bocasinútiles", en donde el egoísmo liberado del hombre— potencia formidable — sólo se interesará en el cono-cimiento, en la transformación y en el mejoramiento deluniverso, en semejante sociedad, el dinamismo de lacultura no podrá compararse con nada que conozcamosdel pasado. Pero sólo llegaremos a ello después de unalarga y penosa transición, cuyo desarrollo se halla aúnen sus comienzos". (Trotsky: "Revolución y cultura",Ciarte, 1Q de noviembre de 1923). A mi juicio estaspalabras admirables destruyen, de una vez por todas lapretensión de algunos mistificadores y de ciertos em-baucadores que, hoy en Francia, bajo la dictadura dePoincaré, se tildan de escritores y artistas proletarios,

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con el justificativo de que en su producción todo esfealdad y miseria, así como la pretensión de los que noconciben nada fuera del inmundo reportaje, del monu-mento funerario y de los croquis de presidio, que sólosaben agitar ante nuestra vista el espectro de Zola — enel que el|os revuelven sin llegar jamás a sustraerle na-d a — y que engañando desvergonzadamente a todo loque vive, sufre, brama y espera, se oponen a cualquierbúsqueda seria, se esfuerzan por volver imposible tododescubrimiento, y con el pretexto de dar lo que sabenque es inadmisible: la comprensión inmediata y generalde lo que se crea, son, al mismo tiempo que los máximosdenigradores del espíritu, los más seguros contrarrevo-lucionarios.

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Es lamentable, había comenzado a decir más arriba,que no se hayan realizado —como lo ha reclamadosiempre el surrealismo — esfuerzos más sistemáticos ypersistentes en los dominios de la escritura automática,por ejemplo, y en el relato de sueños. A pesar de nuestrainsistencia para introducir textos de ese tipo en laspublicaciones surrealistas, y del lugar destacado queocupan en ciertas obras, es necesario confesar que aveces su interés se sostiene dificultosamente y que danun poco la impresión de "trozos de bravura". La apari-ción de una fórmula indiscutible en la estructura de esostextos es también absolutamente perjudicial para laespecie de conversión que nosotros queríamos realizarpor su mediación. La falta es achacable a la extremanegligencia de la mayor parte de sus autores que selimitan generalmente a dejar correr la pluma por elpapel sin prestar atención en lo más mínimo a lo que seestá produciendo en ellos mismos — aunque este des-doblamiento sea más fácil de captar y más interesante

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de considerar que la escritura reflexiva—, o a reunir, enforma más o menos arbitraria, elementos oníricos des-tinados más a acentuar el valor de su componente pin-toresco que a permitir la observación provechosa de sumecanismo. La confusión es de tal naturaleza que nospriva de todos los beneficios que podríamos obtener deesa clase de operaciones. El gran valor que tienen parael surrealismo reside en que son capaces de poner anuestra disposición zonas lógicas especiales, vale decir,aquellas en las que, hasta el presente, la facultad lógicaejercida con exclusividad en lo consciente, no intervie-ne. ¡Qué digo! No solamente esas zonas lógicas perma-necen inexploradas, sino que, además, seguimos tanpoco informados como nunca sobre el origen de esa voz,que a cada uno le toca oír, y que nos habla extrañamentede una cosa distinta de lo que creemos pensar, y a vecesadopta un tono grave en el momento en que nos senti-mos más ligeros, o nos cuenta historietas en la desgracia.Por lo demás, ella no obedece a esa simple necesidadde contradicción... Mientras estoy sentado a mi mesa,me habla de un hombre que sale de una zanja sindecirme, por supuesto, quién es; si insisto, me lo descri-be con bastante precisión: no, indudablemente no co-nozco a ese hombre. Apenas el tiempo de darme cuentay ya ese hombre se perdió. Yo escucho... estoy lejos delSegundo Manifiesto del Surrealismo... No es necesariomultiplicar los ejemplos: ella es la que habla así... Por-que los ejemplos beben... Perdón, yo tampoco compren-do. Lo importante sería saber hasta qué punto esa vozestá autorizada, por ejemplo, a corregirme: no es nece-sario multiplicar los ejemplos (y se sabe, desde Loscantos de Maldoror, de qué maravillosa soltura puedenser sus intervenciones críticas). Cuando ella me respon-de que los ejemplos beben (?) ¿es acaso un modo de

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ocultarse de la potencia que la arrebata? Y, en ese caso,¿por qué se oculta? ¿Iba tal vez a explicarse en elmomento en que me apresuré a sorprenderla sin atra-parla? Tales problemas no tienen sólo un interés surrea-lista. Nadie puede hacer nada mejor al expresarse queacomodarle a una posibilidad de conciliación muy os-cura entre lo que sabía que debía decir y lo que, sobreel mismo tema, no sabía que debía decir y que sinembargo dijo. El pensamiento más riguroso está obliga-do a admitir esa ayuda, aunque sea indeseable desde elpunto de vista del rigor. No hay duda de que existe untorpedeo de la idea en el seno de la frase que la enuncia,aunque esta frase estuviera exenta de cualquier simpá-tica libertad en cuanjo a su sentido. Sobre todo el dadaís-mo procuró llamar Inatención sobre ese torpedeo. Se sabeque el surrealismo ha tratado, mediante el recurso delautomatismo, de poner al abrigo de ese torpedeo a ciertonavio: algo así como el buque fantasma (esta imagen, dela que se han querido servir en contra mío, por gastada queesté, me parece buena y la retomo).

Nos toca a nosotros, iba diciendo, tratar de percibircada vez más claramente lo que se trama, sin que elhombre lo sepa, en las profundidades de su espíritu,aunque de entrada nos guarde rencor a causa de supropio torbellino. Lejos estamos, en todo esto, de que-rer reducir la parte de lo desentrañable, y nada nosconvence menos que el remitirnos al estudio científicode los "complejos". Claro está que el surrealismo, al quehejnos^to adoptar deliberadamente^enel plano socialla fórmula marxista» no tiene el propósito de desestimarla crítica freudiana de las ideas; por el contrario, consi-dera a esta crítica como la primera de todas y la únicarealmente fundada. Si le es imposible asistir con indife-rencia al debate que arroja a la lucha a los repre-

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sentantes calificados de las diversas tendencias psicoa-nalíticas — así como día a día se ve arrastrado a presen-ciar apasionadamente la lucha que se desenvuelve en lacabeza de la Internacional — no tiene por qué interveniren una controversia que le parece no ha de durar muchotiempo con provecho, salvo entre los profesionales. No esése el dominio en el cual quiere hacer valer el resultado desus experiencias personales. Pero como está implícita enla naturaleza de aquellos a quienes agrupa el tomar enconsideración muy especial esa tesis freudiana de la quedepende la mayor parte de su actividad como hombres— ansia de crear, de destruir artísticamente —j me refieroa la definición del fenómeno de¿'su1>limación"^el surrea-

Cnanto más se profundiza la patogenia de las enfermeda-desnerviosas, dice Freud,mássepercibensusrelaciones conlos otros fenómenos de la vida psíquica del hombre, hastacon aquellos a los que nosotros adjudicamos el máximovalor. Y vemos cómo la realidad, a pesar de nuestras preten-siones, nos satisface poco; así, presionados por nuestrasrepresiones interiores, emprendemos, dentro de nosotros, to-da una vida de fantasía que, realizando nuestros deseos,compensa las insuficiencias de la existencia verdadera. Elhombre enérgico y que tiene éxito ("que tiene éxito", cedo aFreud, por supuesto la responsabilidad de tal vocabulario)es el que llega a transmutar en realidades las fantasías deldeseo. Cuando esta trasmutación fracasa, sea por circuns-tancias exteriores o por debilidad del individuo, éste se apañade lo real, se refugia en el universo más agradable de sussueños, y en caso de enfermedad transforma el contenido ensíntomas. En ciertas condiciones favorables puede todavíaencontrar otro medio de pasar de sus fantasías a la realidad,en lugar de separarse definitivamente de ella por regresión enel dominio infantil: quiero decir que si posee el don artístico,psicológicamente tan misterioso, puede transformar sus sue-ños en creaciones artísticas en lugar de síntomas. Así escapaa la fatalidad de la neurosis, y encuentra, gracias a este rodeo,una conexión con la realidad.

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lismo les exige a todos ellos que aporten, en el cumpli-miento de su misión, una nueva conciencia, que busquenel modo de suplir mediante una autoobservación, quetiene un valor inestimable en su caso, la insuficiencia depenetración en los estados de alma llamados "artísti-cos" por hombres que, en su mayoría, no son artistassino médicos. Además exige a aquellos que posean, enel sentido freudiano, la "preciosa facultad" de que ha-blamos, que, por un camino inverso del que les vimostomar, se apliquen a estudiar con dicho enfoque el máscomplejo de los mecanismos, el de la inspiración, y apartir del momento en que dejen de considerarla unacosa sagrada, con toda la confianza que tienen en suextraordinaria virtud, piensen sólo en liberar sus últimasataduras y — algo que antes nadie hubiera osado conce-bir — piensen en someterla. Para este propósito está demás embrollarse con sutilezas, demasiado se sabe lo quees la inspiración. No puede haber confusión; es ella laque ha proveído a las necesidades supremas de expre-sión en todos los tiempos y todos los lugares. Habitual-mente se dice que la inspiración está o que no está, y sino está, nada de lo que sugiere la habilidad humana quelleva el sello del interés, la inteligencia discursiva y eltalento adquirido por el trabajo, puede curarnos de suausencia. La reconocemos fácilmente en una toma deposesión total de nuestro espíritu que, de tarde en tarde,impide que ante cualquier problema planteado seamosjuguetes de una solución racional con preferencia aotra. La reconocemos en esa especie de corto-circuitoque provoca entre una idea dada y su eco (escrito, porejemplo). Tal como en el mundo físico, el corto-circuitose produce cuando los dos "polos" de la máquina sereúnen mediante un conductor de resistencia nula omuy débil. En la poesía y en la pintura el surrealismo ha

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hecho lo imposible por multiplicar esos corto-circuitos.Nunca nada lo apasionará tanto como reproducir arti-ficialmente ese momento ideal en que el hombre, presade una singular emoción, se encuentra súbitamente do-minado por ese algo "más fuerte que él" que lo arroja apesar suyo en lo inmortal. Lúcido, despierto, saldríalleno de terror de ese mal paso. Lo importante es queya no sea libre, que continúe hablando todo el tiempoque dure el misterioso campanilleo: en efecto, en elmomento en que deja de pertenecerse, nos pertenece anosotros. Esos productos de la actividad psíquica, ale-jados en todo lo posible de la voluntad de significar,aligerados en todo lo posible de las ideas de responsa-bilidad — siempre dispuestas a actuar como frenos—,independientes en todo lo posible de lo que es la vidapasiva del intelecto, esos productos que son la escrituraautomática y los relatos de sueños* presentan la ventajade ser los únicos que suministran elementos de aprecia-ción de gran estilo a una crítica que, en el dominioartístico, se encuentra sorprendentemente desampara-

* Si juzgo necesario insistir sobre el valor de estas dosoperaciones, no es porque considere que ellas constituyenla única panacea intelectual, sino porque, para un obser-vador adiestrado, se prestan menos que cualquier otra a laconfusión o a la trampa, y.porque aún no se ha encontradonada mejor para proporcionar al hombre un sentimientolegítimo de sus recursos. El obvio que las condiciones quenos ofrece la vida se oponen a la ininterrupción de unejercicio tan aparentemente gratuito del pensamiento. Losque se han entregado a él sin reservas, por bajo que algunosde ellos hayan descendido después, no habrán sido lanzadoen vano hacia el total encantamiento interior. En compara-ción con este encantamiento, la vuelta a una actividadpremeditada del espíritu, aun cuando sea del gusto de lamayor parte de sus contemporáneos, sólo ofrecerá a suvista un pobre espectáculo.

