MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN - El Diario...

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Señor director de El Diario Montañés:

Querido, te escribo estas letras tan apresuradas como angustiosas mientras una pistola me está apuntando en la sien. Amigo, mi situación es de vida o muerte. El que esté redactando la carta

bajo presión no quiere decir que lo escrito no sea sincero. Esto es una confesión y, en esta hora suprema, lo mejor es decir la verdad. He sido secuestrado y mis secuestradores me piden – es un eufemismo piado-so- que se arroje luz sobre varios asuntos de mi vida empresarial. Y que se hagan públicos por medio de la prensa. Una especie de reportaje que puedes encomendar a alguno de tus redactores. El hombre que me está apuntando en este momento me indica que el relato debe de aparecer sin que se mencione el hecho de que estoy retenido, y a merced de la buena o mala voluntad de los que me mantienen en esta situación. Hasta el momento no me ha sido comunicado si es un grupo político u otra cosa. No me lo dicen. Lo úni-co que me está indicando la persona que mantiene el cañón de la pistola apoyado en mi cabeza es que no debes dar cuenta a la policía. ¡Por Dios te lo pido! Anoche, al volver desde la oficina hacia mi casa del Paseo Pereda, se detuvo un coche en el bordillo de la acera y una joven bajó la ventanilla para preguntarme, aparentemente, una dirección. Mientras lo hacía, otra joven que había en el asiento de atrás abrió la puerta y me dijo, con una sonrisa, que subiera al vehí-culo. No lo hubiera hecho nunca, claro. Pero no tuve tiempo de reaccionar. Alguien me dio un empujón y caí en el regazo de la joven. Todo se hizo negro. En ese momento había varios transeúntes por la calle. Re-cuerdo a alguien que paseaba un perro de aguas. Nadie hizo nada por ayudarme, nadie, como si no vieran ni oyeran. Y eso que di un grito de auxilio… ¡Solo contestaron unos ladridos! El único que reaccionó fue el animal, querido director. Incluso creo que logré entender su nombre. Escuché que decían algo así como: «¡Calla, Merlín, calla!» Pero no estoy seguro. Mi desaparición de casa y de la oficina quizá pueda presentarse como una desaparición voluntaria… En fin, amigo, haz lo que puedas, mi vida está en tus manos. Que los que cuenten mi historia no tengan pie-dad. Mi historia no soy yo. Al fin y al cabo, nunca he sido lo que parezco.

MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN

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La casa huele fuerte, a madera seca y a berza concentrada. Es vieja y oscura, más ahora, con la luz difusa del atardecer, que se pierde tras las cortinas de tela amarillenta. La vieja cacharrea en la coci-na. Se ha emperrado en servirme una tila que, dado el caso, supongo que me vendrá bien. Aunque hubiera hecho mejor ofreciéndome un Valium, porque esto es de locos. Se levanta uno un día perio-

dista y se acuesta detective, por la gracia de Dios y del señor director del periódico, que la verdad no sé a qué anda con esta historia. El señor H. desaparecido, escribiendo desde quién sabe dónde con una pistola aca-riciándole las meninges y nadie sabe nada. Y no, no se puede decir nada, pero yo tengo que contarlo todo… El reportero cavila mientras intenta retener los detalles. Los detalles son la clave, siempre lo son, decía Pla. Pero no, aparentemente todo cuadra, no hay nada extraño. Una tele vieja que gorgotea a medio volumen, estampitas en las paredes, el viejo sillón con el culo de la señora bien dibujado y una inmensa cesta de mim-bre que aglutina la mitad de las reservas de lana de la península, con varias agujas asomando como juncos entre las matas de tonos beis. Todo gastado, pálido, ancestral. La vieja llega traqueteante por el pasillo, con-centrada en no derramar el contenido de la taza que tiembla entre sus manos arrugadas. La taza echa más humo que un barco de vapor. Debí haberlo supuesto. Como las infusiones de mi abuela. Las señoras, con la edad, desarrollan una capacidad inaudita, realmente sobrehumana, para soportar el calor. Con lo que, has-ta que pueda beberme eso tengo, por lo menos, media hora. Ideal para hacerla hablar. Es la portera, y como buena portera se ha convertido en una extensión de su ventana. Todo lo ve, todo lo observa. Como un dios en la penumbra. Cuando he llegado, ahí estaba. Y no sé por qué, pero no me fio un pelo de ella. Algo me dice que tras su apariencia frágil, torpe y cándida se esconde una harpía de categoría. Las conozco bien. Mi esca-lera siempre estuvo plagada de ellas. En cuanto al periódico, ya pensaré por dónde empezar a contarlo. De momento, con la excusa del reportaje trataré de descubrir el paradero de H. Porque, si además de contar este extraño caso, consigo resolverlo, entonces me veo ascendido al consejo editorial. Sea pues. El redactor coge aire y dirige una sonrisa a la vieja. Una sonrisa engalanada, pero tensa como la cuerda de un arco. «Herminia, ¿no tendrá usted por casualidad un perro llamado Merlín, no?»... El redactor coge aire y dirige una sonrisa a la vieja. Una sonrisa engalanada, pero tensa como la cuerda de un arco. “Herminia, ¿no tendrá usted por casualidad un perro llamado Merlín, no?”

ÁLVARO GARCÍA DE POLAVIEJA

CAPÍTULO 2

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La pregunta era estúpida, pensó el director del periódico cuando a la mañana siguiente el redactor le refirió aquella ingenua pesquisa. El muchacho era torpe, pero Gabriel Ceballos ganaba tiempo para masticar la desconcertante confesión de Horacio Huidobro, propietario de El Diario Monta-ñés, ávido coleccionista de piedras minerales y prolífico entusiasta autor de novelas sin lectores,

con quien acostumbraba a compartir largas sobremesas. Ni Huidobro, ni su portera, ni el periodista Ginés Arenal sabían quien era Merlín, testigo de aquel secues-tro. Pero a Gabriel Ceballos el nombre de aquel perro de aguas le cubrió el alma de una glacial zozobra que le desveló hasta el amanecer, sofocándose sólo de imaginar que Mariola, dormida a su lado, pudiese pene-trar en el ardiente recuerdo de aquel bolero. La mañana también brotó amarga para la inquietante política Úrsula Madariaga -segunda mujer de Hui-dobro, madrastra de las gemelas Casilda y Camila- que derramó un chillido al leer en el periódico un enig-mático anuncio por palabras. El tiempo saca a la luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora brilla. Frente a un afilado acantilado en Ajo embestido con furia por el mar, otra perpleja mirada también reco-rrió esta frase con encendido interés. Y a esa misma hora en una solitaria cabaña de Resconorio, en el vértice de la montaña pasiega, una mujer apuró el café, apagó el portátil, subió las escaleras y se sentó frente al espejo de su habitación con un lápiz de labios rojo en la mano. Un hombre llamó a la puerta. A ella le sonó a música el tenue golpe de sus nudi-llos contra la madera. Un perro de aguas ladró con familiaridad. En la mente de Gabriel Ceballos se repe-tían las notas de un bolero cuando se enfrentó a los ojos de Amanda Zubizarreta.

OLGA AGÜERO

CAPÍTULO 3

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La esbelta figura se recorta en la puerta del chalé, mientras el aire cargado de iodo diluye la espesa atmósfera del interior. El hombre sentado en la butaca no aparta la mirada del televisor, que sólo reproduce nieve.–Al ver la cita de Horacio en los anuncios por palabras he pensado en usted, señor Huidobro.

