Manuel Godoy
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MANUEL GODOY, UNA RECUPERACIÓN HISTÓRICA
A mi hermana María José, tan amante de la Historia y de
Extremadura.
Retrato de Godoy por Agustín Esteve
Estamos ante la biografía del español que sin sangre real en sus
venas, siendo el segundo hijo de una familia de clase media extremeña,
consiguió los mayores títulos nobiliarios, honores reales y riquezas de
todo tipo, por el mero hecho –según sus detractores– de haberse
conquistado la amistad y la confianza ciega en su persona, de los reyes
Carlos IV y de su esposa María Luisa de Parma.
Pero al mismo tiempo que acumulaba en su persona títulos y
honores, aumentaban el número de sus enemigos, sobre todo la temible
enemistad del Príncipe de Asturias, más tarde rey Fernando VII, y la de
su camarilla, entre la que se encontraba lo más florido de la nobleza
española, al considerar éstos que Godoy usurpaba títulos y prebendas
que solamente a ellos les pertenecían por tradición familiar (que no por
méritos propios) –decimos nosotros.
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Creemos firmemente que la figura y la obra del personaje que fue
durante los años más críticos del siglo XIX el político con más poder y
prestigio de la Corte, ha sido afortunadamente recuperada acertadamente
por historiadores de toda solvencia, quedando muy claro cuáles fueron
las sombras que su poder casi absoluto dejó en la época, pero también
los aciertos de un hombre que si bien llegó demasiado joven a labores de
responsabilidades en las directrices de un gobierno desorientado y
empobrecido por acontecimientos ajenos a sus gobernantes, no por ello,
pese a su falta de experiencia, dejó su impronta de hombre
comprometido con el destino de su país y con su fiel obediencia a sus
reyes.
Estas notas no son más que un intento de sacar nuevamente a la luz
pública las circunstancias que llevaron a un simple Guardia de Corps
llegado de una ciudad de provincias a los más altos cargos de gobierno
durante el reinado del rey Carlos IV, y su definitiva e injusta
defenestración y olvido, a la llegada del nuevo rey, Fernando VII,
seguramente el personaje más odioso, repugnante y traidor de la Casa de
los Borbones (y ya es mérito viendo lo que le precede y lo que le sigue
hasta nuestras fechas).
Placa conmemorativa en la fachada de la casa donde nació, en Badajoz
Manuel Godoy y Álvarez de Faria nace en la ciudad de Badajoz,
calle de Santa Lucía, en una casa que todavía se conserva y en la que
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podemos leer en su fachada una placa en su memoria, así como su
escudo de armas con las cadenas que simbolizan que en aquella casa
durmió el rey, un 12 de mayo de 1767, hijo de una familia de la mediana
nobleza, oriunda de Castuera, en la qu el padre era militar y su madre, de
origen portugués, era camarista en la corte de Carlos III.
Como tantos hijos de familias sin muchos recursos económicos, el
joven Manuel estudia en el archiconocido por nosotros Seminario de San
Atón, único centro con estudios superiores existente por aquellas fechas
en Extremadura y lugar de donde van a salir a lo largo de la historia,
numerosos personajes extremeños ligados a la literatura, a las ciencias, a
las artes y a la milicia, como sucede en este caso. Sin tener muy claro
cuál va a ser su futuro en una ciudad sin grandes posibilidades de trabajo
y teniendo que ayudar a la familia en el mantenimiento diario, con 17
años recién cumplidos, decide seguir los pasos de su hermano mayor e
incorporarse como guardia de Corps en la capital del reino.
Mucho se ha hablado –así corre como leyenda más que como
realidad–, del conocido episodio de su caída del caballo, en 1788, ante
los ojos de asombro de la reina María Luisa, a quien acompañaba como
miembro de su escolta, quien queda prendado de la valentía de joven
guardia, pero también de su apuesta gallardía. Sea verdad o leyenda, lo
cierto es que pronto el joven soldado se gana la confianza de los reyes,
siendo el comienzo de su vertiginosa carrera de éxitos y abriéndole las
puertas de un horizonte insospechado en aquellos momentos.
Retrato de la reina María Luisa, por Goya, en edad madura
4
¿Qué circunstancias –a nuestro parecer– son las que se dieron para
llevar a un humilde personaje a los más altos cargos del poder? Vamos a
estudiarlas desde un prisma diferente a lo que siempre se ha escrito,
aunque ya fueran señaladas por sesudos historiadores.
Para comentar esta nueva etapa en la vida de Manuel Godoy, vamos
a recurrir a la ya vieja y trillada historia de su “amistad” con la reina
María Luisa, su verdadero apoyo en aquellos primeros momentos,
aunque después veremos que su verdadero sostenedor (bien es verdad
que desde sus cortas luces y siempre bajo el dominio de su esposa) será
el propio rey Carlos IV. Veamos, para mejor entender, la biografía de la
reina.
La familia de Carlos IV por Francisco de Goya
María Luisa de Parma (en realidad su verdadero nombre era Luisa
María Teresa) era hija del infante don Felipe, hermano de Carlos III de
Borbón y de Luisa Isabel, hija de Luis XV de Francia, ambos príncipes
de Parma. Había nacido un 9 de diciembre de 1751y se había casado con
su primo Carlos Antonio, heredero del trono de España, en 1768, siendo
por lo tanto Princesa de Asturias desde ese mismo año hasta la muerte de
su suegro el rey Carlos III, en 1788, y reina de España desde ese mismo
año hasta 1808, en que el rey, su esposo abdica de la corona española en
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la triste y vil persona de su hijo Fernando VII. Es decir, veinte años de
reina y veintitrés de principado, lo que suman la nada despreciable cifra
de cuarenta y tres años de estar en primera línea en el severo escaparate
de la Corte española, mucho más crítico con la nueva reina venida de un
país muchos más complaciente con las normas morales, cuanto que fue
precedida por virtuosísimas princesas y reyes de morigenadas
(moderados en su forma de vivir), costumbres que nos diferenciaba de
otros muchos países de Europa, donde la corrupción generalizada y la
permisibilidad de costumbres chocaba frontalmente con las más rígidas
normas españolas, siempre dirigidas por la iglesia católica, cuya máximo
representante era el mismo rey.
Cuadro de rey felón Fernando VII
La reina María Luisa nunca supo –ni quiso– adaptarse a las
costumbre españolas que limitaban su ansiada y aceptada libertad
personal; tampoco los españoles aceptaron durante los largos años de su
reinado las costumbres de su reina, quienes nunca le perdonaron –en su
estricto criterio– su licenciosa vida, arruinándole su reputación
solamente por el hecho de aceptar como seguro lo que no eran más que
calumnias e infundios de un pueblo intransigente con la liviandad que
demostraba quien veían entronizada en los más altos lugares. María
Luisa había llegado al peor de lo sitios para que le fueran disculpadas o
toleradas las licencias de un temperamento y de una educación que la
llevaban por el fácil y peligroso camino de la sensualidad.
El ambiente de las pequeñas Cortes italianas no se caracterizó
nunca por su severidad, más por el contrario, la tradición, el clima y el
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fácil desarrollo de la intriga pequeña y el ansia de la diversión continua
que traen consigo los altos cargos sobre los que no pesa una alta
responsabilidad, determinaron que María Luisa se educase en Parma de
un modo que favorecía sus tendencias y apetitos naturales.
Vista de la ciudad de Parma (Italia)
Tuvo como maestro, como también su hermano, al famoso filósofo
sensualista Condillac, muy alejado de las estrictas normas morales de la
doctrina cristiana vigente en España. Los gustos de María Luisa se
inclinaban desde muy joven a la diversión y a la independencia,
circunstancias que en nada favorecían sus relaciones con su adusto
suegro el rey Carlos III, ni mucho menos con las damas de su Corte que
la veían como una intrusa casquivana sin ningún respeto hacia lo que
ellas cínicamente representaban, aunque sólo fuera de puertas de palacio
hacia fuera. Por ello, cuando la jovencísima niña de tan solamente
catorce años, en consonancia con su edad y con la educación recibida en
su patria cometió nada más llegar varias ligerezas, recibió la reprobación
de su suegro, quien se ufanaba de la seriedad y rectitud de las princesas
españolas: Carlos III era un hombre corto de inteligencia, rectamente
intencionado, religioso, honestísimo y severo. María Luisa era, si no
inteligente, lista y vivaracha, sin más línea de conducta que su capricho,
de una religiosidad superficial y de temperamento ardiente.2
Nada más verla, el rey decidió someterla a una estricta vigilancia,
no fiándose en absoluto del carácter de su hijo y esposo de María Luisa,
un muchachote fuerte, buenazo y romo, al lado del cual su padre, ya
hemos señalado, resultaba ser una lumbrera. Y en aquella Corte española
de sigilos, tapujos y aburrimiento, pronto se sentiría la joven princesa de
Asturias vigilada, comprendiendo que sus travesuras se verían como
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deslices y devaneos; sus devaneos como liviandades y sus liviandades
como terribles faltas de corrupción. Los usos y costumbres de la Corte
española estaban directamente relacionados con las aficiones cinegéticas
del rey de la cual participaba muy a su gusto el príncipe Carlos, a los que
habrá que añadir la fuerte religiosidad de ambos. Si algo le faltó a María
Luisa fue un esposo inteligente. Todos sabemos que de un mal
entendimiento entre una pareja pueden nacer muchas desgracias. Y
nacieron. Posiblemente no las que se han querido suponer; pero sí
aquellas que hicieron que María Luisa reinase e hiciese reinar con ella a
las personas de su predilección y muy singularmente al joven y apuesto
guardia de Corps, tan alejado por otra parte de las absurdas y enfermas
figuras de su marido y de su hijo, a los que nunca amó como esposa y
madre, ni le merecieron respeto como hombres, como podemos
entresacar de la misma y copiosa correspondencia de la reina.
