Manuel F. Lorenzo, "Ortega y la claridad asturiana", La Voz de Asturias, 9-4-1992.

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) I rl; ti{ .* il,tl f,. *, ffi fr MANUELLORENZO Vivimos tiempos de confusión, " de río revuelto, de regreso de vi- vos que se daban por muertos y de constatación estupefacta de tantos muertos como todavía cir- culan por ahí y antes creiamos vi. vos, e incluso los creÍamos llos más vivos". En realidad tenían ese otro significado que la lengüa sabiamente pone de manifiesto asociando al "más vivo" con el pí- carc,. Tal descubrimiento produ- ce, 3n princ¡pio, consternación y legítirno cabreo en aquél que siente de pronto que ha sido en- gañado. Pero enseguida se pasa de tal estado a otro, al cie preocu- pación por lo que pasa. Porque lo que.pasa es ahora lo que nos pasa a nosotros o nos puede pasar. De ahí que brote en los ciudadanos más responsa- bles ese afan por la claridád, por la transparencia, ese deseo de saberlo todo para que no nos vuelvan a engañar. Pero la trans- parencia, como la famosa G/as- not debe ser no ya mera curiosi- dad morbosa, sino la cdndición para una perestroika, para una reestructuración de las cosas que las ponga en su lügar, sobre nuevos quicios. Sólo así el mun- do saldría del desquiciamiento que amenaza con apoderarse de la vida en,lodos los órdenes. De ahíla importancia de la claridad, pués sin éste será imposible salir de la crisis. Ahora bien, admitido esto, re- paramos enseguida en que hay muchos tipos de claridades. por lo menos hay dos. Hay la claridad de lejanías, la claridad ideal diría- rnos, la de aquél que en los gran- des espacios diáfanos, ilumina- dos por el mediodíia, percibe eon Estos dos tipos de claridades nos sirven muy bien para ilustrar la diferencia que Ortega y Gas- set, genio clarividente en tantas cosas, percibió -con ocasión de un discurso pronunciado en Oviedo-, entre los asturianos y los castellanos: "Entre las castas peninsulares, los asturianos, jun- tamente con los castellanos, se caracterizan por el buen sentido, por tener la cabeza clara, abierta sin más a las cosas, sin prejui, cios, sin manías, sin nieblas inter- puestas que entenebrecen tanto y complican las relaciones del hombre con los problemas de su vida" (Drbcurso en Oviedo, O.C., t. 11, P. zl34). El asturiano va derecho a las cosas. Ésa es su fuerza y su vir- tud, dice Ortega, pero a diferen- cia de Castilla, añade, Asturias, -no es el asluriano individual que suele ser un trotamundos-, no es transitiva, no sale de sí misr¡a hacia el resto de España. Ello es cierto, pero habría que rnatizar al gran castellano que fue Ortega que la razón de tal intransitividad radica en que las claridades astu- rianas no sólo son diferentes de las castellanas, sino que son lite- ralmente opuestas. Así, cuando- brilló el sol en el Renacmiento, la claridad idealista castellana se impuso en la Península y se ex- tendió por el mundo. Pero cuan- do reinaban las tinieblas,-en la Al- ta Edad Media, brotó en Asturias la claridad política que después guiaría a la moza y turbulenta Castilla. Ahora, en el siglo XX, al final de la decadencia española, cuando el imperio castellano se encuentra agotado, en medio de t'iernpos cunlusos que se apode- ran de la historia del mundo, Or- fega, ave castellana de altos vue- Ortega. El filósofo etogió et sent¡do comúñ de tos asturiañói tilla la Vieja, País Vasconavarro, Aragón, Cataluña, Levante, An- dalucía, Extremadura y Castilla la Nueva (...). Yo imagino, pues, que cada gran comarca se go- bierna a sí misrna, que es autóno- ma en todo lo que afecta a su'vi- da particular, más aún: en todo lo que no sea estrictamente nacio- nal" ("La idea de gran comarca o región", La redención de las pro- vincias, ibid., p. 257 ss.). Y, por otra parte, constatar que en el momento turbulenlo de la transición a la actual democra- cia, otro castellano clarividente, Adolfo Suárez, fuese inesperada- mente entronizado como presr- dente del Gobierno, por un astu- riano sagaz al que se !e atribuye el dlseño de la complicada estra- tegia de la transición: Torcuato Fernández Miranda. Recordamos también un significativo discurso suyo de despedida en el que re- memoró las brumas de su tierra natal. Hoy, cuando las nieblas de la transición política española se han disipado ya, España se lanza' de nuevo a la escena internacio- nal europea. Y se encuentra allí, de improviso, con que las nieblas de la transición democrática no eran nada comparadas con las que amenazan con extenderse por Europa misma tras el hundi- miento del gigante soviético y el resurgir de los nacionalismos más irredentos. Quizá por ello la España autonómica, que ha des- cubierto de nuevo su vocación in- ternacional, y a la cual no le iñte- resa ya nuestra oscuridad carbo- nÍfera, eche en falta de pronto nuestra proverbial forma cldra cle ver las cosas, si es que .Oituga hubiese acertado en esto como. acertó en otras cosas. ¡ los, echa en falta la claridad a ras de tierra de los asturianos. Resulta curioso constatar por una parte el hecho de que fuese Ortega quien diseñase por prime- ravez el actual rnapa de las auio nomías, como la única forma de regenear la vida española, forma que, además, se está convirtien. do en modelo exportable: "Sepa- remos resueltamenle la vida pú- blica local de la vida pública na- cional, Así lograremos poseer plenarnente las rJos.' Organice- mos a España en diez giandes comarcas: Galicia, Asturias, Cas- Ortega y la claridad asturiana nitidez los objetos que como sombras se recortan en el hori, zonte. Es la claridad anhelada por el idealista Platón y por é1. plasmada en el Mito de la Ca- verna. Pero hay otro tipo de clari- dad más propia de los espacios brumosos, angostos, poco ilumi- nados, en los que sólo se perci- ben bien los objetos.cercanos, mientras que el horizonte apare- ce desdibujado y envuelto en brumas. Ahora la claridad reside en ver bien'los objetos misrnos, En la Edad Media b¡'otó en Asturias la claridad polÍtica que guiaría a castilla Elasturiano va derecho a las cosas. Esa es su virtud, dice Ortega no sus meras siluetas recorta- das, porque a partir de ellos po- demos adivinar, por proyección analógica, el horizonte que se nos oculta. Es una claridad que llamaríamos Íenomenológrca, rna- terialista si se quiere, pero en to- do caso no idealista.