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da, y que a la vez permiten una reclasificación generalde los valores líricos y proporcionan una llave que, almantener indefinidamente abierta esa caja de fondomúltiple que se llama hombre, lo disuade de retroceder,por elementales motivos de conservación, cuando cho-ca en la oscuridad con las puertas cerradas por fuera del

Estos medios muy directos, siempre al alcance de todos,que persistimos en destacar desde que no se trata funda-mentalmente de producir obras de arte, sino de esclarecerla parte no revelada y sin embargo revelable de nuestro ser—en la que toda laJbelleza, todo el amor, todo el poder, queestán en nosotros vjfperras^conocemos, resplandecen inten-samente—, esos medios inmediatos no son los únicos. Pa-rece especialmente qüé'pueda esperarse mucho, en elmomento actüalpde ciertos procedimientos de desilusiónpara cuya aplicación araftey a al vida darían por resultadofijar la atención no ya sobre lo real, o lo imaginario, sino,por así decir, sobreietrmrío de lo real. Nos complacemosen imaginar novelas que no pueden terminar, así comoexisten problemas que quedan sin solución. ¿Cuándo ten-dremos una en la que los personajes ampliamente definidospor algunas particularidades mínimas actuaran de una ma-nera totalmente previsible con vistas a un resultado impre-visto, e inversamente otra en la que la psicología renunciaraa embarullar —a expensas de los seres y de los aconteci-mientos— sus grandes deberes inútiles para aprisionar ver-daderamente entre dos placas una fracción de segundo, ysorprender en ella los gérmenes de los incidentes,, u otranovela en la cual la verosimilitud de los decorados dejarapor primera vez de ocultarnos la extraña vida simbólica quelos objetos, hasta los mejor definidos y más usuales, sólotienen en sueño, y también otra cuya construcción seríamuy simple pero donde solamente una escena de raptofuera tratada con las palabras de la fatiga, una tempestaddescrita con precisión, pero en ¡arana, etc.? Quienquieraque juzgue llegado el tiempo de terminar con los irritantesdesvarios "realistas" no tendrá dificultades en multiplicarpor sí solo estas proposiciones.

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"más allá", de la realidad, de la razón, del genio y delamor. Llegará el día en que ya no estará permitido obrardesconsideradamente, como ha sucedido hasta ahora,con esas pruebas palpables de una existencia distinta dela que creemos llevar. Entonces resultará asombrosoque habiendo acosado a la verdad de tan cerca, serescomo nosotros se hayan preocupado de proporcionarseen conjunto una coartada literaria o de cualquier otrotipo, antes que arrojarse al agua sin saber nadar o entraren el fuego sin creer en el fénix, para alcanzar esaverdad.

La culpa, lo repito, no nos corresponde a todos porigual. Al tratar de la carencia de rigor y de pureza en laque han naufragado esas tentativas elementales, cuentocon hacer notar lo que hay de contaminado, en la horaactual, en un número ya demasiado grande de obras quepasan por ser expresión valedera del surrealismo. Nie-go, para una gran parte, la adecuación de esa expresióna esta idea. A la cólera y a la inocencia de ciertoshombres que están por llegar corresponderá extraer delsurrealismo lo que ha de seguir estando vivo, y restituir-lo, al precio de un buen saqueo, a sus objetivos propios.De aquí a entonces nos bastará, a mis amigos y a mí,empinar con un discreto empuje, como lo hago aquí, lasilueta inútilmente cargada de flores pero siempre alta-nera. La muy escasa proporción en que, de ahora enadelante, el surrealismo se nos escapa, ño puede hacer-nos temer que sirva a otros contra nosotros. Natural-mente, es lamentable que Vigny haya sido un ser tanpresuntuoso y estúpido, y que Gautier haya tenido unachochera senil, pero no es lamentable para el romanti-cismo. Entristece pensar que Mallarmé fue un perfectopequeño burgués, o que hubo gente que creyó en el

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valor de Moréas, pero si el simbolismo era algo, nohabrá por qué entristecerse/?ore/ simbolismo, etcétera.Del mismo modo no creo que signifique un grave incon-veniente para el surrealismo registrar la pérdida de talo cual personalidad, aunque sea brillante, y especial-mente en el caso en que ésta, que por eso mismo, ya noes más completa, indica a través de todo su comporta-miento que desea reintegrarse a la norma. Esa es larazón por la cual, después de haberle concedido untiempo increíble para que se rectificara de lo que espe-rábamos sólo fuera un error pasajero de su facultadcrítica, estimo que nos enfrentamos con la obligación dedarle a entender a Desnos que, sin esperar ya más nadade él, no podemos más que liberarlo de todo compro-miso adquirido ante nosotros. No hay duda de quecumplo esta tarea con cierta tristeza. A diferencia denuestros primeros compañeros de ruta que jamás he-mos pensado retener, Desnos ha desempeñado en lesurrealismo un papel necesario, inolvidable, y éste seríael momento menos 'oportuno para negarlo. (Pero tam-bién Chirico, y sin embargo...) Libros como Duelo porduelo, La libertad o el amor, Son las botas de siete leguasesta frase: yo me veo, y todo lo que la leyenda, menosbella que la realidad, concederá a Desnos como premiode una actividad que no se prodigó únicamente enescribir libros, militarán largo tiempo en favor de lo queél en este momento está empeñado en combatir. Bastecon recordar que esto sucedía hace cuatro o cinco años.Desde entonces, a Desnos, completamente abandona-do en este terreno por los mismo poderes que lo habíanexaltado algún tiempo (y que parece ignorar todavía hoyque son poderes de las tinieblas), se le ocurrió desgra-ciadamente actuar en el plano real donde él era unhombre más solo y más desposeído que nadie, como

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todos aquellos que han visto, repito: han visto lo que losotros temen ver y que más que vivir lo que "es", estáncondenados a vivir lo que "fue" o lo que "será". "Caren-te de cultura filosófica", como lo proclama hoy irónica-mente, pero mejor que carente de cultura filosófica,carente de espíritu filosófico y carente también, comoconsecuencia, de capacidad para preferir su personajeinterior a tal o cual personaje exterior de la historia— realmente qué idea infantil: ¡tomarse por Robespie-rre o por Hugo! Todos lo que lo conocen saben que esoes lo que le habría impedido a Desnos ser Desnos — porlo que creyó poder entregarse impunemente a una delas actividades más peligrosas que existen, la actividadperiodística, y, en función de ella, dejar de responderpor su cuenta a un número limitado de intimacionesperentorias que ha debido enfrentar el surrealismo du-rante su trayecto: marxismo y antimarxismo, por ejem-plo. Ahora que este método individualista ha hecho suprueba, que esta actividad en Desnos ha devorado com-pletamente a la otra, nos resulta lamentablemente im-posible no extraer algunas conclusiones al respecto.Afirmo que a esta actividad, que desborda en el momen-to actual el marco dentro del cual ya resultaba muy pocotolerable que se ejerciera (Paris-Soir, le Soir, Le Merle),corresponde denunciarla como confusionista en altogrado. El artículo titulado: "Los mercenarios de la opi-nión", entregado como regalo de alegre avenimiento alnotable tacho de basura que representa la revista Bifiír18,es lo bastante elocuente por sí mismo; Desnos pronun-cia allí su condena, ¡y en qué estilo!: "Las costumbresdel redactor son variadas. En general es un empleadorelativamente puntual, medianamente perezoso", etc. Seadvierten allí homenajes al señor Merle, al señor Cle-menceau y esta confesión más desoladora todavía que

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el resto: "el diario es un ogro que mata a aquellos de loscuales vive ".

Con todo esto no resulta asombroso leer en un diariocualquiera el siguiente estúpido suelto: "RobenDesnos,poeta surrealista, a quien Man Roy solicitó el guión de sufilms Estrella de mar, efectuó el año pasado un viaje aCuba conmigo. ¿Ysaben ustedes lo que Roben Desnosme recitó bajo las estrellas tropicales? Alejandrinos, a-le-jan-dri-nos. Y (pero no lo revelen para no hundir a esteencantador poeta), cuando estos alejandrinos no eran deRacine, eran de él mismo". Creo que los alejandrinos encuestión hacen pareja con la prosa aparecida en Bifur.Esta broma que ya ni siquiera es de mal gusto comenzóel día en que Desnos, rivalizando en ese pastiche con elseñor Ernest Raynaud, se creyó autorizado a fabricarun poema completo de Rimbaud que nos faltaba. Esepoema, de una audacia ciega, apareció desgraciada-mente con el título: "Los que velan"19, de Arthur Rim-baud, al comienzo de "La libertad o el amor". No piensoque agregue nada, igual que otros del mismo género quesiguieron, a la gloria de Desnos. Importa, en efecto, nosólo coincidir con los especialistas en que esos versosson malos (falsos, ripiosos y huecos), sino además de-clarar que, desde el punto de vista surrealista, testimo-nian una ambición ridicula y una incomprensióninexcusable de los fines poéticos actuales.

Esta incomprensión, de parte de Desnos y de algunosotros, está tomando, además, un rumbo tan activo queme dispensa de un largo epílogo al respecto. Me reser-varé como prueba decisiva la incalificable idea que hantenido de usar como emblema de una boíte de Montpar-nasse, teatro habitual de sus pobres hazañas nocturnas,el único nombre lanzado a través de los siglos queconstituyó un desafío puro a todo lo que hay de estúpi-

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do, de bajo y de repugnante sobre la tierra: Maldoror."Parece que las cosas no marchan bien entre los

surrealistas. Esos señores Bretón y Aragón se habríanvuelto insoportables con sus aires de gran poderío. Has-ta me han dicho que se los podría tomar por dos subo-ficiales 'enganchados'. Entonces, ¿sabe usted lo queocurre? Hay gente a la que no le gusta eso. En pocaspalabras, habría algunos que están de acuerdo en bau-tizar Maldoror un nuevo cabaret-dancing de Montpar-nasse. Dicen textualmente que Maldoror para unsurrealista es el equivalente de Jesucristo para un cris-tiano, y que ese nombre empleadq en un letrero va aescandalizar seguramente a esos señores Bretón y Ara-gón". (Candide, 9 de enero de 1930). El autor de laslíneas precedentes, que estuvo en el lugar, nos transmitesin mayor malicia, y en el estilo descuidado que es depráctica, estas observaciones:"... En ese momento llegóun surrealista, lo que hizo un cliente más. ¡Y qué cliente!El señor Robert Desnos. Provocó gran decepción alpedir sólo un limón exprimido. Ante la estupefaccióngeneral, explicó con voz abrumada:

— No puedo tomar otra cosa. ¡No me desemborrachodesde hace dos días!

¡Qué lástima!"Naturalmente, me sería demasiado fácil obtener ven-

taja del hecho de que hoy no se cree poder atacarme sin"atacar" al mismo tiempo a Lautréamont, es decir loinatacable. Desnos y sus amigos me permitirán repro-ducir aquí, con toda serenidad, algunas frases esencialesde mi contestación a una encuesta ya antigua á&\DisqueVeri20, frases a las que no tengo nada que cambiar y a lascuales no podrán negar que ellos dieron su completaaprobación:

"A pesar de vuestros esfuerzos, muy poca gente se

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guía hoy por este fulgor inolvidable: Maldoror y lasPoesías una vez cerrados, queda este fulgor que notendríamos que haber conocido para atrevernos verda-deramente a realizarnos y ser. La opinión de los otrosimporta poco. Lautréamont, un hombre, un poeta, hastaun profeta: ¡vamos! La pretendida necesidad literaria ala que recurrís no logrará jamás apartar al Espíritu deesa intimación — la más dramática que existió jamás —,ni de lo que es y seguirá siendo la negación de todasociabilidad, de toda imposición humana, ni tampocologrará convertirla en un valor de cambio precioso y enun elemento cualquiera de progreso. La literatura y lafilosofía contemporánea se debaten inútilmente por notener en cuenta uíia revelación que las condena. Elmundo entero va a soportar las consecuencias sin saber-lo, y ésta es la razón por la que los más clarividentes, losmás puros de entre nosotros, se ven obligados a moriren la brecha. La libertad, señor..."

Una negación tan grosera como la asociación de lapalabra Maldoror ala existencia de un bar inmundo, essuficiente para que me abstenga de ahora en adelante,de formular el menor juicio sobre lo que Desnos escriba.Atengámonos poéticamente a ese derroche de cuarte-tas*. Ahí puede verse adonde lleva el uso inmoderadodel don verbal cuando está destinado a enmascarar unaausencia radical de pensamiento y a volver a ligarse conla tradición imbécil del poeta "en las nubes": en elmomento en que esta tradición está rota y, mal que pesea ciertos rimadores retrasados, bien rota; en el momen-to en que ha cedido ante los esfuerzos aunados dehombres que ponemos al frente porque han queridorealmente decir algo: Borel, el Nerval de Aurelia, Bau-

* Ver Corps et biens, N. R. F., 1930, las últimas páginas.