Un jovencísimo Godoy vestido de uniforme de guardia de Corps
Nunca ha podido probarse fehacientemente que la degradación de
María Luisa fuese tan completa y tan temprana como algunos le
atribuyen y basta comprobar las relaciones y privanzas concedidas al
extremeño para anular muchas de las insidias vertidas sobre ella. Mujer
en aquellos momentos de su juventud de grácil tipo, maneras agradables
y encantadoras cuando precisaba, de bellos y brillantes ojos aunque de
rostro imperfecto, muy pronto ajado con motivo de algunas
enfermedades y embarazos, no era mujer para inspirar una pasión
irresponsable a un hombre mucho más joven que ella, de buena planta y
con mucho éxito entre las mujeres de la Corte. Si alguna relación íntima
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hubo entre ambos personaje, creemos nosotros, está desde luego muy
alejado del simple planteamiento de dos personas que se aman y estaría,
por el contrario, sujeta a anhelos todavía más bajos y de inconfesables
ambiciones. En el reino de las mujeres todo gira en torno del hombre.3
Y María Luisa, que vivía en un mundo de hombres pero muy alejada de
ellos, necesitaba una complicidad fuertemente masculina para llevar a
cabo sus objetivos de reinar en un país con fuerte ataduras morales.
Casa donde nació Manuel Godoy, en la ciudad de Badajoz
Si hemos hecho un breve retrato de la joven princesa María Luisa y
hemos reflejado las circunstancias en las que se encontraba cuando llegó
a España, vamos ahora a acercarnos a la vida del joven Manuel desde su
nacimiento en una humilde ciudad de provincia hasta su llegada a la
capital del reino en busca de un futuro económico y social del que
carecía en su lugar de origen.
Si no de familia acaudalada al uso de aquellos tiempos, Manuel
Godoy vivió una infancia y juventud bastante cómoda, hijo como era de
don José Godoy, coronel del Ejército, con pujos de pertenecer a una
familia de hidalgos y de doña María Álvarez de Faria, cuyos orígenes
familiares entroncaban con familias portuguesas dedicadas al comercio
de ultramar, y por lo tanto acaudaladas. Lo que sí tenía la familia muy
claro eran sus ideas de una buena educación para sus hijos, dándole a
este hecho una importancia fundamental.
Vivían en una casona española en la calle de Santa Lucía, muy
cercana a la entrada natural de Badajoz conocida como Puerta de Palmas
(aún existente, aunque reformada en parte y dividida, pero bien
conservada), siendo sus vidas las de una familia burguesa de provincias
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claramente marcadas por las normas y principios cristianos. Nació
Manuel el año de 1767, precisamente cuando estos principios empezaban
a ser objeto en España de ataques sinuoso y año en el que serían
expulsados del país los jesuitas. Lo que sí sabemos es que esta obsesión
por la educación de sus hijos hizo que Manuel tuviera buenos profesores,
estudiando ciencias y filosofía e instruyéndole con arreglo a los nuevos
métodos de enseñanza. Manuel no era, pues, un hombre inculto ni
mucho menos semi analfabeto como en más de una ocasión se le ha
pretendido presentar y como en él demostró en más de una ocasión con
la protección y creación de sociedades culturales que aún perviven con
gran fuerza en nuestro tiempo y por su interés personal en el campo de la
pintura y de la bibliofilia, llegando a poseer unas de las mejores
pinacoteca y biblioteca de su tiempo, que hoy forman parte importante
del museo del Prado y de la Biblioteca Nacional, aquello que no fue
expoliado o malvendido por sus enemigos.
Vistas de Badajoz en el siglo XIX
De carácter agradable, su buena educación y su afable cortesía le
granjeó muchas amistades en los primeros momentos de su llegada a
Madrid, pero también la enemistad de aquellos que veían en él a un
posible enemigo en el campo de la política. Muy joven, Manuel,
siguiendo los pasos de su hermano mayor, marchó a Madrid y se alistó
en el ejército como única salida para sobrevivir. Luis Godoy, a quien
también la maledicencia une a los amores clandestinos de la por entonces
princesa de Asturias, utilizando para ello su porte físico y su destreza con
la guitarra para acompañar los largos periodos de soledad de María
Luisa, no tuvo mucha suerte en su carrera militar. Carlos III, enterado de
lo que se murmuraba en palacio sobre la amistad del soldado y la
princesa determinó el alejamiento de Luis, marchándose éste de la Corte.
Las ilusiones del joven soldado, frustradas en un primer momento por las
malas lenguas de los envidiosos, se verían colmadas muchos años
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después, cuando ya con su hermano en el poder, éste le nombrara para la
capitanía general de Extremadura.
Casi dieciseis años menos que María Luisa tenía Manuel Godoy
cuando ingresó con diecisiete años, en 1784, en la guardia de Corps,
donde ya ejercía su hermano. Muchas son las leyendas que se han
contado sobre los primeros años de su estancia en Madrid y de los
comienzos de sus privanzas. Precisamente el excesivo número de estas
estúpidas leyendas han hecho que la veracidad histórica del personaje
quede difuminada y confusa: la leyenda de Godoy permaneciendo en la
cama mientras se le secaba su única camisa, la leyenda de un Godoy
flautista o guitarrista cuando jamás supo tocar un instrumento musical,
nos señalan como ejemplos lo que queremos poner de manifiesto en
cuanto a la realidad del personaje.
Retrato ecuestre de Manuel Godoy, Duque de Alcudia, por Goya
Sabedor del daño que estas leyendas le habían hecho durante su
vida política, Manuel Godoy intentó en sus Memorias escritas en su
largo destierro de París justificar muchas de estas patrañas aunque pase
de puntilla sobre las que puedan resultar verdaderas. Recuperemos
algunas de estas justificaciones del proscrito: Buscando hacer novelas
más que historia, y alojándome en Madrid por cierto tiempo en la
postrer desdicha como un juglar o como un bardo, sin más medios que
el canto o la guitarra, no han dudado en contar que a mi huésped lo
contentaba y lo pagaba con coplas de bolero… ¿Qué persona de juicio
dará crédito a tales cuentos? ¡Y sin embargo, eco de ellos, todos los
biógrafos franceses y extranjeros han copiado estas consejas! Mi posada
en Madrid, desde el día de mi llegada, fue el Cuartel de Guardias de la
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Real Persona, en compañía de mi hermano el mayor, que me precedió
en la carrera en que yo entraba. Mi excelente padre nos acudía con
sobrados alimentos para sostener con decoro nuestra clase; y en mi
vida, lo repito, ni aun como aficionado entendí de cantar, ni de guitarra,
ni de otro algún instrumento. Pero mis enemigos necesitaron
deprimirme en todo, se dio boga a estas especies, y se atribuyeron al
galanteo y a las tonadas los favores que debía a mis reyes. Yo diré pocas
cosas sobre esto, y observaré el decoro que requiere su memoria, como
convine entre españoles.4
Oleo de Agustín Esteve
Sin embargo, lo que no explica Godoy en estas sus Memorias es el
origen y fundamento de su privanza, que son hoy un hecho indiscutible
para la Historia, quedando lo demás, amparándose en una exageración de
malsanos propósitos de los buscadores de secretos de alcobas, en simples
cotilleos de envidiosos enemigos. La realidad es que a los veinticinco
años Manuel Godoy era la persona más importante y con más influencias
en una España donde gobernaban, con todos los merecimientos de
hombres necesarios para ellos, personajes de la talla de Floridablanca,
Aranda o Jovellanos, a quienes nos acercaremos en notas posteriores.
Para estos apuntes, lo importante es el uso que Godoy hizo del poder que
recibió en tan discutibles circunstancias, que nosotros no creemos que
fuera en definitiva estéril, habida cuenta de que dicho poder le fue
entregado, principalmente, por la reina María Luisa, debido a la
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debilidad, bondad e incapacidad de su marido el rey Carlos IV. Ella
necesitaba para gobernar de la capacidad intelectual de un hombre fuerte
y lo encontró en Godoy, al que se entregó sin ningún tipo de reserva,
convirtiéndole en su ídolo y protector, por encima de cualquier
murmuración o malos entendidos de la Corte.
Carlos III había muerto en 1788, dejándole en herencia la corona
española a su hijo Carlos, y sobre todo a su mujer María Luisa, quien al
día siguiente del fallecimiento del rey convocó a los ministros,
manifestándose de tal manera que dejaba muy claro a todos los presentes
quién iba a gobernar el país desde ese mismo momento, idea que corrió
como un reguero de pólvora por toda Europa a través de la
correspondencia diplomática.
Retrato del rey Carlos III, por Anton Mengs
El hombre sobresaliente de la política española de aquellos años era
el conde de Floridablanca, pero lo avanzada de su edad y el deseo por su
parte de continuar la misma línea que con el anterior rey se había
seguido, lo hacían no apto para enfrentarse con la nueva realidad, mucho
más acuciante y difícil de solucionar que en fechas anteriores. La
situación de España era crítica, rodeada por todas partes de enemigos
que ambicionaban recortarle su poderío. Los barcos españoles que traían
sus riquezas desde América eran continuamente atacados por barcos
piratas ingleses con la anuencia y consentimiento de la corona de su país.
Con Francia, aunque regía el pacto de familia, ésta tenía sus propios y
graves problemas que llevarían al patíbulo a los propios monarcas sin
que España pudiera interferir en su revolución interna. Para más
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problemas, en África los piratas marroquíes entorpecían la navegación
de nuestros barcos y asaltaban nuestras plazas fuertes.