El hombre responde sin dejar de mirar el hipnótico baile de puntos luminosos en la pantalla.–Eres muy suspicaz. Y además ilustrada, ¿quién me lo iba a decir? ¡He contratado a la asesina ilustrada!La mujer se acerca al televisor con elásticas zancadas y lo apaga con un gesto preciso.–El problema es suyo, es demasiado previsible. ¿Ha pactado un código? ¿Para quién es?–Aunque así fuera, no es de tu incumbencia.Una pistola se materializa en la mano de la mujer. Una Walther PPK con las cachas de madera de roble descoloridas por el uso.–No me gusta esperar. ¿Está seguro de que todo saldrá como piensa?Se sienta en el sofá en la postura del loto, siempre frente a él. Con un movimiento enérgico hace correr el cierre para introducir una bala en la recámara y apunta directamente entre los ojos de Horacio Huidobro.–Razonablemente seguro. Gabriel intentará suavizarlo, pero cuento con Amanda.La pistola vuelve a desaparecer, en medio de un silencio que enseguida se vuelve incómodo. La mujer deja caer al suelo sus zapatos deportivos y empieza a juguetear con los botones del pantalón.–Tenemos un poco de tiempo, ¿no es cierto?–Semanas aún.El pantalón cae junto a los zapatos, y con el resto de las vestimentas van conformando una aterciopelada colina sobre el parquet del salón. La mujer es ahora una esfinge desnuda y provocativa.–No es que me parezca mal -la voz le traiciona por culpa de los nervios -, sólo espero que esto no te afectecuando tengas que matarme.

FERNANDO CALDERÓN

CAPÍTULO 4

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No, querida, no te preocupes. No serás el primer muerto que cargue a mi espalda. Mientras ha-blaba, Huidobro había recogido el pantalón de la mujer para extraer la semiautomática, que ahora bamboleaba con desidia en su mano izquierda. –¿Cómo…?, dijo ella. El cuerpo insolente era ahora un animal acorralado.

–‘Asesina ilustrada’, es necesario medir cada palabra, especialmente cuando implican exclusivas millona-rias. Pareces una principiante.–No sé de qué me estás hablando.La mujer intentó alcanzar la camiseta.–Entonces quizá no sea yo el ‘demasiado previsible’. Fue tu encuentro con el tipo de Ajo lo que puso a eseperiodista sobre una pista que puede comprometerme.El sonido del disparo agujereó la penumbra. El vientre de la mujer, un sensual fragmento de carne pocos segundos antes, empezó a convertirse en una masa sanguinolenta.–Probablemente ni siquiera tengas el honor de ser el último.Condujo todo el trayecto envuelto en un silencio hostil, mineral. Su mente volvía caprichosa a la noche del secuestro. Sólo el roce de las fotos de las gemelas, colgando del retrovisor como un San Cristóbal des-ocupado, lo sacaban de su ensimismamiento de vez en cuando.Cuando la velocidad del motor bajó, Merlín se levantó impaciente para mirar a los viandantes a través de la ventanilla del copiloto. La trufa brillaba bajo las luces irreales de la bahía. Huidobro alargó el brazo dere-cho.–Sabes dónde estamos, ¿eh?Se alegró de que no hubiera nadie en el garaje. Sacó la caja con las fotos del maletero y salió a la calle para entrar al edificio por la puerta principal. Se paró junto a la vieja portería y tras comprobar que la pistola seguía en el bolsillo interno de su chaqueta presionó ligeramente el timbre. Merlín olisqueaba el felpudo de rafia.–Soy yo, Herminia, abre la puerta.

YOLANDA FUERTES

CAPÍTULO 5

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Por el pasillo, secándose las manos en el delantal, avanzaba quejumbrosa la señora Herminia. –Ay, señor! Esta ‘reuma’ me está matando. Huidobro esbozó una cansada sonrisa. En aquellos portales, donde (dicen las malas lenguas) los días de sur los señoritos reciben por detrás, el eco daba teatralidad a las palabras de la ‘señoruca’.

La tensión y la violencia de los últimos acontecimientos habían agotado física y mentalmente a Huido-bro. Necesitaba parar un momento; servirse un coñac, encender un cigarro y planificar el siguiente paso. La casa de la vieja portera siempre había sido un refugio seguro. Un lugar estratégicamente situado para pasar desapercibido de la policía. Aprovechó la caída de la tarde para acercarse a Puertochico, a esas horas no había muchos curiosos asoma-dos a la dársena. Subió a bordo de una antigua embarcación de madera, el Naroba (dice la mitología celta que es el lugar donde se junta la fuerza del mar y del hombre) y extrajo del tambucho de proa un legajo de amarillentos papeles. Colocó los viejos documentos sobre la mesa de cartas con la esperanza de poder relacionar las fotos con los informes oficiales. A primera vista llamaban la atención unos membretes del Ministerio de la Gobernación, águilas entre columnas, nombres como Juanín y un tal H. y palabras como maquis. Esta imagen le trasladó a unos tiempos pasados de penuria, lucha y miedo.Unas millas al este de la bahía de Santander, el periodista Ginés Arenal intentaba componer el puzzle de acontecimientos y casualidades en el escenario del crimen recién descubierto. El haz de luz del faro de Ajo parecía señalar el rumbo de los acontecimientos. Mientras en la ‘rampla’, como dicen los pescadores de Puertochico, un perro de aguas jugaba con un mule que agonizaba en la orilla, desechado por un pescador.

ENRIQUE GORDALIZA

CAPÍTULO 6

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Varios coches de la Guardia Civil se agolpan a la entrada del chalé de la tranquila urbanización ‘La Ojerada’ de Ajo. Blanca Olivares, capitán y responsable de la Policía Judicial se abre paso entre el tumulto. Su jefe le ha dado una nueva oportunidad asignándole este caso.Todo está muy confuso aún; no hay cerraduras forzadas, lo cual hace sospechar que la victima

conocía a su asesino; falta el arma con el que se ha cometido el crimen y además, está esa misteriosa foto de grupo encontrada entre las ropas de la mujer asesinada.Mientras, en un bar cercano a la playa, el periodista Ginés Arenal, lee la página de sucesos del Diario Mon-tañes en la que destaca un titular: «Brutal asesinato en Ajo» – Quizás he sido demasiado brusco, piensa.Da un sorbo a su café y mira el reloj. Su cita se retrasa.Olivares termina en el lugar del crimen y se dirige, casualmente al mismo bar. Oculto tras su portátil, el periodista no da crédito, ve entrar a Blanca Olivares en el bar y su cabeza se lle-na, por un momento, de recuerdos de juventud. Fueron novios hace tiempo.Nervioso, cierra rápidamente el periódico y disimula. Las palabras «nada de policía» retumban en su cabe-za.– ¿Ginés? ¡Cuanto tiempo!– Hola Blanca, si, la verdad es que han pasado años...Los dos conversan animadamente ajenos al motivo que les ha llevado hasta allí. Ginés pone como excusa un reportaje gastronómico para el periódico y Olivares, confiada, no duda de su palabra.Un agente irrumpe en el bar y se dirige a su superiora, es hora de regresar al cuartel para sacar conclusio-nes. Se despiden, ninguno de los dos sospecha que este rencuentro será tan sólo el principio de una carre-ra contra reloj para resolver el caso.Al salir, Olivares se cruza sin saberlo con Ernesto, ‘el tipo de Ajo’ que llega tarde a su cita con Ginés.