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delaire, Lautréamont, el Rimbaud de 1874 a 1875, elprimer Huysmans, el Apollinaire de los "poemas-con-versaciones" y de las "Cualesquierías"21, resulta penosoque uno de aquellos que considerábamos de los nues-tros intente hacernos desde el exterior el cuento delBarco ebrio o adormecernos al ruido de las Estancias22.Es cierto que el problema poético ha dejado en estosúltimos años de plantearse desde el ángulo esencial-mente formal y, en verdad, nos interesa más juzgar elvalor subversivo de una obra, como la de Aragón, Cre-vel, Eluard, Péret, apreciándola en su luz propia y entodo lo que bajo esta luz lo imposible entrega a loposible, lo permitido roba a lo prohibido, que averiguarpor qué tal o cual escritor estima necesario, en este yotro lugar, hacer punto y aparte. Razón de menos paraque vengan a hablarnos todavía de censura: ¿cómo esposible que no se encuentren entre nosotros algunospartidarios de una técnica particular del "verso libre",y por qué no exhumar el cadáver Robert de Souza?Desnos habla en broma: no estamos dispuestos a tran-quilizar al mundo tan fácilmente.

Cada día nos aporta, en el orden de la fe y la espe-ranza depositadas demasiado generosamente —salvoraras excepciones — en los seres, una nueva decepciónque es preciso tener el valor de confesar, aunque másno sea — por razones de higiene mental— para cargarlaen el rubro terriblemente deudor de la vida. No lecorrespondía a Duchamp la libertad de abandonar lapartida que jugaba por la época de la guerra por unapartida de jaques'23 interminables, que da quizás unaidea curiosa de una inteligencia resistente a laservidum-bre, pero también — siempre ese execrable Harrar24—

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con la apariencia de estar enormemente afectada deescepticismo en la medida en que rehusa explicar el porqué. Menos todavía conviene que nos detengamos en elseñor Ribemont-Dessaignes por haber publicado, acontinuación de El emperador de la China, una serie dedesagradables novelitas policiales —hasta firmadas:Dessaignes— en los más bajos pasquines cinematográ-ficos. Me preocupo, en fin, cuando pienso que Picabiapodría hallarse en vísperas de renunciar a una actituddé provocación y de furor casi puros, que a nosotrosmismos nos fue a veces difícil llegar a conciliar con lanuestra, pero que pjor lo menos en poesía y en pinturanos ha parecido siefiípre que se sostenía admirablemen-te: "Aplicarse a su ffabajoy aportarle el 'oficio'sublime,aristocrático, que nunca fue obstáculo para la inspira-ción poética, y que permite a una obra atravesar los siglosy permanecer joven... hay que tener cuidado... hay queapretar filas y no echarse zancadillas entre los concien-zudos... hay que favorecer la aparición del ideal", etcé-tera. Aunque fuera por lástima hacia Bifur, dondeaparecieron estas líneas, ¿es realmente el Picabia quehemos conocido el 'que habla de este modo?

Dicho esto, nos domina, en compensación, el deseode hacerle a un hombre — del que nos hemos encontra-do separados por largos años— la justicia de declararque su pensamiento nos interesa siempre, que a juzgarpor lo que todavía podemos leer de él sus preocupacio-nes no se nos han vuelto extrañas, y que, en esas condi-ciones, es oportuno pensar que nuestro malentendidocon él estuvo fundado en algo mucho menos grave de loque pudimos creer. Es muy posible que Tzara, que acomienzos de 1922, época de la liquidación de "Dada"como movimiento, no estaba de acuerdo con nosotros

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en cuanto a los medios prácticos de proseguir la activi-dad común, haya sido víctima de las excesivas preven-ciones que nosotros teníamos, par realizar esaliquidación, contra él —también él tenía muchas pre-venciones contra nosotros— y que, en ocasión de lafamosa representación del "Corazón con barba"25, paraque nuestra ruptura tomara el giro conocido bastó ungesto inoportuno de su parte, gesto sobre cuyo sentidoél declara —lo sé desde hace muy poco— que hubo entrenosotros un equívoco. (Es necesario reconocer que elobjetivo primordial de los espectáculos "Dada" fuesiempre provocar la mayor confusión posible, y que enel espíritu de los organizadores nada prevalecía tantocomo el llevar al colmo el malentendido entre el esce-nario y la sala. Lo que pasó fue que no nos encontramostodos, en es velada, del mismo lado). Por mi parteacepto de muy buen grado esa versión, por lo que no veoninguna otra razón para no insistir, ante quienes hanestado mezclados en esos incidentes, en que los echenal olvido. Desde que sucedieron, estimo que habiendosiempre sido clara la actitud intelectual de Tzara, seríadar pruebas de estrechez mental no hacerlo constarpúblicamente. En lo que concierne a mis amigos y a mí,nos gustaría señalar con este acercamiento que lo queguía en cualquier circunstancia nuestra conducta no es,ni mucho menos, el deseo sectario de hacer prevalecera toda costa un punto de vista al que ni siquiera pedirnosa Tzara que adhiera íntegramente, sino más bien elescrúpulo de reconocer la validez —lo que para noso-tros es la validez— en el lugar donde se encuentre.Tanto creemos en la eficacia de la poesía de Tzara quela consideramos, fuera del surrealismo, como la únicaverdaderamente ubicada. Cuando hablo de su eficaciaquiero dar a entender que ella opera en el dominio más

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vasto, y que hoy señala un paso en el sentido de laliberación humana. Cuando digo que está ubicada secomprende que la opongo a todas aquellas que podríanser tanto de ayer corno de anteayer; en la primera filade las cosas que Lautréamont no ha vuelto totalmenteimposibles, está la poesía de Tzara. De nuestros pája-ros16 acaba de aparecer, y no será felizmente el silenciode la prensa el que detenga tan pronto sus estragos.

Sin llegar a pedirle a Tzara que retome sus posicio-nes, querríamos simplemente inducirlo a que su activi-dad se haga más manifiesta de lo que ha sido en losúltimos años. Sabiendo que él mismo está deseoso deunir como antes sus esfuerzos con los nuestros, le recor-damos que él, según su propia confesión, escribía tansólo "para buscar hombres y nada más". A este respectodebe recordar que pensábamos como él. No demoslugar a creer que nos hemos encontrado de ese modopara después perdernos.

Busco todavía a nuestro alrededor alguien con posi-bilidades de cambiar una señal de inteligencia; peronada. Convendría quizás, a lo sumo, hacerle observar aDaumal — que realiza en le GrandJeú11 una interesanteencuesta sobre el diablo— que nada nos impediríaaprobar gran parte de sus declaraciones (que firma soloo con Lecomte) si no nos hubiese quedado la impresiónmedianamente desastrosa de su debilidad en determi-nada circunstancia*. De todos modos es lamentable queDaumal haya evitado hasta el presente precisar su po-sición personal y, por la parte de responsabilidad que letoca, la del Grana Jeu con respecto al surrealismo. Nose comprende bien por qué todo el inusitado exceso dehonores volcados en Rimbadud no le valga a Lautréa-

* Ver "A suivre" (Varietés, junio de 1929).

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mont la deificación pura y simple. "La incesante con-templación de una Evidencia negra, fauce absoluta",estamos de acuerdo, justamente a eso estamos conde-nados. ¿Con qué fines mezquinos, entonces, oponer ungrupo a otro? ¿Por qué si no es para diferenciarseinútilmente, hacer como si nunca se hubiera oído hablarde Lautréamont? "Pero los grandes anti-soles negros,pozos de verdad en la trama esencial, en el velo gris delcielo curvo, van y vienen y se aspiran entre sí, y loshombres los denominan ausencias". (Daumal: "Fuegograneado", Le Grana Jeu, primavera de 1929). Quienhabla así teniendo el valor de decir que ya no es dueñode sí mismo no tiene por qué preferir, como no tardaráen advertirlo, estar apartado de nosotros.

Alquimia del verbo: estas palabras que se repiten unpoco al azar hoy en día exigen ser tomadas al pie de laletra. Si el capítulo de Una temporada en el infierno queellas denominan no justifica quizás toda su ambición, noes menos cierto que puede ser considerado del modomás auténtico como el incentivo de la difícil actividadque hoy sólo el surrealismo prosigue. Pecaríamos depuerilidad literaria si pretendiéramos que no es mucholo que debemos a ese ilustre texto, ¿El admirable sigloXIV es menos grande en el sentido de la esperanza (y,por supuesto, en el de la desesperanza) humana por elhecho de que un hombre del genio de Flamel recibierade una potencia misteriosa el manuscrito, que ya existía,del libro de Abraham el Judío, o porque los secretos deMermes no se habían perdido completamente? No locreo, y considero que las búsquedas de Flamel, con todolo que aparentemente muestran de éxito concreto nopierden nada por haber sido de ese modo ayudadas oanticipadas. Del mismo modo, en nuestra época, todopasa como si algunos hombres acabaran de ser puestos

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en posesión, por vías sobrenaturales, de una singularantología, producto de la colaboración de Rimbaud,Lautréamont y algunos otros, y como si una voz leshubiese dicho, como el ángel a Flamel: "Mirad conatención este libro, ahora no comprendéis nada, nivosotros ni muchos otros, pero un día veréis en él lo quenadie sería capaz de ver"'. Ya no depende de ellosarrancarse a esta contemplación. Me gustaría que se

Hacía tres semanas que estaba escrito este pasaje delSegundo manifiesto del surrealismo cuando entré en cono-cimiento del artículo de Desnos titulado "El misterio deAbraham el Jíjtiío" que acababa de aparecer la antevísperaen el n° 5 deÉjpcuments. "Está fuera de toda duda, escribíayo el 13 de noviembre, que Desnos y yo, hacia la mismaépoca, estábapios embargados por idéntica preocupación,aunque actuábamos con una completa independencia exte-rior. Valdría 3a pena dejar establecido que ninguno denosotros pudo estar informado de los designios del otro, ycreo poder afirmar que el nombre de Abraham el Judío nose pronunció jamás entre nosotros. ,Dos de las tres figurasque ilustran el texto de Desnos (la interpretación vulgarque hace de ellas me parece criticable; por otra parte datandel siglo xvii) son precisamente aquellas de las que másadelante doy una descripción por Flamel. No es la primeravez que una historia semejante me ocurre con Desnos.(Ver "Entrada de los médium", y "Las palabras sin arru-gas", en Les Pos perdus, ediciones N. R. F.). A nada heconferido nunca más valor que a la producción de talesfenómenos mediúmnicos que son capaces de sobrevivirhasta a los vínculos afectivos. A este respecto no estoy apunto de cambiar, según creo haberlo dado a entender conbastante claridad en Nadja".

G. H. Riviére, en Documents, me ha informado despuésque Desnos, cuando se le pidió que escribiera sobre Abra-ham el Judío, oía hablar de él por primera vez. Su testimo-nio que me obliga a abandonar prácticamente en este casola hipótesis de una transmisión directa del pensamiento,me parece que podría invalidar el sentido general de miobservación.