Floridablanca pintado por Goya
Cualquiera de estos problemas era lo suficientemente grave como
para prestar toda la atención del gobierno, pero el viejo Floridablanca
optó, como siempre había hecho, por contemporizar y esperar que los
asuntos se solucionaran por sí mismo. Por otra parte, la política general
le importaba muy poco a la Reina, que todo lo viera desde su personal
prisma dinástico y casero, reservándose el derecho de poder otorgar
honores y cargos según sus preferencias. La política interior era una
parcela que dejaba exclusivamente en manos del presidente del gobierno.
Floridablanca, viejo político con gran experiencia en el manejo de los
entresijos del poder vio muy claro lo que se le venía encima, frente al
excesivo aumento del poder omnipotente que el joven teniente
extremeño venía recibiendo. Godoy, con tan solo veintiún años, era un
simple teniente, pero tenían a su favor el ser recibido con el mayor
agrado por los reyes, siendo sus palabras y sus consejos escuchados
atentamente por ellos. ¿Qué podía hacer Floridablanca frente a tan
poderoso contrincante? Primero, y hay que proclamarlo, defender los
interese del estado; después, y cuando su situación se hizo insostenible
frente al joven opositor, defenderse a sí mismo, lo que determinó
irremisiblemente su perdición.
Si a estos problemas, ya de por sí suficientemente graves para un
político de primera línea, le sumamos que un año después de la muerte
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del rey Carlos III sobrevino la toma de la Bastilla y el ataque frontal a la
monarquía francesa que supuso la máxima alerta en el gobierno de
España, cuyos pactos con el país vecino exigían una toma de postura en
consonancia con los sentimientos personales, explicables por lazos de
sangre, que no era otra que la de ayudar en sus cuitas a los reyes de
Francia. Con estos problemas tendremos perfectamente dibujado el
panorama en el que nos encontrábamos en aquellos momentos de tanta
incertidumbre. ¿Qué solución tomar en tal caso, mandar a los ejércitos
españoles a defender los derechos dinásticos del rey francés cuando el
mismo Luis XVI aceptaba y rubricaba las importantes reformas que se le
imponían?
Retrato del rey francés Luis XVI
Los reyes españoles no vacilaron ni un momento en lo fundamental
de la cuestión, que no era otra que la reconquista de los derechos reales
de los reyes de Francia. Otra cosa era en la aplicación de estas ayudas
por falta de medios materiales y de hombres, aun no estando el rey de
España de acuerdo con los pasos seguidos por su familiar, idea a la que
se sumaba muy gustosamente Godoy. Porque a estas alturas de la
historia, Godoy era ya un personaje importante en la Corte española. Sin
cargos de relevancia, pero con gran predicamento en las decisiones que
tomaban los reyes. Y Floridablanca lo sabía. No le importaba que el
joven soldado obtuviera honores y cargos que ya le empezaban a llegar;
lo que realmente le importaba al viejo político era el sentirse acorralado
por los amigos del extremeño que poco a poco iba colocando a los suyos
en puestos vacantes claves del gobierno, como si de una pequeña corte
personal se tratara.
El rey le ha nombrado comendador de la Orden de Santiago; su
madre ha sido nombrada dama de honor de la Reina; se piensa en su
padre para posible ministro; todo está de su parte y los honores son
pocos para contentar al muchacho que camina con fuerza hacia la
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cumbre del Poder, mientras en Francia va progresando la revolución y el
rey jura la nueva Constitución, con el consiguiente enfado de su primo
Carlos IV, quien lo considera prisionero de las presiones sobre él
ejercidas. España no puede romper los lazos que le unen a Francia sin
caer prisionera de los interese de Inglaterra y espera el resultado de los
tristes acontecimientos que suceden con el intento de huída de los
soberanos franceses. Floridablanca es incapaz de buscar soluciones y los
reyes escuchan entusiasmados las palabras del joven Godoy, enemigo
declarado de los revolucionarios franceses. Los problemas diplomático
que la revolución conlleva para España son de tal índole que se necesitan
ideas nuevas para un marco político nuevo. ¿Y quién mejor situado para
estos menesteres que aquel joven Godoy, tan osado y tan querido por los
soberanos para buscar una solución de futuro?
Un joven Manuel Godoy con uniforme de teniente general
En el año 1791, con veinticuatro años y con poco más de seis en la
carrera militar alcanza el grado de teniente general. Es ya un hombre
importante que espera su oportunidad para alcanzar el poder o cedérselo
a sus correligionarios. María Luisa gobierna a Carlos IV y él “gobierna”
a María Luisa. Pero Godoy sabe que todavía es pronto para dar el paso
definitivo. Escucha las murmuraciones que acompañan a su persona y
comprende que tiene muchos y poderosos enemigos de los que
protegerse. Por otra parte, el poder es siempre grato para quien lo ejerce,
pero mucho más grato, parece pensar el personaje, es mandar desde la
sombra, y eso es lo que en estos momentos hace de forma complacida. Él
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sabía que estaba en bocas de todo el pueblo sorprendiéndolo con sus
numerosos nombramientos; cuando aun no se habían terminado las
habladurías por el nuevo cargo, un nuevo nombramiento o una nueva
prebenda venía a sustituir a dichos comentarios, estando siempre en
primera fila de la actualidad.
El momento decisivo de la toma del poder por parte del extremeño
llega como consecuencia de un grave error de cálculo del asediado
primer ministro Floridablanca, quien viéndose ninguneado y vencido por
el pretendiente pasa al ataque con toda la artillería que le queda. Sabedor
de su inferioridad frente a Godoy planea y decide decirle al rey durante
el transcurso de una cacería lo que todo el mundo murmura y él mismo
cree a pie juntillas sobre la infidelidad de la reina con su joven
adversario político. Naturalmente el rey se siente agraviado y monta en
cólera, incapaz de comprender, desde su real persona y sus limitadas
entendederas, lo que el primer ministro le insinua. En vez de averiguar la
verdad del asunto, se enfrenta enojado a su esposa y le pide
responsabilidades sobre su infidelidad, frente al asombro de la reina que
se vio calumniada sin pruebas. Mucho más agraviada que quien le pide
cuentas de sus devaneos, entre desmayos, indignación y amenazas de
volverse con su familia, consigue lo que pretende: el nombre de
Floridablanca como el responsable de tan graves como injustas
acusaciones.
Retrato de la reina María Luisa por Maella
El rey, que al fin y al cabo se había lanzado a una acusación
gratuita, vaciló entre creer al su primer ministro o a su esposa, que
además le amenazaba con un espantoso escándalo. Vacilar en estos casos
en ceder, mucho más cuando enfrente hay una mujer que grita, llora, se
desmaya, proclama que la han injuriado y solicita a su marido pruebas de
lo que se le acusa. El triunfo estaba cantado y el rey declara como
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impostor al denunciante Floridablanca, le destituye, le destierra de la
Corte, y suerte tuvo de no ser denunciado por delito de lesa Magestad, lo
que le hubiera costado la vida.
Esto ocurría un 28 de febrero de 1792. Aquella noche, que según
los cálculos del primer ministro debería ser el comienzo del hundimiento
de su enemigo Godoy, se encontró con la llegada de un correo del rey.
Avisado y sacado de la cama, fue informado de la destitución de todos
sus cargos y de su inminente destierro, para lo que tenía que partir en ese
mismo momento en un coche de caballos que le estaba esperando en la
puerta de su casa.
Retrato del rey Carlos IV, por Goya
El ministro no tuvo más remedio que aceptar su derrota, dejándole
libre el camino a Godoy. La jugada, aparentemente desarrollada entre la
reina y Floridablanca, giraba sin embargo en torno a Manuel Godoy,
como bien lo entendió Aranda, nombrado sustituto del depuesto
ministro, quien lo primero que hizo fue visitar la casa del privado para
rendirle pleitesía y pedirle consejo, sabedor de que su cargo estaba en
manos de éste, más que del deseo del propio rey por mantenerlo.
El poder inconcebible de este hombre aumentaba día a día. Asistía a
los Consejos como si fuera una personalidad principesca, cosa que no le
estaba permitida ni al mismo príncipe de Asturias, siendo criticado por
este motivo por aquellos que le envidiaban. Pero su futuro estaba ya
asegurado. Necesitaba de un título nobiliario para asentar su poderío y le
fue concedido el ducado de Alcudia con su correspondiente posesión de
la finca de aquel nombre, terrenos valorados en varios millones y la
grandeza de España que el título llevaba aparejado. Poco más tarde fue
nombrado miembro del Consejo de Estado, alcanzando fama y honores
tan singulares a la edad de veinticinco años.
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Godoy estaba en lo más alto de su fama: era joven, millonario,
duque, consejero de Estado y, lo que creemos más importante, gobernaba
el país a través de la reina y de un ministro viejo y sin ningún sentido de
la dignidad de su misión.
Fotografía del rico valle de Alcudia
Pero a un verdadero hombre de estado, y Manuel Godoy lo era, no
le quedaba otro remedio que demostrar que tantos honores concedidos
por los reyes no eran otra cosa que fruto de sus merecimientos
personales, de su inteligencia y de su obediencia a los monarcas. Y esta
demostración tenía que hacerla gobernando. En este punto se puso a
gobernar y a gobernar bien. Estaba lleno de ideas nuevas con las que
salvar a España, así como provisto de las mejores intenciones para con
sus reyes. Queria hacer algo por su país, comprendiendo que tal era el
único medio accesible para soportar, sin demasiado esfuerzo, los
honores y las riquezas que se le venían a las manos.5
Y Godoy ya no era
teniente general; ahora es capitán general. Después del rey está a la
cabeza del ejército español. Le falta una condecoración preciadísima
para que el duque de Alcudia, grande de España, esté a la altura de
cualquier otro noble. Y se le concede la Orden del Toisón de Oro.