MARIOLA CAMPO

CAPÍTULO 7

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Al verle, Ginés se puso en pie y le dio un cordial apretón de manos al que Ernesto le correspon-dió con desgana, dejándose caer en la silla mientras el redactor volvía a tomar asiento.El reportero comenzó la conversación con refinados agradecimientos y más cháchara intras-cendente que Ernesto estaba demasiado cansado para escuchar. Sólo pudo fijarse en el pe-

riódico que descansaba sobre la mesa. «Brutal asesinato en Ajo», rezaba el titular que había leído esa ma-ñana. «Horacio está haciendo de estas situaciones algo demasiado frecuente… Porque no cabe la menor duda de que ha sido él», se dijo. La mujer en cuestión ha muerto tan solo unas semanas más tarde de que Ernesto se reuniera con ella y desvelara el secreto –uno de tantos– de su antiguo amigo. Sabía lo arriesga-do que había resultado, pero no podía permitir que el nombre de Horacio Huidobro permaneciese limpio cuando su pasado no lo era. Durante años, había experimentado cómo una vida de esfuerzos no daba re-sultado, mientras su amigo triunfaba en todos los aspectos, solucionando los problemas por medios bas-tante turbios. Dueño de un periódico, marido de una mujer hermosa que cuando se cansó de ella, casual-mente desaparece en extrañas circunstancias. En ese momento, a Úrsula Madariaga poco le importó el tiempo que Ernesto le había demostrado amor; prefirió pasar a ser la segunda esposa de Horacio. A partir de ahí, el ascenso político, el poder, el olvido, el desprecio… Aquella unión fue suficiente para que el ‘tipo de Ajo’ decidiera que ya era hora de sacar la ver-dad a relucir, después de tantos años dejándose comer por el rencor. Y por eso estaba allí, dispuesto a rela-tar su historia, punto por punto, a aquel periodista con vocación de detective.

CARMEN LAPTEV ALONSO

CAPÍTULO 8

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Eres Gines Arenal? Me dijeron en el periódico que te encargabas del secuestro y decidí llamarte. Sé algunas cosas. Soy Ernesto, pero te comes mi nombre y el del pueblo. No quiero que sepan que hemos hablado. Juegas con tipos peligrosos, pero si resuelves el acertijo lo mismo ganas un Pu-litzer o lo que sea que ganéis los periodistas en España. Te voy a confesar que te veo muy novato

y no acabo de entender que para investigar el secuestro del gran propietario, del divino Huidobro, hayan elegido a un ‘pisaverde’. Lo mismo eres la hostia de bueno. O no hay mucho interés». Le gustó a Arenal que el hombre hiciera gala de un estilo sincero, casi brusco. No acababa de entender qué le podía interesar de los cuentos de aquel retirado en una antigua vaquería de Bareyo donde se dedicaba a la cría de perros de agua. Comprobó la grabadora y siguió escuchando, tomando notas, abriendo cada vez más los ojos.«Bueno, secuestro ya te digo que no ha sido. ¿Te has enterado de la chica asesinada? Habló conmigo ano-che. Venía con un encargo de un tipo siniestro –dijo–, al que una amiga y ella habían secuestrado de ‘men-tirijillas’ porque quería cantar algo muy gordo que haría temblar a varios políticos, un chanchullo que na-ció con las tierras robadas por la dictadura a los maquis. La mujer me preguntó si «a pesar de todo» estaría dispuesto a un último servicio a cambio de «uno de esos sobres» bien cargaditos.«Se fijó, la pobre, en mis niños. Porque aquel tipo siniestro tenía uno igual. Cuando hicieron el teatro del secuestro, otro hombre lo estuvo sujetando para que no la liara, el animalito. Todo un poco ridículo, hasta el nombre del perro, Merlín, le hacía gracia». Hablaba demasiado.«Yo regalé un Merlín a Huidobro hace años. ¿Sacas las mismas conclusiones que yo, chavalín?».

REGINO MATEO

CAPÍTULO 9

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Ginés Arenal no tenía ni idea de las conclusiones que el tipo de Ajo había sacado, pero sí podía ase-gurar que no eran las mismas que las suyas propias, más que nada porque él no conseguía sacar ninguna. Cuanto más avanzaba en esta historia, menos sentido le encontraba a todo. Ni siquie-ra veía la conexión entre unas cosas y otras, o qué papel jugaba cada quien en este asunto. Se

guardó bien de confesárselo a su interlocutor, claro, pero Ginés no podía dejar de pensar que quizás tuviera razón, que este asunto le sobrepasaba, le venía grande. Mientras Ernesto saboreaba su café con orujo, aparentemente abstraído, la cabeza de Ginés seguía traba-jando a mil por hora, intentando hacer encajar las piezas. Ahora, además, resulta que la mujer asesinada tenía algo que ver con el secuestro, o falso secuestro, según este tipo le acababa de decir. Y aún había otra mujer implicada, y un hombre que se ocupó del perro. Si Merlín era, o había sido, el perro de Huidobro ¿Por qué lo mencionaba en su carta de una manera tan extraña? ¿Por qué la portera decía no conocerlo? ¿Qué tenía que ver la vieja en todo esto, qué tenía que ver el perro, y dónde estaba el puto perro?En Resconorio, Amanda se despertó sobresaltada. Desde que comenzó todo este asunto no había dormido bien, y ahora miró el reloj, perdida la ubicación temporal. Recordó vagamente que, en su duermevela, ha-bía oído a Gabriel despedirse y que, desde la puerta, había gritado: “Me llevo el perro”. Se puso en pie, ya despejada. No sabía qué planes tenía Gabriel ni por qué se llevaba el perro, y empezaba a pensar que cuanto menos supiera era mejor. ¿Por qué habría accedido a meterse en este lío?Conectó el portátil y puso la cafetera. Cuando salió de baño, el aroma del café inundaba la cabaña. Se sirvió una taza y la degustó con deleite. Casi terminada, se sentó y consultó las noticias. La taza se le cayó de la mano. Brutal asesinato en Ajo. Una mujer es hallada muerta de un disparo en un chalet de “La Ojerada”.Amanda no necesitaba leer más, no necesitaba que la policía científica confirmase la identificación de la víctima. Esto daba un giro que superaba sus peores presentimientos. Aquí había algo más que lo que Ga-briel la había contado para convencerla de entrar en lo que, supuestamente, era un simple juego del que todos saldrían beneficiados. Todo se estaba volviendo turbio, apenas podía respirar.

PAZ HERRERA JUBETE

CAPÍTULO 10

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No podía apartarla de su cabeza, ¿por qué la metería en esto?, se repetía una y otra vez mientras lainvadía un profundo sentimiento de culpa. Aún recordaba su última conversación: – ¡Con todo el dinero que ganemos con este juego me iré a vivir a Cuba! – y las dos soltaron una sana y since-ra carcajada.

Ambas estaban convencidas de que, tal y como Gabriel había asegurado, este ‘secuestro’ iba a resultar una mera distracción de la que todos sacarían tajada. Pero ahora todo había cambiado. Su amiga. Su compañera. Su hermana había sido asesinada por un hombre al que ella despreciaba.Se vistió rápidamente y con una frialdad de la que, según Gabriel, ella carecía siempre, escribió una nota: Sé lo que le habéis hecho a Amaya. Pagaréis por ello.Atemorizada por lo que le pudiera pasar, rebuscó en el armario, sacó una bolsa de deporte, varias prendas de ropa y apresuradamente cogió el coche en dirección al aeropuerto de Parayas. Nunca más volvería a ver a Gabriel.Ya en casa, Ginés se preparaba un café y una aspirina. Las migrañas volvían a visitarle una vez más. Abstraí-do en los pensamientos que se revolvían en su cabeza, el periodista jugueteaba haciendo pequeñas bolitas de papel. Ordenadamente, redondeaba los pequeños trozos de folio, y los apilaba uno a uno sobre la mesa. Ya desde pequeño tuvo que escuchar reproches sobre sus fobias y manías, y lo inapropiado de dedicarse al periodismo, «profesión sin futuro» según su padre. Ahora tenía algo importante entre manos, algo que podría cambiar las opiniones que sobre él vertían las personas de su alrededor. Angustiado, por no sacar nada en claro de aquel acertijo, se levantó de la mesa del comedor y comenzó a pasear por la estancia. Recorrió con la vista las estanterías, que le recordaron que limpiar de vez en cuando no le hacía mal a nadie; repasó la lista de películas que quería ver y de la ausencia de tiempo libre; observó sus libros uno a uno, ordenados alfabéticamente, como pequeños tesoros. De repente sus ojos se posaron en uno de ellos que le llamó poderosamente la atención: ‘Guerrilleros y maquis. Represión en los territo-rios republicanos en Cantabria’. Apresuradamente cogió el libro en sus manos y se preparó otro café. La noche iba a ser larga.