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observara con atención que las búsquedas surrealistaspresentan con las alquímicas una notable comunidad deobjetivos: la piedra filosofal es aquello que debía permi-tir a la imaginación del hombre tomarse un estruendosodesquite; y aquí estamos de nuevo, después de siglos dedomesticación del espíritu y de resignación absurda,intentando emancipar definitivamente esa imaginaciónpor el "largo, inmenso y razonado desorden de todos lossentidos"28, y así sucesivamente. Tal vez nos hemosreducido a adornar modestamente las paredes de nues-tra vivienda con figuras que de entrada nos parecenbellas, siempre imitándolo a Flamel antes de que hubie-ra encontrado su primer agente, su "materia", su "hor-no". De ese modo le gustaba mostrar "un rey con unagran cuchilla que hacía matar en su presencia por solda-dos a una gran multitud de niños pequeños, cuyas madreslloraban a los pies de los despiadados gendarmes; lasangre de los pequeños era recogida por otros soldados ypuesta en una gran vasija, en la que venían a bañarse elSol y la Luna del cielo ", y muy cerca había "un joven conalas en los talones y un caduceo en la mano, con el cualgolpeaba una celada que le cubría la cabeza. Hacia eljoven venía corriendo y volando con alas desplegadas ungran anciano que tenía un reloj sujeto a la cabeza ". ¿Noes acaso el cuadro surrealista? ¿Y quién sabe si másadelante no nos encontraremos ante la necesidad, gra-cias o no a una nueva evidencia, de servirnos de objetoscompletamente novedosos o considerados fuera de usopara siempre? No creo que debamos comenzar nueva-mente a devorar corazones de topo o a escuchar, comosi fuera el palpitar del propio corazón, el del agua quebulle en una caldera. O más bien yo no sé nada; espero.Sólo sé que el hombre no está al cabo de sus sufrimien-tos, y todo lo que saludo es el retorno de ese furor en el

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que Agripa distinguía inútilmente o no cuatro especies.- En el surrealismo sólo tenemos que ver con esefaror. Y

que se entienda claramente que no se trata de un simpleagrupamiento de palabras o de una distribución capri-chosa de las imágenes visuales, sino de la recreación deun estado que nada tiene que envidiarle a la alienaciónmental; los autores que cito se han explicado suficien-temente a este respecto. Que Rimbaud haya considera-do necesario excusarse de lo que llama sus "sofismas"no nos importa; que eso, según su expresión, haya pa-sado, es algo que no ofrece para nosotros el menorinterés. No vemos en ello sino una pequeña cobardíamuy corriente que nada permite conjeturar de la suerteque pueda tener un grupo de ideas. "Hoy sé saludar a labelleza"29; lo imperdonable en Rimbaud es haber pre-tendido hacernos creer en una segunda fuga de su parte,en el momento en que volvía a encarcelarse. Alquimiadel verbo: igualmente resulta sensible que la palabra"verbo" esté tomada aquí en un sentido algo restringido,y Rimbaud parece reconocer, por otra parte, que las"antiguallas poéticas" ocupan demasiado lugar en estaalquimia. El verbo es algo más, y para los cabalistas, porejemplo, es nada menos que aquello a cuya imagen fuecreada el alma humana; se sabe que se lo ha hechoascender hasta constituir el primer ejemplar de la causade las causas; de esta manera, está tanto en lo quetememos como en lo que escribimos y en lo que ama-mos.

Sostengo que el surrealismo está todavía en el perío-do de preparativos, y me apresuro a agregar que esposible que este período dure tanto como yo (como yoen la muy débil medida en que todavía no estoy ensituación de admitir que un tal Paul Lucas encontró a

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Flamel en Brousse a comienzos del siglo XVII; que elmismo Flamel, acompañado de su mujer y de un hijo,fue visto en la Opera en 1761, y que hizo una breveaparición en París el mes de mayo de 1819, época en lacual se cuenta que alquiló un comercio en París en elnúmero 22 de la calle Cléry). El hecho es que, hablandoburdamente, esos preparativos son de orden "artístico".Preveo, con todo, que se acabarán, y que entonces lasideas perturbadoras que el surrealismo oculta aparece-rán con un ruido de inmenso desgarramiento, y se des-pacharán a gusto. Todo debe esperarse del modernomecanismo de orientación de ciertas voluntades venide-ras: al afirmarse después de las nuestras, serán másimplacables que las nuestras. De todas maneras estare-mos satisfechos de haber contribuido a establecer lainanidad escandalosa de lo que todavía se pensaba anuestra llegada y de haber sostenido — aunque no fueramás que sostenido — la necesidad de que el pensamien-to sucumbiera al fin ante lo pensable.

Es lícito preguntarse a quién, exactamente, buscabaRimbaud desalentar al poner al borde del estupor o dela locura a aquellos que intentaran seguir sus huellas.Lautréamont comienza por prevenir al lector que "a noser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y unatensión espiritual equivalente por lo menos a su descon-fianza, las emanaciones mortíferas de este libro —Loscantos de Maldoror— impregnarán su alma, igual queel agua impregna el azúcar"; pero tiene la precaución deagregar que "solamente a algunos les será dado saborearsin riesgo este fruto amargo". Este problema de la mal-dición que hasta ahora no ha motivado sino comentariosirónicos o atolondrados, está más que nunca de actua-lidad. El surrealismo lleva todas las de perder si quierealejar de sí esa maldición. Importa reiterar y mantener

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aquí el "Maráñala" de los alquimistas, colocado en elumbral de la obra para detener a los profanos. Creo queesto es lo que más urge hacerles comprender a algunosde nuestros amigos, por ejemplo a aquellos que meparecen demasiado preocupados por la venta y coloca-ción de sus cuadros. "Me gustaría mucho, escribía re-cientemente Nougé, que aquellos de nosotros cuyosnombres comienzan a destacarse un poco, los borraran ".Aunque no sepa yo con claridad a quién se dirigen estasfrases, considero, de todos modos, que no es pedirlesdemasiado tanto a unos como a otros que cesen suexhibición complaciente y su presentación en el tablado.La aprobación del público debe rehuirse por encima detodo. Hay que impedir la entrada del público si se quiereevitar la confusiói|. Agrego que es necesario mantenerloenfurecido a la puerta mediante un sistema de desafíosy provocaciones. [

PIDO LA OCULTACIÓN PROFUNDA, VERDADERADEL SURREALISMO*.

Proclamo en este asunto el derecho a la absoluta

Pero ya oigo que me preguntan cómo proceder para esaocultación. Independientemente del esfuerzo encaminadoa arruinar la tendencia parasitaria y "francesa" que querríaver al surrealismo terminar fabricando canciones, conside-ro que sería por demás interesante intentar un examenserio de esas ciencias —hoy completamente desacredita-das por diversos motivos—, como la astrología entre todaslas antiguas y la metapsíquica (en especial en lo que con-cierne al estudio de la criptestesia) entre las modernas.Sólo se trata de encarar esas ciencias con la menor descon-fianza posible, y para ello es suficiente, en los dos casos,con hacerse una idea precisa,positiva, del cálculo de proba-bilidades. Pero es conveniente que, en todas las ocasio-

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severidad. Ni concesiones al mundo ni perdón. Con laterrible decisión en la mano.

¡Abajo los que lleguen a distribuir el pan maldito alos pájaros!

"Todo hombre que, deseoso de alcanzar el supremoobjetivo del alma, parte para interrogar a los Oráculos,se lee en el Tercer Libro de la Magia, debe, para lograrlo,apartar enteramente de su espíritu las cosas vulgares,debe purificarlo de toda enfermedad, debilidad de espíri-tu, malicia o parecidos defectos, y de toda condicióncontraria a la razón que la acompaña como la herrumbreal hierro "; y el Cuarto Libro precisa enérgicamente que

nes, no deleguemos en manos de nadie la operación delcálculo. Establecido esto, considero que no puede dejar-nos indiferentes el hecho de que ciertos sujetos sean capa-ces de reproducir un dibujo encerrado en un sobre opaco,en ausencia del autor del dibujo y de cualquier otro queestuviera informado de lo que se trata. En el curso dediversas experiencias concebidas al estilo de los "juegos desociedad", cuyo carácter de distracción o hasta recreativono me parece que disminuya en nada su alcance —textossurrealistas obtenidos simultáneamente por diversas per-sonas que escriben, en un plazo dado, y en la mismahabitación, colaboraciones que deben llevar a la creaciónde una frase o de un dibujo único en los que un soloelemento (sujeto, verbo o atributo; cabeza, tronco o pier-nas) es aportado por cada uno ("El Cadáver exquisito", verLa Révolution Surréalíste, N° 9-10, y Varietés, junio de1929), o llevar a la definición de una cosa que no se sabecuáles ("El diálogo en 1928", ver La Révolution Surréalíste,N° 11), o a la conjetura de acontecimientos provocadospor la realización de ciertas condiciones absolutamenteimprevisibles ("Juegos surrealistas", ver Varietés, junio de1929), etc.— creemos haber hecho surgir una curiosaposibilidad del pensamiento que sería la de su utilizaciónen común. Lo cierto es que de ese modo se establecen sor-

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la revelación esperada exige además que uno se man-tenga en "un lugar puro y claro, rodeado por todas partesde blancos cortinados", y que sólo puede afrontarse alos malos espíritus tan bien como a los buenos según elgrado de "dignificación" que se ha alcanzado. Insistesobre la circunstancia de que el libro de los malosEspíritus está hecho de un papel muy puro y que no haservido nunca para ningún otro uso, y que se denominacomúnmente pergamino virgen.

No hay ningún ejemplo de que los magos hayandescuidado la limpieza resplandeciente de sus vesti-mentas y de su alma, y yo no comprendería por qué, si

préndenles delaciones, se manifiestan notables analogías einterviene aímenudo un inexplicable factor de infabilidad,y, en definitiva, éso constituye una de las zonas de conver-gencia más asombrosas. Nos limitamos, por ahora, sola-mente a señalarlos. Es evidente, por otro lado, quesignificaría cierta vanidad de nuestra parte contar exclusi-vamente con nuestros recursos en este terreno. Además delas exigencias del cálculo de probabilidades (casi siempredesproporcionadas en metapsíquica con los beneficios quese pueden obtener del simple aporte de hechos, y que paracomenzar nos obligarían a la espera de ser diez o cien vecesmás numerosos), es necesario contar también con el don—particularmente mal repartido entre las gentes, desgra-ciadamente más o menos imbuidas de psicología escolar—que corresponde al desdoblamiento y la videncia. Nadasería tan útil a este respecto como "vigilar" a ciertos sujetos,tomados tanto del mundo normal como del otro, hacién-dolo con ua espíritu que desafíe a la vez el espíritu delbarracón de feria y el del gabinete médico, o sea, con elespíritu surrealista. El resultado de esas observacionesdebe quedar registrado exclusivamente de un modo realis-ta, al margen de toda poetización. Pido, una vez más, queles cedamos el lugar a los médium, quienes, aunque enpequeño número, existen, y que subordinemos el interés delo que hacemos —que no debe ser sobrestimado— al quepresente cualquiera de sus mensajes. Glorificada sea —he-

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esperamos lo que esperamos de ciertas prácticas dealquimia mental, podemos aceptar mostrarnos, en esepunto, menos exigentes que ellos. Esto es, sin embargo,lo que nos reprochan más acremente, y lo que estámenos dispuesto a dejarnos pasar el señor Bataille, queconduce, en el momento actual, en la revista Docu-ments, una divertida campaña contra lo qué él llama "lasórdida sed de todas las integridades". El señor Batailleme interesa solamente en la medida en que se jacta deoponer a la dura disciplina del espíritu a la que nosotrossupeditamos directamente todo —y no vemos inconve-niente en que Hegel sea considerado el principal res-

mos dicho Aragón y yo— la histeria y su cortejo de muje-res jóvenes y desnudas que se deslizan por los techos. Elproblema delamujores.ehnásjniaravillosoiyperjmjbadoL."que exisjte^n_ejFmimdo[^^ en quenosTTeva a él la fe que un hombre no corrompido debe sercapaz de depositar no solamente en la Revolución sinotambién en el amor. Insisto en ello tanto más que estainsistencia es la que parece haberme valido hasta ahora lamayor animosidad. Sí, creo, y lo he creído siempre, que elrenunciamiento al amor, fundado o no en un pretextoideológico, es uno de los pocos crímenes inexplicables queun hombre dotado de cierta inteligencia pueda cometer enel curso de su demasiado sombría existencia. Unos, que sedicen revolucionarios, querrían sin embargo persuadirnosde la imposibilidad del amor en un régimen burgués, otrospretenden deberse a una causa más ferviente que el amormismo; la verdad es que casi nadie se atreve a afrontar, conlos ojos abiertos, esa gran claridad del amor en la que seconfunden, para la suprema edificación del hombre, lasobsesionantes ideas de salvación y de perdición del espíri-tu. Si no se está a este respecto en actitud de expectacióno de receptividad perfecta, ¿quién puede —pregunto yo—tomar humanamente la palabra?