Entretanto, los acontecimientos de la Revolución francesa van
aconsejando tomar una determinación grave. Los años de mayor fama de
Godoy son los mismos en que la monarquía francesa camina hacia el
despeñadero. A los pocos días de tomar posesión como miembro del
Consejo de Estado, ocurren los hechos del 10 de agosto de 1792: el rey
de Francia ha huído con su familia y su autoridad acababa de declararse
suspensa. España tenía que hacer algo para cumplir con sus
compromisos con el país vecino, pero se encuentra con la Hacienda en
ruinas y un ejército sin pertrechar. Godoy no era muy partidario de una
intervención armada, sabedor como lo era de las pocas posibilidades de
las fuerzas ahora a su mando, aunque decide reunir de forma disuasoria a
parte de la tropa frente a la frontera francesa. El viejo Aranda dudaba y
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era más que otra cosa un estorbo, puesto que quien gobernaba
efectivamente era Godoy, de quien los reyes no estan dispuestos a
prescindir de sus servicios, sino que le acumulaban cargos y honores en
un afán de que asumiese todas las funciones de gobierno. Aranda debía
pasar al Consejo de Estado y su vacante ser cubierta por el joven capitán
general, como así se hizo en noviembre de aquel mismo año de 1792.
Los monarcas franceses habían sido presos en el Temple y ya se
veía venir el proceso sobre Luis VXI, en donde un gran compromiso de
honor abriría sobre España las negras alas de la guerra. La confianza de
los reyes estaba puesta de manera firme en el duque de Alcudia, así
como la del pueblo también debía depositarla en él. Godoy fue
nombrado ministro, aceptándole a Aranda una dimisión que éste jamás
había pensado hacer. Desde ese momento los destinos de España
pasaban a depender completamente de él.
Retrato del conde de Aranda, por José María Galván
Nada más llegar al pode Godoy se da verdaderamente cuenta de la
obra que le ha tocado en suerte y se apresta con todo su fuerza e
inteligencia a la tarea de defender a España y salvarla de los riesgos
infinitos y amenazadores que le acechan. Al otro lado de los Pirineos los
problemas se han ido ensanchando. Luis XVI va a ser juzgado y
declarado culpable de alta traición. Por otra parte, ni España ni Francia
desean romper su relación frente al temor de que sea aprovechada por
Inglaterra. España, ya lo hemos señalado, no está en condiciones de
entrar en un conflicto bélico aunque la opinión pública le empuje a ello.
Godoy es consciente de esta debilidad e intenta ofrecer a los
responsables de la Revolución francesa asilo en España para Luis XVI.
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La suerte de aquel rey le conmueve, como le conmueve el dolor de sus
soberanos frente a la desgracia de su familiar y la inquietud que la
Revolución promueve en sus asustados ánimos. Está sometido a juicio
pero espera que le sea respetada la vida. No lo ha consultado con Carlos
IV sabedor de su intransigencia con la labor del rey francés, pero quiere
evitar a toda costa la guerra, al mismo tiempo que desea salvar la vida
del desgraciado rey.
Godoy en sus momentos de máximo esplendor
Para ello se lanza a una proposición completamente inesperada para
todos: la neutralidad española en el conflicto de Francia con las
potencias centroeuropeas, neutralidad que habría de exteriorizarse
mediante una retirada conjunta que las tropas de España y Francia tenían
en los Pirineos, renunciando de hecho las dos naciones a todo propósito
bélico. A esta propuesta se unía una nueva oferta más concreta al
gobierno francés para que España sirviera de refugio a la familia real
francesa. No prosperó, no por las buenas intenciones de Godoy sino,
seguramente, por su falta de experiencia al exponer la petición a un
gobierno revolucionario. Más por el contrario, el gobierno francés
consideró una intromisión en sus asuntos internos.
Los acontecimientos desde ese momento se precipitaron y Godoy,
enemigo declarado de la guerra con la vecina Francia tuvo que
reconsiderar su postura y prepararse para lo inevitable si se llegaba a
ejecutar al rey. El día 30 de enero de 1793 llegó a la capital de España la
21
triste noticia de que el rey de Francia había sido guillotinado el pasado
día 21. Ya no había tiempo para otra cosa que no fuera la guerra,
completamente anulado los campos de la negociación, mucho más
cuando ésta era deseada por el pueblo y por el mismo rey español. No
había mejorado la situación de la Hacienda pero las recaudaciones que se
hicieron fueron millonarias y acudieron muchos voluntarios como
soldados. La guerra tardó en empezar con algunas intervenciones de
nuestros ejércitos de manera desordenada aunque se alcanzaran algunas
victorias españolas. Pero muerto el general Ricardos y encargado del
mando el conde de la Unión, sobrevino la primera derrota grave y el
panorama empezaba a ensombrecerse de forma muy preocupante. A
finales del año 1794 tropas francesas habían penetrado por algunos
puntos de la frontera española y había cometido algunos desmanes en las
poblaciones conquistadas.
El general Ricardos pintado por Goya
Pero la guerra no avanzaba de la forma deseada, tanto por una parte
como por la contraria; la guerra duraba demasiado y el cansancio se
adueñaba de los soldados que no veían claro el fin de la contienda ni el
por qué de la misma. Cuando Godoy buscó nuevamente la solución de
unas negociaciones en Basilea se encontró con que el embajador francés
se encontraba allí con el mismo fin. La paz era deseada por ambas
naciones aunque los tratos comenzaron de una manera muy desfavorable
para España. Los deseos de Francia, en su declarada ventaja, no solo era
la paz sino conseguir una alianza duradera entre ambas naciones contra
el enemigo común, Inglaterra. Por otra parte, Godoy quiso hacerse cargo
en dichas negociaciones de la pequeña figura del príncipe heredero Luis
XVII, reconocido por los demás monarcas extranjeros, que languidecía
tristemente entre los gruesos muros de su prisión del Temple.
22
El asunto era irrenunciable para Godoy y a punto estuvo de llevar
las negociaciones a total fracaso. Afortunadamente para la paz, la muerte
del pequeño príncipe en circunstancias poco claras resolvió el grave
problema que se trataba, ya que la otra hija del soberado ajusticiado no
tenía problemas para ser liberada y dejarla marchar a donde quisieran
acogerla. El resto de las negociaciones no eran más que resolver asuntos
de indemnizaciones y ventajas, claramente favorables a Francia.
Perdíamos en el convenio la parte española de la isla de Santo Domingo
pero no estábamos en situación de negarnos a aceptarlo. Godoy estaba
dispuesto a acabar con la guerra, y acabó con ella, con el consiguiente
regocijo de una población no dispuesta a más sacrificios. Las
consecuencias de una guerra de la que él no era culpable fueron bastante
beneficiosas para el favorito: fue nombrado Príncipe de la Paz, le fue
entregada otra importante posesión, además de importantes honores a
sumar a los ya recibidos.
Busto en mármol de Carrara del teniente general Godoy
Veamos los fundamentos en que se apoyaba el decreto para la
concesión de tan importante título: El bien de mis vasallos y la
conservación de mis reinos no podía verificarse sin la paz que acabo de
hacer con la Francia; mis cuidados no hubieran llegado al efecto que
me prometo para el bien sucesivo de esta Monarquía si le eficacia de mi
primer Secretario de Estado, duque de Alcudia, no hubiese cumplido
puntualmente cuanto a este fin le he mandado. Esta conducta tan propia
de su antigua nobleza, consiguiente al amor con que me sirve, ha
empeñado mi soberanía en términos que de no publicar con alguna
demostración mi aprecio, pudiera esperar poco en que los sucesores en
su empleo siguiesen las huellas de la gratitud. Esta justa consideración y
23
otras de no menos gravedad, que tengo presentes, cuyo bien disfrutarán
mis vasallos, me obligan a procurarle un monumento que lleve a la
posteridad mi aprecio y su memoria. Por lo tanto, he resuelto darle el
título de Príncipe de la Paz con la posesión amplia y absoluta del Soto
de Roma, para que pueda conservar el lustre de sus títulos y familia, y
mando que arreglándose en todo a este mi decreto se ponga en posesión
de la tal finca a la persona que en su nombre comisione el dicho mi
primer Secretario de Estado, duque de Alcudia, prohibiéndole el uso de
este título con preferencia al de Príncipe de la Paz, y mando que sus
herederos y sucesores gocen de este mismo privilegio y posesión de la
finca señalada, con el señorío más amplio que ser pudiere y absoluta
libertad de cargas sobre sus producciones. Tendréislo entendido y así lo
comunicaréis a las personas que sea necesario para su cumplimiento,
como también al interesado para su satisfacción. Dado en San Ildefonso
a 5 de septiembre de 1795.6
De la lectura de estas líneas lo que queda claro es que la paz con
Francia era la liberación de una pesadilla para el rey de España, hecho
que agradece a su interlocutor, aun a pesar de las cesiones pertinentes y
de la triste paz conseguida en Basilea, con tal de acabar con tan
peliagudo problema.
Grabado del Príncipe de la Paz
Pero más que sus discutibles éxitos en el campo de las armas, lo
verdaderamente importante en la vida cortesana de Godoy es su apoyo y
protección incondicional al mundo de las letras y de las artes, así como
la propulsión de instituciones científicas. Antes de estos acontecimientos
que le encumbran y le llenan de honores, Godoy había fundado la
24
Escuela de Veterinaria y es el organizador del examen de médicos e
inspección de farmacéuticos para tratar de frenar la superstición y el
curanderismo. Creó la Escuela Superior de Medicina. Protegió a los
artistas comprándoles sus obras, entre los que se encuentra Goya al que
le encargó le hiciera varios retratos.