ALBA PASCUAL

CAPÍTULO 11

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La noche iba a ser larga. La amargura del café se instalaba en su paladar mientras su mirada avanza-ba por las páginas del libro. Poco a poco consiguió relajarse: El texto captó poderosamente su aten-ción, como si las páginas del libro contuvieran la clave del embrollo. ¿Qué buscaba exactamente? Ni siquiera él lo sabía, aunque sentía un pálpito que le impedía cesar de leer.

El tiempo caía lentamente, como la cera de una vela. «Aquí está la clave, aquí está la clave», repetía Ginés como una letanía. «Aquí está la clave». De pronto, un golpe de calor le sacó de su letargo. Las ascuas del cigarro sobre su piel chamuscada tenían la culpa. «Tengo que dejar de fumar», se dijo. Aunque fumar es un problema secundario cuando no llegas a la treintena y te estás quedando calvo. Por un momento se imagi-nó como Ernesto: calvo, resentido, y con unos cuantos perros por toda compañía. Con la sensación de encontrarse en punto muerto se levantó bruscamente, se vistió y salió de su casa de la calle Ataulfo Argenta. Necesitaba tomar el aire, ordenar sus ideas y salir del laberinto, pero una figura familiar pasó por delante de su portal llorando a moco tendido. «¿Qué coño hace Herminia a estas horas?». Siguió discretamente a la vieja hasta el contenedor más cercano, dónde arrojó con saña una bolsa llena de papeles. Ginés esperó que la portera se hubiera alejado lo suficiente para rescatar el botín, ajeno a la mirada de un Horacio Huidobro que contemplaba la escena fuera de sí.«¡Puta vieja! En mala hora hice esa promesa. No sirve ni para tirar una bolsa de basura», bramó. El recuerdo del pasado le golpeó de nuevo, y la maldita imagen de siempre cruzó su cabeza: era el rostro del miedo en los ojos de aquel maquis. Nunca olvidaría esa mirada.

PABLO PÉREZ-GÁNDARA BOLADO

CAPÍTULO 12

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Nos conocimos en Bruselas, cuando Ginés era corresponsal del Grupo Woccento y yo cobraba mi nómina de la Federación Europea de la Industria Química por conseguir documentación e in-fluencias para evitar que la Comisión Europea limitara las exportaciones de abonos químicos a países subsaharianos.

Mantuvimos la amistad cuando Ginés regresó para trabajar en El Diario y yo volví al fallecer mi padre para hacerme cargo de su empresa especializada en la exportación de hamburguesas de pollo a Marruecos y Tú-nez, mediante una empresa instrumental que gestionaba Abdelilah Ramid, hombre cercano a los círculos influyentes de Rabat.Necesito que organices un encuentro con Úrsula Madariaga, con quien tienes una excelente relación, me dijo Ginés mientras cenábamos en Los Peñucas. Necesito avanzar en este lío en el que estoy o en el que me han colocado. Ella me puede proporcionar información.Los tres nos reunimos a comer en mi casa para evitar testigos y después de horas de confidencias, humo y whisky, Ginés avanzó algunas conclusiones. Blanca Olivares, mi antigua novia, sabe quien asesinó a Amaya y unirá este nombre al de Amanda, las pu-tas más caras de la ciudad sin escrúpulos dentro y fuera de la cama. Blanca no tardará en localizar a Hora-cio Huidobro porque vigilan a Herminia las veinticuatro horas. La fortuna de Huidobro la amasó su padre, Arístides Huidobro, amigo de Franco, Director General de Abastecimientos después de la Guerra y respon-sable de muchas de las expropiaciones e incautaciones que se hicieron entonces. Gabriel Ceballos, hijo de quien fuera secretario personal de Arístides, conoce estas historias, aunque le faltan algunas pruebas. Sabe que Arístides y su padre se apropiaron ilegalmente las tierras y haciendas de algunos maquis.Úrsula solo esperaba la confirmación de un depósito en Suiza de dos millones de euros, para salir de España con sus hijas. Hace tiempo que cerró su particular capítulo con Horacio.

JESÚS CABEZÓN

CAPÍTULO 13

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Con suerte, este caso hará que todo explote». Gabriel Ceballos, director del periódico, escudriña su envejecido rostro frente al espejo después de otra noche de insomnio. Con gesto derrotado, desliza los dedos por su piel seca. Horacio fue siempre mejor. Ese ensañamiento no lo abandona. Desde niño ha sentido rabia por la fortuna, a su juicio inmerecida, de la que siempre ha disfruta-

do el hijo del todopoderoso director general de Abastecimientos. «Tantos años después...». Ceballos dibuja una mueca que pretende ser sonrisa. Toda una vida dedicada al periodismo, pero con la losa de una supues-ta lealtad hacia Huidobro. Gabriel se apoya en el lavabo. Cierra fuerte los ojos y se contiene para no gritar. Lo ha intentado, nadie puede decir lo contrario. Ha llegado a ser lo que siempre deseó: un profesional de la prensa, un comunicador temible al que todos los poderes se someten. Incluso, llegó a tiempo para echar un par de carreras ante los grises y subirse, así, al carro del antifranquismo. Su trayectoria es, de cara a la gale-ría, intachable. No deja de ser irónico. Él, que se crió a la sombra del dictador... No sobre su gallego regazo, ese honor se lo cedió siempre a Horacio, que era el importante, después de todo. Huidobro nunca ha dejado de utilizarlo como a un pelele. Quizás se creía en el derecho de hacerlo, al ver la manera displicente con la que trataban a su padre en la corte de El Pardo. A estas alturas, sin embargo, Gabriel Ceballos está lejos de considerarse un mártir. Nunca ha sido valiente. El ejemplo paterno, sin duda, no ayudaba a ello. Era muy niño entonces, pero recuerda con precisión el tartamudeo de su padre, en plena protesta contra los planes de Arístides de robar las tierras de los maquis. Su imagen, malvada y burlona, se le ha quedado grabada en la mente. ¿Por qué sigue ayudando a Horacio? Muchas veces ha pensado en coger el teléfono y contarlo todo. Pero siempre se arrepiente en el último momento. «¡Eres un mierda!», grita al espejo. Y rompe a llorar.