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Artículo sobre Ortega y Gasset

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MANUELLORENZO

Vivimos tiempos de confusión,

" de río revuelto, de regreso de vi-vos que se daban por muertos yde constatación estupefacta detantos muertos como todavía cir-culan por ahí y antes creiamos vi.vos, e incluso los creÍamos llosmás vivos". En realidad teníanese otro significado que la lengüasabiamente pone de manifiestoasociando al "más vivo" con el pí-carc,. Tal descubrimiento produ-ce, 3n princ¡pio, consternación ylegítirno cabreo en aquél quesiente de pronto que ha sido en-gañado. Pero enseguida se pasade tal estado a otro, al cie preocu-pación por lo que pasa.

Porque lo que.pasa es ahoralo que nos pasa a nosotros o nospuede pasar. De ahí que brote enlos ciudadanos más responsa-bles ese afan por la claridád, porla transparencia, ese deseo desaberlo todo para que no nosvuelvan a engañar. Pero la trans-parencia, como la famosa G/as-not debe ser no ya mera curiosi-dad morbosa, sino la cdndiciónpara una perestroika, para unareestructuración de las cosasque las ponga en su lügar, sobrenuevos quicios. Sólo así el mun-do saldría del desquiciamientoque amenaza con apoderarse dela vida en,lodos los órdenes. Deahíla importancia de la claridad,pués sin éste será imposible salirde la crisis.

Ahora bien, admitido esto, re-paramos enseguida en que haymuchos tipos de claridades. porlo menos hay dos. Hay la claridadde lejanías, la claridad ideal diría-rnos, la de aquél que en los gran-des espacios diáfanos, ilumina-dos por el mediodíia, percibe eon

Estos dos tipos de claridadesnos sirven muy bien para ilustrarla diferencia que Ortega y Gas-set, genio clarividente en tantascosas, percibió -con ocasión deun discurso pronunciado enOviedo-, entre los asturianos ylos castellanos: "Entre las castaspeninsulares, los asturianos, jun-tamente con los castellanos, secaracterizan por el buen sentido,por tener la cabeza clara, abiertasin más a las cosas, sin prejui,cios, sin manías, sin nieblas inter-puestas que entenebrecen tantoy complican las relaciones delhombre con los problemas de suvida" (Drbcurso en Oviedo, O.C.,t. 11, P. zl34).