Sin embargo, los débiles acuerdos con la vecina Francia marcarían
definitivamente el futuro del personaje. Nuestra debilidad frente a
Inglaterra que desde siempre apetecía nuestras posesiones de ultramar y
que boicoteaba nuestras rutas marítimas con el abordaje y saqueo de
nuestros barcos, nos ponía sin condiciones en manos de una Francia en la
que ya aparecía la relumbrante estrella de Napoleón, quien nos utilizaría
como peón en su ambicioso juego de ir conquistando Europa.
Napoleón estudió desde el principio y con mucho interés la figura
de Godoy. Quiso penetrar en el secreto de aquella personalidad que
había sabido imponerse de forma tan aplastante a sus contrincantes e,
incluso, le aconsejó dar algunos pasos que el extremeño no aceptó en
previsión de su desconfianza hacia un personaje que nada le garantizaba.
Ya no era el joven inexperto al que los halagos podían hacer mella.
Ahora era un hombre de Estado, que con sus luces y sus sombras, quería
alumbrar por sí mismo no dejándose absorber por el brillo del nuevo
estadista francés, por lo que pronto sería mal visto por su Directorio, al
no plegarse a sus directrices, sintiéndose fuerte al ser arropado por el
favor de los reyes. No le quería la aristocracia, sobre la que se había
elevado dejándola atrás, quienes le llamaban falsario usurpador; no le
querían los políticos, a los que había desplazado y que en su insidia le
denunciaban como un inepto causante de las derrotas; no le quería el
pueblo, que le llamaba ladrón y que nunca perdona el escándalo público
del que él era acusado; no le quería la Iglesia por su tendencia liberal,
que le acusaba de ateo. Pero contra todo esos reveses, de momento,
estaba la voluntad de los reyes que le había dispensado su amistad y le
había cubierto de honores.
Un retrato más del valido
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Frente a esta posición múltiple se halla la de quienes la interpretan
considerándolo que sólo gritaban ateísmo los enemigos de la cultura que
Godoy impulsaba; que no tenía derecho a hablar una aristocracia
envilecida que iba a casa del favorito a verle vestirse; que no podían
hablar de ineptitud los políticos que nos habían llevado hasta la situación
en que Godoy no tuvo más remedio que aceptar; que no es un ladrón
quien toma lo que le regalan y que es muy discutible la crápula de un
hombre joven al que se le dirigen sin cesar invitaciones irresistibles.
Naturalmente, no todo el mundo le veía así. Rhode, enviado de Prusia,
sintetiza de este modo el juicio que tiene sobre el favorito Godoy: Tiene
una inteligencia enormemente clara y justa, y cuando el estado distraído
de su ánimo no le permite preocuparse mucho tiempo de una cosa,
compensa hasta cierto punto con una gran seguridad de carácter los
inconvenientes que pudieran resultar de esto. Esta firmeza de carácter,
que le honra, le mantendrá el mayor tiempo posible en su actual carrera
política.7
La gallardía del personaje se ve en este retrato
El favor del rey resite los empujes de las numerosas conjuras que
contra él se producen, mucho más cuando en 1797, a sus requerimientos,
Godoy va a emparentar con la real familia. Fuera posible, en un
momento determinado destituirle de sus cargos, pero si contrae
matrimonio con una sobrina de Carlos III y por lo tanto prima hermana
del Carlos IV, se convertirá de por vida en pariente del Monarca. El 5 de
septiembre un decreto real anuncia que María Teresa de Borbón
Villabriga, hija del infante don Luis, que había contraido matrimonio
morganático, ha elegido por esposo al Príncipe de la Paz.
26
Este casamiento le reviste de los mayores poderes que puedan
pensarse y Godoy es muy consciente de ello en sus enfrentamientos con
los franceses y prefiere por el momento apartarse del poder para así
visualizar los problemas desde una óptica más racional. Solicita al rey
que le separe del puesto de ministro y éste se lo concede, después de
mucho pensárselo, en marzo de 1798.
Pudiera parecer que con esta dimisión se acaba la vida política del
extremeño, pero es todo lo contrario. Aparentemente alejado del poder y
sin nada que le apremie tendrá tiempo para organizarse y prepararse para
un regreso cuando guste o considere oportuno. Mucho se habló de esta
inesperada dimisión y muchos los comentarios sobre posibles causas del
mismo: desde motivos estrictamente personales relacionados con sus
amores con Pepita Tudó hasta la presión de Francia para apartarlo del
ministerio. Lo cierto es que siguió jugando el mismo papel de confianza
del rey, sabedor de que su opinión seguía pesando mucho en la política
española.
María Teresa de Borbón, esposa de Godoy
Creemos que la verdad es muy otra. Godoy sabe que está en el
mejor momento de su vida. Que ya no necesita encargarse personalmente
del poder y lo que es más importante: que no necesitaba el cargo para
ostentar el Poder. Tiene el título de Príncipe de la Paz, está casado con
una Borbón estando emparentado directamente con el rey, por lo que le
están reservados los mismos honores que a los infantes y príncipes de la
Casa Real. El momento más importante será cuando le nazca al nuevo
matrimonio una niña, el 15 de octubre de 1800, en Madrid. La noticia del
nacimiento de la hija les llega a los reyes cuando están en El Escorial. La
reina la recibe como si fuera el mayor acontecimiento que pudiera
27
suceder en el reino y ese mismo día el rey dispone se traslada la Corte a
Madrid, con el único fin de poder visitar a la madre y a la recién nacida,
con las consiguientes protestas de los que se tienen que desplazar en lo
que era un largo viaje, sin entender por qué se le da semejante
importancia si no es miembro de la familia real. El caso se cierra cuando
la niña es llevada por la marquesa de Monte Alegre a la propia
habitación del rey donde se realiza su bautismo. Después, acompañada
por una sección de alabarderos, es conducida al Palacio Real donde le
espera la reina. Las formalidades cuyos detalles describo –dice Alquier–,
por muy aburridas que sean, no se recuerda que se hayan practicado
nunca, excepto para los hijos del Rey o los de los príncipes de la familia
real.
Retrato de Carlota Luisa Godoy y Borbón
Pero los honores extraordinarios no terminan aquí; los reyes han ido
después del bautizo a la casa del Príncipe de la Paz, han comido allí, han
condecorado a la recién nacida con la Orden de la Reina y le han hecho
regalos espléndidos.
Mientras tanto, el poder del Estado, ocupado nominalmente por
Urquijo pasa a Cevallos, familiar de Godoy y en buenas relaciones con
éste que es quien realmente sigue gobernando el pais. Y es en estos
tiempos cuando Napoleón decide enviar a Madrid a su hermano Luciano
como embajador con una idea preconcebida. Sabe que Portugal, amiga
de Inglaterra es una plaza muy apetitosa para su gran proyecto de
dominio de Europa, pero que antes tiene que controlar a la decadente
España que no está en los mejores momentos de su historia. Este interés
comienza con la desestabilización del gobierno metiendo cizaña en las
imposibles relaciones entre la poderosa figura del valido Godoy y la
insignificante pero maliciosa persona del príncipe de Asturias que se
siente desplazado tanto del amor de sus padres como de los problemas de
gobierno que por naturaleza a él le corresponderían.
28
Luciano se percata muy pronto de las debilidades de la Corte
española donde el divorcio entre las esferas gubernamentales y el pueblo
es cada vez mayor. Pronto hace amistad con Godoy al que juzga
favorablemente: Es un hombre de extraordinaria belleza –escribe– y en
modo alguno carece de dignidad personal. Tiene inteligencia abierta, en
contraste con lo que sus enemigos han pretendido… en suma, en medio
de su pode extraordinario, ha manifestado moderación, y no ha hecho
más que defenderse contra sus enemigos.8
Otra cosa que le sorprende al
nuevo embajador es que en la Corte española se abriga la esperanza de
casar a la infanta Isabel con el mismo Napoleón, sabedores de que sus
relaciones con Josefina están rotas porque no puede darle hijos. Pero los
proyectos de Napoleón sobre España son otros muy diferentes a los que
aquí se proyectan.
El futuro rey Fernando VII
Lo primero que Napoleón exige al gobierno español es el
cumplimiento del pacto de Basilea por el que España está obligada a
prestar su ayuda a Francia en sus querellas contra Portugal, fuel aliada de
su enemiga Inglaterra. Pero el regente de la vecina nación es yerno de
Carlos IV, quien resiste la presión del francés confiando en la amistad de
Inglaterra y en la imposibilidad de que su suegro le ataque. La respuesta
por parte española es la invasión de parte de la vecina nación,
completamente desguarnecida, en la que Godoy, como general en Jefe de
las tropas, recibió como trofeo de la triunfal campaña unos ramos de
naranjas, que rápidamente hizo llegar a María Luisa.
La llamada guerra de las naranjas había sido su gran triunfo militar,
y el dorado fruto era símbolo de una ilusión de victoria, difícilmente
creible. La paz se firmó en Badajoz con la pérdida de la ciudad de
29
Olivenza par la nación portuguesa, costándole el puesto a Luciano como
embajador, porque a Napoleón no le gustó el que las tropas francesas no
hubieran tomado parte del conflicto.
Godoy, después de aquella guerra y de las turbulentas gestiones
para que Napoleón ratificase el tratado, disfrutó de una época de
descanso dedicándose nuevamente a proteger la cultura y dotar a España
de unas instituciones modernas. Su afán de ayudar a Goya está por
encima de la maledicencia referida a sus relaciones con la reina María
Luisa que éste refleja en sus famosos Caprichos. Funda el Instituto de
Fomento, que con uno u otro nombre ha llegado hasta nuestros días en
forma de Ministerio, teniendo como objeto la propulsión de toda suerte
de trabajos en pro de la cultura pública, y que será la simiente para la
creación de un ministerio de Instrucción pública.