Yo escribía recientemente en una introducción a unaencuesta de La Révolution Surréaliste:

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ponsable — una disciplina que no alcanza ni siquiera aparecer más laxa, pues tiende a ser la del no-espíritu (yes por otra parte allí donde Hegel acecha). El señorBataille hace profesión de no querer considerar en elmundo sino lo más vil, lo más desalentador y lo máscorrompido, e invita al hombre, para evitar ser útil acualquier cosa determinada, "a correr absurdamente conél —los ojos bruscamente empañados de lágrimas incon-fesables— hacia ciertas mansiones provincianas conduendes, más sórdidas que las moscas, más viciosas, másrancias que salones de peinados". Me veo llevado atranscribir estos párrafos porque me parece que no sólo

"Si hayjuna idea que parece haber rehuido hasta hoytoda tentativa de vasallaje, y haber hecho frente a los másgrandes pesimistas, esa es la idea de amor, única capaz dereconciliar á todos los hombres, transitoriamente o no, conla idea áéyida.

A esta palabra: amor, a la que los chistosos de mal gustose han ingeniado en hacer víctima de todas las generaliza-ciones, tosías las corrupciones posibles (amor filial, amordivino, amor de la patria, etc.), es ocioso decir que lerestituimos aquí su sentido estricto y tremendo de unióntotal a un^ser humano, fundada en el reconocimiento im-perioso de la verdad, de nuestra verdad "en un alma y uncuerpo" que son el alma y el cuerpo de ese ser. Se trata, enel curso dé esa persecución de la verdad que está en la basede toda actividad valedera, del súbito abandono de unsistema de búsquedas más o menos pacientes, a favor y enprovecho de una evidencia que nuestros esfuerzos no pro-vocaron y que cierto día, misteriosamente, se ha encarnadoen ciertos¿rasgos. Lo que decimos tiene por objeto —así loesperamos— disuadir de respondernos a los especialistasdel "placer", a los coleccionistas de aventuras, a los golososde la voluptuosidad, por poco que se vean impulsados aenmascarar líricamente su manía, tanto como a los deni-gradores y "curadores" del así llamado amor-con-locura ya los perpetuos enamorados imaginarios.

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comprometen al señor Bataille, sino también a aquellosantiguos surrealistas que han querido tener libertad deacción para desprestigiarse un poco en todas partes. Esposible que el señor Bataille disponga de la fuerza paraagruparlos, y sería muy interesante, a mi entender, quelo lograra. Dispuestos para la partida de la carrera que,como acabamos de ver, organiza el señor Bataille, yaestán allí los señores Desnos, Leiris, Limbour, Massony Vitrac; es inexplicable que el señor Ribemont-Des-saignes, por ejemplo, no haya aparecido todavía. Digoque es sumamente significativo ver reunirse de nuevo atodos aquellos que una tara cualquiera ha alejado de

En efecto, por esos otros, y solamente por ellos, heesperado siempre hacerme oír. Masque nunca, puesto quese trata aquí de las posibilidades de ocultación del surrea-lismo, me vuelvo hacia aquellos que no temen concebir elamor como el lugar de ocultamiento ideal para todo pen-samiento. Aellos les digo: hay apariencias reales, pero existeun espejo en el espíritu sobre el cual podría inclinarse lainmensa mayoría de los hombres sin verse. El odioso controlno funciona tan bien. El ser que amas, vive. El lenguaje de larevelación se expresa con ciertas palabras en voz alta, conciertas palabras en voz baja, desde muchos lados a la vez. Hayque resignarse a aprenderlo por fragmentos.

Cuando se piensa, por otra parte, en lo que se expresaastrológicamente en el surrealismo, de influencia "urania-na" muy preponderante, ¿cómo no desear, desde el puntode vista surrealista, que aparezca una obra crítica y debuena fe consagrada a Uranus, que ayude a colmar, en esteaspecto, la gravey vieja laguna? De más está decir que nadase ha emprendido todavía en ese sentido. El cielo denacimiento de Baudelaire, que presenta la notable conjun-ción de Urano con Neptuno, por esa razón queda, por asídecir, interpretable. De la conjunción de Urano con Satur-no, que tuvo lugar de 18% a 1898 y que sólo se producecada cuarenta y cinco años —conjunción que caracteriza

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una primera actividad definida, porque es probable quelo único que tengan en común es el descontento. Porotra parte me divierte pensar que no se puede salir delsurrealismo sin caer en el señor Bataille, tan cierto esque la aversión por el rigor sólo se traduce por unanueva sumisión al rigor.

Con el señor Bataille, nada que no sea muy conocido:asistimos a un retorno de la ofensiva del viejo materia-lismo antidialéctico que intenta, en esta oportunidad,fraguarse un camino a través de Freud. "Materialismo,dice Bataille, interpretación directa, excluyendo todoidealismo, de losfenómenos en bruto; materialismo que,para no ser visto'jjomo un idealismo caduco, debe basar-se directamente m los fenómenos económicos y socia-les". Como aqfí no se especifica "materialismohistórico" (y además, ¿cómo se podría hacer?), nosvemos obligados^ observar que desde el punto de vistade la expresión fposófica es vago, y desde el punto devista de la novedad poética es nulo.

Pero menos vago es el destino que el señor Batailler

el cielo dCnacimiento de Aragón, de Eluard y el mío—sabemos ^Tucamente por Choisnard que, aunque pocoestudiada ^ún en astrología, "significaría, muy verosímil-mente: ampr profundo por las ciencias, investigación de lomisteriosos) exaltado afán de instrucción". (El vocabulariode Choisnard es, por supuesto, cuestionable). El mismoChosinardjgrega: "¿Quién sabe si la conjunción de Saturnocon Urancrno dará origen a una nueva escuela en materiade ciencia^ Este aspecto planetario, ubicado en buen lugaren un horóscopo, podría corresponder a la naturaleza de unhombre dotado de reflexión, sagacidad e independencia,capaz de ser un investigador de primer orden ". Estas líneasextraídas áejnfluencia Astral son de 1893. En 1925, Chois-nard observó que su predicción parecía en camino derealizarse. j[

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intenta dar a un pequeño número de ideas especialesque tiene (y que por sus características habría queaveriguar si no se relacionan más bien con la medicinao el exorcismo), pues, en lo que se refiere a la apariciónde la mosca sobre la nariz del orador (Georges Bataille:"Figura humana", Documents, n2 4), supremo argumen-to contra el yo, ya conocemos el antiguo argumentopascaliano e imbécil30, hace tiempo que Lautréamonthizo justicia con él: "El espíritu del más grande hombre(subrayemos tres veces la frase: más grande hombre)no es tan dependiente como para que no esté expuesto aser perturbado por el menor ruido de la Batahola que sehace a su alrededor. No es preciso el silencio de un cañónpara anular sus pensamientos. No es preciso el ruido deuna veleta, de una polea. En ese momento la mosca norazona bien. Un hombre zumba a sus oídos". El hombreque piensa puede posarse tanto en la cumbre de unamontaña como en la nariz de una mosca. Sólo hablamostan largamente de las moscas porque al señor Bataillele gustan las moscas. A nosotros no nos gustan; preferi-mos la mitra de los antiguos médium evocadores, lamitra de puro lino en cuya parte anterior se fijaba unalámina decoro, y sobre la cual las moscas no se posabanporque se habían hecho abluciones para espantarlas. Lomalo es que el señor Bataille razona, aunque razonecomo alguien que tiene "una mosca sobre la nariz", loque lo acerca más bien a un muerto que a un vivo; pero,en fin, razona. Trata, con ayuda del pequeño mecanismoque todavía no está totalmente descompuesto en él, dehacer compartir sus obsesiones; por eso mismo no pue-de pretender, por más que diga, oponerse como unabestia a todo sistema. El caso del señor Bataille presentael hecho paradójico —y para él incómodo— de que sufobia de "la idea", a partir del momento en que mienta

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comunicarla, sólo puede tomar un rumbo ideológico.Un estado de déficit consciente de forma generalizada,dirían los médicos. Aquí tenemos, en efecto, alguienque plantea en principio que "el horror no acarreaninguna complacencia patológica, y sólo desempeña elpapel del estiércol en el crecimiento vegetal; estiércol deun olor sofocante, sin duda, pero saludable para la plan-ta ". Esta idea, bajo su apariencia infinitamente trivial,es por sí misma deshonesta o patológica (quedaría porprobar que Lulio, y Berkeley, y Hegel, y Rabbe, y Bau-delaire, y Rimbaud, y Marx, y Lenin se han comportadoen la vida como gerdos). Vale la pena destacar que elseñor Bataille hace un abuso delirante de los siguientesadjetivos: mancillado, vetusto, rancio, sórdido, caduco,abyecto, y que es|s palabras, muy lejos de servirle paradescribir un estado de cosas insoportable, le sirven paraexpresar con el mayor de los lirismos su delectación.Habiendo caído en su plato la "escoba innominable"31

de que habla Jarcy, el señor Bataille se declara encan-tado*. Aquel querdurante las horas del día pasea suscuidadosos dedosi-de bibliotecario sobre antiguos y amenudo seductores manuscritos (se sabe que ejerce esaprofesión en la Biblioteca Nacional) se atiborra por lanoche de las inmundicias con las que le gustaría vercargados esos textos igual que lo está él; lo atestigua eseApocalipsis de San Severo al que consagró un artículoen el segundo número de Documents; artículo que es elprototipo del falso testimonio. Que se tenga a bienremitirse, por ejemplo, a la lámina del "Diluvio" repro-ducida en ese número y que se me diga si objetivamente

ET* Marx, en su Diferencia entre la filosofía de la naturale-za de DemÓcrito y la de Epicuro, nos informa de cómo,en cada época, nacen filósofos-pelos, filósofos uñas, filó-sofos-dedos de pie, filósofos-excrementos, etc.

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"un sentimiento jovial e inesperado emana de la cabraque figura al pie de la página, y del cuervo cuyo pico estáhundido en la carroña (aquí Bataille se exalta) de unacabeza humana ". Prestar apariencia humana a elemen-tos arquitectónicos, como lo hace a todo lo largo de esteestudio, y en otras partes, no es nada más que un signoclásico de psicastenia. A decir verdad, el señor Bataillesólo está muy fatigado y, cuando se entrega a la consta-tación desconcertante de que "el interior de una rosa noresponde en nada a su belleza exterior, y si se arrancantodos los pétalos de la corola, sólo queda un manojo deaspecto sórdido", apenas logra hacerme sonreír con elrecuerdo de ese cuento de Alphonse Aliáis en el que unsultán ha agotado de tal modo todos los motivos dedistracción que, desesperado por verlo sucumbir al te-dio, a su gran visir no se le ocurre nada mejor que traerleuna joven muy bella que se pone a danzar, cargada develos, para él solo. Es tan bella que el sultán ordena quecada vez que se detenga hagan caer uno de sus velos.Apenas acaba de caer el último velo cuando el sultánhace una nueva señal, indolentemente, para que se ladesnude: se apresuran a desollarla viva. Es absoluta-mente cierto que la rosa privada de sus pétalos perma-nece siendo la rosa, y por otra parte, en la historiaprecedente, la bayadera sigue danzando.

Porque si me oponen todavía "elgesto desconcertantedel marqués de Sade, encerrado con los locos, que se hacetraer las más bellas rosas para deshojar los pétalos sobreel magma de un vaciadero ", yo contestaría que para queeste acto de protesta pierda su excepcional alcance,bastaría con que fuera el producto, no de un hombreque pasó veintisiete años de su vida en prisión por susideas, sino de un "sedentario" de biblioteca. Todo indu-ce a creer, en efecto, que Sade —cuya voluntad de

emancipación moral y social, contrariamente a la delseñor Bataille, está fuera de discusión — , solamentepara obligar al espíritu humano a sacudir sus cadenas,quiso entendérselas con el ídolo poético, con esa "vir-tud" convencional que, de buen o mal grado, hace deuna flor, en la medida misma en que cada uno puedeofrecerla, el vehículo brillante tanto de los sentimientosmás nobles como de los más bajos. Conviene, por otraparte, reservar la apreciación de un hecho semejanteque, aun cuando no fuera puramente legendario, *nopodría en nada invalidar la perfecta integridad del pen-samiento y de la -vida de Sade, y la necesidad heroicaque tuvo de crear Sin orden de cosas que no dependiera,por así decir, de todo lo que había sucedido antes de él.