PABLO SÁNCHEZ

CAPÍTULO 14

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En El Puntal, un niño juega con un cubo y una pala. Otro pisotea lo levantado tras tanto esfuerzo. El castillo de arena se desmorona.Así lo veía Horacio desde su barco. Había fracasado. Con el secuestro. Con Herminia tratando de borrar el rastro. «Estos criados de pueblo, nunca entienden nada», musitaba. Tendría que destruir

él los papeles. Ahogarlos en la mar, que cobija todos los secretos. Casi todos.Demasiados testigos. Lo sabe Úrsula. Afecta a su familia. Lo sabe Ernesto. Tomó nota de todo. Lo sabe Ga-briel. No va a resistir la presión. Amanda habló con alguien. Uno de sus propios periodistas está cerca. Si hasta investiga la Policía. Una mujer, dónde se habrá visto. Padre jamás lo hubiera permitido.Padre. Todavía recuerda aquel día. Cuando Padre le llevó a la provincia a ver las tierras que habían «ganado» a esos bandidos. Muchos de ellos habían pasado a ser sus siervos. De la mano de uno, entraron en una casa abandonada y se toparon con el secreto. Nunca olvidará la cara de terror de aquel maquis.A partir de ahí, Padre y los demás tejieron el manto de mentiras. Se repartieron documentos y silencios, y se conjuraron para legárselos a sus herederos. Por siempre. El principal secreto estaría a buen resguardo. Todo estaba atado y bien atado. Al llegar a la ciudad, cada uno recibió un perro de aguas. Como si fuera cosa de magia.No se trata de dinero. Va de poder. De quién manda en esta ciudad. Pero las cosas estaban cambiando. Le habían traicionado. Los suyos. Estaba solo, y tener un periódico ya no bastaba.«En cuanto encuentren a Merlín y miren en su collar, tendrán la llave. Y se sabrá todo». Horacio aceleró, mirando de reojo al barco que le llevaba acompañando demasiado tiempo.Ya estaba llegando al faro de Ajo. Necesitaba saber si décadas después todo seguía en su sitio. Al desembar-car, vio la silueta de un fantasma. «No puede ser, tú estás muerta....». «No, querido, a tu pesar, sólo desapa-recida. Y lo recuerdo todo»

OSCAR ALLENDE

CAPÍTULO 15

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Horacio sintió vértigos, las rodillas le fallaron y tuvo que apoyarse en las rocas hasta que estuvo sentado sobre la arena. –Mírate, eres tú el que parece muerto, murmuró la mujer con zapatos de tacón. Cuando recuperó el resuello, Horacio precisó desde el suelo que efectivamente era el ros-tro de su primera mujer, la madre de sus dos hijas Casilda y Camila; y principal cómplice en aquel

lugar donde enterraron el secreto hace ya tanto tiempo. –¿Qué está pasando? Algo va mal, ¿lo has visto?, se repuso Horacio, aún agitado e incómodo, porque aquel lugar olía a cálida humedad de cloaca. –¿Y qué hay de ti? ¿Alguna vez te preguntaste si podías jugar con ello? ¿Lo pensasteis, todos?, gritó ella con la cara desencajada por un sentimiento confuso, entre la ira y el terror. Él pensó en matarla por segunda vez, en ese preciso momento; pero la inteligencia le animó a escucharla, a recuperar el pasado entre repro-ches y lamentos. Los vértigos volvieron, el tiempo se desdobló y en la semiinconsciencia recordó la cueva en la montaña. El testimonio de los que se echaron al monte, las historias de brujería y magia del valle. Y la maldita imagen del horror en los ojos de aquel maquis pareció más viva. Pensó que nunca les hizo falta trabajar mucho la mentira porque ellos fueron los vencedores de la guerra; pero fue fácil porque las principales cavilaciones apuntaron siempre a fortunas robadas, a tierras expropiadas o vidas fusiladas. Nadie intuyó jamás la ver-dadera naturaleza del poder que encontraron. Por eso cavaron bien profundo y lo escondieron allí mismo, bajo el faro. Para que permaneciera bajo su control, a su servicio, para perpetuarlos como élites morales e intelectuales, por siempre. Horacio despertó empapado en sudores fríos, rodeado de las luces de media docena de barcos más. Ahora todos los cómplices retornaban a aquel lugar, como en un aquelarre, tirando de las correas de sus perros de aguas. Eran caras lo suficientemente conocidas como para entenderse sin mediar palabra. Y así, en silencio, abrieron la puerta oculta bajo el faro…

JOSÉ CARLOS ROJO

CAPÍTULO 16

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La humedad de la noche se adhería a los huesos de Horacio mientras el resto de los botes se acer-caban a la orilla. Tenía que ser rápido, en menos de diez minutos todos estarían en la playa. Era la hora de descubrir si sus sospechas eran ciertas. Horacio encendió su linterna y se adentró en la cueva. Esa misma entrada que los contrabandistas habían usado durante años era la misma que

conducía al lugar que durante tanto tiempo había sepultado su secreto.Horacio avanzó despacio por un terreno escarpado que subía justo hasta una pequeña cripta que se encon-traba bajo el faro. La falta de luz le hizo tropezar un par de veces pero finalmente llego a la puerta que daba acceso a la cripta. Respiró hondo. Esperaba que estuviese ahí, y que las sospechas que llevaban días rondan-do por su cabeza se desvaneciesen al traspasar esa puerta. La puerta chirrió al ser empujada por Horacio, que dio dos pasos y se perdió en la oscuridad de la estancia. Inmediatamente supo que algo no andaba bien, algo parecía distinto a la última vez en la que estuvo allí, aquella vez en la que todos pactaron que su secre-to quedaría enterrado en esa cripta para siempre. Con la inquietud del que tiene la certeza de que algo que iba a cambiarlo todo había ocurrido, se acercó rápidamente a la pared oeste donde estaba el nicho en el que tanto tiempo atrás lo habían depositado pensando que ahí permanecería oculto hasta que ninguno de ellos estuviese ya en este mundo. Horacio movió la piedra. El nicho estaba vació. La caja no estaba. Todas sus sospechas se habían confirmado. Abandonó la estancia a toda prisa y se dirigió velozmente a la salida.La luz de la luna iluminaba el final del camino y los ladridos de los perros jugando en la playa confirmaban que todos estaban allí. Horacio no había tenido tiempo de pensar qué les iba a contar, pero estaba seguro que fuese lo que fuese no le iban a creer. Amartilló el revólver que llevaba en el bolsillo y salió de la gruta…

JAVIER GANDARILLAS

CAPÍTULO 17

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El café que Ginés había pedido en una cafetería de la Plaza Pombo echaba humo, últimamente esa bebida se había convertido en su mayor aliada para soportar las noches de investigación. El humo del café le recordó a aquel té que le había preparado Herminia la primera vez que la vio. Y enton-ces pensó en ir a visitar a la vieja portera, estaba claro que ella sabía más de lo que decía.

Aún quedaban piezas por encajar, este caso le consumía los pensamientos las 24 horas y necesitaba resol-verlo.Se levantó de su butaca, bebió el café de un sorbo y se encaminó hacia el Paseo Pereda, al fin y al cabo, sólo tardaría un par de minutos en llegar al portal donde vivía H. «Ella me llevará hasta Horacio, ella me llevará hasta Horacio», se repetía una y otra vez; lo que no se esperaba era que sus deseos se fueran a cumplir tan rápido...La mañana era cálida y el ambiente estaba cargado. «No es normal este calor en estas fechas», pensó mien-tras sus pasos le acercaban cada vez más a ese dichoso portal.Entró en la portería y de repente todo cambió, su corazón se aceleró y supo que algo gordo estaba pasando. Herminia, entre lágrimas y con la mirada aterrorizada dijo: «Esto tiene que acabar». Ginés no daba crédito, el destino quiso que esa mañana decidiera ir a visitar a la vieja portera. Allí estaba él, en el suelo, incons-ciente, empapado de los pies a la cabeza y oliento a salitre.–Herminia, ¿qué le ha pasado al señor Huidobro?–Cuando he llegado ya estaba aquí, balbuceó la octogenaria.Ginés sólo podía mirar al cuerpo inmóvil de Horacio ¿qué le habría pasado para estar así? ¿Quién se lo ha-bría hecho? Y sobre todo, ¿cómo ha llegado hasta aquí? Miles de preguntas invadían la mente del pobre pediorista convertido a detective cuando se fijó que una pequeña nota asomaba del bolsillo derecho del desaparecido. ‘Sé lo que le habéis hecho a Amaya y pagaréis por ello’ acertó a leer.Y entonces, abrumado por la situación supo que había llegado el momento: era hora de llamar a Blanca Oli-vares.