Napoleón como Primer Cónsul
Godoy, que ostentaba el título de Príncipe de la Paz, por una broma
perversa del destino, estaba forzado por éste a decidirse siempre por la
guerra. España, encerrada en un círculo de fuego por la enemistad
irreconciliable de Francia e Inglaterra no podía mantener la neutralidad
más que siendo sumamente fuerte y no era este el caso, aunque sí lo era
como para que los dos contendientes buscaran o aspirasen a su
colaboración, por mucho que los buenos deseos de Godoy intentaran
alejar a España de estos enfrentamientos. Todavía era muy poderosa la
flota española mandada por marinos muy expertos y muy necesarias las
riquezas que desde sus territorios de ultramar llegaban a su suelo y que
incitaba a la codicia de sus adversarios. Godoy, amante de la paz
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paradójicamente se encontraba en medio de aquel desconcierto
lastimoso.
La situación tan peligrosa tuvo un respiro con el concierto entre
Inglaterra y Francia llamada la paz de Amiens, que era una paz
imposible entre las dos naciones de la que salía beneficiada
momentáneamente España. Dicho momento de tregua tuvo una
consecuencia favorable como fue la boda del Príncipe de Asturias,
después reinando con el nombre de Fernando VII, con la princesa María
Antonia de Nápoles, que significó un relajamiento y una gran alegría
para un pueblo que se sentía en situación de peligro.
Casa palacio comprada por Godoy y María Teresa de Borbón
Fernando era un personaje que atraía la atención tanto dentro como
fuera del país. Para los españoles, a disgusto con lo que venían viendo de
la familia real gobernada por Godoy, era la gran esperanza.
Naturalmente, el heredero no podía ver con buenas ojos la figura y el
poder del que disponía el favorito, ni mucho menos podía estar de
acuerdo con la forma por la que le suponía había alcanzado dicho poder,
pero carecía del valor y de la catadura moral como para enfrentarse
directamente con él. Tuvo que sera través del error napoleónico y de la
falta de energía española las que rindieran un fruto al que Fernando no
había prestado nunca una eficaz colaboración. Tal culpable fue él como
su padre, y ambos más que Godoy, de que Napoleón creyera empresa
fácil adueñarse del trono de nuestra Patria.9
A estas alturas del año 1803, sigue siendo el extremeño el factor
dominante del gobierno. Beurnonville, nuevo embajador francés que
31
observa atentamente cuanto sucede a su alrededor escribe en sus
primeras impresiones: Todavía no tengo opinión definida sobre el
Príncipe. Tiene la impresión de ser un gran hombre; pero a quien haya
hablado con él dos veces, y haya percibido su falta de conocimiento, ha
de maravillarse que el príncipe tenga a toda España a sus pies. Él quien
lo dirige todo; o tenemos que ligarlo a nuestros interese o derribarlo.10
Es decir que mientras que Godoy esté en el puesto nada tiene que hacer
Francia sobre sus planes. Y así se decidió. La guerra entre Francia e
Inglaterra vuelve a estallar nuevamente y Francia exige a España que
intervenga en su ayuda de acuerdo con los pactos de Basilea, a lo que no
está dispuesto Godoy, que espera pacientemente el desarrollo de la
misma para así mover ficha, pero recibe la amenaza de ser invadida por
un ejército francés de cien mil soldados.
Escudo de Godoy
Godoy sabe que dicha amenaza es por el momento inaplicable toda
vez que Napoleón está embarcado en una guerra con media Europa y no
tiene fuerzas para hacerlo, pero toma nota del asunto, porque entiende
que de cumplirse la amenaza España no podrá hacerle defenderse. Frente
a la firmeza de Godoy, Napoleón apuesta por emplear contra él todos los
comentarios y vilezas que sobe su persona corren por la Corte. En una
carta a Carlos IV le indica todo lo que de verdad y mentiras se han
acumulado sobre su persona. Las razones de su privacidad, su
ambición… todo. Carlos IV no es rey de su reino. Godoy le suplantado y
él se siente enojado por este hecho y desea ayudarlo. Desea que sea feliz
y le pide arroje al favorito de lu lado.
Godoy sabe de la carta que todavía no ha sido entregada al rey.
Como también es sabedor que el efecto que pueda causar la carta no es
su marcha sino la entrada de España en la guerra, y decide hacer un
sacrificio, renunciando a todo su poder con la condición de que dejen en
32
paz a España. No surge efecto su oferta y la carta es entregada al rey
aunque no surte efecto porque Godoy consigue hábilmente que el
soberano no la lea. Pero la dilación y los deseos de paz no pueden seguir
y se tiene que firmar un nuevo pacto por el que se sustituye la
colaboración armada por un subsidio tan crecido que era como si
tuviéramos que pagar una guerra que no hacíamos. Era la más clara
confesión de nuestra debilidad, al no poder hacer frente a una guerra y
pagar por ello una elevadísima cantidad, mereciendo la repulsa de la otra
parte contendiente, Inglaterra, que en el otoño de 1804 declara la guerra
a España atacando por mar a los barcos españoles, sabedora de su mayor
potencia, cortando las comunicaciones con América e infligiéndole una
enorme derrota que lastraría para siempre el futuro de nuestra nación.
Palacio de Osuna comprado por Manuel Godoy
Mientras tanto, Napoleón, que no ha podido doblegar la voluntad de
Godoy intenta ahora atraérselo. La obsesión está en hacerse con Portugal
y para ello necesita de España aunque luego tenga que pasar por encima
de ella. El fin de su epopeya es invadir Inglaterra pero necesita una gran
victoria por mar y para ello necesita de los barcos españoles, al mismo
tiempo que elimina ese gran centinela avanzado de los ingleses que es el
suelo luso. Y visto que Godoy es el único que dirige los asuntos trata por
todos los medios de atraérselo como amigo, tratando directamente con él
como forma de agraciarse.
La razón por la que Godoy cede a los requerimientos del Napoleón
es la clarísima enemistad que le han declarado el príncipe heredero y su
mujer, quienes se jactan públicamente de que si muriese el rey, el primer
acto que harían sería encarcelar al privado. Éste sabe que mientras tenga
a Carlos IV no habrá problema; pero siente la necesidad de tener una
33
posición de independencia que le garantice el futuro. Y el único que
puede ampararle en el futuro es Napoleón, que cuando quiere, para
premiar un servicio, fabrica un reino y nombra rey a un amigo o a un
pariente. Esta convicción la saca Godoy de una carta que le envía el
Emperador y en la que se dirige a él como “querido primo”, que es la
fórmula en la que se dirigían unos a otros los miembros de la realeza.
Napoleón no tenía nada que ver con las familias reales europeas desde su
condición de humilde corso, pero se había erigido a sí mismo a la
elevada dignidad de Emperador, por lo que abría la ilusión de nuestro
ministro cuando comenzó a leer la misiva.
Retrato de Godoy, por Francisco de Goya
Creemos que estas serían las razones por las que Godoy prestó su
apoyo a Napoleón, que daría como resultado nuestra heroica presencia
en la triste batalla de Trafalgar, el más importe combate naval de todos
los tiempos, en la que la flota franco-española, dirigida por el nefasto
vicealmirante francés Pierre Villeneuve, fue aniquilada por la inglesa y
en la que murieron Churruca, el teniente general del mar Federico
Gravina y el vicealmirante Horatio Nelson, verdadero héroe desde esos
momentos para los ingleses. De aquel desastre definitivo para los
interese españoles, sin que pretendamos echarle la culpa, Godoy recibió
la condecoración francesa de la Legión de Honor. Era también el
comienzo de su decadencia.
Fernando y su esposa, que saben de la protección que ejerce
Napoleón sobre la persona de Godoy y teniendo puntual conocimiento
de las ambiciones del Emperador para imponer a su familia en los
nuevos territorios conquistados, traman complots en los que la vida de
los reyes, no digamos la de Godoy, resultan amenazadas. El Príncipe de
la Paz se siente realmente en perigeo y con fecha 20 de febrero de 1806
le escribe una carta a Napoleón en la que textualmente le dice que se
entrega al Emperador siempre y cuando que éste le considere como una
34
pieza útil para su sistema: Estoy dispuesto a convertirme en objeto de la
bondad y del favor de Su Majestad Imperial, y si esto estuviese conforme
con sus intenciones, en elemento del gran sistema político que debe
asegurar al mundo la libertad de los mares y la paz de Europa.11
Godoy
piensa en Portugal como posible destino de sus ambiciones futuras, sin
saber que el Emperador lo empleará a él como un simple peón de sus
estrategias, donde España es pieza apetecida a uncir en el carro de sus
triunfos. En definitiva, Godoy aspira a ser rey de Portugal.
Batalla de Trafalgar, cuadro de Auguste Mayer
No iba mal encaminado el Príncipe de la Paz en sus fantásticas
aspiraciones. Su actitud sumisa ante el Emperador y la ya
incomprensible estolidez de Carlos IV decidieron a Napoleón a acciones
más atrevidas. Propone que después de la conquista de Portugal, una
parte de este territorio se le conceda al fantástico rey de Etruria; otra
parte sea regida por Godoy; que el regente de portugal pase al Brasil y
que una pequeña zona de la provincia de Guipuzcoa le sea atribuida al
emperador de los franceses. Godoy, aun dentro de su alegría por ver
conseguido sus deseos, se resiste a entregar una parte de España. Cuando
por fin cede, ya Napoleón se ha olvidado del tema, absorbido por
problemas más acuciantes y de mayor envergadura.