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El surrealismo^ está menos dispuesto que nunca aprescindir de esa integridad, a conformarse con lo queunos y otros le dejan entre dos pequeñas traiciones, quecreen justificar CQÍI el oscuro y odioso pretexto de quees necesario vivir ¿ Ño tenemos nada que hacer con estalimosna de "talentos". Lo que exigimos, creemos que esde tal naturalezasque induce a un consentimiento o auna negativa totaí^y no a contentarse con palabras o aconversar de esperanzas veleidosas. ¿Se quiere o no sequiere arriesgarlo todo por lo única alegría de percibira lo lejos —en lo más hondo del crisol donde nosproponemos arrojar nuestras pobres comodidades, loque nos queda de buena reputación y nuestras dudas enlas que se mezclan la bella cristalería "sensible" con laidea radical de impotencia y la estupidez de nuestrospretendidos debejres — , la luz que dejará de ser desfalle-ciente? ¿"

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Afirmamos que la operación surrealista sólo tieneperspectivas de llegar a buen término si se efectúa en

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condiciones de asepsia moral, de las que muy pocoshombres quieren oír hablar. Sin embargo, resulta impo-sible, sin ellas, detener ese cáncer del espíritu que con-siste en pensar demasiado dolorosamente que ciertascosas "son", en tanto que otras, que muy bien podríanser, "no son". Hemos anticipado que, en el límite, ellasdeben confundirse o interceptarse singularmente. No setrata de permanecer allí, sino de no poder impedirse detender desesperadamente a ese límite.

El hombre que se intimidara erróneamente por algu-nos enormes fracasos históricos todavía es libre de creeren su libertad. Él es su propio amo, a despecho de lasviejas nubes que pasan y de sus fuerzas ciegas quepresionan. ¿No tiene él la sensación de la efímerabelle- ANTES... DESPUÉSza arrebatada y de la accesible y durable belleza arreba-table? Que ese hombre busque bien la llave del amorque el poeta decía haber encontrado: él la tiene. Sólo deél depende elevarse por encima del sentimiento pasaje-ro de vivir peligrosamente y de morir. Que maneje, condesprecio de todas las prohibiciones, el arma vengadorade la idea contra la bestialidad de todos los seres y detodas las cosas, y que un día, vencido — pero solamentevencido si el mundo es mundo —, reciba la descarga desus tristes fusiles como un fuego de salva.

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ANTES

Preocupado por la moral, es decir por el sentido de la vida, yno por la observación de las leyes humanas, André Bretón, porsu amor de la vida exacta y de la aventura, vuelve a dar susentido propio ata palabra "religión".

Robert Desnos, Intenciones.

Querido amigo, la admiración que le tengo no depende de laperpetua suscitación de sus "virtudes" ni de sus errores.

Georges Ribemont-Dessaignes, Varíeles.

Querido Bretón: puede ser que no vuelva jamás a Francia.Esta noche insulté todo lo que usted puede insultar. Estoyreventado. La sangre me corre por los ojos, las narices y laboca. No me abandone. Defiéndame.

Llego París, gracias.

Georges Limbour (21 de julio de 1924).

Limbour (23 de julio de 1924).

...Sé exactamente lo que te debo y sé también que son algunasnociones que me diste en el curso de nuestras charlas las queme han permitido llegar a esas comprobaciones. Nosotrosseguimos caminos paralelos. Quisiera que creyeras sincera-mente que mi amistad por ti no es una cuestión de sonrisas.

Jacques Barón (1929).

Me cuento entre los amigos de Bretón en razón de la confianzaque me dispensa. Pero no es una confianza. Nadie la posee. Esuna gracia, y yo os la deseo. Es la gracia que os deseo.

Roger Vitrac, Le Journal du peuple.

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DESPUÉS

Y ía última vanidad de ese fantasma será apestar eternamenteentre las pestilencias del paraíso prometido a la próxima ysegura conversión del faisán André Bretón.

Robert Desnos, Un cadáver (1930).

El segundo manifiesto del surrealismo no es una revelación,es todo un éxito.No se puede hacer nada mejor en el género hipócrita, traidor,sobador, sacristán y, para resumirlo todo: polizonte y curapárroco.

Georges Ribemont-Dessaignes, Un cadáver.

Me dará mucho placer verte sangrar por la nariz.

Georges Limbour (diciembre de 1929).

Era el íntegro Bretón, el salvaje revolucionario, el severomoralista.Pues bien, ¡un bonito nene!Esteta de corral, este animal de sangre fría sólo ha contribuidoa crear la más negra confusión en todo.

Jacques Barón, Un cadáver.

En cuanto a sus ideas, no creo que nadie las haya jamástomado en serio, salvo algunos críticos complacientes que éladulaba, algunos colegiales que empiezan a envejecer y algu-nas parturientas que sueñan parir monstruos.

Roger Vitrac, Un cadáver.

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Decididos a usar y aún abusar, en cualquier ocasión, dela autoridad que confiere la práctica consciente y siste-mática de la expresión escrita o cualquier otra, solídanosen todos los puntos con Añoré Bretón y resueltos a daraplicación a las conclusiones que surgen de la lectura delSegundo Manifiesto del Surrealismo, los que suscriben,escépticos sobre la proyección de las revistas "artísticas yliterarias", han decidido aportar su cooperación a unapublicación periódica, que con el título.

EL SURREALISMO al servicio de la revolución

no solamente les permitirá responder de una maneraactúala la canalla que hace profesión de pensar, sino quepreparará el vuelco definitivo de las fuerzas intelectualeshoy activadas en provecho de la fatalidad revolucionaria.

Máxime Alexandre, Aragón, Joe Bousquet, Luis Bu-ñuel, Rene Char, Rene Crevel, Salvador Dalí, PaulÉluard, Max Ernst, Marcel Fourrier, Camille Goemans,Paul Nougé, Benjamín Péret, Francis Ponge, MarcoRistitch, Georges Sadoul, Yves Tanguy, André Thirion,Tristan Tzara, Albert Valentín (1930).

Prolegómenos a untercer manifiesto delsurrealismo o no(1942) i

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Hay, sin duda, demasiado norte en mí para que llegue aser jamás el hombre de la adhesión incondicional. A mispropios ojos ese norte implica la coexistencia de fortale-zas naturales de granito y zonas brumosas. Aunque estoydispuesto a exigirlo todo de un ser que estimo bello, nopuedo extender el mismo crédito a esas construccionesabstractas que se denominan sistemas. Frente a ellas mifervor declina y se hace evidente que el incentivo del amordeja de funcionar. Sí, un sistema puede cautivarme, perojamás hasta el extremo de no querer ver el punto vulne-rable de lo que un hombre como yo se da a sí mismocomo verdad. Ese punto vulnerable, aunque no esté ne-cesariamente situado en la línea que traza durante suvida aquel que enseña, siempre lo veo aparecer más omenos lejos sobre la prolongación de esa línea a travésde otros hombres. Cuanto mayor es el poder de aquelhombre, tanto más limitado está por la inercia resultantede la veneración que inspirará a unos y por la infatigableactividad de otros, que recurrirán a los medios más tor-tuosos para destruirlo. Al margen de estas dos causas dedegeneración, toda gran idea está quizás expuesta a gra-ves alteraciones en cuanto se pone en contacto con la

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masa humana, en la que es inducida a transar conespíritus de dimensión completamente distinta de aquelque le dio nacimiento. Lo atestigua suficientemente, enlos tiempos modernos, el descaro con que los más insig-nes charlatanes y falsarios proclaman, sin más trámites,inspirarse en los principios de Robespierrey Saint-Just; eldescuartizamiento de la doctrina hegeliana entre sus fer-vorosos seguidores de derecha y de izquierda; las gigan-tescas disensiones en el seno del marxismo; la pasmosaconfianza con que católicos y reaccionarios trabajanpara ubicar a Rimbaud en su sector. Más próxima anosotros, la muerte de Freud basta para volver incierto elporvenir de las ideas psicoanalüicas, con lo que una vezmás un ejemplar instrumento de liberación amenazaconvenirse en instrumento de opresión. Era previsibleque acecharan al surrealismo, después de veinte años deexistencia, los males que son el tributo pagado al favorpúblico, a la notoriedad. Las medidas tomadas parapreservar la integridad dentro de este movimiento —con-sideradas por lo general como excesivamente severas—no tornaron, sin embargo, imposible el testimonio falso yrencoroso de un Aragón, ni la impostura de género pica-resco del neo-falangista-mesa de noche Ávida Dollars32.El surrealismo está muy lejos, hoy, de poder justificartodo lo que se emprende en su nombre, abierta o solapa-damente, de las más lejanas "casas de té" de Tokio a lasdesbordantes vitrinas de la Quinta Avenida, aunque elJapón y Estados Unidos estén en guerra. Lo que se haceen un determinado sentido se parece muy poco a lo quese deseó hacer. Aun los hombres más destacados debenresignarse a pasar, más que nimbados de luces, arras-trando una larga polvareda.

o o o

En tanto que los hombres no hayan tomado concienciade su condición — no me refiero solamente a su condi-ción social, sino a su condición misma de hombres, contodo lo que tiene ésta de precario: lapso irrisorio si selo considera en relación con el campo de acción de laespecie, tal como el espíritu cree abarcarla; sumisión,más o menos a escondidas de sí mismo, a pocos instintosmuy elementales; capacidad de pensar, sí, pero de unacategoría infinitamente sobrestimada; capacidad, porotra parte, afectada por la rutina, que la sociedad cuidade canalizar en direcciones predeterminadas sobre lascuales pueda ejercer su vigilancia y, además, capacidadque desfallece continuamente en cada hombre, y esequilibrada continuamente por la capacidad, por lomenos igual, de no pensar (por sí mismo) o de pensarmal (solo o de preferencia en compañía de los otros) —;en tanto que los hombres se obstinen en mentirse a símismos; en tanto que no distingan la parte sensible delo efímero y de lo eterno, de lo irrazonable y lo razonableque los dominan, de lo único, celosamente preservadoen ellos, y de su expansión entusiasta en lo gregario; entanto que esté repartido para unos, en Occidente, eldeseo de arriesgar con la esperanza de mejorar, y paraotros, en Oriente, el cultivo de la indiferencia; en tantoque los unos exploten a los otros sin siquiera obtenercon eso una satisfacción apreciable —el dinero estáentre ellos como un tirano en común cuyo cuello fuerala mecha de una bomba—; en tanto que no se sepa naday se aparente saberlo todo, con la Biblia en una mano yLenin en la otra; en tanto que los mirones lleguen asuplantar a los videntes en el transcurso de la negranoche; en tanto que... (no puedo decirlo ya que soy elque menos pretende saberlo todo; pero hay todavíamuchos otros en tanto que, enumerables), no vale la

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pena hablar, menos aún oponerse unos a otros, menosaún amarse sin oponerse a todo lo que no es amor,menos aún morir y —primavera a un lado, pienso siem-pre en la juventud, en los árboles en flor, en todo estoescandalosamente desacreditado, desacreditado porlos viejos — pienso en el magnífico azar de las calles, aúnlas de Nueva York, y menos todavía vale la pena vivir.Hay, pienso en esta hermosa fórmula optimista de reco-nocimiento que se repite en los últimos poemas deApollinaire33: hay una maravillosa joven que en estemomento gira, toda sombreada por sus pestañas, alre-dedor de las ruinas de grandes cajas de tiza en Américadel Sur, y que con una simple mirada suspendería entodos el sentido mismo de la beligerancia; hay los nati-vos de nueva Guinea ubicados en las primeras butacasde esta guerra (los nativos de Nueva Guinea, cuyo artesiempre nos subyugó a algunos de nosotros mucho másque el arte egipcio o el arte romano), absortos en elespectáculo que les ofrece el cielo (perdonadlos, ellosno cuentan más que con las trescientas especies de avesdel paraíso); parece que se satisfacen con eso, puesapenas disponen de flechas de curare suficientes paralos blancos y los amarillos; hay nuevas sociedades secre-tas que tratan de definirse en el transcurso de múltiplesconciliábulos a la hora del crepúsculo en los puertos:hay un amigo, Aimé Cesaire, magnético y negro, quien,rompiendo con todas las cantilenas — eluardianas yotras — escribe, en la Martinica, los poemas que nece-sitamos hoy. Hay también las cabezas de jefes que ape-nas afloran de la tierra, y al no ver sino sus cabellos, lasgentes se preguntan cuál será la hierba que lograrátriunfar, la que dará buena cuenta del sempiterno "mie-do de cambiar para que todo empiece de nuevo". Esascabezas están comenzando a brotar en alguna parte del

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mundo. Buscad con paciencia y sin cesar en todas lasdirecciones. Nadie sabe con certeza quiénes son esosjefes, de dónde vendrán, qué significan históricamente,y sería demasiado hermoso que ellos mismos lo supie-ran. Pero no pueden dejar de estar ya: en la tormentaactual, frente a la gravedad sin precedentes de la crisissocial, religiosa y económica, constituiría un gran errorconcebirlos como productos de un sistema que conoce-mos a fondo. No cabe duda de que provienen de algúnhorizonte conjeturable; con todo será necesario quehagan suyos diversos programas conexos de reivindica-ción que los partidos han considerado inaplicables has-ta ahora, o se volverá a caer pronto en la barbarie. Esindispensable que cese no sólo la explotación del hom-bre por el hombre, sino también la explotación delhombre por el pretendido "Dios", de absurdo e irritanterecuerdo. Es indispensable que se revise de arriba aba-jo, sin rastros de hipocresía y sin las habituales dilacio-nes, el problema de las relaciones entre el hombre y lamujer. Es,indispensable que el hombre se pase, conarmas y bagajes, del lado del hombre. ¡Basta de debili-dades, basta de puerilidad, basta de ideas de indignidad,basta de letargos, basta de simplezas, basta de floressobre las tumbas, basta de instrucción cívica entre dosclases de gimnasia, basta de tolerancia, basta de cule-bras!