NATALIA SAN JOSÉ

CAPÍTULO 18

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LLa vieja radio Motorola chisporroteó fuertemente antes de anunciar la llamada de la central. Una voz surgió de aquel vestigio negro y polvoriento de las telecomunicaciones que había ido pasando de coche en coche y al cual aún le quedaba mucho futuro en el cuerpo de policía visto el último recorte en el presupuesto.

–Blanca, hay un aviso de llamada urgente para ti, ¿no tienes el móvil encendido?–Lo siento Miguel, olvidé que lo apagué a la hora de comer ¿de qué se trata?Ni se acordaba del móvil. Había sido una semana de mierda y un puño apretaba inflexiblemente su corazón desde hacía varios días. Su abuelo, ‘el Pepe’ Olivares, les acababa de dejar para siempre. Sí, su querido abue-lito, su ‘abu’.–Es una llamada de un periodista, dijo el comisario. –Es un tal Ginés Arenal. Dice que te conoce y que es urgente. No ha querido dar más detalles ¿podrás contactarle?–Sí, yo me encargo, respondió ella.«¿Qué querrá?», pensó Blanca mientras recordaba el breve encuentro en Ajo hacía unos días. En el mo-mento le pareció extraño que quisiese hacer un reportaje culinario de un antro como aquel, pero tampoco quiso darle más vueltas. «El pobre Ginés, ¡si es tan inocente!». Sus manos buscaron impacientes el móvil en la guantera. Pronto encontró su ajado iPhone, lo encendió y una manzanita plateada se dibujó en su panta-lla. Mientras esperaba volvió a pensar en su ‘abu’ y lo mucho que le echaba de menos. Recordaba con cariño las largas temporadas en la casa del pueblo. Aquella casa que tuvo que construir en un mísero terreno a las afueras, después de que, como le contaba con lágrimas de impotencia en los ojos, «aquellos fachas de mier-da» le robasen todas las tierras y posesiones de la familia. «Las tierras y algo más», repetía cada vez que lo narraba, «algo muy especial, algo por lo que luchamos codo con codo muchos hermanos y por lo que se de-rramó mucha sangre». Ella, tan inocente entonces, no le daba mayor importancia y le parecía otra divertida batallita del ‘abu’. «¿De qué hablaría?», se preguntó, «por desgracia ya es muy tarde, nunca lo sabré».La manzanita dio lugar a un menú poco familiar en la pantalla de su teléfono.–¡Ya me lo han cambiado todo! Desde que se murió Jobs… ¡ay! ¿Dónde se llamaba?Blanca lo encontró en la agenda y marcó el número.

BRUNO CENDÓN

CAPÍTULO 19

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Marcó el número de Ginés con desdén, al fin y al cabo ella era un alto cargo de la policía y estaba con un gran caso y él era un simple periodista de tres cuartos que se dedicaba a hacer repor-tajes gastronómicos. En el fondo se sentía impaciente por la llamada, no era normal en Ginés llamar sin avisar. De repente, una imagen le vino a la mente, el primer día que le besó mientras

paseaban de la mano por el Sardinero…–¿Qué quieres? Estoy de servicio y sabes perfectamente que no me gusta estar pendiente del móvil…–Blanca, no te lo vas a creer, no te lo vas a creer, repetía él una y otra vez. Ginés Arenal no acertaba a arti-cular palabra, sólo miraba perplejo el cuerpo inconsciente de Huidobro en aquel viejo portal, parecía muy frágil, como una hoja de papel arrugada. Rápido con la mirada buscó alguna pista que le pudiera aventajar en su investigación con respecto a la policía. La vieja Herminia sólo sollozaba y repetía una y otra vez «Dios mío, sabía yo que esto no podía acabar bien...». La agente Olivares notó que la voz del que fue su novio hacía ya un par de años era muy tembloro-sa, eso la puso en estado de alerta…–¿Dónde estás? Por favor Ginés, no me hagas perder el tiempo…Habla.El periodista no acertó a decir una frase coherente y sólo respondió: –Esto se me escapa de las manos, te he mentido…Debo irme.Y colgó. En su cabeza sólo rondaba un pensamiento, tenía que darse prisa antes de que llegaran las autori-dades. Miró el cuerpo vagabundo de Horacio recordando aquella época en la que las novelas policíacas eran su única compañía en las largas noches de insomnio desde su butaca con un buen cigarro en la mano, de to-das ellas aprendió algo, «los detalles son la clave». Releyó la nota que asomaba del bolsillo derecho y se fijó que venía firmado con un nombre, ‘Amanda’. Además del fuerte olor a salitre, las manos y las uñas del ten-dido cuerpo de Horacio estaban llenas de arena, tenía un fuerte golpe a la altura de la sien… Se iba a acercar a observar con más detenimiento, cuando de repente el desfallecido cuerpo empezó a moverse y articuló una palabra: «¡Ajo!». Apenas sin fuerza, sacó un revólver de su bolsillo y se lo entregó al joven periodista: «¡Te hará falta!». Y como una flor que se marchita, Horacio Huidobro murió.En ese preciso instante retumbó un fuerte ruido afuera del portal…

PILAR RUIZ

CAPÍTULO 20

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El teléfono se cortó bruscamente y a Blanca todavía la resonaba en la cabeza la última frase de Gi-nés: «Esto se me escapa de las manos, te he mentido… Debo irme».En ese mismo instante, mientras pensaba en que después tendría que volver a localizar a Ginés para saber qué estaba pasando, llegó su compañero y la sacó bruscamente de sus pensamientos:

–Nos vamos, tenemos un aviso.Fueron las primeras personas en llegar a la escena del Paseo Pereda, algunos vecinos habían llamado asus-tados por un fuerte ruido, «como un tiro», decían, pero ya sólo quedaba una muchedumbre curiosa miran-do un cadáver en el interior del portal.Rápidamente empezaron a echar fuera de la escena a los curiosos, pero nada más entrar su corazón se ace-leró, no pudo reprimir un gesto de alegría en su rostro que rápidamente consiguió disimular, sabía perfec-tamente quién era el hombre que yacía en el suelo. Además de llevar su caso, su madre le había contado muchas historias sobre él. La habría gustado ser ella la que la que hiciese justicia por los sufrimientos que durante años habían ator-mentado a su querido ‘Abu’, por sus tierras robadas, y sobre todo, porque Horacio Huidobro había sido el hombre que, hace años, cuando todavía estaban casados y antes de que Blanca naciera, había intentado asesinar a su madre.Blanca salió de la escena del crimen, los compañeros de la policía comenzaban a llegar y necesitaba algo de privacidad para lo que iba a hacer. Cogió su teléfono, marcó un número de memoria y enseguida contesta-ron:–¿Si?–Mamá, Huidobro está muerto.–Lo sé, tenemos que vernos, hay algo que tengo que contarte.