Desde esos momentos Godoy entra en un estado de despecho
cercano al odio al saberse engañado, tanto en sus frustrados deseos de
reinar en una parte del territorio vecino, como al darse cuenta de que
Napoleón le ha utilizado como si él fuese la llave que le abriera las
puertas de la invasión del territorio español. El miedo a las intenciones
del emperador le intimida por lo que puedan significar en contra de él,
del rey y de España. El pánico se apodera de su ánimo y decide hacerle
frente con las pocas armas que le quedan, enviándole notas a Napoleón
en las que se le señala que las cosas en España han cambiado y que los
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acuerdos firmados quedan sin contenido. Pero Napoleón, ebrio de éxitos
por las victorias que está consiguiendo en Europa, está lleno de
seguridad frente a tan débil enemigo. Cuando finalizan y se resuelven
con victorias las preocupaciones en Europa, Napoleón decide afrontar
definitivamente la cuestión de Portugal. Su plan ya está trazado desde
hace tiempo. Sabe que toda posible oposición estará condicionada por el
miedo a su triunfal carrera militar.
En octubre de 1807 se concierta el acuerdo suscrito entre España y
Francia por el que de forma secreta de estipula el traslado de más de
300.000 hombres que atravesarán libremente el territorio español, para
marchar sobre Lisboa. Desde el momento del cumplimiento de dicho
acuerdo, la suerte estaba echada para Godoy, para los reyes y
desgraciadamente para España.
La carga de los mamelucos, de Goya
Godoy, al que se le seguía ofreciendo el principado del Algarbe
portugués distaba mucho en estos momentos de fiarse de Emperador
francés y sufría por ver a las tropas francesas atravesar y apoderarse del
territorio español, al mismo tiempo que sufría en carnes propias la
agudización de la conjura de la que era eje el príncipe Fernando, que
trataba de derribar al mismo rey, tratando de derribarlo a él. La primera
parte de esta burda y torpe conjura salida de su camarilla de
incondicionales, entre los que estaban el duque del Infantado y su asesor
religioso, el cura Escoiquiz, es descubierta cuando Fernando se propone
adelantar su advenimiento al trono. No tuvo consecuencias porque el
principal culpable era el heredero al trono, aunque él cobardemente
descargara la responsabilidad en sus asesores. Este incidente abrió bien
los ojos del favorito quien se dio pronto cuenta de que su posición y su
propia vida peligraban frente a las ambiciones de un personaje tan poco
escrupuloso como lo había demostrado ser el príncipe Fernando y su
36
camarilla, que nunca le perdonarían sus éxitos y honores. La tierra le
temblaba bajo los pies y ya ni el propio rey, tan amenazado como lo
estaba él, era garantía de salvación. Y el pueblo comenzaba a rumorear
sordamente, con ese rumor de tempestad que tienen los movimientos
populares y que se anuncian como las tormentas en el cielo.
Los hombres que se han elevado con una rapidez vertiginosa,
experimentan un terror singular al establecer el contacto con las últimas
consecuencias de su actuación. Parece que todo se coordina para el
hundimiento que parece cierto y pavoroso. Entonces la brillantez y los
honores de antaño parecen indeseables y no se quiere más que el
descanso y la vida; un rincón apacible donde vegetar y el olvido de toda
responsabilidad de gobierno. La voluntad vacila y la energía decrece.
¡Piedad para el hombre agobiado que ya lo ha gustado todo en la vida
menos la vida misma! Es lo que parece desear Godoy: huir, descansar,
no caer en la sima abierta… esa parece ser su única obsesión en estos
momentos de incertidumbre.
Godoy en un cuadro de Antonio Carnicero
Pero Godoy ya no era dueño de su futuro. Su paso atrás fue
necesario, aunque de nada le valiera. En febrero de 1808 el abismo se
abrió y él lo contemplaba aterrorizado. El rey, en su bobalicona
prepotencia creía a pie juntilla que las usurpaciones de la que estaba
siendo objeto por parte de Bonaparte eran imposibles. Pero Napoleón,
más realista que el estúpido rey había metido ya más de cien hombres en
suelo español. El 22 de diciembre de 1807 entraba en nuestro territorio,
sin previo aviso, el segundo cuerpo de observación de la Gironda y el
general Dupont establece su cuartel en Valladolid. En enero de 1808
37
Marcey entra con treinta mil hombres más. En febrero llega Murat como
general en jefe y representante directo de Napoleón. Sería estúpido
pensar que lo que está pasado no es el principio de un final anunciado. Y
Godoy, que es consciente de ello propone a los reyes la huída a las
posesiones americanas quedando el príncipe Fernando como su
representante más directo. El heredero finge aceptar pero ve el momento
más oportuno para asentarle al favorito el golpe más directo y definitivo.
Difunde la voz de que Godoy quiere que los reyes salgan de España para
dejar paso libre a Napoleón. A mediados de marzo se produce la
sublevación popular contra Manuel, perfectamente orquestada por la
camarilla del príncipe de Asturias. El hecho ocurre en Aranjuez donde en
esos momentos se encuentra la Corte. Todo estaba perfectamente
preparado por sus enemigos: pasividad absoluta de la fuerza armada,
libertad sin freno para aquellos que quieran asaltar y destruir…
Cuadro sobre el Motín de Aranjuez
Hoy sabemos que los enemigos de Godoy perfectamente arropados
por la autoridad del heredero son los directores del montaje de Aranjuez,
para lo que ha sido necesario pagar grandes cantidades de dinero a los
asaltadores directos del palacio del Príncipe de la Paz, han quemado sus
pertenencias y arrojado por las ventanas sus enseres en un acto de
vandalismo y de odio sabiamente orquestado. Sería estúpido pensar que
un simple motín callejero pueda tener éxito en una ciudad como
Aranjuez tomada por el ejército y en la que está toda la Corte española.
Por el contrario, hay que pensar que la camarilla del príncipe de Asturias
hace tiempo que tiene todo en sus manos, perfectamente estudiado. Las
turbas se dirigen al asalto de la residencia del Príncipe de la Paz. Vela la
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guardia de Corps, que nada hace. Velan las demás tropas que patrullan
por las calles y deja hacer. Vela la población asustada que se atrinchera
en el interior de sus domicilios. Velan los revoltosos que van en busca de
Godoy para arrestarlo. Así es como se entiende que pudieran llegar hasta
las mismas puertas de su domicilio sin que nada ni nadie les impidiera
cometer los desmanes que cometieron. La casa es asaltada y destruidos
los enseres. Sólo la princesa de la Paz, que ya nada tiene que ver con el
Príncipe, es respetada y puede salir libremente. Godoy no es encontrado
y los asaltantes, sabiamente dirigidos, sufren una gran decepción.
También los reyes creen que la habilidad del príncipe le ha salvado la
vida. Nadie piensa que un pobre hombre, acobardado y temiendo por su
vida se ha escondido en el último rincón del desván a la espera de una
salvación que no se produce.
Monumento en Badajoz a Manuel Godoy
Nadie pensó que el hambre y la sed obligasen al hombre más
poderoso de España a salir de su escondite y entregarse al primer
soldado con el que se encontró, asustado, sucio y con las ropas
desgarradas. Así pudo la gente darse el gusto de pasearle por el pueblo
como si fuera una pieza de caza. No le mataron, como pudieron hacerlo
si lo hubieran cogido en el momento del Motín, pero le empujaron, le
pegaron, le insultaron y le hirieron tanto física como moralmente
mientras le conducían hasta la presencia de su enemigo el príncipe
heredero. Para su deshonra, el hombre poderoso de antaño es conducido
hasta unas caballerizas y allí queda tendido, humillado sobre un montón
de paja.
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La caída de Godoy era esta vez irremediable y definitiva. La suerte
de los reyes estaba en cierta manera unida a la del hombre al que habían
protegido contra todo y contra todos. A Godoy se le pedía la vida, pero a
Carlos IV se le pedía la corona. Y el rey, acobardado y falto de apoyos
tuvo abdicar en su hijo. Pero el problema de España no era en esos
momentos la vergonzante abdicación del rey en un personaje abyecto
como lo era su hijo Fernando. El problema verdadero eran los planes de
invasión del país por parte de Napoleón Bonaparte. Murat acababa de
entrar en la capital del reino y pocos días después entraba el príncipe
Fernando entre el fervor de la multitud que lo aclamaba como el
Deseado.
Grabado del apresamiento de Godoy
A Napoleón, muy atento a los acontecimientos que se desarrollaban
en España, no le convenía que nadie ocupase legítimamente un trono que
había decidido usurpar. No quiso reconocer la abdicación y en una
jugada perfectamente estudiada atrajo a Bayona a la increíblemente torpe
familia real, teniendo el pueblo, desde ese mismo momento, que buscar
por sí mismo la salvación.
Godoy ya no piensa en ser rey, ya no piensa en ser príncipe ni
duque. Sólo piensa en sobrevivir. También María Luisa, la reina, quiere
que viva y se porta como lo que ha sido siempre con él: su verdadera
amiga. Los enemigos del favorito, siguiendo el guión escrito hace
tiempo, piensan que éste debe ejecutarse tal y como la habían planificado
en el momento del Motín de Aranjuez. Ahora piensan que Godoy debe
ser trasladado a Madri el mismo día en que Fernando entra triunfante por
la Puerta de Alcalá. Para él significaría una muerte segura. Hubiera sido
despedazado por la multitud enfebrecida que nunca le había perdonado
sus triunfos.
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Los ruego de María Luisa coinciden con las instrucciones de
Napoleón, quien por humanidad o porque todavía cree que Godoy puede
servirle en sus proyectos, ha encargado que se le respete. Interviene
Murat y el favorito es rescatado y puesto a salvo en la ciudad de Pinto,
para poco más tarde y con escolta militar, recorriendo media España y
viajando de noche y de tapadillo, es llevado a Francia. Una vez en
territorio francés tiene una entrevista con el Emperador, quien siente
verdadera curiosidad por conocerle. Napoleón siente más respeto por
quien se ha elevado a costa de su propio esfuerzo que por los príncipes
de las casas reales en plena decadencia, seguramente porque veía en el
extremeño su propia imagen de ganador, desde sus modestos orígenes,
en un mundo de familias reales hereditarias y corruptas.