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Los partidos: lo que está o lo que no está en la línea. ¿Yqué si mi propia línea, muy sinuosa, lo admito, pero alfin la mía, pasa por Heráclito, Abelardo, Eckhardt,Retz, Rousseau, Swift, Sade, Lewis, Arnim, Lautréa-mont, Engels, Jarry y algunos más? Con ellos me he

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construido un sistema de coordenadas para mi propiouso, sistema que ha resistido a mi experiencia personaly, por lo tanto, parece contener algunas de las posibili-dades del mañana.

PEQUEÑO INTERMEDIO PROFÉTICO

Están por llegar equilibristas con mallas guarnecidas conlentejuelas de un color desconocido, único que hasta hoyabsorbe a la vez los rayos del sol y de la luna. Este colorse llamará libertad, y el cielo hará ondear todos susoriflamas azules y negros, pues se levantará un viento porprimera vez totalmente propicio, y los que allí estén com-prenderán que acaban de hacerse a la vela, y que todoslos pretendidos viajes precedentes eran tan sólo un enga-ño. Y se contemplará el pensamiento enajenado y lasatroces justas de nuestro tiempo con la misma mirada deconmiseración y repugnancia del capitán del bergantínArgus cuando recogía a los sobrevivientes de la Balsa delMedusa34. Y todos se asombrarán de examinar sin vértigolos abismos superiores guardados por un dragón que,mejor iluminado, aparecía formado sólo por cadenas.Allí están los equilibristas, en lo más alto. Arrojaron laescala bien lejos, y ya nada los retiene. Avanzan hacianosotros sobre una alfombra oblicua más imponderableque un rayo de luz aquellas que fueron las sibilas. Deltallo que forman con sus vestiduras de color verde almen-dra, desgarradas por los guijarros, y de sus cabellos endesorden parte el gran rosetón resplandeciente que sebalancea sin peso, la flor al fin abierta de la verdaderavida. Todos los móviles anteriores se tornan de golperidículos; el lugar está libre, idealmente libre. El pundo-nor se desplaza con la velocidad de un cometa que des-cribe simultáneamente estas dos líneas: la danza para

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elegir al ser del sexo opuesto y el desfile frente a la galeríamisteriosa de los recién llegados, a los que el hombre creeque debe rendir cuentas después de su muerte. Fuera deesto, no veo que tenga otros deberes. De la gavilla deartificio se desprende una espiga que es preciso atraparal vuelo: es la oportunidad, es la aventura única que, contoda seguridad, no ha estado escrita en lo profundo deningún libro, ni en las miradas de los viejos marinos queya sólo consideran el cierzo desde la costa. ¿Qué valortiene someterse a lo que no ha sido decretado por unomismo ? Es preciso que el hombre se evada de esa ridiculaliza construida para él: la pretendida realidad actual conla perspectiva de una realidad futura que no es superior.Cada minuto de plenitud contiene la negación de siglosde historia claudicante y resquebrajada. Aquellos a quie-nes corresponde hacer remolinear esos ocho flamígerospor encima de nosotros sólo lo lograrán gracias al vigormás puro.

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Todos los sistemas en vigencia sólo pueden ser conside-rados, razonablemente, como herramientas sobre elbanco de un carpintero. Ese carpintero eres tú. A no serque padezcas una locura furiosa no intentarás prescin-dir de ninguna de esas herramientas en provecho deotra; no preferirás, por ejemplo, la garlopa hasta elextremo de declarar erróneo y criminal el uso del mar-tillo. Sin embargo, eso es lo que acontece exactamentetoda vez que un sectario de tal o cual filiación se jactade explicar satisfactoriamente la revolución francesa ola revolución rusa por el "odio al padre" (en el sentidodel soberano derrocado) y la obra de Mallarmé por las"relaciones de clase" de su época. Sin ningún eclecticis-

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mo ha de poder recurrirse, en cada circunstancia, alinstrumento de conocimiento que se muestre el másadecuado. Basta, por otra parte, que este planeta sufrauna brusca convulsión, como la que estamos presen-ciando, para que se vuelva a plantear inevitablemente,si no la necesidad, al menos la eficacia de los modoselectivos de conocimiento y de acción que atrajeron alhombre durante el precedente período histórico. Paracomprobarlo me basta destacar la preocupación que seha adueñado separadamente de espíritus muy distintosentre sí, pero que figuran entre los más lúcidos y audacesde hoy — Bataille, Caillois, Duthuit, Masson, Mabille,Leonora Carrington, Ernst, Etiemble, Péret, Calas, Sé-ligmann, Hénein —, la preocupación, repito, por sumi-nistrar una inmediata respuesta a la pregunta: ¿Quépensar del postulado "no hay sociedad sin un mitosocial", y hasta qué punto podemos escoger o adoptar ytambién imponer un mito en relación con la sociedadque estimamos deseable? Pero también podría señalarque se ha ido manifestando en el curso de esta guerracierto retorno al estudio de la filosofía medieval, comoasimismo al de las ciencias "malditas" (con las cualessiempre ha existido un contacto tácito mediante la poe-sía "maldita"). Y debería mencionar finalmente la espe-cie de ultimátum —aunque sólo sea en su fuerointerno — dirigido a su propio sistema racionalista pormuchos de aquellos que continúan militando en pro deuna transformación del mundo, haciendo depender estatransformación únicamente del cambio radical de lascondiciones económicas: de acuerdo, tú me posees,sistema, yo me he entregado a ti de cuerpo entero, perotodavía no ha sucedido nada de lo que me habías pro-metido. ¡Ten cuidado! Lo que me has hecho creer ine-vitable, está tardando demasiado en ocurrir, y hasta

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podría afirmarse, con un poco de insistencia, que estáocurriendo lo contrario. Si esta guerra, con las múltiplesocasiones de realizarte que te ofrece, llega a ser inútil,me veré obligado a admitir que hay en ti algo muypresuntuoso, y quizá también algo dañado en tu mismabase que yo no podría seguir ignorando por más tiempo.Lo mismo hacían -según dicen- los pobres mortalesde antaño, cuando se dedicaban a amonestar al diablo,para que éste se resolviera finalmente a manifestarse.

Es evidente, por otra parte, que al cabo de veinteaños me veo en la obligación, como en la hora de mijuventud, de pronunciarme en contra de todo confor-mismo, y de aludi§ especialmente, al decir esto, a deter-minado conformismo surrealista. Se exhiben hoydemasiados cuadíos en el mundo que les han costadomuy poco esfuerzo a los innumerables imitadores deChirico, Picasso, Érnst, Masson, Miró, Tanguy — maña-na le tocará también el turno a Matta — . Esta observa-ción está dedicada a quienes ignoran que sólo puedeexistir una gran expedición en el dominio del arte cuán-do se emprende con riesgo de la propia, vida; que elcamino a seguir no está precisamente protegido porparapetos, y que cada artista debe partir soló en buscadel Vellocino de oro. ~ ti^

Más que nunca, en 1942, los principios de oposicióndeben ser fortalecidos. Todas las ideas que triunfan seprecipitan hacia su perdición. Es absolutamente nece-sario convencer al hombre de que una vez logrado elconsenso sobre un asunto, la resistencia individual seconvierte en la única llave de la prisión; pero esta resis-^tencia tiene que ser informada y sutil. Yo me opondrépor instinto al voto unánime de cualquier asamblea queno se proponga a sí misma oponerse al voto de unaasamblea más numerosa; pero impulsado por el mismo

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a "su imagen", no se ha hecho más que inculcarle lapretensión a esa omnisciencia. Es indispensable termi-nar de una sola vez con estas dos chacharas. Nada de loestablecido y decretado por el hombre puede conside-rarse definitivo e intangible, y menos aún llegar a con-vertirse en objeto de un culto si éste impone elrenunciamiento en favor de una preexistente voluntaddivinizada. Estas reservas no deben, por supuesto, cau-sar perjuicios a las formas lúcidas de dependencia y deestima voluntarias.

A este respecto, no habiendo nada ya que me impidadejar vagabundear a mi espíritu sin temor a las acusa-ciones de misticismo que no dejarán de prodigarme,creo que no sería mala idea comenzar por convencer alhombre de que no es, como presume, el rey de la crea-ción. Esta idea me abre, al menos, algunas valiosasperspectivas en el plano poético, lo que le confiere,quiérase o no, cierta eficacia futura.

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El pensamiento racionalista más agudo, más dueño desí mismo, más apto para superar todos los obstáculos enel campo de su aplicación, me ha parecido siempre quese acomodaba, fuera de este campo, a las más extrañascomplacencias. En este terreno mi sorpresa se condensasiempre alrededor de una conversación en que tuve porinterlocutor a un espíritu de una envergadura y de unvigor excepcionales38. Fue en Pátzcuaro, México. Siem-pre me veré yendo y viniendo con él a lo largo de unagalería que daba a un patio con flores, de donde subíandesde veinte jaulas los gritos del pajar o burlón. La manonerviosa y fina que había dirigido algunos de los másgrandes acontecimientos de este tiempo se abandonaba

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acariciando un perro que daba vueltas a nuestro alrede-dor. Habló de los perros, y observé cómo su lenguaje sehacía menos preciso, su pensamiento menos estrictoque de costumbre. Se dejó ir hasta confesar su amor porel animal, adjudicándole una bondad natural; habló dela abnegación de las bestias, como hace todo el mundo.Intenté, entonces, representarle lo que hay de evidente-mente arbitrario en atribuir a las bestias sentimientosque no tienen sentido apreciable sino cuando se refierenal hombre, ya que nos conduciría a considerar al mos-quito como dotado de una crueldad consciente, y alcangrejo como deliberadamente retrógrado. Era visibleque se fastidiabafen tener que seguirme por ese camino:se aferraba a la idea —y esta debilidad es conmovedoravista a la distancia, en razón de la suerte trágica con quelos hombres recompensaron su entrega total a la causadel hombre— derque el perro sentía por él verdaderaamistad, en el más amplio sentido del término.

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Todavía hoy persisto en sostener que esta visión antro-pomórfica del mundo animal revela modos de pensarde lamentable facilidad. No veo ningún inconvenienteen que, para ponerlo en evidencia, se abran las ventanasque dan a los más grandiosos paisajes utópicos. Unaépoca como la que vivimos puede soportar todas laspartidas para viajes del tipo de los de Bergerac o Gulli-ver, siempre qué tengan por finalidad sembrar la des-confianza hacia todos los modos convencionales depensar, cuya insuficiencia es por demás evidente. Todaprobabilidad de llegar a alguna parte, después de cier-tos rodeos hasta por tierras más razonables que esta quedejamos, no queda excluida en el viaje al cual invito hoy.