JUAN JOSÉ CACHO

CAPÍTULO 21

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El tiempo saca a la luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora brilla, pronunció con voz firme Deva Olivares. Horacio Huidobro acababa de morir y una ráfaga de aire gélido cubrió de terror los cuerpos de Gabriel Ceballos y de Amanda. Hasta la luz del faro de Ajo se volvió trémula. Nada le temblaba a

quien había sido la primera mujer de Huidobro.–Pensasteis que podríais engañarle para que llenara de nuevo vuestros bolsillos de dinero ensangretado. La mentira y la traición siempre acaban enterrados en las fosas del olvido. Su padre, Pepe Olivares, fue un guerrillero que vio cómo la Dictadura robaba sus tierras y sus sueños de libertad. Deva y Blanca le habían jurado antes de morir que harían justicia. Madre e hija sabían lo que ‘abu’, el abuelo, había sufrido. Le arrebataron todo cuando los militares violaron y mataron a su mujer delante de sus narices. Los ojos aterrorizados de Olivares al verla morir jamás Huidobro los pudo olvidar. –Fuiste un estúpido pensando que el tesoro de los maquis nunca se acabaría, Gabriel. Tu padre, Arístides, y Huidobro firmaron un pacto de sangre con el diablo. Yo lo firmé con mi padre, pero con la sangre del honor.Deva nunca quiso que Huidobro muriera, pero no había podido evitar que Ernesto acabará con él. –Tramaste con esta furcia ese absurdo secuestro y pensaste que nada saldría mal. Huidobro se asustaría un poco, soltaría pasta y ese periodista a tus órdenes nunca averiguaría la verdad, dijo mientras Amanda se agarraba fuerte a Gabriel. –¡Por dios, Deva! ¡Nadie podía imaginar que esto acabaría así!, gritó Gabriel. Ni nadie podía imaginar que el plan de ella había comenzado hacía muchos años cuando se propuso con-quistar al hombre que había sido cómplice de la muerte de su madre y artífice de su ruina familiar. Había llegado la hora de la verdad. Hizo ademán de moverse hacia su coche para sacar la caja cuando una voz le obligó a parar. –No te muevas ni un pelo, dijo Ginés mientras le apuntaba con el revólver.

BEATRIZ GRIJUELA

CAPÍTULO 22

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Antes de la explosión que convirtió la noche de La Albericia en aurora boreal; antes de que El Diario Montañés saltara por los aires con sus periodistas de vista cansada y sus ordenadores y sus telefonistas desviando llamadas, y aquella becaria de reciente incorporación que compo-nía esquelas; antes de que él se sentara delante de la pantalla y comenzara el texto por el final,

avanzando acontecimientos, creyendo que borrar y volver a empezar sería la tónica hasta que la hora de cierre le pusiera la zancadilla a su indecisión –«por dónde empiezo, por dónde cojo esto»– con el estómago revuelto por la cafeína y la sensación de no estar a la altura de la historia que se filtraba de sus huellas dac-tilares; antes de cruzarse de camino a la redacción con el subdirector y concretar la conversación que ini-ciaran por teléfono con el Fiat 500 a 150 kilómetros la hora y aquel «¡No me jodas!» de su jefe, «¿Y Gabriel está involucrado en todo esto? ¡Pero no me jodas! ¡Ven para acá echando leches!», ultimando así lo que sería la portada a una página del día siguiente; antes de sacar la cabeza por la ventanilla gritando ‘Strangers waiting, up and down the boulevard; their shadows searching in the night’, tratando de olvidar sin nada que echarse al estómago lo que un Jim Beam hubiera arrastrado rápido; antes de encender un cigarrillo en el Alto de Ajo para enfrentarse al contorno de Santander envuelto en humo; antes de que, con las manos temblorosas, rebuscara entre los cd que se amontonaban en el asiento del copiloto, pulsara el play y sona-ra esa canción, ‘Don´t stop believing’, y antes de que metiera aquella caja llena de piedras preciosas –una muestra ínfima de las tripas de las tierras de los maquis– en su maletero de cuadernos y bolígrafos mor-disqueados y recortes de periódico ilegibles por el paso del tiempo. Antes de todo eso, Ginés Arenal apun-tó con una pistola a la cabeza de Deva Olivares y pronunció las siguientes palabras: «No te muevas ni un pelo… ¿De qué coño va todo esto?».

MARÍA SAN EMETERIO

CAPÍTULO 23

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Ginés Arenal se despertó sobresaltado, gritando: ¿pero qué pasa? ¿Qué es esto? Su mano tem-blaba, pero en ella no había ninguna pistola, y tampoco podía apuntar a Deva Olivares, porque Deva no estaba allí. El ladrido de un perro le volvió a la realidad: buscó con la mirada, y al lado de la cama vio a Merlín, su perro, exigiendo el desayuno.

-¡Merlín, mi precioso perro! ¿Tú aquí? Poco a poco, Ginés fue poniendo sus pensamientos en orden, y re-cordó que el director Gabriel Ceballos le había encargado una noticia bomba, una primicia para elevar las ventas en declive del periódico. Toda la tarde se la había pasado Ginés pensando, buscando algo atractivo, escandaloso, con morbo: turbios orígenes de las fortunas del dueño y del director del periódico, grandes amigos, y esas fortunas, se decía, tenían su origen en el desvalijamiento de los maquis, amantes despecha-das, incluso alguna sospecha de crimen pasional. Pero es lo que decía Ginés: no convenía indagar mucho: era peligroso y a él le podía costar el puesto.Cansado y aburrido, Ginés se sirvió un vaso de whisky y dejándolo seco en un decir esta gota es mía, se sumió en un profundo sueño, ¡quiá! En una profunda pesadilla: tremenda, tenebrosa surrealista pesadilla: rencores, crímenes, náufragos, asesinatos, engaños, y todos los protagonistas de estos horrores eran sus queridos y algunas veces odiados compañeros del periódico, y también su adorado perro Merlín era testigo de casi todos ellos.Ginés se duchó, se vistió y ya repuesto decidió dar un paseo con Merlín por el centro de Santander, escena-rio de todos los horrores soñados. Quería atar cabos, recomponer los retazos de su sueño; quizás entre tan-ta maraña saldría algo de luz. Pero todo seguía igual: Huidobro incógnito asesino o suicida, estaba tomán-dose un café en la terraza, Herminia, la portera, fregaba canturreando. De repente apareció Deva, que, sonriente, se les acercaba, y fue entonces cuando Merlín soltó el trapo a ladrar y Ginés sintió un escalofrío que le sacudió de pies a cabeza, recorriéndole el cuerpo entero: –«Remendad la malla trunca». «Amigo, los sueños rotos ya no se remiendan nunca» como dice Amado Ner-vo. Y golpeando suavemente a Merlín en el lomo, añadió:- ¡Hale, Merlín vamos a por otra historia.

JESÚS PARDO

Y CAPÍTULO 24

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AUTORES

1º. Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942). Director de cine, guionista y escritor. 2º. Álvaro García Polavieja. (Santander, 1981) Periodista. Especializado en medios de comunicación

online y escritor 3º. Olga Agüero. (Santander, 1969) Periodista. Asesora de comunicación, bloguera y columnista 4º. Fernando Calderón. (Santander, 1969). Ocupación: Ingeniero Técnico Industrial. 5º. Yolanda Fuertes. (Santander, 1981). Ocupación: Investigadora predoctoral. 6º. Enrique Gordaliza. (Santander, 1960). Ocupación: Gestor comercial. 7º. Mariola Campo. (Santander, 1977). Ocupación: Librera infantil 8º. Carmen Laptev. (Madrid, 1997) Estudiante de 4º ESO, IES José María Pereda. Ganadora del premio

de relato de Camargo 9º. Regino Mateo (Santander, 1965) Poeta de raíz santanderina y educación campurriana. Lector

compulsivo, cuenta con los premios José Hierro (1990), Consejo Social (1991) y Alegría (2000). Ha publicado los poemarios: ‘Seis días de viento sur’, ‘Preludes’, ‘Cuerpo presente’, ‘Del viento y su queja’, ‘Noticia de un pequeño reino afortunado’ y ‘La mirada caliza’. Además de antologías, traducciones y crítica musical, escribe los blog ‘Desde una habitación desordenada’, ‘Saturday Night’s Bitch’ y ‘No sólo de Ginebra vive el hombre’.