El asturiano va derecho a lascosas. Ésa es su fuerza y su vir-tud, dice Ortega, pero a diferen-cia de Castilla, añade, Asturias,-no es el asluriano individual quesuele ser un trotamundos-, no estransitiva, no sale de sí misr¡ahacia el resto de España. Ello escierto, pero habría que rnatizar algran castellano que fue Ortegaque la razón de tal intransitividadradica en que las claridades astu-rianas no sólo son diferentes delas castellanas, sino que son lite-ralmente opuestas. Así, cuando-brilló el sol en el Renacmiento, laclaridad idealista castellana seimpuso en la Península y se ex-tendió por el mundo. Pero cuan-do reinaban las tinieblas,-en la Al-ta Edad Media, brotó en Asturiasla claridad política que despuésguiaría a la moza y turbulentaCastilla. Ahora, en el siglo XX, alfinal de la decadencia española,cuando el imperio castellano seencuentra agotado, en medio det'iernpos cunlusos que se apode-ran de la historia del mundo, Or-fega, ave castellana de altos vue-

Ortega. El filósofo etogió et sent¡do comúñ de tos asturiañói

tilla la Vieja, País Vasconavarro,Aragón, Cataluña, Levante, An-dalucía, Extremadura y Castilla laNueva (...). Yo imagino, pues,que cada gran comarca se go-bierna a sí misrna, que es autóno-ma en todo lo que afecta a su'vi-da particular, más aún: en todo loque no sea estrictamente nacio-nal" ("La idea de gran comarca oregión", La redención de las pro-vincias, ibid., p. 257 ss.).

Y, por otra parte, constatarque en el momento turbulenlo dela transición a la actual democra-cia, otro castellano clarividente,Adolfo Suárez, fuese inesperada-mente entronizado como presr-dente del Gobierno, por un astu-riano sagaz al que se !e atribuyeel dlseño de la complicada estra-tegia de la transición: TorcuatoFernández Miranda. Recordamostambién un significativo discursosuyo de despedida en el que re-memoró las brumas de su tierranatal.

Hoy, cuando las nieblas de latransición política española sehan disipado ya, España se lanza'de nuevo a la escena internacio-nal europea. Y se encuentra allí,de improviso, con que las nieblasde la transición democrática noeran nada comparadas con lasque amenazan con extendersepor Europa misma tras el hundi-miento del gigante soviético y elresurgir de los nacionalismosmás irredentos. Quizá por ello laEspaña autonómica, que ha des-cubierto de nuevo su vocación in-ternacional, y a la cual no le iñte-resa ya nuestra oscuridad carbo-nÍfera, eche en falta de prontonuestra proverbial forma cldra clever las cosas, si es que .Oitugahubiese acertado en esto como.acertó en otras cosas. ¡

los, echa en falta la claridad a rasde tierra de los asturianos.

Resulta curioso constatar poruna parte el hecho de que fueseOrtega quien diseñase por prime-ravez el actual rnapa de las auionomías, como la única forma deregenear la vida española, forma

que, además, se está convirtien.do en modelo exportable: "Sepa-remos resueltamenle la vida pú-blica local de la vida pública na-cional, Así lograremos poseerplenarnente las rJos.' Organice-mos a España en diez giandescomarcas: Galicia, Asturias, Cas-

Ortega y la claridad asturiananitidez los objetos que comosombras se recortan en el hori,zonte. Es la claridad anheladapor el idealista Platón y por é1.plasmada en el Mito de la Ca-verna. Pero hay otro tipo de clari-dad más propia de los espaciosbrumosos, angostos, poco ilumi-nados, en los que sólo se perci-ben bien los objetos.cercanos,mientras que el horizonte apare-ce desdibujado y envuelto enbrumas. Ahora la claridad resideen ver bien'los objetos misrnos,

En la Edad Media

b¡'otó en Asturias

la claridad polÍtica

que guiaría a castilla

Elasturiano va

derecho a las cosas.

Esa es su virtud,

dice Ortega

no sus meras siluetas recorta-das, porque a partir de ellos po-demos adivinar, por proyecciónanalógica, el horizonte que senos oculta. Es una claridad quellamaríamos Íenomenológrca, rna-terialista si se quiere, pero en to-do caso no idealista.