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Notas del traductor

Arthur (¿favan: poeta y boxeador, considerado uno delos precursores del Movimiento Dada. Actuó en París desde 1909 a1914. Publicó cuatro humeros de la revista de vanguafdiaMa/rtíercartf.Desapareció en México en 1920.

2 Mathew Sregory Lewis (1775-1818): maestro de la no-vela negra inglesa, autor de El Monje.

' Episodiosde El Monje de Lewis. Basada en este episodioexiste una ópera de Góunod.

4 Referencia a la me Poníame (fuente) y,al proverbio "deesta agua no has de beber".

Mont de Píete, primer libro de poemas de Bretón apare-cido en 1919 en las ediciones Au Sans Pareil.

\ Este fragmento está tomado de la introducción del libro

de Nerval Las hijas del fuego, publicado en París en 1854 y dedicadoa Alejandro Dumas. En esta introducción hace referencia a una notaque Dumas escribió jsobre Nerval —como epitafio espiritual, porhabérsele informado erróneamente que Nerval estaba internado porloco— haciendo elogios de su desbordante fantasía.

Hace alusión al proverbio muy popularen Francia: Unefautpas vendré la pean de l'ours avant qu 'ilsoitpris (No vender la pieldel oso antes de cazarlo).

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En el original francés Bretón dice: Iljouera sur le veloursde tomes les defaillances, creando una imagen ambigua a partir del

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sobrevivientes, embarcados en una balsa, que llegaron a devorarseentre ellos. Hay un famoso cuadro de Delacroix sobre el tema.

Lepére Dúcheme: personaje simbólico al que aún antesde la revolución francesa se le atribuían las opiniones políticas delpueblo. En 1790, Herbert lanzó con ese nombre un diario célebre porel cinismo y la libertad del lenguaje.

(¿a ira: canción revolucionaria en la época de la revolu-ción francesa.

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38

O sea: de un extremo a otro de París.

Se refiere a Trotsky.

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ÍNDICE

Prólogo de Aldo f^ellegrini; - 5~7

Primer manifiest|;del surrealismo (1924)EZ

Segundo manifiesto del surrealismo (1930)tLc

Prolegómenos a un tercer manifiesto delsurrealismo o no £1942)

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£Esta segunda edición delos iManifíestos del surrealismo»entgíga de la Editorial Argonauta,

^ se terminó de imprimir"en el mes de julio de 2001

eniabrn Producciones Gráficas,Wenceilao Villafañe 468, Buenos Aires.

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modismo francés: jouer sur le velours, que significa: jugar con lasganancias.

9 H, partícula que precede a los verbos impersonales y nosignifica nada. Ilpleut: llueve, ily a: hay; ilfaut: es necesario.

Les Champs Magnétiques, de André Bretón y PhilippeSoupault, primer libro de textos y poemas automáticos, fue publicadoen 1920 por las ediciones Au Sans Pareil.

11 Reunidas con el título de Poisson soluble (Pez soluble)en las dos primeras ediciones del Primer manifiesto (1924,1929).

12 Juego de palabras entre Sans Fil (telegrafía sin hilos) ysansfils (sin hijos).

13 Al hablar de petits papiers, con el doble significado depapelillos y papeles comprometedores, Artaud hace sin duda refer-encia a los pequeños volantes con textos provocadores que solíandistribuir los surrealistas.

14 Periódicos marxistas.

15 Libro publicado por Bretón en 1928 en las ediciones dela N. R. F.

16 Con posterioridad Masson entró a formar parte nueva-mente del grupo surrealista.

17 Recuérdese que Soupault fue el compañero de la pri-mera hora de Bretón, con quien publicó el primer ensayo de escriturasurrealista pura: Les Champs Magnétiques.

18 Bift.tr: revista literaria cuyo jefe de redacción y animadorera Georges Ribemont-Dessaignes (ex dadaísta y enemigo de Bre-tón), que trató de atraerse a los poetas separados del surrealismo.

19 Les Veilleurs, inspirado en el poema de Las Iluminacio-nes denominado Veillées (Vigilias).

20 Revista belga, dirigida por Franz Hellens y Henry Mi-chaux que en 1925 publicó un número dedicado a Lautréamont.

21 Versión aproximada para el neologismo quelconqueries,título de un conjunto de poemas de Apollinaire.

22 Stances (1899), libro de poemas de Jean Morcas, hoy mere-cidamente olvidado, pero que tuvo gran repercusión en su momento.

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23El original francés: parties d'échecs, juego de palabras

intraducibie en el que Bretón aprovecha el doble sentido de ajedrez(juego al que se dedicó Duchamp) y fracasos.

Referencia a Rimbaud y a su ostracismo en Abisinia.25

Coeur á barbe, que además de "corazón con barba"significa "corazón aburrido", fue el nombre de una revista lanzadapor Tzara para oponerse a la liquidación de Dada propuesta porBretón. En el texto, Bretón parece referirse más bien al escándaloprovocado por él y sus amigos en la representación de Coeur á gaz,obra teatral de Tzara estrenada en julio de 1923.

26Denos oíseaux, publicado en 1923 por Editions Kra, condibujos de Arp.

27 Revista parasurrealista fundada en 1928 por Rene Dau-mal y Gilbert-Lecomte, de la que aparecieron tres números.

Famosa] frase tomada de la carta de Rimbaud a PaulDemeny, fechada el 1;5 de mayo de 1871 y publicada por primera vezpor la Ñouvelle Revue Franqaise en 1912.

Final de la Alquimia del verbo, en Una temporada en elinfierno de Rimbaudj

Se refiere a uno de los pensamientos de Pascal, que fueburlonamente modificado por Lautréamont en su texto Poesías, y queBretón cita a continuación en el suyo. En el pensamiento de Pascalmencionado se lee: "No os asombréis si no razona bien en estemomento: una mosca zumba en sus oídos".

31 Nom bresque da Jarry a la escobilla para limpiar letrinas,en la escena tercera del primer acto de Ubú Rey.

Anagrama burlesco del nombre de Salvador Dalí, crea-do por Bretón, y que llegó a popularizarse. La mención de las mesasde noche alude a la frecuencia obsesiva con que esos elementosaparecen en los cuadros del pintor catalán.

" Hay (Ily a), título de un poema del libro Caligramas, deApollinaire, cuya intención imita Bretón en este largo párrafo. Conese título el editor Albert Messein publicó en 1925 un conjunto depoemas y prosas de Apollinaire.

34 Naufragio del barco francés "Medusa" en 1816, triste-mente célebre en su época por el salvajismo demostrado por algunos

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LOS GRANDES TRANSPARENTES

El hombre quizás no sea el centro, el punto de mira deluniverso. Se puede llegar a pensar que existen por encimade él, en la escala animal, seres cuya conducta resulta tanextraña para el hombre como la suya puede serlo para laefímera o la ballena. Nada se opone forzosamente a queestos seres escapen por completo a su sistema de refer-encia sensorial, gracias a un camouflage del tipo que sequiera, pero que la teoría de la forma y el estudio de losanimales miméticos hacen perfectamente plausible. Nohay duda de que esta idea ofrece el más amplio campoespeculativo, aunque tienda a colocar al hombre, comointérprete de su propio universo, en las mismas modestascondiciones en que un niño concibe que está la hormigabajo tierra, cuando abre de un puntapié un hormiguero.Considerando las perturbaciones que produce un ciclón,frente a las cuales el hombre resulta impotente paracomportarse de otro modo que como testigo o víctima, olas de la guerra, a propósito de las cuales se han adelan-tado puntos de vista notoriamente insuficientes, no seríaimposible —en el curso de una vasta obra que deberíaestar presidida permanentemente por la inducción másosada— aproximar hasta hacerlas verosímiles la estruc-tura y la constitución de tales seres hipotéticos, que se nosmanifiestan oscuramente cuando sentimos miedo o nosdomina el sentimiento del azar.

Me parece necesario hacer notar que no me alejo enesto sensiblemente del enunciado de Novalis: "En reali-dad vivimos en un animal del que somos los parásitos.La constitución de este animal determina la nuestra yviceversa ". También estoy de acuerdo con el pensamientode William James: "¿Quién puede afirmar que en lanaturaleza no ocupamos, junto a seres cuya existencia no

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sospechamos, un lugar tan pequeño como los perros ygatos que viven al lado nuestro?" No todos los sabiosrefutan esta opinión: "Esprobable que alrededor nuestrocirculen seres construidos según el mismo plan que no-sotros, pero diferentes de los hombres; por ejemplo, serescuyas albúminas serían derechas". Así habla Emile Du-claux, antiguo director del Instituto Pasteur (1840-1904).

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¿Se trata de un mito nuevo? ¿Habrá que convencera esos seres que provienen de un espejismo, o habrá quedarles la oportunidad de manifestarse?

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instinto, daré mi voto a los que surjan con cualquierprograma nuevo que tienda a una mayor emancipacióndel hombre y que no haya sufrido aún la prueba de loshechos. Considerando el proceso histórico en el que laverdad, que no es atrapada nunca, sólo aparece parareírse a hurtadillas, yo prefiero pronunciarme por esaminoría incesantemente renovada y que actúa comopalanca; mi mayor ambición sería dejar asegurada des-pués de mí la transmisión ininterrumpida del sentidoteórico de esta minoría.

REGRESO INESPERADO DEL PADRE DUCHESNE 3S

¡Siempre está de muy buen talante el padre Duchesne!/Hacia cualquier lado que se vuelva, sea en lo físico comoen lo mental, las mofetas son las verdaderas reinas de lacalle/Esos señores uniformados con viejas mondaduras,en las veredas de los cafés de París; el regreso triunfal delos cisterciences y trapistas, a quienes había obligado atomar el tren con patadas en el trasero; las "colas"alfabéticas al amanecer en los arrabales, con la esperan-za de obtener cincuenta gramos de bofe de caballo yaprontándose para volver al mediodía por dos batatas—mientras que si tienes dinero puedes llenarte tapanzatodos los días hasta reventar, sin menú fijo, en lo deLapérouse—; la República llevada para ser fundida demodo que tus mejores intenciones vuelvan simbólica-mente a escupirte en la facha; todo esto ante los ojos quese creen providenciales de un bigote congelado que, ade-más, está a punto de pasar la mano, en la oscuridad,sobre una corbata vomitada. Hay que convenir que todoesto no está del todo mal. Pero ¡caray!, marchará, mar-chará, marchará siempre*. No sé si ustedes conocen esehermoso paño listado a tres centavos elmetroy que hasta

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se obtiene gratis los días lluviosos, en el cual los sans-cu-lottes envolvían sus órganos genitales con el estruendodel mar. Esto ya no se usaba últimamente, pero ¡caray!,ahora vuelve aponerse de moda:y hasta llegará a usarsebárbaramente; Dios está fabricando ahora hermanosmenores para nosotros; esto va a volver junto con elestruendo del mar. Y voy a barrer para ti esta escoriadesde la Puerta de Saint-Ouen hasta la Puerta de Van-ves31 y te aseguro que esta vez no van a cortarme elpescuezo en nombre del Ser Supremo, y que todo esto nose hará de acuerdo con códigos estrictos, ya que hanllegado los tiempos en que hay que rehusar tragarse todosesos libros de los &arajos:-que te aconsejan quedarte encasa y no hacer'aáspMé tu hambre. Pero /caray!, quéhaces que no mirá^Mfállé: es bastante extraña y equí-voca, y está bastante bien vigilada, ¡y, sin embargo, serátuya, la estupenda calle!

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Considerando que sin duda nunca le fue concedida alhombre la universalidad de la inteligencia, y que ahoraya no puede reclamar la universalidad del conocimien-to, conviene ser extremadamente cautos frente a lapretensión que pueda tener el hombre de genio dedecidir sobre cuestiones que rebasan su campo de in-vestigación y escapan, por lo tanto, a su competencia.Un gran matemático no manifiesta ninguna grandezaespecial en el acto de ponerse las pantuflas o enfrascar-se en la lectura de su periódico. Le exigimos únicamenteque nos hable de matemáticas en el momento que co-rresponde. No hay hombros humanos capaces de sopor-tar la omnisciencia, de la que se quiso hacer un atributode "Dios". En la medida en que el hombre se concebía

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