Hundido, desorientado, preso de conveniencia, Godoy llega al
fondo de su verdadera ruina política, mucho más que cuando estaba
herido y humillado en el pajar de Aranjuez, firmando el convenio por el
cual Carlos IV cedía el puesto a Napoleón para que mantuviese el orden
en España y designase para sucederle al príncipe que tuviese a bien
nombrar el emperador. Debía de ser Godoy quien certificase aquella
renuncia de Carlos IV al trono de sus mayores en beneficio del
extranjero.
Escultura de Martínez Giraldo en Badajoz bajo la que se pensaba enterrar los restos
de Godoy
No vamos a contar aquí nuevamente las graves consecuencias que
supusieron para España la invasión francesa, ni la heróica respuesta del
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pueblo español para recuperar su soberanía. Si no teníamos ejércitos
capaces de hacer frente a las aguerridas tropas francesas, sí teníamos un
pueblo capaz de sacrificarse en aras de su libertad. Mucha sangre costó,
pero España escribió nuevamente una página histórica de valor y entrega
a unos ideales. Lástima que tanto sacrificio no fuera respaldado por un
rey traidor y perjuro que una vez en el poder adjuró la constitución,
masacrando y persiguiendo a aquellos que le habían rescatado el trono.
Godoy, después de una forzada residencia en Pésaro, espera estar
exiliado definitivamente en Francia. Nunca recobrará su poder político ni
los títulos que le fueron arrebatados, más que un reconocimiento legal y
tardío. Es un príncipe en el destierro que mantiene la protección de otros
reyes destronados, con los que mantiene en su propia casa de Roma
tertulias, pero del que nadie se acuerda, pese a sus grandes y reconocidos
servicios a su patria, por muchas que sean sus equivocaciones. Cuenta la
leyenda que pobre y abandonado, es un pobre viejo que pasea por las
plazas de París contando a los muchachos viejas historias de su
espléndida juventud, sin que estos le crean. Su dramática separación de
su esposa, que le odia y que se ha queda a vivir en Madrid, la condesa de
Chinchón y el posterior abandono de su amante y nueva esposa Pepita
Tudó junto con los hijos que con ella había tenido, mancan la soledad de
un hombre que había sido el más importante y con más poder de España.
Un recuerdo en su ciudad natal de Badajoz
En 1813, con cuarenta y cinco años, viviendo todavía en Roma
cerca de los reyes de España que ya han cumplido los sesenta, Godoy es
el niño preferido de los viejos monarcas. Lo que hubiera pasado pasó y
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sólo queda un hálito de familia, de estar juntos, de comentar las cosa en
común. Cuando hay que recordar las grandezas pasadas Godoy es el
héroe, como así lo hacen saber los reyes de España, sus amigos de
siempre y a los que siempre fue fiel servidor, tanto en los momentos de
éxito como en los de infortunio.
Nunca perdió la esperanza de recuperar su antigua grandeza, frente
a la aceptación de sus soberanos que se sienten felices en su nueva
situación. Pero los acontecimientos que se producen en Europa le van
restando ilusión por un futuro cada vez más incierto. Las derrotas de
Napoleón que empiezan en Bailén y siguen con las llamas de Moscú le
llenan de incertidumbre. El declive es tan rápido que arrastra con él al
único apoyo con el todavía podía contar el valido. Pero aún más penoso
que la soledad en que se encuentra es la terrible persecución a la que le
somete el nuevo rey de España. Fernando VII había consagrado a Godoy
un odio sin tregua y siempre estaba al corriente de lo que éste hacía o
deseaba frustrando siempre sus deseos. Su misma estancia en Roma es
discutida por el rey felón que desea su expulsión del país. El Príncipe de
la Paz ha dejado de existir. Sus títulos no le son reconocidos y sus
numerosos bienes confiscados definitivamente por el nuevo rey. Su valor
le es negado y es acusado de altas traiciones a su patria. Era un hombre
lleno de vigor a sus cincuenta años pero estaba muerto en vida.
Sobrevivía de la ayuda que le prestaban sus reyes y bienhechores que
nunca le olvidaron pese a sus cortas disponibilidades económicas, y que
ahora en la desgracia le querían y le admiraban mucho más que antes.
Grabado del gran Godoy
Era consciente de que con la desaparición de los reyes acabaría esa
pobre ayuda que recibía y que a partir de esos momentos su desamparo
aumentaría, mucho más cuando Pepita Tudó con la que se había casado
después de quedar viudo, le había abandonado, quedándose con lo poco
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que pudo salvarse en su salida al destierro. Sus conjeturas se cumplieron
cuando en pocas fechas de diferencia murieron los reyes. Primero fue
María Luisa, que le dejó en testamento todos sus bienes, aunque la férrea
mirada de Fernando VII hiciera imposible que esto se cumpliera. Godoy
la lloró, como no podía ser por menos, y su muerte le acarreó una grave
enfermedad de la que tardó en salir. Poco después fallece el rey y el
valido vuelve a enfermar, hasta el punto de que muchos piensan que
también él está el borde de la muerte. Pero milagrosamente se repone y
sigue en su desvalimiento y pobreza. Rechaza el refugio que le ofrecen
en Inglaterra y sin otra cosa de más interés que hacer, ahora que han
muerto los reyes y que ha buscado refugio en París tratando de pasar
desapercibido entre la muchedumbre de los barrios humildes, se pone
mano a la obra de escribir sus Memorias, en las que pretende defenderse
de tantas ofensas recibidas, al mismo tiempo que trata de exculparse de
sus posibles errores.
En París, en el populoso barrio de la Ópera, en un cuarto piso de
una casa en la calle Michodíère, vivió muchos años un viejecito de
impoluta estampa, buena estatura y amable maneras. En los días de sol
salía a pasear y se sentaba en los bancos de un hermoso jardín próximo a
su casa donde se entretenía echándole migas de pan a los pajarillos que
se acercaban a él sin temor, o se entretenía contemplando o hablando con
los niños que se le acercaban, rememorando, tal vez, su niñez en una
ciudad de Extremadura, rodeado de amigos y familiares. La gente le
apreciaba porque sabían que aquel viejecito era español y vivía desde
hacía muchos años en París, pero nadie sabía que aquel “señor Manuel”
había sido un hombre importante. Estos últimos apuntes terminan
cuando Godoy o el “señor Manuel” para sus vecinos parisienses tenía ya
ochenta y tres años, muchos achaques y nadie que pudiera reconocerlo y
testimoniar quién era en realidad. Tampoco en España, ahora gobernada
por una nieta del rey que le había encumbrado, se acordaban ya de aquel
hombre que había sido en otros tiempos el personaje que había regido los
destinos de la nación. Todo era muerte a su alrededor: muertos estaban
Luis XVI y su hijo al que Godoy quiso salvar de un futuro incierto.
Muerto los reyes y muerto su gran enemigo Fernando, al que no le
guardaba rencor. Muerto el gran Napoleón, una víctima de sus propias
contradiciones y ambiciones desmesuradas. Muertas sus esposas y
desaparecidos sus hijos que nunca quisieron saber nada de él. Francia
había tenido después otros reyes que también habían muerto, una
revolución en 1830 y otra revolución en 1848. Todo era diferente de sus
mejores tiempos y nada comprendía ni le interesaba de los actuales.
Todavía, antes de morir, tiene tiempo para saber que Isabel II, ahora
reina de España, le ha rehabilitado de sus títulos y de su fortuna, pero
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que no puede reclamarlas porque sus actuales dueños entablan un pleito
tras de otro. Sus abogados le dicen que puede usar de nuevo su título de
Príncipe de la Paz o el que le venga en gana, pero a sus años, qué le
importa a este hombre viejo y cansado semejantes honores. Bastante
tiene con vivir los días que le quedan y buscar la paz de conciencia que
le ha faltado durante tantos años. Y un 4 de mayo de 1851, cuando acaba
de cumplir los ochenta y tres años, aquel hombre que hacía amucho que
había muerto para el mundo, deja esta tierra con la sencillez con la que
había vivido sus últimos y largos años de expatriación.
Es tan pobre, que no tiene dinero para su sepultura, por lo que es
enterrado de pobre, hasta que un alma caritativa, sabiendo de la
importancia de aquel pobre hombre hoy desconocido, decide pagarle una
humilde sepultura en el cementerio de Père Lachaise, en donde para
vergüenza de España y de Extremadura, aún se conservan sus restos.
Tumba de Godoy en el cementerio de Père Lachaise, de París.
El periódico Hoy, de Badajoz sin fecha que yo pueda reproducir, en
un detallado artículo informa que los restos de Godoy serán repatriados a
su ciudad natal para lo que el escultor Martínez Giraldo ha hecho una
escultura que será montada en la plaza de Minayo, esquina con la de San
Atón, en cuya base se piensan colocar los restos del extremeño de más
alto rango que ha tenido Extremadura. Dicha inauguración se espera sea
el día 6 de junio de 2008, año en que se conmemora el segundo
centenario de la guerra de la Independencia. El proyecto cuenta con el
acuerdo del Excmo. Ayuntamiento de Badajoz, la Diputación, Caja
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Badajoz y el mismo Diario Hoy, quienes pretenden rescatar la figura de
su paisano y que éste sea conocido por todos los extremeños.
Magnífico deseo que hasta la fecha, 23 de diciembre de 2011, no
hemos visto cumplido, alegando en otro posterior artículo que dicho
traslado no se ha podido llevar a efectos porque se está buscando al
propietario de la tumba, sin cuyo consentimiento nada se puede hacer.
Esperemos que sea este el único escollo a salvar y pueda ser traido sus
restos a Badajoz, tal y como era él manifestó en numerosas ocasiones.
Que así sea.
Ricardo Hernández Megías
Madrid, 23 de diciembre de 2011
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