10º. Paz Herrera (Puente San Miguel, 1960). Arquitecta. Especializada en Urbanismo, Jardinería y Paisaje, ha combinado su labor como docente de diversas materias y encargada de proyectos, con trabajos de ilustradora y la participación en diferentes convocatorias literarias. Entre otros, ha obtenido premios en el Certamen de Artículo Periodístico ‘Ana María Cagigal’ y el Concurso de Relato Corto del Consejo de la Mujer de Torrelavega. Como proyectista, ha trabajado en Marruecos, con la ONG Fundación Naturaleza y Hombre.

11º. Alba Pascual (Santander, 1986). Santanderina residente en Liérganes, se licenció en Historia en la Universidad de Cantabria. Tras cursar un máster de Arqueología y Patrimonio en Madrid, ha trabajado en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. Su labor profesional la ha combinado con la literatura. En 2011, ganó el Premio José Hierro de Poesía. Actualmente, coedita la editorial Sol y Sombra. Ha participado en diversos actos poéticos y varios de sus poemas serán publicados en obras colectivas.

12º. Pablo Pérez-Gándara (Santander, 1978). Ha desarrollado una amplia labor cultural, a través de la publicación de artículos y reseñas, compaginándola con su trabajo en la organización de festivales de cine, como el BIFF (Brussels Internacional Festival of Fantastic Film) o Corto y Creo. Es autor de la obra ‘Don Mario, tango y sombrero’, de la compañía Tururú Teatro, basado en cuentos de Mario Benedetti. Ha sido jurado en la última edición del Indifestival y organizador de cursos de análisis fílmico y cine-forums.

13º. Jesús Cabezón (Santander, 1946). Ha desempeñado cargos de representación política, dentro del PSOE, en el Ayuntamiento de Santander, Parlamento de Cantabria, Senado y Parlamento Europeo. Fue presidente de la Comisión de la Obra Social y presidente del Consejo de Administración de Caja Cantabria y es secretario general del Ateneo de Santander. Director de teatro independiente (1968-1973), su obra literaria ha formado parte de diferentes antologías. Es colaborador habitual en las páginas de opinión de El Diario.

14º. Pablo Sánchez (Santander, 1982). Licenciado en Derecho, cursó elMáster de Periodismo de El Correo/Universidad del País Vasco. Trabaja como redactor de El Diario Montañés desde 2011, actualmente en la sección de Cultura.Escribe poesía y relato. En 2000 obtuvo un accésit del Premio José Hierro de Poesía Joven del Ayuntamiento de Santander, con su poemario ‘Aries’. En la edición de 2009 ganó el primer premio con ‘Las mujeres en invierno’. Ha participado en recitales poéticos y eventos culturales dentro y fuera de Cantabria

15º. Oscar Allende (Hamburgo, 1980). Estudió en la Universidad Complutense de Madrid y en la Universidad del País Vasco. Desde 2012, es socio de Emmedios, empresa de creación de medios

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informativos, encargada del programa de radio ‘Buenos días Cantabria’, en Mix FM, (que vuelve el 16 de septiembre), del que ha sido productor, guionista y locutor. Ha trabajado en Europa Press, Telecabarga y Colpisa. Es autor del blog ‘Días de Sur’, donde publica artículos de opinión. Su profesión la compagina con la escritura de relatos.

16º. José Carlos Rojo (Santander, 1981). Ha trabajado en publicidad y en varios medios de comunicación. Actualmente, escribe para El Diario Montañés. Además, ha sido meritorio de cámara en la película ‘El prado de las estrellas’, de Mario Camus. Ha realizado varios cortometrajes, entre los que destaca ‘Una vida’, premiado en el festival de la Universidad Sek de Segovia, donde estudió Comunicación Audiovisual. También escribe relatos. El último, ‘El viejo de los trece dedos’, se puede descargar en su blog: jcajcf.blogspot.com.es.

17º. Javier Gandarillas (Santander, 1972). Licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad del País Vasco, ha trabajado en Multicanal, una empresa de canales temáticos de televisión, como asistente de marketing. En 2006 vuelve a Santander y se incorpora a Jesús Vázquez Comunicación, agencia creativa, donde es director de cuentas, realizando campañas para clientes como el Gobierno de Cantabria, IMEM Ascensores, Mouro Producciones, Instituto de Hidráulica Ambiental o la Muestra de Artes Fantásticas de Santander.

18º. Natalia San José Muñoz (Santander, 1986). Licenciada en Publicidad, Relaciones Públicas y Marketing por el Centro Universitario Cesine, realizó un postgrado de Marketing para Empresas de Moda en la UNED. Su pasión siempre ha sido la búsqueda de las últimas tendencias, por lo que se matriculó en el Curso Superior de Diseño de Moda y Complementos en la Escuela Internacional de Estilismo y Moda. En la actualidad, comparte sus experiencias en el blog www.misspeonis.com, colabora en Telebahía y trabaja en una tienda de ropa.

19º. Bruno Cendón (Santander, 1975). Ingeniero de Telecomunicaciones por la UC, casado y padre de dos hijos, trabajó durante casi diez años en Toulouse (Francia) para uno de los principales fabricantes de teléfonos móviles. Desde hace cuatro años vive en Santander donde ejerce como director técnico en la empresa TST. Muy activo en Internet, se define como «un escritor que no escribe libros pero sí blogs, papers, reportes, propuestas o análisis, y lector de pocos libros pero de muchas entradas en la red»..

20º. Pilar Ruiz (Reinosa, 1990). Maestra «vocacional» es Graduada en Magisterio, especialidad en Educación Infantil. Actualmente imparte clases de inglés extraescolares a niños y niñas de entre 6 y 12 años en un colegio de Santander. Activa en las nuevas tecnologías, mantiene activo su blog de moda ‘www.siempre-con-educacion.blogspot.com.es’ en el que pretende plasmar su estilo diario y recoger los acontecimientos más relevantes que se celebran en la región sobre el mundo de la moda.

21º. Juan José Cacho (Santander, 1979). «Viajero y runner», ha trabajado como desarrollador en tecnologías .NET y Sharepoint. Vinculado en proyectos de comunicación y redes sociales desde 2007, es consultor de proyectos de comunicación digital aplicando la web 2.0, TIC y social media. Desde 2010 los desarrolla profesionalmente. Es también profesor en Ingeniería Informática e Ingeniería en Diseño Industrial y Multimedia, y colabora semanalmente en la radio cántabra con temas de nuevas tecnologías.

22º. Beatriz Grijuela (Santander, 1976). Licienciada en Periodismo, su carrera profesional ha estado vinculada sobre todo al mundo audiovisual, como presentadora y editora de espacios tanto informativos como de entretenimiento. También ha trabajado en otros campos de la Comunicación, el Marketing y las Relaciones Públicas. Asimismo elabora guiones para documentales y trabaja en la producción de cortometrajes de ficción. Actualmente colabora con varias publicaciones, agencias de publicidad, marketing y comunicación.

23º. María San Emeterio (Santander, 1978). Licenciada en Periodismo, la mayor parte de su carrera profesional la ha desarrollado en Cantabria, vinculada a medios audiovisuales y posteriormente en gabinetes de comunicación en diversas instituciones, faceta que ocupa actualmente en lo laboral. En la actualidad, realiza colaboraciones con varios medios, ha publicado relatos y cuenta con un blog que, según dice, «cuando me sube la fiebre, escribo en www.brooklynsqueen.com, y lo más importante, soy la mamá de Tomás».

24º. Jesús Pardo (Torrelavega, 27). Licenciado en Periodismo y escritor

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